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11º Serie Crighton

Un Pasado Para Olvidar (16.02.2005) Título Original: Starting Over (2001) Serie: 11º Crighton Editorial: Harlequín Ibérica Sello / Colección: Bianca Especial Nº 03 Género: Contemporáneo Protagonistas: Caspar Crighton y Olivia Crighton

Argumento:

Era el momento de superar el pasado y empezar de nuevo...

Olivia deseaba el amor, la felicidad y la estabilidad de la vida familiar. Siempre había creído que encontraría todo aquello junto a su marido, Caspar; pero al no poder dejar atrás su tormentoso pasado, había puesto en peligro lo que más le importaba en la vida: su matrimonio.

Ahora que estaba separada y sola con su hijo, Olivia necesitaba ayuda desesperadamente. Y la obtuvo de quien menos lo habría esperado, de su padre, David Crighton. No podía permitirse rechazarlo. Quizá había llegado el momento de reconciliarse con el pasado. Sólo entonces podría empezar de nuevo junto a Caspar.

Penny Jordan – Un Pasado Para Olvidar – 11º Crighton

__________________________________________________________________________________________ Escaneado por Marisol F. y corregido por Vivi Nº Paginas 2—216

Capítulo 1 — ¿Tienes idea del tiempo que llevamos sin hacer el amor?

Nada más decirlo Caspar supo que había dicho las palabras equivocadas, y no sólo por el humor que tenía Olivia, sino porque no era el mejor modo de expresar lo que él sentía en realidad. Pero era demasiado tarde para retractarse de lo dicho; lo veía en la cara que había puesto Olivia.

— ¡Sexo! ¡Sexo! ¿Es que no puedes pensar en nada más? —le preguntó ella furiosa.

— Estamos casados. Se supone que deberíamos practicar el sexo —le dijo Caspar sin contemplaciones.

Su rabia y su sensación de que lo estaba maltratando se vieron atizados por el enfado de su esposa y su temeridad original.

— Se supone que tenemos que hacer un montón de cosas —señaló Olivia sin poder evitarlo—. Ayer por ejemplo tenías que haber llevado a las niñas al parque, pero en lugar de eso te marchaste a jugar al golf con tu hermano.

— Ah, entiendo... ¿Entonces de qué va todo esto? —le preguntó Caspar en tono desafiante—. ¿Nada de sexo porque ayer estaba relajándome y pasando el rato con mi hermano?

—Tu medio hermano, mejor dicho —lo rectificó Olivia en tono seco.

Olivia tenía el pulso muy acelerado; se sentía mareada y sin aliento, turbada por la intensidad de sus propias emociones y por el esfuerzo que le estaba costando controlarlas.

En cualquier momento se pondría a sudar y entonces... entonces... Pero si no se iba a permitir a sí misma sentirse enferma, tampoco se pondría enferma. Esa falta de control la acercaría demasiado a la sombra de lo que había sido su madre y a las neurosis de las que era víctima. El ciclo perpetuo de darse un atracón para después ponerse a vomitar la comida que había dominado su vida y la de los que la rodeaban.

Habían pasado unas semanas en Estados Unidos, en un principio para ir a la boda de uno de los medio hermanos de Caspar, pero también para que éste pudiera pasar unos días con su nutrida familia y presentarles a su esposa inglesa y a sus hijas.

Olivia jamás había querido asistir a esa boda en primer lugar. Últimamente estaba tan ocupada con su trabajo que tomarse unos días libres, por no hablar de unas semanas, le provocaban una enorme ansiedad, y Caspar y ella habían discutido amargamente sobre la negativa de Olivia de hacer el viaje. El haber cambiado de opinión en el último momento no había sido para complacer a Caspar, sino porque se había negado en rotundo a unirse al resto de la familia en las distintas celebraciones



que se habían llevado a cabo para darle la bienvenida a su padre, David, que después de muchos años de ausencia había regresado a su ciudad natal. Su total negativa a celebrar no sólo el regreso de su padre sino el matrimonio de éste con Honor había sido la causa de que el distanciamiento existente entre Caspar y ella se profundizara dando lugar a un resentimiento abierta mente hostil.

¿Por qué se había engañado a sí misma diciéndose que Caspar era diferente? ¿Por qué había pensado que la pondría a ella en primer lugar? Era igual que todas las demás personas que había en su vida. Sí, tal vez fingieran que le tenían cariño, que ella era importante para ellos, pero la verdad era que... la verdad era que...

Cerró los ojos y se estremeció a pesar del calor de la habitación del hotel. Los latidos que le martilleaban el cerebro aumentaron en intensidad mientras recordaba la expresión en los ojos de su tío Jon cuando había hablado de su hermano gemelo… de su padre... ¿Cómo podía seguir queriéndolo así después de lo que había hecho David?

Unos días atrás el tío Jon la había telefoneado urgiéndola a que regresara a casa para asistir a la fiesta que se celebraría en Fitzburgh Place para celebrar la boda de su padre con Honor, la prima de Lord Astlegh; pero Olivia se había negado.

Olivia no podía explicarse a sí misma o siquiera comenzar a desentrañar el complejo ovillo de emociones que le provocaban aquellos ataques de pánico cada vez más difíciles de controlar. O bien sentía un miedo atroz, una sensación afilada como la hoja de un cuchillo; o una horrible sensación de retraimiento, de alejamiento del resto de los humanos.

Caspar estaba levantándose de la cama, con la expresión rígida de rabia. ¿Cómo había creído alguna vez que lo amaba? En ese momento le parecía extraordinario haber sido capaz de creer algo así. Un aturdimiento perplejo la invadía cada vez que intentaba recordar los sentimientos que un día había tenido hacia él.

— Danny nos ha invitado a unimos con su familia en la cabaña en Colorado. Podríamos esquiar y...

— No —se negó Olivia sin dejar terminar a Caspar. Mientras observaba a su marido, Olivia experimentó desesperación y desesperanza al mismo tiempo. El amor que un día los había unido y que había creado a sus dos hijas había desaparecido. Eran como dos extraños el uno para el otro. Tan extraños que Caspar ni siquiera parecía poder entender la cantidad de trabajo con el que tendría que enfrentarse en cuanto volvieran a casa.

La tensión que le martilleaba la cabeza había alcanzado su punto álgido. Toda su vida había tenido que luchar contra la oposición de su abuelo a su deseo de seguir la tradición familiar y hacerse abogada. Cuánto disfrutaría martirizándola el viejo si fracasaba en ese momento.



— Tengo que volver a casa. Mi trabajo...

— Tu trabajo. ¿Y nuestro matrimonio qué?

Su matrimonio. Olivia lo miró con gesto distante.

— Ya no tenemos matrimonio, Caspar —le dijo.

La sensación de alivio que experimentó al decir esas palabras resultó tan embriagadora que fue casi como beber una copa de champagne. Sintió que la tensión abandonaba su cuerpo, acompañado de una sensación de liviandad.

— ¿Pero qué... qué demonios estás diciendo? —oyó decir a Caspar.

Pero, toda vez que había tomado la decisión, Olivia le estaba dando la espalda.

— Creo que deberíamos separarnos —le dijo a su marido.

— ¿Separarnos...?

Al detectar la sorpresa y el horror en la voz de su marido, Olivia aguantó la respiración, como si estuviera esperando algo... ¿Pero esperando el qué?

— Sí —continuó ella en tono sereno—. Tendremos que hacerlo todo correctamente, por supuesto... todo legal...

— Está claro que eso sería lo primero que se te ocurriría, siendo como eres una Crighton —le dijo Caspar con amargura.

Olivia desvió la mirada.

— Siempre te ha fastidiado, ¿verdad? —le dijo Olivia en voz baja.

— Lo que me ha fastidiado, Livvy, es que en nuestro matrimonio nunca hemos sido los dos solos.

— Tú querías tener hijos tanto como yo —le respondió Olivia, dolida por la injusticia de su acusación.

— No estoy hablando de las niñas —le soltó Caspar—. Me refiero a tu maldita familia. Eres como una niña pequeña, Livvy; vives en el pasado, del que no te quieres soltar.

— Eso no es cierto —le dijo, muy pálida—. Dime quién nos ha apoyado.... quién...

— Estoy cansado de tener que cargar con los pecados imaginarios que otras personas tengan en contra de ti, Livvy. Estoy cansado de ser el responsable de todo ello sólo



porque soy un hombre como tu padre o tu abuelo o Max. Estoy cansado de soportar toda esa carga emocional que insistes en arrastrar... de ese victimismo tuyo.

— ¿Cómo te atreves a decir eso?

— Me atrevo porque es verdad —le dijo Caspar fríamente—. Pero desde este mismo momento me niego a seguir haciendo de padre, abuelo o primo tuyo, Livvy... Y te juro que estoy más que cansado de ser la percha de los golpes. Es hora de que yo disfrute un poco de la vida, de escribir ese libro que llevo tanto tiempo prometiéndome a mí mismo que voy a escribir, de que me compre esa Harley que quiero para recorrerme el país...

Olivia lo miró como si fuera un extraño. Aquél no era el Caspar que ella creía haber conocido tan bien; aquél era un extraño insensible con fantasías de adolescente y una falta total de consideración por las necesidades tanto suyas como de sus hijas.

— No puedo imaginar por qué pensé alguna vez que te amaba, Caspar —le dijo en tono seco—. Ni por qué me casé contigo —añadió mientras se preguntaba si sería capaz de oír el sonido de sus sueños, de sus ideales, de su amor, haciéndose mil pedazos a su alrededor.

— ¿No? Entonces tienes muy mala memoria. Te casaste conmigo porque querías escapar de tu infancia —le dijo Caspar.

Su infancia... Mientras salía de la habitación Olivia cerró los ojos. Todo su cuerpo estaba en tensión. Tenía en la boca un sabor amargo.

Jamás había tenido una verdadera infancia. A veces sentía como si hubiera nacido sabiendo que no era el niño, el hijo, que su padre, y sobre todo su abuelo, habían deseado.

Por ellos Olivia había crecido empeñada en de mostrar su valía. Por ellos se había echado encima una carga de trabajo enorme, para alcanzar los objetivos que se había autoimpuesto; objetivos que cada vez más a menudo la hacían sentirse como si estuviera caminando en una cuerda floja suspendida sobre un pro fundo precipicio. Un paso en falso sería suficiente para hacerla caer... Pero no le había quedado más remedio que hacerlo. Y no sólo por su propio bien, sino sobre todo por el de sus hijas. No quería ni pensar en que ellas pudieran criarse bajo el peso de ser las nietas de su padre. Desde que David había desaparecido y la verdad acerca de él había salido a la luz, Olivia había estado obsesionada con lo que había hecho, avergonzada, atormentada por ello.

De pronto su padre había vuelto, y en lugar de ser despreciado como merecía, era bien recibido, su llegada festejada, mientras que ella...

El dolor que tenía dentro se intensificó y con él su pánico y su desesperación.



Se dijo para sus adentros que estaría mejor cuando regresara a casa, cuando empezara otra vez a trabajar. Cuando hubiera recuperado el control...



Capítulo 2 Haslewich.

Sara Lanyon aún no sabía lo que estaba haciendo allí. Desde luego no había tenido la intención de desviarse de la autovía en dirección a Brighton después de visitar a su vieja compañera de universidad, de modo que algún poder oculto debía de ser responsable de su presencia allí.

Haslewich... tierra de Crighton...

Sus labios deliciosamente carnosos se fruncieron en una mueca de fastidio. Sabía todo sobre la familia Crighton de boca de su abuelastra, la pobre de Tania.

Había estado tan débil y deprimida cuando su abuelo la había rescatado y le había devuelto la confianza en sí misma...

— Siempre hay dos caras de una misma moneda en este tipo de situaciones, Sara —le había advertido su padre cuando en una ocasión ella se había puesto rabiosa al hablar de los Crighton por lo que le habían hecho a Tania.

— Pero, papá, se la ve tan vulnerable, tan desconsolada... No puede existir excusa alguna que explique su manera de abandonarla. Fue algo cruel...

Sus ojos verdes oscuros se habían llenado de lágrimas mientras su padre sacudía la cabeza con pesar.

En esa ocasión tenía dieciocho años, y sin duda la tendencia a verlo todo blanco o negro. En el presente era un poco más mayor y por lo tanto más capaz de aplicar un poco de la admirable falta de pasión de Richard Lanyon a sus juicios, aunque en el fondo siguiera reacia a abandonar ese sentimiento de antipatía que sentía hacia los Crighton. Una actitud ilógica, excesivamente emocional, sin duda. Sara sacudió la cabeza. No. No eran más que una banda de brutos e insensibles, motivados tan sólo por el ansia de preservar su unión familiar, como si de un clan se tratara.

— La familia Crighton son Haslewich —le había dicho en una ocasión Tania con su voz suave y aniñada—. En la zona todo el mundo los admira y respeta, pero... —había dejado de hablar mientras se estremecía—. Solían hacerme sentirme tan… tan intimidada y... y tan despreciada. Incluso mis propios hijos...

Al ver que se le llenaban los ojos de lágrimas, a Sara le había ocurrido otro tanto. Y de pronto estaba allí, con el coche aparcado junto a la plaza principal de la ciudad, por donde ella paseaba con curiosidad en esos momentos.



Una señal en lo alto de una calle indicaba un camino que llevaba al río. El río. A Sara le encantaba el agua. Su padre era un buen marino, y Sara lo había acompañado de niña en infinidad de ocasiones. Iba por la mitad de la calle cuando vio el restaurante. Al pasar echó un vistazo. El local estaba lleno y los aromas que salían de la cocina resultaban deliciosos.

Sara se decidió a entrar y empujó la puerta, pero al instante se detuvo muy aturdida cuando una mujer de mediana edad con expresión angustiada se plantó delante de ella y le preguntó con ansiedad.

— ¿Sara...?

— Esto... sí —contestó automáticamente, preguntándose cómo era posible que aquella mujer la conociera.

— Oh, gracias al cielo que has llegado —exclamó la mujer—. La agencia nos ha dejado colgados tantas veces, pero nos prometieron que esta vez... Es por aquí —añadió mientras instaba a Sara a que la siguiera entre medias de las atestadas mesas.

Sara la siguió, sintiéndose como si acabara de salir de una de las páginas de Alicia en el País de las Maravillas.

Cuando llegaron a la parte de atrás del restaurante, la mujer empujó una puerta y dejó pasar primero a Sara mientras se disculpaba por el desbarajuste de la habitación.

— Siento el desorden. Hemos tenido tanto trabajo... He intentado llevar al día el papeleo, pero no me ha sido del todo posible. Aun así, ahora que estás aquí... Ah, y el ordenador vuelve a funcionar, gracias a Dios. Creo que la noticia de que nos habían incluido en la guía Michelin debió de causarle tanta emoción a esa máquina como a nosotros. Y, claro está, ahora la gente no deja de llamar para reservar mesa, lo cual es maravilloso. O por lo menos lo sería si no tuviéramos tres bodas en los tres sábados siguientes. Y no porque no las queramos, que sí que las queremos, pero...

Aprovechando la pausa en su discurso, Sara miró alrededor en el atestado despacho. Cosa rara, tenía unas puertas cristaleras que daban a un bonito jardín. Cuando la mujer la sorprendió mirando sonrió.

— Hace poco tiempo que nos mudamos a este local. Este despacho era la sala de estar de la casa, y decidimos dejar las puertas cristaleras...

— Es muy bonito —Sara sonrió.

— Bueno, sí, y espero que el verano que viene podamos hacer mejor uso de ello. Soy Frances Sorter, por cierto —se presentó—. Supongo que la agencia te habrá dicho que mi marido y yo somos los propietarios del restaurante. Nuestro chef es tan forofo de



los productos orgánicos que mi marido cultiva todo lo que puede en su huerto. Pero no sé si la agencia te habló de las condiciones.

— Esto... no, no lo han hecho —contestó Sara sin mentir.

Había llegado el momento de decirle a Frances Sorter que era un error y que ella no era la persona que la mujer pensaba que era; pero por alguna razón inexplicable, en lugar de decirle nada se quedó escuchando mientras la mujer le explicaba las condiciones sorprendentemente generosas de su «empleo».

— Sólo será durante unos meses, por supuesto —dijo con cierta ansiedad—. Lo sabes, ¿verdad? Es que Mary, nuestra encargada, va a tener un bebé, y dice que más adelante querrá volver, pero de momento...

Unos cuantos meses... Sara frunció el ceño levemente. Al término del curso había decidido marcharse del colegio donde había estado trabajando como profesora interina. Tenía varias opciones que estaba considerando, incluida la de trabajar en el extranjero, y su padre le había incluso ofrecido su antiguo empleo como ayudante suya en la facultad durante las vacaciones. No había razón aparente para que pudiera querer quedarse allí a trabajar en «Crightonville». En realidad, lo más juicioso sería continuar su camino. ¿Entonces por qué estaba asintiendo con la cabeza y asegurándole a Frances Sorter que sí, que el salario le parecía bien?

Siempre había sido una persona impulsiva, una característica que le había causado no pocos problemas de niña, pero incluso ella misma se quedó sorprendida al ver que aceptaba el trabajo.

— Sin embargo, hay un problema —añadió después de decirle que sí—. Yo... esto... no tengo sitio donde hospedarme en la zona de momento y...

— Ah, eso no es ningún problema —Frances Sorter sonrió—. Hay un apartamento en el piso de arriba en el que podrías quedarte sin pagar alquiler. En realidad, si lo hicieras nos resolverías otro de nuestros problemas. La compañía de seguros nos insiste en que tenemos que alquilar el piso para poder contratar el seguro. Ellos piensan que una propiedad vacía tiene más posibilidades de que la roben o le causen algún destrozo. Es pequeño, pero los dueños anteriores lo remodelaron totalmente ya que vivían encima del negocio y... Bueno, deja que te lo enseñe y así puedes verlo tú misma.

Media hora después, tras despedirse de Frances, Sara estaba pensativa y algo asombrada por el giro que habían dado los acontecimientos. Esa mañana, después de dejar a su amiga, no se le habría ocurrido que se pasaría por Haslewich, o menos aún que aceptaría un empleo allí, y sin embargo, allí estaba... Sara creía firmemente en el destino y en aceptar las oportunidades que otras personas más cautas habrían rechazado. La vida era una aventura, o al menos debería serlo.



En realidad estaba emocionada. Quién sabía, tal vez incluso tuviera la oportunidad de desquitarse un poco de parte de su dulce y tierna abuelastra y darles una pequeña lección a aquellos orgullosos y altaneros Crighton. ¡Ése sí que era un desafío que aceptaría con deleite!

Nick Crighton ahogó un leve suspiro. Su hermano Saul y su esposa Tullah habían sido muy amables al ofrecerle una habitación en su casa para recuperarse de las heridas que había sufrido mientras visitaba a uno de sus clientes que estaba encarcelado en una prisión tailandesa.

Otro interno había atacado al cliente de Nick en un ataque de locura inducido por las drogas, y cuando Nick había ido a ayudarlo, había terminado recibiendo unos navajazos.

Afortunadamente la navaja no le había tocado ningún órgano importante, aunque le estaba costando más tiempo recuperarse por culpa de que una de las heridas se le había infectado. Y aunque dicha herida ya se le había curado, el médico le había dicho que se lo tomara con calma hasta que la herida sanara del todo.

Sí, Saul y Tullah habían tenido un buen detalle al insistir en que se quedara con ellos, pero la verdad era que estaba empezando a aburrirse bastante con tanto mimo.

Él era un hombre hecho y derecho, después de todo, y acostumbrado a pasar sus ratos libres al aire libre, practicando el alpinismo o navegando, haciendo descensos en piragua... Cualquier cosa que tuviera un toque de emoción y diversión; y no porque se tomara los riesgos a la ligera.... ¡Bueno, no siempre!

La última vez que se había hecho un chequeo había intentado persuadir a su médico de que estaba ya bien para volver al trabajo; después de todo, siendo abogado, no era probable que se agotara físicamente demasiado, le había sugerido al facultativo.

— No seas ridículo, Nick —había rechazado el médico en tono afable—. Tal vez tú seas abogado, pero se da la circunstancia de que yo sé que tu trabajo requiere mucho movimiento. Diriges un negocio que implica correr la clase de riesgos que ningún hombre sano que respete su condición física querría correr jamás.

Nick se había encogido de hombros, sabiendo que no podía decir nada. Su tarea de negociador para personas atrapadas entre los entresijos legales de otros países a menudo lo habían llevado a situaciones que implicaban peligro físico. Él no había desconocido es tos peligros cuando por ejemplo había tratado con algún gobierno particularmente corrupto al que había tenido que sobornar para sacar a su cliente de la cárcel, y después tener que hacer una escapada rápida y a veces peligrosa por la frontera con su cliente.



Cuando se había hecho abogado se había mostrado dispuesto a ayudar a los padres de un antiguo compañero de universidad para escribir una solicitud al gobierno de un país del Lejano Oriente para que dejaran en libertad a su hija, que estaba condenada a estar en prisión por tráfico de drogas.

Después de haber ganado el caso con éxito, había sido requerido por otros padres que tenían hijos en situaciones similares.

A Nick lo horrorizaba pensar que incluso en una época en la que la mayor parte de los viajeros eran conscientes de estos peligros, los jóvenes, sobre todo las chicas jóvenes, caían en la trampa de dejarse utilizar, a veces sabiéndolo, pero muy a menudo sin saber lo, para transportar la droga a los traficantes. Hacía otro tipo de trabajos, por supuesto, como suplente, que le daban mucho tiempo para viajar. El trabajo para Nick era un medio para alcanzar un fin, no un fin en sí mismo.

— He reservado una mesa en el nuevo restaurante de los Sorter para esta noche —había anunciado Tullah esa mañana durante el desayuno—. Les han concedido el premio Michelin, y debo decir que estoy deseando probar su nuevo menú. Te gustará, Nick.

Bueno, sí le gustaría, pero... pero lo que le apetecía en ese momento era algo más aventurero que aquella domesticidad de la que parecían disfrutar tanto su hermano Saul, Tullah y su familia. Sí, era todo estupendo, muy acogedor, pero no era para él... Todavía no. Aquel instinto de procrear, de construir un nido que parecía haber afectado ya a tantos miembros de su generación de Crighton no lo compartía él. Y no porque estuviera en contra del compromiso o del matrimonio en sí... No lo estaba; pero no lo quería para sí, de momento... ¡Mejor dicho, nunca! Valoraba y necesitaba demasiado su libertad.

— ¿Crees que le gustará? —le preguntó David a su esposa mientras los dos estudiaban el ático sobre los antiguos establos que acababan de renovar y convertir en un apartamento.

— Le encantará —le aseguró Honor con una sonrisa. Se le aceleró la respiración cuando él se volvió a besarla.

— ¡Eh, vosotros dos! —se había quejado su hija mayor cuando había ido a visitarlos la última vez—. Nunca he conocido a una pareja tan obsesionada el uno del otro.

— ¿Mmm... estás obsesionada conmigo? —le había preguntado David en tono soñador cuando Abigail había vuelto a Londres.

— En absoluto —había negado Honor con firmeza—. Sólo estoy enamorada locamente de ti. ¡Nada más!



Llevaban tan sólo dos semanas casados, y se conocían desde hacía menos de un año, pero Honor jamás había dudado de que hubieran hecho lo correcto. Conocía la historia del pasado de David con sus sombras y sus secretos, su deshonra, y también sabía de su gloriosa resurrección de la trampa de su pasado. En el presente estaba deseosa de dar la bienvenida en su casa al hombre que había representado un papel tan importante en esa resurrección, el padre Ignatius, el cura irlandés convertido en misionero que en ese momento estaba en Manda haciendo una visita. David y Honor estaba contentos de haber podido convencerlo para que abandonara Jamaica y se estableciera permanentemente con ellos.

— Mañana tiene el vuelo de Dublín a Manchester —dijo David con preocupación—. Quería ir a buscarlo a Manchester, pero él no ha querido. Dijo que tenía cosas que hacer.

— Sí, lo sé —concedió Honor con paciencia, como si no hubiera oído esa historia por lo menos una docena de veces.

— Sólo espero que sea feliz aquí con nosotros —comentó David.

— Lo será —dijo Honor con actitud positiva—. Va a venir aquí por ti, David —añadió en tono suave—. Quiere estar contigo...

Honor había conocido al cura brevemente cuando David y ella se habían casado en Jamaica, y había descubierto que el padre era todo lo que David le había dicho y mucho más. El sacerdote y ella compartían una espiritualidad, un entendimiento, una creencia en la dignidad de la naturaleza y en el respeto por el mundo.

David sonrió con pesar.

— De acuerdo, estoy exagerando —dijo.

Aún había días en los que se tenía que pellizcar para asegurarse de que estaba de verdad despierto y no soñando. Se sentía tremendamente humilde sólo de pensar en la suerte que había tenido y en lo poco que la había merecido. Le había dicho eso mismo a su hermano, pero éste había sacudido la cabeza negando sus palabras.

David había recibido regalos muy valiosos en la quinta década de su vida. En primer lugar su amistad con el padre, el amor que compartía con Honor, el hecho de que sus familiares lo hubieran aceptado de nuevo en sus vidas y en sus corazones. Se le empañaron los ojos un poco porque por supuesto había un miembro de la familia que no lo había acogido bien, y ésa era Olivia, su hija. David entendía que su hija tenía todo el derecho a rechazarlo. Él no había sido buen padre para ella, y Olivia se había visto obligada desde muy temprana edad a cuidar no sólo de sí misma sino también de su hermano pequeño y de su madre. Cuando uno unía eso a la actitud despreciativa de su padre, Ben Crighton, hacia ella mientras que el hijo de Jon, Max,



recibía continuos elogios por parte del abuelo, a David no le extrañaba que Olivia sintiera hostilidad hacia el padre que no la había apoyado.

Pero el dolor que le producía aquella separación no sólo era por sí mismo sino también por ella. Era un David totalmente distinto al David que se había alejado de su antigua vida porque no era capaz de enfrentarse a lo que había hecho. En el presente lo sabía y entendía el poder que tenían las emociones negativas sobre el que las sentía, todavía más que sobre la persona a quienes se dirigían. Y sabía que Olivia estaba sufriendo; lo sabía perfectamente.

— Dale tiempo —le había aconsejado Jon.

También estaba su hijo, pero Jack había tenido la suerte de tener como padres a Jon y a Jenny, toda vez que ni David ni Tania, su ex esposa, habían estado ya allí. Jack, a diferencia de Olivia, era un hombre seguro de sí mismo... feliz... Era cierto que Jack tal vez lo mirara con cierto recelo... esperando... juzgándolo... pero en la reacción de Jack no había ni la furia ni el miedo hacia su regreso que había sentido en Olivia.

Su rechazo total a verlo o a hablar con él tal vez fuera comprensible. Su regreso había sido un shock para ella. David lo sabía, y sabía también que apenas le había dado ninguna razón para que ella lo quisiera o lo respetara. Sin embargo, había esperado que sus sentimientos hacia él se suavizaran un poco y que hubiera asistido por lo menos a la fiesta que Honor y él habían dado en Fitzburgh Place. Estaba desesperado por poder enmendarse con ella de alguna manera, poder hablar con ella, explicarse... disculparse.

Cada vez que miraba a Max y veía en lo que se había convertido el hijo de Jon, se acordaba de que Max tenía los mejores padres que cualquier niño podría tener; al igual que cada vez que pensaba en Olivia sabía que en su caso no había sido así, y que él y su egoísmo eran los causantes de eso.

Cuando Honor veía la tristeza en los ojos de David adivinaba que era porque estaba pensando en Olivia. No podía imaginar lo que sentiría si una de sus hijas la rechazara; en realidad le resultaba insoportable imaginárselo. Honor sabía escuchar y había escuchado muchas cosas de Olivia de boca de otros miembros de la familia, y no porque hubieran cotilleado sobre ella o la hubieran criticado. No. Los Crighton, si acaso, eran muy leales los unos con los otros. Lo que había oído era lo preocupados que estaban, cada uno a su manera, por la hija de David.

— Estaba tan feliz cuando Caspar y ella se casaron... —había dicho Jenny—. Y cuando llegaron las niñas...

Y su conclusión había sido que la felicidad había desaparecido.

— Trabaja demasiado —había dicho otra persona.



Y había habido otros comentarios, todos ellos hechos con todo el cariño y la preocupación del mundo, a partir de los cuales Honor había interpretado que la vida de Olivia era infeliz y llena de sombras.

— A veces parece como si tuviera miedo de relajarse y divertirse...

Había sido la afirmación más significativa, siendo Tullah, la esposa de Saul, la que la había hecho. Honor opinaba que Olivia había sufrido tanto de niña que en el presente sentía la necesidad de refugiarse controlándose y presionándose para alcanzar unos objetivos que ella misma parecía haberse impuesto. Y por esa misma razón no se valoraba a sí misma.

Honor se inclinó hacia su esposo para susurrarle provocativamente al oído:

— Vamos a la cama.

— ¡Cómo! —David fingió estar asustado—. Pero si todavía es por la tarde...

— Mmm... es la hora de la siesta —Honor sonrió con seducción.

Cruzaron el patio de grava que separaba la casa en sí de los demás edificios. Al pasar junto a la lavanda, se detuvo un instante para pasar la mano libre por las flores y se la llevó a la nariz para aspirar el aroma que había desprendido.

Olivia le recordaba un poco a su lavanda… por fuera tan dura y fuerte, pero tan sensible por dentro que el más mínimo roce podría magullarla y dañarla.



Capítulo 3

Bobbie, la esposa de Luke Crighton, fue la primera de la familia en enterarse de la noticia de Olivia. Había llamado a casa de Olivia sabiendo que ésta, Caspar y las niñas habían llegado ya, deseosa de que le contaran qué tal había ido el viaje y dispuesta a ofrecerse a hacerles algo de compra si Olivia quería, ya que ella iba a salir a hacer la suya.

— Mamá está arriba —la había informado Amelia a Bobbie cuando ésta llamó a la puerta abierta de la cocina y entró seguidamente.

— Sí, está haciendo la maleta de papá —añadió Alex inocentemente.

— Papá se va a quedar en Phil... en América... —le dijo Amelia.

Y ambas se pusieron de pie y la miraron con tanta tristeza que Bobbie deseó abrazarlas a las dos con fuerza.

— Olivia —la llamó desde el pie de la escalera—. Soy yo, Bobbie. ¿Puedo subir?

Cuando Olivia apareció en el rellano, Bobbie vio por la expresión de la prima de su marido que no había sido capaz de disimular el susto que se había llevado al verla. Había perdido peso y tenía la piel grisácea, sin vida, lo mismo que los ojos. Parecía... parecía... Bobbie tragó saliva con dificultad; era a Olivia a quien tenía ganas de abrazar en ese momento para consolarla.

— Las niñas te lo han dicho, ¿verdad? —adivinó Olivia cansinamente.

— Dijeron algo de que Caspar se había quedado en Philadelphia —concedió Bobbie con torpeza.

— Será mejor que subas —le dijo Olivia—. Caspar y yo nos vamos a separar —le informó cuando Bobbie llegó al rellano del primer piso—. Es lo mejor para todos. Las cosas no nos han ido bien desde hace tiempo... Él no es el hombre con quien me casé, Bobbie... y yo...

A Olivia le tembló la voz, y Bobbie vio que tenía lágrimas en los ojos.

— No —negó Olivia cuando Bobbie fue a consolarla—. No. No sientas lástima por mí... No lo necesito... No siento lo que ha pasado; me alegro. Nuestro matrimonio no estaba funcionando —le dijo a la otra con tirantez—. Creo que una vez que se le pasó el shock inicial, Caspar se sintió aliviado.



Al percibir el dolor en su propia voz Olivia frunció el ceño. ¿Por qué sentir dolor? Ella ya no amaba a Caspar. Era un alivio no tenerlo pegado a ella, quejándose todo el tiempo de que pasaba demasiado tiempo en el trabajo y muy poco con él y con las niñas. Era un alivio, además, tener que preocuparse sólo de su relación con sus hijas. Toda vez que su padre había vuelto, la gente la observaría con lupa, esperando a ver si ella caía, si fallaba como lo había hecho David Crighton.

— Sé que a veces ocurren cosas entre una pareja que pueden parecer muy exasperantes, cosas pequeñas, en realidad, pero que son como el que tiene una piedrecilla en el zapato... —estaba diciendo Bobbie en voz baja.

— ¿Cosas pequeñas? —la interrumpió Olivia con una sonrisa amarga—. Las nuestras no son cosas pequeñas, Bobbie. La última vez que Caspar y yo hicimos el amor fue hace meses...

Por un momento Bobbie pensó que Olivia se estaba quejando de que Caspar no quería hacer el amor con ella, pero entonces Olivia continuó en tono furioso:

— Yo no podía... no quería...

Y Bobbie se dio cuenta de su error.

— Caspar parecía creer que lo estaba haciendo adrede; que me estaba aguantando para anotarme tantos. Hasta ese punto nos hemos alejado el uno del otro —saltó Olivia, que empezó a temblar visiblemente mientras movía las manos con agitación—. Hemos tenido broncas horribles sobre este tema. Ha sido tan destructivo y doloroso para las niñas... Lo he intentado, pero Caspar...

— ¿Han pensado en ir a un consejero matrimonial? —le preguntó Bobbie con delicadeza.

El dolor y la desesperación de Olivia eran tales que casi se podían palpar. Normalmente era una persona tan serena y contenida, tan controlada, que Bobbie se asustó al ver el cambio que se había producido en ella.

— ¡Consejero matrimonial! —Olivia soltó una risotada llena de amargura—. ¿Quieres decir como al que debería haber ido mi madre? Lo siento —se disculpó—. Lo sé... —se llevó la mano a la boca como si le pesara lo que había dicho—. Ya es demasiado tarde para eso —añadió—. Nuestro matrimonio ha terminado.

— ¿Qué va a hacer Caspar? —le preguntó Bobbie.

— Se va a tomar un año sabático. La universidad se lo ha concedido. Dice que va a recorrer América en una Harley Davidson —dijo Olivia en tono burlón—. Es algo que ha querido hacer desde que era adolescente.



Para sorpresa propia se dio cuenta de que estaba llorando y no supo bien por qué.

— Oh, Livvy, Livvy —oyó que Bobbie le decía en tono emocional.

Pero cuando Bobbie se acercó a ella con los brazos abiertos, Olivia retrocedió mientras negaba con la cabeza. Había tanto que necesitaba hacer, tantas cosas que debía concretar... Quería estar en su despacho antes de las ocho cuando empezara a trabajar el lunes por la mañana. Eso le daría una hora extra para abrir el correo que estaría esperándola y después, si se llevaba a casa el restante podría leerlo cuando las niñas estuvieran ya en la cama. Al menos ya no tendría que pensar en Caspar y podría dedicar más tiempo a trabajar por las noches.

— Algo va mal —le dijo Bobbie a Luke esa noche después de darle la noticia de Olivia.

— Pues claro que algo va mal —respondió Luke—. Olivia ha dejado a Caspar.

— No, me refiero aparte de eso... Algo le pasa a Livvy —insistió Bobbie—. Estaba... no sé, distinta.

— Está disgustada. Es lo más natural.

Bobbie suspiró entre dientes. Por mucho que amara a su esposo, había veces en las que no estaban en la misma onda. Otra mujer habría entendido inmediata mente lo que había querido decir.

— Me pregunto si Jenny lo sabrá ya —dijo Bobbie—. Debe de saberlo, sin duda. Olivia y ella siempre han estado muy unidas.

Jenny era la esposa de Jon y había sido como una madre para Olivia a través de su difícil infancia. Olivia era en el presente socia del bufete de abogados de la familia, del que Jon era el cabeza.

Rápidamente Bobbie descolgó el teléfono y marcó el número de Jenny.

— ¿Qué pasa? ¿Qué ocurre? —le preguntó Jon a Jenny cuando ésta entró en su despacho con expresión preocupada.

— Acaba de llamarme Bobbie. Fue esta tarde a ver a Livvy. Yo misma quería ir de no haber tenido reunión de madres. Livvy y Caspar se han separado, y ella ha vuelto a casa sin él.

— ¡¿Qué?!



La reacción de Jon reflejaba el sobresalto de Jenny.

— Pensé que eran felices —comentó Jon.

— Lo eran —concedió Jenny—, hasta que David volvió a casa... —dijo Jenny, que por mucho que lo intentó no fue capaz de despojar sus palabras de un tono de acusación.

Se dio cuenta por la cara de Jon de que sus palabras lo habían disgustado, y además sabía que habían sido innecesarias e injustas, pero no era capaz de retractarse de lo que había dicho.

Jon había cambiado desde el regreso de su herma no. Últimamente parecía vivir por David, respirar por David, pensar por David. Tanto era así que a Jenny le parecía como si la hubiera alejado, excluido de su vida, lo cual era ridículo, por supuesto. Jon y ella llevaban casados más de treinta años, y esos últimos años habían aportado una nueva abundancia a su matrimonio, a su amor... Esos últimos años, esos años sin David...

Pero David había vuelto y Jon ya no era exclusivamente suyo. Se pasaba todo el rato que si David esto, que si David lo de más allá... Jenny veía el amor por su hermano en los ojos de Jon, lo oía en su voz y cada vez que pronunciaba su nombre.

— David no es responsable del fracaso del matrimonio de Livvy. Es imposible que lo sea —objetó Jon.

— Tal vez no —se vio obligada a conceder Jenny—. Pero es responsable de lo que Livvy es en el presente, Jon... Tú mismo lo has dicho un montón de veces.

— Livvy no tuvo una infancia feliz —concedió Jon—. Pero eso no fue sólo responsabilidad de David...

Jenny emitió un leve suspiro de impaciencia.

— Antes de que David regresara a casa tú mismo dijiste que estabas preocupado por ella, que te daba la impresión de que estaba trabajando demasiado.

— Sí, lo estaba... Está trabajando demasiado —afirmó Jon.

Se había disgustado mucho cuando, en ausencia de su sobrina, había descubierto la cantidad de trabajo que ésta se había echado encima y lo innecesario de su empeño. De haberle dicho que necesitaba ayuda, Jon se habría encargado de proporcionársela. Con ese volumen de trabajo no le extrañaba que el matrimonio de Olivia hubiera naufragado. El ayudante que había contratado para cubrir a su sobrina no había sido capaz de abarcar todo su trabajo, y Jon había tenido que hacerse cargo de parte de ello y repartir el resto entre Tullah, que trabajaba a tiempo parcial, y su hija Katie, que también formaba parte del bufete familiar.



Como Jenny pasó por detrás de él sin molestarse en detenerse a besarlo en la cabeza como solía hacer, Jon vaciló, deseoso de abrazarla; pero antes de que pudiera hacerlo ella ya había salido de la habitación.

Desde que David había vuelto Jon estaba tan obsesionado con su hermano que apenas si notaba que existía ella, pensaba Jenny con fastidio al ver que él la dejaba salir del despacho sin agarrarla por la cintura para darle el abrazo de costumbre.

Sabía lo mucho que Jon amaba a su hermano mayor. ¿Pero acaso tal vez lo envidiara también un poco? ¿Acaso comparaba la comodidad de su matrimonio con la emoción de la apasionada relación de David con Honor, su recién estrenada esposa? Honor, que era mucho más elegante y emocionante que ella.

Mientras entraba en la cocina Jenny se dijo que no podía seguir pensando así. Tal vez se hubiera sentido inferior a la primera esposa de David, a la elegante modelo a la que todos llamaban Tiggy, pero no iba a permitir que le ocurriera lo mismo con Honor.

La enorme cocina parecía todavía más grande desde que todos los miembros de su familia se habían hecho mayores. De sus cuatro hijos sólo Joss, el más pequeño, seguía viviendo en casa, aunque pronto seguiría a Jack a la universidad.

Por supuesto, Maddy y sus hijos, sus nietos, los visitaban a menudo, apenas pasaba un día sin que no los viera, pero... Cuando una mujer empezaba a sufrir porque echaba de menos a sus hijos ya adultos se le llamaba «síndrome del nido vacío».

Jenny aspiró hondo mientras se repetía para sus adentros lo afortunada que era. Sin ir más lejos, a diferencia de su sobrina política.

Pobre Livvy. A Jenny le dolía el corazón por ella.

— Maddy. ¿Estás bien? —le preguntó Max con inquietud al ver que ella respiraba hondo y que se llevaba la mano a su vientre hinchado por el embarazo.

— No es nada —le aseguró Maddy—. Sólo tengo unas pocas náuseas.

— Ven a sentarte —le recomendó Max, que negó con la cabeza cuando ella insistió en que estaba bien.

Ese cuarto embarazo que ambos habían recibido con tanta alegría la estaba cansando más que los tres anteriores, si mal no recordaba Max, que para sus



adentros se arrepentía de haberla dejado de nuevo embarazada cuando ya tenía tres hijos que cuidar, aparte de su anciano abuelo.

Hablaría con su madre y le pediría discretamente que le echara a Maddy un vistazo por él, que se asegurara de que no estaba echándose demasiado encima.

— Creo que Livvy llegaba a casa hoy —comentó Maddy cuando sintió que se le habían pasado un poco las náuseas.

Lo que menos deseaba era que Max empezara a preocuparse.

— Sé que sólo han estado fuera unas semanas, pero han ocurrido tantas cosas que parece como si hubiera pasado más tiempo —continuó Maddy.

— Mmm...

— Me preguntó cómo va a tomarse la vuelta de su padre. Honor dice que David está desesperado por salvar el abismo que los separa, pero que por otra parte siente que no debe forzar a Livvy en modo alguno.

— Dale tiempo —le aconsejó Max—. La vuelta de David ha sido un sobresalto para todos, pero sobre todo para Olivia.

Maddy estuvo a punto de comentar que su preocupación por Olivia, la prima de Max, no se limitaba a la tormentosa relación con su padre. También era muy consciente de los sentimientos y agravios que Caspar le había revelado en una ocasión en la que se había acercado a Queensmead totalmente desesperado; pero cuando estaba a punto de empezar a hablar le volvieron las náuseas.

Seguramente no sería nada, se decía para sus adentros mientras recordaba que no tenía más remedio que ir a la consulta del tocólogo. Se había saltado la última revisión porque Ben no se había sentido bien ese día. Aunque tuviera náuseas y los tobillos hinchados, se dijo que no tendría ningún problema. ¿Además, por qué iba a tenerlo? No lo había tenido con sus tres embarazos anteriores.

— ¿Qué dices que has hecho? —el padre de Sara se echó a reír por el teléfono mientras ella le explicaba lo ocurrido.

— Y a que no sabes qué —continuó—. Algunos miembros del clan Crighton han reservado mesa para cenar aquí esta noche, de modo que podré ver al «enemigo» frente a frente.



— Ya te lo he dicho antes —le dijo su padre—. Sólo has oído una versión de la historia —le recordó su padre.

— No me importa. Si sólo la mitad de lo que la abuela Tania me ha contado es verdad entonces la trataron abominablemente.

Al otro lado de la línea telefónica Richard Lanyon ahogó un suspiro. Su hija mostraba mucha inclinación a abogar por las causas perdidas y por los desamparados; sólo esperaba que la vida no le arrebatara demasiadas ilusiones e ideales.

En su opinión, la segunda esposa de su padre era una persona ingenua e infantil, pero al mismo tiempo una mujer egoísta. Su padre la adoraba y protegía, pero a veces a Richard le parecía exasperante.

— Bueno, te advierto que no intentes cortar demasiadas cabezas —le aconsejó a Sara.

— No lo haré —contestó ella—. Pero es hora de que alguien le baje un poco los humos a los Crighton. Disfruta de tus vacaciones —añadió en tono cariñoso.

Su padre era arquitecto, y su madre y él tenían un apartamento en una urbanización de lujo en el Caribe que él había ayudado a proyectar. Sara sabía que podría haberse ido con ellos y disfrutado de unas largas vacaciones con todos los gastos pagados, pero era demasiado orgullosa e independiente para hacer tal cosa. Había elegido dedicarse a la enseñanza y quería ayudar a otros; en su opinión, el don de la educación era el más preciado que una persona podía recibir. Sin embargo, la realidad de la enseñanza moderna estaba tirando por la borda sus ideales y sus sueños.

En el presente era consciente con sumo desaliento de que tal vez se hubiera equivocado en cuanto a su futuro profesional. Aquel breve período de tiempo trabajando en Haslewich le daría tiempo para pensar en sus opciones... ¿Y tal vez de romper una lanza en favor de la abuela Tania? Después de todo, Sara no podía negar que sentía que los Crighton habían tratado mal a Tania, a pesar de lo que su padre le había dicho.

Después de guardar sus pocas pertenencias en el agradable apartamento que Frances Sorter le había proporcionado, Sara bajó al restaurante, donde Frances la recibió con una sonrisa cálida.

— Normalmente no trabajarás por las noches —le dijo Frances—, pero si quisieras empezar ahora mismo...

— Me encantaría —le dijo Sara con sinceridad.

Cuando al momento siguiente le sonaron las tripas, la joven hizo una mueca de pesar.



— Oh, Dios mío, debes de estar muerta de hambre —le dijo Frances en tono de disculpa—. Normalmente el personal come cuando terminan de servir, pero creo que puedo conseguir que te envíen algo al despacho.

— Un sándwich estaría bien —le dijo Sara.

— ¡Un sándwich! Este restaurante ha ganado premios —le dijo Frances fingiendo una actitud remilgada mientras sonreía divertida—. ¿Qué te parecen unas verduras asadas al carbón y salmón de río?

— Ya me lo estoy imaginando —respondió Sara con mirada risueña.

Estaba segura de que iba a disfrutar trabajando allí. Frances tenía sentido del humor aunque en ese momento estuviera algo nerviosa.

Casi una hora después Sara apartaba la vista de la pantalla del ordenador para tomar el último bocado de la deliciosa comida que le habían servido. Se había ensimismado tanto con la tarea que había estado haciendo que se le había quedado la comida fría. ¡Claro que ya no tenía hambre! La porción más que generosa habría satisfecho fácilmente a dos personas.

Frunció el ceño cuando el ordenador se negó a dar le la información que necesitaba para completar la tarea que tenía entre manos. Tendría que hablar de eso con Frances.

Se puso de pie, abrió la puerta del despacho y avanzó por el corto pasillo que lo separaba del restaurante, donde entró con paso vacilante.

Frances le dijo que iba a estar a cargo de la sala esa noche, pero cuando entró Sara no la vio por ningún sitio. El restaurante estaba hasta la bandera y todas las mesas ocupadas.

— Bobbie me llamó hace un rato —le dijo Tullah a Saul mientras el camarero rellenaba sus copas de vino. — Livvy ha vuelto pero Caspar no ha regresado con ella. Se va a quedar en América, y según dice Livvy su matrimonio ha terminado.

Tullah frunció el ceño ligeramente. Había habido una época en la que Saul y Livvy habían estado muy unidos, y Saul le había reconocido que se había sentido muy atraído por su prima segunda. Pero eso pertenecía ya al pasado. Ella era la esposa de Saul.

— Son las niñas las que más pena me dan —continuó diciendo Tullah.



— Es tan difícil para los niños cuando los padres se separan...

Saul tenía tres hijos de su primer matrimonio, y Tullah aún recordaba lo frágiles que le habían parecido cuando los había conocido a Saul y a ellos tres.

La primera esposa de Saul los había abandonado a él y a sus tres hijos, dando como explicación que no había lugar para su hijo y sus dos hijas en su segundo matrimonio con un hombre que no quería tener familia.

No había sido fácil para ninguno cuando Saul y ella se habían enamorado y casado, aunque en el presente los niños habían llegado a aceptarla totalmente. Un hijo de ambos había terminado de completar la familia, pero Tullah sabía que sentía un fiero instinto de protección hacia los tres hijos mayores de Saul, sobre todo hacia su hija Meg, y por eso mismo le daba mucha lástima de Amelia y Alex, las hijas de Olivia y Caspar.

— Si queréis saber mi opinión, creo que los hombres y las mujeres deberían estar separados salvo para propósitos exclusivamente lúdicos —les dijo Nick a los dos de broma, con los ojos brillantes y risueños.

Como todos los varones Crighton, Nick era tremendamente apuesto, a lo que además había que añadirle cierto aire de aventura y emoción, un aura especial y una masculinidad muy atrayente, que en ese momento Tullah reconocía mientras negaba con la cabeza y le decía:

— Eres incorregible, Nick, de verdad que sí.

— No, sólo estoy empeñado en no caer en la trampa de dejar que mis emociones me dirijan la vida —contestó Nick con convencimiento.

Saul no dijo nada. Conocía perfectamente la antipatía de su hermano menor hacia el matrimonio y el compromiso.

— Un día cambiarás de opinión —le advirtió Tullah—. Verás a una mujer y te enamorarás de ella... ¿Qué ocurre? —le preguntó asustada cuando Nick pegó un grito de dolor.

Había una chica de pie junto a su silla con la cara colorada de vergüenza mientras intentaba disculparse. Estaba claro que se había chocado con él sin querer mientras cruzaba la sala tenuemente iluminada. Era extremadamente bonita, pensaba Tullah divertida al ver que Nick recibía sus disculpas con su savoir faire algo disminuido. Tal vez detestara el matrimonio y los compromisos, pero eso no quería decir que su cuñado despreciara la compañía femenina; más bien todo lo contrario. Aunque para ser justa con él, que ella supiera sus relaciones se limitaban a mujeres que compartían sus opiniones sobre las ventajas de las relaciones esporádicas.



Con la cara roja de vergüenza, Sara balbuceaba sus disculpas al hombre con el que se había chocado sin querer; sin embargo su turbación dio paso enseguida a la indignación cuando él le echó una mirada desdeñosa en lugar de aceptar su disculpa con el mismo espíritu con el que ella se la había ofrecido.

Al ver a Frances al otro lado de la sala, Sara se había abierto paso entre las mesas del atestado restaurante con la vista fija en su objetivo en lugar de en lo que tenía delante.

Además, tampoco era del todo culpa suya, pensaba Sara mientras miraba a Nick con rabia, tal y como él estaba haciendo. Era él quien había estado sentado a la mesa con la silla más retirada de lo necesario.

— Pareces enfadada —le dijo Frances—. ¿Va todo bien? —añadió preocupada cuando Sara llegó hasta donde ella estaba.

— Acabo de tener un pequeño encontronazo con uno de tus comensales —reconoció pesarosamente—. Me choqué con él, pero cuando intenté disculparme…

— ¿Con quién? —la interrumpió Frances.

— Con el hombre joven de aquella mesa —señaló Sara.

— Ah, la mesa de Saul y Tullah Crighton.

¡Crighton!

Sara se volvió inmediatamente para mirar al trío. Afortunadamente, la pareja, claramente Saul y Tullah, estaba sentados de espaldas adonde estaba ella. Pero el hombre con quien se había chocado...

Notó cómo se le aceleraba la respiración cuando él levantó la cabeza y la miró con hastío.

— Oh, pobre Nick —dijo Frances—. Ha estado muy malo.

— ¿Quieres decir que por eso está insoportable?

Frances arqueó las cejas.

— Vaya, vaya, parece que te ha molestado de verdad, ¿no? —dijo en tono comprensivo antes de continuar—. No, la verdad es que se vio implicado en un incidente muy desagradable. Como casi todos los Crighton, Nick es abogado; pero el trabajo que él lleva a cabo es extremadamente especializado y a menudo bastante peligroso. Aunque en este caso...



Rápidamente le explicó cómo Nick había llegado a sufrir el ataque; pero como Sara era muy testaruda se negó a dejarse impresionar.

— Tal vez fuera mejor si llevara una señal que advirtiera a las personas para que no se le acercaran demasiado —le sugirió con los dientes apretados.

Frances se abstuvo de hacer ningún comentario. Sara era una joven preciosa y Nick un hombre extraordinariamente apuesto. De modo que a Frances le parecía lógico que los dos se sintieran atraídos el uno al otro. Y como ella era madre de dos adultos jóvenes, sabía que a veces tal atracción llegaba disfrazada de hostilidad.

— Son las nueve de la noche. Llevas toda la noche trabajando —le dijo Frances con una sonrisa—. ¿Por qué no lo dejas por hoy?

— Todavía no —se negó Sara con determinación.

Armada con la información que Frances le había dado estaba segura de que por fin podría resolver el problema con el recalcitrante ordenador.

Frances sonreía con pesar mientras observaba a Sara cruzando la sala en dirección al despacho. Esa vez dio un rodeo para evitar la mesa de los Crighton.

Sara le había gustado nada más verla, y su primera impresión había sido que era una chica de carácter firme y valiente con un gran sentido del humor. ¡Su impresionante belleza causaría una revolución, por su puesto!

— Nick —objetó Tullah al ver el desprecio con que miraba a la muchacha mientras ésta daba un rodeo a la mesa que ocupaban ellos.

— Menuda arpía —dijo Nick entre dientes sin apartar la mirada de la espalda de la joven—. ¿Habéis visto cómo me ha mirado?

— Lo que sí que he visto es cómo la has mirado tú —le dijo Tullah en tono seco.

— Sí —corroboró Saul—. No te has mostrado tan sereno y cortés como tienes por costumbre, Nick —señaló su hermano mayor—. Una chica muy bonita —añadió en tono de apreciación.

Saul se echó a reír cuando su esposa lo miró fingiendo enfado.

— Muy bonita —repitió Nick en tono agrio.



Ni siquiera él mismo estaba seguro de por qué había reaccionado de tan mala manera hacia ella. El sentido común le decía que el golpe que ella le había dado en su herida aún tierna había sido totalmente accidental, y sabía que normalmente no sólo habría aceptado su avergonzada disculpa con elegancia, sino que seguramente habría hecho todo lo que hubiera estado en su mano para causarle una buena impresión y tranquilizarla.

¿Entonces por qué no lo había hecho así?

No sería por ese latigazo de sensualidad masculina, por ese mero escalofrío de sensación que lo había invadido tras su inesperado contacto físico. Después de todo había experimentado deseo físico por muchas otras mujeres antes que por ella.

Deseo físico, sí, pero no esa punzada intensa de conocimiento, ese sentimiento no deseado, ese instinto de... de... ¿De qué?

De nada, se dijo para sus adentros con firmeza.

— Tenéis razón —anunció con firmeza, aunque ni Saul ni Tullah habían dicho nada—. Me he comportado de un modo muy grosero... y lo normal es que me disculpe. Me pregunto adónde habrá ido.

— Seguramente Frances lo sabrá —lo informó Tullah—. Estaba hablando con ella.

Nick apartó la silla con pesar y se puso de pie.

— ¿Sara? —respondió Frances cuando él fue a preguntarle—. Ah, estará en su despacho. Está sustituyendo a nuestra gerente...

Frances observó a Nick con reflexión mientras éste se abría paso entre las mesas.

Sara emitió un leve sonido de satisfacción cuando finalmente consiguió que el ordenador hiciera lo que ella quería. Nick lo oyó al abrir la puerta del despacho. Sara estaba de pie mirando la pantalla del ordenador con un brillo triunfal en la mirada. La joven era más que bonita, pensaba Nick mientras sentía los fuertes latidos de su corazón golpeándolo en la garganta.

Al sentir una presencia en el despacho Sara apartó la vista del monitor; pero al ver quién era pareció como si se quedara sin respiración.

— Frances me dijo que la encontraría aquí —le dijo Nick.



Ella se puso muy tensa y su mirada se volvió recelosa y hostil.

— Le debo una disculpa —empezó a decir Nick.

— Sí, es cierto —concedió Sara animadamente—. Pero es un Crighton, y por supuesto los Crighton nunca se disculpan, y menos con las mujeres...

Nick se quedó mirándola de hito en hito. Su reacción fue tan inesperada y tan extraordinaria que lo dejó verdaderamente sorprendido.

— ¿Pero qué diantres...? —empezó a decir Nick.

Dejó de hablar al ver que Sara lo ignoraba y que en lugar de hacerle caso se concentraba en la pantalla que tenía delante.

Las mujeres jamás habían pasado de Nick. ¡Jamás! Mientras que por una parte se deleitaba de su propia sorpresa, por otra estaba muy furioso y enfadado por el hecho de que pudiera tanto hablar como actuar como lo había hecho.

