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PUNTUALIZACIONES SOBRE HENDAYA,
DESPUES DE MIS MEMORIAS
En mi libro titulado Entre el silencio y la propaganda, la Historia como fue.
(Memorias), en los capítulos XIV, XV y XVI, explico, creo que con detalle, con
precisión y, desde luego, con rigurosa exactitud, lo ocurrido en la conferencia de
Hendaya., en el encuentro entre Franco y Hitler; capítulos en los que hay
indudablemente, aparte de la relación de hechos, alguna aportación documental
interesante para la Historia, como son, por ejemplo, las cartas que Franco me enviaba
mientras yo estaba negociando en Berlín y, más propiamente, clarificando nuestra
actitud política en un momento en que, por motivo de las relaciones muy estrechas de
quien era ministro de Asuntos Exteriores, coronel Beigbeder, con la Embajada inglesa,
se había producido, más que desconcierto, irritación en Alemania, y de lo que Franco
temía, con razón, que pudieran derivarse las peores consecuencias. Me parece que las
cosas estaban claras y el tema serenamente tratado.
No obstante, con posterioridad a la publicación del libro, sin duda con buena fe
por parte de algunos (yo la buena fe en las gentes la presumo siempre, salvo prueba en
contrario; posición esta mía que no comparte Baroja)1, o con ausencia total de esa buena
fe en ocasiones -e incluso con la presencia de otros sentimientos- surgieron algunas
manifestaciones, aquí y fuera de aquí, pretendiéndose, por gentes que no asistieron a la
conferencia, dar testimonio directo de ella como si hubieran estado allí presentes; y
algunos, con buena o con mala fe -repito-, se permitieron elevar a dicha categoría de
testimonio directo tales manifestaciones.
Son la buena fe y la honestidad, la verdad, las que sólo han de mover en sus
trabajos a todo historiador digno de este nombre. La Historia concebida como
testimonio -los hechos como en realidad fueron- y no como medio para dar rienda suelta
a prejuicios hostiles, a la satisfacción de rencores, antipatías, cuestiones o intereses
personales. Los hechos históricos son inmutables; están por encima del tiempo y de las
circunstancias políticas; variarlos o, aún peor, ocultarlos, sólo servirá, al imponerse la
verdad, para desacreditar a los que así procedieran. Mentir en historia es tan vil como
jurar en falso en un juicio cuando por ese falso juramento pueda condenarse a un
inocente.
Aquí es válido el consejo de Eugenio d'Ors cuando dice:
«No cantes nada, no exaltes nada, no mezcles nada; define, cuenta, mide.»
Se ha llamado testigo de excepción de la conferencia de Hendaya a persona que no
estuvo en ella: Paul Otto Schmidt.
1 Pío Baroja, por boca de uno de los personajes de sus novelas, rectifica, agravándola, la pesimista frase
popular de «piensa mal y acertarás» en el sentido de «piensa mal y te quedarás corto». Sería triste que
esta frase, además de graciosa, correspondiera a una realidad; lo que, por otra parte, tal vez sea así, yo no
lo niego.
Sólo seis personas estuvimos en la conferencia de Hendaya: Hitler, Ribbentrop,
ministro de Asuntos Exteriores, y Gross, intérprete, por la parte alemana; Franco, yo,
Ministro de Asuntos Exteriores, y el barón De las Torres, intérprete, por la parte
española. Han muerto Hitler, Franco., Ribbentrop y el barón De las Torres. Creo que
también Gross. En tal caso, sería yo el único superviviente.
