psicobiología de la agresividad

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Introducción La psicobiología es un término relativamente reciente (Hebb, 1949) que hace referencia al estudio de la relación existente entre función cerebral y comportamiento. A pesar de que extrae información a partir de muchas disciplinas su enfoque central es el desarrollo de una ciencia del comportamiento basada en la función cerebral. Somos conscientes de que un enfoque psicobiológico de cualquier comportamiento es una pequeña parte de una posible y nos percatamos de que importantes factores psíquicos, sociales y culturales. La agresividad no es un concepto con una definición establecida, ya que depende del contexto en el que se le asocie. Es explicada como una serie de conductas dirigidas a ocasionar un daño físico o psicológico. Algunos trastornos podrían estar relacionados directamente con una conducta agresiva. Tal es el caso de la sociopatía adquirida (los sujetos con este trastorno no pueden reconocer la emociones o sentimientos propios o ajenos), el trastorno antisocial de la personalidad (las personas con este trastorno tienen dificultad para procesar emociones) o el trastorno limítrofe de la personalidad (los sujetos sufren de una impulsividad grave e inestabilidad en las relaciones interpersonales) entre otros. Existen diferentes instrumentos para evaluar la agresividad en las personas que van desde entrevistas, observación, pruebas psicométricas, entre otros. Además de los trastornos conocidos, las diferentes sustancias que actúan en el cerebro humano también juegan un papel importante en el comportamiento agresivo. Dichas sustancias (neurotransmisores y hormonas por ejemplo) actúan en diferentes regiones como la corteza pre frontal, la sustancia negra, el área tegmental ventral, entre otros. Dentro del cerebro existen áreas relacionadas directamente con las respuestas agresivas, como el área mesolímbica, la corteza orbitofrontal y frontomedial. En estas áreas se localizan importantes estructuras 1

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Introducción

La psicobiología es un término relativamente reciente (Hebb, 1949) que hace referencia al estudio de la relación existente entre función cerebral y comportamiento. A pesar de que extrae información a partir de muchas disciplinas su enfoque central es el desarrollo de una ciencia del comportamiento basada en la función cerebral. Somos conscientes de que un enfoque psicobiológico de cualquier comportamiento es una pequeña parte de una posible y nos percatamos de que importantes factores psíquicos, sociales y culturales. La agresividad no es un concepto con una definición establecida, ya que depende del contexto en el que se le asocie. Es explicada como una serie de conductas dirigidas a ocasionar un daño físico o psicológico. Algunos trastornos podrían estar relacionados directamente con una conducta agresiva. Tal es el caso de la sociopatía adquirida (los sujetos con este trastorno no pueden reconocer la emociones o sentimientos propios o ajenos), el trastorno antisocial de la personalidad (las personas con este trastorno tienen dificultad para procesar emociones) o el trastorno limítrofe de la personalidad (los sujetos sufren de una impulsividad grave e inestabilidad en las relaciones interpersonales) entre otros. Existen diferentes instrumentos para evaluar la agresividad en las personas que van desde entrevistas, observación, pruebas psicométricas, entre otros. Además de los trastornos conocidos, las diferentes sustancias que actúan en el cerebro humano también juegan un papel importante en el comportamiento agresivo. Dichas sustancias (neurotransmisores y hormonas por ejemplo) actúan en diferentes regiones como la corteza pre frontal, la sustancia negra, el área tegmental ventral, entre otros. Dentro del cerebro existen áreas relacionadas directamente con las respuestas agresivas, como el área mesolímbica, la corteza orbitofrontal y frontomedial. En estas áreas se localizan importantes estructuras relacionadas con las respuestas a estímulos que pueden llegar a producir respuestas agresivas.

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PSICOBIOLOGIA DE LA AGRESIVIDAD

CAPITULO IAgresividad

1.1 Definición de la violencia y agresión Desde el punto de vista psicobiológico, es muy compleja y discutida la definición de agresión humana y animal así como la diferenciación entre violencia, agresión y agresividad (Martin, 2000), por ello nosotros consideraremos violencia y agresión como términos sinónimos que designan una misma realidad, por lo que nos limitaremos a fijar el sentido de la palabra violencia.

El concepto de violencia puede tener diferentes niveles de generalización y abstracción:

1. En su forma más abstracta violencia significa la potencia o el ímpetu de las acciones físicas o espirituales. Así, la violencia de una explosión atómica indica la intensidad de las fuerzas físicas liberadas en este fenómeno y la violencia de una pasión indica, de manera similar, la vehemencia con que una persona se apresta a conseguir aquello que desea.

2. En un sentido más concreto, la violencia puede ser definida como la fuerza que se hace a alguna cosa o persona para sacarla de su estado, modo o situación natural. Si se admite, como así lo hacemos nosotros, que todo ser tiene una naturaleza propia, entonces debemos admitir que la persona tiene también una “esencia humana” a la que deben ajustarse sus comportamientos individuales o sociales. Sobre la línea de este supuesto debemos entonces calificar como violencia todo acto que atente contra esta naturaleza esencial del hombre y que le impida realizar su verdadero destino, esto es, lograr la plena humanidad. Así, la institución de la esclavitud en la cultura grecorromana era una institución violenta ya que impedía al esclavo el acceso a la libertad jurídico-política, libertad que constituye uno de los componentes fundamentales de la naturaleza ideal del ser personal.

3. Por último, en un nivel semántico más preciso y restringido, violencia es la acción o el comportamiento manifiesto que aniquila la vida de una persona o de un grupo de personas o que pone en grave peligro su existencia. Violencia es, por tanto, agresión destructiva e implica imposición de daños físicos a personas o a objetos de su propiedad en cuanto que tales objetos son medios de vida para las personas agredidas o símbolos de ellas

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1.2Formas y tipos fundamentales de violencia y agresión Somos conscientes de que los actos de violencia y agresión son muy variados y su tipología puede establecerse siguiendo varios criterios clasificatorios (Brain, Olivier, Mos, Benton, y Bronstein, 1998), nosotros hemos escogido esta clasificación que presentamos, más general, ya que nuestro objetivo es intentar desentrañar las bases psicobiológicas de la agresión en el ser humano, existiendo otras clasificaciones.

A) Según los modos de la agresión Violencia Directa-Violencia Indirecta: Si se tiene en cuenta el modo de producirse la agresión puede hablarse de violencia estructural o indirecta y violencia directa o personal. En la violencia directa (personal) los actos destructivos son realizados por personas o colectivos concretos y se dirigen también a personas o grupos igualmente definidos. En la violencia indirecta o estructural no hay actores concretos de la agresión; en este caso la destrucción brota de la propia organización del grupo social sin que tenga que haber necesariamente un ejecutor concreto de la misma.

B) Según sus actores Si en vez de atender a la forma de producirse la violencia, nos fijamos en los actores de la agresión y en los sujetos de la sufren entonces encontramos los siguientes actos violentos: - De un individuo contra sí mismo (suicidio).

- De un individuo contra otro individuo (crimen pasional). - De un individuo contra un grupo (delitos contra la sociedad). - De un grupo contra un individuo (la pena de muerte). - De un grupo contra otro grupo (la guerra, el terrorismo) C) Según otros criterios Aparte de los dos criterios clasificatorios precedentes existen otros que permiten matizar y completar la tipología de la violencia.

Así, frente a la violencia espontánea de un individuo o de una masa, está la violencia organizada de las guerras.

Por último, teniendo en cuenta el «mecanismo» desencadenante puede hablarse de una violencia normal y una violencia patológica, esta última puede ser provocada por alteraciones psíquicas primarias o por modificaciones anormales del funcionamiento cerebral.

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1.3Trastornos mentales asociados con la agresividad

Existe una gran cantidad de trastornos mentales que pueden estar relacionados con la agresividad. Claramente, los estudios con personas que sufren trastornos son los que han contribuido al mismo estudio de las conductas agresivas y las estructuras cerebrales, así como sustancias, que pueden estar relacionados con las mismas. A continuación describiremos algunos de los trastornos mentales que han sido objeto de estudio desde el punto de vista de la agresividad.

Los pacientes con lesiones cerebrales que afectan predominantemente del área orbitofrontal presentan frecuentes conductas agresivas y se le ha llamado psicopatía adquirida o secundaria. Las personas que sufren de este tipo de lesiones no pueden comportarse de manera eficaz en un mundo sociable. Son incapaces de reconocer las emociones de las personas que los rodean y no pueden comprender sus propios sentimientos. Estas personas no tienen conciencia del daño que pueden provocar sus conductas (Pelegrín, 2003).

El segundo de estos trastornos es el trastorno antisocial de la personalidad. Los sujetos que sufren de este trastorno tienen una dificultad para procesar las emociones. Raine (2000) realizo un estudio en donde constato que los sujetos con TAP presentan un 11% de reducción aproximadamente en la área frontal de su cerebro (Pelegrín, 2003).

Un tercer trastorno mental seria el trastorno límite de la personalidad. Este trastorno se caracteriza por la impulsividad grave e inestabilidad en las relaciones interpersonales, la autoimagen y la afectividad. Muestra alteración en cuatro dimensiones del modelo psicobiológico, siendo una de ellas la impulsividad-agresividad (Chávez, 2006). Se han llevado a cabo estudios con personas que padecen este trastorno y se ha encontrado que existe una activación mayor en la amígdala como respuesta a estímulos traumáticos o negativos, en comparación con personas que no sufren de este trastorno (Siever, 2008).

Dentro de la clasificación de trastornos mentales del DSM-IV, existen algunos trastornos relacionados con el control de impulsos que no se han encontrado relacionados con otra clasificación de trastornos. Al estar involucrados con el control de impulsos, es muy frecuente que se encuentren casos en los que se pueden presentar ciertos episodios agresivos.

