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Índice: 1. Las categorías de ficción en el Ecuador. Leonardo Wild

2. Publicaciones de Ciencia ficción en Ecuador. Leonardo Wild.

3. La doble y única mujer. Pablo Palacio.

4. Ciencia ficción en los Andes Ecuatorianos. Fernando Balseca.

5. Los lobos de Umbría. Jorge Valentín Miño. 6. Reseña: Comic Book. José Daniel Santibañez.

7. Caminos para la literatura fantástica en nuestro país. Santiago Páez.

8. Angel. Víctor Xavier Cruz C.

9. Historia del cine ciberpunk. 1995. Tank girl. Pablo del Moral

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L A S C A T E G O R Í A S D E F I C C I Ó N E N E L E C U A D O R

Leonardo Wild

¿Por qué no se produce y publica con regularidad la ciencia-ficción, la aventura, la novela policíaca, el espionaje y otros géneros literarios “afines” en el Ecuador? ¿Es sólo por falta de mercado, o existen razones socio-culturales que han frenado este tipo de literatura en el país?

Para comenzar, por alguna razón existe bastante enredo con respecto a los géneros literarios y a la ficción en general. Aparentemente lo típico es confundir la palabra “ficción” con “ciencia- ficción”, con “aventura” o con “fantasía”. Una obra de ficción puede ser producto de la fantasía del escritor, pero esto no quiere decir necesariamente que la creación sea una obra que entraría dentro del género “fantasía”, pues la obra podría muy bien ser una “aventura”, o un relato “policíaco”, o una historia de “ciencia- ficción”. Aunque afines en el hecho de que forman parte de lo que se conoce como las “categorías de la ficción” —o de los “géneros literarios”—, las diversas obras que representan las varias categorías de la ficción tienen en realidad marcadas diferencias que las distinguen entre sí. Según Isaac Asimov —maestro de la ciencia- ficción y escritor de divulgación científica—, hay dos tipos de ficción:

1) ficción realista.

2) ficción surrealista.

La “ficción realista” trata sobre eventos cuyo trasfondo social no se diferencia en mucho con lo que ocurre hoy o ha ocurrido en la historia. Es decir, no hay razón para creer que las situaciones presentadas por el autor no pueden o pudieron haber sucedido.

Por el contrario, la “ficción surrealista” trata sobre sucesos cuyo trasfondo social no existe o nunca existió. Se presenta en dos formas distintas: “fantasía” y “ciencia- ficción”.

Pero antes de continuar analizando algunas de las categorías de la ficción y de ver un poco los entornos socio-culturales que han sido fundamentales para su nacimiento y subsecuente propagación, se debe recalcar que la contraparte de la ficción es la no- ficción, o lo que en inglés se conoce como non-fiction. Como el término mismo lo indica, no- ficción es toda obra que no ha sido inventada. Una obra de non-fiction podría ser una biografía, un diario de viaje, un texto de estudios escolares, un libro sobre

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astrofísica o cosmología, hasta un ensayo sobre las mejores cien obras de narrativa. Aunque en ocasiones la ficción se mezcla con la no- ficción —especialmente en novelizaciones—, y sin importar que una obra de narrativa esté basada en una realidad, a este tipo de obras se las sigue considerando como ficción.

Ciencia- ficción versus fantasía

La ciencia- ficción se diferencia de la fantasía por exponer el efecto de la ciencia y la tecnología en una sociedad, sea esta terrestre o extraterrestre, en el pasado, el presente o el futuro, o en cualquier variación espacio-temporal que puede considerarse como científicamente posible o probable.

La fantasía, por su lado, presenta un trasfondo cuya existencia no puede deducirse lógicamente debido a cambios provocados por la ciencia y la tecnología. La fantasía, además, no es simplemente algo fantástico que incursionó de pronto en el mundo terrenal, cotidiano, y que logra descuadrarnos. Por eso lo fantástico de Borges no entra necesariamente en la categoría conocida como fantasía, pues la fantasía se basa en mitologías y en creencias de pueblos cuya relación con la naturaleza fue o sigue siendo directa. La fantasía clásica recoge elementos de los mitos y las leyendas de Inglaterra y Europa y por lo general juega en ámbitos con tinte medieval. Castillos, elfos, enanos, gigantes, ogros, árboles que caminan, bosques inteligentes, todos estos son elementos que aparecen una y otra vez en la fantasía, al igual que los dragones, las espadas mágicas, los maleficios y los magos, los hombres-vampiro, la magia, la lucha entre el Bien y el Mal.

No obstante, aunque se base en creencias del mundo medieval europeo, la fantasía nació como género literario cuando la ironía de nuestros tiempos intentaba recontar las viejas historias dándoles un toque de lógica moderna. ¿Por qué hacer semejante cosa? Pues porque en el fondo de nuestros corazones yace aún la necesidad de revivir un mundo donde la magia de la vida tenía un rol importante, aquella magia que murió con la tecnología, con la ciencia mecanizada, una magia que también está acabándose en la cultura latinoamericana.

En otras palabras, y a diferencia de la fantasía (que muchos confunden con la ciencia- ficción), la ciencia- ficción necesariamente requiere como base de su trama o trasfondo un elemento científico. Pero el asunto no es tan simple, pues existen dos corrientes opuestas diametralmente dentro de la ciencia- ficción que sin embargo y en ocasiones pueden hasta mezclarse: la ciencia- ficción “dura” y la “suave”. En la ciencia- ficción “dura” se presentan extrapolaciones de las ciencias exactas (matemáticas, física, química), mientras que en la ciencia- ficción “suave” aparecen elementos de las ciencias naturales (la geología, la geografía, la biología, etc.) y de las ciencias sociales (la psicología, la antropología, la sociología y otras). La ciencia- ficción de Santiago Páez —Profundo en la galaxia—, por ejemplo, entraría dentro de lo que se consideraría como “suave”.

En las últimas décadas se han venido dando ciertos cambios dentro de la categoría ciencia- ficción, hasta el punto en que ya se habla de subgéneros (cyberpunk, science-fantasy, historical science-fiction), pero en sus principios el sueño de Julio Verne fue simplemente escribir “la novela de la ciencia”. A los treinta y cuatro años de edad, y luego de obstáculos de tipo familiar y laboral, Verne logró por fin llevar a cabo su idea de presentar los avances técnico-científicos en forma de novelas. Lo cual no era más que una especie de reacción de un visionario ante los eventos que lo rodeaban.

Para 1859-60 se discutía si era posible o no que una máquina más pesada que el aire lograra desprenderse del suelo. Los periódicos y revistas estaban llenos de los últimos inventos: cocinas de gas, máquinas de coser, el primer cable submarino entre Europa y América. Los ferrocarriles y las compañías de navegación abrían nuevas rutas a países lejanos, a junglas remotas, mientras que algunos médicos clamaban que cualquier ser humano que osara viajar en “esos engendros del diablo” y sobrepasar los 20 a 30 kilómetros por hora quedaría ciego. Y volar… ¿para qué discutir siquiera semejante “empresa de locos”?

Si en un principio Verne quería presentar el lado positivo de la ciencia y la tecnología, conforme fue adentrándose en la temática se dio cuenta que así como traería alivio a ciertas castas sociales, podría muy bien ser la perdición del ser humano, lo cual, al parecer, es cada vez más cierto.

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La novela de espionaje

Si bien la Ilíada y la Eneida tienen elementos inherentes de la novela de espionaje, la primera obra publicada que se refiriese a un personaje que fuera espía -elemento sin el cual una novela no es de espionaje-, fue, como su título mismo lo dice, El espía, de James Fenimore Cooper, autor de El último de los mohicanos. El espía vio la luz pública en 1821, pero no se la considera realmente la primera novela de espionaje por diversas razones estructurales.

Es recién en 1890 que Lazos culpables de William Le Queux —un libro que relata una conspiración contra el zar—, aparece como la primera obra que se puede considerar “de espionaje”. Lazos culpables refleja las preocupaciones socio-políticas de una época y, como otras obras que la siguieron, incursiona en los problemas del mundo político-militar con información demasiado exacta para ser un mero invento. Lo cierto es que una gran parte de los escritores del género de espionaje han tenido que ver con ese “submundo” de forma directa. Lo que nos lleva al hecho de que el género de espionaje, de origen anglosajón, estuvo íntimamente ligado a los eventos de la Primera y Segunda Guerra Mundial y a la postguerra, conocida como la Guerra Fría.

Como lo escribe Gabriel Veraldi: “La novela de espionaje fue inventada sin ninguna duda por escritores, ya profesionales, ya ocasionales, que sabían muy bien de qué hablaban”. Los reportajes que Le Queux escribió sobre la revolución rusa atrajo la atención de altos mandatarios militares ingleses, en especial del mariscal lord Roberts, “héroe de la batalla de Kandahar, que sometió a Afganistán, llave de la India, y detuvo la penetración rusa”. (…) “Esta colaboración del joven escritor y del viejo soldado daría nacimiento a la novela de espionaje.” (La novela de espionaje — 41.) De esta forma, y poco a poco, nos vamos acercando al asunto del trasfondo socio-cultural que dio origen a varios de los géneros literarios considerados hoy en día y por muchos como de segundo orden o como literatura barata. Al igual que la novela de espionaje, existe toda una historia detrás del género policíaco.

La novela policíaca

La novela policíaca nació cuando el positivismo, invento del siglo XIX, forjó un mundo donde se opinaba que la ciencia podría descifrar, tarde o temprano, todos los eventos del universo, tanto filosóficos como físicos. A fines del siglo XIX se consideró a la joven novela policíaca como la literatura de vanguardia.

En cierto modo la novela policíaca nació a raíz de una necesidad tanto social como literaria de dejar atrás a la novela gótica (mal-llamada novela “negra”) y al thriller, este último considerado un género fácil y popular que, como lo escribe Narcejac: “tan sólo trataba de asustar a los ingenuos”.

Lo cierto es que la novela policíaca logró romper los esquemas literarios prevalecientes, y para 1940 acabó siendo considerada como el relato científico por excelencia: absenta de lo emocional, relegó lo subjetivo a un segundo plano.

En el fondo la novela policíaca es por excelencia la novela de la lógica, un antithriller. Es el producto de una era (la industrial), de una sociedad (la anglosajona), y de un ambiente (la urbe). Es el reflejo de un modo de pensar, de la visión mecanicista-materialista del mundo, una visión que en América Latina recién comienza a percibirse.

La aventura y otros géneros

La aventura aparece cuando en una Europa de creciente urbanismo se comienzan a escuchar las historias de tierras lejanas, relatos sobre la búsqueda de riquezas y del honor personal, sea por razones políticas, militares o religiosas, y a repetirlas en forma de libros que intentan develar la relación del ciudadano común con un entorno en ocasiones adverso y misterioso, por lo general lejano. Por lo tanto una obra de aventura tiene ciertos ingredientes fundamentales que la distinguen del resto de géneros. Posiblemente el más sutil es la lucha del hombre con la naturaleza, interior o exterior.

Muchas grandes obras de la literatura universal son obras, a la postre, de aventura: Moby Dick de Melville, La isla del tesoro de Stevenson, Robinson Crusoe de Defoe, El lobo de mar de London y otras tantas de Conrad, Hemingway y Verne, y últimamente de autores como Wilbur Smith que relatan sobre lo que ocurrió en la época de la expansión inglesa al corazón del continente africano.

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En temática se podría decir que las obras de aventura son muy similares —aunque de forma mucho más amplia— a los relatos del Salvaje Oeste. La gama de temas que conforman los relatos del Salvaje Oeste está íntimamente ligados a los eventos históricos relacionados con la creación de los Estados Unidos de Norteamérica: las guerras contra los pueblos indios, la época de los cazadores de búfalos, de los tramperos, de los buscadores de oro, de las rutas ganaderas, de la construcción de las vías férreas, de la “ley del revólver”, de la época de esclavitud y su abolición, de la guerra del norte contra el sur (la de secesión) y de las guerras de los ganaderos contra los ovejeros o de los hacendados contra los cuatreros.

Mientras los relatos del Salvaje Oeste se ubican principalmente entre los años de 1850 y 1910, convergiendo en los estados de Texas, Oklahoma, Nuevo México, Arizona, Colorado, Kansas y California, la aventura va más allá de una época y de una región. Está, no obstante, muy centrada en el conflicto de la supervivencia de un individuo o individuos dentro de un entorno de preferencia prístino, natural, lo más cercano posible a las raíces biológicas del ser humano.

Es decir, el interés por la aventura brota cuando la mirada se desprende del mundo conocido y “civilizado”. Por lo que la aventura acaba siendo casi lo contrario de lo que ocurre con el tecno-thriller, género que toma del thriller la emoción y el miedo y lo combina con la tecnología.

El tecno-thriller es una aventura en la cual los personajes se enfrentan a la tecnología en su extremo más aterrador, en el cual aplastar un botón puede significar la muerte de miles, quizás millones de personas. Mientras que en la aventura la búsqueda de identidad es del hombre en relación con la naturaleza, en el tecno-thriller la búsqueda es de la identidad del hombre en relación con su tecnología.

