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Actas XIV Congreso AIH (Vol. I). Ana VALENCIANO LÓPEZ DE ANDÚJAR. Praxis de la experiencia... - Praxis de la experiencia encuestadora: el romancero Ana Valenciano López de Andújar UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID LA PRÁCTICA DE LA investigación de campo dirigida a la búsqueda de materiales para el estudio de los géneros de transmisión oral que todavía sobreviven en las llamadas culturas tradicionales o populares, más o menos marginales respecto a las culturas urbanas, constituye un punto de encuentro en el que confluyen los intereses de especialistas en muy distintas disciplinas. En consecuencia, esos intereses han diferido ostensiblemente en función de los objetivos perseguidos por cada colector o equipo de colectores condicionados, en cada caso, por su adscripción a diversas disciplinas como la Etnografía, la Antropología, el Folklore, la Literatura, etc. Así han surgido inevitables discrepancias respecto a la aplicación de una determinada metodología y a la pertinencia de consignar más o menos datos adicionales que ilustren la recolección de los textos de los diferentes géneros de transmisión oral que, en su conjunto, son todavía un elemento esencial de las citadas culturas. No se trata, desde luego, de negar la integración de los romances, de los poemas narrativos cantados o recitados, en el conjunto de las tradiciones que caracterizan el acervo cultural de una determinada comunidad; tampoco de rechazar la pertinencia de contextualizar su forma de pervivencia oral junto al resto de las manifestaciones artísticas de una colectividad concreta. Pero, salvo en ocasiones muy excepcionales, la experiencia encuestadora permite afirmar que el contexto en que ahora se actualizan oralmente los romances tradicionales (evidentemente trastocado por los cambios socioculturales acaecidos en los últimos años), y las circunstancias que puedan rodear ese acto de exteriorización de saber tradicional no alteran, sustancialmente, el texto poético aprendido tiempo atrás y almacenado en la memoria del correspondiente emisor. Por esta razón, y en el campo de la Filología, o más concretamente en el campo de los estudios literarios, se ha asumido la conveniencia de aplicar una determinada metodología, obviamente selectiva, a la búsqueda y recolección de los romances tradicionales; metodología que sabemos revitaliza la continuidad de la transmisión romancística en su ámbito natural de conservación y no impide su investigación in situ desde otras perspectivas. La historia de la recolección de los romances de tradición oral nos remonta, necesariamente, a los testimonios del llamado Romancero «viejo», cuando ciertos textos memorizados por los antiguos informantes pasaron, mediante su expresión oralizada, a los manuscritos, pliegos sueltos y romancerillos de los siglos XV a XVII. Informantes 433 -11- Centro Virtual Cervantes

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Praxis de la experiencia encuestadora: el romancero

Ana Valenciano López de Andújar UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID

LA PRÁCTICA DE LA investigación de campo dirigida a la búsqueda de materiales para el estudio de los géneros de transmisión oral que todavía sobreviven en las llamadas culturas tradicionales o populares, más o menos marginales respecto a las culturas urbanas, constituye un punto de encuentro en el que confluyen los intereses de especialistas en muy distintas disciplinas. En consecuencia, esos intereses han diferido ostensiblemente en función de los objetivos perseguidos por cada colector o equipo de colectores condicionados, en cada caso, por su adscripción a diversas disciplinas como la Etnografía, la Antropología, el Folklore, la Literatura, etc. Así han surgido inevitables discrepancias respecto a la aplicación de una determinada metodología y a la pertinencia de consignar más o menos datos adicionales que ilustren la recolección de los textos de los diferentes géneros de transmisión oral que, en su conjunto, son todavía un elemento esencial de las citadas culturas.

No se trata, desde luego, de negar la integración de los romances, de los poemas narrativos cantados o recitados, en el conjunto de las tradiciones que caracterizan el acervo cultural de una determinada comunidad; tampoco de rechazar la pertinencia de contextualizar su forma de pervivencia oral junto al resto de las manifestaciones artísticas de una colectividad concreta. Pero, salvo en ocasiones muy excepcionales, la experiencia encuestadora permite afirmar que el contexto en que ahora se actualizan oralmente los romances tradicionales (evidentemente trastocado por los cambios socioculturales acaecidos en los últimos años), y las circunstancias que puedan rodear ese acto de exteriorización de saber tradicional no alteran, sustancialmente, el texto poético aprendido tiempo atrás y almacenado en la memoria del correspondiente emisor. Por esta razón, y en el campo de la Filología, o más concretamente en el campo de los estudios literarios, se ha asumido la conveniencia de aplicar una determinada metodología, obviamente selectiva, a la búsqueda y recolección de los romances tradicionales; metodología que sabemos revitaliza la continuidad de la transmisión romancística en su ámbito natural de conservación y no impide su investigación in situ desde otras perspectivas.