— Mire —le dijo en tono sombrío—, no puede hacer una afirmación de ese tipo sin explicar qué se supone que significa.

Se acercó a su mesa, tanto que Sara sintió el calor que desprendía su cuerpo. Así, tan de cerca, su aspecto era tan varonil y masculino... Era alto y fuerte, y tenía los ojos tan oscuros que podrían haber sido negros, no del azul cobalto que sabía ella que eran. Sara sintió una mezcla de emoción y de miedo. Su sensatez le decía que había ido demasiado lejos, pero eso no era lo que tenía ganas de escuchar. No. Prefería hacer caso al júbilo que la incitaba, que le decía que le estaba dando a Nick lo que merecía.

De modo que continuó ignorándolo y siguió con su trabajo.

Nick había soportado suficiente. Se adelantó con exasperación, simplemente para ponerle la mano sobre la suya y que dejara el teclado; pero en cuanto sus dedos rozaron su piel lo recorrió una oleada de deseo tan potente que la causa por la que le había tocado la mano quedó olvidada.

— Suélteme —le espetó Sara.

Estaba tan pálida en ese momento como colorada lo había estado cuando se había chocado con él en el restaurante; y los ojos le brillaban con la intensidad de lo que sentía. Y lo que sentía era... Instintivamente Nick supo que ella era tan consciente como él de la gran química sexual que fluía entre ellos.

Para un hombre que estaba acostumbrado a no perder el control de sus emociones, lo que estaba experimentando le resultaba totalmente incomprensible.



— He venido aquí a disculparme —le recordó a Sara con cierta exigencia en la voz.

Sara levantó la cabeza muy enfadada, pero la respuesta sarcástica que había estado a punto de soltarle quedó instantáneamente olvidada, porque por alguna razón inconcebible desvió la mirada sin remedio a los labios de él y después a sus ojos.

A Nick le pareció que pasaba mucho rato desde que se adelantó hasta que posó sus labios sobre los de Sara, aunque sabía que no podía haberle llevado más de unos segundos. Sara tenía la boca cálida y aterciopelada, dulce y sexy, y Nick no pudo menos que continuar besándola con más fogosidad.

Bajo la vehemente y ardiente sexualidad del beso de Nick, Sara experimentó una sensación mareante. Ésa era la clase de beso con la que había soñado cuando era una adolescente patosa... el tipo de hombre... el tipo de urgencia sexual que no podía controlarse...

De pronto ser oyeron risas en el pasillo, y la realidad a su alrededor rompió el encantamiento. Nick la soltó en el mismo momento en que ella se retiraba. Se miraron sin decirse nada. Dos pares de ojos que reflejaban el mismo resentimiento furioso, dos pares de ojos que reflejaban el mismo deseo ardiente.

— ¿Ya lo has arreglado todo? —le preguntó Tullah a Nick cuando éste volvió a la mesa.

Saul había ido a pagar la cuenta, así que sólo Tullah fue testigo de la expresión de estupefacción en los ojos de Nick.

— Todo bien —mintió mientras la guiaba hacia la salida donde Saul los esperaba.

¡Los hombres Crighton! Sara estaba tan afectada emocionalmente como físicamente. Tania no se había equivocado en absoluto.



Capítulo 4

— ¿Dios mío, de verdad es esa hora? —exclamó Frederick de Voysey mientras miraba su reloj—. No tenía ni idea. No recuerdo cuándo fue la última vez que disfruté tanto... Una cena excelente, querida —elogió a Honor.

— Te llevaré a Fitzburgh Place —le dijo David sonriendo.

David no había bebido durante la cena adrede, sabiendo que después tendría que llevar al primo de Honor hasta Fitzburgh Place.

Había albergado ciertas dudas sobre la prudencia de invitar a cenar a Freddy el mismo día que llegaba el sacerdote, pero como siempre el buen juicio de Honor había demostrado ser mejor que el suyo, y los dos hombres, que rondaban los dos unos setenta años, habían hecho muy buenas migas. Tanto que Lord Astlegh ya había invitado al sacerdote a que fuera a jugar con él al ajedrez esa misma semana.

— En términos de religión tal vez sean dos polos opuestos —había concedido Honor cuando David había sacado ese tema—. Pero los une su deseo de ayudar al prójimo, y estoy segura de que eso tiene mucha más importancia que lo otro.

Y así había resultado ser. Por el tono de la conversación de Freddy, David sospechaba que no pasaría mucho tiempo antes de que el sacerdote se implicara en una de las buenas obras de su coetáneo. Aunque en ese momento el hombre pareciera cansado; después de todo, había llegado de Irlanda tan sólo unas horas antes.

— Creo que yo también estoy listo para irme a la cama —dijo el padre Ignatius.

A la puerta Honor besó con cariño a su primo.

— Me han devuelto los planos del invernadero —le recordó—. Será mejor que vengas a verlos.

— Lo haré —le respondió Honor con afecto; cuando cerró la puerta le sonrió al sacerdote—. ¿Le gustaría esperar aquí hasta que David regrese, o prefiere irse directamente a la cama?

— Directamente a la cama, si no te importa —le con- firmó él.

El viaje desde blanda había sido cansado, pero su estado de ánimo era sereno. Había ido allí con un propósito, de vuelta al lugar donde había comenzado su



ministerio, y estaba listo para establecerse en la campiña de Cheshire. El padre Ignatius estaba en el lugar que sería su morada final en la Tierra.

Permitió a Honor que lo acompañara hasta el pequeño apartamento que le habían preparado para él. Sus habitaciones poseían una austeridad que él sabía deliberada. ¿Habría sido decisión de Honor o de David? En realidad no importaba. Se sentía a gusto allí, como en casa... Y apreciaba el detalle y la sensibilidad que habían mostrado al adivinar que ése sería su gusto. Los libros que ocupaban las estanterías sencillas habían sido idea de David, eso lo sabía, y lo habría sabido aunque Honor no le hubiera susurrado al oído que David se había pasado días y días ojeando las listas de libros en los anticuarios.

Eran libros de los que habían hablado en Jamaica. Sacó uno de ellos, acarició las pastas de cuero y lo abrió para aspirar el olor familiar de sus páginas. Había habido libros como ése en el colegio jesuita donde se había educado. Qué lejano le parecía ya todo aquello.

— ¿Crees que el padre Ignatius está bien? —le preguntó David a Honor una hora más tarde.

Estaban en la cama, abrazados amorosamente. Mientras él esperaba una respuesta de ella, empezó a mordisquearla tiernamente en el cuello. Le encantaba la parte de atrás de su cuello, que a él le parecía como el de una joven. Cerró los ojos y aspiró aquel aroma único que sólo ella poseía. Se sentía muy afortunado de tenerla a su lado.

— Sólo está cansado del viaje, eso es todo —le aseguró Honor—. Desde luego disfrutó de la compañía de Freddy.

— De acuerdo, reconozco que tenías razón cuando dijiste que había que invitar hoy a tu primo —dijo David mientras se echaba a reír.

— Olivia y Caspar tenían que volver hoy, ¿no? —le preguntó Honor en tono bajo.

— Sí —concedió David con evidente tristeza.

Honor se volvió inmediatamente a mirarlo.

— Dale tiempo, David —lo aconsejó—. Sé lo mucho que quieres demostrarle lo que ella significa para ti, pero...

— Me odia, Honor —la interrumpió David con tristeza—. Lo siento...



— No, no es a ti a quien odia —le dijo Honor con sabiduría—. Es a sí misma. Pobre Olivia...

— Es culpa mía que esté sufriendo tanto —le dijo David.

— En parte sí —contestó Honor con firmeza.

— Fui un mal padre —continuó con pena.

— Sí —reconoció Honor—. Fuiste un mal padre, David —le dijo sin mentir.

— Sólo quiero compensarla, pero ella no deja que me acerque...

— Dale tiempo —repitió Honor.

— De algún modo con Jack resulta más fácil —continuó David—. Él es un...

— ¿Un hombre? —terminó de decir Honor.

— No —negó David inmediatamente.

Honor negó con la cabeza y se sinceró con él.

— Eso es lo que Olivia va a pensar, David. La culpa no sólo fue tuya, también tu padre... —su voz se fue apagando.

— Olivia es hija mía. Debería haberla protegido de los prejuicios de mi padre —David cerró los ojos—. Perdona, Honor, no debería cargante este muerto encima.

— Pues claro que sí —le dijo Honor inmediatamente—. Cuando uno ama a otra persona debe compartir tanto lo bueno como lo malo.

Honor le acarició la cara y empezó a besarlo muy despacio.

— Mmm... más... —suspiró David con deseo mientras la abrazaba y empezaba también a besarla.

Jenny frunció el ceño con la vista fija en la lista de la compra. Le pareció ridículamente breve, pero lo cierto era que, después de todo, sólo estaba haciendo compra para dos. Joss se había ido a América a ver a Ruth, la tía de Jon, que vivía allí con su esposo, que era americano, puesto que era la última oportunidad que tenía de hacerlo antes de centrarse en los exámenes del colegio.

El teléfono empezó a sonar y fue a contestarlo.



— Jen, soy yo —oyó decir a Jon—. Mira, no me esperes a cenar esta noche. David me ha pedido que vaya a Fitzburgh Place a ver a Lord Freddy. Quiere hablar conmigo.

— ¿David también va a estar allí? —preguntó Jenny sin poder evitarlo.

— ¿David? —dijo su esposo en tono confuso—. No lo sé. Tal vez. ¿Por qué?

— Por nada —mintió Jenny.

Imaginaba cómo reaccionaría Jon si ella cediera a su deseo infantil y empezara a quejarse de que últimamente parecía pasar más rato con su hermano que con ella. Había salido a jugar al golf, y Jenny había pensado que volvería en menos de dos horas.

De vuelta de la compra pasaría por casa de Olivia para ver si podía hacer algo para ayudarla.

— Mamá... Mamá... Despierta. Tengo hambre.

Olivia abrió los ojos al oír la voz de Alex; el corazón empezó a latirle con fuerza al ver la hora que marcaba el reloj: ¡las diez de la mañana! Ella siempre se levantaba a las seis. Sintió la misma sensación nauseabunda de cada día atenazándole el estómago mientras una sensación de pánico parecía recorrerla de arriba abajo. Tenía la piel sudorosa pero helada al mismo tiempo.

Más que nada deseaba quedarse donde estaba, metida en la cama, cubrirse la cabeza con el edredón y olvidarse del mundo y de sus problemas. Pero no podía. Tenía responsabilidades… deberes... dos niñas... un trabajo... Mentalmente empezó a hacer una lista de todas las tareas que tenía que hacer ese día. Tenía que hacer la colada, preparar los uniformes de las niñas para el día siguiente, leer las notas de sus casos, hacer la compra, hacer comidas... y habría que limpiar la casa. El corazón parecía salírsele por la garganta mientras la adrenalina le bombeaba la sangre.

— ¡Mamá! —insistió Alex—. ¡Tengo hambre!

Olivia sintió un grito surgiéndole en su interior, pero supo que no debía darle voz. No era culpa de Alex que ella se sintiera así; no tenía ningún derecho a sentirse así. Ella era una mujer... madre... esposa... Pero no, en realidad ya no era esposa de nadie... ya no.

Caspar... De pronto toda ella se estremeció.

— ¡Mamá!



Alex había empezado a llorar, y Olivia vio el miedo en sus ojos. Sobre todo los niños necesitaban seguridad y amor. Nadie lo sabía mejor que la misma Olivia.

— No pasa nada, cariño —le aseguró Olivia a su hija—. Voy a levantarme ahora mismo. Baja y espérame, que ahora voy.

Caspar... Caspar... ¿Por qué no había conseguido entenderla...? ¿Por qué no la había ayudado? ¿Por qué no la había querido? Nadie la había querido jamás...

Cuando entró en el baño Olivia se llevó una mano temblorosa a la cara para limpiarse las lágrimas. ¿Ella llorando? Pero si ella nunca lloraba...

Eran las cinco de la madrugada pero todavía era de noche. Caspar levantó la cabeza de la almohada. Junto a él había un juguete pequeño que era de Alex. Se lo había encontrado después de marcharse Olivia y las niñas. Le dolía tanto la ausencia de su hijas... ¿Y de su esposa...? Apretó los labios con tristeza. Olivia tal vez fuera su esposa pero no era la mujer con la que se había casado, la mujer de la que se había enamorado y que creía que lo amaba.

Al final iban a tener que sentarse a hablar. No pensaba de ningún modo ser tan sólo un papá de fin de semana para sus hijas, pero en ese momento... En ese momento, guardada en el garaje de la casa de su medio hermano donde pasaba la noche estaba la reluciente Harley Davidson que había comprado el día anterior. Al día siguiente empezaría el viaje con el que ya había soñado cuando todavía estaba en el instituto, y cruzaría América de costa a costa.

— ¿Qué es lo que vas a hacer? —le había preguntado su padre con incredulidad—. Caramba, Caspar, un hombre de tu edad no puede conducir uno de esos cacharros. Eso es para chicos.

Se dio la vuelta con inquietud en la cama demasiado grande y demasiado suave, que le parecía aún más grande sin la presencia de Olivia a su lado, sin su cuerpo abrazado al suyo.

Pegado al suyo... Hacía tanto tiempo que no compartían esa intimidad en la cama... Cerró los ojos e intentó acordarse de cuándo había sido exactamente la última vez... Sin duda antes del nacimiento de Alex. De bebé había sufrido muchos cólicos, obligando a Olivia, a levantarse tantas veces durante la noche en las primeras semanas después de su nacimiento que al final Olivia había empezado a dormir en la habitación de la niña. Los dos habían estado de acuerdo en que sería injusto meter la cuna de Alex en su dormitorio. ¿Y después de eso? Después de eso Olivia se había pasado tanto tiempo trabajando que cuando se metía en la cama era simple y llanamente para dormir.



¿Habría sido entonces cuando el sexo había dejado de ser un placer compartido, convirtiéndose en un intercambio reacio por parte de Olivia cuando él se había mostrado insistente?

Empezó a fruncir el ceño. Amar a alguien no era sólo una cuestión de sexo. Pero Olivia no deseaba su amor más de lo que deseaba su cuerpo. Con tristeza, Caspar cerró los ojos.

— Jon...

Jon sonrió al ver a su gemelo esperándolo a la entrada de Fitzburgh Place.

— Tenía que venir a recoger unas plantas para los invernaderos de Honor, así que se me ocurrió esperar a que vinieras —le explicó David mientras se daban un abrazo afectuoso—. Olivia y Caspar tenían la vuelta prevista para ayer, ¿verdad? —le preguntó David con una despreocupación tan deliberadamente estudiada que Jon sintió lástima por él—. Supongo que ya habrá ido a contarle a Jenny todo el viaje...

Jon frunció el ceño.

— Aún no ha pasado por casa.

No le resultaba fácil decirle a su hermano lo que había ocurrido.

— David, Livvy ha vuelto, pero Caspar no. Se han separado —le dijo sin rodeos a su gemelo.

— ¿Cómo…?

Jon vio la mirada incrédula de su hermano.

— Y yo que pensaba que estaban tan felices los dos juntos.

— Lo estaban —corroboró Jon con voz grave—. Pero... mira, no sé todos los detalles.

— Voy a ir a verla —anunció David con tristeza—. Es mi hija... yo... —su voz se fue apagando al tiempo que su mirada se ensombrecía—. Iba a decir que soy su padre, pero por supuesto no merezco serlo; la verdad es que no.

— Mira, entiendo cómo debes de sentirte —Jon intentó consolarlo—. ¿Pero por qué no esperas hasta que Jenny vaya a verla?

— ¿Se ha traído a las niñas con ella? —le preguntó David.



— Sí —le confirmó Jon.

David suspiró entre dientes. Deseaba acercarse a sus nietas, ser para ellas todo lo que no había sido para su madre. Sólo de ver a Jon con los hijos de Max y Maddy sentía un anhelo tan profundo de abrazar a su propia nieta que el dolor resultaba casi físico. En ese momento sentía la misma urgencia, la misma necesidad de abrazar a Olivia, aunque fuera adulta.

— Ah, por cierto, debo advertirte que a papá no le ha hecho mucha gracia que hayas invitado al padre Ignatius a quedarse a vivir con vosotros —lo informó Jon con pesar.

— Lo sé, me lo dijo él mismo —reconoció David.

Pero no añadió que Ben le había incluso dejado caer que si él y Honor se mudaran a Queensmead con él, le pondría la casa a su nombre.

— ¡Queensmead! ¡La casa ya se la has prometido a Max! —le había recordado David a su padre con pesadumbre—. Maddy ha empleado mucho tiempo en esta casa y se ve que se ha gastado una fortuna...

— Más tonta ha sido. Yo nunca le pedí que lo hiciera —le había respondido Ben con gesto hosco.

Honor se había mostrado sorprendida y enfadada cuando David le había contado lo que Ben había dicho.

— Cuando pienso en cómo ha cuidado Maddy de él —había exclamado Honor—. Desde luego es el hombre más desconsiderado y machista que...

— Todo eso y más —había añadido David con pesar—. ¿Qué pasa? —le había preguntado a su esposa al ver que fruncía el ceño.

— Bueno, aunque para su edad está relativamente bien de salud, sigue teniendo una dolencia cardiaca —lo informó Honor.

— ¿Y es muy grave? —le preguntó David.

— Bueno, no va a hacerle ningún bien si se pone continuamente de mal humor. Ya tiene ochenta y muchos años, David —añadió ella con delicadeza.

— Entiendo lo que dices —había dicho David—. Pero sólo porque tenga una dolencia cardiaca no significa que pueda hacerle daño a otras personas y salir airoso; sobre todo con alguien como Maddy.

— Él no puede hacerle daño a Maddy —le había asegurado Honor en tono suave—. El amor de Max la protege de todo.



No, no podía hacerle daño a Maddy, pero sí a Olivia. Olivia, que debería haber tenido el amor de su padre para protegerla.

— No iré contigo a la casa, si no te importa —le dijo David a Jon de repente.

Jon se dio cuenta de que David quería hablar con Honor lo que acababa de saber de su hija Olivia.

David encontró a Honor en la cocina con el padre Ignatius, que estaba pelando patatas para la comida.

— Fui a comulgar muy temprano —le dijo el cura—. Me gusta vuestra iglesia.

David esperó a que terminara para volverse hacia Honor.

— Acabo de ver a Jon en Fitzburgh Place. Olivia y Caspar se han separado.

— ¡David! —exclamó Honor al tiempo que se acercaba a él.

— Quiero ir a verla, Honor... hablar con ella... ayudarla...

— David —empezó a decir Honor con dulzura—. No creo que...

— No va a querer verme. Jon ya me lo ha dicho —concedió David rotundamente.

— Tal vez yo podría ir a verla —sugirió el cura en tono apacible.

David se echó a reír amargamente al tiempo que negaba con la cabeza.

— Se va a mostrar tan reacia a verlo a usted como a mí. Está asociado a mí —le dijo—. Lo siento —les dijo a los dos—. Sé que estoy exagerando.

Anteriormente, Honor le había aconsejado que le diera tiempo; pero de pronto sentía que Olivia ya no tenía ese tiempo.

Le dolía el corazón por su hijastra y deseaba poder ayudarla tanto por el bien de Olivia como por el de David.

Como el cura, ella también tenía una necesidad: la misión de curar y reparar el daño que la vida pudiera infligir a sus semejantes. Pero sospechaba que Olivia estaba peligrosamente cercana a cerrarse a cualquier tipo de ayuda que se le pudiera ofrecer.



Capítulo 5

— Pero no puedo quedarme en el hospital... Tengo familia, tres hijos y un marido, y mi suegro...

La sobresaltada declaración de Maddy rompió el silencio que reinaba en la pequeña sala de la consulta.

— Me temo que no hay otra opción; en este momento no —le dijo el tocólogo con delicadeza—. Tiene la tensión muy alta y en los análisis que le hemos hecho ya ha salido alta la proteína.

La enfermera y el médico intercambiaron una mi rada.

— Es una pena que no viniera a su cita anterior. De haber descubierto entonces lo que le pasaba, le aseguro que...

Maddy se mordió el labio. Apenas podía asimilar lo que le habían dicho. Por supuesto se había dado cuenta de que había engordado más con ese embarazo que con los otros, y que se le habían hinchado mucho las piernas y los tobillos, pero eso... La noticia horrible que el médico acababa de darle de que tenía todos los síntomas iniciales de la preeclampsia y que por su propio bien y el del bebé tendría que permanecer en el hospital mientras intentaban que le bajara la tensión la había dejado sin habla.

— ¿Por qué no llama por teléfono a su esposo? —le sugirió la enfermera con suavidad.

Max estaba en medio de una reunión con la abogada de un cliente cuando le llegó la llamada de Maddy.

El miedo y el nerviosismo que percibió en la voz de Maddy fueron como un cuchillo atravesándole el corazón. Maddy, su Maddy, estaba enferma; y además muerta de miedo.

— Lo siento —le dijo con rapidez a la abogada—. Pero me temo que voy a tener que marcharme. Mi esposa no está bien.

La abogada, una mujer elegante y sofisticada de unos treinta años con una prestigiosa lista de clientes, apretó sus labios perfectamente maquillados. Había ido especialmente hasta Londres para celebrar esa reunión, y no estaba acostumbrada a tratar con los letrados que anteponían sus esposas a sus clientes. Pero parecía que en ese caso iba a tener que aguantarse.



Max tardó veinte minutos en llegar al hospital, donde encontró a Maddy sentada con cara de angustia en la cama de una habitación pequeña y tranquila en el pasillo principal.

Cuando la tomó entre sus brazos, ella se puso a llorar.

— ¿Qué pasa? ¿Qué ha ocurrido? —le preguntó Max con inquietud.

Le retiró el cabello de la cara y le agarró la cara entre las dos manos para mirarla a los ojos. Estaba muy nervioso y angustiado. Maddy era lo más valioso para él, lo más querido, la roca sobre la que su vida estaba construida.

Mientras Maddy intentaba explicarle con voz temblorosa lo que le pasaba, Max intentaba comprender sin éxito cómo podría soportar la vida si la perdiera. Recordó sin remedio todos los pecados cometidos en el pasado. Su miedo más profundo y secreto era que de algún modo el destino, que tanto le había dado, que tanto le había perdonado, eligiera del modo más salvaje y perverso castigarlo, y no a él sino a los que más amaba; y de todos ellos la persona a la que más quería era a Maddy.

En sus momentos más razonables sabía que sus miedos eran infundados e ilógicos, pero el mismo cambio que le había mostrado el error de su comportamiento de antaño y que le había abierto el corazón para enseñarle el verdadero significado del amor también se lo había abierto para enseñarle lo que era el miedo; y no miedo por él mismo sino por sus seres queridos.

Maddy le estaba diciendo algo. Por encima del fiero latido de su corazón, oyó la voz de Maddy. Empeñado en enterarse, se centró en ella y en lo que le estaba diciendo.

El tocólogo le había dicho que sufría preeclampsia, una condición que si no se trataba podría hacer peligrar tanto su vida como la del bebé. Para que se la trataran tendría que quedarse en el hospital donde podrían monitorizar el progreso, y no le permitirían regresar a casa hasta que no estuvieran totalmente seguros de que estaba lo suficientemente bien para hacerlo.

Una enfermera apareció en la habitación y le echó a Max una mirada ceñuda al tiempo que le recordaba a Maddy que debía intentar permanecer en calma.

— ¿Puedo ver al señor Lewis? —preguntó Max.

Ella frunció la boca.

— En este momento está con otra paciente y no sé cuánto tardará.



— Esperaré —le contestó Max, que le dio a entender así que no iría a ningún sitio hasta que no hubiera hablado con el médico.

— Oh, Max, tengo tanto miedo... —confesó Maddy—. Y me siento tan culpable... Si no hubiera faltado a mi cita anterior los médicos me habrían diagnosticado lo que me pasa, pero Ben no estaba bien y yo...

¡Su abuelo! Max cerró los ojos para no perder los estribos.

— Te vas a poner bien —le dijo para tranquilizarla—. Tanto tú cómo el bebé estaréis bien.

Diez minutos más tarde, después de decirle que no se preocupara por nada y de prometerle que llamaría a Jenny, que recogería del colegio a los niños y que le llevaría una bolsa con sus cosas al hospital, Max besó a su esposa y siguió a la enfermera, que había ido a decirle que el tocólogo estaba libre y que podía verlo.

— ¿Y no hay nada que se pueda hacer?

— No se puede hacer desaparecer del todo la condición —dijo el hombre—. Pero se puede controlar. En cuanto hayamos hecho eso le permitiremos regresar a casa pero sólo con la condición de que no debe hacer grandes esfuerzos.

— ¿Y si no pudieran bajarle la tensión? —insistió Max.

El médico se levantó y fue hacia la ventana.

— Eso no debería ocurrir...

— ¿Pero si ocurriera? —insistió Max.

El médico no contestó inmediatamente.

— Si la condición que sufre su esposa no se vigila en los últimos tres meses del embarazo puede llegar a provocar ataques en la madre o el deterioro de la placenta, lo cual obviamente afectaría al bebé. En último caso... —hizo una pausa y miró a Max—, cuando esto ocurre, la madre puede sufrir convulsiones, las cuales en los casos más graves pueden causar daños cerebrales tanto a la madre como al hijo y pueden conducir a una posible muerte.

Max se quedó petrificado, mirándolo con la cara pálida de incredulidad. Al verlo así el médico se dispuso a tranquilizarlo.

— En el presente el riesgo de que eso ocurra es mínimo. Como le he explicado, ahora que hemos detectado el problema deberíamos poder bajarle la tensión a su mujer al nivel normal y mantenerla ahí.



— Ha dicho «deberíamos» —lo interrumpió Max con tristeza—. ¿Y si no pueden? —le preguntó con el corazón saliéndosele del pecho.

Se produjo una larga pausa antes de que el médico le dijera con mucho cuidado:

— Si consideráramos que la vida de su esposa corriera peligro, entonces tendríamos que discutir con ella la posibilidad de interrumpir el embarazo.

— ¿Le ha contado a Maddy algo de esto? —le preguntó Max angustiado.

El médico negó con la cabeza.

— En este momento no creo que sea necesario o constructivo aumentar la ansiedad de su esposa. Y debo repetirle que nos estamos centrando en un caso extremo.

— No pienso tolerar nada que haga peligrar la vida de Maddy —empezó a decirle Max—. Aunque ello significara que... que el bebé... que una interrupción...

El médico lo miró con comprensión.

— Los aconsejaremos a su esposa y a usted de la mejor decisión a medida que vaya progresando su embarazo.

Max cerró los ojos con desesperación. Sabía muy bien cómo reaccionaría Maddy. Ella era la clase de persona que siempre pondría las necesidades de otros por delante de las propias, y sobre todo cuando esa otra persona era un hijo que aún no había nacido.

Max se culpaba a sí mismo por haber dejado embarazada a Maddy cuando ya tenían tres hijos. Sin duda lo mejor que podía pasar por el bien de todos era que ese embarazo se interrumpiera.

¿No podía la naturaleza ponerse de parte de Maddy y apartar ese peligro de su vida?

Max se sintió inmediatamente culpable por la crueldad de sus pensamientos; por imaginar la muerte de su propio hijo antes siquiera de que conociera la vida.

— Sin duda si la vida de Maddy corriera peligro actuarían sin más —empezó a decir, pero el médico negó con la cabeza.

— Recomendaríamos sin duda la interrupción del embarazo si la vida de su esposa estuviera en juego, pero necesitaríamos consultárselo primero a ella —le dijo a Max con firmeza.



Sentía lástima por Max, pero las necesidades de sus pacientes eran su primera preocupación. Y sus pacientes en ese caso eran Maddy y el niño. Y había otro problema que aún tenía que plantearle a Max. Así que lo hizo con cierta brusquedad.

— Su esposa está embarazada de dieciocho semanas —le recordó el médico a Max—. Veinte semanas es el tiempo máximo en el que yo aconsejaría llevar a cabo una interrupción. Después de eso...

— ¿Después de eso, qué? —dijo Max lleno de pavor—. Entonces sólo tenemos dos semanas para bajarle la tensión a Maddy —aventuró.

— Soy consciente de ello —concedió el tocólogo en tono suave—. Qué lástima que su esposa no viniera a hacerse su chequeo anterior. De haberlo hecho habríamos detectado el problema mucho antes —desvió la mirada un momento antes de volver a mirarlo—. Entiendo cómo debe de sentirse, pero he tenido niños prematuros a mi cuidado que han sobrevivido fuera del vientre materno desde la semana veintitrés. Abortar...

Dejó de hablar al ver la emoción que Max luchaba por contener.

— Maddy jamás accederá a sacrificar a su bebé —le dijo Max—. Primero se sacrificaría ella misma —cuando el médico no dijo nada, Max continuó—. Por amor de Dios, no esperará que... —protestó furiosamente—. Debería ser yo quien tomara la decisión, quien me hiciera responsable. Ella es mi esposa. Ya tenemos tres hijos.

Max sintió el fervor de sus emociones picándole los ojos. ¿Acaso sería aquél él castigo que el destino le tenía reservado? ¿Que al celebrar su amor, en su reafirmación de los votos de amarla, había literalmente plantado la semilla de la muerte de su esposa?

— Estamos hablando de una situación que tal vez jamás ocurra —le recordó el tocólogo a Max con perseverancia—. Si su esposa responde bien y con rapidez al tratamiento, entonces todo irá bien. Es, por supuesto, totalmente esencial que no le den disgustos de ninguna clase, ni que se sienta presionada de manera alguna —miró a Max significativamente—. Espero haberme expresado con claridad.

Max asintió con la cabeza. Sabía que el tocólogo le estaba advirtiendo para que no discutiera la situación con Maddy ni permitiera que ella notara su disgusto.

— Entiendo —le confirmó Max—. Tengo que irme a casa ahora... a recoger a los niños del colegio, pero me gustaría pedirle permiso para poder traerlos a ver a su madre.

Max hizo una pausa.

— Sí, accedo a eso sin problema —le dijo el médico.



— Y me gustaría poder quedarme a pasar la noche con ella —continuó Max rápidamente.

El médico suspiró y asintió con la cabeza.

— Pero debo advertirle una cosa —dijo el tocólogo—. Si veo que su esposa se disgusta o se inquieta de algún modo por la presencia de sus hijos o por usted, entonces tendré que pedirles que se marchen.

Max asintió con pesadumbre.

El móvil de Jenny sonó justo cuando estaba a punto de salir del supermercado y montarse en el coche para ir a casa de Olivia.

— Mamá...

— Max —contestó Jenny, que inmediatamente detectó la tensión con sólo oírlo decir una palabra.

— Estoy en el hospital.

— ¿En el hospital? —Jenny agarró el móvil con fuerza—. ¿Qué pasa...? ¿Es Ben?

— No, no es Ben. Es Maddy —respondió Max en tono tenso—. Le han diagnosticado preeclampsia; no sé lo que va a pasar todavía —continuó diciendo, adelantándose a la inquietud de su madre—, pero se va a que dar ingresada. Por eso también te llamaba. ¿Podrías pasarte por Queensmead a ver a Ben? y, mamá, vamos a necesitar tu ayuda; no sólo con Ben, sino también con los niños.

— No te preocupes —le aseguró Jenny—. Sabes que haré lo que necesitéis.

— Ahora voy al colegio a recogerlos y me los llevo directamente al hospital a ver su madre, pero si pudieras venir y llevártelos desde allí a casa sería estupendo. Yo me voy a quedar a pasar la noche con ella, pero los niños necesitan...

— Por supuesto —concedió Jenny inmediatamente—. Iré ahora mismo a Queensmead a ver cómo está Ben.

Oyó el suspiro de alivio de su hijo mientras éste le daba las gracias. Cuando arrancó el coche le temblaban las manos. Todos contaban tanto con Maddy... Maddy con su naturaleza alegre, con sus modales afables y serenos, con su habilidad para encontrar sitio en su corazón generoso incluso para alguien tan irascible y difícil como Ben.



Gracias casi exclusivamente a ella, Queensmead había pasado de ser una casa fría y poco acogedora a la que nadie quería ir, a ser un paraíso cálido y acogedor que era cada vez con más frecuencia el centro de reunión de la familia Crighton. El trabajo que Maddy desarrollaba para la institución benéfica para madres y bebés era de un valor incalculable. Había sorprendido a todo el mundo, incluida a sí misma; y no tanto por sus talentos administrativos como por su facilidad para recaudar fondos. Por muy ocupada que estuviera siempre encontraba tiempo para aquellos que se lo pedían.

Max la adoraba, y si le ocurriera algo... Jenny sabía lo peligrosa que resultaba su condición.

Lo primero que hizo cuando llegó a Queensmead fue llamar a Jon, pero sólo le salió el buzón de voz de su móvil. Con fastidio, Jenny guardó su teléfono en el bolso sin molestarse en dejar primero ningún mensaje.

Ben estaba dormido en su butaca cuando entró en el despacho. Con cuidado, despertó a su suegro.

— ¿Se puede saber dónde está Maddy? —preguntó el viejo en tono irritable—. Tengo mucha hambre. Supongo que se habrá ido a dar una vuelta por ahí con Max. Se supone que debe estar aquí para cuidar de mí. Actúa como si esta casa fuera suya. Sí, ya veremos con eso...

Jenny ahogó su irritación y le explicó lo que había ocurrido. Toda la familia soportaba al irascible de Ben, que jamás había aceptado la muerte de su gemelo, pero los comentarios cada vez más desagradables sobre Max y Maddy en relación con la futura posesión de la casa fastidiaban enormemente a todos.

Jenny sabía que a Max lo preocupaba ese tema lo bastante como para haber llegado a comprar un solar muy grande al otro lado de la ciudad sobre el cual esperaba poder edificar una casa nueva para Maddy, él y los niños si Ben llevaba a cabo su amenaza y lo desheredaba.

— David me ha prometido que si papá le dejara a él Queensmead, él inmediatamente te lo daría a ti —Jon le había intentado asegurar a Max.

Cuando Jenny llegó al hospital, Max y los niños estaban en la sala de espera. Max corrió inmediata mente hacia ella, y por su expresión Jenny vio lo preocupado que estaba por Maddy.

— ¿Puedo verla? —le preguntó cuando los había besado a él y a los niños.

Max negó con la cabeza.

— En este momento está dormida. Todo esto es culpa mía —añadió en tono emocional.



La tristeza de su mirada sobrecogió a Jenny. En silencio lo abrazó para intentar ofrecerle algún tipo de consuelo, pero por dentro tenía tanto miedo por Maddy como él.

— Hoy en día hay muchos adelantos —intentó asegurarle.

— Debería haberlo supuesto, haberlo previsto. Sabía que no se encontraba bien —insistió Max en tono consternado—. ¿Dónde está papá? —le preguntó de repente—. Pensé que habría venido contigo.

— Está en Fitzburgh Place. Según parece David lo llamó cuando estaba jugando al golf para decirle que Lord Astlegh quería verlo —esbozó una sonrisa forzada; no quería que Max adivinara lo que sentía y darle más quebraderos de cabeza—. Me llevo a los niños ahora, y tú no te preocupes más. Yo me voy a quedar en Queensmead con ellos y me aseguraré de llevarlos al colegio por la mañana.

Desde la pequeña habitación que utilizaba de despacho, Olivia observó a Amelia y a Alex, que jugaban en el jardín. Por el momento parecían haber aceptado bien el que Caspar se hubiera quedado en América mientras ellas habían regresado a casa, pero sabía que pronto empezarían a preguntar por su padre y a echarlo de menos. Se disgustarían, lo sabía, ya que ambas adoraban a Caspar. Pero sin duda estarían mejor viviendo con ella en un ambiente tranquilo y feliz a tener que soportar la tristeza que ella conoció de niña sabiendo que sus padres no eran felices juntos. Esos recuerdos desagradables dispararon su agitación, y el corazón empezó a latirle con tal intensidad que sentía náuseas. Detestaba el miedo que amenazaba con apoderarse de sus sentidos, detestaba la sensación de falta de control que desencadenaba.

Empezó a darse un masaje en el cuero cabelludo con el fin de que desapareciera el dolor de cabeza que tenía. Acababa de pasarse la última hora leyendo todas las notas que había tomado antes de viajar a América, pero en lugar de tranquilizarse sólo había conseguido que aumentara su ansiedad.

Pensó en Jenny y miró con ansiedad hacia el teléfono silencioso. Su tía ni siquiera la había llamado para darle la bienvenida a casa. ¿Pero por qué iba a hacerlo? Olivia sólo era su sobrina. Jenny tenía hijos e hijas que eran mucho más importantes que ella, y además tenía nietos... Nietos mucho más queridos por ella de lo que jamás podrían serlo sus hijas. Olivia tragó saliva para aliviar la bola de dolor que se le atascaba en la garganta.

Tania, su propia madre, nunca había visto a sus nietas.

— Cariño, me encantaría conocer al nuevo bebé —le había anunciado por teléfono después de nacer Amelia—. Pero no hay manera de que yo vuelva a Haslewich... —le había dicho Tania con voz trémula, y Olivia había imaginado el temblor que habría



recorrido el cuerpo frágil de su madre—. Y aunque pudiera, sé que mi querido Tom jamás me lo permitiría. No puedo creer lo cruel que tu padre fue conmigo. Y me temo que no podríamos invitaros a venir. Sencillamente no tenemos sitio...

Y por supuesto su madre no había querido hacérselo. Olivia se había dado cuenta de eso, pero para aliviar el dolor de ese rechazo había estado Jenny. Jenny lista para abrirles los brazos a Olivia y a su hija recién nacida y para convertirse en la cariñosa abuela que Olivia siempre había deseado para ellas.

Pero entonces, uno detrás de otro, los hijos de Jenny se habían casado y le habían dado nietos, y Olivia había empezado a distanciarse de Jenny un poco, únicamente por un fiero deseo maternal de proteger a sus hijas del dolor que ella había sufrido en sus propias carnes.

Mirara donde mirara, le parecía que no era valorada como lo eran los demás. Ni su padre ni su madre la habían querido de verdad, eso lo sabía, y en cuanto a Ben, su abuelo, había mostrado desde un principio su preferencia por Max con la misma claridad que su desprecio por ella.

En el trabajo había intentado demostrar que sabía trabajar como cualquier hombre. Incluso Caspar, que ella había creído que la amaba, había elegido a su familia en lugar de a ella.

Fuera el sol brillaba con fuerza, pero lo único que Olivia veía era su triste futuro extendiéndose ante ella.

Jon frunció el ceño mientras entraba en la casa a oscuras. ¿Dónde estaba Jenny? Sabía que había planeado visitar a Olivia, pero suponía que a esa hora estaría de vuelta en casa. Ningún aroma de la cena tradicional del domingo salía de la enorme cocina familiar, vacía en ese momento como el resto de la casa del ruido de sus hijos y de sus amigos. Con pesar recordaba la cantidad de veces, cuando eran adolescentes los chicos, que él había deseado poder disfrutar de unos momentos más tranquilos. Momentos para que Jenny y él pudieran estar solos...

Frunció el ceño. Si los primeros años de su matrimonio habían sido difíciles, esos últimos lo habían compensado con la felicidad y el amor que había sentido. El descubrimiento de que Jenny, con quien se había casado pensando que nunca lo amaría, lo había hecho desde un principio, le había dado a su relación un tardío florecimiento sensual del que francamente él disfrutaba mucho.

Sin embargo, en el presente, Jenny no parecía desearlo sexualmente. Jon se daba cuenta de que Jenny llevaba una vida cada vez más ajetreada. La institución benéfica que su tía Ruth había establecido ocupaba la mayor parte de su tiempo, además de su implicación en la comunidad en la que vivían y en las vidas de sus hijos y nietos.



Marcó el número de su móvil.

— ¿Dónde estás? —le preguntó Jon.

— Estoy en Queensmead —contestó Jenny.

— Ah... ¿Cuándo vas a volver?

Jenny le explicó rápidamente lo que había pasado.

— Tendré que quedarme aquí hasta que Maddy esté mejor para volver a casa, e incluso entonces...

Por la voz de Jon, Jenny se dio cuenta de lo mucho que lo había asustado la noticia.

— Voy para allá —empezó a decirle—. ¿Y por qué no me llamaste enseguida?

— Lo intenté —lo informó Jenny en tono seco—, pero no contestaste. Parece que el negocio que David te ha buscado con Lord Astlegh era demasiado importante como para interrumpir tu reunión.

Jon suspiró al oír el retintín en la voz de su esposa. Detestaba que no hubiera armonía entre ellos y le dolía que Jenny, a quien tanto quería, no se sintiera tan complacida por la vuelta de David como lo estaba él.

— Sí, lo siento. Sí que lo apagué —reconoció—. Según David, Freddy los odia.

Jenny se puso tensa. A pesar de lo mala que estaba Maddy, Jon seguía pensando en poner a David en primer lugar...

— Tengo que dejarte —mintió, colgándole antes de que Jon pudiera objetar nada.

— Mamá, por aquí no se va a colegio —protestó Amelia.

— No, cariño, lo sé —dijo Olivia mientras miraba por el retrovisor.

Quería ir a ver a la tía Jenny para pedirle que recogiera a las niñas del colegio por ella y viera si era posible quedárselas hasta que ella volviera a casa del trabajo. Al final tendría que buscar a alguien para que se ocupara de las niñas, pero eso le llevaría tiempo, y hasta entonces necesitaba desesperadamente la ayuda de Jenny.

Presa de un gran nerviosismo, Olivia intentó repasar mentalmente todo lo que debía hacer ese día. Tendría que avisar en el colegio para que supieran que era Jenny la que iba a pasar a recoger a las niñas. El colegio tenía una guardería que empezaba



después del horario normal de clases, y había pensado en apuntarlas si era necesario hasta que buscara una niñera de confianza; o tal vez Jon accediera a que hiciera algo de trabajo desde casa.

Significaría variar un poco su agenda. Algunos clientes no estaban libres hasta que salían del trabajo, y por eso ella llegaba tarde muchas noches.

Tendría que contarle a Jon que Caspar y ella se habían separado, si acaso no lo sabía ya; aunque Olivia sospechaba que sí. Imaginaba cómo sería recibida la noticia por algunos de sus familiares. Sin duda Ben volvería a compararla con Max, en detrimento suyo, por supuesto. Max tenía el matrimonio perfecto, al igual que todo lo demás en su vida.

— Esperadme aquí —les dijo a las niñas cuando paró el coche delante de la casa de sus tíos.

Avanzó lo más deprisa posible por el camino de grava, lo cual no resultó demasiado fácil con sus zapatos de tacón y su falda recta, y entró por la puerta de la cocina, que casi siempre estaba abierta.

— Jenny, soy yo, Olivia.

— ¡Livvy!

Olivia frunció el ceño al ver que no era Jenny la que entraba corriendo en la cocina, sino Jon.

— Yo... iba de camino al despacho —le dijo Olivia a la defensiva—. Quería ver a Jenny para pedirle que recogiera a las niñas esta tarde si fuera posible.

— Ay, Dios mío, me temo que está en Queensmead —le dijo Jon.

Queensmead. A Olivia se le encogió el corazón. Le llevaría por lo menos diez minutos llegar a casa de su abuelo. Pero tenía que ver a Jenny. Sin darle a Jon la oportunidad de decir nada más, Olivia corrió de vuelta al coche.

Jon hizo una mueca al ver marchar a Olivia. No había tenido oportunidad de explicarle lo que había pasado. Ya llegaba tarde a una reunión que tenía a primera hora con un cliente. Había echado de menos la presencia familiar de Jenny en la cama la noche anterior y no había dormido bien.

Olivia pisó el acelerador con rabia. Iba a llegar tarde al despacho, cosa que Jon ya habría notado. Qué buen comienzo para empezar su vida de madre soltera, pensaba amargamente.



El ser consciente del ridículo que había hecho, de su vulnerabilidad, alimentaba su rabia. Cuando accedía a Queensmead por él camino de entrada estaba totalmente frenética. Paró el coche y corrió hacia la puerta trasera de la casa.

En la cocina de Maddy, Jenny intentaba contestar a las preguntas cada vez más ansiosas de los pequeños sobre la ausencia de su madre.

— Livvy —exclamó con expresión de culpabilidad cuando Olivia entró en la cocina.

Con lo que le había ocurrido a Jenny se le había pasado llamar por teléfono a Olivia.

A los ojos de Livvy, la escena en la cocina de Maddy, donde Jenny daba de desayunar a sus nietos con todo el cariño del mundo, la hizo pensar en las grandes diferencias que había entre esos niños y las suyas.

— Siento no haberte llamado —empezó a disculparse—. Pero como puedes ver... —dejó de hablar cuando el hijo pequeño de Maddy empezó a llamarla a gritos desde el primer piso.

Olivia notó que su tía estaba deseando que se marchara. Nerviosa, con nadie a quien acudir e imbuida por una fiera oleada de sentimientos de amor hacia sus hijas, Olivia perdió los estribos e interrumpió a Jenny coléricamente.

— Sí, ya veo lo ocupada que estás, tía Jenny... ¡Demasiado ocupada como para dedicarme algo de tiempo a mí!

La fuerza de sus sentimientos le causó un estremecimiento.

— Siento haberte molestado —continuó Olivia—. Por supuesto, debería haberme dado cuenta de que tienes cosas mucho más importantes que hacer que ayudarme a mí...

Sin darle a Jenny la oportunidad de decirle nada, Olivia salió enfadada de la cocina y cerró dando un portazo.

Jenny observó su marcha con desconsuelo, sin saber si ir detrás de ella o subir al primer piso a atender a su nieto el pequeño. Pero Olivia ya estaba abriendo la puerta del coche y metiéndose dentro.

Cuando arrancó temblaba de rabia y preocupación. Había confiado en poder contar con Jenny; no sólo por la ayuda práctica, sino porque era alguien con quien podría descargar un poco su dolor… alguien en quien podría confiar... Pero Jenny no tenía tiempo para escucharla... A pesar de su angustia se dijo que debía llevar a las niñas al colegio y después irse a trabajar. ¿De todos modos qué había esperado que hiciera Jenny, que la abrazara y le dijera que todo se arreglaría?



Olivia se enjugó con fastidio una lágrima que le rodaba por la mejilla. ¡Nada le había ido nunca bien y nada le iría jamás bien!

En el colegio, mientras las niñas subían a encontrarse con sus amigas, fue a buscar a la directora para ver si podía apuntar a sus hijas a la guardería que había después de que terminaran las clases.

Eran casi las nueve, y normalmente estaba sentada a su mesa mucho más temprano. La conocida sensación de ansiedad la atenazó de arriba abajo.

— Livvy, querida...

Jon frunció el ceño al ver que Olivia le daba la espalda con gesto hosco.

— Siento haber llegado tan tarde. Tuve que ir a dejar a las niñas al colegio.

— Santo cielo, Livvy, esperaba que no vinieras en todo el día... Nos hemos enterado de lo de Caspar... Lo siento muchísimo.

— ¿Por qué? —le preguntó en tono tirante—. El matrimonio no funcionaba... es una decisión mutua.

Jon miró a Olivia con preocupación. Su sobrina estaba demasiado delgada, y tenía la cara pálida y el gesto tenso, pero era su actitud lo que más lo inquietaba. Había esperado que estuviera disgustada. Sabía lo mucho que había luchado porque cada aspecto de su vida fuera perfecto, sabía lo sensible que era; pero esa intranquilidad y esa agresividad tan evidentes en ese momento eran tan impropias de ella que Jon se sentía muy preocupado.

Cuando Olivia entró en el despacho unos minutos después, el teléfono ya había empezado a sonar. Descolgó rápidamente. Uno de sus clientes quería una cita urgente, y Olivia abrió enseguida su agenda con gesto nervioso.

Jon la observaba con perplejidad mientras iba a su despacho. Normalmente habría llamado a Jenny para poder discutir lo que había pasado y la mejor manera de ayudar a Livvy, pero por supuesto Jenny no estaba en casa, sino en Queensmead, y no quería añadirle más problemas a los que ya tenían.

La mirada de amargura de Olivia lo había dejado sobresaltado. Era casi como si lo viera como su enemigo. Jon se dijo que debía de estar imaginándoselo. Cosa lógica, ella no se estaba mostrando como era en realidad. ¿Cómo iba a estarlo? Su matrimonio se había roto, unido al disgusto que le había causado la vuelta de David.

Era una pena que se mostrara tan contraria a su padre. Jon entendía su punto de vista, por supuesto, pero las cosas habían cambiado. David era distinto, y Jon



sabía lo mucho que deseaba compensarla por lo mal que lo había hecho con ella; pero también sabía que Livvy había levantado una barrera entre ellos dos.

Cuando su secretaria entró en su despacho con el correo y el café de todas las mañanas empezó a sonar el teléfono.

— ¡David! —exclamó con placer al oír la voz de su gemelo al otro lado de la línea.

— Acabamos de enteramos de lo de Maddy —le dijo David—. ¿Cómo está? —preguntó con seriedad.

— Aún no lo sabemos, pero desde luego tiene que permanecer hospitalizada de momento. Jenny se va a quedar en Queensmead para cuidar de Ben y de los niños.

— Bueno, eso contesta a mi pregunta siguiente. Honor me ha preguntado de qué manera podría ayudar.

— Bueno, tal vez una poción mágica que tranquilice un poco a papá no sería mala idea —sugirió Jon en tono pesaroso.

Se produjo una pausa breve antes de que David continuara.

— Y Livvy... ¿Está bien? —le preguntó David.

A Jon se le encogió en corazón. No podía mentirle a su hermano.

— Está... está pasándolo muy mal, cosa lógica todo esto debe de estar afectándola —fue todo lo que sintió que podía decir.

Era la hora del almuerzo cuando Jon volvió a ver a Livvy en la recepción del bufete.

— Ah, Livvy, esta mañana se me olvidó decirte que entiendo perfectamente que a partir de ahora vas a tener que pasar más tiempo en casa. Hablaré con la agencia a ver si Mark, el sustituto, puede quedarse un par de semanas más para darte un respiro. Si tienes que ver a algún cliente puedes hacer lo durante las horas de colegio y así podrás llegar más tarde por la mañana y regresar a casa a media tarde...

Olivia se puso tensa. No importaba que lo que Jon estaba sugiriéndole fuera exactamente lo que ella había sabido que tendría que hacer. Le pareció que su tío la miraba con reserva. ¿Acaso dudaba de su habilidad para hacer las cosas? ¿Dónde había quedado esa antigua confianza que los dos habían compartido siempre?

— Eso no será necesario —le dijo ella con tirantez—. Ya me he ocupado de las niñas.



No era cierto, por supuesto, pero con todas las agencias que había por la zona, sin duda no tardaría en encontrar a la persona adecuada para cuidar de ellas cuando ella no estuviera.

— Se acercan las sesiones del tribunal superior —le recordó Jon en tono suave—, y si alguno de tus casos va al tribunal tal vez tengas que quedarte en Chester...

— Chester no está al otro lado del mundo —le soltó Livvy con mal tono.

Jon se quedó mirándola con preocupación mientras ella se alejaba a toda prisa. Detestaba verla así, tan mordaz y defensiva. Había sido una niña tan cariñosa, aunque por culpa de Ben y de sus padres también bastante tímida y miedosa. Pero en cuanto la habían ayudado a salir de su cascarón, había sido una delicia de niña, y Jenny, Jon lo sabía, sentía por su sobrina un cariño especial.

— ¿Livvy... qué tal estás...?

Por la preocupación que detectó en la voz de Tullah, Olivia entendió inmediatamente que se había enterado de lo de su separación con Caspar. Normalmente habría estado feliz de ver a la esposa de su primo, pero en ese momento sólo podía pensar en lo afortunada que era Tullah por estar casada con un hombre que la amaba, apoyaba y valoraba.

— Estoy bien —respondió Livvy en tono desdeñoso, y se volvió para que la otra no viera que le había mentido.

— ¿Has hablado con Jenny hoy?

— Brevemente nada más —respondió Livvy.

De nuevo tenía la intención de abandonar la recepción para dirigirse a su despacho, pero antes de que lo hiciera, Tullah continuó hablando con inquietud.

— ¿Dijo algo de Maddy... o cuánto tiempo iban a dejarla hospitalizada? Max debe de estar volviéndose loco...

— ¿Maddy está en el hospital? —dijo Olivia, incapaz de disimular el sobresalto.

— Sí, está en el hospital. ¿Es que no lo sabías? —Tullah parecía confusa—. Pues fue al hospital a hacerse una revisión, y le dijeron que tendría que quedarse porque sufre de preeclampsia —empezó a explicarle—. Saul tuvo que llamar a Max para algo de trabajo, y así fue como nos enteramos, Intenté llamar antes a Jenny, pero no me contestó y por eso pensé que...



Olivia no estaba escuchando del todo lo que Tullah le estaba diciendo. Estaba demasiado aturdida, tratando de asimilar la incredulidad y el sentimiento de culpabilidad que la abrumaban en ese momento. Jenny había estado en Queensmead cuidando de sus nietos porque Maddy estaba en el hospital por algo grave, y ella le había dicho... La sensación de quemazón, una mezcla de culpabilidad, pánico y angustia, le atenazaba la garganta.

— Yo... no lo sabía —reconoció con voz temblorosa—. ¿Qué ha dicho el médico? ¿Cuánto tiempo...?

— No conozco los detalles —la interrumpió Tullah mientras se miraban con elocuencia.

Como las dos eran madres, las dos compartían un mismo sentimiento hacia Maddy como persona, como amiga y como pariente a quien ambas querían.

— Intenté ver a Jon —confesó Tullah—, Pero se fue antes de llegar yo, y sabía que tú habrías visto a Jenny... —su voz se fue apagando.

— Sólo pasé un momento esta mañana... de camino hacia aquí —respondió Olivia, que cada vez se sentía más incómoda.

Parecía tan sobrecogida y angustiada que Tullah se sintió culpable por haber sacado el tema.

Durante la tarde, en lugar de centrarse en su trabajo Olivia se la pasó pensando en lo que podría hacer para compensar a Jenny por lo que había hecho. Sabía lo que quería hacer; quería ir directamente a Queensmead y rogarle a su tía que la perdonara y la entendiera. ¿Pero y si Jenny se negaba a escucharla? ¿Y si se sentía tan mal, tan horrorizada por su comportamiento egoísta, que se negaba a aceptar su disculpa y su explicación? La tía Jenny tendría todo el derecho a reaccionar de ese modo; Livvy sabía que su comportamiento había sido imperdonable.

¿Y Maddy qué? Debía de estar sintiéndose tan mal... Olivia fijó la vista en el teléfono que tenía sobre la mesa de escritorio y lo descolgó sin pensárselo dos veces. A los dos minutos estaba hablando con el hospital.

— No podemos pasarla con la señora Madeleine Crighton —le anunció una voz modulada—. ¿Es usted un familiar cercano?

— No... en realidad no —respondió Olivia—. Soy su prima política... ¿Está...? —la voz le tembló, presa de nuevo de la ansiedad.

— En este momento está descansando —le dijo la persona con calma—. Pero si quiere que le pase un mensaje...



— Sólo dígale que estoy pensando en ella, por favor —respondió Olivia, que había dado su nombre.

Cuando colgó Olivia sintió un deseo enorme de hablar con Jenny. Aspiró hondo y marcó el número de Queensmead. Cuando saltó el contestador, Olivia colgó en silencio.

Por muy malos que fueran sus problemas, no podían compararse con lo que sabía que Maddy y las personas que la rodeaban debían de estar sufriendo en esos momentos.

Nick suspiró mientras entraba en Haslewich. Por mucho que apreciaba la compañía y hospitalidad de Saul y Tullah, estaba deseando volver a su vida, a su hogar.

— Ni hablar, hermanito —le había dicho Saul cuando Nick lo había sugerido—. Te conozco; con papá y mamá fuera, en cuanto te metas en esa guarida tuya volverás a ponerte a trabajar, y Dios sabe los riesgos que puedes correr. Además, si te ocurriera cualquier cosa no tienes a nadie cerca para...