El realismo social y los hijos del “boom”

Si se atan ciertos cabos, la respuesta de por qué estos tipos de literatura no ha logrado incursionar —o no lo ha hecho aún— en un país como el Ecuador. Obviando ciertas excepciones, las diversas categorías de ficción —presentadas como géneros literarios— han estado relacionadas con tendencias socio-culturales como lo son el desarrollo científico y urbano fruto de la era industrial y del colonialismo.

Así llegamos a la conclusión de que un cierto tipo de literatura resulta no porque un autor decide crear un género nuevo, sino más bien porque el entorno social prácticamente ha permitido —o hasta creado— un ambiente propicio para que determinados argumentos sean de interés popular.

El espionaje, por ejemplo, no es ni ha sido hasta recientemente una preocupación del público ecuatoriano. Asimismo el Ecuador no vivió nunca la ruptura de fronteras que llevaron a la creación de un Salvaje Oeste. Y la tecnología, también bastante lejana y adquirida en cierto modo por imposición, no ha sido de interés más que para unos pocos relacionados directamente con ella, por lo que la ciencia- ficción y sus elucubraciones sobre los problemas presentados por un mundo tecnológico se mantuvo bastante lejos del público lector. En el extremo opuesto al tecnológico tenemos a la aventura. Como no hubo colonias lejanas, honores por adquirir, o riquezas por descubrir, tampoco se hizo intentos de relatar historias sobre las peripecias de seres humanos que luchan contra lo incivilizado, contra “pueblos salvajes” y “culturas enemigas”.

Los temas preponderantes en Ecuador y Latinoamérica fueron en cierto modo la lucha de clases, las revoluciones políticas, la identidad frente a un imperio colonizador y opresor. Por lo tanto la literatura ecuatoriana no se dedicó a incurrir en los efectos sociales de la tecnología, o en la lógica impecable —casi un juego intelectual— de una novela policíaca, sino que más bien buscó sus argumentos en temáticas como la opresión y la explotación del pueblo; esas eran las verdaderas preocupaciones.

Por otro lado, los pocos que lograban escribir sobre el tema eran más bien los que tenían un trasfondo urbano. Los campesinos, los buscadores de oro, los indios, no podían escribir. Su literatura era la oral, tema de antropólogos, de los que se dedican a rescatar la historia.

Los verdaderos literatos estaban dedicados a los temas “verdaderamente literarios”, es decir, a los de la aristocracia —con sus importaciones culturales de las corrientes europeas y norteamericanas—, o en recrear los temas de trascendencia social. Eran los años 30 a los 50, la época del realismo social.

Los autores que siguieron, los de los 60 y 70, se dejaron influir por el “boom”. Su idea fue la de “escribir la novela total”, de experimentar con el lenguaje, de buscar sus raíces en las creencias populares, de explotar la mina del realismo mágico, en cierto modo anticientífico y lógico.

Visto desde otro ángulo, los géneros literarios como la ciencia- ficción y el espionaje están ligados al desarrollo del poder y a los potenciales del desarrollo tecnológico.

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En los países como el Ecuador no hubo ni poder ni avance perceptible en esa dirección, por lo tanto no fue una temática que preocupase a los escritores. Es más, los círculos literarios desechaban ese tipo de literatura como basura, como pseudo-literatura. Cualquiera que intentara incursionar en las temáticas era marginado, como fueron marginados los poetas que no escribían poesía marxista sino tan sólo poesía, o como aún son marginados aquellos que prefieren regirse por los estilos tradicionales y dejan de lado los experimentos del lenguaje, de la “doble lectura”.

El aspecto comercial y cognitivo

Además de éste trasfondo socio-cultural, está el aspecto comercial de los géneros literarios. En cierto modo la ciencia- ficción, la fantasía, la novela policíaca o la de espionaje, son una especie de especialización dentro de la literatura. Es decir, para crear hay que tener un conocimiento relativamente vasto de las temáticas que cada género toca.

Así mismo, como las categorías de ficción deben ser fácilmente ubicables dentro de un mercado específico, se hace necesario abrir mercados especializados. Y un país como el Ecuador no tiene --por el momento— el potencial que permita crear un mercado de esta índole, es decir, que se sostenga a sí mismo. En otras palabras, no existe suficiente público lector que se interese en la ciencia- ficción como para mantener una industria editorial dedicada a la temática. Y lo poco que llega al país de editoriales extranjeras copa ya el poco mercado existente, en muchos casos con ediciones puramente comerciales que impiden distinguir las buenas obras de las malas.

Por otro lado está el hecho de que prácticamente no existe un incentivo —tanto intelectual como comercial— para autores de crear este tipo de literatura especializada. Aunque podría también ser que tal vez hace falta el conocimiento —tanto literario como temático— para crear obras que estén a la altura de las mejores creaciones de la ciencia- ficción o del suspense.

Lo que nos vuelve al tema de la marginación. En los círculos donde se discuten las temáticas de la literatura se evita por lo general mencionar cualquiera de las categorías de ficción por miedo a quedar “fichado”, lo que crea una especie de círculo vicioso que engendra la ignorancia en relación con los diversos tipos de literatura y sus verdaderos potenciales. Es fácil menospreciar lo que se desconoce.

A pesar de este fenómeno, y debido al reciente rompimiento creado por obras como las de Santiago Páez (Profundo en la galaxia —cuentos de ciencia- ficción; La Reina Mora —novela policial), comienza ya a darse una cierta apertura en favor de los diversos géneros literarios cada día más necesarios para que un público, hasta el momento neófito, enfrente la realidad de un mundo —de un país— plagado por las problemáticas tecnológicas y urbanas de la era industrial e informática.

Es muy posible, además, que la gran necesidad de difundir la lectura a estratos populares acabe rompiendo el hielo que permita explorar nuevas formas literarias que a su vez ayuden a difundir realidades que estén al alcance de un gran público y no sólo de unos pocos intelectuales dedicados a elucubraciones socio-políticas o hasta filosóficas de difícil acceso para el ciudadano común y corriente. No hay que olvidar el hecho de que el Ecuador es parte de un mundo de creciente tecnología, de constantes manipulaciones económicas y de impalpables desinformaciones político-militares que afectan a todos.

Menos aún se debe caer en la trampa de creer que la literatura se limita a la narrativa. La literatura es todo lo que está escrito, tanto si es ficción como si es no- ficción o poesía, y cada tipo de literatura cumple su función de acuerdo a las necesidades de una realidad social.

Leonardo Wild (Stanford, 1966) Novelista y ensayista. Ha publicado cerca de 200 artículos en varias revistas: Crítica Literaria en Eskeletra y el Suplemento "Cultural" del diario La Hora; ensayos sobre diversas temáticas para las páginas de Medio Ambiente y Ciencia en la revista Semanal (del mismo diario); artículos varios para: Ciudad Alternativa (de la "Fundación Ciudad"), Estudios Ecuatorianos (de la Facultad de Ciencias Humanas de la PUCE), Diners, Gestión, Finis Terrae (Boletín de la Asociación Gallega de Ciencia Ficción de España). Su narrativa incursiona en múltiples categorías literarias: ciencia ficción, aventura, aventura fantástica, novela policíaca. Escribe tanto en inglés como en castellano.

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BIBLIOGRAFÍA

Novela: Oro en la selva (Quito, 1996); Unemotion (Alemania, 1996) entre las mejores siete novelas presentadas en marzo de 1997 por Deutschlandradio y la revista Focus, esta obra recibió también el "Búho del Mes"; Die Insel die es nie gab (Alemania, 1997); Orquídea negra o el factor vida (Quito, 1999). Recopilación: IndianermS¹rchen aus SŸdamerika (Alemania, 1997). Ensayo: Ecología al rojo vivo (Quito, 1997) Mención de Honor del Premio "Isabel Tobar Guarderas" en el campo de las Ciencias Sociales de 1998.

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Publicaciones de ciencia ficción en ecuador

Bruno Stornaiolo: 1972. Requiem por el dinosaurio. Novela de ciencia ficción, U.N.P., Quito. José Daniel Santibañez: 1985. Ecuador: Siglo 21. Diario Meridiano, Revista Dominical. Guayaquil, Ecuador.

1996. Ficciónica. Revista de cómics autofinanciada (3 números) 2001. Ejecútese El Mañana. Novela Policíaca/ ciencia ficción. Editorial Imaginaria.

Luis Fernando Naranjo: 1985. “Quil, la Chica del Futuro,” cómic de ciencia ficción, Diario El Meridiano, Guayaquil. 1994. La Era del Asombro. Novela de ciencia ficción, Abrapalabra editores, Quito.

Santiago Páez: 1994. Profundo en la galaxia, Cuentos de ciencia ficción, Abrapalabra/Planeta, Quito. 1999. Shamanes y reyes. Novela corta de ciencia ficción, Ediciones El Tábano, Quito. Leonardo Wild: Agosto 1996. UNEMOTION: Roman über the Zukunft der Gefühle. (UNEMOTION: Novela sobre el futuro de los sentimientos) CARLSEN Verlag, Hamburgo, Alemania. Novela; tapa dura. (Setiembre 1998. BELTZ &

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GELDBERG Verlag, Weinheim, Alemania. Primera edición en rústica.) Setiembre 1997. Die Insel, die es nie gab, (La isla que nunca existió, en colaboración con Frederik Hetmann. C. BERTELSMANN Verlag, Munich, Alemania. Novela; tapa dura. (October 1998. OMNIBUS - Bertelsmann Verlag, Munich, Alemania. Primera edición en rústica.) Febrero 1999. Orquídea negra o el factor vida. Sistema Nacional de Bibliotecas (SINAB), Ministerio de Educación, Quito, Ecuador. (Octubre 2000. Alfaguara Juvenil, Quito.) Ciencia ficción Involuntaria Abdón Ubidia: 1989. Divertinventos o Libro de fantasías y utopías. Cuentos, Editorial Grijalbo, Quito. (Re-edición, 1992. Editorial Libresa Crónica de sueños, Quito.) 1996. El palacio de los espejos ( Nuevos Divertinventos). Cuentos, Editorial El Conejo, Quito. (2000. Editorial Alfaguara Juvenil, Quito.) Alicia Yánez Cossío: 1974. El beso y otras fricciones. Cuentos, Ediciones Paulinas, Bogotá. (1999. Editorial Oveja Negra, Bogotá.)

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L A D O B L E Y U N I C A M U J E R P A B L O P A L A C I O

(Ha sido preciso que me adapte a una serie de expresiones difíciles que sólo puedo emplear yo, en mi caso particular. Son necesarias para explicar mis actitudes intelectuales y mis conformaciones naturales, que se presentan de manera extraordinaria, excepcionalmente, al revés de lo que sucede en la mayoría de los "animales que ríen").

Mi espalda, mi atrás, es, si nadie se opone, mi pecho de ella. Mi vientre está contrapuesto a mi vientre de ella. Tengo dos cabezas, cuatro brazos, cuatro senos, cuatro piernas, y me han dicho que mis columnas vertebrales, dos hasta la altura de los omóplatos, se unen allí para seguir –robustecida– hasta la región coxígea.

Yo-primera soy menor que yo-segunda.

– (Aquí me permito, insistiendo en la aclaración hecha previamente, pedir perdón por todas las incorrecciones que cometeré. Incorrecciones que elevo a la consideración de los gramáticos con el objeto de que se sirvan modificar, para los posibles casos en que pueda repetirse el fenómeno, la muletilla de los pronombres personales, la conjugación de los verbos, los adjetivos posesivos y demostrativos, etc., todo en su parte pertinente. Creo que no está demás, asimismo, hacer extensiva esta petición a los moralistas, en el sentido de que se molesten alargando un poquito su moral; que me cubran y que me perdonen por el cúmulo de conveniencias atadas naturalmente a ciertos procedimientos que traen consigo las posiciones características que ocupo entre los seres únicos).

Digo esto porque yo-segunda soy evidentemente más débil, de cara y cuerpo más delgados, por ciertas manifestaciones que no declararé por delicadeza, inherentes al sexo, reveladoras de la afirmación que acabo de hacer; y porque yo-primera voy para adelante, arrastrando a mi atrás, hábil en seguirme, y que me coloca, aunque inversamente, en una situación algo así como la de ciertas comunidades religiosas que se pasean por los corredores de sus conventos, después de las comidas, en dos filas, y dándose siempre las caras –siendo como soy, dos y una.

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Debo explicar el origen de esta dirección que me colocó en adelante a la cabeza de yo - ella: fue la única divergencia entre mis opiniones que ahora, y sólo ahora, creo que me autoriza para hablar de mí como de nosotras, porque fue el momento aislado en que cada una, cuando estuvo apta para andar, quiso tomar por su lado. Ella –adviértase bien: la que hoy es yo-segunda– quería ir, por atavismo sin duda, como todos van, mirando hacia donde van; yo quería hacer lo mismo, ver a dónde iba, de lo que se suscitó un enérgico perneo, que tenía sólidas bases puesto que estábamos en la posición de los cuadrúpedos, y hasta nos ayudábamos con los brazos de manera que, casi sentadas como estábamos, con aquéllos al centro, ofrecimos un conjunto octópodo con dos voluntades y en equilibrio unos instantes debido a la tensión de fuerzas contrarias. Acabé por vencerla, levantándome fuertemente y arrastrándola, produciéndose entre nosotras, desde mi triunfo, una superioridad inequívoca de mi parte primera sobre mi segunda y formándose la unidad de que he hablado.

