qué le pongo

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  • 8/18/2019 Qué Le Pongo

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    ¿Qué le pongo, ingeniero?

    Esta es una pregunta clásica que escuchamos quienes andamos trabajando en el campo desde un

    rol técnico. La hace desde un productor preocupado por los nutrientes de su suelo hasta unaseñora alarmada por los pulgones en el rosal. Y esperan ansiosamente una respuesta clara,

    contundente y que no deje lugar a dudas (del tipo de “50 kg de fosfato diámonico a la siembra” o“un chorito de clorpirifós, señora, ese que su marido guarda en el galpón”) . Y a partir de aquí

    quiero hacer la reflexión de este artículo.

    La producción agropecuaria tal como la conocemos hoy en nuestra región ha sido concebida,diseñada e impulsada por la industria de insumos y maquinaria en un proceso que comenzó haceaproximadamente 100 años y con una motivación muy alejada de la producción de alimentos.

    Las guerras mundiales permitieron ensayar una serie de productos químicos que sirvieron comoarma desde ambos frentes. Los insecticidas clorados (como el DDT) permitieron reducir la malariacontagiada a los soldados yanquis por los mosquitos en las islas del pacífico, el fosfuro de aluminio(hoy usado para proteger granos almacenados y combatir peludos en suscuevas) fue usado en lascámaras de gases alemanas en la llamada “solución final” contra el pueblo judío y el 2,4,5 T(pariente del 2,4D) constituyó el “Agente naranja” que encontró su apogeo luego, en la guerra de

    Vietnam y del cual aún se conservan efectos en la población y el ambiente.

    Los fertilizantes nitrogenados como la urea fueron el resultado de ensayos alemanes ante laimposibilidad de que llegaran los barcos provenientes de Chile con salitre y guano. Estos se usabanpara la elaboración de explosivos.

    Y la enorme industria de maquinarias bélicas desarrolladas en dichos conflictos, al quedar ociosa

    cuando ellos acabaron, tuvo que reconvertirse en industria de tractores, sembradoras ycosechadoras. Como ejemplo puede citarse que el típico motor Deutz refrigerado por aire fue elresultado de los problemas que los alemanes encontraban en la defensa del norte africano paramantener el buen estado de sus vehículos.

    Al terminar la segunda guerra mundial y producirse el reparto del mundo, las principales firmasindustriales (entre las que se encuentran Bayer, Monsanto, Dupont, Ford, entre otras) y el poderfinanciero reunido y encarnado en el nuevo Banco Mundial deciden utilizar toda la ingenieríadesarrollada en el marco de los conflictos, pero ahora en la agricultura.

    Ellos diseñan qué se sembraría desde entonces, de qué manera se haría, para quién y con qué

    tecnología. Es en dicho período donde se impulsa la creación de organismos de extensión (como elINTA en nuestro país) para modernizar una agricultura “atrasada” y poco funcional. Los planes deestudio de las universidades se orientan también a los nuevos vientos de la tecnología y el dominiode la naturaleza. Sus laboratorios y aulas cuentan con el auspicio “desinteresado y altruista” defundaciones y empresas vinculadas a los agroinsumos.

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    Esta nueva síntesis de tecnología al servicio de la producción agropecuaria llega a conocerse como“Revolución Verde” y tiene su símbolo en los trigos y arroces desarrollados para ser fertilizados

    con altas dosis de nitrógeno sin que se vuelquen y que “salvarían” al mundo del hambre.

    Hay que considerar que, en el marco de la Guerra Fría, el bloque soviético propiciaba el socialismo

    y la redistribución de riquezas como manera de solucionar la pobreza. La Revolución Verde fue larespuesta del bloque capitalista occidental y el fantasma del hambre en el mundo, la zanahoria

    que aún muestran delante del burro.

    Pero…¿qué tiene que ver esto con el señor y la señora del primer párrafo? Es simple, por esapresión de la industria asociada al poder financiero, hoy la agricultura se concibe sencillamentecomo una cuestión de insumos; en donde el conocimiento puede no estar presente (menos aún sies de los propios agricultores). Se han reemplazado semillas y variedades tradicionales por

    híbridos y más recientemente por cultivos transgénicos, se ha propiciado la tecnología llena delucecitas y antenas en reemplazo del conocimiento de la naturaleza y sus características (haceunos días un amigo me decía “está lloviendo” mientras miraba su tablet, si miraba la ventanahubiera visto que no llovía); los técnicos fuimos entrenados para recitar recetas y dosis demarbetes, no para comprender la complejidad del ambiente y usarlo a nuestro favor; los

    productores fueron seducidos por el bombardeo publicitario de las megamuestras a campoabierto y ya no confían en ellos mismos… Todo es cuestión de insumos.

    Es por esto que el señor y la señora del comienzo preguntan “¿qué le pongo?” al ingeniero que seafana por darles la mejor respuesta a riesgo de quedar desacreditado (ante esos señores o ante lafirma para la cual trabaja). Resulta casi suicida responder “nada, señora” o “la estrategia pasa por

    devolver vida al suelo, señor, y eso se hace en varias campañas”. Toda consulta debe estaracompañada de algo para vender, y eso es un acuerdo tácito entre todos. Tal es así, que quienessuelen comportarse como asesores de muchos productores son los vendedores de las agronomíasdel pueblo, sea cual fuera su instrucción.

    A este punto, el lector habrá intuido la enorme dependencia que tienen los agricultores de lo que

    tienen para ofrecerle las empresas de semillas, agrotóxicos y maquinaria. Y cuanto conocimientovalioso (¡Y DINERO!) han perdido siguiendo recomendaciones y recetas de cerebritosuniversitarios.

    En todos los ámbitos (también dentro del INTA y de las universidades) hay gente que ha

    comenzado a darse cuenta de esto y ha comenzado a “plantar bandera” frente a la enorme

    colonización de cráneos que ha hecho la industria. También hay agricultores viejos y nuevos quese están dando cuenta que la tecnología no ha dado respuestas claras a ninguno de los problemas;que las plagas cada vez son más aunque aumentemos las dosis, que los números no cierran si lehacemos caso al ingeniero y que tampoco resolvemos así el hambre del mundo.

    Es necesario comprender mejor nuestros sistemas, desarrollar nuestro sentido de la observación,entender qué sucede en nuestros suelos y saber cómo y en qué momento actuar. Las respuestas al

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    “¿qué le pongo?” están mucho más cerca que lo que queda la agronomía o la veterinaria delpueblo.

    Sólo se trata de usar el ingenio y que las recetas sólo las usemos para hacer un buen locro eninvierno.

    CRISTIAN CRESPO

    Docente, técnico y productor de la zona de Carlos Tejedor

    [email protected]