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Clases medias en tiempos del Estado Plurinacional Nueva época, año 1, Nº 1 DOSSIER: Álvaro García: La asonada de la clase media decadente (p. 1) y Las clases medias en disputa (p. 5) Milenka Figueroa, Andrés Chivé y Ernesto Pérez: Una aproximación a las clases medias a través de los estratos de ingresos (p. 9) George Komadina: Clases medias en las calles y en las redes (p. 25) Valeria Silva: Efectos del proceso de cambio y la llamada ´clase media´ (p. 39) Fernando Molina: Breve sociología de la clase media boliviana (p. 45) Jorge Viaña: Fundamentos para un análisis de coyuntura histórico-clasista -clases medias y la necesidad de una estrategia emancipativa- (p. 53) Amaru Villanueva: La clase media imaginada (p. 69) Marcelo Arequipa: Clase media en Bolivia, traduciendo el esperpento (p. 85) Juan Carlos Pinto: Acerca del proceso de cambio y el surgimiento de la clase media popular en Bolivia (p. 91) Itxaso Arias: La nueva clase media popular y el deseo de revolución (p. 101) APORTES: Benjamín Arditi: La política distribuida de los rebeldes del presente: la acción en la era de la web 2.0 (p. 105)

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Page 1: Presentación · poder. Esta intervención provocó un conjunto de reflexiones y análisis sobre la incidencia de las “clases medias” en la dinámica política e institucional

Clases medias en tiempos del Estado Plurinacional

Nueva época, año 1, Nº 1

DOSSIER:

Álvaro García: La asonada de la clase media decadente (p. 1) y Las clases medias en disputa (p. 5)

Milenka Figueroa, Andrés Chivé y Ernesto Pérez: Una aproximación a las clases medias a través de los estratos de ingresos (p. 9)

George Komadina: Clases medias en las calles y en las redes (p. 25)

Valeria Silva: Efectos del proceso de cambio y la llamada ´clase media´ (p. 39)

Fernando Molina: Breve sociología de la clase media boliviana (p. 45)

Jorge Viaña: Fundamentos para un análisis de coyuntura histórico-clasista -clases medias y la necesidad de una estrategia emancipativa- (p. 53)

Amaru Villanueva: La clase media imaginada (p. 69)

Marcelo Arequipa: Clase media en Bolivia, traduciendo el esperpento (p. 85)

Juan Carlos Pinto: Acerca del proceso de cambio y el surgimiento de la clase media popular en Bolivia (p. 91)

Itxaso Arias: La nueva clase media popular y el deseo de revolución (p. 101)

APORTES:

Benjamín Arditi: La política distribuida de los rebeldes del presente: la acción en la era de la web 2.0 (p. 105)

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Presentación

BITÁCORA INTERCULTURAL

Es una publicación de gestión de conocimiento del Proyecto de Fortalecimiento del Estado Plurinacional Autonómico y de la Democracia Intercultural del Programa de la Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD-Bolivia), con el apoyo financiero de la Embajada de Suecia.

Bitácora Intercultural vincula la producción de información de instituciones estatales, de organizaciones de la sociedad civil y de entidades de la cooperación internacional en aras de promover el análisis, debate y socialización de conocimientos relativos a la democracia intercultural y la edificación del Estado Plurinacional en Bolivia.

PNUD - BOLIVIA Mauricio Ramírez Villegas, Coordinador Residente del Sistema de las Naciones Unidas en BoliviaMaribel Gutiérrez, Representante Residente ai. del PNUD en BoliviaFernando Aramayo Carrasco, Oficial de Programas del PNUD en Bolivia

PROYECTO DE FORTALECIMIENTO DEL ESTADO PLURINACIONAL AUTONÓMICO Y DE LA DEMOCRACIA INTERCULTURAL, PNUD-BOLIVIA

Carlos Camargo Chávez, CoordinadorFernando García Yapur, Especialista política pública y gestión del conocimientoAlberto García Orellana, Especialista diálogo y gestión públicaÁlvaro Moscoso P., Equipo administrativoMónica Henriquez V., Equipo administrativo

EQUIPO EDITORIAL Carlos Camargo Ch., Fernando Mayorga, Juan Carlos Pinto, Alberto García O., Magaly Gutiérrez, Fernando García Y., Claudia Peña, Ximena Centellas, Fernando Aramayo C., Ely Linares, Miguel Foronda C.

RESPONSABLES DE BITÁCORA Fernando García Yapur, Alberto García Orellana, Juan Carlos Pinto

DISEÑO Y EDICIÓN Liliana Ríos Vargas M.

ARTISTAS INVITADOSJhamil Francia Chuquimia, Miguel Foronda Calle, Liliana Ríos Vargas M.

REVISIÓN PNUDMónica Pacheco S., Unidad de Desarrollo EstratégicoNagera Vicente N., Unidad de Desarrollo EstratégicoRocío Chaín, Oficial de Programas

IMPRESIÓN:

DEPÓSITO LEGAL:

Copyright © PNUD 2018Todos los derechos reservadosElaborado en BoliviaLas opiniones y los énfasis destacados de los textos de la presente publicación son de responsabilidad exclusiva de las y los autores e invitadas/os, y no responden necesariamente a la línea institucional del PNUD y la Vicepresidencia del Estado Plurinacional.

Foto tapa: Chuquimia, Jhamil Francia (2018)

A mediados del año 2017, el vicepresidente del Estado Plurinacional de Bolivia, Álvaro García Linera, intervino en el debate público en torno a la modificación de la estructura social como resultado de las transformaciones políticas que acontecieron en el país desde la asunción de Evo Morales al poder. Esta intervención provocó un conjunto de reflexiones y análisis sobre la incidencia de las “clases medias” en la dinámica política e institucional del Estado Plurinacional. Después de una década de gobierno de Evo Morales, la estructura de la sociedad es otra, ingentes sectores y grupos sociales en situación de pobreza y extrema vulnerabilidad pasaron a ser considerados de condición media. A lo largo de este periodo acontecieron procesos de movilidad social ascendente y transformaciones en la fisonomía del desarrollo urbano en las principales ciudades y centros poblados intermedios que con-llevó la modificación de los patrones de consumo, de valores, imaginarios y expectativas colectivas.

Los cambios trajeron consigo la incorporación de renovadas formas de parti-cipación ciudadana. Si bien las estructuras político-partidarias y de las organi-zaciones sociales se encuentran en el centro de las dinámicas políticas, se han incorporado otros formatos y mecanismos que generan nuevas modalidades de participación ciudadana de la sociedad civil. “Clases medias” o “estratos medios” son significantes que se posicionan en la discursividad política y en las preocupaciones académicas de la reconfiguración de la estructura social como de las formas de participación política y social. ¿Qué hay detrás de ella?, ¿cómo entender los nuevos rostros y formatos de emergencia colectiva en los espacios públicos urbanos?, ¿qué proponen respecto a las tendencias de construcción institucional del Estado Plurinacional?, son algunos de los intereses analíticos y reflexivos de la Bitácora en su relanzamiento como dos-sier temático de gestión del conocimiento del Proyecto de Fortalecimiento del Estado Plurinacional Autonómico y de la Democracia Intercultural del PNUD.

Bitácora Intercultural, en su nueva época, busca vincular la producción de información que desarrollan instituciones estatales, organizaciones de la so-ciedad civil y entidades de la cooperación internacional, en aras de promover el análisis, el debate plural y la socialización de conocimientos relativos a la democracia intercultural y la edificación del Estado Plurinacional en Bolivia. La presente entrega del primer número: Clases medias en tiempos del Estado Plurinacional, se trabajó en coordinación con la Vicepresidencia del Estado Plurinacional.

Proyecto de Fortalecimiento del Estado Plurinacional Autonómico y de la Democracia Intercultural

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Las clases sociales

Una clase social es un conjunto grande de per-sonas que estadísticamente tienen acceso a con-diciones de vida más o menos parecidas, por ejemplo, ingresos económicos, propiedades, ti-tulaciones, prestigios o vínculos sociales.

Cada persona es un universo diferente a otro en su trayectoria de vida; sin embargo, cuando las estrategias eco-nómicas que despliegan, las oportunidades laborales que se les presen-tan, las mane-ras generales de enfrentar el porvenir y la forma de apre-ciar y valorar las cosas del mundo son re-l a t i v a m e n t e convergentes a un espacio común, signi-fica que pertenecen a una misma clase social. Normalmente, todos los seres humanos forman parte de una clase social, sin necesidad de sa-berlo ni de interesarse por ello. Pero cuando esta similitud de condiciones económicas, culturales y simbólicas son asumidas como una identidad con capacidad de representación, de organiza-ción o de convocatoria, estamos ante una clase social movilizada. Es el caso de lo que deno-minamos “clase obrera” o “clase campesina” en torno a sus federaciones y sindicatos; o los

empresarios en torno a sus cámaras, asociacio-nes o partidos, que logran articular un interés clasistamente diferenciado.

La llamada “clase media” es un producto de la modernidad y se constituye como tal a partir de su diferenciación tanto de la clase de los grandes propietarios y poseedores de recursos, empre-sarios, banqueros, terratenientes; como de los trabajadores manuales, pequeños campesinos,

artesanos, obre-ros, etc. Sin embargo, esta conformación por distancia de los de “arri-ba” y de los de “abajo” –de ahí lo de “cla-se media”– es muy ambigua porque abarca desde perso-nas que sien-do asalariadas también pueden tener propieda-des inmuebles,

un automóvil, una propiedad agraria u otro tipo de bienes que las jerarquizan socialmente, como una profesión, una profusa red social de apoyos materiales y, en el caso de Bolivia, de apellidos y color de piel que le otorgan un plus social so-bre el resto de las clases subalternas (el capital étnico). Incluso el concepto de clase media es tan elástico que obreros con elevadas remunera-ciones son catalogados como “clase media”, ya no por sus propiedades sino por su capacidad de consumo, etc. De hecho, esta es la manera más

La asonada de la clase media decadente1

por Álvaro García Linera*

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* Vicepresidente del Estado Plurinacional de Bolivia desde el año 2006. Analista e investigador autodidacta con numerosas publicaciones y aportes académicos que le han valido el nombramiento de Doctor Honoris Causa por más de 15 universidades a nivel mundial.

1. Publicado en el suplemento Animal Político de La Razón el 17 de enero de 2018. Artículo que se incorpora al presente dossier de Bitácora con el objeto de retomar el contexto y las referencias analíticas del debate y reflexión temática desplegada en la opinión pública.

Foronda Calle, Miguel (2018). Angustias cotidianas

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Ríos, Liliana (1986). Punta seca

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común de clasificar a la “clase media”: por sus ingresos monetarios y capacidad de consumo, y su fuerza clasificatoria es inversamente propor-cional a las autoclasificaciones que las propias clases subalternas hacen de sí mismas. Por ello es que, dependiendo de estas diferencias al in-terior de la “clase media”, es posible distinguir fracciones y segmentos de clase según su capa-cidad de consumo, la posesión de títulos aca-démicos, propiedades inmuebles, capacidad de ahorro, titularidad de pequeños negocios o em-presas, acceso a tierra, y otros. Así, propietarios de bienes inmuebles en alquiler, profesionales en carreras prestigiosas y en carreras de reciente creación, propietarios de pequeños negocios de comercio, cooperativistas, comerciantes globa-lizados, técnicos especialistas, propietarios de medios de transporte público, oficinistas, es-tudiantes dependientes, etc., forman distintos segmentos de la clase media tradicional y de la nueva clase media ascendente.

Históricamente, esta “clase media” también se articula mediante partidos, asociaciones de profe-sionales u otras instancias, aunque por su com-

plejidad fragmentada es común que lo haga adhi-riéndose de manera pendular a uno de los grandes bloques sociales que polarizan la sociedad.

La rebelión clasemediera

En los últimos meses, un fenómeno sociológi-co ha comenzado a ocurrir en Bolivia y es la notable proliferación de procesos de autorre-presentación de segmentos y fracciones de cla-ses medias urbanas tradicionales. A través de “colectivos ciudadanos” y, recientemente, por medio de gremios médicos, han visibilizado un tipo de malestar social claramente antiguberna-mental expresado en marchas, movilizaciones, huelgas, estribillos y consignas.

Lo primero que llama la atención de estas ex-presiones es la ideología conservadora y, en ciertos casos, racista de estos colectivos. Expre-siones como “vamos a botar a los collas”, “in-dios abusivos” o “pueblo ignorante” con el que muchos de sus portavoces se han referido hacia los movimientos sociales, indígenas, campesi-nos y obreros, e incluso, hacia el presidente del país, muestran un renacimiento del viejo rencor colonial y clasista hacia las clases populares que estalló durante la Asamblea Constituyente. Si bien la simbología ha cambiado respecto a las movilizaciones cívico-separatistas de los años 2005-2009, ahora usan la tricolor en vez de las banderas regionales, lucen pañoletas rojas en la garganta en vez de los pañuelitos blancos y han sustituido el bate de béisbol con el que rompían cráneos de campesinos por ruidosos petardos; la composición clasista es similar a la de hace once años atrás; además, el discurso, los cánti-cos, los adjetivos y las mentiras movilizadoras son idénticas a las empleadas durante el golpe cívico liderado por Branko Marinkovic, Man-fred Reyes Villa y otros políticos fascistas.

Hay en todos ellos una racialización del discur-so que asocia lo popular a lo “colla” (aymara, quechua), que culpa de la reducción de opor-tunidades políticas de las clases medias a la presencia de “indios alzados”, que a la vez se entrecruza con el añejo discurso clasista y anti-comunista de los años 60, que vincula el sindi-

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calismo con el autoritarismo, y el fantasma del riesgo a la propiedad con el socialismo. Así, la novedad del “colectivo ciudadano” como modo de asociación “independiente” se ahoga en el re-ciclamiento de desgastados discursos racistas y clasistas enarbolados por los antiguos grupos de choque de la Unión Juvenil Cruceñista o por las bandas paramilitares de la época de la dictadura banzerista.

Una segunda característica de estos colectivos y movimientos es la distancia pública respecto a los partidos políticos conservadores. Clara-mente, es una táctica de camuflaje para captar adherentes con el discurso de la “civilidad” y la “ciudadanía” para posteriormente llevar a los captados hacia una militancia política. No en vano, los principales promotores de estos colectivos son exsocialistas que trabajaron para Gonzalo Sánchez de Lozada, exfuncionarios de Usaid desempleados, exfuncionarios del presi-dente Hugo Banzer, y la mayor parte de los gas-tos son propiciados por fundaciones de los vie-jos partidos neoliberales. Sin embargo, existe en esta maniobra una confesión vergonzosa: el desgaste de los viejos partidos políticos y de sus líderes que ya no pueden convocar adherentes por sí mismos y que, ante la devaluación social que sufren, están obligados al uso de este tipo de satélites “apolíticos”.

En el caso médico, lo relevante es la capacidad de agregación corporativa que ha alcanzado. Ciertamente, se trata de un estamento oligarqui-zado en el cual los jerarcas cohesionan a las nue-vas generaciones mediante la transmisión gene-racional del conocimiento médico, el ejercicio de la cátedra, la selección de médicos internis-tas y la contratación en sus hospitales privados. Pero, que se hayan movilizado tanto tiempo por el artículo 205 del Código del Sistema Penal, que lejos de criminalizarlos los protegía con tres blindajes técnicos frente a la desprotección del “homicidio culposo” del viejo código, muestra a un sector social que actúa más por emociones jerárquicamente inducidas que por razones; y que, por tanto, está predispuesto a apegarse a mentiras que precautelen el beneficio corporati-

vo por encima de cualquier interés general. De hecho, esto define el límite de la rebelión de esta clase media: la defensa egoísta del interés par-ticular aun a riesgo de pisotear y agredir brutal-mente los intereses universales de la sociedad.

Clases medias ascendentes y descendentes

Más allá de estos discursos viejos en envolturas nuevas, lo relevante del momento es esta aso-nada de específicos segmentos de clase media urbana que son observados con indiferencia por los sectores populares tradicionalmente movilizados, como el movimiento indígena-campesino, la clase obrera o los vecinos. En realidad se trata de una movilización reactiva a un movimiento tectónico de la sociedad, que ha comenzado a desplazar a la clase media tra-dicional del espacio de sus antiguos privilegios y oportunidades por una nueva clase media de origen popular.

En la última década se ha producido una con-moción social que ha modificado la estructu-ra económica, estatal y social de Bolivia. La economía ha crecido cuatro veces, pasando de 9.000 a 36.000 millones de dólares. La diferen-cia entre los más ricos y pobres se ha acortado de 128 veces a 37. Y, lo más importante que re-sume todo eso es que el 20 % de los bolivianos han pasado a formar parte de la clase media2.

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2. PNUD (2016). Progreso multidimensional: bienestar más allá del ingreso.

Más allá de estos discursos viejos en envolturas nuevas, lo relevante del momento es esta asonada de específicos segmentos de clase media urbana que son observados con indiferencia por los sectores populares tradicionalmente movilizados (...).

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Esto significa que el espacio social de recursos, reconocimientos y oportunidades que anterior-mente disfrutaban 1,1 millones de personas de clase media tradicional, ahora lo tienen que compartir con otros nuevos 2,2 millones de per-sonas que acaban de ascender desde los sectores populares. Donde antes había uno ahora hay tres y, entonces, la lucha por el reconocimiento y el control de los recursos de esta clase media se ha vuelto más difícil.

La clase media tradicional, de profesiones reco-nocidas, que habitaba barrios claramente sepa-rados de los sectores populares, de apellidos es-pecíficos, se ha visto “invadida” por una nueva clase media de origen popular que es más joven, que también ha accedido a profesiones, oficios y emprendimientos, pero que además tiene vín-culos más fluidos con el Estado dirigido por sectores populares, lo que le permite acaparar recursos y medios de decisión hasta hace poco monopolizados por las clases medias tradicio-nales. Personas que anteriormente hacían pre-valecer su título, su larga trayectoria laboral o el linaje para acceder a algún puesto de mando y a la ejecución de alguna obra de envergadura –o sus hijos, que esperaban que el apellido no-table y las influencias familiares les entregasen una beca, un puesto laboral o un contrato–, aho-ra ven devaluarse su posición, ya que la deben compartir con otros “advenedizos” de apellidos y colores populares. Y lo peor, estos “recién llegados” que entran a los antiguos colegios de élite, que alquilan casas en la zonas residencia-les y que hacen negocios globalizados, tienen mayor influencia en el Estado –que administra el 40 % de la riqueza de Bolivia– que las clases medias tradicionales; lo que no solo está obli-gando a estas últimas a compartir el espacio de clase media, sino, incluso, a perder el mando y la predominancia dentro de la misma.

Se trata de una auténtica tragedia de clase: ver-se invadido por nuevas clases medias y encima perder la hegemonía interna convirtiéndose en clase media decadente frente al ascenso de otras fracciones de la nueva clase media. Toda am-pliación del número de personas que ejercen

una posición de relativa jerarquía social lleva inevitablemente a una devaluación de esa jerar-quía. Para los que ascienden, en este caso los integrantes de la nueva clase media de origen popular, es un proceso de reenclasamiento hacia arriba; en tanto que los que ven desvalorizar su posición por su masificación, están en un claro proceso de desclasamiento hacia abajo.

Las estrategias que tienden a usar las clases en proceso de desclasamiento son varias. Si son portadoras de un ímpetu histórico, buscarán reenclasarse hacia arriba, volviendo a valuar sus pertenencias y distinguiéndose de los segmen-tos arribistas. Esto significaría aumentar sus ca-pitales económicos, reconvertir sus titulaciones e insuflar sus prestigios; pero las clases medias tradicionales bolivianas han preferido optar por una actitud reaccionaria que los arroja aún más a la decadencia. Oponerse a la nueva configura-ción social del país es una actitud retrógrada, e intentar devaluar el ascenso social de las clases populares reeditando los viejos prejuicios racis-tas de los hacendados, les quita cualquier rasgo de virtuosismo colectivo. Al final, los únicos aliados que tienen son algunos exizquierdistas igualmente desplazados de la historia, que en un exceso de degradación moral nos recuerdan a los piristas del siglo pasado, marchan bajo el lúgubre comando de los que privatizaron las empresas públicas y querían pedir pasaportes a los indios para dejarlos pasar a sus plazas.

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Oponerse a la nueva configuración social del país es una actitud retrógrada, e intentar devaluar el ascenso social de las clases populares reeditando los viejos prejuicios racistas de los hacendados, les quita cualquier rasgo de virtuosismo colectivo.

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La publicación de nuestro ensayo “La asonada de las clases medias decadentes”, en el suple-mento Animal Político, ha generado un exten-so y sano debate que muestra hasta qué punto los concep-tos sobre las clases medias son tanto un espacio de disputa como de intenciona-lidad performativa (Austin).

Una parte de los crí-ticos conservadores han preferido eludir el debate conceptual o estadístico y han optado por esconder sus limitaciones in-telectuales, refugián-dose en el expediente del agravio. En vez de proponer una ma-nera distinta de con-ceptualizar las clases medias, o sus proce-sos de movilidad y sus discursos orga-nizadores, han recla-mado que se les diga que son “decadentes”. Usamos esa palabra no como adjetivo descalifi-cador sino como categoría que describe un pro-ceso objetivo de crecimiento demográfico de la clase media y, por tanto, de devaluación inevita-ble de los antiguos bienes patrimoniales, cultu-rales o simbólicos, monopolizados por las anti-guas clases medias. Son 2,2 millones de nuevos

integrantes de la clase media en términos de relaciones laborales, o tres millones en térmi-nos de capacidad de consumo en apenas una

década, que hablan de una saludable y necesaria ampliación de la clase media bo-liviana, que convier-te el clásico triángu-lo social de décadas atrás –con el que se representaba a las je-rarquías sociales–, en un rombo, tal como lo describe el perio-dista Yuri Flores.

Pero, este proceso de democratización de la riqueza –eso es, en el fondo, el signifi-cado del surgimiento de una nueva clase media– lleva, inexo-rablemente, a que los antiguos ocupantes de ese segmento so-cial ahora tengan que compartir el espacio social con otros sec-tores advenedizos que, con su sola pre-

sencia, devalúan, por su masificación, los anti-guos reconocimientos, jerarquías, privilegios y espacios que ocupaban (cines, colegios, univer-sidades, urbanizaciones, lugares de recreación, entre otros). Si la clase media tradicional no despliega estrategias para reconquistar la “ex-clusividad” de esos nuevos recursos, bienes, po-

Las clases medias en disputa1

por Álvaro García Linera*

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Ríos, Liliana (1986). Aguafuerte

* Vicepresidente del Estado Plurinacional de Bolivia desde el año 2006. Analista e investigador autodidacta con numerosas publicaciones y aportes académicos que le han valido el nombramiento de Doctor Honoris Causa por más de 15 universidades a nivel mundial.

1. Publicado en La Razón el 18 de febrero de 2018. Artículo que se incorpora al presente dossier de Bitácora con el objeto de retomar el contexto y las referencias analíticas del debate y reflexión desplegada en la opinión pública.

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siciones y reconocimientos de clase media, está claro que tenderá a descender socialmente, es decir, a ubicarse como decadente. Se trata de un proceso objetivo de desclasamiento y reenclasa-miento social, y nadie, con un poco de inteligen-cia, debería enojarse por ello.

En este bloque de agravios, no puedo dejar de mencionar el extravío histórico de Carlos Mesa al considerar que la “clase media” fuera la “de-positaria” de los valores democráticos, dejando entender que el resto de las clases populares serían antidemocráticas y autoritarias. Se trata, ciertamente, de un apego espontáneo a lo aristo-télico del “justo medio” como depositario de las virtudes del “buen gobierno”, que no solo repro-duce el viejo prejuicio señorial sobre la “incivi-lidad” de las clases populares, sino que también borra injustamente la evidencia histórica de que quienes conquistaron la democracia en Bolivia siempre han sido las clases trabajadoras, y que la profundización de esa democracia solo es po-sible mediante más participación de esas clases trabajadoras a las que pareciera aborrecer.

Un segundo grupo de artículos ha polemizado aspectos interesantes que hay que rescatar. Unos han observado las características de mi defini-ción de clase media por la importancia que asigno a la relación de propiedad económica, decirles que eso permite precisamente separar a obreros y trabajadores calificados que, perte-necientes a la clase obrera, debido al aumento de sus niveles de ingresos en la última década

son confundidos con “clase media”. Y a aquellos que han desempolvado el viejo manual de economía política de Nikitin para exigir una lectura exclusi-vamente economicista del concepto de clases, simplemente decirles que la so-ciología moderna y las más sofisticadas corrientes marxistas han enriquecido notablemente el concepto relacional de “clases sociales”, han incorporado otros “bienes” y tipos de “propiedades” en la estructuración estadística de una clase social, como los bienes culturales, los bienes educativos, los bienes simbóli-

cos, los bienes organizativos, e incluso, en so-ciedades poscoloniales, los bienes “étnicos”. Ya el propio Marx recomendó tomar en cuenta en el estudio de las clases sociales la lucha por la “distinción” en “los modos de vida, sus intere-ses y su cultura”.

Sin embargo, quiero detenerme en dos lúcidas reflexiones. La primera, de Gustavo Luna, que señala que en los últimos dos años ha habido una relentización en el crecimiento de la econo-mía (de 5,5 % a 4 %), de la inversión pública y del consumo de los hogares. Estas tres variables han crecido y han sido las más altas del conti-nente, pero han crecido a una tasa menor, entre un 20 a un 30 % que en años anteriores. Es decir que habría un dato objetivo en la economía que hubiera impactado en las subjetividades socia-les. El incremento del consumo, la expansión de contrataciones, consultorías, emprendimientos personales que tenían una tasa de crecimien-to elevada y habían generado expectativas y apuestas hacia futuro, en términos de inversión, estudios y empleo, se han visto obstaculiza-das parcialmente en los dos últimos dos años, creando las condiciones de un malestar social urbano de clase media que logró ser canalizado por construcciones discursivas conservadoras y convocatorias corporativas como la de los mé-dicos. En todo caso, si esta hipótesis fuera cier-ta, la recuperación económica mundial de 2017, el incremento en más del 30 % del precio del pe-tróleo en los últimos meses y el efecto irradian-te de las inversiones industriales, tanto públicas como privadas ya en marcha, dinamizarán nue-

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Ríos, Liliana (1989). Punta seca

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vamente este año, 2018, el “segundo motor” de la economía boliviana, el sector externo, con lo que habrá de superarse a corto plazo este ele-mento objetivo de malestar. Todo dependerá ahora de la capacidad de construcción discur-siva y simbólica con la que actúen el partido de gobierno y la oposición para significar, subjeti-var y politizar estos cambios materiales.

Un segundo aporte notable viene de parte de Manuel Canelas y Amaru Villanueva, quienes, por separado, observan que las clases medias tienden a satisfacer sus nuevas demandas, ya no en el Estado sino en el mercado. Es una idea interesante en tanto exige comprender que el mediador “visible” de la clase media con sus nuevas expectativas de estatus social (Weber) ya no es directamente el Estado y sus institucio-nes, sino el “mercado”, los bancos, las empresas privadas, los emprendimientos personales y de-más. Sin embargo, tampoco se puede caer en la ilusión liberal de que el “mercado” es un ente al margen de las personas, los grupos, los in-tereses y el propio Estado. ¿Quién fija las tasas de interés bancario para la vivienda del profe-sional o la iniciativa productiva de los nuevos emprendedores? El Estado. ¿Quién dinamiza determinadas ramas de la economía o prioriza la demanda de ciertas profesiones en la que el joven profesional puede hallar más oportunida-des de empleo? El Estado. Y en una sociedad donde el Estado controla el 60 % de la inversión y el 40 % de la economía, este atraviesa directa-mente la suerte y las oportunidades del conjunto de la sociedad y, en especial, de las clases me-dias. Por ello, lo que ha ampliado la clase media en Bolivia en esta última década no es el “mer-cado”, sino el Estado y su manera de influir o de ampliar el mercado. No hay que olvidar que el Estado se desempeña en realidad como un “Banco Central” (Bourdieu) que acumula, re-gula, distribuye, valora y devalúa los distintos capitales, bienes, propiedades y prestigios que acumulan todas las clases sociales. Que esto no haya podido ser “visibilizado” como un relato orgánico en el sentido común (Gramsci) de la nueva clase media habla más de una incompren-sión gubernamental de los alcances de su propia obra que de una autonomía real de las clases medias respecto a la dinámica estatal.

En todo caso, lo importante de todo ello es que al lado de la antigua clase media se ha instalado una nueva clase media de origen popular, que ha satisfecho sus necesidades básicas como el acceso a agua, alcantarillado, asfaltado de ca-lles, gas, transporte, educación, vivienda propia y que ahora se lanza a la búsqueda de otros ser-vicios como la calidad en la atención de salud, bienes de consumo selectos, esparcimiento, viajes, entre otros. Estamos, por tanto, ante la búsqueda de bienes que ya no están vinculados a la circunscripción territorial del hogar, la co-munidad y la fábrica, que eran los lugares de la militancia sindical, de la junta de vecinos o la comunidad campesina. Es decir, estamos ante sujetos en proceso o plenamente desindicaliza-dos y desterritorializados, lo que significa que son portadores de otra concepción del mundo, del orden lógico e instrumental de las cosas.

Claro, el orden sindical boliviano en cierta me-dida fue una fuerza productiva de la escasez; y más que una pertenencia organizativa es una manera de ser en el mundo, de acceder a dere-chos, de conseguir reconocimiento social, de construir memoria colectiva, de remontar ad-versidades y de ubicación moral en las contin-gencias cotidianas. La subjetividad sindical ha construido el espíritu articulador de lo nacional-popular en los últimos cien años. Y ahora resul-ta que una tercera parte de la población se ha desindicalizado, se ha individuado abruptamen-te y, con ello, ha dado lugar a una nueva cultura de ubicación y de organización del mundo que

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(...) al lado de la antigua clase media se ha instalado una nueva clase media de origen popular, que ha satisfecho sus necesidades básicas (...) y que ahora se lanza a la búsqueda de otros servicios como la calidad en la atención de salud, bienes de consumo selectos (...).

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tal vez ya no puede ser convocada por los anti-guos códigos discursivos y que, de hecho, re-clama la impronta de sus propios códigos en el espacio de los reconocimientos y articulaciones políticas.

De manera resumida, hay un importante sector social, las nuevas clases medias, que, provinien-do de las clases populares, ya no milita en nin-gún movimiento social territorial, pelea por una cultura de distinción y su modo de unificación política es una incógnita. Su procedencia popu-lar, el que el padre o los parientes militen en un sindicato, junta de vecinos o gremio, sumado a que estos vínculos sindicales-comunales le per-mitan una interlocución instrumental más fluida con los mecanismos de contratación o inversión estatal, pueden hacer pensar que es sensible a la narrativa e interpelación sindical. Pero, a la vez, sus nuevas condiciones de vida, sus aspiraciones de reconocimiento y sus nuevas expectativas, parecidas a las de la clase media tradicional, la pueden llevar a inclinarse por la irradiación con-servadora de la clase media descendente. Está claro, entonces, que la conformación de la iden-tidad y filiación de las clases medias es hoy un espacio de intensas luchas y disputas políticas que habrá de dirimirse en los siguientes años.

Además, hay un cambio tecnológico que está complejizando y acelerando el perfil e inclina-ciones sociales de las clases medias: el internet. Si bien es un soporte tecnológico de comuni-cación, como lo es la televisión, la radio o la imprenta, es el primer soporte adecuado a la individuación desterritorializada propia de las clases medias. El internet en el celular no solo afianza el rompimiento de los vínculos corpo-rales propios del sindicalismo, la vecindad y el gremio; sino que también se apoya en la indi-vidualidad desterritorializada resultante, para brindarle herramientas de nuevas hermandades, de nuevas filiaciones sin anclaje territorial y virtuales. El Facebook o el WhatsApp son los lugares de construcción de las nuevas “comu-nidades” de afinidad temática en las cuales el usuario, en su soledad y con el solo movimiento de un dedo, puede comunicarse, dedicar tiempo y hallar espacios de reconocimiento, identidad y

8

militancia. En cierta medida, el WhatsApp y las “redes sociales” son una suerte de atenuado y aséptico sindicalismo desterritorializado, pero con capacidad de producir “conocimientos”, sedimentar emociones y anclar certidumbres colectivas.

Su impacto político radica en que puede unir criterios y movilizar expectativas sin necesidad de reunir personas, incluso en el anonimato. Su límite deliberativo, y por tanto democrático, es que desde ese anonimato carente de respon-sabilidad pública o contraparte atenuante, es propenso a la manipulación para gatillar los te-mores, ignorancias y emociones más primitivas para alcanzar un objetivo político. De hecho, aquí radica una de las principales lecciones de las luchas en torno al Nuevo Sistema del Có-digo Penal. No basta tener la razón y la verdad racional sobre las cosas. Si no tienes de tu lado también las emociones, entonces, la mentira o la “verdad emotiva” es la que triunfa. Y el lu-gar más rápido, generalizado e irresponsable para producir vertiginosamente “posverdades”, falsedades emotivamente manipuladas para aparecer como verdades temporales o, si se pre-fiere, el desplome de la responsabilidad moral de contrastar los hechos, son precisamente las redes sociales, convertidas hoy en lugar de con-currencia privilegiada de las clases medias. Si en general el acortamiento de distancias entre los ingresos económicos de las clases populares respecto a las clases medias tradicionales tien-de a producir un “pánico de estatus” (Lipset), acentuando el apego a ideologías ultraconser-vadoras y racistas, es probable que la profusión de absurdos emotivos (“te van a quitar tu casa”, “van a encarcelar a los que oran”, “van a subir los impuestos”, “van a permitir vender droga en los colegios”...) haya podido apoderarse tan rá-pidamente del imaginario de estas clases medias descendentes.

En síntesis, estamos ante un rediseño de las identidades colectivas y el bloque nacional-popular que se construyó a lo largo de los úl-timos quince años tiene, en la posibilidad de articular a estas nuevas clases medias, a sus códigos y narrativas, el reto de continuar sien-do hegemónico.

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9

Introducción

La movilidad social, entendida como un pro-ceso dinámico afec-tado por una serie de factores de contexto relativos al desempeño económico, reformas políticas y transforma-ciones sociales, debe ser analizada a la luz de la emergencia y as-censo/descenso de los actores sociales, en una determinada escala de valores de comparación intersubjetiva. Dicha tarea implica una serie de desafíos metodoló-gicos en términos de medición del “ascen-so/descenso”, habida cuenta de la multipli-cidad de criterios que pueden considerarse válidos para estable-cer que una persona o grupo de personas han experimentado movi-lidad social. ¿Son los aspectos económicos aquellos que dictan el ascenso de un grupo poblacional?, ¿se trata de reconocimiento y status social? o ¿es el produc-

to de la construcción de nuevas identidades, há-bitos y conductas?

La determinación de los estándares que permi-tan definir el ascenso social de un grupo po-blacional es evidente-mente una tarea ardua. En tal sentido y con el propósito de aportar al debate sobre el nuevo escenario de las cla-ses medias en Bolivia, este artículo aproxima el ascenso social y la identificación de las clases medias a partir de la construcción de estratos sociales según su ingreso monetario2. Esta aproximación, al margen de no ser ex-haustiva ni integral, constituye un refe-rente obligatorio para este tipo de análisis. Con esta salvedad, el estudio presentado a continuación define la estratificación como la división de la sociedad en categorías o grupos de individuos organi-

zados jerárquicamente en cuanto a sus posibili-dades de acceso a recursos básicos monetarios;

Una aproximación a las clases medias a través de los estratos de ingresos1

por Milenka Figueroa, Andres Chivé y Ernesto Pérez*

* Milenka Figueroa Cárdenas - Investigadora del Informe sobre Desarrollo Humano del PNUD, economista. Andrés Chivé Herrera - Investigador Voluntario de Naciones Unidas. economista. Ernesto Pérez de Rada - Coordinador del Informe sobre Desarrollo Humano del PNUD, economista. 1. El presente artículo rescata y actualiza el trabajo analítico realizado para los Informes de Desarrollo Humano del PNUD en Bolivia correspondientes

a los años 2011 y 2016.2. Se entiende por estratificación social las desigualdades existentes entre las distintas personas que integran una misma sociedad. Se dice que

constituye la forma básica de enmarcar y situar a una sociedad.

Foronda Calle, Miguel (2016). Espera

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y a partir de este criterio se explicará el cambio en la composición de la sociedad boliviana a lo largo de la última década.Los criterios de estratificación pueden aplicarse tanto a las personas como a los hogares, respon-diendo en cada caso a objetivos distintos. Por ejemplo, Stephen Rose (2005) caracterizó la es-tratificación de Estados Unidos en base a infor-mación censal utilizando el hogar como unidad de análisis, y el ingreso del hogar como variable de estratificación3. La utilidad de esta aproxi-mación permitió al autor dibujar la pirámide social e identificar a través de ella los principa-les factores o variables que dividen la sociedad en grupos con niveles de ingreso diferenciado. Se adopta esta metodología para caracterizar la pirámide social boliviana y sus particularidades con ciertas modificaciones y limitaciones por la restricción de información4.

1. Visibilizando el estrato medio y sus diferencias en el tiempo

La aproximación utilizada en el presente estu-dio parte de la transformación de los ingresos

3. Véase Rose, Stephen (2005). Social Stratification in the United States. 4. Se utilizan encuestas de hogares de 1999 y 2007 para la estratificación. 5. Se trata de la línea de pobreza moderada baja que, además de alimentos, incluye algunos servicios como son el de educación y salud. Véase

UDAPE (2004). Pobreza y Desigualdad en Municipios de Bolivia.6. Algunos países utilizan un tramo de más 25 % y menos 25 % del ingreso correspondiente a la mediana para fijar los límites del estrato medio.7. Vale decir que la media y la mediana no son las mismas, siendo la primera considerablemente sensible a unos pocos ingresos altos que la

desvían de la mediana.

de los hogares y personas a líneas de pobreza, lo que ayuda a delimitar los estratos con cierta lógica. En este sentido, el estrato bajo lo cons-tituyen aquellas personas pobres que no logran acceder a una canasta de bienes y servicios bá-sicos5 de acuerdo a los ingresos per cápita del hogar. Además, se evita en parte el problema que surge al definir uno de los límites o cotas del estrato medio, por diferencias que surgen al identificar el centro6, ya que al tratarse de una distribución de ingresos la misma es sesgada, en especial en países como Bolivia que tienen una alta desigualdad y las medidas de tendencia cen-tral presentan grandes diferencias7.

Para delimitar el estrato alto y diferenciarlo del estrato medio se utilizaron los datos de los in-gresos a partir de los cuales la distribución pre-senta un quiebre y empieza a dar saltos dejando de tener continuidad con los datos inmediata-mente inferiores. El siguiente gráfico muestra las pirámides sociales a partir de la aplicación de la metodología descrita, utilizando como fuente de información las Encuestas de Hoga-res 2007, 2012 y 2016 del Instituto Nacional de Estadística.

10

Gráfico 1. La estratificación medida por ingresos 2007-2012-2016

Valores relativos

Estrato alto

Estrato medio

Estrato pobre

5,05,05,0

0 10 20 30 40 50 60 70

55,551,7

34,9

39,543,3

60,1

2007 2012 2016

Page 13: Presentación · poder. Esta intervención provocó un conjunto de reflexiones y análisis sobre la incidencia de las “clases medias” en la dinámica política e institucional

Fuente: Elaboración propia con base en las Encuestas de Hogares 2007, 2012 y 2016 del INE

En 2007, la línea de pobreza moderada que equivale a una canasta de bienes y servicios en Bolivia tenía un valor aproximado de Bs. 440 por persona. Por tanto, todas aquellas personas que tenían ingresos inferiores o iguales a dicha canasta serían consideradas pertenecientes al estrato bajo (60 %). El estrato medio abarcaba a personas que tenían ingresos por encima de una línea de pobreza y menos de 4,6 líneas, re-presentando el 35 %. Finalmente, en el estrato alto de la pirámide de 2007 se puede encontrar incluso personas que reflejan más de 50 líneas de pobreza, pero se trata de una distribución dis-continua con saltos y concentra el 5 %, tal como se aprecia en el gráfico precedente.

La estratificación de 2012 muestra cambios no-torios en cuanto a la composición. Se trata de un periodo de cinco años en los que Bolivia ha sido testigo de un crecimiento económico ace-lerado, lo cual permitió una mejora sustantiva en las condiciones de vida materiales para sus habitantes. De hecho, el estrato bajo se ha re-ducido en casi 17 puntos porcentuales respecto al 2007; en valores absolutos esto representa que casi 1,5 millones de personas habrían salido de este estrato. En consecuencia, se aprecia un notable aumento del estrato medio de ingresos al mismo tiempo que una leve reducción en la desigualdad.

A partir del año 2013, el país enfrenta una nueva coyuntura en la que el país inicia una desacele-ración económica que ha tenido repercusiones casi inmediatas en los indicadores de pobreza cuya reducción también se ha ralentizado. Es por este motivo que para el año 2016 se apre-cian disminuciones bastante modestas del es-trato bajo, al igual que aumentos en el estrato medio de ingresos, con relación al año 2012. El estrato alto, por metodología, se mantiene en una proporción del 5 % en cada uno de los años estudiados.

Durante la última década han surgido estudios como los de Ravallion, Easterly, Birdsall, Ló-pez-Calva y Ortiz-Juárez, y Espinoza, para el caso chileno, que destacan el papel importante de los estratos medios en el desarrollo econó-mico, para lo cual, primero se concentran en su medición y después analizan el comportamiento y las diferentes interrelaciones con la economía. Es por lo que, sumado a la necesidad de contar con una estratificación social, la definición de un estrato medio para Bolivia se hace cada vez más indispensable.

Tradicionalmente, las políticas sociales siempre estuvieron orientadas a mejorar la calidad de vida de la población pobre, que según la defi-nición aquí utilizada se encontraría en el estra-to bajo. Sin embargo, los resultados obtenidos,

11

Valores absolutos

Estrato alto

Estrato medio

Estrato pobre

551.414516.116492.869

1.00

0.00

0

6.126.8415.363.981

3.437.878

4.356.6024.493.134

5.919.766

2007 2012 2016

2.00

0.00

0

3.00

0.00

0

4.00

0.00

0

5.00

0.00

0

6.00

0.00

0

7.00

0.00

00

Page 14: Presentación · poder. Esta intervención provocó un conjunto de reflexiones y análisis sobre la incidencia de las “clases medias” en la dinámica política e institucional

coincidentes con los trabajos mencionados, su-gieren la importancia de prestarle mayor aten-ción al estrato medio, en especial cuando, como en el caso boliviano, presenta un crecimiento acelerado, así como por el carácter heterogéneo y diverso de su composición. Adicionalmente, y como se verá más adelante, la fragilidad y vul-nerabilidad de este grupo imponen un reto adi-

Fuente: Elaboración propia con base en las Encuestas de Hogares 2007, 2012 y 2016 del INE

8. Véase Kaztman, Rubén (2000). Notas sobre la medición de la vulnerabilidad social.

9. CEPAL (2009). Panorama Social de América Latina.

12

cional, en términos de preservación de logros alcanzados.