Pero no; es preciso sentar una modificación en mis conceptos, que, ahora caigo en ello, se han desarrollado así por liviandad en el razonamiento. Indudablemente, la explicación que he pensado dar a posteriores hechos, puede aplicarse también a lo referido; lo que aclarará perfectamente mi empecinamiento en designarme siempre de la manera en que vengo haciéndolo: yo, y que desbaratará completamente la clasificación de los teratólogos, que han nominado a casos semejantes como monstruos dobles, y que se empecinan, a su vez, en hablar de éstos como si en cada caso fueran dos seres distintos, en plural, ellos. Los teratólogos sólo han atendido a la parte visible que origina una separación orgánica, aunque en verdad los puntos de contacto son infinitos; y no sólo de contacto, puesto que existen órganos indivisibles que sirven a la vez para la vida de la comunidad aparentemente establecida. Acaso la hipótesis de la doble personalidad, que me obligó antes a hablar de nosotras, tenga en este caso un valor parcial debido a que era ése el momento inicial en que iba a definirse el cuerpo directivo de esta vida visiblemente doble y complicada; pero en el fondo no lo tiene. Casi sólo le doy un interés expresivo, de palabras, que establece un contraste comprensible para los espíritus extraños, y que en vez de ir como prueba de que en un momento dado pudo existir en mí un doble aspecto volitivo, viene directamente a comprobar que existe dentro de este cuerpo doble un solo motor intelectual que da por resultado una perfecta unicidad en sus actitudes intelectuales.

En efecto: en el momento en que estaba apta para andar, y que fue precedido por los chispazos cerebrales "andar", idea nacida en mis dos cabezas, simultáneamente, aunque algo confusa por el desconocimiento práctico del hecho y que tendía sólo a la imitación de un fenómeno percibido en los demás, surgió en mi primer cerebro el mandato "Ir adelante"; "Ir adelante" se perfiló claro también en mi segundo cerebro y las partes correspondientes de mi cuerpo obedecieron a la sugestión cerebral que tentaba un desprendimiento, una separación de miembros. Este intento fue anulado por la superioridad física de yo - primera sobre yo - segunda y originó el aspecto analizado. He aquí la verdadera razón que apoya mi unicidad. Si los mandatos cerebrales hubieran sido; "Ir adelante" e "Ir atrás", entonces sí no existiría duda alguna acerca de mi dualidad, de la diferencia absoluta entre los procesos formativos de la idea de movimiento; pero esa igualdad anotada me coloca en el justo término de apreciación. Cuanto a la particularidad de que hayan existido en mí dos partes constitutivas que obedecieron a dos órganos independientes, no le doy sino el valor circunstancial que tiene, puesto que he desdeñado ya el criterio superficial que, de acuerdo con otros casos, me da una constitución plural. Desde ese momento yo-primera, como superior, ordeno los actos, que son cumplidos sin réplica por yo - segunda. En el momento de una determinación o de un pensamiento, éstos surgen a la vez en mis dos cerebros; por ejemplo "Voy a pasear", y yo-primera soy quien dirige el paseo y recojo con prioridad todas las sensaciones presentadas ante mí, sensaciones que comunico inmediatamente a yo-segunda. Igual sucede con las sensaciones recibidas por esta otra parte de mi ser. De manera que, al revés de lo que considero que sucede con los demás hombres, siempre tengo yo una comprensión, una recepción doble de los objetos. Les veo, casi a la vez, por los lados –cuando estoy en movimiento– y con respecto a lo inmóvil, me es fácil darme cuenta perfecta de su inmovilidad con sólo apresurar el paso de

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manera que yo-segunda contemple casi al mismo tiempo el objeto inmóvil. Si se trata de un paisaje, lo miro, sin moverme, de uno y otro lado, obteniendo así la más completa recepción de él, en todos sus aspectos. Yo no sé lo que sería de mí de estar constituida como la mayoría de los hombres; creo que me volvería loca, porque cuando cierro los ojos de yo-segunda o los de yo-primera, tengo la sensación de que la parte del paisaje que no veo se mueve, salta, se viene contra mi y espero que al abrir los ojos lo encontraré totalmente cambiado. Además, la visión lateral me anonada: será como ver la vida por un huequito. Ya he dicho que mis pensamientos generales y voliciones aparecen simultáneamente en mis dos partes; cuando se trata de actos, de ejecución de mandatos, mi cerebro secundo calla, deja de estar en actividad, esperando la determinación del primero, de manera que se encuentra en condiciones idénticas a las de la garrafa vacía que hemos de llenar de agua o al papel blanco donde hemos de escribir. Pero en ciertos casos, especialmente cuando se trata de recuerdos, mis cerebros ejercen funciones independientes, la mayor parte alternativas, y que siempre están determinadas, para la intensidad de aquéllos, por la prioridad en la recepción de las imágenes. En ocasiones estoy meditando acerca de tal o cual punto y llega un momento en que me urge un recuerdo, que seguramente, un rincón obscuro en nuestras evocaciones es lo que más martiriza nuestra vida intelectiva, y, sin haber evocado mi desequilibrio, sólo por mi detenimiento vacilante en la asociación de ideas que sigo, mi boca posterior contesta en alta voz, iluminando la obscuridad repentina. Si se ha tratado de un sujeto borroso, por ejemplo, a quien he visto alguna vez, mi boca de ella contesa, más o menos: "¡Ah el señor Miller, aquel alemán con quien me encontré en casa de los Sánchez y que explicaba con entusiasmo el paralelogramo de las fuerzas aplicado a los choques de vehículos".

Lo que ha hecho afirmar a mis espectadores que existe en mi la dualidad que he refutado, ha sido principalmente, la propiedad que tengo de poder mantener conversación ya sea por uno u otro lado. Les ha engañado eso de lado. Si alguno se dirige a mi parte posterior, le contesto siempre con mi parte posterior, por educación y comodidad; lo mismo sucede con la otra. Y mientras la parte aparentemente pasiva trabaja igual que la activa, con el pensamiento. Cuando se dirigen a la vez a mis dos lados, casi nunca hablo por estos a la vez también, aunque me es posible debido a mi doble recepción; me cuido mucho de probables vacilaciones y no podría desarrollar dos pensamientos hondos, simultáneamente. La posibilidad a que me refiero sólo tiene que ver con los casos en que se trate de sensaciones y recuerdos, en los que experimento una especie de separación de mí misma, comparable con la de aquellos hombres que pueden conversar y escribir a la vez cosas distintas. Todo esto no quiere decir, pues, que yo sea dos. Las emociones, las sensaciones, los esfuerzos intelectivos de yo-segunda son los de yo-primera; lo mismo inversamente. Hay entre mí –primera vez que he escrito bien entre mí– un centro a donde afluyen y de donde refluyen todo el cúmulo de fenómenos espirituales, o materiales desconocidos, o anímicos, o como se quiera.

Verdaderamente, no sé cómo explicar la existencia de este centro, su posición en mi organismo y, en general, todo lo relacionado con mi psicología o metafísica, aunque esta palabra creo ha sido suprimida completamente, por ahora, del lenguaje filosófico. Esta dificultad, que de seguro no será allanada por nadie, sé que me va a traer el calificativo de desequilibrada porque a pesar de la distancia domina todavía la ingenua filosofía cartesiana, que pretende que para escuchar la verdad basta poner atención a las ideas claras que cada uno tiene dentro de sí, según más o menos lo explica cierto caballero francés; pero como me importa poco la opinión errada de los demás, tengo que decir lo que comprendo y lo que no comprendo de mi misma.

Ahora es necesario que apresure un poco esta narración, yendo a los hechos y dejando el especular para más tarde.

Unos pocos detalles acerca de mis padres, que fueron individuos ricos y por consiguiente nobles, bastará para aclarar el misterio de mi origen: mi madre era muy dada a lecturas perniciosas y generalmente novelescas; parece ser que después de mi concepción, su marido y mi padre viajo por motivos de salud. En el ínterin, un su amigo, médico, entabló estrechas

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relaciones con mi madre, claro que de honrada amistad, y como la pobrecilla estaba tan sola y aburrida, éste su amigo tenía que distraerla y la distraía con unos cuentos extraños que parece que impresionaron la maternidad de mi madre. A los cuentos añádase el examen de unas cuantas estampas que el médico le llevaba; de esas peligrosas estampas que dibujan algunos señores en estos últimos tiempos, dislocadas, absurdas, y que mientras ellos creen que dan la sensación de movimiento, sólo sirven para impresionar a las sencillas señoras que creen que existen en realidad mujeres como las dibujadas, con todo su desequilibrio de músculos, estrabismos de ojos y más locuras. No son raros los casos en que los hijos pagan esas inclinaciones de los padres: una señora amiga mía fue madre de un gato. Ventajosamente, procuraré que mis relaciones no sean leídas por señoras que puedan estar en peligro de impresionarse y así estaré segura de no ser nunca causa de una repetición humana de mi caso. Pues, sucedió con mi madre, que, en cierto modo ayudada por aquel señor médico, llegó a creer tanto en la existencia de individuos extraños que poco a poco llegó a figurarse un fenómeno del que soy retrato, con el que se entretenía a veces, mirándolo, y se horrorizaba las más. En esos momentos gritaba y se le ponían los pelos de punta. (Todo esto se lo he oído después a ella misma en unos enormes interrogatorios que le hicieron el médico, el comisario y el obispo, quien naturalmente necesitaba conocer los antecedentes del suceso para poder darle la absolución.) Nací más o menos dentro del período normal, aunque no aseguro que fueran normales los sufrimientos por que tuvo que pasar mi pobre madre, no sólo durante el trance sino después, porque apenas me vieron, horrorizados, el médico y el ayudante, se lo contaron a mi padre, y éste, encolerizado, la insultó y le pegó, tal vez con la misma justicia, más o menos, que la que asiste a algunos maridos que maltratan a sus mujeres porque le dieron la hija en vez de un varón como querían.

Madre me tenía una cierta compasión insultante para mí, que era tan hija suya como podía haberlo sido una tipa igual a todas, de esas que nacen para hacer pucheritos con la boca, zapatear y coquetear. Padre, cuando me encontraba sola, me daba de puntapiés y corría; yo era capaz de matarlo al ver que a mis llantos, era de los primeros en ir a mi lado; acariciándome uno de los brazos, me preguntaba, con su voz hipócrita: "Qué es lo que te ha pasado hijita". Yo me callaba, no sé bien por qué; pero una vez no pude ya soportarlo y le contesté, queriendo latiguearlo con mi rabia: "Tú me pateaste en este momento y corriste, hipócrita." Pero como mi padre era un hombre serio, y aparentaba delante de todos quererme, y le habían visto entrar sorprendido, y, por último, merecía más crédito que yo, todos me miraron, abriendo mucho la boca y se vieron después las caras; un momento después, al retirarse, oí que mi padre dijo en voz baja: "Tendremos que mandar a esta pobre niña al Hospital; yo desconfío de que esté bien de la cabeza; el doctor me ha manifestado también sus dudas. Caramba, caramba, qué desgracia." Al oír esto, quedé absorta.

No me daba cuenta de lo que podía ser un Hospital; pero por el sentido de la frase comprendí que se trataba de algún lugar donde se recluiría a los locos. La idea de separarme de mis padres no era para mí nada dolorosa; la habría aceptado más bien con placer, ya que contaba con el odio del uno y la compasión de la otra, que tal vez no era lo menos. Pero como no conocía el Hospicio, no sabía qué era lo preferible; éste se me presentaba algunas veces como amenazador, cuando encontraba en mi casa alguna comodidad o algún cariño entre los criados, que hacían que tomara ese ambiente como mío; pero en otras, ante la cara contraída de mi madre o una mirada envenenada de mi padre, deseaba ardientemente salir de aquella casa que me era tan hostil. Habría prevalecido en mí este deseo de no haber sorprendido una tarde entre los criados una conversación en la que se me compadecía, diciéndome a cada momento pobrecita y en la que descubrí además algunos espantables procedimientos de los guardianes de aquella casa, agrandado, sin duda, extraordinariamente, por la imaginación encogida y servil de los que hablaban. Los criados siempre están listos a figurarse las cosas más inverosímiles e imposibles. Decían que a todos los locos les azotaban, les bañaban con agua helada, les colgaban de los dedos de los pies, por tres días, en el vacío; lo que acabó por sobrecogerme. Fui lo más pronto que pude donde mi padre, a quien encontré discutiendo en alta voz con su mujer, me puse a llorar delante de él, diciéndole que seguramente me había

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equivocado el otro día y que debía haber sido otro el que me había maltratado, que yo le amaba y respetaba mucho y que me perdonase. Si lo habría podido hacer, me hubiera arrodillado de buena gana para pedírselo, porque había alcanzado a observar que las súplicas, los lamentos y alguna que otra tontería, adquieren un carácter más grave y enternecedor en esa difícil posición; hombres y mujeres pudieran dar lo que se les pida, si se lo hace arrodillados, porque parece que esta actitud elevara a los concedentes a una altura igual a la de las santas imágenes en los altares, desde donde pueden derrochar favores sin mengua de su hacienda ni de su integridad. Al oírme, mí padre, no sé por qué me miró de una manera especial, entre furioso y amargado; se paró violentamente. Creo que vi humedecerse sus ojos. Al fin dijo, cogiéndose la cabeza: "Este demonio ya a acabar por matarme", y salió sin regresar a ver. Pensé que era ése el último momento de mi vida en aquella casa. Después de poco, oí un ruido extraordinario, seguido de movimiento de criados y algunos llantos. Me cogieron, y a pesar de mis pataleos me llevaron a mi dormitorio, donde me encerraron con llave, y no volví a ver a mi mas grande enemigo. Después de algún tiempo supe que se había suicidado, noticia que la recibí con gran alegría puesto que vino a comprobar una de las hipótesis dulces que contrapesaban y hacían balancear mi tranquilidad, en oposición a otras amargas anunciadoras de un cambio desgraciado en mi vida.