Por ejemplo, el trastorno explosivo intermitente, en el cual la característica principal es que las personas sufren de episodios en los que no se pueden controlar los impulsos agresivos, de esta manera se da lugar a la violencia o destrucción propia, de alguien más o de algún otro objeto. Por otro lado, también se encuentra la tricotilomanía, trastorno mental caracterizado por la incapacidad de controlar el impulso de arrancarse el pelo propio (APA, 1994).

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La esquizofrenia también es un trastorno que se relaciona con la agresividad, se sabe que la prevalencia de conductas violentas con estos pacientes oscila entre el 40% y 50% (Fresán, 2004).

Existen muchos otros trastornos que pueden estar relacionados con la agresividad, como el retraso mental, TDAH, autismo infantil, trastorno negativista desafiante, trastorno narcisista de la personalidad, etc. Así mismo, la conducta agresiva puede ser causada por drogas, medicamentos o condiciones médicas (Bonilla, 2011).

1.4Escalas para evaluar la agresividad

Existen muchas maneras de medir la agresividad, algunos científicos se basan en estudios de neuroimagen, acontecimientos agresivos en la vida de la persona, escalas psicométricas, observación empírica, etc. En este apartado se mencionaran algunas de las escalas que se aplican para medir la agresividad. Esta herramienta es muy importante, ya que estas escalas se utilizan para determinar el nivel o grado de agresividad de las personas y diagnosticarlas con algún tratamiento, aunque muchas veces simplemente se hace para conocerlas.

La Escala de Agresividad Explícita (EAE), diseñada por Yudofsky y cols. Es un instrumento que se aplica en la entrevista clínica e incorpora diferentes tipos de agresividad para así cuantificarla de forma objetiva (Paéz, 2002). Fue traducida al idioma español y validada por Paéz y cols., concluyéndose que la escala es útil para evaluar la agresividad.

La Escala de Agresión entre Pares (Bullying), según Cajias (2004), se aplica en adolescentes, principalmente estudiantes de secundaria, para medir el grado de agresividad entre personas de la misma edad conviviendo en un mismo ambiente. Esta escala está compuesta por cuatro sub-escalas. Las dos primeras están relacionadas a factores de riesgo como son: las conductas transgresoras de amigos y actitud de adultos sobre violencia (Sub-Escala Influencias Externas) y la actitud facilitadora y falta de manejo de la agresión (Sub-Escala Actitud Personal). Como tercer Sub-Escala, está la de Conductas Prosociales, la cual sirve para ampliar la comprensión del fenómeno aportando conductas positivas. Por último, la Sub-Escala de Conductas Agresivas, la cual se divide a su vez en tres dimensiones que son: Pelea, Intimidación y Burla. (Cajigas, 2004).

El Test de dibujo de Frustración de Rosenzweig es un test proyectivo que aplica para niños y adultos. Consta de 24 dibujos con viñetas donde aparecen 2 personas en situaciones de la vida cotidiana, en las que una persona frustra a la otra; la persona evaluada tiene que escribir en la viñeta en blanco, lo que la persona frustrada le contestaría a la otra y después se le pide que lo lea en voz alta, para poder tomar nota del tono de voz que utiliza en cada situación. Con

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este test, se pretende determinar la tolerancia y así mismo las reacciones agresivas que se tienen ante situaciones frustrantes (Sarlé, 2009).

El test de Rorschach, que también es un test proyectivo, se usa para medir el funcionamiento de la personal y de esta manera se pueden observar comportamientos agresivos. Se trata de hacer que la persona, por medio de 10 láminas de manchas, de su interpretación de cada una de ellas y la persona que lo aplica, sepa darle la correcta interpretación a lo que éste dice (Sarlé, 2009).

En la Escala de Hostilidad de Cook & Medley, se mide la relación entre la hostilidad y problemas cardiovasculares, su origen y su importancia para el estudio de los factores psicológicos en el origen de las enfermedades cardiocoronarias, por medio de pruebas psicométricas (Sirlopu, 1996). Esto contribuye al estudio de la agresividad, ya que la hostilidad está relacionada con rasgos como la hostilidad.

Así como estos tests, hay muchos otros para medir rasgos de agresividad en una persona de distintas formas. De manera intuitiva existen: la escala de hostilidad de Iowa, la escala de hostilidad de Cook y Medley, la escala de hostilidad manifiesta, la escala de hostilidad de Sarason y el cuestionario de agresión y hostilidad de Green y Stacey. De manera empírica: la escala de agresión y hostilidad de Schultz, la escala de agresividad de Zaks y Walter y la escala de agresividad sobre controlada. Y por último, los instrumentos desarrollados de manera teórica: la escala de necesidad de agresión, el cuestionario de dirección de hostilidad y el inventario Buss-Durkee (Ardouin, 2001).

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CAPITULO II

Cerebro y agresividad

2.1Neurotransmisores y hormonas involucradas en la agresividad

Existen tres neurotransmisores que juegan un papel muy importante en la regulación de las conductas agresivas, los cuales son la dopamina, la noradrenalina y la serotonina (Ayuso, 1999).

La serotonina actúa como facilitador en las regiones de la corteza prefrontal del cerebro Siever (2008). Gil (2002) asegura que muchos estudios han demostrado que las conductas agresivas se asocian con la disminución de la actividad de las neuronas de serotonina. Así mismo, se han hecho estudios en ratones en los cuales se les extirpa el gen receptor de serotonina 5-HT₁ᵇ y al colocarlos con ratones naturales, se podía notar claramente que los ratones con el receptor extirpado mostraban conductas más violentas y agresivas. Siever (2008) afirma que estos modelos están respaldados por estudios que han demostrado que los inhibidores de recaptura de la serotonina reducen la agresividad impulsiva.

La serotonina tiene un efecto inhibitorio en la dopamina, lo cual causa que una disminución de la actividad serotoninérgica aumente la actividad dopaminérgica (Gil, 2002). La dopamina se encuentra principalmente en la sustancia negra, en la inervación del estriado, el área tegmental ventral, el acumbens y el frontal (Díaz, 2008).

La noradrenalina es otro neurotransmisor que se encuentra implicado en las conductas agresivas de los seres humanos. Se han hecho estudios en los que se disminuye la actividad noradenérgica con clonidina, y al mismo tiempo se reducen las conductas agresivas también (Díaz, 2008).

Además de los neurotransmisores, también existe la hipótesis de que las hormonas juegan un papel importante en la regulación de la agresividad. Moya-Albiol (2010), tras realizar un amplio estudio del tema, concluyó que la relación entre hormonas y agresión es recíproca y bidireccional, ósea, que un cambio en los niveles de hormonas provoca conductas agresivas, mientras que las conductas agresivas pueden provocar un cambio en los niveles de hormonas.

Ramírez (2006) asegura que los andrógenos producen un aumento en el enfado y en la tendencia a la agresividad. Por otro lado, afirma que el incremento en la testosterona aumenta el nivel de conductas agresivas, lo cual se puede apreciar claramente en el comportamiento de los pubertos, etapa en la cual existe un aumento de niveles hormonales.

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2.2Recuperada de Bonet

Existe un sin número de estudios e investigaciones que señalan que la parte del cerebro que está totalmente relacionada con la agresividad es la parte frontal.

Bonilla (2011) afirma que existen dos áreas relacionadas con la respuesta agresiva de un individuo. La primera en la mesolímbica (activan la respuesta agresiva) y la segunda es la corteza orbitofrontal y frontomedial (inhiben la respuesta agresiva). Contribuyendo a esta aportación, Díaz (2008), menciona que dentro del sistema límbico existen varias estructuras bien delimitadas que cuentan con muchas conexiones entre ellas, muchas de estas estructuras han demostrado jugar un papel importante en el control de impulsos y la agresividad.

El hipotálamo, estructura que se encuentra dentro del sistema límbico, es la encargada de la coordinación de la expresión periférica del estado emocional (Bonilla, 2011). En esta estructura se encuentran los receptores que registran cambios de parámetros internos y la activación de redes neuronales que generan atributos afectivos ante un estímulo percibido (Díaz, 2008). Estos atributos afectivos son diferentes para cada estimulo, es por esto que no todos los estímulos provocan conductas agresivas.

La amígdala, estructura que también se encuentra dentro del sistema límbico, encargada, entre otras cosas, del procesamiento de información del individuo puede estar involucrada en la agresividad, ya que se ha demostrado que cuando es estimulada eléctricamente produce conductas agresivas (Díaz, 2008). La oxitocina reduce la actividad de la amígdala en los seres humanos, por lo tanto un déficit de esta misma puede contribuir a conductas hostiles y agresivas (Siever, 2008). Por otro lado, Bonilla (2011) asegura que la amígdala interviene en la expresión somática de la emoción, por lo tanto, por medio de esta podemos expresar lo que sentimos a través de nuestro cuerpo y es la encargada, a través del procesamiento de información, de preparar al individuo para lucha o huir ante ciertos estímulos; es por esta razón que está vinculada con las conductas agresivas.

Castro (2007) asegura que Guido Frank, importante científico de la Universidad de California, realizó un estudio con adolescentes en los que se notaba una conducta agresiva persistente, pero que no tenían ningún trastorno de la personalidad u otro que diera lugar a conductas agresivas. En este estudio, se registró mayor actividad en la amígdala al ser expuestos a un estímulo violento y menor actividad en el lóbulo frontal, el cual es una parte del cerebro que está relacionada con la toma de decisiones y el auto-control. Está investigación es muy importante, ya que es de los pocos estudios que se han llevado a cabo

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con personas que no tienen trastornos que influyan en sus conductas agresivas, o que las determinen.

Por otro lado, Cuevas (2007) menciona que Adrian Raine, neurocientífico de la Universidad de Pensilvania, llevó a cabo un estudio con asesinos y con personas con comportamientos normalizados; descubriendo así que el área de la corteza prefrontal se encuentra disminuida en los asesinos, mientras que en el resto de las personas su tamaño es mayor.