En el Gráfico 1 se advierte el notable crecimien-to de los estratos medios, sobre todo en el pe-riodo de 2007 a 2012. En ese marco es impor-tante indagar qué condiciones de vida enfrentan las personas que ocupan estos estratos y cuáles son sus características sociodemográficas y so-cioeconómicas.

Para empezar, una gran parte del estrato medio es vulnerable, entendiéndose como tal la in-capacidad de una persona o de un hogar para aprovechar las oportunidades disponibles en di-ferentes ámbitos, de forma que le permita mejo-rar su situación o impedir su deterioro8. Al igual que la identificación del estrato medio, tampoco existe una metodología consensuada para iden-tificar el estrato medio vulnerable, por lo que aquí se adopta un criterio similar al utilizado por la CEPAL9, considerando la segunda línea de pobreza para captar la vulnerabilidad. Así, en 2007 el 62 % de la población era vulnerable, y aunque en 2012 este porcentaje subió apenas un punto porcentual (pp), el número de personas se incrementó en 1,2 millones de personas.

Tradicionalmente, las políticas sociales siempre estuvieron orientadas a mejorar la calidad de vida de la población pobre, que según la definición aquí utilizada se encontraría en el estrato bajo. Sin embargo, los resultados obtenidos, coincidentes con los trabajos mencionados, sugieren la importancia de prestarle mayor atención al estrato medio (...).

Gráfico 2. Ampliación y vulnerabilidad del estrato medio (2007-2012-2016)

EN M

ILES

2007 2012

7.000

6.000

5.000

4.000

3.000

2.000

1.000

0

37 %

2016

1.306.669 personas433.824 hogares

2.131.209 personas546.478 hogares

3.369.420 personas854.646 hogares

1.994.561 personas620.475 hogares

3.558.291 personas963.108 hogares

2.568.550 personas865.154 hogares

Estrato medio vulnerable

Estrato medio estable

63 %

38 %

62 %

42 %

58 %

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Para el año 2016 hay una disminución favorable en términos relativos del estrato medio vulnera-ble, y se aprecia un crecimiento del estrato me-dio estable, que de un 37 % el 2012 pasó a 42 % en 2016. Aunque los saltos no son tan grandes como en el periodo previo 2007- 2012, y pese a la desaceleración económica, al 2016 todavía se aprecian crecimientos en valores absolutos tan-to del estrato medio vulnerable como del estable (Gráfico 2).

Se aclara que este análisis general no permite distinguir si los aumentos fueron producto de los esfuerzos del Gobierno o se pueden atribuir al crecimiento vegetativo de la población. Tam-poco es posible determinar si las disminuciones en el estrato medio vulnerable fueron causadas por movimientos ascendentes a estratos supe-

Fuente: Elaboración propia con base en las Encuestas de Hogares 2007, 2012 y 2016 del INE

13

riores o si se debió a una caída o recaída al es-trato bajo. Sin embargo, la distinción al interior del estrato medio queda validada.

2. Composición sociodemográfica del estrato medio

Durante el primer periodo de análisis (2007-2012), Bolivia experimentó un importante pro-ceso de transformación socioeconómica como consecuencia del entorno económico interna-cional favorable. Sin duda, todo esto afectó la estructura social y las oportunidades de la vida de las personas, aunque gran parte de las medi-das económicas no se tradujeron en reducciones significativas de la desigualdad entre los dife-rentes grupos sociales.

Gráfico 3. Estratos de ingresos según área de residencia (2007-2012-2016)

Urbano

90,0

Estrato bajo Estrato medio vulnerable

Estrato medio estable

80,0

70,0

60,0

50,0

40,0

30,0

20,0

10,0

0,0

55,2

53,9

55,1

82,3

77,9

75,5 82

,3

79,7 83

,0

2007 2012 2016

Rural

45,0

Estrato bajo Estrato medio vulnerable

Estrato medio estable

40,0

35,0

30,0

25,0

20,0

15,0

10,0

5,0

0,0

44,8

46,1

44,9

17,7 22

,1 24,5

17,7 20

,3

17,0

2007 2012 2016

50,0

Page 16: Presentación · poder. Esta intervención provocó un conjunto de reflexiones y análisis sobre la incidencia de las “clases medias” en la dinámica política e institucional

2007

14

Como se aprecia en el Gráfico 3, la pobla-ción del estrato bajo mantuvo una distribu-ción prácticamente homogénea en relación a la residencia, tanto en el área urbana como rural.

Considerando el peso poblacional entre las áreas urbana y rural, se destaca el crecimien-to del estrato medio vulnerable en el área rural durante los años de análisis, incluso el 2016, contrariamente a lo que sucedía en el área urbana, que mostraba reducciones en el estrato medio vulnerable. Este hecho se ex-plica sobre todo por las condiciones de inicio del área rural, que mostraba detrimento en relación al área urbana. Respecto al estra-to medio estable, prácticamente no mostró variaciones sustantivas en el tiempo en el área urbana, aunque sí en el área rural donde puede haber un impacto de la desaceleración económica en la reducción de la población en dicho estrato, pasando de 20 el 2012 a 17 puntos porcentuales el 2016. Complementa-riamente, la estructura poblacional muestra variaciones entre estratos con escasas modi-ficaciones de forma en el tiempo.

La pirámide poblacional del estrato bajo es de base ancha todavía, por lo que se trata de una población eminentemente joven, la cual muestra que durante todo el periodo de análisis (nueve años) ha quedado en proceso de transición demográfica.

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Fuente: Elaboración propia con base en las Encuestas de Hogares 2007, 2012 y 2016 del INE

2012 2016

15

Gráfico 4. Pirámides poblacionales del estrato medio 2007-2012-2016

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La pirámide poblacional del estrato bajo es de base ancha todavía, por lo que se trata de una población eminentemente joven, la cual muestra que durante todo el periodo de análisis (nueve años) ha quedado en proceso de transición de-mográfica10 sin un claro avance. En este estrato, para todos los años existe una predominancia de mujeres sobre los hombres (52,5 %). En tanto que la población que compone el estrato medio vulnerable al 2016 muestra una transición mo-derada, donde hay menos niños y por el con-trario se compone de bastantes jóvenes y adul-tos. Indirectamente, esta pirámide muestra que los hogares del estrato medio vulnerable están teniendo una menor proporción de niños o de-pendientes menores de cinco años, lo cual tiene repercusiones favorables al momento de revisar los gastos de consumo del hogar.

Respecto a la pirámide del estrato medio esta-ble, muestra una consolidación del avance en cuanto a la transición demográfica con una dis-minución incluso de niños menores de 15 años,

por lo que la base de la pirámide se ha estrecha-do notablemente. Pero lo que más llama la aten-ción es que la población en edad productiva de 15 a 64 años es predominantemente masculina en más de un 55 %.

3. El cuidado de la salud en los estratos bajo y medio vulnerable

La salud es uno de los primeros derechos fun-damentales en el ciclo de la vida. Sin embargo, las Encuestas de Hogares carecen de informa-ción suficiente para dar cuenta de la situación en salud11. Pese a ello, es posible realizar una aproximación indagando el uso de los servicios de salud a partir de la afiliación a algún seguro médico; anteriormente se había considerado la atención del último parto en el caso de las mu-jeres que tuvieron hijos nacidos vivos, asistidas por personal médico o por parteras tradiciona-les, en reconocimiento a la cultura sobre todo del área rural.

10. La transición demográfica es un proceso de la dinámica demográfica a la luz de las interrelaciones con factores sociales económicos y culturales.11. Indicadores tales como cuarto control prenatal, cobertura de parto institucional, vacuna pentavalente y control del niño sano, entre otros, resul-

tarían de gran utilidad; sin embargo, los mismos quedan limitados a los registros administrativos.

Fuente: Elaboración propia con base en las Encuestas de Hogares 2007, 2012 y 2016 del INE

Gráfico 5. El seguro de salud en el estrato medio 2007-2012-2016

Estra

to p

obre

120,0

0,5

100,0

60,0

40,0

20,0

0,0

80,0

Estra

to m

edio

vu

lner

able

Estra

to m

edio

es

tabl

e

Estra

to p

obre

Estra

to m

edio

vu

lner

able

Estra

to m

edio

es

tabl

e

Estra

to p

obre

Estra

to m

edio

vu

lner

able

Estra

to m

edio

es

tabl

e

2007 2012 2016

22,1

77,1

3,1

36,3

60,4

3,6

38,1

58,2

0,8

21,6

77,4

2,3

34,3

63,2

3,8

41,4

54,6

0,4

24,9

74,6

1,0

34,3

64,7

2,7

41,9

55,4

Ninguno Público Privado Otro

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17

El Gráfico 5 muestra que la situación de salud a lo largo de los nueve años se ha mantenido casi invariable, ya que en el estrato bajo desde el 2007 hasta el 2016 todavía siete de cada diez personas no tienen afiliación a ningún seguro médico, lo cual dificulta el acceso a servicios de salud. En el caso del estrato medio vulnera-ble, también invariante durante el periodo de estudio, con seis de cada diez sin afiliación de seguro médico y en el caso del estrato medio es-table solo la mitad de la población perteneciente a este estrato estaba afiliada a algún tipo de se-guro. De hecho, el estrato medio vulnerable está cada vez más expuesto con relación al estrato bajo y al estrato inmediatamente superior. En 2007, el 60,4 % de la población que pertene-cía a dicho estrato no accedía a ningún seguro de salud, agudizándose para el 2016 a 64,7 %. Este retrato en el tiempo muestra que el tema salud es todavía la asignatura pendiente, prácti-camente en todos los estratos de ingresos de la población.

4. El perfil educativo en el estrato medio

Al igual que la salud, la educación también constituye uno de los derechos humanos funda-mentales al permitir mejorar el acceso de la po-blación a otras oportunidades sociales. Aunque se sabe que el conocimiento y la especialización cada vez más complejos se asocian en general con una retribución para la adquisición de otros bienes, no necesariamente se traducen en pro-cesos de movilidad, pero sí logran un reconoci-miento social.

A modo de aproximación a la tasa de cobertura, la tasa de matrícula neta12 o los matriculados en edad escolar muestran que, exceptuando la edu-cación superior, no existe una brecha significativa entre la población escolar del estrato medio vul-nerable y medio estable en los años de referencia, pero sí se destaca la reducción de matriculados en edad de asistir a la educación superior, sobre todo para la población estudiantil del estrato me-dio vulnerable que con respecto a 2007 se redujo en casi 10 % en 2016 (ver Gráfico 6).

Gráfico 6. Tasa de matrícula neta del estrato medio

Fuente: Elaboración propia con base en las Encuestas de Hogares 2007, 2012 y 2016 del INE

Primaria(6 a 11)

Secundaria(12 a 19)

Superior(18 a 24)

Primaria(6 a 11)

Secundaria(12 a 19)

Superior(18 a 24)

Primaria(6 a 11)

Secundaria(12 a 19)

Superior(18 a 24)

Estrato pobre Estrato medio vulnerable

Estrato medio estable

97,9

98,9

100,

0

88,7 95

,895

,3

43,4

53,3 56

,1

97,0

99,1

97,5

90,2 94

,5

93,0

42,1

52,1

49,9

97,5

99,3

99,2

90,4 94

,1

95,1

47,9

47,8 51

,2

120,0

100,0

60,0

40,0

20,0

0,0

80,0

2007 2012 2016

12. Tasa de matrícula neta se refiere a la cantidad de niños matriculados sobre el total de niños de la misma edad en la población total.

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En primer lugar, destaca el hecho de que la ofer-ta potencial en el estrato medio estable es mayor que en el vulnerable, e incluso que en el estra-to bajo, en todos los años de estudio. Esto tiene mucha relación con la estructura de las propias pirámides poblacionales en las que se mostraba que es precisamente el estrato medio vulnerable el que está conformado por personas jóvenes adultas (mayores de 28 años, de acuerdo a ley).

En cuanto a las matrículas de primaria y secun-daria para los estratos medios, en el Gráfico 6 se aprecia prácticamente el mismo comportamien-to a lo largo del periodo de estudio, con una bre-cha entre la primaria y la secundaria que oscila entre cuatro y siete puntos porcentuales. De he-cho, fruto de la implementación del Bono Juan-cito Pinto desde el año 2006, la matrícula de primaria ha alcanzado porcentajes por encima del 99 % para el 2016 y se espera que la matrí-cula de secundaria también vaya en ascenso13. En síntesis, la población en edad de estudiar que

pertenece al estrato medio estable muestra me-jores indicadores con relación al estrato medio vulnerable y bajo.

5. Características laborales de los estratos socioeconómicos bajo y medio

No cabe duda de que el mercado laboral es muy sensible a los ciclos económicos. El siguiente cuadro permite retratar en general el comporta-miento y características del mercado de trabajo en los estratos bajo y medio.

13. En el caso de la secundaria, es recién a partir del año 2014 que el Bono se ha extendido a todo el nivel pues un año antes solo incluía hasta cuarto año de secundaria.

14. La tasa global de participación es el porcentaje de la población económicamente activa (PEA) sobre el total de la población en edad de trabajar (PET). Vale decir que son los que efectivamente trabajan o están buscando trabajo del total de la población en edad de trabajar.

Cuadro 1. Condición de actividad y características sociodemográficas de la población ocupada en los estratos medios

Fuente: Elaboración propia con base en las Encuestas de Hogares 2007, 2012 y 2016 del INE

Características

Población total (PT)

Población en edad de trabajar (10 y +) (PET)

Población económicamente activa (PEA)

Población ocupada (PO)

Hombres (%)

Mujeres (%)

Edad promedio (años)

Años de educación promedio(19 y +)

Estrato bajo

5.919.766

4.300.921

2.816.507

2.673.300

54,0

46,0

36

6

Estrato medio vulnerable

2.131.209

1.697.877

1.031.066

965.868

56,1

43,9

37

10

Estrato medio estable

1.306.669

1.117.486

733.184

699.377

59,8

40,2

38

11

Estrato bajo

4.493.134

3.308.655

1.933.304

1.880.449

55,0

45,0

38

7

Estrato medio vulnerable

3.369.420

2.718.883

1.610.616

1.570.178

55,9

44,1

37

10

Estrato bajo

4.356.602

3.225.605

2.037.403

1.953.290

53,7

46,3

37

7

Estrato medio vulnerable

3.558.291

2.781.786

1.765.532

1.695.228

56,6

43,5

38

9

Estrato medio estable

2.568.550

2.193.332

1.527.320

1.494.266

56,8

43,2

40

11

Estrato medio estable

1.994.561

1.696.900

1.125.088

1.105.834

56,8

43,2

40

11

2007 2012 2016

Más allá de la oferta potencial, la tasa global de participación (TGP)14 muestra de manera más refinada la cantidad de personas que están ocu-padas, o buscando trabajo, del total de perso-nas en edad de trabajar. El resultado para el año 2016 es siete de cada diez personas para el es-trato medio estable y seis para los estratos bajo y medio vulnerable.

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Asimismo, para el 2016 la población ocupada total se estimaba en alrededor de 5,5 millones de personas, de las cuales el 31 % se concentraba en el estrato medio vulnerable y 27 % en el es-trato medio estable, haciendo un total de 58 %, porcentaje que duplicaba la población ocupada del estrato medio el año 2007, que alcanzaba a un 38 %; pero con respecto al año 2012 solo mostró un incremento de tres puntos porcentua-les, pasando de 55 % a 58 %. Esto denota el papel importante que juegan estos estratos en el mercado de trabajo, por lo que se han incluido en el Cuadro 1 algunas características sociode-mográficas de la población ocupada.

Por ejemplo, las brechas por género en prácti-camente todos los estratos se mantuvieron en el tiempo en continuo desmedro de las mujeres, pues de cada diez ocupados solo cuatro eran mu-jeres. La edad promedio, en general, del estrato medio de la población ocupada es de alrededor de 38 años. Finalmente, la escolaridad prome-dio alcanzada por la población que trabaja es de siete años en el estrato bajo, nueve en el estrato medio vulnerable y once en el estrato medio es-table, replicándose el mismo comportamiento a lo largo del periodo de análisis.

15. Ver UDAPE. Dossier de estadísticas sociales y económicas de Bolivia 2016.16. Sector primario o agropecuario (agricultura, silvicultura, caza y pesca), excluye actividades extractivas. Sector secundario o industrial, referido a

actividades extractivas y de transformación. Sector terciario o de servicios, incluye todas las actividades que no producen una mercancía.

Ríos, Liliana (1990). Abu, litografía

5.1. Evolución del empleo en los estratos socioeconómicos medios

Durante el periodo 2007-2016, mientras la tasa de crecimiento del producto alcanzaba en pro-medio un 5 % anual, en parte debido al contex-to internacional favorable, como también a la aplicación de políticas macroeconómicas acer-tadas; el crecimiento promedio del empleo lo hacía solo en 2,1%, debido en gran medida a que las actividades más productivas fueron las que menos puestos de empleo generaron15 (hi-drocarburos y electricidad). A nivel de ramas de actividad y ocupaciones, se mantuvo la tenden-cia de una reducción del sector primario y una expansión del sector terciario de la economía. El Gráfico 7 muestra que en los estratos bajos hubo un desplazamiento de la población ocupa-da desde el sector primario al terciario16.

(…) en el sector primario las actividades que más concentran a la población ocupada en el estrato bajo son la agricultura, ganadería, silvicultura y pesca (…) En tanto que en el estrato medio vulnerable y estable, las actividades del comercio son las de mayor preponderancia.

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Gráfico 7. Población ocupada por sectores de actividad según estrato

Fuente: Elaboración propia con base en las Encuestas de Hogares 2007, 2012 y 2016 del INE

Concretamente, en el sector primario las activi-dades que más concentran a la población ocu-pada en el estrato bajo son la agricultura, gana-dería, silvicultura y pesca, con casi un 59 % en 2016; en el sector terciario, son las actividades de comercio y transporte principalmente las ele-gidas por el estrato bajo. En tanto que en el es-trato medio vulnerable y estable, las actividades del comercio son las de mayor preponderancia; para el 2016, en el primer caso cinco de diez personas están concentradas en la actividad ter-ciaria, en tanto que en el caso del estrato medio estable seis de diez lo están.

En síntesis, no cabe duda que los estratos me-dios han consolidado su comportamiento en di-ferentes áreas o sectores y actualmente forman parte activa de la dinámica económica actual, motivo por el cual también deben considerarse algunos enfoques para estos estratos, especial-mente para el estrato medio vulnerable, cuya población continúa en exposición y con riesgo de caer o recaer.

6. A manera de conclusiones

La notable evolución de los estratos medios de ingreso en Bolivia da cuenta de una transforma-ción social inédita. No obstante, es evidente que el análisis de procesos tan complejos como los de la movilidad y transformación social no pue-de abordarse únicamente desde una perspectiva en la cual los criterios se hallen solo enfocados a aspectos monetarios. Con todo, el ejercicio es útil en función de presentar algunos resulta-dos que de manera indicativa pueden guiar una agenda de análisis e investigación aplicada con enfoque de política pública.

En este marco, la evidencia presentada en esta investigación revela algunas características de la dinámica de ascenso y movilidad social en Bolivia. En primer lugar, se evidencia que la movilidad ascendente en el periodo largo (2007-2016) ha sido notable dado el incremento de población que ha pasado a formar parte del estrato medio de ingreso. Sin embargo, la his-

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e

2007 2012 2016

Primario Secundario Terciario

100 %

60 %

40 %

20 %

0 %

80 % 30,4

16,6

53,0

59,2

21,7

19,2

62,2

20,1

17,7

31,6

13,8

54,6

58,6

22,3

19,2

63,7

18,4

17,9

27,8

13,5

58,7

52,4

23,5

24,1

62,4

20,7

17,0

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toria de corto plazo entre 2012 y 2016 revela una importante desaceleración de la movilidad ascendente, cuya característica más importante es la afectación en áreas urbanas.

En segundo lugar, se observa que el proceso de movilidad ascendente ha tenido características de movimientos “cortos”: Es decir, de salida de pobreza sin llegar a alcanzar los estratos medios estables, situando a la gran mayoría de la pobla-ción en estratos vulnerables de ingreso. Ello da cuenta de la fragilidad de la movilidad social y de la necesidad de reflexionar sobre las formas de preservar logros alcanzados.

En tercer lugar, el análisis sugiere que los perfi-les de los contingentes que han ingresado a los estratos vulnerables y medios de ingreso son bastante diferenciados entre sí. Aspectos tales

como las condiciones de empleo, educación y acceso a la salud dan cuenta de condiciones no monetarias disimiles entre estratos, lo que llama a la reflexión acerca de la necesidad de avanzar en aspectos multidimensionales del bienestar con un enfoque de cierre de brechas y reducción de la desigualdad más allá del ingreso.

Finalmente, queda clara la necesidad de ampliar el espectro de análisis hacia temas de carácter cualitativo, en los cuales sea posible establecer características de identidad, pertenencia y hábi-tos de la población en ascenso. De ello depende crucialmente la posibilidad de acotar un análisis preciso de clases sociales, en las cuales las aspi-raciones son el eje central de la construcción de nuevos sentidos comunes que se cristalicen en un nuevo horizonte de acción para la inclusión.

Chuquimia, Jhamil Francia (2018). Una tarde de esperanza

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“Esta es una rebelión de la clases medias”. Con estas palabras, el vicepresidente Álvaro Gar-cía intentó descifrar el conflicto que se inició en diciembre de 2017 y se prolongó hasta fines de febrero de 2018. En realidad, ese aconteci-miento galvanizó al país durante tres meses y fusionó dos conflictos aparentemente aislados: las movilizaciones de los médicos por la dero-gación del artículo 205 del proyecto Código del Sistema Penal –a punto de ser aprobado por la Asamblea Legislativa Plurinacional– y las ac-ciones ciudadanas orientadas a defender el re-sultado del referéndum constitucional realizado el 21 de febrero de 2016.

Estos hechos constituyen el objeto de este tra-bajo; sin embargo, ellos no podrían ser interpre-tados como episodios aislados sin considerar, por una parte, flujos continuos de movilización a partir de demandas de alta agregación que se conectaron con eventos políticos de mayor ca-lado –particularmente la estrategia de reproduc-ción del poder del Movimiento Al Socialismo (MAS) y el fallo del Tribunal Constitucional que reconoce el derecho del presidente Mora-les a postularse nuevamente como candidato–, que crearon un contexto de polarización y radi-calización favorable a esas acciones colectivas. Asimismo, esos hechos –y los contextos que los sobredeterminan– tampoco podrían ser expli-cados sin considerar procesos sociales de larga duración, vinculados con el ciclo de crecimiento económico y con el proceso político, pues ellos han generado las condiciones objetivas para la expansión de las clases medias en Bolivia.

El presidente del Estado Plurinacional, en su discurso del 22 de enero, aseguró que el 58 % de la población está incluida en el vasto con-glomerado de clases medias; a lo largo de sus gobiernos más de tres millones de personas se

habrían integrado a esos estratos. Las clases me-dias aparecen así en un lugar movedizo de la política boliviana pues, por una parte, demues-tran de manera palpable el éxito del ciclo eco-nómico, pero son visualizadas como una fuerza conservadora por el gobierno, por otra. En todo caso, este conglomerado ha emergido como la clave del poder político en Bolivia, tanto por su fuerza electoral, sus capacidades de moviliza-ción y también por su inocultable incidencia en la formación de la opinión pública.

Los ecos de las movilizaciones de las clases medias en las principales ciudades y el discur-so presidencial generaron un interesante debate público alrededor de su caracterización socio-lógica, sus patrones culturales y sus actitudes políticas. No obstante, muchas incógnitas que-daron pendientes o escondidas. Recojo algunas de ellas en este trabajo.

Este ensayo se propone comprender las con-notaciones políticas y sociológicas de las mo-vilizaciones urbanas acontecidas en los últimos meses en las principales ciudades del país. Es importante comprender qué grupos, clases y/o sectores se han movilizado, de qué manera (re-pertorios de movilización) y bajo qué orden de representaciones simbólicas. De manera espe-cial, me interesa explorar la naturaleza de la ac-ción política a través de las redes sociales.

En suma, este texto se propone considerar si la clase media puede ser considerada como un su-jeto político. ¿Cuáles son las actitudes y hábitos políticos de los grupos que conforman el “cam-po” de las clases medias, sus agendas, narrati-vas, intereses y representaciones? ¿Cuáles son sus repertorios de acción? Finalmente, a mane-ra de conclusiones, se proponen algunas pistas para pensar los futuros escenarios y roles políti-cos que conciernen a las clases medias.

Clases medias en las calles y en las redes por George Komadina Rimassa*

* Sociólogo, docente e investigador de la Universidad Mayor de San Simón. Ha publicado diversos libros sobre problemáticas políticas y culturales.

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Enfoque e hipótesis

Estamos ante una conspiración. Son los mismos que el 2003 mataron al pueblo que defendió el gas, que en 2007 intentaron derrocar la Constitu-yente, que el 2008 quisieron un golpe cívico-pre-fectural y que en 2009 quisieron dividir Bolivia. (@evoespueblo)1

Es un error de perspectiva considerar que las movilizaciones de diciembre de 2017 y enero-febrero de 2018 constituyen una “conspiración, una “asonada”, una “táctica de camuflaje” o un “complot” de los partidos de oposición, como declaró el vicepresidente Álvaro García. Exis-ten muchas evidencias que permiten pensar esos sucesos de una manera menos instrumental, es decir, como la emergencia de nuevos sujetos en el campo político en un contexto de polariza-

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1. @evoespueblo. Tweet del 8 de enero de 2018.

2. Los profesionales médicos iniciaron su movilización en noviembre de 2017, rechazando el artículo 205 del Nuevo Código Penal, que penaliza la mala práctica profesional, y los decretos 301 y 309, relacionados a la creación de una autoridad de fiscalización del sistema nacional de salud y la libre afiliación al seguro social.

ción y crisis de representación. La presencia de las clases medias en la escena política no me pa-rece ni circunstancial ni episódica y, de hecho, ha puesto en discusión algunos lugares comu-nes de política boliviana y ha permitido percibir nuevos contornos del “proceso de cambio”. Sin embargo, como veremos a lo largo del trabajo, es muy arriesgado hablar sobre las clases me-dias a partir de categorías abstractas y juicios a priori.

De acuerdo a mi hipótesis, estos acontecimien-tos no son eventos aislados, sino que expresan la emergencia de nuevos sujetos sociales y de nuevos modos de hacer y percibir la política, en un contexto marcado por una crisis de repre-sentatividad y polarización. Las clases medias pueden convertirse en sujetos políticos cuando algunos de sus sectores se organizan, pactan con otros colectivos y elaboran una narrativa para defender sus intereses; sin embargo, dada su alta heterogeneidad económica y cultural no ac-túan como un sujeto unificado. Finalmente, es-timo que las redes sociales se han convertido en un territorio estratégico de la política boliviana, particularmente favorable a las clases medias.

El conflicto de los médicos

El 23 de noviembre de 2017, los colegios mé-dicos de Bolivia convocaron a un paro nacional indefinido exigiendo la anulación del artículo 205 establecido en el proyecto de Código del Sistema Penal (que establece sanciones por ma-las prácticas profesionales) y se opusieron a que la Autoridad de Fiscalización controle al sub-sistema privado de salud2. La huelga duró más de 50 días y estuvo acompañada por marchas y bloqueos en las principales ciudades de Bolivia, protagonizadas por médicos, enfermeros, per-sonal administrativo de salud, farmacéuticos y otros sectores vinculados con la práctica médi-

Ríos, Liliana (1986). Dibujo

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ca, tanto del sector público como del sector pri-vado3. A pesar de que el gobierno y los colegios médicos intentaron negociar los alcances de dicha disposición legal, el proyecto de Código Penal fue aprobado el 13 de diciembre de 2017.

A principios de enero de 2018, el presidente Morales decidió solicitar a la Asamblea Legisla-tiva Plurinacional la derogatoria de los artículos conflictivos del Código del Sistema Penal; no obstante, las movilizaciones no solo continua-ron, se extendieron y radicalizaron con el apoyo de organizaciones como la Central Obrera Bo-liviana, las universidades públicas, los trans-portistas y las asociaciones de gremiales. Asi-mismo, numerosos sectores de clases medias urbanos no sindicalizados, por iniciativa propia se unieron a las marchas y bloqueos.

Los empresarios4, los transportistas, la COB, los maestros y los fabriles se manifestaron en con-tra de otros artículos del código, fortaleciendo así la demanda de los médicos. Guido Mitma, principal dirigente de la COB, aseveró que su rechazo tuvo dos razones fundamentales: el có-digo penaliza el derecho a la protesta y permite que cualquier persona que lance críticas al Go-bierno pueda ser perseguida y encarcelada. Casi al final del año, la COB decidió intervenir en el conflicto para demandar la abrogación del Có-digo del Sistema Penal; una reunión ampliada en Cochabamba resolvió “adoptar la gran mo-vilización popular en defensa de todas nuestras cajas de salud y seguridad social” (El Deber, 28 de diciembre de 2017).

Otro sector que adoptó medidas de presión fue el de los transportistas, sobre todo los podero-sos gremios del transporte interdepartamental e internacional, quienes cuestionaron el artículo 137 del código que establece sanción con cárcel,

pena económica y la suspensión de la licencia por homicidio culposo en contra de los conduc-tores que protagonizan accidentes. Asimismo, los comités cívicos de Cochabamba, Santa Cruz, Chuquisaca y Potosí se sumaron al pedido de abrogación del Código Penal y coordinaron acciones con los dirigentes de los médicos.

Ha sorprendido la capacidad del sector de profe-sionales médicos de sostener una movilización combativa a lo largo de varios meses, con blo-queos y manifestaciones diarias, pero también ha sido decisiva la inteligencia política y estra-tégica empleada para agregar a otros colectivos a la defensa de sus intereses sectoriales (Comi-tés cívicos, colegios profesionales, transportis-tas, gremiales, universidades y colectivos ciuda-danos, sindicatos obreros, entre otros).

Ante la creciente presión de este conglomerado de fuerzas opuestas al gobierno, el presidente Morales anunció el 20 de enero de 2018 que enviaría una carta a la Asamblea Legislativa Plurinacional para abrogar el Código Penal, reconociendo de esta manera una derrota polí-tica. ¿Cómo puede explicarse la derrota de las fuerzas oficialistas que desde el 2007 ocupan un lugar hegemónico en el campo político?

Este escenario se explicaría no solo por una inventiva y sostenida campaña de activismo y comunicación, sino por la alta agregación de demandas y la construcción de un adversario común, el gobierno. En efecto, los médicos y su entorno próximo lograron que sus intereses particulares fueran percibidos como intereses de toda la población o, por lo menos, del conjunto de las clases medias urbanas por medio de una plataforma de defensa de la institucionalidad democrática y cuyo eje es la defensa del 21 F. Es decir, varios conflictos (que ciertamente res-

3. “Si bien nos movilizamos porque, además del esfuerzo que tenemos que hacer para cumplir nuestra labor, ahora el Gobierno quiere imponer normas que criminalizan nuestro trabajo, queremos mejores hospitales, equipamiento y medicamentos suficientes para dar una atención de calidad al paciente. Porque cansa, es frustrante trabajar en las condiciones que trabajamos y los pacientes lo saben, por eso hoy nos apoyan”, Raquel Caero, médico siquiatra. https://eju.tv/2018/01/el-movimiento-medico-una-explosion-de-la-clase-media-boliviana/. Consultado el 19 de julio de 2018.

4. Para los empresarios, el artículo 65 penaliza a las personas jurídicas privadas, específicamente a representantes, individuales o colectivos, autori-zados para tomar decisiones y a los que constituyen empresas mixtas, cuando los hechos punibles fueron cometidos en su beneficio o interés; se dediquen a la comisión de infracciones penales o cuando esa empresa haya sido utilizada como instrumento para cometer infracciones penales.

Page 30: Presentación · poder. Esta intervención provocó un conjunto de reflexiones y análisis sobre la incidencia de las “clases medias” en la dinámica política e institucional

ponden a diferentes causas y que involucran a diversos actores) han sido percibidos por estos actores como tantos otros episodios de la estra-tegia de reelección del Mandatario. Todos los “ruidos” de la sociedad se han relacionado con ese acontecimiento y han provocado un efecto de condensación y radicalidad. Lo mismo ha sucedido con las pasadas elecciones judiciales, cuyos resultados fueron poderosamente influi-dos por la resolución del TCP. En realidad, es discutible que cierta ideología corresponda a las clases medias, pero ellas pueden realizar una ar-ticulación discursiva, no importa si esta es pre-caria, con demandas que forman parte de otras ideologías en torno a un significante central.

Es verdad que algunos activistas opositores se han movilizado bajo significantes de corte con-servador e incluso racista. Sin embargo, esa in-terpelación ha sido residual en comparación con otra, mucho más eficiente y con mayor capaci-dad de agregación: la defensa de la instituciona-lidad democrática, desconocida por el fallo del TCP, en contravención con la CPE. De hecho, la constitución de sujetos políticos no está a priori determinada por una posición económica, el ca-pital cultural o por los orígenes de una clase so-cial; este proceso responde a procesos de inter-pelación discursiva que preceden y acompañan la acción colectiva. No hay sujeto sin discurso y viceversa. A este significante se insertan otros tópicos políticos complementarios susceptibles

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de interpelar a estos grupos: las autonomías re-lativas de las instituciones, los derechos labora-les, los seguros sociales, el empleo, la libertad de pensamiento, la ciudadanía plena.

Crisis de representación política

El contexto de las movilizaciones está influido por una crisis de representación en la Asamblea Legislativa Plurinacional, instancia que discute y aprueba el nuevo Código Penal sin considerar argumentos e intereses de varios sectores de cla-ses medias, particularmente de los médicos y su entorno social próximo. Ni el partido oficialista ni los partidos de oposición actuaron como me-diadores de esos intereses y, por tanto, los mé-dicos se vieron forzados a generar acciones de autorrepresentación en otros espacios políticos: las calles. Ahora bien, estas carencias han reve-lado que las clases medias no se sienten repre-sentadas por los partidos políticos que actúan en las instancias parlamentarias nacionales, depar-tamentales o municipales.

Polarización y condensación del conflicto

Otro hecho que interviene en la coyuntura, pro-bablemente el más importante, ha sido el fallo del Tribunal Constitucional Plurinacional que habilita la repostulación del presidente Evo Mo-rales, que generó un rechazo entre amplios sec-tores de la población urbana y que se tradujo en la demanda de “defensa del 21 F”, aludiendo al resultado del referéndum del 21 de febrero de 2016. Estos sucesos constituyeron un “contex-to facilitador” o una “estructura de oportunida-des”5 que favoreció las acciones de los sectores afectados en sus intereses por el Código Penal y de aquellos ciudadanos que asumieron el fallo del TCP como un “golpe contra el estado de de-recho”. A la inversa, la disolución de la primera tensión por efecto de la abrogación del Código

5. Sídney Tarrow define la estructura de oportunidades políticas como “las dimensiones del entorno político que incentivan a la gente para llevar a cabo acciones colectivas afectando a sus expectativas de éxito o fracaso”. Sidney Tarrow (1994), Power in movement, Social Movements, Collective action and mass politics in the modern state, Cambridge, Cambridge University Press, p. 85.

(...) estas carencias han revelado que las clases medias no se sienten representadas por los partidos políticos que actúan en las instancias parlamentarias nacionales, departamentales o municipales.

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del Sistema Penal disolvió también el potencial explosivo del contexto e inhibió el desarrollo de la segunda contradicción.

Otro de los rasgos dominantes del conflicto so-cial en el país es el recurso ab initio de medidas de presión como marchas, bloqueos, paros, huel-gas de hambre, crucifixiones y otros. La visibili-zación del conflicto se produce, prime-ro, por medio de un discurso agresivo y desafiante y, luego, por medio de las medidas de presión y contra-presión que asumen los actores en función de sus recursos de poder. Esta estrategia per-mite, ciertamente, posicionar de mane-ra rápida la demanda en la agenda política y mediática.

La condensación de conflictos no res-ponde necesaria-mente a una delibe-rada sincronización política, que daría espacio a pensar en una conspiración, sino que puede ex-plicarse, de acuerdo a nuestra hipótesis, en función a una es-trategia pragmática de los actores que suelen plantear sus deman-das cuando el gobierno enfrenta varios conflic-tos simultáneos (la idea es “pegarse” a litigios ya existentes); se asume implícitamente que en esas condiciones la demanda tiene mayores po-sibilidades de ser procesada de manera positiva, justamente, para evitar una situación de ingo-bernabilidad o debilidad. Así, el gobierno dero-gó el Código Penal para debilitar la demanda de respeto al 21 F.

Repertorios de acción

Otra de las características de esta movilización ha sido la estructuración de los llamados “co-lectivos ciudadanos” o “colectivos de resisten-cia democrática” en las principales ciudades de Bolivia. En estas organizaciones participan

mujeres y hombres de clases medias sin vínculos orgá-nicos con los par-tidos de oposición con representación parlamentaria, que tampoco tienen una adscripción sindical. Se trata de organizaciones “moleculares” que actúan de manera autónoma y por ini-ciativa propia, sin comando central ni liderazgo nítido y asumen formas inéditas, como los colectivos organi-zados por promo-ciones y comparsas (Santa Cruz) o ba-rriales y profesiona-les (Cochabamba). Las redes sociales son su soporte orga-nizativo y su espa-cio de deliberación y comunicación. La huelga de los

médicos empleó también formas de lucha pro-pias del movimiento campesino y obrero. Así, el 27 de diciembre de 2017 la protesta se radi-calizó con un bloqueo de 24 horas instalado en la carretera que une Santa Cruz con Beni, con dos puntos de bloqueo en Puerto Paila y Puerto Ibáñez. De hecho, ese bloqueo se produjo un día después de que los médicos en La Paz acompa-ñaran su protesta con decenas de bloqueos en la ciudad capital y El Alto (La Razón digital, 27 de diciembre 2017).

Ríos, Liliana (1989). Aguafuerte/aguatinta

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Aquí radicó justamente la tensión entre el go-bierno y los colectivos opositores, pues el “control de las calles”, la presencia masiva de campesinos, indígenas y obreros en las plazas y las calles, fue un elemento decisivo en la cons-trucción de la hegemonía del MAS. La vigorosa emergencia política de grupos de clases medias puso en cuestión esa hegemonía, empleando para ello, y de manera efectiva, las mismas for-mas de luchas. Para neutralizar este ascenso po-lítico y mediático, el gobierno y el MAS tuvie-ron que realizar grandes concentraciones de sus bases sociales, el 20 y 21 de febrero de 2018, en varios departamentos del país.

Política en las redes

Siento que quienes usan las redes so-ciales con mentiras están haciendo perder valores a las nuevas genera-ciones. (Evo Morales, 2017)6.

De acuerdo con una encuesta rea-lizada en 2016, el 67,5 % de la población boliviana accede y hace uso de Internet; hasta septiembre de 2017 se contaron más de seis millones de conexiones a la Red (Agetic, 2018). La conectividad es un concepto que permite cono-cer los grados y niveles de acceso de las personas a la información y a los conocimientos considerados como bienes que potencian capa-cidades y habilidades, incremen-tan el capital social y simbólico y transforman la vida cotidiana.

El acceso a Internet es realizado de manera preponderante a tra-vés del teléfono celular (95 %) y desde las ciudades capitales (62 % de usuarios); las poblaciones intermedias albergan solo el 21 % de los usuarios y las poblacio-nes rurales apenas el 17 % (Age-

tic 2018: 344). Estos datos nos permiten inferir que los usuarios del Internet son predominante-mente de clases medias. Los internautas hacen uso diario de la red, son hombres y mujeres en la misma proporción, su lengua materna es el español, son mayoritariamente estudiantes (33 %), el 95 % tiene celulares y su ingreso mensual oscila entre 1.400 y 35.000 Bolivianos. No obs-tante, existen también diferencias importantes entre los internautas: de acuerdo al informe que mencionamos, la proporción de las personas que hacen mayor uso de Internet y de las redes sociales (los “hiperconectados” y los “geeks”) es mayor en la clase media alta y la clase me-dia-media, mientras que los usos ocasionales de

6. Evo Morales. Twitter, 23 de febrero de 2017.

Ríos, Liliana (1990). Litografía

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la Red son más frecuentes entre la clase media baja y los estratos de pobreza extrema, que re-siden en zonas rurales; de hecho, una gran parte de esta última franja no está conectada a la Red.

El acceso a las redes sociales es la segunda ac-tividad más realizada en el Internet, después del contacto con familiares y amigos y, de lejos, mucho más importante que la búsqueda de in-formación, actividades económicas u otras. Los bolivianos utilizan sobre todo el Facebook y el Whatsapp, el Twitter es empleado solo por el 17 % de los internautas.

Las redes sociales se han convertido en un cam-po y un objeto de las luchas políticas. El inter-net y sobre todo las redes sociales han trans-formado radicalmente las prácticas políticas y han generado un espacio inédito y flexible de comunicación e información que se diferencia del sistema político institucional por su carácter descentralizado y no-jerárquico. Las redes co-nectan a las personas entre sí, facilitan nuevos contactos y acciones generadas por otros grupos e individuos de manera independiente, es decir, sin intermediación de partidos políticos y orga-nizaciones sociales, y sin preocuparse por desa-rrollar una política hegemónica (Arditi, 2010)7.

Sin embargo, el Internet no solo es un medio de comunicación política, complementaria a la acción partidaria (para ampliar sus contactos, transmitir sus programas, crear grupos de discu-sión, etc.), es también un campo “real” de la po-lítica desde el cual se producen acontecimientos políticos y se modifican efectivamente las opi-niones electorales y las relaciones de poder.

Las personas y los grupos implicados en las movilizaciones, así como las instituciones y or-ganizaciones oficialistas, emplearon de manera sostenida e intensa las redes sociales para po-sicionarse en ese escenario. Como alguna vez

dijo Hannah Arendt, la toma de la palabra es la acción política por excelencia, pero en este caso, las redes sociales se ajustaron muy ade-cuadamente a los formatos abiertos, flexibles y autónomos de las mencionadas organizaciones y, sobre todo, de los individuos que carecen de afiliación sindical o partidaria. La toma de la pa-labra en una sociedad democrática es la acción política por excelencia, es un componente es-tratégico de los procesos políticos, pero además tiene efectos sociales dado que cohesiona a un grupo y lo diferencia de otros.

Los mensajes escritos en Twitter y Facebook o en el WhatsApp pueden ser insultantes, irónicos, argumentativos, divertidos o denigrantes, pero siempre están cargados de una gran emotividad que compromete políticamente a los participan-tes y genera cadenas de contigüidad y empatía. Las redes se han convertido en una arena es-tratégica de las luchas políticas, pero su mayor impacto es la transformación de las relaciones entre los ciudadanos y los poderes públicos, prescindiendo de las tradicionales mediaciones partidarias, sindicales y gremiales. Los propios medios de comunicación han visto erosionadas sus capacidades de influir en la construcción de la opinión política ante la expansión de las redes sociales. Este es uno de los recursos de poder más importante de los sectores sociales implicados en el conflicto: su proximidad con la información, el conocimiento y el juego de ideas, en suma, sus capacidades para actuar como emisores ideológicos8.