Pocas veces se podrá -frente a las falsas afirmaciones del funcionario alemán
Schmidt, que no estuvo en la conferencia, pero que la cuenta como si hubiera estado allí,
y que algunos historiadores, o simplemente cronistas, recogen- tener la oportunidad de
acompañar unos documentos de tanto valor probatorio como los que se unen a este
trabajo y son: la carta que me dirigió el barón De las Torres, de fecha 21 de noviembre
de 1972 -en plena vida de Franco- y los croquis que a la misma adjuntaba (pp. 204-208)
donde se precisa la colocación de las personas ante la mesa de la conferencia de
Hendaya, en sus dos partes, y que fueron: Franco, Hitler, Ribbentrop, yo, Gross,
intérprete de los alemanes, y el propia barón De las Torres, nuestro intérprete. Sólo esas
seis personas asistieron a la conferencia, y Schmidt, como afirma rotundamente el barón
De las Torres, todo lo que dice en sus Memorias es sólo de oídas, pues no me canso de
repetir que no estuvo en la conferencia ni un solo minuto.
El historiador, o simplemente el cronista, ha de despojarse de todo asomo de
orgullo, para rectificar sus aserciones o sus juicios cuando se le demuestre que carecen
de fundamento. La libertad en la verdad, como escribía Unamuno, lo que permite y aun
obliga, a denunciar confusiones o errores. (Esto aparte de recurrir a la Historia como
elemento literario, o para hacer la Historia que se hubiera querido.)
En varios artículos publicados por mí en el periódico El País situé en su punto
real los hechos esenciales que resumí así:
Primero. Que los alemanes tuvieron gran interés en empujarnos, aunque sin
violencia física ni malos modos -al menos en nuestra presencia, contrariamente a lo que
se ha dicho-, para intervenir en la guerra a su lado; ya fuera como beligerantes, ya como
sometidos, consintiendo el paso y vuelo de sus ejércitos por nuestro territorio, dado su
gran interés en la conquista de Gibraltar, a cuya posesión concedían, creo que con toda
razón, la mayor importancia estratégica.
Segundo. Que Franco resistió, y que nuestra política que yo califiqué de
«amistad y resistencia» libró a España de la guerra, pese a la vecindad armada, en
Hendaya, del III Reich victorioso; evitando así pasar de espectadores a actores en la
trágica contienda. Lo demás son conjeturas, hipótesis, palabras, cominerías; y estos son
hechos inconmovibles que sobrevivirán a aquéllas.
Por mucha que fuera nuestra humildad y la soberbia de los falsos historiadores,
nunca podríamos avenirnos a aceptar que no habían ocurrido, y en la forma en que
ocurrieron, las cosas y situaciones que presenciamos; que vimos con nuestros ojos y
escuchamos con nuestros oídos.
(Algunas palabras y calificaciones sobre la entrevista de Hendaya, recogidas en
ciertas publicaciones y artículos de Prensa no dejan de ser tonterías, y lo mismo importa
en su futilidad que las dijera Hitler, Paul Otto Schmidt o algún espontáneo profesor
americano que se tirara al ruedo. La afirmación de que en el Berghof -residencia de
Hitler en los Alpes austriacos- Von Ribbentrop condicionara mi conversación con
Hitler2 a que previamente llegara a un acuerdo con él es absolutamente gratuita, y, para
hacer las cosas seriamente, apelé, al leerla, a los recuerdos de Tovar a quien llamé a
Tubinga, y así me confirmó la inexistencia de tai condición.)
En cuanto a la referencia que se hizo a mi breve visita al vagón de Ribbentrop en
Hendaya, diré que tuvo un doble objeto: Primero, suavizar el ambiente, pues Franco
estaba indignado al volver a nuestro tren («esta gente, me decía, lo quiere todo sin dar
nada»), y en análogos términos, según supimos, se manifestaba Hitler con los suyos.
Segundo, la redacción del «comunicado» que había que dar a la Prensa del mundo, pues
era para nosotros algo importante y sumamente delicado, como le indiqué a Ribbentrop,
teniendo en cuenta la repercusión inmediata que iba a producir en Inglaterra, y
concretamente en mis relaciones siempre difíciles para obtener los «navicerts», con el
embajador Hoare. Algunos comentaristas de este encuentro y otras conversaciones
presentan -con gran aparato de referencias y fechas para deslumbrar al lector profano e
incluso al profesional del periodismo- «los memorándums» de los alemanes como si
fueran documentos fehacientes, con equivalencia a protocolos o actas notariales, cuando
en realidad no eran más que unos apuntes informales, unilateralmente redactados, sin
control ni intervención ninguna por nuestra parte, ni posibilidad de formular objeciones
ni señalar errores, porque no se nos daba de ellos vista y cuya redacción era obra del
intérprete Gross, hombre sin cultura a quien teníamos que corregir alemanes y españoles
en nuestros encuentros formales por su incapacidad para entender matices y aun puntos
sustanciales.