— De acuerdo, de acuerdo —había cedido Nick.

Su casa de campo galesa estaba alejada del mundanal ruido, a dos millas del vecino más cercano. Saul tenía razón; en cuanto regresara a su casa sabía que se pondría a trabajar.

Había estado a punto de aceptar un caso potencialmente fascinante justo antes del accidente. Una joven había denunciado a su familia por apartarla del culto que la joven practicaba. Un amigo de la familia había recurrido a Nick para pedirle consejo.

Pero no era su trabajo lo que le ocupaba en ese momento el pensamiento... ¡Era Sara!

Era totalmente consciente de que su comportamiento en el restaurante, y más específicamente en el despacho del restaurante, no había sido ni ejemplar ni caballeroso. Daba igual que ella lo hubiera provocado; aun así no debería haber permitido que el asunto llegara tan lejos. Sin duda alguna debía disculparse con ella, o al menos eso era lo que había pensado.

Cuando Frances se despedía de los últimos comensales del almuerzo él entró en el local.



— Me pregunto si podría hablar con Sara un momento —le pidió Nick después de saludarla.

— Ay, lo siento, pero en este momento no se encuentra aquí —le dijo Frances—. Hoy se ha tomado la hora de descanso para almorzar un poco más tarde. Le insistí para que saliera a pasear y disfrutara de este sol que tenemos mientras dure. ¿Quieres que le diga algo?

Nick negó con la cabeza, le dio las gracias y salió del restaurante. Era cierto que aún hacía buen tiempo y que todavía no había empezado el frío. Desde donde estaba se veía el río, cuyas aguas resplandecían bajo los brillantes rayos del sol. Se detuvo a mirarlo. A Nick siempre le había encantado el agua. Su granja estaba en una colina desde donde se veía el mar y la costa de Pembrokeshire.

Él no tenía barca, pero a veces acompañaba a un amigo que la tenía. Así que sin pensarlo se dirigió al río.

Sara se detuvo un momento mientras se reía de las tonterías de unos patos que metían la cabeza en el agua para sacar algo de comida oculta bajo la superficie. Río abajo había visto algunos cisnes, que como los galeones con todas las velas desplegadas parecían deslizarse sin esfuerzo sobre la superficie del agua. Ella era la única persona allí en el camino del río, y Frances la había urgido a que se tomara su tiempo para darse un paseo.

— No puedo creer todo el trabajo que has adelantado ya. De verdad que eres una maravilla... Estoy tan agradecida de tenerte aquí —la había elogiado Frances.

Sara recordó la llamada de teléfono que había recibido de la agencia, uno de cuyos empleados le había dicho con nerviosismo que la chica que querían haberle enviado al restaurante los había dejado tirados. Sara le había dicho que ya no importaba porque el puesto ya estaba ocupado. ¿Por qué había decidido quedarse? Le gustaba Frances, sí, pero... Inesperada mente una imagen de Nick Crighton se le coló en el pensamiento. ¡No se quedaba por él! En realidad, lo detestaba. Era arrogante, antipático, despreciable... y cosas peores.

Nick vio a Sara antes de que ella lo viera a él. Tenía la cabeza echada hacia atrás y se reía de unos patos que estaba observando. La brisa revolvía su cabello dorado, bruñido por el sol. Llevaba un suéter de aspecto suave que el viento le ceñía amorosamente a las curvas de sus pechos, e instantáneamente Nick sintió la reacción primitiva de su cuerpo a su feminidad.

En ese momento ella lo vio, y Nick notó que se ponía tensa y la hostilidad de su expresión.



Cuando llegó hasta donde estaba ella, Sara se hizo a un lado del camino, dejando todo el espacio posible entre ellos antes de intentar pasar.

— Sara...

Cuando oyó a Nick pronunciar su nombre, Sara se puso tensa. No era tan estúpida como para fingir que se encontraba en estado de shock porque un hombre la hubiera besado, ni tampoco iba a ponerse histérica por ello, pero sabía que su reacción hacia él, el sentimiento que le provocaba, eran nuevos para ella, ya que jamás había experimentado nada tan potente en su vida. Había adivinado atando cabos por los comentarios de Frances acerca de él que incluso para los estándares de los hombres de la familia Crighton, Nick era distinto, un solitario.

Sara no había hecho ningún comentario cuando Frances le había asegurado que por mucho que Nick apreciara su libertad y evitara cualquier relación permanente con las mujeres, una vez que se enamorara, todo eso cambiaría.

— Los Crighton son hombres de una sola mujer —la había informado a Sara, sonriendo cuando la joven había arqueado una ceja con expresión dudosa—. Bueno, por lo menos lo son cuando encuentran a la mujer adecuada —había añadido Frances.

Sara consideraba que su experiencia en el terreno sexual era la normal en una mujer de su edad y de su entorno, pero tenía que reconocer que lo que había sentido cuando Nick la había besado era algo que no tenía nada que ver con esa experiencia previa. Y al mismo tiempo, lo que había sentido la urgía a ser cauta y a no permitir que volviera a ocurrir nada parecido.

Nick era un problema con mayúsculas, y lo que menos le apetecía era tener en su vida a un hombre que le diera problemas. Estaba disfrutando de su libertad y de las ilimitadas posibilidades que el futuro le ofrecía. No deseaba tener una relación en ese momento, y menos con un Crighton.

— ¡Sara... espera! —insistió Nick.

Recelosa, Sara hizo lo que le pedía.

— Siento que te debo una disculpa...

— ¿Otra? —dijo Sara en tono frío.

Inmediatamente Sara se dio cuenta de que había metido la pata. El color intenso que tiñó las mejillas de Nick Crighton no era vergüenza, sino rabia.

— ¡Oh, por amor de Dios! —continuó--. Esto es ridículo. Mira, no nos andemos con rodeos, ¿vale? Somos los dos mayores y los dos sabemos lo que pasa... lo que ha



pasado; pero en este momento, en este momento no estoy dispuesto a mantener ninguna relación... de ningún tipo.

Sara lo miró de hito en hito. Su franqueza la sorprendió, y por un momento se sintió tentada a fingir que no sabía lo que le estaba diciendo. Pero desgraciadamente estaba demasiado ocupada intentando ignorar la pequeña punzada de decepción que sus palabras le estaban causando.

Para compensarlo aspiró hondo y le dijo rápida mente:

— Bueno, menos mal, porque yo no estoy en posición alguna para tener una relación —mintió Sara—. En realidad...

Se miró expresivamente el dedo anular mientras por dentro despreciaba y se sorprendía de lo que estaba haciendo y diciéndole a Nick Crighton.

— Estás casada —dijo Nick, claramente sorprendido.

— No... —reconoció Sara—. Todavía no.

¿Pero qué demonios estaba haciendo? Era demasiado tarde para retractarse de sus palabras. Nick ya estaba insistiéndole.

— Pero hay alguien...

— Sí —mintió mientras cruzaba los dedos a la espalda supersticiosamente.

— Entiendo.

Nick luchó por ahogar sus sentimientos: la rabia, el agudo sentimiento de posesividad o el deseo de quitar de en medio a cualquier hombre que estuviera ya en su vida, a la fuerza si fuera necesario. Sus sentimientos resultaban totalmente ridículos, era consciente, totalmente irracionales.

— ¿Dime, qué has querido decir cuando has dicho que los hombres Crighton nunca pedían disculpas?

Sara se encogió de hombros. No tenía sentido mentir u ocultar la verdad. ¿Por qué iba a hacerlo?

— Mi abuelo está casado con la ex esposa de David Crighton.

Nick se quedó confuso un momento, pero entonces levantó las cejas con expresión de comprensión.

— ¿Te refieres a la madre de Olivia y de Jack...? ¿A Tiggy... a Tania...? —dijo Nick, que apenas se acordaba del nombre de la ex esposa de David.



— Tania, eso es —le confirmó Sara con frialdad.

— Pero ella... —empezó a decir Nick, recordando lo que había oído decir a la familia.

— ¿Pero ella qué? —le preguntó Sara en tono tirante.

Nick negó con la cabeza. No tenía modo de saber si Sara sabía mucho o poco del pasado de Tania.

Cuando se dio cuenta de que Nick no iba a decir nada, Sara echó a andar. Sólo había dado dos pasos cuando lo oyó decir:

— ¿Cómo se llama?

— ¿Quién? —le preguntó confusa mientras se volvía hacia él.

— El hombre —le dijo Nick en tono suave.

— ¿El hombre?

Repentinamente Sara cayó en la cuenta de lo que él le preguntaba y, mientras Nick no dejaba de observarla, Sara se estrujó el cerebro buscando un nombre que impresionara por su nota masculina. De repente se dio cuenta de que él la miraba con suspicacia.

— No hay ningún hombre, ¿verdad?

Sara lo miraba sin saber qué decir. Sentía que el rubor de sus mejillas traicionaba su afirmación anterior.

— ¿Por qué has mentido, Sara? —le preguntó Nick en voz incluso más baja.

— Yo... no lo sé...

— Oh, sí que lo sabes —la corrigió Nick—. Ha sido por esto, ¿verdad?

Antes de que ella pudiera impedírselo, Nick la había abrazado y la estaba besando con la misma sensualidad implacable que había desplegado antes.

Intentó no reaccionar, pero cada célula de su cuerpo estaba inmersa en la intensidad de su respuesta. Sintió su erección presionándole el vientre y supo que ella sentía el mismo deseo sexual que él. Aquel hombre la fascinaba de un modo extraño; de tal manera que no podía resistirse a él ni mucho menos controlarse.

Su cuerpo ardía de deseo y emoción, y de una urgencia salvaje y temeraria que le resultaba totalmente desconocida. De no haber sido por el control de su razonamiento, sabía que su cuerpo habría accedido a que Nick la hubiera tumbado



allí mismo para completar lo que había empezado de la manera más íntima y apasionada posible.

El deseo que en ese momento la embriagaba la sorprendió tanto como lo había hecho el beso de Nick. En su mente las imágenes de ellos dos desnudos la atormentaban. Se lo imaginaba desnudo, el tacto de su piel, su sabor. Oh sí... sí... Deseaba tanto a ese hombre...

Hizo una pausa y frunció el ceño al acordarse de algo.

Las palabras se repetían en su mente mientras Nick apartaba su boca de la suya. Sara se dio cuenta de que los dos respiraban con agitación. Como si estuvieran dotados de vida propia, sus ojos se fijaron en la entrepierna de Nick antes de mirarlo a la cara.

— Esto no va a ocurrir —le dijo con voz trémula.

— Ya ha pasado —le contestó él en tono ronco—. Que Dios nos ayude a los dos —dijo él, o eso le pareció a Sara que decía mientras se daba la vuelta y la dejaba allí.

No la consolaba saber que él estaba tan turbado y sorprendido como ella por lo ocurrido. Se sentía atrapada entre el miedo y la emoción... ¿Dónde empezaba uno y dónde terminaba la otra? Volvió al restaurante llena de turbación y consciente de la pesada sensación que tenía en la parte inferior de su cuerpo y de las punzadas de sus pechos.

¡Deseo! Jamás se había imaginado experimentan do tal sensación; pero en ese momento no tenía la menor duda de que deseaba a Nick Crighton. Deseaba estar con él, junto a él, sentirlo dentro de ella.

Sara gimió en voz alta por el tormento que sus libertinos pensamientos le estaban ocasionando.

Jenny miró al reloj de la cocina de Queensmead. Eran casi las tres y media, y Max debía de estar a punto de llegar con los niños. Había llamado antes para decir que los recogería del colegio en el camino de vuelta del hospital. Entonces miró al teléfono. ¿Debería intentar llamar a Olivia?

Llevaba todo el día pensando en su sobrina, preocupada por ella al igual que lo estaba por Maddy. Se sentía muy culpable por lo que había pasado esa mañana. Sabía lo sensible que era Livvy, y lo tendente que era a veces de recrear el dolor de sus años de infancia y adolescencia. Jenny no pudo evitar preguntarse con cierta amargura si Jon pensaría en eso, en Livvy y en Jenny, cuando se ponía tan tonto con su hermano.



Estaba desesperada por hablar con su sobrina y aclarar las cosas entre ellas. Sabía mejor que ella lo mucho que la ruptura de su matrimonio debía de estar doliéndole a Olivia, pero prefería expresarle su comprensión y cariño cara a cara y en algún lugar donde pudiera dedicarle a Livvy el tiempo y la atención necesarios que intuía que su sobrina necesitaba.

Con tristeza recordó lo feliz que había estado Olivia cuando se había casado con Caspar. Parecían una pareja tan bien avenida, ideales el uno para el otro. Jenny recordaba haberlos visitado muchas veces; su casa siempre le había parecido llena de risas y amor, sobre todo cuando Livvy había estado embarazada de Amelia, su hija mayor. ¿Cuándo había empezado a ir mal su relación, y por qué Olivia no había podido confiar en ella?

Esos últimos años habían sido muy ajetreados para todos, pero no podía permitir que Livvy siguiera creyendo que ella ya no le importaba.

Entonces se abrió la puerta de la cocina, y entraron Max y los niños.

— ¿Cómo está Maddy? —le preguntó Jenny con nerviosismo mientras se adelantaba para ayudar a Leo y a Emma a quitarse las carteras de la espalda, y para quitarle después a Max a Jason de los brazos.

Max estaba tenso.

— Siguen esforzándose para bajarle la presión arterial —comentó Max en tono pesaroso.

Consciente de la presencia de los niños y de su necesidad de mantener su rutina normal, les dio un abrazo y les dijo que tendrían la merienda lista en cuanto se quitaran la ropa y se lavaran las manos.

— No tengo hambre —dijo Leo.

A Jenny se le fue el alma a los pies cuando vio la carita de su nieto. Siempre había sido un niño muy sensible, más unido a su madre que a su padre en los primeros años de su vida, aunque en el presente Max y él habían formado un vínculo de amor muy fuerte.

— ¿Cuándo va a volver mamá a casa? —le preguntaba a Max en ese momento.

— En cuanto esté bien para hacerlo —le contestó el padre.

— Quiero que venga mamá ya —le dijo Leo con lágrimas en los ojos.

— Y yo, hijo, y yo —concedió Max mientras levantaba su hijo en brazos y lo abrazaba y besaba apasionadamente.



— Mamá no se va a morir, ¿verdad? —gimió el pequeño.

— Pues claro que no, Leo —negó Jenny con voz estrangulada al ver que su hijo estaba demasiado emocionado como para hablar.

Le dolía en el alma ver a aquel hijo tan alto, tan fuerte y formidable, y tan querido para ella, demostrar sus emociones tan abiertamente.

— Lo siento —se disculpó Max cinco minutos después, cuando su madre había conseguido tranquilizar a Leo y los había enviado a todos arriba a lavarse y cambiarse—. No lo llevo nada bien —continuó con tristeza—. Oh, Dios... si le ocurriera algo a Maddy...

Jenny percibió la angustia en las palabras de su hijo e instintivamente fue a su lado.

— Entiendo lo preocupado que debes de estar —le dijo—. Pero está en las mejores manos, Max...

Max desvió la mirada. Había ido a ver al médico cuando había llegado al hospital esa mañana. El tocólogo le había dicho que lo sentía, pero que de momento no se había producido ningún cambio significativo. Cada día los acercaba más a la semana veinte de embarazo, más al peligro de perderla.

Le había rogado a Dios que le bajara la presión mientras le tomaba la mano a su esposa. Entonces se había fijado en su vientre hinchado bajo la colcha.

— ¿Estás pensando como yo en la suerte que tenemos? —le había susurrado Maddy mientras colocaba sus manos unidas sobre su vientre—. Le digo al bebé lo mucho que lo quiero —una sonrisa dulce había asomado a sus labios.

Cada palabra que ella decía aumentaba la sensación de culpabilidad y el pánico de Max. Aun de no haber sabido cómo reaccionaría Maddy si le sugiriera que abortara, con lo que le había dicho ella le había quedado muy claro.

Él le había apretado un poco los dedos. No era amor lo que sentía por ese bebé, sino...

Entonces vio que Maddy lo miraba con preocupación al tiempo que él había retirado la mano.

— ¿Max?

Max oyó que su madre lo llamaba.



— A Maddy no le está bajando bien la presión. Si no le baja... —dijo con voz estrangulada—. Si las cosas no mejoran, la única manera de garantizar su seguridad sería interrumpiendo el embarazo —dijo Max, que al momento percibió el suspiro entrecorta do de su madre.

— ¿Lo sabe Maddy...? —empezó a decir Jenny, pero Max negó con la cabeza.

— No, el médico cree que por el momento sólo la perjudicaría y podría subirle más la tensión del disgusto. Qué sentido tiene dejar morir a una mujer como Maddy —gritó Max angustiado—. Mamá, me vuelvo al hospital —le dijo a Jenny cuando se hubo calmado un poco—. Seguramente me quedaré ya hasta la noche. Dios sabe lo que habríamos hecho sin ti, mami... —le dijo en tono ronco.

Jenny había tenido la intención de sugerirle a Max que se quedara con los niños un par de horas esa tarde para poder ir a ver a Olivia, pero se daba cuenta de lo mucho que su hijo necesitaba estar con su esposa. Tendría que llamar a casa y pedirle a Jon que fuera a Queensmead, decidió cuando los niños entraron otra vez en la cocina.

Cuando Max fue a besar a sus hijos, a Jenny se le encogió del corazón. Maddy era la mujer más maternal que ella conocía. Preferiría morir a destruir la vida de su pequeño. Un escalofrío helado la recorrió mientras lo pensaba. Mientras Max salía de Queensmead Jenny rezó por la vida de Maddy.

Por enésima vez, Annalise Cooke sacó la carta ya arrugada de Jack de su cartera y empezó a leerla. Y no porque le hiciera falta, ya que se sabía cada palabra de memoria, sino porque era una necesidad leerla, tocar el papel donde había escrito Jack, sólo por el consuelo que le ofrecía.

Había salido ya del colegio e iba de camino a la estación a buscar a Jack, que llegaba esa tarde en el tren. «Vuelvo a casa. Entonces podremos hablar tranquilamente», le había escrito en respuesta a la carta apasionada y manchada de lágrimas que ella le había escrito. «Llegaré a las cuatro y media, así que si puedes intenta ir a buscarme a la estación».

Jamás había soñado que el maravilloso fin de semana que habían pasado juntos resultaría en eso. ¡Jack había tenido tanto cuidado...! Casi había enfermado de la emoción el día que había tomado el tren para estar junto a él. Habían podido disfrutar de su dormitorio en la facultad para ellos solos, y ella se había sentido tan mayor sólo de salir con él a comer... y después, cuando había regresado a la habitación con él... El padre de Annalise no tenía idea de lo que ella estaba haciendo. Se había llevado a sus dos hermanos, más pequeños que ella, a pescar ese fin de semana, y Annalise había llamado por teléfono a Jack muy emocionada para decirle que por fin iban a poder estar juntos. Jack ya le había dicho que tenía toda la intención de que esperaran más para hacer el amor, pero la oportunidad de estar



juntos y a solas se había presentado inesperadamente, y para Annalise había sido la experiencia más maravillosa, más perfecta en todos los sentidos. Había sido todo lo que ella se había imaginado y más.

Jack le había hecho el amor como si fuera la chica más tierna, más amada y más preciosa del mundo; y no le había dolido absolutamente nada. Le había dado un poco la risa cuando él se había colocado el preservativo que con tanta seriedad le había advertido que debían utilizar. Después, cuando había descendido de nuevo a la tierra, le había preguntado con cierta inquietud si estaba seguro de que ese método era seguro. Él había insistido en que lo era, y para demostrárselo habían vuelto a hacer el amor dos veces más esa noche y ella se había sentido en la misma gloria, de lo maravilloso y perfecto que había sido, que él había sido.

Ella, por supuesto, se había sentido culpable por engañar a su padre; sobre todo cuando Jack le había dicho con mucho empeño que preferiría que lo supiera y que él mismo quería decirle que la amaba y que un día planeaba casarse con ella. Pero Annalise conocía muy bien a su padre, mejor que Jack, y sabía que jamás aceptaría que a sus diecisiete años ella se sintiera lo bastante mayor para hacer lo que Jack y ella habían hecho.

E incluso cuando había regresado a casa su felicidad y la emoción que había sentido no la habían abandonado. Pero sus sentimientos positivos habían dado paso a la ansiedad, al miedo y a la angustia a medida que los días iban trascurriendo sin que le viniera la regla.

Ya llevaba dos semanas de retraso. Sólo de pensarlo el corazón empezó a latirle en el pecho con frenesí. Había querido llamar a Jack, pero había tenido miedo de que alguien pudiera haber oído su conversación. Y por ello le había escrito, rogándole que no la telefoneara sino que le enviara una carta, cosa que él había hecho inmediatamente, confirmándole que podía volver a Haslewich. En ese momento ella iba de camino a la estación a encontrarse con él.

No tenía ni idea de lo que iban a hacer. Se había sentido tan mal en el colegio ese día... en realidad, sentía angustia casi a diario.



Capítulo 6

—El tren va a efectuar su entrada en Haslewich. Por favor, no se acerquen a las puertas.

Jack agarró su bolsa y fue hacia el final del compartimiento. ¿Habría ido Annalise a esperarlo? Ya debería haber recibido su carta.

Las manchas de las lágrimas sobre el papel le habían roto el corazón y habían provocado en él una fiera oleada de amor y de sentimiento de protección hacia ella.

Pero no podía estar embarazada. Había tenido tanto cuidado utilizando los preservativos, deseoso de ser responsable con lo que hacían, deseoso de protegerla a ella y el amor que compartían...

Un día Annalise y él formarían juntos una familia; pero Jack compartía la moral tradicional de su tío Jon. Cuando Annalise y él fueran padres, quería que fuera en el marco de una relación de compromiso y segura. Quería que se casaran, pero deseaba hacer eso cuando tuviera una adecuada posición económica para poder cuidar de su esposa e hijos.

En ese momento él acababa de empezar su primer año en la universidad, y resultaba impensable que él y Annalise, que seguía en el instituto, fueran padres. Pero de algún modo algo había ido mal, y parecía que lo impensable había ocurrido.

El nerviosismo se apoderó de él. Había tenido que mentirles a sus tutores sobre sus razones para volver a casa, y aunque no tenía exámenes inmediatos, sospechaba que no lo habían creído. Sin embargo el amor por Annalise lo había empujado a volver a Haslewich, ya que le era imposible dejar que ella pasara aquel mal trago sola.

Afortunadamente aún tenía en el bolsillo las cincuenta libras que David, su padre, le había dado justo antes de marcharse a la universidad.

Jack se había sentido algo incómodo en ese momento por aceptar el dinero, pero había sido más fácil aceptar el regalo que disgustar o avergonzar a su padre rechazándolo.

A sus diecinueve años, Jack era consciente con pesar de lo inmaduro que había sido cuando se había escapado de casa unos años atrás para ir en busca de su padre desaparecido.

Una vez que David había vuelto a su familia y que Jack había podido juzgarlo de hombre a hombre, había descubierto que su padre no era ni el despreciable



canalla que decía Olivia, ni el héroe que en secreto él había esperado que fuera. La semilla cauta y tímida de una nueva relación había empezado a echar raíces entre ellos dos, pero no podía compararse con la fuerte confianza de la relación que tenía con Jon y Jenny. Eran ellos los que habían sido como unos padres para él, los que le habían enseñado lo que la familia debía y podía ser, y era su matrimonio y su familia en los que Jack sabía instintivamente que un día basaría la suya propia.

Pero en ese momento tenía mucho más de lo que preocuparse que de la determinación de Olivia de continuar distanciada de su padre.

El tren se había detenido en la estación. Salió e inmediatamente paseó la mirada por el andén en busca de Annalise.

Entonces distinguió su figura pequeña y menuda, de espaldas a él a varios metros de distancia. Llevaba puesto el uniforme del colegio. Al verla, Jack se sintió inmensamente culpable.

Con vergüenza recordó que por un momento, cuando había leído su carta por primera vez, había sentido la tentación de rechazar lo que ella le había escrito, cuando su pánico y su sobresalto lo habían llevado a querer fingir que nada había ocurrido, cuando había querido olvidar que ya era un hombre, un adulto, y que Annalise y el bebé eran responsabilidad suya, cuando había deseado con tanta desesperación echarle el muerto de lo ocurrido a otra persona.

En ese momento ella volvía la cabeza para buscarlo, y Jack se puso derecho y la llamó.

Cuando llegó hasta donde estaba, dejó en el suelo su bolsa para abrazarla. A Annalise se le llenaron los ojos de lágrimas al sentir el consuelo firme de los brazos de Jack. Sólo en ese momento podía admitir para sus adentros el miedo que había tenido que tal vez él no se presentara.

— Aquí no —le susurró con voz ronca—. Alguien podría vemos.

Pero continuó abrazada a él con desesperación, temblando de arriba abajo.

— ¿Todo sigue igual? —adivinó--. ¿No te ha...?

— No —lo interrumpió Annalise—. ¿Oh, Jack, qué vamos a hacer?

Continuaron abrazados sin decirse nada, mientras Jake le acariciaba el cabello con delicadeza. Era tan vulnerable, tan dependiente de él... Jack estaba muerto de miedo.

— No sé —reconoció sin mentir.

Annalise estaba llorando.



— Oh, Lise, por favor, no llores —gimió Jack con desesperación—. Mira, vayamos a dar un paseo por el río; allí podremos hablar...

— No quiero que nadie nos vea —le dijo ella con angustia—. ¿Saben tu tío y tu tía que estás aquí?

— Todavía no. Yo no... —Jack dejó de hablar—. Quería hablar contigo primero —le dijo con delicadeza—. ¿Has hecho algo ya? ¿Has ido a algún médico o...?

Annalise se puso pálida mientras echaban a andar hacia el río.

Si Annalise no se equivocaba... El estómago se le encogió de nerviosismo. No sólo estaba preocupado por Annalise y por sí mismo; estaban también Jon y Jenny, que sabía que se entristecerían al ver que su confianza en él había sido malinterpretada; además del padre de Annalise, que era tan, tan estricto con ella.

Tendría que abandonar los estudios e intentar encontrar un empleo; algo que proporcionara lo suficiente para vivir él, Annalise y el bebé. Con tristeza ahogó las lágrimas que en el fondo tanto hubiera deseado poder derramar. En la mente vio la cara de su tía Jenny y recordó la tristeza en su voz al hablar del suplicio de las jóvenes a quienes intentaba ayudar a través de la institución benéfica que Ruth Crighton había fundado.

El corazón empezó a martillar con fuerza. No deseaba en absoluto que Annalise fuera una de esas chicas.

El tren se había detenido en la estación. Salió e inmediatamente paseó la mirada por el andén en busca de Annalise.

Entonces distinguió su figura pequeña y menuda, de espaldas a él a varios metros de distancia. Llevaba puesto el uniforme del colegio. Al verla, Jack se sintió inmensamente culpable.

Con vergüenza recordó que por un momento, cuando había leído su carta por primera vez, había sentido la tentación de rechazar lo que ella le había escrito, cuando su pánico y su sobresalto lo habían llevado a querer fingir que nada había ocurrido, cuando había querido olvidar que ya era un hombre, un adulto, y que Annalise y el bebé eran responsabilidad suya, cuando había deseado con tanta desesperación echarle el muerto de lo ocurrido a otra persona.

En ese momento ella volvía la cabeza para buscarlo, y Jack se puso derecho y la llamó.

Cuando llegó hasta donde estaba, dejó en el suelo su bolsa para abrazarla. A Annalise se le llenaron los ojos de lágrimas al sentir el consuelo firme de los brazos de Jack. Sólo en ese momento podía admitir para sus adentros el miedo que había tenido que tal vez él no se presentara.



— Aquí no —le susurró con voz ronca—. Alguien podría vemos.

Pero continuó abrazada a él con desesperación, temblando de arriba abajo.

— ¿Todo sigue igual? —adivinó--. ¿No te ha...?

— No —lo interrumpió Annalise—. ¿Oh, Jack, qué vamos a hacer?

Continuaron abrazados sin decirse nada, mientras Jake le acariciaba el cabello con delicadeza. Era tan vulnerable, tan dependiente de él... Jack estaba muerto de miedo.

— No sé —reconoció sin mentir.

Annalise estaba llorando.

— Oh, Lise, por favor, no llores —gimió Jack con desesperación—. Mira, vayamos a dar un paseo por el río; allí podremos hablar...

— No quiero que nadie nos vea —le dijo ella con angustia—. ¿Saben tu tío y tu tía que estás aquí?

— Todavía no. Yo no... —Jack dejó de hablar—. Quería hablar contigo primero —le dijo con delicadeza—. ¿Has hecho algo ya? ¿Has ido a algún médico o...?

Annalise se puso pálida mientras echaban a andar hacia el río.

— No. No he podido. Quería telefonearte pero no me atrevía —le dijo ella—. Quería pedirte que trajeras uno de esos tests. No me arriesgo a ir a la farmacia a comprar uno aquí.

Jack se reprendió para sus adentros por no haber pensado en ello.

— Podríamos ir a Chester a comprarlo —le sugirió Jack.

Annalise negó con la cabeza.

— No puedo. Hasta el fin de semana siguiente no.

Habían llegado al río y Annalise se volvió hacia él con expresión muy seria.

— He pensado en ir a uno de esos sitios... ya sabes, que anuncian en algunas revistas… donde puedes...

— ¡No! —negó Jack mientras él también se ponía pálido.

— ¿Pero qué más podemos hacer? —le preguntó Annalise con pesar—. No podemos tener un bebé ahora, Jack... Mi padre me mataría si se enterara...



— Soy yo el culpable de esto, no tú —le dijo Jack con rigor—. Jamás debería... Lo arreglará todo, te lo prometo, Lise. Nos casaremos. Dejaré de estudiar. Encontraremos un sitio donde vivir y conseguiré un empleo.

Ella lo miraba llena de angustia y de miedo.

— No me mires así —le rogó él.

— No podemos hacer esas cosas —le dijo Annalise con tristeza—. Somos demasiado jóvenes. No nos dejarán... Tu familia me odiará si te ves obligado a dejar la universidad. Acabarás odiándome, y también a nuestro bebé...

— No —negó Jack inmediatamente—. Jamás, nunca jamás... Por favor no digas eso, Lise...

No había nadie más en el camino del río e impulsivamente Jack la tomó entre sus brazos y la apretó contra su cuerpo mientras le decía cuánto la amaba, y que siempre la amaría.

Annalise lloraba en silencio entre sus brazos. Ya sabía que su amor no iba a ser suficiente para protegerlos de lo que los esperaba. Con gran esfuerzo respiró hondo y controló su llanto. Ya no era una niña, una chiquilla... Era una mujer.

— ¿Le has dicho a alguien que venías a casa? —le preguntó ella.

Jack negó con la cabeza.

— No. Quería verte primero —repitió—. Necesitamos hacer planes, Lise —le advirtió con la mayor delicadeza posible—. Tengo que hablar con tu padre...

— Prométeme que no dirás nada a nadie… todavía no, por favor. Prométemelo, Jack —le imploró con vehemencia.

Estaba tan nerviosa que Jack sintió que no tenía otra opción que la de acceder a su ruego.

De repente era de nuevo una niña, aterrada por la ira de su padre, temblando mientras se acurrucaba de nuevo junto al cuerpo cálido y protector de Jack.

— Nos obligarán a dejar de vernos —le dijo desesperada, con los ojos llenos de lágrimas.

— No podrán —le aseguró Jack—. Nadie puede obligamos a hacer nada que no queramos, Annalise.

— Yo no quería que las cosas fueran así —le respondió Annalise miserablemente mientras desviaba la mirada—. Jamás quise que pasara esto —dijo con voz rota



mientras Jack cerraba los ojos—. Tengo que irme a casa —soltó de repente—. Mi padre volverá pronto. Ojala esto fuera sólo un horrible sueño y pudiera abrir los ojos y que todo volviera a ser normal.

Estaba llorando de nuevo, con sollozos sentidos e infantiles. Jack sintió un dolor que le atenazaba la garganta, una angustia y un sentimiento de culpabilidad enormes. Él le había hecho eso a Annalise.

— Prométeme que dejarás de preocuparte —le rogó—. Estamos juntos en esto.

Pero Annalise sólo podía mirarlo con los ojos llenos de lágrimas. No era lo mismo para él. ¿Cómo iba a serlo?

Mientras observaba a Annalise alejándose de él, a Jack le dio un vuelco el corazón. Parecía tan delgada y frágil... Deseó poder estar más seguro de lo que le iba a pasar. Olivia, su hermana, tenía dos hijas, pero él nunca había prestado demasiada atención a sus embarazos. Se echaba a temblar sólo de pensar en darles aquella noticia a Jon y a Jenny.

La tía Jenny sin duda lo entendería; ella había estado ya embarazada cuando se había casado con el tío Jon. No era ningún secreto. Aunque desgraciadamente ese bebé había muerto poco después de nacer.

Se pasó la mano por la cara. Había esperado poder trabajar en el bufete que la familia tenía en Haslewich cuando se hiciera abogado. Pero desgraciadamente eso ya no podría ocurrir.

Mientras se dirigía a casa de sus tíos iba pensando en el mejor modo de ganarse la vida. El futuro se le antojaba de lo más incierto, pero Annalise y el bebé de ambos tenían que ser su preocupación principal.

Ni siquiera después Saul podría decir por qué se había desviado de la carretera principal de camino a casa para tomar una lateral que pasaba por delante de casa de Livvy. No era porque sintiera una pasión prohibida por su prima, ya que esos sentimientos habían sido completamente barridos por el amor que sentía por Tullah, pero sí que quería a Olivia. Seguía siendo su prima Livvy, y quería verla, quería ofrecerle su apoyo si lo necesitaba, y sabía que ella era demasiado orgullosa e independiente para pedir ayuda.

Cuando la casa de Livvy se cernía ya sobre él, una voz en su interior le advirtió que tal vez sería más inteligente discutir sus sentimientos con Tullah antes de hacer nada. Pero ya era demasiado tarde para hacer caso de esas dudas.



La primera indicación de que tenía visita fue cuando su perro Ally empezó a ladrar. Las niñas estaban arriba haciendo sus deberes, y Olivia había estado in tentando animarse para empezar a revisar las cosas de Caspar.

Corrió a abrir la puerta, aliviada de que esa visita le hiciera posponer su tarea.

— Saul...

La sensación que experimentó cuando vio la figura alta y apuesta de su primo segundo avanzando hacia ella fue lo más cercano a la felicidad que había experimentado en mucho tiempo.

Las palabras se le atascaron en la garganta cuando se acercó a ella, y entonces, para desgracia suya y obvia preocupación de Saul, se echó a llorar. Saul la estrechó entre sus brazos como si de un hermano se tratara.

— Eh, vamos —le dijo mientras continuaba abrazándola con suavidad.

— Entremos, mejor...

Sin soltarla, Saul se volvió a cerrar la puerta de entrada y después llevó a Olivia a la cocina, donde insistió en que se sentara mientras él le preparaba una taza de té.

— Me he enterado de lo que ha pasado entre tú y Caspar.

— Tú y todo Haslewich —respondió Olivia en un intento valiente de hacer una broma, que consiguió hacer sonreír a Saul.

— Soy yo, Livvy —le recordó Saul en tono bajo—. Puedes bajar las defensas. ¿En qué demonios está pensando Caspar? —le preguntó con rabia—. ¿Cómo puede ser tan tonto de perderte?

— No le he dado otra opción —reconoció Olivia—. Nuestro matrimonio ya no funcionaba, Saul. Estábamos peleándonos todo el tiempo, y por el bien de las niñas...

Dejó de hablar y aspiró hondo. Saul tenía razón. No necesitaba aparentar nada con él. Saul era para ella como un hermano. En el pasado podrían haber estado más unidos... Saul había querido estar con ella, y ella...

Su primo segundo continuaba siendo guapo a rabiar, además de sensual y atractivo, y era lógico que cualquier mujer lo deseara. En ese momento Olivia hubiera deseado tener a su lado a un hombre como Saul, un hombre que la protegiera, que la mimara...

Pero Saul estaba casado con Tullah. Saul y Tullah se amaban, y ella, Olivia, no tenía derecho a estar pensando lo que estaba pensando.



— ¿Qué ocurre? —le preguntó Saul con delicadeza—. y no intentes decirme que no te pasa nada. Si no estás segura de querer separarte de Caspar...

— No, no es eso —le respondió Olivia.

Hizo una pausa y aspiró hondo de nuevo. La urgencia que tenía de confiar en él era innegable.

— Saul. He hecho algo horrible —le dijo con voz temblorosa.

Por un momento creyó que él le iba a responder con algún comentario fácil y jocoso, pero en lugar de eso le echó una mirada penetrante y le habló en tono suave.

— Cuéntame.

Y ella lo hizo.

— Y ahora no sé lo que hacer —reconoció Olivia—. No puedo soportar pensar lo que opinará Jenny de mí. Mi comportamiento ha sido horroroso —dijo a punto de echarse a llorar—. Me siento tan avergonzada, Saul...

— ¿Te gustaría que hablara con Jenny de tu parte... que le explicara...? —sugirió Saul.

Inmediatamente Olivia negó con la cabeza.

— No. Quiero hablar yo misma con ella... explicárselo yo... Tengo que hacerlo, no puedo esconderme detrás de nadie, ni siquiera de ti.

— Estoy seguro de que Jenny lo entenderá —la consoló Saul—. Jenny te conoce bien, Livvy. Te quiere y sabe lo que estarás pasando.

— ¿Entonces si es así, por qué no me ha llamado? —le preguntó Olivia con desesperación—. Oh, Dios, Saul, ¿lo ves? Ya estoy otra vez con esa maldita autocompasión, con ese egoísmo mío. Debe de estar muerta de preocupación por Maddy. ¿Se sabe algo de ella ya?

— De momento, que yo sepa, no. Sigue en el hospital. Intenta no preocuparte, Livvy —le aconsejó Saul—. Llama a Jenny por la mañana. Debería tener alguna noticia ya de Maddy y podrás explicarle todo lo que ha pasado —le echó un vistazo a su reloj de pulsera—. Será mejor que me marche. Tullah se estará preguntando dónde demonios me he metido.

Cuando Olivia miró el reloj de la cocina no pudo creer que habían pasado más de una hora charlando.

— Gracias —le dijo simplemente cuando lo acompañó a la puerta.



— ¿Gracias por qué? —dijo Saul.

— Por ser tú —le respondió Olivia en voz baja—. Y por entenderme.

Lo besó rápidamente en los labios y retrocedió. Sólo se sentía así porque estaba vulnerable y sola, se decía con firmeza mientras observaba a Saul metiéndose en su coche. ¡Sólo por eso!

— Señor Crighton...

Max se puso tenso cuando la enfermera entró en la pequeña habitación donde había estado esperando para ver a Maddy desde que había llegado al hospital, cuando se le había comunicado que el médico había dado instrucciones de que Maddy no recibiera ninguna visita hasta nueva orden.

— El señor Lewis quiere hablar con usted. Si es tan amable de acompañarme...

Luchando por controlar sus sentimientos, Max la si guió pasillo adelante hasta la sala que le era ya tan conocida y que siempre asociaría con el miedo y el dolor.

— Por favor, tome asiento, señor Crighton —le instruyó el médico en tono amable.

— ¿Por qué no se me ha permitido ver a mi esposa? —preguntó Max ciertamente molesto.

— La situación de su esposa, como bien sabe usted, es muy seria, y es de vital importancia que no se la disguste o altere de ninguna manera —el médico empezó a fruncir el ceño—. Tengo que ser sincero, señor Crighton, y decirle que no está respondiendo tan bien como nos habría gustado.

— ¿Qué quiere decir? —se adelantó Max con expresión de tristeza.

Tenía la garganta seca, y el sabor acre del miedo le inundaba la boca.

El médico se puso de pie. Fue hasta la ventana de la sala y toqueteó la persiana, de espaldas a Max.

— Cuando hablamos en un principio de la condición que sufre su esposa, usted sacó el tema de la interrupción del embarazo...

Max sentía como si le hubieran puesto una cuerda al cuello.

— Dijo que ésa no era una opción que sintiera que tuviéramos la necesidad de discutir —consiguió decir.



— Entonces no... —concedió el otro en tono pesaroso antes de volverse a mirar a Max—. No me es fácil decirle esto. Su esposa está grave, y se está acercando cada vez más al momento en el que yo no llevaría a cabo una interrupción de su embarazo. ¿Entiende lo que intento decirle, señor Crighton? Su esposa está embarazada de casi veinte semanas.

— Por supuesto que entiendo —contestó Max con la misma dureza—. ¿Qué pasará si no hacen nada y la preeclampsia no puede ser controlada?

El médico lo miró con comprensión y de nuevo le explicó a Max el riesgo de convulsiones al quedar tanto la madre como el hijo privados de oxígeno.

— Si eso ocurre...

— Sí, lo entiendo —lo interrumpió Max con brusquedad.

— Si en los próximos días logramos que a su esposa le baje la tensión hasta un nivel aceptable y podemos mantenerla ahí, entonces siempre podremos hacerle una cesárea para sacar al bebé.

— ¿Y si no consiguen bajarle la tensión? —le preguntó Max.

El médico desvió la mirada.

— Si hay que llevar a cabo la interrupción de su embarazo, habrá que hacerlo cuanto antes.

— Entonces lo que está diciendo es que si no da señales de estar respondiendo al tratamiento esta semana, entonces...

El médico suspiró.

— Tres días, señor Crighton; es todo lo que podemos permitirle. La interrupción del embarazo debe hacerse antes de cumplir la semana veinte —repitió como si estuviera intentando explicárselo a un niño.

Tres días.

Max se frotó los ojos con desconsuelo; le dolían como si le hubiera salpicado ácido.

— ¿Le ha dicho algo de esto a Maddy? —le preguntó con voz ronca.

El tocólogo negó con la cabeza.

— Aún no.



Por primera vez miró a Max a los ojos.

— Sin embargo, si en tres días no ha presentado una mejoría... Mire, ¿por qué no se va a casa e intenta descansar un poco? --le sugirió el médico—. No tiene sentido que se quede aquí. Me temo que no podemos dejar que vea a su esposa. Ella podría sentir... algo... y es muy importante para su evolución que mantenga la calma.

Max inclinó la cabeza.

El bebé ya estaba dormido y Jenny acababa de leerles a Leo y a Emma un cuento cuando llamó Max.

— Voy para casa —le dijo a su madre.

— ¿Y Maddy? ¿Cómo está? —empezó a decir Jenny, pero Max la interrumpió.

— Ahora no, mamá —le respondió con cansancio—. Te lo cuento todo cuando llegue.

Jack estaba preparándose algo de comer cuando sonó el teléfono. La casa parecía vacía sin la presencia acogedora de su tía. Asumía que debía de estar en una de sus reuniones del comité y que su tío Jon estaría en el despacho.

Con un ojo en la sartén descolgó el aparato. Al otro lado de la línea telefónica, Jenny frunció el ceño al oír la voz de su sobrino. ¿Qué diantres hacía Jack en casa? Se suponía que estaba en la universidad.

— ¿Jack? —le preguntó preocupada.

— Tía Jenny —respondió Jack sintiéndose culpable.

— ¿Estás bien? —le preguntó Jenny angustiada.

— Esto... sí, estoy bien —contestó Jack.

Pero a sus propios oídos su respuesta le pareció tan poco convincente que enseguida se puso nervioso; ¿si estaba bien por qué estaba en casa?

— ¿Está ahí tu tío Jon? —le preguntó Jenny.

— No —contestó Jack—. ¿Quieres que le diga algo si llega a casa antes que té?

— Mmm, sí... sí, por favor —le confirmó Jenny—. Sólo dile que Maddy sigue en el hospital, que Max viene de camino, estoy en Queensmead, y que en cuanto llegue me voy a casa.



No le dijo nada a Jack de su plan para ir a ver a Olivia, sobre todo porque no sabía qué la preocupaba más en ese momento, si el comportamiento extraño de esa mañana de Olivia o el turbador descubrimiento de que Jack no estaba en la universidad donde debería estar, sino en Haslewich.

De pronto se le ocurrió algo.

— Jack, esta visita tuya —le preguntó con la mayor naturalidad posible— no tendrá nada que ver con Annalise, ¿verdad?

Su fuerte suspiro lo delató antes de que Jenny oyera su metódica pero totalmente increíble respuesta.

— No, ¿por qué iba a tener nada que ver? Sólo tenía unos días libres y se me ocurrió venir a pasarlos a casa. Mira, tengo que dejarte, tía, se me va a quemar lo que tengo en la sartén.

Cuando colgó Jenny cerró los ojos. Le había que dado muy claro que Jack le había mentido y que la razón por la que había regresado a casa era Annalise.

¿Qué les había ocurrido a todos?, pensaba Jenny con tristeza mientras esperaba la llegada de Max. De repente parecía como si sus vidas hubieran pasado de la felicidad al peligro y a la oscuridad.

Desde el regreso de David. Desde el regreso de David... Jenny se puso tensa. Sabía que lo que estaba pensando era absurdo, totalmente influido por sus sentimientos ambivalentes hacia el hombre que era su cuñado pero que una vez había sido su amante. No sentía deseo alguno por David ya; era a Jon a quien amaba. Pero el regreso de David había interrumpido la plácida felicidad de sus vidas. Por muy ilógico que resultara, no podía evitar echarle la culpa de ello a David y desear que no hubiera vuelto a sus vidas.

— Te esperaba más temprano —comentó Tullah despreocupadamente mientras Saul descorchaba la botella de vino tinto que iban a tomar con la cena.

— Mmm... —concedió Saul sin decir más.

Le contaría lo de su visita a Olivia más tarde, cuando estuvieran solos y pudiera hacerlo sin compro meter lo que Livvy le había dicho de su situación con Jenny. Como mujer, seguramente Tullah sabría mejor que él lo que debería hacer Livvy en esa ocasión.

— ¿Me vais a dejar que tome un vaso de vino esta noche? —le preguntó Jemima a Tullah en tono esperanzado.



Era la mayor de los tres hijos nacidos del primer matrimonio de Saul, que notaba con pesar la rapidez con la que crecía su hija.

— No, esta noche no —le contestó Tullah—. Mañana hay colegio. Tal vez el fin de semana...

Jemima hizo una mueca de pesar pero aceptó el veto de Tullah.

— ¿Jem, puedes decirle a los demás que la cena está lista? —le pidió Tullah.

Cuando Jemima salió de la cocina, Nick entró levantando las cejas con gesto de apreciación al ver la botella de vino que Saul tenía en la mano.

— Buena elección —dijo con aprobación—. ¿Está bien Livvy? Vi tu coche aparcado delante de su casa cuando pasé esta tarde...

Inmediatamente Saul percibió la tensión de Tullah, aunque ella no se hubiera movido.

— ¿Has estado a ver a Olivia? —le preguntó con interés—. No me dijiste...

— No. Se me ocurrió pasarme impulsivamente.

Saul vio que Nick los miraba a los dos y fruncía el ceño.

— ¿He metido la pata? —dijo Nick.

— No —dijo Tullah.

— Pues claro que no... —dijo Saul al mismo tiempo.

Saul sabía que el color de las mejillas de su esposa no se debía al calor de la comida que en ese momento sacaba del horno.

Saul se levantó y fue a su lado a ayudarla.

— Mira, siento no haberte dicho nada —le susurró al oído—. Te lo explico después...

Tullah sonrió con tirantez, y Saul suspiró.

— Jenny... Estás en casa...

En cualquier otro momento el alivio y el placer de Jon la habrían instado a hacer algún comentario cariñoso, pero en esa ocasión sólo consiguieron irritarla.

— Jack está en casa —le dijo Ion.



— Sí, lo sé —respondió Jenny—. ¿Te ha dicho por qué?

— Dice que tenía unos días libres —le explicó Jon.

— Creo que es por Annalise... —lo corrigió Jenny con pesadumbre—. Me da la impresión de que se han enfadado.

Jon la miró con perturbación.

— No creo que regrese a casa en mitad del trimestre por eso —comentó.

— Están enamorados, Jon —le recordó Jenny, mirándolo con exasperación—. ¿Dónde está Jack?

— Arriba en su habitación. Por cierto, ¿cómo está Maddy?

— Todo sigue igual —reconoció Jenny.

Jon fue hacia ella y le echó un brazo por los hombros; entonces la giró para que lo mirara.

— Pareces agotada —le dijo en tono suave—. Ven a sentarte. Voy a prepararnos una copa.

— No, no puedo. Tengo que hablar con Jack; quiero saber qué está pasando —rechazó con firmeza—. Tú también vas a tener que hablar con él —insistió—. Tienes que hacerle ver lo importante que es que vuelva a la universidad, Jon.

— Jenny, son casi las diez de la noche; hace días que no te veo... Jack no se va a ir a ningún sitio; creo que podrá esperar hasta mañana...

Iba a decirle lo mucho que la echaba de menos, pero Jenny ya estaba apartándose de él y diciéndole con desaprobación:

— Estás empezando a parecer tan irresponsable como David.

Mientras se apresuraba hacia la puerta de la cocina sintió que tenía lágrimas en los ojos. Detestaba aquel abismo que se había abierto entre ellos pero se veía impotente para hacer nada al respecto.

Jenny se detuvo delante del dormitorio de Jack antes de llamar a la puerta. Cuando Jack la abrió, Jenny se dio cuenta de que en el poco tiempo que había estado fuera su sobrino estaba más alto y más fuerte. Sin embargo, por muy hombre que pareciera físicamente, el abrazo que le dio fue como el de un niño.



— Lo siento —se disculpó mientras la soltaba—. Sé que no debería haber venido, pero tenía que hacerlo.

La angustia de su voz precipitó la preocupación de Jenny.

— Sé lo mucho que Annalise significa para ti, Jack —empezó a decir con cautela, queriendo tratar los sentimientos de Jack con la seriedad que merecían.

— Significa todo para mí —respondió Jack con voz ronca—. La amo, tía Jenny, y ella me ama a mí... Eso lo sé...

Jenny cerró los ojos. Detectó la desesperación en la voz de Jack, pero por una vez su intuición no le proporcionó la causa real, y pensó que la angustia de Jack era provocada por el miedo de perder a Annalise y no por el miedo que en realidad sentía por ella.

Jack necesitaba más que nada en el mundo el consuelo y la seguridad que sentiría si vertiera en Jenny su ansiedad y su culpabilidad, pero no pensaba faltar a la palabra que le había dado a Annalise.

En el fondo esperaba que de algún modo Jenny adivinara lo que había pasado, que se lo dijera, y que le dijera también que no debía preocuparse y que todo saldría bien. Pero en lugar de eso, Jenny le dijo cansinamente:

— Por mucho que ames a Annalise, Jack, no puedes abandonar tus estudios y volver a casa a verla, independientemente de lo que os haya pasado... ¿La has visto ya?

— Esta tarde —contestó Jack.

La tía Jenny tenía razones de más para estar enfadada con él; eso lo sabía. Intentó responder a sus preguntas con responsabilidad.

— No me lo he inventado cuando te he dicho que he tenido unos días sin clases —insistió sin mentir—. Tengo de verdad unos días libres.

Jenny lo miró y vio en sus ojos que le estaba diciendo la verdad. De no ser por los problemas de Maddy, ya estaría haciendo planes para meter a Jack en el coche a la mañana siguiente y llevarlo de regreso a la universidad. Pero sencillamente no tenía tiempo para hacer un viaje tan largo.

— Te prometo que volveré cuando sea necesario —le estaba diciendo Jack con sinceridad—. Sólo necesito unos días junto a Annalise para... para arreglar las cosas...

Jenny sintió que su exasperación y su cansancio iban en aumento.

— Jack, Annalise debe entender que eres un estudiante universitario —le dijo con severidad—, y eso significa que tienes que quedarte en la universidad.



Jack desvió la mirada. Veía lo enfadada y lo disgustada que estaba, y se le encogió el corazón. ¿Qué iba a decir... cómo se iba a sentir cuando tuviera que decirle que Annalise y él serían padres?

Jenny vio su mirada y se le ablandó el corazón.

— Jack, de verdad que te entiendo. Sé lo duro que debe de ser para ti —emitió un leve suspiro—. Annalise y tú sois tan jóvenes, y sé que no creerás lo que te voy a decir, pero...

Su voz se fue apagando. Él no le creería, y ella no estaba segura de que los sufrimientos de la juventud se desvanecieran como el humo con la edad y la experiencia. Sólo había que ver lo mucho que les había costado a Jon y a ella aceptar sus traumas de juventud.

— Entiendo lo mucho que duelen las cosas —continuó Jenny con delicadeza—. Pero, Jack, de verdad que en este momento de tu vida debes dar prioridad a tus estudios —hizo una pausa mientras tomaba una de sus manos grandes entre las suyas—. Baja a cenar algo. Seguramente será mejor que hablemos de todo esto mañana, cuando hayamos dormido un poco.

Jack pestañeó con fuerza. Qué diría su tía Jenny si le dijera que no quería esperar a mañana para lo que tenía que decirles a ella y a su tío Jon... No, no quería, pero por la palabra que le había dado a Annalise, debía hacerlo.

Saul suspiró con irritación cuando Tullah salió del baño y entró a su dormitorio, negándose a mirarlo a la cara. Después de haber pasado toda la noche ignorándolo Saul empezaba a sentirse bastante harto.

— Mira, Tullah, estás pasándote —le dijo él.

— ¿De verdad? —Tullah se encaró con él—. ¿Vas a ver a una mujer, a una mujer que en el pasado estabas desesperado por llevarte a la cama, sin decirme ni una palabra, y lo único que se te ocurre decirme es que estoy exagerando?

— Fui a ver a Olivia, mi prima —la corrigió Saul con firmeza—. Y fui a verla porque pensé... porque sentí que...

— ¿Si? —lo presionó Tullah con sarcasmo—. Sentiste el qué...

— Oh, por amor de Dios, Tullah; estás haciendo un drama de una tontería.

Se había afeitado y duchado para meterse en la cama, y de un modo casi ridículo, Tullah, que nunca se ponía nada cuando estaban juntos en la intimidad de su dormitorio, se había cubierto de arriba abajo con una gruesa toalla de felpa.



Para desgracia suya, Saul descubrió que el hecho de ver a su preciosa esposa así tan vestida lo distraía del modo más desconcertante.

— Sí, pensándolo bien, debería haberte llamado y habértelo dicho, haber discutido contigo —dijo al ver su expresión— lo que planeaba hacer. Sí, actué impulsivamente, pero sólo fue un impulso, no un deseo oculto de resucitar una relación con Olivia que jamás existió, para empezar. Se me ocurrió que querría tener alguien a quien contarle sus penas, un hombro en donde apoyarse. Sentí lástima por ella, preocupación por ella. Me gusta... —se calló.

— ¿Entonces por qué no me dijiste que habías ido a verla cuando entraste? —le preguntó Tullah en tono razonable.

— Porque quería esperar hasta que estuviéramos solos...

Y brevemente le relató lo que Livvy le había dicho de Jenny.

— ¿Qué es lo que hizo Livvy? —le preguntó Tullah—. Desde luego, no me extraña que se sienta reacia a llamar a Jenny.

Cuando vio la expresión de Saul, rectificó.

— De acuerdo —añadió Tullah—. Estoy siendo injusta contigo. Es cierto que Livvy está pasándolo muy mal. Hoy, cuando le he dicho lo de Maddy, me he dado cuenta del sobresalto que se ha llevado.

Cruzó la habitación mientras Saul paseaba la mirada distraída y ávidamente por su cuerpo cubierto por la toalla. Le notaba en la voz que el enfado se le había pasado.

— ¿Hacemos las paces? —dijo Saul.

Ella sonrió mientras se acercaba a él.

— Tal vez... —dijo mientras le acariciaba el pecho con un dedo.

— No puedes de verdad estar celosa de Livvy —murmuró Saul en tono ronco mientras le tiraba de la toalla.

— Debería halagarte que todavía sienta una pasión suficiente por ti como para ponerme celosa —le provocó Tullah.

La toalla cayó al suelo y Saul aspiró hondo.

