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POLIKUSHKA LEÓN TOLSTOI

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P O L I K U S H K A

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ROBERTO FABIAN LOPEZ
EDITADO POR "EDICIONES LA CUEVA"
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¡Como usted guste, señora! Pero son muy dignosde lástima los Dutlov. ¡Todos ellos son buenagente!... Y si no mandamos ahora a uno de losdvorovuy,1 inevitablemente deberá ir uno de ellos,decía el intendente. La verdad es que toda la aldealos señala. Por lo demás, si es voluntad de usted...

Y puso otra vez la mano derecha sobre laizquierda, colocándose ambas sobre el vientre;inclinó a un lado la cabeza, apretó sus delgadísimoslabios hasta casi hacerlos chasquear, levantó los ojosy calló, con la intención evidente de permanecer asímucho tiempo, escuchando sin réplica todas lastonterías que no dejaría de decir la señora.

1 Los dvorovuy eran siervos que no labraban la tierra, sinoque se encontraban a disposición de la casa señorial.

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Este intendente era un antiguo siervo de la casa,que, afeitado y con largo casacón del corte especialadoptado por los intendentes, estaba de pie frente asu ama, rindiendo su informe, a la caída de unatarde de otoño. Según el parecer de la señora, elinforme había de consistir en escuchar en lascuentas que le rindiera respecto a la marcha de lahacienda, para darle enseguida órdenes sobreasuntos futuros, mas, según el parecer delintendente, Egor Mikáilovich, consistía en laobligación de permanecer sobre sus torcidos pies,en un rincón de la estancia, con el rostro vueltohacia el diván, escuchando toda la charla, alejadasiempre del asunto, hasta lograr por mediosdiversos que la señora, impaciente, comenzara amurmurar: "Bien, bien...", consintiendo en todos lospropósitos de Egor Mikáilovich.

Se trataba en esta ocasión del reclutamiento. Lahacienda Pokróvskoie había de enviar tres reclutas.Dos estaban designados claramente por la suerte,debido a la coincidencia de todas las condicionesfamiliares, morales y económicas; acerca de ellos nopodía haber duda, vacilación o protesta ni por la

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parte del mir2 ni por la de la señora; pero en cuantoal tercero, la cuestión era discutible. El intendentequería salvar al treinik (padre de tres hijos) Dutlov,enviando en lugar de uno de ellos a Polikushka, undvorovuy, padre de numerosa familia, pero hombrede muy mala reputación, a quien se habíasorprendido varias veces robando sacos vacíos,riendas y heno. La señora, que frecuentementeacariciaba a los andrajosos hijos de Polikushka, yque se dedicaba a procurar su mejoramiento moralpor consejos y medios evangélicos, no queríasacrificarlo. Al mismo tiempo, tampoco quería elmal de los Dutlov, a quienes ni conocía ni siquieralos había visto. Con todo esto la señora de ningúnmodo pudo comprender, y el intendente no seatrevía a explicarle con claridad, que si no ibaPolikushka iría indispensablemente Dutlov. ¡Pero esque yo no quiero mal ninguno para los Dutlov!-decía emocionada-. "Si no quiere usted, pagueentonces trescientos rublos para un sustituto", eralo que se debía contestar; mas el respeto a los amosno permitía hacerlo, y el intendente calló.

Egor Mikáilovich se colocó entonces con lamayor comodidad, apoyándose en la pared, con 2 Mir, conjunto de campesinos de toda una aldea.

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expresión de servilismo en el semblante, y se puso acontemplar los movimientos de los labios de laseñora, el bordado movedizo de su cofia y losmovimientos correspondientes de la sombra en lapared, bajo un cuadrito. Por lo demás, no cría quefuese necesario profundizar el sentido de laspalabras de la señora, que hablaba mucho, durantelargos ratos. El timbre de su voz complacía encierto grado al intendente. De pronto sintió detrásde las orejas las contracciones nerviosas queproduce el deseo de bostezar, lo cual disimulóhábilmente con fingido acceso de tos, cubriéndosela boca con la mano.

Recuerdo haber visto no ha mucho tiempo a lordPalmerston, sentado, cubriéndose el rostro con susombrero, mientras un miembro de la oposiciónatacaba rudamente al ministerio; y luego,levantándose de súbito, con un discurso que durótres horas, a contestar a todas las objeciones de suadversario; y esto lo oí sin sorpresa ninguna, porquemil veces había visto lo mismo entre EgorMikáilovich y su ama. Fuese que sintiera dormirse, oque le pareciese que su ama ya hablaba demasiado,el intendente comenzó a removerse, apoyando elpeso de su cuerpo ora sobre el pie izquierdo, ora

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sobre el derecho, y rompió a hablar con su frasehabitual.

-Como usted guste, señora; pero.... el mir estáreunido en mi despacho y es preciso acabar de unavez. La orden dice que es necesario entregar losreclutas, en la ciudad, antes del día de Pokrov (1º deoctubre) y todos los campesinos indican a losDutlov, pues en verdad no hay otros en la mismacondición. El mir no se preocupa por los interesesde usted: para el mir es indiferente que arruinemos aesta familia; pero yo se muy bien lo que ellos hansufrido. Desde el tiempo que hace que soy inten-dente, siempre han vivido en la miseria. Apenas hapodido aguardar el pobre viejo que su nieto menorcomience a trabajar, y ahora resulta que lesarruinaríamos de nuevo. En cuanto a mí, puedeusted creer que me preocupo tanto de sus interesescomo de los mios. Y diga lo que diga, es unalástima, señora; no es mi suegro, ni mi hermano, ypersonalmente no tengo ningún provecho de ellos...

-Eso no me pasa ni por la imaginación, Egor-interrumpió la señora; e inmediatamente se leocurrió que el intendente había sido pagado porDutlov.

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-...Só1o que es esta la mejor casa en todoPokrovskoie. Son mujiks que temen a Dios, y muytrabajadores. El viejo, desde hace treinta años, esstárosta3 de la iglesia; no toma vino, ni jura conmalas palabras; frecuenta el templo (¡qué bienconocía el intendente el lado sensible de la señora!),y lo que es principal, que tiene sólo dos hijos,porque el tercero es nieto. El mir los señalaba, perolo justo sería sortearlos con los demás "dobles".Hay algunos que teniendo tres hijos se han divididopor su imprudencia, y ahora resulta que tienenrazones para no ir al servicio, mientras éstostendrán que sufrir por su virtud.

Desde ese momento la señora ya no comprendiónada, no entendió qué significaba "el sorteo entrelos dobles", y de qué virtud se trataba; escuchaba lossonidos de la voz del intendente y observaba losbotones de nankin de la casaca del intendente; elbotón superior se abrochaba de seguro raras veces,por lo cual estaba firme, mientras que el segundo sehabía descosido por completo y colgaba de modoque ya hacía mucho tiempo hubiera sido precisorecoserlo. Pero como sabemos todos, para unaconversación seria no es necesario comprender lo 3 Stárosta. Autoridad campestre.

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que se nos dice, pues basta únicamente recordarbien lo que debemos decir. Y así obraba la señora.

-Pero, ¿por qué no quieres entenderme, EgorMikáilovich? No deseo de ningún modo que Dutlovvaya al servicio. Creo que me conoces bastante parasaber que hago lo posible para ayudar a miscampesinos, y no quiero el mal para ninguno. Sabesque estoy dispuesta a sacrificar todo, para librar deesta triste necesidad, no sólo a Dutlov, sino tambiéna Jorushkin. (No sé si le ocurrió al intendente quepara librarse de esta triste necesidad no era precisosacrificar todo, sino que bastaba con trescientosrublos; sin embargo, le pudo venir estepensamiento.) Te diré solamente una cosa, y es quea Polikey no lo daré por nada del mundo. Cuandodespués de aquel asunto del reloj, que él mismo meconfesó llorando, juró corregirse, hablé mucho conél y me convencí de que estaba conmovido yarrepentido sinceramente. (Vaya, ¡ya comenzó sucanción! -pensó Egor Mikáilovich, y se puso aexaminar la conserva de fruta que tenía en el vasode agua -:¿naranja o limón?, de todos modos debeestar muy amargada, siguió pensando.) Desdeentonces ya han pasado seis meses, y ni una vez seha emborrachado, y su conducta es ejemplar. Su

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mujer me ha dicho que se ha convertido en otrohombre.... ¿cómo quieres que yo le castigue ahoraque él se ha enmendado? Sería, además, una cosahorrible que se mandara al servicio a un hombreque tiene cinco hijos, de los cuales es el únicosostén. No, Egor, no me hables más de ello...

Y la señora se volvió a su agua dulce.Egor Mikáilovich observó el paso del líquido por

la garganta de la señora, y después preguntó corta ysecamente:

-Entonces, ¿usted ordena que se aliste a Dutlov?Y la señora dio una palmada, con impaciencia.-¿Cómo es que no puedas comprenderme?

¿Deseo yo acaso la desdicha de los Dut1ov? ¿Tengocontra ellos el menor resentimiento? Dios es testigoque estoy dispuesta a hacer por ellos todo loposible. (La señora dirigió la mirada hacia el cuadroque estaba en el rincón, pero advirtió al punto queno era una imagen de Dios: "Es igual; esto no es loimportante", pensaba. Lo extraño era que tampocoesta vez se le ocurrió lo de los trescientos rublos),Pero, ¿qué puedo yo hacer? ¿Acaso yo sé cómoarreglarlo? No lo puedo saber; confío en ti, y yasabes lo que deseo. Haz que todos se quedencontentos, como lo rnanda la ley. No hay remedio

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no sólo para ellos, para todos hay en la vidamomentos críticos. Unicamente que no se mande aPolikey. Tú mismo comprendes que esto sería unacosa terrible para mí.

Hubiera seguido hablando mucho tiempo -a talgrado se sentía animada-, pero entró la criada.

-¿Qué hay, Duniasha?-Acaba de llegar un mujik para preguntar a Egor

Mikáilovich si ordena que la asamblea lo espere-dijo la criada mirando con odio a EgorMikáilovich-; ¡qué intendente tan imbécil! -pensó ladoncella-: ha enfadado a la señora y ahora no medejará dormir hasta las dos de la mañana.

-Entonces, anda, Egor -dijo la señora-; haz lomejor.

-Obedezco. (Ya no dijo nada de los Dutlov.) -¿Quién ordena usted que vaya a cobrar al jardinero?

-No, no ha vuelto.-¿Podrá ir Nikolay?-Mi padrecito está en cama, le duelen los riñones

-dijo Duniasha, que por lo visto era hija de Nicolás.-¿Quiere usted que yo mismo vaya mañana? -pre-

guntó el intendente.-No, te necesitamos aquí, Egor.-La señora quedó pensativa . ¿Qué tanto es?

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-Cuatrocientos sesenta y dos rublos.-Envía a Polikey -dijo al fin mirando resuelt-

amente al rostro del intendente.Egor Mikáilovich, sin despegar los dientes,

contrajo los labios como si fuese a sonreír, pero nohubo cambio en su semblante.

-Obedezco.-Antes ordénale que venga aquí.-Obedezco -y Egor Mikáilovich se fue a su

despacho.

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Polikey, en su calidad de hombre misérrimo, demala fama, y recién venido de otra aldea, no tuvoprotección ni por medio del ama de llaves, ni deldispensero, ni del intendente, ni de la doncella, demodo que se le dio el peor rincón de todos, a pesarde que eran siete personas. Estos rincones fueronconstruidos desde el tiempo del difunto señor, delmodo siguiente: en el centro de la isla de diez arshincuadrados se hallaba la gran estufa rusa alrededor dela cual se encontraba el kolidor (así lo llamaban lossiervos), y en cada ángulo se encontraba un rincónseparado con tablas. Por este motivo lashabitaciones eran pequeñas, especialmente la dePolikey, que era la más cercana a la puerta. El lechoconyugal, con un cobertor cosido y dos almohadas,

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la cuna con el chiquillo, la mesita de tres pies en quese preparaba la comida y se colocaban todos losobjetos domésticos, sirviendo a Polikey como lugarde trabajo (él era curandero de caballos); los cubospara el agua, la ropa de toda la familia, las gallinas, laternera de que eran dueños, y ellos siete, todo estollenaba completamente el rincón hasta ser imposiblemoverse, si no hubiesen contado con la cuarta partede la estufa común, encima de la que se colocabanlas cosas y las gentes, cuando no era posible salir ala gradería. A decir verdad, a poco ya no fue posiblesalir: en octubre ya hace frío; y en cuanto a abrigos,había sólo un tulup para los siete miembros de lafamilia; en cambio, los niños podían calentarsecorriendo, y los grandes trabajando, y unos y otrossubiéndose a la estufa donde había cuarenta gradosde calor. Parece imposible vivir en condicionessemejantes, pero ellos vivían: luego, se podía vivir.Akulina lavaba a los niños, cosía la ropa para ellos ypara el marido, hilaba y tejía y blanqueaba suslienzos, guisaba y horneaba en la estufa común,murmuraba y reñía con las vecinas. Las provisionesdel mes bastaban no sólo para los niños, sino quequedaba algo también para la vaca. La leña, lomismo que el alimento para el ganado lo daba la

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señora, y a veces también algo de heno. Tenía untrozo de huerta. La vaca acababa de parir; además,poseían varias gallinas. Polikey trabajaba en lacaballeriza sangraba a los caballos y al ganado,limpiaba sus herraduras, los curaba si estabanenfermos, con ungüentos de su propia invención, ypor esto recibía gratificaciones en dinero y especie.Solía quedarse también con una parte de la avenadestinada a los caballos del ama. En la aldea habíaun campesino que regularmente le daba cada mesdiez libras de carnero a cambio de dos medidas deavena. La vida hubiera sido llevadera, a no pesar uninfortunio sobre toda la familia: en su juventudPolikey había vivido muchos años en otro pueblodonde estaba empleado en una gran cría de caballos.El palafrenero de quien Polikey era subordinado,era el primer ladrón de la comarca, que al fin acabópor ser desterrado. Polikey hizo con él suaprendizaje, y por ser muy joven se acostumbró atal grado a hurtar, que después, no obstante suspropósitos buenos, ya no pudo abstenerse dehacerlo. Era un pobre joven de carácter muy débil;no tuvo padre ni madre que lo hubieran instruido.A Polikey le gustaba tomar la copa y no le gustabaque las cosas estuvieran mal colocadas. Una cuerda,

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los arreos, las chapas, un clavo o algún objeto demás valor, todo encontraba un buen lugar por lasmanos de Polikey Ílich. En todas partes hay siempregente que necesita alguna de esas cosas, y que laspaga con vino o con dinero, según convenio. Éstasson las ganancias más fáciles, como suele decir elpueblo: no exigen estudios, ni trabajo, y cuando seha probado una vez, ya no se quiere hacer ningúnotro oficio. Hay sólo un inconveniente en esta clasede negocios: aunque todo se consigue con pococosto y sin gran esfuerzo, y se vive muyagradablemente, en cualquier momento seencuentra gente mala que no aprueba esta labor, yentonces ha de pagarse todo a la vez, de suerte quese pierde la alegría de vivir.

Esto mismo sucedió a Polikey. Un día se casó yDios lo bendijo: su mujer -la hija del guardador delganado- era de muy buena salud, inteligente y muytrabajadora; le dio hijos, uno mejor que otro...Polikey no dejaba su oficio y todo marchaba bien,pero de pronto le afligió un infortunio y secomprometió por una insignificancia: robó unasriendas de cuero a un mujik. Encontraron lorobado, lo apaleraron, denunciáronle a la señora ycomenzaron a vigilarlo. Le pillaron por segunda y

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tercera vez. La gente comenzó a injuriarlo, elintendente lo amenazó de enviarle al reclutamiento,la señora lo regañó y la mujer lloraba y seacongojaba; todo fue de revés: él era hombrebondadoso, de buena fe, mas de carácter débil; legustaba el alcohol y se acostumbró a beber de talmanera que ya no pudo dejarlo. Hubo veces que lamujer lo regañaba y aun hubo de pegarle cuandollegaba borracho, pero él no hacía más que llorar."Soy un desgraciado -decía- ¿qué puedo hacer? ¡Queme quede ciego si lo vuelvo a hacer!" Y pasado unmes, escapa nuevamente de casa, se emborracha yse pierde por dos días. "¿Y de dónde consiguedinero para pasear?" -murmuraban las gentes. Suúltimo delito fue el del reloj del despacho. En estelugar había un antiguo reloj de pared, que ya nofuncionaba desde hacía mucho tiempo. Un díaentró por casualidad en un momento en que nohabía nadie: tentole el reloj, lo cogió y fue avenderlo a la ciudad. Como si lo hiciera a propósito,ocurrió que el tendero a quien fue vendido el relojera pariente de una criada de la casa; la visitó conmotivo de una fiesta y le contó lo del reloj. Seempezaron a hacer investigaciones; como si estoimportase a alguien. El más interesado era el

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intendente, que no quería a Polikey; y el culpablefue descubierto y denunciado a la señora. Éstallamó a Polikey, quien al instante cayó a sus pies derodillas y con gran sentimiento y compunciónconfesó todo, tal como le había instruido su mujer.La señora comenzó a decirle un sermón; hablaba,hablaba, lamentaba, lamentaba; le recordaba a Dios,la virtud, la vida del más allá, su mujer y sus hijos,arrancándole, al fin lágrimas. La señora concluyó:

-Te perdono, pero has de prometerme que novolverás a hacer nunca una cosa semejante.