El profesor Tovar, con gran precisión intelectual, y específicamente de
dramático, así como el barón De las Torres, con su inteligencia natural y su soltura en el
uso de la lengua alemana –las dos grandes asistencias con las que, por fortuna, conté en
mis difíciles discusiones con Hitler y Ribbentrop- se desesperaron, como yo, más de una
vez, al ver la incapacidad de Gross para recoger cualquier matiz, tanto al trasladar
nuestras reflexiones a los alemanes como cuando nos exponía las suyas.
Se han hecho consideraciones sobre el propósito de Hitler de crear una coalición
continental contra Inglaterra de la que formaran parte Alemania, Francia, Italia y
España3: lo que no fue posible por los intereses contrapuestos en materia territorial.
Pero después de esta manifestación, que es cierta, algún comentarista, por su cuenta,
transcribiendo unas palabras de Hitler en la conferencia, quiere deducir de ellas que
Franco «las interpretó» como una petición de entrada en la guerra. La realidad es muy
distinta: no hubo lugar a ninguna interpretación, como no lo hay cuando las actitudes o
las palabras son claras -nulla est interpretatio-, según una conocida regla de
hermenéutica. Franco no tenía que llegar a través de ninguna interpretación a saber que
Hitler lo que quería era -lo que pidió- nuestra entrada en la guerra, pues nos manifestó,
de una manera clara y directa, que todo estaba preparado y que había que empezar.
2 Lo que no tiene sentido, pues había sido Hitler quien me pidió con urgencia si podía visitarle en aquel su
nido de águilas donde ¿descansaba? 3 Cosa bien distinta a la «Unión Latina» -España, Italia, Francia- que yo proponía en mis conversaciones
con italianos y franceses al objeto de contrapesar el exceso de germanismo que podía producirse
terminada la guerra. Por este motivo, y por mi tenacidad en mantener la política de «amistad-resistencia»
dentro de la «no beligerancia», me atacó sañudamente Hitler y también sus generales considerándome el
principal culpable de no entrar en la guerra. (Véanse páginas 285 a 289 de mi libro Entre el silencio y la
propaganda, la Historia como fue. Memorias.)
Planteamiento éste con el que ya se contaba, y la cuestión estaba para Franco en obtener
las compensaciones territoriales de constante referencia.
Desde siempre había estado establecida la relación entre la entrada, o no, en
guerra, y las concesiones, o no, de territorios. Estas exigencias territoriales las acabamos
convirtiendo en un seguro contra la intervención en el conflicto armado.
LA CARTA DEL BARÓN DE LAS TORRES
TRANSCRIPCIÓN DEL TEXTO DE LA CARTA DEL BARON DE LAS TORRES:
21 noviembre 1972.
Excmo. Señor Don Ramón Serrano Suñer
Madrid.
Querido Ramón:
Atendiendo tu deseo, expresado en tu carta de ayer, tengo mucho gusto en enviarte dos planitos
referentes a la colocación de las personas asistentes a la Conferencia de Hendaya, la 1ª en la mesa y la 2ª
a la colocación de las personas, todas de pie al dar Hitler por terminada la conversación, y en el momento
en que dirigiéndose en alemán a V. Ribbentrop le dice «Con estos tipos no hay nada que hacer».
El Sr. Schmidt ha escrito de memoria, o inventado lo que ha querido, pero que es completamente
falso, pues durante toda la Conferencia, sólo las 6 personas que se citan fueron las que estaban presentes y
el Sr. Schmidt entró en la salita de la Conferencia cuando ya Hitler había dicho la frase citada.