La historia de la recolección de los romances de tradición oral nos remonta, necesariamente, a los testimonios del llamado Romancero «viejo», cuando ciertos textos memorizados por los antiguos informantes pasaron, mediante su expresión oralizada, a los manuscritos, pliegos sueltos y romancerillos de los siglos XV a XVII. Informantes

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anónimos, como los aludidos por el editor Martín N ucio en su Cancionero de romances de mediados del siglo XVI, cuando se refería «a la flaqueza de la memoria de algunos que me los dictaron», nutrieron con poemas las antiguas ediciones hasta que, bien entrado el siglo XVII, y decaído el éxito comercial que había favorecido su divulgación impresa, aquellos romances dejaron de publicarse.

Salvo en el caso de la tradición sefardí, el disfrute del Romancero transmitido oralmente fue asumido desde entonces por las sociedades rurales, por comunidades iletradas en su mayoría, hasta que los eruditos del período romántico comenzaron a recoger los primeros testimonios de la pervivencia secular de los «viejos» poemas conservados en la memoria colectiva, no todos atestiguados por escrito en el período antiguo. De ese modo se inauguraba la renovada etapa del Romancero de la tradición oral moderna que, aunque olvidadiza en cuanto a ciertas narraciones documentadas antaño, mantuvo y sigue manteniendo recuerdo de diversos romances de vieja raigambre, al tiempo que ha ido dando acogida a nuevos relatos poéticos adaptándolos, paulatinamente, al estilo «literario» que caracteriza a la balada hispánica o romance tradicional.

Los primeros investigadores de la renovada balada hispánica se vieron gratamente sorprendidos por la abundancia y por la variedad de los repertorios de la rejuvenecida tradición y se aplicaron a la tarea de recoger, directa o indirectamente, las numerosas versiones recabadas de los portadores de folklore entrevistados para ese fin. Y, casi de inmediato, los corpora de textos romancísticos, más o menos retocados por los editores, comenzaron a darse a conocer en diversas publicaciones en un ininterrumpido proceso que, con desigual intensidad, ha continuado vigente hasta el día de hoy. Pero, tanto en el inicio de la recolección moderna como en el presente, y ya se trate de romances documentados en áreas castellanas, en áreas catalanas, en áreas portuguesas o gallegas, o en zonas de asentamiento de población exiliada o emigrante, los materiales romancísticos que ya se encuentran a disposición de los eruditos iniciaron el proceso de su textualización, de su literalización si se quiere, en un acto de manifestación del saber de alguno de los legítimos depositarios del legado tradicional. Ese momento en que se actualizan oralmente los relatos poéticos que han ido pasando, en sus diversas manifestaciones o versiones, a manos de los investigadores es, sin lugar a duda, un momento crucial a tener en cuenta en los estudios del Romancero de transmisión oral y, por la misma razón, en el conjunto de los estudios de los géneros literarios inmersos en la oralidad.

El investigador de campo que pretenda recoger con fidelidad los textos poéticos almacenados en la memoria de los hipotéticos informantes requiere de unos conocimien-tos y de unas técnicas específicas cuya aplicación debe perseguir; sobre todo, la rememoración cabal, verso a verso, de los relatos previamente aprehendidos. A mayor y mejor dominio de los repertorios de temas y versiones del género investigado, más posibilidades de conseguir mayor y mejor fruto en la tarea encuestadora y, a mayor respeto ante el saber del transmisor, tacto, pericia y experiencia del encuestador, menos riesgo de desfigurar con intervenciones inoportunas el texto poético celosamente guardado en el archivo memorial del correspondiente informante y generosamente ofrecido al estudioso foráneo en el curso de la entrevista. Estas son, sintéticamente, y, a mi modo de ver, las principales reglas para llevar a cabo la recolección de los

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romances tradicionales en el campo de los estudios literarios. Obviamente, la preparación de una encuesta, el acceso a los informantes y la consecución de las versiones romancísticas precisa de un determinado utillaje, de una determinada metodología ya delineada en otras ocasiones y, por regla general, adaptada a los intereses científicos de los sucesivos investigadores de campo1

Es indudable que el acto de recolección condiciona el carácter del texto que en el futuro podremos manejar, porque la vinculación de las «versiones» o documentos obtenidos con el modo de realizar el acto encuestador se da, tanto en la época en que el documento necesitaba, desde un principio, una apoyatura escrita, como en la época en que contamos con la inestimable «colaboración» de las grabadoras magnéticas para recoger la voz de los informantes. En una y otra época los textos romancísticos documentados han sido, por regla general, «procurados» por los investigadores, no oídos en un acto espontáneo de exhibición. Ello es debido a que el Romancero, dentro de los géneros que se conservan en la memoria colectiva, ocupa un estrato profundo solo actualizado en momentos distantes entre sí y, casi siempre, en actos «privados» de realización o transmisión, no en exhibiciones de carácter público.