-¡Jamás en la vida! ¡Antes me hunda en la tierra,me desgarre Dios las entrañas! -clamaba Polikeyllorando.

Polikey regresó a casa y sollozó todo el día comouna ternera, acostado encima de la estufa. Desdeesta fecha no se advirtió ya nada malo en suconducta. Pero la vida se le hizo insoportable: lasgentes le trataban como ladrón, y cuando vino eltiempo del reclutamiento, todos lo señalaron.

Polikey, como ya hemos dicho, era curandero decaballos. ¿Cómo se había convertido en curandero?Esto no lo sabía nadie, y él menos que los demás.En la cría de caballos con aquel palafrenerodesterrado, Polikey no tenía otro trabajo que limpiar

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los establos, almohazar a veces los caballos yacarrear agua. Allí no pudo aprender su arte.Después fue tejedor, más tarde jardinero y luego, encastigo, fue destinado a hacer ladrillos; finalmente,teniendo licencia de la aldea, trabajaba comodvornik4 en casa de un comerciante. De modo quetampoco allí pudo hacer práctica veterinaria. Perodurante los últimos tiempos que volvió a pasar en lacasa, no se sabe cómo, empezó a correr la fama desus conocimientos extraordinarios, hastasobrenaturales, en el arte de curandero. Sangraba uncaballo una y dos veces; luego acostaba al animal,practicándole no se que en el muslo; después de esoordenaba que se le atase fuertemente y le hacía untremendo corte en una de las patas, de modo que elcaballo se agitaba y relinchaba, y explicaba luegoque esto significaba "extraer la sangre de debajo dela herradura". Después explicaba a los mujiks quepara facilitar la "curación" era preciso sangrar dosveces simultáneamente, para lo cual empezó a dargrandes golpes martillo sobre la mellada lanceta; enotra ocasión pasó por debajo del vientre del caballodel posadero una especie de venda, fabricada con 4 Dvornik. Labrador que tiene que limpiar los patios y lacalle de frente a la casa.

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pedazos del chal de su mujer, y al fin comenzó aespolvorear toda clase de heridas con sales devitriolo, mojadas con algunos líquidos que guardabaen botellitas, dando por mixturas lo que le daba lagana. Y cuanto más hacía sufrir y padecer a loscaballos, tanto más creía la gente en su ciencia, ytanto más le llevaban animales enfermos.

Confieso que no sería decente para nosotros, losseñores, reírnos de Polikey. Las manipulaciones queél empleaba para inspirar confianza en los demáseran las mismas exactamente que tuvieron tantainfluencia sobre nuestros padres, sobre nosotrosmismos y que también la tendrán sobre nuestroshijos. El campesino que apoya su vientre contra lacabeza de su única yegua, que es para él no sólotoda su riqueza, sino casi un miembro de su familia,y que con confianza y horror contempla el rostrocontraído de Polikey, las manos flacas con quepalpa intencionadamente la parte que más duele,rajando en su atrevimiento la carne viva, con laúnica confianza de "que el diablo lo ha salvado encasos peores", fingiendo saber distinguir lo que essangre de lo que es materia, dónde están lostendones secos y dónde los húmedos, deteniendoentre los dientes el trapito de salvación o la botellita

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con vitriolo, ¡cómo va a imaginarse que la mano dePolikey se levante sin saber lo que hace! Porque elcampesino mismo sería incapaz de hacerlo. Y unavez practicado el corte, no se culpará de haberadmitido una operación inútil. No sé si vosotros,pero yo si, he experimentado este sentimiento,cuando un doctor, a instancias mías, atormentacruelmente a personas muy queridas de mi corazón.La lanceta y la misteriosa botella de licor curativo ylas palabras Tchiltchak Patchechuy (palabras sinsentido) sangrar, materia, etc., ¿acaso no son lomismo que los términos: nervios, reumatismo, orga-nismos, etc.? El verso Wage du zu irren und zutraumen (atrévete a engañarte y a soñar), se refiereno únicamente a los poetas, sino también a médicosy veterinarios.

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La misma noche en que la asamblea popular seagitaba ruidosamente frente al despacho, en la fríaoscuridad de octubre. Polikey se hallaba sentado alborde del lecho, y sobre la mesa trituraba, conayuda de una botella, un ingrediente que él mismoignoraba qué era, y que destinaba a una enfermedadque tampoco conocía. Habla allí sublimado, azufre,sal de Glauber y ciertas yerbas que personalmentecogía, por haberse imaginado una vez que eranbuenas para las erupciones, y no halló dificultadpara administrarlas en otra clase de enfermedades.Los niños estaban acostados ya: dos sobre la estufa,dos en el lecho, uno en la cunita, junto a la cualestaba sentada Akulina, recosiendo la ropa. Un cabode vela, de la propiedad de la señora, se encontraba

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mal colocado, en una candela de madera, al bordede la ventana, y a fin de que su marido no sedistrajera en su ocupación importante, Akulina selevantaba para despabilar la mecha con sus propiosdedos. Había espíritus fuertes que consideraban aPolikey como veterinario ignorante y hombretambién ignorante; otros lo consideraban malo,pero gran maestro de su arte. Mas Akulina, a pesarde que lo regañaba frecuentemente, y hasta lepegaba, reputaba a su marido como el primercurandero y el primer hombre del mundo. En esteinstante Polikey añadió a su preparación uningrediente. (Nunca empleaba balanzas y se referíacon ironía a los alemanes, que solían hacer uso deeste aparato. "¡Esto no es una farmacia!", decía.)Polikey calculó por un momento la cantidad con lamano, y la añadió a la mezcla; pero la dosis lepareció insuficiente y aumentó la cantidad diezveces más. "Lo pondré todo, siempre obrarámejor", murmuró para si mismo. Akulina se volviórápidamente al oír la voz de su señor, aguardandoórdenes; pero al observar que la cosa no leimportaba, levantó los hombros: "¡y qué inteligentees!", pensó volviendo a su labor. El papelito en que

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había envuelto la droga cayó bajo la mesa, yAkulina, que notó esto, inmediatamente gritó:

-¡Aniutka! ¿No ves que se le ha caído algo a tupadre? ¡Levántalo!

Aniutka sacó sus pies descalzos de bajo deldelgado abrigo que la cubría, se dirigió gateandohacia el pie de la mesa y cogió el papel.

-Tome usted, papacito -dijo escondiendo denuevo sus pies helados en el lecho.

-¿Por qué me empujas? -dijo con voz silbante ysoñolienta la hermana menor.

-¡Ah! ¡Queréis callar!... -clamó Akulina, y las doscabezas se ocultaron bajo el abrigo.

-Si me da tres rublos -murmuró Polikey tapandola botella- le curaré el caballo. Todavía es muybarato -añadió-. ¡Se rompe uno bastante la cabeza!Akulina, ve a pedir un poco de tabaco a Nikita;mañana se lo devolveré.

Y Polikey sacó de los bolsillos de su pantalónuna pipa de tilo, pintada en otro tiempo, conboquilla de lacre, y se preparó a fumar.

Akulina se levantó y salió, sin tropezar con nada,lo que era bien difícil. Polikey abrió el estante yguardó allí la mixtura; tomó un frasco que llevó a laboca; pero éste ya no tenía vodka. Frunció las cejas;

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mas cuando entró la mujer trayéndole el tabaco,llenó su pipa, comenzó a fumar y su rostro sedesarrugó, reflejando la satisfacción y el orgullo deun hombre que ha terminado felizmente su tareacotidiana. No sé si imaginaba cómo al día siguientecogería con la mano la lengua del caballo, echándoleen la boca esta maravillosa mixtura; o meditaba quea un hombre útil nunca se le niega nada,refiriéndose a que Nikita siempre le había prestadoel tabaco. De todos modos se sentía feliz. Derepente se abrió la puerta, que colgaba únicamentede una bisagra, y entró la doncella de arriba, no lasegunda, sino la tercera, la chiquilla que tenían paralos mandados. (Arriba, ya se sabe, es la casa de losseñores, aunque se encuentre abajo). Aksiutka -asíse llamaba la niña- siempre volaba como una flecha,y con esto sus manos no se doblaban, sino que sebalanceaban como péndulos en relación con lavelocidad, no a los lados, sino hacia adelante; susmejillas estaban siempre más coloradas que suvestido rosa; su lengua se movía siempre con lamisma velocidad que sus pies. Entró bruscamenteen el rincón, se apoyó, no sé para qué fin, en laestufa, comenzó a balancearse así como deseandopronunciar a la vez no menos de dos o tres

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palabras, y dirigiéndose a Akulina, sofocada, dijo depronto lo siguiente:

-La señora ordena a Polikey que se presenteinmediatamente arriba, así lo ordena... (Se detuvo yrespiró profundamente.) Egor Mikáilovich estabaallá y habló con la señora del reclutamiento,mencionó también a Polikey Ílich... AvdotiaMikáilovna ordena que venga ustedinmediatamente. Avdotia Mikáilovna ordena quevenga usted... (un nuevo suspiro), inmediatamente.

Aksiutka miró un instante a Polikey, a Akulina ya los niños, que sacaban sus cabezas por debajo dela cubierta, cogió una cáscara de nuez que encontróen la estufa, la echó hacia Aniutka, repitió otra vez"que venga inmediatamente" y, como el viento, saliódel cuarto, con los péndulos de sus brazos de nuevobalanceándose en la línea de su camino.

Akulina se levantó de nuevo y dio a su esposo lasbotas, que eran de soldado y estaban ya muy viejas yrotas. Cogió de la estufa el kaftán y se lo entregó sinmirarlo.

-Oye, Ílich, ¿te cambias de camisa?-No -contestó Polikey.Durante el tiempo en que éste se vestía y calzaba,

Akulina no se volvió a mirarlo; él estaba pálido; su

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labio inferior temblaba y en los ojos se notabaaquella mirada llorosa, obediente, de profundainfelicidad, que es propia únicamente de loshombres buenos, débiles y culpables. Se peinó e ibaa salir del cuarto, cuando la mujer lo detuvo, learregló la cinta de la camisa que colgaba sobre elchaquetón y le puso el casquete en la cabeza.

-¡Eh! Polikey Ílich, ¿es cierto que la señora lellama? -oyose que gritaba del otro lado del tabiquela mujer de carpintero.

Aquella misma mañana la mujer del carpinterohabía disputado con Akulina, pues una de laschiquillas de ésta había derribado en el rincónvecino un jarro de lejía, y en el primer momento lefue cosa agradable oír que Polikey era llamado porla señora, porque probablemente para nada buenosería. Era además una mujer mordaz, de fina ironía;nadie mejor que ella sabía mortificar con una solapalabra; al menos tal lo pensaba ella de sí misma.

-Sin duda lo quieren enviar a la ciudad paracompras -continuó la carpintera-; por lo menos yoasí lo creo, puesto que para estas cosas se necesitaun hombre de confianza y por esto lo mandan austed. No se le olvide traerme un paquetito de té,Polikey Ílich.

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Alculina contenía sus lágrimas y sus labios secontraían en expresión de rencor. ¡Cómo hubiesequerido arrancar a puñados los cabellos de esacanalla! Pero sus miradas se volvieron a sus niños, ypensó que éstos quedarían huérfanos y que ella seríapronto una soldadera viuda, y olvidó su odio haciala mujer del carpintero, cubrió su rostro con lasmanos, se sentó en el lecho y su cabeza cayó sobrelas almohadas.

-Madrecita, me aplastas -murmuró silbando lachiquilla, y tiró el abrigo de debajo del codo de lamadre.

-¡Ojalá que hubieseis muerto todos! ¡Para qué lesdi a luz! --- exclamó Akulina, llenando con sussollozos todo el rincón, lo que alegró mucho a lacarpintera, que no había olvidado aún lo de la lejíade la mañana.

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IV

Transcurrió media hora más o menos. El máspequeño comenzó a gritar; Akulina se levantó ydiole el pecho. La pobre mujer ya no lloraba;apoyando en la mano su rostro bello y flacucho,contemplaba con Fijeza la candela que se ibaacabando y pensaba para qué se había casado, paraqué se necesitan tantos soldados, cómo podríavengarse de la mujer del carpintero.

Los pasos de su marido se hicieron oír- Akulinaenjugó sus últimas lágrimas y se levantó para abrirlepaso; Polikey entró triunfante, tiró el casquete sobrela cama, respiró dándose importancia y empezó aquitarse el cinturón.

-Bien.... ¿y qué?, ¿para qué te ha mandadollamar?

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-¡Bah..., ya es sabido! Polikushka es el último delos hombres; pero cuando hay algo importante, ¿aquién se llama entonces?. A Polikushka.

-¿De qué se trata?Polikey no se apresuraba a contestar; encendió su

pipa y escupió.-Se me ha ordenado ir a casa de un mercader a

cobrar un dinero.-¿Tienes que ir a traer dinero? -preguntó Akulina.Polikey sonrió moviendo la cabeza.-¡Y qué bien habla la señora! "Tú -dijo-

considerado como hombre infiel, pero yo tengomás confianza en ti que en ningún otro, (Polikeyhablaba en voz alta para que los vecinos lo oyesen.)Me has prometido corregirte-, pues bien, ahoratienes la primera prueba de mi confianza en ti; irás acasa del mercader, tomarás el dinero y lo traerás..."Yo contesté entonces: "Señora, nosotros todossomos sus siervos y es nuestra obligación servir aDios, lo mismo que a usted, de modo que me sientocapaz de hacer todo para complacerla y no tengoderecho de rechazar ningún trabajo por penoso quesea; lo que se sirva usted mandar lo cumpliré,porque soy su siervo." (De nuevo Polikey se sonriócon la misma sonrisa de hombre débil, bondadoso y

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culpable.) -"De modo que -dijo ella entonces, ¿loharás bien? ¿Comprendes que toda tu suertedepende de esto?" -"¿Cómo no comprender, sipuedo hacer todo lo que se pide? Si han dicho unacalumnia contra mí, pueden decirla contracualquiera; pero en cuanto a mí, nunca he hechonada contra vuestro bienestar, ni siquiera pensar enesto ..." Y hablé de tal modo, que ella se enterneció:"Serás para mí un hombre de confianza" terminódiciendo. (Polikey calló y de nuevo apareció lamisma sonrisa.) ¡Oh, yo sé muy bien cómo se hablacon esta clase de personas! Cuando andaba conlicencia me encontraba con muchas, y bastabacomenzar a hablar con ellas para que se pusieransuaves como seda.

-¿Es mucho dinero? -preguntó Akulina.- Tresmitades de mil -contestó Polikey indiferentemente.

Akulina movió la cabeza.-¿Y cuándo tienes que partir?-Ha ordenado que mañana. "Tomarás -dijo- ,el

caballo que te guste, te presentas en el despacho ydespués partes, en nombre de Dios."

-¡Alabado sea Dios! -dijo Akulina, levantándosepersignándose con la cruz-. ¡Dios te ampare, Ílich!-añadió la mujer en voz baja para que no la oyeran

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tras el tabique-, y cogiendo una manga de su camisa,siguió: Te ruego, Ílich, por Cristo nuestro Dios, queme jures por la cruz que durante el viaje no tomarásni una gota- ¿Acaso crees que beberé caminandocon tanto dinero? -dijo riéndose-. ¡Y qué hermosotocaban allá el piano, con qué habilidad, esimposible decirse! -añadió sonriendo después deuna pausa-. Es sin duda la señorita. Yo estaba de piedelante de la señora, junto al cristalero, mientras quela señorita en el otro cuarto empezó a tocar, y todole sale tan bello, que uno también quiere sentarse atocar. No dudo que también yo lograría hacerlo. Sinduda lo llegaría a hacer, porque soy muy hábil paraestas cosas. Mañana me darás una camisa limpia. Yse acostaron felices.

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V

Entre tanto, la asamblea se agitaba frente aldespacho. No se trataba de poca cosa. Todos losmujiks estaban presentes y cuando EgorMikáilovich se fue a consultar con la señora, secubrieron la cabeza; cada vez era mayor el númerode voces que tomaban parte en la discusión, y cadavez también hacíanse más ruidosas. El rumor decharlas en voz baja se interrumpía de cuando encuando por las sentencias de una voz gritona ygruesa, y este rumor parecido al del mar tormentosollegaba hasta las ventanas de la señora, la cual, nosoportando estos ruidos, sentía en la ocasión unainquietud nerviosa parecida a la que provoca unafuerte tempestad: algo de miedo y algo de disgusto.Siempre le parecía que las voces iban creciendo, que

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debían aumentar todavía más, y que sucedería algograve. "¡Cómo si no pudiese hacerse todo estotranquilamente, con calma, sin discusiones, singritos -pensaba-, según la ley de Cristo, defraternidad y de bondad.”