Cuando tuve 21 años me separé de mi madre que era entonces todavía mujer joven. Ella aparentó un gran dolor, que tal vez habría tenido algo de verdadero, puesto que mi separación representaba una notabilísima disminución de la fortuna que ella usufructuaba. Con lo que me tocó en herencia me he instalado muy bien, y como no soy pesimista, de no haberme ocurrido la mortal desgracia que conoceréis más tarde, no habría desesperado de encontrar un buen partido.

Mi instalación fue de la más difíciles. Necesito una cantidad enorme de muebles especiales. Pero de todo lo que tengo, lo que más me impresiona son las sillas, que tienen algo de inerte y de humano, anchas, sin respaldo porque soy respaldo de mí misma, y que deben servir por uno y otro lado. Me impresionan porque yo formo parte del objeto "silla"; cuando está vacía, cuando no estoy en ella, nadie que la vea puede formarse una idea perfecta del mueblecito aquél, ancho, alargado, con brazos opuestos, y que parece que le faltara algo. Ese algo soy yo que, al sentarme, lleno un vacío que la idea "silla" tal como está formada vulgarmente había motivado en "mi silla": el respaldo, que se lo he puesto yo y que no podía tenerlo antes porque precisamente, casi siempre, la condición esencial para que un mueble mío sea mueble en el cerebro de los demás, es que forme yo parte de ese objeto que me sirve y que no puede tener en ningún momento vida íntegra e independiente.

Casi lo mismo sucede con las mesas de trabajo. Mis mesas de trabajo dan media vuelta –no activamente, se entiende, sino pasivamente–; así que su línea máxima es casi una semicircunferencia, algo achatada en sus partes opuestas: quiero decir que tiene la forma de una bala, perfilada, cuyo extremo anterior es una semicircunferencia. Una sintetización de la mitad del Mar Adriático, hacia el golfo de Venecia, creo que sería también sumamente parecida a la forma exterior de las tablas de mis mesas. El centro está recortado y vacío, en la misma forma que la ya descrita, de manera que allí puedo entrar yo y mi silla, y tener mesa por ambos lados. Claro que podía obviar la dificultad de estas innovaciones con sólo tener dos mesas, entre las cuales me colocaría; pero ha sido un capricho, que tiende a establecer mi unidad exterior magníficamente, ya que nadie puede decir: "Trabaja en mesas", sino "en una mesa". Y la posibilidad de que yo trabaje por un solo lado me pone en desequilibrio: no podría dejar vacío el frente de mi otro lado. Esto sería la dureza de corazón de una madre que teniendo un pan lo diera entero a uno de sus dos hijos.

Mi tocador es doble: no tengo necesidad de decir más, pues su uso en esta forma, es claramente comprensible.

La diversidad de mis muebles es causa del gran dolor que siento al no poder ir de visita. Sólo tengo una amiga que por tenerme con ella algunas veces ha mandado a confeccionar una de

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mis sillas. Mas, prefiriendo estar sola, se me ve por allí rara vez. No puedo soportar continuamente la situación absurda en que debo colocarme, siempre en medio de los visitantes, para que la visita sea de yo entera. Los otros, para comprender la forma exacta de mi presencia en una reunión, de sentarme como todos, deberían asistir a una de perfil y pensar en la curiosidad molestosa de los contertulios.

Y este dolor es nada frente a otros. En especial mi amor a los niños acaba por hacerme llorar. Quisiera tener a alguno en mis brazos y hacerle reír con mis gracias. Pero ellos, apenas me acerco, gritan asustados y corren. Yo, defraudada, me quedo en ademán trágico. Creo que algunos novelistas han descrito este ademán en las escenas últimas de su libros, cuando el protagonista, solo, en la ribera (casi nunca se acuerdan del muelle), contempla la separación del barco que se lleva una persona amiga o de la familia; más patético resulta eso cuando quien se va es la novia.

En casa de mi amiga de la silla conocí a un caballero alto y bien formado. Me miraba con especial atención. Este caballero debía ser motivo de la más aguda de mi crisis.

Diré pronto que estaba enamorada de él. Y como antes ya he explicado, este amor no podía surgir aisladamente en uno sólo de mis yos. Por mi manifiesta unicidad apareció a la vez en mis lados. Todos los fenómenos previos al amor, que aquí ya estarían demás, fueron apareciendo en ellos idénticamente. La lucha que se entabló entre mí es con facilidad imaginable. El mismo deseo de verlo y hablar con él era sentido por ambas partes, y como esto no era posible, según las alternativas, la una tenía celos de la otra. No sentía solamente celos, sino también, de parte de mi yo favorecido, un estado manifiesto de insatisfacción. Mientras yo - primera hablaba con él, me aguijoneaba el deseo de yo - segunda, y como yo - primera no podía dejarlo, ese placer era un placer a medias con el remordimiento de no haber permitido que hablara con yo-segunda.

Las cosas no pasaron de eso porque no era posible que fueran a más. Mi amor con un hombre se presentaba de una manera especial. Pensaba yo en la posibilidad de algo más avanzado: un abrazo, un beso, y si era en lo primero venía enseguida a mi imaginación la manera cómo podía dar ese abrazo, con los brazos de yo - primera, mientras yo-segunda agitaría los suyos o los dejaría caer con un gesto inexpresable. Si era un beso, sentía anticipadamente la amargura de mi boca de ella.

Todos estos pensamientos, que eran de solidaridad, estaban acompañados por un odio invencible a mi segunda parte; pero el mismo odio era sentido por ésta contra mi primera. Era una confusión, una mezcla absurda, que me daba vueltas por el cerebro y me vaciaba los sesos.

Pero el punto máximo de mis pensamientos, a este respecto, era el más amargo... ¿Por qué no decirlo? Se me ocurrió que alguna vez podía llegar a la satisfacción de mi deseo. Esta sola enunciación da una idea clara de los razonamientos que me haría. ¿Quién yo debía satisfacer mi deseo, o mejor su parte de mi deseo? ¿En qué forma podía ocurrírseme su satisfacción? ¿En qué posición quedaría mi otra parte ardiente? ¿Qué haría esa parte, olvidada, congestionada por el mismo ataque de pasión, sentido con la misma intensidad, y con el vago estremecimiento de lo satisfecho en medio de lo enorme insatisfecho? Tal vez se entablaría una lucha, como en los comienzos de mi lucha, como en los comienzos de mi vida. Y vencería yo-primera como más fuerte, pero al mismo tiempo me vencería a mí misma. Sería sólo un triunfo de prioridad, acompañado por aquella tortura.

Y no sólo debía meditar en eso, sino también en la probable actitud de él frente a mí, en mi lucha. Primero, ¿era posible para él sentir deseo de satisfacer mi deseo? Segundo, ¿esperaría que una de mis partes se brindase, o tendría determinada inclinación, que haría inútil la guerra de mis yos?

Yo - segunda tengo los ojos azules y la cara fina y blanca. Hay dulces sombras de pestañas.

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Yo - primera tal vez soy menos bella. Las mismas facciones son endurecidas por el entrecejo y por la Boca imperiosa.

Pero de esto no podía deducir quién yo sería la preferida.

Mi amor era imposible, mucho más imposible que los casos novelados de un joven pobre y obscuro con una joven al vez había un pequeño resquicio, pero ¡era tan poco romántico! ¡Si se pudiera querer a dos!

En fin, que no volví a verlo. Pude dominarme haciendo un esfuerzo. Como él tampoco ha hecho por verme, he pensado después que todas mis inquietudes eran fantasías inútiles. Yo partía del hecho de que el me quisiera, y eso, en mis circunstancias parece un poco absurdo. Nadie puede quererme, porque me han obligado a cargar con éste mi fardo, mi sombra; me han obligado a cargarme mi duplicación.

No sé bien si debo rabiar por ella o si debo elogiarla. Al sentirme otra; al ver cosas que los hombres sin duda no pueden ver; al sufrir la influencia y el funcionamiento de un mecanismo complicado que no es posible que alguien conozca fuera de mí, creo que todo esto es admirable y que soy para los mediocres como un pequeño dios. Pero ciertas exigencias de la vida en común que irremediablemente tengo que llevar y ciertas pasiones muy humanas que la naturaleza, al organizarme así, debió lógicamente suprimir o modificar, han hecho que más continuamente piense en lo contrario.

Naturalmente, esta organización distinta, trayéndome usos distintos, me ha obligado a aislarme casi por completo. A fuerza de costumbre y de soportar esta contrariedad, no siento absolutamente el principio social. Olvidando todas mis inquietudes me he hecho una solitaria.

Hace más o menos un mes, he sentido una insistente comezón en mis labios de ella. Luego apareció una manchita blancuzca, en el mismo sitio, que más tarde se convirtió en violácea; se agrandó, irritándose y sangrando.

Ha venido el médico y me ha hablado de proliferación de células, de neoformaciones. En fin, algo vago, pero que yo comprendo. El pobre habrá querido no impresionarme. ¿Qué me importa eso a mí, con la vida que llevo?

Si no fuera por esos dolores insistentes que siento en mis labios... En mis labios... bueno, ¡pero no son mis labios! Mis labios están aquí, adelante; puedo hablar libremente con ellos... ¿Y cómo es que siento los dolores de esos otros labios? Esta dualidad y esta unicidad al fin van a matarme. Una de mis partes envenena al todo. Esa Haga que se abre como una rosa y cuya sangre es absorbida por mi otro vientre irá comiéndose todo mi organismo. Desde que nací he tenido algo especial; he llevado en mi sangre gérmenes nocivos.

...Seguramente debo tener una sola alma... ¿Pero si después de muerta, mi alma va a ser así como mi cuerpo...?

¡Cómo quisiera no morir!

¿Y este cuerpo inverosímil, estas dos cabezas, estas cuatro piernas, esta proliferación reventada de los labios?

¡Uf!

Pablo Palacio fue un escritor ecuatoriano nacido en Loja en 1906. Publicó los siguientes libros: "Un hombre muerto a puntapiés", (1927); "Débora", (noviembre de 1927), "Comedia inmortal" y " La vida del ahorcado"; (1932). Muere internado en un manicomio en el año 1947. Su cuento "La doble y única mujer" fue incluido en la " Primera Antología de ciencia-ficción latinoamericana " editada por Rodolfo Alonso en 1970.

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Ciencia ficción en los Andes Ecuatorianos

Fernando Balseca

(Publicado originalmente en la revista andina de cultura Sieteculebras , vol. 13, junio - julio de 1999)

Nunca fue atractivo para mí el llamado género de ciencia ficción: al situar insólitos viajes velocísimos en lejanos confines -ni siquiera dentro de los ya conocidos del sistema solar, de por sí vasto para ofrecer un espacio creíble- me quedaba con la impresión de haber participado de una escritura que aludía a posibilidades excesivamente remotas como para ser realmente gozables. Además, con poquísimas excepciones, los personajes que poblaban esas narraciones se llamaban XR-116, o algo así, y estaban siempre en disputa con otras entelequias que parecían sólo un producto de la capacidad imaginativa de su autor o de su autora.

Pero en menos de un año, entre 1994 y 1995, aparecieron en Quito dos libros de cuentos en cuyas portadas se hacía saber con claridad -por voluntad editorial o del autor- que se trataba de "ciencia ficción": Profundo en la galaxia de Santiago Páez (1) y La era del asombro de Fernando Naranjo .(2) Quiero destacar la sorpresa por la manera en que la ciencia ficción se ha abierto un sitio en nuestra literatura nacional a la que ya es casi un lugar común denominarla como solemne o seria. (3)

Es pertinente subrayar el lugar especial que ocupa un género como éste en nuestra tradición cultural, pues el ámbito de la ciencia ficción es el de una sociedad que produce, por lo menos en términos industriales, un "excedente" de escritura. Sin embargo, ¿qué hace este género en un país como el Ecuador, con algunas décadas de atraso con respecto de los centros de alto nivel tecnológico, y amateur en sus mecanismos de edición y circulación de libros? A primera vista, y como puede suceder también con la novela de detectives -que no existe tampoco en nuestro pais-, la ciencia ficción parecería encontrar un ámbito de cultivo en sociedades en las que la demanda por la circulación de libros es sumamente alta y en las que un grupo particular de lectores acepta la disposición de consumirlo todo, aunque también el riesgo de olvidarlo todo. Por eso, los libros que sobreviven de estos géneros tienen que ver con mucho más que con policías y bandidos o con seres de otros planetas.