La actuación en las redes de personas que for-man parte de las clases medias prescinde de la intermediación partidaria y expresa la enorme desconfianza que tiene la gente en los actuales partidos políticos de oposición; las redes per-miten un acceso individual y directo al espacio público. De hecho, esta forma de participación

7. “Se trata de una forma de acción política post-hegemónica, o al menos de un modo de participación que no encaja estrictamente dentro de la lógica de la hegemonía”. Arditi, Benjamin (2010). “Post-hegemonía: la política fuera del paradigma post-marxista habitual”. En Cairo Heriberto y Franzé Xavier. Política y cultura, Madrid, Biblioteca Nueva, p. 153-159.

8. La influencia del movimiento universitario –formado por clases medias urbanas– en las luchas políticas bolivianas está vinculada con su proxi-midad con instituciones y redes donde se producían y circulaban ideas políticas de avanzada, el marxismo básicamente. La idea de las clases medias como emisores ideológicos está ya planteada en las primeras obras de René Zavaleta.

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política ha vuelto anacrónica la idea tradicional del militante que actúa siempre al interior de un espacio partidario y que cede su libertad y su opinión personal a la línea política del partido. La estructura rizomática de las redes, sin cen-tros ni jerarquías, facilita los nuevos formatos de participación que no deben ser asumidos como indicadores de apatía o indiferencia po-lítica, son al contrario nuevos modos de actuar políticamente; las opiniones o posiciones adop-tadas, de crítica o apoyo a las actuaciones de los gobiernos, comprometen públicamente a las personas y conducen a la toma de posiciones en el campo político. Está claro que “los partidos políticos y los medios de comunicación han de-jado de tener el monopolio de la discusión pú-blica” (Hopenhayn, 2010)9.

Las redes constituyen un territorio político muy diferente del espacio público moderno que se caracterizó –al menos como un ideal– por el intercambio argumentado de opiniones e ideas con el propósito de generar consensos a través de la deliberación. En las redes predomina más bien la exposición de opiniones sobre asuntos públicos, sin pretender dialogar con opiniones contrarias; aunque existen las polémicas, su efecto más importante es expandir grupos de afinidad política y “viralizar” mensajes que tie-nen una fuerte carga emocional. Ciertamente, en las redes también circulan, profusamente, las falsas noticias, los spams, las cuentas falsas, los trolls y la guerra sucia. Asimismo, no hay que olvidar que los expertos pueden inducir la “vi-ralización” de ciertos mensajes que inducen una toma de posición de los ciudadanos10.

Durante el referéndum constitucional de 2016 y en las elecciones judiciales de 2017 se puso en evidencia la eficacia de las redes en la decisión del voto en contra del gobierno (Agetic, 2018); a pesar del control del gobierno sobre los me-dios de comunicación, las redes posicionaron masivamente mensajes de crítica y de oposi-ción al gobierno. Lo mismo sucedió durante los

conflictos que hemos analizado. Esta pérdida de control ha preocupado al partido oficialista que ha respondido a este desafío creando la Direc-ción General de Redes Sociales y creando un “ejército” de activistas digitales con el propósi-to de controlar las redes. Las distintas unidades estatales han abierto cuentas y los funcionarios públicos han sido coaccionados a participar en las polémicas de Facebook y Twitter, sobre todo en los momentos electorales; el propio presi-dente ha inaugurado una cuenta en Twitter, cu-yos seguidores se incrementan en medio millar cada día.

En suma, los flujos virtuales constituyen un sím-bolo cada vez más poderoso de formar parte del mundo y estar con otros (Hopenhayn, 2005). En esto concurren tanto la clase media consolida-da como los sectores medios emergentes, sobre todo entre los jóvenes.

La (imposible) caracterización sociológica de las clases medias

En Bolivia se han elaborado trabajos sociológi-cos notables sobre el movimiento obrero y so-bre los movimientos indígenas/campesinos; en cambio, la atención de los investigadores sobre las escurridizas clases medias ha sido secunda-ria y casi marginal. Los sociólogos marxistas caracterizaron a las clases medias a partir de

9. No obstante, existen fuertes conexiones con los partidos: por una parte, los partidos se apropian de las opiniones y propuestas que circulan en las redes, por otra, los internautas discuten sobre las agendas y acciones propuestas por los partidos.

10. El Brexit, la elección de Trump, el conflicto catalán.

Detrás del término “clase media” se oculta una constelación de segmentos que no pueden ser definidos de manera exhaustiva por medio de indicadores económicos, el ingreso sobre todo.

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su relación con la propiedad de los medios de producción (que consa-gra la etiqueta de la “pequeña bur-guesía”), pero también con el tipo de actividad laboral (intelectual/manual, asalariado/trabajador por cuenta propia). Estos criterios sir-vieron como argumento para sen-tenciar que carecen de un proyecto histórico propio y, por ende, tienen un habitus político ambivalente.

La izquierda marxista siempre tuvo una visión desdeñosa y estereotipa-da sobre las clases medias a las cua-les estigmatizó permanentemente como racistas, derechistas, “media-clase”, conservadoras. Álvaro Gar-cía Linera publicó recientemente un artículo cuya idea rectora es la “asonada de una clase media en de-cadencia”, refiriéndose a las movili-zaciones contra el Código Penal11. A la inversa, algunos intelectuales y políticos opositores han descifra-do en ella un pensamiento crítico, valores democráticos, apego a las normas, capacidades de emprendi-miento, adscripción y defensa del estado de derecho, entre otros. Pero ellas no son un personaje social o un sujeto político homogéneo, preten-didamente “conservador” o “revo-lucionario”, según el caso. Esos son estereotipos que impiden comprender sus acciones y repre-sentaciones de manera más objetiva. Detrás del término “clase media” se oculta una constela-ción de segmentos que no pueden ser definidos de manera exhaustiva por medio de indicadores económicos, el ingreso sobre todo. Una lectura sociológica más fina demanda la consideración de otros referentes como la educación, el capi-tal social, la identificación étnica, la religión, la residencia, las actitudes respecto al consumo, en fin, las adscripciones políticas. Aunque compar-

ten un rango de ingresos y la residencia urbana, cada segmento de la clase media tiene un estilo de vida y un status o capital simbólico diferente, obviamente en Bolivia el prestigio está fuerte-mente vinculado con el “capital étnico”.

Empleados del Estado, técnicos, profesores, comerciantes, pequeños empresarios, profesio-nales liberales, empleados del sector privado, transportistas, entre otros; estos sectores están marcados por distintas trayectorias de vida, tie-nen opiniones políticas diferentes y pertenecen

11. García Linera, Álvaro (17/01/2018). “Asonada de la clase media decadente”. Animal Político. La Paz: La Razón.

Ríos, Liliana (1987). Rapiña, aguafuerte/aguatinta

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a distintas redes asociativas. Estas diferencias son cada vez más importantes y prueban que los clivajes sociales se han multiplicado y que vivimos en una sociedad cada vez más comple-ja. Gran parte de esos tres millones de personas aludidos en el discurso del presidente Morales son de origen campesino y migraron a las áreas metropolitanas en la última década, votaron probablemente por el MAS en 2005 y 2009, pero ahora, y de manera legítima, quieren ser empresarios o comerciantes, y sus hijos aspiran a tener títulos universitarios12.

Las aporías de la versión marxista de las cla-ses medias han dado lugar a una caracterización más pragmática basada en la construcción de estratos socioeconómicos que se diferencian en términos de ingresos altos, medios y bajos y, como lo hace notar Amaru Villanueva, esta categoría es tan flexible que incluiría a todos los trabajadores formales así como a un buen número de los llamados informales:

Taxistas, empleadas, arquitectos, albañiles, reven-dedores, abogadas, curanderos. Bajo esta óptica más de la mitad del país pertenece a esta “clase media”, sin decirnos absolutamente nada acer-ca de las sensibilidades o intereses compartidos de este vasto segmento, es muy ambigua porque abarca desde personas que siendo asalariados también pueden tener propiedades inmuebles, un automóvil, una propiedad agraria u otro tipo de bienes que lo jerarquizan socialmente, como una profesión, una profusa red social de apoyos mate-riales, y en el caso de Bolivia, de apellidos y color de piel que le otorgan un plus social sobre el resto de las clases subalternas (el capital étnico)13.

Aunque la delimitación sociológica de las cla-ses medias es una empresa que siempre corre el riesgo de fracasar, dada su heterogeneidad, sí es posible dibujar algunos perfiles culturales, económicos y sociales de este conglomerado14:

- Es predominantemente urbana, pero los sec-tores emergentes o populares se asientan en las áreas metropolitanas o en las ciudades intermedias; en cambio, los segmentos más antiguos residen en áreas residenciales pres-tigiosas (Zona Sur en La Paz, Zona Norte en Cochabamba).

- Tiene una importante presencia indígena, so-bre todo en los departamentos de occidente; pero ser indígena en la ciudad implica una transacción de estilos de vida: se interiorizan otros valores y estilos de vida, aunque se pre-serva la identidad. De acuerdo a Esther del Campo, en los últimos años se habría pro-ducido un proceso de “auto-identificación de sectores populares como clase media” que se expresaría “en la imitación de prácticas de consumo de las clases medias tradiciona-les que producen una transformación de las identidades indígenas”15.

- Sus niveles educativos son crecientes, ha acce-dido masivamente a la educación secundaria, técnica y superior; la educación es una de sus estrategias privilegiadas de movilidad social.

- Se ha insertado en el mundo del trabajo, sobre todo como trabajadores por cuenta propia.

- Está informada, viaja con frecuencia, migra y tiene acceso a TIC. Está conectada perma-nentemente todo el tiempo, participa inten-samente en las redes sociales. Es una clase “globalizada”.

- Sus capacidades de consumo se han incre-mentado y están influidas por patrones de consumo de los países vecinos, pero también de Europa y Estados Unidos.

- Los jóvenes constituyen la franja etaria más importante.

- El estilo de vida y el prestigio (basado en los niveles educativos y el “capital étnico”) dis-tinguen a sus distintas fracciones.

12. De hecho, una de las estrategias de movilidad social más importante en Bolivia es la educación superior que permite incrementar el capital simbólico de los jóvenes por la vía de la adquisición de títulos profesionales, es decir por la acumulación de prestigio.

13. Villanueva, Amaru. “Clases medias en disputa”. En: https://oxigeno.bo/opinion/27034. Consultado el 22 de julio de 2018. 14. Para elaborar estos perfiles me apoyo en el estudio En busca de oportunidades: Clases medias y movilidad social, elaborado en 2011 por María

del Carmen Choque, Carlos Foronda, Ricardo Nogales, Ernesto Yañez y Gilmar Zambrana. PNUD-Bolivia. 15. “Lo que parece mostrarnos la experiencia boliviana es que la clase media no estaría dada necesariamente por su inserción ocupacional, y ni

siquiera por su ingreso, sino por la condición de consumidor en una sociedad donde es posible acceder a una amplia gama de bienes, que no

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Ríos, Liliana (1986). Punta seca

Las capacidades y las actitudes respecto al con-sumo son cada vez más importantes para ca-racterizar a estos grupos sociales. Desde una tradición sociológica que va desde Max Weber, Georg Simmel y Thorstein Veblen hasta Pierre Bourdieu y Néstor García Canclini, por citar algunos nombres importantes, las clases me-dias y en general las identidades colectivas han sido estudiadas en su vinculación con los hábi-tos y comportamientos de consumo material y simbólico. La distinción social y los estilos de vida son tan o más importantes que el nivel de ingresos para caracterizar a estos sectores. Así, la expansión de las clases medias se ha expre-sado en Bolivia no solo en el crecimiento del mercado interno, los servicios y la construcción, sino también en el consumo de bienes durade-ros como los automóviles lujosos, televisores, teléfonos digitales, internet, y en el consumo de bienes simbólicos: moda, viajes, espectáculos, actividades culturales, que se convierten en ca-pitales simbólicos que marcan el ascenso social. El argumento es que las capacidades de consumo son decisivas para formar parte de estos segmen-tos, lejos de ser una actividad alienante e irreflexi-va, los patrones de consumo forman parte de un

juego estratégico de distinciones entre los grupos sociales, tanto en términos de jerarquías como horizontalmente. Las nuevas clases medias han entrado a ese juego y pueden hoy acceder a bie-nes y servicios que antes eran exclusivos de las élites o de las clases medias altas (restaurantes, tiendas de ropa, viajes al exterior, universidades privadas, etc.). Ahora bien, es razonable suponer que estas transformaciones culturales inciden también en los valores y actitudes políticas. Ello no implica una homogeneización absoluta de los patrones de consumo; todo lo contrario, se pue-de advertir en las principales ciudades de Bolivia una gran diversidad en el consumo, en función de variables culturales (la condición indígena, por ejemplo), la edad y el género. El movimiento es doble, por una parte el consumo integra sim-bólicamente a personas de segmentos diferentes en una categoría común, pero las diversas mane-ras de consumir marcan estilos y formas de vida, diferencian y distinguen.

¿Es la clase media un sujeto político?

La respuesta a esta pregunta es compleja. Por una parte, dada su marcada heterogeneidad in-

(...) el consumo integra simbólicamente a personas de segmentos diferentes en una categoría común, pero las diversas maneras de consumir marcan estilos y formas de vida, diferencian y distinguen.

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son uniformes y pueden ser seleccionados de acuerdo con preferencias particulares. La aspiración de las personas es participar en ese nuevo espacio consumidor, y ello es identificado como ser de clase media. ¿Ergo, no necesariamente existe correlación entre condiciones objetivas y percepción subjetiva”. “Existen las clases medias indígenas? Una mirada desde Bolivia”. Esther del Campo. En: Grynspan, Rebeca; Paramio, Ludolfo (coords.) Clases medias en sociedades desiguales. Pensamiento Iberoamericano, 2012 N° 10 p. 189-218.

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terna, las clases medias no actúan como un suje-to unificado por demandas e interés comunes. El sujeto político no se constituye automáticamen-te por su emplazamiento en la economía, lo es cuando se organiza colectivamente y comparte una plataforma de demandas, cuando elabora una narrativa y construye una identidad (Tou-raine, 2006). De hecho, en Bolivia, esa diferen-ciación interna incluye las categorías de clases medias emergentes o populares, vulnerables y tradicionales, las que provienen del mercado y las que viven del Estado, las informales y las formales, las indígenas y las criollas y mestizas, las que poseen capitales educativos y las que ca-recen de ellos. Considerados desde el punto de vista sociológico, estos grupos tienen intereses y habitus políticos muy diferentes e incluso es-tán confrontados entre sí, pues disputan los mis-mos espacios sociales.

Por otra parte, la respuesta es afirmativa en la medida que algunos sectores de clases medias que tienen demandas e intereses corporativos sí pueden actuar como sujetos políticos. Así, a fines de los años 70, los estudiantes univer-sitarios, que en su gran mayoría provenían de colegios particulares de las ciudades capitales, es decir de las clases medias, constituyeron un movimiento democrático para recobrar la auto-nomía de las universidades. Este es también el caso de los médicos que actuaron como una cor-poración (defendieron privilegios y fueros de su sector), pero potenciaron su movilización y

discurso cuando asumieron la defensa del 21 F. Las clases medias se convierten en actores polí-ticos cuando desarrollan una “conciencia corpo-rativa” y participan en el campo político como sujetos organizados, cuando hacen alianzas e interpelan a los poderes. De hecho, en 2012 el sector de los médicos llevó a cabo un paro de casi 50 días en contra de la decisión del Go-bierno de imponerles la jornada laboral de ocho horas. Entonces también lograron el apoyo de la COB y el Ejecutivo retrocedió, proponiendo una cumbre de salud que nunca se concretó.

Las tradiciones sociológicas estructuralistas han planteado que los comportamientos políticos de las clases sociales derivan de su colocación en la estructura económica, particularmente de sus relaciones respecto a la propiedad y al tipo de trabajo. En el caso de las clases medias estas relaciones de causa-efecto resultan en extremo problemáticas por las distintas “posiciones” es-tructurales que ocupan los distintos segmentos o capas que las conforman. De hecho, afirmo que el comportamiento político de las clases medias en Bolivia está marcado por la ambi-valencia. En determinados contextos políti-cos puede aliarse con las élites, pero en otras ocasiones, cuando sus intereses y su seguridad están amenazados, pueden apoyar acciones de sujetos obreros y campesinos.

A manera de conclusión

A pesar de las distintas lecturas que se han reali-zado sobre las clases medias en Bolivia, una evi-dencia me parece irrefutable, su importancia en el juego político ha ido creciendo hasta volverse decisiva; constituyen el grupo social más nume-roso, tienen fuerza electoral pero también recur-sos para movilizarse en las calles; asimismo, in-ciden de manera efectiva en la construcción de la esfera pública por medio de las redes sociales y los medios de comunicación. Su participación es clave para la construcción de mayorías políticas. No hay hegemonía sin clases medias.

Las recientes movilizaciones, los resultados de las elecciones judiciales, el rechazo a la re-

(...) sobre las clases medias en Bolivia, una evidencia me parece irrefutable, su importancia en el juego político ha ido creciendo hasta volverse decisiva; constituyen el grupo social más numeroso, tienen fuerza electoral pero también recursos para movilizarse en las calles (...).

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Ríos, Liliana (1989). Simbiosis, dibujo

postulación del presidente, la creación de colectivos ciuda-danos formados por personas de clases medias, son también evidencias que muestran una ruptura entre importantes seg-mentos y fracciones de este conglomerado con el partido de gobierno, salvo que este incor-pore sus demandas e intereses de manera sustantiva y no me-ramente instrumental. Una difi-cultad para ello es que el proce-so de movilidad ascendente de la última década está orientado por el mercado (sobre todo el consumo) y tiene una marcada impronta individualista que ha apartado a los sectores emer-gentes de las clases medias de las lógicas sindicales y corpo-rativas.

Esas movilizaciones fueron muy eficaces entre otras razo-nes porque prescindieron de los partidos de oposición y actua-ron desde colectivos ciudada-nos formados espontáneamente y cuyo recurso de organización más importante fue el uso de las redes sociales. No obstante, se trata de una fuerza política defensiva que no ha logrado proyectarse como alternativa de po-der. De hecho, tiene una mirada escéptica res-pecto a los partidos políticos, tanto del oficialis-mo como de la oposición.

Asimismo, se constata que el mapa sociológico de las clases medias en Bolivia es muy comple-jo, faltan estudios concretos que incluyan ade-más de los ingresos otras dimensiones y varia-bles en su caracterización, sobre todo aquellas vinculadas con el mercado, el consumo y pres-tigio. Los niveles educativos de estos colectivos son crecientes y sus expectativas son ambicio-sas, la calidad de vida es una de sus principales demandas y ello incluye el acceso a servicios de salud y educación de calidad, seguridad ciuda-dana, ejercicio pleno de derechos, preservación

del medio ambiente, transparencia en la gestión pública. No es casual que en los últimos años se hayan formado varios movimientos de clases medias urbanas en las principales ciudades, en torno a esos problemas.

Las clases medias no constituyen un personaje social que actúa de manera inequívoca (no es a priori conservadora o progresista) en el campo político pues presenta una gran diversidad de grupos, facciones o categorías; su actuación po-lítica es ambivalente y depende siempre de los contextos y de las relaciones con otros actores.

Las redes sociales están transformando de ma-nera radical las formas de hacer política en Bo-livia y el mundo.

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Introducción

En los últimos meses en Sudamérica, se ha po-pularizado mucho la idea de las “clases medias” a la hora de hacer balances políticos, sobre todo en torno a los últimos resultados electorales de la región, los cuales no suelen ser favorables a los denominados procesos de cambio. Lo an-terior resulta para algunos una consecuencia ingrata porque, según las estadísticas más re-cientes, son los sectores de ingresos medios los mayoritarios de la población, ergo son los que definen los resultados de los comicios electora-les. Esta ingratitud es en sí porque son los go-biernos progresistas los que modificaron la es-tructura social, sacando a millones de la pobreza para insertarlos en un nivel económico más alto; es decir, hoy el sándwich tiene más jamón y queso que miga de pan. A priori, el reclamo de ingratitud suena lógico; pero es preciso salir de los lugares comunes para empezar a plantear alternativas de análisis e idealmente de gestión, dejando de lado las consignas anquilosadas en el pasado y asumiendo que un país, luego de una década dorada, evidentemente no es el mismo.

Se plantearán entonces tres ejes temáticos de análisis, a partir del caso boliviano. El prime-ro, de manera muy concisa, en torno a las evi-dencias estadísticas en términos de estructura social. A continuación, se hará una caracteriza-ción de la coyuntura política (cierre del 2017 y apertura del 2018) a doce años de gobierno de Evo Morales. Finalmente, se revisará cómo ha transcurrido el debate en torno a las “clases me-dias” a partir de intervenciones en el mundo de las ideas. Es menester aclarar que este texto no pretende dar definiciones cerradas de la “clase

media”, lo cual es una preocupación digna de ser trabajada de manera específica; el análisis y las conclusiones a las que se pretende llegar, se basan en la evidencia objetiva respecto a los in-gresos de la población en Bolivia.

El nuevo discurso presidencial

Cada 21 de enero, desde hace once años, el pre-sidente Morales presenta formalmente su in-forme de gestión ante la Asamblea Legislativa Plurinacional; sin embargo, esto es más que un informe de gestión, es un discurso político que plantea la línea de trabajo para la nueva gestión, a partir de los antecedentes de la que precedió. Así, por ejemplo, en 2006 se anunció la instau-ración de la Asamblea Constituyente y se plan-teó la necesidad de sentar soberanía sobre los recursos naturales; el 6 de agosto de ese año se instaló la Constituyente (Schavelzon, 2012) y el 1 de mayo se decretó la nacionalización de los hidrocarburos. Se mencionan estos ejemplos por la importancia de los anuncios como por la evidencia de que en aquel tiempo se marcó un nuevo rumbo para el país: se planteó el cam-bio. Es lógico, por tanto, que luego de sucesivas medidas a lo largo de los tres gobiernos de Evo Morales haya llegado el cambio: Bolivia se ha refundado en términos de Contrato Social con la Constitución promulgada en 2009; el poder es otro, la calle es otra, la economía es otra.Como prueba de esto, es digno de estudiar el discurso presidencial de enero de 2018, titu-lado Hemos transformado el país. Morales ha expuesto la radiografía de un país pujante, campeón de la región en crecimiento económi-co, pero sobre todo ha expuesto la realidad de

Efectos del proceso de cambio y la llamada “clase media”

por Valeria Silva Guzmán*

* Diputada de la Asamblea Legislativa Plurinacional de la bancada del MAS-IPSP. Militante de generación EVO.

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un país muy diferente al del 2006. Por un lado, se presentan cinco retos fundamentales para la gestión de Gobierno: 1) consolidar la industria-lización, 2) garantizar la universalización de la salud, 3) elevar la calidad de la educación, 4) generar empleo para la juventud, y 5) revolu-cionar el sistema de justicia. Por otro lado, se presenta un esquema de país con un Estado que atiende a los nueve departamentos, esto es una línea discursiva novedosa. Se ha informado que

Bolivia es un país que siembra más, que produ-ce más alimentos, que construye más, que viaja más, que llama más, que estudia más y que, en general, consume, produce y gasta más. De to-dos estos datos, interesa particularmente señalar uno: “Nuestra sociedad ya no es una pirámide, ahora la mayoría de la población (58%) tiene ingresos medios” (Morales, 2018), manifestó el presidente Morales, graficando esta afirmación de la siguiente forma:

La falacia de la ingratitud

El anterior dato es una evidencia estadística, social y económica que comprueba el título del discurso, Bolivia ha sido transformada. A partir de esta nueva realidad se han generado muchas interpretaciones de la correspondencia –o no– de este nuevo esquema con la opinión o posición política de esta mayoría de la población. Es más atractivo el sándwich porque lleva más jamón y queso: de un 35 % de población con ingresos medios en 2005, se ha pasado a un 58 % de esta porción de sociedad en 2017. Y aquí es donde la ingratitud de la “clase media” denunciada por algunos sectores conservadores –resistentes a los cambios– del proceso de cambio se vuelve en la falacia de la ingratitud. Es lógico, pues, que si se ha cambiado la realidad material y eco-nómica de una gran porción de la sociedad, las aspiraciones de esta también cambien, crezcan y definitivamente se modifiquen. Esta afirmación se explicará más adelante.

El 2017 puede calificarse como un año conflicti-vo para la hegemonía masista, lo cual evidencia que la buena gestión de lo público reflejada en excelentes datos macroeconómicos no corres-ponde a la sostenibilidad de la hegemonía po-lítica. Las manifestaciones opositoras del 2017 no reclamaron nunca alza de precios, inflación, escasez de mercancías o cuestiones que hacen a necesidades básicas insatisfechas, porque todo esto no dejó de estar bajo control del Estado. Con doce años de gobierno, las dificultades que hoy este atraviesa no tienen que ver con la efi-ciencia de la administración; todo indica que más bien tienen que ver con el sentido común de la gente, con las conversaciones de la calle, del almuerzo con los compañeros de trabajo o de la tertulia familiar de fin de semana. La gen-te hoy, en términos generales, no se pregunta cómo andan las reservas internacionales o si mañana faltará pan en la tienda de barrio, por-que sencillamente son cosas que están bajo con-trol y bien gestionadas; pareciera que hoy las

Entre 2005 y 2017 la clase media aumentó en más de 3 millones de personas

Nuestra sociedad ya no es un pirámide, ahora la mayoría de la población (58 %) tiene ingresos medios.

392 mil

3,3 millones

35 %

5,7 millones

61 %

4 %

Ingresos medios

Ingresos bajos

Ingresos altos

6,5 millones

58 %

4,1 millones

37 %

5 % 538 mil

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Fuente: Elaboración propia sobre informe presidencial 2018

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preguntas y discusiones de la gente giran en torno a aspectos más subjetivos en lo político –por ejemplo, historias de los me-dios de comunicación que terminan siendo inventadas– y vinculados al deseo, por lo tanto, al consumo –por ejemplo, unas va-caciones en familia o un crédito bancario para la compra de un automóvil–.

A esto hay que sumar la importancia de la cuestión generacional. Estar doce años en el Gobierno significa también que quie-nes hoy tienen 16 años crecieron bajo una misma administración, por lo cual, no pueden asociar con el cambio los lo-gros del Gobierno –excepto que se trate de gente muy distinta al común, como alguien apasionado por la historia–, pues, para esta generación están naturalizados o son obligaciones que debe cumplir para con la ciudadanía cualquier administrador de lo público. Tomando en cuenta el bono demográfico por el cual atraviesa el país y la región, cabe mencionar que una par-te importante del futuro electoral está en manos de las nuevas generaciones. Estas preocupaciones, entre otras, han genera-do un variopinto debate sobre las denominadas “clases medias”.

El debate intelectual sobre las “clases medias”

A propósito de lo que se ha denominado aquí la falacia de la ingratitud –ciertos acontecimien-tos racistas de conocimiento y denuncia pública; además de la situación del mercado y la deman-da interna–, se ha generado un momento crea-tivo alrededor de las “clases medias”, que en términos más rigurosos vendría a ser alrededor de la población con ingresos medios. Artículos de periódico, tendencias en las redes sociales, debates de televisión, entre otras plataformas, registraron distintas intervenciones desde todos los sitios de la política. Se revisarán entonces tres ejemplos de opinión; no es de interés de este texto la forma en la cual los sectores con rasgos fascistas han interpretado el debate.

Amaru Villanueva, exdirector del Centro de In-vestigaciones Sociales de la Vicepresidencia y principal impulsor de lo que fue el mayor pro-yecto editorial del Gobierno –la Biblioteca del Bicentenario de Bolivia–, publicó el 25 enero de 2018 un artículo en la revista digital Oxíge-no sobre las “clases medias”, en el que plantea algunas hipótesis. Entre ellas se destaca la si-guiente:

El 2005 era posible convocar a grandes segmen-tos de la población con consignas anti-neolibe-rales, anti-imperialistas, y anti-oligárquicas. El país ha cambiado significativamente en térmi-nos simbólicos y materiales en estos 12 años. Sean o no de clase media (o como queramos llamarlos), quienes han salido de la pobreza em-piezan a generar expectativas que van más allá de sus necesidades básicas, o su emancipación frente al viejo sistema político y económico. (Villanueva, 2018)

Ríos, Liliana (1989). La llorona, grabado

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Por su parte, Marcelo Arequipa, analista po-lítico y profesor universitario, el 21 de enero tuitteó –probablemente durante el discurso del presidente Evo Morales– que:

La clase media no debe medirse en función de sus ingresos, debe medirse en función de sus as-piraciones. Estas aspiraciones en Bolivia me ani-mo a decir que son: Justicia, Salud, y Educación. (Arequipa, 2018)

Ambas intervenciones siguieron a un extenso artículo de opinión escrito por Álvaro García Linera, vicepresidente de Bolivia, en el suple-mento de análisis político del periódico más im-portante de circulación nacional. Empieza Gar-cía Linera definiendo una clase social:

Una clase social es un conjunto grande de per-sonas que estadísticamente tiene acceso a con-diciones de vida más o menos parecidas, por ejemplo, ingresos económicos, propiedades, titu-laciones, prestigios o vínculos sociales. Si bien cada persona es un universo diferente a otra en su trayectoria de vida; sin embargo, cuando las

estrategias económicas que despliegan, las oportunidades laborales que se les presentan, las maneras generales de enfrentar el porve-nir y la forma de apreciar y valorar las cosas del mundo son relativamente convergentes a un espacio común, significa que pertenecen a una misma clase social. Normalmente, todos los seres humanos forman parte de una clase social, sin necesidad de saberlo ni de intere-sarse por ello. Pero cuando esta similitud de condiciones económicas, culturales y simbóli-cas son asumidas como una identidad con ca-pacidad de representación, de organización o de convocatoria, estamos ante una clase social movilizada. Es el caso de lo que denominamos la “clase obrera” o “clase campesina” en torno a sus federaciones y sindicatos. O los empre-sarios en torno a sus cámaras, asociaciones o partidos que logran articular un interés clasis-tamente diferenciado. (García, 2018)

Continúa aseverando que la “clase me-dia”, entonces, se sitúa al medio de las dos clases ya mencionadas y, según el autor, la forma más común de clasificarla es por sus ingresos monetarios y su capacidad de consumo; dice además que su fuer-

za clasificatoria es inversamente proporcional a las autoclasificaciones que las propias clases subalternas hacen de sí mismas. A esto adhiere la segmentación y diferenciación al interior de esta clase a partir del capital simbólico de cada conjunto de personas –propiedades, familias, apellidos, títulos, etc.–. De aquella segmenta-ción, infiere García Linera, se pueden distinguir fácilmente por un lado a la clase media tradicio-nal y decadente y, por el otro, a la nueva clase media ascendente. La primera, básicamente, al sentirse desplazada o invadida –y despojada de su tradicional hegemonía–, instala la racializa-ción del discurso político y, en consecuencia, toma posiciones conservadoras que terminan oponiéndose y renegando de la otra clase media.

Conclusiones preliminares

Luego de revisar someramente estas tres líneas de opinión –representativas–, es posible decir que hay un denominador común en la opinión que hace a este debate: que Bolivia hoy es un

Ríos, Liliana (1986). Aguafuerte

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Bolivia hoy es un país mayormente “clasemediero”, que se ha pasado de una estructura social piramidal a una pentagonal, que existen nuevas necesidades y nuevas demandas por parte de la ciudadanía y que, finalmente, este es un momento novedoso que exige nuevas formas de pensar el país.

país mayormente “clasemediero”, que se ha pa-sado de una estructura social piramidal a una pentagonal, que existen nuevas necesidades y nuevas demandas por parte de la ciudadanía y que, finalmente, este es un momento novedoso que exige nuevas formas de pensar el país. A esto es posible agregar tres elementos comple-mentarios que no son necesariamente acepta-dos en el debate: primero, que el futuro electo-ral del país está en manos de la “clase media”, por tanto, poco útil resulta el reclamo de la in-gratitud. Segundo, que junto con la estructura económica y social se modifican las demandas y las aspiraciones, por tanto, es imprescindi-ble que se modifiquen también las formas de comunicación para con la ciudadanía; esto es-pecíficamente hace referencia a la estética, al lenguaje y a la consigna. Finalmente, que estas operaciones no se deben dirigir a la clase media en el sentido más tradicional de la idea, sino que se debe asumir que la clase media hoy más que nunca se encuentra en barrios populares y en villas y no solo en los territorios tradicional-mente “cómodos”.

Sin ánimos de especular, es muy probable que buena parte del 58 % de la población boliviana con ingresos medios ya haya votado por el MAS en comicios electorales, lo que quiere decir que han creído en la propuesta de cambiar las cosas, ergo, de mejorar el país. Las cosas han cambia-do y las estadísticas demuestran que el país ha mejorado. Ahora, al Gobierno y al proyecto po-lítico masista le corresponde hacer una lectura correcta de esta nueva realidad: la gente tiene nuevas aspiraciones, de hecho, hay gente nueva

–jóvenes– determinando el sentido común de la sociedad.

El discurso del presidente Morales del 21 de enero parece expresar una lectura renovadora y actualizada de la realidad de Bolivia, podría decirse que es el cambio del cambio. Es, final-mente, el proyecto del MAS el que ha transfor-mado el país y le ha permitido a las clases me-dias realizar sueños y soñar con aún más. No es poca cosa que el presidente haya anunciado que la agenda 2025 será actualizada recogiendo las aspiraciones de la “nueva clase media y de la juventud”, pues otro dato no menor es que la edad promedio en Bolivia hoy es de 27 años. Esto es, probablemente, el preludio de un viraje necesario en la política del MAS que, sumado a la inspiración en las luchas sociales del pasado, puede convertirse en avión electoral.

Bibliografía

Arequipa, Marcelo. Twit del 21 de enero de 2018.García, Álvaro (2018). “Asonada de la clase media decadente” en Periódico La Razón, suplemento Animal Político del 17/01/2018. La Paz (también disponible en: http://www.la-razon.com/suplementos/animal_politico/Asonada-clase-media-decadente_0_2858114190.html ).Morales, Evo (2018). Discurso Presidencial del 21 de enero de 2018, en ocasión del Día del Estado Plurinacional de Bolivia. Ministerio de Comunicación. La Paz.Schavelzon, Salvador (2012). El nacimiento del Estado Plurinacional de Bolivia. Etnografías de una Asamblea Constituyente. La Paz: Plural.Villanueva, Amaru (2018). “Clases medias en disputa” en Revista Digital Oxígeno. https://oxigeno.bo/opinion/27034 (visitado el 26/03/2018).

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Foronda Calle, Miguel (2018). A otros tiempos

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En el debate intelectual boliviano actual sobre las clases medias se ha insistido mucho en que “clase media” es un concepto elusivo e impre-ciso. Puede decirse lo mismo de buena parte de los que se usan en las ciencias sociales, muchos de los cuales tienen una naturaleza metafórica (por ejemplo, “capital” en un sentido posmar-xista) o relativa –deíctica– como “izquierda” y “derecha”, o este del que estamos hablando: “clase media”. En principio, “clase media” solo significa un grupo social que se encuentra en-tre otros dos, uno arriba y otro abajo suyo. Por eso, antes de la Revolución Francesa se llamaba “clase media” a la burguesía, que estaba debajo de los nobles y encima de los campesinos. Un relato del siglo XVIII sobre los gremios lo seña-la así: “El orgullo de la llamada burguesía se de-jaba sentir justamente entre los miembros, tanto jóvenes como viejos, de lo que podría llamar-se clase media de los ciudadanos…” (Kuehn, 2003: 61). Luego, cuando la burguesía se hu-biera convertido en la clase dominante, la “clase media” se ubicaría debajo de ella y al mismo tiempo por encima de otras clases más pobres que ella o con modos más crudos y pesados de ganarse la vida. Como el marxismo define las clases por su apropiación de los medios de pro-ducción o de la fuerza de trabajo, denomina a este segmento intermedio de la sociedad moder-na “pequeña burguesía” y agrupa en él a la gente que tiene una pequeña propiedad. A veces pue-de ser una propiedad material, un medio de pro-ducción, como una pequeña empresa o un terre-no labrantío o una cantidad de ganado; a veces, en cambio, una propiedad inmaterial, un medio de producción intangible, como un stock de co-nocimiento, habilidad o talento. Para el marxis-mo son “pequeños burgueses” los productores y operadores de conocimientos y bienes estéticos,

los que se dedican a las actividades de adminis-tración de la economía y de los servicios esta-tales (burocracia), o a las actividades creativas.

Esta definición, la más influyente del siglo XX, recoge algunas importantes notas distintivas del grupo social que estamos analizando, esto es: a) se trata de una clase propietaria, que tiene un gran apego por su propiedad, ya que vive de la explo-tación de la misma, y b) una importante fracción de ella se dedica al trabajo intelectual, cuya im-portancia ha crecido mucho con la economía mo-derna, siendo hoy imprescindible en el mejora-miento continuo de los procesos productivos, la administración de las empresas, el cumplimien-to de las tareas de auxilio a la producción; en la organización de mecanismos de recaudación, distribución, logística, cooperación, autogobier-no, control, protección y reproducción cultural y educativa, integrados todos ellos en el Estado moderno; y en la creación y el funcionamiento de una muy extendida, rentable y dinámica industria cultural y del entretenimiento.

El amor a la propiedad que los marxistas encon-traron en la pequeña burguesía los llevó a des-confiar de ella: supusieron que tendería a mime-tizarse con la burguesía por miedo a perder en el socialismo su estatus social (diremos qué tipo de estatus más adelante). Un ejemplo de este razonamiento lo encontramos entre nosotros en Guillermo Lora, que pocos años después de la Revolución Nacional de 1952 señalaba que:

(…) la reforma agraria [realizada por dicha Re-volución] ha tenido como finalidad convertir a la masa campesina en prósperos pequeños propieta-rios para que actuasen como contrapeso del pro-letariado (“Qué es y qué quiere el POR”, citado en El asalto porista. El trotskismo y el despotis-mo de las aclamaciones en los sindicatos mine-ros de Bolivia. Zavaleta, 2011: 47).

Breve sociología de la clase media bolivianapor Fernando Molina*

* Ensayista e investigador social. Autor de numerosos libros sobre historia intelectual, historia contemporánea y sociología boliviana, el último de los cuales es Idea aristocrática e idea liberal. Un estudio sobre la élite política boliviana del siglo XIX, La Paz, Libros Nómadas, 2017.

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A lo que René Zava-leta tuvo que replicar:

Sugiere esta tonte-ría que había que mantener el pon-gueaje en el campo para que los cam-pesinos “no actúen como contrapeso del proletariado”, esto es, solo para que se cumpla un esquema (Zavaleta, 2011: 47).

Sin embargo, el mis-mo Zavaleta, al con-vertirse en marxista una década después, descalificaría de for-ma similar a la usa-da por Lora a otro sector de la clase media, el de los pro-fesionales y políticos profesionales que en los años 50 se habían hecho de la dirección del proceso revolu-cionario y, por su “indecisión”, incumplieron tareas tales como la liberación del país del im-perialismo, frustrando a la población y creando las condiciones de una posterior restauración “rosquera”. Para Zavaleta, esta fracción de la clase media presentaba una tendencia a recrear en el poder a una oligarquía insensible frente a las necesidades nacionales y, por tanto, incapaz de cumplir la misión históricamente asignada a la burguesía, clase que no existía en el país. Por esta razón terminó fundiéndose con otro sector de clase media, el de los jóvenes “rosqueros” que se habían identificado con las clases terrate-niente y minera que habían caído con la Revo-lución, y que durante un tiempo se habían orga-nizado en contra de ella en Falange Socialista Boliviana. Encontramos así, en esta brevísima observación histórica, otro rasgo que, desde el punto de vista de los observadores marxistas, resulta característico de la clase media: c) su plasticidad, maleabilidad o, si se quiere, volu-bilidad, que probablemente se origina en la ca-

rencia de fuertes in-tereses diferenciales propios; en todo caso, esta caracterís-tica le permite repre-sentar a otras clases sociales. No sola-mente a las superio-res, aunque esto sea lo más común (el arribismo social), sino también a otras de menores ingresos y cultura pero que por razones ideoló-gicas puede llegar a considerar “nobles”, como los campesi-nos y los obreros. Zavaleta observaba que durante la Revo-lución Nacional los partidos marxistas estaban principal-mente conformados por intelectuales y eran, por tanto, par-

tidos de clase media (“Ambivalencia de la cla-se media”, en Zavaleta, 2011: 54). El método “vanguardista” de organización del movimiento revolucionario, o método bolchevique, requirió en todas partes esta identificación de los intelec-tuales con el proletariado.

Otras perspectivas teóricas, como la sociología weberiana, sugieren que el entrenamiento que recibe una buena parte de la clase media para cumplir funciones en las instituciones estatales le da a esta un sentido de propósito y superiori-dad que asegura su diferenciación de las clases inferiores y su independencia respecto a las cla-ses sociales superiores. Esta “clase burocrática” posee un estatus (un poder) singular, que no se genera por un tipo de consumo o un estilo de vida, sino por una bien reglada y ritualizada la-bor práctica. Lo mismo ocurre con otra facción de la clase media estrechamente emparentada con la burocracia, la de los estudiantes y los profesores –la “clase académica”–, que obtiene

Foronda Calle, Miguel (2016). Umbrales

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1. Contra esta división, Zavaleta planteaba un punto de vista práctico y político, que clasificaba a las masas que entraron en liza en 1952 “en dos grandes clases: la de los explotados, por un lado, y la de los explotadores. Sobre esta división, más inmediata y funcional que la mera disección técnica, se hizo la Revolución Boliviana” (54).

2. Lo que implicaría un aumento de la clase media, entre 2005 y 2017, en tres millones de personas (Ministerio de Comunicación, 2018).

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Esta “clase burocrática” posee un estatus (un poder) singular, que no se genera por un tipo de consumo o un estilo de vida, sino por una bien reglada y ritualizada labor práctica.

su prestigio social de la dignidad mitificada que tiene el conocimiento (por las dificultades de acceso e intrínsecas que plantea). Así, el webe-rismo nos proporciona otra de las notas caracte-rísticas de este concepto que estamos tratando de formar: d) la importancia para la clase me-dia de determinados tipos de prestigio social: el burocrático-político y el académico.

Continuemos. En los años 50, Zavaleta escribió sobre un tipo de sociología que él llamaba “téc-nica”, la cual dividía la sociedad en clases altas (“empresarios, burgueses, latifundistas”), me-dias (“artesanos, pequeños comerciantes, em-pleados y funcionarios bajos o modestos, pro-fesionales liberales, propietarios medianos”) y bajas (“obreros industriales o proletarios y cam-pesinos”).1 Esta clasificación alta-media-baja depende de los niveles de ingreso y es la que hoy más se usa para estudiar a la clase media. Un ejemplo a mano lo proporciona el Informe Regional sobre Desarrollo Humano para Amé-rica Latina y el Caribe preparado en 2016 por el PNUD, que se titula Progreso multidimensio-nal: bienestar más allá del ingreso. Dicho infor-me establece “líneas monetarias” –es decir, de ingresos– para separar la población boliviana (y la de toda Latinoamérica) en las siguientes cla-ses: “residual”, la de las personas que poseen in-gresos mayores a 50 dólares diarios; “clase me-dia”, la de quienes reciben entre 10 y 50 dólares diarios por persona; “vulnerable”, la de quienes

obtienen de 4 a 10 dólares; “pobre moderada”, la de quienes tienen ingresos de 2,5 a 4 dólares diarios por persona; y “pobre extrema”, la de quienes solo cuentan con una suma per cápita de 1,25 a 2,5 dólares diarios. Esta pirámide es más realista, en cuanto a dibujar los contornos de la clase media, que otras que también circu-lan actualmente y consideran el segmento “vul-nerable” como parte de la clase media, llegando al resultado de que 6,5 millones de ciudadanos, es decir, el 65 % de la población, pertenece a un mismo segmento de “ingresos medios”.2 En cambio, haciendo el desglose mencionado, el PNUD calcula la clase media en tres millones de personas, las cuales perciben ingresos entre 300 y 1.500 dólares mensuales. Como es proba-ble que muchas de estas personas formen, junto a sus parejas, padres y/o hijos, fondos comunes de mayor tamaño, puede suponerse que para es-tas familias recibir el mínimo inferior del ran-go, 300 dólares, solo se da ocasionalmente. Con lo que tenemos que esta clase, pese a llamarse “media”, equivale al tercio más alto de la jerar-quía social boliviana. Al obtener ingresos men-suales de alrededor de 500, 600 dólares y más, las familias de “clase media” pueden resolver correctamente sus necesidades alimenticias, de vestuario y habitación, así como las educativas básicas. Es decir, tienen un pasar digno y pue-den gozar del prestigio asociado a tal situación social. Para esto requieren de un stock adecuado de conocimientos y/o un capital económico re-lativamente importante.