Muchos hablaban a la vez, pero Fiodor Rezum,el contructor, sobrepasaba a todos con sus gritos.Era de los dobles y atacaba a Dutlov. El viejoDutlov se defendía; salió al frente de los demás, traslos cuales se encontraba antes, sofocado yagitándose vivamente, deteniéndose la barba con lasmanos; gruñía con tal rapidez que apenas él mismopodía comprender lo que decía. Sus hijos ysobrinos, todos buenos mozos, se escondieron trasél, y el viejo Dutlov parecía una gallina que defiendea sus polluelos del gavilán. Rezum representaba elgavilán, y no sólo Rezum sino todos los dobles yunigénitos; casi toda la asamblea atacaba a Dutlov.La cuestión era como sigue: el hermano de Dutlov,treinta años hacía, había ya sido reclutado, de modoque Dutlov ahora no deseaba encontrarse en elturno de los troinik, sino que el servicio de suhermano se tomase en consideración, nivelándoleen sus derechos con los dobles para jugar la suertejunto con ellos. Hubo todavía cuatro troinik más,

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sin contar a Dutlov; pero uno era el stárosta (elalcalde), y fue retirado de su obligación militar porla señora- el de otra familia, había dado ya unrecluta el año anterior; de las otras dos familiasfueron tomados ahora dos reclutas, y uno de ellosno se presentó en la junta; únicamente su mujerestaba de pie detrás de todos, con la esperanzaoscura de que la rueda de la fortuna pudierafavorecerla de algún modo; el otro de losreclutados, el rubio Román, con un armiakremendado (aunque no era pobre), estaba de pie,apoyándose en la gradería, con la cabeza inclinada,fijándose a veces silenciosamente en alguno que lehablaba más alto, para después volver a bajar lacabeza. Toda su figura estaba rodeada de unambiente de tristeza. El viejo Semión Dutlovpertenecía a aquella clase de hombres a quienestodo el mundo, después de conocerlos un poco, lesconfiaría centenares y miles de rublos: era unhombre serio, piadoso, bien afortunado y sobretodo, el stárosta de la iglesia. Así saltaba más a lavista el azar en que se encontraba ahora.

El constructor Rezum era, por el contrario,hombre de elevada estatura, sereno, turbulento,borracho, atrevido y muy hábil en las discusiones y

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debates, en las asambleas, en los mercados; igual ensus tratos con obreros, mercaderes, mujiks oseñores. Ahora conservaba mucha calma; mordaz,aprovechaba su alta talla y su elocuencia, y atacabaal sofocado Dutlov, que de momento en momentoperdía la serenidad. Los demás que tomaban parteen los debates eran Garaska Kipilov, de redondafaz, cabeza cuadrada, barba rizada, rechoncho, y noviejo todavía; era de los habladores de la generaciónposterior a la de Rezum, y se distinguía por sumanera dura de hablar que le había ganado ciertaimportancia en las asambleas; le seguía FiodorMélnichny, un mujik joven también, amarillo, flaco,larguirucho, con un hombro caído, la barba corta,los ojos pequeños, naturalmente irritado, sombrío yque era hombre que siempre descubría el puntonegro de todo asunto y asombraba con frecuencia asus oyentes con preguntas rápidas y objecionesinesperadas. Estos dos habladores estaban al ladode Rezum. Además, a veces tomaban parte otrosdos parlanchines: uno con cara más bondadosa ygran barba rubia Jrapkov, que decía sin cesar: "miquerido amigo".... y otro: menudo y con cara depájaro, Jidkov, que siempre repetía: "resulta,hermanos míos"..., y se dirigía a todos, hablando

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muy armoniosamente y sin ninguna relación con elasunto. Los dos tomaban unas veces el lado de unoy otras el del otro, pero nadie hacía caso de ellos.Había aún otros, pero estos dos eran los que corríanpor las filas de todos los presentes opacando a losdemás con sus gritos, asustando a la señora, sin quese les prestara ninguna atención; sólo arrastradospor el rumor y por los gritos, se entregaban contoda su alma al placer de soltar la lengua. Habíacampesinos de los más diferentes caracteres:sombríos, decentes, indiferentes, tímidos; habíatambién mujeres que se escondían detrás de losmujiks, con sus bastones en las manos, pero de todaesa gente, hablaré, si Dios quiere, en otra ocasión.En general, era una muchedumbre de campesinosque asistía a la asamblea como asiste a la iglesia,donde los que quedan atrás, charlan de sus asuntosdomésticos, del momento propicio para ir a cortarleña al bosque.... o esperan silenciosos que acabe laalgarabía. También había algunos ricos, para loscuales la asamblea no significaba provecho ni daño.De éstos era Ermil, de cara redonda y brillante, aquien los mujiks llamaban panzón, por ser muy rico;a éstos pertenecía también Starostin, en cuyo rostrose reflejaba la expresión del poder satisfecho:

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"Hablad vosotros lo que queráis, conmigo nopodréis nada; tengo cuatro hijos y he aquí que no seirá ninguno". A veces los liberales, como Kopilov yRezum, también atacaban a éstos, pero elloscontestaban con calma y firmeza, conscientes de suinviolabilidad. Si Dutlov se parecía mucho a unagallina defendiendo a sus polluelos, sus hijos y susobrino no parecían del todo polluelos; no semetieron en nada, ni chillaron, sino que estuvieronde pie, muy tranquilos tras de su padre. El másgrande ya tenía treinta años; el segundo, Vassily, eracasado también, pero estaba incapacitado para sersoldado; Iliushka, el sobrino recién casado, era eltercero y revelaba en su semblante la salud; con sutulup elegante (había sido antes postillón), miraba alas gentes rascándose a veces la nuca, por debajo delcasquete, de manera que parecía que la cosa no leimportaba nada, cuando a él precisamente era aquien querían los gavilanes arrebatarlo a la familia.-Mi abuelo fue soldado -dijo alguien-, y por ello,¿voy a rehusar el sorteo? No existe semejante ley.En el último alistamiento se llevaron a Mijeich,mientras que su tío todavía no ha vuelto.

-Ni tu padre ni tu tío han servido al zar -gritabaal mismo tiempo Dutlov-. Tampoco tú has servido

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a los señores, ni al mir, estás siempreemborrachándote, y por esto tus hijos se hanseparado de ti. ¿Cómo es posible que ellos vivancontigo? Por eso señalas a los otros; pero yo he sidodiez años sotsky también he sido stárosta, dos vecesse quemó mi casa y nadie me ha ayudado; por esto,porque en mi casa se vive en paz y honradamente,¿se me quiere arruinar? ¡Devolvedme a mi hermano!¡Sin duda ha muerto allá! ¡Quién va a escuchar losembustes de un borracho!

Al mismo tiempo Gerasim gritaba, dirigiéndose aDutlov:

-Nos recuerdas a tu hermano, pero él no fueenviado al reclutamiento por el mir, sino que lodesignaron los señores por su conducta infame, demodo que esto no se puede tomar en cuenta.

Gerasim no había acabado aún de hablar cuandoel amarillo y largo Fiodor Mélnichny dijocoléricamente, adelantándose:

-Eso precisamente es la cuestión. Los señoresenvían a quien les da la gana y después el mir tieneque ser responsable. Ahora hemos designado a tuhijo para marchar, y si no te gusta, ve a pedir a laseñora que ordene ella que se vaya mi unigénito.Ésta precisamente es la justicia de que tratas -dijo

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con amargura. Y de nuevo se colocó entre losdemás.

El rubio Román, cuyo hijo había sido designado,levantó la cabeza y murmuró:

-¡Tienes razón! ¡Esa es la ley! -y se sentó disgus-tado en el escalón de la puerta.

Mas éstos no eran los únicos que hablaban a lavez. Con excepción de los que atrás y de piecharlaban de sus negocios particulares, loscharlatanes no olvidaban su papel.

-Es cierto, mir cristiano -dijo el pequeño Jidkov,repitiendo las palabras de Dutlov-, hay que juzgarcomo mande Dios. Es decir, hermanos míos, hayque juzgar según la ley cristiana.

-Hay que resolver honradamente, querido amigo-decía el bondadoso Jrakov, repitiendo las palabrasde Kopilov, y cogiendo a Dutlov por el tu1up-; estafue la voluntad de los señores, y de ningún modoresolución del mir

-¡Tienes razón!, este es el asunto -repitieronalgunos.

-¿De qué borracho se trata? -decía Rezum-. ¿Túme has convidado, o hablas de tu hijo, a quienencuentran borracho en la carretera, para poderreprocharme por el vino? Hermanos, hay que

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acabar de una vez. Si queréis proteger a Dutlov,podéis enviar, no sólo a los dvoinik, sino a losunigénitos, para que sea posible reírse de nosotros.

-¡Dutlov tiene que marchar! ¡No hay que hablarmás!. ¡Es claro! Los troinik deben sortearse antes-dijeron varias voces.

-Todavía falta saber lo que ordene la señora.Egor Mikáilovich dijo que tal vez se enviarla a undvorovuy -exclamó alguien.

Esta aclaración detuvo un instante lasdiscusiones; pero pasados unos momentos,comenzaron de nuevo acaloradamente,convirtiéndose en ataques personales.

Ignacio, a quien Rezum acusaba de encontrarlopor los caminos en estado de ebriedad, sostuvo queRezum había robado una sierra a unos carpinterostranseúntes, y que una vez, estando borracho, apunto estuvo de matar a su mujer a golpes.

Rezum contestó que en cuanto a la mujer, lepegaba lo mismo en su juicio que borracho, y quenunca era lo bastante; tal declaración provocóalegres risas. En cuanto a lo de la sierra se manifestómuy ofendido, y se enfrentó a Ignacio preguntando:

-¿Quién robó?

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-Tú robaste -contestó resueltamente el robustoIgnacio, acercándose también a su interlocutor.

-¿Quién más podía robar sino tú? -gritó Rezum.-No, ¡tú eres el ladrón! -gritó Ignacio.Después de lo de la sierra el altercado pasó a lo

de un caballo robado; luego se habló de un saco deavena y de un trozo de terreno en la huerta común,y hasta llegaron a tratar de un cadáver. Y los dosmujiks acabaron por acusarse mutuamente de cosastan horribles que si la centésima parte de éstasfueran ciertas, los dos, por lo menos, hubieran sidodesterrados a Siberia.

Entre tanto, el viejo Dutlov esgrimía otra formade defensa. Le disgustaban los gritos de su hijo;trataba de convencer a la asamblea que comotroinik debía considerarse no únicamente a los quetenían tres hijos reunidos, sino también a aquellosque se habían dividido. Entre éstos señaló la familiade Starostin.

Éste sonrió ligeramente, tosió, y, acariciando subarba de la manera que lo hacen los ricos, contestóque no había más voluntad que la de la señora; yque si había sido declarado libre del servicio,indudablemente su hijo lo merecía. Respecto a lasfamilias divididas, Gerasim también destruyó las

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razones de Dutlov, haciendo notar que el mir teníaderecho de no permitir la separación, como no sepermitía en tiempos del viejo barin, que al pasar elverano no se anda en busca de frambuesas, y queahora era imposible enviar a los ya separados.

-No por nuestro placer nos hemos dividido; ¿porqué se nos ha de arruinar ahora? -decían las vocesde los que estaban en esa condición, y losindiferentes seguían su parecer.

-¿Compra un recluta si no te gusta mandar altuyo?. ¡Lo puedes hacer! -dijo Rezum a Dutlov.

Dutlov abrochóse el kaftán, y desesperadamentese colocó detrás de los mujiks, murmurandocolérico:

-¡Tú habrás contado mi dinero!-Vamos a oír todavía lo que nos diga Egor

Mikáilovich respecto a la voluntad de la señora.

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VI

En efecto, Egor Mikáilovich salía en aquelmomento de la casa. Los casquetes uno tras otro selevantaron, y a medida que el intendente seaproximaba, se vieron descubiertas cabezas calvas ygrises, blancas, rubias, negras; y poco a pococallaron todas las voces, hasta que se hizo unsilencio completo. Egor Mikáilovich subió a lagradería e indicó que deseaba hablar. Metido en sularga levita, las manos en las bolsas, el casquetecaído sobre la frente, parado con firmeza sobre latarima con los pies separados, como el comandantede todas estas gentes que levantaban hacia él susrostros, en gran parte ya viejos, pero también muyhermosos -y con barbas, tenía un aspecto

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completamente distinto del que mostraba frente a laseñora. Estaba majestuoso.

-He aquí, hijos míos, la decisión de la señora: noquiere dar ningún dvorovuy, y aquel que mandéisvosotros será el que vaya. Ahora necesitamos tres;mejor dicho, dos y medio, pero la mitad se iráadelantado. Es igual, si no hoy, la próxima vez.

-¡Esto ya se sabe! Tienes razón -dijeron algunos.-A mi entender -continuaba Egor Mikáilovich-,

Joriuhkyn y Mibujin Vaska deben marchar; no hayremedio, así lo manda Dios.

-¡Justamente! -repitieron varias voces.-El tercero ha de ser o Dutlov, o alguno de los

dvoinik. ¿Qué decís vosotros?-Que vaya Dutlov -exclamaron las voces-¡Dutlov es troinik!De nuevo, y poco a poco, comenzaron los gritos

y discusiones, recordando lo de antes, hasta el robodel terreno en la huerta, de algunos trapos robadosen el patio de la señora... Egor Mikáilovich,regenteaba desde hacía veinte años la hacienda y erahombre muy inteligente y experto; escuchó porespacio de un cuarto de hora, y, de repente, mandóque callasen todos y que los Dutlov echasen elsorteo entre los tres, para ver a quién tocaba partir.

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Cortaron las fichas y Jrakov metió la mano alsombrero en que las agitaban, y sacó la de Iliushka.Todos guardaron silencio.

-¡Conque es la mía! A ver, enséñamela... -dijo Iliacon voz entrecortada.

El silencio perduraba. Egor Mikáilovich ordenóque al día siguiente le trajeran el dinero de losreclutas, a razón de siete kopeks por familia, yanunció que todo estaba resuelto y se terminó laasamblea.

La muchedumbre se alejaba con ruido de voces yde pasos, cubriéndose la cabeza hasta que doblabanla esquina. El intendente permaneció parado en lagradería, con los ojos fijos en los que se alejaban.Cuando los hijos de Dutlov dieron la vuelta a laesquina el intendente llamó al viejo, que se habíadetenido, y entró con él en el despacho.

-Tengo piedad de ti, anciano -dijo Egor Mikáilo-vich, acomodándose en el sillón, junto al escritorio-.Te tocó el turno. ¿Rescatarás a tu sobrino, sí o no?

El viejo guardaba silencio, mirando fijamente aEgor Mikáilovích.

-No hay remedio -contestó Egor Mikáilovich asu mirada.

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-Con todo gusto lo rescataría; pero no tengo conqué, Egor Mikáilovich. Se me murieron en esteverano dos caballos. Casé al sobrino.... sin duda eséste mi destino, por vivir honradamente. Para él noes difícil hablar (se acordaba de Rezum).

Egor Mikáilovich se pasó la mano por la frente ybostezó. Era indudable que aquello le fastidiaba, yera además tiempo de tomar el té.

-¡Oh, viejo!, ¿por qué pecas? -dijo-. Busca mejoren tu cueva y tal vez encuentres los cuatrocientosrubios antiguos. Te compraré un sustituto, deprimera clase, pues recientemente me ofrecieron aun hombre.

-¿En el distrito? -preguntó Dutlov,comprendiendo en la palabra distrito, la ciudad.

-Entonces, ¿lo comprarás?-Con todo gusto lo haría, lo juro por Dios,

pero...Egor Mikáilovich le interrumpió severamente.-Entonces óyeme, viejo, que Ilushka no haga

nada para escapar; cuando mande por él, sea hoy omañana, que esté preparado. Tú mismo lo llevarás,tú eres el responsable, y si, Dios nos guarde, sucedealgo con él, te tomaré al hijo mayor. ¿Entiendes?

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---Quizá sea imposible tomar de los dvoinik,Egor Mikáilovich. Es una injusticia -dijo después deun rato-. Mi hermano murió en el servicio, ahorame quitan al hijo. ¿Por qué soy tan desdichado?-murmuró casi llorando y dispuesto a caer a los piesdel intendente.

-Basta, basta, márchate -dijo Egor Mikáilovich-,no se puede hacer nada, ésa es la ley. Cuida aIliushka, porque tú eres el responsable.

Dutlov se fue a su casa, golpeando con el bastónlos pedruscos del camino.

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VII

Al día siguiente, muy temprano, detúvose frenteal portalón de la casa de los dvorovuy una pequeñacarreta, la que servía al intendente para su viajes,enganchada a un caballo alazán, muy robusto,llamado Tambor, quién sabe por qué. Aniutka, lahija mayor de Polikey, a pesar de la lluvia, delgranizo y del viento frío estaba con los piesdesnudos a la cabeza del caballo, lo más lejosposible y visiblemente asustada, deteniéndolo conuna mano de la brida y sosteniendo con la otra uncamisolín de color amarillo verdoso que llevaba enla cabeza y que desempeñaba en la familia el papelde cubierta, de abrigo, de gorro, de alfombra, depaletó para Polikey y de muchos oficios más, En elrincón habla gran animación. Todavía estaba

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oscuro; la luz de la madrugada del día lluviosopenetraba apenas por la ventana, cuyos cristalesestaban pegados con papel. Akulina no cuidaba enaquel instante de la cocina, ni de los hijos, de loscuales todavía no se habían levantado los pequeños,que temblaban de frío, porque las ropas de la camalas habían tomado en calidad de abrigo los queestaban de pie, siendo sustituidos por el chal de lamadre. Akulina ocupábase de los preparativos parael viaje de su marido. La camisa estaba limpia; perolas botas, que como se ha dicho estaban muy rotas,exigían grandes cuidados. Primero sacó sus mediasde lana gruesas, las únicas que tenía, y las entregó asu marido. Luego, aprovechando una manta decaballo que había traído Polikey hacía pocos días, dela caballeriza, donde se encontraba mal colocada,hizo unas plantillas que pararon hasta cierto puntolos agujeros, protegiendo los pies de la humedad.Ílich estaba sentado con los pies en la cama y seocupaba de arreglar su cinturón para que no tuvieseaspecto de cuerda sucia. La niña más pequeña, devoz balbuciente, cubierta la cabeza con un chal quese le enrollaba hasta los pies, fue enviada a casa deNikita para pedir prestada la gorra. El tumulto loaumentaban los dvorovuy, que venían a pedir a Ílich

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que les comprase algo en la ciudad: quién agujas,quién té, quién aceite para lámpara, tabaco, y hastala mujer del carpintero le pidió que le compraraazúcar, apresurándose a hacer hervir el samovar, y,para captarse la voluntad de Ílich, le ofreció en unjarro el líquido que llamaba té. Como Nikita se negóa prestar la gorra, fue preciso arreglar la propia,meter los pedazos de algodón que colgaban,recosiendo un agujero con la aguja del veterinario;las botas, con las plantillas hechas de la mantilla, nopodía ponérselas y como Aniutka se habíacongelado y dejó las riendas de Tambor, se envió aMashka, para que, envuelta en el chal, la sustituyera,y después, cuando quitaron el abrigo a mashka,Akulina misma tuvo que detener el caballo. Al finde cuentas, Ílich se había puesto todos los vestidosde su familia, dejando en casa únicamente eldelgado manto y las pantuflas. Se colocó en elcarruaje, se cruzó el abrigo, arregló el heno a suspies, de nuevo se cruzó el abrigo, desató las riendas,por tercera vez se cruzó el abrigo, como lo hacenlos hombres muy serios, e hizo partir el caballo.