Ya sabes, me tienes a tu disposición para ampliar cualquier detalle que desees y esperando verte
pronto te envía un abrazo tu buen amigo.
LUIS LAS TORRES
La frase que dijo el Führer, ya de pie, dando por terminada la Conferencia fue la siguiente: «Con estos
tipos no hay nada que hacer» (en alemán Mit diesein kerln ist nichts zu machen), en forma airada y
molesta y de malísimo humor.
El señor Schmidt todo lo que dice en sus memorias es sólo de oídas, pues no estuvo en la
Conferencia ni un solo minuto, y llegó después de haber dicho Hitler la frase despectiva.
EL PESO DE LA MARINA
Las reflexiones del capitán de navío Espinosa de los Monteros son anteriores a la
entrevista Franco-Hitler; las del Estado Mayor del Ministerio de Marina a las que,
faltando al rigor histórico se les quiso atribuir el mérito de la prudente actitud de
Franco en Hendaya, son posteriores.
Si Franco, como militar, como casi todos los generales y jefes de nuestros
Ejércitos de Tierra y Aire, creyó en la victoria del Eje -creencia compatible con una
política de resistencia a entrar en el conflicto-, esa creencia no era tan generalmente
compartida por nuestros marinos de guerra, sin duda por el respeto, casi supersticioso,
que siempre tuvieron por la Marina británica. Cuando Franco, en una de las cartas que
me envía a Berlín (véase página 341 de mi libro), me habla de lo complicado que resulta
redactar en alemán su carta a Hitler y ponerla a máquina -esto es, mecanografiarla
también en alemán-, me dice que ello ofrece grandes dificultades a «los entendidos» y
establece una diferencia, que ya siempre continúa, entre «entendidos» e «intérpretes»,
yo, estando allí en Berlín, desde mis primeros contactos con el Gobierno alemán,
pensaba como se manejaría Franco en El Pardo para llevar a cabo ese trabajo de escribir
en alemán la carta y notas que me enviaba para entregarlas a Hitler; en quién tendría a
su lado para realizarlo: Beigbeder, que todavía era ministro de Asuntos Exteriores y
conocía el alemán, no podía ser porque Franco no se fiaba de él. Con posteridad supe
que el autor de aquella difícil tarea era el capitán de navío don Álvaro Espinosa de los
Monteros, autor de importantes servicios en silencio, calladamente,
Como pasa el aura las montañas, respirando mansamente,
¡qué gárrula y sonante por las cañas!
Como decía Gustavo le Bon, «la verdadera historia ha surgido de documentos en
los cuales no se la buscaba».
El capitán Espinosa de los Monteros era en aquel tiempo agregado naval de
nuestra Embajada en Roma y allí, en un viaje oficial, le conocí, en mi privilegiada
residencia de la «Villa Madama». Franco le llamó a Madrid en la ocasión referida, y,
además de realizar el trabajo que tantas dificultades ofrecía (que duró hasta las siete de
la mañana), cambiaron, en aquellos días, ampliamente, impresiones y reflexiones sobre
los planteamientos de estrategia naval que hacía Espinosa de los Monteros, nada
optimista, por cierto, en lo referente a la victoria alemana; pues él, por el contrario,
pensaba -ya entonces- que perdería Hitler la guerra, por su relativa debilidad en el mar
que no podría reforzar con eficacia la brillante flota italiana -una de las realizaciones
importantes de Mussolini-, pues tendría poca efectividad en el combate por el deficiente
entrenamiento de los marinos de aquel país en relación con la enorme experiencia de los
ingleses. Como pronto se demostró en la batalla de cabo Matapán, en la que el
acorazado ingles Warspite hundió a los cuatro grandes cruceros italianos Zara, Pola,
Fiume y Giovanni de le Bande Nere. (El almirante Fioravanzo, jefe del Servicio de
Inteligencia de la Marina italiana, cuya amistad cultivaba con eficacia nuestro agregado
naval, había publicado antes de esta batalla un artículo en la Prensa titulado
«Dominiamo il Mediterraneo», pero en conversación privada con Espinosa de los
Monteros reconocía que no era así.)
