pedro a. paterno los heraldos - internet archive · 2012. 1. 26. · pedkoa.paterno losheraldos...
TRANSCRIPT
PEDRO A. PATERNO
LOS HERALDOSDE LA RAZA
" [(XovKLA coirrA)
<tí
o %
;<!
AURORA SOCIAL(Coleooion de novelas cortas)
POR
PEDRO A. PATERNO
Publicadas:
Él Alma Filipina.
AMOB DÉ TIN BIA.(En el PANSOL de Calamba),
Boda a la ModernaMaring, Amor de Obrero Fi-lipino.
La DalagraVirtuosay elPuentedelBiablo.
OBRAS PREMIADASLA FIDELIDAD,
l.er prem¡(Kcon 9,156 votos del público
HAZ EL BIENY NO MIRES Á QUIÉN
Premiada con 4,650 votos del público
L ABRA V E Z A D E L B A Y A N I
Premiada con 4,137 votos del público
Obras de D. Pedro A. Paterno
El Pacto de Biyac na bato
La Antigua civilización de las Islas Fili-
pinas:
Música tagalog: El Kumintáng, El Kun-díman, El Balítao y La Sampaguita.
Los has (primera parte de la Historiada
Filipinas).
El Barangay (Gobierno tagalo). ,
Ninay, costunibres filipinas, (novela tagala).
Poesías líricas y dramáticas.
KSampaguitas y {íoesías varias.
El Cristianismo en la antigua civilización
tagalog.
El Individuo tagalo y su arte en la Ex-
posición Histórico Europea.
La Familia Tagálog en la Historia Uni-
versal.
Los Tagálog (segunda parte de la Historia
de Filipinas).
El Régimen municipal en las Islas
Filipinas—1893.
En automóvil por el primer distrito de
la Laguna de Bay— Manila, 1907.
El Problenuí político de Filipinas (estudios
de Derecho Internacional).— ¡Vlanila, 1909.
Génesis Filipino. 3 tomos.
Historia de Filipinas. Los Españoles 5
tomos.
Gobierno Civil de las Islas Filipinas.
Historia de los Estados Unidos. (Synopsig).
Los amores en Antipolo (Tradiciones).
LOS HERALDOSDE LA RAZA
(NOVELA CORTA)
PEDKO A. PATERNO
LOS HERALDOS
DE LA RAZA(NOVELA CORTA)
i^^
MANILA
Imp. «La República» Calle Sales núra. 30
(Quietan) Sta. Cruz.—1911.
ALa República Escolar
DEL
*'LICEO DE MANILA"
LOS HERALDOSDE LA RAZA
(NOVELA CORTA)
Capítulo I.
Hacia la vida.
Dos estudiantes pobres. Se conocieron al
llegar de provincias hermanas, Misamis y
Batangas, la misma tarde que, desconoci-
dos de todo el mundo, sus padres les dejaron
con las lágrimas todavía en los ojos eu
aquel grau Centro de Enseñanza, llamado
«LICEO DE MANILA».
_ 10 —
Instintivamente el uno se acercó al otro;
eran los nuevos; los demás chicos los queda-
ban mirando curiosamente y pasabande largo.
—¿Cómo te llamas?
—Luis. ¿Y tú?
—Yo Ramón, (Ejóejé.)
Y por allí comenzó la charla y la gran
amistad de los dos jóvenes
Era al caer de la tarde; el salón de recreo
íse hallaba en sombras; de súbito alguien dio
-llave á la luz y todo se iluminó de repente.
Luís y Ramón alzaron las frentes, asus-
tados. ¿Qué milagro era aquel? Allá en el
pueblo no era la luz así; ni se encendía
tan'^ pronto y tan unánime.
Un muchachote alto y fornido que fué
á recojer una naranja que había rodado
bajo el banco en que charlaban, preguntado
por el fenómeno contestó tiendo:
-- 11 —
—Pues la lux eléctrica, hombre! Ni que
vinierais del guhat
—L^^ eléctrica!
Y tarnbíen llamabau eZácínco.9 aquellos
coches tan grandes y llenos de gente, que
pasaban veloces por las calles! Filosofaba
Luis; de pronto le espetó á Raoión:
—Sabes chicó, que rae gustaría aprender
eso á% eléctrico?