Su hijo, Mishka, saliendo al portalón, le pedíaque lo pasease un poco en el carro, y Mashka, convoz balbuciente, pidió lo mismo, asegurando que

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sentía calor también sin abrigo; Polikey detuvo elcaballo, sonrió con su sonrisa débil, mientrasMulina, que subía a sus chicos inclinándose hacia élle rogó otra vez que no olvidara su juramento y queno tomara nada durante el viaje. Polikey llevó a losniños hasta la fragua, los bajó, se envolvió mejor enel abrigo, se hundió el casquete y se puso a caminaral trote, estremeciéndose y golpeando con los pies elfondo de la carreta en los choques del camino.Mashka y Mishka corrieron descalzos, dando taleschillidos que un perro de la aldea, que se habíadesviado llegando a la quinta, al mirarlos bajó derepente la cola y se fue ladrando, circunstancia queaumentó los chillidos de los herederos de Polikey.

El tiempo era malo; el cierzo cortaba el rostro dePilikey; a veces nieve, a veces agua o el granizo,azotaban a Ílich en la cara y en las desnudas yheladas manos que llevaban las riendas y que tratabade esconder en las mangas del abrigo; el pobreTambor, movía a un lado y a otro la cabeza, sacudíalas orejas y cerraba los ojos. A veces la tempestadcalmaba y se despejaba el día; veíanse claramente lasazuladas nubes de nieve, y parecía que el sol iba abrillar, irresoluto, sin alegría, como la sonrisa dePolikey. A pesar de todo, Ílich se sumergía en

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agradables meditaciones. Él, a quien trataban dedeportar, a quien amenazaban con el reclutamiento,a quien asustaba y golpeaba todo el que queríahacerlo, a quien se cargaba con los trabajos másrepugnantes..., él iba ahora a cobrar una suma dedinero, una suma grande; la señora tenía confianzaen él, y allá iba en la carreta del intendente, tiradapor Tambor, por el caballo que muchas veces habíaconducido a la señora misma; y llevaba en las manosriendas de cuero, como si fuese un posadero. Adecir verdad, pueden ir en una carreta tambiéncomerciantes cuyos negocios alcanzan a diez milrubios; viajan lo mismo que viajaba él, pero no esigual. Vemos, por ejemplo, a un hombre de barbaabundante, kaftán azul o negro, con caballo bienalimentado, como iba él mismo; basta una solaojeada para comprender si el caballo está bienalimentado, lo mismo que el dueño; basta fijarse enel arreglo de los arneses, en los muelles de lasruedas, en el cinturón del viajero, para determinarinmediatamente si es con miles o con cientos derubios con lo que este mujik hace su comercio.Todo hombre experto, apenas hubiese visto a Po-likey, apenas se hubiese fijado un instante en susmanos, en su rostro, su escasa barba recientemente

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crecida, su cinturón, el heno echadodesordenadamente en el fondo de la carreta,Tambor enflaquecido y los muelles gastados por eluso, inmediatamente habría reconocido que quiencaminaba era un siervo, y no un comerciante,tampoco un ganadero ni un posadero, y que aquí nose trataba de miles, de cientos, ni de decenas derublos. Pero Ílich no pensaba así. ¡Se engañaba elbuen hombre y se engañaba dulcemente! Eran tresmitades de mil que pronto se hallarían dentro de supechera. Si le daba la gana podría dirigir a Tamborhacia otra parte, yéndose a donde Dios pluguiera;pero no lo haría, y llevaría el dinero a la señora,alabándose de que ya muchas veces había cobradocuentas mayores. Al pasar frente a la taberna,Tambor tiró la rienda al lado izquierdo, dispuesto adetenerse; pero Polikery, a pesar de que tenía eldinero que le dieron para las compras, dio al caballoun latigazo y siguió su camino. Lo mismo hizofrente a otra taberna, de modo que al medio día sehalló frente a la casa de un comerciante dondesiempre se hospedaban los servidores de la señora;detuvo en el patio la carreta, desenganchó el caballo,dándole heno, almorzó con la servidumbre de lacasa sin dejar de narrar para cuál importante

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negocio se le había enviado, y con la carta en lagorra se dirigió al jardinero.

El jardinero conocía a Polikey, y al leer la carta lepreguntó con visible desconfianza siverdaderamente él era el encargado de recoger aqueldinero. Ílich quería enfadarse, pero no pudolograrlo y sonrió únicamente con su triste sonrisa.El jardinero releyó la carta y entregó el dinero que,recibido, Polikey puso dentro de su pechera, paravolver a la casa. Ni el restaurante, ni las tabernas...nada lo tentaba. Sentía una irritación agradable entodo su cuerpo; se detenía delante de las tiendas,para mirar botas, armiaks, casquetes, telas ycomestibles; deteníase un momento y luego sealejaba penando: "Todo lo puedo comprar.... ¡perono lo haré!" Dirigióse al mercado y compró cuantose le había encargado, y comenzó a tratar unashuba, por la cual pedían veinticinco rublos. Elmercader examinaba a Polikey y desconfiaba de queeste hombre fuese capaz de comprarla; pero Polikeymostró el dinero que llevaba sobre el pecho,afirmando que sería capaz de comprar toda la tiendasi le daba la gana; quiso probarse el abrigo, examinóla piel hasta contaminarse de olor a carnero, y al finse lo quitó suspirando: "No me conviene el precio.

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Si usted lo da en quince rublos..." El mercader lanzócolérico el abrigo sobre el mostrador y Polikey salióde la tienda, con buen humor, camino a la posada.Después de cenar y de haber dado su pienso aTambor, Polikey subió a la estufa, sacó el sobre, loexaminó largo rato y al fin pidió al posadero, quesabía leer, que viese qué decía aquello; y éste leyó:"Contiene mil seiscientos diecisiete rublos, papelmoneda". El sobre era de papel corriente; los sellos,de lacre rojo, representaban un ancla, uno grande alcentro y cuatro más chicos en las esquinas a un ladouna gota de lacre. Ílich observó todo esto muy bien,hasta que lo aprendió de memoria y palpó losagudos filos de los billetes, sintiendo una alegría deniño al verse con tanto dinero en las manos. Puso elsobre en el forro del casquete, colocó éste bajo sucabeza y se acostó... Durante la noche despertóvarias veces, y en la oscuridad palpaba, paraconvencerse de que estaba el sobre donde lo habíacolocado. Cada vez que hacia esto, experimentabauna sensación gratísima de orgullo, pensando que élPolikey, tan ofendido y humillado, tenía en su podertanto dinero y lo iba a entregar con exactitud, contal precisión como no lo habría hecho mejor elintendente.

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VIII

Hacia la media noche los sirvientes de la posaday el mismo Polikey fueron despertados por golpesdados en la puerta y gritos de mujiks. Eran losreclutas de Pokrovskoie y sus acompañantes, comounos diez hombres: Joriushkin, Mitiushkin e Ilia (elsobrino de Dutlov), dos sustitutos, el stárosta, elviejo Dutlov y los cocheros. En la isba ardía unfarol; la cocinera dormía en el banco, bajo lasimágenes; al oír aquellos golpes, se levantó yencendió la bujía. Polikey despertó también einclinándose fuera de la estufa miró a los mujiks queentraban. Todos estaban muy tranquilos y no sehubiera podido adivinar cuáles eran los reclutas ycuáles componían la guardia. Saludaron al posadero,charlaron y pidieron de comer. Es cierto que unos

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parecían silenciosos y tristes, pero también habíaotros demasiado alegres, sin duda por el vino; entreestos últimos estaba también Ilia, que antes notomaba nunca.

-Y bien, muchachos, ¿cenamos o nos acostamos?-preguntó el stárosla.

-Cenamos -dijo Ilia, abriendo su abrigo y aco-modándose en el banco-. Manda servir vodka.

-Ya has bebido bastante -dijo el stárosta, entredientes, y se dirigió a los otros-. ¡Comed un pedazode pan, muchachos! ¿Por qué despertar a estasgentes?

-Dadme vodka- repetía Ilia sin mirar a nadie y entono que demostraba bien que no estaba dispuestoa ceder.

Los mujiks se conformaron con la proposicióndel stárosta, sacaron el pan de sus carros, comieronun poco, pidieron kvass y se acostaron unos sobreel suelo, otros en los bancos y los demás sobre laestufa.

Ilia repetía de tiempo en tiempo:«Dame vodka, te digo, dame vodka". De pronto

advirtió la presencia de Polikey:-¡Ílich, oh, Ílich! ¿Estás aquí, querido? ¿Sabes?,

¡Voy a ser soldado! Ya me despedí para siempre de

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mi madre y de mi mujer ... !, ¡cómo lloraba la pobre!Me han condenado al servicio-, convídame vodka...

-No tengo dinero -contestó Polikey-. Si Diosquiere te rechazarán por inútil -añadióconsolándolo.

-No, hermano mío, estoy sano como un roble;no tengo ningún defecto. Si me rechazan, ¡quésoldados entonces necesita el zar!

Polikey explicó la historia de un rnujík queescapó del servicio por haber regalado algún dineroal doctor.

Ilia se acercó a Polikey y comenzó a lamentarse:-No, no, Ílich, todo ha acabado para mí; yo

mismo no quiero quedarme ahora... Es mi tío quienme pierde. ¿Acaso no podríamos comprar unsustituto? Pero no, no quiere dar ni a su hijo nidinero. Me envía a mí... Ahora yo mismo no quieroquedarme (comenzó a hablar en tono de confianzay de profundo dolor.) Lo único que me da pena esdejar a mi madre; ¡cómo se lamentaba!, ¡pobrecita!....también mi mujer..., ¡han arruinado a mi mujer!....¡qué vida le aguarda!, soldadera, en una palabra...Mejor sería no habernos casado. ¿Por qué noscasaron?... Mañana vendrán las dos...

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-¿Por qué les han traído tan pronto? -preguntóPolikey-. Nada sabe un hombre, y de repente...

-Es que tienen miedo de que haga algo malo-contestaba Ilushka sonriendo-; pero no haycuidado, no haré nada... Yo nada pierdo con sersoldado, lo siento sólo por mi madrecita, y por mimujer... ¿Por qué me han casado?... -repetía aún,dulce y tristemente.

La puerta se abrió de golpe y entró el viejoDutlov, sacudiendo su gorra, con sus sandaliassiempre muy grandes, como si llevase barcos en lospies.

-Atanasio -dijo, dirigiéndose al posadero-;préstame tu linterna, porque quiero dar avena a loscaballos, Dutlov no miró a Ilia y se puso con calmaa encender una bujía. Llevaba los guantes y el látigoatados a la cintura, y su abrigo estaba bien arreglado.Tenía un aire tan sosegado, tan frío y libre decuidados como de costumbre.

Al ver a su tío Ilia enmudeció, bajó los ojosfijándose con aire sombrío en el rincón oscuro, bajoel banco, y de nuevo se dirigió al stárosta:

-Dadme vodka, Ermil; quiero tomar vino.Su voz estaba ronca y colérica.

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-¿De qué vino hablas ahora? -contestó el stárostabebiendo del jarro. Ya ves que los demás comierony todos duermen... ¡sólo tú escandalizas!

La palabra "escandalizas" incitó a Ilia aescandalizar.

-Stárosta, te haré un escándalo si no me dasvodka.

-Tal vez tú puedas calmarle -dijo el stárosta aDutlov, que ya había encendido su linterna y sehabía detenido a escuchar hasta dónde llegaba ladisputa; veía al sobrino con mirada de compasión,como asombrado de su necedad.

Y mirando al suelo, Ilia repitió:-Dame vino, o haré un escándalo.-¡Basta, Ilia! -dijo el stárosta bondadosamente-;

basta, te lo suplico, será mejor.Aún no había terminado cuando Ilia se levantó,

golpeó con el puño el cristal de la ventana y gritócon todas sus fuerzas:

-¿No me quieren escuchar?... ¡Pues tomen!... -ycorrió hacia otra ventana para hacer lo mismo.

En un momento Ílich se retiró al rincón de laestufa, como si se hubiera espantado. El stárostatiró su cuchara y se abalanzó hacia Ilia; Dutlovlentamente dejó la linterna, se desató el cinturón,

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apretando los dientes, movió la cabeza y se acercó aIlia, a quien ya sujetaban el stárosla y el posadero,impidiéndole que se acercara a la ventana; peroapenas Ilia vio a su tío con el cinturón en las manos,sus fuerzas se centuplicaron, se libró de ellos y conlos ojos inyectados, y cerrados los puños se lanzósobre Dutlov.

-¡Te mataré; no te adelantes, bárbaro! ¡Tú me hasperdido, sí, tú, con tus hijos ladrones! ¿Por qué mecasaste? ¡No te acerques, o te mato!

Iliushka estaba terrible: encendido el rostro, losojos fuera de las órbitas, su cuerpo, robusto y joven,temblando corno si tuviera fiebre. Parecía que enaquel momento era muy capaz de matar a los tresmujiks que lo rodeaban.

-¡Es la sangre de tu hermano la que bebes!...¡vampiro!

Algo terrible iluminó de pronto el semblantesiempre tranquilo de Dutlov, y dio un pasoadelante.

-No quisiste calmarte por las buenas -dijo elviejo, y con movimiento rápido cogió a su sobrino,cayó junto con él en el suelo y con ayuda delstárosta comenzó a atarle las manos. Lucharontodavía unos cinco minutos; al fin Dutlov se

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levantó, ayudado por los mujiks, y arrancó su abrigode los dedos de Ilia, que le tenía cogido; luegolevantó a Ilia, las manos atadas a la espalda, y lesentó en un banco, en el rincón.

-Ya te lo decía, que era peor... -dijo sofocado porla lucha y arreglando la cinta de su camisa- ¿Por quépecar? ¡Todos hemos de morir! Ponle el kaftán bajola cabeza -añadió dirigiéndose al posadero-, paraque no le canse. Y él mismo cogió la linterna, seciñó con una cuerda y se marchó a cuidar de loscaballos.

Ilia, con los cabellos en desorden, pálido elrostro y la camisa abierta, escudriñaba el cuartocomo para acordarse del lugar donde estaba. Elposadero recogió los trozos de vidrio y tapó laventana con un polushubo para impedir que elviento penetrara. El stárosla volvió a su jarro.

-¡Ea, Iliushka, Iliushka! ¡Qué piedad tengo deti!..., ¡qué vamos a hacer! Mira, también Joriushkines casado. La suerte es así.

-¡Pero es que yo estoy perdido por culpa delbandido de mi tío! -repitió Ilia con furor-. Sólo amasu dinero... Mi madre dice que el intendente le habíaordenado comprar un recluta; y no quiere dice que

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no puede. Acaso nosotros, mi padre y yo, ¿hemostraído poco a la casa? ¡Es un bandido!

Dutlov regresó a la ísba, rezó antes las imágenes,se desnudó y sentóse junto al stárosta. La criada ledio kvass y una cuchara. Ilia calló y cerrando losojos se tendió sobre el kaftán. El stárosta lo señalóal viejo compasivamente, moviendo la cabeza.Dutlov hizo un gesto de desesperación.

-¿Acaso crees que no me da pena? Es hijo de mipropio hermano. Y a pesar de todo me hanconvertido a sus ojos en un bandido. Sin duda quesu mujer le ha metido en la cabeza (es muy astuta,aunque joven), que tengo el dinero para comprar unsustituto. ¡Y ahora me hace reproches...! ¡Es lástimaperder a un mozo como él!

-¡Oh, sí, es un buen muchacho! -dijo el stárosta.-Pero, ¿qué voy a hacer con él? Mañana enviaré a

Ignacio; también su mujer quería venir.-Envíales, está bien -dijo el stárosta, que se levan-

tó y se acomodó en la estufa, mientras murmuraba-.¿Qué es el dinero? ¡El dinero no es más que polvo!

-Si hay dinero, ¿por qué guardarlo? -dijo el criadolevantando la cabeza.

-¡Oh, el dinero, el dinero! ¡Cuántos pecadosengendra! -exclamó Dutlov-. Nada en el mundo trae

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tantas maldades como el dinero; así está escrito enlos Evangelios.