De lo dicho debemos deducir lo siguiente: aun-que la definición de “clase media” por cantidad de ingresos parece puramente cuantitativa, pu-ramente relativa a los puntos máximo y míni-mo de la escala social, implica en realidad una no confesada conceptualización cualitativa, la cual determina qué valores de la curva de in-gresos sirven para constituir “clase media” y qué valores no. Esta conceptualización permite

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que incluso las poblaciones comprendidas en los rangos de ingreso más altos dentro de una escala sean llamadas “clase media”. Semejante clasificación tiene un fondo económico, pero no se agota en la economía: con el concepto “cla-se media” indica cierta capacidad cultural, de disfrute; cierta movilidad geográfica, determi-nada habilidad política, etc. Por esto uno de los requisitos de la democracia es la extensión de la clase media, pues todo crecimiento de esta produce una ampliación de la ciudadanía. Adop-tando esta conceptualización positiva de la clase media, el citado informe del PNUD considera que América Latina debe evitar a toda costa que esta pierda la masa que ha obtenido en el último periodo de crecimiento (2004-2014), es decir, evitar que quienes ya componen esta clase “cai-gan” a la pobreza. Como todo el discurso tecno-crático contemporáneo, entonces, este informe

entiende a la clase media como: e) un resultado y, por tanto, un indicador del progreso de una sociedad. Supone que, puesto que las sociedades mo-dernas y democráticas son sociedades de clase media, entonces el objetivo de fortalecer y expandir esta clase es idéntico al de modernizar y democra-tizar la sociedad.

En suma, las diferentes perspectivas teóricas nos han permitido identificar las principales características que la sociología atribuye a la clase media, a saber:

a) Amor a la propiedad.

b y d) Importante dedicación a las labores intelectuales, burocráticas y creativas. Condición burocrática y condición académica, que la hacen dependiente del reconocimiento y el prestigio sociales.

c) Volubilidad de intereses, que le permite representar los de otras cla-ses: los de la burguesía y del proleta-riado, entre otros. Tendencia al arri-bismo social.

e) Clase-deseada o clase-objetivo de la democratización y la modernización con-temporáneas, pues representa la posesión de las condiciones económicas, políticas y culturales necesarias para tener una vida agradable, sig-nificativa, interesante, pacífica y, en general, humana.

En el sistema sociológico de Bourdieu se diría que la clase media posee al mismo tiempo dis-tintos tipos de capitales (“capital complejo”), en la siguiente relación entre ellos: el primero en importancia es el capital cultural-educativo; el segundo, el capital simbólico, y el tercero y úl-timo, el capital económico. Sin embargo, esto varía de acuerdo al segmento de la clase me-dia del que estemos hablando (o, como dirían algunos, de acuerdo a cuál de las diversas clases medias analicemos en cada caso). El segmento académico-profesional se define sobre todo por el capital educativo y, en segundo término, por

Ríos, Liliana (1989). Grabado

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el capital simbólico; el segmento burocrático, en cambio, por su posesión de capital simbólico y, después, por su capital educativo; y, finalmen-te, el segmento que llamaremos “emprendedor” depende para su conformación en primer lugar del capital económico y, en segundo lugar, del capital simbólico. (Si adoptáramos el enfoque de las múltiples clases medias podríamos hablar de “clase emprendedora”, como antes hemos dicho “clase académica” y “clase burocrática”).

Todo esto, sin embargo, resulta mecánico en ex-ceso. La clase media, igual que todas las otras clases sociales, se configura fluyendo a través de las “situaciones de clase” (Weber, 1987) que producen incesantemente el mercado y la socie-dad, y que sus miembros ocupan y dejan de ocu-par, de acuerdo a sus virtudes (capitales adqui-ridos) y a las constantes transformaciones que sufre la valoración social de dichos capitales.

Este último hecho nos interesa particularmente. Digamos que ni siquiera los capitales económi-cos valen lo mismo todo el tiempo; por el con-trario, su valor es relativo siempre al momento y el lugar en que estos capitales se venden-com-pran. Lo mismo con los capitales educativos y simbólicos, que son premiados con asignacio-nes diversas y relativas de prestigio social. Un ejemplo típico es el de los gremios europeos, “si-tuaciones de clase” que fueron sumamente ren-tables y apetecibles durante el Medioevo, pero que, pese al férreo proteccionismo con el que fueron defendidas, dejaron de serlo al estallar la crisis del sistema gremial en el siglo XVIII. A partir de entonces, los miembros de los gremios que no pudieron convertirse en parte de la bur-guesía cayeron en la pobreza y dejaron de ser parte de la “clase media” de su época (Kuehn, 2003). Otro ejemplo es contemporáneo: con-siste en cómo determinados saberes (como la teneduría manual de libros o la reparación de aparatos electrodomésticos) pierden su antiguo valor y son sustituidos por otros que acaban de aparecer. Y así podríamos seguir. Lo cierto es que los capitales suben y bajan en la curva de su apreciación mercantil y social, y esto “enri-quece” o “empobrece” a las clases a lo largo del tiempo. Simultáneamente, puede suponerse que

toda clase se opone a un orden socioeconómico en el que se “empobrece”, es decir, a un orden que: a) no reconoce y tiende a desvalorar los ca-pitales que posee; b) no produce con suficiente premura para ella la sustitución “natural” de sus capitales obsoletos por otros nuevos.

Como ejemplo de lo que hemos dicho introduz-camos una referencia al proceso de recambio de élites, de corporativización del sistema de toma de decisiones y de transformación del modelo económico –del capitalismo de libre empresa al capitalismo de Estado–, que ha dirigido Evo Morales entre 2006 y la actualidad, el cual se conoce con el nombre de “proceso de cambio” (“proC”). El debate actual ha dictaminado que existe una fuerte oposición a este proceso –que si no es global al menos sí es sustancial– por parte de la mayoría de los tres millones de bo-livianos con ingresos de entre 10 y 50 dólares diarios. Preguntémonos entonces ¿a qué se debe esta oposición? Y, en estrecha relación con esto, ¿se trata de un fenómeno reciente, como apare-ce en el citado debate?

Objetivamente hablando, el “proceso de cam-bio” nunca ha buscado favorecer a la clase me-dia (definida como hemos hecho en este docu-mento) y, en cambio, ha quitado poder a muchos de sus segmentos (o, si se quiere, a muchas de todas las clases medias existentes). La excep-ción la han provisto ciertos sectores de los seg-mentos emprendedor y burocrático que se han beneficiado del “proC” por razones externas a su condición de clase, esto es, por su provenien-cia indígena. Esto se debe a que uno de los más importantes resultados históricos del “proC” ha sido el empoderamiento indígena, sobre todo en el acceso al poder político, pero también en la redistribución del prestigio social y en la al-teración de las relaciones de la vida cotidiana. En cambio, el “proC” ha antagonizado con los segmentos no indígenas –es decir, blancos y se-miblancos– de la clase media, que no solo no se beneficiaron con el estímulo a los pueblos indígenas, como es obvio, sino que se vieron perjudicados por él, en la medida en que eran racistas o gozaban de privilegios derivados del racismo. Por razones históricas estos segmentos

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son además menos corporativizados (aunque sin dejar de serlo por completo).

La contradicción, entonces, se da entre el “proC” y la clase media blanca, esto es, entre el “proC” y los intereses de esta clase de ver incrementos o, al menos, de no ver decrementos en la cuenta de los capitales poseídos. Para ello debemos señalar, sumariamente, tres caracterís-ticas fundamentales del “proC”:

1. El “proC” fue una revolución política anti-elitista. Por esto chocó contra las élites polí-ticas anteriores y las sustituyó por otras, más plebeyas e indígenas: fue una revolución po-lítica. Este hecho desvaloró hasta hacer des-aparecer el capital simbólico con que contaba la “clase burocrática” que existía antes de él.

2. El “proC” fue una victoria de la política sobre la técnica. Antagonizó con el neo-liberalismo, que entre otras cosas fue un “momento tecnocrático” del discurrir de la sociedad. Si el neoliberalismo creía en el derecho de los “más capaces” a imponer sus visiones al conjunto, el “proC” cree en el derecho del conjunto de imponerse sobre los “más capaces”. Para actuar recurre a la política (igualitarismo) antes que a la técnica (elitismo). Por esta razón, no ha llenado de manera meritocrática las vacantes dejadas por el repliegue de la burocracia neoliberal. Tampoco ha recurrido sistemática y amplia-mente a las universidades para proveerse de un capital cultural que, en cambio, conside-ra prescindible.3 Esto malquista y agría a la clase media, especialmente a su segmento académico-profesional, cuya expectativa máxima es lograr un claro reconocimiento social y económico de los saberes que posee.

3. El “proC” es crecientemente estatista. He-mos dicho que uno de los rasgos fundamen-tales del modelo económico que ha desarro-llado Morales y su equipo es el capitalismo de Estado. Este se halla asentado sobre el

control de un conjunto pequeño pero impor-tante de empresas selectas y, simultáneamen-te, sobre el respeto a la propiedad privada en el resto con la economía. Sin embargo, todas las criaturas sociales tienen una dinámica ex-pansiva y competitiva, pues de otra manera no serían capaces de realizar las expectativas que ponen en ellas los agentes con los que interactúan. El capitalismo de Estado no es una excepción a este respecto. Sus necesi-dades de expansión se manifiestan en el en-foque siempre estatista con que el gobierno aborda los problemas y necesidades que van surgiendo en el país, lo que lo lleva a ignorar y a menudo a antipatizar con los pequeños emprendimientos privados, esto es, con los emprendimientos de la clase media. Por esta razón, hay roces entre el “proC” y la clase emprendedora no indígena y no corporativa, que no se beneficia de los aspectos políticos del cambio.

Es cierto que existe un pacto de no agre-sión y de apoyo táctico entre el “proC” y la alta burguesía, clase alta o “residual”, pero este se funda en razones políticas antes que empresariales o técnicas (véase el punto anterior).

3. Una excepción es el trabajo del Centro de Investigaciones Sociales y la Biblioteca del Bicentenario de la Vicepresidencia, que por esto muchos portavoces de la clase media consideran “la mejor realización del gobierno”.

También es evidente que, al calor de los mencionados errores del MAS (y a cierto deterioro de la situación económica), la clase media en sentido estricto, tal como la hemos definido aquí, ha pasado de plantear un rechazo defensivo al “proC” a protagonizar un rechazo ofensivo al mismo.

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Resulta evidente que es-tas contradicciones son estructurales, surgen de la naturaleza misma del “proceso de cambio” y, por tanto, no han apare-cido recientemente. La clase media (es decir, la categoría que agrupa a quienes ingresan entre 300 y 1.500 dólares men-suales) ha sido siempre contraria al movimiento dirigido por Morales, ex-cepto en momentos y en torno a temas muy contados en los que creyó verse representada y favorecida por las medidas tomadas por el presidente (por ejemplo la nacio-nalización, probablemente porque la consideró el detonador de un desarrollo endógeno que le convenía). Desde 2005, la mayoría de los vo-tos obtenidos por los partidos de oposición al gobierno han provenido de la clase media. Por tanto, nuestra hipótesis es que el ambiente polí-tico actual, sin duda adverso para el gobierno en las encuestas y en la percepción callejera, no se debe a un cambio en las inclinaciones políticas de la clase media, tal como la hemos definido aquí, sino en las de otra clase, que en la clasifi-cación que estamos usando se llama “vulnera-ble” (40 % de la población). Desde el referendo de 2016, y por razones que no son estructurales (es decir, de lucha de clases), sino propias de un manejo errado de los resortes del poder por parte del Movimiento al Socialismo, parte de la

clase “vulnerable”, pese a ser mayoritariamente indígena, ha pasado de apoyar a Evo a apoyar a la oposición.

También es evidente que, al calor de los mencio-nados errores del MAS (y a cierto deterioro de la situación económica), la clase media en sen-tido estricto, tal como la hemos definido aquí, ha pasado de plantear un rechazo defensivo al “proC” a protagonizar un rechazo ofensivo al mismo. Esta nueva actitud de la clase media no tiene mucha importancia electoral –ya que, si-guiendo nuestra hipótesis, no implica un cambio en el voto–, pero sí política, dada la relación que esta clase, que maneja con privilegio el conoci-miento, tiene con la creación y administración del imaginario social. Pero este es un tema que, por falta de espacio, por ahora deberá quedar fuera de esta reflexión.

Bibliografía

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Foronda Calle, Miguel (2018). Polleras al viento

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Chuquimia, Jhamil Francia (2018). Camino del recuerdo

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Introducción

Es curioso cómo en los últimos meses se ha dado un debate sobre las “clases medias”, ¿qué son?, ¿cómo se las define?, entre otros, y casi no existe el interés ni la preocupación de pensar más allá de una definición teórica satisfactoria, o si es un insulto o no el llamarlas decadentes y otros similares. Sostengo que es más importante el papel que juegan las clases medias en el pro-ceso político y su progresiva influencia sobre el gobierno y el Estado; por lo que es necesario ha-cer un análisis más totalizador y relacional de su creciente poder real, y no solo como “votantes”, como casi todos los ven. Se borra la relación Estado-sociedad, tanto desde un punto de vis-ta práctico de las luchas y los desafíos actuales como desde un enfoque histórico, que tratare-mos de retomar y aportar.

En el presente artículo, afirmo que esta es la cuestión más importante respecto a las escurri-dizas “clases medias”, basado en una interpreta-ción histórica y crítica de las clases medias y sus políticas, aspiraciones de clase, etc., y su papel cada vez más decisivo en las definiciones polí-ticas centrales en el manejo del Estado hoy, más allá de los deseos y simpatías o antipatías de los más altos dirigentes actuales o su procedencia de clase, en desmedro de otras lógicas y posi-bles trayectorias de conducción del Estado más vinculadas a las clases trabajadoras y sectores populares.

Las “clases medias” han logrado influir de for-mas mucho más decisivas desde el fin del pro-ceso constituyente y el inicio de la construcción o reconstrucción material del Estado desde el 2010, en el rumbo de los acontecimientos más importantes de los últimos ocho años, en las

decisiones del propio gobierno y del conjunto de las estructuras del Estado, porque cuando se inicia la construcción de “Estados” reviven, se fortalecen y se expanden lógicas conservadoras que portamos todos, pero en especial las “clases medias”. Pero como mostraré, se potenciaron también por las decisiones políticas que se fue-ron tomando desde el 2010 y 2011. En especial, el no avanzar hacia lo que una militante argen-tina llama “empoderamiento creciente” de los explotados, que con todos sus defectos y límites sí avanzó en Venezuela con Chávez. Pasemos primero a dar un encuadre fundamental del aná-lisis de las “clases medias” respecto al proceso político que vivimos.

Historia, revolución política y clases medias

Lo fundamental de la crítica de René Zavale-ta a los gobiernos de Ovando y Torres (1969 a 1971) fue que no hubo un proceso de “susti-tución de clases en el poder” (Zavaleta, 2011: 673). Expresaba el vacío de clases subalternas (obreros, campesinos, sectores populares urba-nos) que tenía el poder de estos gobiernos. Más allá de la exactitud de esta crítica y que se las vea como justas o desmesuradas, nos permite pensar críticamente en el proceso actual. Proce-so que caracterizo como una parcial revolución política, porque –si bien fue a través de elec-ciones y no por vía de la fuerza– la ocupación del Estado, entre 2006 y 2010 hubo un proceso parcial de incorporación de las clases subalter-nas (en especial campesinas) y de sus intereses y demandas a las estructuras del Estado, que lo fracturó parcialmente, y que permitió recuperar excedente, redistribuirlo, etc.; crear políticas de potenciamiento de ciertos sectores explotados,

Fundamentos para un análisis de coyuntura histórico-clasistaclases medias y la necesidad de una estrategia emancipativa

por Jorge Viaña*

* Investigador y docente universitario. [email protected].

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etc. Por lo explicado anteriormente, incluso en el plano de las estructuras más profundas, diría que se dio –en los conceptos zavaletianos– un cambio de forma primordial, permitiendo cons-truir mayores trechos de autodeterminación estatal y parcialmente social, que posiciona al Estado boliviano como antiimperialista, etc. Sin embargo, precisamente por la necesidad –que se inicia al concluir el proceso constituyente– de construir o reconstruir las estructuras del Estado desde el 2010 y por las decisiones políticas que se van tomando en esa coyuntura es que se in-gresa a una fase de gradual declive de la parcial revolución política, de gradual viraje histórico. Nadie que tenga un mínimo de seriedad puede pensar que hemos vivido cualquier forma de revolución social. Es fundamental precisar esto hoy más que nunca. De ahí que el análisis de las clases medias tiene una importancia enorme dentro del propio Estado.

Un interesante, riguroso, y sobre todo reflexivo artículo de los compañeros Daniel Rafuls Pineda y José René Valdés Díaz de la Universidad de la Habana, elaborado por pedido de Hugo Chávez para pensar el tránsito al socialismo –“La Re-volución Social y la Revolución Política. Una aproximación a los casos de Venezuela, Bolivia y Ecuador”–, resulta muy ilustrativo para pensar muchas cuestiones estratégicas de hoy. Las más importantes: a) una aproximación a una carac-terización seria de una revolución política y al-gunas diferencias esenciales con una revolución social, que además encaminen al socialismo; b) nos sirve también para establecer criterios que permitan pensar el grado en el que se han de-sarrollado, o no, las revoluciones políticas en Venezuela, Bolivia y Ecuador. Veamos:

En cuanto a lo primero, plantean que hay una di-ferencia clara entre una revolución social y una revolución solo política.

Mientras la primera revolución social, por ejem-plo, está asociada al inicio, desarrollo y culmina-ción de una época histórica que marca una nueva tendencia del desarrollo social y, consiguiente-mente, el tránsito de una Formación Económico Social vieja a otra superior; la segunda la revo-lución política es utilizada concretamente para calificar el acto, o proceso, mediante el cual una clase social que ha tenido el control del Estado es sustituida por otra. Esto, que en los propios tér-minos del marxismo también ha sido reconocido como la conquista del poder político, o el logro de la hegemonía política de una clase, en el len-guaje de la Ciencia Política contemporánea del Tercer Mundo podría ser definido como la acción o el proceso que comienza con la destrucción de los fundamentos básicos del sistema político im-perante, y que crea las condiciones para confor-mar, ulteriormente, los pilares esenciales sobre los que se va a erigir el nuevo sistema político. (Pineda y Valdez, s/f)

Se puede decir que, en Bolivia y Venezuela, en menor medida en Ecuador si es que se dio –al menos parcialmente– un proceso en el que: “una clase social que ha tenido el control del Estado es sustituida por otra”. (Pineda y Valdez, s/f)

El problema es definir el grado, la profundidad y sostenibilidad de esta sustitución de las élites dominantes por sectores subalternos, por eso

Chuquimia, Jhamil Francia (2017). Una virtud de otoño

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hablo de una parcial revolución política. Por-que, además –precisamente por la complejidad y dificultad que implica definir al sujeto colec-tivo que ha arribado al gobierno-, como todos sabemos, ciertas clases medias (técnicos o inte-lectuales) jugaron un papel importante también. Hoy, la hipótesis es que juegan un papel todavía más importante y conservador que en el inicio de los procesos, no solo por su origen de clase, sino porque su posición de clase se va fortale-ciendo, lo cual se da porque el sujeto es muy difuso. Esto es un poco más claro en el caso de Bolivia, ¿“indígena originario campesino” en cierta alianza con otros sectores trabajadores y clases medias populares? Pero, sigue siendo un tema central de debate e investigación. ¿Cuál es el sujeto que llegó al gobierno?, ¿qué criterios define eso? Esto me ayuda a precisar mi ca-racterización de parcial revolución política en proceso de involución, porque las clases medias siempre jugaron un papel central y hoy más aún.

Otra tarea importantísima (que menciona el ci-tado artículo) es evaluar el grado de construc-ción de propiedad social o estatal bajo control de la sociedad laboriosa, para pensar el grado de avance de una revolución. Solo diré que cla-ramente nadie piensa que se hubiera ido más allá de la recuperación de ciertos sectores estra-tégicos, incluso de forma parcial. Este es uno más de los datos que me permiten hablar solo de una revolución política; está claro que se ha

avanzado en algo en este aspecto, pero la gran propiedad privada, nacional y transnacional no solo no está en retroceso, sino que está en auge y acelerado proceso de crecimiento.

Luego, el artículo mencionado analiza, sin ce-rrar la posibilidad de que se trate del inicio de una revolución, una diferenciación política fun-damental: el “arribo al gobierno” es una cosa y la “sustitución del poder político de la burguesía por la hegemonía de la clase trabajadora” es otra muy distinta:

(…) el arribo al gobierno, por parte de los men-cionados tres presidentes, no ha implicado, en ningún sentido, la sustitución del poder político de la burguesía por la hegemonía de la clase tra-bajadora. (Pineda y Valdez, s/f)

Diferenciar “el arribo al gobierno” de “la susti-tución del poder político de la burguesía por la hegemonía de la clase trabajadora”, nos permite una vez más visualizar la enorme importancia que ha empezado a jugar la “clase media” obje-tivamente, aunque siempre fue importante. Está claro que lo primero se ha logrado y lo segundo no, o al menos no de forma significativa. La pre-gunta es ¿se podía realizar esta tarea revolucio-naria?, tal vez más importante, ¿se ha intentado? Hoy, al menos es revolucionario plantearse es-tas preguntas, cuando todos coincidimos en que el proceso está en una fase de declive.

El muy interesante y reflexivo artículo luego abre vetas de análisis:

Todo esto significa que aun cuando varios autores afirmen que ninguna sublevación popular de los últimos años, incluidas las de Venezuela, Bolivia y Ecuador, clasifica como revoluciones sociales y, al mismo tiempo, que ninguno de los gobiernos que han emergido de estas, pueden ser ejemplos de revoluciones políticas, parece que hay muchos indicios, de la práctica cotidiana latinoamerica-na, que pueden demostrar lo contrario. (Pineda y Valdez, s/f)

Da a entender que no son ni revoluciones socia-les, ni revoluciones políticas, e inmediatamente plantea que hay indicios de que sí puedan ser al menos revoluciones políticas; y lo fundamental para nuestro análisis:

Diferenciar “el arribo al gobierno” de “la sustitución del poder político de la burguesía por la hegemonía de la clase trabajadora”, nos permite una vez más visualizar la enorme importancia que ha empezado a jugar la “clase media” objetivamente, aunque siempre fue importante.

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Para nosotros lo esencial, hoy, debe ser compro-bar si, en las condiciones actuales, existe otra ma-nera de iniciar el tránsito pacífico del capitalismo al socialismo que no sea a través de las transfor-maciones político-institucionales y económico-sociales-culturales que ya están teniendo lugar en países como Venezuela, Bolivia y Ecuador, a pesar de que estos procesos puedan ser revertidos como le puede ocurrir a la propia Cuba. Contestar a esta pregunta, es lo que nos ayudará a responder si la revolución política, en estos países, está por venir, o ya se ha iniciado. (Pineda y Valdez, s/f)

Está claro que si hubo una parcial revolución política en Ecuador (que está todavía más difícil de demostrar que en Bolivia), ya se detuvo brus-camente en los últimos meses, al menos de mo-mento. En todo caso, da a entender que podrían estar en curso en Bolivia y Venezuela procesos de revolución política.

Finalmente, se posiciona políticamente de for-ma clara:

Todo lo expuesto hasta aquí, deriva en la formu-lación de una tercera posición, que compartimos los autores de esta ponencia, y que sugerimos sea valorada por los estudiosos de esta temática. Es aquella que aprecia la experiencia de los ac-tuales estados de Venezuela, Bolivia y Ecuador, primero como el inicio de una revolución social, marcado por una revolución política en las en-trañas del propio sistema liberal burgués, donde se han comenzado a crear, paulatinamente, los fundamentos básicos (político-institucionales, económico sociales y culturales) del nuevo sis-tema social. Y después, como una revolución democrático-burguesa por las transformaciones económico-sociales que están ejecutando, (du-rante una primera etapa), pero de carácter socia-lista por el tipo de clase que la encabeza, por las tareas políticas y sociales internas y externas que cumple, y por sus proyecciones estratégicas más generales. (Pineda y Valdez, s/f)

Más allá de estar de acuerdo o no con el plantea-miento de los compañeros cubanos, insisto en la importancia de reflexionar desde un marco rigu-roso clasista sobre las temáticas de los procesos actuales, porque si no es imposible hacer una evaluación seria y crítica del papel de las clases, en especial de la escurridiza denominada “clase media” –que jugó y juega hoy un papel de pri-

mer orden, de acuerdo a la explicación dada–. Personalmente, pienso que la revolución políti-ca –parcial o más profunda– al menos en Bolivia y Venezuela sí ha logrado abrirse camino y no es puro reformismo a secas como ven algunos “marxistas” doctrinarios o “teóricos críticos” mal intencionados y sin principio de realidad. Asimismo, cada vez es más difícil profundizarla y, por lo tanto, la revolución social está cada vez más lejos, esto por las razones ya explicadas, que hacen que desde el 2010 en Bolivia estén en su fase regresiva o de reflujo como proceso de parcial revolución política. Esto nos aleja tanto de las críticas conservadoras y también del exi-tismo estatalista de casi todos los altos funcio-narios del Estado.

El citado artículo concluye con una cuestión fun-damental que nos haría bien pensar serenamente:

(…) más allá de todas las especulaciones que podamos hacer entre académicos, sobre los te-mas del poder que hemos estado discutiendo, la mejor manera de determinar qué clase social encabeza el Estado en esos países y, consiguien-temente, qué profundidad tienen y pueden tener los procesos políticos a que estos den lugar, es definiendo a quién benefician, en última instan-cia, todos los cambios político-institucionales, económico-sociales y culturales internos que, allí, tienen lugar, incluyendo su proyección hacia la integración de “nuestra América”, a través del ALBA. Será otra manera de definir si, en ellos, ya se inició la Revolución política o está por de-terminarse el momento en que va a comenzar. (Pineda y Valdez, s/f)

Hoy, es casi un sentido común generalizado de los funcionarios del Estado hablar y pensar en función de qué más hacemos para agradar y adular a las clases medias (como sea que las definan, nuevas o viejas, decadentes o ascendentes) para que voten por el MAS o por Evo.

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Chuquimia, Jhamil Francia (2016). Días grises

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Ahí es donde claramente podemos decir que desde el 2010 la tendencia ya no es el seguir priorizando a las clases subalternas (campesi-nos, obreros, sectores urbanos populares), sino que se está profundizando la construcción es-tatal, que hace rebrotar tendencias a priorizar la adulación a las clases medias, antiguas y nuevas. En vez de politizarlas y conducir polí-ticamente su tránsito de la pobreza a mayores niveles de consumo y bienestar material, para que no sean las sepultureras del propio proceso que las llevó a esa situación. Para profundizar este aspecto, pasemos a lo que Zavaleta llamó la construcción histórica de la “mentalidad” de las clases medias en Bolivia.

La “mentalidad” histórica de la clase media como dirigente luego del momento constitutivo de 1952 y la paradoja campesina

Casi nadie en el gobierno dice abiertamente que las clases medias deberían ser “clase dirigente” de los cambios, pero casi todos –en especial desde las estructuras del Estado más conserva-doras– actúan implícitamente, de forma más no-toria y conservadora desde el 2010, como si esto

fuera bueno y evidente en sí mismo. Esto tiene una historia larga, al menos de más de medio siglo, que pasamos a describir.

Este es el dilema más grande de la actual co-yuntura política. Hoy, es casi un sentido común generalizado de los funcionarios del Estado ha-blar y pensar en función de qué más hacemos para agradar y adular a las clases medias (como sea que las definan, nuevas o viejas, decaden-tes o ascendentes) para que voten por el MAS o por Evo. Como si La Paz, Cochabamba e inclu-so Santa Cruz fueran Madrid o Buenos Aires; porque, según se desprende de su pragmatismo electoralista liberal, “de eso depende que voten por el MAS las clases medias”. A gusto clase-mediero se priorizan asuntos secundarios, batir récords de todo tipo, Dakar, infraestructura vi-sible (carreteras, canchas, etc.) y cosas así, en vez de encarar los temas claves para los sectores populares en especial los temas de Salud y Edu-cación que después de doce años no han mejo-rado ni cambiado. Grave error conservador que se ha incubado en parte por el proceso histórico y los momentos constitutivos de las luchas, y en parte por las decisiones políticas asumidas desde el 2010 en adelante. Como trataré de de-mostrar, incluso desde el punto de vista prag-

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mático de sostenimiento del poder, es un grave error esta adulación conservadora de las clases medias y el descuido de temas fundamentales para los explotados que en Bolivia son hiper-politizados como salud, educación, legislación laboral, empleo, autonomías indígenas, autorre-presentación indígena, etc., para ya no hablar de ser más consecuentes con las transformaciones estructurales o profundizar la parcial revolución política.

A esto se podría llamar el callejón sin salida del proceso de cambio, que se va extraviando en su alineación gradual a una política de clase me-dia, que esperemos sea revertida a tiempo. Pero eso a los liberales electoralistas les tiene sin cui-dado, ya que en lo único que piensan es cómo ganar elecciones, incluso vendiendo el alma al diablo, claro está. Aunque si tuvieran un poco menos de ambiciones y estrechez, verían que es un problema de vida o muerte del propio proce-so por la realidad boliviana que no es España o Buenos Aires.

Zavaleta, a principios de los 70, ya analizó como con Walter Guevara, el lado más conservador de la dirigencia del MNR antes de que surgiera el gorilismo militar de Barrientos, se planteó nada menos que “la clase dirigente de la revolución debería ser la clase media” –revolución que por cierto a esas alturas ya no existía en absoluto–. Lo interesante hoy, en la parcial revolución po-lítica que vivimos y que ha entrado en su fase de involución o gradual declive desde el 2010, es que los núcleos de poder más densos del actual régimen parecería que no logran ver esta cues-tión elemental desde un lente crítico e histórico y están repitiendo este posicionamiento, cons-cientes o no de ir configurando las decisiones políticas como sistemática adulación y conce-siones a la clase media por una visión coyuntu-ralista y electoralista. Veamos cómo plantea Za-valeta el surgimiento de esta posición política:

Esta concepción (de clase media como dirigente) será el punto de partida de toda una mentalidad posterior. Cuando el poder dual se resuelva a fa-vor de su lado pequeño burgués, los dirigentes de esta clase se sorprenderán de la actitud de insu-bordinación del proletariado. Es un modo de pen-

sar con el que se contagió toda la militancia y la defensa del estado nos parecía en aquel momento más importante que la defensa de los sindicatos. (Zavaleta, 2011: 673)

Entonces –al menos desde 1952–, tenemos no solo que la revolución fue obrera y campesina, sino que además la pequeña burguesía tomó el poder de un Estado burgués que nació antes que la propia burguesía por la abdicación obrera al poder. Además, luego, cuando ya no quedaba nada de esta revolución, crearon toda una “men-talidad posterior” pequeña burguesa, como explica Zavaleta, de las clases medias como dirigentes de “la revolución”. Es por eso que hoy de forma “natural” el gradual declive de la parcial revolución política hace que –lo postu-len explícitamente o no– las clases medias estén pugnando hoy, con amplia participación en la conducción del Estado actual, por imponer esta mentalidad de clase media en la conducción del proceso que vivimos.

Parecería que implícitamente las tendencias dominantes del gobierno –a pesar de sus dife-rencias y matices, simpatías o antipatías– no han logrado entender que además de las super-estructuras de los tinglados formales del poder político, donde se encuentran los mecanismos de reproducción coyuntural e inmediata de la política y el poder, mecanismos de habilitación y selección de gobernantes y candidatos, elec-ciones, etc. Estos tinglados superesctructurales del poder que es lo único que ven los pragmá-ticos liberales electoralistas se alzan sobre la base de las relaciones de clases del país, que no alcanzan a ver ni quieren ver, y que es la que de-finirá su destino más allá de las argucias legales y “atajos” juridicistas de todo tipo.

(...) incluso desde el punto de vista pragmático de sostenimiento del poder, es un grave error esta adulación conservadora de las clases medias y el descuido de temas fundamentales (...).

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La preocupación, casi exclusiva, de la primera, las argucias y mecanismos legales de sosteni-miento en el poder propios de abogadillos prag-máticos y adulones de los poderosos y ciegos frente a esta base de clase, lamentablemente pa-rece ser dominante desde el máximo dirigente hasta el más de base, más allá de las declara-ciones, y por eso han descuidado y socavado la segunda, la base de clase, el bloque de poder nacional-popular que ha ocupado parcialmente el Estado.

Justamente por eso, las acciones políticas esta-tales están cada vez más teñidas de un coyun-turalismo estrecho políticamente que descuida la base de clase del régimen. Su finalidad fun-damental es colocar implícita o explícitamente como tendencia a “las clases medias” como lo central del proceso actual, con un conjunto de medidas para adularla y potenciar a la clase me-dia, en vez de politizarla y neutralizar sus as-pectos conservadores (tanto de las viejas como de las nuevas clases medias). No se ha hecho en absoluto un trabajo sistemático y sostenido de conducción política de las transformaciones sociales que estamos viviendo.

Ni siquiera se ha iniciado un proceso a gran escala de revolución cultural y de formación política de los sectores subalternos (ojo que no estoy hablando de propaganda y de utilización instrumental de la gente en elecciones y adscrip-ción a partidos), y menos se ha trabajado en la neutralización de las nuevas clases medias con una conducción política de las transformaciones sociales. Dos trabajos ligados pero diferentes, que podrían juntarse en un trabajo social a gran escala de politización y construcción de legiti-midad de los cambios y de su profundización del trabajo anónimo, militante y de base en cada ciudad; con trabajo militante en cada barrio, en cada cuadra, intentando en nuestras condiciones concretas e históricas, sin repetir autoritarismos y feligresías conservadoras, pero emulando los Comités de Defensa de la Revolución en Cuba (CDR), los círculos bolivarianos, las comunas en Venezuela, etc. Se debe avanzar hacia la construcción de poder popular y el empodera-miento creciente, real y práctico de las clases trabajadoras desde la sociedad; como se verá más adelante, esta es la única garantía de soste-nibilidad de un proceso consecuente de revolu-ción política que se profundiza.

Chuquimia, Jhamil Francia (2018). Recuerdos

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Esto tiene que ver, como lo indica también la cita de Zavaleta, con descuidar la autoorganiza-ción social, se prioriza el Estado y se descui-dan los sindicatos. Estas falencias graves, ¿qué son si no prácticas arraigadas y vinculadas a la pequeña burguesía y las lógicas liberales, elec-toralistas coyunturalistas? O como dice Zavale-ta, la “mentalidad” de clase media que adula a los jefes solo piensa en las jerarquías y casi lo único importante es la reproducción del poder sin comprender y despreciando la base de clases sobre la que se sustenta cualquier poder estatal.

Además, uno de los factores fundamentales de potenciamiento de las clases medias ha sido jus-tamente el crecimiento del aparato del Estado, que contaba con 38 mil funcionarios en todo

el aparato estatal el 2001 y hoy cuenta con más de 297 mil fun-cionarios (49 mil en ministerios y la administración central, 24 mil en gobiernos departamen-tales, 194 mil en instituciones descentralizadas y empresas, 30 mil en gobiernos municipales) (Soruco y otros 2014: 40). Es un crecimiento tremendo de una enorme burocracia que implica incluso, en alguna medida, una modificación de las estructuras de clase en los sectores urbanos. Para eso, hay que destinar recur-sos, hacer un plan serio, inteli-gente, con la verdad histórica y autoridad moral, que vaya más allá de obligar a los burócratas a “alinearse”. Cosa que ni se la pensó en esa amplitud y comple-jidad crítica revolucionaria.

Solo en los ministerios y la ad-ministración central trabajan 11 mil personas más que en todo el aparato estatal existente en el 2001. Esta realidad requería una planificación revolucionaria de estos cambios, que no fueran solo obligar a inscribirse al par-tido, adoctrinar y hacer propa-

ganda, “alinear” a los funcionarios y este tipo de medidas formales burocráticas, liberales, pragmáticas, autoritarias y profundamente in-eficaces para una estrategia revolucionaria e in-teligente, sino ganar lo mejor de esa gente que, por supuesto, serán pocos. Hacer dudar de for-ma sincera a la gran mayoría de clasemedieros pequeño burgueses desde la verdad y la lucha política, no por jerarquías, formalidades y auto-ritarismo conservador; y, finalmente, neutralizar a los sectores más minoritarios ultraconservado-res, mercantilizados, racistas y patriarcales con una actitud firme, de debate político y de pre-sencia no instrumental. Nada de eso se ha inten-tado siquiera, hace falta visibilizar el problema y darle un tratamiento revolucionario y crítico, y no uno formal, autoritario y /o administrativo.

Chuquimia, Jhamil Francia (2017). Noche de soledad

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mina el resultado “paradojal” de la inserción al Estado del 52 de las masas campesinas:

El resultado de esta liberación vertical, casi pa-ternalista, de arriba hacia abajo, del proletariado hacia los campesinos, resultó paradojal. Final-mente, al liberar a los campesinos, los obreros estaban creando las condiciones para que la pequeña burguesía les arrebatara la hegemonía dentro del poder porque el campesinado creó una fijación… no con relación a la clase obrera, que lo había liberado desde el estado, sino con relación al aparato del estado como tal. Los diri-gentes campesinos se acostumbraron a tratar de continuo con el aparato del estado, a no existir independiente de él y, por eso, cuando el impe-rialismo toma directamente dicho aparato -con Barrientos- el trato se continuará casi con las mismas características. El campesinado había hecho un hábito de su dependencia del Estado. (Zavaleta, 2011: 675)

Tengamos cuidado con esto: que el campesinado retome el “hábito de su dependencia del Estado” y que la “fijación… con relación al aparato del Estado” haga que “no puedan existir indepen-dientemente de él”. Por más que esta situación refuerce en la coyuntura el sostenimiento en el poder del Estado, poder a corto plazo, a la larga es una perspectiva conservadora como resulta evidente.

Si tomamos en cuenta que en la parcial revolu-ción política que se ha vivido uno de los sujetos fundamentales está vinculado al campesinado indígena, está claro que era y es de vital impor-tancia analizar su inserción histórica como clase a los procesos estatales, como ya se señaló, ya que hoy el ciclo estatal puede claramente mos-trarnos esta paradoja. Primero, que tienda por razones históricas –enraizadas en las dinámicas de su acumulación como clase– a permitir y via-bilizar la supremacía de la pequeña burguesía, que otra vez les “arrebaten la hegemonía den-tro del poder”, como dice Zavaleta. En segundo lugar, por esa “fijación” con el aparato del Es-tado, y este “tratar de continuo” con el Estado, no puedan tener una existencia independiente como grupo y como clase, que sería el fin del proceso que vivimos, más allá de las argucias leguleyas que se puedan inventar los tinterillos que juegan a poderosos en la actual coyuntura.

El apoyo social y la formación de cuadros crí-ticos que se requieren, tanto dentro como fuera del Estado, se construyen en la polémica inter-na (con las diferentes tendencias que apoyan el proceso desde distintos intereses y enfoques) y externa (con sectores conservadores y de dere-cha) no en la construcción de grupos de feligre-ses y propagandistas de los máximos dirigentes mal formados que casi lo único que hacen es ir acaparando privilegios y poder. Y ese es un grave error nuestro.

A nivel social y estatal había que asumir con sa-biduría y planificación el abordaje de este nue-vo escenario como un campo de lucha abierto y estratégico y no resolver casi todo con medidas administrativas y formalistas. Una vez más se trata de una clásica forma de las clases medias conservadoras y burocracias estatales que están tan lejos de lo revolucionario y que nos están llevando a un callejón sin salida. Todo esto, in-cluso en sectores de avanzada, genera desmora-lización y malestar.

Esto derivó en el consiguiente potenciamiento de los prejuicios y la construcción subjetiva de las clases medias; casi todos los funcionarios públicos se consideran y aspiran a ser como las clases dominantes y se consideran “clases me-dias”, como mínimo, con su consiguiente irra-diación social conservadora muy fuerte en un país con tan poca población. Las burocracias coloniales-liberales como la boliviana, lamen-tablemente son tremendamente conservadoras, apegadas a que le digan “licenciado” y todo ese tipo de miserias de clase media señorial, donde las jerarquías y el ascenso social son casi lo úni-co importante. Esto casi no ha cambiado en estos doce años y, por el crecimiento cuantitativo, se ha profundizado este factor conservador de la sociedad boliviana y del Estado, con algunas ra-ras excepciones.

Está claro, por lo anteriormente explicado, que el debate de las clases medias debe ser relacional (en función al estado de su impacto e influencia) y no solo desde el punto de vista de que son o no son en abstracto y por quién votan las clases me-dias. El otro aspecto que refuerza estos dilemas históricos estructurales es lo que Zavaleta deno-

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Está claro, porque insistimos en que es muy pe-ligroso para una revolución política potenciar un hábito de su dependencia del Estado, aun-que en la coyuntura aparezca como vital, es en general conservador y peligroso desde el punto de vista revolucionario, porque ya está presen-te –en su acumulación como clase– de forma arraigada desde 1952. Este es un tema de vital trascendencia de la actual coyuntura política.

Esta es la profundidad de este dilema, no solo se trata del problema de que se vacían las or-ganizaciones y los movimientos, porque todos quieren ser funcionarios del Estado, lo cual ya es un dilema grave para una posición revolucio-naria. Sino que el proceso histórico boliviano en particular, si lo analizáramos, nos debería aler-tar sobre la extrema importancia de que los mo-vimientos sociales y las clases subalternas, en especial el campesinado, mantengan autonomía y fuerza societal en un ciclo estatal como el que vivimos. Definitivamente, esto se ha descuida-do. Yo iría más allá y no solo diría que hemos descuidado el frente social.

Deberíamos haber planteado y desarrollado, como sí lo hizo Chávez a su manera y con todas sus dificultades y errores, lo que la compañera Rauber –que vivió 20 años en Cuba– llama “em-poderamiento creciente” de las clases trabajado-ras. O sea, construir poder popular desde abajo, movilización de masas y no solo gestión estatal, por muy efectiva y bien lograda económica-mente que fuera. Y ojo, que no necesariamente tienen que ser antagónicas. Pasemos a ver este importante aspecto del análisis en más detalle.