— ¿Mmm… entonces aún sientes pasión por mí? —le preguntó mientras se deleitaba con su excitación creciente.



— A veces —concedió Tullah con dulzura.

— ¿Será por casuali4ad ésta una de esas veces?

Estaba reaccionando como un chiquillo ardiente y sofocado.

— Podría ser... —murmuró ella mientras se inclinaba sobre él.

— Podría... —gimió Saul en tono sensual sobre los labios de su esposa.

— ¿Cómo voy a saberlo...? —empezó a decir. Pero ella le plantó la mano en el pecho para apartarlo lo suficiente para que sintiera sus pezones duros rozándole el pecho provocativamente. Saul cerró los ojos y gimió de nuevo al sentir lo que le estaba haciendo con la otra mano.

— Oh, lo sabrás —le susurró ella con voz suave entre beso y beso.

Al sentir que su cuerpo respondía a las suaves caricias de sus dedos juguetones, Saul decidió que ya lo había provocado suficiente, la tomó en brazos y la llevó hasta su cama.

— ¿Entonces no deseas a Livvy en realidad? —le preguntó Livvy con sensualidad mientras se colocaba encima de ella.

— ¿Quién es Livvy? —le respondió Saul en tono ardiente antes de empezar a lamerle un pezón—. Jamás amaré o desearé a nadie como te deseo a ti, Tullah... Jamás —le dijo Saul mientras la penetraba.

— Más te vale —le respondió Tullah al tiempo que sentía que empezaba a estremecerse con el primer orgasmo.

Max estaba soñando. En el sueño corría por una playa de arena blanca, pero parecía como si los pies se le fueran hundiendo en la arena, impidiendo su progreso. Detrás de él, la sombra oscura y malévola que lo perseguía iba ganando terreno. Veía en la arena la sombra de su atacante desconocido y el cuchillo que sostenía en su mano levantada.

Frenéticamente, Max intentó evitar el ataque del cuchillo, pero al darse la vuelta vio para horror suyo que Maddy estaba detrás de él y que la cuchillada iba dirigida a ella.

En sueños, un lamento torturado surgió de su garganta ante su propia ineptitud para protegerla, al tiempo que el cuchillo se precipitaba sobre el volumen de su cuerpo preñado.



Bruscamente Max se despertó y encendió la luz de la lámpara de su mesilla. Tenía el cuerpo empapado en sudor y temblaba violentamente, como presa de una fiebre mortal. El ambiente íntimo y acogedor que Maddy había creado en su dormitorio estaba envenenado del olor agrio de su espanto.

Miró el reloj. Las dos de la madrugada. La hora de la muerte. Estaba helado a pesar del sudor que cubría su cuerpo. No tenía que preguntarse de dónde había surgido el horror de su pesadilla. El escenario había sido el del violento ataque que había sufrido en Jamaica, cuando había ido allí en busca de su tío David; pero en lugar de Maddy y su bebé, la víctima entonces había sido él. Max escondió la cabeza entre las manos, incapaz de volver a conciliar el sueño. Se levantó de la cama y se puso la bata. Lo mejor sería que bajara al despacho e intentara trabajar un rato para calmarse. Pero mientras se dirigía a la puerta de su dormitorio supo que las sobrecogedoras imágenes de aquella pesadilla que acababa de sufrir lo obsesionarían durante el resto de sus días.

Al girar el pomo de la puerta cerró los ojos y le envió al Señor una plegaria silenciosa para que Maddy recuperara la salud.



Capítulo 7

— Daos prisa, niñas. Tenemos que marcharnos en cinco minutos —les recordó Olivia a sus hijas—. ¿Dónde está Ally? —preguntó al darse cuenta de que el perro no estaba en la cocina.

Sin esperar respuesta, Olivia abrió la puerta que daba al patio trasero y empezó a llamar a la perra. Cuando vio a Ally que corría alegremente hacia ella, se dio cuenta por el aspecto del animal y por el olor que desprendía de lo que había estado haciendo. Colarse en el prado cercano y embadurnarse en boñiga de vaca era uno de los placeres más prohibidos y anhelados en la vida de Ally, que nada más ver a su ama fue directamente a la manguera que estaba unida al grifo del patio trasero.

— Oh, Ally —le reprochó Olivia con desconsuelo mientras se disponía a ducharla con la manga riega.

Cinco minutos después la perra estaba en el lavadero. Cuando Olivia fue a sacar una toalla para secar la, vio la cesta de pescar de Caspar. La cazadora que se ponía cuando iba de pesca con la perra estaba colgada encima de la cesta. Una sensación de intensa tristeza y soledad abrumó de pronto a Olivia, que sin darse cuenta estiró el brazo y pasó la mano por la prenda mientras los ojos se le empañaban de emoción. Recordó la ocasión en la que habían salido a comprar esa cazadora juntos; Caspar había protestado diciendo que era demasiado británica para él, y Olivia había insistido en que le sentaba muy bien. Habían estado a punto de no llegar a la tienda, una de los pocos establecimientos tradicionales que quedaban en Haslewich que aún cerraba al mediodía.

Al ser su día libre se habían quedado en la cama más tiempo del habitual. Olivia se había despertado porque Caspar le hacía cosquillas con una pequeña pluma que se había escapado del edredón. Ella, había intentado quitársela para hacerle lo mismo y se habían puesto a pelear de broma, lo cual inevitablemente los había llevado a terminar haciendo el amor.

Después Caspar había bajado para volver con té y tostadas y entonces... El brillo de los ojos de Olivia se transformó en lágrimas mientras recordaba la dulce pausa de su unión. Habían estado tan enamorados entonces, sus vidas tan llenas de amor... ¿Adónde se había ido ese amor? ¿Adónde?

— Mamá, vamos a llegar tarde al colegio —le dijo Amelia desde la cocina.

Molesta consigo misma, Olivia desterró sus recuerdos mientras terminaba de frotar a Ally con energía y la regañaba para que no repitiera lo que había hecho.



Cuando entró en la cocina iba pensando que de ninguna manera iba a tener tiempo ese día de ir a ver a Jenny; y además, en el fondo, Olivia sabía que en par te se alegraba de poder posponer la ordalía.

Saul no tendría modo de saber la tentación que había sentido de ceder y de permitirle que hiciera de intermediario entre ella y su tía.

De camino colegio de las niñas, Olivia se preguntaba cómo estaría Maddy y rezó para sus adentros por la pronta recuperación de la mujer de su primo.

Jack frunció el ceño mientras observaba a su tía afanándose aceleradamente en la cocina. Su tío Jon ya se había marchado a trabajar, y Jenny le había explicado a Jack que iba a ir a Queensmead y que no sabía cuándo volvería.

— Jenny, ¿va todo bien entre tú y el tío Jon? —le preguntó Jack con incertidumbre.

Jenny, que estaba buscando las llaves del coche, se volvió a mirarlo.

— Pues claro que sí —contestó—. ¿Por qué me haces esa pregunta? —preguntó, pero en el fondo sabía por qué.

Lo que la sorprendía y aturdía, sin embargo, era que Jack de algún modo hubiera percibido esa tensión entre Jon y ella.

— Por nada.

Jack se encogió de hombros, cortado y sin saber qué decir. Su tía normalmente se preocupaba tanto del bienestar de su marido, se mostraba tan feliz con él, y él con ella, que Jack había estado inmediatamente consciente de aquel roce entre ellos.

— No ocurre nada —repitió Jenny en tono más firme—. Estamos los dos un poco nerviosos porque estamos preocupados por Maddy... y no sólo por Maddy —añadió significativamente.

Su creciente sensación de rabia y resentimiento hacia su esposo era algo que Jenny no terminaba de explicarse. Y si intentaba razonarlo se sentía aún más enfadada y más culpable de experimentar tales emociones. Parte de la razón era sin duda que la relación entre Jon y David se iba afianzando cada vez más. La complicidad que día a día crecía entre ellos hacía que Jenny sintiera miedo; pero ésos eran sentimientos que no tenía ningún deseo de explorar con demasiado detenimiento, sentimientos que no tenía tiempo de analizar, se decía mientras finalmente localizaba las llaves en su bolso.

Lo que correspondía era que uno de los dos se sentara con Jack y averiguara más cosas de la discusión que había tenido con Annalise. Lo normal era que ella



fuera inmediatamente a ver a Olivia... Lo lógico era que Jon tuviera un papel más protector en los traumas familiares en lugar de escapar de ellos para pasar más tiempo con David.

Después de que se marchara su tía, Jack abrió el periódico local en la sección de ofertas de empleo. Había esperado poder llevarse el coche de su tía para poder llevar a Annalise a charlar a algún sitio donde nadie los viera. Su novia estaba aterrorizada de contarle a su padre lo que había pasado, pero tarde o temprano tendrían que contárselo tanto al padre de Anna use como a la familia de Jack.

Jack se preguntó tontamente si podrían vivir del dinero de su beca más el sueldo de algún empleo a tiempo parcial; ellos dos y el bebé. Agachó la cabeza y juntó las manos con desesperación.

— Puede ver a su esposa ahora, señor Crighton.

Pálido de tensión, Max se apresuró hacia la puerta de la habitación de Maddy. Apenas había podido creer cuando había llegado al hospital que le dieran la noticia de que Maddy había experimentado una leve mejoría.

— Una mejoría muy leve —le había advertido el especialista a Max—. Su esposa es una mujer extraordinaria —añadió el hombre con una sonrisa en los labios—. Me dijo que si es para ayudar al bebé está dispuesta a quedarse tumbada sin moverse durante el resto de su embarazo, pero esperemos que eso no sea necesario. Si sigue bajándole la tensión podríamos permitirle regresar a casa con la condición de que continúe haciendo reposo.

Max no había dicho nada. El trauma de su pesadilla continuaba agobiándolo.

Maddy estaba tumbada en la estrecha cama de hospital. Estaba muy pálida, tenía el cabello suelto y la mirada iluminada por el amor y la comprensión mientras miraba a su esposo.

Él esbozó una sonrisa forzada al ir a tomar la mano que Maddy le tendía. En los pocos días que su esposa llevaba en el hospital, le daba la impresión de que su figura menuda parecía todavía más menuda. Con torpeza Max le besó la cara interna de la muñeca. Al ver lo así, Maddy se dio cuenta de lo preocupado que estaba su marido, ya que era un hombre que nunca mostraba esa clase de nerviosismo.

El corazón se le aceleró un poco. Si Max estaba tan preocupado... Pero el médico le había asegurado que le estaba bajando la tensión.



— ¿Qué tal va todo en casa? —le preguntó ella.

— Bien —le dijo Max sin mentir—. Los niños te echan de menos, claro está...

— El señor Lewis me ha dicho que si la tensión continúa bajándome podré verlos más tarde —le dijo Maddy, sonriendo de oreja a oreja—. Intenta no preocuparte —le rogó en tono suave—. Me siento tan culpable...

Max no podía soportar mirarla. Era él quien se sentía culpable.

— Pobre bebé —arrulló Maddy mientras se daba unas palmadas en el vientre—. Él o ella no está pasándolo muy bien.

Max se sentía cada vez más culpable. No era capaz de mirarle el vientre a Maddy. Por su bien él habría estado listo para aprobar la interrupción del embarazo de habérsele permitido. Pero sabía que Maddy no lo habría hecho jamás de buena gana.

— Será mejor que me marche antes de que llegue la enfermera y me eche ella misma —le dijo Max con fastidio—. El médico sólo me permitió estar un rato contigo.

Maddy frunció el ceño con incertidumbre mientras él se llevaba su mano a los labios y la besaba en la palma. Le daba la impresión de que él estaba ocultando algo. Pero la angustia y el amor que veía en sus ojos al darse la vuelta para salir eran suficientemente reales.

Cuando se dirigía a la puerta de la habitación, Max tuvo que controlarse para no darse la vuelta y decirle el miedo que tenía de perderla y lo mucho que lo obsesionaban los sentimientos que albergaba hacia su futuro hijo. Le parecía que ese sentimiento de culpabilidad jamás lo abandonaría.

— Lo siento —se disculpó Sara automáticamente al empujar la puerta de la librería y darse cuenta, un poco demasiado tarde, de que alguien intentaba entrar.

Su expresión cambió totalmente al ver que ese alguien era Nick.

— Ah —añadió Sara en tono seco mientras se daba la vuelta, deseosa de distanciarse de él.

No lo había visto desde que se habían encontrado en el camino del río. Claro que no quería verlo. Tampoco quería pensar en él, ni continuar rememorando de manera casi obsesiva lo que él le había hecho sentir. Pero a pesar de no querer nada de eso, había ocurrido así.

— Sara.



Cualquier testigo del tono intenso, casi apasionado, de Nick se habría llevado una impresión equivocada, pensaba Sara con fastidio mientras intentaba no reaccionar como lo estaba haciendo. Detrás de Sara se oyó el bufido de desaprobación de una persona que tuvo que rodearlos para poder entrar en la tienda.

Sara tenía la piel más luminosa y aterciopelada que Nick había visto en su vida. Deseaba acariciársela, acariciarla a ella. Su cabello, espeso y brillante, le caía suavemente sobre los hombros. Llevaba puesto un abrigo largo color miel, Nick sospechaba que de cachemir, y debajo unos pantalones negros y un suéter negro muy ceñido. Olía a aire fresco y a algún perfume sutil que lo invitaba a acercarse más a ella.

— Ven a tomar café conmigo.

Su abrupta invitación lo sorprendió a él casi tanto como a Sara. En los ojos de ésta percibió una mezcla de sorpresa y de rechazo. ¿Pero qué diantres le pasaba? Sabía que no había espacio en su vida para lo que ella representaba.

— Yo...

Sara hizo una pausa, consciente de que le resultaba imposible pronunciar la negativa que ya había tomado forma en su pensamiento. En la calle se levantó una brisa fresca que la hizo estremecerse.

— Vamos —le anunció Nick con firmeza mientras la agarraba del brazo—. Hace demasiado frío para quedarnos aquí a discutir. Tengo el coche aparcado a la vuelta de la esquina, justo delante de la cafetería.

Sin saber cómo Sara echó a andar a su lado. ¿Pero qué diantres estaba haciendo? Lo detestaba, y lo que menos deseaba en el mundo era tomar café con él. Sin embargo iba camino de hacer precisamente lo contrario.

La cafetería estaba vacía aparte de una pareja que había sentada en un rincón, con las manos unidas sobre la mesa.

— No sé por qué estoy haciendo esto —protestó Sara débilmente mientras una camarera los conducía hacia una mesa.

— A lo mejor nos parecemos más de lo que piensas —le sugirió Nick con pesar mientras se sentaban—. Tal vez a los dos nos guste vivir peligrosamente.

¡Vivir peligrosamente...! A Sara se le encogió el estómago de emoción. Se daba cuenta de que lo que estaba haciendo sí que era peligroso. Peligroso y temerario.

Ojeó el menú y pidió un chocolate caliente, aguantando la mirada que la esbelta camarera le echó a sus curvas mientras le preguntaba en tono de desaprobación:



— ¿Con o sin malvavisco?

— Con, por favor —respondió Sara en tono de claro desafío.

Sara vio que Nick le sonreía mientras se pedía un café expreso.

— Chocolate caliente con malvavisco. No sé por qué pensé que serías una chica de café con leche.

— Bueno, pues siento decepcionarte —empezó a decir Sara en tono desafiante.

Pero se desinfló un poco cuando Nick le dijo en voz baja:

— ¿Quién ha dicho que me hayas decepcionado?

Sara se movió con inquietud en su asiento. Tenía delante a la otra pareja, que en ese momento estaba a punto de darse un beso.

Nick sintió curiosidad y se volvió a mirar a la pareja, antes de volverse a mirarla a ella.

— Pobrecillos, está claro que desean algo más íntimo. Tú y yo sabemos bien lo que es eso, ¿verdad?

— Estás totalmente loco —le susurraba Sara con rabia cuando llegó la camarera con lo que habían pedido.

— No —la corrigió Nick cuando se marchó la chica—. Soy sincero. Sé que me deseas tanto como yo a ti. No cometas perjurio Sara, no tiene sentido.

— ¿Cometer perjurio? Esto no es un tribunal; ni a mí se me está juzgando... Todo esto es ridículo, yo...

— Sabes lo mejor que podríamos hacer tú y yo, ¿verdad? —la interrumpió Nick.

— Sí, mudarnos cada uno a una punta del país, o mejor aún del mundo... —le respondió Sara con ligereza.

— En realidad estaba pensando en algo más radical que eso —le dijo Nick con pesar.

Sara se quedó mirándolo. De pronto deseó no haber pedido el chocolate. Estaba demasiado dulce, y se le pegaba a las paredes de suya atenazada garganta.

— Tal vez la mejor manera de librarnos de todo esto no sea intentar luchar contra ello, sino dejamos llevar; vivir una breve e intensa aventura sin compromisos; una relación sexual libre e intensa que sacie esta sed que sentimos.

Sara se quedó mirándolo de hito en hito, olvidándose de todo lo demás.



— Debes de estar de broma —lo interrumpió en tono seco—. Eso es lo que les dirás a todas, pero si te crees que yo voy a picar...

— Cálmate. No ha sido una proposición seria —le aseguró Nick con pesar—. Tienes que entender que esta situación es tan poco familiar para mí como lo es para ti.

— ¿Quieres decir que hay mujeres que han picado?

— No —le respondió Nick al instante—. Me refería a que jamás había sentido lo que estoy sintiendo ahora... Lo que está pasando me hace tan poca gracia como a ti, Sara.

— No está pasando nada —negó Sara inmediatamente.

— Demuéstramelo —le dijo Nick al punto en tono de desafío—. Si quieres podemos ir a tu casa, puedo abrazarte y besarte, y a ver si me dices que no está pasando «nada» entre nosotros...

— No —le dijo Sara con energía.

Una aventura breve e intensa, una relación sexual libre y sin ataduras, basada en el deseo. Sin duda era muy distinto a todo en lo que ella creía, a todo lo que había deseado y necesitado... Y sin embargo, las imágenes que las palabras de Nick habían conjurado en su pensamiento no dejaban de atormentarla; unas imágenes provocativas y sensuales; una tórrida fantasía sexual de ellos dos juntos. Debatiéndose entre la vergüenza y el deseo, Sara intentó controlar sus alocados pensamientos. Si Nick supiera siquiera de qué trataban...

— Tengo que irme.

Sara se levantó con inquietud y se apresuró hacia la puerta, sabiendo que Nick no podría seguirla hasta que no hubiera pagado la cuenta.

Nick observó con pesar la huida de Sara. Él le había sugerido que mantuvieran una relación sexual más con el propósito de desafiar sus propios sentimientos que con la intención de hacerle una proposición en serio; pero la expresión en el rostro de Sara, la breve luminosidad que había asomado a su mirada, traicionándola, había sido como el combustible que alimentara el fuego que él mismo había encendido.

La llama resultante aún la sentía en su interior; sentimientos tan intensos que sin duda no podían durar. Ajeno al mohín de la camarera por su falta total de interés hacia ella, Nick salió del local y se dirigió a su coche. De no ser por aquella prohibición de lo más ridícula que el médico le había impuesto habría encontrado algo de alivio en primer lugar regresando a su casa y distanciándose así de Sara, y en segundo lugar implicándose en el caso más exigente que le surgiera. Pero como su hermano mayor observaba cada uno de sus movimientos, sabía que no le permitiría marcharse hasta que el médico le diera el alta.



Olivia se quedó mirando con expresión ceñuda el sándwich a medio comer que había dejado encima del escritorio. Ni siquiera se acordaba de cuándo lo había comprado, menos aún de que hubiera empezado a comérselo.

Estaba tan obsesionada con el asunto de su tía... ¿Qué iba a hacer con Jenny? Deseaba tener a alguien en quien poder confiar, ¿pero a quién tenía en esos momentos?

El timbre de su móvil la sacó de su ensimisma miento. Metió la mano en el bolso con nerviosismo, y al oír la voz de la directora del colegio de sus hijas se puso pálida.

— Señora Johnson, soy Briony Howard. Tenía que haber recogido a sus hijas a las seis, que es cuando se cierra la guardería. Son las seis y cuarto —la informó con aspereza.

Olivia se disculpó con nerviosismo y le aseguró que recogería a sus hijas en quince minutos.

¿Cómo había podido permitir que ocurriera eso? ¿Qué clase de madre era ella?, se preguntaba con culpabilidad mientras se guardaba el móvil en el bolso y los documentos en los que había estado trabajando.

Acababan de dar las seis y media cuando paró el coche a la puerta del colegio. La palidez y la expresión angustiada de sus hijas resultaban elocuentes. Olivia se disculpó con la directora de expresión adusta.

— Las plazas de la guardería son limitadas —le dijo a Olivia en tono de advertencia—, y me temo que cuando tenemos padres que abusan de nuestros límites tenemos que pedirles que se busquen otra alternativa. Por esta vez estoy dispuesta a pasar lo que ha ocurrido, pero en el futuro...

Con la cara como un tomate, Olivia inclinó la cabeza mientras aceptaba la reprimenda justificada de la otra mujer.

Mientras avanzaban apresuradamente hacia el coche, Olivia se dio cuenta de que ambas niñas estaban a punto de echarse a llorar. ¡Precisamente lo mismo que le pasaba a ella! Entonces tuvo un recuerdo de su infancia. Tenía que haber ido a una reunión de los scout, pero su madre se había pasado todo el día de compras y había regresado demasiado tarde para llevarla. Su padre se había negado en rotundo a acercar a la niña cuando Tania se había quejado de que estaba muy cansada, poniendo como pretexto que tenía una cita.

Sus padres habían empezado a discutir, y Olivia recordaba muy bien el disgusto que se había llevado. Sin embargo, cuando su padre había salido dando un



portazo, había sido Tania la que se había echado a llorar, y de algún modo Olivia había terminado consolando a su madre en lugar de lo contrario. Un rato después su padre había vuelto, la había metido en el coche y sin decir ni una palabra la había llevado a la sacristía de la iglesia a toda velocidad pero milagrosamente a tiempo para su reunión de alitas.

Su padre le había dado uno de sus tersos abrazos antes de marcharse. Si cerraba los ojos era capaz de capturar la sensación de calidez y seguridad que él le había proporcionado, la sensación de ser amada; pero tales cosas ocurrían con muy poca frecuencia, y ella estaba convencida de que su padre jamás la había querido.

¡De ninguna manera deseaba que alguna de sus hijas pensara eso de ella!

— Lo siento —se disculpó mientras abría la puerta del coche.

— No pasa nada, mamá —le dijo Amelia en tono suave—. Le dijimos a la señora Howard que estarías muy ocupada trabajando.

¡Ocupada trabajando! Demasiado ocupada para acordarse de que sus hijas la estaban esperando. ¿Pero qué clase de madre era ella?

Quién sabía, cuando Caspar y ella se divorciaran tal vez él volviera a casarse y pudiera darles a las niñas una madre mucho mejor que ella, una que merecieran más.

Con fastidio se obligó a dejar de pensar en esas cosas y a continuar pensando en su padre. ¿Por qué había regresado a sus vidas? Lo detestaba por estar allí... lo detestaba, lo detestaba, lo detestaba...

— Mamá, tengo hambre —se quejó Alex cuando llegaron a la puerta de su casa.

Olivia miró el reloj del coche. Eran las siete y tres minutos. Normalmente Caspar les daba a las niñas la merienda a las cinco.

Caspar...

Olivia cerró los ojos. No quería pensar en su marido en ese momento. ¿Entonces por qué lo hacía? ¿Por qué seguía sentada en el coche, reacia a abrir la puerta y a entrar en una casa que sabía que iba a estar fría y solitaria?

Mientras avanzaba con sus hijas hacia la casa, Olivia se recordó que había sido ella la que había tomado la decisión de separarse de Caspar, y que era una decisión que se alegraba mucho de haber tomado.

— Siento haber llegado tarde a recogeros —se disculpó de nuevo en tono ronco.

— No pasa nada, mamita —volvió a decirle Amelia.



Olivia cerró los ojos, muerta de culpabilidad. Amelia seguía siendo una niña, una niña pequeña; sin embargo su tono de voz, su mirada, eran casi los de un adulto.

Olivia no quería llorar delante de ellas.

— Ojala papá estuviera aquí —comentó Alex—. Él nos habría ido a recoger al colegio y...

Cuando Amelia le dio un codazo y le echó una mirada de advertencia, Alex emitió un chasquido con la lengua en señal de protesta.

— Me has hecho daño —protestó con indignación, y entonces se puso colorada y se echó a llorar.

Olivia sintió los latidos de la tensión en su cabeza.

— Niñas, por favor, no peleéis —les rogó—. Os voy a preparar una cena muy rica, ¿vale? ¿Qué os apetece cenar?

— Una hamburguesa —exclamó Alex con deleite, olvidándose inmediatamente de sus lágrimas mientras bailoteaba de un lado al otro.

¿Una hamburguesa? Olivia sintió que su tensión iba en aumento. Eso significaría volver a la ciudad con el coche, y Caspar, que se había criado prácticamente a base de comida rápida gracias a los complicados y azarosos planes para cuidar de él y sus hermanos de su mezcolanza de padrastros y madrastras, siempre había sido muy firme cuando se trataba de asegurarse de que las niñas comieran lo que él llamaba comida sana, permitiéndoles tan sólo una comida rápida una vez al mes.

Sin embargo, antes de que pudiera decir nada Amelia estaba diciéndole a su hermana pequeña con reticencia:

— Sabes que papá no nos deja tomar hamburguesas durante la semana.

— No... es cierto —concedió Olivia rápidamente.

Las empujó suavemente por la puerta mientras intentaba ignorar la mirada victoriosa de Amelia y las repetidas quejas de la pequeña Alex.

En la mayoría de las casas, Olivia lo sabía, era la madre la que trataba con esos temas, pero como Caspar era profesor de universidad, había podido pasar más tiempo en casa que ella y por esa razón había adoptado ese rol en su familia.

Sin embargo ella, se recordó con firmeza, seguía siendo la madre.



— Hasta luego, abuelo.

Sara sonrió con cariño al colgar el móvil. Su abuelo la había llamado, después de enterarse por sus padres de dónde estaba.

— Haslewich... —había comentado él—. ¿Estás segura de que es una buena idea? —había añadido en tono dudoso—. Sí, ya sé que tu padre piensa que soy un viejo loco demasiado protector —había dicho cuando Sara había permanecido en silencio.

Aunque superficialmente su padre y su abuelo se llevaban bien, Sara sabía por lo que le había contado su madre que el abuelo había sido un padre demasiado protector para ella, y que había habido discusiones y desacuerdos cuando había conocido a Richard Lanyon.

— Por eso es por lo que alguien como Tania es la persona ideal para él —le había confiado su madre a Sara—. Papá necesita a alguien a quien mimar y adorar, alguien que no se sienta agobiado o constreñido por esa clase de amor como me temo que me sentía yo.

Después de esa conversación, Sara había agradecido doblemente la actitud de su padre hacia ella, que siempre la había animado a pensar y a actuar con in dependencia.

Aun así, ella seguía teniendo debilidad por su abuelo, que tanto bien le había hecho y tanto la había consolado cuando había sentido la necesidad.

Tal vez hubiera heredado de él parte de ese deseo de proteger a los demás, porque ella también sentía simpatía y protección hacia su abuela postiza.

— ¿Le has contado a Tania dónde estoy? —le preguntó a su abuelo.

— No, y no pienso hacerlo —había sido su presta respuesta—. Sólo conseguiría disgustarla, le traería malos recuerdos.

— Tania tiene una hija y un hijo que viven en Haslewich —su padre le había recordado a Sara durante su conversación telefónica—. Si los conocieras podrías verte en un apuro. A ningún hijo le gusta que su padre o su madre los abandone.

— Tania no los abandonó —la había defendido Sara con lealtad—. Lo sabes, papá. Quería verlos, pero la familia de su ex se lo puso muy difícil, y Tania sintió, sobre todo con su hijo, que estaba en una edad en la que no era justo para él estorbarle por si eso le provocaba un conflicto de lealtades...

— Mmm... —había sido la respuesta breve pero significativa de su padre.

Los Crighton. Había jurado antes de conocerlos que le resultaría imposible sentir simpatía hacia ellos, y de pronto...



¿Y de pronto qué? Pues que Nick Crighton le caía bien. Sara se fijó en su reflejo al pasar delante de un espejo. Decir que le caía bien no era manera de describir la tormenta de emociones que Nick despertaba en ella. En realidad Nick le gustaba... lo deseaba… lo amaba...

¡No, amar no! No sentía eso en absoluto. ¡Ya era bastante reconocer que lo deseaba!

Un breve e intenso romance. Un capricho dulce y alocado. Un abandono salvaje y libertino de la idea de que amar a alguien y desearlo sólo podía ir de la mano. No. Eso era impensable, imposible, y sin embargo, sólo tenía que cerrar los ojos para imaginarse a Nick: tenía los brazos fuertes y musculosos, los hombros anchos, un torso muy masculino… y sospechaba que estaría mucho mejor desnudo que vestido.

Un suave gemido muy parecido al gemido de una hembra excitada salió de sus labios. Sintiéndose culpable, Sara volvió la cabeza para seguidamente burlarse de sus ocurrencias. Estaba sola en el apartamento, y Nick Crighton, por muchos poderes que tuviera, no poseía el de materializarse delante de ella.

Tal vez en persona no, pero sin duda estaba ejerciendo una gran atracción sobre sus sentidos, y en su imaginación se materializaba de tal modo que lo que le provocaba a Sara resultaba devastador.

¡Una aventura sexual! Debía de estar loca de pensar en esas cosas... Pero enseguida se dijo que no lo estaba pensando; ni por un momento, aunque creyera firmemente en el derecho de las mujeres a respetar su naturaleza sexual al igual que los hombres.

Conocía a chicas que lo habían hecho. Chicas que sin sentir vergüenza alguna habían contado que habían dormido con un hombre sólo para satisfacer un deseo sexual; y hasta ese momento, o al menos así le había parecido a Sara, esas chicas no sólo no habían sufrido emocionalmente tras esa experiencia, sino que más bien parecían quedar satisfechas y contentas.

A menudo eran las chicas que juraban que para ellas no existía el sexo sin amor las que acababan sufriendo más, pues invertían tantos sueños y esperanzas en sus relaciones que cuando descubrían que sus parejas no los compartían con ellas resultaba una experiencia humillante y devastadora.

Por lo menos una relación exclusivamente de índole sexual podía terminarse limpiamente con un simple «gracias, ya he tenido bastante y hasta luego».

Y ella se alegraría de poder decirle adiós a Nick Crighton, se alegraría de decir que todo el deseo hacia él se había consumido. Pero por supuesto eso no iba a ocurrir. No pensaba liarse con Nick Crighton más de lo que lo había hecho ya. ¿O sí?



Capítulo 8

— Pareces preocupada —le comentaba David a Honor con cariño mientras ella dejaba en la mesa una tetera con la infusión que acababa de preparar para los dos—. ¿Te pasa algo?

— No es que me pase nada —empezó a decirle Honor con calma.

David la miró muy serio. Hacía días que Honor estaba rara.

— Pero hay algo que te molesta. ¿Qué es, cariño? ¿Tal vez te arrepientes de tener en casa al padre Ignatius?

— No, no... —Honor sonrió inmediatamente—. Me encanta tenerlo aquí con nosotros. Precisamente el otro día me estaba contando una historia fascinante sobre algunos de los remedios que utilizan los jamaicanos. En cuanto a estar aquí... La verdad es que pasa más horas en Fitzburgh Place que en casa —Honor sonrió divertida—. Está claro que esos dos tienen un montón de cosas en común.

— Un agnóstico y un jesuita. Sí. Supongo que deben de tenerlas —añadió David con pesar—. Pero deja de intentar cambiar de tema. ¿Qué te pasa?

Honor lo miró con pesar antes de advertirle.

— Lo que te voy a decir no te va a gustar.

— Todo lo que haces me gusta —le dijo David sin mentir—. Me has dado todo, Honor. Para empezar tu dulce y deliciosa persona; pero también me has ayudado a recuperar el respeto en mí mismo aceptándome, amándome tal y como soy... Me has ayudado a crecer por dentro, Honor, a convertirme en una persona mejor. Gracias a ti he empezado a construir puentes para llegar hasta mi familia. Me has dado dos hijastras maravillosas...

— Ah... —lo interrumpió Honor con voz ligeramente temblorosa—. No sólo dos hijastras, David —hizo una pausa mientras él la miraba confundido—. Creo que estoy embarazada —añadió Honor con nerviosismo—. Bueno, no es que lo piense sólo —dijo apresuradamente—. Los síntomas son exactamente los mismos que cuando tuve a las niñas, y además me he hecho una prueba. Sé que debes de estar tan asustado como lo estoy yo...

— No estoy asustado —negó David mientras se acercaba a ella y la tomaba entre sus brazos.



Honor no estuvo segura de quién temblaba más, si David o ella.

— ¿Estás enfadado conmigo? —le preguntó ella—. Tienes todo el derecho a estarlo. Sé que debería haber tenido más cuidado.

— ¿Yo… enfadado contigo?

Honor lo miró a los ojos.

— ¿Quieres decir que no te importa? —le preguntó ella.

— Sólo se me ocurre una cosa que pudiera hacerme más feliz que lo que siento en este momento —le dijo David con emoción.

Mientras Honor lo miraba supo que su marido estaba pensando en Olivia, pero antes de que ella pudiera comentar nada, David la abrazó con suavidad y la acunó entre sus brazos con ternura.

— Que lleves en tu vientre a un hijo mío es sin duda mucho más de lo que puedo merecer. Tal vez no lo hayamos planeado —continuó mientras le acariciaba la cara con suavidad—, pero te puedo asegurar que será muy querido —entonces David perdió el control y se le llenaron los ojos de lágrimas—. Que me des un hijo después de todo lo que me has dado...

— Sigo sin poder creérmelo —reconoció Honor con lágrimas de felicidad en los ojos—. Pensé que sería demasiado mayor, y sé que es lo que pensarán mis hijas. Vamos a tener que hacer una especie de anuncio oficial, supongo. Tal vez lo mejor sería invitar a todos a casa... pero me gustaría...

Se calló, pues no quería molestar a David diciéndole que la preocupaba que la actitud de Olivia hacia ellos les fuera a impedir comunicarle la feliz noticia. Por derecho, siendo la hija mayor de David, debería ser la primera en enterarse. O al menos eso pensaba Honor.

— Te amo tanto... —le susurró él con sensualidad mientras la besaba con ternura.

Pero al ver que se le empañaban los ojos Honor adivinó lo que estaba pensando.

— Esto le va a resultar muy difícil a Olivia, ¿no crees?

— Detesto saber lo mucho que está sufriendo y no poder hacer nada para ayudarla —reconoció David—. No puedo culparla por sentir lo que siente, pero me gustaría que al menos me dejara hablar con ella —David se apartó de Honor y se dio la vuelta—. Sólo de pensar en lo mucho que deseo este bebé, nuestro bebé, me siento fatal porque sé lo poco que tanto Tiggy como yo quisimos a Olivia. Su concepción fue



un accidente y después no sé por qué me convencí a mí mismo de que iba a ser un chico. Papá quería que fuera un chico, por supuesto, y...

»Me acuerdo de un día que la llevé a casa de papá. Olivia no se sentía muy bien. Estaba llorando y tenía fiebre. Supongo que debía de tener unos diez meses o por ahí. Tiggy y yo habíamos tenido una pelea sobre quién debía ir a atenderla, y mientras peleábamos Jon la tomó en brazos y se la llevó a Jenny. En cuanto ésta la tomó en brazos la niña dejó de llorar... Jamás he podido olvidar la mirada que me echó Jon; una mirada que sin duda merecí. Pobre Livvy.

— Sí —concedió Honor.

No había esperado poder concebir a su edad, y desde luego el momento no podía haber sido el menos indicado, pero veía en los ojos de David que ya, como ella, amaba al niño que ambos habían creado, aunque su alegría compartida se viera ensombrecida por el sufrimiento de Olivia.

— No, no te atrevas a moverte —le advirtió Max a Maddy mientras detenía el coche a la puerta de la casa.

La había recogido en el hospital hacía una hora, y de los dos, según había dicho el médico, Max parecía más traumatizado que Maddy por la experiencia que habían vivido.

— Ya sabes lo que ha dicho el médico —le recordó Max mientras abría la puerta del lado de Maddy—. No puedes hacer otra cosa que no sea descansar...

— Eso no significa que no pueda andar —protestó Maddy riéndose mientras Max insistía en sacarla del coche en brazos para llevarla hasta la casa.

Jamás lo había visto tan afectado emocionalmente en el tiempo que llevaban casados, ni siquiera cuando los dos habían pensado que su matrimonio se terminaba, y a Maddy le rebosaba el corazón de amor sólo de ver lo mucho que la amaba Max.

Los niños y Jenny estaban esperándola para darle la bienvenida a casa, y a Maddy se le llenaron los ojos de lágrimas al ver cómo habían colocado el salón para poder meter una bonita cama donde ella pudiera pasar el día.

— Desde ahora hasta que llegue el bebé, voy a hacer casi todo mi trabajo desde casa —le informó Max con firmeza cuando Jenny se llevó a los niños a la cocina para darles algo de comer—. Mamá nos ayudará cuando la necesitemos. Entre ella y yo nos apañaremos para llevar y traer a los niños al colegio. Sólo tienes que ocuparte de seguir el consejo del médico, ¿de acuerdo?

— De acuerdo pero, Max, no estoy tan débil que no puedas besarme, ¿sabes?



Emocionalmente se daba cuenta de lo mucho que la amaba, pero físicamente se había mostrado extrañamente distante con ella. También había notado que, cosa rara, Max evitaba mirar, por no decir de tocar, el vientre donde estaba de momento el futuro hijo de ambos.

Ella habría querido preguntarle qué era lo que pasaba, pero el viaje hasta casa la había agotado más de lo que estaba dispuesta a reconocer. Y por el bien del bebé debía hacer lo que le había instruido el médico.

Mientras la escuchaba, Max pensaba que su vida en común jamás volvería a ser la misma. El peso de la culpabilidad con el que cargaba era demasiado grande. Maddy lo odiaría si llegara a saber las cosas que se le habían pasado por la mente cuando había temido perderla.

Maddy lo estudió con ansiedad. Jamás lo había conocido tan distante e introvertido. Incluso en los primeros años de su matrimonio cuando había sentido que la odiaba, sus reacciones habían sido de lo más apasionadas. ¿Estaría tal vez fastidiado por la molestia que aquel embarazo les estaba causando? Las cosas no habían sido demasiado fáciles para él desde que había llegado David. ¿Sería posible que deseara en secreto que su cuarto hijo no hubiera sido concebido?

— Max —empezó a decirle en tono ronco.

Pero él negó con la cabeza y le dijo en tono firme:

— Tú quédate aquí y descansa. Tengo que ayudar a mamá a preparar a los niños para que se vayan a la cama.

Jack intentó centrarse en lo que su tío Jon le estaba diciendo. Estaban cenando juntos, los dos solos, por que la tía Jenny seguía en Queensmead, y Jack se sentía agobiado sólo de pensar en lo poco que había avanzado en sus planes ese día.

Annalise había insistido en ir al instituto. Él la había visto después, pero no a la puerta del colegio, sino en el camino del río, ya que ella no quería que nadie los viera juntos.

—Annalise, no podemos ocultar lo que está pasando durante mucho tiempo —le había advertido con suavidad, odiándose a sí mismo cuando ella se había echado a llorar.

Le parecía increíble que fueran a ser padres.

Jon observó a su sobrino con lástima; estaba claro que el joven tenía la cabeza en otra parte. El amor adolescente podía ser doloroso y traumático, sobre todo cuando iba mal.



El dolor que sintió fue tan fuerte que sacó a Annalise del profundo sueño de agotamiento emocional en el que había caído. Al principio estaba tan adormilada que simplemente se quedó quieta en la cama, aguantándose los calambres que le atenazaban el vientre; pero poco a poco, al tiempo que el aturdimiento se disipaba, empezó a darse cuenta de lo que era y de lo que le estaba pasando.

Atreviéndose apenas a creer lo que le estaba diciendo su cuerpo, se levantó y corrió al cuarto de baño. La prueba de que tenía razón y de que le había bajado el periodo la hizo sentirse feliz de alivio. ¡No estaba embarazada...! ¡No iba a tener un bebé!

Automáticamente hizo las cosas necesarias al tiempo que en su interior el alivio se propagaba como una burbuja. En cuanto volvió a la cama no quiso dormir, sino que se abrazó con fuerza a la almohada y saboreó el dolor que le atenazaba el vientre y le provocaba calambres en las piernas.

Había rezado con tanta desesperación para que eso ocurriera... Y toda vez que tenía el periodo, se dijo con fervor que jamás volvería a practicar el sexo. Al menos hasta que no estuviera cien por cien segura de que estaba debidamente protegida de cualquier riesgo de embarazo. Un estremecimiento helado la recorrió al tiempo que se permitió a sí misma por primera vez considerar lo que habría significado haber estado embarazada. Tal vez Jack le hubiera asegurado que se casarían y que todo iría bien, pero sabía que no podría haber sido fácil.

Jack... Lo llamaría por teléfono en cuanto se levantara para darle la buena noticia, decidió con cansancio mientras los calambres cedían suavemente y se quedaba dormida.

Jack acababa de levantarse cuando sonó su móvil. Contestó la llamada con el corazón latiéndole a cien por hora al oír la voz de Annalise.

— ¿Qué pasa? ¿Qué ocurre? —le preguntó con ansiedad.

— Nada —le respondió Annalise con la voz ligera de la alegría que sentía—. En realidad, todo está maravillosamente bien. No voy a tener un bebé, Jack... No estoy embarazada. Estamos salvados...

A Jack le costó unos segundos asimilar sus palabras emocionadas.

— ¿Qué? —preguntó—. ¿Cuándo...? ¿Y cómo...?

Annalise se lo explicó rápidamente.



— Mira, tengo que marcharme —le dijo Annalise.

— Te iré a buscar al instituto —empezó a decir Jack—. Entonces podremos hablar tranquilamente.

— Tengo que dejarte... —repitió Annalise—. Jack... no le dirás a nadie nada de esto, ¿verdad? —le rogó—. No soportaría que se enterara otra persona.

Jack frunció el ceño. Su primer pensamiento cuando había comprendido lo que le decía Annalise había sido sincerarse con sus tíos y explicarles por qué no le había quedado otra opción que la de regresar a casa.

— Prométemelo, Jack —le insistía Annalise.

Jack notó la tensión y la angustia en su voz. Entonces, cedió de mala gana.

— Te lo prometo —le dijo.

A Annalise le temblaban las manos cuando colgó el teléfono y lo dejó sobre una mesa. Lo único que quería en ese momento era olvidar el miedo que había pasado y que su vida volviera a la normalidad.

En cuanto Jenny vio la cara de Jack al entrar en la cocina se dio cuenta de que estaba mucho más contento. Sabía que había visto a Annalise el día anterior, y suponía que habrían hecho las paces. Aun así...

— Se te ve mucho más contento esta mañana —le comentó Jenny.

— Lo estoy —concedió Jack, que se acercó a ella y le dio un abrazo sentido—. Lo siento, tía Jen, pero tenía que venir a ver a Annalise... Por favor, no te preocupes, de verdad; ya está todo arreglado, y mañana mismo me vuelvo a la universidad.

— Todo está arreglado —repitió Jenny con pesar—. ¿Pero que pasará la próxima vez cuando discutáis, Jack? Esto no debe volver a ocurrir —insistió con firmeza.

Jack la soltó mientras la miraba con pesar. Deseaba poder explicarle que no era una mera discusión lo que lo había llevado a viajar a Haslewich sino algo mucho más serio, pero le había dado su palabra de honor a Annalise y no podía romperla.

— No volverá a ocurrir —le aseguró él.

Jenny deseó poder estar tan segura como él.

— ¿Cómo está Maddy? —le preguntó Jack.



— Mejorando poco a poco —contestó Jenny.

Max le había dicho que podría arreglárselas sin su ayuda ese día, lo cual significaba que podía pasar todo el día en su casa, y lo primero que pensaba hacer en cuanto hubiera cambiado las sábanas de las camas y puesto la lavadora, sería ir al supermercado tanto para llenar su nevera como la de Queensmead.

— David —exclamó Jon con placer al ver a su hermano entrando en su despacho—. No esperaba verte hoy.

— Yo tampoco —contestó David—. He estado antes en Fitzburgh Place y Frederick me pidió si podía traerte unos papeles.

— ¿Tienes tiempo para tomarte un café? —le preguntó Jon mientras su gemelo le pasaba las hojas.

— Mmm... La verdad es que no me importaría.

— Pareces bastante distraído. ¿Algo va mal? —le preguntó Jon.

— No es exactamente eso —le dijo David antes de aspirar hondo para continuar—. El caso es que... —una sonrisa pesarosa, casi infantil, de placer y orgullo asomó a sus labios—. Honor está embarazada.

A la puerta entreabierta del despacho de Jon, Tullah, que iba a entrar en ese momento para decirle algo, se detuvo bruscamente.

— Embarazada... ¿Quieres decir que va a tener un bebé? —le preguntó Jon con desconcierto.

— Exactamente, que va a tener un bebé —le confirmó David con expresión seria—. No lo habíamos planeado —confesó—. Pero debo decir que tratándose de accidentes, éste es bastante maravilloso. Vamos a organizar una reunión familiar para anunciarlo.

Un nuevo amor, una segunda familia, un papel nuevo y un propósito distinto en su vida. Jon no pudo evitar sentirse feliz por su gemelo.

— Felicidades —le dijo mientras lo abrazaba con cariño; pero enseguida frunció el ceño y se apartó un poco para mirarlo a la cara—. Supongo que ni Livvy ni Jack saben nada aún.

— No —le confirmó David con sobriedad—. Dios, Jon, espero ser mejor padre esta vez de lo que lo fui para ellos. He intentado decírselo a Jack, explicárselo. Me escuchó como escucha un adulto a un niño, con cortesía pero sin convencimiento. ¿Pero claro,



por qué iban él o Livvy a preocuparse de mi sentimiento de culpabilidad? Desde su punto de vista, no me he preocupado mucho por ellos.

A la puerta del despacho de Jon, Tullah se dio cuenta de pronto de que estaba escuchando una conversación ajena. Rápidamente se volvió y se marchó. La noticia de David la había sorprendido tanto como a Jon.

— ¿Cómo está Livvy? —le preguntó David a Jon en tono angustiado—. Ojala pudiera hacer algo por ella.

— Bueno, está claro que siente muy infeliz —reconoció Jon—. Aunque como Maddy ha estado enferma y Jack ha vuelto a casa inesperadamente, no ha habido oportunidad de hablar con Livvy de nada.

— ¿Jack está en casa? —le preguntó David con interés.

— Sí, pero vuelve mañana a la universidad —le aseguró Jon—. Parece ser que Annalise y él habían discutido, pero ya está todo arreglado.

Al tiempo que escuchaba a su hermano, David se sentía más culpable. Su hija estaba batallando sola con el trauma de un matrimonio fallido. Su hijo había tenido una pelea con su novia lo suficientemente seria como para viajar a Haslewich desde la universidad, y sin embargo ninguno de ellos había intentado recurrir a él en busca de consuelo. Pero la verdad era que él nunca les había indicado que pudieran hacerlo, ya que jamás había tenido tiempo para sus cosas. ¿Cuándo les había demostrado que se preocupaba por ellos, que los quería?

Con el corazón lleno de pesar, David reconoció el alcance de sus fracasos. Deseaba más que nada reconciliarse con sus hijos, tener una relación mejor con Jack y Olivia, ser un abuelo como Dios mandaba para las hijas de Olivia y los de Jack cuando los tuviera, pero no podía criticarle a sus hijos que quisieran seguir distanciados de él.

Había cambiado tanto desde su cobarde huida de Haslewich, había aprendido tanto... pero eso no era suficiente a los ojos de sus dos hijos. Ellos necesitaban, especialmente Olivia, que se lo demostrara. ¿Pero cómo iba a hacerlo, se preguntaba con frustración, si Olivia ni siquiera le permitía acercarse a ella?

— ¿Y Maddy? ¿Qué tal va? —le preguntó a Jon, dejando momentáneamente de lado su preocupación por Olivia.

— Mejorando despacio —le dijo Jon.

La noticia de que David y Honor estaban esperando un hijo lo había hecho pensar en un problema que tenía que ser abordado inmediatamente.



— Papá está haciéndoles pasar a Max y a Maddy un mal rato de momento —le confió—. Todos estamos nerviosos ahora con Maddy y este problema suyo de la preeclampsia. Ha vuelto a casa, pero sólo con la condición de que no se esfuerce en absoluto. Lo malo es que el hecho de que papá no deje de amenazarlos con que le va a dejar Queensmead a otra persona no está lo que se dice contribuyendo a crear un ambiente relajado.

— A mí, te refieres —le respondió David—. Mira, Jon, ya te he dicho que en lo que a mí respecta tengo muy claro que no tengo ningún derecho sobre Queensmead... Ni siquiera quiero la casa.

— Mmm... Lo sé, lo sé, pero papá...

— ¿Quieres que hable con él? —le sugirió David.

— Bueno, podrías intentarlo, pero en cuanto sepa que Honor y tú vais a tener un hijo seguramente se pondrá peor que nunca. Jenny está furiosa con él. Nadie habría cuidado mejor de él que Maddy.

— Claro que no. Honor dice que tiene suerte de estar como está —concedió David.

Olivia miró la barra de pan que acababa de comprar. No tenía mucha hambre a pesar de que no había desayunado bien y él pequeño y tranquilo jardín que rodeaba la iglesia de Haslewich no era el lugar más adecuado para sentarse a comer en esa época del año. Se cerró mejor el abrigo y empezó a desenvolver el almuerzo que tan poco le apetecía. Podría habérselo llevado al despacho para comer allí, pero había sentido la necesidad de respirar un poco de aire fresco y de escapar de los pensamientos de Caspar que habían estado interrumpiéndola toda la mañana.

Su cesta de ir a pescar era lo que le había hecho recordar el tiempo en el que se habían amado, en el que habían sido una pareja de enamorados.

En ese momento Jenny cruzaba el pequeño jardín de la iglesia después de visitar la tumba de su primer hijo. La intensa tristeza de su muerte se había mitigado con el paso de los años, y la consolaba sentarse a hablar con él, poniéndolo al corriente de las noticias de la familia mientras le limpiaba la tumba.

Entonces vio a Olivia sentada en uno de los bancos, con la mirada perdida en el espacio.

Sin dudarlo ni un momento Jenny echó a andar apresuradamente hacia su sobrina.



— ¡Jenny!—exclamó Olivia, que no pudo evitar el susto o el tono de culpabilidad en su voz cuando notó que su tía le plantaba la mano en el hombro—. No te he visto venir.

— No. Estabas a cientos de kilómetros de aquí —le dijo Jenny.

Olivia se mordió el labio mientras Jenny se sentaba a su lado.

— Me siento fatal por cómo me comporté el otro día... y por lo que dije —le confesó Olivia—. No tenía ni idea de lo que le había pasado a Maddy, pero de todos modos eso no... —se calló y negó con la cabeza, al tiempo que se le llenaban los ojos de lágrimas.

— Livvy, no pasa nada —le aseguraba Jenny—. Imagino lo mal que te debes de sentir. Yo también me sentí fatal por no habértelo explicado mejor.

— Yo quería...

— Yo esperaba...

Las dos empezaron a hablar al mismo tiempo y entonces se miraron y dejaron de hablar.

— Iba a llamarte —dijo Olivia—. Pero tenía miedo... No me habría extrañado si te hubieras negado a aceptar mis disculpas. Mi comportamiento fue imperdo...

— ¿Pero qué dices, Livvy? Yo jamás haría eso —protestó Jenny, que estaba tan claramente disgustada por lo que le estaba diciendo Olivia que la joven sintió que parte de su tensión empezaba a abandonarla—. Creo que todos somos capaces de darnos cuenta del mal trago que estás pasando —continuó Jenny en tono suave—. Una ruptura matrimonial siempre resulta traumática.

Al oír la compasión y el cariño en la voz de Jenny, Olivia sintió un calor en los ojos.

— Ay, tía Jenny...

Al ver que Olivia empezaba a temblar, Jenny la abrazó automáticamente y la estrechó contra su pecho.

— Venga, no pasa nada, Livvy, no pasa nada... —la tranquilizó, al igual que había hecho cuando de niña Olivia había acudido a ella a contarle sus problemas.

Jenny la dejó llorar, sintiendo que Olivia necesitaba desahogarse.

— ¿Te está pesando haberte separado de Caspar? —le preguntó directamente cuando Olivia se apartó de ella para aceptar el pañuelo de papel que le pasaba su tía.



— Es demasiado tarde ya —respondió Olivia.

Ni siquiera a Jenny podía confesarle el embrollo en que se habían convertido sus sentimientos o la tristeza que amenazaba con acabar con ella. ¿Pero dolor por qué? No por el territorio hostil y estéril en el que se había convertido su matrimonio. No. Su dolor era por lo que había sido su relación en un pasado y por el amor que habían compartido entonces pero que después habían perdido.

— Livvy —le dijo Jenny cuando Olivia se calmó un poco—. Ojala pudiera hacer algo para ayudarte con las niñas en este momento, pero...

— No pasa nada, Jenny. De verdad que te entiendo —le aseguró Olivia con toda sinceridad—. Ahora las he metido en una guardería que empieza después de las clases, hasta las seis de la tarde, pero sólo es una medida temporal. ¿Podrías preguntarle a Chrissie Cooke si conoce a alguien? Su marido está relacionado de un modo u otro con medio Haslewich.

— Yo se lo preguntaré de parte tuya si quieres —se ofreció Jenny inmediatamente.

Entonces vaciló. No le tenía mucha simpatía a David, pero su conciencia la obligaba a sacar el tema discretamente.

— ¿Has pensado en decírselo a David y a Honor, Livvy? No es mi intención sermonearte, pero David es el abuelo de las niñas, y sé por lo que me ha contado Jon que está desesperado por poder conocer a sus nietas.

— Mi padre... —Livvy se puso pálida—. ¿De verdad crees que haría eso, por muy desesperada que estuviera?

Jenny sabía cómo reaccionaría Livvy, pero había sentido el deber de sugerírselo.

— Oh, Jenny —empezó a decirle Olivia mientras se tapaba la cara con las manos—. ¿Por qué ha tenido que volver? ¿Por qué no ha podido quedarse donde estaba? Sólo de saber que está aquí en Haslewich me entran ganas de...

Olivia volvió la cara. ¿Cómo explicarle los sentimientos de rabia y de alienación que la poseían desde el regreso de su padre, cuando ni siquiera era capaz de entenderlos ella misma?

— Lo siento, tengo que marcharme —le dijo Jenny con pesar—. Tengo que hacer la compra y la de Queensmead, y quiero plancharle la ropa a Jack antes de que se marche mañana a la universidad.

— ¿Jack está en casa? —le preguntó Olivia con sorpresa.



— Una visita no oficial —le dijo Jenny en tono pesaroso, mientras pasaba a explicarle brevemente lo ocurrido.

— Bueno, no vale de nada esperar que papá instruya a Jack sobre los valores y las obligaciones morales —le dijo Olivia a su tía con amargura—. Lo siento —se disculpó al ver la cara que ponía Jenny—. Pero no puedo evitarlo.

— Estaremos en contacto —le dijo Jenny mientras las dos se ponían de pie—. Y hablaré con Chrissie para ver si ella conoce a alguien adecuado que pueda ayudarte con las niñas.

— Eres la mejor —le dijo Olivia en tono emocionado—. No sabes lo mal que me he sentido conmigo misma por...

— Eso está olvidado... —dijo Jenny en voz baja—. Y, Livvy... No pienses nunca que no nos importas, o que tu tío Jon y yo no te queremos. Tú eres muy especial para nosotros y siempre lo serás.

Cuando Olivia se dio la vuelta para seguir su camino, sintió que se había quitado un gran peso de encima.