El Romancero tradicional cuenta ya con numerosos y esclarecedores estudios; sin embargo, son escasas las aportaciones que nos suministren datos derivados de la experiencia de encuesta referidos a ciertas técnicas que parecen regir en la transmisión del género, experiencia que nos ofrece la posibilidad de escuchar «en vivo y en directo» la emisión de los romances que, por regla general, conocemos de antemano a través de la lectura. Pero, el investigador de campo que se muestre atento al momento de la actualización oral de los relatos, una y otra vez, en el transcurso de las sucesivas entrevistas, podrá recabar información que, sin duda, complementará la proporcionada por los estudios de carácter comparativo que siempre tienen la ventaja de permitir analizar, simultáneamente, las versiones representativas de uno o de varios temas recogidas en tiempos y espacios diversos. Esa visión complementaria es la que nos ofrece Diego Catalán en un trabajo elaborado en los años ochenta pero revisado y reeditado recientemente2

, a cincuenta años de distancia de la publicación de su estudio sobre Geografía folklórica donde, erróneamente, afirmaba que el cantor no pretende repetir exactamente el romance aprendido sino que «deja en libertad a su inventiva y lo modifica a su antojo»3

1 La metodología utilizada en las encuestas colectivas de campo organizadas por los investigadores del Instituto Universitario «Seminario Menéndez Pida!» ha sido descrita en detalle por Ana Valenciano, «Survival of the Traditional Romancero: Field Expeditions», Hispanic Balladry Today, ed. R. H. Webber, Oral Tradition, vol. 2, núms. 2-3, Columbus, Ohio: Slavica Publishers Inc.,1987, pp. 424 - 450. (Reed. Albert Lord Studies in Oral Tradition, New York-London: Garland Publishing Inc. 1989, pp. 26 - 52)

2 Diego Catalán, «La experiencia del acto recolector y la comparación intertextual en los estudios del Romancero (1983)», Arte poética del romancero oral, Parte 1 ~ Los textos abiertos de creación colectiva, México - España: Siglo Veintiuno Editores, 1997, pp. 197 - 212.

3 Diego Catalán y Álvaro Galmés de Fuentes, «La vida de un romance en el espacio y en el tiempo», Ramón Menéndez Pida!, Álvaro Galmés y Diego Catalán, Cómo vive un romance. Dos ensayos de tradicionalidad, Revista de Filología española, Anejo LX, Madrid: CSIC, 1954,

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Los cantores no crean, no innovan en el acto de exteriorizar su «saber»-rectifica el mismo estudioso en su trabajo más reciente-cuando cantan o recitan un romance, intentan recordar, con la máxima exactitud posible, el poema atesorado en su memoria y, si su capacidad de recuerdo se lo permite, reproducirlo tal cual <es> 4 •

Es cierto, como asimismo afirma Catalán, que la investigación de campo no nos informa de cómo la tradición permite en esa creación la innovación, la variante realmente tradicional, puesto que ello ocurre en la etapa de adquisición del texto y no durante el desarrollo de la entrevista, cuando el portador de folklore pretende mostrarse correcto y fiel depositario del mismo debido a su respeto al saber recibido por herencia. Pero, asumiendo, desde luego, el carácter de poesía colectiva del Romancero Tradicional, se trata en esta ocasión de reflexionar sobre el papel del informante, de los informantes que componen la cadena de transmisión tradicional, presentando algunos datos derivados de mi experiencia en la investigación de campo encaminada a la recogida de romances tradicionales cuyo inicio nos remonta al verano del año 19775• Me refiero a reconsiderar la trascendencia de ciertas normas o criterios observados en el comportamiento de los legítimos transmisores del Romancero que puedan complementar o confirmar los resultados de los estudios comparativos.