2.3Discusión

Después de haber explorado toda la parte neuroquímica de la agresividad, queda claro que es una función del ser humano bastante compleja, que involucra muchos factores y que no se puede explicar desde una perspectiva únicamente. La agresividad puede ser considerada una función del ser humano, ya que muchas veces le es útil para defenderse o para enfrentarse a ciertos estresores. El problema es cuando se sale de control, cuando los estímulos que provocan agresión en el individuo se generalizan. Para considerar a una persona como agresiva, es importante tomar en cuenta su personalidad, su entorno, cultura, ambiente, educación; pero, lo más importante para llevar a cabo una conducta agresiva es la interpretación que esta persona da a los estímulos que lo rodean, lo cual está también influido por lo que se mencionó anteriormente.

Un factor que se debe de tomar en cuenta son las lesiones cerebrales, sobre todo en las estructuras que se analizaron en el artículo, así como las fallas en la producción de ciertos neurotransmisores u hormonas, que también se mencionaron anteriormente.

Refiriéndose al hecho de que en las personas agresivas se encuentra una disminución en la actividad del lóbulo frontal, amígdala, etc. resultaría interesante abrir una línea de investigación que determinara si las conductas agresivas causan esta disminución, o si esta disminución causa las conductas agresivas y porque se genera. Otra línea de estudio que resultaría importante, seria analizar cuáles son los factores que tienen todos los trastornos que involucran agresividad para así poder ampliar el panorama tan estrecho que se tiene sobre la neurología de la agresividad y sobre el conocimiento de la agresividad en general.

También, se debe de considerar que las escalas expresadas en los artículos miden únicamente ciertos aspectos o dimensiones de la agresividad, cada una cuenta con un criterio específico que arrojara resultado delimitados sobre el amplio tema que involucra la agresividad.

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Finalmente, reiteramos que el artículo muestra un pequeño panorama general de las bases biológicas de la agresividad y algunos aspectos importantes de este término, existe información mucho más profunda al respecto.

2.4El cerebro violento. Sobre la psicobiología de la violencia y los comportamientos agresivos

La Organización Mundial de la Salud comunicó recientemente datos de un estudio que muestran una estimación anual mundial de un millón y medio de personas que mueren por violencia auto infligido o interpersonal, con un número no fatal mucho mayor. La búsqueda de respuesta a esta presencia cotidiana de la violencia y los actos agresivos en sus formas individuales o colectivas, ha llevado a plantearse si los individuos violentos y agresivos poseen unas características psicobiológicas que los predisponen para su conducta alterada y, en una forma más genérica, si existe en la especie humana una predisposición natural a la violencia. En un marco contextual de la violencia como un complejo acto humano multicausal, resultado de fuerzas y situaciones familiares, sociales, económicas, políticas, neurológicas y psicológicas, en este artículo encararemos un análisis de sus posibles bases psicobiológicas, es decir, el posible marco genético, molecular y/o estructural cerebral de las conductas agresivas. Como el lector puede imaginar, no aspiramos a proporcionar una respuesta final y acabada a preguntas que subtienden la evolución del hombre y solo trataremos de proporcionar elementos para la discusión, intentando avanzar en una hipótesis holística que permita ordenarla, desde este particular punto de vista*. Exploraremos los rasgos propios de la psicobiología de la agresión y la violencia, los cuales pueden ser parte o rasgo común de varios trastornos psiquiátricos (trastornos de personalidad, psicosis), sin considerar la constelación psicobiológica propia de cada uno de ellos, lo que trasciende el propósito de este trabajo. En parte de los artículos que se revisará se incluye individuos que nosográficamente sin ser psicóticos o con déficit cognitivo, podrían ser definidos como portadores de trastornos psiquiátricos, como, por ejemplo, personalidades psicopáticas, aunque estos se seleccionan entre quienes presentan una preponderancia de lo violento agresivo en su conducta. La dimensión experimental, genética y neuroquímica 1. La influencia genética Evolutivamente, han existido y existen conductas agresivas que podemos llamar adaptativas, en el sentido de que son funcionales a la sobrevivencia del individuo, la transmisión de sus genes y la sobrevida de la especie. Estas son conductas agresivas implican la violencia física sobre un oponente ligadas a la maternidad y la defensa de la cría, el dominio de las fuentes alimentarias o del territorio que las aseguran. No abarcaremos en este trabajo esta violencia y agresión ligada a conductas instintivas maternales o territoriales. Tomaremos la violencia como un comportamiento agresivo fuera de contexto y de un control inhibitorio, que ha perdido su función adaptativa en la comunicación social. En otras palabras, una

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forma desadaptada de conducta agresiva. Los muy numerosos estudios experimentales sobre los comportamientos agresivos, realizados en diversas especies, han apuntado a la elucidación de las áreas cerebrales involucradas, sus componentes moleculares y sus posibles determinantes genéticas. Para señalar la importancia del componente genético en la génesis de las conductas agresivas, N. Popova3 toma el ejemplo de la domesticación de los animales que pasaron de la vida salvaje a integrar el hogar humano y a colaborar en sus tareas. Para ello fue necesario la eliminación de conductas originariamente agresivas hacia el hombre, posiblemente mediante la selección y reproducción de los individuos más dóciles, proceso realizado por nuestros ancestros hace miles de años. Estudios contemporáneos realizados con la domesticación de lobos salvajes permitieron comprobar los procedimientos utilizados, ya que, seleccionando y reproduciendo los animales salvajes más dóciles, se logró su domesticación. En sentido contrario, numerosos grupos de investigación han obtenido líneas fenotípicamente agresivas (TNS, NC900 y LAL)4 por el cruzamiento de ratones salvajes y domesticados, logrando tipos experimentales agresivos. Estos estudios han permitido confirmar que la tendencia hacia los comportamientos agresivos es heredada, involucrando múltiples genes, algunos de ellos en el cromosoma Y. Sin embargo, la expresión del componente genético en el comportamiento de estas líneas de roedores agresivos depende también de factores ambientales que van desde el entorno maternal al tipo de rival con el que se enfrentan. Aunque se reconoce la influencia genética en el comportamiento agresivo, las mutaciones inducidas no han logrado generar un patrón genético específico vinculado directamente a las conductas agresivas, sino que los genes se expresan, entre otras formas, a través de una u otra proteína (receptores, recaptadores) en la cadena metabólica de los neurotransmisores, moduladores últimos del comportamiento agresivo*. Por otra parte, es importante destacar que los estudios genéticos y neurobiológicos en animales de experimentación, como la rata, tienen su valor desde que el genoma humano y el de la rata muestran un 85 a 90% de homología. La mayor parte de los mamíferos tiene aproximadamente el mismo número de nucleótidos en sus genomas -unos 3 millones de pares de bases– y, aproximadamente, el mismo número de genes. Por supuesto que no sabemos aún cómo esas similitudes genómicas cuantitativas se reflejan en el muy diferente tamaño cerebral, por ejemplo. Ello se vincula a un fenómeno único de la violencia y agresividad humana, que es la posibilidad de la conciencia del acto agresivo. A pesar del enorme valor de los resultados experimentales en animales, este es un límite que debemos considerar en cuanto a su valor explicativo de la experiencia humana. Es muy importante destacar a este nivel de nuestro análisis, que la construcción psicobiológica que presentaremos y la integración de las diferentes dimensiones, moleculares y estructurales, no suponen ni un determinismo biológico ni la pérdida o debilitamiento de la conciencia, o sea, en último término, de la libertad para elegir nuestra conducta, lo que nos caracteriza como humanos. Se ha logrado a nivel experimental inducir comportamientos agresivos provocando estrés, aislamiento social, enfrentamientos intra e inter específicos, estímulos

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farmacológicos, lesiones cerebrales, tratamientos hormonales, etc. Sin embargo, una crítica general reciente de toda esta perspectiva de trabajo apunta a que los comportamientos agresivos así obtenidos representan un aumento cuantitativo de la agresión normalmente adaptada de las especies estudiadas, en condiciones extremas, no representando un cambio cualitativo en cuanto a la generación de conductas agresivas espontáneas, fuera de contexto y contenido, no adaptadas como respuestas específicas a estímulos nocivos o desconocidos. Estas críticas mantienen que al estudiar especies domesticadas (rata, ratón, etc.), estas, tal cual fue ejemplificado previamente, han modificado genéticamente su potencialidad de generar conductas agresivas desadaptadas. De Boer et al. Han planteado un modelo alternativo que en los últimos años está revolucionando el campo de los modelos experimentales. De Boer recorre el camino inverso a la domesticación: toma ratas salvajes y selecciona de entre ellas las espontáneamente agresivas (un 12%) y las reproduce, obteniendo conductas agresivas espontáneas, desadaptadas, en aparente correspondencia con los comportamientos humanos violentos. Entre otras cosas, comprueba el reforzamiento positivo de las conductas (el modelo “ganador”). Sumándose a otras evidencias experimentales, De Boer demuestra así que al componente genético se agrega el aprendizaje –por refuerzo positivo– en la determinación de las conductas agresivas. Contribuyendo a la concepción multifactorial del fenómeno de la violencia demuestra que a la carga genética se suman los agentes epigenéticos. Como dijimos previamente, la información genética determina la expresión de proteínas de neurotransmisores que son los que finalmente modulan las respuestas agresivas y pueden ser a su vez modulados por circunstancias ambientales. Tratando de ejemplificar esto desde el punto de vista experimental, es interesante citar los estudios realizados en la mosca de la fruta (Drosophila melanogaster) que, más allá de la aparente distancia evolutiva, constituye un modelo biológico simple para analizar estas múltiples variables*. La mosca de la fruta muestra conductas agresivas relacionadas a instancias territoriales, alimentarias y sexuales asumidas en general por machos dominantes. La manipulación del genoma de la mosca ha permitido cambiar comportamientos masculinos dominantes, con gran expresión de agresividad, en comportamientos pasivos sometidos en efectos mediados por neurotransmisores. Estos resultados se obtuvieron por deleción del gen fruitless (FruM), el que se relaciona con la expresión de la octopamina. La supresión de FruM por interferencia de RNA en solo tres neuronas que expresan octopamina logra que machos usualmente dominantes pierdan su rol. La expresión de los cambios que provoca la deleción de fruitless depende de la interacción de las neuronas donde se expresa este gen con el resto de las neuronas cerebrales. Como un ejemplo de lo complejo del análisis de las influencias genéticas en los comportamientos agresivos, Moffitt, en una revisión de 20058, describe cómo la violencia parece ocurrir en familias. Algunos estudios han mostrado que el 10% de las familias está involucrado en el 50% de los actos de violencia en una misma comunidad. Sin embargo, aunque ello se podría interpretar como debido a un gran peso de lo genético, también se