Franco, pues, con anterioridad a su entrevista con Hitler, había reflexionado
sobre aquellas circunstancias, y discutido el tema de la vulnerabilidad de nuestras costas,
con aquel competente marino y también con el almirante don Alfonso Arriaga, quienes
le expusieron su opinión de que Canarias y muchas capitales de nuestras extensas costas
quedarían «planchadas» por los bombardeos de la escuadra británica en el contragolpe
seguro que darían los ingleses ante la conquista de Gibraltar.
Todo ello lo tuvo en cuenta, con indudable astucia, en Hendaya cuando, con
intención y cautela, para no irritar, se limitó a preguntar al alemán sobre la batalla de
Inglaterra, con la esperanza de oír de Hitler los recursos con que podía contar para
vencer las graves dificultades que se iban a presentar; y que Inglaterra –dijo Franco- aun
invadida, seguirá luchando en Canadá y Colonias. En la exposición que hice yo en mi
libro Entre el silencio y la propaganda, la Historia como fue no traté este punto porque
Hitler no lo recogió y no hubo controversia sobre él. Y si Franco tomó buena nota de la
vaguedad y la endeblez de las manifestaciones que aquél hizo, no quiso, para evitar su
enojo, reargüirle con las razones de los marinos españoles: los «Stukas», cuya eficacia
suplementaria o complementaria de la defensa artillera de nuestras costas no era
bastante, etc., etc.
Los hijos del ilustre capitán de navío Espinosa de los Monteros -militares tres,
en excedencia voluntaria- están consagrados a la noble y muy legítima tarea de dar a
conocer la meritoria intervención de su padre en un momento tan delicado y en el que su
opinión y consejo pesaron singularmente en las reservas que tuvo Franco en su
conversación con Hitler. Esto es lo que, de verdad, tomó en consideración Franco en
aquellas circunstancias y no el informe que -con inexactitud- se ha querido atribuir por
alguien en exclusiva a Carrero Blanco y que es del Estado Mayor del Ministerio de
Marina, argumentando contra la intervención de España en la Guerra Mundial; algo, por
otra parte, físicamente imposible porque tal informe es posterior a la conferencia de
Hendaya. El hijo del almirante Rapallo demuestra, en escrito publicado en ABC el 25 de
febrero de 1976, que el informe del Estado Mayor de la Armada estaba redactado por
los diversos elementos de dicho Estado Mayor, y por tanto también por Carrero Blanco,
como Jefe de la Sección de Operaciones, pero sin que fuera exclusivamente suyo.
Resulta claro que el informe que se pretendió atribuir en exclusiva a Carrero -emitido en
11 de noviembre de 1940- no llegó a tener trascendencia alguna, a los efectos que se le
han supuesto, de fijar la actitud a adoptar por España ante la Guerra Mundial, dado que
ya antes, en el mes de setiembre de 1940, yo en Berlín y el 23 de octubre del mismo año
Franco en la entrevista de Hendaya, habíamos definido, tomado y comunicado al III
Reich, la conocida postura española. Lo que prueba la tendenciosidad y la falta de
rectitud con que, en ocasiones, se ha escrito, sobre temas tan graves.
VISITA A GOERING
En uno de los viajes que allí hice, precisamente para la firma del «Pacto
Antikomintern» -cosa distinta del «Pacto Tripartito», que éste me negué a firmar-, el
principal episodio fue mi visita al mariscal Goering, con el que yo no me había
encontrado en ocasiones anteriores. Franco me pidió que solicitara de él una entrevista,
aunque sólo fuera por razones y con finalidades de cortesía, pues Goering, como es
sabido, era un hombre muy importante en el régimen -la segunda personalidad del
Reich- y no quería Franco que se considerara olvidado o marginado por nosotros. Junto
a la imagen suya que anda por ahí muy extendida -el hombre de los uniformes y de la
pompa-, era campechano, simpático, listo, y al hablarle yo de nuestras cosas, repitiendo
las consabidas razones del estado ruinoso de nuestra economía, carencia de armamento,
etc., él interrumpió mi pequeño discurso, no en términos algo destemplados, pero si
muy concretos y directos: «Bueno, bueno –me dijo-, usted hace muy bien su papel, pero
si yo fuera Führer no me valdrían palabras y promesas y ya habría ocupado España,
porque el valor estratégico de su geografía nos es indispensable.»