-Y está bien dicho -repitió el posadero. Ciertavez un hombre que tenía amontonado muchodinero y no quería dejarlo a nadie; a tal grado amabasu dinero, que se lo llevó consigo a la tumba.Cuando llegó la hora de morir, ordenó que sepusiera en su féretro una almohadita. No ocurrió anadie pensar de qué se trataba, y cumplieron sudeseo. Después los hijos comenzaron a buscar eldinero: no había nada. Al fin uno de ellos sospechóque seguramente el dinero debía estar en laalmohadita. Llegaron hasta el zar; pidieron elpermiso de cavar, y, ¿qué te figuras? Abrieron y nohabía nada en la almohada, el féretro estaba lleno degusanos. Y volvieron a enterrarlo. ¡Eso es lo quehace el dinero!

-Ya es sabido! Só1o engendra pecados -dijo Dut-lov, que se levantó y se puso a rezar.

Al terminar dirigió la mirada hacia el sobrino.Éste dormía. Acercósele Dutlov, le aflojó elcinturón y se acostó. El otro mujik se fue a dormir ala cuadra.

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IX

Cuando volvió a quedar todo en calma, Polikey,como si hubiese sido culpable de algo, bajósilenciosamente de la estufa e hizo sus preparativosde marcha. Sin saber por qué, temía pasar la nochecon los reclutas. Ya los gallos cantaban con másfrecuencia. Tambor se había comido toda su avenay tenía sed. Ílich sacó su carreta de entre loscarruajes de los mujiks, palpó su gorra, y halló quesu contenido estaba intacto, y pronto las ruedas dela carreta resonaban de nuevo sobre el heladocamino que conduce a Podrovskoie. Hasta que salióde la ciudad pudo respirar libremente; hastaentonces parecíale, sin explicarse por qué, que leiban a perseguir, a prender, y, atado de manos, apresentarlo en lugar de Ilia. Ora por el aire helado,

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ora por miedo, un estremecimiento sacudía sucuerpo, y sin cesar apresuraba al caballo. El primerhombre a quien encontró fue un pope, cubierto conun gran bonete de invierno y acompañado de uncriado tuerto. Polikey sintió mayor miedo. Ya fuerade la ciudad, desperezándose de a poco. Tambormarchaba lentamente; el camino, adelante, se hizomás claro; Ílich quitóse el gorro y palpó el dinero."¿Sería mejor llevarlo en la pechera? -pensó-. Peroentonces tengo que desceñirme. Aguardaré hastaque pase la colina, entonces bajaré del carruaje y mearreglaré. El gorro está bien cosido por arriba, y porabajo el sobre no se me escapará... Tampoco mequitaré el gorro mientras no llegue a casa..." En eldeclive de la colina, Tambor, por su voluntad,empezó a galopar, y Polikery, que sentía tambiéndeseos de llegar cuanto antes a su casa, no se loimpedía. Como iba muy bien, o por lo menos a él leparecía así, se dio a soñar con el agradecimiento dela señora, con los cinco rublos que le daría y laalegría de su mujer y de sus hijos. Quitóse otra vezel gorro, de nuevo palpó el sobre y se lo ajustó a lacabeza, sonriendo. Lo felpudo del gorro estabaenteramente gastado, y en la parte donde la vísperahabía sido cosido por Akulina se volvió a romper;

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fueron los impulsos de Polikey, cuando queríaocultar más adentro el sobre, los que más prontoacabaron con el gorro, haciendo que el sobreasomara una punta por la rotura.

Comenzó a clarear el día, y Polikey, que en todala noche no había cerrado los ojos, comenzó adormitar. Como se ciñó fuertemente la gorra, elsobre salió todavía más afuera, y mientras dormía,su cabeza golpeaba en el respaldo de la carreta.Despertó ya muy cerca de su casa. Su primermovimiento fue llevarse la mano al casquete; losintió bien apretado y no se lo quitó, seguro de queallí estaba el sobre. Fustigó a Tambor, arreglóse denuevo, se dio la importancia de un posadero, y,mirando alternativamente a un lado y a otro, sedirigió hacia la quinta.

-He aquí a la cocina, el ala de los siervos .... yadistingo a la mujer del carpintero que lleva su ropa... El despacho.... el despacho..., la casa señorial,donde Polikey, dentro de unos instantes, tendría laoportunidad de demostrar que era hombre fiel yhonrado, y que es posible calumniar a cualquiera...Y la señora diría: "¡Muy bien! -te lo agradezco,Polikey. Aquí tienes tres rublos..." Tal vez le daríacinco, quizá diez..., y le convidaría el té, y quién sabe

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si hasta le daría un vaso de vodka. Con este frío novendría mal... Con diez rublos puede divertirse unoen la fiesta, comprar botas, y sea lo que fuere,devolver los cuatro y medio rublos que debo aNikita, porque molesta mucho por esta deuda... Aunos cien pasos de la casa, Polikey dio otro latigazoal caballo, arregló su cinturón y su cuello; se quitó elgorro, arregló sus cabellos, y metió lentamente lamano bajo el forro. Su mano comenzó a moversemás y más apresuradamente, metió también la otra;su rostro se puso más y más pálido, y una de susmanos salió por el otro lado del gorro... Polikey searrodilló, detuvo el caballo y comenzó a examinar lacarretera, el heno, las compras, palpóse la pechera yel pantalón: ¡nada!, ¡el dinero había desaparecido!

-¡Padrecito mío!, ¿qué es esto? ¡Qué va asuceder?... -clamó mesándose los cabellos.

Pero pensó al momento que alguien podríasorprenderle, hizo volver a Tambor sobre sus pasos,se hundió el gorro y lanzó carretera abajo al caballo,asombrado y disgustado.

Abomino de ir con Poliker -pensaba sin dudaTambor-. Una vez en la vida que me dio de comer ybeber a tiempo, ha sido únicamente para engañarmede modo tan desagradable. ¡Cuánto me apresuraba

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para llegar a casa! Me he fatigado y apenas olfateo elheno me hace correr de nuevo.

-¡Tú, bestia del diablo! -gritó Polikey conlágrimas y levantándose en la carreta, comenzó afustigar el caballo con las riendas y el látigo.

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X

Durante todo el día nadie en Pokrovskoie vio aPolikey. La señora preguntó por él varias vecesdespués de comer, y Aksiutka llegaba corriendo acada instante al rincón de Akulina; ésta contestabaque todavía no había llegado, que sin duda elmercader lo había entretenido, o que acaso habríapasado algo al caballo. "Tal vez se ha encojado,como la última vez que salió. Maxim estuvo todo undía desde la ciudad al pueblo, y tuvo que hacer todoel viaje a pie." Aksiutka dirigía de nuevo suspéndulos hacia arriba, y de nuevo Akulina volvía aimaginar otras causas que explicasen el retraso de sumarido, tratando en vano de tranquilizarse. Sentíaun peso sobre el corazón y olvidó los preparativospara la fiesta de mañana; aumentaba su tormento el

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hecho de que la mujer del carpintero afirmaba quehabía visto por la mañana "un hombre igual, igual aÍlich, que se había acercado a la quinta y despuéshabía vuelto a alejarse".

Los niños estaban también impacientes por elretorno de su padre, pero por causas distintas,Aniutka y Mashka se quedaron sin el peludo y sin elabrigo, y no podían salir a la calle; estaban obligadasa correr únicamente alrededor de la casa, abrigadassólo con los vestidos, corriendo y atrapándose una ala otra, con ruido infernal que causaba muchasmolestias a los habitantes de la isba, que iban yvenían constantemente. Una vez Mashka chocó conla mujer del carpintero, que llevaba agua, y aunquela niña rompió a llorar con anticipación, por habersegolpeado con los pies de la vecina, ésta le dio untirón de cabellos y Mashka se puso a llorar másfuerte aún. Cuando no topaba con nadie, brincabasobre la cubeta al pasar la puerta y subía encima dela estufa. Solamente la señora y Akulina seinquietaban por el propio Polikey, pues los hijos sepreocupaban sólo por los abrigos. Cuando llegóEgor Mikáilovich para el acuerdo diario con laseñora, fue interrogado por ésta acerca del regreso

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de Polikey, y dónde podría hallarse. Sonrió ycontestó:

-Yo no lo puedo saber -visiblemente satisfechode que se fueran justificando sus temores-. Ya almedio día era tiempo que hubiese llegado -añadiósignificativamente.

Durante todo el día nadie en Pokrosvskoie suponada de Polikey. Muy tarde ya, se dijo solamenteque unos mujiks vecinos lo habían visto corriendopor la carretera, sin gorro y preguntando a todos "sino habían encontrado una carta". Otro hombre lovio durmiendo a la orilla del camino, junto a lacarreta, el caballo amarrado.

-Me ha parecido -dijo este hombre-, que estababorracho y que el caballo no había comido nibebido desde hacía lo menos dos días, a tal grado sehabía enflaquecido.

Akulina no durmió en toda la noche, escuchandosiempre si percibía alguna señal de su llegada, ¡peroen vano! Si hubiera estado sola o hubiera tenido unacriada que la sirviera, seguramente se habría sentidoaún más desgraciada; pero apenas cantaron losgallos por tercera vez, cuando se levantó la mujerdel carpintero, Akulina se vio obligada también alevantarse para ir a la estufa como las demás. Era

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día de fiesta; era preciso antes de que llegase el día,acabar de cocer los panes, preparar el desayuno,hacer las tortas, ordeñar la vaca, planchar losvestidos y las camisas, lavar a los pequeños, traeragua y no permitir que la vecina ocupase ella solatoda la estufa. Sin dejar de atender a todos losruidos de afuera, Akulina se ocupó de sus laborescotidianas. Llegó el día, y comenzaron a tocar amisa las campanas; ya se habían levantado los niños,pero Polikey aún no había vuelto. La víspera habíahelado; la nieve cubría desigualmente los campos,los caminos y los techos de las casas; ese día, comosi fuera expresamente por ser fiesta, presentábasehermoso, con un sol espléndido y una atmósferapura y transparente, de modo que a lo lejos todo seoía y se veía... Akulina, metiendo la cabeza en laestufa, estaba tan preocupada con sus tortas que nose percató de la llegada de Polikey, y sólo por losgritos de los niños supo que su marido habíallegado. Aniutka, la mayor, ya se había engrasado loscabellos y se había vestido sin ayuda de la madre.Llevaba un traje nuevo de algodón, color rosa, sinalmidonar; era un regalo de la señora, que le veníacomo a una muñeca y excitaba la envidia de lasvecinas; sus cabellos brillaban por haberse gastado

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en ellos un medio cabo de sebo; también sus botas,que, aunque no eran nuevas, eran de cuero delgado.Mashka todavía llevaba su batita y estaba sucia, desuerte que Anitika no la dejaba acercarse por miedode que la manchara. Mashka estaba precisamente enel patio, cuando llegó su padre con las compras.

-¡Mi padrecito ha llegado! -gritó-, y entró co-rriendo por la puerta, ensuciando al pasar el vestidode Aniutka; ésta, ya sin temer mancharse, se puso apegar a su hermana, mientras Akulina, sin poderdejar su trabajo, sólo gritaba:

¡Salgan de aquí, o azotaré a todos!Volvió hacia la puerta ansiosamente la mirada, en

el instante que Ílich, con un bulto en las manos,entró en el pasillo y se dirigió inmediatamente a surincón. A Akulina le parecía que estaba pálido y quetenía el rostro lloroso y sonriente; pero apenas tuvotiempo de fijarse en ello.

-¿Y qué, Íluch, todo va bien? -preguntó sinmoverse de la estufa.

Ílich murmuró algo incomprensible.-¿Qué dices? -exclamó-. ¿Has visto ya a la

señora?Ílich se sentó en el lecho, miró estúpidamente en

torno suyo, sonriendo con su sonrisa de hombre

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bueno y culpable; y durante un largo rato nocontestó nada.

-Dime, Ílich, ¿por qué has tardado tanto? -pre-guntó Akulina.

-Yo, Akulina mía, ya he entregado el dinero a laseñora... ¡Si vieras de qué modo me ha dado gracias!-dijo de repente, y comenzó a mirar todavía másinquieto y sonriendo siempre. Dos cosas atraíanparticularmente sus ojos inquietos y abiertos, comosi tuviese fiebre; el pequeñito que estaba en la cunay las cuerdas con que estaba atada ésta. Se acercó ala cunita y comenzó con sus delgados dedos adesatar la cuerda. Después su mirada se fijó en elniño; pero en este instante entró en el rincónAkulina, con las tortas en una tabla, y Polikey semetió apresuradamente las cuerdas en el bolsillo yse sentó de nuevo en la cama.

-¿Qué tienes, Ílich? -¿te sientes mal? -preguntóAkulina.

-Es que no he dormido -contestó Polikey.De pronto pasó veloz por delante de la ventana y

poco después entró como una flecha Aksiutka, lamuchacha de arriba.

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-La señora ordena a Polikey Ílich que vengainmediatamente -dijo-. Que venga inmediatamente;lo ordena Advotia Mikáilovna.... inmediatamente.

Polikey miró a Akulina y a la muchacha.-¡Voy en seguida!, ¿qué se le ofrece todavía? -dijo

de una manera tan natural, que Akulina setranquilizó.

-Tal vez lo quiere gratificar -pensaba-.-Di que ahora mismo voy.Levantóse y salió; mientras tanto, Akulina tomó

una artesa, la puso en el banco, vertió agua de loscubos que se hallaban junto a la puerta, añadió aguacaliente de la estufa, se arremangó las mangas yprobó su temperatura con la punta de los dedos.

-Ven, Mashka, voy a lavarte.La niña, al oír esto, se puso a chillar.-Ven, tiñosa, después te pondré una camisa

limpia. ¡Vamos, basta de historias! Ven, que luegohe de lavar también a tus hermanos.

Mientras tanto Polikey no seguía a lamuchacha de arriba, sino que se dirigía hacia muyopuesto lado. En el pasillo había, junto a la pared,una escalera muy recta que conducía al granero.Polikey, una vez fuera, miró entorno, y al no ver anadie, se inclinó y subió rápidamente por la escalera.

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-¿Qué significa esto?... No viene Polikey... -dijo laseñora con impaciencia, dirigiéndose a Duniasha,que estaba peinándola-. ¿Dónde se ha metido?, ¿porqué no viene?

Aksiutka de nuevo corrió a la isba de los criados;de nuevo entró bruscamente en el pasillo, diciendoque Ílich fuese inmediatamente a ver a la señora .

-Pero, si hace ya un rato que ha salido -contestóMulina, quien, después de haber lavado y arregladoa Mashka, acababa de meter en el baño a supequeñuelo; y a pesar de sus grandes chillidos,comenzó a mojarle la cabellera. El niño gritabahaciendo muecas, agitaba sus manecitas como siquisiera agarrarse de algo; con una mano Akulinadetenía su robusto cuerpecito lleno de hoyuelos, ycon la otra lo iba lavando.

-Anda, mira que no se haya quedado dormido enalguna parte -dijo Mulina, pleno ya el corazón deinquietud.

En este momento la mujer del carpintero, sinpeinar todavía, a medio vestir, recogida la falda,subió al granero para traer su vestido que habíapuesto allí a secar. De pronto se escuchó en elgranero un grito horroroso, y la mujer del

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carpintero, como una loca, cerrados los ojos, deespaldas, rodaba escaleras abajo.

-¡Ílich! -exclamó espantada.Akulina dejó de sostener al chico.-...¡Ahorcado! -aullaba la carpintera.Akulina salió corriendo al pasillo, sin darse

cuenta de que el pequeño rodaba como una pelota,cayendo de cabeza al agua con los piececitos haciaarriba.

-En la viga.... ¡está colgado! -gritaba la carpintera,que se contuvo al ver a Mulina.

Akulina se lanzó por la escalera y antes de quelograran detenerla llegó arriba; prorrumpió en ungrito espantoso y cayó como un cadáver; se hubieramatado seguramente si no la reciben en sus brazoslas gentes que de todos lados hablan acudido.

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XI

Durante algunos minutos fue imposible quenadie se entendiera en medio de aquella confusióngeneral. La multitud que se había reunido eraenorme; todos gritaban, todos hablaban, los niños ylos viejos sollozaban. Akulina permanecíadesvanecida. Por fin el carpintero y el intendente,que ya también estaban allí, subieron las escalerasmientras la carpintera contaba por vigésima vezcómo, «sin pensar en nada», había subido al graneropara recoger su ropa tendida a secar, y cómo vio allíde pronto a un hombre...

-Miro, y era Ílich, el gorro al revés, frente a él, enel suelo, y los pies balanceándose... ¿Es posible? ¡Unhombre se ha ahorcado y yo lo he de ver!... Ni yomisma lo recordaba cuando caía escaleras abajo. Y

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qué milagro: ¡Dios me ha protegido! Seguro queDios mismo me ha salvado. No es poca cosa; laescalera tan derecha y tan alta. ¡Sin duda que mehubiera matado!

Los hombres que se habían atrevido a subir,contaban la misma cosa: Ílich, en camisa y pantalón,se había colgado a una viga con las cuerdas quehabía cogido de la cuna. El gorro, de revés, sehallaba allí mismo. Habíase quitado el armiak y lashuba dejándolos bien doblados en el suelo. Laspuntas de los pies casi tocaban el piso y ya nomostraba la menor señal de vida. Mulina, ya vueltaen sí, quiso subir de nuevo la escalera, pero ladetuvieron.