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puede decir que es debido a la transmisión de conductas antisociales en grupos familiares. Moffitt realiza una meta-análisis de más de 100 estudios de mellizos homo y heterocigotos, que crecieron en ambientes adoptivos o biológicos diferentes, una excelente base en la que compara el peso de las variables genéticas y ambientales en la generación de la conducta violenta. Describe cómo la causalidad genética da cuenta del 50% de la variabilidad poblacional para conducta antisocial y la violencia asociada a ella, mientras que los factores ambientales parecen responder por prácticamente el resto (un 30%), lo que le proporciona una base para asumir que existe una propensión hereditaria a la violencia. Los neurotransmisores.

a. La noradrenalina Se acepta en general que la dotación genética en relación con las conductas agresivas se expresa a través de los neurotransmisores. Todos los neurotransmisores sufren cambios durante la expresión del comportamiento agresivo9 como expresión, en la mayoría de los casos, de su participación funcional, indirecta. También se expresan durante comportamientos particulares en localizaciones específicas, como el rol del GABA, en el área septal en la agresión materna de defensa de la cría. Las dificultades para describir los efectos de neurotransmisores como directos o indirectos, quedan ejemplificadas por la noradrenalina. Aparte de un neurotransmisor cerebral, la noradrenalina es una hormona y el neurotransmisor del sistema simpático. Su rol periférico es clave para la expresión del comportamiento agresivo, desde la movilización de glucosa a la vasoconstricción y la respuesta cardíaca. Centralmente, la noradrenalina focaliza la atención, disminuye el nivel de dolor, aumenta la memoria y por las vías noradrenérgicas que terminan en la amígdala-corteza prefrontal, constituye el primer sistema de alarma que activa la respuesta agresiva. Aunque un aumento de noradrenalina facilita el comportamiento agresivo, los experimentos farmacológicos y los resultados en diferentes especies no son homogéneos, habiéndose comprobado que no está elevada en el sistema nervioso central durante el acto agresivo mismo. Esto lo hemos podido comprobar midiendo los niveles de noradrenalina en líquido cefalorraquídeo en casos de autoagresión suicida. En suma, aunque la noradrenalina es imprescindible para la expresión del comportamiento agresivo, disparándolo y preparando al organismo para la tensión del enfrentamiento, las evidencias de su involucramiento directo no son homogéneas, incluso en relación con el rol de sus receptores a y b.

b. La serotonina –Vías, metabolismo, sinapsis y receptores La serotonina es un neurotransmisor evolutivamente mantenido desde los peces al hombre, donde se la encuentra en varias partes del organismo como la sangre o el sistema digestivo. En el cerebro, la serotonina forma un sistema muy distribuido con neuronas cuyos axones se originan en el rafe y se distribuyen luego en áreas claves de la corteza límbica (hipocampo, amígdala, hipotálamo) o sensorial-cognitiva (frontal, prefrontal, temporal, parietal). Dada esta distribución, no es de extrañar que a la serotonina se la relacione con estados clínicos que

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implican la pérdida de un tono modulador central como la depresión, la ansiedad o la psicosis.

Presentado el modelo, cabrían algunas precisiones: 1. La disfunción prefrontal no sería específica o propia de los comportamientos violentos, ya que alteraciones prefrontales se han encontrado en esquizofrenia, depresión o trastornos obsesivo-compulsivos, solo para mencionar los más importantes. Como se explicitó precedentemente, el lóbulo prefrontal posee numerosas sub-regiones que se vinculan prioritariamente a otras áreas corticales y subcorticales. Es la función distribuida simultáneamente entre esas zonas lo que define una función cerebral o su patología. Así, en la esquizofrenia los trastornos prefrontales se relacionan con áreas temporales, en los trastornos obsesivo-compulsivos con los ganglios basales, etc. Los del cerebro violento se relacionan preferentemente con el sistema límbico amígdalo-hipocámpico. Puede existir solapamiento de funciones en una misma estructura, en la medida que el circuito de la función en su conjunto abarque áreas de procesamientos diferentes.

En este sentido, un aspecto clave de la psicobiología de las conductas agresivas es la similitud de las áreas cerebrales involucradas con aquellas relacionadas con la construcción de los juicios morales. Ello no sería de extrañar, ya que es de conocimiento cotidiano la relación de las fallas morales con las conductas desadaptadas, agresivas, en los trastornos de la personalidad. Así: a. Aunque la zona orbitofrontal prefrontal en su conjunto está relacionada con los comportamientos agresivos, es la parte media de ella la vinculada a la comparación de los contextos actuales con la experiencia pasada en la generación de respuestas moralmente adaptadas. b. La zona polar ventromedial prefrontal, también ligada a lo agresivo, se ha vinculado a la pérdida de la adherencia a normas sociales establecidas en la construcción de las conductas morales. c. Las zonas temporales anteriores (surco temporal superior) proporcionan las claves para la percepción social del contexto en el juicio moral. En suma, próximo a nuestro modelo del cerebro violento se inscribe el cerebro moral, con un aparente solapamiento de áreas cerebrales. Una adecuada construcción de sus relaciones es un déficit actual del modelo, sobre todo en el contexto de la violencia en su conjunto, incluyendo los aspectos predatorios que se mencionarán más adelante. El modelo da una importancia fundamental al conexionado descendente inhibitorio, modulado por serotonina. Esto daría como resultado que los inhibidores de la recaptación de serotonina, al elevar el tono serotoninérgico, tendrían un gran efecto antiagresivo y podrían ser usados con éxito en individuos violentos, lo cual no es totalmente así. En la introducción sobre el rol de la serotonina, se describió cómo no es imposible interpretar cambios en el metabolismo intermediario de esta en forma lineal o única. El modelo plantea un tono inhibitorio originado en las áreas orbitofrontal y prefrontal lateral ventral, que no son las únicas áreas que reciben inervación serotoninérgica. Existe una importante inervación por serotonina del hipocampo, la amígdala o el hipotálamo, por ejemplo, que tendría efectos propios en caso de un aumento del tono serotoninérgico, con lo

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que el resultado es una suma global de inhibiciones y excitaciones de diferentes áreas y circuitos, que no permite predecir el resultado de un aumento general de los niveles de serotonina. El modelo proporciona una base para la generación de modificaciones cerebro-corticales en tres dimensiones fundamentales de intervención: evolutiva (sobre la base genética), histórica (el desarrollo del individuo de la infancia a la edad adulta) y coyuntural (el estrés psicosocial crónico). Cualquiera de ellas puede culminar en similares cambios estructurales y funcionales y cada una interactúa en forma independiente con las otras. Por ello, el modelo aporta una visión realísticamente optimista: intervenciones tempranas y globales sobre la reactividad receptorial cerebral con medicación, sobre las valoraciones de sí mismo y del contexto con psicoterapia y sobre el entorno social-familiar propiciando un cambio, pueden producir modificaciones de las poblaciones de receptores, la reactividad amigdalina o las vivencias sensoriales y las activaciones corticales al (y del) sistema límbico que, en conjunto y aplicadas durante un tiempo adecuado, pueden cambiar un contexto de labilidad por otro de estabilidad, desarrollo y maduración. Para ello deben ser intervenciones tempranas y globales (es decir, incluir todas las dimensiones de las conductas desadaptadas), ya que hay un punto de no retorno en que los fenotipos o los cambios epigenéticos se consolidan y ya no será posible lograr modificaciones, sino solo atenuar la expresión de las disfunciones establecidas. En este contexto debemos admitir que los resultados y el modelo presentados en este trabajo son estadísticos y expresan el comportamiento de poblaciones. Puede ocurrir que el fenotipo de un individuo con una fuerte expresión génica, por ejemplo, sea imposible de modificar por más intensas que sean las terapias que se intente.