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Para abordar el tema de la ciencia ficción en la narrativa ecuatoriana debo insistir en la idea de que la letra es una tecnología importante en una era que ha construido una obsesión por las comunicaciones. Vivimos un tiempo en que, pensémoslo bien, algunos artefactos se nos hacen cada vez más básicos: imaginemos nuestras vidas si no accediéramos cotidianamente al periódico, a la televisión, al fax o, recientemente, al correo electrónico y al cd rom. En este contexto, la aparición de este género nos lleva a pensar que la ciencia ficción en nuestro medio obedece a un proceso tardío de divulgación y popularización tecnológica y electrónica en medio de una modernidad que entre nosotros opera con lentitud, y que sólo en nuestro fin de siglo ha sido posible que esos discursos actúen como dispositivos para el surgimiento, retrasado, de un imaginario cósmico que antes no podía producirse desde nosotros.

La ciencia ficción propone la lectura del futuro.(4) Si bien todo texto literario puede anunciar el porvenir en términos personales o colectivos, es importante considerar que este género busca especialmente comunicar la idea -fabricada por el género mismo- de que es posible la invención de una máquina que nos facilite viajar a través del tiempo. Creo que habría que puntualizar, y no sólo para el caso de la ciencia ficción, que la literatura misma es una maquinaria que permite anticipar el futuro,(5) pues a modo de constante los discursos humanos afirman una gran preocupación por el curso del futuro (como sucede con el arte, por ejemplo, que en determinados momentos parecería deleitarse en fabricar imágenes de anticipación).

Hace décadas los estudios literarios nos seducían para que halláramos en la literatura una especificidad que, como una joya indeleble, sólo brillaba en el arte escrito; hoy en día consideramos la literatura en una interacción con las formas comunicativas que circulan en la sociedad.

Esta misma orientación hizo que tomara con sospecha los libros ecuatorianos de ciencia ficción, prejuiciado por mis percepciones anteriores del genero, pero en esta experiencia sentí que estos autores buscaban comunicarnos algo más allá que las amenaza de una guerra espacial sin consecuencias predecibles. Veamos por qué.

Estas obras de ciencia ficción anuncian mundos catastróficos. En ellas la Tierra atraviesa -o ha atravesado, pues ya casi ha desaparecido- circunstancias sumamente difíciles para la supervivencia de la especie humana; esta situación obedece no sólo a factores de cambio radical en el medio ambiente o en la estructura misma del orden del universo, sino también debido a una incapacidad de gobierno humano. El poder terrestre -en los relatos de Páez y Naranjo- está determinado por una ineficacia que precisamente amenaza al género humano en el planeta.

En un cuento notable de Páez una nave perdida procedente de otro planeta llega a un territorio cercano a Peguche, en la provincia de Imbabura. Sus tripulantes vienen de un lugar lejano en la galaxia en el cual nada escapa a un control absoluto. Lo único que esos seres no pueden dominar es el miedo, y nada puede salvarlos cada vez que lo sienten: durante los primeros temblores se embarcan en sus aeronaves y salen disparados sin dirección alguna. En el texto, el yachaj José Sánchez percibe que algo anda mal en el mundo, y siente malsano el aire que lo circunda. Para evitar el traspaso de esa enfermedad, al descubrir a estos seres diminutos crispados por el miedo, el yachaj procede a curar del espanto a los extraterrestres hasta lograr restaurar, junto con dicho proceso de cura, la armonía del mundo. Efectivamente, la noción de armonía

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puede variar según el sujeto de la emisión y el lugar desde donde se la concibe. En el caso de este cuento, el yachaj asume, por un momento, la tarea de la salvación colectiva restaurando antiguas y profundas solidaridades: Páez maneja la idea de una tierra viviente,(6) en la cual el planeta actúa como un organismo vivo que responde sin vacilación a cada estimulo o falta de estímulo de nuestra parte, pues el mal del mundo es visto como una advertencia para construir solidaridades.

Estas solidaridades son cada vez más necesarias. En los casos en que queda todavía vida en nuestro planeta, ésta ha degenerado hacia la creación de mundos salvajes que amenazan con aniquilar la humanidad. Así, nos hallamos ante una barbarie galáctica paulada por máquinas tiránicas. Lo que resulta aún más sobrecogedor es que incluso la tierra se ha perdido muy profundo en la galaxia, y ya no es más un espacio adecuado para el florecimiento de la vida.

En Fernando Naranjo la inhabitabilidad de la Tierra ha sido causada por catástrofes naturales, la más grave de ellas la colisión del cometa Mefistos que, hacia el año 2060, permite caracterizar ese período como "la era del asombro", marcado por angustias ciudadanas e incertidumbres insalvables. Los efectos climáticos por el impacto del cometa en nuestro planeta son terribles en los Andes y producen nuevas glaciaciones. En ese medio la planificación de !a vida se vuelve una quimera, y ciudades como Guayaquil se toman en un total caos.(7)

Aunque lo desconocido siempre resulta atractivo para quienes buscan lo nuevo, es lo conocido el molde adecuado para potenciar nuestra capacidad de ensoñación con situaciones inéditas. Este dispositivo lo ha retomado la literatura, pues acerca a los lectores aquellas cosas que eran totalmente desconocidas o que, en su momento, eran desconocidas sólo porque no había una relación estrecha con ellas. He aquí entonces otro valor que busca preservar la literatura: este por el cual lo arcano se hace cercano. En esta medida la literatura tiene un rango telescópico: un cuento de Naranjo presenta unos personajes de la "resistencia" en combate con otros que gobiernan ese mundo y que han proscrito los catalejos y los telescopios porque permiten acercarse demasiado a realidades en apariencia lejanas.

En ese futuro que anuncia la ciencia ficción hay seres que no tienen una heredad humana. En esos espacios siderales las máquinas han llegado a controlar el mundo y han invertido el orden en el cual los humanos trataron de poner las máquinas a su servicio, y por ello los gobiernan totalmente. Estamos ante unos seres que, en Paez, tienen un autocontrol neurológico tal que pueden imitar la estructura del enemigo o de cualquier otra persona y, de esa manera, desaparecer o hacerse pasar por otros. Sin duda, esta cualidad nos da terror porque es un mundo que todo lo mide, y cuyos jefes buscan controlar hasta los rasgos del cuerpo del otro. Lo impresionante en esos espacios sofisticados es que la sencillez puede más con la complejidad técnica: un cuchillo o un machete pueden derrotar las armas más especializadas Algo esencial que está presente en los mundos intergalácticos de nuestra referencia es que la condición humana es una rareza que merece ser conservada en medio de la catástrofe cósmica.

En un cuento de Páez se llega a juzgar a los humanos por una situación incomprensible para los seres del futuro: los humanos pueden sentir afectos, y por ellos la tierra tiene la apariencia de un planeta terrible. Los extraterrestres, en cambio, no logran medir emociones ni pasiones. De esta forma, en un cuento magnífico que se

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desarrolla en medio del carnaval de Guaranda, los seres de otras edades cosmológicas luchan contra las pasiones, y para ello se convierten en "vampiros" que absorben la energía humana. En Naranjo esta visión se complementa con la insistencia de que el pasado terrestre está conformado por miserias humanas, lo que hace que los seres del futuro califiquen a la nuestra como una era de necios.

En este contexto se dan las disputas entre la tradición y el cambio. En un atractivo relato de Naranjo unos científicos del siglo XXI emprenden una desesperada búsqueda por una historia entre los seres desamparados de pasado (pues lo han perdido en la colisión del cometa Mefistos), e incluso deben tratar de descifrar algunos textos de los llamados cronistas de la crisis. En esa sociedad semi-destruida se constituye una orden de los recordantes que está en permanente lucha contra el olvido, que aparece como contagioso (el olvido es una condena en los casos en que es necesario reprimir socialmente a alguien).

Uno de los planteamientos más atractivos de ambos libros es la presencia de dimensiones ocultas con respecto a nuestras propias urbes, pues las ciudades más cercanas al Guayaquil y al Quito de hoy esconden otras bajo la forma de ciudades subterráneas. Ciertamente, aún en mundos de dimensiones conocidas , hay caras de las ciudades que no conocemos o que conocemos muy mal.

En Páez, el protagonista de uno de los cuentos descubre una red de habitantes subterráneos que perviven bajo de la ciudad colonial. El centro histórico de Quito se convierte, así, en el sitio propicio para mostrar una tradición debajo de otra. La ciudad colonial es únicamente un piso para la ciudad moderna y un techo para otra ciudad minúscula dentro de la gran ciudad. (8)

Otro de los textos de Naranjo ocurre mientras unos pilotos especializados del siglo XXIV sobrevuelan Guayaquil, que se encuentra sumergida. Varias veces las aguas la han cubierto, y se han retirado, pero aparentemente se ven señales vitales debajo de esa ciudad. Una de las escenas de mayor peso simbólico habla de una coordenada luminosa debajo de las aguas. Cuando los científicos buscan alcanzar una mejor perspectiva, descubren mediante refinados sistemas que se trata de la estatua que en Guayaquil se levantaba al general Eloy Alfaro, que sigue emitiendo una gran dosis de energía. (9)

Esta discusión nos conduce a otra de mayores proporciones acerca de los mundos posibles o la existencia de los mundos paralelos. En un cuento de Páez un hombre ha recibido una extraña herencia que se asemeja a un basurero: una casa en ruinas. Allí hay una biblioteca que se ofrece como un lugar de interconexión de varias dimensiones gracias a un libro. Este hombre descubre un poema del libro Unción de José María Egas, que le suena familiar pero se da cuenta de que la nueva versión de este libro -con características del siglo XVI- su texto ha sido extrañamente cambiado. Poco a poco queda aclarada la presencia no de uno sino de dos libros que, aunque distintos, siguen una estructura semejante. De esta manera, el libro se convierte en prueba cabal del mundo paralelo.

Así, literatura es un discurso que puede actuar como una precaria fábrica de realidad virtual. Si la realidad virtual del multimedia de hoy consiste en dolarnos de la capacidad suficiente de sensibilidad en los tejidos nerviosos que afectan nuestro tacto y nuestra vista, la literatura -de modo artesanal- ya ha venido haciendo eso mucho

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tiempo atrás, por lo que podemos pensar que el texto poético es, sin duda alguna, el antecedente más inmediato de estos mecanismos de transportación hacia otros mundos. El procedimiento de la realidad virtual hoy nos asombra,(10) pero la literatura lo ha venido haciendo por siglos y siglos. La literatura se ha provisto de la capacidad de producirnos otras sensaciones, y de acercamos a otros afectos desconocidos. Sin duda, es valiosa la experiencia personal de la vida, pero las palabras de la literatura conservan también una dimensión tal, casi mágica, que nos permite ver más allá de donde se queda la fisiología de nuestra visión.

Quiero destacar que estos cuentos insisten en el valor inmensurable de la palabra humana, que no sólo tiene un rasgo curativo -como en el caso del shamán que ordena y restaura el orden del mundo y de la galaxia con conjuros, cantos y oraciones- sino que están marcados curiosamente por un obsesionado anhelo de decirnos que la palabra humana es fundamental en nuestras vidas.

Santiago Páez ha escrito probablemente uno de estos textos más significativos de este proceso que comentamos. Se trata del cuento "Amaru, poeta de Shyric". En la guerra intergaláctica, los residuos de humanidad están al borde del colapso total frente a unas máquinas que se han desarrollado características extraordinarias y que llevan ya siglos de rebelión contra sus creadores, de características humanas. Nada hay que pueda detenerlos. A punto de pactar su rendición, el dictador intergaláctico logra rastrear una pista porque ha descubierto -en un pequeño planeta llamado Baktin- una ciudad llamada Shyric donde existe una pequeña comunidad tecnológicamente menor que sobrevive frente a las amenazas diarias de las máquinas pues éstas no pueden contra ellos. Un soldado de avanzada, que ha muerto en el intento de descubrir el secreto de semejante arma, ha dejado su último y confuso mensaje: dice que esos sobrevivientes combaten con palabras.

Uno de los anuncios más aleccionados frente a estos mundos horripilantes que se avecinan es que siempre habrá una cofradía de guardianes de la palabra. Hay allí un libro de páginas amarillentas que ha sobrevivido durante años. La lectura de este libro altera a los robots. En los humanos que lo escuchan, en cambio, provoca "extrañas condensaciones neuronales, peculiares estructuras de pensamiento, estados del alma". El texto que contiene el libro es el poema "Los sentidos" de Julio Pazos. El dictador hace que lean el poema usando la estratagema de anunciar su rendición por medio de un micrófono intergaláctico. Por supuesto que el imperio de las máquinas se derrumba y renacen proyectos de restauración de la vida humana.

El poema entonces alcanza un fabuloso efecto intergaláctico. Imaginemos, en los siglos venideros, una voz poética que atraviesa barreras espaciales y temporales y que retumban en pleno universo en expansión. Esta metáfora convoca sin duda a restituir un plus de valor a la palabra humana. Pensemos en que tal metáfora nos reafirma la idea de que la dimensión imaginativa de la palabra humana será una de las armas con la cual sostener los combates en el futuro.