-Madrecita, ¡Sionka se ha ahogado! -gritó depronto la niña balbuciente, desde el rincón.

Akulina se libró de los que la detenían y corriópara allá. El chicuelo, inmóvil, se hallaba boca abajo,en la artesa, y sus piececitos estaban rígidos. Akulinalo sacó, pero el niño ya no respiraba ni se movía.Akulina lo tiró sobre el lecho y apoyándose en lasdos manos dio una carcajada tan fuerte, ruidosa yterrible, que Mashka, que al principio tambiénempezó a reír, se tapó las orejas y llorando corrióhacia el pasillo. La gente gritaba y lloraba, y muchos

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entraron en el rincón. Secaron al niño y empezarona frotarlo, pero todo fue inútil. Mulina, tendidasobre el lecho, lanzaba tales carcajadas que cuantosse acercaban a oírla quedaban horrorizados.

Al ver aquella muchedumbre de hombres,mujeres, ancianos y niños que se agolpaban en elpasillo, era posible darse cuenta del enorme númerode gentes que vivían en el pabellón de los dvorovuy.Todos se agitaban, todos hablaban, muchoslloraban, pero nadie hacía nada. La mujer delcarpintero encontraba siempre a alguien que nohabía oído todavía la historia, y de nuevo contabacómo se había afectado profundamente su sensiblecorazón con tan extraordinario espectáculo, y cómoDios la había salvado de una caída mortal en laescalera. El viejo despensero, con un abrigo demujer, contaba también cómo en tiempos delantiguo señor, una mujer se había ahogado en elestanque. El intendente envió mensajeros alcomisario y al cura y dispuso a una guardia al pie delgranero. Aksiutka, la corredora de arriba, pegó lossaltones ojos a un agujero que había en la pared delgranero, y aunque no vela nada, allí se estaba sinpensar en dar aviso a la señora. Agafia Mijáilovna,doncella de la antigua señora, iba pidiendo té para

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calmar sus nervios, y lloraba. La abuela Ana, con susregordetas manos impregnadas de aceite corriente,arreglaba sobre la mesa el cadáver del niño. Lasmujeres se habían quedado en torno de Akulina y lacontemplaban en silencio. Los niños se acurrucabanen los rincones y cada vez que miraban a la madrerompían a llorar; después, callándose, se acercaban amirarla de nuevo y se apretaban todavía más losunos con los otros. Los pilluelos y los mujiks seamontonaban en la gradería, mirando por la puertay por las ventanas, sin ver ni comprender nada,preguntándose unos a otros qué era lo que habíasucedido. Uno decía que el carpintero había partidocon el hacha la pierna a su mujer. Otro afirmabaque la planchadora había dado a luz tres gemelos, obien, que la gata del cocinero tenía rabia, y quehabla mordido a las gentes. Pero poco a poco fuecirculando la verdad de lo ocurrido, y al fin llegó aoídos de la señora, y aun parece que nadie se cuidóde prepararla. El brutal Egor le contó el hecho sinatenuar detalle, y de tal modo afligió a la señora, quedurante largo tiempo no pudo sobreponerse. Lamultitud comenzaba a calmarse; la mujer delcarpintero prendió el samovar y preparó el té, demodo que los extraños a la casa, a quienes no se

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convidaba, hallaron indecoroso permanecer allí pormás tiempo. Los muchachos comenzaron a pelearseen la gradería. Todos sabían ya de qué se trataba ypersigándose se iban dispersando, cuando de prontose oyeron exclamaciones: "¡La señora, la señora!", ytodos se amontonaron de nuevo para dar paso alama; pero también tenían un gran deseo de ver loque iba a hacer. La señora, pálida, llorosa, se dirigiópor el pasillo al rincón de Akulina. Docenas decabezas se apretaban una a la otra mirando por lapuerta. Una mujer embarazada se encontró en talesapreturas que se puso a chillar, y de esta suerte logróponerse en primera fila. ¿Quién podía no sentirdeseos de ver a la señora en el rincón de Akulina?Para estos siervos tal cosa era lo mismo que lasluces de bengala al fin de una fiesta; tiene que sercosa de importancia si se encienden luces debengala, y debía tratarse de no poca cosa cuando laseñora, con sus sedas y bordados, entraba en elrincón de Akulina. La señora se acercó a la mujer yla cogió cariñosamente; pero Akulina la rechazó conbrusquedad. Los viejos siervos menearon suscabezas en señal de reproche.

-¡Akulina -dijo la señora-, tienes hijos, ten piedadde ti ... !

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Akulina lanzó una carcajada y se levantó dellecho.

-¡Mis hijos son todos de plata, todos de plata ... !Papeles yo no tengo ninguno... -murmuróprecipitadamente-. Yo se lo decía: Ílich, no tomespapeles, ya lo ves... ¡Te han untado, untado conalquitrán! Alquitrán y jabón, señora mía... Cualquierroña se quita inmediatamente... -y de nuevo se echóa reír estúpidamente.

La señora se volvió a otro lado y ordenó fueranen busca del enfermero y de mostaza.

-Dadle agua fría -añadió, y ella misma se puso abuscarla; pero al ver a chicuelo muerto, junto al cualse hallaba parada la abuela Ana, la señora se cubrióel rostro y todos pudieron ver que lloraba.

Mientras tanto, la abuela Ana (qué lástima que laseñora no haya hecho caso de ello, pues podíahaberlo apreciado, ya que todo lo hacía por estarella presente) cubrió al chiquillo con un pedacito demanta, arregló su manecita con su mano regordeta,y de tal modo movió la cabeza y estiró sus labios,medio cerrando con sentimiento los ojos, y de talmodo suspiró, que pudieron todos convencerse desu buen corazón; pero la señora no se percató denada de esto, ni podía percatarse; sollozaba

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fuertemente, le dio un ataque nervioso y fue precisoconducirla fuera, sosteniéndola de las manos, yacompañarla hasta la casa.

"Todo esto es en provecho de ella", pensaronmuchos, y comenzaron a retirarse. Akulina seguíariendo a carcajadas y diciendo cosas incoherentes.La llevaron a otro cuarto, le aplicaron sangrías, lepusieron sinapismos y hielo en la cabeza perocontinuaba sin darse cuenta de lo que pasaba entorno suyo. No lloraba, reía, hablando y haciendotales cosas, que la buena gente que se quedó acuidarla no podía contener la risa.

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XII

No estuvo nada alegre la fiesta en Pokrovskoie.Aunque el día era hermosísimo, no salió la gente adivertirse las muchachas no se reunieron para cantarcanciones; los muchachos de la fábrica, que vinieronde la ciudad, no tocaron sus acordeones, ni susbalalaikas, ni jugaron con las doncellas... Todos sequedaban recluidos en sus rincones, y si hablaban,lo hacían en voz baja, como si un espíritu malignoestuviera presente y pudiese oírles. Durante el día,menos mal, pero al atardecer, al llegar la noche,empezaron los perros a aullar, y por desgracia selevantó un viento tremendo que silbaba con furia enlas chimeneas, de modo que tal horror se apoderóde todos los habitantes de la quinta, que quienesposeían cirios los encendieron ante las imágenes; si

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alguno se hallaba solo en su rincón, acudía a pedirhospitalidad por la noche a sus vecinos, dondehabía más gente; el que tenía que cuidar de losestablos no lo hizo, dejando esa noche al ganado sinalimento. El agua bendita, que en una botellita cadauno guardaba en su casa, fue gastada por completodurante la velada. No fueron pocos los que oyeroncómo alguien andaba pesadamente por el granero, yhasta el forjador dijo haber visto cómo unaserpiente de fuego atravesó el aire, en dirección algranero mismo. En el rincón de Polikey no habíaquedado nadie: los niños y la loca fuerontrasladados a otra parte; y junto al cadáver delchicuelo permanecieron únicamente dos mujeresancianas y una monja transeúnte, que por su propioafán leía los salmos, no por el niño, sino en generalpor tantas desdichas, porque así lo había mandadola señora. Las ancianas y la peregrina habíanpercibido con sus propios oídos, que al fin de cadaparte de los salmos temblaba la viga del granero yalguien gemía. Entonces leyeron el salmo: Diosresucitará, y todo volvía a quedar en paz, La mujerdel carpintero llamó a su comadre para que laacompañara aquella noche, y por no poder dormirse acabaron todo el té destinado a la semana.

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También ellas habían oído crujir las vigas, como sicayesen sacos. Los mujiks que estaban de guardiadaban algún ánimo a los dvorovuy, pues de locontrario, en aquella noche, todos hubiesen muertode miedo. Esos mujiks estaban acostados en elpasillo sobre un poco de heno, y tambiénaseguraban, a la mañana, que habían oído algoprodigioso en el granero, aunque durante la nochehabían charlado tranquilamente del reclutamiento,habían comido pan, se habían rascado, y, loprincipal, habían llenado el pasillo con su hedorespecial de mujiks, de tal manera que la mujer delcarpintero, pasando por delante de ellos, escupió ylos llamó "rudos".

Como quiera que fuese, el ahorcado estaba aúnen el granero y el espíritu del mal pareció queaquella noche cubría con sus alas gigantescas elpabellón, dando una prueba de su inmenso poder,más cerca que nunca de estas pobres gentes. Almenos, esto era lo que todo el mundo sentía. No sési era exacto; yo, por mi parte, supongo que no.Creo que si algún atrevido hubiese tomado unalinterna y, persignándose o sin hacerlo, hubiesesubido al granero, rompiendo con la luz el horrorde la noche e iluminando las vigas, la arena del

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suelo, la techumbre cubierta de telarañas y losvestidos olvidados por la mujer del carpintero, y alfin se hubiese acercado a Ílich, conservando laserenidad del corazón, y levantado la linterna hastala altura del rostro, sólo habría visto el cuerpo flacobien conocido, con los pies tocando el suelo, puesse había aflojado la cuerda, inclinado a un lado, elcuello de la camisa desabrochado y sin que dejaseasomar cruz o medalla; la cabeza caída sobre elpecho y el bondadoso rostro con los ojos abiertos ysin ver, la sonrisa de ternura y de culpa.... en mediode una serena tranquilidad y un profundo silencio.Afirmo que era más horrible de ver la mujer delcarpintero, que escondía la cabeza en la cama, conlos cabellos en desorden y los ojos espantados,afirmando que oía caer los sacos del granero; estamujer estaba horrorosa, más terrible que Ílich,aunque a éste le hablan quitado la cruz para ponerlasobre la viga.

Arriba, es decir en casa de la señora, reinaba elmismo terror que en el pabellón de la servidumbre.El cuarto de la señora estaba lleno de olor de aguade Colonia y de mixturas. Duniasha estabafundiendo un pedazo de cera amarilla y preparabaun cerato. ¿Para qué iba a servir este cerato? No lo

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sé yo; sé únicamente que siempre que se hallabaindispuesta la señora se hacia esta preparación. Y enrealidad, en la ocasión presente, la señora estaba casienferma. La tía de Duniasha había venido a pasar lanoche con ésta, para darle algún valor; se hallabanlas cuatro reunidas en cuarto de la doncella yhablaban en voz baja.

-¿Quién irá a buscar el aceite? -preguntó Dunia-sha.

-¡Yo no iré, Advotia Nikáilovna, no iré por nadadel mundo! -exclamó la segunda doncella.

-¿Qué dices?... Vete con Aksiutka -dijoDuniasha.

-Ya iré yo sola.... no tengo miedo de nada-afirmó Aksiutka, comenzando a temblar en elmismo instante.

-Anda, pues, niña, pide a la abuela Ana que te lodé en un vaso, pero ten cuidado de que no sederrame -concluyó Duniasha.

Aksiutka se recogió las faldas con una mano, yaunque a consecuencia de esto no pudo balancearlos dos brazos, balanceó el que le quedaba libre, condoble velocidad, cortando la línea de su dirección yechando a correr. Tenía mucho miedo y sentía quesi topara en aquel instante con alguien, aunque fuera

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su propia madre, que vivía aún, moriría del susto.Iba casi volando y con los ojos medio cerrados, porel camino bien conocido.

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XIII

-La señora, ¿duerme o no? -preguntó de prontogana voz, fuerte, de mujik, cerca de los oídos deAksiutka. Esta abrió los ojos, que tenía mediocerrados, y vio delante a un hombre que en elprimer momento le pareció más grande que la casa;dio un grito y se puso a correr de tal modo que lafalda parecía volar tras ella. De un salto se encontróen la gradería de la casa señorial, de otro en laestancia de los criados y, haciendo exclamacionessalvajes, se echó en la cama.

Duniasha, su tía y la otra doncella por poco semueren de miedo; no habían tenido tiempo dereponerse cuando oyeron ya unos pasos lentos,pesados e irresolutos, primero en el pasillo ydespués junto a la misma puerta. Duniasha corrió

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hacia el cuarto de la señora, dejando caer al suelo elcerato; la otra doncella procuraba esconderse trasalgunas ropas que estaban colgadas en la pared; latía, una mujer más valiente, quería detener la puerta,pero ésta ya se había abierto, y entró un mujik. Erael viejo Dutlov con sus barcazas en los pies. Sinpreocuparse M susto producido a las doncellas,buscó con los ojos el sagrado icono, y no viendo lapequeña imagen que se hallaba en un rincón, sesantiguó delante del pequeño estante con tazas; dejósu gorro en el reborde de la ventana y, hundiendo lamano en su peludo, muy adentro, como si quisieserascarse la axila, sacó al fin el sobre con los cincosellos rojos de lacre que llevaban un ancla. La tía deDuniasha se apretó el pecho... Dijo apenas con vozentrecortada:

-¡Cómo nos has asustado, Naúrnich! No puedoni decir palabra. Creí que había llegado mi fin...

-¡Vaya una manera de entrar! -exclamó lasegunda doncella, apareciendo detrás de la ropa.

-Has asustado también a la señora -dijoDuniasha entrando en la pieza-. ¿Cómo te permitesentrar por la gradería de las criadas sin preguntar?¡Eres un verdadero mujik!

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Dutlov, sin pedir perdón, repitió que le eraabsolutamente preciso ver a la señora.

-Está enferma -dijo Duniasha.En aquel momento, Aksiutka se echó a reír tan

estrepitosamente, que de nuevo hubo de esconderla cabeza bajo la almohada, y durante una hora, apesar de las amonestaciones de Duniasha y de sutía, no pudo retener la estruendosa risa apenaslevantaba la cabeza, como si algo fuese a romperseen su pecho o bien en sus rojas mejillas. Parecíalecosa ridícula que se hubiesen asustado todas deaquel modo, y no paraba de reír, agitando sus pies ytodo su cuerpo en grandes convulsiones.

Dutlov se fijó en ella un momento, se la quedómirando con atención como si supiese lo quepasaba a la muchacha, pero no logrando compren-der nada, se volvió y continuó su discurso.

-He dicho que se trata de un asunto muy inte-resante; basta que diga usted a la señora que unmujik ha encontrado una carta con dinero...

-¿Qué dinero?Duniasha, antes de ir a avisar, leyó el sobre y

preguntó a Dutlov dónde y cómo había hallado esedinero, que debió haber traído Ílich de la ciudad.Bien enterada de todos estos detalles, Duniasha

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empezó por arrojar fuera del cuarto a Aksiutka, queno cesaba de reír, y entró finalmente a ver a laseñora ... ; pero con gran extrañeza de Dutlov, laseñora no quiso recibirlo ni dio instruccionesexactas a la doncella.

-Nada sé y nada quiero saber -había dicho laseñora-: no me importa ni el mujik ni el dinero; nopuedo y no quiero ver a nadie. ¡Que me dejen enpaz!

-¿Y qué hago yo de esto? -dijo Dutlov, volviendode un lado a otro el sobre-. No es suma pequeña.¿Qué está escrito encima? -preguntó a Duniasha,que de nuevo leyó la dirección.

Dutlov seguía en sus dudas. Tuvo la esperanzade que tal vez el dinero no era de la señora, quehabrían leído mal la dirección. Pero Duniasha loconvenció. El mujik suspiró, metió el sobre en elbolsillo e iba a salir:

-No habrá más remedio que hacer entrega deesto al stanovoy -dijo.

-Aguarda, lo in deteniéndolo, mientrascontemplaba cómo desaparecía el sobre en elbolsillo del mujik-. Dámelo.

Dutlov lo sacó de nuevo, pero vacilaba enentregar la carta a la criada que le tendía la mano.

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-Dile que es Dutlov Simeón, que lo haencontrado en la carretera.

Stanovoy jefe de policia de la demarcación.-Ya lo sé, dámela.-Creí anteriormente que era una simple carta,

pero un soldado me explicó que contiene dinero._Sí, pero dame...-Yo no me hubiera atrevido a entrar en

porque no... -volvió a decir Dutlov sinentregar el sobreprecioso-. Así avísele usted.

Duniasha tomó el sobre y entró de nuevo a ver ala señora.

-¡Por Dios, Duniasha! -dijo la señora e reproche-,no me hables de este dinero. Basta que me acuerdedel pobre, del inocente chicuelo...

-El mujik, señora, no sabe a quién manda ustedentregarlo -dijo de nuevo Duniasha.

La señora rompió el sobre, y a la vista del dinerose estremeció y quedó pensativa; luego exclamó:

-¡Maldito dinero! ¡De cuántas desgracias es causa!-Dut1ov, señora, es quien lo ha encontrado. ¿Or-

dena usted que se vaya o que pase? Por lo demás,no sabemos si está el dinero completo.