Debemos concluir reiterando que nuestro modelo del funcionamiento del cerebro violento se refiere a individuos con conductas desadaptadas, con expresiones de violencia fuera del contexto de la convivencia social normal. Porque así como Leakey postula que la humanización se afirma por lo social, esta no descarta las conductas agresivas, adaptadas al entorno en cuanto a que se desarrollan, evolutivamente, en un contexto de rivalidad territorial y/o sexual por el dominio de poblaciones de hembras o el alimento. O sea que, como resultado evolutivo, el cerebro lleva en sí las estructuras y las conexiones cerebrales que posibilitan la violencia, moduladas por la socialización y su producto principal, la cultura humana. Situaciones extraordinarias, económicas, sociales o políticas, al flexibilizar la modulación cultural, facilitarían y/o promoverían la expresión de comportamientos agresivos. Esto llevaría a otra forma de violencia, que definimos al principio, la violencia social, predatoria y guerrera. En estos contextos, individuos con mayor susceptibilidad para las conductas violentas pueden aparecer incluso como líderes y prototipos, pero las poblaciones que participan son grupos de individuos normales. Junto a las formas más antihumanas* del fenómeno agresivo, en que la acción predatoria se escala hasta la violencia genocida que propicia la destrucción total, masiva y sádica del otro y su descendencia, esta violencia requiere de otro marco de análisis. Mucho se ha analizado este tema por la brutalidad de fenómenos que van desde el holocausto a los genocidios servios o de Rwanda. Las similitudes

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de los cambios psicobiológicos detectados en individuos psicopáticos que incluyen y amplían el modelo acá descrito35, así como en otros trastornos de personalidad36, muestran la cercanía de los cambios que ocurren en estas patologías con aquellas áreas involucradas en la generación de la conciencia moral, como mencionamos previamente. Ello ha llevado a postular tipos participantes en las acciones genocidas como de maldad banal, en la cual el bloqueo de las relaciones córtico-estriatales con el sistema límbico permitiría llegar a comportamientos como de “razón sin emoción” o de maldad sádica en casos de disociación límbico-frontal (pasión sin razón). Estos conceptos todavía tienen un componente especulativo en una discusión que sin duda involucra a la psicología social y la sociología. Por esta misma complejidad debemos reconocer que el análisis de esta forma de violencia trasciende los límites del presente trabajo y será motivo para otra instancia de análisis, con un mayor encare social. Deberíamos abordar en ese momento la explicación del rol de individuos “normales” en la violencia predatoria. Parte de ese debate sería el análisis de los procesos por los cuales las construcciones sociales de la cultura que han permitido, evolutivamente, modular las conductas agresivas desadaptadas, pueden perderse para generar una nueva construcción cultural que las posibilita y potencia. A modo de conclusión Evidencias genéticas, experimentales y clínicas permiten presumir, con un alto grado de certeza, que existen áreas corticales (predominantemente prefrontales) y alteraciones en el metabolismo intermediario de algunos neurotransmisores (predominantemente serotonina), que constituirían vías privilegiadas para la expresión de conductas desadaptadas, con una especial labilidad para los comportamientos agresivos y violentos. Estos circuitos formarían parte de alteraciones más complejas en los casos de los trastornos de personalidad o la esquizofrenia. La complejidad del conexionado prefrontal y de los receptores de neurotransmisores que estarían en la base de estos trastornos, daría, a su vez, un gran potencial para inducir cambios plásticos por intervenciones terapéuticas tempranas y globales. Nos afirmamos como humanos por las construcciones psicológicas y sociales de nuestro cerebro que desarrolla, evolutivamente, la extraordinaria y única capacidad de pensarse a sí mismo y, por lo tanto, capaz de regular y modular su propia estructura, su entorno y las conductas que lo modifican.

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CAPITULO III

ORIGENES DE LA AGRESIVIDAD

3.1 ¿Porque tan agresivo?

En este artículo hacemos una revisión sobre qué es la agresión y la violencia, para desentrañar sus posibles causas. La Unidad de Neuropsicología Hospital Clinic de Barcelona considera que el estudio de los mecanismos psicobiológicos de la agresión hará posible un mayor entendimiento de la evolución de este comportamiento hasta el ser humano, así como una mejor clasificación de las manifestaciones enfermizas de las conductas violentas. La psicobiología es un término relativamente reciente que hace referencia al estudio de la relación existente entre función cerebral y comportamiento.

José Antonio Gil Verona y colaboradores de la Universidad de Murcia definieron la violencia como una agresión destructiva que implica imposición de daños físicos a personas o a objetos de su propiedad. Presento los diversos modelos psicobiológicos: genético, endocrinológico, etológico y neurobiológico; describiendo cómo ciertos tipos de conductas violentas impulsivas, pueden ser abordadas como un problema de comportamiento con cierta relación biológica.

3.2MODELOS

3.2.1Modelo genético

En el cerebro existen células llamadas neuronas que crean una substancia llamada serotonina que regula la actividad de las hormonas. Se ha relacionado a la serotonina con la regulación de los estados de ánimo, como la depresión, la ansiedad, la ingesta de alimentos y la violencia impulsiva.

La importancia de la actividad que realiza la serotonina en la conducta agresiva se demuestra claramente en estudios con ratones realizado por José Antonio Gil Verona y colaboradores de la universidad de Murcia en los que se ha

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practicado una separación del gen del receptor 5-HT1B de serotonina. Cuando se separan ratones que carecen del receptor 5-HT1B de serotonina durante cuatro semanas y después se les expone a un ratón natural, son mucho más agresivos que los ratones naturales en condiciones similares. Los ratones mutantes atacan mucho más rápidamente a los intrusos que los ratones naturales y el número e intensidad de los ataques es significativamente superior que el de los ratones naturales. Por lo tanto, el receptor 5-HT1B de la serotonina desempeña un papel intermediario importante en la conducta agresiva de los ratones. Las personas con antecedentes de conducta agresiva, y los ratones que muestran más agresividad, tienen concentraciones bajas de serotonina en el cerebro.

3.2.2Modelo endocrinológico

Con excepción de la agresión defensiva y predatoria, muchos casos de la conducta agresiva están de alguna manera relacionados con la reproducción. Por ejemplo, los machos de algunas especies establecen territorios que atraen a las hembras durante la estación del apareamiento. Para hacerlo, tienen que defender esos territorios contra la llegada de otros machos. Incluso en especies en las cuales el apareamiento no depende del establecimiento de un territorio, los machos deben competir por el acceso a las hembras, lo que conlleva también conducta agresiva.

Los niveles de testosterona y el tamaño de los testículos tienen una relación inversamente proporcional con la agresividad.

Esta situación es explicada por Olivia Hudson: “Un experimento realizado con la mosca estiercolera amarilla, una mosca peluda que se aparea y pone huevos en el excremento fresco, ha demostrado que el tamaño de los testículos evoluciona en respuesta a la competencia espermática en solo diez generaciones”.

Es decir que la forma y el tamaño de los órganos reproductivos masculinos (testículos y pene) crecen o decrecen según su función. Es así, en las especies en las que las hembras se aparean con un solo macho, sus genitales son pequeños; y más grandes en las que hay competencia.

Muestra de ello es que mientras un macho de gorila de 210 kilos tiene un miembro viril de tamaño minúsculo, en proporción con su gran cuerpo, pues apenas alcanza a medir 5 centímetros de largo.

El ejemplo contrapuesto lo pone la malvasía, o pato de lago argentino, mucho más pequeño pues apenas alcanza a medir todo su cuerpo 46 centímetros, tiene un pene que mide 20 centímetros en reposo entre tanto que en ‘uso’ alcanza los 42 centímetros erecto y está provisto de espinas.

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Esto nos dice que el hombre en este caso al tener genitales más pequeños sus niveles de testosterona son menores por lo tanto se llega a ser un hombre no agresivo y fiel con su pareja.

3.2.3Modelo etológico (De comportamiento)

Los científicos que estudian el comportamiento animal han realizado estudios a lo que se ha denominado la “historia natural” de las conductas agresivas para descubrir su sentido benéfico en las sociedades animales. El premio Nobel austriaco Konrad Lorenz presenta esta teoría en su estudio sobre la agresión, que podemos sintetizar en las siguientes ideas:

“el impulso de agresión es un impulso primitivo que se descarga espontáneamente”

“En el reino animal la agresión realiza importantes funciones y debe ser considerada como un instinto de supervivencia, como tal, favorable para la conservación de las especies”

“Los efectos perjudiciales de la agresividad quedan aminorados por el desarrollo de conductas altamente específicas que impiden la destrucción del enemigo”

“A nivel humano la agresión sea convertido en una conducta muy perjudicial para la humanidad ya que no se detiene ante la muerte de individuos y el exterminio de grupos enteros”

3.2.4Modelo neurobiológico

Desde el punto de vista neurobiológico, las conductas de defensa y de agresión de animales de laboratorio se han dividido en diferentes categorías que podemos resumir en:

Conductas agresivas: Agresión depredadora: acecho y muerte de otras especies con el fin de comérselas.

Conductas defensivas: defenderse ante ataques dirigidos por otro animal cuando se ve acorralado.

En conclusión el estudio de las bases psicobiológicas nos ayudara a comprender la conducta humana, que regulan este tipo de conductas y así poder establecer bases racionales para el tratamiento de ciertos desordenes asociados a algunas formas de agresión. Aunque se han descrito diversas zonas cerebrales relacionadas con las conductas violentas, ninguna parte del cerebro actúa por su cuenta para producir un tipo de conducta, en este caso violenta.

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3.3Bioquímica de la agresividad

La agresividad como objeto de estudio de las ciencias médicas y sociales

Hablar de comportamiento agresivo o violento es referirse a la comisión de un acto intencional con el fin de ocasionar daño físico a otro individuo. Existe una estrecha relación entre los comportamientos agresivos y la exposición al estrés durante las etapas críticas de desarrollo neurológico, los cambios físicos y las enfermedades mentales, lo cual se basa principalmente en los procesos biológicos y sociales que influyen en el desarrollo psíquico de una persona. Las causas de la conducta antisocial pueden explicarse desde diferentes enfoques; en este sentido, son de gran interés la biología y la genética molecular, donde dichas causas se exponen en relación con factores hereditarios, mutaciones genéticas, toxicidad por drogas, alteraciones en la producción de neurotransmisores y traumatismos que afectan al sistema nervioso. Por otra parte, las ciencias sociales, a través de la criminología, analizan la etiología de este tipo de conductas mediante un enfoque multidisciplinar que evalúa la interacción de factores biopsicosociales donde se elaboran modelos de prevención y readaptación de los individuos con tendencias antisociales, aportando datos que permitan conocer las causas que los llevaron a cometer el acto delictivo y si estas causas pueden eximirlo de responsabilidad desde el punto de vista penal y dan pie a su reinserción en la sociedad.