FERNANDO BALSECA

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(1) Quito: Abrapalabra-Planeta, 1994. (2) Quito: Abrapalabra-CCE, 1995. (3) Esto se lo he oído decir, en diversas circunstancias y contextos, a Jorge Enrique Adoum, Miguel Donoso Pareja, Iván Egüez, entre otros escritores. (4) El interés futurístico es de todos y anda por cualquier parte. Como una muestra de lo que pasa a nivel de la cultura de masas debe escucharse la canción "Año 2000"que interpreta en nuestros días Miguel Ríos en el álbum De colección. Madrid: Polydor, 1994: "Año 2000, llega el año 2000/ y el milenio traerá un mundo feliz,/ un lugar de temor,/ simplemente no habrá una/ vida en el planeta". (5) Para corroborar que esta preocupación por el futuro se da en todos los niveles de la cultura y de vida cotidiana están los consultorios sentimentales, los horóscopos, las lecturas de la mano, las pólizas de acumulación a mediano y largo plazo, las inversiones, la compra del billete de lotería, los testamentos, las cremas humectantes, los seguros de desgravamen, etc. (6) Tal vez uno de los libros que más ha popularizado este tópico es el de David Attenborough 1984. The Living Planet: A Portrait of the Earth. Boston-Toronto: Little Brown & Company. Más recientemente, e incorporando las experiencias alcanzadas gracias al satélite COBE, se puede consultar nuevos alcances de esta teoría en John Gribbin 1994(1993). En el principio... El nacimiento del universo viviente. Madrid, Alianza (trad. Jesús Unturbe). Sobre la heterogeneidad del universo, lo que permitiría desplazamientos no explicables bajo la lógica terrestre -el hecho de que el cosmos no es homog&eacutte;neo en el espacio y el tiempo-, puede verse en George Smoot y Lekeay Davidson 1994 (1993). Arrugas en el tiempo. Bogotá Cofreces-Círculo de Lectores (trad. Néstor Miguez y J.A. Gonzáles). (7) Un antecedente nacional inmediato a esta visión caótica del mundo ya estaba en el cómic Ficciónica, editado en Guayaquil por J.D. Santibáñez (que tuvo dos números que debieron salir entre 1991 y 1993) (8) En otros contextos, este planteamiento está ya ficcionalizado en Italo Calvino 1995 (1972). Las ciudades invisibles. Madrid. Siruela (trad. Aurora Bernárdez) (9) Es sin duda una metáfora interesante puesto que en 1995 se conmemoró el centenario de la revolución liberal en el Ecuador. (10) La discusión y polémica en torno al concepto y la representación de la realidad virtual puede verse en Claude Cadoz 1995 (1994) Las realidades virtuales Madrid Debate Dominós (trad. Flavio Puppo).

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LOS LOBOS DE UMBRÍA

Jorge Valentín Miño

Desaconsejable es visitar las riveras clandestinas del mausoleo gótico de Umbría porque los hipnóticos cantos lobunos se filtran desde los bosques aledaños. El crimen a Benefactor Constante se aclaró por el simple detalle del anudado de sus zapatos: comparativamente, al contraponerlos a unos deportivos que se encontró al allanar su hogar, el anudado había sido hecho desde afuera; se concluyó así que se detuvo a lustrarse los zapatos y el limpiabotas le rehizo los nudos. Resultó ser uno de los cinco muchachos que lustran calzado en la Estación de Carrozas quien identificó fácilmente esos mocasines: caobas, tersurizados, remaches al punto de broca... «Su dueño tenía harta barba y un paraguas de cuya punta abusaba para golpear la baldosa como si asestara mandobles a imaginarias cucarachas transeúntes. En el lapso de la lustrada es que le advertí rasgos clónicos. El extraño se esforzaba por parecer humano, pero siempre le delataban, sino su cara oculta tras un sombrero saucesco, la afectación de su voz que salía de entre dientes cascabeleantes, con grave acento perruno». En realidad allí no es muy importante esto, cuando los clientes poseen la tarjeta azul en sus solapas que los resalta como hombres defectuosos por anomalías físicas, pero en ningún caso resultantes de clonaciones ilegales. El extraño pagó con una moneda de cobre y un gruñido sin intenciones de ocultamiento. En realidad no parecía malo, estaba bien alimentado y tenía en su ropa el tufo de humedad retenida en la lana de borrego. Me llamaron la atención sus perdidos ojos negros dentro, muy profundo de sus cuencas orbitales, casi sin brillo —el declarante llevó sus manos a la nariz para percibir aún el latente aroma. Ordené le tomen una muestra de las moléculas odoríferas para el análisis—, resultó inquietante el rebote de la única luz de la estación que le calaba perfectamente en las pupilas, como un clavo de acero sobre una pared de cartón. Entonces, maravillado del nuevo resplandor de sus zapatos, se alejó orgulloso, taconeante por el túnel que conduce a los andenes; luego ya no lo volví a ver sino en las fotografías de los periódicos de crónica roja».

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—¡Éstos son! —dijo al mostrársele el cartón con los charolados zapatos y añadió, antes de volver a un silencio que le ha durado meses—. Esos zapatos parecían vivos. Al manipularlos, experimenté igual sensación de cuando, asalariado en el matadero, debía sostener las arterias de los cuellos sangrantes de los hipopótamos descabezados y bramaban esas venas trepidantes con el embalse roto; un trabajo digno de un bombero para no caer de espaldas, con el empuje de esos zapatos que parecían mangueras a tope en un incendio. Un cuero extraño, palpitante. ¡Ah... la moneda! La traigo aquí.

Sacó el cobre de su bolsillo de la pechera para enseñarlo a contraluz. Pedí que la ponga sobre la mesa. El disco emitió un sonido acristalado a pesar de ser metal contra madera el golpe. Noté que llevaba de un lado la efigie de Nicodemo V y del otro lado una de las hermanas Brönte —Emily me confirmaron luego los de balística—. De esas monedas sólo se emitieron una docena, de prueba, que nunca entraron en circulación; las nueve restantes las conserva el Museo Real de La Devinière, la otra —ésta— la perdió Jimmy Carter en una visita no oficial a La Habana; de allí perdemos itinerario hasta este fatal día.

Benefactor Constante era el vigésimo tercer clon de un científico del siglo pasado que entregó su vida —merced a una beca John Varley— a la tarea de desentrañar cuál de las nieves del mundo era la más blanca. A su muerte, tras paradójicamente atrancarse con un granizado de uva, había dispuesto que fuera clonado para que sus predecesores continuaran con la investigación. Ya llevadas diecinueve generaciones, tenía dos nieves finalistas: las del Japón y Siberia. Sabemos que Benefactor Constante ya tenía desentrañado el misterio cuando falleció.

El cementerio estaba en uno de esos días menstruantes, digo yo, porque las lozas de mármol rosa, bajo la luz menguante, daban un elixir colorido de encendido bermellón, casi plaquetarios. Vi a los lobos raspar sobre las tumbas en busca del oro constitutivo de prótesis dentarias, aunque; cabezas de bastón, botones dorados, cajas áureas de rapé, cualquier cosa que brille estaba bien para esos lobos clonados con cuervo. De mejor calidad encontraban lo que cogían si tal resplandor exhalaba merced a las débiles luces oxigenadas por las sombras. La Umbría, en las postrimerías del siglo XXII, sufrió el abuso tecnogenético: florecieron los híbridos con el cruce desaprensivo, básicamente entre reinos vegetal y animal, que alcanzó límites macabros. Inocentes criaturas eran exterminadas, incineradas en pilas cónicas luego de ser pasadas por las armas, víctimas de «errores» de bioformación: calabazas parlantes, berenjenas con lenguas de serpiente; mujeres con cabellos de lombrices que, sentenciadas a la inmovilidad, carecían de un vivo desinterés por la motricidad que se manifestaba en sus miradas tachonadas al piso. Pero... no todo fue desaciertos; allí mismo nació el fibrolenguado, un leguminoso injerto de pez y mazorca que salvó al Asia luego del aislamiento mundial a causa de esa mutación de la Gripe Alfa. ¿Por qué Umbría? Será que las «aberraciones», como las llama el alcalde, ya no tienen nada que aportar, después de haber enriquecido a muchos con esos tours-terror que organizaron los desaprensivos para explotar a las criaturas, captando hacia la ciudad masas itinerantes de turistas que pagaban por ver las deformaciones transitar a pleno día. Luego vinieron los moralistas y una fracción de la tecnoiglesia a presionar a la cámara de nobles para que santificara con leyes la eliminación progresiva de estos pobres de Dios. Aún hoy, es común toparse con esas decadentes criaturas, todo por casualidad: sentado a la barra de una taberna, se puede advertir sobre los mostradores a diligentes hormiguillas con cabezas de elefantes bonsai. Puede ser que, virando en tricibus por algún recoveco de sus calles empedradas, se vea emerger de alguna ventana, a ras de piso, a extrovertidos cangrejos con manos humanas en vez de los grupos de patas y tenazas propias de las centollas originales. Inclusive, muchos desocupados se entretienen tomando las huellas dactilares que dejan a su paso especímenes y, tras compararlas con los archivos digitales, se maravillan al constatar el rostro en las fotografías de los dueños correspondientes a esas porciones de ADN cruzadas con las nécoras. Lo más común en esta alquimia carnal es abrir arcones arrumados en sucias buhardillas hogareñas, donde se apelmazan las cosas antiguas, y encontrar gatos sin pelo embutidos en recipientes cúbicos y transparentes; palangana donde las carnes del felino han crecido hasta adoptar la forma de su receptáculo, con un solo orificio para las evacuaciones y una tapa que los sella a presión. Cubos de material transparente, para que los gatos presos

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hagan la infrafotosíntesis, es decir; arranquen energía de las sombras como un nogal lo haría sirviéndose del sol. Animalitos concebidos para reemplazar a los floreros en las casas protopostmodernistas.

Benefactor Constante fue uno más de los ajusticiados en esta llamada «limpieza social». Sabemos que un clon de sexta generación es ya una copia burda del original. Para la sexta, apenas se mantiene la capacidad cerebral, pero las otras funciones van tomando camino propio, imaginemos al occiso en su etapa número veinte del proceso, apenas alimentado para que concrete la investigación.

No se presentarán cargos al culpable; dice que lo confundió con uno de los aborrecibles y que además no llevaba la advertencia de su tarjetita azul adherida al ojal de la camisa. Era un hombre, no un híbrido, pero hasta un niño de escuela podría confundirlo y atacar, con el visto bueno de las autoridades ecuménicas, cito: Art. 5 de la Tercera Enmienda a la Mancomunidad Global: «Cualquier terrícola está facultado para eliminar, sin tortura, a las entidades, incluyendo las zoovegetales, engendradas por manipulación genética y cruce no oficial de cadenas vitales. Cumplido el acto, se deberá notificar a las autoridades la ubicación de la entidad para que los departamentos de Sanidad Pública procedan a la cremación; caso contrario, de no reportar al interfecto, se considerará un crimen y por consiguiente se remitirá al culpable a las leyes vigentes sobre aniquilación de especies».

Afortunadamente, Benefactor llevaba instalado en sus ojos un modelo coreano de la serie Parpatronix; esas cámara de fotos oculares que con el mínimo de esfuerzo se adaptan como lentes de contacto y transmiten, en cada pestañeo, un fotograma al tambor de almacenaje instalado al cinturón del usuario. Benefactor había parpadeado bastante su día postrero, el laboratorio se hizo con cerca de 28 800 fotografías. Desde la 8 400, que corresponde a las siete de la mañana, hasta la 12 000 que concuerda con las diez de la mañana, se pudo constatar su desplazamiento: primero a desayunar coelacantos en la riada que da al graderío sur del templo a Von Biskmark, lugar donde la comunidad hindú baja a realizar sus abluciones; lo vemos sumergirse, sin ser advertido, para separar con sus garras las valvas, adheridas al fondo asfaltado, donde antes del diluvio surcaba una carretera de sexto orden. Emerge, tras una hora dedicada al vagabundeo intestinal y en cierta patética escena se lo ve chupando las ocultas ubres de las vacas, por encontrarse sumergidas en el agua hasta las mismas ancas y sin ser advertido, por los feligreses, se atiborra de leche. Emerge con la panza llena y los fotogramas muestran un vistazo que echa a su barriga inflada, donde los botones delanteros —prueba número siete mil cien encontrada río abajo— saltan reventados por la presión del alimento. Las siguientes dos horas las dedica a secarse; se tiende en un cable de terraza de un solar periférico y sólo brinca en espasmos controlados para corretear algún ternasco que detiene su marcha junto a putrefactas flores pestilentes (heno y borgoña). Ya seco, es que va a lustrarse el calzado. Allí, apoltronado toma el Bagdad Review, lo abre de par en par sobre su cara para tapar su rostro, desconfía del lustrabotas y no le dirige la palabra sino apenas escuetas miradas para valorar su trabajo, tiempo suficiente para fotografiarlo, de tal manera los fotogramas, del 10 800 al 11 400 muestran al asesino.