^ ~Y para qué te serviría? {EjéejéJ
— Torna! Pues para ser poderq^so; ser un
hombre eléctrico, construirme alas y subir
alto, muy alto, muy alto. .. Sabes?»
Ramón le escuchaba alelado con mezcla
de admiración y curiosidad: pensaba que
su nuevo amigo era superior á él en]••
,
inteligencia, más listo. Cenaron juntos; dur-
mieron en camas unidas; y ai día siguiente
muy temprano cuando la campana del
— 12 --
Colegio despertó a los estudiantes, Luis se
acercó misteriosamente á Ramón para su-
surrarle al oido.
—Sabes? He soñado que sabía de eso:
electricidad; que me había fabricado dos
alas y que llegaba tan alto que las águilas
se perdían á mis pies...
Ramón le interrumpió:
~ ¡Qué casualidad! el mismo sueño!
—Tú también?
—También (eje eje), sólo que llegaba más
alto que tú, por que debajo de mí se
apagaban las estrellas. (Eje eje).
No se hablaron ya; camino del baño,
entre cien escolares más; pero luego habla-
ron mucho, mucho, durante los siete años
que estudiaron Juntos disputándose los
sobresalientes de los exámenes mensuales, y
los primerosj}r^m¿o^ de todos los cursos; y
' — 13 —
ahora, ya hombres titulados Bachilleres en
artes, en este caer de la tarde oriental y
divina como siete años atrás recordaban
antes de separarse; formando mil proyectos
diversos, de cara hacia la vida, la noche
aquella en que las lámparas eléctricas les
asustaran tanto hasta hacerlos soñar con
ensueños de gloria.
—Te acuerdas?
—Pues, no me he de acordar? Cáspita!
(Ejé-ejé).
Se estrechaban Jas manos hablando,
recordando la vida délas cZo^c^, los íntimos
amigos, los casi hermanos, antes de romper
definitivamente el encanto, y seperarse para
siempre del «LICEO», lleno de ellos; des-
pués de todo había tristeza en sus palabras;
y sus almas, á flor de labios, parecía revelar
la nostalgia del pasado dulcemente.
\
_ 14 —
~-Y qué te piensas hacer ahora?
—Ya te lo he dicho Ramón, terminar'/
e| Derechoy y dedicarme á la Poh'tica. Quiero
ser uu gran hombre, dominadoj de la
muchedumbre, excelso gobernante. Quiero
que mi nombre, al pasar 3^0, sea dicho en
voz baja respetuosamente <?6*(5 es el Honora-
ble Luis Totlay,
Ramón movía la cabeza de un lado á
otro con su expectoración característica.
Tuvo que contestar á Luis que hablaba:
— Y tú qué vas á hacer?
—Yó querría ser humilde y honrado
(Ejéfjé); abrazar una carrera honrada,
aunque humilde; la del Profesorado, por
ejemplo; y en ver da ganar mucho
dinero (Ejéejé)) estudiar mucho, cáspita!
ser, aunque retirado y pobre, un sabio.
Luis soltó una carcajada sonorísima.
™ 15 —
Veamos, ó Ramón hablaba en broma, o
había que ponerle la camisa de fuerza; sí,
señor, sí^ estaba loco y loca rematado.
Ya eátaba todo hsto para la marcha. En
la calle aguardaban las carromatas con los
equipajes. Se estrecharon casi llorando, por
ultima \%z.
Luís fué el primero en separarse mur-
murando:
—Quieres algo para Misamis?
—Recuerdos ( Eje eje).
—Y para tu amiga?
—Sí; (\\\% á tu prima que no me
olvido de ella; muchos recuerdos, muchos.
(Ejé-ejé):
--Adiós!
—^Adiós!
Partió primero Luís; luego Ramón.-
¡Guán tristes!
'^^líM^élíMí^ffMí
Capítulo II.
Sueños de amor.
—Luís!
^-Ramón!
Se encontraron en la Escolta en plena
acera y plena mañanita.
—Pero, chico, eres tú?
—Y tú?
—Estás elegantísimo. Después de tantog
años! Cáspita! Dónde te has metido?
Qué eres?
— 18 —
—Pues mira, Ramón: rae marché á
América, pensionado. Sabes? Y ahora tienes
el honor de hablar con todo un señor
ahogado. . . pero aquí no estamos bien. Vente.