La estrategia política del “empoderamiento creciente” de las clases trabajadoras y de las masas movilizadas

Un conjunto de factores políticos hizo que los procesos analizados –Venezuela, Ecuador, Boli-via–, en mayor o menor medida, se encaminaran hacia sus límites en los primeros periodos de go-bierno, como lo muestra la compañera Rauber: “Los problemas fundamentales que tuvieron los gobiernos populares es haberse estancando lue-go del primer período” (2018).

Parece claro que luego del primer periodo del gobierno de Evo Morales se debía dar una re-conducción y una profundización del proceso, que básicamente debería haber consistido en una movilización de masas y politización del proceso, profundizando los cambios de raíz y creando poder popular desde abajo:

(…) había que profundizar los procesos hacia cambios de raíz, cambios desde abajo. Esos cam-bios de raíz implicaban acelerar la disputa con los poderes hegemónicos de siempre. Y ahí creo que predominó, en casi todos los procesos, una actitud de pensar que podían conservar el gobier-no acordando con los sectores del poder. (Rauber, 2018)

Rauber muestra cómo se pasó a priorizar las co-yunturas y las lógicas coyunturales, descuidan-do lo estratégico y de fondo. Lamentablemente, parecería ser cierto y saca la conclusión funda-mental respecto a los errores cometidos por los procesos que analizamos a excepción –al menos parcialmente– de Venezuela:

La segunda cuestión es el empoderamiento de los pueblos, que implica que los pueblos se ha-gan cargo de las políticas de gobierno y para que se hagan cargo tienen que decidir. Los pueblos no son carne de cañón que sólo salen a mani-festarse. Tienen organizaciones de base, tienen capacidad de interpretación, de conocimiento, de saber y de poder territorial. Por lo tanto, se necesita que el Estado abra las compuertas para la participación del pueblo en la toma de deci-siones, lo que llamamos un “empoderamiento creciente”. (Rauber, 2018)

(...) insistimos en que es muy peligroso para una revolución política potenciar un hábito de su dependencia del Estado, aunque en la coyuntura aparezca como vital, es en general conservador y peligroso desde el punto de vista revolucionario (...).

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Si un pueblo decide que quiere vivir de una for-ma no hay campaña de prensa posible que le diga que ha sido engañado porque actuó y decidió con plena conciencia. La fuente mediática más pode-rosa que tenemos es la conciencia de cada perso-na sobre cómo quiere vivir. Creo que el mayor límite de los gobiernos progresistas fue no haber profundizado la participación popular. (Rauber, 2018)

No es solo participación, es poder territorial, es empoderamiento creciente. En el sentido que lo plantea Rauber está claro, se refiere a formas de autogobierno y autodeterminación social y no sol oa “participar en el Estado”. Construcción de poder popular social gestionando las diferen-cias con un gobierno afín, pero eso es diferente a un ciclo estatal con profundos procesos de tu-telaje y subordinación de las organizaciones y movimientos a las estructuras del Estado, que se da tanto por responsabilidad de los funcio-narios del mismo como de las organizaciones que lo permiten y lo toleran (y se benefician de esta incorporación de dirigentes de las organi-zaciones), ya que en ambos lados no han podido

alcanzar una concepción más autodeterminativa (más emancipativa) de su rol histórico.

Este enfoque de corresponsabilidad supera el debate de verdugos absolutos y víctimas absolu-tas y también las explicaciones simplistamente “conspirativas” del asunto. Ni los funcionarios del Estado ni los de las organizaciones sociales han podido llegar a este nivel de comprensión política por razones históricas, al menos en par-te, como se explicó. Hay una corresponsabili-dad, pero no en igualdad de condiciones como es obvio, ya que el paso de la supremacía del peso de los funcionarios del Estado es decisivo y de mayor responsabilidad por este grave error.

Parecería que el propio vicepresidente García, a su modo, ve de alguna forma este error:

En muchos países de América Latina, quienes militamos en las universidades, en los sindica-tos, en las asociaciones, nos hemos tenido que consagrar a la gestión de los gobiernos. Era in-dispensable, pero nos llevó a abandonar nuestra retaguardia. Nos tenemos que volver a centrar en eso. Acordarnos de que un dirigente sindical al

Chuquimia, Jhamil Francia (2018). El sentido de dos vidas

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frente de su confederación cuenta tanto como un ministro. No abandonemos el frente social. En Bolivia hemos cometido ese error. (García, 2016)

Reconoce que los ciclos estatales llevaron a abandonar lo que él denomina frente social, aunque lo considera una “retaguardia”, sin em-bargo, reconoce que debemos volver a centrar-nos en eso. En los sindicatos, en este aspecto central, explicado en diálogo con las posiciones de la compañera Rauber, que yo entiendo como algo mucho más completo, complejo y decisivo que una retaguardia. Solo reconocer eso marca-ría una reconducción vital para los procesos que analizamos, en especial para Bolivia.

Para reforzar este enfoque siempre desde un punto de vista histórico o de momentos cons-titutivos y un análisis genético estructural y no mero sociologismo superficial, diríamos que Zavaleta alerta una vez más sobre estas temáti-cas; reflexionando sobre el gobierno de Ovando, insiste en que Bolivia tiene una rica tradición izquierdista, incluso llega a decir que “Bolivia misma es un país izquierdista”. Más allá de que haya sido cierto, siga siéndolo o no, nos ayu-da a pensar que no es pues España ni Argentina como muchos funcionarios o intelectuales libe-rales creen, con su ya casi consolidada política de adulación a las viejas y nuevas clases medias y que nos está llevando al despeñadero.

Pero más importante aún es que lo que dice Za-valeta sobre Ovando podría ser aplicado al pro-ceso actual para complementar el análisis de la forma en la que se está conduciendo política-mente el proceso. No solo que no se ha intentado hacer una reorganización de la estructura orga-nizativa (como la del PSUV en Venezuela entre

el 2002 al 2006) a gran escala en Bolivia, en la perspectiva de construcción de formas de auto-gobierno social y formas de autodeterminación societal, sino que ni siquiera se ha movilizado a las masas (cosa que en Venezuela sí hizo), que es lo único que permite sostener y consolidar las bases de clase frente a las arremetidas conserva-doras. Veamos:

En realidad, los únicos regímenes que pueden so-brevivir con éxito al poderío de la presión impe-rialista de un país como Estados Unidos son los que logran movilizar a sus masas o que han teni-do sus masas movilizadas con carácter previo a la toma del poder. La revolución, hay que repetirlo, es lo que las masas hacen. (Zavaleta, 2011a: 656)

El eje de un gobierno que aspire a ser uno de las clases subalternas es aquel que es capaz de lograr la movilización de masas en la perspec-tiva de ir creando empoderamiento creciente y tendencias al autogobierno social. Este es un eje definitivo de una posición que supere el libera-lismo electoralista, tal vez uno de los mayores problemas de los procesos actuales son los libe-rales antizquierdistas y antimarxistas solapados que pasan por “apoyo” o “intelectuales” de los procesos y nos están llevando a un fracaso en toda la línea, con sus visiones y prácticas de cla-se media que ganan terreno en el gobierno día a día.

Claro que si las masas no van creando referentes de autogobierno social y empoderamiento cre-ciente no es posible profundizar una parcial re-volución política como la que vivimos, es muy ilustrativo insistir en eso; como dice Zavaleta, “la revolución es lo que las masas hacen” y no lo que hace el Estado o los dirigentes. Con la consiguiente implicación lógica que, a media-no plazo –ya no solo será difícil profundizarla–, sino incluso sostener el proceso actual si no to-mamos en cuenta los planteamientos que Zava-leta hacía a los gobiernos bonapartistas de fines de los 60 y principios de los 70, que parecen tener plena actualidad en la coyuntura actual.

Solo una precisión es necesaria, tal vez se diga que se movilizará a las masas cuando “sea ne-cesario”, esta es una posición muy formal y bu-

(...) si las masas no van creando referentes de autogobierno social y empoderamiento creciente no es posible profundizar una parcial revolución política como la que vivimos (...).

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rocrática, quizás cuando se haga esto –si es que se lo hace– sea demasiado tarde, ya que la inercia que se ha vivido de esta imposibilidad de cons-trucción de movilización de masas, poder popular desde abajo y empodera-miento creciente de las clases explotadas desde una referencia socie-tal y no estatal, la única revolucionaria y trans-formadora, no se pueda concretar precisamente porque la forma de con-ducción del proceso se construyó en el ciclo es-tatal 2006-2018 sin que este factor fuera en absoluto importante hasta el día de hoy. Esto se está dando, por lo que yo considero una política de relación Estado-masas con orientación política de clase media, o para ser más preciso, una posición pequeño burguesa. La construcción de empoderamiento creciente de masas, poder popular se va constru-yendo en años y décadas hasta hoy ni siquiera se ha iniciado.

Por lo tanto, ojalá no ocurra que las clases medias (dentro y fuera del Estado) acaben de inundar a la sociedad y al Estado con su visión pequeño burguesa del proceso que vivimos. Ter-minemos de redondear y anudar las ideas cen-trales con este último acápite. ¿Cómo estamos encaminándonos a que las políticas generales del ciclo estatal actual sean de clase media para las clases medias?

Política de clases medias vs. política clasista

Uno de los rasgos de los autores que están dis-cutiendo sobre clases medias diferenciadas o no en nuevas o viejas, con análisis peyorativos o no, tienen algo fundamental en común des-de nuestra lectura, que consiste en que cuando

analizan a las clases medias piensan solo en las fracciones y segmentos más altos de las mismas y creen, implícita o explícitamente, que todos los estratos se comportan como este estrato su-perior. Nada más falto de sentido crítico. En Bo-livia hay toda una historia de lo que, siguiendo a Gramsci y Zavaleta, podríamos llamar lo nacio-nal popular, es decir, en términos muy sencillos, sectores populares enraizados en una cultura política popular, con una cultura política “an-tioligárquica”, con tendencia a revirar los ecos de la “irradiación” proletaria mencionada por Zavaleta, etc., que, aunque ahora los llamemos clases medias porque han dejado recientemente el umbral de la pobreza no han cambiado sus tradiciones, trayectorias y cultura política. Este millón y medio o dos millones de personas que ahora clasificamos de “clases medias” tienen una larga historia subalterna, otra tradición po-lítica marcada por estas relaciones de clase de larga data, y su cultura política está teñida de esos ecos de los sucesivos procesos de la lucha de clases de los últimos cincuenta años por lo menos. Esto es lo que no reflexionan y no en-tienden los liberales “pro proceso” en Bolivia. Además, es mayoritaria respecto a las clases medias altas y, justamente, esta progresiva ten-dencia hacia la adulación de las clases medias

Foronda Calle, Miguel (2018). Paz

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por parte del Estado es justamente lo que hace ver con cierta sospecha al gobierno en un país tan politizado en los sectores populares; por eso, este es un grave error político e incluso coyun-tural con el pretexto de la reproducción del po-der del Estado.

Las razones por las cuales se inicia este declive de la parcial revolución política tienen que ver con la necesidad de construcción estatal y por decisiones políticas que se van tomando desde el 2010. Los primeros síntomas de esto se ven en el gasolinazo del 2010, luego con el mane-jo del conflicto del TIPNIS en 2011. Con las elecciones presidenciales de 2014 tenemos una manifestación más fuerte de las consecuencias de la nueva época, cuando por muchos moti-vos en las elecciones subnacionales de 2015 se pierde en El Alto la alcaldía; en La Paz, la gobernación y la alcaldía; y en Cochabamba, la alcaldía. De esta manera, entramos a un fe-nómeno fundamental, el referéndum del 21 de febrero de 2016.

En una evaluación que hace un año después del referéndum el vicepresidente, respecto a este tema –entrevista en El Deber, febrero de 2017–, dice textualmente que fue un error, “una locura política”, pedirle a la gente carta blanca hasta el 2025, seis meses después de la elección general ganada por Evo Morales, teniendo asegurado ya el gobierno hasta el 2019. Más allá de que eche-mos la culpa a quien sea (a la CONALCAM, al núcleo central del ejecutivo o a algún personaje en especial), está claro que plantearse el hacer el referéndum para volver a habilitar a Evo Mo-rales para las elecciones del 2019 en el 2016, en la perspectiva de tener resuelto el asunto de una forma tan impaciente y precipitada, fue un grave error político nuestro, como el vicepresi-dente reconoce, y que debería ser motivo de un debate amplio y generalizado dentro del MAS y los sectores afines al proceso y no hay una sola mención a esto.

Peor aún fue la reacción frente a este hecho histórico, en vez de sacar conclusiones críticas fundamentales y plantearse una gran reorgani-zación de la estructura organizativa (cambiar al MAS de bolsa de organizaciones a organización

de lucha ajustada de la lucha de clases con ten-dencias, y como articulador de la construcción de poder popular territorial), movilización des-de las masas y politización para revertir este resultado con una metodología popular o de “republicanismo plebeyo”, o como se lo quiera llamar, se recurrió a un mecanismo legal formal típico de abogados y clases medias que, como describiré, es lo que justamente no hizo Chávez. El ejemplo de cómo Chávez afrontó esto es to-talmente esclarecedor para mostrar una estrate-gia de poder popular o de clase y una estrategia legal formal de clase media o pequeño burguesa.

Veamos: Chávez subió al poder el año 1998 y el 2002 se produjo un verdadero golpe de Es-tado que lo mantuvo preso por unas horas en una isla. Al fallar el golpe por la movilización de masas, Chávez radicalizó el proceso políti-co gradual pero sostenidamente desde el 2002 hasta que murió en el 2013. Entre 2006 y 2007 lanzó el PSUV, un proceso de reorganización de la estructura organizativa a gran escala; durante el mismo perdió el referéndum por la reelección de 2007. Había ganado catorce elecciones se-guidas por amplio margen y perdió este único referéndum. ¿Qué hizo Chávez?

Entre 2007 y 2009 empezó un proceso de agi-tación de masas, una reorganización de la es-tructura organizativa a gran escala y, lo más im-

(...) esta forma de construcción política está costando políticamente tanto al proceso y al gobierno, por el nivel de politización de sectores populares de clases medias y bajas que ven esto con sospecha y los desmoraliza (...), pero parecería que hay una corriente mayoritaria incluso dentro del MAS que dice “así no”.

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portante, de construcción de los elementos de formas de autogobierno social (comunas, círcu-los bolivarianos) y de creciente empoderamien-to social, que con fuerza se empezaron a cons-truir, y siguieron al menos hasta el 2013 (año de la muerte de Chávez), y que con menos fuerza –por la crisis que comenzó y se profundizó en el 2014– siguen hasta hoy. Como resultado de esta estrategia, que no era puramente electoral, en un nuevo referéndum en el 2009 Chávez ganó la posibilidad de ir a la reelección.

Chávez juntó y fusionó necesidad política co-yuntural y proceso de construcción estratégico de poder popular y formas de autogobierno so-cial, por eso no fue casual que en el 2009 ganara en un nuevo referéndum popular, y no por me-dio de mecanismos legales ni movidas por enci-ma de la base clasista de la sociedad. Al contra-rio, lo fundamental era la lucha por profundizar el proceso de construcción en la sociedad o, si se quiere, afianzar, expandir y profundizar las alianzas clasistas y de los subalternos y explo-tados movilizándose juntos, con objetivos a va-rios niveles. Uno muy importante, la reelección, pero no el único. Un objetivo en sí mismo era la movilización de masas y la construcción de re-ferentes societales de la lucha y el autogobierno social, los círculos bolivarianos y las comunas.

Esto es a lo que nos referimos cuando plantea-mos una estrategia de poder como la de Chávez, que es una estrategia de poder popular, o de cla-se trabajadora, o de “republicanismo plebeyo” o como se la quiera llamar. La misma hace én-fasis en seguir disputando dentro de las masas movilizadas y la sociedad la iniciativa política y en avanzar hacia formas de poder popular y autogobierno social, versus lo que se decidió en Bolivia, una estrategia legal formal que elude el tema fundamental que era el de aprovechar este resultado electoral, la derrota del 21F y reposi-cionar dentro de las clases populares el proceso.

Diríamos que teníamos el mejor motivo para re-tomar la iniciativa política, con una estrategia de poder como la de Chávez, dentro de la sociedad, hacer agitación de las masas, empoderamiento creciente, construir elementos de poder popular y autoorganización y, como parte de esta estra-

tegia más grande, convocar a otro referéndum el 2017 o el 2018 y ganarle en la cancha a los sectores conservadores como lo hizo Chávez.

Este largo proceso es lo único que puede ex-plicar por qué perdura hasta hoy en Venezue-la, pasando por lo menos un año o más con enormes dificultades económicas; se debe a la construcción de esta estrategia política de po-der popular. En cambio, en Bolivia se renunció completamente a esta opción, que incluso tenía mejores condiciones de implementación que en Venezuela, y se fue por la vía de mecanismos leguleyos, de abogados, típica medida pequeño burguesa de artilugios y movidas legales. Preci-samente por eso, esta forma de construcción po-lítica está costando políticamente tanto al proce-so y al gobierno, por el nivel de politización de sectores populares de clases medias y bajas que ven esto con sospecha y los desmoraliza, sien-do que incluso reconocen la necesidad política

Foronda Calle, Miguel (2017). Sueños esfumados

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de una nueva habilitación del presidente, pero parecería que hay una corriente mayoritaria in-cluso dentro del MAS que dice “así no”.

Hay compañeros del MAS y afines al proceso que claramente son una corriente importante que cuestionan si estas formas de manejo del poder conducirán a preservar y profundizar el proceso o lo están erosionando incluso delibera-damente, más allá de las buenas o malas inten-ciones de los agentes políticos que los operan. Lamentablemente, está empezando a cundir una desmoralización por estos mecanismos, en los que claramente se cometen errores garrafales desde el punto de vista popular, crítico y revo-lucionario; como el precipitarse a convocar el referéndum y, además, insistir públicamente con “el día de la mentira”, en vez de reconocer que se cometió un error como el propio vicepresi-dente planteó. En un país politizado, al contrario de verlo como una debilidad, ayudaría el ir re-planteando y reconduciendo la relación Estado y masas en este ciclo estatal, algo que nadie está haciendo.

Más aún, la “solución” que se dio al problema del 21F. Con algunos compañeros –que no go-zan de ser liberales electoralistas incrustados en el Estado, con privilegios de su posición de clase– nos preguntamos el 2016 y nos segui-mos preguntando hoy: ¿acaso no era la mejor ocasión de practicar “el arte de la guerra”, de SunTzu, y convertir un problema en ventaja? Es

decir, después del 21F hacer agitación de masas, retomar la iniciativa en la sociedad misma de forma sincera, proyectar el proceso hacia for-mas de creciente empoderamiento social y for-mas de autogobierno como la propia Venezuela había emprendido años antes y que, además, había mostrado su importancia; hacer un nuevo referéndum y ganarle en la cancha a los sectores conservadores. Esta es una estrategia de poder que combina coyuntura con necesidad estra-tégica desde un punto de vista revolucionario clasista. Sobre todo, teniendo enormes ventajas en casi todos los campos estratégicos y casi la garantía de que se lograría el objetivo liberal electoral; la enorme diferencia es que en vez de una creciente desmoralización y pérdida de iniciativa en la sociedad que estamos viviendo hoy, se tendría lo contrario.

Está pendiente un análisis más detallado y con más datos de por qué no se toma esta vía, más popular, emancipativa, y hasta responsable con el proceso que vivimos. El argumento de que era muy caro hacer un nuevo referéndum o que no había tiempo, creo que claramente es muy superficial y simplemente es un pretexto. Sobre todo, si se entiende lo fundamental, que en esta y muchas otras definiciones políticas trascen-dentales que se toman están en juego las per-cepciones y posicionamientos clasistas, que son la base fundamental de la sustentación de cual-quier gobierno.

Bibliografía

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Los debates suscitados en torno a la clase media boliviana en el último tiempo podrían hacernos pensar que estamos ante una categoría cada vez más repleta, de la mano de un significante en riesgo de quedar cada vez más vacío.En su informe a la Asamblea Legislati-va por el Día del Es-tado Plurinacional, el presidente Evo Mo-rales (2018) afirmaba que la clase media se había incremen-tado en más de tres millones de personas desde el 2005, hasta llegar al 58 % de la población en 2017. Sin invocar cifras, el expresidente Carlos Mesa (2018) parecía coincidir con la abru-madora magnitud de la clase media en el país, caracterizándo-la como “árbitro del destino electoral” y “el interlocutor más importante de Boli-via”. Por su parte, el vicepresidente Ál-varo García Linera (2018a, 2018b) esgrimía una subdivisión entre una “clase media tradicional” (decadente) y una “nueva clase media” (ascendente), generando el escenario para una lucha de clases 2.0.En medio de las declaraciones políticas, se su-maron varias voces a un debate cada vez más

centrífugo. Estaban quienes destacaban el perfil clasemediero de las movilizaciones de diciem-bre de 2017 (Juárez, 2018) y febrero de 2018 (Seleme, 2018); aquellos que reaccionaban

frente a “incitación” (Brockmann, 2018) del vicepresidente; otros cuestionaban los contornos econó-micos y culturales de la categoría en cues-tión. A Jorge Koma-dina (2018) le olía raro que la categoría se haya convertido “en algo gelatinoso como un molusco despojado de su capa-razón”, rechazando la idea de que se pueda pensar en ella como un sujeto político con una orientación ideo-lógica marcada. Por mi parte (Villanueva, 2018), destacaba que la clase media se ha-bía convertido en una categoría en disputa, apropiada por unos y criticada por otros.

A juzgar por el núme-ro de voces que se sumaron al debate, podría-mos decir que este llegó a su apogeo entre enero y febrero de 2018. Sin embargo, esta discusión se venía gestando hace ya algunos años, y se inauguró con una controversia relacionada a caracterizar a la clase media en base a la estrati-ficación por ingresos. En abril de 2016, Gonzalo

La clase media imaginadapor Amaru Villanueva*

* Licenciado en filosofía, política y economía; maestría en ciencias sociales de internet (Universidad de Oxford). Fundador de la revista Bolivian Express, exdirector del CIS, coordinador/coautor de tres libros. Actualmente, cursa un doctorado en sociología (Universidad de Essex) y es docente universi-tario. ([email protected])

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Ríos, Liliana (1990). El viejo, aguatinta

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Colque cuestionaba el crecimiento de las clases medias registrado en el último Informe de Desa-rrollo Humano del PNUD (2016), tachando de “ficticia” esta expansión, debido a que el gru-po de ingresos medios bajos, en realidad estaba compuesto en buena proporción por un “estrato medio vulnerable” (Colque, 2016). También en respuesta a ese informe, Julieta Paredes consi-deraba que lo que se buscaba mediante estas ca-tegorías era despolitizar a la población, “crean-do un imaginario de desclasamiento” (Paredes, 2016). Casi dos años después, y frente a los su-cesos más recientes, añadiría en una entrevista televisada que “no se ha ampliado la clase me-dia, se ha mejorado las condiciones del pueblo” (Paredes, 2018).

En este artículo pretendo distinguir tres elemen-tos constitutivos dentro de esta serie de deba-tes. En primer lugar, analizaré algunos datos económicos a partir de los cuales se construyen narrativas y esquemas para retratar la estructura social del país. En segundo lugar, ensayaré una breve genealogía de las categorías de estratifi-cación por parte de actores políticos e institu-cionales involucrados en disputar sus contor-nos. Finalmente, abordaré las propiedades que frecuentemente se le atribuyen a la clase media, concebida como actor político, para intentar aproximarme al tema de fondo detrás de estas disputas, más allá de cambios en la estructura socioeconómica del país.

La transformación socioeconómica: del dato al discurso

Bolivia ha atravesado una serie de cambios so-cioeconómicos significativos durante la última década, frecuentemente expresados con refe-rencia a la reducción en los niveles de pobreza extrema y moderada. De acuerdo a los últimos datos publicados por el INE, la pobreza se redu-jo de 59,9 % en 2006 a 36,4 % en 2017. Corres-pondientemente, el estrato de ingresos medios se habría incrementado del 35 % al 58 %. La

expresión gráfica de estos umbrales (y sus res-pectivos cortes) sugieren que la distribución de ingresos ha cambiado en términos geométricos, pasando de una forma clásicamente piramidal, a una forma romboide, cuyo centro se ensancha por fuera de su base y su cima.

Un elemento de entrada a la discusión en tor-no a estos datos es la tendencia a enfocarse en el estrato medio como segmento consolidado y unitario. De forma análoga a la disgregación en-tre pobreza moderada y extrema, el estrato me-dio de ingresos también suele dividirse en dos segmentos. Dependiendo del analista encargado de la rotulación, la parte inferior del estrato en cuestión se puede etiquetar tanto como “ingre-sos medios bajos”, o “clase media vulnerable”, expresión que trasciende una clasificación neta-mente estadística. Estas sutiles pero significati-vas diferencias conceptuales nos dicen al menos dos cosas: en primer lugar, que la estratificación por ingresos es una aproximación que aún dis-ta de estar estandarizada; en segundo lugar, que los debates no suelen generarse a partir de las cifras, sino de los segmentos y términos con los que se construye una narrativa de estructura so-cial en base a los datos disponibles.

En menor medida existen discusiones técnicas acerca de los umbrales adecuados, o la meto-dología utilizada para construir un determinado indicador. La desigualdad económica ofrece un ejemplo sugerente de ello. De acuerdo a datos compilados por el Banco Mundial, el índice de Gini de Bolivia se redujo de 0,59 en 2005 (tiempo en el cual se disputaba el primer lugar como el país más desigual del continente), has-ta llegar a 0,45 en 2016, el último año para el cual se han publicado cifras. A pesar de que esta medida aún sitúa al país en la tercera parte de los países más desiguales del planeta, hoy está a la par con Ecuador (0,45) y registra un me-nor nivel de desigualdad de ingresos que Bra-sil (0,51), Paraguay (0,48), Colombia (0,51) y Chile (0,48)1. Otras metodologías para medir la desigualdad de ingresos retratan su reducción en términos aún más dramáticos. Un grupo de

1. Los datos para Chile y Brasil son tomados de 2015, ya que el Banco Mundial aún no ha registrado este indicador para 2016.

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economistas recientemente reportaron que en 2005, el 10 % más rico de la población gene-raba 128 veces más que el 10 % más pobre, y que hasta 2015 esta diferencia se habría reduci-do a 37 veces (Ugarte Ontiveros, Cruz Quisbert y Colque, 2016)2. Ambas formas de retratar la desigualdad se basan en datos provenientes de la Encuesta de Hogares, pero está claro que pin-tan narrativas distintas: en el primer caso una reducción del indicador en cuestión del 31 % y, en el segundo, de 346 %.

Las causas frecuentemente invocadas para ex-plicar la transformación socioeconómica son de breve enumeración: el crecimiento sosteni-do del PIB (cuyo promedio entre 2005 y 2016 supera al 5 % anual); un incremento sustancial al salario mínimo nacional (de Bs. 440 en 2005 a Bs. 2.060 en 2017, es decir de 468 %); una pujante demanda interna; y una serie de trans-ferencias directas, en forma de bonos y rentas (Pereira, Marconi y Salas, 2018).

Muchas de las discusiones se han centrado más bien en cómo referirse a los sectores medios, ya sea en su conjunto o disgregados en subestratos (Wanderley, 2018). Como respuesta a quienes

le han atribuido estos cambios de manera casi exclusiva a las políticas del gobierno actual, algunos enfoques han propuesto que las trans-formaciones socioeconómicas son producto de trayectorias educativas y laborales que datan de décadas anteriores (ver Rea Campos, 2016). Otros han sugerido que la movilidad social no ha sido estructural (Página Siete, 2018), y tam-bién han surgido preguntas relacionadas en tor-no a la sostenibilidad de estas transformaciones (Vásquez, 2018). Independientemente de medi-ciones y causas, parece existir un acuerdo gene-ralizado en que la topografía social del país se ha transformado de manera significativa en la última década.

Retornando a la medición del segmento de in-gresos medios, es importante una discusión en mayor detalle acerca de cómo se deriva este estrato. Se define como el grupo que vive por debajo del umbral alto de ingresos y por encima de la línea de pobreza moderada.

Resulta cuando menos llamativo que la línea de pobreza se calcule de forma indirecta pero razo-nablemente inductiva (como explicaré más ade-lante) y que el estrato alto de ingresos tenga una

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Foronda Calle, Miguel (2017). El paso del tiempo

2. Cifras semejantes también fueron circuladas por el gobierno en diversas oportunidades. De acuerdo a mis propios cálculos, en base a datos registrados por el Banco Mundial, entre estos dos periodos el ingreso del 10 % más rico en relación al 10 % más pobre se habría reducido de 91 a 32 veces. La diferencia aún es notoria, pero la divergencia respecto a los anteriores cálculos nos remite a potenciales discrepancias en la metodología de cálculo.

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definición fija (como el 5 % de la población con ingresos más elevados). El estrato medio de in-gresos es la única categoría que se define de for-ma residual, mediante una resta de las anteriores dos de la totalidad de la población. De acuerdo a la ubicación geográfica, la línea de pobreza se calcula en base al ingreso necesario para cubrir las necesidades básicas (alimentarias y no ali-mentarias). En 2017, en el área urbana, esta ci-fra era de Bs. 766,70 por persona. Considerando que el salario mínimo ese año era de Bs. 2.000, implicaría que un hogar de dos personas (de las cuales solo una sea asalariada) que genere este monto mensual sería parte del estrato medio de ingresos, categoría que en tiempos recientes se viene llamando “clase media”. En este punto podríamos ponerle pausa a este disco y pregun-tarnos si consideramos coherente que una sola categoría social incluya arquitectas, abogados, vendedoras de mercado, porteros de edificio y otra serie de actores, independientemente de sus niveles educativos, seguridad ocupacional, pa-trones de consumo, o aspiraciones de vida.

En el ámbito económico, varias medidas se han ensayado para definir el estrato medio de ingresos. A modo de ilustrar el bajo consenso en torno a este tema, un compilado reciente de aproximaciones a las clases medias latinoameri-canas incluye nueve artículos entre los cuales se distinguen seis definiciones distintas (Dayton-Johnson y Heron, 2015). Por su parte, el Banco Mundial (2012) define la clase media como la población que genera ingresos de 10 a 50 dóla-res, y el OECD la define como quienes generan entre 50 % y 150 % de la media estadística de ingresos en cada país. Una definición anómala (Easterly, 2001) fija a la clase media en el 60 % de la población, constituyéndola a partir de los quintiles 2, 3 y 4 de la distribución de ingreso de cada país. Pero incluso entre economistas, los umbrales de ingresos eventualmente resul-tan insuficientes para aproximarse al segmento objetivo. Mediante una construcción híbrida, en un estudio la CEPAL incluye en esta categoría a personas en el estrato medio de ingresos, su-madas a personas del estrato bajo de ingresos, pero con “buenos” trabajos (asalariados en ocu-paciones no manuales) (Franco, Hopenhayn y

León, 2010). En el intento de construir un “índi-ce global” de clase media, incluso se ha llegado a postular que estaría compuesta por quienes son miembros de un hogar con vehículo propio (Dadush y Ali, 2012).

Sin embargo, en perspectiva histórica, la deriva-ción de las clases medias a partir de niveles de ingreso es un fenómeno relativamente recien-te. Como argumentaré en la siguiente sección, una breve genealogía de categorías de estrati-ficación nos permitiría distinguir sus orígenes dicotómicos (en base a elementos raciales y étnicos), seguidos de una aproximación marxia-na a las clases sociales (de base materialista y ocupacional), hasta desembarcar en mediciones económicas (de corte desarrollista).

Imaginarios de la estratificación

A lo largo de su historia, el territorio que hoy comprende Bolivia ha sido escenario de des-igualdades abrumadoras, cuyos vectores pue-den reconstruirse a partir de permutaciones de ingreso, ocupación, etnicidad, género y área de residencia, entre otras intersecciones. Hablar de estratificación no solo nos remite a la realidad social, sino a los discursos a través de los cua-les se retrata al país en base a sus clivajes más marcados. Para aproximarnos a las categorías y términos predominantes en distintos momentos de la historia moderna del país, debemos remi-tirnos a la imaginación política mediante la cual se esboza esta topografía social.

El historiador E. P. Thompson distingue entre nociones históricas de clase que son “reales” y empíricamente observables, y aquellas que simplemente son una categoría analítica, que devienen en un planteamiento retrospectivo de clase que ocurre únicamente “dentro de nuestras propias cabezas” (1978: 147). Para él, la “clase” debe ser vista como una categoría históricamen-te contingente. Refiriéndose a “proto-luchas de clase” en Europa durante el siglo XVIII, afirma que “si el concepto de clase no estaba disponi-ble dentro del sistema cognitivo de las personas […] luchaban sus propias batallas históricas en términos de ‘estamentos’, ‘rangos’, ‘órdenes’” (1978: 134), estas no se traducen en la existen-

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3. Entre las categorías de subestratificación figuran aquellas relacionadas al lugar de origen, residencia, tenencia de propiedad y tipo de ocupación, entre ellas “qamiris”, “originarios”, “forasteros” y “yanaconas”.

Ríos, Liliana (1989). Dibujo a tinta

cia de clases como tal, a menos que el concepto se reduzca a un tropo heu-rístico. La diseminación de ideologías igualitarias trajo consigo una serie de instituciones, partidos, y discursos que harían mención explícita a las clases sociales en Europa durante el siglo XIX, pero que aún tardarían décadas en instalarse en Bolivia.

Visto de este modo, hablar de clases sociales no solo nos remite a una es-tructura social de un momento deter-minado, sino a una forma de inter-pretar la misma mediante categorías conceptuales. Entonces, correspon-dería preguntarse ¿cómo se concebía la estructura social en Bolivia antes de la llegada de las categorías de cla-se marxistas al país? El clivaje quizá más profundo y duradero consiste en la clásica distinción entre “indios” y “no-indios”, diferencia racial institu-cionalizada durante el periodo colo-nial. La etnohistoriadora Olivia Harris (1995) destacaba que la categoría del “indio” fue inicialmente establecida como una categoría tributaria y admi-nistrativa, mediante la cual se fijaban obligaciones de la población nativa hacia el Estado colonial (sin tomar en cuenta que se trataba de un grupo di-verso y acaso internamente estratificado)3. A lo largo del siglo XIX, diferencias entre indios y mestizos criollos se acrecentaron como diferen-cias ya no administrativas, sino raciales y cultu-rales. A la vez surgieron grupos que desestabi-lizaban la dicotomía racial; artesanos y obreros urbanos formaban parte de un segmento medio indeterminado, pero aún fuertemente ligado a la población india. Estos dieron paso a la confi-guración de polos de mestizaje (criollo e indio) que a su vez generaron categorías de hibridez subalterna, como la del “cholo”. A causa de la alta correlación entre estatus étnico y ocupacio-nal (Barragán, 2009), Harris (1995: 361) propu-

so que la dinámica entre “indios” y “mestizos” únicamente se aproximaba a la relación entre clases sociales. Desde entonces, y hasta la se-gunda mitad del siglo XX, Harris argumentaba que la categoría del “indio” adicionalmente iría crecientemente acompañada de participación li-mitada en el mercado, altos niveles pobreza, y trabajo agrario-rural de subsistencia.

Si bien los discursos de estratificación más ade-lante gravitarían hacia un imaginario de clases sociales, no darían fin a la distinción dicotómica entre “indios” y “no indios” en varias esferas. Este esquema encontraría eco, por ejemplo, en la ya conocida división que para Reinaga (1969) perduraba entre “las dos Bolivias”. En este sen-

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tido, los discursos en torno a la estructura social pueden verse como una serie de continuidades solapadas, cuyos clivajes entran y salen de uso en el lenguaje político e intelectual predominan-tes en distintas épocas.

Las aproximaciones que hacían uso explícito de la clase social como categoría llegaron a Bolivia con cierto rezago. El socialismo tuvo una llega-da embrionaria al país a mediados del siglo XIX, como consecuencia de ideas igualitarias que se fueron irradiando desde Europa. Por ejemplo, en 1855 el presidente Manuel Isidoro Belzu predi-caba su ideología en base a una contraposición entre “las masas populares” y la “oligarquía” (Schelchkov, 2016: 24). Pero el socialismo y el marxismo recién se empezarían a instalar en Bolivia a principios del siglo XX, con la funda-ción efímera del Partido Socialista en 1914, se-

guido del Partido Obrero Socialista (POS) en 1919. Más adelante se fundaría un nuevo Partido Socialista en 1927 (Shchelchkov y Stefanoni, 2016), marcando el asentamien-to de estas ideas en el país como parte del sistema de partidos. En las siguientes déca-das, tanto el PIR (fundado en 1936) como el POR (fundado en 1940) continuaban refiriéndose al “problema del indio”, pero iban más allá de los clásicos términos ra-cializados de este debate, demandando que los campesinos formaran una vanguardia revolucionaria en coalición con trabajado-res y clases medias (Klein, 2011: 198). Para ese entonces, las clases medias se referían difusamente a criollos y mestizos urbanos, en ocupaciones no-manuales, y con cierto nivel educativo; en resumen, una serie de atributos capaces de demarcarlos claramen-te de los sectores populares.

La revolución de 1952 no fue tanto el ini-cio como el desenlace de una serie de cam-bios profundos en las ideas políticas acerca de la composición social y étnica del país. Para ese entonces, el esquema predominan-te durante la época colonial se había reem-plazado con otro modelo postulado, ya no en términos raciales, sino ocupacionales. El clivaje principal propuesto por el MNR

se esgrimía entre una “oligarquía” (ligada a la rosca y la “antinación”) y “el pueblo” (de com-posición tripartita, formada por clases medias, obreros y campesinos).

Pasando de estar agrupados bajo la categoría ra-cial de “indios”, los trabajadores agrarios (sobre todo en tierras altas) gradualmente se convir-tieron en “campesinos”, indistintamente de su origen étnico, dentro de los discursos políticos predominantes del momento. El proyecto nacio-nalista implicaba una marcha inexorable hacia la asimilación ciudadana, de la mano de una reforma educativa y el sufragio universal. La Revolución aspiraba a llevar adelante un pro-yecto de unificación en torno al mínimo común denominador del mestizaje. Este giro discursivo intentaría apartar a las categorías de raza y etni-cidad como ejes a partir de los cuales compren-der la estructura social del país. El énfasis en

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Foronda Calle, Miguel (2017). Contraste urbano

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4. Término acuñado por John Williamson en 1989 (ver Williamson, 2004). 5. El economista Martin Ravallion observó en 1990 que las líneas de pobreza de muchos de los países más pobres convergían cerca de US$

1,02. Siguiendo su recomendación, el Banco Mundial adoptó este umbral de pobreza absoluta, como primera línea internacional de pobreza (IPL). Esta medida permaneció hasta 2008, cuando el Banco Mundial la cambió por US$ 1,25 a niveles de paridad de poder adquisitivo (PPP) de 2005, y nuevamente en 2015 a US$ 1,90, en base a un PPP ajustado a 2011. Lo que puede resultar sorprendente de semejantes ajustes técnicos es que, de la noche a la mañana, cientos de millones de personas en todo el mundo entran y salen de la pobreza mediante una extraña alquimia estadística, sin la más mínima modificación material en sus condiciones de vida.

(...) los discursos en torno a la estructura social pueden verse como una serie de continuidades solapadas, cuyos clivajes entran y salen de uso en el lenguaje político e intelectual predominantes en distintas épocas.

la categoría social del campesinado tuvo como efecto implantar a la clase social (qua ocupa-ción) como parte central en el esquema de es-tratificación oficial. Esta consiguió su más clara cristalización en la COB, agrupando a distintos sectores obreros y agrarios, entre ellos “mine-ros, fabriles, ferroviarios, bancarios, gráficos, empleados de comercio e industria, constructo-res, panificadores, campesinos” (COB, 1952). ¿En qué momento entonces se comienza a con-cebir a la clase ya no en términos de categorías ocupacionales, sino de niveles de ingreso?

En 1982, luego de dieciocho años de dictaduras militares, la hiperinflación y la crisis económica eran algunos de los desafíos más serios a ser en-frentados por los nuevos gobiernos democrática-mente electos. Al igual que muchos otros países en busca de salida a sus adversidades económi-cas, el gobierno de Víctor Paz Estenssoro ce-dió frente a la presión para aceptar un programa de ajuste estructural, como parte de lo que más tarde se conocería como el Consenso de Wash-ington4. Los diez condicionamientos impuestos para el rescate financiero involucraban una serie de medidas a ser implementadas, que podrían resumirse en un cóctel de austeridad, privatiza-ción y liberalización. Crucialmente, suponían el “reordenamiento de las prioridades del gas-

to público”, incluyendo redireccionar subsidios hacia la provisión de servicios ostensiblemen-te “pro-pobre y pro-crecimiento” (Williamson, 2004: 3). Este último punto es central a esta breve genealogía, pues sugiere que las prescrip-ciones no solo estaban predicadas en base a la generación de condiciones económicas que ayu-den a los Estados a salir de su estado de crisis y endeudamiento, sino a mejorar las condiciones de vida de un segmento definido a partir de su ni-vel de ingresos, y bajo el monitoreo continuo de organismos multilaterales. Como relata Hickel:

(…) hoy, el discurso predominante acerca de la pobreza solo se remonta a 1990, por la línea de base utilizada por los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODMs), o incluso a 1981, cuando el Banco Mundial publicó sus primeras estadísticas económicas. (2017)5

Si bien la Alianza para el Progreso ya había creado un plano de cooperación internacional basada en un discurso desarrollista en la década del 60 (incluyendo objetivos relacionados a un crecimiento per cápita de 2,5 %, y una reducción indeterminada en la desigualdad de ingresos) (Lowenthal, 1991), la medición estandarizada de la pobreza no llegaría hasta la década del 80.

El primer estudio de distribución de ingresos en Bolivia fue realizado por la Misión Musgrave en 1975. En 1979 el Programa Regional de Em-pleo para América Latina y el Caribe (PREALC) actualizaría esta estimación al incluir datos del censo de 1976. En la década del 80, Rolando Morales publicaría junto a sus colaboradores (Morales, Aguilar y Pinto, 1984) un estudio pionero que, combinando una distribución de ingreso con un umbral de ingresos mínimos, fue el primero que se propondría dimensionar a la población pobre e indigente. En la década del 90 llegarían estudios en mayor profundidad (PNUD, 1990) que combinaban formas direc-

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tas (necesidades básicas insatisfechas o NBI) e indirectas (línea de pobreza o LP) para medir la pobreza. Luego de la realización del censo de 1992, uno de los estudios más relevantes de este periodo (INE-UDAPSO-UPP, 1995) tam-bién basaría buena parte de su enfoque en las NBI. No se llegaría a un consenso respecto a las mediciones de la pobreza, que seguirían ensa-yándose por un tiempo; incluso años más tarde documentos oficiales (UDAPE, 2003) usaban un enfoque con tres líneas de pobreza: extre-ma, moderada baja, y moderada alta, en base a una aproximación (Foster, Greer y Thorbecke, 1984) que al día de hoy comienza a caer en des-uso. La pobreza se había convertido en un ob-jeto técnico de estudio, útil para el seguimiento y evaluación de la incidencia de políticas públi-cas, sin señales de que pudiera concebirse como una categoría social con atributos culturales o políticos.