3.4El sistema límbico como regulador de la respuesta agresiva

Se considera que la conducta agresiva es resultado de la interacción de diversos factores entre sí. Entre ellos destacan la relación entre impulsos agresivos y reactividad emocional a estímulos ambientales, agregando una deficiencia de los mecanismos inhibitorios de control, que como consecuencia manifiestan conductas violentas. En este sentido, ciertas estructuras límbicas como las áreas ventromediales del hipotálamo, la corteza órbito-frontal y los lóbulos frontales y temporales se consideran como reguladoras de la conducta agresiva. Estas áreas también interactúan activamente con neurotransmisores tales como la serotonina, la noradrenalina y la dopamina, las cuales desempeñan un papel muy importante en el desarrollo de la conducta violenta.

3.5La plasticidad cerebral en la conducta agresiva

El hipocampo es una estructura localizada en el cerebro que forma parte del sistema límbico y que lleva a cabo distintas funciones: interviene en la

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regulación del sistema vegetativo, fija la memoria reciente, memoriza y presenta respuestas de defensa, ataque y furia, entre muchas otras. En opinión de algunos expertos, el hipocampo genera memorias sobre ciertos episodios o la propia vida de la persona, en tanto que otros lo consideran parte de un sistema mayor de memoria que abarca tanto la memoria semántica y episódica como de acontecimientos. Si bien es cierto que no se ha demostrado satisfactoriamente lo anterior, debido a que los estudios relacionados con la búsqueda de zonas específicas de almacenamiento de la memoria resultaron infructuosas, hasta el momento sólo se ha podido determinar un lugar biológico, lo que permite afirmar que la memoria se almacena en este sistema en la forma de cambios físicos o bioquímicos del cerebro llamados medios hipotéticos o engramas por no ser tangibles. Por ejemplo, de acuerdo a esta hipótesis, durante el segundo año de vida o las experiencias negativas o vergonzosas a las que se expone un individuo requieren de la atención prioritaria de su cuidador, debido a que en esta edad las conexiones límbicas se encuentran en una etapa crítica de desarrollo, y la exposición al estrés trae como consecuencia una elevación del cortisol y las catecolaminas que afectan las conexiones nerviosas. En este caso, la disminución de las mismas aumenta la producción de neurotransmisores como la dopamina y el glutamato, los cuales resultan dañinos para el desarrollo neuronal. Bajo este contexto, el ambiente en el que se desarrolle el individuo repercutirá en la formación de respuestas agresivas –como consecuencia de acontecimientos relevantes– almacenadas a largo plazo, fenómeno conocido como “etiquetado emocional”.

3.6Alteraciones genéticas

Desde 1983, Brunner realizó un estudio sobre el retraso mental y las conductas violentas en varones de varias generaciones de una familia holandesa. Los resultados demostraron que la conducta agresiva manifestada por los pacientes correspondía a alteraciones de la enzima monoamino-oxidasa A (MAO-A); dicha ineficiencia de la enzima era consecuencia de una mutación puntual. Estudios postmortem de sujetos con antecedentes de conducta suicida, violenta y autoagresiva, revelan alteraciones de los receptores pre-sinápticos y post-sinápticos de la corteza prefrontal y ventromedial, asociadas a una falla en la expresión enzimática implicadas en la síntesis y el metabolismo de la serotonina, como consecuencia de alteraciones genéticas, que inclusive afectan también a las propias neuronas serotoninérgicas. Todo lo anterior conlleva a la hiperactividad del sistema límbico y la alteración de los umbrales de excitación neuronal, consecuencia de mutaciones puntuales del gen MAO-A, lo que nos indica la existencia de marcadores genéticos que deben ser detectados con fines de prevención.

3.7La relación de los neurotransmisores con el comportamiento agresivo

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Básicamente, el comportamiento agresivo está relacionado con diversos sistemas de neurotransmisores. Entre ellos, el sistema dopaminérgico se encarga de modular las respuestas al medio ambiente y, por tanto, se relaciona profundamente con la agresividad.

3.7.1Dopamina y agresividad

Se ha determinado que la alteración genética de los receptores de dopamina está implicada en la respuesta de agresividad. La función de estos receptores trae consecuencias metabólicas que repercuten en el aumento de calcio intracelular. Estas concentraciones de calcio provocan una hiperactividad de las neuronas dopaminérgicas, las cuales desempeñan un papel importante en la conducta agresiva.

3.7.2Noradrenalina y agresividad

La noradrenalina o norepinefrina, adquiere funciones de neurotransmisor al ser empleado para controlar el estado del sueño y la vigilia. Lo anterior explica claramente que las variaciones en los niveles de noradrenalina traen consigo ansiedad y alteraciones del comportamiento. Un ejemplo de esta consecuencia es el desarrollo de Trastorno de Déficit de Atención por Hiperactividad (TDAH) que afecta tanto a infantes como adolescentes.

3.7.3Serotonina y agresividad

La serotonina es un neurotransmisor presente en la membrana de las neuronas serotoninérgicas centrales y se considera que está íntimamente relacionado con la agresividad, la impulsividad e intentos de suicidio. Su papel en la impulsividad se cree es debido a lesiones en las vías serotoninérgicas que tiene como resultado incapacidad o disminución para reprimir este tipo de conductas.

Por lo tanto, se cree que la agresividad está ligada a la dificultad de resistir los impulsos y respuestas precipitadas a estos estímulos, aunque no todos los individuos reaccionan con la misma intensidad.

3.7.4Ácidos grasos esenciales y monoamino-oxidasa (MAO)

Estudios han dado a conocer que la reducción de la actividad enzimática de la MAO en la corteza prefrontal puede regularse a través de un adecuado

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suministro de ácidos grasos poliinsaturados en la dieta. Según Tapia, “los ácidos grasos Omega-3 producen una elevación de 40% en los niveles de dopamina y una mayor unión de ésta a los receptores D2”. Esta relación implica asumir una serie de consecuencias nutricionales que se relacionan con la conducta antisocial, ya que de acuerdo a estos resultados, el déficit de estos nutrientes y el aporte elevado de grasas saturadas provocan mayor concentración de mediadores de inflamación en el SNC y alteraciones en el umbral de excitación neuronal.

CAPITULO IV

LA AGRESIVIDAD EN LA VIDA DEL HOMBRE

4.1LA AGRESIVIDAD EN LA INFANCIA

El término agresividad hace referencia a un conjunto de patrones de actividad que pueden manifestarse con intensidad variable, incluyendo desde la pelea física hasta los gestos o expansiones verbales que aparecen en el curso de cualquier negociación. Se presenta como una mezcla secuenciada de movimientos con diferentes patrones, orientados a conseguir distintos propósitos.

El problema de la agresividad infantil es uno de los trastornos que más invalidan a padres y maestros junto con la desobediencia. A menudo nos enfrentamos a niños agresivos, manipuladores o rebeldes pero no sabemos muy bien cómo debemos actuar con ellos o cómo podemos incidir en su conducta para llegar a cambiarla.

Pero sin duda, uno de los principales problemas presentados por la agresividad infantil es el de su elevada correlación con trastornos equivalentes a adultos, especialmente relacionados con la conducta antisocial. Un comportamiento excesivamente agresivo en la infancia predice no solo la manifestación de agresividad durante la adolescencia y la edad adulta, sino la existencia de una mayor probabilidad de fracaso académico y de la existencia de otras patologías psicológicas durante la edad adulta, debido fundamentalmente a las dificultades que estos niños encuentran en socializarse y adaptarse a su propio ambiente.

Un buen pronóstico a tiempo mejora siempre una conducta anómala que habitualmente suele predecir otras patologías psicológicas en la edad adulta. Un comportamiento excesivamente agresivo en la infancia si no se trata derivará probablemente en fracaso escolar y en conducta antisocial en la adolescencia y edad adulto porque principalmente son niños con dificultades para socializarse y adaptarse a su propio ambiente.

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El comportamiento agresivo complica las relaciones sociales que va estableciendo a lo largo de su desarrollo y dificulta por tanto su correcta integración en cualquier ambiente. El trabajo por tanto a seguir es la socialización de la conducta agresiva, es decir, corregir el comportamiento agresivo para que derive hacia un estilo de comportamiento asertivo.

Para prevenir el comportamiento agresivo la mejor estrategia consiste en disponer el ambiente de modo que el niño no aprenda a comportarse agresivamente, y por el contrario, si lo dispongamos de modo que le resulte asequible el aprendizaje de conductas alternativas a la agresión. Usted puede disponer el ambiente modelando, instruyendo y reforzando conductas adaptativas al tiempo que no refuerza las conductas agresivas.

Siempre que se encuentre ante una situación conflictiva ya sea ante su pareja o con su propio hijo o con cualquier otra persona, modele la calma por medio de la expresión facial, la postura, los gestos, lo que dice y el tono, la velocidad y el volumen con que dice las cosas. Modele también comportamientos asertivos para defender sus propios derechos.

4.2EL TEMPERAMENTO Y LAS CONDUCTAS AGRESIVAS.