Lo arrastró hacia la Dulcería de
ülarkles. Pidió refrescos, y continuó:
—Y futuro diptítado, chico, sabes? Me
presento por mi pueblo, por mi distrito
en las próximas elecciones. Mis sueños!
Pero,* qué es de tí?
—Mis sueños: Profesor del Liceo. (£jé eje)!
Te acuerdas de nuestro querido «LICEO
DE MANILA?» Enseño Ciencias.
—¡Qué barbaridad! Treinta pesos al mes!
Así estás de flaco y cursi!
—La inclinación; que quieres tú? En
cambióse bastante. Cáspita! (Ljéejé)!
—Saber!. . . Saber! Te advierto que vengo
del gran mando civilizado; no me hables do
— 19 —
chiquillerías,^ de pequeneces! y se explicó,
sorbiendo el frambuesa del refresco fragante
y helado; bastaba con t^ner los conoeimientos
generales del gran mundo y una carrera
terminada y todo lo demás era música
celestial. Lo necesario es audacia, aprove-
chando todas las circunstancias y marchar
en automobil por todos los caminos del
encumbramiento. Sueldos y honores. Ante
el dinero y una gran posición oficial todo
el pueblo baja la cabeza y aplaude. ¡Va
ya, si no aplaude ante el triunfo! Todo el
mundo celebra el triunfo. Los caminos
honrados y humildes son para los tontos. .
.
para recoger el lodo de los que pasan en
coche ó en automobil. . . ¡Electricidad para
subir! La vida es breve para llegar á la
cumbre y gozar de la cumbre. Cómo corolario
á todo lo expuesto, invitó á comer á Ramón:
— 20 —
—Comeremos en casa ¿sabes? Tengo en
Manila á toda la familia.
El corazón de R^món palpitó violenta-
mente. Estaba en Manila elluj la prima
de Luís, la dulcísima Leonor; y la iba á
ver; y la iba á hablar, y hasta iba á comer
con (9//a, como hacía tanto tiempo atrasado,
durante las vacaciones....
Leonor! Bella y dulce Leonor! Ya nunca
la había vuelto á ver; 'amor suyo de es-
tudiante, visión encantadora que aún al
presentp le llenaba el alma de embriagueces.
¿Cómo estaría?
— Mas hermosa, mucho mas hermosa de
íijo! Y pensando en ella, soñándola, Ramón
se asió al brazo de Luí? para marchar uni-
dos y cuanto antes á su casa.
Llegó rojo, él de suyo tan páUdo siempre; y
sü salui^o fué torpe, mísero, ante la elegancia
,— 21 — . .
y la belleza de la antigua amiga que se le
mostraba otra, muy otra de lo que él seguía
soñando; por que le cegó con su espléndida
hermosura y le hizo temblar como ante
un ídolo, dulce capullo convertido en flor,
flor de Abril, de mieles y olores rica. i
Pero es V. aquella Leonor? (EJé-ejé).
—Y Y, aquel Ramón?
—Ejéej& Sí; este es el mismo.
Terció Luís toniándole el sombrero para
dejarlo sobre la percha:
—Este no ha cambiado en nada; está
como cuando yo lo conocí.
Se sentaron á comer con la demás familia.
Ramón comió, con miedo á faltar en algo,
con vergüenza á Leonor, que no cesaba de
prodigarle finezas y ofrecerle entremeses,
brindándole al propio tiempo la gloria de
sus palabras amorosas en la encantada charla,
_ 22 —
amena y familiar. Luís, elegante, desenvuelto,
humillando en todo la palurdez del amigo,
sin quererlo, con su correcta distinción.
Y ella, Leonor, mirando al uno y al otro,
ambos sus pretendientes desde niños.
¡Y cómo contrastaban hasta en la manera
de vestir! Qué pena dá ver á Ramón con la
americana blanca, llena de costurones, y el
viejo pantalón de lana, color de tinapá,
descubriendo, tan corto, el zapatón roto y
remendado, y los calcetines viejos y des-
lustrados, que acaso .fueran de un bonito
color antaño; pero al presente eran de todos
los colores! Sin pensar en qué decía siquiera,
arrancadas las palabras al propio pensa-
miento, de súbito Leonor interrogó:
—Y ganas mucho de Profesor, Ramón?