Antes de dirigirse al supermercado, Jenny marcó el número de Chrissie en su móvil y rápidamente le explicó los problemas que tenía Olivia para encontrar a alguien que se ocupara de sus hijas.

— Bueno, no conozco a nadie, pero desde luego voy a preguntar por ahí —le confirmó la esposa de Guy.

Charlaron unos minutos más y Chrissie, como todo el mundo, se interesó por el estado de Maddy y le pidió a Jenny que saludara a su nuera de su parte.

Sara y Frances estaban almorzando juntas en el trabajo cuando llegó Chrissie, que besó a su cuñada con cariño antes de negar con la cabeza cuando la otra la invitó a sentarse a almorzar con ellas.

— Estoy intentando bajar un poco de peso —gimió—. Guy nos va a llevar a la Toscana al verano que viene y estoy empeñada en ponerme los biquinis que me servían antes de tener a los niños. Mira, sé que seguramente no sabrás de nadie, pero Jenny Crighton me llamó esta mañana. Olivia está desesperada por encontrar a alguien que la ayude con las niñas ahora que ella y Caspar se han separado, y me preguntaba si conoceríamos a alguien.

Frances frunció el ceño y negó con la cabeza.



— Conozco un montón de mujeres que podrían hacer de niñeras, pero ninguna de ellas es lo bastante mayor como para echarle de verdad una mano.

— No, eso es lo que pensó Jenny. Se siente muy mal por no poder ser ella la que la ayude.

— Pobre Livvy, me da mucha lástima —suspiró Frances—. No me imagino a mí misma no estando ahí si mis hijos me necesitaran. Sé que Jenny ha sido como una madre para Livvy, pero lo normal sería que la madre de Livvy estuviera ahí con ella para ofrecerle su apoyo y su ayuda.

— Bueno, sería lo lógico —concedió Chrissie—, pero por lo que yo he oído siempre, Tania nunca fue una madre para Livvy ni para Jack, y tampoco ha mostrado interés alguno por sus nietas, las hijas de Livvy.

Sara se había puesto tensa cuando habían empezado a hablar de la abuela Tania. Estaba deseando poder defenderla, darles su versión de la historia, ¿pero cómo iba a hacerlo? ¿Qué pensarían de ella si de repente hablara de una relación con Tania de la que en ningún momento había dicho nada? Frances había sido con ella más que buena, y Sara se daba cuenta de que la mujer tendría todo el derecho del mundo a sentirse decepcionada si de pronto le contaba lo que le había ocultado.

— Tal vez la madre de Olivia no sepa que necesita ayuda —fue todo lo que se atrevió a comentar.

— Bueno, desde luego sabe que es abuela —contestó Chrissie—. Y a pesar de las veces que Olivia le ha ofrecido llevarles a los niños para verla siempre ha conseguido inventar alguna excusa para no verlos.

Sara se quedó sorprendida. Su abuela no había contado la historia así. Sin embargo, se acordó de que a veces su padre se había mostrado reacio a aceptar que Tania nunca viera a sus hijos o a sus nietos. Tal vez los comentarios de su padre no estuvieran tan desencaminados...

— Yo también siento lástima por Livvy —estaba diciendo Chrissie—. Lo pasó tan mal cuando era pequeña, y ahora que también se rompa su matrimonio...

— Sí, no ha tenido una vida fácil —concedió Frances.

Annalise iba cruzando el aparcamiento del supermercado tranquilamente a pesar de que llegaba tarde a su cita con Jack. Sabía que debería estar deseosa de verlo, de compartir con él su alegría y su alivio porque no estaba embarazada; pero por alguna razón sentía como si no quisiera verlo.



Jenny acababa de cargar el carro de la compra e iba de camino al coche cuando vio a la chica.

— Annalise —la llamó, frunciendo levemente el ceño al ver el abatimiento de sus hombros estrechos y juveniles.

Como sus hijas y Olivia ya eran adultas, Jenny casi había olvidado lo tiernas e ingenuas que podían parecer las adolescentes.

Annalise se detuvo al oír a Jenny llamándola, y se volvió hacia ella. ¡La tía de Jack! Una sensación de culpabilidad y de aprensión se apoderó de ella, una sensación atávica de equivocación y de responsabilidad, demasiado arraigada en ella como para pararse a analizarla.

Sólo sabía de algún modo que de los dos, ella habría sido a la que tanto la familia de Jack como la suya habrían culpado si se hubiera quedado embarazada.

Tal vez Jack hubiera intentado convencerla de que su tía entendería y querría ayudarlos, pero Annalise no había sido capaz de creerlo.

Al acercarse un poco más a la joven, Jenny se dio cuenta de que no parecía nada contenta y sintió lástima de la joven.

— ¿Tienes un momento para charlar?

Annalise habría querido negarse, pero Jenny ya iba de camino a su coche. Así que la acompañó aunque de mala gana. Aún le dolía la tripa y se sentía algo mareada.

«Me mira como si pensara que voy a estar enfadada con ella», pensaba Jenny con pesar. Sí, había estado enfadada, era cierto, tanto con Jack como con Annalise, pero de repente recordó lo que era tener la edad de Annalise y estar enamorada.

Jenny se daba cuenta por la expresión angustiada de Annalise cuánto debía de haberla afectado la discusión con Jack, y ella no tenía ninguna intención de disgustarla más, pero como el destino le había dado la oportunidad de hablarle con franqueza, Jenny sentía que debía aprovecharla. Y no sólo por el bien de Jack.

— Jack me ha contado lo que pasó —empezó a decir le en tono suave, frunciendo el ceño con sorpresa al ver que la joven la miraba con expresión aterrorizada—. ¿Qué ocurre? —le preguntó en voz baja.

— Me prometió que no se lo contaría a nadie —soltó Annalise.

No podía creer que Jack le hubiera mentido, sobre todo en algo tan importante. Cerró los puños con fuerza para controlar su rabia.



— Era algo personal... ¡No tenía derecho...!

Se calló para ahogar las lágrimas de rabia e incredulidad. Con lo contenta y aliviada que había estado esa mañana... Y de pronto eso.

— Annalise, yo soy su tía —le recordó Jenny con firmeza—. Su tío Jon y yo somos sus tutores legales. Tal vez tenga más de dieciocho años, pero aún nos sentimos responsables de él. Estoy segura de que los dos os creéis ya maduros, pero creo que tú entenderás perfectamente que no es muy prudente por parte de Jack presentarse en casa a mitad de trimestre.

— Yo no se lo pedí... —protestó Annalise, sintiendo que Jenny estaba echándole la culpa a ella.

Estaba segura que de haber estado embarazada, la familia de Jack habría preferido que ella no le hubiera dicho nada a Jack, que se hubiera guardado su vergüenza y hubiera mantenido a aquel hijo no deseado al margen de sus vidas.

— Al final todo se ha arreglado —continuó diciendo Jenny—. Pero esto no debe ocurrir otra vez, Annalise, y eso mismo le he dicho a Jack.

Annalise miró a Jenny con los ojos como platos, llenos de angustia. A Jenny se le encogía el corazón sólo de ver la amargura y el dolor en sus ojos, pero sabía que debía mostrarse firme.

— Sé que tanto Jack como tú os creéis enamorados —continuó Jenny con cuidado—, pero sois muy jóvenes y no nos gustaría ver cómo arruináis vuestras vidas. Es de vital importancia que Jack acabe su carrera, Annalise. Él mismo te lo habrá dicho, lo sé, lo mucho que quiere hacerse abogado.

Annalise sabía lo que Jenny Crighton le estaba diciendo. Le estaba diciendo que la familia de Jack no quería que su vida quedara arruinada por un embarazo no deseado. Tal vez Jenny fingiera estar igual de preocupada por ella, pero Annalise sabía que no era verdad. ¿Cómo iba a estarlo? Ella no significaba nada para los Crighton. Seguramente tampoco significaría mucho para Jack. ¿Por qué iba a significarlo? De haberle importado, no habría roto la promesa que le había hecho contándoselo a su tía.

Annalise no podía soportarlo más y se dio la vuelta y echó a correr, ignorando las llamadas ansiosas de Jenny:

— ¡Annalise... por favor, espera...!

Pero Annalise corría por el aparcamiento con la bolsa de la compra pegada al pecho.



— Menuda metedura de pata —se dijo Jenny mientras observaba la huida de la chica.

Su intención no había sido disgustarla; tan sólo que entendiera la importancia que Jack no repitiera el comportamiento de esa semana y regresara corriendo a casa cada vez que tuvieran una discusión.

Suspirando, Jenny arrancó el coche.



Capítulo 9

— ¿Qué quieres decir con que hemos terminado? —le preguntó Jack a Annalise sin poder dar crédito a sus oídos.

Había estado esperándola más de media hora, y hacía cinco minutos, cuando por fin había llegado, Annalise no había querido abrazarlo y le había dicho con rotundidad que habían terminado, que lo suyo se había acabado...

— Annalise —protestaba Jack—. Mira, sé que esto del embarazo te ha disgustado, pero...

Jack intentó tomarle la mano, pero Annalise sacudió la cabeza y se apartó de él y lo miró con expresión fría. Deseaba decirle que había roto su promesa, pero tenía miedo de ponerse a llorar si lo hacía.

— No entiendo lo que está pasando —le dijo Jack en voz baja—. Te amo.

¿Cómo creer eso? ¿Cómo creer cualquier cosa que le dijera ya?

— Yo pensaba que me amabas —le insistió Jack.

Tenía una bola en la garganta que le impedía respirar bien, una sensación dolorosa y aguda en el corazón. No entendía lo que estaba ocurriendo ni por qué.

Annalise se negaba a mirarlo a la cara, se negaba a decir nada. Estaba enfadada con él, Jack se daba cuenta de eso. ¿Pero por qué? ¿Por qué no había tenido el cuidado suficiente?

— Annalise, por favor... —le rogó.

— No quiero hablar más del tema —le dijo Annalise—. No tiene sentido. No quiero verte nunca más, Jack... Sólo quiero que me dejes sola.

No podía mirarlo. Sabía que si lo hacía perdería el control y rompería a llorar. No había podido imaginar que la vida fuera tan dura, que pudiera sentir tanto dolor. Se sentía enfadada y abandonada, debatiéndose entre odiar a Jack y desear que la abrazara y le dijera que todo iba a salir bien. ¿Pero cómo iba a salir nada bien? Él le había mentido, había roto su promesa, y aunque no lo hubiera hecho Annalise sabía que no podía volver a experimentar el trauma que había pasado de nuevo. Tal vez Jack le hubiera prometido que todo iba a salir bien, pero en ese momento las cosas no podían estar peor.



Jack estaba angustiado de pesar y de amor. Tenía ganas de llorar; pero era un hombre y los hombres no lloraban.

Annalise empezó a alejarse de él.

— Annalise... no te vayas... —le rogó Jack.

Pero ella ya había echado a correr por el camino. Quería ir tras de ella, suplicarle que le diera una segunda oportunidad, pero en ese momento vio a una pareja que avanzaba hacia él en dirección contraria. El camino del río era un lugar demasiado público para hablar con Annalise. La frustración de no tener allí la intimidad que necesitaba, de que otros lo miraran y pensaran que era demasiado joven, le rasgaba el corazón.

Amaba a Annalise y siempre la amaría. Para saber eso no era demasiado joven.

Pero ella ya no lo quería. Se lo había dicho muy claramente. Lo culpaba por el miedo que había pasado pensando que pudiera estar embarazada y por no haber podido protegerla de ello. Jack lo sabía. Y lo sabía porque él también se culpaba a sí mismo. Había sido un egoísta por hacer el amor con ella y no asegurarse de que ella estuviera lo suficientemente bien protegida, y en ese momento estaba pagando por ese egoísmo. Annalise había dejado de amarlo.

Con rabia se apretó los ojos con los dedos para no llorar. Lo que menos le apetecía en ese momento era volver a la universidad, pero no tenía otra alternativa. Había decepcionado a Annalise pero no pensaba decepcionar también a sus tíos.

Medio cegada por las lágrimas, Annalise corrió por el camino del río. Todo había terminado, se había acabado, y ella se alegraba... se alegraba... ¿Cómo podía haberle dicho Jack a su tía lo que debería haber sido su secreto? ¿Y cómo podía pensar ella en seguir amándolo después de lo que había hecho?

— Estás muy pensativa —le dijo Saul a Tullah.

Acababa de llegar a casa del trabajo y se la encontró sentada en el salón, con la mirada perdida.

— ¿Algo va mal? —añadió Saul.

— Bueno, no es que nada vaya mal exactamente, pero...

Tullah procedió a contarle lo que había oído a la puerta del despacho de Jon.



— Al llegar a casa tenía un mensaje de Honor en el contestador invitándonos a ir allí este fin de semana —aspiró hondo—. Estaba pensando en Olivia...

— Sí —concedió Saul con pesar.

— Me dio la impresión de que David quería decírselo antes de la fiesta, pero me pareció también que tiene miedo de que ella se niegue a verlo.

— Estoy seguro de que se negaría —comentó Saul.

— ¿Qué te parece que deberíamos hacer? —le preguntó Tullah a su marido.

— ¿Y a ti, qué te parece? —le preguntó Saul.

Tullah aspiró hondo.

— Bueno, en su lugar yo querría saberlo… antes de que la noticia se hiciera pública. Yo no puedo decírselo. Nos llevamos bien, pero no tenemos tanta confianza. No como...

— ¿Me estás queriendo decir que debería decírselo yo? —le preguntó Saul.

— Sí —le aseguró Tullah—. Y pronto, Saul... mejor esta misma noche...

Olivia había visto la luz parpadeante del contestador cuando entró en casa. Por un momento de idiotez había pensado que podría haber sido una llamada de Caspar. Al oír la voz de su padre le había entrado tanta rabia que se había olvidado de su decepción.

— Olivia, necesito hablar contigo —había dicho—. Hay algo...

Olivia había cortado el mensaje en ese momento sin querer escuchar nada más.

¿Le habría hablado tal vez Jon sugiriéndole que era un buen momento para ponerse en contacto con ella... por ser un momento en el que se sentía vulnerable? Lo que le había dicho Jenny había sido en serio. Su padre era alguien a quien jamás acudiría en busca de ayuda.

Acababa de darles las buenas noches a sus hijas y de apagar la luz de su dormitorio cuando Saul llamó a la puerta. El placer que sintió al verlo la animó. No era lo bastante tonta como para pensar que su primo estuviera allí porque quisiera resucitar su relación de antaño, pero era lo suficientemente mujer y lo bastante vulnerable como para necesitar animar su ego con la atención de un hombre apuesto y sexy.



— Pasa —lo invitó—. Estaba a punto de preparar café.

Saul no tenía ganas de darle la noticia que había ido a darle, y el placer que Olivia mostraba al verlo lo hizo sentirse aún peor.

Esperó hasta que ella hubo terminado de preparar el café para empezar a hablar.

— Livvy, no me resulta fácil hacer esto —empezó a decirle en voz baja.

Al oír su tono funesto a Olivia le dio un vuelco el corazón.

— ¿Qué es? ¿Qué pasa? Caspar...

Dejó de hablar mientras notaba un calor en las mejillas; por la cara que había puesto Saul entendía lo equivocada y elocuente que había sido su relación.

— No. Esto no tiene nada que ver con Caspar —negó Saul, entonces aspiró hondo—. Es sobre David, tu padre...

Por un momento se quedó paralizada. El dolor y la inquietud la pillaron desprevenida.

— Le ha dado otro infarto —aventuró Olivia.

— No. No es nada de eso.

Saul maldijo para sus adentros. No lo estaba haciendo nada bien.

Dejó su taza de café sobre la mesa y tomó las manos de Olivia entre las suyas. Saul tenía las manos suaves y cálidas, consoladoras... Era el gesto de un amigo, se decía Olivia con pesar, no el de un posible amante.

— Honor y él están esperando un hijo.

Ya estaba, lo había dicho.

— ¿Cómo?

La expresión asombrada y tensa de Olivia resultó tan horrible como la reacción que Saul había temido.

— ¿Honor está embarazada? No me lo puedo creer... —protestó Olivia mientras apartaba las manos de las de Saul y se ponía de pie—. No puedo creer que haya sido lo suficientemente estúpida para quedarse embarazada de él sabiendo cómo nos trató a Jack y a mí.



— Las personas cambian, Livvy —le dijo Saul con toda la suavidad que le fue posible, a pesar de la lástima que le daba ver a su prima tan dolida.

— Las personas cambian... —repitió Olivia mientras se paseaba muy enfadada por la cocina.

La mirada perdida de Olivia lo preocupó.

— Quieres decirme que mi padre está contento de que va a tener un bebé... ¿Es eso lo que intentas decirme? —añadió Olivia.

Saul deseó que se lo tragara la tierra.

— Por lo que Tullah oyó decir a Jon, sí, lo está —se vio obligado a reconocer.

— Jack y yo nunca le importamos; pasaba de nosotros totalmente. No significábamos nada para él... nada en absoluto —gritó Olivia.

Entonces era ésa la razón por la que su padre quería hablar con ella... No para intentar convencerla de que le permitiera entrar en su vida y la de sus hijas, sino sin duda para decirle que ya no las necesitaba... toda vez que iba a ser padre de nuevo de un hijo deseado... de un hijo al que amaría.

— Honor ha planeado anunciar su embarazo a toda la familia este fin de semana. Ha invitado a todo el mundo a su casa. Tullah oyó que David se lo contaba a Jon en el despacho y pensó... los dos pensamos que...

Al mirar a su prima a los ojos vio tanto dolor que Saul sintió pena por ella. Sabía que ese dolor se añadía a la tristeza provocada por su ruptura matrimonial, pero también que él no podría consolarla de verdad.

— Si hemos hecho algo mal... —le dijo con suavidad.

Olivia negó con la cabeza.

— No. Al contrario... Agradezco a Tullah que te haya enviado a decírmelo, Saul. Sólo es que... Nunca pensé que... Cuando era niña deseaba tanto que él me quisiera —le dijo en tono desapasionado—. Lo deseaba tanto... casi tanto como deseaba que mamá y él fueran felices juntos, que fueran unos padres normales como Jon y Jenny... Lo deseaba tanto, Saul... Y recuerdo que yo sentía que en parte la culpa era mía de que ellos no fueran...

— Livvy —protestó Saul con voz llena de emoción.

— Lo siento —se disculpó Livvy—. No creo que quieras saber nada de esto.



— Puedes hablar conmigo cuando quieras, pero no puedo quedarme mucho más en este momento —le dijo Saul con pesar—. ¿De acuerdo?

La sonrisa amarga que ella esbozó le partió el corazón.

— Sí, claro que sí —respondió Olivia.

Cuando fue a darle un abrazo ella se apartó. Por un momento Saul vaciló, pero entonces se dio la vuelta y fue hacia la puerta.

Olivia esperó hasta que estuvo segura de que se había marchado antes de dejar que las emociones afloraran a la superficie, que convulsionaran su cuerpo con estremecimientos de angustia.

Honor esperaba un hijo de su padre. Su padre iba a ser padre de otra persona. Esperaba que por el bien del bebé no fuera una niña.

En cuanto el bebé naciera Honor se daría cuenta de lo que era David, y lo mismo le pasaría a todos los demás. Su padre no tenía derecho a someter a otro niño más a la desdicha y la falta de amor que Jack y ella habían experimentado. ¿Pero... y si esa vez las cosas fueran distintas?

¿Y si su padre fuera a seguir el camino de tantos padres de hijos de segundas parejas y adorara al hijo de su madurez?

Olivia se estremeció. ¿Pero qué diantres le ocurría? ¿Por qué iba a importarle el comportamiento de su padre? Él no era ya nada para ella. ¡Nada!

El pánico, el dolor, el miedo... el aborrecimiento de sus propios sentimientos, unidos a una rabia ciega hacia su padre, la consumían impidiéndole concentrarse en nada más. Si Caspar hubiera estado allí... Caspar... ¿Por qué diantres se ponía a pensar en él?

Caspar hizo una mueca de fastidio mientras se disponía a atender los estridentes timbrazos de su teléfono móvil. Por un momento había esperado, pensado que tal vez pudiera ser Olivia. Había perdido la cuenta de las veces que había sentido la tentación de llamarla. Deseaba poder escuchar a sus hijas, oír la voz de Olivia... Con tristeza se recordó todas las razones por las que su matrimonio había empezado a desmoronarse, de las cuales la más destructiva era el hecho de que Olivia estaba totalmente enganchada a los recuerdos de su infancia, de los cuales se negaba tanto a olvidarse de ellos como a reconocer lo destructivos que resultaban.

Sin duda entendía que Olivia lo había pasado muy mal, que había sufrido lo indecible; él tampoco había tenido una infancia demasiado buena. Como ya eran los dos adultos, a él le fastidiaba mucho cómo Olivia había puesto de relieve todo lo que



ella pensaba que él hacía mal y lo había relacionado con el comportamiento de su padre, como si ellos dos fueran una misma persona.

— ¿Perdone, va a quedarse mucho rato aquí en esta plaza? Está reservada para el personal médico del centro, y tengo a muchas personas esperando ser atendidas —dijo una voz femenina que lo sacó de su ensimismamiento.

— Lo siento —se disculpó—. No me había dado cuenta de que era una plaza reservada. En realidad, sólo me había parado porque estaba sonando mi móvil.

Cuando se volvió para mirar bien a la mujer cuya destartalada camioneta le bloqueaba en ese momento la salida se quedó boquiabierto. Era el sueño de cualquier hombre de sangre caliente: alta, esbelta, pero con curvas en los lugares adecuados. Tenía el cabello rubio dorado, los ojos muy grandes, de un azul intenso, y una boca rosada y voluptuosa.

Vestida con vaqueros y una camisa a cuadros, aparentaba unos dieciocho años; pero por su comporta miento Caspar adivinó que debía de ser mucho mayor.

— Me quitaré de en medio en cuanto dé marcha atrás y me deje salir —le dijo Caspar.

— De acuerdo... Noto por su acento que es forastero en la ciudad y supongo que las marcas de aparcamiento reservado no están demasiado claras, pero eso no lo exime de tener mucho cuidado —le dijo con severidad—. Ahí dice con toda claridad que esto es un centro médico...

Caspar vio con pesar que la joven tenía razón.

— De verdad que lo siento —se disculpó.

No llevaba uniforme de ningún tipo, y Caspar se preguntó a qué se dedicaría.

— ¿Trabaja aquí? —le preguntó él con curiosidad.

— Eso es —respondió ella mientras le echaba una mirada seca—. Trabajo aquí, pero no ligo con extraños aunque conduzcan una Harley Davidson...

Caspar no pudo resistirse, y una amplia sonrisa iluminó su cara mientras una provocación asomaba a sus labios.

— No, pero sin duda su trabajo si está empleada aquí es atender a los extraños, cuidarlos, curarlos...

— Soy psiquiatra... —le respondió en el mismo tono seco—. Y como parece que no le vendría mal un consejo gratis, déjeme decirle que esa frase no convence a ninguna mujer de hoy en día.



— ¿Entonces qué es lo que convence hoy en día? —le preguntó Caspar en tono suave.

No recordaba cuándo se había divertido tanto, cuando se había sentido tan vivo, tan hombre... tan provocado y sí, tan excitado de un modo tan básico por una mujer que no fuera Olivia. Con deleite observó el delicioso bamboleo de sus caderas al tiempo que se apartaba de él y avanzaba hacia su coche sin dignarse a responder a su comentario.

Y bien, ¿qué había esperado? Había hecho bien en no responderle. El mundo estaba lleno de hombres que podían ser muy peligrosos, y ella había tenido la sensatez suficiente como para mostrarse cauta.

En ese momento se había montado en su coche e intentaba arrancarlo. Intentaba arrancarlo... Caspar frunció el ceño al reconocer por el ruido apagado que la camioneta no arrancaría sin la ayuda de un mecánico o de un nuevo motor de arranque.

Vio que la puerta del vehículo se abría y que la joven salía de nuevo. A Caspar le costó trabajo ahogar una sonrisa de pura satisfacción cuando ella se agarró las manos y le dijo con evidente irritación y vergüenza:

— ¡No arranca! Voy a tener que avisar al taller para que me envíen una grúa.

— ¿Cuánto le va a llevar eso? —le preguntó Caspar, intentando adoptar una expresión severa—. Sólo pasaba por aquí, y necesitaba buscarme una habitación donde pasar la noche, además de ir a comer algo después.

— No es culpa mía —dijo la mujer, recuperando un poco la confianza en sí misma—. Como he dicho, usted no debería haber aparcado aquí para empezar. ¿Y hacia dónde se dirige? —le preguntó ella con curiosidad, aunque inmediatamente pareció avergonzarse, como si le pesara haber mostrado interés por él.

— Donde me lleve la carretera —le dijo Caspar—. Estoy intentando satisfacer una ambición que tengo desde la adolescencia de cruzar el país de costa a costa.

— ¿En una Harley?

— Sí —concedió mientras esbozaba una sonrisa pícara — Es una pena que no sea usted médico internista; había olvidado que cierta parte de mi cuerpo era mucho más resistente a los dieciséis de lo que lo es ahora cerca de los cuarenta.

— ¿Me va a decir que a su esposa no le importa que se haya marchado sin ella? Veo que lleva anillo de casado... —le dijo, asintiendo con la cabeza en dirección a su mano.

— Hemos terminado... Nosotros... Ella se ha vuelto a Inglaterra con nuestras hijas. Es abogada, y cuando se despidió de mí me dijo que quería que todo se hiciera de



manera legal. Así fue como nos conocimos, a través del mundo de las leyes. Soy profesor de Derecho y... —Caspar dejó de hablar y sacudió la cabeza—. Lo siento... supongo que esto pasa cuando uno va conduciendo solo durante demasiados días, que empiezo a aburrir a los extraños con la historia de mi vida.

— Soy psiquiatra. Nosotros no nos aburrimos —le dijo—. Tendré que esperar aquí hasta que vengan los del taller, pero si le apetece podría mostrarle un sitio estupendo para ir a comer en la ciudad; es un italiano, y además tiene habitaciones.

Caspar aspiró hondo. Su instinto le decía que podría estar metiéndose en un buen lío... ¿Pero por qué no? Él era un hombre libre, ¿o no? Olivia le había dicho que ya no lo quería...

— Me parece estupendo —respondió—. Por cierto, soy Caspar Johnson —se presentó.

— Molly Reilly.

Reilly. Así que eso explicaba esos maravillosos ojos celtas y aquella piel lisa y blanca, aunque los dientes perfectos eran sobre todo americanos, pensaba Caspar mientras le estrechaba la mano que ella le tendía.

Una de las peores broncas que había tenido con Olivia había sido curiosamente por los dientes de las niñas. Él había querido que se les pusiera una ortodoncia y Olivia, lo recordaba muy bien, se había mostrado horrorizada.

— Sería como quitarles su personalidad —había pro testado Olivia—; como rehacerlas, Caspar; y por culpa de eso sentirán que no son lo suficientemente buenas, que tienen que ser perfectas para poder merecer el amor de los demás. Y yo no quiero eso para ellas, Caspar.

— Por amor de Dios, Livvy, sólo estamos hablando de arreglarles los dientes, nada más —había explotado él con exasperación.

— Pensé que había dicho que se había terminado...

El comentario de Molly pilló a Caspar de sorpresa.

— ¿Cómo se ha dado cuenta? —empezó a decir.

— Tengo treinta y cuatro años —dijo Molly en tono seco—, y supongo que es edad suficiente para saber cuándo un hombre casado está pensando en su esposa.

— La verdad es que estaba pensando en mis hijas —la rectificó Caspar—. Bueno, a ver qué tal está este italiano...



— Vamos, Jen, o llegaremos tarde —le advirtió Jon—. David dijo que estuviéramos allí a las tres y ya han dado las tres hace un rato.

Jenny negó con la cabeza. No le había apetecido ir a la fiesta de David y Honor, y se lo había comunicado a Jon.

— ¡Como no vamos a ir! Debemos ir —había contestado él—. David es mi hermano.

— Sí, y también es el padre de Jack y Livvy —le había recordado ella con sencillez—. ¿Cómo crees que se van a sentir, sobre todo Livvy, cuando se entere de la noticia?

— Jen, Livvy es una adulta —le había dicho Jon—. David las ha invitado a ella y a las niñas.

— No irá —le dijo Jenny con convencimiento.

— ¿Crees que vendrá? —le preguntó David a Honor con nerviosismo.

Honor supo inmediatamente a quién se refería.

— No te hagas muchas ilusiones —le advirtió con suavidad.

— Oh, Dios, Honor, ojala... Quería decírselo yo mismo antes que a nadie... para que fuera algo especial que pudiéramos compartir; igual que has hecho tú con Abigail y Ellen.

Honor sonrió con tristeza mientras escuchaba a su marido. La relación que ella tenía con sus hijas estaba a años luz de la que David tenía con los suyos, pero incluso ellas se habían quedado perplejas y asustadas al enterarse la noticia, y en el caso de Ellen había habido una hostilidad muy directa cuando su madre se lo había contado. Aunque una vez que se le había pasado el susto inicial, su hija Ellen se había disculpado por su comportamiento negativo.

Si sus hijas, que sabían cuánto las quería, podían llegar a sentirse ligeramente amenazadas y algo disgustadas por la noticia de que David y ella iban a ser padres, ¿cómo diantres se iba a sentir Olivia?

A Honor le dolía no sólo que su hijo o hija fuera a nacer en una situación tal, sino también que el nacimiento de un hijo, que debería ser algo que los llenara de felicidad, pudiera ser la causa de tanta tristeza y dolor.

Había discutido el tema con el padre Ignatius mientras habían estado trabajando juntos en la despensa. Le encantaba utilizar aquella palabra antigua para



describir la habitación donde guardaba las hierbas y donde preparaba sus remedios, y que estaba llena de connotaciones de los tiempos medievales y de las habilidades de un herbalista.

— Ojala hubiera un brebaje que pudiera servirle a Olivia —había exclamado con pesar.

— La respuesta al padecimiento de Olivia sin duda está dentro de ella —había respondido el cura.

Cuando Honor lo había mirado con curiosidad, él había continuado explicándole.

— El amor de su padre está ahí para ella, y su dolor y arrepentimiento para el dolor de su pasado, pero David no puede obligarla, sólo puede ofrecérselos.

— ¿Y si Olivia sigue negándose a aceptarlos? —le había preguntado Honor.

El padre Ignatius había suspirado y sacudido la cabeza.

— Si lo hace, y me temo mucho que sea así; entonces tanto ella como David continuarán sufriendo.

Y allí estaba ella, relacionando ese sufrimiento por Olivia con el hijo que llevaba dentro.

Honor se llevó la mano al vientre, todavía plano; tal vez no hubiera planeado aquel embarazo, pero su bebé ya era una fuente de alegría para ella.

Olivia no iba a ir. David lo sabía.

— No podemos quedarnos mucho rato —le estaba diciendo Jon—. Jenny tiene que cuidar de los niños esta noche en Queensmead. Le toca hacer de abuela.

Abuelo. Él también era abuelo; abuelo igual que Jon, pero dudaba de que sus nietas supieran de su existencia.

David miró a su alrededor mientras tomaba un sorbo de la bebida que tenía en la mano. El sacerdote, del modo más previsible, estaba charlando con Ben y Freddy. Honor se estaba riendo de algo que le estaba contando Jon. Habían invitado adrede tan sólo a los familiares más allegados.



— ¡Jenny! —exclamó David cuando entró en la cocina y vio allí a su cuñada—. Me alegro que hayas venido. Significa mucho para Honor... Sabiendo lo ocupada que estás de momento con todo —dijo David—. Ojala Livvy hubiera podido venir.

— Livvy no puede ir a ninguna parte —le dijo Jenny en voz baja—. Tiene dos niñas de las cuales debe cuidar, está trabajando todo el día y no tiene a su marido para que le eche una mano y la apoye.

— ¿De verdad quieres decir que Livvy no puede ir a ningún sitio? —le preguntó David rápidamente.

— Sin duda estarás al corriente de sus problemas —insistió Jenny—. Jon te lo habrá dicho. Normalmente yo le echaría una mano pero ahora me es imposible. Jon le ha dicho que se tome en el trabajo todo el tiempo libre que necesite, pero, por supuesto, ella no quiere... Ha estado intentando encontrar a alguien que se ocupe de las niñas, aunque la cosa se presenta difícil. ¿Pero por qué te estoy contando esto, David? Tú eres su padre. Tú deberías saberlo; pero a ti no te importa, ¿verdad? Lo único que te importa es tu nueva vida.

— ¡Jenny!

El horror en la voz de Jon asustó a Jenny y le cortó la palabra. No lo había oído entrar en la cocina, pero la rabia y el dolor en su expresión cuando él se volvió y empezó a disculparse con David resultaron incuestionables.

— No pasa nada, Jon —le dijo David en tono sereno para tranquilizar a su hermano—. Y Jenny tiene parte de razón, aunque hay algo en lo que está totalmente equivocada. Me importan Jack y Livvy, Jenny; me importan muchísimo.

La explosión de Jenny lo había asombrado, aunque nada en comparación con lo que su cuñada le había comentado sobre Olivia.

Sabía que las cosas no le iban especialmente bien, por supuesto, pero las palabras de Jenny le habían pintado la situación de una persona totalmente aislada y sola, e inmediatamente eso había provocado en él una necesidad apremiante de hacer algo para ayudarla y protegerla. Olivia era carne de su carne… su hija... su niña. David cerró los ojos. Debía hacer algo... tenía que hacer algo.

— ¿Jenny, cómo has podido hablarle así a David? —le preguntaba Jon con confusión de vuelta a casa, después de haber llevado a Ben a Queensmead primero.

— ¿A qué te refieres? Simplemente le he dicho la verdad... —se defendió Jenny—. Y ahí está él, celebrando la concepción de un nuevo hijo, mientras que Livvy...



Jon frunció el ceño. De no estar totalmente seguro de lo contrario, habría pensado por su comportamiento que Jenny estaba celosa de Honor y de David y del bebé que ambos esperaban.

— Honor, he estado pensando en este problema que tiene Livvy para encontrar a alguien que cuide de las niñas. Yo tengo mucho tiempo libre, y son mis nietas. Como Jenny no puede ayudarlas... —la voz de David se fue apagando al ver cómo lo miraba Honor—. No te parece buena idea —adivinó con desaliento.

— Me parece una idea excelente —le aseguró Honor—. Pero dudo de que a Olivia también le parezca así.

— Vale la pena ir a verla y ofrecerle mi ayuda —le dijo David con entusiasmo—. Esta podría ser la oportunidad que había estado buscando, Honor; un modo de demostrarle a Livvy lo mucho que me pesa todo lo que hice... Y, además, quiero verla —añadió con emoción — Esto se lo debo a ella y... a ella o a él, sea lo que sea lo que vaya a nacer —sonrió mientras le acariciaba el estómago con suavidad—. Quiero decirle lo del bebé en persona —David hizo una pausa al ver la expresión pensativa de Honor—. No quieres que lo haga, ¿verdad? —le preguntó en voz baja al verla así.

— No quiero que te disgustes o que sufras —continuó Honor—. Sé lo mucho que significaría para ti arreglar este asunto entre vosotros, David, y sé también lo mucho que Olivia necesita el bálsamo que el perdonarte a ti y a sí misma le va a proporcionar —hizo una pausa y suspiró—. Pero creo que aún no está preparada.

— Eres una mujer maravillosa; ¿te lo he dicho alguna vez? —le susurró David mientras la besaba—. Entiendo lo que quieres decirme, Honor —reconoció cuando ella le sonrió—. Pero aun así lo voy a intentar. Desde un punto de vista práctico, al menos, Livvy necesita ayuda, y después de todo yo soy su padre. Iré a verla mañana mismo. Es domingo y no tiene que ir al trabajo... Imagino que a veces renegarás de mí por traerte tantos problemas familiares.

— En tu familia no hay ni la mitad de problemas o de líos que en la mía —le dijo Honor con una sonrisa.

Ella se inclinó sobre él y le dio un beso en la frente y después en la nariz, suspirando de placer cuando él la abrazó contra su pecho.

— ¿Pasa algo si...? —le susurró David mientras le rozaba el vientre con las puntas de los dedos.

— No pasa nada —le respondió Honor.

Hacer el amor con David no iba a hacerle daño al bebé, pero llegado el momento tendría que plantearse si hacerse o no las pruebas que sí que podrían



hacerle daño a su hijo. Como era mayor para ser madre, le parecía sensato comprobar que todo iba bien.

Pero en ese momento no quería pensar en ello; en ese momento sólo quería disfrutar de lo que tenía...

— Mmm... qué placer... —le dijo a David en tono sensual mientras él la acariciaba los pechos—. Házmelo otra vez...



Capítulo 10

Sara se sonrió con placidez. Era su día libre e iba de camino a un exclusivo club de descanso y golf cerca de Chester, del que Frances y su familia eran socios, para pasar el día a expensas suyas, disfrutando de las instalaciones del club.

— Es lo menos que podemos hacer por el maravilloso trabajo que has hecho con la contabilidad y la administración —le había asegurado Frances cuando ella le había dado las gracias.

De modo que allí estaba, siguiendo las detalladas direcciones que le había dado Frances, atravesando la bonita campiña del condado de Cheshire.

Además de los comentarios despectivos de la familia Crighton, Tania se había mostrado igualmente poco entusiasta acerca de su ciudad natal, comentando que en realidad no era más que un poblacho remoto y aburrido. Pero Sara se había dado cuenta de que en realidad era todo lo contrario, y además de que Tania se había olvidado de mencionar su pasado histórico.

En cuanto tuviera oportunidad, Sara se había prometido a sí misma que exploraría los alrededores de la ciudad, que visitaría sus murallas antiguas, el museo de la mina de sal y el castillo; pero ese día se contentaba con estar en su coche de camino a su destino.

Frances le había hablado muy bien de los distintos tratamientos de belleza que había en el club, mientras que su esposo había mostrado el mismo entusiasmo por los campos de golf.

— Te encantará la piscina, y el restaurante es igual de bueno.

— Pero no tanto como el tuyo —le había respondido Sara con una sonrisa.

— Pues claro que no —había comentado Frances muerta de risa.

Y allí estaba ella, cruzando las verjas de Camden Park y accediendo a una carretera sinuosa que cruzaba los campos de césped.

Se sonrió con cierto pesar mientras aparcaba su pequeño utilitario junto a un montón de coches a cada cual más lujoso y espectacular.

La recepcionista del complejo no podría haber sido más amable con ella, invitando a Sara a escoger de un abanico muy amplio de tratamientos de belleza.



Después de apuntarse a un masaje y una limpieza de cutis, Sara decidió aprovechar el tiempo que tenía que esperar para que le dieran el masaje dándose un saludable baño en la piscina.

La zona de la piscina era tan lujosa como Frances le había comentado, con las paredes pintadas con frescos italianos. Un largo pasillo con arcos y columnas de mármol conducía al jacuzzi y a la sauna, y las personas que flotaban en el agua resultaban tan decorativas como el en sí, pensaba Sara mientras estudiaba a las mujeres ataviadas con ropas deportivas de diseño, y a los hombres... De pronto Sara se quedó helada. Allí, de pie al otro lado de la piscina gracias a Dios muy entretenido conversando con su acompañante femenino, estaba Nick Crighton.

Desde luego había algo en lo que no se había equivocado, decidió temblorosamente mientras paseaba la mirada por su cuerpo. Tenía el cuerpo tan sexy, tan masculino y tan musculoso como se lo había imaginado, y tenía la piel morena y brillante del agua. Sara oyó que la mujer se reía de algo que le decía Nick mientras él se sacudía el agua del cabello; un suave y delicioso sonido femenino que se ajustaba a la perfección a su apariencia.

Sara la estudió con disimulo, fijándose en que era alta y extraordinariamente esbelta. Llevaba el cabello recogido, pero Sara adivinó que seguramente lo tendría largo; y quienquiera que fuera ella, no había lugar a dudas de que Nick Crighton y la mujer se conocían muy bien. Cuando la chica levantó la mano y la colocó sobre el brazo de Nick, él se acercó más a ella. Una oleada de envidia intensa sorprendió a Sara, asombrándola por la explicitud del mensaje que le transmitía. Era ella la que deseaba estar tocando a Nick...

Nick se apartó de la mujer y se tiró limpiamente a la piscina. Sara no pudo evitar fijarse en su manera de nadar, con potentes brazadas que surcaban el largo de la piscina olímpica. Cuando levantó uno de los brazos para dar la brazada, Sara vio una cicatriz blanquecina en la parte superior del brazo. ¿Qué le habría pasado? Una mezcla de ternura y debilidad la recorrió de arriba abajo como un potente narcótico. Sara deseaba ir a él, abrazarlo, tocarlo, y que él también la tocara. Deseaba lamerle las gotas de agua de su piel, agarrarse a él, pegar su cuerpo al suyo. Quería...

Desconsolada, Sara cerró los ojos mientras mentalmente se reía de sí misma.

— Sólo es un hombre que está nadando... eso es todo —dijo en voz alta.

En contra de su voluntad, su mirada volvió a fijarse en él. En ese momento estaba nadando a espalda, con brazadas potentes y elegantes. Sara se quedó mirándolo ensimismada, dejándose llevar por las imágenes que toda aquella fuerza masculina y sensual provocaban en ella, y que le alborotaban los sentidos de aquel modo. Se pasó la lengua por los labios; el corazón le latía muy deprisa, el deseo le quemaba las entrañas...



De pronto sintió la garra de los celos arañándole el corazón. ¿Quién era la mujer que estaba con él, y qué derecho tenía él a estar con ella después de lo que le había dicho? Sus sentimientos la horrorizaron de pronto. ¿Pero qué le estaba ocurriendo? Apenas si quedaba en ese momento rastro de la Sara normal en aquella criatura torturada de deseo sexual y celos en la que de repente se había convertido.

Nick estaba en ese momento saliendo de la piscina por la escalerilla, y fue entonces cuando Sara vio por primera vez la larga cicatriz que tenía en el torso.

Asustada, exhaló un suspiro tremendamente sentido. Aunque sin duda estaba demasiado lejos como para haberla oído, de pronto y por alguna razón desconocida, Nick se quedó inmóvil y miró en dirección suya. Inmediatamente Sara retrocedió y se dio la vuelta. Oyó a Nick llamándola, pero de ninguna manera iba a darle la satisfacción de que pensara que había estado observándolo, deseándolo...

Al otro lado de la piscina, Nick resopló con fuerza. Cuando Bobbie Crighton vio la mirada petrificada de Nick le sonrió divertida. Luke y ella se habían encontrado a Nick de casualidad. Ellos dos eran socios del club, y Luke estaba jugando al golf con unos amigos mientras Bobbie quería darse un baño antes de ir a hacerse una manicura. Sus hijos estaban pasando el día con los abuelos, y ella iba de camino a las salas de tratamientos de belleza de la segunda planta cuando se había encontrado a Nick, que le había explicado que su hermano Saul había insistido en que aprovechara que él y Tullah eran socios para poder hacer un poco de ejercicio que lo ayudara a recuperar los músculos dañados.

— ¿Alguien conocido? —le preguntó en voz baja mientras seguía la dirección de la mirada rabiosa de Nick.

— Sara Lanyon. Trabaja para Frances Sorter —le dijo a Bobbie con fastidio—. Está emparentada por el segundo matrimonio de su abuelo con la ex esposa de David, Tania, de quien parece habérsele pegado una antipatía estúpida por los Crighton en general, por los hombres de la familia en especial... ¡Y por mí particularmente!

— ¡Vaya! —le dijo Bobbie en tono comprensivo, pero en sus ojos había una mirada de pesar.

¿Acaso no había llegado ella también a Haslewich con una actitud similar? Le intrigaba pensar que otra mujer compartiera un antagonismo similar al que había sentido ella. ¿Acabaría cambiando como le había pasado a ella? Bobbie sonrió al pensar en cómo Luke Crighton había sido una pieza esencial en su cambio de actitud.

— ¿Qué tal se las apaña Olivia? —le preguntó, cambiando de tema—. De no haber quedado en llevar a los niños a Estados Unidos para pasar la Navidad, me habría ofrecido a ayudarla.



Bobbie había cuidado a las hijas de Olivia cuando habían sido más pequeñas, y Olivia y ella habían estado muy unidas hasta que Olivia había vuelto a trabajar a tiempo completo, después de lo cual Bobbie y ella no se habían visto tan a menudo.

— Según Saul, era imposible que Livvy se tomara bien la vuelta de David, aunque lo cierto es que ni él ni Tullah hablan demasiado de ella. Después de todo, hubo un tiempo en el que Olivia y Saul estuvieron muy unidos...

— Sí, pero eso fue antes de que Saul conociera a Tullah —señaló Bobbie.

— Ah, pero vosotras las mujeres podéis ser bastante posesivas con vuestros hombres —le dijo Nick adrede para tomarle el pelo.

— Nosotras, las mujeres... —empezó a decir Bobbie, que al momento se echó a reír al entender la broma de Nick—. Los celos de una mujer no son nada cuando se comparan con los de un hombre —le advirtió—. ¡Espera y verás! —añadió—. Será mejor que me marche si no quiero llegar tarde a mi tratamiento de belleza.

— Nos vemos a la una para almorzar —le recordó Nick.

Se había prometido a si mismo ir a hacer un poco de ejercicio al gimnasio para trabajar los músculos dañados, pero de pronto se dio cuenta de que sólo podía pensar en Sara.

Había recibido una carta esa mañana de Ffion Davies, la esposa de un terrateniente local de la zona de Pembrokeshire, donde él vivía. Ffion era su ayudante y tenía una llave de su casa. Le había escrito una nota a mano, adjunta a la carta que le había enviado, que decía: « ¡Parece urgente... y muy interesante!».

La carta era de un hombre que se había negado a identificarse, aparte de afirmar que era un diplomático de alto nivel. Le daba a Nick un apartado de correos donde debía contestarle, y le pedía ayuda para asegurar la libertad de su hija, que había sido secuestrada por un grupo religioso separatista de un país de Extremo Oriente.

Su petición quedaba algo al margen del campo operativo habitual de Nick en el sentido que se le estaba pidiendo que utilizara su habilidad para negociar y su familiaridad con la política de la zona en cuestión en lugar de su aptitud en asuntos legales. El gobierno del país en cuestión ya le había dejado claro al diplomático que no estaba listo para negociar con los rebeldes, y el hombre temía por la seguridad de su hija. A Nick no le extrañaba nada; había habido demasiados incidentes con rehenes asesinados en tales circunstancias como para no preocuparse.

Estrictamente hablando, había otras agencias mejor surtidas que él para tratar con una situación tal pero... Era precisamente la clase de desafío que necesitaba en ese momento. Y lo alejaría de Haslewich y de Sara si era capaz de ponerse en forma de nuevo.



Sara sonrió con voluptuosidad mientras se relajaba bajo las manos experimentadas de la masajista. Estaba soñando que estaba en una playa tropical observando a Nick, que nadaba hacia ella surcando las aguas cristalinas.

De pronto, a través de la pared que compartía la sala contigua, se oyó el sonido de una risa femenina,.. ¡Era la mujer que había visto con Nick! En ese momento la mujer iba caminando por la playa. Era alta y tenía un cuerpo impresionante, y Nick cambió de dirección y le dio la espalda a ella para nadar hacia la intrusa.

— Ya está —le dijo la masajista sonriendo, devolviendo a Sara a la realidad—. Lista.

Sara le dio las gracias y se levantó despacio de la camilla. Lo normal era que se sintiera relajada, pero gracias a Nick Crighton y a su acompañante, lo que menos sentía era tranquilidad.

Mientras se cepillaba el cabello y se vestía se reprendió para sus adentros por sentirse así. Sólo porque llevara casi una semana luchando contra el deseo ardiente que Nick había provocado en ella, no quería decir que exagerara y se sintiera como una amante posesiva. Del mismo modo que no había razón para sentir aquel fuego... aquella avidez... ¡Aquella lujuria!

Nunca se había tenido por una mujer sensual; pero la verdad era que tampoco había sido nunca celosa.

Miró su reloj y vio que era casi la hora de ir a almorzar.

Sara quería olvidarse de aquel deseo, de destruirlo y subyugarlo. ¿Pero cómo hacerlo? La mejor manera de enfrentarse a un fuego era desafiándolo, no huyendo de ello... ¿Tendría razón Nick? Tal vez ceder ante aquel deseo ardiente fuera la mejor manera de enterrarlo para siempre.

La cafetería donde había reservado una mesa estaba llena de gente. Estaba a punto de seguir a la camarera a su mesa cuando los vio: Nick y su amiga iban hacia ella, agarrados del brazo y sonriéndose con familiaridad. Esa vez el golpe de los celos fue como una coz: rápido, fuerte y terriblemente violento, tanto que tuvo que abrir la boca para respirar.

— ¿No es ésa la joven de esta mañana? —le preguntó Bobbie a Nick en cuanto vio a Sara.

Nick, que ya la había visto y había decidido por su bien ignorar su presencia, concedió con pesar:

— Sí.



— Parece como si estuviera sola. Vamos a sentamos con ella —le sugirió Bobbie, que disimuló su diversión con una sonrisa ingenua al ver la expresión ceñuda de Nick.

— No creo que... —empezó a decir él, pero Bobbie no lo dejó terminar.

Estaba intrigada por conocer a Sara después de lo que Nick le había contado de ella, e incluso la intrigaba más la reacción de Nick hacia esa joven.

— Quedaría muy mal si no fuéramos —le dijo Bobbie—. Después de todo, es casi como de la familia, ¿no te parece?

Nick arqueó las cejas, pero sintió que no iba a poder disuadir a Bobbie.

Cuando Sara vio que Nick y su acompañante se dirigían hacia la mesa donde estaba ella, apenas pudo contener su rabia. ¿Cómo era posible que deseara a un hombre que podía ser tan fresco, tan evidente?

Su acompañante, notó Sara, llevaba un precioso anillo de compromiso y anillo de casada.

— Sara —empezó a decir Nick cuando llegaron a su mesa—. Deja que te presente a Bobbie...

— ¿Te importa si nos sentamos contigo? —Bobbie tomó el relevo, sentándose rápidamente, antes de que Sara pudiera objetar.

Sara la miró con ojos vidriosos. De cerca era aún más bella de lo que había imaginado. ¿Pero qué estaba haciendo con Nick? Estaba casada. ¿Cómo se atrevía él? ¿La amaría...? ¿Estaría ella...?

Perdida en la confusión de sus pensamientos, Sara no vio que Nick le acercaba la mano al brazo hasta que fue demasiado tarde. Pegó un respingo al sentir que le rozaba el brazo desnudo, como si la hubiera quemado, y mientras se ponía primero colorada y después pálida, Sara notó que había empezado a temblar, y que su cuerpo reaccionaba irremediablemente a su caricia. Vio por la mirada de Nick que su reacción lo había sorprendido tanto como a ella, y de pronto, para asombro de Sara, empezó a hablar sin saber de dónde le salían esas palabras.

— Esa proposición que me hiciste el otro día —dijo Sara en tono ronco—. He cambiado de opinión...

Nick se quedó mirándola petrificado. Sabía exactamente a qué «proposición» se refería Sara. Estaba hablando del comentario tonto y atropellado de correr una aventura breve pero intensa.

Le costó unos segundos asimilar lo que acababa de oír. Sara estaba accediendo a practicar el sexo con él... Así sin más... sin que hubieran... sin que ellos...



— Tengo que marcharme —dijo ella con evasivas.

Sara no podía creer lo que acababa de hacer... lo que acababa de decir. Se sentía totalmente extraña, como si un ser de otro planeta la hubiera poseído, como si la hubiera inducido a comportarse de un modo totalmente impropio de ella.

Divertida, Bobbie observó el juego entre ellos dos en silencio. Sentía el calor de la tensión sexual que ambos generaban.

— ¡Sara! —protestó Nick.

Pero ya era demasiado tarde, porque Sara se alejaba en ese momento de la mesa.

— Mmm... ahora sí que me pica la curiosidad —se burló Bobbie—. ¿Es que no vas a ilustrarme de algún modo?

— No hay nada que explicar —le contestó Nick con expresión severa.

Bobbie se echó a reír.

— ¿Ah, no? ¿Y que hay de cierta proposición? —dijo Bobbie.

— No es más que un pequeño asunto de negocios —mintió Nick quitándole importancia.

— Si tú lo dices —aceptó Bobbie en tono dulce, pero Nick vio que seguía sonriendo.

Sara había accedido a acostarse con él... ¿Entonces por qué no se sentía triunfante? ¿Por qué tenía esa sensación fría de sobrecogimiento y decepción en la boca del estómago...? Seguramente porque ella había interpretado mal su comentario; por eso mismo. Sí, quería llevársela a la cama, pero él era un hombre chapado a la antigua que prefería salir de caza a que su presa se le ofreciera...

¡Tonterías! ¿Entonces de dónde salía aquella sensación de decepción, casi de desilusión?

Se había equivocado al pensar que Sara era de esa clase de mujeres para las que el amor y el deseo sexual se daban la mano. ¿Por qué el pensar en que no era así provocaba en él sentimientos tan negativos?

Cuando Sara llegó al coche estaba temblando; de ninguna manera podía quedarse ya en el complejo. No entendía lo que la había empujado a actuar como lo había hecho, pero sabía que su orgullo no le permitiría recordar las temerarias palabras.



Se preguntó qué ocurriría después. Al menos Nick tendría que darle alguna explicación a su acompañante, o calmarla de alguna manera, y sin embargo a Sara le había parecido que estaba más divertida que asombrada o dolida por el desafío suyo. Y en absoluto había demostrado los celos que ella había sentido; unos celos que la habían invadido, que se habían apoderado de su personalidad y habían tomado el mando.

David oyó el ruido cuando abrió la puerta de su coche en el camino de la casa de Olivia. Una niña lloraba y gritaba. Instintivamente corrió hacia el lugar de donde parecía surgir el llanto, conteniéndose al ver a sus dos nietas, a la mayor que se inclinaba con gesto protector sobre su hermana pequeña, quien se agarraba la rodilla, con la mano llena de sangre.

Cuando se agachó a su lado, la mayor le dijo:

— Alex se ha hecho daño.

— Sí, lo sé —dijo David con calma—. ¿Mira, por qué no me quedo aquí y tú vas a buscar a mamá?

Obedientemente, Amelia dejó a su hermana pequeña y corrió hacia la casa.

David sonrió a Alex.

— ¿Por qué no me dejas que le eche un vistazo? —le sugirió con amabilidad.

— Me duele —sollozó Alex.

— Lo sé —dijo David en tono comprensivo. Cuando David bajó la vista y vio un pedazo de vidrio lleno de sangre en el camino se quedó helado. Estaba claro que la niña se había cortado. ¿Pero sería un corte profundo?

Muy despacio, David se acercó a ella mientras intentaba tranquilizarla para que le dejara echarle un vistazo a la herida. Al ver que el corte era relativamente pequeño, suspiró aliviado.

— ¿Pero qué haces tú aquí?

David se puso tenso al oír la aversión en la voz de Olivia, pero Livvy no estaba mirándolo a él. Se había puesto pálida y corría apresuradamente hacia su hija pequeña.

— Alex... Oh, Alex...



— No es nada —le aseguró David—. Parece más de lo que realmente es. No es más que un corte poco pro fundo...

— Y claro, tú eres un experto —le soltó Olivia con amargura.

— No, un experto no —le respondió David con serena dignidad—. Pero sé lo suficiente para reconocer una herida sin demasiada importancia. De todos modos, habrá que limpiársela. ¿Quieres que la lleve dentro?

— ¡No! —se negó Olivia inmediatamente.

Pero para desgracia suya, cuando fue a levantar a la niña en brazos, la pequeña la miró y le dijo:

— Quiero que me lleve él.

Olivia cedió con fastidio. Se levantó y echó a andar delante de David hacia la casa.

Mientras observaba a su padre curando a su hija y a Amelia mirándolo con adoración, Olivia sintió como si de algún modo hubiera retrocedido en el tiempo y fuera ella la que estaba en brazos de su padre.