-Yo no quiero este dinero; es un dinero maldito.¡Cuántas desgracias ha traído! Dile que se lo guarde

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si lo quiere -exclamó la señora, buscando la manode la criada---. Sí, sí, sí -repitió la señora mirando ala perpleja doncella-, que se lo lleve y haga con él loque quiera.

-Son mil quinientos rublos... -objetó Duniashasonriendo como si hablase con un niño.

-Que lo tome todo -repitió la señora con im-paciencia. ¿No me comprendes? Es un dineromaldito; nunca me hables de él. Que se lo lleve elmujik que lo ha encontrado. ¡Vete, te digo, vete!

Duniasha regresó al cuarto de las criadas, ytendió el sobre a Dutlov.

-¿Está completo el dinero? -preguntó éste.-Cuéntalo tú mismo -dijo Duniasha-. La señora

ordena entregártelo a ti.Dutlov se metió el casquete bajo el brazo e

inclinándose comenzó a contar.-¿No hay ábaco?Dutlov había entendido que la señora, por no

saber contar, le encargaba que él lo hiciera.-¡Ya lo contarás en tu casa, pues es tuyo el

dinero! -dijo Duniasha con cólera. "No quiero verlo-dijo la señora, entrégalo a quien lo ha traído".

Dutlov sin cambiar de postura clavó su miradaen Duniasha.

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La tía de Duniasha palmoteó las manos.-¡Madrecitas mías! ¡Vaya una suerte! ¡Madrecitas

mías!-No diga usted bromas, Advotia Nikolai- ¡Qué

broma! Ordenó que lo entregara al mujik... Toma,pues, el dinero y lárgate ya -dijo Duniasha sindisimular su despecho-. Lo que es desgracia paraunos es dicha para otros.

-¡Mil quinientos rublos no son poca cosa! -ex-clamó la tía.

-Aquí hay todavía más -asintió Duniasha-. Uncirio de diez kopeks sacrificarán a San Nicolás, -dijoDuniasha con burla-. ¿Como, todavía no vuelves enti? Si esto hubiese caído en manos de un pobre,menos mal; pero tú tienes ya bastante con lo tuyo.

Dutlov comprendió, finalmente, que no eraaquello una broma; recogió los billetes que habíaextendido sobre la mesa, para contarlos,metiéndolos en el sobre; pero sus manos temblabany se volvía a mirar a las doncellas para convencersede que no era broma.

-Vedle cómo no vuelve en sí de alegría -dijoDuniasha, mostrando que a pesar de tododespreciaba al mujik y al dinero-. Dame, te ayudaré.

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Y quería cogerlos. Pero Dutlov no se lopermitió; arrebató todo el dinero, lo metió en subolsillo y cogió el gorro.

-Vaya, ¿estás contento?-No sé qué decir... He aquí...No acabó la frase; agitó la mano, sonrió, hizo

una mueca como si fuera a llorar, y salió.Oyóse el timbre del cuarto de la señora.-¿Se lo has entregado ya?-Sí.-¿Y está contento?-Parece loco.-Llámalo, le preguntaré cómo lo ha encontrado;

que venga aquí, porque no puedo salir.Duniasha salió corriendo y alcanzó a Dutlov en

el pasillo. Sin ponerse el sombrero, el mujik habíasacado su bolsa y la desataba, teniendo el dineroentre los dientes. Tal vez le parecía que mientras nose hallara en su bolsa no le pertenecía. CuandoDuniasha lo llamó se asustó.

-¡Cómo! Advotia... ¿Advotia Mikáilovna quiereacaso quitarme ahora el dinero? ¡Intercede por mí,por Dios, y yo te traeré miel!

-¡Oh!, ya bastante nos has traído -dijo la doncellacon ironía.

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De nuevo se abrió la puerta y el mujik fue intro-ducido en el cuarto de la señora. Su alegríadesapareció: "Quiere tomarme el dinero", pensaba."Dios sabe por qué", y al entrar levantaba muy altosus pies, como si anduviese entre yerba crecida,procurando no golpear sus sandalias en el suelo. Nocomprendía y no veía nada a su alrededor. Pasabaante los espejos, veía algunas flores, un mujik quelevantaba los pies muy altos, el retrato de un señorcon monóculo, una maceta verde, y algo blanco... Yde pronto esta forma blanca comienza a hablar; erala señora. Dutlov no comprendía nada, no hacíamás que abrir grandemente los ojos; no comprendíadónde se hallaba y todo le parecía como envuelto ennieblas.

-¿Eres tú, Dutlov?-Yo soy, señora. Está intacto, como lo encontré

-dijo-. Tampoco a mí me agradan estas cosas. Casihe acabado con mi caballo...

-Bueno, ha sido tu suerte -dijo la señora consonrisa de desprecio y bondad al mismo tiempo-.Tómalos, son tuyos.

Dutlov abría más aún los azorados ojos.-Me agrada que tú los tengas. ¡Quiera Dios que te

traigan provecho!... ¿Estás muy contento?

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-¡Cómo no estar contento, señora! ¡Tancontento, tan contento, madre mía! Siempre rezarépor usted a Dios. ¡Que viva muchos años la señora,en la gracia de Dios!... Pero de todos modos, no esculpa mía...

-¿Y cómo hallaste ese dinero?-Porque siempre tratamos de agradar a la señora,

con honradez y no como...-Ya no sabe lo que dice, señora... -dijo Duniasha.-Volvía de acompañar a la ciudad al recluta, mi

sobrino, y lo hallé en medio de la carretera; sin dudaque Polikey lo había dejado caer, involuntariamente,por descuido...

-Bueno, anda, anda, amigo...; yo quedo contenta.-¡Y yo más todavía, madrecita!... -murmuraba el

mujik.Después se acordó que ni siquiera le había dado

las gracias y que había demostrado muy pocaeducación. La señora y Duniasha sonreían, mientrasque él de nuevo andaba como entre yerba alta,costándole mucho trabajo contenerse para no echara correr. Se imaginaba siempre que de pronto loiban a detener para quitarle el dinero.

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XVI

Una vez fuera, Dutlov se apartó un poco delcamino y se detuvo debajo de unos tilos; se quitó elcinturón para coger más fácilmente su bolsa y metiólos billetes dentro. Sus labios temblaban, y ora sealargaban, ora se contraían, aunque no articulaba elmás débil sonido. Después de haber guardado bienel dinero y de haberse apretado el cinturón, sesantiguó y tomó otra vez el camino, aunquemarchando de un lado a otro, lo mismo que unhombre borracho, porque de tal modo llenaban sucabeza las más extravagantes ideas. De pronto,apareció entre la oscuridad un hombre que se dirigíahacia él, y dio una voz: era Efim, que con un granbastón en la mano, guardaba el pabellón.

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_¡Eh, tío Semión! -exclamó alegremente Efim,acercándose al viejo. (Efim tenía miedo de estarsolo). ¡Vaya!, ¿conque ya ha llevado usted losreclutas a la ciudad?

-Sí, ya los llevamos. Y tú, ¿qué haces aquí?-Pues me han dejado aquí para guardar a Ílich, el

ahorcado.-¿cómo?... ¿Dónde está?-Allá arriba, en el granero; dicen que se ahorcó

--contestó Efimka, señalando con el bastón aloscuro techo del edificio.

Dutlov llevó la vista a la dirección indicada y,aunque nada vio en absoluto, hizo una mueca derepugnancia, medio cerró los ojos y meneó lacabeza.

-Ya ha llegado el stanovoy -dijo Efimka-, así medijo el cochero. Ahora lo van a quitar. ¡Y quéhorrible es hacerlo por la noche, tío Semión! Pornada subiría yo allá arriba de noche, aunque me loordenaran, aunque Egor Mikáilovich me matara; noiría.

-¡Qué pecado!, ¡qué gran pecado!, repetía Dutlov,únicamente por bien parecer; porque no penaba enlo que decía y sólo deseaba llegar a casa. Pero la vozde Egor Mikáilovich lo detuvo.

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-¡Eh!, guardián, ven acá -gritó el intendentedesde la gradería.

-Voy enseguida -contestó Efim.-¿Quién es el mujik que estaba contigo?-Dutlov.-¡Ven, pues, también, Semión!Al acercarse vio Dutlov, a la luz de una linterna

que llevaba el cochero, a Egor Mikáilovichacompañado de un funcionario, hombre de cortatalla, con una escarapela en el casquete y con abrigomilitar; era el stanovoy.

-Vaya, el viejo vendrá con nosotros -dijo EgorMikáilovich al verle.

El viejo sintió disgusto, pero no había ya modode retroceder.

-¡Eh!, tú, Efimka, tú que eres joven, corre algranero y arregla la escalera de modo que su señoríapueda subir.

Efimka, el mismo que no quería por nada de estemundo acercarse al granero, corrió hacia allágolpeando con sus sandalias como si llevase vigas.El policia sacó chispas del pedernal y encendió supipa. Vivía a dos verstas de la población y acababasu jefe de reñirle enérgicamente, por borracho, ypor esto mostraba ahora un exceso de celo; llegado

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a las diez de la noche, quiso examinarinmediatamente al ahorcado. Egor Mikáilovichpreguntó a Dutlov por qué se encontraba allí, ymientras fueron caminando, el viejo contó a Egor lahistoria del dinero hallado y lo que acerca de élhabía dispuesto la señora. Dutlov añadió que habíavenido también para pedir permiso a EgorMikáilovich para quedarse con el dinero. Elintendente demandó que se le enseñase el sobre y elespantado Dutlov se lo mostró. También elstanovoy tomó el sobre en sus manos y de unamanera breve y seca interrogó respecto a losdetalles.

-¡Perdido está mi dinero! -pensó el viejo y com-enzó a dar excusas. Pero el stanovoy devolvió eldinero.

-¡Qué suerte ha tenido este oso! -dijo.-Le viene perfectamente -dijo Egor Mikáilovich-.

Le ha caído de soldado un sobrino, y ahora lo podrásacar.

-¡Ah! -murmuró el stanovoy acercándosele.-¿Verdad que librarás ahora a Iliuska? -añadió

Egor Mikáilovich.-¿Cómo hacerlo? No sé si habrá bastante

dinero.... además, puede que sea ya demasiado tarde.

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-¡Haz lo que quieras! -dijo el intendente, y ambossiguieron al policía.

En esto llegaron todos cerca del departamentode los dvoromy, en cuyo pasillo los esperaban losguardas mal olientes, con una linterna preparada.Dutlov se quedó atrás. Los guardas tenían un aireculpable que se podría explicar únicamente por sumal olor, pues por lo demás, no habían cometidoningún crimen. Todos callaron.

-¿Dónde? -interrogó el policía.-Aquí -murmuró el intendente, añadiendo-:

Efimka, tú que eres un muchacho muy joven, andanpor delante con la linterna...

Efimka había ya afianzado bien la escalera yparecía haber perdido toda clase miedo. De modoque, casi alegre el rostro, empezó por subir dos otres escalones de un salto, volviéndose de vez encuando para alumbrar al stanovoy, a quien seguía elintendente. Cuando estuvieron arriba, Dutlov pusoun pie en la escalera, suspiró hondamente y sedetuvo. Pasaron unos dos minutos, y los pasos en elgranero se calmaron: sin duda que ya habían llegadojunto al cadáver.

-¡Tío, a ti te llaman! -gritó Efimka por el agujero.

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Dutlov subió. El stanovoy y Egor Mikáilovich seveían a la luz de la linterna únicamente con mediocuerpo. Detrás de ellos se distinguía la espalda deotra persona. Era Polikey. Dutlov pasó por encimade una viga y, santiguándose, se detuvo.

-Volvedle, muchachos -dijo el stanovoy.Nadie se movió.-Efimka, tú que eres más joven -dijo Egor

Mikáilovich."El más joven" brincó por la viga y, volteando el

cadáver, se paró junto a él mirando con airesatisfecho, ora a Ílich, ora a la autoridad: así lo haceun domador o un prestidigitador, mirando ya alpúblico, ya al objeto de su arte, dispuesto a hacertodo lo que se le pida.

-Vuélvele otra vez.Polikey fue vuelto del otro lado; se movían

ligeramente sus manos y se arrastraba un pie en elsuelo.

-Descuélgalo.-¿Ordena usted que cortemos la cuerda, Vasily

Borisovich? -preguntó el intendente-. Traed unhacha, hermanos.

Fue preciso repetir por dos veces esta orden aDutlov y a los guardias para que se acercasen; pero

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Efimka, él joven, ya trataba a Ílich como a uncarnero muerto. Al fin cortaron la cuerda, quitaronel cuerpo y lo cubrieron. El stanovoy declaró que alotro día vendría el médico y permitió que la gente seretirara.

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XV

Dutlov se dirigió rectamente a su casa,murmurando quién sabe qué cosas. Al principiosentía algo penoso en el pecho, pero a medida quefue acercándose a la aldea, se fue disipando esesentimiento y la alegría penetraba más y más en sucorazón. En el pueblo oíanse voces que cantaban ygritos de borrachos. Dutlov no bebía jamás y siguiósu camino, rectamente a casa. Ya era tarde cuandoentró en la isba. Su hijo mayor y los nietos dormíanencima de la estufa, y el hijo segundo en la bodega.Solamente estaba despierta la mujer de Ilushka,sentada en un banco, con la camisa de trabajo,sucia, con los cabellos en desorden y sollozando.No se levantó para abrir al tío, sino que comenzó alamentarse y llorar más alto, apenas él entró en la

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isba. Según la opinión de la vieja las lamentacioneseran muy armoniosas y bien compuestas, a pesar deque por su juventud la nuera no podía tenersuficiente práctica.

La vieja se levantó y puso la mesa para el esposo.Dutlov corrió a la nuera de la mesa. "¡Basta, basta!",-dijo. Axinia se levantó y fue a echarse sobre otrobanco sin dejar de gimotear. Al acabar la cena, lavieja, sin decir una palabra, arregló la mesa; el viejotambién guardó silencio. Terminado el rezo eructó,lavó sus manos y quitando el ábaco del clavo se fuea la bodega. Allí conversó con la viejareservadamente un momento, y ella volvió a la isbaen tanto que él comenzó a mover el ábaco, y al fingolpeó la tapa del cajón, bajando después al sótano,donde permaneció largo tiempo. Cuando subió otravez, la isba estaba completamente a oscuras, laluchina ya no ardía. La vieja, una baba muy calladadurante el día, ya se hallaba acomodado en el lechoy llenaba toda la isba con sus ronquidos. La rebeldemujer de Iliushka también se había acostado,suspirando apenas. Dormía en el banco, sindesnudarse y sin ponerse algo bajo la cabeza.Dutlov comenzó a rezar, después dirigió una miradaa la mujer de Iliushka, meneó la cabeza, apagó la

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luz, eructó otra vez, subió encima de la estufa y seacostó junto a su pequeño nieto. A oscuras tiró alsuelo las sandalias y se acostó boca arriba, fijándoseen algún objeto que apenas se distinguía sobre sucabeza, y escuchando el ruido de los animalejos quecaminaban por la pared, los ronquidos de los demásdurmientes y los ruidos del ganado en el corral.Tardó mucho tiempo en dormirse; al aparecer laluna, la isba se alumbró algo y comenzó a percibiren el rincón a Axinia y algún objeto más que nopudo distinguir qué cosa seria: podría ser un armiakolvidado por su hijo, una cubierta que las babashabían puesto allí o alguien de pie. Si dormía o no,el caso era que Dutiov continuaba mirando...Evidentemente, aquel espíritu del mal que habíaconducido al pobre Ílich a la tenebrosa tragedia ycuya presencia se sentía esta noche en la casa de losdvorovuy, este genio sombilo alcanzó con su alatambién a la aldea, a la isba de Dutlov, donde sehallaba ahora el dinero que perdió a Ílich. Por lomenos, Dutlov sentía su presencia, y una inquietudlo dominó. No pudo dormir, pero tampoco pudolevantarse. Al ver algo que no pudo distinguir, seacordó al instante de Iliushka, con las manosamarradas por detrás y de Axinia con sus lamentos

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rimados, y de Polikey, con sus manosbalanceándose. De pronto el viejo creyó ver pasar aalguien por delante de la ventana y pensó: "¿Qué esesto? Acaso el stárosta ya viene a despertarme. ¿Ycómo abrió la puerta?", meditaba el viejo al oírpasos en el pasillo: «Acaso la vieja no ha puesto elpasador cuando salió antes". El perro en el patiocomenzó a aullar, y él andaba por el pasillo (así lonarró después el viejo), como buscando la puerta;no hallándola comenzó a palpar la pared, tropezócon la cubeta, que cayó haciendo ruido. De nuevose puso a palpar así, como buscando el picaporte. Apoco lo encontró. Un escalofrío corrió por elcuerpo del viejo. Luego empujó la puerta y entrócon aspecto de hombre. Y ya sabía Dutlov que eraél. Quiso persignarse, pero no pudo hacerlo. Él seacercó a la mesa, cogió el mantel, lo tiró al suelo yse dirigió hacia la estufa. El viejo lo reconoció, era élcon el semblante de Ílich. Él enseñaba los dientes,balanceando las manos. Él subió a la estufa, searrojó sobre el viejo y comenzó a ahorcarlo.

-¡Mi dinero! -decía Polikey.-Déjeme, no lo haré otra vez -quería decir el

anciano sin poder pronunciar palabra.