—Entre el Profesorado y otros trabajos
más lo suficiente para gastar coche, si
— 23 —
quiero yo sólo; Ejé-ejé); pero tengo á mi
madre y mis hermanas, que desde que murió
padre las mantengo, (Eje eje) en el pueblo.
—Yá!
Aliora se explicaba Leonor la facha del
pobre amigo; tan diferente al primo, hecho
un príncipe, desde el alfiler de la corbata
al charol de los zapatos. Qué buen chico,
desde luego! Pero qué feo y pobretón! Luis
también mantenía á su familia; pero no
andaba como Ramón. Bueno, también Luis
ganaba con su oratoria fogosa y forense,
ganaba buen dinero.
Terminada la comida pasaron al salón
Luis rogó á Leonor que tocase el piano y
ella hizo reir al piano ella \als de JDtnoraL
Concluido, Ramón se despidió.
Quedaron solos los amigos, y luego de
departir largo y tendido, Ramón se despidió.
— 24—'
-, Adiós, Ramón, que no dejes crecer
verbas en estas escaleras. .
.
. —Nó, nó; volveré, (eje eje). Vendré
siempre.
—Bueno, cuando quieras, adiós!
—Adiós, (ejé-ejé).
-—Y allá dentro de su alma:
—Adiós, Leonor! .. besándola con el
ensueño. i
#M##Üí'MíiíMs
Capítulo III.
Cumbres y flores.
—¿No está Luís?
;—Nó.
No: estaba; hacía tres ó cuatro días
que se había marchado á provincias. Le
reclamaba el distrito,' que le votó Represen-
taute á Iñ Asamblea Filipina, para las fiestas
que iban á celebrar en su honor, por su
triunfo.
Y Leonor hablaba aprisa, entusiasmada,; 4
— 26 —
como si el triunfo del primo le atañera
directamente.
Ramón suspiró, y como un relámpago
allá en lo hondo de su pecho chisporroteó
una duda: ¿No era acaso más positivo que
él y más listo, Luis? Luis que se encontraba
de vez en vez más, sin necesidad de estu-
diar tanto, de saber tanto. como él sabía y
seguía estudiando para arrastrar una vida
triste V desolada?
Nó; le gritó su cerebro, su aliña, su
conciencia toda. Tú, persevera en el camino
honrado; y sigue siendo humilde y sigute
siendo sabio. Los gorriones para subir,
necesitan ir en bandadas; las águilas suben
solas. Tú, colono, persevera, aunque humilde
y sólo, en el catBino de la Patria, y sin
necesidad de nadie llegarás á más altura
Acariciado por la idea, orgulloso dé
,„
-- 27 —saberse á sí mismo, grande, lleno de fé en
el futuro, en sus propias fuerzas. . .
Ramón tomó asiento frente á Leonor; y
de sus labios trémulos, entusiastas, ante la
hermosura palpitante de la tagala virgen,
subió, al aire enrarecido de la noche, una
salve de Amor.
En el cielo brillaban las estrellas; en los
labios de Leonor una sonrisa; Ramón seguía
hablando:
—Y es éste amor tan grande, tan poderoso,
(Eje eje) que á veces yo misüao me asusto
parece un gigante de siete cabezas y catorce;
brazos: las siete frentes para soñar en Eila;
todos los brazos para extenderlos á su som-
bra perfumada de amor. .. . (Ejé-ejé).
Se atajó las palabras divinas en el
ardiente delirio de pasión:
—Y quién es la feIÍ7^?
— 28 —
—Oh, Leonor! (Ejée'^é).
—Quiéu? Vamos! ¿Porqué no me lo dicesr^
¿á^ rní, que sabes que te quiero tanto? . .
—¿Has dicho que rae quiero tanto!!
(Eje eje)?
—Sí lo dudas?
—Pero, Leonor!
Fué un rugido mejor que grito, el esca-
pado del pecho del pobre. Ella asustada,
se alzó mirándole fijamente. En sus labios
brillaba una sonrisa; en el cielo brillaban
las estrellas.
—¿Porqué gritaste?!!
—Gáspita! Por lo que has dicho {Eje eje);
porque, ¿no es verdad lo que tú has
dicho!!. . .
— ¡Pero estás loco? ¿Qué tiene que ver el
(jue te quiera tanto, tanto como te quiero
y te quiere Luis y te queremos todos en
— 29 —1-..- ...