Habría tenido más o menos la edad de Alex, tal vez un poco mayor. Recordaba que había estado jugando con Max en el jardín de Queensmead, en una parte donde los mayores no los veían. Habían discutido por algo y Max la había empujado. Había sido Jenny la que los había encontrado, asustándose al ver las rodillas arañadas y llenas de sangre de Olivia, y la que la había tomado en brazos y llevado hasta donde estaban los demás adultos al otro lado del jardín.

— Tania, Livvy se ha caído y se ha hecho daño en las rodillas —le había dicho Jenny su madre.

Olivia aún recordaba la mirada de irritación y contrariedad de su madre, que se había apartado de ella exclamando:

— Ah, no. A mí no me la des, Jenny. Se me va a manchar toda la ropa de sangre y este vestido es nuevo. Dásela a David. Él se ocupará de ella. David... —lo había llamado Tania.

Olivia recordaba perfectamente cómo su padre, que había estado charlando con Ben y Jon, se había vuelto impacientemente a mirarlos.

— Olivia se ha hecho una herida en las rodillas. Tendrás que llevarla dentro y lavarla —le había dicho Tania.



David había continuado con la mala cara, y Olivia había oído decir a su abuelo:

— Maldita niña. Deja que una de las mujeres se ocupe de ella, David.

Olivia se había encogido cuando su padre la había tomado de los brazos de Jenny. Entonces la había llevado al baño y le había limpiado la herida con agua y jabón.

— ¿Cómo te lo has hecho? —le había preguntado su padre mientras le echaba antiséptico en la herida.

Cuando ella no había respondido, puesto que no quería decir lo que le había hecho Max en caso de que su padre se negara a creerle, él había sacudido la cabeza y le había dicho con pesar:

— Bueno, intenta no ser tan torpe de ahora en adelante.

Había sido Jenny la que la había consolado más tarde, quien la había abrazado y preguntado si se sentía mejor. Pero a Olivia le hubiera gustado que hubiera sido su padre quien la hubiera abrazado.

Y en ese momento estaba allí con su hija, mostrando hacia ella toda esa ternura y esa preocupación que tantas veces le había negado a Olivia. Su aspecto en ese momento era el de un abuelo cariñoso y tierno, pero era una imagen en la que Olivia se negaba a creer.

¿Cómo podía creer nada de eso? Jamás había sido un padre afectuoso para ella, y sin embargo en unos meses volvería a ser padre... Pero esa vez, el hijo que había concebido recibiría un amor que ella jamás había recibido.

La intensidad de sus emociones la asustó. Ella ya era adulta, era madre, y no debía preocuparse por los traumas de su niñez.

Fue a retirar a Alex de los brazos de David, pero su hija insistió.

— No —dijo la niña, agarrándose a David y dándole la espalda a su madre.

— Deja que te lleve a tu cuarto —le dijo David a la niña en tono suave.

Olivia parecía tan sobrecogida, tan espantada, que a David se le encogió el corazón. Deseaba poder abrazar a su hija a la vez que a sus nietas. Veía claramente por su expresión que ella estaba sufriendo y que estaba dolida, y reconoció también con una madurez que no había tenido cuando su hija había sido pequeña, el orgullo y el dolor debatiéndose en su interior.



Olivia vio que, aparte de arrebatarle a su hija pequeña a la fuerza, no le quedaba otra alternativa que ceder. Asintió brevemente con la cabeza y subió las escaleras delante de David para que él la siguiera.

Media hora después, cuando las niñas le habían enseñado a David su ordenador y sus deberes, Olivia pudo por fin acostarlas. Bajó con David, y cuando iba de camino a la puerta de entrada, él le preguntó en voz baja:

— Olivia, ¿por qué no me devolviste la llamada de teléfono?

Olivia se puso tensa. Estaba de espaldas a él y se negaba a darse la vuelta.

— ¿Por qué iba a hacerlo? ¿Después de todo, qué podrías decirme que yo hubiera querido escuchar, papá?

David hizo una mueca al oír su amargura. Ya sabía lo que tenía que decirle; se daba cuenta no sólo por la ironía de su respuesta, sino por el colérico rechazo que mostraba a través de su lenguaje corporal.

— Tal vez tú no quisieras escuchar lo que tenía que decirte, Olivia, pero yo quería... —David dejó de hablar bruscamente—. Mira, sé que no fui el mejor de los padres ni para ti ni para Jack, y entiendo cómo debes de sentirte...

— No, no puedes entenderlo —negó Olivia con brusquedad—. ¿Cómo vas a entenderlo? Tu padre te quería, prácticamente te adoraba... Y aún hoy lo sigue haciendo. En el mejor de los casos me tratabas como si fuera... una inconveniencia... En el peor...

— Olivia...

David no pudo contenerse y fue instintivamente hacia ella, pero inmediatamente ella se retiró.

Olivia no podía creer lo que estaba pasando; que su padre se hubiera en verdad atrevido a ir allí, a su casa.

— Livvy —gimió David—. No tienes idea de lo culpable que me siento... de lo mucho que deseo...

— ¿Por qué? ¿Acaso tienes miedo de que le cuente a Honor el padre tan poco afectuoso que eres? Sí, sé lo del bebé que vais a tener —le espetó.

— Honor ya sabe todos mis pecados y mis fracasos pasados —la interrumpió David en tono paciente, y con tal firmeza y suavidad que Olivia sintió que la rabia que la invadía se detenía momentáneamente.



De niña había visto y conocido a su padre de distintas maneras, eufórico cuando las cosas le habían ido bien, hosco y poco comunicativo cuando no, cruel cuando se trataba de las emociones de los demás; un hombre que, de adulta, lo había tachado de vanidoso, egoísta y débil. Pero el hombre que tenía delante no parecía ser ninguna de esas cosas. Sentía la callada resolución de su fuerza interior adelantándose a ella. Aspiró hondo mientras David aguantaba la respiración.

Él deseaba con desesperación acercarse a ella, empezar a construir entre ellos un puente por encima del abismo de dolor de su infancia que con el tiempo les permitiera comunicarse.

— Honor y yo estamos esperando un bebé —continuó diciendo—. Tu medio hermano o medio hermana, Olivia.

El dolor inesperado que sus palabras le causaron rompió el hechizo que la había dejado ensimismada.

— No quiero saberlo —empezó a decir con rabia—, y si sólo has venido a decirme algo que ya sabía...

— Decirte lo del bebé no es el único propósito de mi visita —la interrumpió David, que aspiró hondo antes de continuar hablando—. Cuando le dije a Jenny y a Honor que me disgustaba que no hubieras podido ir ayer a casa, Jenny me contó los problemas que estás teniendo para encontrar a alguien que te ayude con las niñas —David hizo una pausa—. Honor y yo podríamos ayudarte, Olivia. Yo podría recoger a las niñas del colegio. Pensé que...

Olivia plantó las manos en el escritorio y lo miró con rabia.

— ¿Qué has pensado? ¿De verdad has creído ni por un momento que permitiría que mis hijas se acercaran a ti?

Olivia se dio cuenta de que estaba casi gritando, de que había perdido el control de tal modo que sentía náuseas, pero de algún modo no se pudo controlar.

— Necesitas ayuda, Olivia —le dijo David con toda la calma posible.

— Sí, pero no de ti, nunca de ti. ¿Qué es lo que de verdad quieres? ¿Practicar tus habilidades de padre con mis hijas para que puedas perfeccionarlas a tiempo para el nacimiento de tu nuevo hijo? —soltó una carcajada llena de amargura—. ¡Dios, mío! ¿Cómo te atreves tú a traer al mundo a otro hijo? —le recriminó Olivia—. ¿Es que no nos has hecho bastante daño a mí y a Jack?

—Livvy... —protestó David con dolor y culpabilidad.



Había esperado que rechazara su ofrecimiento... pero la aversión y la hostilidad que detectó le dolieron inmensamente por ella. Era él quien le había hecho aquello… él quien le había infligido tanta pena.

— Livvy, sé cómo debes de sentirte.

— ¿Cómo? —Olivia se quedó mirándolo—. No, no lo sabes... ¿Cómo ibas a saberlo? Yo fui la hija no deseada, sólo por ser niña. El abuelo solía decir siempre que Max debería haber sido hijo tuyo, y yo veía en tu mirada que tú también pensabas lo mismo.

— No, Livvy, eso no es verdad —negó David—. Yo... era débil e inmaduro, lo suficiente como para estar de acuerdo con mi padre cuando él decía que Max debería haber sido hijo mío; sí, siempre pensé que se parecía más a mí que a su padre, Jon. No lo estoy utilizando como excusa sino como explicación. Pero desde luego nunca te detesté. ¡Nunca!

— Sí que me odiaste —lo contradijo Olivia rotundamente—. Y no es que me importe ya. ¿Quién querría el amor de un padre que es un ladrón y un mentiroso? —se encogió de hombros con indiferencia—. Por mucho que tú desearas que Max fuera tu hijo, no creo que lo desearas tanto como yo deseaba que Jon y Jenny fueran mis padres.

David sintió dolor por ella, por la niña dolida que le había dado su amor a sus tíos al sentirse totalmente rechazada por sus padres.

— Livvy, escúchame —le rogó con ternura—. Todos sabemos que eres una madre maravillosa; pero también sabemos que sin Caspar... Tienes un trabajo a tiempo completo.

— Has estado hablando de mí... a mis espaldas —Olivia le echó a David una mirada hostil—. Oh, sí, imagino todo lo que se ha dicho. No creas que ha sido mi marido el que me ha dejado, no. He sido yo la que ha puesto fin a nuestro matrimonio —alzó la cabeza con orgullo—. Dicen que un niño repite de adulto lo que vive de niño, por muy destructivo que esas relaciones pudieran haber sido. Si eso es cierto, supongo que no es de extrañar que mi matrimonio no funcionara.

— Livvy —protestó David con preocupación.

— No me llames Livvy —le dijo Olivia con rabia, subiendo la voz con la tensión y el dolor que sentía—. No tienes derecho... No tienes ningún derecho conmigo. ¿Cómo te atreves a venir aquí, a mostrarte paternalista conmigo, fingiendo estar preocupado por mí? Intentando correr un tupido velo sobre el pasado. No creas que no imagino por qué. Quieres convencer a todos de que eres el hijo perfecto, el hermano perfecto, el marido perfecto... y finalmente el padre perfecto. Bueno, tal vez lo vayas a ser para el hijo de Honor, pero desde luego nunca lo fuiste para mí o para Jack.



David la escuchaba en silencio, queriendo darle tiempo para que expresara su rabia y su dolor antes de consolarla; pero antes de que pudiera hacerlo, Olivia aspiró hondo y le dijo en tono fiero:

— Quiero que te marches. ¡Ahora mismo! Esta es mi casa. Del mismo modo que las niñas son mis hijas.

— Y también mis nietas —le recordó David en tono bajo.

Vio por su expresión que había dicho algo equivocado.

— Necesitas ayuda, Livvy —insistió David—. Por favor, deja que haga algo.

— Lo único que quiero es que te alejes de mi vida —gritó Olivia—. Te odio... te odio...

David se frotó la sien cansinamente mientras conducía de vuelta a casa. Había fracasado en muchas cosas en su vida, pero ningún otro fracaso le había proporcionado el dolor y el arrepentimiento que le había dado ése.

Más que nunca se daba cuenta de lo mucho que estaba sufriendo su hija, de lo sola que estaba, de lo abandonada que se sentía. Y también sentía que, a pesar de su orgullo, sus sentimientos hacia Caspar seguían siendo muy fuertes.

Y no era solamente el dolor de Livvy lo que lo empujaba a desear tomarla entre sus brazos y consolarla con todo el amor y la ternura paterna que jamás le había demostrado de niña. Estaban también sus hijas, sobre todo Amelia, la mayor, en cuya mirada había visto la angustia y el miedo por su madre. No culpaba a Olivia por no darse cuenta de que su hija mayor estaba adoptando el rol que a ella le había parecido tan intolerable, el rol de un niño teniendo que proteger a un adulto. Pero desde luego sí que se condenaría a sí mismo si no hacía algo para proteger a Amelia... si le daba la espalda como había hecho con su madre, con Livvy.



Capítulo 11

Olivia observaba con desesperación a sus dos hijas jugar con la comida.

Habían estado calladas desde que se había marchado David, y Olivia sabía que eran tan conscientes de la tensión que se palpaba en el ambiente como ella.

— ¿Va a volver papá a casa para Navidad? —le preguntó de pronto Alex, ignorando la mirada de su hermana.

Olivia aspiró hondo. Ya les había explicado cuidadosamente a las niñas que Caspar y ella iban a vivir cada uno en una casa, y les había asegurado que en cuanto Caspar encontrara un lugar permanente donde vivir ellas dos irían a verlo y a estar con él. Independientemente de sus sentimientos hacia Caspar, sus hijas estarían con él sin ningún problema.

— Cariño, ya hemos hablado de eso; papá va a vivir a otra casa.

— No quiero que viva en otro sitio, quiero que venga a casa a vivir con nosotras.

Los modales de Alex eran casi agresivos mientras miraba a su madre con rabia. Olivia cerró los ojos y contó hasta diez para sus adentros.

Mientras Olivia cerraba el cuento y lo colocaba en la estantería, pensaba no sin cierto alivio que al menos parecía haber convencido a las niñas de que verían a Caspar y de que no pasarían la Navidad juntos.

— Mamá... —le dijo Alex.

Olivia se puso tensa.

— Sí, Alex...

Estaba tan cansada y aún le quedaba tanto por hacer...

— Ese hombre que vino hoy y que se parece al tío Jon, ¿es verdad que es nuestro abuelo?

Oliva se quedó helada. ¿Cómo diantres...? La rabia y el odio se agolparon en su interior. ¿Se habría atrevido su padre a...?



En la otra cama, Amelia miraba a su hermana y le hacía gestos disimuladamente. Olivia la miró con expresión confusa.

— Alex, te pedí que no dijeras nada de ese tema —le soltó Amelia a su hermana pequeña.

Olivia se sentó en la cama de Amelia. Estaba temblando de arriba abajo, pero intentó disimularlo, preocupada de que las niñas tal vez se dieran cuenta.

— ¿Por qué me lo preguntas, cariño? —le dijo a Alex con toda la suavidad posible.

— Leo me dijo que era nuestro abuelo —le contestó Alex sin mentir—. Lo llamó «tío David», y cuando yo le dije que no tenía ningún tío David, me dijo que no era nuestro tío sino nuestro abuelo.

— Entiendo.

Se preguntó con nerviosismo qué hacer. Jamás había hablado de su padre o de su infancia con sus hijas. Eran muy pequeñas para entender las complicaciones de la relación que había tenido con sus padres.

— ¿Es verdad? —le insistió Alex.

Olivia la miró. Deseaba negar la existencia de su padre, pero no podía hacerlo sin mentir.

— Esto... sí, lo es —concedió con voz ronca.

Vio la mirada de preocupación en el rostro de Amelia y se acordó de ella misma a su edad, vigilando a su madre mientras dormía después de lo que en el presente Olivia reconocía que debía de haber sido uno de sus ataques de bulimia.

Cerró los ojos un momento. Si por lo menos Caspar estuviera allí, él sabría qué hacer, qué decir.

Las lágrimas le atenazaron la garganta. Caspar se había enfadado tanto cuando había descubierto que ella no le había dicho que su padre estaba de vuelta en Haslewich... Olivia estaba muy confusa. ¿Por qué se arrepentía de su pelea? Había sido Caspar el que había estado equivocado, no ella.

— Quiero saber por qué si es nuestro abuelo nunca lo vemos —dijo de pronto Alex con su habitual tozudez.

— Ya basta —gritó Olivia, inmediatamente avergonzada de su rabia al ver la mirada asustada de Alex y el modo en que se agarraba a la sábana—. No quiero volver a oír ni una palabra más de este tema —continuó en tono más suave.



Les dio un beso de buenas noches y fue hacia la puerta. Justo cuando iba a cerrarla, oyó que Alex le susurraba a su hermana apasionadamente:

— Bueno, me da igual lo que tú digas; a mí me gustó nuestro abuelo.

— ¿Nick te encuentras bien?

Nick frunció el ceño mientras miraba a su hermano.

— Sí, estoy bien. ¿Por qué?

— Llevas diez minutos desconectado del mundo. Si te has esforzado demasiado en el gimnasio...

Nick se preguntaba con fastidio por qué le estaba costando tanto asimilar la idea de que Sara pudiera querer simplemente una relación sexual sin compromisos en lugar de una relación normal. La mayoría de los hombres se habrían mostrado felices de aceptar su oferta; después de todo, ¿no era el sexo sin compromiso la eterna fantasía de cualquier hombre? Y él debía permanecer sin comprometerse, libre. No había modo de continuar haciendo el trabajo que tanto le gustaba si no permanecía así. Oh sí, al principio había imaginado que podría estar con una mujer que aceptaría que habría momentos en los que haría la maleta y desaparecería durante un período de tiempo no específico, pero las cosas cambiarían con el paso del tiempo. Inevitablemente en una relación de compromiso surgiría el tema de los hijos, y en cuanto hubiera niños se vería presionado a darle prioridad a las necesidades de éstos, a dejar un trabajo que no sólo los apartaría de él durante temporadas, sino que también resultaría peligroso.

Tal vez un día estuviera listo para un trabajo que pudiera hacer desde el despacho de su casa, pero ese día quedaba aún muy lejano. Además, Sara le había parecido la clase de mujer que sería muy específica en lo que quisiera de un hombre, de su compañero...

Con pesar se preguntó cuántos hombres en su posición se sentirían tan atribulados sólo de pensar en acostarse con una mujer a la que deseaba tanto que dolía

— Pero a través de los años las cosas cambiaron, Livvy cambió...

— Es algo que le pasa a la mayoría de las personas —le dijo Molly a Caspar en tono seco—. Se llama madurar.



— Lo siento, te estoy aburriendo —reconoció Caspar.

Su idea inicial de pasar una noche en Williamsville había variado, y ya llevaba tres. La cena en el restaurante italiano había resultado tan deliciosa y emocionante, y la vieja camioneta se había mostrado tan reacia a arrancar y a ser arreglada que Caspar se había ofrecido a recoger a Molly en su casa para llevarla al trabajo como muestra de gratitud por haberle recomendado aquel restaurante y porque ella había acabado reconociendo que Caspar no era el único que había soñado con recorrer el país en una Harley.

— No me estás aburriendo —le dijo ella con firmeza mientras su sonrisa le decía que se negaba a entrar en el juego y a ofenderse con su comentario como él había hecho con el de ella. — Simplemente estaba señalando que el cambio es saludable en el ser humano. Que ese proceso natural nos enfrente con otras personas me sugiere que...

— Ya estás psicoanalizándome —gimió Caspar.

— Es mi trabajo —le recordó Molly.

— Y es así como me ves, ¿verdad? —le preguntó Caspar con pesar—. ¿Como un posible paciente?

Tardó unos segundos en contestar, mostrando una vacilación poco característica que manifestaba cierta debilidad que provocó los instintos cazadores de Caspar.

Caspar esperó mientras ella jugueteaba con la espuma que coronaba su capuchino. Se estaría mintiendo a sí mismo si fingiera no encontrarla atractiva; que su cuerpo y su pensamiento no se excitaban con su presencia. Pero se mentiría a sí mismo si ignorara el hecho de que reconocer esos sentimientos lo hacía sentirse culpable, aunque no tuviera razón para sentirse así. Livvy y él se habían separado, idea de Livvy, no suya, y por eso tenía libertad total para hacer... ¿Para disfrutar de la compañía de otra mujer, para coquetear con ella, para desearla... para irse a la cama con ella e iniciar una relación con ella?

Fue Molly la que interrumpió sus acelerados pensamientos.

— Lo que yo veo es a un hombre que está pasando ahora por una etapa problemática con otra mujer, en este caso su esposa, pero el matrimonio no entra en esto. Olivia está en tu pensamiento... prácticamente el noventa y nueve por ciento del tiempo.

— Porque no puedo entender qué demonios le ocurría —explotó Caspar.

— ¿Trataste de preguntárselo? —le preguntó Molly con calma—. ¿O sencillamente te limitaste a asumir que lo sabías y procediste a decirle cómo debía comportarse? —Molly lo miró con curiosidad—. Te sorprenderías si supieras la cantidad de pacientes



míos que se quejan de que no se los escucha, de que sus quejas, sus intentos de hacerse oír son sencillamente ignorados.

— Por supuesto que la he escuchado —se defendió Caspar—. Soy abogado —dijo medio en broma—. Estoy acostumbrado a escuchar.

— ¿Es eso lo que hacen los abogados? —le preguntó Molly con pesar.

Caspar se echó a reír.

— Bueno, a veces hacen otras cosas —contestó él—; como por ejemplo conducir Harleys, disfrutar de una deliciosa comida italiana y estar con mujeres de gran belleza e inteligencia...

— Bella e inteligente... ¿Qué más cosas ves en mí, Caspar? ¿Tal vez como alguien que pueda ocupar ese espacio en tu cama que empieza a resultarte incómodo?

Caspar vaciló. Sólo la verdad sería suficiente para esa mujer. Sabía que la insultaría si intentara ofrecerle otra cosa. Y ya sabía que no era alguien a quien quisiera insultar o hacer daño.

— Te veo como alguien único y especial —le dijo él con seriedad—. Sí, quiero llevarte a la cama. ¿Qué hombre no querría? Pero disfruto estando contigo sin más, Molly. Me gusta escuchar tu voz, ver su sonrisa, observarte a ti. Me gusta lo tremendamente lista que eres y ese modo tan exquisito que tiene ese suéter de ceñirte los pechos. Me gusta la mirada de protección cuando hablas de la gente a la que quieres ayudar y me gusta la autoridad que oigo en tu voz cuando quieres dejar claro algo. Me gusta que te hayas buscado la vida aquí en esta pequeña población en lugar de llevarte esa inteligencia y esos conocimientos tuyos a un lugar corno Washington. ¿Por cierto, qué te retiene aquí?

Ella bajó la vista; sus largas pestañas descansaron sobre su tez blanca y fina.

Cuando por fin lo miró a los ojos, Caspar vio que se había emocionado.

— Me crié aquí —le dijo ella en voz baja—. Cuando estaba fuera estudiando en la facultad, hubo un accidente en la planta química que está a las afueras de la ciudad. Fabricaban pesticidas para los granjeros y esa clase de cosas. La explosión produjo una nube de gas que cruzó la ciudad. Mi hermana pequeña estaba ese día en el colegio. Tenía cuatro años, un desliz durante la premenopausia de mi madre, y todos la adorábamos. Ella y otros niños respiraron la nube tóxica ese día... Enseguida empezó a sufrir convulsiones y daños cerebrales, al igual que otros niños. Todos recibieron indemnizaciones, claro está, ¿pero como se compensa a alguien por la pérdida de poder disfrutar de la vida a tope? —añadió con gesto de pesar—. Hasta entonces mi intención había sido la de estudiar Derecho; lo tenía todo planeado. Pero entonces vi cómo los abogados que trabajaban para la planta química llevaban el caso y... —extendió las manos—. Supongo que no tuve el estómago de convertirme en una



abogado de esa clase —aspiró hondo—. Ahora mi hermana vive en una residencia especial. Voy a visitarla todas las semanas, pero ya no me reconoce —dijo con tristeza—. Mis padres murieron hace unos años, seguramente de pena... En mi trabajo una ve mucho dolor y desesperación, pero para mí no hay nada que se acerque a lo que siente un padre cuando ve a su hijo destruido y no puede hacer nada para ayudarlo.

Caspar negó con la cabeza. ¿Qué podía decir? Cualquier cosa quedaría mal, o parecería un insulto. Así que en lugar de decir nada, le tomó la mano entre las suyas.

— Gracias —le dijo ella, mirándolo con elocuencia—. Supongo que a través de los años me he vuelto un poco cínica al contar esa —se encogió de hombros—. Dependiendo de cómo reaccione la persona a la que se lo estoy contando, le doy más o menos acceso a mi vida.

— ¿Entonces en qué lugar estoy yo? —le preguntó Caspar.

— Tú no cuentas —le dijo Molly.

— Decirte ahora lo mucho que echo de menos a mis hijas parecería tal vez insensato y egoísta —dijo tras unos segundos de silencio—. Pero las echo mucho de menos… cada día más.

— ¿Estás en contacto con ellas? —le preguntó Molly.

— No. De momento no. Nosotros... Olivia decidió que hasta que las cosas no estuvieran legalmente acordadas sería mejor no ponemos en contacto. Saben que estoy viajando por el país, pero como se acerca la Navidad... Una medio hermana mía tiene una casa en las afueras de Aspen. Me hubiera encantado traerme a las niñas al menos durante parte de las vacaciones, pero no estoy seguro de que éste sea el mejor momento.

Molly lo escuchó en silencio. Aquel hombre la intrigaba y le gustaba de tal modo que había activado las señales de alarma en su pensamiento.

Tenía treinta y cuatro años y no era ninguna tonta en lo referente a los hombres. Se había casado muy joven pero apenas había durado, después de lo cual había decidido que el único compromiso que quería tener era consigo misma; lo cual estaba bien, porque Caspar, a pesar de decir lo contrario, seguía muy comprometido con su Olivia y sus hijas.

— Será mejor que nos vayamos —le dijo a Caspar mientras le echaba un vistazo al reloj—. En el garaje me prometieron que tenían la pieza que faltaba esta vez —echaron a andar hacia la moto de Caspar—. ¿A qué hora piensas marcharte por la mañana?

— Justo después del desayuno —le respondió Caspar.



Había estado pensando en extender su viaje y seguramente pasar las Navidades en México. Había rechazado varias invitaciones de su familia para quedarse porque al hacerlo pensaría demasiado en casa, en Amelia y en Alex.

Cuando estaban a punto de llegar a la moto, Molly se paró un momento para contestar una llamada del móvil.

— ¿Cómo...? Sí, sí... Ahora mismo voy para allá —oyó decir Caspar con expresión horrorizada—. Acaban de llamarme de la residencia. Mi hermana... no está bien... Yo... tengo que irme... Lo siento, no puedo quedarme más... Ha sido un placer conocerte, pero tengo que marcharme... Adiós, Caspar...

Olivia abrió la puerta del coche con nerviosismo. Si no había tráfico podría llegar al colegio a tiempo de evitar otra reprimenda.

Tenía los nervios de punta. Nada más llegar esa mañana a la oficina, Jon le había pedido que fuera a su despacho. Ella había pensado que se trataría de un asunto de trabajo, pero en realidad la había llamado para intentar convencerla de que dejara que su padre la ayudara.

— Tu padre desea desesperadamente poder estar a tu lado, Livvy, reparar el daño que te hizo... ¿Por qué no le das otra oportunidad?

— Ya se la di... muchas, muchísimas veces mientras crecía —le había dicho Olivia con amargura.

Empezó a sonarle el móvil cuando estaba cerca del colegio. Por un momento pensó en ignorarlo, pero de pronto se le ocurrió que tal vez fuera Caspar el que la llamaba, o que fuera una llamada importante.

Se detuvo a un lado de la calle para contestar el teléfono; al ver el número de Jon y Jenny frunció el ceño.

— Livvy —oyó que Jenny le decía en tono ansioso.

— Sí, dime —le confirmó ella—. Voy de camino al colegio a recoger a las niñas, y no puedo llegar tarde...

— Livvy... las niñas están aquí.

— ¿Cómo? Pero es imposible. Las he apuntado a la guardería que hay después de las clases. ¿Cómo pueden estar ahí?

Se produjo una breve pausa.



— Están aquí, Livvy... —le dijo en voz baja—. Mira, creo que es mejor que te lo explique todo cuando llegues.

Veinte minutos después Olivia aparcó el coche en el camino de la casa de sus tíos y salió corriendo hacia la casa.

Su tía debía de haber estado esperándola, porque le abrió la puerta inmediatamente.

— Quería hablarte antes de que vieras a las niñas —le dijo Jenny después de acompañarla al salón.

— ¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué...?

— No ha ocurrido nada. Las niñas están bien —le aseguró Jenny con firmeza.

— ¿Pero qué hacen aquí? ¿Cómo han llegado hasta aquí?

— Han venido andando —contestó su tía en tono asombrado.

El miedo le encogió el estómago al pensar en el largo y solitario camino que iba desde el colegio hasta la casa de Jon y Jenny.

Era una carretera estrecha, rodeada de campos y bosques, con un montón de tráfico rápido a ciertas horas del día y totalmente solitaria a otras.

Olivia sintió ganas de vomitar.

— Han venido caminando… ellas solas... —estaba horrorizada por su negligencia como madre.

¿Cómo era posible que no hubiera intuido el peligro que corrían sus hijas?

— Aparentemente salieron del colegio en cuanto terminaron las clases, logrando de algún modo burlar la vigilancia de su profesora —continuó diciéndole Jenny—. Tengo que reconocer que lo planearon muy bien.

— Pero Amelia sabe que no deben salir del colegio si no están con un adulto. ¡Lo sabe! —protestó Olivia.

— Según parece, no fue Amelia el motor de todo esto —le dijo Jenny con pesar.

Olivia se quedó mirándola.

— ¿Quieres decir que Alex...? -empezó a decir con incredulidad—. Pero ella...

De las dos, Alex era la más atrevida, la más cabezota.



— ¿Pero por qué... por qué...?

Jenny aspiró hondo. Aquélla era la parte que había temido tener que explicarle a Olivia desde que las niñas habían llegado exhaustas y muertas de hambre media hora antes.

— Sé lo mucho que te han echado de menos a ti y al tío Jon —empezó a decirle Olivia con gesto tembloroso—. Pero he intentado explicarles lo ocupados que habéis estado...

Jenny no fue capaz de mirarla a los ojos.

— En realidad no es a mí a quien han venido a ver, Olivia... Al menos no en el sentido que tú lo dices. Han venido a preguntarme por su abuelo.

— ¿Su abuelo...? —repitió Olivia, incapaz de ocultar su rechazo— Mi padre fue a verme ayer — dijo en tono ronco —. Se ofreció para ayudarme con las niñas. Pero yo le dije que no quería tener nada que ver con él, y ése sigue siendo mi deseo. Leo les había dicho a las niñas que David era su abuelo —añadió con pesar—. Las niñas lo vieron… a mi padre... Alex se había caído en el jardín y él la llevó en brazos hasta casa... Adivinaron quién era, empezaron a hacerme toda clase de preguntas —cerró los ojos—. ¿Qué te han dicho a ti?

— Querían saber por qué no lo habían visto antes.

— ¿Y qué les has dicho? —le preguntó Olivia. Jenny le puso la mano en el brazo para reconfortarla.

— Yo no soy quién para explicarles la situación, Livvy... y son tan pequeñas... Sólo les dije que había estado viviendo en otro país pero que había vuelto.

Olivia suspiró. Entendía que Jenny no podía haber les dicho nada siendo las niñas tan pequeñas.

— Será mejor que me las lleve a casa —le dijo a Jenny cansinamente—. Gracias por cuidar de ellas.

Al ver la expresión angustiada en los ojos de su hija mayor, Olivia se guardó el enfado y se agachó junto a sus hijas para abrazarlas con suavidad mientras les decía con la mayor delicadeza posible:

— ¿Es que papá y yo no os hemos dicho siempre que no podéis salir del colegio si no es con uno de nosotros?

Alex, que era aún un bebé, se echó a llorar y a temblar.



— ¿Cuándo va a venir mi papá a casa? —le susurró de tal manera que a Olivia se le partía el corazón—. Quiero que vuelva a casa.

— Oh, Alex —dijo Olivia, que se sentía otra vez muy culpable y apenada.

— Papá ya no nos quiere, ¿verdad? —añadió la pequeña.

— Pues claro que os quiere —respondió Olivia inmediatamente, sabiendo que era la verdad.

— ¿Entonces por qué no está aquí? —le preguntó en seguida Alex.

— Cariño, ya sabes por qué —le recordó Olivia con suavidad.

— Mamá y papá ya no van a vivir juntos, y lo sabes —le dijo Amelia en tono de reproche a su hermana pequeña.

Pero cuando la miró, Olivia vio que su hija mayor estaba si acaso más afectada que la pequeña. Debía de haber estado preparada para aquello, pero de alguna manera había esperado, se había convencido a sí misma de que las niñas habían aceptado su separación.

— Bueno, si no podemos tener a papá, entonces quiero tener un abuelo —anunció Alex—. Otros niños del colegio tienen abuelos y abuelas y ellos...

— Oh, Alex —protestó Olivia, dándose cuenta de que su hija se resistía a que la abrazara e intentara consolarla—. Amelia... —se volvió hacia su hija mayor.

Amaba tanto a sus hijas que jamás se le habría ocurrido que pudieran empezar a rechazarla… a echarle la culpa... porque sintieran que habían perdido a su padre.

— Tú eres más mayor que Alex... Sabes de sobra que no puedes salir del colegio sola, y esa carretera...

— Tuve que hacerlo, mamá —le dijo Amelia de mala gana—. Alex dijo que se iría sin mí si no...

La mirada que Amelia le echó a su hermana pequeña y después a Olivia le produjo a ésta un dolor in descriptible. Con qué claridad recordaba esa sensación de responsabilidad por el bienestar de un hermano menor, la ansiedad, el miedo, la rabia y el resentimiento hacia un mundo que le había impuesto una responsabilidad que resultaba para ella una carga muy pesada, pero que la combinaba con una especie de de terminación estoica de cargar de algún modo con ese peso.

Oh, Amelia... ¿Pero qué le estaba haciendo a sus hijas?



— Quería saber algo de mi abuelo —le estaba diciendo Alex con firmeza—. Como tú no quisiste decírnoslo, vine a preguntarle al tío Jon.

Cada palabra de su hija se añadía a la desesperación y el sentimiento de culpabilidad de Olivia. ¿Cómo podía volver al trabajo? ¿Cómo iba a dejar de vigilarlas ni un segundo?

De pronto se le ocurrió que nada de eso habría ocurrido si Caspar hubiera estado allí.

Caspar...

La noche anterior había soñado con él otra vez, y se había despertado llorando y estirando los brazos con anhelo hacia el lado vacío de la cama.

Pero ella había soñado con el Caspar de quien se había enamorado, se decía con rabia, no con el Caspar del que se había separado.

— Amelia y Alex, debéis prometerme que jamás volveréis a hacer nada así —les decía Olivia—. Esa carretera es muy peligrosa... y vosotros...

Quería decirles lo vulnerables que eran, pero aún eran muy pequeñas para entenderlo.

La agencia a la que le había encargado que le buscara una niñera le había dejado un mensaje diciendo que de momento no habían sido capaces de encontrar a nadie que se ajustara a lo que ella pedía. Jenny, que era con quien había contado, no podía ayudarla. Y todas las demás mujeres de la familia estaban demasiado ocupadas con sus hijos y sus vidas para poder echarle una mano a diario. Además, en ningún momento deseaba que sus preciosas hijas sintieran que siempre estaban al margen de las vidas de otras personas, que siempre fueran las segundas, que siempre tuvieran que retirarse para ver cómo los demás recibían el amor de sus padres afectuosos, de sus abuelos, mientras que ellas...

Olivia cerró los ojos. No tenía otra alternativa. Por el bien de sus hijas tenía que dejar de lado su orgullo y su amargura.

Había visto la mirada en los ojos de su padre cuando le había curado a Alex la herida de la rodilla. A Olivia se le llenaron los ojos de lágrimas. Por el bien de sus hijas, no le quedaba otra opción.

Sara echó un vistazo a su reloj. Eran más de las ocho de la tarde y su mesa estaba limpia de papeles. Podría haber salido hacía un par de horas y estar en esos momentos enroscada en el cómodo sofá del apartamento viendo su programa favorito. ¿Entonces qué hacía allí sentada?



Estaba trabajando, se decía con firmeza, ignorando a medias que llevaba quince minutos sin hacer casi nada. ¿Y, además, qué había esperado? ¿Que sólo por que le hubiera indicado a Nick que había cambiado de opinión y que quería seguir adelante con... con la cura definitiva de la aflicción que sufría en esos momentos, él dejaría todo para ir corriendo a llevársela a su cama?

No, claro que no lo había esperado... Aunque si era sincera consigo misma se diría que sí, que eso era exactamente lo que había esperado que hiciera él. ¿Acaso él estaría intentando atormentarla adrede, humillarla? ¿O sería de ese tipo de hombres que perdían interés en su presa cuando ésta había dejado de correr?

Incapaz de analizar lógica o emocionalmente unos pensamientos que no deseaba, Sara se levantó del asiento y empezó a pasearse de un lado a otro del despacho con nerviosismo.

Si él no la deseaba, a ella le daba igual. Él era en definitiva el que se le había insinuado, y no al contrario... El timbre del teléfono del despacho la sobresaltó. En el apartamento no había teléfono, por eso se había quedado allí un rato más. Lo descolgó rápidamente, e hizo una mueca de disgusto al oír que era alguien que se había equivocado de número y que en realidad quería reservar una mesa en el restaurante.

En tono cortés le pidió al hombre que esperara mientras iba al restaurante en busca de la agenda donde apuntaban las reservas.

Cuando ya había hecho la reserva, Sara volvió al restaurante para dejar la libreta en su sitio. Fue entonces cuando lo vio. Nick estaba entrando en el restaurante. Era una noche de lluvia, y mientras ella se quedaba mirándolo ensimismada él movió la cabeza para sacudirse el agua del pelo.

Él aún no la había visto, así que Sara aprovechó para mirarlo bien, prácticamente paralizada por la fuerza y la sensualidad de lo que estaba viendo.

Nick no había tenido la intención de ir al restaurante, ni de hacer ningún intento de llamar a Sara. Quería, no, necesitaba tiempo para asimilar lo que ella le había dicho. Pero entonces se había dado cuenta de que necesitaba algo de dinero en metálico y que el cajero más cercano estaba muy cerca del restaurante, y por eso...

Nada más entrar la vio, de pie mirándolo. Al verla así, lo invadió un sentimiento tan fuerte que lo dejó asustado. Sintió deseos de tomarla entre sus brazos allí mismo y llevársela a algún sitio donde poder estar a solas con ella... Entonces podría comprobar lo fácil o lo difícil que le resultaba separar el sexo de las emociones.



Al llegar a su lado, algún extraño y peligroso arrebato debió de impulsar a Sara para susurrarle con suave desafío:

— Santo cielo, empezaba a creer que habrías cambiado de opinión y que tal vez fueras de esa clase de hombres que hablan mucho y no hacen nada.

Al instante se preguntó qué diantres la habría empujado a decir tal tontería. Pero era demasiado tarde para retractarse de lo que había dicho por encima del abismo de dolor de su infancia; por la mirada airosa de Nick entendió perfectamente lo que le había parecido a él.

— ¿Cambiar de opinión? Ni hablar. En cuanto a lo otro que has dicho...

Su voz se volvió suave como la seda, pero Sara era consciente del trasfondo ácido tras las palabras dulces.

— Será un placer demostrarte lo contrario —añadió en voz baja.

¡Un placer! Una punzada de miedo e inseguridad se apoderó de ella. Sin darse cuenta, Sara clavó en él su mirada, que al momento se veló con una vulnerabilidad inesperada que dejó sin aliento a Nick. ¿A qué diantres estaría jugando aquella chica? De pronto parecía una mujer exigente y experimentada en el terreno sexual, y al momento siguiente se echaba a temblar como una novicia ante la idea de practicar el sexo.

Pero, después del comentario que le había hecho, era imposible que fuera lo último.

Nick aspiró hondo. ¿A qué estaba esperando? Le había dejado claro lo que quería...

— Tengo que volver a casa unos días...

— ¿A casa? —le preguntó Sara confusa.

— Sí. Yo vivo en Pembrokeshire —le dijo en tono seco—. Quiero que vengas conmigo.

¿Ir con él? Sara no estuvo segura si la debilidad que la invadió de pronto fue fruto del susto o del alivio.

— Podríamos estar a solas allí —le dijo Nick en voz baja, obligándola a mirarlo a la cara—. No creo que a ninguno de los dos nos guste que ni Frances ni su familia, ni mi hermano ni la suya estén al tanto de nuestras cosas.

— No —concedió Sara—. Pero Pembrokeshire...



— Si no confías en mí lo suficiente como para entrar en mi casa, no confiarás tampoco lo suficiente como para que yo entre en tu cuerpo —le dijo con tanta frescura que Sara se puso colorada.

— Yo... Cuando... Está Frances, y también el trabajo... Tendría que tomarme unos días libres —empezó a decir sin orden ni concierto.

— Será dentro de dos fines de semana —le dijo Nick inmediatamente—. Ah, y tendrás que llevarte ropa de abrigo. La casita está algo alejada.

¡Ropa de abrigo! Sara lo miró con sorpresa, pero al ver que él la miraba divertido se arrepintió de no haber ocultado sus sentimientos.

— ¿Qué pasa? —le susurró Nick al oído—. Es cierto que te deseo como un loco y que te prometo que los dos disfrutaremos de lo lindo cuando pueda demostrártelo, pero no vamos a pasar el fin de semana entero en la cama. Pembrokeshire tiene una de las costas más bellas de todo el país. Si hace buen tiempo podríamos incluso navegar; aunque a veces el mar está un poco picado.

Sara empezaba a pensar que Nick intentaba disimuladamente disuadirla de su empeño... O bien eso, o bien intimidarla.

— Mi padre es un marinero experimentado, y yo solía salir a navegar con él —le dijo en tono seco—. Cuando cumplí catorce años los dos formamos parte de la tripulación de uno de los barcos perteneciente a un cliente de mi padre que participó en la carrera alrededor de Gran Bretaña.

— ¿Ganasteis? —le preguntó él fingiendo inocencia.

Sara lo miró con fastidio.

— No. Entramos los décimos —le contestó con calma—. Pero hicimos el mejor tiempo para ser un barco con tripulación amateur.

— Yo me pasé un par de veranos, cuando estaba en la universidad, navegando alrededor de Cape Cod —le dijo Nick con naturalidad, pero a Sara no podía engañarla.

Si quería jugar a ver quién era el mejor, estaba dispuesta; desde luego ella no pensaba echarse atrás.

¿Por qué se habría comprometido a ir con Nick? Intentó consolarse diciéndose que siempre podría cambiar de opinión y negarse a ir, pero ya sabía que su orgullo no le permitiría tomar una ruta de escape.



Aunque siempre quedaba la posibilidad de que Frances no le permitiera tomarse ese fin de semana libre. Sin embargo, cosa lógica, cuando Sara se lo mencionó un rato después su jefa accedió inmediatamente.

Sara le dio las gracias. Ya no había nada que le impidiera ir a Pembrokeshire con Nick.

— ¿Te vas a tu casa? —Saul frunció el ceño—. Mira, Nick...

— Sólo voy a pasar el fin de semana —le aseguró Nick—. Necesito ir a echarle un vistazo a la casa y esas cosas.

— Mmm... Bueno, si ya te has decidido imagino que no habrá manera de impedírtelo —comentó Saul.

— Pues no —respondió Nick en tono seco.

— Como te he dicho no puedo impedírtelo, Nick —continuó Saul—, pero debo recordarte como hermano mayor tuyo que soy lo estúpido que resultaría por tu parte creerte totalmente recuperado y hacer algo arriesgado.

Arriesgado... Nick pensaba que esa palabra resumía precisamente lo que iba a ocurrir en Pembrokeshire ese fin de semana, aunque no del modo al que se refería Saul. En esa ocasión serían sus emociones las que correrían peligro, no su salud física.

Sin embargo, todavía existía la posibilidad de que Sara se echara atrás. ¿Pero una mujer que de niña había tomado parte en una de las carreras de barcos más arduas iba a echarse atrás? ¿A quién estaba intentando engañar?

Al oír la voz masculina familiar, Olivia aspiró hondo. Era la cosa más humillante que había hecho en su vida.

— Hola... soy yo, Olivia —anunció bruscamente.

Al otro lado de la línea, David cerró los ojos y aspiró hondo para que su voz no delatara lo que estaba sintiendo, mientras rezaba para que de algún modo su hija percibiera y aceptara el amor que le estaba enviando.

Cinco minutos después, estaba todo arreglado. Olivia dejaría a las niñas todas las mañanas en casa de David y Honor de camino al trabajo. David las llevaría al



colegio y las recogería por la tarde, y ella las recogería de casa de David y Honor al salir del despacho.

— Molly, espera...

Con la mirada cargada de ansiedad, Molly se volvió a mirar a Caspar impacientemente.

— Tengo que irme —repitió ella.

— Lo sé —reconoció Caspar—. ¿Pero cómo vas a ir si tu coche sigue en el taller? ¿Por qué no me dejas que te lleve? —le sugirió antes de que ella le dijera nada.

Molly lo miró. Una cosa era el coqueteo ligero que se había permitido a sí misma, y otra lo que él le estaba sugiriendo.

Lo miró con gravedad.

Aquél no era el momento de dar rienda suelta a sus necesidades emocionales, sobre todo con un hombre como Caspar; pero él ya iba hacía ella para hacerse cargo de la situación, y ella, tonta de ella, se dejó llevar, medio disfrutando de la sensación que experimentó cuando Caspar le quitó aquel gran peso de encima al ocuparse de los aspectos prácticos de la situación.

Mientras se hacía cargo de los aspectos prácticos, Caspar no pudo evitar comparar el comportamiento de Molly con el de Olivia. No recordaba la última vez que Olivia le había permitido representar el papel de hombre sin cuestionárselo. En esos últimos años ella parecía haber desafiado cada decisión que él tomaba, minándolo hasta tal extremo que había empezado a dañar hasta su misma esencia masculina. El hecho de que Molly aceptara su ayuda lo hizo sentirse muchísimo mejor y totalmente capaz de hacer cualquier cosa que ella le pidiera.

Al verla allí, con los ojos brillantes pero empeñada en no llorar, tuvo que frenar el deseo de tomarla entre sus brazos para consolarla.

Olivia tardó mucho rato en dormirse, y cuando lo hizo empezó a soñar con anhelo y desesperación que Caspar la abrazaba mientras le susurraba al oído que entendía todo lo que le estaba pasando. En su sueño, ella le decía sin mentir que él era la única persona con la que se sentía segura, la única con la que podía ser ella misma y a quien podía reconocer sus miedos y fracasos.

¡Caspar...!



Al sentir la caricia tierna y suave de sus labios sobre los suyos, empezó a llorar en sueños.



Capítulo 12

Sara se negó con obstinación a que Nick la recogiera para irse juntos en su coche a Pembrokeshire, e insistió en hacer el viaje hasta su casa en coches separados.

Estaban ya en Gales, atravesando Aberystwyth y siguiendo la carretera de la costa. Era un día lluvioso con una niebla grisácea que se extendía sobre un mar aún más gris; el ruido hipnótico de los limpiaparabrisas no conseguía sino enervar a Sara más de lo que ya lo estaba.

— He pensando en pararnos a comer cuando pasemos Aberystwyth —le había dicho él antes de iniciar el viaje—. Hay una pequeña población que creo que te gustará, donde hay un restaurante especializado en marisco.

Y en ese momento estaban llegando a dicha población. Nick se desvió de la carretera y accedió a una pequeña plaza de mercado. Sara aparcó su coche junto al de Nick en el muelle.

Incluso en el puerto el mar estaba picado, y las pequeñas barcas de pesca botaban como corchos sobre la masa de agua grisácea coronada de espuma blanca.

Cuando salió del coche y notó el frío y la humedad, Sara se alegró de haberse puesto el abrigo antes de salir de Haslewich. Ignoró adrede la mano que le tendía Nick; jamás se había sentido tan nerviosa… ni siquiera en la supuestamente importante «primera vez».

Entonces sólo había tenido dieciocho años, una niña, y el chico con el que lo había hecho había estado tan nervioso e inseguro como ella. Pero Sara ya era una mujer. ¿Suficiente mujer para un hombre como Nick Crighton?

— No muerdo, Sara... —le dijo Nick en tono irritado—. Al menos no en público —continuó en tono bajo y sensual.

El restaurante al que Nick la llevó estaba al final de una calleja estrecha, entre el puerto y la plaza central. Para llegar hasta él tuvieron que pasar por delante de las encantadoras casas georgianas galesas en colores pastel.

El restaurante estaba lleno. Nick le explicó que esa ciudad era uno de los lugares que la gente de clase media solía elegir para jubilarse, lo cual explicaba la preponderancia de los trajes de tweed de las parejas que ocupaban las demás mesas.

Cuando Sara empezó a quitarse la chaqueta, Nick fue inmediatamente a ayudarla a hacerlo. Al sentir el roce accidental de sus manos, Sara reaccionó



inmediatamente: se le puso el vello de punta y una agradable sensación de calor le corrió por todo el cuerpo. Por un instante ninguno de los dos se movió mientras se miraban con intensidad. El anhelo desnudo que vio en la mirada de Nick la sobrecogió al tiempo que la excitó.

— Por amor de Dios, mires así —oyó que Nick murmuraba entre dientes.

— No te estoy... —le negó Sara inmediatamente a la defensiva.

Pero Nick la interrumpió.

— Desde luego que sí. Por Dios, Sara, sé lo mucho que estás disfrutando de esto, pero no soy tan fuerte como lo eres tú. Y si no paras ahora mismo, todo el mundo se va a dar cuenta de que la única cosa que me apetece que lo único que me quiero comer, eres tú.

El jefe de sala se había apartado discretamente de ellos mientras les mostraba a otros comensales su mesa. Sara ardía con un calor que nada tenía que ver con el de la vergüenza.

Una vez que estuvieron sentados a su mesa, los dos pidieron langosta como entrante mientras esperaban a que les sirvieran el resto de la comida.

— ¿Comes a menudo aquí? —le preguntó a Nick, intentando aportar una medida de normalidad y de calma a la situación.

— Es un buen sitio para parar cuando regreso de Cheshire —le respondió Nick—. Es un viaje que hago bastante a menudo.

— ¿De ver a tu... amiga la casada? —le preguntó Sara inmediatamente.

— ¿A mi qué? —Nick frunció el ceño, y entonces cayó en la cuenta—. Ah, te refieres a Bobbie —sonrió mientras Sara se moría de celos.

Su comida había llegado, y Nick esperó hasta que el camarero se hubo marchado para inclinarse sobre la mesa y decirle a Sara en tono dulce:

— Bobbie está casada con Luke Crighton, y yo diría que muy felizmente casada.

— Pero estabas con ella en Camden Park —argumentó Sara.

— Nos encontramos por casualidad; ella estaba allí con Luke, que estaba jugando al golf.

Sara dejó sus cubiertos muy despacio.

— ¿Quieres decir que no sois... que ella no es...?



— No, no lo soy —le confirmó Nick con tranquilidad—. Y desde luego ella tampoco. Te aseguro que si yo tuviera una relación de ese tipo, no...

— ¿No qué? —Sara le dijo en tono desafiante.

Intentaba asimilar la sorpresa que se había llevado al descubrir que sus celos, los celos que la habían llevado a la situación en la que estaba en ese momento, eran aparentemente infundados.

— ¿De verdad creíste que estaba liado con Bobbie? —se maravilló Nick, ignorando su comentario—. Bueno, para tu información...

Hizo una pausa y frunció el ceño. Había estado a punto de reconocer que ella era la primera mujer que había invitado a su casa, la primera mujer a la que había deseado con tanta fuerza como para invitarla a su casa para estar totalmente a solas.

— ¿Para mi información, qué? —le preguntó Sara.

La expresión de Nick se tomó más ceñuda. Tal vez debería ser sincero con ella.

— Esta es la primera vez que he invitado a una mujer a pasar un fin de semana conmigo en mi casa. ¿Qué tal tu langosta? —le preguntó, dispuesto a cambiar de tema

Cuando salieron del restaurante una hora después estaba casi a punto de ponerse a nevar; el aire era mucho más frío y la lluvia s había convertido en granizo.

Sara emitió un leve quejido de desesperación al ver que se resbalaba y perdía el equilibrio mientras cruzaban la plaza desierta.

Inmediatamente Nick le echó el brazo para evitar la caída. Sara empezaba a sentir mucho miedo, y no de Nick en sí sino de lo que le hacía sentir y de su inhabilidad para controlar la fuerza de su reacción hacia él. De pronto sintió mucho miedo.

— He cambiado de opinión —soltó de pronto con voz trémula—. Yo...

— ¿El qué? —le preguntó Nick, que estuvo a punto de hacerle perder el equilibrio de la fuerza con la que le dio la vuelta y la estrechó contra su cuerpo para protegerla del frío mientras la miraba a los ojos—. No juegues conmigo, Sara —le advirtió—. Porque en este momento...

Ella temblaba de pies a cabeza, incapaz de apartar la mirada de la suya. Sin poder evitarlo deslizó la mirada hasta sus labios, y al fijarse en ellos se le aceleró el pulso.



— Sara...

Sara notó la cadencia marcada de su pecho al respirar profundamente, al tiempo que observaba cómo bajaba la cabeza. Pero fue incapaz de moverse, de escapar a aquel beso inevitable.

En la distancia oyó el graznido estridente de unas gaviotas, un sonido tan potente como el placer que explotaba en su interior.

Temblorosa, Sara tuvo que apoyarse sobre Nick, necesitada de su ayuda para soportar la debilidad que él mismo le causaba mientras sus bocas se unían y aferraban la una a la otra. Sus labios buscaban con avidez saborear los de él, y él los de ella.

Sin pensárselo dos veces, ella le ofreció su boca, invitándolo, rogándole una intimidad que la sorprendió incluso aunque la respuesta de Nick estuviera derritiéndola por dentro.

Se estaban besando como dos adolescentes, tan ávidos el uno del otro que estaban ajenos a todo lo demás. ¿Pero cuándo y cómo le había ella enroscado los brazos al cuerpo de tal modo que había quedado todo lo pegada a él que le era posible? Tan pegada que era perfectamente consciente de la consecuencia de sus caricias en Nick.

— Maldición, quedan casi cincuenta kilómetros hasta mi casa —oyó decir a Nick entre beso y beso—. Y no creo que pueda seguir así ni un minuto más sin...

El ruido de unas personas saliendo de un bar al otro lado de la plaza devolvió a Sara a la realidad, y sintió vergüenza al ser consciente de lo que estaba haciendo, de lo que estaba sintiendo.

— ¿Estás bien? —le preguntó Nick mientras se dirigían hacia donde estaban aparcados los coches.

— Pues claro que estoy bien. ¿Por qué no iba a estarlo? —contestó ella, rechazando su preocupación.

— ¿De verdad necesitas que te conteste a eso? —le respondió Nick mientras esperaba a que ella abriera su coche.

No. Por supuesto que no le hacía falta. Si quería hacerlo en ese momento, no había nada que le impidiera dar la vuelta y tomar la dirección contraria. Nick no podía obligarla a ir con él; no la obligaría a ir con él, y sin embargo...

Sin embargo, si no lo hacía, se pasaría el resto de sus días deseando haberlo hecho, preguntándose cómo habría sido...



No era más que sexo, se recordó con cierto pesar; eso era todo. Con desconsuelo se preguntó cómo diantres era capaz de trivializar el sexo de ese modo.

Miró hacia el asiento del copiloto, donde tenía el bolso en el asiento del pasajero. Dentro estaban los preservativos que tanto le había costado ir a comprar. Lo había pasado mal, pero sabía que de ninguna manera podía arriesgar ni su salud ni a tener un embarazo no deseado.

El tiempo estaba empeorando por momentos; las nubes oscuras que llegaban del mar amenazaban más lluvia y aguanieve e impedían la visibilidad correcta. Mientras conducía Sara miró el paisaje a su alrededor y pensó en la espiritualidad de aquella tierra. Una tierra de leyenda y sabiduría donde cualquier cosa podría ocurrir…

¿Pero por qué se le ocurría pensar en eso? ¿Sería que secretamente deseaba que le ocurriera algo especial?

En la plaza de Aberaeron, mientras ella y Nick se habían besado con igual pasión, con ávido fervor, se había dado cuenta de lo enorme que era su deseo por él, y también de que ese anhelo no era sólo físico.