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Ílich lo ahogaba con todo el peso de una granmontaña de piedra que le hubiese puesto sobre elpecho. Dutlov sabía que si decía una plegaria, él ledejaría, y hasta sabía cuál era esa plegaria, pero no lapodía decir. El nietecillo, que dormía junto con él,lanzó un horrible grito y se puso a llorar, pues elabuelo le aplastaba contra la pared. El grito del niñodespegó los labios del anciano que comenzó "¡QueCristo resucite!" Y así seguía Dutlov murmurando...Él bajó de la estufa; Dutlov oyó el golpe de sus piessobre el suelo, y continuó rezando todas lasplegarias que sabía, una después de otra. Él se fuehacia la puerta y al pasar junto a la mesa dio talgolpe con la hoja que toda la isba tembló. Noobstante, todos seguían durmiendo, menos elabuelo y el nieto. El primero rezaba temblándoletodo el cuerpo, mientras el pequeñuelo se apretabacontra el viejo, y, llorando, se adormeció. Todo secalmó de nuevo. El abuelo seguía acostado sinmoverse. El gallo cantó al otro lado de la pared,junto a los oídos de Dutlov; se oyó cuando lasgallinas comenzaron a moverse, y cómo uno de losgallos jóvenes procuraba cantar también sinlograrlo. El anciano sintió que algo se movía entresus pies. Era el gato: el animal saltó de la estufa,

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oyéndose el ruido de sus suaves patas al dar contrael suelo, y se fue a maullar junto a la puerta. Elabuelo se levantó y levantó la ventana. Afueraestaba oscuro, lodoso. Los trineos se hallaban juntoa la ventana. Descalzo, y después de habersepersignado, salió al patio a ver a los caballos: allítambién se notaba que el dueño había venido. Layegua, que estaba parada bajo el tejado, se habíaenredado las patas con las riendas y habíadesparramado su pastura, esperando al amo. Elpotro se había acostado sobre el abono. Dutlov lelevantó, desenredó las patas de la yegua, llenó elpesebre y volvió a entrar en la isba. La vieja se habíalevantado también y encendía la luchina.

-Despierta a los muchachos; he de ir a la ciudad-dijo el viejo-; y luego encendió el cirio de la imageny bajó al sótano.

No solamente en casa de Dutlov, sino tambiénen las isbas vecinas había ya luz cuando el viejosalió. Los muchachos ya se habían levantadohaciendo los preparativos para el camino. Lasmujeres entraban y salían con cubetas y jarras deleche. Ignat enganchaba otro carro. " nuera ya nosollozaba, sino que vestida con su traje de fiesta,con el chal sobre la cabeza, estaba sentada en el

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banco esperando el tiempo de marchar paradespedirse del esposo.

El viejo mostraba una severidad extraordinaria.No decía ni una palabra a nadie. Se puso el kaftannuevo y el cinturón y con todo el dinero de Ílich enla pechera se fue a ver a Egor Mikáilovich.

-¡No tardes! -gritó a Ignat que estaba ajustandolas ruedas en el eje de la carreta, ya engrasada-¡Vuelvo enseguida y que todo esté en punto!

El intendente acababa de levantarse, tomaba suté, preparándose para ir él mismo a la ciudad con elfin de entregar a los reclutas.

-¿Qué tienes? -preguntó al verlo llegar.-Egor Mikáilovich, quiero sacar al muchacho.

Hágame la gracia; últimamente usted me ha dichoque conoce a un voluntario. Instrúyame cómo he dearreglar el asunto: somos ignorantes.

-Entonces has cambiado de opinión.-He cambiado, Egor Mikáilovich; siempre da

pena el hijo de un hermano. Sea lo que sea, pero eslástima. Muchos pecados trae el dinero. Por favor,instrúyame -dijo el viejo inclinando medio cuerpo.

Como siempre, en casos semejantes, EgorMikáilovich permaneció un momento silencioso ypensativo, mordiéndose los labios, y después de

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haberlo reflexionado bien, escribió dos recaditos yexplicó al viejo lo que tenía que hacer en la ciudad.

Cuando Dutlov volvió a su casa, la mujer deIliushka había ya marchado con Ignat, y la yeguapanzona, enganchada a otra carreta, esperaba en elpatio. El viejo arrancó del cercado una vara, seenvolvió, se acomodó y fustigó al animal. Caminabaa carrera, tanto que la gordura de la yeguadesapareció completamente, y el amo no la mirabapara que no le causase lástima. Lo único quepreocupaba a Dutlov era que de algún modopudiera tardarse en llegar y que Iliushka marchara alservicio, y que el dinero diabólico se quedara con él.

No describiré con todos sus detalles lasaventuras de Dutlov durante esa mañana; diréúnicamente que tuvo magnífica suerte. El posadero,a quien Egor Mikáilovich había dirigido su carta,tenía un voluntario dispuesto, que le debía veintitrésrublos de plata y que satisfacía en todo elreglamento militar. El posadero deseabacuatrocientos, mientras que un tendero que tratabael negocio hacia y a tres semanas, pedía que se lodejasen en trescientos. Dutlov concluyó el negocioen pocas palabras.

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-¡Doy trescientos veinticinco! -dijo tendiéndole lamano, pero en tono que demostraba claramente queestaba dispuesto a dar más. El posadero retiraba sumano pidiendo siempre cuatrocientos.

-¿No quieres con veinticinco? -repitió Dutlovcogiendo con la mano izquierda la derecha delposadero amenazando descargar un golpe? -¿Noquieres? ¡Ea, Dios sea contigo! -dijo de repente,golpeando la mano del posadero y volviéndolebruscamente la espalda.

-¡Sea como quieres! Toma trescientos cincuenta.Arregla el recibo. Trae al mozo y ahora toma acuenta dos colorados, ¿será bastante?

Y Dutlov desabrochó su cinturón y sacó eldinero. El posadero, aunque no retiraba la mano, noparecía del todo dispuesto a consentir; sin tomaraún los billetes, regateaba la propina y los regalospara el voluntario.

-No peques más -repitió Dutlov, haciéndoletomar a la fuerza el dinero-. Todos hemos de morir!-repitió en tono tan tierno, tan convincente y tanseguro, que el posadero continuó:

-Sea como dices -otra vez golpeó la mano ycomenzó a rezar-. ¡Que Dios esté siempre con no-sotros!...

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Se despertó al mozo voluntario, que dormía aúnla borrachera de la víspera; lo examinaron, sinobjeto, detalladamente, y se dirigieron a la oficina.El mozo estaba muy alegre y pedía ron pararehacerse un poco, y Dutlov le dio dinero;únicamente al entrar ya en la oficina comenzó asentir recelo. Largo tiempo permanecieron en elvestíbulo el viejo posadero con su abrigo azul y elsustituto con su corto polushubok, levantando lascejas y abriendo los ojos; largo tiempo hablaron envoz baja, pidieron que permitiesen entrar, buscarona alguien, se quitaron los casquetes y saludaron atodos los escribientes, y pensativos escucharon lasexplicaciones que les daba algún empleadoconocido del posadero. Ya habían perdido todaesperanza de concluir el asunto el mismo día, y elsustituto se iba poniendo cada vez más alegre y másexigente, cuando de pronto Dutlov notó lapresencia de Egor Mikáilovich y se agarró a él comotabla de salvación. Egor Mikáilovich les ayudó detan buena manera que cerca de las tres de la tarde elsustituto, a pesar de su gran disguso y extrañeza, fueintroducido en la dirección, presentado al consejo, yante la inexplicable alegría de todos, comenzandopor el portero y acabando por el presidente del

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consejo, lo desnudaron, le rasuraron media cabeza,volviéronlo a vestir y permitieron que saliera de laestancia. Cinco minutos después Dutlov ya habíaentregado el dinero a cambio del recibo y se habíadespedido del posadero y del sustituto, dirigiéndosea la casa del mercader, donde se habían hospedadolos reclutas de Pokrovskoie. Ilia, con su mujer, sehallaba sentado en un rincón de la cocina, y apenasvieron entrar al viejo, cesaron de hablar y se fijaronen él con aire obediente, pero de enemistad. Dutlov,como siempre, rezó, se quitó el cinturón, sacó unpapel y llamó al hijo mayor, Ignat, y a la madre deIlia, para que entraran.

-No peques, Iliushka -dijo acercándose al so-brino-. Ayer me has dicho unas palabras... ¿Acasono tengo lástima de ti? Recuerdo muy bien que mihermano me recomendó que te tuviese por hijo. Sidependiera de mi voluntad, ¿acaso yo te hubieseentregado? Dios me ha enviado una suerte, y ya nohe vacilado un momento. Aquí está el papel -dijoponiendo el recibo sobre la mesa y extendiéndolecuidadosamente con sus dedos, que no leobedecían.

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Del patio entraron a la isba todos los mujiks dePokrovskoie, los labradores del mercader y genteextraña.

Todos comprendieron de qué se trataba, peronadie interrumpió el discurso solemne del viejo.

-¡He aquí el papelito! Me costó cuatrocientosrublos. No tienes nada que reprochar a tu tío.

Iliushka se levantó, pero callaba por no saber quédecir. Sus labios temblaban de emoción, su viejamadre se acercó a él, sollozando, dispuesta a echarseal cuello de su hijo, pero el viejo la retiró lenta yseriamente y continuó su discurso:

-Tú me has dicho ayer tales palabras -volvió arepetir el viejo-, y con esta palabra me has herido ycomo un cuchillo en el corazón. Tu padre en la horade su muerte ordenó que tú fueras para mí como unhijo legitimo, y si yo te he ofendido en algo es quetodos vivimos en pecado. ¿No es así, hermanos enJesucristo? -dijo dirigiéndose a los circunstantes-Aquí está presente tu madrecita y tu joven mujer.Tomad el recibo. Dios sea con el dinero. ¡Y encuanto a mí, perdóname por Cristo!

Y levantando las puntas de su armiak el viejodejóse caer lentamente de rodillas a los pies deIliushka y su mujer. En vano el matrimonio

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procuraba detenerlo: no se levantó hasta que logrótocar el suelo con la frente; luego se estremeció y sesentó en el banco. La madre de Iliushka y su esposasollozaron de alegría y en el grupo se oyeron vocesde aprobación:

-Así es como Dios lo manda -dijo uno.-¿Qué es al fin el dinero? ¡Por dinero no se

compra un hijo! -dijo otro.-¡Qué alegría! -exclamaba un tercero-. En una

palabra, es un hombre justo.-únicamente los mujiks que estaban designados

para reclutas no decían nada, y silenciosamentesalieron otra vez al patio.

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XVII

Un par de horas después, las dos carretas deDutlov abandonaban los barrios de la ciudad. En laprimera, tirada por la yegua de costillas hundidaspor el trabajo de la mañana, el cuello bañado por elsudor, estaban sentados Ignat y el viejo. Bajo elasiento saltaban unos paquetes, una olla de fierro ygrandes panes blancos. En la segunda, que nadie sepreocupaba de manejar, estaban sentadas nuera ysuegra, envueltas en chales; la joven tenía en lamano una botella de vodka, escondida bajo elpañuelo; Iliushka iba sentado en el pescante, dandola espalda al caballo, comiendo pan blanco y sindejar de hablar. Las voces, el ruido de las ruedassobre el empedrado, el piafar de los caballos, todose confundía en un alegre rumor. Los caballos

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agitaban sus colas acelerando más y más el trote,conociendo que regresaban a la casa. Los quepasaban a su lado, fuesen a caballo o a pie, sefijaban involuntariamente en la afortunada familia ysonreían.

Al salir de la ciudad, los Dutlov acertaron a pasarpor delante de un convoy de reclutas. El grupo sehabía detenido junto a la taberna. Uno de losreclutas, con aquella anormal expresión en el rostroque presenta al hombre la cabeza rasurada, sehundió hasta la nuca la gorra de color gris y se pusoa tocar la batalaiki y otro, con la cabeza desnuda ycon la botella de vodka en la mano, bailaba en elcentro del círculo. Ignat detuvo el caballo y se bajópara arreglar los arneses. Todos los Dutlovcomenzaron a observar con alegría y aprobación albailarín. El recluta parecía no ver a nadie; perosentía que crecía el número de sus admiradores yesto te presta más fuerza aún y destreza; bailabamuy bien. Sus cejas estaban fruncidas; su rostroenrojecido, inmóvil, sus labios terútan una mueca desonrisa que hacía tiempo había perdido suexpresión. Parecía tener concentradas las fuerzas desu ser en ir colocando rápidamente un pie despuésdel otro, una vez tocando el suelo con el tacón y

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otras veces con la punta. A las veces se deteníasúbitamente y guiñando los ojos se dirigía al tocadorde balalaika; éste empezaba entonces a hacer vibrarcon mayor rapidez las cuerdas de su instrumento yhasta golpeaba con los nudillos de los dedos la caja;a veces el recluta se detenía, mas en estas pausasparecía que aún seguía bailando: de prontocomenzaba a moverse lentamente, levantando loshombros, y después de un salto seguía su danzamedio sentado, con gritos salvajes. Los pilluelosreían, las mujeres meneaban la cabeza, los hombressonreían asintiendo. El viejo sargento estaba paradotranquilamente junto al bailarín, en una postura quequería decir: "Para vosotros es una extravagancia,pero nosotros los hemos visto muchísimas veces ytal vez mejores." El músico visiblemente se cansabay, dando un acorde falso, golpeó con los dedos lacaja y el baile terminó.

-¡Oye, Alioja! -exclamó dirigiéndose al bailarín yseñalando hacia Dutlov-; mira, aquí está tu padrino.

-¿Dónde?... ¡Amigo querido! -gritó Alioja.Era el mismo recluta que compró Dut1ov; casi

cayendo de fatiga levantaba la botella por encima desu cabeza. Tambaleándose avanzó hacia las carretas.

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-Mishka, trae un vaso -gritó-. ¡Amo! ¡amigo que-rido!, ¡qué alegría!, ¿verdad?... -gritaba asomando laborracha cabeza en el carro y convidando a losmujiks y a las mujeres con vodka. Los mujiksaceptaron, las mujeres no.

-Amigos míos, y con qué podría obsequiarles?-exclamaba Alioja, abrazando a las viejas.

Una vendedora de tortas se hallaba entre lamuchedumbre, y al verla Alioja cogió la canasta y lavació en la carreta.

-No tengas miedo, te pagaré, ¡demonio! -gritabacon voz sollozante, y sacando del pantalón unabolsa con dinero la arrojó a Mishka.

Permaneció parado, apoyándose en la carreta, ycon los ojos húmedos examinaba a los que estabansentados adentro.

-¿Quién es la madre? -preguntó-. Eres tú, ¿ver-dad? También a ti te obsequiaré.

Se quedó un momento pensativo, y luego metióla mano en el bolsillo y sacó de él un pañuelonuevo, cuidadosamente doblado; se quitó la toallaque tenía en lugar de cinturón y del cuello elpañuelo rojo, y juntándolo todo lo arrojó sobre lasrodillas de la vieja.

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-Toma, te lo regalo -dijo bajando más y más lavoz.

-Pero, ¿por qué? ¡Gracias, querido! Mira quésencillo -decía la vieja dirigiéndose a Dutlov, que eneste instante se acercaba a la carreta.

Alioja calló, y como si se desmayase o durmiese,bajaba más y más la cabeza.

-¡Por vosotros me voy, por vosotros me voy aperder! -dijo-. Y precisamente por esto les estoyobsequiando...

-Sin duda también tiene madre -dijo alguien de lamuchedumbre.

-Qué muchacho tan sencillo. ¡Infeliz!Alioja levantó la cabeza.-Tengo madre, sí -dijo- También tengo padre,

pero todos me han desconocido. Oye, tú, vieja, yote he obsequiado y ahora, por Cristo, escúchame:Ve a la aldea Vódnoie, pregunta por la viejaNikónova, ¿oyes?, y dile a esta misma vieja, a la viejaNikónova, en la tercera isba de la orilla.... con pozonuevo.... dile, entonces: "Alioja, tu hijo.... es decir..."¡Músico, sigue tocando! -exclamódesesperadamente.

Y de nuevo se puso bailar con más gritos; yarrojó al suelo la botella derramando el vodka.

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Ignat subió a la carreta, disponiéndose aproseguir el camino.

-Adiós, ¡que el Señor te guarde!... -dijo la viejacruzándose el abrigo de piel.

De pronto Alioja se detuvo.-¡Váyanse al diablo! -gritó amenazando con los

puños cerrados-. Que tu madre...-¡Ay Dios! -exclamó persignándose la vieja.Ignat hizo caminar al caballo; las carretas se

movieron de nuevo. Alioja, el recluta, estaba paradoen la mitad del camino con los puños apretados,con expresión de odio en el rostro, amenazador,injuriando a los mujiks.

-¿Por qué se detienen? ¡Que se vayan! ¡Caníbales!-gritaba-. ¡No se salvarán de mí! ¡Demonios! ¡Des-calzos!...

Con estas palabras su voz se agotó y cayó alsuelo como un muerto.

Pronto los Dutlov se hallaron en pleno camino, yal volverse ya no vieron al grupo de reclutas.Recorridas unas cinco verstas, Ignat bajó de lacarreta en que iba su padre, que se había dormido, yse fue a la otra, a sentarse al lado de Iliushka, y losdos se bebieron la botella de aguardiente comprada

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en la ciudad. Unos momentos después fustigaba elcaballo al compás de una canción.

Un coche de posta pasó en dirección contraria; elcochero alegremente gritó a sus caballos al cruzarselas dos carretas, y lanzó una mirada maliciosa yjovial a los rostros enrojecidos de los mujiks y de lasmujeres, que entonando canciones alegres saltabanen la carreta.

FIN