Su crimen habría pasado desapercibido de no ser porque era un hombre consagrado a la ciencia, de él dependía el esclarecimiento de uno de los debates más apasionados de este finales de siglo. Estaba tras la pista y ahora poseía las verdaderas razones por las cuales la nieve del Japón era más blanca que la de Siberia. Los fotogramas 11 401 a 11 423 están en blanco —velados—; otra posibilidad para que hayan aparecido en blanco es que miró un cubo de nieve por un gran intervalo antes de la hora de su deceso. Los fotogramas posteriores son rojos y cubren la fatal herida de su cuerpo. El fotograma 11 428 ya no existe, es testimonio de que cerró los ojos definitivamente a las 4:55 entre la segunda y tercera lunación.

Yo llegué a estas tierras con la sola intención de grabar sus memorables goteras; es conocida esta región por sus tradicionales lobos y por sus célebres grifos de agua. Verdaderas sinfonías

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que persisten aún ya cerrada las válvulas y se acumulan por los siglos, haciendo posible escuchar goteos de la misma época en que Robellier decapitó al Sultán Almánzor. «¡Sangre!» «¡No.. agua! El goteo es de agua, no de sangre» —aún discuten así los entendidos—. Una cosa sobre la que ya no discutirán los bandos es sobre las investigaciones de Benefactor. Tengo en mi poder sus anotaciones, ha sido apresado su verdugo: un publicista neoyorquino que había lanzado una campaña en favor de un ultradetergente y había asociado la promesa básica de blancura inimitable con las nieves perpetuas de Siberia. Viajó hasta Umbría para eliminar al investigador que en poco iba a demostrar públicamente la mayor blancura de las nieves japonesas. El manuscrito revelador, un diminuto párrafo en una servilleta, me llegó por casualidad momentos antes de sentarme a escribir esta crónica, salió de las ventoleras rasantes mientras yo exprimía unas naranjas en la cocina, avanzó de lado, prensada entre los dedos índice y medio del bloque derecho de esos cangrejos mutantes que he citado; el protomarisco subió con la carta entre sus patas, que en realidad eran dedos humanos y me la extendió. Sequé mis manos para tomarla y el mensajero huyó vertiginoso para perderse bajo la ventolera opuesta. Miré hacia los lados y a las ventanas del condominio de enfrente, por si alguien hubiese observado el momento de sociabilización con esa cosa; estaba obligado a eliminarla, luego volví sobre la carta al no percibir a nadie. Me maravillé con lo que decía, revelaba el final de sus investigaciones. Por simple juego, casi por inercia, tomé las huellas de este visitante —dos manos laterales con caparazón escarlata—. Al comparar las huellas con el banco de datos, correspondían a las manos de Benefactor. Miré su foto en la pantalla como había sido veinte generaciones atrás, lucía despabilado y bondadoso, joven y de mirada ausente.

Mañana el mundo conocerá el resultado de sus investigaciones. Publicaré en el «Io Magazine» este diálogo explicativo marcado en la servilleta.

Cito las conclusiones del profesor, texto elaborado en diálogo entre dos seres ficticios, posiblemente se trate de sus asistentes:

—La nieve de Japón es más blanca que la de Siberia.

—Será porque allá la luna refleja mejor la luz.

—No. He estudiado el fenómeno hace veinte generaciones. Se debe a que los japoneses se arrancan las canas y luego las arrojan sobre la nieve. En cambio los siberianos se las dejan en la cabeza.

Jorge Valentín Miño nació en 1966. Es publicista, docente de Redacción Publicitaria y Creatividad en la UNIVERSIDAD TECNOLOGIA EQUINOCCIAL de Ecuador. Ganador del Concurso 2003 de Ciencia Ficción promovido por la Revista Cubana Juventud Técnica. Publicó relatos en NGC 3660.

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Cómic Book (José Daniel Santibáñez)

La hibridación producida entre historietas y narración en prosa no es algo que se vea con frecuencia en las publicaciones ecuatorianas. Es por ello que el ‘Comic Book’ de José Daniel Santibáñez (Guayaquil, 1959) se constituye como una opción novedosa. La obra la integran 27 cuentos de cienciaficción, aventura y fantasía, en varios de los cuales un buen guión narrativo está acompañado por una producción gráfica original, en más de 300 páginas. Todos los dibujos que se integran en las historietas fueron hechos por el autor. Hay un uso constante de iluminaciones y sombras, en blanco y negro. Las historias que se cuentan en las narraciones, tanto las hechas en prosa como las ilustradas, tienen como pretextos para su desarrollo situaciones totalmente cotidianas, sin embargo, llevan consigo la marca del suspenso, de la intriga e -incluso- algunas de ellas del terror. La agilidad con la que están contados los relatos es producto de la experiencia que el autor tiene en el género. A fines de los 90 editó la revista Ficciónica, donde empezó a plasmar sus historietas.

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CAMINOS PARA LA LITERATURA FANTÁSTICA EN NUESTRO PAÍS

Por Santiago Páez

¿Podemos hablar en nuestro país de Literatura Fantástica sin que esta sea una copia de lo producido por los anglosajones, de Tolkien o de Bram Stocker?

Para hacerlo, deberíamos remitirnos a un antecesor ineludible: el Realismo Mágico, un producto estético de Latinoamérica que mixtura el Realismo Fantástico europeo, proveniente del surrealismo, y el Realismo Maravilloso –el de los Cronistas de Indias-, generado por el descubrimiento de la realidad hispanoamericana, funda una peculiar forma expresiva, intensa y barroca en la que, sin solución de continuidad, coexisten lo real y lo mágico. Quien intente hacer Fantasía en Sudamérica, debe saber que trabaja sobre el terreno que desbrozaron los autores del Realismo Mágico.

Señalemos, también, que al hablar de Literatura Fantástica, estamos refiriéndonos a uno de los géneros de la narrativa; José I. Ferreras, afirma que lo que permite definir los géneros es la mediación que los

constituye. En el Realismo, media la idea de la sociedad, sus procesos y luchas, en la novela de Aventura median lo lejano y lo exótico. En la Fantasía (como en los Realismos Mágico y Maravilloso) media con todo su poder el mito.

Los autores ecuatorianos de la última generación consolidada (por ejemplo Leonardo Wild, Gabriela Alemán, Edgar A. García o J.D. Santibáñez) nacidos entre 1955/1970 han seguido, a veces, el derrotero de la Literatura Fantástica, que trazara Jorge Dávila con sus Historias breves y fantásticas (y que inaugurara en nuestro país, con algunos de sus cuentos, César Dávila). Wild, Alemán, Santibáñez y los otros hacen ciencia ficción, fantasía, aún thrillers ecológicos, y ubican sus relatos, siempre irónicamente, en campos cercanos al cómic, la narrativa policial o la de aventuras. Luego, parece claro que en nuestro país se hace una literatura cercana al género de la Fantasía.

Reformulando a la pregunta que inicia este artículo, nos podríamos inquirir: ¿Puede

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una literatura como la Fantástica participar, incidir en el proceso de construcción de nuestra identidad?

Sí. Y esta incidencia tendría al menos tres proyecciones.

Podremos usar los mitos ajenos liberadoramente si nos apropiamos de ellos y los modelamos a nuestra imagen. Aún podemos apropiarnos de ellos impugnadoramente, cabría, por ejemplo, una parodia de Superman viviendo en nuestros barrios miseria… Este camino –con mitos como el del hombre lobo- lo ha seguido Gabriela Alemán dentro de una poética muy propia y brillante. J. D. Santibáñez con su superhéroe urbano Pedestrian logra historias muy divertidas e intensas.

Podemos, también usar para nuestras invenciones narrativas nuestra mítica que es tan rica y sugerente como cualquier otra: historias sobre los seres fabulosos de la Sierras y la Amazonia, sobre el Riviel en Esmeraldas o los caminos de los Yumbos en el subtrópico… Esta senda la ha seguido Edgar A. García, en su literatura infantil.

Finalmente, una de las vías que parece más interesante implica regresar al Realismo Maravilloso, de los cronistas y primeros historiadores, y construir historias. Basta tomar, como universos para fabular, los presentados por el padre Juan de Velasco; en su Historia coexisten animales fantásticos como el Quimsa ñahui una especie de cánido con tres ojos cuyo tercer ojo brillaba en la noche y que los indios usaban para alumbrar los caminos, personajes fabulosos como los famosos “gigantes sodomitas”, o plantas imposibles como aquellas cuyos frutos se transforman, con el paso de las estaciones, en insectos de patitas temblorosas…

(Tomado de http://elquirofano.blogspot.com/2007/12/caminos-para-la-literatura-fantstica-en.html)

SANTIAGO PAEZ GALLEGOS (Quito, 1958) Novelista, catedrático universitario, crítico, antropólogo y comunicador social. El novelista Raúl Vallejo afirma que este autor "ha configurado en Profundo en la galaxia un universo narrativo en el que la problematización acerca de la tecnología del futuro y la presencia reelaborada de elementos culturales indígenas en relación conflictiva a veces, subsidiaria en otras, constituyen una novedosa y bien trabajada amalgama, para la construcción de un discurso narrativo propio."

BIBLIOGRAFÍA

Novela: La reina mora (Quito, 1997); Los archivos de Hilarión (Quito, 1998); De shamanes y reyes (Quito, 1999); Condena madre (Quito, 2000). Cuento: Profundo en la galaxia -Premio "Joaquín Gallegos Lara"- (Quito, 1994). Ensayo: Metodología de investigación en literatura popular (Quito, 1987); Artículos de costumbres de José Modesto Espinosa, análisis socioliterario (Quito, 1988); !A la voz del carnaval! Análisis semiótico de las coplas populares (Quito, 1991). Consta en la antología: El cuento ecuatoriano de finales del siglo XX (Quito, 1999).

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ÁNGEL Víctor Xavier Cruz C.

... y al caer la noche escuchaba sus pasos al acercarse y mi corazón se aceleraba. Odio. Amor. Temor. Sobre todo, temor. En ocasiones, incluso terror.

Un hombretón en sus últimos cuarenta, embrutecido por el alcohol, los celos, la envidia y treinta años como portero en una escuela pública.

A veces llegaba y se dirigía directamente al destartalado refrigerador a buscar su cerveza. Cuando se acababa husmeaba por la casa hasta encontrar algo que la remplazara. Tequila. Whisky barato. Aguardiente. Lo que fuera.

Otras veces llegaba con una pelota para mí o quizás un dulce para Ángel. Entonces nos llevaba al parque y nos enseñaba los juegos de su niñez y volábamos cometas hechas de papel o jugábamos a escondernos y él corría con nosotros y ayudaba al pequeño Ángel a subir a los árboles y si llovía volvíamos a casa y nos enseñaba a hacer girar trompos, a fabricar yoyos o se sentaba en el suelo a modelar figuras con la plastilina que robaba para Ángel en la escuela donde trabajaba. (Ángel adoraba esa plastilina. Mezclaba los colores y los convertía en una masa gris con la que jugaba durante horas. Y, después de jugar, jamás destruía las figuras que hacía. Una vez pisé una sin querer y no me habló durante el resto de aquel día).

Era en aquellas ocasiones cuando le odiaba más que nunca. Más que cuando estaba ebrio. Más que cuando nos gritaba sin motivo. Más que cuando nos golpeaba salvajemente. Lo odiaba porque nos hacía amarlo. Y eso era lo más cruel de todo. Lo amábamos.

No pedía ayuda. ¿A quién habría podido pedírsela? No teníamos más familia. Mamá se había ido años antes, sabedora de lo que le esperaba de haber seguido con aquel hombre. No la puedo culpar. Yo tenía sólo diez años y Ángel aún no iba a la escuela, ¿cómo habríamos podido huir?

Aquella noche llegó a casa de mal humor y al poco rato ya se encontraba en el viejo sillón con una botella en la mano, en calzoncillos frente al televisor. Yo leía las

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historietas que un amigo de la escuela me había prestado y Ángel jugaba con sus plastilinas junto al sillón.

Las horas pasaron y determinada sensación, cierta electricidad en el aire, me decía que algo iba a suceder. Los vellos de mi nuca y brazos se erizaban sin motivo aparente. Al cabo de un rato ya no podía concentrarme en las historietas.

Él se había quedado dormido, borracho, cuando de pronto un anuncio comercial particularmente ruidoso en la televisión lo despertó. Eso siempre lo hacía enfurecer. Miró a su alrededor y al ver a Ángel jugando en el suelo empezó a gritarle por haberlo despertado.

Ángel no se molestó en negar la acusación... ya sabía que siempre era mejor dejarlo

desgañitarse.

Entre maldiciones, le ordenó que le llevara “su mejor botella” antes que le diera una paliza.

Al igual que yo, Ángel comprendió que se refería a la botella de whisky que guardaba desde hacía semanas en la alacena. El pobre aún no sabía leer pero ya había aprendido a distinguir las etiquetas de las botellas de licor.

La alacena, sin embargo, estaba muy alta para él. Me levanté para alcanzarle la botella pero él me detuvo con un grito. Quería que “el mocoso hiciera algo útil alguna vez”.