Una oveja apareció de pronto de un margen nebuloso de la carretera y asustó a Sara, que tuvo que dar un golpe de volante mientras se reprendía para sus adentros y se decía que no era el momento de pensar en nada que no fuera en la carretera.

En su coche delante de ella, mientras contemplaba del cambio del tiempo, Nick maldijo entre dientes por no haberle insistido más para que viajaran juntos. Él conocía mejor que ella aquella carretera, y no podía negar el deseo urgente que sentía de protegerla, de hacerse cargo de todo.

De pie en la plaza de Aberaeron, abrazado a ella y mirándola a los ojos, sabiendo que era totalmente incapaz de resistirse a la tentación de besarla, Nick había tenido que reconocer para sus adentros que ningún deseo carnal por sí solo, por muy fuerte que resultara, podía ser responsable de esa pasión que sentía.

Estaban llegando a Fishguard, la pequeña población que ese día estaba envuelta en un velo de bruma del mar. Al otro lado de la ciudad estaba la carretera que conducía a San David y a los montes que había más allá, donde se encontraba por fin su casa de campo. Frunció el ceño al ver su cazadora en el asiento junto a él. Dentro de la prenda estaba su cartera, y dentro de ésta... Se había sentido casi como un adolescente al ir a un centro comercial anónimo a las afueras de Haslewich para comprar los preservativos que en ese momento llevaba en la cartera. Tenía sentido haberlos comprado para evitar cualquier problema, tanto por Sara como por sí mismo, pero tenía que reconocer que había algo demasiado frío, demasiado clínico en todo ello. Con pesar se burló para sus adentros de aquella vena romántica de su



naturaleza que rechazaba aquella práctica. Sobre todo teniendo en cuenta que Sara estaba ejerciendo el derecho de cualquier mujer de hoy en día a mantener una relación sexual con él simplemente por el placer en sí. ¿Qué era en realidad lo que quería de ella? ¿Una apasionada declaración de amor? Frunció el ceño al tiempo que la bruma espesaba, exigiéndole que centrara toda su atención en la conducción y que dejara de momento todos esos pensamientos.

Honor frunció el ceño al oír que Ben empezaba a quejársele de Max y Maddy.

— Creo que está siendo bastante injusto —le dijo ella en tono bajo, resistiéndose a la tentación de decirle más cosas, mientras pensaba en la preocupación que le provocaba el rápido y evidente deterioro de su salud.

Mientras escuchaba a Ben no pudo evitar compararlo con su primo Freddy. Sin duda Freddy era un poco más joven que Ben, pero la diferencia más notable era que Freddy era una persona cálida, que amaba al prójimo, y eso era algo que no poseía Ben.

Honor frunció el ceño pensando en su primo.

Dos días atrás Freddy los había invitado a David y a ella a cenar, explicándoles que quería discutir algo con ellos. Ese algo había sido su deseo de dejarles Fitzburgh Place en herencia.

— Pero entrará dentro del título —había protestado Honor.

— El título pasa al siguiente hombre en la línea sucesoria —había concedido Freddy—. Pero no hay obligación de que también lo haga la casa. Había pensado en cederla a alguna institución benéfica, pero la mayoría poseen grandes propiedades que en realidad no utilizan.

Lord Astlegh había hecho una pausa y mirado al padre Ignatius, a quien había insistido en que tendría que tener conocimiento de lo que quería decir.

— Sé que la casa estará a salvo en tus manos y en las de David, Honor —le había dicho su primo en voz baja y sin preámbulos.

Instintivamente, Honor había mirado a su marido, que le había devuelto la mirada antes de darle la mano, consciente enseguida de que ella deseaba que él respondiera por los dos.

— Es una decisión importante, Freddy —le señaló David con suavidad—. Y una muy generosa...



— No es generosidad; en realidad no —había objeta do David—. Este sitio cuesta un dineral mantenerlo; aunque también os digo que lo heredaréis con algo de capital para ello. He tenido suerte con mis inversiones, y Fitzburgh Place va poco a poco auto financiándose. Y en cuanto arranquemos con el tema de las bodas... Puedes venirte a Fitzburgh Place y plantar todas las hierbas que quieras —le había dicho a Honor.

Esa noche, cuando habían discutido la oferta de Freddy en la cama, a Honor se le llenaron los ojos de lágrimas al reconocer lo mucho que la había sorprendido la oferta de Freddy.

— No será fácil… dirigir un sitio así… conseguir que se autofinancie... —había dicho Honor.

— Pero te emociona la idea de hacerlo —había dicho David antes de continuar—. No olvides que las personas cambian de opinión. Esperemos que a Freddy le queden muchos años para seguir dirigiendo Fitzburgh Place, y en ese tiempo podría tomar otras decisiones, elegir otras alternativas...

— ¿Quieres decir como tu padre con Queensmead? —le sugirió Honor.

— No, Freddy jamás haría eso.

Aun así, ambos habían acordado que de momento no le hablarían de la proposición de Freddy a nadie.

— Entonces no os interesa —los había reprendido Freddy con fastidio cuando se iban a marchar.

— Pues claro que sí —le habían confirmado juntos— pero queremos darte tiempo para que te lo pienses bien —le había dicho Honor con delicadeza.

— Yo ya he tomado una decisión —había dicho Freddy—. No se me ocurre nadie mejor para la tarea de dirigir esta finca, ni nadie a quien me apetezca más cedérsela cuando llegue el momento. Sé que los dos lo haréis lo mejor posible, por la casa y por mí.

— Oh, Freddy —le había susurrado Honor con emoción mientras se inclinaba a besarlo en la mejilla.



Capítulo 13

A pesar del calor que hacía dentro del coche, Olivia se estremeció violentamente cuando se detuvo a la puerta de la casa de David y Honor. Llevaba enferma todo el día, con un poco de fiebre y tiritona, y le dolía la garganta y la cabeza. Había gripe por la zona, y Olivia rezaba para que no la tumbara a ella.

Desde donde estaba sentada en el coche se veía el salón. Su padre estaba sentado con Amelia a su lado y Alex sobre su regazo. Estaba leyéndoles un cuento, y los tres parecían tan ensimismados en la historia que aún no se habían dado cuenta de su presencia.

Mientras los observaba y percibía la complicidad entre sus hijas y su padre, un dolor sordo le atenazó el corazón. Durante su infancia, su padre jamás le había leído a ella ninguna historia, ni mucho menos le había demostrado ese cariño que les demostraba a sus hijas.

En ese momento Alex se echó a reír y Amelia abrazó a su abuelo con fuerza.

Olivia sintió una opresión en el pecho, una mezcla de alegría y resentimiento. El resentimiento por ella, por lo que había sufrido; la alegría por sus hijas, que claramente confiaban y querían ya a su abuelo.

Nadie sabía lo mucho que le había costado dejar a sus hijas con su padre, lo mucho que había detestado tener que pedirle ayuda, pero no se podía negar que las niñas estaban encantadas con la situación. Cada día llegaban a casa emocionadas de lo que habían hecho con su abuelo; y por las mañanas estaban deseando que Olivia las dejara con él.

Y Honor ya era para ellas su «abuela». Sin duda las niñas mostraban un gran entusiasmo cuando hablaban del rato que pasaban juntos con la pareja.

Alex en particular estaba fascinada con el sacerdote, que parecía tener un buen número de historias muy interesantes para contarles, y la conversación de las niñas estaba llena de continuas referencias a los preparados de hierbas de la abuela y al taller del abuelo.

En ese momento vio que David las sentaba a las dos sobre sus rodillas para abrazarlas al mismo tiempo. Olivia tuvo que mirar hacia otro lado.

Jamás recordaba que su padre se hubiera mostrado tan afectuoso con ella. ¿Acaso porque no había sido una niña merecedora de su cariño?



Con tristeza trató de dejar a un lado ese pensamiento. Ese no era momento para atormentarse con lo que debería ser parte del pasado.

— ¡Por amor de Dios, Livvy! —le había reprochado Caspar durante una de sus discusiones—. Olvídate del pasado e intenta vivir el presente.

Si al menos pudiera; pero en ese momento se volvía a sentir como una niña pequeña...

Mientras se decía con pesar para sus adentros que aquello no hacía sino aumentar su aflicción, oyó que llamaban a la ventanilla del coche.

Inmediatamente se volvió y vio a Honor a su lado, sonriéndole. Olivia abrió la puerta enseguida, como si la hubieran pillado haciendo algo malo.

— Iba para adentro. He estado en el invernadero para ver que todo está bien protegido de las heladas —le explicaba Honor con naturalidad—. ¿Por qué no entras conmigo?

Olivia fue a negarse, pero de pronto se dio cuenta de que estaba saliendo del coche.

A Honor empezaba a notársele un poco el embarazo. A Olivia le estaba costando asimilar que el hijo que llevaba Honor en su seno sería un medio hermano o medio hermana suya.

A Caspar le habría gustado tener más hijos, pero ella se había negado. ¿Cómo iba a tener otro hijo cuando se pasaba el día trabajando?

— Hoy he ido a ver a Ben —empezó a decirle Honor mientras se quitaba el chubasquero, ya en la cocina—. No está nada bien.

Olivia se puso tensa. Si Honor iba a echarle un sermón sobre Ben, entonces no quería oírlo.

— Por supuesto, él es su peor enemigo —continuó Honor—, y me gustaría poder hacer más para ayudar a Maddy con él pero... —hizo una pausa y miró a Olivia.

Honor se había dicho que no interferiría en la relación entre David y su hija, pero había algo que tenía que decir.

— Tristemente, en la familia aún se ve a David como a alguien en quien no se puede confiar, lo cual es una pena porque...

— Si se lo trata así será porque lo merece —dijo Olivia con amargura—. El abuelo prácticamente adoraba a papá, ¡nadie más le importaba aparte de Max y papá! —dijo Olivia con los dientes apretados.



— Sé lo mucho que el pasado te sigue afectando, Olivia —concedió Honor—, pero...

Dejó de hablar cuando se abrió la puerta de la cocina y Amelia entró corriendo.

— ¡Abuela, hoy he sacado muy buenas notas en ortografía y...!

La niña se calló al ver la cara seria de su madre, tan contraria a la expresión animada de Honor.

En ese momento, Olivia sintió como si algo se le rompiera por dentro, un dolor que parecía radiar por todo su cuerpo mientras reconocía que Amelia, su adorada hija mayor, la miraba con la misma duda y aprensión con las que ella había mirado a su madre tantas veces siendo niña. Olivia había visto antes esa expresión en los ojos de su hija, pero jamás había sentido el dolor que sentía en esos momentos. Antes de que pudiera decir nada, entraron también Alex y David. Alex, demasiado pequeña aún para percibir la tensión de los adultos, corrió a Olivia con una sonrisa en los labios.

— El abuelo le va a pedir a Santa Claus que me traiga un poni —le dijo a Olivia con emoción.

— Bueno... sí que dije que primero teníamos que preguntárselo a mamá —la interrumpió David con pesar.

Un poni. Olivia cerró los ojos y recordó la desesperación con la que había querido que le regalaran un poni de pequeña, pero Tania se había quedado horrorizada.

«Un poni. Oh, no, cariño, crecerás siendo una marimacho y todo eso...».

Al mirar a su padre Olivia vio una mezcla de pesar y preocupación, pero antes de que pudiera decir nada, le dio un ataque de tos.

— ¿Estás bien? —le preguntó Honor.

— Estoy bien —mintió Olivia con alegría fingida mientras se volvía hacia las niñas—. Vamos, niñas, daos prisa y recoged vuestras cosas.

— Mamá...

Olivia se puso tensa al oír el tono de voz de su hija Alex. Acababa de apagar el motor del coche y estaba deseando poder terminar y darse un buen baño caliente.

— Mamá... Quiero que papá vuelva a casa.



A Olivia se le encogió el corazón.

— Alex, ya sabes lo que te he dicho —empezó a decirle Olivia.

— Sí —contestó Alex con fastidio—. Pero quiero que venga a casa, y Amelia también.

Olivia miró a su hija mayor, que tenía la cabeza agachada. ¿Por qué las cosas eran siempre más complicadas de cómo una se las imaginaba? De verdad había creído que separándose de Caspar se acabarían los problemas. Pero en lugar de eso se sentía más sola, más confundida y más aterrada de lo que jamás se había imaginado que fuera posible.

— El abuelo ha dicho... —empezó a decir Alex, para callarse enseguida cuando Amelia le echó una mirada de fastidio.

Amelia ya le había dicho a Alex que no pensaba disgustar a su madre mencionando la discusión que habían tenido con su abuelo.

— ¿Por qué no le escribís una carta a vuestro padre? —les había sugerido David, pero Amelia había negado con la cabeza.

— No. No podemos. A mamá no le gustaría —le había respondido Amelia—. Además, no sabemos dónde esta.

Sin embargo, ella tenía su número de móvil cuidadosamente escondido en su casa de muñecas. A veces, cuando echaba de menos a su padre, lo sacaba y lo miraba, leía los números y volvía a guardarlo en el mismo sitio.

— ¿Qué es lo que ha dicho vuestro abuelo? —les preguntó Olivia con suspicacia.

— Dijo que la abuela tiene que ir al hospital la semana que viene a hacerse unas pruebas para que puedan ver cómo está el bebé —le dijo Amelia rápidamente para disimular.

Olivia recordó cuando ella había ido a hacerse unas pruebas similares; en esa ocasión Caspar la había acompañado. Y si ella había estado nerviosa en aquella ocasión, sin duda Honor, que era más mayor, lo estaría más. Por primera vez Olivia intentó ponerse en el lugar de su madrastra. Estaba claro lo mucho que Honor amaba a David y la fe que tenía en él.

Olivia sólo esperaba que él no la defraudara como había hecho con el resto de su familia.

Cierto era que las personas no cambiaban, pero no podía negar el amor que había visto en los ojos de su padre cuando miraba a sus nietas. ¡A sus hijas!



— ¿Qué tal está? —le preguntó Caspar con preocupación a Molly cuando ésta entró por fin en la sala de espera del hospital.

— Está bien —dijo con nerviosismo—. El ataque se le ha pasado, pero Ginna sigue con el respirador y no están seguros de si lo superará o no —dijo mientras desviaba la mirada—. Pueden mantenerla viva, ¿pero qué clase de vida será para ella, Caspar?

Caspar negó con la cabeza. Le resultaba imposible contestar a tal pregunta.

— No puedo marcharme hasta que no sepa qué es lo que le va a pasar, y eso podría ser dentro de dos o tres días. Gracias por traerme y gracias por todo —añadió apasionadamente—. Pero supongo que será mejor que nos despidamos... Voy a tener que meterme en algún motel cercano.

— No me voy de aquí hasta que tú no te vayas.

Molly levantó la cabeza y lo miró a los ojos.

— No tienes por qué hacerlo —le susurró Molly con emoción.

— Sí —la contradijo Caspar en tono suave—. Tú vuelve con Ginna —le dijo—. Yo iré a buscar una habitación.

Diez minutos después, mientras marcaba el número que la recepcionista del hospital le había dado, tuvo que apretar los dientes para no pedir una habitación en lugar de dos.

Las habitaciones estaban cada una a un lado del pasillo. La mirada de Molly al darle las buenas noches le había recordado a las de sus hijas cuando tenían miedo de algo. Sin tener que decirle nada, él sabía que estaba tan aterrada de perder a su hermana para siempre como de su supervivencia.

Estaba muy cansado, pero decidió tomar una ducha antes de dormir con la intención de relajarse. Cuando se había puesto de nuevo los vaqueros y se estaba secando el pelo oyó que llamaban a la puerta con indecisión.

— ¡Molly! —exclamó al verla allí.

Estaba pálida, temblorosa, allí de pie envuelta en una especie de bata gruesa. Con mucha ternura y suavidad la agarró del brazo y la metió en la habitación.

— ¿Qué ha pasado? —le preguntó él—. ¿Te han llamado del hospital?

Ella negó con la cabeza.



— Yo... —tragó saliva—. Sólo quería estar contigo —le susurró mientras se ponía colorada.

Cuando empezó a quitarse la bata Caspar se quedó paralizado. Tenía la piel blanca y aterciopelada, y sus pechos desnudos eran turgentes. Cuando la bata cayó al suelo, se oyó un golpe seco.

— Mi móvil ... —le dijo al ver que él miraba la bata—. Por si acaso...

Sus ojos se oscurecieron y sus labios temblaron ligeramente.

— No debería estar haciendo esto —le dijo en tono ronco—. Va en contra de las reglas, y también en contra de mis propias reglas —reconoció—. Ya sé que está muy mal.

— No es cierto —la corrigió Caspar con voz ronca mientras iba hacia ella y la agarraba—. La verdad es que no se me ocurre nada que pudiera estar mejor. ¿Tienes idea de lo mucho que te he deseado? —le susurró con sensualidad mientras agachaba la cabeza para besarla.

Su erección, caliente y dura, se apretaba contra la cremallera de sus pantalones. Le deslizó las manos por la espalda hasta que metió los dedos por debajo del minúsculo pedazo de seda que cubría la deliciosa curva del trasero. Caspar la estrechó contra su cuerpo y gimió en su boca al sentir el peso sensual de su cuerpo de mujer apretándose contra su sexo.

Sus bocas se unieron y sus lenguas se enredaron; ella lo mordisqueó en el cuello y detrás de la oreja mientras él le deslizaba las manos por el trasero, por la cintura y los pechos. A Olivia le encantaba cuando se los tocaba y acariciaba y...

Olivia...

Inmediatamente Caspar se quedó inmóvil, sobrecogido por completo y disgustado por su comportamiento. Sintió que su erección se suavizaba, y que el ardor de momentos atrás quedaba apagado por lo que sentía en ese momento. En la distancia se oyó un ruido. Molly se soltó de él y fue a levantar del suelo su bata.

¡El móvil! Entonces no se había...

Vio que se llevaba el teléfono a la oreja con mano temblorosa. Instintivamente se adelantó para ayudarla con la bata.

— Es del hospital —le dijo cuando colgó—. Ginna ha recuperado el conocimiento... Tengo que ir a verla. Lo siento, Caspar... Yo no...

Lo miró con vergüenza y sacudió la cabeza.



— No hay nada que sentir —le dijo él con intensidad mientras ella corría hacia la puerta.

¿Qué demonios le pasaba? ¿Por qué se había puesto a pensar en Olivia cuando había deseado y necesitado a Molly, y no a su mujer? Pero, gracias a Dios, Molly no se había dado cuenta de lo que había pasado.

— Voy contigo... —le dijo mientras le abría la puerta.

— Gracias —le contestó ella.



Capítulo 14

— Veo que no estás hecho a la tecnología moderna —comentó Sara con asombro cuando Nick empujó la puerta de su casa y ella vio el montón de cartas que había en el suelo.

Su comentario era un intento desesperado por decir algo, cualquier cosa para disimular lo nerviosa que estaba y lo mucho que le pesaba la falsa bravata que la había llevado hasta allí.

Se daba cuenta de que sus sentimientos despreciaban sin remedio el sexo sin emociones. Claro que peor aún era que esos mismos sentimientos suyos parecían haber decidido que en Nick Crighton habían reconocido todo lo que siempre habían deseado, y de ese modo estaban empeñados en lanzarse sin orden ni concierto a demostrarle que no había manera de impedir que se manifestaran a su antojo.

— No —le contestó Nick cuando cerró la puerta para evitar que el frío entrara en la casa—. Tengo una persona que viene y se ocupa de mi correo, pero está claro que debe de llevar un par de días sin venir. No podría hacer mi trabajo sin la tecnología, pero el castigo que tengo encima me ha venido en forma de hermano mayor; hasta el punto de que si Saul sospechara que he recibido un fax o un correo electrónico de algún cliente sería suficiente para encerrarme... ¡Por mi propio bien, claro está! —Nick sonrió al ver la cara que ponía—. Bueno, estoy exagerando, pero como Saul, hasta que mi médico me diga que estoy totalmente recuperado, no me apetece mucho la idea de acabar encerrado en alguna inmunda prisión en el extranjero.

— ¿Existe la posibilidad de que eso ocurra? —le preguntó Sara.

— Esperemos que no, pero supongo que siempre es posible. Las personas que contratan mis servicios lo hacen para que saque a un cliente de una situación tal. Sin embargo, en algunos países llega un momento en el que las negociaciones no te llevan a ningún sitio y hay que empezar a tomar medidas más drásticas —empezó a fruncir el ceño.

El caso que le habían encargado recientemente había quedado resuelto por sí solo al ser liberada la joven que había sido secuestrada.

— Saul no deja de decirme que este trabajo se está poniendo demasiado peligroso para mí. Cree que debería dejarlo y ocuparme de asuntos más mundanos —dijo Nick.

— Pero tú no quieres —adivinó Sara, luchando por recuperar el equilibrio.



— No —reconoció Nick—. A diferencia de Saul, no soy de ese tipo de personas a las que les gusta establecerse. Soy demasiado inquieto… hay tantas cosas que todavía quiero hacer… tantas cosas por ver...

Sara entendió el mensaje Nick, que claramente le estaba advirtiendo para que no se liara con él y dejándole caer que no tenía futuro alguno junto a él. Pero ella ya lo sabía, ¿o no?

— Voy a llevar tus cosas arriba —le estaba diciendo Nick en ese momento—. Si quieres subir conmigo te enseñaré dónde están las cosas.

Con el corazón latiéndole a cien por hora, Sara lo siguió hasta las escaleras por un bonito pasillo. A medio camino en las escaleras, una ventana daba a la exuberante campiña.

— En los días claros se ve el mar —le dijo Nick cuando ella se detuvo a mirar—. En un día como hoy, no se ve ni la carretera.

— ¿Vives aquí todo el tiempo? —le preguntó Sara con curiosidad.

— Más o menos. No estoy tan aislado como parece. Mis padres viven a menos de una hora de camino, y la finca a la que esta casa pertenecía originalmente está a pocos kilómetros —le explicó—. Hubo un tiempo en el que pensé en comprarme un piso en Chester, pero ahí viven tantos miembros de la familia que siempre puedo dormir en casa de alguien cuando voy de visita.

Habían llegado al primer piso, donde Sara vio cuatro puertas. Nick abrió una de ellas y lo siguió con curiosidad.

— Es una habitación para invitados —dijo Nick—. Tiene su propio cuarto de baño. Te dejaré para que te pongas cómoda mientras bajo a preparar un café o un té. ¿Qué prefieres?

— Café —le respondió Sara automáticamente.

Él dejó su maleta sobre la cama y se volvió a mirarla, sin darle tiempo a ocultar la sorpresa que su comentario había provocado en ella.

— ¿Qué esperabas? —le susurró en tono burlón—. ¿Que te tirara en la cama y te hiciera mía aquí mismo?

— No seas ridículo —consiguió decir Sara.

Pero sabía que se estaba poniendo colorada, y rezó para que su lenguaje corporal no dejara entrever lo que de verdad pensaba y deseaba.



— Después de todo, tenemos todo el fin de semana por delante —continuó Nick mientras le echaba una sonrisa llena de picardía—; claro que, si lo que deseas es tirarte encima de mí...

Sara le dio la espalda, negándose a responder, pero oyó cómo se iba riendo al salir del cuarto.

Nick bajó las escaleras con expresión ceñuda. Lo que acababa de sugerirle a Sara había sido una tontería, y en cuanto a llevársela allí... ¿Acaso no había invitado a nadie a su casa para evitar meterse en un buen lío? Aunque para ser sinceros no lo había hecho porque había tenido miedo de que tal intimidad con la mujer en cuestión pudiera llevarlo al aburrimiento y a la irritación. Con Sara... Con Sara estaba fascinado, loco de curiosidad y de deseo, desesperado por encontrarle algún defecto que lo empujara a apartarse de ella. Sin embargo... Incluso su inesperada timidez y la reserva que había mostrado arriba en el cuarto le habían resultado encantadoras.

En la acogedora y bien equipada cocina Nick encendió el hervidor. Un termostato aseguraba la temperatura constante de la casa, que en ese momento era de lo más agradable. Tal vez le gustara la situación algo aislada de la casa de campo, pero Nick no era persona que quisiera privarse de ninguna comodidad si podía evitarlo.

— Hola —la saludó Nick alegremente al verla entrar en la cocina media hora después—. Creo que se habrá enfriado el café. Voy hacer más.

— Decidí darme una ducha —le dijo Sara.

— Hay un restaurante muy bueno en San David. Podría reservar mesa para esta noche, o si lo prefieres podríamos cenar aquí. Me he traído comida.

— Esto... me da lo mismo —le dijo Sara con timidez.

— ¿No? —Nick sonrió—. Bueno, en ese caso, cenaremos aquí. Un cliente me regaló una caja de vino tinto muy bueno que aún no he tocado. ¿Te gustan los filetes? Me temo que no soy un gourmet...

— Me gustan —afirmó Sara.

Nick se acercó a ella con la taza de café en la mano y una expresión de asombro en el rostro.



— Te has vuelto inesperadamente dócil —le comentó mientras dejaba la taza sobre la mesa de madera—. Porque sé que no es posible, si no pensaría que estás nerviosa.

— Nerviosa... Pues claro que no lo estoy... —negó Sara.

Tal vez fuera por la ducha, no estaba segura, que de pronto sintió una gran turbación. De pronto era especialmente consciente del aroma tentador y sensual de la piel de Nick, de la fuerza de su cuerpo masculino, de la sensualidad que empezaba a asomar en su expresión, esa fascinación irremediable que la poseía mientras observaba sus dedos enroscándose al asa de la taza que tenía en la mano y se imaginaba que era a ella a quien acariciaba y tocaba.

— Sara...

Ella levantó la vista con timidez, y se sorprendió al ver lo cerca que estaba de ella. El corazón le latía con fuerza, pausadamente, y sin saber por qué Sara se echó a temblar.

— Mmm... hueles a jabón... —le dijo él.

Sin darse cuenta ella, Nick le había echado el brazo a la cintura y la estrechaba contra su cuerpo con fuerza.

— Me he dado una ducha —murmuró de manera incoherente.

— Qué pena. Pensé que esperarías para que nos ducháramos juntos...

El corazón le latía de pronto con tanta fuerza que le pareció que se le iba a salir del pecho.

— No puedo... yo no... oh... mmm...

Sin poder evitarlo su voz se fue apagando al tiempo que Nick la besaba en la cara, acercándose cada vez más a sus labios. Sara le agarró el mentón para que dejara de moverse y separó los labios para besarlo a conciencia.

Pasados unos minutos, Nick se apartó de ella. Sin decir nada y sin soltarla, la condujo hacia las escaleras.

Al llegar al rellano donde ella se había parado a mirar por la ventana, se detuvieron. Mientras lo miraba a los ojos, Sara tuvo la sensación de estar hundiéndose en las profundidades de aquella mirada sensual, donde sin duda ardía un deseo fiero.

— Sabes que esto es una auténtica locura, ¿verdad? —le dijo él.



Su voz era tan serena, tan controlada, tan formal, tan contraria al modo de mirarla, que Sara se sintió demasiado aturdida como para responder. Y de pronto era demasiado tarde porque él ya la estaba besando de nuevo. Y esa vez no hubo necesidad de agarrarle el mentón; esa vez era él quien la agarraba tan apasionadamente que Sara vio que no tenía intención de soltarla. Subieron las escaleras que quedaban sin separarse, sin dejar de besarse.

— Ahora es el momento de decirme si has cambiado de opinión —le dijo con expresión seria al llegar al rellano.

Esa vez la oleada de deseo que sintió Sara fue provocada por el gesto tierno, por la dulzura infinita de saber que él controlaría su deseo por ella si ella se lo pedía.

— No. No quiero cambiar de opinión —dijo con convencimiento.

Bajo sus dedos Nick sintió que le ardía la tez. Había en Sara una timidez, una delicadeza que atizaba su deseo por ella.

— Sara...

La manera de pronunciar su nombre resultó en un leve gemido, rápidamente silenciado cuando él comenzó a besarla íntima y apasionadamente.

Temblaba tanto que su única salida era inclinarse sobre él sin otra posibilidad mientras Nick abría la puerta del dormitorio.

Sara se llevó una impresión desdibujada de una cama enorme de estilo antiguo, de una chimenea donde había preparados unos troncos de madera, de una mesa de escritorio con su silla bajo una ventana y de varias cómodas de madera.

Unas gruesas cortinas colgaban delante de la ventana y en el suelo había una alfombra beige de lana; la ropa de la cama era de lino blanco roto, y a los pies vio una manta oscura y gruesa.

La habitación tenía un aire casi medieval, una mezcla de lo académico y lo sensual; y algo de ese ambiente conmovió de tal modo a Sara que sintió casi como si acabara de entrar en un sitio que siempre había estado ahí esperándola.

Una lámpara a cada lado de la cama iluminaba la habitación tenuemente al tiempo que la envolvía en sombras suaves. En una habitación cualquiera se olvidaría del resto del mundo y de sus realidades.

Cuando se estremeció de arriba abajo ante tantas emociones Nick le ofreció encender la chimenea.

— Si tienes frío puedo encenderla. A veces trabajo aquí arriba. Por eso no la he quitado.



Sin esperar a que ella le respondiera, Nick fue hacia la chimenea y a los pocos minutos los troncos ardían alegremente.

— ¿Te parecería muy anticuado por mi parte si te dijera lo mucho que deseo desvestirte y que tú me desvistas a mí? —le dijo Nick con voz ronca al volver junto a ella—. Sé que las maneras modernas dictaminan que cada uno debe quitarse su propia ropa, pero...

Sara continuaba agarrada a él mientras él empezaba a desnudarla. Empezó a desabotonarle la camiseta, que seguidamente le retiró de los hombros. Entonces se dispuso a besar cada centímetro de piel que quedaba al descubierto, desde los hombros, continuando por el brazo hasta llegar a la mano.

Ella jadeaba como si hubiera hecho un ejercicio físico agotador, y se sentía débil con aquella mezcla explosiva de deseo y excitación.

Había pensado mucho en la clase de ropa interior que una podría ponerse para una ocasión como aquélla. Desde luego no era de esas mujeres a las que le gusta la ropa interior sexy, pero por otra parte se había negado a ponerse el práctico conjunto color carne que normalmente llevaba porque ese tipo de prendas estaban ideadas para que la ropa quedara mejor más que para realzar las curvas del cuerpo. Al final había optado por un bonito conjunto de encaje, que era femenino pero sin demasiadas pretensiones.

Sin embargo, irónicamente, por la actitud de Nick desde su llegada, después de la ducha había decidido ponerse unas braguitas sencillas y una camiseta limpia. Tenía los pechos lo bastante firmes como para no tener que molestarse en llevar sujetador si no quería, y pensando que no iban a hacer nada en la cama hasta la noche, no se había molestado en ponerse el conjunto de encaje.

Sin embargo, por la manera en que David le miraba los pechos después de quitarle la camiseta, Sara se sentía la mujer más deseable y libertina del mundo.

— Se ve que no te gusta hacer topless —le dijo Nick mientras trazaba con el dedo la línea desdibujada de su bronceado.

— Esto... yo...

Sara emitió un gemido entrecortado cuando él agachó la cabeza muy despacio y empezó a acariciarle uno de sus pezones con los labios.

¡Qué placer...! Sara arqueó la espalda al tiempo que las oleadas de deseo acometían su cuerpo y sus sentidos. En el espejo sobre la cómoda Nick vio el reflejo de sus cuerpos. Sara tenía la cabeza echada hacia atrás; su cuerpo, desnudo de cintura para arriba, bañado en el suave resplandor del fuego y con la melena dorada cayéndole por la espalda, resplandecía de belleza. Y así, arrodillado delante de ella y en aquella pose de los dos tan elemental y natural, Nick sintió que despertaban en él



sus instintos más primitivos. En toda su vida se había sentido tan hombre, tan tentado entre su deseo de conquistar y poseer y su necesidad de mostrar ternura; de ser tanto victorioso como protector.

— ¿No se suponía que debías estar desnudándome? —le dijo a Sara en tono suave.

Desnudándolo... Sara cerró los ojos.

— Me estabas distrayendo demasiado —le dijo ella, tratando de mostrar la misma naturalidad y calma que veía en él.

— Bueno entonces tal vez sea mejor que me esté un poco quieto, ¿no? —sugirió Nick.

Sara lo miró con incertidumbre.

— Vamos —la animó él—. No es tan difícil, ¿verdad? Lo único que tienes que hacer es desabrochar unos cuantos botones... así... mira...

Él le cubrió las manos con las suyas, sujetándoselas mientras desabrochaba los botones de su camisa, y Sara se preguntaba si tendría idea de lo que le estaba haciendo, de lo débil y ardiente que se sentía en ese momento.

Su cuerpo era tal y como Sara se lo había imaginado y mucho más; muchísimo más. Comenzó a tocarlo con manos vacilantes, deleitándose con la sorpresa y la intensidad de sus propios sentimientos, de su deseo.

Ser acariciada y besada por Nick hasta gemir de deseo, imaginárselo dentro de ella cuando finalmente la llevara a la cama, era un experiencia tan lejos de sus sueños más salvajes y más libertinos que apenas podía entender lo que estaba sintiendo.

— Ya... un poco más... —le decía Nick mientras la tumbaba en la cama y procedía a besarla.

— Te deseo tanto, Nick... Te deseo...

Incapaz de contenerse, Nick respondió:

— ¿Quieres decir, así?

Su cuerpo dulce y caliente lo acogió, sorprendentemente. Vacilante al principio, como si...

Sara aguantó la respiración mientras sentía que su cuerpo se estiraba suavemente para aceptarlo. Habían pasado varios años.

— Pareces como una virgen —le susurró Nick con sensualidad al oído—. Tan dulce y apretada...



A medida que la penetraba un poco más, vio en los ojos de Sara reflejado ese placer, ese asombro.

— Eres...

Sara no continuó. ¿Después de todo, con quién iba a compararlo aparte de su primer y único amante? Esa magia, esa intimidad eran únicamente suyas...

— ¿Qué soy? —le preguntó Nick mientras su cuerpo reaccionaba al placer de las sensaciones.

Pero Sara estaba más allá de poder responder. Enredada en el principio del primer orgasmo con penetración que había experimentado en su vida, sólo fue capaz de agarrarse a él mientras gemía de placer.

— El médico me ha dicho que no me haga ilusiones, pero al menos ha salido del coma —le dijo Molly a Caspar, sonriendo con ternura al tiempo que él la tomaba del brazo para evitar los empujones del nutrido público de la cafetería—. Siento... lo de anoche —se disculpó ella.

Caspar cerró los ojos. Él era el único que tenía que disculparse. ¿Qué diablos le había ocurrido? De pronto estaba muy excitado, y de momento...

Molly hizo una pausa y bajó la vista.

— Caspar, no quiero parecerte pesada o conjeturar demasiado, pero creo que deberíamos hablar de tu matrimonio. Tú sigues casado —le recordó con suavidad—. Y liarse con un hombre casado tan amable y especial como tú no es algo que yo quiera hacer...

— ¡Amable! —Caspar hizo una mueca.

— Muy amable —le confirmó Molly con una leve sonrisa antes de bajar la voz un poco—. No muchos hombres hubieran mostrado la misma paciencia y comprensión en relación a Ginna. No digo que los hombres no se preocupen de sus familias; sí que lo hacen, pero para la mayoría la realidad de una enfermedad grave es tan aterradora que o bien se apartan de ello o se niegan a reconocer que existe. Muy a menudo su reacción nace del miedo que tienen a perder a la persona amada, de que la enfermedad sea más importante para esa persona que su hombre. A veces nace de querer proteger a la persona querida; ése es un instinto masculino muy arraigado. Parece ilógico, pero...

De pronto Caspar pensó en el momento amargo en que Olivia le había hablado por primera vez del trastorno alimenticio que sufría su madre; cuando lo había acusado de no entenderla. Aún recordaba lo mucho que se había enfadado con



ella, aterrorizado de que las exigencias de su madre pudieran significar que iba a perderla. Había sido demasiado orgulloso como para reconocer ni su inseguridad ni sus celos.

Al igual que más recientemente había sido demasiado orgulloso para reconocer que estaba celoso del hecho de que pusiera por delante de él no sólo a sus hijas, sino también su trabajo.

— Vuelve —le dijo Molly.

Caspar la miró con culpabilidad.

Nick miraba hacia las colinas, pero no veía nada. El viento helado le golpeaba la cara, pero él ni lo notaba.

Las nieblas del día anterior habían dado paso a unos cielos claros y a un sol brillante, pero él no era consciente ni del sol ni del frío.

Había dejado a Sara dormida en la cama que habían compartido la noche anterior; en su cama... Se estremeció de emoción. Lo que había pasado entre ellos la noche anterior había ido más allá de lo meramente sexual. ¿Pero qué diantres se suponía que podía hacer? No había sitio en su vida para esa clase de compromiso, para las complicaciones que conllevarían lo que sentía por Sara. No. En su vida presente no había sitio para ella; y aunque estaba casi seguro de que no podría vivir sin ella, tendría que aguantarse.

Después de todo, ella misma le había dejado muy claro que lo último que necesitaba era una relación permanente con él.

— Eres un Crighton —le había susurrado la noche anterior después de hacer el amor la primera vez.

Entonces Nick la había abrazado mientras ella le había contado la verdad.

— ¿En qué juicio confías más? —le había preguntado Nick con enfado—. ¿En el de tu abuela postiza, una mujer que tiene el razonamiento de un niño de dos años, o en ti misma?

Había sabido, por supuesto, que había metido la pata incluso antes de ver la rabia reflejada en su mirada.

— ¿Qué te hace pensar que veo a los Crighton de un modo distinto a como lo hace Tania? —le había preguntado Sara.



— ¿De verdad necesitas que te conteste a eso? —le había contestado él con dureza—. Y no te molestes en decirme que lo que acabamos de vivir lo has vivido antes con una docena de hombres —le había dicho él—. porque yo nunca he experimentado nada así en mi vida…

Sara había tenido que reconocer que para ella había sido lo mismo.

— Se suponía que con esto podríamos desahogamos —le había recordado ella mirándolo a los ojos.

Del mismo modo en que ambos estaban rabiosos, fastidiados por ese deseo que los consumía, también eran incapaces de no ceder a la tentación. Nick se dijo para sus adentros que para él aquello iba más allá del deseo físico. ¿Y para Sara...?

Con tristeza volvió la cabeza hacia la casa de campo.

Angustiada y temblorosa, Sara se vistió. No servía de nada intentar continuar engañándose a sí misma. De ninguna manera podría decir que lo que había experimentado la noche anterior y de madrugada era sólo sexo. Y de ninguna manera podría revelarle a nadie lo que de verdad sentía por Nick; lo mucho que ya lo amaba.

Él le había dejado bien claro que estaba encantado con su vida de soltero; que la clase de compromiso que ella deseaba en ese momento no entraba en los planes de Nick; ni con ella ni con ninguna mujer. Así que se estaba engañando a sí misma si pensaba que podría permanecer más tiempo allí con él sin delatarse Y demostrarle lo que sentía.

No tenía elección. Si se quedaba allí el resto del fin de semana… Le daba miedo que llegara un momento en que perdiera el control y el respeto hacia sí misma, quedara reducida por el llanto y las emociones, y terminara rogándole que le hiciera un hueco en su vida y en su corazón. La única manera de evitar todo eso era marchándose inmediatamente.

Tal vez Nick hubiera percibido lo que sentía ella. Ese miedo aumentó su resolución; tenía que marcharse y esperar que pudiera dejar todo eso atrás.

Acababa de terminar de hacer la maleta cuando Nick entró en el dormitorio. Llevaba una taza de té en la mano, y Sara vio que llevaba puesta la cazadora. Al pasarle la taza de té, le preguntó con extrañeza:

— ¿Qué haces?



— La maleta —le contestó Sara con toda la calma posible, contenta de tener la excusa de dejar la taza de té sobre la mesilla y poder así darle la espalda a Nick para que éste no le viera la cara.

— ¿Haciendo la maleta... ahora...? No regresamos hasta mañana...

— Debo corregirte —le dijo Sara en tono seco—. Yo regreso hoy... En realidad, me voy ahora mismo. Después de todo... —aspiró hondo antes de volverse hacia él, agradecida de las sombras que envolvían el dormitorio— hemos consumado lo que vinimos a hacer.

Nick se quedó mirándola sorprendido.

— ¿Qué diablos estás diciendo?

— Hemos venido aquí a practicar el sexo —le recordó—. A desahogar ese ardor que ambos sentíamos el uno por el otro.

Una mano helada pareció apretarle el corazón. Quería decirle que estaba mintiendo, que ella sentía lo mismo por él que él por ella.

A Nick lo invadió la incredulidad y el sobrecogimiento, y una impresión tan grande que le impedía articular palabra... temeroso de la intensidad del dolor que sentía, de descontrolarse delante de ella, como si fuera alguien mortalmente herido cuyas entrañas quedaran al descubierto en un charco de sangre y carne despedazada. Lo que estaba experimentando resultaba sobrecogedor, destructivo, incontrolable, irrefrenable... Sara tomó la maleta y pasó delante de él en dirección a las escaleras.

Se preguntaba si Nick se estaría dando cuenta de lo que sentía en realidad… si sabía que estaba mintiendo. Tal vez ella le estuviera haciendo un favor, evitándole la engorrosa necesidad de recordarle la cruda realidad.

La noche anterior se había negado a soltarla, incluso mientras dormían, pero Sara no se podía dejar engañar. Eso era sólo su instinto de protección, algo que no significaba nada en realidad.

No iba a llorar… aún no. Ya habría tiempo para llorar después.

Y sin embargo, aun cuando estaba ya montada en el coche y avanzando por el camino, una parte de ella no dejaba de esperar que Nick dijera o hiciera algo para impedir su marcha… para que se quedara con él... aunque fueran tan sólo unas horas más.

Sara se había marchado. Nick miró a su alrededor con estupefacción. ¿Por qué demonios no le había impedido que se marchara? ¿Pero qué habría podido hacer?



¿Obligarla? ¿Y cómo iba a obligarla si ni siquiera había sido capaz de asimilar todavía lo que Sara acababa de decirle?

Había estado tan seguro... tan convencido de que ella sentía lo mismo que él... ¿Pero qué era lo que le ocurría? Debería sentirse aliviado, contento. Ya no había nadie, nada, que se interpusiera entre sus planes y él. Era libre para hacer lo que le diera la gana con su vida.



Capitulo 15 — ¿Eres tú, abuelo?

David frunció el ceño al reconocer la voz angustiada de su nieta Amelia al otro lado de la línea telefónica. Eran las nueve y media de la mañana y él y Honor acababan de terminar de desayunar cuando empezó a sonar el teléfono.

— Sí, soy yo, cariño.

— Mamá no se encuentra bien —le dijo Amelia con voz temblorosa—. Alex y yo no hemos podido despertarla del todo. No abre los ojos y no para de llamar a nuestro papá.

— No te preocupes, Amelia —intentó asegurarle David mientras respiraba hondo para controlar su ansiedad—. ¿Estáis vestidas Alex y tú?

— No —le respondió Amelia con vacilación.

— ¿Y por qué no vais a vestiros mientras yo voy para allá? Olivia no se encuentra bien —le dijo a Honor cuando colgó.

Le contó a Honor lo que le había contado Amelia.

— Seguramente tendrá una fiebre muy alta.

— Les dije a las niñas que iría para allá —añadió David.

— Iré contigo —se ofreció Honor—. Tengo un preparado que es estupendo para bajar la fiebre.

— ¿Crees que deberías acompañarme? —le preguntó David—. Lo que no quiero es que pilles la gripe o lo que sea que tenga, sobre todo porque estás embarazada...

Honor estuvo a punto de decirle que él también podría pillarla y contagiársela después a ella, pero no dijo nada. Tal vez aquélla fuera una oportunidad estupenda para que él y Olivia pasaran un rato a solas.

— La verdad es que tengo que ayudar a Freddy. Ya le ha llegado el permiso para celebrar matrimonios en el invernadero de árboles frutales, y quiere empezar a prepararlo y equiparlo adecuadamente —de pronto dejó de hablar y se quedó mirando a David—. David, tal vez tenga un virus dañino. Será mejor que llames al médico. He oído que muchas personas han tenido que ser hospitalizadas...

— ¿Es que no quieres que vaya? —le preguntó David.



Honor negó rápidamente con la cabeza.

— Claro que sí. Olivia es tu hija, y sé lo que sentiría si una de las mías estuviera enferma y tú intentaras impedirme que fuera junto a ella. No. Tú tienes que ir, pero no quiero que pienses que por lealtad hacia mí y mis pociones no puede llamar al médico para que vaya a visitarla.

Media hora después Amelia le abría la puerta a David; enseguida se dio cuenta de que tanto ella como Alex habían estado llorando.

— Quiero que las dos os quedéis aquí, por si acaso sonara el teléfono, mientras yo voy a ver a mamá... ¿vale? —improvisó al ver que Amelia estaba a punto de protestar.

Al entrar en el dormitorio de su hija, David se dio cuenta rápidamente de que Olivia estaba delirando, semi inconsciente. Cuando le tocó la cara la tenía ardiendo, la almohada estaba empapada en sudor y las sábanas y el edredón revueltos de los temblores y movimientos de su cuerpo.

Honor había tenido razón al advertirle que tal vez tuviera que llamar a un médico.

La recepcionista que por fin contestó su llamada le dijo que el médico podría tardar un par de horas en pasarse a ver a Olivia.

— ¿Puedo hacer algo por ella mientras tanto? —le preguntó David con nerviosismo—. Está claro que tiene mucha fiebre. Está delirando y...

— Puede pasarle una toalla mojada por el cuerpo para intentar que le baje la temperatura —le aconsejó la mujer—. Ah, y asegúrese de que toma líquidos.

Cuando la había llamado para ponerla al corriente de la situación, Honor le había dicho que le diera cuatro gotas de la poción que le había dado cada media hora en un vaso de agua.

— Acabo de oír en la radio que se han dado tantos casos similares que el hospital ha tenido que cancelar todo menos las operaciones urgentes.

Después de bajar a ver cómo estaban las niñas y ver que estaban ensimismadas con la nueva película de vídeo que Honor les había comprado, David regresó junto a Olivia. Estaba tumbada de lado y con los ojos abiertos como platos.

— ¿Papá…—le preguntó en tono enfadado al verlo — qué estás haciendo aquí?



— Las niñas estaban preocupadas por ti —le contestó sin mentir—. Me llamaron por teléfono.

— Preocupadas por mí...

Un estremecimiento interrumpió su frase, y al momento se llevó la mano a la garganta. La tenía muy irritada, y le dolía tanto la cabeza que parecía que le iba a estallar. De pronto estaba muerta de calor, y al momento siguiente helada de frío.

— ¿Te duele la garganta? —le preguntó David en tono comprensivo—. Voy a prepararte una bebida caliente. Siempre sufriste mucho de la garganta de pequeña. Tu madre quería que te quitaran las anginas, pero...

— Pero tú no quisiste —terminó de decir Olivia en tono amargo—. Habría significado perder diez días de clase, y tú querías marcharte de vacaciones a jugar al golf. Sí, lo recuerdo.

— ¡No! —gritó David, sobrecogido—. ¿De donde te has sacado eso? No quería que te operaran porque a mí me operaron; fue horrible y no dejé de enfermar de la garganta. No quería que tú sufrieras lo mismo que yo y para nada.

Oliva lo miró fijamente.

— No. Eso no es cierto —negó con furia—. Mamá me lo dijo... —dejó de hablar interrumpida por un ataque de tos.

Inmediatamente David fue a servirle un vaso de agua de la jarra que había llevado y le había colocado junto a la cama.

— Qué asco —dijo Olivia haciendo una mueca de asco después de dar un sorbo—. Está amarga.

— Tiene unas gotas que me ha dado Honor —le dijo David—. Es para ayudarte a bajar la fiebre.

— Tengo un catarro... eso es todo —objetó Olivia.

— Tienes la gripe —la rectificó David con firmeza—. He llamado al consultorio y el médico vendrá más tarde.

— ¿Qué es lo que has hecho? No tenías derecho... No quiero que estés aquí... —empezó a decir Olivia, pero la voz se le fue apagando al tiempo que la fiebre contraatacaba.

Se sentía tan enferma que le resultaba imposible continuar hablando e incluso pensando. Lo único que deseaba era cerrar los ojos dormir. La suave luz grisácea que



entraba a través de las cortinas le hacía daño a los ojos, y en cuanto al dolor que castigaba su cuerpo y su cabeza... No recordaba haberse sentido jamás tan enferma.

— Las niñas... —consiguió emitir con un hilo de voz.

— Están bien, tranquila —le aseguró David inmediatamente.

Aunque Olivia intentaba aguantar, David se dio cuenta de que su hija estaba perdiendo poco a poco la consciencia. Entonces su respiración se tomó trabajosa y superficial.

Cuando estuvo seguro de que estaba dormida, bajó para ver cómo estaban las niñas y prepararles algo de comer. Cuando entró en el salón para avisarles que el almuerzo estaba listo, Amelia se le acercó con expresión seria.

— ¿Abuelo, la abuela sabe hacer magia como Harry Potter?

David frunció el ceño. Había estado leyéndoles los libros a las niñas cada tarde después del colegio.

— La abuela Honor es homeópata —intentó explicarles.

— ¿Entonces puede hacer algo para que vuelva nuestro papá?

David no supo si sonreír o echarse a llorar.

— Las dos lo echáis mucho de menos, ¿verdad? —le dijo con suavidad, sentándose con ellas.

— Sí.

Pero la respuesta no hubiera sido necesaria. Se les notaba en la cara lo que sentían. David no conocía bien a su yerno, pero por lo que había oído decir de él le daba la impresión de que la familia lo tenía por un padre bueno y afectuoso.

— Olivia y él estaban tan enamorados —le había dicho Jon con evidente confusión—. Jamás imaginé que se separarían.

A última hora de la tarde llegó el médico, evidentemente agotado.

— Sí, es el virus —confirmó.

— Tiene la garganta muy irritada —lo informó David.

El médico frunció el ceño.



— Sí. Tendré que darle una receta para eso. Va a tener que quedarse en cama tres o cuatro días —le dijo a David—. Como es joven, no hace falta hospitalizarla; aunque si hubiera necesidad habría que sacarla de la zona. Este virus ha tumbado a la mitad de la población, y no parece haber ni un solo hogar que no haya sido afectado por ello. ¿Hay alguien que pueda cuidar de ella, su esposo tal vez?

— Soy su padre. Yo me quedaré con ella —dijo David en voz baja.

Al final el médico le recomendó que hiciera más o menos lo que le había indicado Honor. David se lo contaba a Honor cuando la llamó para decirle cómo iban las cosas.

— Tendré que pasar aquí la noche —le dijo con pesar—. No puedo dejarla.

— Pues claro que no puedes dejarla —le dijo Honor—. La verdad es que me enfadaría mucho contigo si lo hicieras.

— El médico ha dicho que serán tres o cuatro días malos —añadió David—. Y dentro de nada tienes la cita del hospital.

Honor aspiró hondo. Tenía miedo, aunque no le había dicho nada a David, porque sabía que la presencia de su marido no variaría el resultado del test. Y al igual que el niño que llevaba en su seno, Livvy también era su hija, y en ese momento lo necesitaba.

— Ah, no te preocupes por eso. Tú concéntrate en Livvy. Ahora es ella quien te necesita, David.

— Bueno, si estás segura... La verdad es que no me haría gracia la idea de dejarla.

— Estoy totalmente segura —contestó Honor, cruzando los dedos a su espalda—. Tú quédate con Livvy, ¿quieres?

— Sara, querida, qué agradable sorpresa.

Sara Sonrió a su abuelo. Frances se había quedado sorprendido cuando la había informado de que iba a tener que marcharse, pero no tanto como cuando Sara le explicó quién era y el error que la había llevado a aceptar el empleo en primer lugar.

— Debería habértelo dicho antes —le había reconocido Sara—. Pero... me resultó difícil.

— Lo entiendo —le había dicho Frances en tono con solador—. El conflicto de lealtades siempre resulta difícil. Sentiremos mucho perderte, Sara.



— Tengo que marcharme —había sido lo único que Sara había podido decir.

Tania estaba quejándose de que la llegada de Sara estaba retrasándolos para salir a cenar. Y mientras la escuchaba y era testigo de los intentos de su abuelo para tranquilizar a Tania, Sara entendió por primera vez por qué su padre no era un gran fan de la segunda esposa de su abuelo.

— No pasa nada, no voy a quedarme —consiguió decirle a Tania con una sonrisa superficial—. Sólo es una visita relámpago —explicó, y aspiró hondo—. Dentro de poco voy a tomar un avión para reunirme con papá y mamá.

— Qué afortunada eres —le dijo Tania con envidia—. Ojala hubiera tenido a tu edad las oportunidades que tú tienes, Sara, querida. Tu padre tiene tanta suerte de tener un apartamento en un lugar tan prestigioso... Todos esos hombres ricos... Si juegas bien tus cartas, estoy segura de que acabarás con un esposo millonario.

Sara cerró los ojos y tragó saliva para ahogar la náusea que le producía las palabras de Tania. Sólo de pensar en otro hombre en su vida, en su cama, que no fuera Nick, le producía repelús y tal dolor de corazón que le entraban gañas de gritar que jamás habría ningún marido para ella ya... y ningún amante tampoco.

Sabía que sus padres, pero sobre todo su padre, estaban en contra de su deseo de trabajar para una de las agencias de ayuda internacional.

— Te destrozará el alma y el cuerpo, Sara —le había dicho su padre con brutalidad.

Pero tenía que hacer algo, y lo único que se le ocurría era perderse a sí misma y su dolor en la clase de trabajo más duro que podía encontrar.

La razón por la que se marchaba al Caribe no era únicamente para persuadir a sus padres de que aceptaran sus planes para el futuro. Si se quedaba en casa no se fiaba de poder aguantar y no ponerse en contacto con Nick, de rogarle, de pedirle que la quisiera...

— ¿Jenny, eres tú?

— Caspar —dijo Jenny con sorpresa al reconocer la voz del marido de Olivia.

¿Por qué demonios la llamaba a ella?

— Se me ocurrió llamar a ver cómo están Livvy y las niñas —le dijo Caspar, contestando a la pregunta que ella aún no le había hecho.

— Están bien… que yo sepa —le respondió Jenny con cautela—. ¿Por qué no llamas a Olivia, Caspar? Estoy segura de que...



— No, no... —la interrumpió Caspar bruscamente—. Y Jenny, por favor, no le digas a Livvy que he llamado. No quiero que piense que yo...

— ¿Qué te preocupas por ella? —dijo Jenny en tono suave.

— Que quiero inmiscuirme en su vida —la corrigió Caspar con resolución— Mira, tengo que dejarte, Jenny.

Y antes de que ésta pudiera responderle, Caspar colgó.

— ¿Quién era? —le preguntó Jon, que en ese momento entraba en la cocina.

— Caspar —le dijo Jenny—. Llamó para ver si Livvy y las niñas estaban bien.

— De verdad... Me da tanta pena pensar en esos dos... —Jon se calló y negó con la cabeza, mientras se acercaba adonde estaba Jenny—. Hemos tenido tanta suerte en nuestro matrimonio, Jenny... Detestaría pensar lo que sería mi vida sin ti —dijo, y entonces vio que Jenny estaba llorando—. ¿Qué pasa? ¿Qué te ocurre?

— No sé —reconoció Jenny llorosa—. Sólo es que tan tas cosas han ido mal últimamente que había empezado a temer que... —dejó de hablar.

— ¿El qué? —le preguntó Jon.

— Bueno, desde que David ha vuelto a veces me ha dado la impresión de que prefieres estar con él a estar conmigo.

Ya estaba. Por fin le había dicho lo que tanto la atormentaba.

— ¿Cómo se te ha ocurrido pensar eso? —le preguntó Jon con incredulidad.

— David es tu gemelo —le dijo Jenny.