La etapa neoliberal incluyó la implantación de un nuevo tropo acerca de la desigualdad social basada en la estratificación a partir de niveles de ingreso. De forma posterior, también se instala-ron mediciones de pobreza y desarrollo humano que incorporarían carencias relacionadas a la educación, salud y nivel de vida6. Esto no quiere decir que los imaginarios de composición social en base a vectores étnicos u ocupacionales des-aparecieron del radar; simplemente fueron des-plazados gradual e imperceptiblemente dentro de los discursos institucionales predominantes. La transposición más significativa estaba basada en la suplantación de la clase como función de alguna categoría ocupacional, a la clase como función del nivel de ingresos.

Planteado de manera más constructivista (pero quizá no tan constructiva), podría decirse que la pobreza, como hoy la conocemos en Bolivia, se inventó en la primera mitad de la década del 80. No me refiero, por supuesto, a la hambruna y formas diversas de precariedad que plagan la historia de la humanidad hasta el día presente, sino a un discurso capaz de medir y monitorear este fenómeno a partir de un determinado nivel

de ingresos. Tampoco es mi intención detener-me en un repaso de la pobreza y su medición; si la menciono en estos párrafos es debido a que está íntimamente relacionada con el segmento que nos concierne. Dada la enorme preponde-rancia de la pobreza como proporción de la po-blación (independientemente de los métodos de medición), los estudios de estratificación ante-riormente mencionados se enfocaban de forma casi exclusiva en esta categoría.

Esta tendencia es corroborada explícitamente por el Informe de Desarrollo Humano de 2010: “en el estudio de los problemas sociales en esas décadas se privilegió el análisis de la pobreza al margen de las estructuras sociales” (PNUD, 2010: 58). Este estudio rompe con las tenden-cias anteriores al retratar cómo, de 1999 a 2007, el país atraviesa un punto de inflexión mediante el cual el estrato medio de ingresos sobrepasa por primera vez la tercera parte de la población nacional (PNUD, 2010: 113), hecho que cataliza un análisis más detenido acerca de este sector. Y silenciosamente nace con la pobreza su gemela siamesa llamada “estrato medio de ingresos”, a partir de la cual hoy se ha derivado una “clase media” como segmento socioeconómico. Un segundo punto de inflexión ocurriría entre 2010 y 2012, cuando este mismo estrato sobrepasaría la mitad de la población, hasta llegar al 58 % en 2017.

Las clases medias como circunscripción imaginada

La genealogía conceptual ensayada en la ante-rior sección se ha enfocado principalmente en discursos políticos e institucionales. Si bien es-tos pueden tener una relación iterativa (y has-ta recíproca) con formas de autoidentificación (ver Hacking, 2004), en el fondo no llegan a retratar cómo las personas viven las relaciones de pertenencia, estatus y desigualdad en sus vi-das cotidianas y en sus propios términos. Una pregunta central para cualquier esquema de es-tratificación consiste en preguntarse si “las ca-

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6. El IPH-1 fue adoptado por el PNUD en 1998 y, posteriormente, fue reemplazado con el índice de pobreza multidimensional en 2010.

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7. Este número se disgrega en 66 % para la población adulta (19 % como “clase media alta” y 47 % como “clase media baja”) y 78 % entre los jóvenes encuestados (de 12 a 17 años; 36 % como “clase media alta” y 42 % como “clase media baja”). Debe tomarse a la población adulta como segmento de referencia para los demás países de la región, para los cuales no existen datos de una encuesta realizada a jóvenes.

8. De acuerdo al Banco Mundial, en 2013 el 70 % de los alteños se autodefinían como clase media (2013).9. Datos tomados de la sexta ola de la EMV (2010-2014), dado que no existen aún datos consolidados para la séptima ola, aún en curso (2016-

2020).

tegorías constitutivas son entes únicamente nominales, o si tie-nen un significado real para las personas involucradas” (Grusky, 2004). O yendo aún más lejos, E. P. Thompson argumentaba que “la clase [social] es definida por los hombres tal y como viven su propia historia y, al final, esta es la única definición” (1963: 11). Tratándose de subjetividades fragmentarias, considero que no existe una aproximación meto-dológica que pueda ofrecer una explicación generalizada de lo que significa hoy la clase social en Bolivia, especialmente en base a sus dimensiones socio-culturales. Sin embargo, existen datos que nos pueden dar un par de hilos a partir de los cuales em-pezar a desenredar esta madeja.

La Encuesta Mundial de Valores (EMV), reali-zada por primera vez en el país en 2017, reporta que hasta un 69 % de los bolivianos se autoi-dentifican como clase media7, un porcentaje aún más alto que el segmento de ingresos medios (58 %), que desde ya para algunas personas (Colque, 2016; Paredes, 2016, 2018) sobredi-mensiona el tamaño de la clase media8. Sería un exceso suponer que el porcentaje refleja iden-tidades internalizadas, en tanto no surgen de una autoidentificación espontánea, sino como respuestas a una encuesta con categorías prede-finidas. De todos modos, es sugerente que la ci-fra (aun tomando en cuenta el margen de error), sea tan elevada en relación al promedio mun-dial (57 %), o a comparación de otros países en la región, entre los cuales figuran Perú (55 %), Argentina (60 %) y Brasil (40 %)9. Este es un dato que amerita un estudio más detallado, pero

algunas explicaciones pueden esbozarse: la es-tigmatización que hoy trae pertenecer a uno de los extremos del espectro social en Bolivia, los componentes fuertemente aspiracionales rela-cionados a la pertenencia de clase, y la marcada trayectoria de ascenso socioeconómico de quie-nes han percibido un cambio marcado respecto a una previa situación de subalternidad.

Me aventuro a decir que más allá de las catego-rías de clase que recurrentemente afirman aque-llos actores involucrados en esta disputa discur-siva (políticos, instituciones, intelectuales) para referirse a terceros, los esquemas cognitivos que configuran la vida cotidiana de las personas pa-san por otros vectores identitarios relacionados al estatus social. Este se conjuga mediante com-ponentes diversos: fenotípicos, de vestimenta, educativos, geográficos, culturales, e incluso ligados al apellido. Entonces, ¿en qué queda este concepto gelatinoso? A riesgo de diluirse

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Foronda Calle, Miguel (2017). Desesperación

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(o incluso evaporarse) podríamos acercarlo a los debates coyunturales en Bolivia a partir de una aproximación tradicional, como un grupo socialmente diferenciado cuyos miembros com-parten intereses económicos tendientes a ser re-flejados en orientaciones políticas.

El debate clásico en torno a las clases medias latinoamericanas se inaugura con la publicación del libro Political Change in Latin America (Jo-hnson, 1958). Partiendo de una examinación de tendencias políticas en la primera mitad del siglo XX, el autor argumentaba que “grupos interme-dios” en la región habían comenzado a cambiar su orientación política, pasando de ser clientelas de viejas élites, para formar nuevas alianzas o “amalgamas” con “elementos trabajadores”10. Proponía que este viraje alteraría el equilibrio de poder y traería consigo el potencial para transformaciones progresistas. Investigadores como Pike (1963) más adelante cuestionarían las premisas de este enfoque, argumentando que las clases medias chilenas continuaban ligadas a las élites mediante sus aspiraciones de consumo y pertenencia, y que habían erigido una barrera

psicológica que les impedía tener una alianza genuina con la clase trabajadora. Por su parte, Wagley (1964) también dudaba de la solidez de las nuevas alianzas entre sectores, notando la tendencia de la clase media a sentirse incómoda frente al poder creciente de las masas urbanas y rurales. Velando por su estabilidad, observó que en el caso brasilero las clases medias fueron aquiescentes frente a los gobiernos militares, incluso llegando a apoyar abiertamente los gol-pes de Estado. No obstante, se había instalado un debate en torno a las clases medias y su rol político en la región. A través de su expansión se pensaba que jugarían un papel cada vez más importante en dirimir entre los intereses pola-rizados que confrontaban a las élites y grupos subalternos. Entre quienes estudiaban el rol de las clases medias en los procesos democráticos, existía un relativo consenso respecto a su cre-ciente importancia. Lo que generaba ambiva-lencia era el resultado que estas transformacio-nes sociales tendrían en resultados electorales, pues no estaba claro si producirían gobiernos de carácter más progresista o conservador. Samuel P. Huntington (1968) llegó a ver en las clases

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Foronda Calle, Miguel (2018). Perspectiva indígena

10. Es sugerente que Johnson haya evadido deliberadamente referirse a las “clases” sociales en su análisis, dado su agnosticismo respecto a estas categorías, que incluso en su tiempo eran objeto de disputas discursivas.

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medias un potencial revolucionario, pero pre-decía que a medida que envejecen, también se tornan más conservadoras.

En otras partes del mundo, la relación entre clase social y orientación política (medida a través del voto) fue estudiada con vigor desde la década del 50. Estudios tempranos percibían una clara correlación entre el voto de trabajadores ma-nuales por partidos de izquierda (Alford, 1963), pero en años recientes se ha sumado la eviden-cia empírica de que esta correlación está en des-censo, al menos en democracias “occidentales” (Jansen, Evans y Graaf, 2013). Varias explica-ciones se han propuesto para esta tendencia, in-cluyendo cambios en los tamaños relativos de las clases sociales (generalmente definidas ocu-pacionalmente), y en sus atributos económicos (con una decreciente correlación entre nivel de ingresos y tipo de ocupación). Adicionalmente, un cierto grado de convergencia y dispersión entre las propuestas sociales y económicas de partidos a lo largo del espectro político han he-cho más difícil una separación simple entre par-tidos de “izquierda” y de “derecha” en países diversos. Aparte de transformaciones complejas en la oferta política y demanda ciudadana, el tema latente de la heterogeneidad dentro de las categorías de clase (medidas a partir del ingre-so) es quizá el más relevante a las discusiones contemporáneas en Bolivia.

Si bien es posible aglutinar dentro de la “cla-se media” (o cualquier otro rótulo) a quienes pueden satisfacer sus necesidades básicas (ali-mentarias y no alimentarias), me es difícil ima-ginar una serie de intereses comunes entre los supuestos miembros de este club sin membre-sía. Si suponemos que está compuesto por cerca al 58 % de la población, sería una perogrulla-da suponer que en términos numéricos pueda concebirse como “árbitro del destino electoral” (Mesa, 2018), por su simple y abrumadora ma-yoría como parte de la ciudadanía. O más que una perogrullada, considero que la clase media se refiere a una aglutinación expansiva acompa-ñada de un significante cada vez más vacío. Este grupo fácilmente incorpora una serie de actores con diversas modalidades ocupacionales (servi-dores públicos, contrabandistas, transportistas,

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médicos, cocaleros, etc.), en cuyos intereses es más fácil encontrar relaciones de contraposición que armonía.

Incluso en el intento de distinguir entre una clase media “tradicional” y una “nueva”, la dis-tinción no es estrictamente equivalente con los subestratos del estrato medio de ingresos “altos” y “bajos”/“vulnerables”. El clivaje popular/tra-dicional ciertamente es de relevancia, a pesar de corresponder a un imaginario de estratificación que se aproxima a un constructo multidimen-sional (digamos, de corte Bourdieuano), antes que a un concepto de clase concebido a partir del nivel de ingresos. En un intento de dotar de sustancia a cada subestrato, se podría hacer un intento de definir su composición a partir de tra-yectorias sociales mediante las cuales grupos de-terminados ganan, mantienen, o pierden formas de privilegio y distinción. Un tema pendiente para la investigación social en Bolivia consiste en dimensionar empíricamente estos grupos. A pesar de que existen importantes avances cua-litativos en la caracterización de grupos en as-censo (ver Rea Campos, 2016; Tassi, Hinojosa, y Canaviri, 2015), no he podido evidenciar una aproximación semejante a grupos relacionados a una “clase media tradicional”. Es de interés particular comprender hasta qué punto un cliva-je de este tipo puede sostenerse inductivamente en base a vectores étnicos, ocupacionales y edu-cativos, como punto de contraste a la estratifica-ción por ingresos. Un siguiente paso consistirá

Si bien es posible aglutinar dentro de la “clase media” (o cualquier otro rótulo) a quienes pueden satisfacer sus necesidades básicas (alimentarias y no alimentarias), me es difícil imaginar una serie de intereses comunes entre los supuestos miembros de este club sin membresía.

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en investigar en qué medida los grupos en cues-tión tienen intereses contrapuestos.

Es previsible que transformaciones tectónicas en la estructura social encuentren expresión en sucesos como aquellos suscitados en el Mega-Center a principios del año 2015, con la llega-da de residentes alteños al barrio de Irpavi (ver Maclean, 2018). En este escenario, pulsiones reaccionarias se exacerban en la medida que grupos se sienten invadidos o desplazados. A pesar de periódicas tensiones de este tipo, consi-dero que no se presenta necesariamente el esce-nario para una “lucha de clases”, al menos en su sentido clásico. La disputa no es por los medios de producción, sino por los espacios simbólicos donde se reproduce la distinción social. Pero existen fenómenos que pueden tender a aplacar las luchas sociales visibles (al menos por parte

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de quienes tienen una trayectoria ascenden-te), en la medida en que la distinción social a través del consumo tradicionalmente ha sido aspiracional y basada en el mimetismo antes que la confrontación (Veblen, [1899] 2009).

También existe la posibilidad que las trayec-torias de ascenso social de las “nuevas clases medias” sean predominantemente divergen-tes, ocupando espacios económicos y simbó-licos propios, y dando lugar a grupos de élite paralelos.

El clivaje puede ser conceptualmente con-tencioso, pero considero que el ejercicio de disgregación de las “clases medias” en subes-tratos es pertinente en la medida que van to-mando forma categorías sociales con rasgos más distintivos y con composición menos he-terogénea. Un ejercicio posterior involucrará descifrar si estas distintas aproximaciones a la clase social ayudan a distinguir orientacio-nes políticas colectivas, tema que abordaré en otro artículo (Villanueva Rance, 2018 [en edición]).

***********

Refiriéndose a las clases medias británicas, el historiador Dror Wahrman (1995) exami-naba los procesos mediante los cuales este grupo ingresaba en el imaginario social y po-

lítico entre finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX. Proponía que la creación de esta categoría estaba más ligada a transformaciones discursivas, que a cambios subyacentes en la es-tructura social. Un proceso análogo ocurriría en Argentina en el siglo XX, dando lugar a la in-ternalización generalizada de esta clase, en dis-cursos tanto cotidianos como políticos (Adamo-vsky, 2009). Si adoptamos un enfoque similar, quizá podamos discernir entre transformaciones sociales aceleradas (que ciertamente dan mucho de qué hablar), y una reconfiguración en los es-quemas a partir de los cuales se construye a los sujetos sociales en un determinado momento histórico.

Las clases medias en Bolivia pueden pensarse como una circunscripción imaginada sobre las cuales se intenta proyectar o inferir una serie de

Foronda Calle, Miguel (2017). Duelo

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atributos e intereses políticos. Invocarlas impli-ca ejercicios estadísticos, nominativos y retóri-cos, algunos de los cuales he intentado exami-nar en este artículo. Quienes han protagonizado este análisis no son los segmentos en cuestión, sino políticos, instituciones y analistas, entre los cuales por supuesto me incluyo. Por lo tanto, este debate dice más de todos nosotros y cómo ajustamos nuestras categorías de análisis para acercarnos a la realidad social, que acerca de

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las personas a quienes hacen referencia estas etiquetas. A pesar de los altos (pero tenues) ni-veles de autoidentificación con la clase media, no he encontrado evidencia de que esta sea una categoría que se invoque de manera espontá-nea, menos aún exaltada como bandera política por parte de movimientos ciudadanos. La clase media prolifera como categoría de análisis en la opinión publicada, antes que como identidad social diferenciada en la opinión pública.

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Foronda Calle, Miguel (2018). Contraste gubernativo

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Introducción

La idea con la que se puede comenzar este texto que sintetiza lo que ocurre hoy día con la cla-se media es esa máxima filosófica de Ortega y Gasset (1982): “No sabemos lo que nos pasa y eso es precisamente lo que nos pasa”, como un síntoma emocional más que como una certeza racional. No hay duda que hoy un fenómeno que reúne efectos políticos y económicos, al mismo tiempo que va en ascenso y se encuentra afianzado de distintas formas de acuerdo a cada contexto de país en Latinoamérica, es el surgi-miento de la clase media.

Conviene recordar someramente que este tema tiene que ver con aquella vieja idea de la estruc-tura social (Simmel, 1917), a partir de ahí se re-laciona a estas clases con lo referente a ingresos medios, con la identificación de las clases que estén vinculadas con el tema de la movilidad ascendente o aquellos que pueden ser identifica-dos/usados como parte de la preferencia política (oposición y oficialismo en lo ascendente y lo tradicional).

En algunos casos como Venezuela, Ecuador y Bolivia los gobernantes de turno se resisten a mencionar de forma optimista a esta clase media; sin embargo, la necesitan como apoyo electoral1. En este sentido, resulta interesan-te tomar como un dato para la conducción de

nuestra bitácora sociológica, el punto de vista de F. Fukuyama2, quien afirma que en ciertos contextos en los que la clase media depende en gran medida del sector público para su empleo, el factor clientelista del poder informal resulta ser una variable determinante a la hora de pen-sar en términos electorales.

Desde una perspectiva económica3, un dato im-portante es el informe encargado por el Banco Mundial sobre esta temática en América Lati-na4. El mismo indica que la pobreza disminu-ye poblacionalmente entre 2000 y 2010 en diez puntos porcentuales (del 40 al 30), esto significa para los autores del informe que en el continente aproximadamente unos 50 millones de personas salieron de la pobreza.

Desde el lado sociológico, el mismo informe sostiene que en términos intergeneracionales aún seguimos dependiendo del nivel de educa-ción e ingresos que tengan nuestros padres para nuestro futuro; en términos de Platón, si naci-mos esclavos moriremos esclavos. En parte esto se debe, por ejemplo, a que los padres cuyos in-gresos y formación educativa es superior, a me-nudo ponen a sus hijos en los mismos colegios, excluyendo a los que se encuentran en sectores más inferiores.

Lo dicho en el párrafo anterior se puede inter-pretar como un factor explicativo importante según el informe, porque se da en mayor inten-

Clase media en Bolivia, traduciendo el esperpentopor Marcelo Arequipa Azurduy*

* Doctor en Ciencia Política por la Universidad Autónoma de Madrid. Docente en la Carrera de Ciencia Política (UCB, La Paz). [email protected]. Para el caso de Ecuador, ver: “Esta casa es de la clase media, dice Rafael Correa al defender a Pedro Delgado”. En: Periódico El Universo, 20

de agosto de 2012. Para el caso boliviano: “Frases de Evo Morales sobre la clase media reciben réplicas”. En: El Diario, 12 de junio de 2012. Para el caso de Venezuela: “Chávez y Capriles apuntan a jóvenes y clase media para conseguir votos decisivos”. En: La Tercera, 3 de octubre de 2012.

2. El paper The Politics of Latin America’s New Middle Class se puede descargar en: http://s3.amazonaws.com/zanran_storage/thedialogue.org/ContentPages/2558024107.pdf (consultado el 10 de abril de 2018).

3. Sobre el tema, ver el interesante artículo de Ariztía (2016), “Clases medias y consumo: tres claves de lectura desde la sociología”.4. Ferreira, Francisco H. G.; Messina, Julián; Rigolini, Jamele; López-Calva, Luis Felipe; Lugo, María Ana; y Vakis, Renos (2013). Panorámica

General: La movilidad económica y el crecimiento de la clase media en América Latina. Washington, DC: Banco Mundial.

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sidad que en otras regiones del mundo. Por lo tanto, se intentará seguir una definición más cla-ra del tema de la clase media:

[aquellas personas que] se encuentran más o me-nos a mitad de camino de la economía y la socie-dad y que poseen suficiente educación y dinero para participar por entero en algún tren de vida definido con mayor o menor concreción como dominante. (Olin Wright, 2018: 17)

Sin embargo, lo realmente llamativo es que existe un porcentaje significativo de hogares (40 %) que se resistieron a ese fatalismo men-cionado antes, pero gran parte de este conjunto

poblacional que ascendió no se inte-gró completamente en la clase media, sino que pasó a formar parte de un subgrupo situado entre los pobres y la clase media, a este segmento el infor-me del Banco Mundial lo llama “vul-nerable” y, sorprendentemente, en la actualidad “constituye la clase social más numerosa en toda la región” (Fe-rreira, et.al., 2013: Prólogo).

Volviendo a nuestro país, un ele-mento que hoy se presenta en el marco de la clase media es el que los hace situarse según niveles de reco-nocimiento internos. Este reconoci-miento que tiene la gente que ocupa la clase media es diferente, en la me-dida en que encuentran un puesto en un contexto territorial determinado. Aquí, una pregunta relevante podría ser: ¿alguien de Tarija es compara-ble con alguien de La Paz?, desde luego que no. Por tanto, a continua-ción, dos puntos serán desarrollados como correlato del actual debate so-bre el asunto de la clase media: 1. El contexto democrático menos de-mocrático; y, 2. El esperpento de la clase media.

El contexto democrático menos democrático

Si algo sirve de componente explicativo para comprender el actual estado de ánimo pesimista con la democracia es el de que en el globo “el número de democracias electorales cayó en 2010 por debajo de lo que era en 1995” (Kurlantzick, 2013: 7). Es decir, se evidencia una suerte de in-cremento de países que reflejan ciertas invasio-nes de prácticas poco democráticas, lo dicho se halla en que para 2010, aproximadamente 53 de 128 países entraron en la categoría de democra-cias defectuosas (Kurlantzick, 2013: 9).

En nuestro continente y de manera particular en nuestro país, esta sensación de vivir en una democracia menos democrática se manifiesta

Foronda Calle, Miguel (2017). Personaje paceño

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a partir de las diversas formas que existen de medir la cultura política. A continuación, resulta importante rescatar algunos datos del último in-forme de Cultura Política de la Democracia en las Américas (LAPOP) publicado por la Univer-sidad de Vanderbilt para el año 2016-2017.

Primero, lo que puede sonar a una excepción en democracia, de apoyar golpes militares bajo circunstancias de altos niveles de crimen (inse-guridad) o de corrupción, no lo es tanta. Lla-ma la atención que los bolivianos apoyamos en 37,8 %, y 32,5 % respectivamente. A este dato se suma el hecho de que la confianza a los parti-dos políticos se encuentra en apenas el 16,3 %, siendo una de las más bajas valoraciones en el continente. Al principio de este párrafo se de-cía que puede sonar a excepción el que exista un porcentaje importante de gente que apoya lo contrario a la democracia, pero a este panorama sombrío se suma el factor de la tolerancia, en el que estamos en el lugar 23 de 29 países, con 49,4 %; siendo el país con la más alta valoración Canadá con 69,8 %, y el más bajo Colombia con el 45,4 %.

Cuando se analiza el dato del nivel de confianza con los partidos por quintil de riqueza y por ni-vel de educación, también se evidencia la fuerte reducción de apoyo a las organizaciones políti-cas (ver tabla), a estos datos se suma aquel que habla de quiénes hoy día se declaran militantes de algún partido político y que son apenas el 16,9 % de los encuestados en Bolivia.

Confianza en los partidos políticos (%)

A este panorama político se suman algunos datos sociales que tampoco son alentadores; las perso-nas que reportan haber sido víctimas por corrup-ción rondan el 40,4 %, siendo el dato más alto de todo el continente. Ahora, este clima de corrup-ción tiene relación con la sensibilidad ciudadana de la clase política, las personas que piensan que más de la mitad de los políticos son corruptos constituye el 66,7 %; el dato más alto es Brasil con 83,4 %, y el más bajo Canadá con 21,8 %.

El esperpento de la clase media

A menudo vemos la realidad transformada, des-figurada, según nuestra propia perspectiva, y esto no es casual hoy día, porque como la po-lítica de tener componentes relacionados con la ideología o las identidades, hoy pasa a tener predominantemente a los intereses como su componente principal (Tormey, 2015). En ese marco, quizá la realidad es traducida a través de esa sensación de malestar con las instituciones de la democracia, porque se asocia a esta con la corrupción, incluso con grupos pequeños que dominan en base a intereses.

Este panorama del esperpento se desfigura más todavía cuando se observa que en parte de la cla-se media la oportunidad de un futuro razonable en el que puedan realizarse es, cuando menos, complicado. El dato para traducir lo menciona-do tiene que ver con la llamada tasa de desem-

5. Los quintiles de riqueza son medidos en función de menor a mayor nivel de ingresos que las personas tienen (del 1 al 5).

En nuestro continente y de manera particular en nuestro país, esta sensación de vivir en una democracia menos democrática se manifiesta a partir de las diversas formas que existen de medir la cultura política.

Fuente: Elaboración propia en base a LAPOP 2016-2017

Quintiles de riqueza5

1: 20,7 %

2: 19,3 %

3:16,9 %

4:16,4 %

5:14,0 %

Nivel de educación

Sin formación: 27,6 %

Primaria: 23,9 %

Secundaria:16,1 %

Universitaria:12,6 %

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pleo calificado6, aquí se observa que el 62,5 % de los jóvenes7 para el 2011 habían perdido su trabajo, mientras que para 2015 se incrementa-ron hasta el 69,42 %. A esto se suma que, según los datos del INE para 2015, “de cada 100 per-sonas ocupadas 25 son jóvenes y de cada 100 personas desempleadas, cerca de 55 pertenecen a la población juvenil” (La Razón, 7 de mayo de 2018)8.

Los datos reflejados que tienen que ver con este esperpento se traducen también desde una mi-rada politológica a partir de lo que se entiende como el voto aspiracional9, es decir, como aque-llo que se quiere conseguir aún a pesar de que en algunas circunstancias se entienda que no se obtendrá, pero que generacionalmente tiene una importancia capital.

Relacionado con este tipo de comportamiento electoral, se encuentra la definición de clase me-dia como aquella donde se da una “construcción constante de prácticas, identidades y fronteras tanto al interior de ella como en sus relaciones con otras clases” (Visacovsky, 2010: 3). Hoy es muy importante tomar en cuenta lo aspiracional como un criterio determinante en el comporta-miento electoral, por ejemplo, relacionar la idea de que los hijos de uno tengan acceso a una me-jor educación. Lo dicho viene refrendado por la realización de una serie de estudios que trabajan la cuestión de la movilidad social, por ejemplo: Ferreira, et.al. (2013), Wanderley y Vera (2017),

6. “Marco Salinas, presidente de la Cámara Nacional de Comercio (CNC), sostiene, durante una entrevista con Animal Político, que uno de los efectos negativos de la política salarial aplicada hace más de una década para los trabajadores es el surgimiento del ‘desempleo calificado’, un fenómeno inédito en el país que afecta en gran medida a los jóvenes de clase media, con estudios superiores y que tienen dificultades crecientes para hallar un trabajo de calidad y a la altura de sus expectativas de superación” ( “La política salarial afecta al empleo juvenil”. En: Periódico La Razón, 7 de mayo de 2018).

7. Para el INE (Instituto Nacional de Estadística de Bolivia), la población joven se encuentra entre los 16 a 28 años.8. Un argumento que suma a este: “Los salarios reales promedio han aumentado para los trabajadores pertenecientes a todas las categorías

educativas, excepto para aquellos que alcanzaron niveles educativos superiores. Entre 2000 y 2012, los salarios reales para los trabajadores sin ningún nivel educativo aumentaron a una tasa promedio anual de 7%, 6% para los trabajadores con enseñanza primaria incompleta, 4% en el caso de enseñanza secundaria incompleta y 3,4% con enseñanza secundaria completa” (Ferreira, et.al., 2013: 11-12).

9. “Esta clase media paga impuestos y exige mejores servicios y respeto. Genera conciencia. Es un sector social que está dispuesto a servirle a la clase rica, venderle sus servicios. Trata de demostrar que tiene capacidades, habilidades, técnicas, conocimiento. Aspira a mejorar su posición social, vincular (educativamente) a sus hijos con la gente rica” (“Precaria clase media”. En Periódico El Confidencial, 21 de octubre de 2013).

10. Por ejemplo: “El nivel de educación de la población económicamente activa con una edad entre 25 y 60 años ha mejorado en la última década, siguiendo una tendencia de más largo plazo. La población activa con secundaria completa o universitario incompleto pasó de 20,8% a 33,8% mientras aquellas que completaron la universidad incrementaron de 6,4% a 14,4% de la población ocupada durante este periodo” (Ferreira, et.al., 2013: 5-6).

López-Calva, et.al. (2014), y Choque, María del Carmen, et.al. (2011); o la movilidad intergene-racional que es bastante variada10.

Así pues, surgen algunas interrogantes en el ca-mino de la definición de la clase media, como que en el orden de lo aspiracional hoy día en Bolivia esta clase tenga las siguientes caracte-rísticas:

(…) las personas que pasan a formar parte de la clase media tienen un nivel educativo superior al de los que han dejado atrás. También es más probable que vivan en zonas urbanas y tengan un empleo en el sector formal. En el caso de las mu-jeres de clase media, es probable que tengan me-nos hijos y que estén más integradas en la fuerza laboral que las mujeres de los grupos pobres o vulnerables. (Ferreira, et.al., 2013: 1)

Para cerrar este esperpento aspiracional, volve-mos al Informe LAPOP 2017, en el que se ob-serva que en el plano de la relación valorativa respecto a los servicios, en general de 29 paí-ses, los bolivianos estamos en el lugar 16 entre aquellos con satisfacción de servicios locales como carreteras, escuelas públicas y servicios de salud. Finalmente, cuando se une la idea de satisfacción con los servicios locales y la satis-facción con la vida, los datos nos ubican en el lugar 26 de 29 países, con el 69 %, siendo el más alto Costa Rica con el 84,5 % y el más bajo Haití con el 54,3 %.

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Ideas finales

En este trabajo se intentó ofrecer una lectura de la clase media que va en un sentido no tan eco-nomicista como el que se acostumbra, es decir, entenderla a partir de las aspiraciones que tiene y también de las sensaciones que expresan sobre lo político-social.

Siendo la clase media un factor determinante hoy en el país, de hecho, los datos oficiales indi-can que en el 2005 contaba con el 35 % de la po-blación (3,3 millones), hoy constituye el 58 % de la misma (5,5 millones). Al mismo tiempo, esto encierra una paradoja, el no poder definirla con precisión, y considerarla como la teoría en ciencias sociales expresa que se trata de un con-cepto muy difícil de delimitar.

Entonces, si bien es posible generar una suer-te de precisión económica a nivel de ingresos y consumo de esta clase media, esto sin duda se dificulta a la hora de leerla en lo social y, peor aún, cuando se quiere escarbar en lo que se refie-re a su comportamiento electoral. El error más común al respecto suele ser etiquetarla como si los miembros de esta clase no tuvieran un lazo

de lealtad político bien definido, como lo tendría alguien que se ubica a la izquierda (los pobres por lo común) o a la derecha (los ricos).

En la dinámica de la clase media hoy, una lectu-ra importante a considerar es que esta no cuenta aparentemente con un lazo muy sólido en lo po-lítico, es decir, son menos vinculados al sistema político, además lo curioso de esto es que al in-terior de esta se encuentra un sector comerciante que también está desplazado del mismo.

De esta manera, tendríamos algo así como dos grupos dentro de este grupo que se encuentra al medio de las clases sociales, peor aún si hoy son casi la mitad de la población en el país. Ana-lizar los valores sociales y políticos que estas tienen se convierte en una tarea inmediata en la medida que se quiera tener un contacto dialo-gado, también en el sentido de que quizá ahí es donde se encuentra la llave para desentrañar lo que puede significar aquello que se entiende por sujeto plurinacional: una mezcla de agregados sociales, culturales y económicos. Sobre esto es posible trabajar la construcción de formalidad en el país, porque reclaman estabilidad y cons-tancia en el tiempo a sus aspiraciones.

Foronda Calle, Miguel (2018). Guaraní

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Además, se sugiere prestar atención al estudio de la clase media en Bolivia tomando en cuenta la lectura de E. Olin Wright (2018: 42-48), que provoca al mundo académico cuando dice que es posible analizar a los miembros de una cla-se internamente como si tuvieran estamentos, considerando que estos adquieren conciencia de compartir una identidad que puede ser el inicio de la conformación de un movimiento social o un partido. Un factor más que alienta la incur-sión de estudios sobre este tema en el país es la necesidad de estudiar los mecanismos que con-figuran las desigualdades de condiciones mate-riales y simbólicas de la gente; es decir, como estamentos quizá estamos más cerca de explicar nuestra realidad a partir de la constante búsque-da de honor social como factor de legitimación social.

A la vista de los argumentos y datos expresados, se hace evidente que, para seducir y afianzar una relación política favorable con la clase media,

es necesario asegurarles hoy más que nunca la sostenibilidad del proceso político y económico en el que viven. De lo contrario, el escenario negativo puede traducirse en una alerta para los gobernantes porque en la realidad que vivimos sienten que sus sueños se han roto, en parte qui-zá porque se han puesto metas altas a corto pla-zo que les generó frustración.

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(...) para seducir y afianzar una relación política favorable con la clase media, es necesario asegurarles hoy más que nunca la sostenibilidad del proceso político y económico en el que viven.

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En el discurso conmemorativo del Estado Plu-rinacional, el pasado 22 de enero, el presidente Evo Morales se refirió al hecho de que Boli-via ha cambiado, que la inclusión histórica que se ha realizado ha democratizado no solo las oportunidades políticas y de repre-sentación; sino tam-bién, las económicas, generando unas esta-dísticas diferentes de la pobreza del país. Así, según el INE, el 58 % de bolivianas y bolivianos podemos considerarnos de las clases medias.

En definitiva, somos un país que se ha ca-racterizado por una amplia base social, una estrecha cintura media y una oligárquica cú-pula; a diferencia de nuestros vecinos, que si bien históricamente han tenido una base social de pobres muy am-plia, también han generado una clase media de acceso a recursos y que esgrime un capital sim-bólico significativo que les permite mostrarse como la representación nacional del Estado.

Ahora bien, los datos actuales nos hablan de que hoy contamos con una amplia cintura y con la reducción de la miseria en el contexto nacional

boliviano. Estos datos estadísticos sin duda solo pueden efectuar una cartografía social, que ex-presa que más personas ejercen más ciudadanía

en tanto tienen más ingresos y consumen más en el mercado, mejoran su calidad educativa, tienen acce-so a tecnología, crédi-tos, vivienda, etc.

Estamos marcando una característica del ascenso social, mas no estamos definiendo a la clase media, o más bien nos quedamos en un marco sociológi-co que no dice nada, y que en realidad fue creado como categoría que pretende expresar que en el movimiento social, según la so-ciedad y el Estado, se generan las posibili-dades de ascenso so-cial o se las bloquea

en un contexto que es natural para el mercado y que el capitalismo ha convertido en discurso de sentido de vida, donde mejorar es sinónimo de mayor acceso al consumo, a menos trabajo y más tiempo libre. A decir de Jorge Viaña, esto no define nada dentro la dinámica social, de lu-cha de clases y de transformación social. Lo que sí nos contribuye es el análisis del poder en el contexto de la lucha de clases, y es que existen

Acerca del proceso de cambio y el surgimiento de la clase media popular en Bolivia

por Juan Carlos Pinto Quintanilla*

* Sociólogo con especialidad en DD. HH. Fue director del Servicio Intercultural de Fortalecimiento Democrático del Órgano Electoral Plurinacional. Es autor de artículos de aporte y deliberación social. Actualmente es el Director General de Fortalecimiento Ciudadano de la Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia.

Foronda Calle, Miguel (2012). Contramarcha

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quienes detentan el poder económico de decidir y quienes deben sobrevivir subordinados a las condiciones que el sistema de mercado crea.

Entonces, la clase media es una creación ideo-lógica que, en definitiva, distrae respecto a los proyectos que en verdad están en lucha ideoló-gica sobre el porvenir de la sociedad; por cuan-to, la pequeña burguesía tiene como proyecto social y de su creación el ascender socialmente en el mercado, y aunque muchos pugnen por hacerlo y en determinadas condiciones se vea como posible, las propias condiciones del mer-cado y del proceso clasista tienden a proletarizar a la mayoría dentro de la explotación capitalista. Aunque la ilusión del mercado se nutra precisa-mente del éxito de algunos para alimentar los

esfuerzos de todos los que terminan cre-yendo en los finales felices.

El Capitalismo en su pervivencia, mien-tras nos explota, nos somete ideológica-mente para hacer soportable el sinsentido de la miseria; generaliza la idea de que el esfuerzo convierte al pobre en rico, y que el ser millonario es un golpe de suer-te que es acompañado de un gran trabajo. Sin embargo, millones siguen viviendo en la miseria, junto al sueño de que se-guir las reglas permitirá lograr la ansiada felicidad. La pequeña burguesía alimenta esa ilusión de la que ella misma es el re-sultado, tener un mejor ingreso y mayor consumo son razones importantes para sostener el sistema de mercado que le dio la oportunidad de ser diferente del mun-do de las miserias, aunque comparta con otros cientos las mismas pautas de consu-mo, de moda, de distracción que los ha-cen anónimamente masivos.

Con Verónica Ramos compartimos la afirmación de que mayores ingresos o ingresos medios no necesariamente tie-nen relación con la conciencia de clase, sino que otros factores ideológicos serán los que permitan la adhesión militante de esa autodenominada clase media, hacia proyectos de poder de mercado que pre-

serven lo ganado y, por tanto, ser conservadores para no perder lo que lograron; o bien son las circunstancias históricas junto a la reflexión éti-ca la que permitirá a cierta clase media asumir compromisos con los sectores populares, o con-ciencia de clase para sí.

Es aquí donde debemos hacer un corte socio-lógico para expresar que la pequeña burguesía, como clase en transición, toma posturas diferen-tes y genera fracciones de clase distintas; unas, las que de manera natural se comprometen con el sistema por su situación laboral y profesional, mayor consumo y aspiraciones en el mercado; otras, las que quizás tengan que vivir situacio-nes de proletarización que permiten su deser-ción del sistema y se convierten en unas con acceso a una mayor lectura y comprensión del

Foronda Calle, Miguel (2018). Descenso a la urbe

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todo social y, quizás lo más importante, que su rebelión humana fundamental es ética, y su di-sidencia se enraíza en principios detonados por la miseria del mundo de los excluidos o incluso por reflexiones religiosas que recuperan la sen-sibilidad ante el otro; y generan el compromiso con las utopías de mundos diferentes sin miseria y sin pobres.

Estas características nutrieron a las izquierdas, que en diferentes partes del mundo tuvieron una pequeña burguesía diferente, que alimentaron los sueños de los oprimidos y contribuyeron a la organización de las revoluciones mundiales. Marx, Lenin, Trotsky, Mao o Fidel, junto a otros líderes mundiales de las revoluciones anticapi-talistas, expresaron las características a las que nos referimos, que teniendo mejores condicio-nes de clase optaron, desde el estudio, desde la ética que generó compromiso, no solo con la contribución teórica para la comprensión de la situación de los explotados, sino sobre todo con la acción organizativa y revolucionaria en los procesos que desencadenaron en sus países el encuentro explosivo entre la miseria inaguanta-ble y las ideas revolucionarias. En este camino, afirmamos con Amilcar Cabral que para lograr ese compromiso, la pequeña burguesía debe sui-cidarse como clase, es decir, fundir su proyecto de vida con el de los explotados para cambiar el curso de la historia. Lo contrario es lo que el sistema pretende, que todos, incluidos los po-bres, ajusten sus expectativas de vida a los de la pequeña burguesía, que expresen el éxito social

del sistema y de los esfuerzos retribuidos. En concreto, el sentido de existencia de clase de la pequeña burguesía solo puede darse en tan-to opte como sentido de vida por el compromi-so con el proyecto revolucionario colectivo de los explotados, o bien por la férrea defensa del sistema capitalista que generó sus logros indi-viduales.

Las historias de las clases medias

En el año 2005, Bolivia y el mundo quedaban estupefactos ante el ascenso al gobierno del primer presidente indio de un país que había construido su identidad en base a la negación de la diversidad y de la superioridad blancoide de raíces coloniales. ¿Cuál era la diferencia con los otros países latinoamericanos, que también habían sido parte de una identidad originaria en sus territorios?

En Bolivia, por sus peculiares condiciones co-loniales de explotación de recursos naturales, la explotación de la mano de obra se hizo extensi-va, en cambio en los países vecinos utilizaron el genocidio como estrategia para la recoloniza-ción migrante que venía del Viejo Mundo. Aun así, no pudieron negar la identidad indígena de sus pobladores que con rostros morenos y mes-tizos poblaban sus ciudades, y a los originarios que quedaron los marcaron en espacios de reser-vas, o bien en la perspectiva de la modernidad rebautizaron su identidad bajo el paraguas de la campesinidad y la ciudadanía como un logro aparentemente democrático, que siguió ocultan-do la miseria de los más pobres, negros e indios que poblaron el continente y se convirtieron en los proletarios, en los prescindibles del sistema, en la mano de obra barata del sistema capitalis-ta y dependiente del que América Latina nació siendo parte.

Los poderes dominantes de los Estados crearon una narrativa sobre sus orígenes, que inicia en la colonia civilizatoria y en la república que les dio identidad, donde el discurso de la igualdad crea-ba la ilusión de la pertenencia a una patria que pertenece a todos, aunque los oligarcas sigan detentando la propiedad y el poder de decisión

En el año 2005, Bolivia y el mundo quedaban estupefactos ante el ascenso al gobierno del primer presidente indio de un país que había construido su identidad en base a la negación de la diversidad y de la superioridad blancoide de raíces coloniales.

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y la gran mayoría esté excluida de los derechos fundamentales.

El poder de esas oligarquías generó un poder económico que hizo posible el crecimiento de la pequeña burguesía que mediante oficios y estu-dios se hicieron cargo de la administración es-tatal, generando no solo una condición de vida considerablemente superior, sino también una creciente expectativa de sentirse parte de la cla-se dominante. Las repúblicas entre dictaduras y aparentes democracias se movieron en este pén-dulo de elecciones para sostener un sistema que, basado en las expectativas del mercado y los sueños de modernidad, crearon una creciente clase media que expresaba plenamente esa pers-pectiva marxista de que en el capitalismo viven soñando y trabajando por ascender socialmente, pero las condiciones del sistema más bien bus-can proletarizarlos en los distintos espacios bu-rocráticos, académicos y de oficios.

Estas clases medias son las mayores defenso-ras del sistema clasista imperante y –las clases dominantes de los Estados nacionales histórica-mente optaron por actuar generalmente a través de intermediarios de la pequeña burguesía–, de esta manera, los escenarios electorales, cuan-do correspondía, se convirtieron en debates de cómo cambiar para sostener lo mismo, es de-cir, conservar los privilegios adquiridos, con-servando la propiedad privada de los mayores propietarios.

Bolivia fue parte de esta historia y al mismo tiempo se diferenció de ella a partir de sus pe-culiares condiciones productivas para el mundo colonial, y la preservación y lucha de las identi-dades indígenas que originariamente fueron de este territorio. La clase dominante buscó cons-truir una idea de país en confrontación con las ideas libertarias y republicanas del libertador Bolívar, generando exclusión de la mayoría in-dígena que habitaba en el territorio, imponién-dose la idea colonial de la exclusión antes que la de la construcción de un país plural, por eso la mita colonial fue prontamente restituida y el pongueaje se convirtió en la norma laboral de relación servil de los pueblos indígena origina-rios respecto al poder republicano.