Ángel tomó una de las tres sillas que teníamos en la casa, la llevó junto a la alacena y se subió a ella. Abrió la alacena pero la botella se encontraba en el estante superior y aun de puntillas sobre la silla le faltaban unos centímetros para alcanzarla. Se inclinó todavía más, llegando a rozarla con las yemas de los dedos.

Mi cuerpo se hizo un nudo, cada músculo deseando bajarlo de ahí y agarrar la maldita botella.

Inevitablemente, la silla resbaló hacia atrás y Ángel cayó hacia adelante golpeando su barbilla contra el mesón de la cocina. La botella cayó también y se hizo añicos contra el piso.

Instantáneamente la casa se llenó de olor a whisky.

Corrí hacia mi hermano pero él llegó antes. Me apartó de un manotón y levantó a Ángel por la camiseta hasta la altura de su rostro.

Ángel apenas se recuperaba de la sorpresa de la caída y aún no atinaba a llorar. Pude ver que el golpe le había partido el mentón y abundante sangre chorreaba de la herida. Habría necesitado varios puntos para detener la hemorragia.

Entonces él empezó a sacudirlo y a gritarle que era un torpe, un inútil y otras cosas. Aún asiendo a Ángel se agachó y recogió lo que quedaba del cuello de la botella. Se irguió y acercó el vidrio al rostro de mi hermanito, que para entonces ya berreaba, más por miedo que por dolor.

Yo estaba seguro de que lo iba a herir y me lancé hacia él gritándole que lo dejara, que lo dejara, pero él volvió a apartarme con la mano en la que sostenía el cuello de la botella, haciéndome un corte en la mejilla.

Soltó el vidrio y agarrando a Ángel con ambas manos, lo lanzó hacia delante. El cuerpo no cayó con el seco “POF” que habría esperado. Más bien sonó como el crujido húmedo de un huevo al romperse.

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Un sonido horrible que aún escucho a veces, por las noches.

Alrededor de su cabeza el suelo empezó a cubrirse de sangre.... quise creer que era la que salía de su barbilla.

Grité, y sin pensarlo me interpuse entre ambos, dispuesto a no dejar que lo volviese a tocar. Él se enfureció todavía más. Su cabello estaba revuelto y tenía un brillo asesino en los ojos. Supongo que yo me veía igual.... o a lo mejor peor con la sangre manando de mi mejilla.

No di batalla. En cuanto se acercó, sujetó mis brazos a los costados, me levantó y me lanzó con fuerza hacia la pared. El golpe en la espalda me dejó sin aliento. El golpe en la cabeza, inconsciente.

Lo siguiente que recuerdo es estar tumbado en el piso. La cabeza me daba vueltas. Apestaba a whisky. Me dolía respirar. Tenía dos costillas rotas, pero eso no lo sabía.

Ángel seguía en el mismo lugar donde él lo había arrojado. Su cabeza yacía en medio de un charco marrón.

Él volvía a roncar en el sillón, con el televisor encendido y una botella de aguardiente sobre la panza.

Junto al sillón, las figuras de plastilina seguían tal como las había dejado Ángel. Figuritas grises que asemejaban hombrecitos, perritos, vaquitas y otros animales y monstruos que sólo Dios y la imaginación de mi hermanito habrían podido reconocer.

Al verlas rompí a llorar.

Mi visión se nubló.

Y fue entonces cuando las figuras empezaron a moverse.

¡Se movieron, lo juro! ¡No fue una alucinación! Empezaron a andar. Paso a paso, lentamente. Algunas se acercaron al sillón y otras se encaminaron a la cocina.

Al cabo de unos minutos, las primeras habían escalado el mueble y trepaban por el cuerpo dormido mientras las demás volvían de la cocina cargando consigo cuchillos, tenedores, un sacacorchos y la vieja navaja suiza con que él nos amenazaba a veces.

Yo observaba en silencio, entre brumas. Estaba fascinado, pero no sentía sorpresa.

Los objetos comenzaron a pasar de figura en figura hasta llegar a la que se encontraba en lo más alto, un hombrecito de plastilina de unos 10 centímetros de altura, de pie sobre el pecho. El hombrecito tomó uno de los cuchillos, lo levantó tan alto como pudo.... y lo introdujo con fuerza por debajo del esternón.

Inmediatamente él recuperó el sentido e inició un grito, pero otras dos figuras se introdujeron por su boca y nariz asfixiándolo a él y al grito, mientras las demás clavaban en su cuerpo el resto de objetos que habían traído de la cocina.

Ante mis regocijados ojos empezó a sacudirse tal como él había sacudido antes a Ángel, presa del terror, mientras la sangre surgía en espesos ríos de las numerosas heridas. Manoteó intentando quitarse las figuras de encima pero fue inútil. Por cada una que lograba apartar otra tomaba su lugar. Estiraba tanto los brazos que me parecía que sus manos iban a alcanzarme en mi lugar en la pared.

Para entonces parecía un fakir con cuchillos y tenedores clavados en su vientre, pecho, brazos e ingle. El sacacorchos colgaba de su hombro derecho. Ignoro por qué no

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intentó ponerse de pie. Continuó sacudiéndose hasta que finalmente una de las figuritas, un hombrecito tocado con una especie de sombrero, le perforó la carótida con la navaja suiza.

Mientras la sangre le brotaba a chorros del cuello su mirada se posó en mí. Durante un segundo eterno nuestros ojos se cruzaron, inmensos, y pude ver que toda amenaza había desaparecido de los suyos, reemplazada sólo por terror. Sé que lo último que vio al morir fue la sonrisa de satisfacción en mi rostro.

Cuando dejó de moverse, me arrastré penosamente hasta donde yacía Ángel y lo abracé, embarrándome con su sangre.

Sobre el cuerpo inerte de mi hermanito lloré y reí... lloré y reí.

Transcurrieron varios días hasta que los vecinos acudieron, atraídos por el hedor. Desde entonces he estado aquí, solo, en esta habitación tan blanca...

Aunque quizás no tan solo...

...tengo mis historietas y mis plastilinas y durante el día está aquella enfermera tan bonita que viene cada vez que necesito algo...

...pero por las noches está Ángel, siempre Ángel...

Víctor Xavier Cruz es un escritor ecuatoriano nacido en 1977, que actualmente reside en Guayaquil. Lee de todo, pero primordialmente Ciencia Ficción. Sus autores preferidos son Harlan Ellison, Robert Silverberg, Phillip K. Dick, Isaac Asimov, Theodore Sturgeon, Agatha Christie, Stephen King, Alejandro Dumas, H. P. Lovecraft, Charles Dickens, Jack Kirby, Jim Starlin y muchos más. Desde pequeño comenzó a escribir relatos y comics, el presente relato hace alusiones veladas al mundo del comic que esperemos sepan apreciar. Economista de profesión, ha colaborado con artículos en la revista Guiainet en Ecuador y está preparando dos novelas. Ángel apareció por primera vez en el fanzine español Reverso en noviembre de 2002.

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HISTORIA DEL CINE CIBERPUNK

1995: Tank girl Por Pablo del Moral

Aunque me acepto culpable de disfrutar intensamente de muchas películas universalmente consideradas como bodrios y pura basura fílmica, existen entre mis favoritas algunas que no considero realmente malas, sino incomprendidas.

Entre ellas podría mencionar "The Adventures of Buckaroo Banzai Across the Eighth Dimension", "Showgirls" y, evidentemente, "Tank Girl".

Basada en el comic británico del mismo nombre, "Tank Girl" sigue las aventuras de una exuberante e irreverente mujer en un futuro distópico donde, luego del impacto de un cometa, la Tierra se ha convertido en un desierto donde el agua es el mayor tesoro. Los últimos vestigios de civilización están representados por una malévola corporación, dirigida por el villano Keslee (Malcolm McDowell), quien controla (o intenta controlar) el suministro de agua. Pero los desiertos del planeta están habitados por pequeñas comunidades rebeldes que se oponen a la opresión de la corporación, y es en una de esas comunidades donde habita Rebecca (Lori Petty), quien presencia la destrucción de su hogar a manos de los soldados corporativos. Buscando venganza, la joven contraataca, y elimina a muchos soldados antes de ser

capturada. Keslee queda impresionado por la habilidad de la mujer, y le ofrece trabajo como miembro de su ejército. Rebecca rehúsa, por supuesto, y es condenada a trabajos forzados en las minas de la corporación. Entonces, con ayuda de un tanque semi-inteligente y de la tímida, pero mecánicamente hábil Jet-Girl (Naomi Watts), Rebecca escapa y, bajo el nombre de Tank Girl decide destruir la corporación. Sin embargo, sus planes se detienen cuando Tank Girl y Jet Girl son capturadas por los feroces Rippers, demoníacas criaturas responsables por feroces ataques en el desierto. Pero cuando se revela la naturaleza real de tales "monstruos", Tank Girl decide usarlos como aliados en la batalla, que podría determinar el futuro de la escasa humanidad independiente que aún habita el planeta...

Quizás esto suena como una especie de Mad Max disfuncional, pero en el fondo se trata de una comedia donde el humor gira en torno a las irreverentes e impredecibles reacciones que Tank Girl muestra respecto a su entorno, sus enemigos... y, por supuesto, su querido tanque. Nada en la película se toma en serio, y es ese irrefrenable humor y energía lo que realmente conduce la película. El guión es una mera excusa para hacer chistes y lucir la personalidad de la protagonista, aunque también hay bastante humor por parte de los "Rippers", que resultan ser canguros humanoides, con personalidades bizarras y graciosas.

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La actriz Lori Petty presenta una interpretación absolutamente perfecta de Tank Girl, convertida en un auténtico personaje de comic, pero de carne y hueso. Y no sólo me refiero a la caracterización física, con su exuberante vestuario y agresivo peinado, sino al sentido del humor que muestra, y el tácito entendimiento hasta de los más bizarros diálogos que el guión le asigna. Ice-T, como el canguro T-Saint, presenta su usual estilo "gangsta", que se complementa muy bien con Jeff Kober en el papel de un atolondrado perro-canguro, y con Reg E. Cathey como un filósofo-guerrero que sigue aún las enseñanzas de su ídolo, Jack Kerouac.

También de interés es la participación de Naomi Watts como Jet Girl, quien comienza como una tímida mecánica en las minas de los villanos, antes de que la influencia de Tank Girl la convierta en otra súper-heroína feminista, extrovertida y auto-suficiente.

Allá por 1995, la directora Rachel Talalay tenía en su haber dos películas francamente mediocres: "Freddie's Dead: The Final Nightmare", de 1991, y "Ghost in the Machine", de 1993. Pero no fue sino hasta "Tank Girl" cuando aparentemente Talalay floreció como una directora con la visión necesaria para extraer la esencia del comic de Jamie Hewlett y Alan Martin (quienes ahora, diez años después, regresaron a la fama como parte del equipo creativo de la

banda musical "Gorillaz") y traducirlo a la pantalla grande, con todas las herramientas audiovisuales posibles, ya que la película combina animación, cuadros del comic mismo y muy imaginativos efectos especiales (cortesía de los hermanos Skotak), que tal vez no sean muy realistas, pero que definitivamente embonan a la perfección en la excéntrica estética visual de la cinta.

Además, a modo de apología por el irregular libreto, la directora ha denunciado en numerosas ocasiones la influencia negativa que el estudio tuvo sobre su obra, obligándola a re-editar la película y cortar escenas importantes. Algunas de estas escenas se pueden encontrar en la página web de Talalay, y aunque es material en video de baja calidad, se puede notar el potencial de una "versión del director" de esta menospreciada película.

La música también es parte esencial de la experiencia, gracias a que la notoria Courtney Love-Cobain se encargó de supervisar la banda sonora de la película, creando un ensamble de estilos y canciones que van desde la melancólica "Roads", de Portishead, hasta un demencial número musical (con baile y todo) de la clásica "Let's Do It", de Cole Porter. Ice-T, desde luego, también contribuye con una canción que hace gala de su conocido estilo.

Creo que no es posible convencer a alguien, sólo con palabras, sobre las bondades que ofrece la película "Tank Girl". Hasta no verla se podrá saber si el espectador responde positivamente a la abigarrada

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combinación de irreverente humor, clichés de ciencia ficción, y un estilo tan energético que sus excesos se transforman simultáneamente en su principal defecto y virtud. La explosión del video casero ha abaratado mucho el calificativo de "cine de culto", pero "Tank Girl" es una de las pocas películas que genuinamente lo merecen. Y como tal, quizás no sea para todos los gustos, pero quienes logren asimilarla encontrarán una experiencia fílmica única y muy divertida. O, mejor aún, podrían verse inspirados para leer el comic original, aún subversivo y único a pesar de los años... por no mencionar que ya no verán a los canguros de la misma manera.

Ficha técnica (Tank Girl) Trilogy Entertainment Group, 1995 104 minutos

Dirigida por Rachel Talalay Escrita por Tedi Sarafian, basado en el comic de Alan Martin y Jamie Hewlett Editada por James R. Symons

Elenco: Lori Petty .... Tank Girl Ice-T .... T-Saint Naomi Watts .... Jet Girl Don Harvey .... Sgt. Small Jeff Kober .... Booga Reg E. Cathey .... Deetee Scott Coffey .... Donner Malcolm McDowell .... Kesslee

Imágenes cortesía de MGM