Como se ha señalado ya en numerosas ocasiones, el informante del Romancero no es un recitador o cantor profesionalizado ni responde, necesariamente, a un determinado tipo sea cual sea su actividad, pues está comprobado que cualquier miembro de una comunidad puede conocer versiones muy semejantes a las de su convecino. Y no voy a considerar aquí a los emisores de «fragmentos» que no recuerdan ya, o nunca supieron bien, un texto. Esos informantes no son «transmisores» del romance, y lo que es más significativo, no pretenden serlo. De no importunarles, nunca se prestarían a decir algo que son conscientes de no saber bien. La presencia de esos «fragmentos» en la documentación del Romancero se debe a una metodología encuestadora y a unos intereses «científicos» concretos que han exigido no desperdiciar dato alguno, pero producen falsas impresiones acerca de cómo viven los romances en la tradición.

Aunque, como he dicho anteriormente, el ámbito social o folklórico no modifique, en principio, la muestra que se recoge, sí puede dificultar la recolección de determinados

p. 277. 4 Ob. cit. nota 2, p. 199. 5 En ese verano de 1977, los investigadores del Instituto Universitario «Seminario

Menéndez-Pidal», entonces dirigido por Diego Catalán, iniciamos una serie de encuestas colectivas de campo de unos ocho días de duración, que se realizaron, prioritariamente, en la mitad Norte de España entre los años 1977 y 1985. En la década de los noventa, se llevaron a cabo otras tres investigaciones de campo en Cantabria, en La Raya de Portugal y Extremadura, y en la provincia de Soria. Finalmente, y ya en la nueva etapa del Instituto, dirigido actualmente por Jesús de Bustos Tovar, hemos llevado a la práctica una encuesta desarrollada en las comarcas del Sudoeste de la provincia de Zamora entre los días 25 y 29 de junio en la que han participado diez alumnos de doctorado de la Universidad Complutense de Madrid y siete profesores procedentes de diversas universidades.

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romances. Por ello, no suele ser recomendable, al menos en las áreas rurales españolas, el utilizar como intermediarias a personas destacadas socialmente, pues la presencia del cura o del maestro del lugar puede provocar la autocensura de los informantes y neutralizar la emisión de los textos pertenecientes a algunos repertorios. Así ocurre con los romances jocosos que transgreden escandalosamente las normas morales estableci-das y, a menudo, ponen en entredicho la honestidad de curas y frailes.

La enunciación de los romances más «atrevidos» puede verse asimismo condiciona-da, tanto por el sexo del colector como por el del informante; aunque me siento autorizada a afirmar que un buen transmisor, un buen depositario de tradición, que sabe y está dispuesto a transmitimos su saber, no va a hacer distinción entre investigador hombre o mujer, si la entrevista se realiza correctamente, a menudo entre miradas de complicidad e incluso entre risas. Como ejemplo significativo para mostrar lo dicho cabría aludir a la recitación o canto del tema conocido como La bastarda y el segador, que los informantes suelen iniciar con un verso semejante a: «El emperador de Roma / tiene una hija bastarda» o, sin mayor sobresalto, con el de «El Papa Santo de Roma / tiene una hija bastarda», porque, en la intriga de este relato, no resulta tan significativo el origen más o menos ilustre de la dama como el descaro de la protagonista que sacia su deseo sexual hasta agotar la resistencia del segador, según queda reflejado en el siguiente desenlace, que constituye paradigma del lenguaje eufemístico que, en ocasiones, utiliza el Romancero:

A eso de la media noche la señora preguntaba: -Qué tal le va al segador segando la mi senara? -Doce manaditas llevo, pa las trece una me falta -¡Malhaya sea el segador que a las trece no llegaba!-A eso de la media noche ya tocaban las campanas, que murió aquel segador segando la su senara.

Pero la presentación de los versos anteriores, que pueden evitarse o reducirse en determinadas ocasiones por autocensura del correspondiente transmisor, nos lleva a una cuestión de mayor entidad teórica relacionada con el nivel de comprensión que los portadores del Romancero tienen de su propia poesía narrativa. Hasta donde son capaces de asimilar de forma individual lafábula o historia de la que se deriva el mensaje que mantiene la funcionalidad del poema y, hasta que punto, esos transmisores de folklore tienen competencia para interpretar el significado de cada una de las fórmulas del discurso poético en que se expresa el romance que, dicho sea de paso, los estudiosos del género no entendemos siempre en su totalidad.