Una vez más el poder económico de hacenda-dos latifundistas y mineros propietarios se vio representado entre fusiles, curas y políticos mestizos, quienes tenían el monopolio de la de-cisión política y de la preservación del sistema oligárquico. La clase dominante en su totalidad sostenía características de apellido o linaje co-lonial que emitía como mensaje ideológico para las clases medias administradoras del Estado, que el poder contenía una suerte de herencia divina, que negaba la posibilidad a los indíge-nas originarios de ser tomados en cuenta en la construcción del país. De esta manera, ni aun un multimillonario como Patiño, rey del estaño a nivel mundial, pudo llegar a ser miembro del se-lecto club social de Cochabamba, por no contar con la estirpe de sangre definida; sin embargo, esto no le impidió tener los operarios necesarios en los gobiernos de turno para la preservación de sus intereses.

De forma histórica la clase media tradicional se forjó en este papel de administración del Estado y la representación política, junto al de oficios y profesiones que les permitieron también ac-ceder a un mejor ingreso con mayor indepen-dencia laboral y derechos ciudadanos, o bien a espacios de poder como el de los militares o de las sotanas en la estructura social republicana.

Además de tener la posibilidad de recursos eco-nómicos, también ejercían sus derechos políti-cos como una exclusividad de casta que clara-

Es por eso que junto a las características de clase, el racismo también fue una elaboración del poder como forma de explicación e hipócritamente como una suerte de paternalismo sobre los “indefensos” indios que “requieren de un patrón para sobrevivir”.

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mente mostraba que no solo la condición económica los diferen-ciaba, ni siquiera el privilegio de los derechos ciudadanos, sino la condición de “raza” que los hacía superiores de nacimiento frente a los indígenas originarios. Es por eso que junto a las características de clase, el racismo también fue una elaboración del poder como forma de explicación e hipócrita-mente como una suerte de pater-nalismo sobre los “indefensos” indios que “requieren de un pa-trón para sobrevivir”.

Ahora bien, la propia izquierda se incubó en el seno de esa clase media con derechos privilegia-dos y también con los prejuicios de clase; la del Partido Obrero Revolucionario o la del PIR se nutrieron de escritores que tempranamente le-yeron a Marx y conocieron las experiencias re-volucionarias de la URSS, y que concentraron su esfuerzo político en la politización de la clase obrera, principalmente minera en la perspectiva socialista, pero que sin embargo no contaba con el protagonismo político de los indígenas origi-narios, mayoría en el país, y raíz de la identidad de la propia clase obrera. También la izquierda del Nacionalismo Revolucionario que interpe-laba los privilegios de los oligarcas desde la idea de nación y de modernización, donde los principales dirigentes, escritores, abogados e incluso miembros administrativos de las minas de la rosca oligarca, fueron quienes finalmente condujeron las transformaciones luego de la re-volución de 1952.

El proyecto de ciudadanización del MNR con-sistía principalmente en la generalización de los derechos fundamentales, que a través del voto universal permitiría a la mayoría tener acceso al ejercicio de esos derechos. La reforma agraria y la reforma educativa, que generaron migracio-nes importantes a las ciudades en busca de ma-yores oportunidades y accesos a derechos, como el de permitir a nuevos ciudadanos acceder a es-tudios universitarios, y junto a la reapertura del

Colegio Militar y la Academia de Policías se dio lugar al crecimiento de una nueva pequeña bur-guesía, que rápidamente empezaría a cubrir los espacios institucionales estatales en las últimas dictaduras, así como en los nacientes o renova-dos partidos de izquierdas y derechas que bus-caban pugnar electoralmente por el gobierno.

Es esa clase media, como se autodenominó la pequeña burguesía en ascenso, la que empezó a prefigurar el escenario político en Bolivia. Se convirtieron en las derechas de los golpes de Estado o de los partidos tradicionales como el MNR o el ADN, eran las que demandaban un uso autoritario del poder para acceder al proyec-to de modernización, vía mercado y dependen-cia. En cambio, las clases medias de izquierda, que por su talante antidictatorial y compromiso con el proyecto proletario, se subordinaron al mandato obrero a través de los partidos y prin-cipalmente de la COB, donde se habían cons-truido orgánicamente como en ninguna organi-zación obrera del continente.

Hasta aquí el debate sobre las llamadas clases medias se había quedado en los niveles de in-gresos, acceso a profesionalidad, a ser parte de la burocracia estatal o las llamadas ONG, y qui-

Foronda Calle, Miguel (2017). Canto a la vida

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zás las características de casta en gran parte referidas al apellido y el fenotipo de apa-riencia blancoide y de vestimenta; en de-finitiva una suerte de fotografía y estereoti-po creado por el siste-ma de clases y castas imperante en el país.

A ello añadimos el discurso y la ideolo-gía de la negación de lo indio –el racismo– como característica del ascenso de clase que niega a los de abajo y busca imitar a los que se encuen-tran arriba, y que se refiere con diferentes características tanto a los de izquierda como a los de derecha en esa nomenclatura po-lítica. Ese discurso de clase en la izquierda tradicional tuvo como parangón a la UDP y al MIR cuando fueron in-capaces de pensar un proyecto de país más allá de lo electoral y luego al propio MIR junto al ADN y el MNR en la derecha neoliberal, que no tuvo reparos en pasar de un discurso a otro, y junto a otra izquierda marginal como el MBL y otros, practicar el “entrismo” para dulcificar las políticas neoliberales. Esta fue la manera más acabada de expresar el proyecto de pequeña burguesía que se había creado en el país, con un oportunismo fundamental, y donde el quedarse en la administración del poder con el color que fuera se convierte en un objetivo político indivi-dual, pero también de la autodenominada clase media.

Esas son las características de clase de una pe-queña burguesía que desde la colonia, y pasan-do por la república y también por la revolución nacionalista del 52, estuvo en constante creci-

miento, y siempre en relación con el poder del Estado; aunque también, en las rela-ciones capilares de poder en lo cotidia-no, generó la ideo-logía dominante del Estado boliviano, que de ser totalmente ex-cluyente, se remitió a la tolerancia de las mayorías, sin perder el racismo y la dis-criminación como eje fundamental de su propio poder, mien-tras mostraba una total subordinación y dependencia, tan-to a las oligarquías locales como a la ideología de merca-do expresada en las imágenes y poderes del imperialismo ca-pitalista.

Desde esa perspectiva de país, siempre queján-dose por la diversidad que somos, con el com-plejo de inferioridad latente y con la intolerancia militante, no podía tener otro resultado que un país dividido, totalmente dependiente, que no fue capaz de tener una ideología dominante de Estado que congregue y convoque a la creación del imaginario colectivo del país de todos. Por eso, la corrupción se convirtió en una caracte-rística común de lo político y se irradió a lo co-tidiano, por cuanto la falta de identidad permite que el individualismo de mercado se apropie del discurso de lo posible, más allá de cualquier dis-curso político de izquierdas o derechas.

Seguramente en ese transcurrir histórico encon-tramos honrosas excepciones en la izquierda, que lucharon contra las dictaduras, que fueron capaces de entregar la vida por sus ideales, que lucharon con convicción por un mundo diferen-te y que quedaron en el camino o siguen pelean-

Foronda Calle, Miguel (2017). Rostros multicolor

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do desde los viejos sueños con la consecuencia ética y la lucha por una revolución socialista. Ellos no hacen más que confirmar la regla para una mayoría de clase, que decidieron distinto y optaron a pesar de su discurso por prácticas po-líticas ajenas a un proyecto revolucionario.

El Proceso de cambio y la pequeña burguesía

Cuando los movimientos sociales empezaron a enfrentar al modelo neoliberal, luego de que se hiciera cada vez más evidente la condición de clase del modelo; también los actores sociales surgentes buscaron diferenciarse de las viejas izquierdas partidarias y derechas militantes. Se empezó a hablar del Instrumento Político, y mientras más pueblo se sumaba a este proyec-to, el liderazgo indígena de Evo cobraba plena vigencia como alternativa histórica, no solo en tanto discurso disruptivo, sino en tanto identi-dad que representaba a la mayoría plurinacional boliviana.

La capacidad del liderazgo y del instrumento político para sumar adhesiones permitió que no solo convocara a las mayorías excluidas de los procesos políticos, sino también a pedazos de las izquierdas que aún habían conservado éticamente la esperanza de una revolución de verdad, cierta clase media que traía discurso y

formación política en un espacio nuevo de crea-ción política.

Otra clase media también se incorporó, la que al momento de la toma del gobierno se quedó en los ministerios y dependencias estatales, para hacer posible que el Estado continuara funcio-nando, mientras los nuevos protagonistas bus-caban aprender sobre la gestión pública, plan-teándose cambios en un Estado que terminaría finalmente por imponer una lógica de poder frente a los esfuerzos que cargaban los nuevos protagonistas de esta extraña revolución.

Así, mientras parte de la histórica clase media, que había sido incubada en los partidos neolibe-rales, asumía de manera oportunista la militan-cia en el MAS para conservar su espacio laboral, se incorporaban los nuevos compañeros y com-pañeras que desde las organizaciones sociales llegaban con el mandato de la representación en el conjunto del Estado ahora sí Plurinacional. Y el espacio político y económico se tiñó de plu-rinacionalidad, y los ponchos y ojotas vistieron al nuevo Estado, expresando el mayor cambio revolucionario que vivió el país a lo largo de toda su historia republicana, el de la inclusión democrática de la mayoría, el del ejercicio ple-no de los derechos sin jerarquías ni privilegios.

Estaba claro que el liderazgo expresaba el conte-nido del proceso y del sujeto histórico protago-nista de esta nueva época: lo indígena originario campesino. Sin embargo, la política de alianzas con la izquierda comprometida, con la intelec-tualidad orgánica, fue una señal importante de la política revolucionaria, con la incorporación de Álvaro García como vicepresidente, intelectual reconocido, opinador mediático y exguerrillero encarcelado por los gobiernos neoliberales, se expresaba plenamente que la clase media, con su capital simbólico del conocimiento junto al compromiso revolucionario, eran pautas im-portantes en la construcción revolucionaria del nuevo tiempo.

El proceso constituyente hizo evidente el en-cuentro entre estas nuevas dimensiones sociales al interior del proceso de cambio y en su relación con la oposición minoritaria. Entre los consti-tuyentes oficialistas, donde la amplia mayoría

Se empezó a hablar del Instrumento Político, y mientras más pueblo se sumaba a este proyecto, el liderazgo indígena de Evo cobraba plena vigencia como alternativa histórica, no solo en tanto discurso disruptivo, sino en tanto identidad que representaba a la mayoría plurinacional boliviana.

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eran parte de la plurinacionalidad del país, con su representación comunitaria y sindical; tam-bién fueron elegidos sectores de clases medias de las ciudades, del Movimiento Sin Miedo, del MBL, del Partido Comunista, del PS1, exelenos e intelectuales reconocidos por su aporte crítico; y fueron precisamente ellos los que empezaron a tomar el mando de la opinión en los medios de comunicación, en la orientación interna, en los debates de línea; frente a opositores que representaban en su totalidad a los viejos par-tidos neoliberales, clases medias que llegaban a defender al viejo Estado frente a la ofensiva plurinacional.

Mientras la mayoría plurinacional empezaba a reconocerse como protagonista acompaña-da por el Pacto de Unidad, la organización del proceso constituyente empezó a funcionar bajo una perspectiva liberal, y adecuada a los térmi-nos en los que el Derecho construyó el Estado. Entonces, eran las clases medias las que tenían más la palabra y la forma de dominio ancestral en las que envolvían sus discursos. Mientras, los sueños de la mayoría se fueron tejiendo de a poco, entendiendo que las clases medias asumían el papel de intermediación, al mismo

tiempo generaban con mesura los planteamien-tos más radicales de los sectores más politizados del Pacto de Unidad. Algunos representantes de clase media lograron importantes relaciones de compañerismo con la representación popular; sin embargo, era visible que a pesar del tiempo de convivencia, las discusiones y tiempos libres juntos, se asociaban por afinidad de clase, entre el oficialismo e incluso de amistad con repre-sentantes de la oposición y que guardaban como base su esencia de clase.

Era un país que empezaba a encontrarse en medio del desencuentro que significa un prin-cipio revolucionario. Clases medias tradicio-nales oficialistas u opositoras que junto a sec-tores populares tenían los mismos ingresos en su calidad de constituyentes, acceso a viajes a aéreos, a personal subordinado, fueron gestando una nueva condición de clase; y en definitiva, los resultados, mediados por los conflictos que desencadenaron los sectores más radicales de las oligarquías locales, generaron acuerdos in-termedios de reconocimiento mutuo antes que de anulación del adversario. De esta manera, la Constitución aprobada en Oruro, que ya expre-

Foronda Calle, Miguel (2017). Sueños en espera

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saba un encuentro fundamental entre lo liberal y lo comunitario, se ratificó por completo en esta visión cuando los parlamentarios de oposición y oficialistas, consensuaron contenidos para su aprobación rumbo al referéndum constitucional.

Entonces, lo que empezó a gestarse en el pro-ceso constituyente fue precisamente una nueva ruta colectiva de país, que emparentaba la tradi-ción republicana defendida férreamente por la oposición minoritaria con la mirada comunita-ria y plurinacional de la mayoría, que planteaba como reto fundamental el del encuentro entre la diversidad no solo plurinacional sino de clase y política dentro las diversas visiones de país. Estaba gestándose la perspectiva de la ciudada-nía plurinacional que daría curso a que todos se hicieran parte del país en construcción en térmi-nos de la democratización de los derechos indi-viduales y colectivos.

Este reconocimiento de derechos plenos junto a un Estado Plurinacional que los puso en mar-cha con la inclusión de la diversidad en todos sus estamentos, encaminó las transformaciones fundamentales del país plurinacional. Proyec-tos económicos como las nacionalizaciones y la política de bonos, de mejora en los ingresos de sectores populares vía ingreso al Estado, o bien nuevas condiciones en el mercado, tam-bién dieron curso a una suerte de capitalismo popular, donde quienes aparentemente desde los resquicios sociales generaron nuevas estrategias de acumulación originaria que se vieron poten-ciadas con el proceso de cambio y con la repre-sentación política que los incluía.

Mientras el proceso de cambio ganaba cada vez más adherencias hegemónicas, la oposición se veía cada vez más aislada, y en algunos casos más bien sumándose militantemente al proceso de cambio. Así, empresarios, dirigentes y sec-tores urbanos en principio se sumaron, mante-niendo las altas tasas de votación y adhesión, al proceso que beneficiaba a todos, pero principal-mente a la mayoría que irrumpía en la historia.

Sin embargo, al pasar los años de gestión, los cambios se hicieron sentir en el sentido del pro-ceso de cambio. No solo se había gestado de

manera cada vez más visible esta suerte de ca-pitalistas populares que provenían de las iden-tidades plurinacionales, sino que nuevas clases medias populares habían surgido. Una buena parte incubadas por vía Estado, ya que el mismo no había cesado de crecer dando cabida a cada vez más sectores que contaban con cierta estabi-lidad en el ingreso, además de nuevas condicio-nes de poder en la gestión y de relación con las organizaciones sociales.

Algunos miembros de estas nuevas clases me-dias reaccionaron a su nueva condición deman-dando los mismos privilegios de clase que de al-guna manera habían sido un parámetro o ilusión para el ascenso social, generando nuevos consu-midores o bien poseedores de capital simbólico en tanto portadores de representación estatal y, al mismo tiempo, de las organizaciones socia-les de las que provenían. Para algunos significó desprenderse de la etnicidad que había sido el discurso fundamental para demandar inclusión, para ahora posesionarse en la ciudadanía de de-rechos. Quizás de esta manera podamos inter-pretar también el hecho de que entre el censo del 2002, donde el grado de autorreconocimiento de identidad indígena originaria era del 62 % y el del 2012 en el cual bajó a 41 % –más allá de la formalidad de la pregunta– el país estaba cam-biando, los oprimidos encontraban en su inclu-sión una suerte de universalidad ciudadana, más coherente con el ascenso social en una sociedad

Sin embargo, al pasar los años de gestión, los cambios se hicieron sentir en el sentido del proceso de cambio. No solo se había gestado de manera cada vez más visible esta suerte de capitalistas populares que provenían de las identidades plurinacionales, sino que nuevas clases medias populares habían surgido.

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en la que el racismo ha marcado los rumbos so-ciales históricos de varias generaciones.

Habrá que asumir que los cambios desenca-denados desde el 2005 han gestado esta nueva realidad social en la que la mayoría cuenta con nuevas condiciones y posibilidades, en defini-tiva un futuro colectivo e individual diferente. Pero también que no estamos hablando de la misma clase media que alimentó los proyectos republicanos y neoliberales, de oportunismo latente y de intereses fundamentalmente indi-viduales, sino de sectores populares con una identidad étnica que ha posibilitado el proceso desencadenado, que sin embargo, no ha sido acompañada ni por el Instrumento Político ni por el Estado Plurinacional en un proceso de permanente repolitización que le permita incor-porarse al proceso de manera militante.

Al parecer, el Estado asumió que la adhesión al proceso y a la militancia se daría como re-conocimiento al trabajo realizado en doce años de incansable transformación del país. No se reflexionó sobre la conciencia de esas nuevas ciudadanías que empezaron a asumir que los cambios provenían de sus méritos dirigenciales y su habilidad de cintura política; o bien de los jóvenes que en doce años se incorporaron a la ciudadanía con nuevas expectativas, pero ade-más sin tener la experiencia de la vivencia de dictaduras o tiempos neoliberales y, por tanto, asumiendo que lo que ha hecho el proceso de cambio es algo que era una obligación de siem-pre del Estado.

De esta manera, contamos con un nuevo mo-mento de despolitización en el que la juventud busca nuevas oportunidades individuales de ac-ceso a empleo y estudios superiores; de sectores de clases medias que aun contando con oportu-nidades dentro del Estado, lo interpelan o criti-can en las redes y algunas veces se movilizan por temas nuevos relacionados con la ecología o la seguridad ciudadana.

No es que hayamos incubado al enemigo, sino que no terminamos de entender lo que nuestro propio proceso ha gestado, para darle un curso popular y no simplemente el de la moderniza-ción y acceso a mercados. En definitiva, no se

trata de enamorar a la clase media, y convertir al proceso de cambio a sus intereses de clase que en definitiva representan la pérdida del horizon-te político de transformación social.

Más bien es la de entender que el objetivo de de-mocratizar los derechos se está cumpliendo ple-namente, y que su ejercicio es el que ha gestado esta nueva realidad social, que nos urge repoliti-zar los sentidos de lo construido para que en su esencia colectiva sea reapropiado como el sen-tido de la Patria para todos que queremos cons-truir, que ha sido posible desde la perspectiva de la identidad indígena originaria campesina que está expresada en el Estado Plurinacional.

También acordar con Jorge Viaña, que esta nueva clase media de esencia popular aún tie-ne como fundamento la mejora colectiva y no solo el progreso individual; de esta manera, los esfuerzos por generar calidad en el acceso a ser-vicios fundamentales será un tema esencial. Te-ner una salud de calidad, una educación que no sea solo de acceso sino que permita una mayor cualificación, junto a una necesaria seguridad jurídica proveniente de una mejor justicia que complemente la democratización de magistra-dos con una resuelta lucha contra la impunidad y la corrupción, serán señales importantes en este camino de hacer que se vea a las nuevas clases medias con una raigambre fundamental de relación con su esencia popular y no como un pecado del sistema que crea clases medias que luego quieren gobiernos y sistemas más con-servadores que den seguridad sobre lo que han logrado social y económicamente en su trans-formación social.

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De esta manera, contamos con un nuevo momento de despolitización en el que la juventud busca nuevas oportunidades individuales de acceso a empleo y estudios superiores (...).

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Tener una “experiencia”, lo dijo Dewey hace mucho tiempo, conlleva dolor. Pero, una ex-periencia no es un mero “experimentar” o “pa-decer”, sino que es acción (porque tiene pro-yección al futuro) y acción transforma-dora. Además, para convertirse en una auténtica experien-cia, debe dar origen a experiencias cognos-citivas. Es decir, que debe ser una expe-riencia capaz no solo de experimentarla, sino de pensarla y formularla, esto es, ser consciente. Por eso, afirma este autor que el pensamiento y la práctica deben ir de la mano. La ver-dadera función del pensamiento es re-solver las situaciones problemáticas o in-determinadas, trans-formando el entorno y al ser humano mis-mo. El pensar es una forma deliberada y consciente de reorga-nizar la experiencia. Entonces, necesitamos confrontarnos con algo “diferente”, con una situación problemática (crisis de la experiencia), algo que nos inter-pele, nos oprima o nos vivifique, para poder arrancar en el proceso, para poder “pensar”.

Leyendo los artículos sobre la nueva clase me-dia de origen popular de la que habla el vice-presidente Álvaro García, y su relación con la clase media tradicional, hubo una idea que me

asaltó en relación con un posible proceso de homogeneización, es decir, que la negati-vidad del otro (clase media popular expe-rimentada como “el otro arribista que me quita mi espacio”) conviva con una ten-dencia, que podría ser exitosa, de gene-rar la positividad de lo igual. Así, el vice-presidente afirma:Pero, a la vez, sus nue-vas condiciones de vida, sus aspiraciones de reconocimiento y sus nuevas expectati-vas, parecidas a las de la clase media tradi-cional, la pueden lle-var a inclinarse por la irradiación conserva-dora de la clase media descendente. (García, 2018)

Mucho se está anali-zando últimamente el tema de la “proliferación de lo igual” (Han, 2017) en las sociedades ac-tuales y cómo cada vez nuestro horizonte de experiencias (que necesitan de lo diferente, del otro distinto) se estrecha más y más. Sin duda

La nueva clase media popular y el deseo de revoluciónpor Itxaso Arias*

* Doctora en psicosociología por la Universidad Complutense de Madrid (España). Ha ejercido la docencia y realizado investigaciones de diversas temáticas en universidades de México, Perú, Ecuador, Bolivia, España e Irlanda. Actualmente es consultora en el Centro de Investigaciones Sociales de la Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia.

Foronda Calle, Miguel (2018). Quiebre

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alguna, la interconexión digital tiene mucho que ver en ello.

Antes de desarrollar este tema conviene recor-dar, en relación con esta nueva clase media po-pular, que el dinero “es un mal transmisor de identidad”, también es cierto que la sensación de seguridad y tranquilidad que proporciona y que todos buscamos puede reemplazarla.

Veamos tres de las principales características de esta clase media popular señaladas por el vice-presidente en su artículo:

[…] estos “recién llegados” que entran a los an-tiguos colegios de élite, que alquilan casas en las zonas residenciales y que hacen negocios globa-lizados, tienen muchísimas mayores influencias en el Estado, que administra el 40% de la riqueza de Bolivia, que las clases media tradicionales; lo que no solo está obligando a estas últimas a com-partir el espacio de clase media, sino, incluso, a perder el mando y la predominancia dentro de esa clase media. (García, 2018)

Otra característica de esta nueva clase media popular según A. García es que:

[…] ya no milita en ningún movimiento social territorial, pelea por una cultura de distinción y su modo de unificación política es una incógnita.

Y a todo ello, añade finalmente:Pero, además, hay un cambio tecnológico que está complejizando y acelerando el perfil e incli-naciones sociales de las clases medias: el inter-net. Si bien es un soporte tecnológico de comu-nicación, como lo es la televisión, la radio o la imprenta, es el primer soporte adecuado a la indi-viduación desterritorializada propia de las clases medias. (García, 2018)

Entonces, tenemos un posible rediseño de iden-tidades (¿colectivas?) que tiene como base: la capacidad adquisitiva y de consumo y el vínculo con el Estado, por un lado; una individualidad desterritorializada que quiere reconocimiento y distinción, por otro; y, finalmente, la inmersión en la interconexión digital que, como veremos, en la mayoría de los casos, nos aboca a la proli-feración de lo igual. Sinceramente, dudo mucho que con todos estos elementos podamos hablar de un rediseño de identidades “colectivas”, sino más bien de una sociedad cada vez más amorfa.

Comenzamos por la capacidad adquisitiva y su correspondiente capacidad de consumo. Las diferencias iniciales (de origen) de esta nueva clase media popular se pueden tornar en dife-rencias de consumo, comercializables. Tene-mos, por lo tanto, individuos que expresan su singularidad a través del consumo. Los lengua-jes que eran inconmensurables o incomparables (¿cómo comparar una experiencia que proviene de vínculos sindicales-comunales con la vida de la clase media acomodada tradicional?, ¿existe una medida común para ambas?) se convertirán en diferencias conformes al sistema, es decir, consumibles y que derivan en una diversidad que se puede explotar.

Decíamos al comienzo de este artículo que “pensar” es reorganizar la experiencia, y que para poder tener experiencias es necesario el en-cuentro con el otro o lo otro distinto que nos in-terpela o nos oprime o nos vivifica. El problema es que el mundo digital no favorece el encuentro con el otro diferente, sirve más bien para encon-trar personas iguales que piensan igual y entre las que se produce la mayoría de las veces un in-tercambio de complacencias (Han, 2017). Pero, además, se generan canales exclusivos de comu-nicación entre iguales generados a través de la configuración de perfiles determinados, que los

El espacio político debe ser un espacio de encuentro, de relaciones, no de meras conexiones (...). Un espacio donde nos encontramos con los otros y las otras, donde miramos y nos miran, hablamos y nos escuchamos, percibimos las diferencias que nos interpelan, los dolores que nos cuestionan, y que nos ayudan a ir más allá de nosotros mismos.

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otros (que no entran en ese perfil) desconocen, y que les proporcionan información exclusiva que ignoran mutuamente. Nos volvemos ciegos ante los otros y, al final, no sabemos bien cómo han llegado a pensar como piensan y podemos terminar creyendo que eso que piensan solo está en sus cabezas…

El dolor, ese elemento clave de la experien-cia, está totalmente desterrado del mundo de conexión digital (parece que el otro no tiene preocupaciones o dolores), y cómo crecemos y maduramos como personas si no es a través de las crisis y de los conflictos… Por eso, las emo-ciones (las famosas endorfinas y la sensación de placer que nos da comprobar, por ejemplo, que ha aumentado nuestro número de seguidores en Facebook) son tan importantes en este medio, porque en realidad, el uso de la razón, pensar, lo que se dice pensar, tal y como lo estamos expli-cando, es una operación que definitivamente ne-cesita de otros elementos. Por ello, como señala A. García (2018): “[…] es propenso a la mani-pulación para gatillar los temores, ignorancias y emociones más primitivas para alcanzar un ob-jetivo político”. Es, en definitiva, la “psicopolí-tica neoliberal de la vivencia o de la emoción” (Han, 2014).

El espacio político debe ser un espacio de en-cuentro, de relaciones, no de meras conexiones,

no de un simple intercambio de información. Un espacio donde nos encontramos con los otros y las otras, donde miramos y nos miran, hablamos y nos escuchamos, percibimos las diferencias que nos interpelan, los dolores que nos cuestio-nan, y que nos ayudan a ir más allá de nosotros mismos. Las identidades políticas se constru-yen, precisamente, cuando este encuentro se de-riva del hecho de que nos identifiquemos con un proyecto y queramos luchar por él.

Por todo ello, la combinación señalada de tales características de esta nueva clase media popu-lar (poder adquisitivo y de consumo, vínculo económico con el Estado, desterritorialización y mundo digital) puede conllevar una tendencia conservadora que se traduzca en una ciudadanía reproductora del sistema. Otro problema de la interconexión digital es que la comunicación no se vuelve “comunicativa”, sino “acumulativa” y la acumulación (de información, de datos) no sirve para elaborar una narración. ¿Y qué es el yo sino una narración que elaboramos a partir de la experiencia? ¿Qué tipo de narrativa ela-borará esta nueva clase media si, por un lado, existe el rechazo de la clase media tradicional y, por otro, la falta de interacción e identificación con un proyecto de convivencia?

¿Será signo de crecimiento el que exista esta nueva clase media que se acumula a la tradi-

Foronda Calle, Miguel (2010). Naufragio

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cional? Si, a partir de un determinado momento la producción se vuelve cada vez menos pro-ductiva, y la información cada vez más defor-madora y las interacciones dan paso a meras conexiones donde no nos estemos realmente comunicando… El régimen neoliberal en todo su esplendor.¿Qué efectos puede tener todo ello en la demo-cracia real? Es decir, en la democracia como “forma de vida” (Dewey, 1975), en la cultura de talante vital y democrático, y en la práctica coti-diana. Conviene que nos preguntemos: ¿cuáles son las costumbres, normas, actitudes, senti-mientos y aspiraciones de la vida de esta nueva clase media popular?, ¿se enmarcará todo ello en una cultura de talante vital y democrático del que pueda alimentarse la democracia política? Desde este planteamiento, esta cultura de talan-te vital y democrático se basa, precisamente, en la ampliación de la experiencia.

Comparada con otras formas de vida, la demo-cracia es la única manera de vivir que cree ge-nuinamente en el proceso de experiencia como un fin y como medio […]. Porque toda forma de vida que fracase en su democracia limita los con-tactos, los intercambios, las comunicaciones, las interacciones, por las cuales la experiencia resul-ta ampliada, al tiempo que se expande y enrique-ce. (Bernstein, 2010: 223)

Un proyecto revolucionario pretende imprimir una dirección particular a la transformación social. En el caso de Bolivia, hablamos de una revolución democrática y cultural, pero toda sociedad como sistema autoorganizativo que es, será difícilmente predecible en cuanto a su desarrollo. Ahora, no olvidemos que el deseo de revolución está incrustado en todo pensamiento crítico (Ibáñez, 2006) y, por ello, es fundamental abocarse a la tarea de alimentar la experiencia y el deseo activo de cambiar la realidad social en la que vivimos.

Bibliografía

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Un proyecto revolucionario pretende imprimir una dirección particular a la transformación social. En el caso de Bolivia, hablamos de una revolución democrática y cultural, pero toda sociedad como sistema autoorganizativo que es, será difícilmente predecible en cuanto a su desarrollo.

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Aportes

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Foronda Calle, Miguel (2018). Cotidiano

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Introducción

Insurgencias como la Primavera Árabe, los indignados españoles del 15M, #YoSoy132 y más recientemente las protestas por la desaparición de 43 estudiantes en Ayot-zinapa, México, pue-den ser vistas como respuestas a crisis económicas y polí-ticas, pero también como síntomas de un desplazamiento en las maneras de ver, hacer y ser juntos. Algunos de los activistas que participan en estas insurgencias vienen de organizaciones sociales y sindicales, pero muchos de ellos son gente “desorga-nizada” que usan las redes sociales para reducir el costo de ac-ceso a la esfera públi-ca, socializar infor-mación y coordinar acciones en el ciberespacio o en las calles en tiempo real. Desconfían de los partidos y los políticos profesionales. No es que estos o las organizaciones y movimientos socia-les se hayan vuelto obsoletos sino que aparecen

otros modos de conectar a la gente entre sí para coordinar acciones.

Pensadores como An-tonio Negri y Michael Hardt (2012) o Paolo Virno (2003) ven en esto una constatación del surgimiento de la multitud, un sujeto político sui generis dado que se define a sí mismo como un conjunto de singula-ridades que subsisten como tales en la esfe-ra pública sin generar un “uno” por encima de esas singularida-des. Hay algo de esto en las insurgencias del presente, pero la idea de la multitud también se asocia con un éxodo del Es-tado y la representa-ción política, además de que es renuente a pensar el momen-to de negatividad de las oposiciones

que crean bandos contrapuestos y figuras de lo “uno”. Mi lectura se desmarca de este segundo aspecto de la multitud. Me parece que el éxodo del Estado no logra tematizar de manera convin-cente a las relaciones antagónicas entre colecti-vos de nosotros y ellos. Además, no concibo al

La política distribuida de los rebeldes del presente:la acción en la era de la Web 2.0

por Benjamin Arditi*

* Este documento fue realizado dentro del marco del proyecto PAPIIT IN 308313 “Política viral y redes: invención y experimentación desde el Magreb al #Yosoy132”, financiado por la Dirección General de Asuntos del Personal Académico (DGAPA) de la Universidad Nacional Autónoma de México.

Ríos, Liliana (1985). Ama, dibujo

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Estado o la conformación de alguna variante del “uno” como lastre para una política transforma-dora. Por eso, en vez de multitud prefiero hablar de conectividad viral, o para usar la expresión de Paul Baran, de una conectividad distribuida, esto es, un modo de acción siempre impuro que se mezcla con otros modos de acción y organi-zación en un proceso de experimentación prác-tica sin fin que le imprime una geometría varia-ble a la política. Esta conectividad viral florece en la intersección entre el espacio físico de ca-lles, plazas e instituciones por un lado y, por el otro, el espacio virtual de las redes sociales que sirven para convocar y coordinar acciones co-lectivas. Operamos ya, como ha señalado con gran lucidez Manuel Castells, en un escenario de acción multimodal en el que las redes son facilitadores del cambio y no el sucedáneo o te-rreno paradigmático en el que este ocurre.

Tomo como punto de partida para elaborar esta lectura del presente una frase utilizada por el expresidente ecuatoriano Rafael Correa. Dice: “América Latina y el Ecuador no están viviendo una época de cambios, están viviendo un ver-dadero cambio de época”. Esta frase nos lleva a pensar en cómo debemos entender un cambio y cuál puede ser el sentido del mismo. No veo el cambio en términos de la lectura jacobino-le-ninista de una ruptura sin residuos (el esquema habitual de insurrección, derrocamiento y re-fundación total del orden). Opto por concebirlo en términos de un devenir-otro.

Este devenir-otro desplaza los mapas cognitivos habituales a través de los cuales pensamos la ac-ción colectiva. En vez de circunscribirla a parti-dos y movimientos, incluimos también a colec-tivos evanescentes o circunstanciales que crean o reconfiguran el espacio público en sus intentos por cambiar el statu quo. Las redes sociales son detonantes y componentes del marco cognitivo emergente. Funcionan como medio de organiza-ción para acceder a la esfera pública sin necesi-dad de contar con organizaciones pre-existentes con reconocimiento jurídico, validación electo-ral o domicilio físico. El devenir-otro nos arroja en un presente posliberal, solo que, a diferencia de una visión jacobina, el convertirnos en otra

cosa no se entiende como una superación de lo que estamos dejando de ser. Esto se debe a que el prefijo “pos-” del escenario posliberal indica algo que viene después pero que no rompe con la representación política que heredamos de la democracia liberal. Es un después que plantea que la política se desenvuelve en un escenario más complejo que incluye pero transciende el marco liberal. En este escenario hay una ex-perimentación con formas asamblearias de la democracia y con modos no electorales de em-poderamiento, no un abandono de la ciudadanía electoral.

El segundo tema que examino es el desplaza-miento de la visión habitual de la gobernanza. Para la literatura, los socios del gobierno son actores ya constituidos y reconocidos: ONG, especialistas del mundo académico, grupos empresariales, etc. Estos son stakeholders o actores interesados que forman parte de la go-bernanza. Pero el espacio multimodal, esto es, físico y digital, incluye también a una gama de stakeholders que se hacen presentes en el espa-cio público a pesar de no contar con una exis-tencia jurídico-política. Para usar un oxímoron, son agrupaciones, colectivos u organizaciones de gente desorganizada. #YoSoy132 en Méxi-co es un ejemplo de esto: fue interlocutor de los participantes en la campaña presidencial de 2012 a tal punto de ser anfitrión del primer de-bate público entre tres de los cuatro candidatos. Por eso, además de asociaciones empresariales y ONG, debemos incluir entre los stakeholders de la gobernanza a comunidades de acción tran-sitorias. Se trata de un esquema de gobernanza ad hoc.

En las dos últimas secciones propongo un mo-delo para visualizar la manera en que se ensam-blan colectivos y cómo se comunican entre sí muchos de los actores ad hoc que están poblan-do el escenario post-liberal de la política. Esa visualización se puede plantear a partir de la fi-gura del rizoma o sistema de entradas múltiples sin un centro fijo que propusieron Gilles De-leuze y Félix Guattari (1988). Es la visión más filosófico-política de los colectivos evanescen-tes de la política. La multitud es básicamente un

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rizoma. Otra vertiente, que es la que uso aquí, es la que se desprende de la comu-nicación distribuida de Paul Baran. Como en los rizomas, la coordinación del con-junto no depende de un centro pues cada nodo funciona como unidad de comando y control. Voy a introducir algunas modifi-caciones en el esquema de Baran para de-sarrollar una imagen de pensamiento de la conectividad viral en algunas experiencias políticas recientes. También me servirá para generar una figura de sociedad que no prescinde pero tampoco depende de una topografía tradicional que distribuye acto-res y espacios de interacción de acuerdo con la fórmula tripartita de Estado, sistema político y sociedad civil. En vez de una to-pografía de niveles tendremos una carto-grafía de ámbitos de acción diferenciados.

Época de cambio versus cambio de época

En su discurso inaugural de enero de 2007 el presidente Rafael Correa usó una fra-se que circuló por las redes sociales. Dice así: “América Latina y el Ecuador no están viviendo una época de cambios, están viviendo un verda-dero cambio de época”. La frase refleja la eu-foria de una victoria electoral contundente que abría la posibilidad de cumplir con su promesa de refundar a la república a través de un proceso constituyente. También se la puede interpretar a la luz de que Ecuador se sumaba al giro a la izquierda iniciado en 1998 en Venezuela luego de la victoria electoral de Hugo Chávez, a la que le siguieron las de Lula en Brasil y Evo Morales en Bolivia, para mencionar solo algunos casos. Pero la frase acerca del cambio de época adqui-rió resonancia internacional luego de que fuera retomada por académicos estadounidenses aso-ciados con los estudios culturales, subalternos y poscoloniales. Walter Mignolo (2007) la usó como eje de un artículo sobre el rebasamien-to de la distinción izquierda-derecha y lo que denomina “giro decolonial”. Arturo Escobar (2010) la retoma también en un extenso artículo sobre la izquierda, el desarrollismo y el posli-beralismo.

El cambio como devenir-otro, no como ruptura jacobino-leninista

Todo esto es muy sugerente, pero, ¿en qué radi-ca la diferencia entre una época de cambio y un cambio de época? Correa no lo dice. Deja que la fuerza evocativa de la frase haga el trabajo de persuasión en la imaginación de su audiencia. Esto funciona bien en un discurso político, pero los protocolos de una investigación exigen de-cir algo más al respecto. El referente habitual es la visión jacobina del cambio entendido como una ruptura que hace tabla rasa con el pasado para reconfigurar el mundo. Pero las rupturas no son limpias, por lo que lo nuevo nunca re-sulta ser absolutamente novedoso. Como seña-la Jacques Derrida, “[l]os cortes se reinscriben siempre, fatalmente, en un viejo tejido que hay que continuar destejiendo interminablemente. Esta interminabilidad no es un accidente o una contingencia; es esencial, sistemática y teórica” (Derrida, 1977: 33). En otras palabras, no hay discontinuidades sin residuos. Todo proceso de

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Ríos, Liliana (2001). Dibujo

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cambio, no importa cuán radical sea, siempre va a estar contaminado por aquello que quiere de-jar atrás. Los franceses y los rusos intentaron re-fundar su sociedad mediante sendas revolucio-nes pero reprodujeron relaciones que pensaban que irían quedando por el camino.

Hay otras maneras de pensar el cambio sin ape-lar al referente jacobino de una refundación to-tal. Por ejemplo, la noción de devenir-otro de Gilles Deleuze, quien la desarrolla a partir de una distinción entre la analítica y lo actual. “En todo dispositivo”, dice, “debemos desenmara-ñar y distinguir las líneas del pasado reciente y las líneas del futuro próximo, la parte del ar-chivo y la parte de lo actual… la parte de la analítica y la parte del diagnóstico” (Deleuze, 1990: 160). La analítica es lo que somos y tam-bién lo que ya estamos dejando de ser. Lo actual es aquello en lo que nos estamos convirtiendo (159-160), nuestro devenir-otro, una otredad que no siempre tiene una figuración precisa y obviamente no tiene un punto de llegada prees-tablecido. Pero también es algo inminente pues ya está aquí. Como dice Deleuze, “[n]o se trata de predecir, sino de estar atento a lo desconoci-do que llama a nuestra puerta” (160).

A primera vista esto parece ser demasiado ge-neral dado que el devenir prácticamente define nuestra condición humana: siempre estamos de-jando de ser lo que somos para convertirnos en otra cosa, aunque solo sea como consecuencia del paso del tiempo. Pero Deleuze no habla del devenir en sentido genérico sino que pone en juego la distinción y relación entre el presente y lo actual. Podemos verlo a través de imágenes de la política, comenzando por el presente o lo que somos, que muchos describen como libe-ral o liberal democrático. Esto se debe a que se suele considerar como político a lo que ocurre en el marco de la ciudadanía electoral, la repre-sentación política y la relación entre gobierno y oposición. La evidencia es contundente: la gente vota, los partidos compiten por nuestra atención, los gobiernos cambian o continúan gracias a procesos electorales, los congresos y parlamentos se vuelven arenas de polémica y negociación de leyes y partidas presupuestarias,

y así por el estilo. Sin embargo, la política siem-pre rebasó el marco de las elecciones. Cuando el Estado liberal se consolidó a mediados del si-glo XIX los campesinos, obreros y mujeres no eran considerados dignos de ser contados como ciudadanos, sea por los temores de la clase do-minante de perder su dominancia o por los pre-juicios sexistas. La acción política de mujeres y trabajadores se desarrolló por fuera del sistema político liberal y cuando ingresaron en él lo hi-cieron gracias a sus luchas y no por la genero-sidad de quienes gobernaban. Por eso el Estado era liberal, pero no democrático, como bien dice C. B. Macpherson (1968: 18-20). Los ejemplos contemporáneos de una política por fuera de la representación electoral son los movimientos en torno a la igualdad de género, la erradicación del racismo y el combate a la homofobia, entre otros. La conclusión es que la política liberal puede ser lo que somos, nuestro presente, pero también es lo que ya habíamos comenzado a dejar de ser desde que se consolidó el Estado liberal.

En contraste con esto, lo actual o nuestro deve-nir-otro se refiere a aquello en lo que nos esta-mos convirtiendo, que se perfila como el surgi-miento gradual de un escenario postliberal. No lo digo porque la representación partidaria esté ausente de este escenario. No lo está: la gente sigue yendo a las urnas. Es posliberal porque la representación coexiste con otras formas de ac-ción colectiva entre las cuales encontramos a la conectividad viral o distribuida.

Si aceptamos ver el cambio como devenir-otro, ¿cómo podríamos fechar su inicio o incluso afir-mar que una transformación se halla en curso? ¿Hay alguna manera de medir el tránsito del presente a lo actual? Las preguntas son legíti-mas, pero posiblemente también un poco injus-tas dado que es difícil medir un cambio, inclu-so si adoptamos una perspectiva jacobina. Por ejemplo, las revoluciones: ¿cómo saber cuándo comienzan y terminan? La respuesta parece ser evidente: comienzan con una insurrección y ter-minan con la caída del régimen. Pero lo eviden-te no siempre lo es. En la revolución moderna por antonomasia, la francesa, ¿la fechamos con la toma de la Bastilla en 1789 o debemos retra-

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sar su desenlace hasta 1791, cuando se promul-ga la constitución, o tal vez hasta un poco más tarde, 1793, cuando le cortan la cabeza a Luis XVI, o incluso hasta 1794, cuando ejecutan a Robespierre y Saint Just y termina el periodo del Terror?