El Temperamento es un estilo de evaluar los estímulos y responder afectiva o activamente a ellos. El temperamento modula la actividad, la reactividad, la emocionalidad y la sociabilidad del niño Mientras determinados niños suelen sonreír frecuentemente llorando muy pocas veces, otros niños actúan de forma contraria. Estas diferencias, que aparecen desde el nacimiento, muestran diversos estilos característicos e individuales de los niños de aproximarse a los demás. En cierta época se consideró que el temperamento era hereditario, que se determinaba por “humores corporales”, glándulas e incluso la constitución del cuerpo: Hoy en día, hay evidencias de que se trata en gran parte de un producto del aprendizaje; aun cuando la salud y el equilibrio endocrino son influencias importantes, los estímulos emocionales y el modo en que los niños aprenden a responder a ellos determinan su temperamento. Tras observar a cientos de niños desde el nacimiento hasta concluido la infancia, los investigadores de la conducta han identificado nueve aspectos innatos del temperamento. Son los siguientes:

· Nivel de actividad

· Criticidad: si son bebés predecibles o no son predecibles

· Acercamiento retirado

· Intensidad de la reacción

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· Umbral de capacidad de respuesta: hay bebés que con un mínimo de estimulación reaccionan y viceversa

· Calidad del humor: hay niños más felices que otros

· Susceptibilidad de distracción

· Ámbito de atención: fija o no la atención en los estímulos

· El nivel de actividad física y motora

· La regularidad en el funcionamiento biológico (dormir, comer, evacuar),

· La disposición para aceptar personas y situaciones nuevas

· La adaptabilidad al cambio

· La sensibilidad a la luz, ruido y otros estímulos sensoriales

Basándose en estos aspectos del temperamento los investigadores de la conducta lograron identificar tres estilos de conducta temprana, llamaron a estos estilos “fácil”, “difícil” y “de reacción lenta”. El niño fácil es rítmico, tiene habitualmente pautas regulares de alimentación, sueño e higiene. Se adapta bien a los cambios de situación y generalmente tiene un humor alegre y positivo, les gusta acercarse a objetos o personas nuevas. Aproximadamente un 40% de los niños pertenecen a este tipo. El niño difícil es exactamente lo opuesto. Es menos predecible en sus horarios, se siente incómodo cuando cambia la situación, y con frecuencia llora o presenta un humor negativo. Rechaza nuevas experiencias. Aproximadamente se presenta este tipo en el 10% de los niños. El bebé de reacción lenta también se adapta con dificultad a las situaciones cambiantes y tiende a rechazar a las personas y objetos desconocidos, pero luego paulatinamente va tomando confianza y se integra. Es generalmente menos activo de comienzo hasta entrar en calor. Representa un 15% aproximadamente de los niños.

Algunos estudios realizados por los especialistas en el área afirman que los tipos de temperamentos tienen repercusión en las conductas posteriores de los niños. Los más estudiados han sido los llamados “niños difíciles”, quienes se han relacionado con problemas de conducta durante la infancia.

La explicación causal más directa es que esas características temperamentales eran síntomas subyacentes de problemas psicológicos que ya estaban presentes en el niño. Un análisis más actualizado de la situación nos indica que aquellos aspectos del temperamento del bebé que dan lugar a la clasificación de “difícil”, como el llanto frecuente y la irritabilidad, aumentan la probabilidad de que los padres reaccionen ante el niño de forma poco adecuada, ansiosa, creándose alteraciones en la relación niño-cuidador y, finalmente problemas de conducta en el niño. Cualquiera sea la explicación, lo cierto es que debemos como padres tener conocimientos de las individualidades de nuestros niños,

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para así aprender a manejarnos mejor ante sus comportamientos y canalizar sus energías, en pro de lograr las mejores relaciones padre-hijo.

4.3TIPOS DE COMPORTAMIENTOS AGRESIVOS

Los diferentes analistas de este comportamiento especifican varias categorías que sin ser siempre coincidentes tampoco son muy dispares. En todo caso este análisis no suele ser un elemento conflictivo en el tema que tratamos. Teniendo en cuenta los diferentes planteamientos encontrados y haciendo una categorización de los comportamientos que todos podemos observar encontramos:

4.3.1Según la modalidad: + física

+ Verbal

4.3.2Según la relación interpersonal: + directa: (amenazas, ataque)

+ Indirecta: (Difamación,..)

* Según grado de actividad + Activa

Implicada + Pasiva: Impedir, negativismo

4.3.3Categorías:

* Físico: - a personas

- a objetos

* Verbal

* Gestual

* Autoagresión

* Individual

* Grupal

Agresividad Instrumental: No tiene fines agresivos, sino reconocimiento social, obtener un bien material o incremento de la autoestima

Agresividad Hostil-emocional: dañar alguna cosa o alguien; se activa por ira

4.4TEORÍAS SOBRE LA AGRESIVIDAD

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La tradicional controversia herencia-ambiente también ha tenido su reflejo en el tema de la agresividad.

Históricamente, se han dado explicaciones que defendían que la agresión es un comportamiento innato, mientras otros defendían que se trataba de un comportamiento adquirido durante el desarrollo de la persona, como efecto de la influencia del ambiente.

Hoy, se considera que pretender explicar la agresividad en base a uno solo de los factores, es un problema sin sentido, ya que ambos factores son muy importantes e interdependientes.

Otro cambio importante en las explicaciones teóricas ha consistido en pasar de los modelos exclusivamente orientados a la persona a los modelos interactivos persona-situación.

4.4.1Teorías activas o biológicas.

· Ponen el origen de la agresión en los impulsos internos.

· La agresividad es considerada innata por ser consustancial a la especie humana.

4.4.1.1 Teoría psicoanalítica.

La agresividad se produce como un resultado del "instinto de muerte". Es una manera de dirigirlo hacia afuera y no hacia uno mismo.

El "modelo hidráulico" sirve para explicar su expresión en base a presiones nuevas para disminuir la presión interior.

La expresión de la agresión se llama "catarsis", y la disminución de la tendencia a agredir, como consecuencia de la expresión de la agresión, efecto catártico.

La mayoría de los psicólogos contemplan hoy esta teoría, al menos, con escepticismo.

4.4.1.2Teorías etológicas.

Intentan generalizar los estudios de la conducta animal a los comportamientos humanos. Dado que en el animal, la agresividad es un instinto indispensable para la supervivencia, en el hombre también es innata.

Puede darse sin provocación previa, ya que se acumula y descarga de forma regular. Aceptan generalmente el "modelo hidráulico".

Hoy, en general, no se acepta que se pueda generalizar del animal al hombre.

Refiriéndonos a lo común de ambas teorías, hoy se piensa que es poco probable que exista un instinto general agresivo en el hombre. También se

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duda de que exista un fluir constante de energía agresiva que se libera en los comportamientos agresivos.

4.4.2Teorías del impulso.

La agresión es una respuesta a una situación frustrante, es una respuesta al estímulo. La frustración activaría un impulso agresivo que sólo se reduce con algún tipo de comportamiento agresivo.

Hay datos que la avalan, como el hecho de que una situación de castigo o agresiva genera en una persona agresividad.

Sin embargo, los estudios que la avalan han dejado sin analizar otros elementos como el desarrollo de los mecanismos de inhibición, de desplazamiento o los modelos.

Los investigadores se inclinan hoy a pensar que la frustración facilita la agresión pero no es el único condicionante y/o desencadenante. La frustración no es una condición necesaria para la agresión.

4.4.3 Teorías del aprendizaje social.

La teoría del aprendizaje social afirma que las conductas agresivas pueden aprenderse por imitación u observación de la conducta de modelos agresivos. Enfatiza aspectos tales como aprendizaje observacional, reforzamiento de la agresión y generalización de la agresión.

El Aprendizaje Social considera la frustración como una condición facilitadora, no necesaria, de la agresión. Es decir la frustración produce un estado general de activación emocional que puede conducir a una variedad de respuestas, según los tipos de reacciones ante la frustración que se hayan aprendido previamente, y según las consecuencias reforzantes típicamente asociadas a diferentes tipos de acción.

Para explicar el proceso de aprendizaje del comportamiento agresivo se recurre a las siguientes variables:

a. Modelado: La imitación tiene un papel fundamental en la adquisición y el mantenimiento de las conductas agresivas en los niños. Según la teoría del Aprendizaje social, la exposición a modelos agresivos debe conducir a comportamientos agresivos por parte de los niños. Esta opinión está respaldada por diversos estudios que muestran que se producen aumentos de la agresión después de la exposición a modelos agresivos, aun cuando el individuo puede o no sufrir frustraciones. Congruentemente con esta teoría, los niño de clases inferiores manifiestan más agresiones físicas manifiestas que los niños de clase media, debido probablemente, a que el modelo de las clases inferiores típicamente más agresivo directa y manifiestamente.

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b. Reforzamiento: El reforzamiento desempeña también un papel muy importante en la expresión de la agresión. SI u niño descubre que puede ponerse en primer lugar de la fila, mediante su comportamiento agresivo, o que l e agrada herir los sentimientos de los demás, es muy probable que siga utilizando los métodos agresivos, si no lo controlan otras personas.

c. Los Factores situacionales: También pueden controlar la expresión de los actos agresivos. La conducta agresiva varía con el ambiente social, los objetivos y el papel desempeñado por el agresor en potencia.

d. Los factores cognoscitivos: Desempeñan también un papel importante en la adquisición y mantenimiento de la conducta agresiva. Estos factores cognoscitivos pueden ayudar al niño a autorregularse. Por ejemplo, puede anticipar las consecuencias de alternativas a la agresión ante la situación problemática, o puede reinterpretar la conducta o las intenciones de los demás, o puede estar consciente de lo que se refuerza en otros ambientes o puede aprender a observar, recordar o ensayar mentalmente el modo en que otras personas se enfrentan a las situaciones difíciles.

4.5FACTORES INFLUYENTES EN LA AGRESIVIDAD

4.5.1LA FAMILIA

Existen una serie de factores que dan razón del mayor o menor número de comportamientos agresivos, así como de sus características en intensidad, modo, forma de iniciarse, etc.

La familia es, durante la infancia, uno de los elementos más importantes del ámbito sociocultural del niño. Las interacciones entre padres e hijos van moldeando la conducta agresiva mediante las consecuencias reforzantes inherentes a su conducta.

El niño probablemente, generalice lo que aprende acerca de la utilidad y beneficios de la agresión a otras situaciones, En estas circunstancias, él pone a prueba las consecuencias de su conducta agresiva. Las familias que permiten el control de las conductas mediante el dolor, tienen una alta probabilidad de producir niños que muestren altas tasas de respuestas nocivas. La conducta agresiva del niño acaba con gran parte de la estimulación aversiva que recibe.

Dentro de la familia, además de los modelos y refuerzos, es responsables de la conducta agresiva el tipo de disciplina a que se le someta.