Me acompañaron en ese viaje, además del profesor Antonio Tovar (al que más
de una vez me he referido), el también profesor José Santa Cruz Teijeiro, catedrático de
Derecho Romano en Valencia, que ha sido decano y vicerrector en aquella Universidad,
y muy germanista; había estudiado en la Universidad de Friburgo con los profesores
Kunkel y el romanista máximo Otto Lenel, autor de la restauración del «Edicto
perpetuo», de Salvio Juliano, y fue compañero mío de estudios de toda la vida, quien
tuvo gran satisfacción en coincidir con Tovar, al que admiraba mucho. Por cierto que
este último, Tovar, iba leyendo en el viaje un libro del poeta latino Tibulo. Y mi otro
acompañante -por mi muy delicada salud en aquellos días- era el doctor Dámaso
Gutiérrez Arrese; medico prestigioso y gran amigo, persona inteligente y llena de
curiosidad, a quien, tal vez precisamente por contraste -él era liberal-, le llamó mucho la
atención todo lo que vio en la Alemania de entonces y especialmente le impresionaron
las palabras que me dirigió Goering, y que al regresar comentaba constantemente las
cosas del viaje entre su clientela, muy amplia, y su extenso círculo de amigos, como
hemos recordado en conversaciones posteriores el doctor Miguel Ortega Spottorno y yo.
***
He mantenido alguna polémica sobre distintos puntos relativos a la conferencia
de Hendaya, pero decidí ya ponerle fin, pues sospechaba que se aburría y cansaba a los
lectores con tanta insistencia en los mismos hechos, matices, distingos subalternos y
confusiones; y que por mucho interés que quisiéramos dar a estas cuestiones, es lógico
que ellos estén más atentos a los grandes y angustiosos problemas del presente y del
futuro: la recuperación económica del país, la contención del espíritu de violencia que
se ha desencadenado, y tantos y tantos más, también en el orden exterior, ante el grado
que alcanza la movilización de las superpotencias, pese a las declaraciones de dudosa
sinceridad sobre la necesidad de reducciones sustanciales en los presupuestos militares,
pues la realidad es que las tensiones subsisten y que sigue estando en vigor la fórmula
clásica de que la preparación para la guerra es la mejor defensa para la paz.
Tengamos, con humor, decía, sentido de la medida y acabemos. Si por alguna
razón estuviéramos personalmente obligados a mantener más diálogos, tendríamos que
cambiar el tema, ocupándonos, por ejemplo, del principio de la indeterminación en la
Física; de los progresos logrados en orden a la ingravidez del hombre en el Cosmos; o,
para seguir más en el plano de controversia en que hemos estado, podríamos referirnos,
pongo por caso (¡lejanos y desvanecidos recuerdos de estudios en mi juventud
universitaria!) a las discrepancias y discusiones que tuvieron lugar entre el eminente
profesor alemán Zeumer y la Academia Española con motivo de la reforma de Ervigio
al Liber judiciorum, y sus ediciones. (Me veo obligado a repetirlo una vez más: Se
podrá discutir y juzgar severamente a Franco desde distintas ideologías; pero, por
encima de ideas y pasiones, los españoles son deudores de gratitud a la política de
«amistad-resistencia»que se siguió en las relaciones con Alemania porque nos libró de
vernos envueltos en los horrores de la II Guerra Mundial. El mérito es de Franco, que es
quien decidió, pero yo, difamado como intervencionista, fui el dialéctico de esa política
-en mis numerosos encuentros con el Gobierno alemán- como abrumadoramente
acredita la hostilidad, contra mí, de las palabras de Hitler y de Jodl, Jefe de Operaciones
del cuartel General del Führer.)