Lo que se desprende de esto es que no debemos extrañarnos de la dificultad de distinguir entre el presente y lo actual de manera contunden-te. Las nuestras son identidades y experiencias políticas que se hallan en un perpetuo tránsito entre lo que somos y aquello en lo que estamos deviniendo. Se forjan en el camino que se abre entre, por un lado, lo que somos y a la vez lo que estamos dejando de ser y, por el otro, aquello en lo que aún no nos hemos convertido. Lo que somos y el devenir-otro pasan a ser una especie de blancos móviles y cambiantes que podemos describir pero no definir taxativamente. Ambos carecen de existencia política relevante fuera de una polémica.

1968 como detonante, el ciclo de insurgencias iniciado en 2011 como síntomas

Pero esto no impide postular una aproximación tentativa a este asunto. Tomo como detonador de nuestro devenir-otro político al cúmulo de expe-riencias que asociamos con el significante 1968. Lo hago porque condensa una serie de trazos de lo que somos y a la vez de lo que estamos dejan-do de ser. Como en 1968, nuestro presente está habitado por demandas de participación electo-ral y de otro tipo, por el cuestionamiento de je-rarquías anquilosadas, por un deseo por ejercitar el pensamiento crítico, por disputas acerca de la separación entre lo personal y lo político y en-tre lo público y lo privado, y así por el estilo. Y como en 1968, nuestra actualidad o devenir-otro se nos presenta como una apertura hacia lo po-sible/imposible que se manifiesta a través de la experimentación con modos de hacer política al margen de la representación y de la articulación de colectivos en torno a los partidos.

Algunos síntomas de este devenir-otro se han convertido ya en lugares comunes. Me refiero a las insurgencias de 2011 en el Magreb, las acam-padas de Plaza del Sol y otros lugares emblemá-ticos ocupados por los indignados españoles del 15-M y Occupy Wall Street (OWS). También la defensa del Parque Gezi en Estambul durante 2013. En México el ejemplo es #YoSoy132, un fogonazo de activismo e imaginación en medio de la campaña presidencial de 2012. Su propó-sito declarado fue resistir la imposición del can-didato presidencial impulsado por las grandes empresas privadas de comunicación.1 En Brasil es el Movimento Passe Livre de 2013 que mo-vilizó a gente que nunca había salido a las calles a protestar y ahora lo hacía en cerca de 90 ciu-dades. Su detonante fue el aumento del pasaje pero luego se amplió para incluir la denuncia de la corrupción y la indignación ante la desigual-dad. También están las movilizaciones en torno a la desaparición de 43 estudiantes normalistas de la localidad de Ayotzinapa en México. El 26 de septiembre de 2014 el alcalde de la ciudad de Iguala, donde se manifestaban, ordenó a la poli-cía municipal que los detenga para entregarlos a sicarios de un cártel de narcotraficantes. La res-puesta de la gente fue estruendosa y continua. Estudiantes, sindicatos y gente “desorganizada” se movilizaron en incontables protestas y acti-vidades para presionar al gobierno que encuen-tre con vida de los normalistas. Y luego vino la Nuit Debout o La noche en pie que convocó a la gente a acampar en la Plaza de La República de

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1. Para el caso de la Primavera Árabe se puede consultar a Castells (2012: 65-98), Bayat (2011), Abourahme (2013), Gunther (2011), Roy (2012); de OWS véase Graeber (2011a, 2011b), Castells (2012: 157-208); para el 15M ver Fernández-Savater (2014), Serrano et al (2014), Castells (2012: 115-156).

(...) lo actual o nuestro devenir-otro se refiere a aquello en lo que nos estamos convirtiendo, que se perfila como el surgimiento gradual de un escenario posliberal.

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París para exigir otro modo de ser juntos, más justo y solidario.

Estas experiencias son poderosas e innovadoras, parte de un linaje de protestas cuyos antecesores son las acciones de los guerreros globales que adquirieron visibilidad a partir de 1999 con la protesta de Seattle en contra del comercio libre a costa de la equidad, la salud y el empleo; la “Guerra del Agua” en Cochabamba para revertir la privatización del agua potable en 2000, po-niendo en cuestión la política de ajuste neolibe-ral del gobierno boliviano; las protestas argenti-nas de 2001 ante el desempleo, la corrupción y el descalabro económico que se sintetizan en la consigna de “Que se vayan todos, que no quede ni uno solo”.

Hay diferencias entre estas experiencias de lu-cha, pero también rasgos compartidos. Men-ciono algunos. El primero es socioeconómico: son luchas para resistir la mercantilización de la vida, para exigir poner fin a la impunidad de los banqueros responsables de la crisis financiera de 2008, cuestionar la precariedad laboral de un modelo de desarrollo sesgado hacia los propie-tarios y, en general, son reacciones ante la agu-

dización generalizada de la desigualdad. Estas luchas vuelven a colocar la igualdad y la equi-dad en la agenda de debates políticos después de varias décadas en las que el neoliberalismo (y por ende, el mercado, la precarización laboral y la celebración de la desigualdad como motor de la competencia) funcionó como el marco cogni-tivo para buena parte de los funcionarios públi-cos, políticos y comunicadores.

El segundo rasgo es político. Las insurgencias de 2001 a 2013 manifiestan un cierto hartaz-go con los políticos profesionales, los partidos y los sindicatos, es decir, con los aparatos que gestionaron buena parte de acción colectiva de los últimos 150 años de la era moderna. El tipo de consignas coreadas en las protestas lo expresa muy bien. El “No nos representan”, surgido en las acampadas del 15-M y retomado con algunas variaciones en OWS y otras insur-gencias durante 2011, apunta directamente a la clase política. Es una actualización del “Que se vayan todos, que no quede ni uno solo” de los argentinos. Asimismo, una consigna como “No somos ni de izquierda ni de derecha, somos los de abajo y vamos por los de arriba” indica algo

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Ríos, Liliana (1990). Paisaje, técnica mixta

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más que una crítica a la política profesional. Los destinatarios del “vamos por los de arriba” son la derecha neoliberal que impulsó las políticas de ajuste pero también las izquierdas que las administraron desde el gobierno. Los manifes-tantes expresaban su indignación ante la corrup-ción y el amiguismo de estas izquierdas que no supieron o no quisieron cortar su relación cómo-da con un sistema económico excluyente.

El tercer rasgo es la experimentación con ma-neras de ser juntos consistentes con la dignidad, la justicia y la participación que nos prometía la democracia. Ya he mencionado que esto incluía una crítica a la representación, muchas veces en nombre de esquemas asambleístas, pero no me parece que esto sea lo único y menos aún lo decisivo. La crítica actual a los partidos es dis-tinta a la de las décadas de 1960 a 1980, cuando el despegue de los nuevos movimientos socia-les le ponía alas a la idea de la sociedad contra el Estado, una frase tomada del título del libro homónimo del antropólogo Pierre Clastres. Las insurgencias del presente no siguen estas coor-denadas. Por un lado porque no buscan un sim-ple cambio de actores, como por ejemplo, el reemplazo de la vieja política de las oligarquías partidistas por una política nueva, vital y genui-na de los movimientos sociales. Por otro lado porque tampoco pretenden desplazar el lugar del intercambio y la negociación política del Es-tado o el sistema político hacia la sociedad civil. Lo que está en juego es tal vez más ambicioso de lo que se planteaba en las décadas de 1970 y 1980 pues se refiere a un modo de ver el mundo que desplaza a la topografía de lugares que han servido para representar el espacio de la lucha democrática. Para usar la terminología de Jac-ques Rancière (1996, 2006), somos testigos de una disputa acerca de la partición de lo sensible en lo que respecta a los lugares y los actores de la acción. Lo que está en juego son los modos de ver, de ser y de hacer característico de la repre-sentación territorial, los partidos y la ciudadanía electoral de los últimos ciento cincuenta años de la modernidad. Hay un auge de la conectividad y política viral o distribuida que discutiremos en las últimas dos secciones.

Nuestro devenir-otro: de la gobernanza institucional a los “stakeholders” transitorios

Comencemos viendo el impacto de este despla-zamiento en el modo de ser juntos. El término “gobernanza” está íntimamente ligado al docu-mento Gobernanza europea: un libro blanco, publicado por la Comisión Europea en 2001 como resultado de una serie de foros en los que se discutieron propuestas para tratar de subsanar dos problemas de la Unión Europea, la falta de confianza en sus instituciones y el escaso inte-rés de los ciudadanos de los países miembros por participar en la política europea. El Libro blanco recoge las ideas que surgieron en esos foros, especialmente las de incorporar a las ONG, sindicatos, organizaciones empresariales, asociaciones profesionales, expertos del mundo académico, consultores independientes y otros actores de la sociedad civil en el diseño de polí-ticas regionales (Comisión Europea, 2001: 11).

La gobernanza era una idea innovadora en la medida en que abría el gobierno más allá del poder ejecutivo. “La gobernanza europea con-temporánea”, dice Paul Magnette, “no está ata-da a instituciones cerradas y no es prerrogativa exclusiva de políticos profesionales” dado que “se refiere a los esquemas de toma de decisio-nes que incluyen a un conjunto más vasto de instituciones con una gama igualmente amplia de actores y procesos” (Magnette, 2003: 144). La gobernanza es un complemento de la parti-cipación y responsabilidad [accountability] en las democracias representativas y no su sucedá-neo: su función principal radicaría en que pue-de fortalecer el eje vertical de la democracia, el de la responsabilidad de las instituciones con la ciudadanía en términos electorales, y el eje ho-rizontal, referido a mecanismos de rendición de cuentas generado por los “checks and balances” o mecanismos de rendición de cuentas entre ins-tituciones y por parte de grupos organizados de la sociedad (145, 156).

Un rasgo de la gobernanza es que revoluciona la idea de política al extenderla más allá del li-

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beralismo clásico (que la piensa en términos de ciudadanos electores, representantes, parlamen-tos y ejecutivos), pero sin pretender reemplazar los criterios liberales de participación, selección de autoridades o de formulación de políticas y el diseño de leyes. La gobernanza complementa a la visión liberal de la política; es un suplemento posliberal de la representación electoral debido a que actores no electos se vuelven copartícipes en actividades relacionadas con lo que antes era algo privativo del poder ejecutivo. Otra carac-terística de la gobernanza es que se basa en ac-tores ya constituidos y reconocidos tales como ONG, organizaciones sociales, o sindicatos. Todos ellos son stakeholders, un término que no debemos confundir con “stockholders” o ac-cionistas de una empresa. Los stakeholders son partes interesadas, individuos o grupos que pue-den afectar y a la vez son afectados por lo que ocurre en organizaciones, proyectos o activida-des de los colectivos de los que forman parte.

Pero, en las sociedades red, ¿no deberíamos aca-so contemplar a un stakeholder que no es real-mente desorganizado pero que tampoco se ajus-ta a la idea de grupos o individuos previamente reconocidos? Estos no son ya los stakeholders a los que aludía el Libro blanco, asimilables a categorías de tipo censal (trabajadores, empre-sarios, universitarios, profesionales indepen-dientes, etc.) o aglutinados en organizaciones gremiales. Son más bien partes interesadas ad hoc o circunstanciales que se configuran en el curso de una lucha y exigen ser escuchados por patrones, autoridades públicas u otros destinata-rios sin tener credenciales o atribuciones forma-les para ser escuchados. Esto no es novedoso en el sentido estricto de la expresión. Hay muchos ejemplos de stakeholders situacionales: comités de huelga en empresas que carecen de sindicato, coordinadoras estudiantiles sin atributos forma-les para negociar con las autoridades universi-tarias, trabajadores migrantes y/o temporales que exigen un trato digno ante las autoridades y sus empleadores, etc. Estos stakeholders son diferentes de los que operan en la gobernanza tradicional: su identidad no es la de un sujeto ya reconocido sino la de subjetividades circunstan-

ciales debido a que son partes interesadas igual-mente circunstanciales.

La puesta en acto de la gobernanza mediante partes interesadas situacionales funciona en pa-ralelo con el modo convencional-institucional de la misma. Sus actores a menudo obtienen un reconocimiento tácito. Tal fue el caso de #Yo-Soy132, una insurgencia estudiantil y ciudadana que irrumpió en México en la coyuntura electo-ral de mayo a julio de 2012. No tenía un esta-tuto formal como organización o movimiento, no tenía líderes reconocidos y validados como tales, y ni siquiera tenía una dirección física de contacto puesto que se estructuró a través de las redes sociales usando cuentas de Twitter y pá-ginas de Facebook. Pero devino un interlocutor de las fuerzas políticas y un referente de la opi-nión pública nacional durante la coyuntura en la que actuó, a tal punto que, ante la negativa de los consorcios televisivos de auspiciar un deba-te entre candidatos presidenciales, #YoSoy132 convocó a los cuatro aspirantes a un debate organizado por ellos mismos. Tres candidatos aceptaron participar y el debate fue transmiti-do en vivo por internet. El cuarto contendiente, del Partido Revolucionario Institucional (PRI), no lo hizo por temor a quedar en ridículo ante los jóvenes, lo cual es un reconocimiento táci-to de la capacidad de movilización y disrupción que tuvo #YoSoy132 en ese momento. Algo similar se puede decir acerca de los colectivos ensamblados en torno a la desaparición de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa: las asociaciones ad hoc de padres, amigos y com-pañeros de los desaparecidos se convirtieron en interlocutores del gobierno, los medios de la co-municación, los partidos políticos y la opinión pública a pesar de carecer de un estatuto formal como entidades jurídicas o políticas.

La primera consecuencia de esto es que si bien la distinción entre política formal y política informal no desaparece, así como tampoco se confunden los interlocutores reconocidos y los interlocutores ad hoc, lo que sí ocurre es que las fronteras entre ellos se vuelven más difusas. La interlocución política no depende tanto del grado de institucionalidad de sus participantes (partidos, organizaciones de la sociedad civil,

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etc.) como de la capacidad que tiene un colec-tivo para capturar la imaginación de la gente y constituirse en un evento político. Por lo mis-mo, la gobernanza inicialmente definida como extensión del gobierno hacia la sociedad civil mediante stakeholders reconocidos se comple-menta con una variante situacional de la gober-nanza que rebasa el marco formal o estatutario pero sin suprimirlo.

Una segunda consecuencia es la mutación de la topografía política y social que plantea que los distintos actores tienen un lugar específico de aparición y funcionamiento. La gobernan-za formal o de primera generación asumía que los stakeholders son actores identificados y re-conocidos que tienen su lugar propio de apari-ción: el de los partidos es el sistema político, el de los movimientos y organizaciones socia-les es la sociedad civil. Esto vale también para los stakeholders del Libro blanco, que define a los stakeholders de la gobernanza como parte constitutiva de la sociedad civil organizada. La gobernanza situacional, en cambio, subvierte la idea misma de espacios definidos para cada ac-tor y pone en cuestión la existencia de fronteras claras entre sus respectivos ámbitos de opera-ción. Ella hace posible una representación no topográfica del espacio de las acciones de co-lectivos que buscan reconfigurar lo dado.

En términos más conceptuales, la gobernanza de segunda generación debilita la lógica de los espacios cerrados o circunscritos y le da más peso a los flujos transversales y a moldes que se reajustan continuamente. Deleuze (1995) ve en esto un tránsito de las sociedades disciplinarias a las de control. Estas últimas son metaestables, recombinantes y tienen moldes perpetuamente autodeformables. Teóricos de la multitud como Hardt, Negri y Virno lo conciben como el paso de una sociedad fordista a otra posfordista don-de la distinción entre tiempo de trabajo y de ocio se hace borrosa debido a la posibilidad de traba-jar desde la casa, el reentrenamiento regular de la fuerza de trabajo, etc. Manuel Castells (2012) lo describe como el tránsito de una arquitectura sedentaria a otra de redes. Veremos esto un poco más adelante.

Paul Baran y la comunicación distribuida

A continuación quiero proponer una imagen de pensamiento de la totalidad a partir de la conec-tividad viral que ha sido una de las característi-cas distintivas del ciclo de protestas iniciados en 2011 con la Primavera Árabe. Sería muy fácil (pero también miope e incorrecto) centrarla en el soporte tecnológico brindado por los teléfo-nos celulares inteligentes o el uso de Twitter y Facebook y otras plataformas de la Web 2.0 para generar conversaciones y comunidades virtuales. Todo esto es importante, pero sirve como soporte y no como matriz de un modo de conexión que puede funcionar con o sin el com-ponente tecnológico. Una manera de hacerlo es a partir del extraordinario artículo “On distribu-ted communications” publicado por el ingenie-ro estadounidense Paul Baran en 1964. Usaré la propuesta de Baran porque permite desarrollar

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Ríos, Liliana (2001). Dibujo

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el argumento acerca de la comunicación viral de manera más rápida y visual.

El artículo de Baran fue parte de un proyecto financiado por la Fuerza Aérea estadounidense y ejecutado por la Rand Corporation. La in-vestigación se enmarcaba en el enfrentamiento entre la OTAN y el Pacto de Varsovia durante la Guerra Fría. Los planificadores militares es-tadounidenses asumían que la primera parte de una tercera guerra mundial sería nuclear, y que generaría daños cuantiosos en vidas humanas y en la infraestructura civil y militar de ambos bandos. Pero también creían que luego vendría una fase de guerra convencional, y que quien lograra reagruparse mejor y más rápido tendría una ventaja comparativa sobre su adversario. La pregunta a la que debía responder Baran era: ¿qué modelo de comunicación militar sería ca-paz de sobrevivir un ataque nuclear para que los efectivos de la fuerza aérea libraran una guerra convencional? Baran propuso tres opciones que se pueden apreciar en las figuras que se presen-tan, todas ellas fueron sacadas de su documento de 1964. Los puntos sirven para indicar unida-des o estaciones militares (bases con bombar-deros, silos con misiles nucleares, aeropuertos con aviones intereceptores, etc.) y las líneas re-presentan la conexión o flujos de comunicación entre ellas.

La primera opción es la red centralizada que se asemeja a una rueda de bicicleta: en el cen-tro está la unidad de comando y control y en los extremos de los rayos de la rueda se ubican los nodos que representan los recursos milita-res. Un nodo se comunica con otro a través del centro de comunicación y coordinación. Es un sistema muy económico (un solo centro de dis-tribución de mensajes) pero relativamente inútil dado que si el centro recibe el impacto de un misil se pierde toda capacidad de recomponer una fuerza de combate.

La segunda opción, la red de comunicación des-centralizada, se asemeja a una serie de ruedas de bicicleta interconectadas entre sí. Es un siste-ma que incorpora la redundancia pues los men-sajes deben repetirse varias veces y pasar por diversas instancias antes de llegar a su destino.

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RED CENTRALIZADA

Enlace

Estación

RED DESCENTRALIZADA

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Esto lo hace más caro dado que hay más cen-tros de distribución de mensajes, pero también mejora las chances de que el sistema sobreviva.

La tercera opción es la red de comunicación dis-tribuida, donde los mensajes circulan sin pasar por un centro de distribución. Baran ilustra su funcionamiento mediante el juego infantil de la papa caliente: comienza cuando un niño la reci-be, la vuelve a lanzar hacia cualquier otro niño para no quemarse las manos y circula saltando de un niño a otro. Los mensajes en una red dis-tribuida circulan de manera parecida, yendo de un nodo a otro hasta encontrar a su destinata-rio. Hay un crecimiento exponencial de la re-dundancia de la señal a lo largo del peregrinaje digital de cada mensaje.

Esta red se va reconfigurando sin un centro de comando y control que funcione como una suerte de director de orquesta del conjunto; las bases que sobreviven un ataque enemigo sim-plemente comienzan a enlazarse entre sí para actuar de manera coordinada. La fisonomía de la red resultante es distinta de lo que era ini-cialmente pues incluye solo a los nodos que no fueron destruidos. Por eso se dice que una red de comunicación distribuida es recombinante: pasa por una cantidad indeterminada de recons-

trucciones y reconfiguraciones, lo cual hace que sea prácticamente indestructible. Para Deleuze y Guattari esta es una de las características de los sistemas asintomáticos que denominan rizo-

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Ríos, Liliana (1989). Caos, técnica mixta

RED DE COMUNICACIÓN DISTRIBUIDA

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ma. “Un rizoma puede ser roto, interrumpido en cualquier parte, pero siempre recomienza según esta o aquella de sus líneas, y según otras” (De-leuze y Guattari, 1988: 15). Ilustran esto con el ejemplo de un hormiguero: podemos destruirlo, pero si la reina se salva, se reconstruye en otra parte con las hormigas sobrevivientes.

Baran recargado: siete propuestas acerca de la comunicación distribuida

Lo que Baran nos ofrece con sus redes de co-municación distribuida es una manera diferen-te de pensar la totalidad o sistematicidad de un sistema. Ya no se trata de una totalidad expre-siva al estilo de Hegel, donde un centro único imprime su sello sobre la diversidad de fenó-menos del conjunto como lo haría, por ejemplo, el modo de producción en las interpretaciones más simplistas del pensamiento de Marx. Baran desquicia este tipo de modelo y nos ofrece algo análogo a un rizoma. Pero necesitamos hacerle algunos ajustes a su esquema para hacer el sal-to de las comunicaciones militares a la política. Más específicamente, propongo seis ajustes que menciono brevemente a continuación.

1. Todo diagrama es asimétrico

Baran representa cada nodo con puntos del mis-mo tamaño. Esta simplificación probablemente

sea por motivos didácticos y no porque creyese que los nodos de una red son idénticos entre sí. En la práctica, las unidades militares de la pro-puesta de Baran difieren en lo que respecta a su armamento, tecnología, equipos de comunica-ción, infraestructura, entrenamiento de sus efec-tivos, funciones, capacidad logística y a tantas otras cosas. Los sistemas distribuidos generan diagramas recombinantes, pero también asimé-tricos. Esta asimetría, que se remite a un más y a un menos de fuerza, capacidad o eficacia, no es un atributo intrínseco de los nodos sino que se debe entender como valor relativo en función a los objetivos de quienes se desenvuelven en la red o diagrama.

2. Los diagramas son metaestables

La palabra “metaestable” se refiere a un sistema que pasa por varios estados de equilibrio, que tiene un equilibrio débilmente estable a lo lar-go del tiempo o que cambia continuamente de estado de manera tan imperceptible que para un observador parece que fuera estable. Deleuze (1995) describe a las sociedades de control (que son básicamente sociedades red) como metaes-tables porque les interesa menos los moldes rí-gidos que los modos de control basados en una geometría variable de modulación, una suerte de moldes autodeformables que cambian de un momento a otro. Nuestro diagrama de nodos asimétrico es recombinante y ese proceso de recombinación continua le imprime un carácter metaestable al conjunto.

De hecho, debemos hacer más extensivo este término y considerar a la metaestabilidad como rasgo definicional de todo sistema y no solo de las sociedades de control. Esto se debe a algo más o menos elemental. Solemos definir a la so-ciedad como un sistema de normas, prácticas, rutinas y agentes cuya conducta está marca-da por esas normas, prácticas, etc. Esta es una descripción correcta, pero también incompleta. Basta con mirar a nuestro alrededor o leer la prensa para darnos cuenta de que lo que llama-mos sociedad es una interacción a veces alegre y despreocupada entre ciudadanos que cumplen

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las leyes y gozan de la sociabilidad y en otras ocasiones también es una interacción conflictiva entre tráfico vehicular y peatonal, intercambios comerciales, ofertas de servicios no siempre de-seados, marchas, conversaciones, gritos, discu-siones, gente que se las ingenia para observar las normas de manera selectiva cruzando la ca-lle con luz roja, evadiendo el pago de impuestos o comprando mercadería robada o que no pagan derechos de autor, y tantas cosas más. Tal vez por eso Alain Touraine (1986) habló de la inútil idea de la sociedad y propuso definirla a partir de las relaciones entre actores. Según Tourai-ne, de ahora en más debemos ver a la sociedad como un acontecimiento, como mezcla cam-biante de negociación y conflicto, de normas parcialmente institucionalizadas y esfuerzos no siempre exitosos por gobernar el entorno.

Esta descripción de la sociedad parece inspirar-se en la cosmogonía griega, que concibe al caos como el origen de todas las formas, o tal vez en la visión del mundo de Nietzsche, como un magma de fuerza en continua transformación. El caso es que si la sociedad es un sistema, solo puede serlo en el sentido de uno de tipo metaes-table: debemos ver a la sociedad como un dia-grama o conjunto resultante de las interacciones entre los nodos, lo cual significa que cualquier sistema-red está condenado a una condición de equilibrio inestable, es decir, que todo sistema es por definición metaestable. Lo mismo vale para lo que ocurre al interior de cada uno de los nodos de un sistema-red.

3. El contorno de los diagramas es borroso

Mencioné que las líneas que conectan los nodos de una red distribuida solo indican la conexión o comunicación entre ellos. Sirven para visua-lizar el diagrama compuesto por los nodos y sus relaciones, y para marcar el contorno de la red. Pero podemos suprimir esas líneas; ellas son solo prótesis visuales. En términos operati-vos nada cambia si eliminamos esas líneas del contorno pues el flujo de comunicación entre los nodos del perímetro no se interrumpe; lo único que desaparece es la huella visual de esa comunicación.

Esto se debe a que los sistemas red no tienen ni necesitan una Gran Muralla China que indique de manera clara y distinta cuál es el sistema y cuál es su entorno, dónde está el adentro y dón-de el afuera. El sistema funciona perfectamente

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Ríos, Liliana (1989). La vieja, técnica mixta

Esta descripción de la sociedad parece inspirarse en la cosmogonía griega, que concibe al caos como el origen de todas las formas, o tal vez en la visión del mundo de Nietzsche, como un magma de fuerza en continua transformación.

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bien a pesar de la permeabilidad o porosidad de sus fronteras. Es como cuando el capitán de la aeronave anuncia a los pasajeros que están cru-zando la línea del Ecuador o que el avión ha dejado el espacio aéreo estadounidense para in-gresar en el mexicano. No hay líneas visibles que marquen la mitad del mundo o que identifi-quen las fronteras entre los países de un sistema interestatal. Los pasajeros podrán mirar por la ventanilla pero todo lo que van a lograr percibir es una topografía desprovista de marcas sobre el terreno. Aún así saben que hay una frontera sumamente controlada entre Estados Unidos y México y algo llamado “línea del Ecuador” que

no existe como una línea trazada sobre el terri-

torio de ese país sino solo como

una ubicación geoespacial. De igual manera, la d i fe renc ia de color que los ma-

pas colocan sobre la geo-

grafía de ambos países es solo un

soporte visual con un propósito didáctico. Pode-

mos, pues, prescindir de la prótesis gráfica pro-porcionada por las líneas entre los puntos/nodos del perímetro de un diagrama.

Lo mismo se puede decir de las representacio-nes topológicas del espacio. Tienen una función didáctica en la medida en que ayudan a transmi-tir ideas complejas de manera sencilla, pero lo hacen a costa de generar una representación es-tática de una estructura. Por ejemplo, la división tripartita de Estado, sistema político y sociedad civil. El Estado arriba afirma su primacía sobre los demás segmentos, la sociedad civil abajo su-giere una posición subordinada en el conjunto mientras que el sistema político en el medio sir-ve para indicar una mediación o conexión entre los otros dos. Pero no hay lugares claramente delimitados para estos ámbitos. Además, en las redes no hay arriba o abajo, y tampoco hay cla-ridad acerca de dónde está la frontera entre uno y otro nodo. En un golpe de Estado nadie toma un autobús y pide que lo lleve a las barricadas pues la división entre los bandos combatientes nunca es tan clara como para configurarse como piezas en un tablero de ajedrez. Expresiones como “las alturas del poder” o la “clase baja” son igualmente problemáticas. Nos remiten a una espacialidad estática y a una jerarquía a priori. La comunicación distribuida ofrece una opción para pensar el espacio de otra manera.

4. Las líneas conectoras de un diagrama o siste-ma red son prótesis visuales

Borrar las líneas conectoras entre los nodos del perímetro de la imagen de la comunicación dis-tribuida de Baran es solo un paso. El siguiente es borrar también a todas las demás, con lo cual, visualmente, solo queda un conjunto de puntos o nodos que representan bases militares, o si queremos ser más precisos, una heterogeneidad de grupos, prácticas de resistencia, modos de gobernar, etc. Lo que ya no vemos es la gráfica de las conexiones entre nodos. A primera vista da la impresión de que desaparece el sistema, pero no es así. Como en el ejemplo del vuelo en relación con las fronteras nacionales, los pasa-jeros no pueden diferenciar a los países como lo harían al mirar un mapa —por sus colores, por los nombres impresos sobre su representación, o por líneas que indican la ubicación de las fron-teras—. Ven un espacio diferenciado solo por la orografía del terreno. Pero la ausencia de colo-

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res, etiquetas o líneas fronterizas no impide hablar de un sistema interestatal cons-truido sobre la base de una par-tición del mundo en espacios na-cionales diferen-ciados. Las líneas conectoras de las redes son una prótesis visual, no lo que define la sistematicidad en cuanto tal.

5. La identidad de un diagrama es como la de una bandada de pájaros

El asunto es ver entonces cómo entendemos la sistematicidad de un diagrama. A diferencia de lo que proponía Locke, quien se refería a la comunidad política como el “body politick” o cuerpo político, en los sistemas red el cuerpo no puede funcionar como metáfora de la so-ciedad. La portada del Leviatán representaba al soberano como un hombre gigantesco com-puesto por una enorme cantidad de hombreci-tos, sus súbditos. La democracia rompe con la idea del cuerpo del soberano como metáfora de la unidad de la sociedad; la comunicación dis-tribuida le da un golpe adicional al volverla un arcaísmo irrelevante.

Un ejemplo de ello es esta imagen con siluetas de personas: ¿representa a un grupo de amigos o a una colección de individuos? ¿Qué es lo que hace que sean un sistema y no otra cosa? La res-puesta que propongo es que la sistematicidad o identidad del conjunto de nodos de una red asimétrica, metaestable y recombinante se debe entender como el estado del juego de relacio-nes o conexiones entre nodos en un momento dado. “Totalidad” es una palabra que describe lo que los nodos hacen juntos. La metáfora que propone Francisco Basterra (2010) es apta para esto. Habla de “bandadas de pájaros individua-les, sin conexiones políticas convencionales,

que sólo pueden identificarse por lo que hacen juntos”. En estas bandadas hay coordinación y acción mancomunada en una coreografía infini-tamente recombinante sin necesidad de tener un punto de comando central dirigiendo a cada una de las partes.

Wikipedia es un ejemplo de este tipo de coo-peración. Es una enciclopedia en línea, pero también funciona como lo que Michael Hardt y Antonio Negri denominan, siguiendo a Marx, una puesta en acto del intelecto general que, para estos autores, es el principio de unidad del sujeto colectivo que denominan multitud. En Wikipedia este intelecto se refiere a una inteligencia colectiva resultante del trabajo de miles de colaboradores anónimos que constru-yen cotidianamente la base de información más ambiciosa y consultada del planeta. Lo hacen sin tener a alguien encargado de seleccionar a los participantes, coordinar sus tareas, evaluar su desempeño, castigar a los menos eficientes o premiar a los más productivos. No es que los artículos surjan de manera espontánea sino que el modelo de trabajo de Wikipedia permite la cooperación sin necesidad de contar con una instancia superior de toma de decisiones como lo es, por ejemplo, el comité editorial de los pro-yectos más convencionales. Otro ejemplo de in-teligencia colectiva al estilo de Wikipedia es la ocupación de plazas públicas por parte de los in-dignados españoles en 2011, primero en Madrid (15M) y luego en otras ciudades. Las ocupacio-nes generaron comunidades urbanas autoges-tionadas sin jerarquías, sin líderes y donde los roles de los participantes rotaba regularmente. Esto nos indica que hay formas de colaboración

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que producen resultados —como una enciclope-dia o la ocupación del espacio público por parte de manifestantes— a pesar de no tener un centro de comando y control o un director de orquesta coordinando a los ejecutantes.

La bandada de pájaros es, pues, una imagen visual de una totalidad de tipo distribuida, que corresponde a su vez a un rizoma, esto es, la noción de totalidad excéntrica y recombinante propuesta por Deleuze y Guattari. Pero, como toda metáfora, esta facilita la expresión de una idea a costa de una reducción de complejidad que deja de lado cosas que deben contemplarse más tarde. Por ejemplo, en una bandada de pája-ros no vemos el elemento de negatividad propio de las oposiciones entre colectivos antagónicos, tampoco las discrepancias y disidencias entre participantes, el uso de estrategias de persuasión para convencer a los indecisos, el intercambio clientelar de favores por votos o lealtad, las cri-sis resultantes de la ruptura de acuerdos vincu-lantes, y el largo etcétera de experiencias con-flictivas que pueblan la vida de los colectivos. La imagen de la bandada sirve como prótesis visual, no como sucedáneo de la politicidad de un diagrama.

6. Un diagrama tiene profundidad

Las ilustraciones proporcionadas por Baran re-presentan a las redes distribuidas en un espacio bidimensional. Puede que esto se haya debido a que Baran quiso hacer una presentación muy es-quemática de su modelo. Esto es útil para fines didácticos, pero también genera algunos proble-mas debido a que hace perder de vista las suti-lezas de la comunicación distribuida. Por ejem-

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plo, una representación bidimensional lleva a la impresión errónea de que los observadores, o al menos algunos de ellos, son como jugado-res de damas que miran el tablero y abarcan la totalidad del conjunto de nodos. Eso es a todas luces improbable. Los observadores están siem-pre situados; miran al mundo desde un lugar y un ángulo específico, por lo que el resultado de la observación no puede referirse a la totalidad en un sentido genérico sino a una perspectiva siempre parcial del conjunto.

Marx fue un gran impulsor del perspectivismo en la medida en que la visión del mundo que tienen los agentes está determinada por el lugar que ocupan en el modo de producción de la vida material. Así, las visiones del mundo vivido serán distintas dependiendo de si se lo observa desde el lugar de los patrones que poseen recur-sos económicos o desde la óptica de la miseria de los trabajadores que sobreviven. Lo mismo dice Nietzsche acerca de la voluntad de poder en el conocimiento, o Michel Foucault cuando discute a Nietzsche y describe el conocimiento como algo perspectivo. Para Nietzsche el pers-pectivismo, que supone por lo menos dos pers-pectivas, hace que todo conocimiento sea polé-mico. En comentarios acerca de esto, Foucault resalta el doble carácter del conocimiento como perspectivo y polémico. Dice: “el conocimiento es siempre una cierta relación estratégica en la que el hombre está situado. Es precisamente esa relación estratégica la que definirá el efecto del conocimiento y, por esta razón, sería totalmente contradictorio imaginar un conocimiento que no fuese en su naturaleza obligatoriamente parcial, oblicuo, perspectivo” (Foucault, 1980: 12-33).

Podríamos ponerlo de manera menos cargada a la historia de las ideas e imaginarnos lo que ve un viajero espacial. Arriba o abajo no tienen mayor sentido para él. La observación depende de hacia dónde mire a medida que se desplaza: los objetos ubicados en otra dirección necesa-riamente caen fuera de su campo de visión. Por eso necesitamos introducir en el esquema de Ba-ran una tercera dimensión, la profundidad, para dar cuenta de que la observación de un sistema red se hace desde un ángulo específico: quienes

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actúan en sistemas red deben renunciar a toda pretensión de omnisciencia.

7. El diagrama se desmarca de las representa-ciones topográficas de la sociedad

La versión modificada del esquema de comuni-cación distribuida de Baran se caracteriza por la asimetría en el peso y la efectividad de cada nodo, por la naturaleza metaestable del conjun-to, la profundidad o tridimensionalidad de la red o diagrama y por la identidad basada en la rela-ción entre nodos que se coordinan sin un direc-tor de orquesta. Esta manera de concebir a los sistemas de conexión y acción mancomunada demuestra los límites de representaciones topo-gráficas de la sociedad en términos de un mode-lo base-superestructura y las visiones jacobinas al cambio como refundación radical del orden.

En un diagrama, el colapso de uno o más nodos no implica el colapso del sistema sino su recon-

figuración con los nodos existentes. Como men-cioné en el ejemplo de la colonia de hormigas, el diagrama de nodos es recombinante: en él, toda transformación está condenada a embar-carse en interminables guerras de interpretacio-nes y a tejer y destejer regiones del diagrama sin posibilidad alguna de encontrar el camino para deshacer definitivamente las bases de un orden que carece de un plano fundante.

Tres conclusiones

Quiero terminar con tres observaciones sobre la comunicación distribuida o política viral. La primera de ellas es que si concebimos el cam-bio de época no como una ruptura al estilo ja-cobino-leninista sino como un devenir otro de la política debemos aceptar que el escenario que nos tocó vivir es el de la complejidad. Es decir, hay ruptura con residuos resistentes. En esto la

Ríos, Liliana (1990). Litografía

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política viral resulta ser parecida pero distinta de la noción de multitud de Hardt y Negri. La diferencia de fondo es que en vez de proponer un éxodo del Estado y la representación, acep-ta el modo de acción basado en el conjunto de singularidades que compone a la multitud pero sin excluir formas estatales de política, desde la de los partidos a las de los movimientos y los grupos de interés organizados.

Esto es consistente con lo que proponen Deleu-ze y Guattari, pues en vez del maniqueísmo de lo uno o lo otro (multitud o representación, Es-tado o multitud, árbol o rizoma) la conectividad viral reivindica la coexistencia de modos de ser, de hacer y de ver. Siempre hay mélange o mez-cla. Cito:

[N]o hay dualismo, ni dualismo ontológico aquí y allá, ni dualismo axiológico de lo bueno y de lo malo, ni tampoco mezcla o síntesis americana. En los rizomas hay nudos de arborescencia, y en las raíces brotes rizomáticos. Es más, hay forma-ciones despóticas, de inmanencia y de canaliza-ción, específicas de los rizomas. En el sistema transcendente de los árboles hay deformaciones anárquicas, raíces aéreas y tallos subterráneos. (Deleuze y Guattari, 1988: 24)

La figura siguiente busca describir esta comple-jidad y mezcla de formatos: los puntos negros corresponden a nodos de tipo red mientras que los cuadrados rojos ilustran formas más tradi-cionales de organización de colectivos. Así, en el escenario de la complejidad de los sistemas

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distribuidos, al lado del posfordismo sobreviven con gran fuerza la línea de montaje junto con la explotación brutal de la maquila y de las empre-sas que promueven el trabajo infantil y supri-men intentos de sindicalización. Las conexiones virales cohabitan con estructuras centralizadas con líderes y cadena de mando verticalista. La crítica de la representación y la experimenta-ción política con asambleas al estilo de Occupy Wall Street o el 15M coexiste con la representa-ción de los partidos, el anhelo de soberanía es-tatal y el verticalismo en el proceso de toma de decisiones vinculantes.

La segunda de estas observaciones es que las redes tienen un reverso. No me refiero solo a las redes sociales que operan con el soporte físico de teléfonos celulares y ordenadores conectados a internet. La comunicación distribuida ocurre también en el plano puramente físico de épo-cas previas a la Web 2.0. Es más bien que los sistemas red parecen ser mejores para organi-zar resistencias que para hacer cumplir la ley, castigar a los infractores, recolectar impuestos, implementar políticas de redistribución del in-greso y tantas otras actividades que asociamos con la práctica de gobernar en el sentido amplio de la palabra. También está el problema de la continuidad de acciones a lo largo del tiempo. De momento, parece difícil evaluar la gestión de gobierno o pedir rendición de cuentas con es-tructuras ad hoc sin cadenas de mando definidas y estructuras más durables que coordinen recur-

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sos y el esfuerzo de distinto tipo de gente. Pero esto no invalida la fuerza generativa de la comu-nicación distribuida. Por un lado porque, como vimos con Deleuze y Guattari, hay una coexis-tencia de rizomas y estructuras arborescentes. Por otro lado, las estructuras de partidos y orga-nizaciones sociales pueden ser necesarias, pero no las tienen todas consigo. Recordemos que la experimentación con formas conectividad viral surgió precisamente por las falencias de estos modos de coordinación de la modernidad.

Las redes tienen otro reverso en la medida en que tienden a generar burbujas en las que coha-bitan individuos y colectivos que tienen gustos y opiniones similares. Los algoritmos de Twitter, Facebook y otras plataformas tienden a conectar a gente que ya tiene cosas en común. Esto puede llevar al endurecimiento de visiones del mundo, a tal punto de generar una mentalidad paranoica entre los integrantes de comunidades digitales. Un ejemplo de esto en los Estados Unidos es el ecosistema de quienes votan por el partido republicano, obtienen su información de Fox, Breitbart News y sus amigos en redes sociales, y que ven el fantasma del socialismo en cual-quier expansión del gasto público para mejorar las condiciones de vida de los perdedores del mercado. La sofisticada operación de minería de datos realizada por la empresa Cambridge

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Analytica a favor de la opción de salida del Rei-no Unido de la Unión Europea en el referéndum sobre el Brexit y en la campaña electoral de Do-nald Trump en 2016 son recordatorios del lado más oscuro de las burbujas en las redes sociales.

La tercera y última observación reivindica un lado más positivo de la comunicación distribui-da y los soportes digitales que contribuyeron al extraordinario crecimiento de los sistemas red en la última década. Me refiero a que las redes facilitan la comunicación, el acceso barato a la esfera pública y la formación de comunidades de acción con una rapidez que sería inimagi-nable si se hiciera solo a través de modelos centralizados y verticales. Y a diferencia de los partidos y las organizaciones sociales más tra-dicionales, las redes y sus nodos se adaptan con más facilidad y con mayor velocidad al cambio. Por último, la intersección entre espacio físico y espacios virtuales ha dado origen a una nue-va posición de sujeto de la política, el de los espectactores, un lugar de enunciación donde la distinción entre actores y espectadores (o en un caso límite, voyeurs) es indecidible. Tal es el caso de quienes se suman a campañas de Avaaz o change.org, que no expone a los firmantes a los riesgos de una acción de protesta en las ca-lles pero es algo más que la mera expresión de una opinión ante amigos.

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Jhamil Francia Chuquimia

Nació en La Paz, Bolivia, en el año 1998. Es fotógrafo amateur y diseñador gráfico. Actualmente cursa la Carrrera de Fisioterapia y Kinesiología en la UMSA.

Artistas invitados

Miguel Foronda Calle

Nació en Oruro, Bolivia. Abogado de profesión y aficionado a la fotografía desde temprana edad. Actualmente, realiza consultorías en áreas de descentralización y gestión pública, combinando estas actividades con la fotografía. En los últimos años ha realizado exposiciones individuales y colectivas en los departamentos de Oruro y La Paz.

Liliana Ríos Vargas M.

Nació en La Plata, Argentina, en el año 1965. Estudió Diseño en Comunicación Visual y el Profesorado de Artes Plásticas en la UNLP, Argentina. Trabaja como diseñadora, ilustradora y editora para diversas instituciones.

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www.bo.undp.org