— Y tú mi esposa, mi amor, mi mejor amiga, mi alma gemela, Jenny —le dijo Jon con emoción—. Sí, quiero a David, y me alegro de que estemos descubriendo de nuevo nuestra relación de hermanos gemelos, pero eso no le llega ni a la suela de los zapatos a lo que siento por ti... a lo que eres para mí... a lo que nuestro amor y nuestra vida juntos significan para mí, Jenny. Eres mi vida, y sin ti... —dejó de hablar y negó con la cabeza—. Sabía que algo iba mal, pero pensé que era porque estabas preocupada por Maddy...

— Lo estaba —reconoció Jenny—. Pero me siento tan tonta reconociendo que estaba celosa a mi edad, Jon, y tu hermano, pero... He empezado a preguntarme si envidiarías a David. Él tiene una relación nueva y un bebé de camino...

En otro momento, la sorpresa en la cara de su marido la habría hecho sonreír.



— ¿Yo envidiar a David? —protestó—. ¿Oh, Jenny, cómo has podido pensar eso? Si acaso, siento lástima por él. Sé que quiere a Honor, veo lo felices que son juntos, y por supuesto me alegro de lo de su bebé, pero nosotros hemos hecho esas cosas, hemos compartido esas experiencias. Le doy gracias a Dios porque tú y yo jamás conoceremos de la culpabilidad y amargura que la relación con Olivia le está causando a David; porque yo no sufriré jamás el arrepentimiento que sé que él sufre. Tú eres lo más maravilloso que me ha ocurrido jamás, Jenny, el regalo más valioso que la vida podría haber me dado... Tú y nuestros hijos.

Palabras tan cargadas de emoción de un hombre que normalmente era tan reticente a dar voz a sus sentimientos le dijeron a Jenny lo genuinas y sentidas que eran.

— He sido una estúpida —le dijo ella con pesar.

— No. Soy yo el que ha sido estúpido —la corrigió Ion—. Estúpido por no darme cuenta de lo que estabas sintiendo. Pero ahora que lo sé, tengo la intención de asegurarte de que no volverás a tener más dudas.

—Jon —protestó Jenny sin aliento.

Pero Jon ignoró su protesta mientras la tomaba entre sus brazos y la besaba con pasión.

David se despertó sobresaltado y automáticamente fue a tocar a Honor, sólo que su esposa no estaba allí. Entonces recordó lo que había pasado y dónde estaba. Estaba en casa de Olivia, durmiendo en la habitación de invitados. Adormilado miró el dial luminoso del despertador y vio que eran las cuatro de la madrugada. Frunció el ceño al oír un ruido, como si alguien lloriqueara.

Rápidamente se levantó de la cama y fue hacia la puerta. El ruido provenía de la habitación de su hija. Rápidamente cruzó el pasillo y empujó la puerta del dormitorio de Olivia.

Olivia se movía intranquila de un lado al otro de la cama. David se acercó a ella con nerviosismo, e incluso antes de tocarla notó que tenía mucha fiebre. Olivia empezó a toser con una tos tan cerrada que David sintió el dolor en su pecho. Le quemaban los ojos de las lágrimas que no había derramado por todas las veces cuando ella estaba creciendo y él o bien no había estado a su lado o bien había estado demasiado ajeno a su necesidad.

Una de las manos de Livvy descansaba sobre la colcha. David se la agarró entre las suyas con suavidad. A pesar de la fiebre, la tenía extremadamente fría. ¿Cómo había conseguido fracasar tanto como padre? ¿Cómo había conseguido ser tan torpe para no ver o sentir la singularidad de sus hijos? ¿Y cómo no había podido



reconocer la magnitud del amor de un niño por su padre? ¿Que un niño era, literalmente, un regalo de amor?

Y Olivia era su hija, lo mismo que Jack... Al igual que lo sería el bebé que estaba en camino.

Él le había hecho tanto daño a Olivia, le había causado tanto dolor... ¿Sería irreparable? Rezaba para que no fuera así.

Olivia comenzó a relajarse cuando su pesadilla dio paso a una visión mucho más feliz. Estaba con Caspar. Iban caminando de la mano, y el mero hecho de estar con él la llenaba de amor y felicidad.

— Caspar...

David sintió que le apretaba la mano al tiempo que repetía el nombre de su esposo con voz suave y tímida... Pero entonces abrió los ojos y lo miró. Al ver a su padre en lugar de Caspar la decepción nubló su mi rada.

— Oh, eres tú —dijo Olivia con pesar, intentando apartar la mano de la de su padre y volviendo la cabeza.

El marcado contraste entre su sueño y la realidad era demasiado doloroso como para poder soportarlo. ¿Qué intentaba decirle su sueño? ¿Que Caspar era para ella más importante de lo que estaba dispuesta a reconocer?

Pero su matrimonio se había roto. Y ambos sabían que no tenía solución.

— La última vez que estuve así contigo tenías la cara llena de granos.

Olivia se puso tensa.

— Tenía varicela —le dijo ella—. Pero tú no estabas ahí...

— Sí que estuve, Olivia —le dijo David con tranquilidad.

— Te habías ido a no sé dónde con el abuelo —insistió ella.

— Volví —contestó David—. Jon me llamó y me dijo...

— ¿Qué hizo el tío Jon?

David hizo una pausa antes de contestar de mala gana.

— Me dijo que estabas... llorando por mí —dijo por fin.



— ¿Yo… llorando por ti? —dijo Olivia con rabia—. Cómo iba a hacer eso, si yo ya sabía que era un engorro para ti. Tú nunca me quisiste...

David cerró los ojos. Tenía que reconocer que lo que estaba diciendo era verdad pero... Si al menos encontrara el modo de llegar hasta ella...

En su mesilla de noche vio una foto de Caspar con Alex de bebé en brazos y Amelia debajo de su brazo libre.

— Aún recuerdo la noche que naciste —le dijo a Olivia en voz baja—. Tu madre...

Recordó con pesar cómo Tiggy se había negado a reconocer que los dolores que tenía eran señal de que Olivia estaba a punto de nacer. Habían quedado a cenar con un banquero de Cheshire y su esposa, y Tiggy se había empeñado en no perderse aquella cena.

Al final, sin embargo, no habían podido asistir. Había roto aguas y había tenido que reconocer que sería imposible ir a esa fiesta.

— ¿Tiggy qué? —Olivia interrumpió sus pensamiento—. ¿Tiggy no me quería tampoco? Ya sé que fui un accidente... Me sorprende que no le sugirieras a Tiggy que abortara.

Se puso tensa al ver la rabia en la mirada de su padre.

— ¿Qué pasa? —continuó Olivia en tono desafiante—. ¿Lo hiciste o no? Vamos, dilo.

— ¡Por supuesto que no! —le dijo con firmeza—. Ninguno de nosotros pensó en ningún momento en eso, Olivia.

— Pero nada más nacer te diste cuenta de que no me querías —afirmó Olivia.

David negó con la cabeza, incapaz de explicarle lo que sentía.

— No he sido un buen padre para ti, Livvy, y por eso... —David aspiró hondo—. Por eso jamás cesaré de sentirme culpable. Pero tú eres mi hija... mi niña... y eres muy importante para mí.

Al ver que ella lo miraba a los ojos, David aguantó la respiración. Olivia no sabía qué pensar. No podía decir que lo hubiera perdonado, pero de algún modo su amargura y su sensación de dolor se habían suavizado, apaciguando sus maltrechas emociones... Se sentía de alguna manera como si pudiera contemplar el pasado bajo una luz distinta, más suave.

— El amor no siempre se manifiesta como esperamos —le estaba diciendo David en tono pausado—. Las niñas echan de menos a su padre —la informó casi bruscamente — ¿Aún lo amas, Livvy?



Livvy. Por primera vez Olivia sintió que no experimentaba esa amargura que había sentido al oírlo pronunciar su nombre familiar.

— No... No lo sé... Sí —reconoció desconsoladamente al ver que él seguía mirándola—. Pero no estaba funcionando. Caspar no entendía cómo me sentía yo. Siempre me estaba acusando de estar más preocupada del pasado y de ti y del abuelo que de él y de las niñas. Pero eso no era cierto. Lo necesitaba para entenderme, para ayudarme, no para criticarme continuamente.

Se le llenaron los ojos de lágrimas y volvió la cabeza hacia el otro lado. Pero al momento estaba hablándole de sus sentimientos, de su matrimonio, de su dolor, y le pareció la cosa más natural del mundo.

Poco antes del amanecer, Olivia se quedó dormida, y David se inclinó hacia delante y la besó con suavidad en la frente.

La amaba tanto, y como cualquier padre también sufría por no poder ayudarla a arreglar sus problemas.

Una llamada telefónica lo pondría en contacto con Caspar. Sin duda, siendo su esposo, tenía todo el derecho del mundo a saber que estaba enferma, que sus hijas lo echaban de menos y que querían verlo. Y sin duda que Olivia también lo echaba de menos. ¿O no?

Eso, decidió David, era una decisión que sólo podría tomar cuando hubiera hablado con su yerno.

Olivia había apuntado el número del móvil de Caspar en su agenda telefónica. David se había asegurado de que su hija estaba dormida antes de llamar.

Caspar frunció el ceño al ver que su móvil empezaba a sonar. Era muy tarde y Molly estaba durmiendo en su habitación.

Cuando vio el número de su casa de Cheshire en la pantalla sintió una emoción tan grande que lo pilló totalmente desprevenido. Sin embargo, cuando oyó la voz desconocida de un hombre, respondió en tono hostil.

— ¿Eres Caspar?

— Sí.

— Soy David Crighton —le dijo David—. El padre de Olivia.

¡El padre de Olivia!



— Se me ocurrió que sería preferible llamarte para decirte que Olivia no está muy bien.

Olivia no estaba bien... El susto que le produjo oír esa noticia tan pronto después de hablar con Jenny llenó a Caspar de ansiedad.

— ¿Qué le pasa? —preguntó Caspar—. ¿Es que ha tenido un accidente? —preguntó presa del pánico—. ¿Está...?

—No es nada de eso —le dijo David rápidamente—. Ha contraído un virus muy dañino de la gripe que hay por esta zona y el médico ha dicho que debe quedarse en la cama unos días.

— ¡En cama...! ¡Olivia!

David no pudo evitar sonreír un poco.

— Bueno, no le gustó mucho la idea, pero para ser sincero no ha costado nada convencerla; ha estado inconsciente la mayor parte del tiempo, aunque parece que ha pasado la peor fiebre ya...

Mientras asimilaba lo que le estaba diciendo David, Caspar experimentó una oleada de sentimientos confusos. El pensar que Olivia estuviera lo suficientemente enferma como para acceder a meterse en la cama lo disgustó mucho más de lo que podría haber imaginado. Como no quería examinar esos sentimientos detenidamente, cambió de tema.

— ¿Y las niñas? —le preguntó a David con desasosiego—. Ah, supongo que estarán con Jon y Jenny —añadió antes de que David pudiera contestar.

— En realidad no; están aquí en casa conmigo. Siempre preguntan por ti, Caspar. Te echan de menos —le dijo David en tono significativo—. Me he mudado con ellas hasta que Olivia esté lo suficientemente bien para valérselas sola.

— ¿Livvy te ha permitido quedarte? —preguntó, y su tono de voz traicionó de nuevo sus sentimientos.

— Bueno, no ha tenido mucha alternativa —confesó David—. ¿Sabes?, en realidad no había nadie más para cuidar de ella —dijo David en tono suave—. Maddy no ha estado bien y ha necesitado de la ayuda de Jenny, así que Livvy no tenía a nadie a quien acudir aparte de mí.

David sabía que no estaba siendo justo, lo pensaba mientras su yerno permanecía en silencio.

— ¿Qué gravedad presenta esta enfermedad? —le preguntó Caspar bruscamente.



La situación que David le estaba describiendo era algo tan raro en Olivia que a cada palabra la tensión de Caspar iba en aumento.

— Bueno, si el hospital no hubiera estado lleno...

— ¡El hospital! —exclamó Caspar—. ¿Por qué ha tardado tanto en llamarme? —explotó Caspar

— Tal vez porque primero necesitaba estar seguro de que Livvy quería que lo hiciera —añadió David en tono suave.

Caspar se quedó estupefacto.

— ¿Livvy le pidió que me llamara?

— Eres su marido, el padre de sus hijas. ¿Te resulta tan sorprendente que quisiera? —contestó David con evasivas.

Como Caspar estaba tan preocupado, no se fijó en la evasiva de David.

Livvy lo quería. ¡Livvy lo necesitaba!

—E n este momento estoy en un pueblo perdido, pero tomaré el primer vuelo que me lleve a casa y... David... —balbuceó.

— Sí —dijo David con alivio al oír que su yerno utilizaba su nombre de pila para dirigirse a él.

— Gracias —le dijo Caspar.

Al colgar, Caspar miró hacia la puerta cerrada de su habitación. Al otro lado estaba la habitación de Molly. Tan sólo unas horas antes ella le había advertido que debían hablar de su matrimonio y que él... Cerró los ojos un momento. No había modo de marcharse sin darle una explicación, y tampoco quería hacerlo.

Cuando abrió la puerta su aspecto era tan adormilado y adorable que tuvo que ahogar las ganas de abrazarla. ¿Sería posible que amara a dos mujeres a la vez?

— ¿Puedo entrar un momento? Hay algo que debo decirte.

Mientras escuchaba la explicación de Caspar, una horrible sensación de pérdida y de angustia invadió a Molly, pero se negó a ceder. Después de todo, había sabido que algo así ocurriría tarde o temprano. ¿Acaso no se había dado cuenta por cómo pronunciaba el nombre de su esposa que aún la amaba, a pesar de que el hubiera intentado negarlo?

Así que Molly se armó de valor y lo agarró del brazo.



— Estás haciendo lo correcto —le aseguró—. Un matrimonio tan bueno como el tuyo merece una segunda oportunidad.

Mientras lo veía marchar, continuó sonriendo, pero por dentro estaba advirtiéndole a Olivia:

«Esta vez voy a dejar que vuelva a ti, pero si eres tan tonta de dejarlo marchar por segunda vez, te juro que no seré tan generosa».



Capítulo 16

— Tienes muy buen aspecto —le dijo Jenny a Maddy.

— Me siento de maravilla —afirmó Maddy—. Pero estoy preocupada por Max.

— ¿Le has preguntado si le pasa algo? —le preguntó Jenny.

Maddy la miró con pesar.

— Lo he intentado, pero Max insiste en que no le pasa nada. Pero yo sé que no es así, Jenny. Todas las noches tiene unas pesadillas horribles, y cada vez son peores, pero no quiere hablar de ello conmigo...

Hizo una pausa, reacia a decirle a nadie cómo Max se había distanciado de ella.

— Ha pasado mucho estrés últimamente —le recordó Jenny—. Nunca lo he visto reaccionar como cuando tú estabas en el hospital, Maddy. Todos nos sentimos aliviados cuando consiguieron bajarte la tensión, pero para Max la presión ha debido de ser insoportable, especialmente...

Jenny dejó de hablar.

— ¿Especialmente qué? —insistió Maddy con determinación.

Jenny suspiró. Empezaba a pensar que debería haberse quedado callada, pero Maddy parecía cada vez más nerviosa, y Jenny entendió que debía terminar lo que había empezado.

— Max pasó mucho miedo pensando que podría perderte —empezó a decirle Jenny—. El médico le había explicado lo que podría pasarte... y al bebé si no respondías al tratamiento, y Max... —se mordió el labio inferior—. Max me dijo que no podía soportar la idea de perderte y que si él tuviera que decidir, para salvar tu vida le habría pedido al hospital que te practicaran un aborto.

Al oír el gemido entrecortado de Maddy, Jenny continuó en tono tranquilizador.

— Max te quiere mucho, Maddy, y estamos hablando de una situación en la que temía que si no hubieras respondido al tratamiento, tanto tú como el bebé podríais haber perdido la vida. Sin embargo, el médico le dijo que tú tendrías, llegado el caso, que formar parte de esa decisión. Max habría querido tomarla por ti para ahorrarte el disgusto.



Cuando Jenny vio la expresión de su hija política, suspiró sintiéndose culpable.

— Lo siento, Maddy, no debería haber dicho nada.

— No. Me alegro de que lo hayas hecho —le dijo Maddy con sinceridad—. No tenía idea; en el hospital no me dijeron...

Media hora después de que Jenny se marchara con la lista de la compra, porque aunque Maddy estaba recuperada Max insistía en que no hiciera nada, Maddy se encaminó hacia el despacho de Max.

— Tu madre se acaba de ir —le dijo en tono bajo. Maddy se acercó a la ventana y continuó hablando dándole la espalda—. Le he contado el miedo que he pasado por ti.

— ¿Para qué, Maddy? Te he dicho que estoy bien.

— No, no lo estás —lo contradijo Maddy con rabia—. ¿Cómo ibas a estar bien si...?

Se dio la vuelta para mirarlo a la cara; tenía los ojos brillantes, lleno de dolor y de rabia.

— Jenny me lo ha dicho, Max. Me dijo lo que podría haberle pasado a nuestro bebé.

A Maddy le resultó imposible utilizar la palabra que había llenado su corazón de angustia y rechazo.

— ¡Como!

Supo inmediatamente que Max entendía lo que intentaba decirle.

— No tenía derecho —empezó a decirle con rabia—. No había necesidad...

— ¿Qué no había necesidad? —repitió Maddy con voz trémula de emoción—. Tú habrías elegido mi vida por encima de la de nuestro bebé y dices que no había necesidad de que yo lo supiera.

— Maddy, por favor, intenta comprender —le rogaba Max desesperadamente mientras se levantaba de la silla para ir adonde estaba ella.

Se quedó pálido al ver que ignoraba el ruego silencioso de su mano.

— No podía soportar la idea de perderte —continuó Max—. Aunque...

Max tuvo entonces que darse la vuelta, ya que sus emociones amenazaban con desbordarlo



— ¿El qué, Max? —le preguntó Maddy.

— Aunque sabía que me odiarías por elegirte a ti antes que al bebé —reconoció Max—. Los niños que tenemos te necesitan y yo... No podría soportar vivir sin ti —le dijo él—. ¿Crees que ha sido fácil para mí? —dijo cuando ella se quedó callada—. ¿No crees que he sufrido, que me he maldecido a mí mismo una y otra vez, que me he detestado a mí mismo...? En los peores momentos incluso he imaginado que... —dejó de hablar, incapaz de hablarle del horror de sus pesadillas.

Cerró los ojos. Ya que había reconocido todo eso, lo mejor sería reconocerlo todo.

— Y si quieres toda la verdad, Maddy, si tuviera que vivir esta experiencia infernal de nuevo, seguiría escogiéndote a ti. Pensé que era fuerte, pero no es así. Soy egoísta y débil. Tú eres mi esposa, Maddy.

— No me digas nada más —le rogó Maddy. Max esperó, preparándose para el dolor insoportable que sentiría al verla marchar, de saber que había destruido el amor de su esposa por él. Pero para sorpresa suya, Maddy se acercaba en ese momento a él. Cuando estuvo delante, levantó una mano y le tocó la cara, mirándolo con emoción mientras acariciaba su mejilla.

Le sorprendía que Max hubiera podido soportar tanto dolor sin decirle nada.

Sabía, por supuesto, lo mucho que él la amaba a ella y a sus hijos, pero la intensidad desnuda y la emoción profunda que veía en ese momento fue para ella como una revelación.

— No puedo soportar saber que quería destruir a nuestro hijo —le dijo con emoción—. Y no puedo... culparte si me odias por ello, Maddy.

— No te odio —le dijo Maddy con delicadeza—. Y, Max, no era a nuestro hijo a quien querías destruir, sino a mí a quien querías salvar.

Al mirarlo, Maddy vio que no había conseguido tranquilizarlo.

— Incluso pensé... deseé... —gimió y se cubrió la cara con las manos—. Deseé que ese niño no hubiera sido concebido jamás —aspiró temblorosamente—. Y ahora me obsesiona y me atormenta, Maddy, el hecho de que ella o él nazca odiándome por... por lo que pensé en hacer.

— ¡Max! —exclamó Maddy compasivamente. — No debes pensar eso.

— Debería haber pensado en protegeros a los dos y no en... Pero no podía soportar perderte, Maddy, y ahora no puedo soportar pensar que cuando nazca el niño pueda creer que...



— ¡Basta, Max! —le ordenó Maddy con firmeza mientras lo abrazaba y lo estrechaba contra su pecho—. Te estás torturando innecesariamente. Mírame —le exigió.

Max obedeció a su esposa. Ya no lloraba, tenía la mirada limpia y serena.

— Te prometo, Max, que si este bebé va a saber algo será que fue concebido con amor... el amor que sentimos el uno por el otro y por él o ella.

— Tenía tanto miedo de que supieras lo que había sentido... lo que podría haber hecho... temía tanto que dejaras de amarme... —le confesaba Max al tiempo que el cariño de sus palabras calmaba su angustia como el bálsamo una herida.

Maddy lo miró fijamente, mostrándole a través de su mirada los sentimientos que quería que él viera.

— No podrías hacer nada, nada, que me empujara a dejar de amarte ya.

— Maddy... Maddy...

Mientras levantaba lentamente la cabeza para recibir su beso, Maddy sintió las lágrimas de Max mojándole la cara.

— Ahora estamos a salvo, Max —le susurró—. Estamos todos a salvo, y este bebé te querrá tanto como te quiero yo.

— Huevos pasados por agua con tostadas.

Olivia se echó a reír mientras David le colocaba la bandeja encima de la cama a su lado.

— Oh, papá —protestó.

A David se le regocijaba el corazón cada vez que ella utilizaba esa palabra.

Para Olivia, aquella relación nueva que estaban explorando juntos le recordaba a su adolescencia, con todas sus inseguridades y sus dudas, en contraste con unos momentos de euforia y alegría tan intensos que le parecían casi mágicos.

— Será mejor que vaya a ver cómo están las niñas —le dijo David—. Si no, van a llegar tarde al colegio. No tienes verduras, ni fruta, ni leche, así que iré a hacer algo de compra a la vuelta; y nada de levantarte de la cama mientras estoy fuera —le advirtió con severidad fingida—. Aún no estás lo suficientemente fuerte para eso.

Olivia sonrió pero no mostró desacuerdo. Aún se sentía bastante débil, y ésa debía de ser la razón por la que estaba permitiendo que su padre le diera órdenes sin



rechistar. Tenía que estar débil, porque de otro modo jamás podría haber reconocido para sus adentros lo mucho que le gustaba sentirse mimada.

Sólo el hecho de saber que su padre estaba ahí con ella le hacía sentir que de algún modo le habían quitado un enorme peso de encima.

— Tendré que llamar al despacho —le dijo—. Tengo un par de citas que cancelar.

— Cuando yo vuelva.

David sonrió con afecto antes de darse la vuelta. Cuando estaba llegando a la puerta del dormitorio, ella lo llamó.

— Papá...

Al momento David estaba a su lado.

— ¿Qué te pasa? ¿No te encuentras bien?

—No, no, estoy bien; pero acabo de acordarme... ¿No es hoy cuando Honor y tú teníais que ir al hospital para esa prueba? —le preguntó Olivia.

Vio inmediatamente por la expresión de su padre que no se había equivocado.

— Honor intentó posponerla, pero desgraciadamente no pudo... Dice que no pasa nada si va sola y que entiende que no podía dejarte sola a ti, sobre todo estando como estabas.

Por un momento la sorpresa dejó a Olivia sin palabras, mientras asimilaba la maravilla de lo que él acababa de decirle; que ella había sido más importante que Honor o el bebé que estaba en camino... Ella había sido la elegida... sus necesidades habían sido prioritarias. Pero al tiempo que pensaba en esas cosas, otras alzaban también sus voces. Ella era madre y sabía de la ansiedad que cualquier mujer siente por la salud y el bienestar de un hijo que aún no ha nacido; sabía lo mucho que Honor querría que David estuviera con ella... incluso más todavía que una madre más joven. De modo que negó firmemente con la cabeza y sonrió a su padre.

— Papá, estoy bien ya —le dijo—. Y no podría perdonármelo a mí misma si te impidiera que acompañaras a Honor. Te necesita a su lado; independientemente de lo que te haya dicho —vio la duda en los ojos de su padre—. Debes ir —repitió—. Por favor. Quiero que vayas.

Mientras hablaba, Olivia sintió como si hubiera cruzado un umbral imaginario, como si hubiera sobrepasado un antagonismo desconocido, como si se hubiera agarrado a una mano muy fuerte y segura que ni siquiera había sabido que estuviera ahí para ella. De repente reconoció que se sentía segura, amada... felizmente segura de sí misma y de su lugar en el mundo y en el amor de su padre.



— Muy bien, pero recuerda, nada de levantarse de la cama —le dijo David, que volvió junto a ella para abrazarla y besarla apasionadamente en la cabeza.

David tenía los ojos llenos de lágrimas. Aún tenían mucho camino por andar y muchos problemas que resolver, David lo sabía, pero por primera vez sentía optimismo en cuanto al resultado final.

Ben miró malhumorado hacia la puerta mientras recogía el correo de la mesa de la entrada. Maddy debería estar allí para hacerlo... o Jenny... No tenían ningún derecho a dejarlo solo. Ya se encargaría él de darles una lección. Iba a variar su testamento y entonces... Frunció el ceño al ver una carta dirigida a él. Era un sobre muy grueso.

Antes de llevar a los niños al colegio Maddy había encendido la chimenea de su despacho. Había intentado convencerlo para que se pusiera uno de esos fuegos de gas, pero él prefería el auténtico. Resopló al tiempo que empezaba a leer la carta, pero de pronto se quedó helado, olvidándose de la chimenea de gas al tiempo que una oleada de furia y de pavor lo envolvía por entero. Cuando había leído y releído la carta todo él temblaba tanto que apenas si podía sostenerla en la mano.

Con rabia la hizo pedazos y la tiró a la chimenea. El corazón le latía con tanta fuerza, con tanta rabia, que le producía dolor. Todo lo que decía esa carta eran mentiras, por supuesto, tenían que serlo. Él jamás... Emitió un gemido entrecortado cuando de repente un dolor indescriptible le atenazó el pecho tan repentina e intensamente que ni siquiera pudo gritar.

Ese terrible dolor lo traspasó y lo arañó por dentro como un hierro candente. Intentó luchar contra ello, pero no cedía. La familiaridad de su estudio comenzó a desvanecerse entre las sombras, y vio una luz brillante y cegadora; y de pronto él estaba allí, riéndose al tiempo que avanzaba hacia él, con el cabello brillante a la luz que lo rodeaba, sus ojos de un azul intenso, sus dientes blancos, su porte gallardo. Ben vio la ternura y la compasión en sus ojos además de otra cosa que no quería ver.

— No —protestó, intentando retirarse.

— Ben, soy yo... —le dijo el otro con dulzura.

— Max —gritó Ben lleno de confusión—. Yo no...

— No, no soy Max —lo corrigió el otro con paciencia—. Ya sabes quién soy, Ben... No hay nada que temer. He venido a llevarte a casa.

— Estoy en casa —empezó a decir Ben, pero las palabras se le atragantaron al ver el cuerpo que yacía a sus pies en el suelo.



— Matthew —susurró con voz temblorosa mientras su gemelo lo esperaba y observaba.

— Sí —le confirmó el otro mientras Ben le daba la mano—. Vamos, es hora de irnos.

— Matthew —repitió Ben con un suspiro—. Mi hermano...

— ¿Quieres hablar de ello?

Sara se puso tensa al ver a su padre avanzar por el borde del espigón hasta donde ella estaba sentada, contemplando el azul intenso del mar.

— No hay nada de qué hablar —negó ella.

Richard Lanyon la miró desde arriba con reflexión. Había llegado unos días antes, pálida y ojerosa.

— Es por un hombre —había pronunciado su madre cuando Sara se había negado a decirles nada, aparte de que había ido allí a pasar las Navidades con ellos.

— ¿Qué hombre? —le había preguntado Richard.

— Un Crighton —había aventurado la madre.

Richard había sacudido la cabeza ante la intuición femenina de su esposa, pero en ese momento...

— Sara... —le rogó, viendo cómo se dilataban sus pupilas y se ensombrecía de dolor su mirada.

Pero ella se negaba a decir nada.

— No te canses, papá. Hablar no va a arreglar nada. Él no... —se puso de pie y se limpió la arena de las piernas bronceadas—. Lo amo pero él a mí no. Ya no soy una niña pequeña —le recordó con tranquilidad—. Y no puedes quitarme el dolor... Ojala pudieras.

Entristecido, Richard Lanyon observó a su hija que se alejaba de él, no ya a su niña, sino a toda una mujer.

Se les había pasado el susto inicial. David quería que el funeral fuera un acontecimiento más privado, pero firmemente y con autoridad, Jon se había impuesto.



— Eso sea tal vez lo que nosotros queramos, pero no lo que querría papá —le había dicho a David—. A él le gustaba hacer las cosas con pompa y ceremonia, y no le gustaría que lo hiciéramos de otro modo.

— Mmm... no podríamos organizar algo sencillo y discreto —había concedido Max, y David había tenido que darles la razón a los dos.

Su corazón estaba lleno de amor y orgullo de ver cómo Jon se había encargado de todo después de que Jenny llegara a Queensmead y se encontrara a Ben muerto en el suelo junto a su silla.

Toda la familia había sido invitada, incluida la rama de Chester.

— Sabes lo competitivo que papá fue siempre con ellos —le había recordado Jon cuando David había mirado con curiosidad los formales recordatorios de borde negro que Jon había encargado para el servicio religioso—. Esto es lo que habría querido y se lo debemos —le había dicho Jon a su gemelo con suavidad.

— Mmm... Bueno, cuando me toque a mí, por favor recuerda que quiero algo mucho más sencillo; un entierro hecho en casa, y en el monte.

Jon se echó a reír.

— Si crees que voy a cavar un agujero lo suficiente grande para ti... —se burló Jon con suavidad.

Caspar se adelantó en el asiento del taxi cuando este tomó el camino de su casa. Le había pedido a David que no le dijera nada a Olivia de su regreso, y con cierta renuencia el otro hombre había accedido.

— ¿Cómo está Olivia? —le había preguntado a David cuando había llamado desde el aeropuerto a su llegada.

— Mucho mejor —le había confirmado éste. Cuando había hablado con David, en el fondo había oído las voces de sus hijas y su nostalgia y su dolor habían aumentado.

Olivia había entendido a su padre muy bien cuando él le había dicho que volvería a casa. Se sentía muchísimo mejor, aunque Jon había insistido en que no se apresurara a volver al trabajo. La muerte de Ben había sido un shock para todos a pesar de que llevaba un tiempo enfermo.



Oyó a Ally ladrar y vio las luces del taxi que desaparecía por la verja, pero eso no la hizo pensar en quién podría ser su visitante. De modo que cuando vio a Caspar a la puerta le fue imposible esconder sus emociones.

Durante el largo vuelo hasta Manchester Caspar había tenido tiempo para pensar, no sólo en lo que estaba haciendo, sino en lo que había hecho, en lo que Olivia y él habían hecho, juntos y separadamente, en lo bueno y en lo malo.

Había echado de menos a sus hijas y a Olivia también, pero fueron los fieros latidos de su corazón al ver las emociones dibujadas en el rostro de su esposa al abrirle la puerta, esas emociones que Olivia no tuvo tiempo de ocultar, los que lo llevaron a darse cuenta de lo fuerte que era aún su amor por ella.

— Caspar...

En cuando Olivia susurró su nombre Amelia y Alex corrieron a la puerta y se lanzaron a los brazos de su padre. Caspar no ocultó sus lágrimas mientras abrazaba a sus pequeñas y miraba a Olivia por encima de sus cabezas.

Pasaron varias horas hasta que pudieron sentarse a hablar.

— Las niñas están dormidas —le dijo Caspar a Olivia al bajar al salón.

— Te han echado de menos —le dijo ella en tono suave.

Caspar le echó una mirada de pesar.

— ¿Sí? Tu padre parece haber hecho un buen trabajo dándoles una presencia masculina en sus vidas. No han hecho más que hablar de él.

— Están emocionadas con el hecho de que tienen su propio abuelo —reconoció Olivia—. Pero nadie podría ocupar tu lugar en sus vidas, Caspar...

Toda vez que ya se había recuperado de la sorpresa de verlo en casa, había cosas que tenían que hablar antes de reconocerle a su marido que no sólo no podía ser sustituido para sus hijas.

— ¿Qué te hizo volver a casa? —le preguntó Olivia en voz baja.

— Muchas cosas —respondió Caspar—. Tú... yo... nuestras hijas... ¿Por qué no me llamaste y me contaste lo difícil que te resultaba todo, Livvy? ¿Por qué he tenido que enterarme por tu padre de que estabas enferma?

— ¿Mi padre te llamó? —le preguntó Olivia—. ¿Por eso has venido a casa? Porque...

— He venido a casa porque éste es mi hogar. Tú eres mi hogar, tú y las niñas —continuó Caspar—. La llamada de tu padre simplemente me dio la excusa que mi



orgullo necesitaba. No sabes cuántas veces he querido llamarte, la de veces que he deseado... —dejó de hablar y se acercó a ella al ver el brillo de las lágrimas en sus ojos—. Livvy, no, por favor —gimió, deseoso de abrazarla pero sin saber cómo reaccionaría ella—. Si prefieres que no me quede aquí...

Olivia negó inmediatamente con la cabeza.

— No, las niñas se disgustarían mucho si te marcharas... —sin mirarlo, continuó apresuradamente—. Te prepararé la habitación de invitados.

Caspar entendió lo que le estaba diciendo.

— Si es lo que prefieres... —aceptó él.

— Yo... creo que los dos necesitamos tiempo, Caspar. Necesitamos hablar...

— No pasa nada. Lo entiendo —la interrumpió Caspar.

— ¿Dónde fallamos, Caspar? —le preguntó Olivia con sentimiento, incapaz de contenerse.

— No lo sé —reconoció Caspar—. Tal vez no valoráramos y alimentáramos lo suficiente lo que teníamos...

Caspar había cambiado de algún modo; parecía más suave, más amable, como si... Una sombra de pavor oscureció su corazón. ¿Podría otra mujer ser responsable de ese cambio que sentía en él?

Se recordó que había sido él quien había vuelto a ella; a ella y a sus hijos. Y Caspar no era el único que había cambiado... descubierto... aprendido... La antigua Olivia se habría apresurado a buscar una respuesta a sus sospechas, movida por el miedo de perderlo y por su inseguridad.

Pero se había vuelto más sabia y más fuerte, y de momento era suficiente que Caspar estuviera allí y que los dos creyeran que tenían algo que merecía el entusiasmo y la energía de los dos.

Cuando Olivia se despertó sola en la cama grande que Caspar y ella se habían comprado juntos no entendía por qué se sentía tan bien, tan feliz, y entonces se acordó de que Caspar había vuelto a casa. Como una niña ilusionada, se aferró al conocimiento de la ternura que estaría por llegar.

En la otra habitación, Caspar también estaba despierto. La bienvenida que le habían dado las niñas, la mirada en los ojos de Olivia cuando había abierto la puerta, eran cosas que debía conservar en su corazón. Era consciente de un sentimiento de



protección enorme hacia su esposa y sus hijas, una sensación de bienestar que le proporcionaba ese amor que sentía por ellas. Pensó en Olivia durmiendo sola en la habitación contigua. Deseaba ir con ella, pero temía meter la pata si lo hacía.

Olivia miró el reloj despertador, que marcaba las tres de la madrugada. Estaba totalmente despierta y de pronto segura de lo que quería hacer.

Al abrir la puerta de la habitación donde estaba Caspar, éste volvió la cabeza para mirarla. Cuando fue hacia él, Caspar se sentó en la cama y le tendió la mano.

— Tal vez no esté haciendo lo correcto y sea demasiado pronto para esto —le susurró ella—, pero te he echado de menos...

Su cuerpo se estremeció cuando él le puso la mano en la cintura, por debajo de la bata. Su caricia fue consoladora y excitante al mismo tiempo.

— Yo también te he echado de menos —respondió Caspar, y se dio cuenta de la verdad de su afirmación.

— Tal vez ése haya sido parte del problema —sugirió ella—. Que de algún modo, en algún momento, nos hayamos echado de menos el uno al otro y no hayamos logrado entendernos. No quiero que sea demasiado tarde para nosotros, Caspar; que hayamos perdido aquello tan especial que teníamos...

Él la acariciaba con movimientos suaves y tranquilizadores que le provocaban ponerse a ronronear de placer. Ella lo miró a los ojos y le acarició la mejilla. Cuando él giró la cabeza y la besó una oleada de deseo dulce y ardiente la recorrió de arriba abajo. Medio temerosa de lo que estaba experimentando, intentando aliviar la intensidad del momento, Olivia le dijo con naturalidad:

— Tengo los pies helados...

Caspar retiró la colcha y la invitó a tumbarse con él. Olivia se quitó la bata y se metió en la cama, e inmediatamente cerró los ojos con gran alivio mientras Caspar le calentaba los pies con los suyos.

— Creía que no íbamos a hacer esto —se burló Caspar con ternura mientras abrazaba su cuerpo cálido y empezaba a besarla.

— Mmm… Bueno, si no estás seguro de que debamos... —le respondió Olivia con voz ronca.

Caspar sonrió mientras le acariciaba los labios con los suyos. Jamás había estado tan seguro de querer nada ni a nadie como lo estaba en ese momento.

— Ahora sí que siento que he vuelto a mi hogar —le susurró al oído mientras la estrechaba con fuerza.



El deseo que sentían el uno por el otro los pilló desprevenidos, manteniendo la intensidad de su relación amorosa a un nivel que Caspar había creído enterrado en el pasado.

Estaba casi amaneciendo cuando Olivia se quedó dormida entre sus brazos; en sus labios había dibujada la sonrisa que había esbozado cuando él le había dicho cuánto la amaba.

— Daos prisa, vosotras dos, o vais a llegar tarde a clase...

Por encima de las cabezas de Amelia y Alex, Caspar y Olivia se habían mirado con pesar. Ambos eran conscientes de lo poco que les había faltado para dormirse esa mañana y por qué.

Todavía tenían que hablar de muchas cosas, los dos lo sabían, pero el uno en brazos del otro se habían prometido que a partir de ese momento su vida en común sería lo prioritario.

— Podría trabajar a tiempo parcial —le había sugerido Olivia con vacilación después de hacer el amor.

— No tienes por qué hacer eso por mí, Livvy —había protestado Caspar.

— No sería por ti —lo había corregido Olivia—. Sería por nosotros, por todos nosotros.... por ti, por las niñas y por los demás hijos que queramos tener.

— ¿Otros hijos? —le había preguntado Caspar.

— Mmm... Tal vez dos más —le había contestado Olivia en tono soñador—. Sería bonito tener niños, aunque me conformo con lo que tenemos.

Esos días que había pasado en casa con su padre le habían dado la oportunidad de pensar no sólo en el pasado sino también en el futuro. Estaba segura de lo que quería en la vida, y sobre todo de lo que quería para aquellos que la rodeaban, para los hijos que ya tenían y para los que esperaba que Caspar y ella pudieran tener.

— ¿Has pensado en cómo vamos a mantener a tantos niños? —le preguntó Caspar.

Olivia lo abrazó y lo besó mientras le decía con felicidad:

— Bueno, ya encontraremos el modo.

Allí, abrazado a ella, Caspar sintió que estaba viendo a Olivia como siempre la había soñado, libre del dolor del pasado, libre para compartir su amor. En ese



momento, mientras esperaba a que las niñas recogieran sus cosas para ir al colegio, dio gracias al destino por haberle permitido aprovechar la segunda oportunidad que Olivia le estaba ofreciendo, abierta y honestamente, sin secretos entre ellos, y también para sus adentros le dio las gracias a Molly.

Mientras les pasaba sus abrigos a las niñas Olivia también se puso el suyo.

— Voy contigo —le dijo a Caspar con una sonrisa.

— Ahora sí que somos una familia de verdad —dijo Alex sonriendo ampliamente mientras salían juntos de la casa.

¡Una familia de verdad! Mientras agarraba del brazo a su esposo, Olivia pensó en lo bien que sonaban esas palabras.

El cortejo fúnebre de Ben avanzaba con solemnidad hacia la iglesia. Habían acordado que ninguno de los niños asistiría al entierro, y Olivia le había echado una mirada de amor y agradecimiento a Jenny cuando ésta le había preguntado si le importaba quedarse en Queensmead con los niños.

Jack, que iba sentado en uno de los coches, se puso tenso y pegó la cara a la ventanilla mientras cruzaban Haslewich. Sabía que era poco probable que viera a Annalise, que estaría en el colegio, pero aun así el corazón le latía con fuerza. Había intentado llamarla varias veces, pero jamás había contestado ni a sus llamadas ni sus cartas. Le dolía el corazón de perderla y de lo mucho que la quería.

Annalise se había enterado del funeral de Ben; su muerte había estado en boca de toda la ciudad. Incapaz de concentrarse en los deberes, miró por la ventana del aula. Jack estaría en Haslewich, sin duda. Cuando los ojos se le llenaron de lágrimas, se las en jugó con rabia. No pensaba llorar por Jack. Él no lo merecía. Sobre todo después de cómo le había mentido. Jamás volvería a entregarle a nadie ni su amor ni su confianza. Jamás...

El medio hermano de Ben, padre de Saul y Nick Crighton, Hugh, leyó el testamento de Ben Crighton. Le había dejado una parte de sus bienes a sus nietos y a su hermana Ruth, pero el grueso de su herencia había sido para David... con la excepción de Queensmead, que se la había dejado a su nieto Max.

Los reunidos suspiraron aliviados cuando se leyó lo último. Sin embargo Max, en lugar de expresar alivio, fruncía el ceño. Al instante se puso de pie y levantó la mano pidiendo silencio a la concurrencia…



— Estoy seguro de que no es un secreto para vosotros que antes de su muerte Ben había dejado bien claro que no quería dejarme Queensmead a mí. En realidad quería que fuera a parar a su hijo mayor, pero al final lo contradije tanto que al final decidió dejar su casa a la caridad; a cualquiera con tal de no dejármela a mí. Como ha fallecido antes de pasar al testamento su voluntad, creo que estaría moralmente mal por mi parte aceptar su legado ante tales circunstancias. Sin embargo, mi esposa Maddy adora esta casa —bajó la vista—. Dadas las circunstancias, lo que propondría sería que tasaran Queensmead y que yo la comprara si el valor no es demasiado elevado; el dinero que yo pagara iría a parar a los bienes de Ben.

Dejó de hablar cuando David se le acercó y le dijo con firmeza:

— Gracias, Max. Todos apreciamos tu honestidad, pero cuando se trata de obligaciones morales... —sonrió brevemente a Max—, todos los que estamos aquí sabemos lo mucho que mi padre estaba moralmente obligado a Maddy y todo lo que hizo por él.

Cuando todos empezaron a murmurar y a asentir, David sonrió de oreja a oreja.

— Sin embargo, lo que Max comenta del deseo de mi padre de variar el testamento es correcto y por lo tanto... creo que lo más justo sería... —hizo una pausa, mirando primero a Max y luego a Jon— que las escrituras de Queensmead se pasen a nombre de Maddy y que la casa y su contenido pasen a su cuidado.

Por un instante todos se quedaron en silencio, y entonces alguien, David no sabría decir quién, empezó a aplaudir, y a los pocos segundos todos los reunidos aplaudían y vitoreaban. Y Max, que estaba a menos de medio metro de su tío, lo miró con emoción mientras se le llenaban los ojos de lágrimas.

A su lado, Jon le estaba dando palmadas en la espalda mientras exclamaba con deleite:

— David, ésa ha sido una decisión salomónica.

Mientras tanto, Jack lo miraba con orgullo y amor.

— Desde luego que sí —concedió Honor con cariño horas más tarde mientras él le describía la escena.

David le devolvió la sonrisa a su esposa mientras la abrazaba contra su pecho. El día anterior les habían dicho que, según los resultados de la prueba, su bebé estaba sano y salvo.



Nick dejó la copa de vino que tenía en la mano sin saborearlo Ya nada tenia sabor para el sin Sara. Por la noche se despertaba deseándola, y la herida que supuestamente estaba casi curada había vuelto a infectársele, cosa que había preocupado al doctor, que había comentado con inquietud la poca eficacia de su sistema inmunitario.

Un fuerte tratamiento de antibióticos le había quitado la infección, pero nada podría quitarle el dolor de su corazón.

— Si significa tanto para ti, ¿por qué diablos no haces nada al respecto?

Nick se puso tenso al ver que Saul se enfrentaba a él.

— No sabes de qué estás hablando —le dijo a su hermano con grosería.

Pero Saul se negó a ofenderse.

— ¿Eso crees? —contestó—. Me ha pasado lo mismo antes que a ti, Nick —dijo Saul.

— No lo entiendes —comentó Nick con amargura.

— Entiendo que estás loco de amor por ella y que eres demasiado cobarde para hacer nada al respecto —le respondió Saul con aspereza.

Saul sabía que se estaba arriesgando, pero Nick era su hermano y no podía quedarse de brazos cruzados y verlo sufrir por su orgullo estúpido.

Por el brillo en la mirada de su hermano, Saul supo que había dado en el clavo. Con inquietud vio que Nick se daba la vuelta y se marchaba.

Llovió sin cesar durante todo el camino hasta Bournemouth, y Nick llegó dos horas más tarde de lo previsto y de un humor de perros, maldiciendo tanto a su hermano como a su locura.

Había sido Olivia la que le había dado la dirección del abuelo de Sara, y se había quedado sorprendida cuando Nick había tenido que confesarle por qué quería esa dirección.

Tania se le antojó un poco boba y egoísta, alternativamente haciendo mohines y coqueteando mientras se quejaba de su hija y su hijo.

— Livvy no ha estado bien —la informó Nick sin poderse resistir.

— ¿No ha estado bien? —repitió el abuelo de Sara con el ceño fruncido—. ¿Qué es lo que le ha pasado?



— Ha tenido una gripe muy mala —les había dicho Nick.

— Ay, eso es muy contagioso —había protestado Tania—. Yo tengo el pecho tan delicado... El médico me ha advertido que no debo exponerme a ninguna clase de virus.

Nick no había hecho ningún comentario. Sus sentimientos por Sara lo tenían embriagado de dolor, y tenía ganas de decirle a Tania lo que pensaba de ella y cómo había envenenado la opinión de Sara en contra de los hombres de la familia Crighton.

Al principio el abuelo no quería decirle dónde estaba, pero finalmente cedió.

Como la Navidad estaba cerca, todos los vuelos al Caribe estaban al completo. Finalmente, llamó a un antiguo cliente y consiguió un pasaje carísimo en el jet privado de un amigo del cliente.

Para sorpresa suya, cuando finalmente pasó la aduana del aeropuerto, había un hombre esperándolo con un cartel con su nombre.

Nick se acercó a él con expresión ceñuda. Era alto y de cabello canoso, de mirada penetrante y hostil, y se negó a darle la mano a Nick.

— Soy Richard Lanyon —se presentó en tono seco — El padre de Sara.

Nick se quedó helado. Comparado con aquel hombre imponente vestido con guayabera blanca y pantalón de lino del mismo color, él se sentía cansado y en decidida desventaja

— El abuelo de Sara nos telefoneó para decimos que venía de camino —le explicó Lanyon—. ¿Qué quiere de mi hija, Crighton?

Por un momento Nick pensó en no contestar, pero había ido demasiado lejos, había sufrido demasiado.

— ¿Qué es lo que quiere cualquier hombre con la mujer que ama? —le respondió con la misma brusquedad.

Richard Lanyon fruncía el ceño.

— ¿La ama? Según Sara... —dejó de hablar.

— ¿Según Sara qué? —lo desafió Nick con pesar.

— Creo que eso es algo que debería preguntarle en persona —le estaba diciendo el hombre, que le sonrió y le puso el brazo sobre los hombros mientras lo conducía hacia la salida—. Sara ha pasado unos días con unos amigos en su yate. Su madre te



ha preparado una habitación. Espero que estés listo para las preguntas que va a hacerte.

El hombre le sonrió de oreja a oreja, y Nick sintió que se relajaba un poco.

Al final, la madre de Sara no le preguntó nada, sino que se limitó a sonreírle mientras lo acompañaba a una habitación maravillosamente acondicionada, insistiendo en que se pusiera cómodo antes de decirle en tono suave:

— Ah, sí... ahora entiendo...

Sara no había querido aceptar la oferta de llevarla desde el puerto hasta su casa. No era más que un corto paseo a través de la ciudad y por la playa, y a esa hora de la tarde el ambiente empezaba a refrescar y hacía una temperatura deliciosa. En la mano llevaba las zapatillas, dejando que los dedos se le hundieran en la arena cálida; estaba cansada, sabía que una noche de sueño reparador aliviaría su cansancio; pero no había nada que pudiera aliviarla del incesante y constante sufrimiento por Nick.

Richard le había dicho a Nick que seguramente Sara volvería a casa sola por la playa. Cuando ya casi se había dado por vencido y estaba a punto de regresar, la vio por fin. Como Sara caminaba con la cabeza agachada o la levantaba para mirar lánguidamente hacia el mar, no lo había visto. Nick se levantó de la piedra donde había estado sentado y fue hacia ella.

Sara percibió su presencia más que verlo, y se puso tensa al ver a un hombre que avanzaba hacia ella entre las sombras del ocaso. El corazón le dio un vuelco descomunal mientras su entendimiento se negaba a aceptar lo que le decían sus ojos.

— ¡Nick...!

Apenas había terminado de pronunciar su nombre por segunda vez cuando estaba ya entre sus brazos, abrazada extática a él mientras éste la besaba, devolviéndole ella el beso entre leves gemidos de satisfacción al tiempo que separaba los labios y se dejaba besar. Se besaron con el frenesí y la desesperación sólo conocida para los amantes que hubieran temido perderse el uno al otro; acariciándose, tocándose, murmurando su alegría y su incredulidad una y otra vez.

— ¿Pero qué estás haciendo aquí? ¿Por qué...? —empezó a decir Sara cuando fue capaz de hablar con cierta coherencia.

— No podía soportar estar sin ti —le dijo Nick sin mentirle—. Aunque no quieras mi amor, tenía que venir.

— ¿Tu amor? Pero si sólo fue sexo —susurró Sara.



Nick cerró los ojos y se estremeció.

— Por favor no me digas eso, Sara —le rogó apasionadamente—. De ninguna manera podría decirse que lo que compartimos fue sólo sexo. Créeme. Deja que te lo demuestre... —su voz se fue apagando al ver que ella se echaba a temblar—. Lo siento —empezó a disculparse con voz ronca—. No debería...

— No, no debes callarte —protestó Sara—. Oh, Nick, no tienes idea de lo mucho que he deseado oírte decir eso, de las veces que me he reprendido a mí misma por decirlo, por comportarme como una adolescente enamorada. Oh, Nick, Nick... —gritaba abrazada a él.

— Tus padres nos están esperando —protestó mientras ella le desabrochaba la camisa y le acariciaba el pecho desnudo, excitándose al tiempo que lo acariciaba.

— Yo no puedo esperar —le dijo con audacia—. Ya he esperado demasiado. Oh, Nick...

Su nombre se ahogó entre los suspiros y jadeos de deseo al tiempo que se movía provocativamente junto a él, en quien inmediatamente provocó una respuesta. Había problemas que deberían solventar de algún modo, sobre todo en referencia a su trabajo, pero ya se las apañarían de alguna manera.

— Tus padres me han invitado a quedarme con vosotros —le dijo Nick con voz ronca—, pero me arrepiento de no haber reservado una habitación en un hotel.

— ¿Quién necesita habitación cuando hay una barca estupenda justo ahí?

Nick volvió la cabeza y vio la barca a la que se refería ella atada a un pequeño embarcadero.

— Mmm... qué maravilla —murmuraba Sara media hora después, los dos desnudos y tumbados en la barca, disfrutando del suave bamboleo de la corriente.

— ¿Tan maravilloso como esto? —le preguntó Nick mientras se montaba encima de ella.

— No, no tan maravilloso como esto —susurró Sara con voz suave y ronca—. Oh, Nick, no quiero ni imaginar lo mal que me habría sentido si no hubieras venido a buscarme.

— No lo pienses —le ordenó Nick con firmeza—. No pienses en nada que no sea nosotros dos —le dijo con sensualidad—. Y esto...



La besó en la boca y después en los pechos desnudos, y Sara suspiró en la quietud de la noche.

En el apartamento, el padre de Sara frunció el ceño mientras miraba su reloj.

— Imagino que Nick se habrá encontrado ya con Sara, ¿no?

— Sí, querido, seguro que sí —concedió su esposa.

Su leve sonrisa de pesar alertó a su esposo, que sacudió la cabeza mientras ella se reía de él con ternura.



Epílogo

— ¿Estás segura de que es lo que quieres? Aún tienes tiempo para cambiar de opinión, ¿sabes? —le decía Max a Maddy.

— Estoy completamente segura —le confirmó Maddy serenamente mientras le sonreía y le colocaba a su hijo en los brazos y observaba el amor que iluminaba su rostro.

Ya sabía que entre ese niño y Max había un vínculo muy fuerte. Desde su nacimiento el niño parecía preferir a su padre, y él, por su parte, adoraba a su hijo. Era como si el bebé supiera lo mucho que Max necesitaba la seguridad de su amor.

Detrás de ellos, en la congregación, David estaba sentado con orgullo junto a su propia familia; y Honor y Olivia se miraban con comprensión mientras David, Amelia y Alex se peleaban por tener en brazos a la hija de Honor y David, que contaba con poco más de una semana de vida.

Era demasiado pronto para que Olivia comunicara la nueva adición a la familia. Mientras Caspar les decía en voz baja a sus hijas que le tocaba a David sostener en brazos a la pequeña, Olivia le dio un apretón en la mano. Caspar se volvió y le sonrió con ternura.

Infinidad veces en las últimas semanas había estado seguro de estar viendo a una Olivia distinta, a una Olivia que había salido felizmente de entre las sombras de su propia desgracia.

Por sugerencia de Olivia habían hecho planes para pasar el verano con la familia de Caspar.

— ¿De verdad estás segura? —le había preguntado Max a Maddy al ver que el vicario se aproximaba.

— Totalmente —dijo echándose a reír.

Cuando el sacerdote les quitó el bebé de los brazos y el servicio comenzó, Max aguantó la respiración y no soltó el aire hasta que el hombre pronunció el nombre del bebé.

— Benjamin Matthew Crighton.



¡Benjamin Matthew! Max había abierto los ojos como platos cuando Maddy le había comunicado poco después del nacimiento el nombre que quería ponerle al bebé.

— ¿El nombre de Ben? —le había preguntado a su esposa con perplejidad.

— El nombre de Ben y el de su hermano —había concedido Maddy.

Y en ese momento, mientras el vicario nombraba formalmente al pequeño, Maddy casi sintió una oleada de paz y de amor descendiendo sobre la vieja iglesia. Había sido Leo el que le había dicho casualmente que le había parecido ver a dos niños jugando en el despacho del abuelo Ben.

— Llevaban una ropa muy rara —le había dicho Leo a su madre—. Como si fuera la de una fotografía.

Maddy se limitó a decirle con calma que la avisara si volvía a verlos.

Pero cuando le había hablado del asunto a Honor, ésta había suspirado, y Maddy le había preguntado en voz baja si también ella los había visto.

— No. Pero me pareció oírlos cuando estabas guardando las cosas de Ben —le había contestado Honor.

Sin decirle nada a Max, Maddy había limpiado la casa de dentro a fuera, hablando con Ben mientras lo hacía, asegurándole que tanto su recuerdo como su casa estaban a salvo.

— Ya no están, se han marchado —le había dicho Honor cuando había vuelto de visita a Queensmead.

— Pobre Ben —suspiró Maddy—. Siempre estuvo tan solo y tan, tan triste...

— Ya no está triste —había dicho Honor en tono tranquilizador.

Maddy sonrió mientras tomaba a su hijo de manos del vicario. Los nombres que le había puesto a su bebé eran su regalo a Queensmead por todo lo que esa casa le había dado a ella... Un regalo de amor a cambio de otro regalo de amor.

Fin

penny jordan 11º serie crighton -...

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