Se ha verificado en numerosas ocasiones que los depositarios del Romancero Tradicional Moderno evidencian una extraordinaria coherencia, entienden de qué va el relato, y si no recuerdan bien todos los versos que lo conforman, se resisten a decirlos o se limitan a contamos el argumento en prosa. Sirva de ejemplo la actitud observada en la ingeniosa informante, Tránsito Bartolomé, de ochenta y siete años, entrevistada el pasado veintisiete de junio en la localidad zamorana de Almendra, quien, después de recitar y cantar un nutrido numero de romances cuya enunciación interrumpía para damos sustanciosas explicaciones, no consintió en decir un solo verso (aunque me

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consta que alguno sabía) del tema de origen juglaresco denominado Conde Claros en hábito de fraile que, previamente, había relatado en prosa con todo lujo de detalles.

Sobre el segundo punto, me atrevería a decir que el verdadero transmisor muestra suficiente dominio del lenguaje poético del Romancero para la comprensión del mensaje contenido en las narraciones, sin que le resulte necesario «traducir» la totalidad del léxico heredado ni, por supuesto, la totalidad de significados de cada una de las fórmulas de discurso que conforman su versión del poema. Cuantas veces me he detenido a preguntar sobre la interpretación personal del informante acerca de un determinado verso, éste, asombrado de mi ignorancia, me lo ha repetido textualmente. Puede servimos de ejemplo el relacionado con el romance de La infantina seguido del de El caballero burlado, donde el protagonista recoge a una doncella encantada y, como suele decirse en numerosas versiones, «ya la monta en el caballo/ lo de alante para atrás», para cruzar la peligrosa pradera florida de cuya travesía la doncella consigue salir indemne. Cuantas veces he preguntado acerca del significado de esa determinada fórmula, he recibido la misma respuesta que me dio, hace ya unos veinte años, una informante de la aldea de Aceitunilla en Las Hurdes: «pues eso, pues que la monta en el caballo lo de alante para atrás».

Por último, una breve alusión a otras observaciones que considero especialmente significativas para entender un poco mejor el funcionamiento de la transmisión oral del Romancero. Entre ellas, cabría mencionar la inmediata identificación de ciertos romances, por parte de los informantes, tras la simple alusión al nombre de determina-dos protagonistas, cuya denominación parece haber adquirido una especial relevancia entre sus congéneres. Ese es el caso del nombre propio de Delgadina, o sustituto cercano, siempre en diminutivo, quien en la intriga del romance asume el papel de hija pequeña de un rey autoritario que, tras ser rechazada por sus familiares más cercanos, suele terminar muriendo de hambre y de sed por resistirse a la consumación del incesto. Curiosamente, y frente a la consistencia de la denominación de Delgadina en el romance anterior, es fácil constatar la menor funcionalidad del nombre asignado en el área geográfica que se investiga a otros protagonistas, que los emisores de las correspondien-tes versiones pueden omitir o reemplazar sobre la marcha para centrarse, con mayor énfasis, en lo concerniente a los rasgos semánticos distintivos del personaje en cuestión6

.

Y, finalmente, en lo que atañe a la modalidad del relato, esencialmente dramática en los romances tradicionales, tenemos noticia de que el citado romance de Delgadina sigue siendo representado por las niñas y por las adolescentes cubanas de la comarca de Baracoa, donde la transmisión tradicional, de abuelas a madres y de madres a hijas, conlleva la distribución de los papeles que corresponden a los diversos personajes de la narración 7•

6 Véase Francisco Romero, «Hacia una tipología de los personajes del Romancero», El Romancero hoy: Poética, eds. D. Catalán, S. G. Armistead y A. Sánchez-Romeralo, Madrid: CSMP-Gredos, 1979, pp. 251-273.

7 De ello me ha dado noticia el doctorando de la Universidad Complutense de Madrid Andrés Martín Durán, quien ha realizado investigaciones de campo en territorio cubano y en Santo Domingo con el fin de reunir materiales para la elaboración de su tesis doctoral, que prepara bajo mi dirección, y que versará sobre el Romancero de Centroamérica y el Caribe.

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Y termino recordando las palabras que me decía el profesor Bénichou en una carta fechada el 15 de octubre de 1998:

Quizás estemos obligados a aceptar la creación oral como uno de los secretos de la humanidad, a no ser que se descubran para ese misterio otros métodos de los usados en la recolección hasta ahora.

Es evidente que no hemos encontrado esos métodos pero, es posible, que el seguir reflexionando sobre las técnicas de la transmisión oral observadas a través de la experiencia en la recolección de los romances tradicionales arroje algo de luz sobre ese misterio al que aludía el maestro a cuya memoria dedico esta breve comunicación.

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