Se ha demostrado que una combinación de disciplinas relajadas y pocos exigentes con actitudes hostiles por parte de ambos padres fomenta el comportamiento agresivo en los hijos. El padre poco exigente es aquel que

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hace siempre lo que el niño quiere, accede a sus demandas, le permite una gran cantidad de libertad, y en casos extremos le descuidad y le abandona.

El padre que tiene actitudes hostiles, principalmente no acepta al niño y lo desaprueba, no suele darle afecto, comprensión o explicación y tiende a utilizar con frecuencia el castigo físico, al tiempo que no da razones cuando ejerce su autoridad. Incluso puede utilizar otras modalidades de agresión como la que ocurre cuando insultamos al niño por no hacer adecuadamente las cosas, o cuando lo comparamos con el amigo o con el hermano, etc. Tras un largo periodo de tiempo, esta combinación produce nuños rebeldes, irresponsables y agresivos.

Otro factor familiar influyente es la incongruencia en el comportamiento de los padres. Incongruencia en el comportamiento de los padres se da cuando los padres desaprueban la agresión y, cuando esta ocurre, la castigan con su propia agresión física o amenaza al niño. Los padres que desaprueban la agresión y que la detienen, pero con medios diferentes al castigo físico, tienen menos probabilidad de fomentar acciones agresivas posteriores.

Es decir una atmósfera tolerante en la que el niño sabe que la agresión es una estrategia poco apropiada para salirse con la suya, en la que ese le reprime con mano firme pero suave y es capaz de establecer imites que no se puede en absoluto traspasar, proporción el mejor antídoto a largo plazo para un estilo agresivo de vida. Enseñarle al niño medios alternativos acabara también con la necesidad de recurrir a peleas.

La inconsistencia en el comportamiento de los padres no solo puede darse a nivel de comportamientos e instrucciones, sino también a nivel del mismo comportamiento. En este sentido puede ocurrir, que respecto del comportamiento agresivo del niño, los padres unas veces los castiguen por pegar a otro y otras veces le ignoren, por lo que no le dan pautas consistentes. Incluso a veces pude ocurrir que los padres entre si no sean consistentes, lo que ocurre cuando el padre regaña al niño pero no lo hace la madre.

De este modo, el niño experimenta una sensación de incoherencia acerca de lo que debe hacer y de lo que no debe hacer. Se ofrece incoherencia al niño, también cuando se le entrena en un proceso de discriminación en el sentido de que los padres castiguen consistentemente la agresión dirigida hacia ellos pero a la ves refuercen positivamente la conducta agresiva de sus hijos hacia personas ajenas a su hogar.

Las relaciones deterioradas entre los propios padres provocan tensiones que pueden inducir al niño a comportase agresivamente.

Otro factor reside en las restricciones inmediatas que los padres imponen a su hijo. Restricciones no razonables y excesivos "haz y no hagas" provocan una atmósfera opresiva que induce al niño a comportarse agresivamente. Por último, en el ámbito familiar, puede fomentarse la agresividad con expresiones

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que la fomenten. Estas son expresiones del tipo "pero ¿pero no puede ser más hombre?".

Los factores cognitivos como forma de interactuar, es el resultado de una inadaptación debida a problemas de codificación de la información que dificulta la elaboración de respuestas normativas.

El niño agresivo es menos reflexivo y empático hacia los sentimientos, pensamientos e interacciones de los otros (indicadores de psicoticismo)

Cuando un niño agresivo es rechazado crece con la vivencia que el mundo es hostil y está contra él. El sentimiento de rechazo le lleva a un estatus negativo de su grupo y en su intento de reorientar sus relaciones sociales y manejar su autoestima, busca el apoyo social de aquellos con los que se siente respaldado, formándose las “pandillas agresivas”.

El ambiente más amplio en que el niño vive también puede actuar como un poderoso reforzador de la conducta agresiva. El niño puede residir en un barrio donde la agresividad es vista como un atributo muy preciado. En tal ambiente el niño es apreciado cuando se le conoce como un luchador conocido y muy afortunado. Los agresores afortunados son modelos a quienes imitaran los compañeros.

Además de los factores socioculturales también influyen factores orgánicos en el comportamiento agresivo. En este sentido factores hormonales y mecanismos cerebrales influyen en la conducta agresiva. Estos mecanismos son activados y producen los cambios corporales cuando el individuo experimenta emociones como rabia, excitación miedo. Por tanto, factores físicos tales como una lesión cerebral o una disfunción también pueden provocar comportamientos agresivos.

También estados de mala nutrición o problemas de salud específicos pueden originar en el niño una menor tolerancia a la frustración por no conseguir pequeñas metas, y por tanto pueden incrementarse las conductas agresivas.

Otro factor del comportamiento agresivo es el déficit de habilidades necesarias para afrontar situaciones frustrantes. Bandura (1973) indico que la ausencia de estrategias verbales para afrontar el estrés a menudo conduce a la agresión. Hay datos experimentales que muestran que las mediaciones cognitivas insuficientes pueden conducir a la agresión. Camp (1977) encontró que los chicos agresivos mostraban deficiencias en el empleo de habilidades lingüísticas para controlar su conducta; responden impulsivamente en lugar de responder tras la reflexión.

No solo el déficit en habilidades de mediación verbal se relaciona con la emisión de comportamientos agresivos. Es responsable también el déficit en habilidades sociales (HHSS) para resolver conflictos. Las HHSS se aprenden a

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lo largo de las relaciones que se establecen entre niños y adultos u otros niños. Se adquieren gracias a las experiencias de aprendizaje. Por lo que es necesario mezclarse con niños de la misma edad para aprender sobre la agresión, el desarrollo de la sociabilidad, etc.

La familia tiene una función eminentemente protectora y socializadora. Dentro de ésta, el niño establecerá nexos con el mundo exterior, haciéndose patente a través de la seguridad que se vaya solidificando según las relaciones entre los miembros de la familia. Se producen alianzas y coaliciones que en parte definen su estructura funcional. La ruptura de una alianza o coalición implica la necesaria reestructuración de la dinámica familiar (Ortigosa, 1999). Las relaciones afectivas familiares tempranas proporcionan la preparación para la comprensión y participación de los niños en relaciones familiares y extrafamiliares posteriores. Ayudan a desarrollar confianza en sí mismo, sensación de autoeficacia y valía (Trianes, 2000). Dentro de esta, la riqueza de las interacciones madre-hijo o cuidador-hijo es el predictor más consistente de la habilidad, el conocimiento y la motivación en los niños (Pino y Herruzo, 2000).

4.5.2EL APEGO

4.5.2.1ESTRÉS Y APEGO

En la infancia existen cantidad de situaciones y acontecimientos que pueden ser considerados como estresores, porque implican daño o pérdida; son amenazas reales o potenciales para el bienestar, retos ante los cuales irremediablemente hay que responder. Migram (1996) (citado por Trianes, 2000), propone una clasificación de dichos acontecimientos: 1) tareas rutinarias, 2) actividades o transiciones normales del desarrollo 3) acontecimientos convencionales, 4) acontecimientos negativos, 5) alteraciones familiares graves, 6) desgracias familiares, 7) desgracias personales y 8) desgracias catastróficas.

Toda separación ejerce un efecto particularmente adverso sobre los niños cuyos padres suelen mostrarse hostiles o amenazarlos con la separación como medida disciplinaria, o cuya vida familiar es inestable. De esta forma, se observa que las amenazas de abandono o suicidio por parte de los padres, suelen desarrollar más la elaboración de un apego ansioso. La amenaza de abandono puede expresarse de distintas maneras: afirmar que al pequeño se le puede llevar a un lugar para niños malos, a la policía. Otro tipo de amenaza es la que dice el padre cuando menciona que se marchará de la casa, dejándolo solo. Una tercera, radica en señalar que si el niño no se porta bien, la madre o el padre se enfermarán e incluso morirán. Una cuarta, es la realizada en momentos de enojo y cediendo a la impulsividad, que hace uno de los padres en el sentido de abandonar a la familia, e incluso de cometer suicidio.

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También ha de tomar en cuenta la ansiedad que se despierta cuando el niño oye discutir a sus padres, y por lo tanto, teme que uno de ellos llegue a abandonar el hogar (Bowlby, 1985; 1998).

Méndez (1999), menciona que los factores que explican el origen y la persistencia de los miedos infantiles son: 1) preparatoriedad, 2) vulnerabilidad biológica, 3) vulnerabilidad psicológica, 4) historia personal y 5) experiencias negativas.

Los elementos que componen la experiencia del estrés en los niños son: 1) variables antecedentes (estímulos estresantes), 2) variables que median la experiencia del estrés: modeladoras (género, edad, temperamento) y amortiguadoras o protectoras (familia, interacción), 3) factores de riesgo (condiciones personales y ambientales que predisponen a padecer estrés) y 4) factores de afrontamiento (condiciones personales y ambientales que ayudan a manejar y superar el estrés) (Trianes, 2000).

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Conclusión

En este trabajo hemos querido reflejar todo lo posible en lo que es la agresividad pero describiéndolo desde un punto de vista psicobiológico ya que necesitábamos saber de dónde provenía y que podríamos hacer frente a ella, por lo cual consideramos variados puntos. En la construcción de una vía interpretativa para la comprensión del fenómeno de la violencia a nivel individual, se revisó evidencias sobre el componente genético, el rol de los neuromoduladores cerebrales y datos clínicos de la neuroimagenología estructural y funcional, en una integración psicobiológica de los comportamientos agresivos y violentos. Se ha podido demostrar la existencia de un componente genético, el involucramiento del metabolismo de neurotransmisores, principalmente serotonina y noradrenalina y la participación de estructuras cerebrales corticales, especialmente regiones del lóbulo prefrontal (orbitofrontal y lateral ventral) y el sistema límbico (amígdala e hipocampo y corteza temporal). Se propone un modelo interpretativo del “cerebro violento” que reúne las diferentes regiones cerebrales involucradas y su interconexión.

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