^
'./'esta casa, cuando te hemos conocido tan
de niño y sabemos lo bueno que eres, y
lo que tú nos quieres también á todos. . .
m
¡Oh, qué gran verdad! ¡Qué ridículo estaba -
haciendo él, pobre Ramón, con tantas
ilusiones! Pues ¿no se había pensado que'
Leonor le adoraba, tergiversando locamente
sus palabras? Se retiró, bruscamente, sin
despedir.
Ella pensó, mirándole partir, que se ha-
bía vuelto loco; pero al día siguiente estando
ella en la mesa desayunando le entregaron
una carta. La abrió; la empezó á leer, todo
sin dejar de comer bizcochos.
«Leonor: escúchame, escucha á mi corazón,
oyes? Yo te digo que te adoro; él te dice
que te adora; que sin tí se vá á morir.
Anoche cuando te abandoné, reía, reía como
un loco pensando en mí mismo, en tí, en
— 30 —
]$. vida. ¿Qué me daban mi ciencia, mis
sacrificios, al mundo entero, si no me daban
á tí, flor de las flores, beso que necesita mi
humilde frente seca; fuego que clama el alma
terablerosa de frío?.. Oh, mi risa! Oh, lo
que yo reía, Leonor.
^Escuché; el viento reía también: ¿de
quién? ¿por qué? ¿de mí? ¿de mi ^ amor?
«Alzé la cara á Dios, y ¡oh, Leonor!
Créeme que el cielo también se reía, se
reía con sus largos rosarios de estrellas
temblorosas.
«Y bien, ya lo sabes todo; me conoces
todo: ama y contesta á tu
Ramón.»
—¿Quién ha traído esta carta?
—Un hombre, señorita.
—-Espera?
— 31 ~Leonor pidió lui lápiz, y eii ¡a página
vacía de la misma carta contestó:
«Ramón: ¿Para qué engañarte? imposible
que te quiera de otro ínodó del que sabes.
En la vida hay cumbres, y en la vida
hay flores. Tu corazón, bueno y humilde
me huele á sampagas\ pero yo necesito una
cumbre para reinan ¿Me doy á entender?
Tuva
Leonor.»
Encerró, en el mismo sobre, la carta. Escri-
bió sobre la dirección: CONTESTADA, y
la entregó para que fuera á destrozar uu
corazón olor á sin'pa<jas,
¡Oh mujeresl
Capítulo IV.
Cosas de la vida.
A lo mejor vamos por la calle y nos
tropieza un amigo cualquiera.
r-^Ola, chico, ¿te acuerdas de fulanito?^'
^I.
. .
—No...
—Hombre, ¿aquel etc. etc, etc,
Hacemos memoria; al fin, después de
recordar, exclamamos:
—Sí; ¿le lia pasado alguna desgracia?
5
— 34 —— Quita, hombre! regular de desgracia!
Le acaban de nombrar archipámpano. , . .
Nos quedamos con la boca abierta.
—;Parece mentira, Archipámpano tal
fulanito! Parece mentira! . ,
Pues dos cuartos de lo mismo le pasó á
Ramón cuando uno de los Profesores del
«LICEO» le dijo que la Asamblea Filipina
acababa de elegir Spealcer de la Cámara á,
Luis Totlay.
—Parece mentira! . . Parece mentira! . .
Y lo que le pareció luego mas mentira
fué en leer en los periódicos la boda de Luis
con Leonor.
Por entonces empezaba á aclararse la si-
tuación política del país. Ramón no ya aquel,
Ramón de antes, sino D. Ramón Kawit,/
respetado y querido por los miles de jóvenes
que fuera enseñando durante su profesorado
— 35 —
y por la pública opinión en general, que
le conceptuaba un sabio, era empujado á
la lucha por propios y extraños; filipinos
que le consideraban el Patriota verdad,
dedicado en alma y cuerpo á los estudios
y la enseñanza por amor al civismo; y
americanos, por que nunca le vieron laM-
paseando los gabinetes de los altos digna-
tarios, ni quebrándose el espinazo ante los
gobernantes en fuerza de genuflexiones, y
respetos necios.
Un día, la prensa apareció declarando, en
caracteres de á palmo, la futura creación
del Senado Filipino. Fasaron días y el tema
pareció entrar por vías de legalidad. Al
fin y al cabo de cierto tiempo fué un hecho;
y la prensa -toda se ocupó entonces del
futuro Presidente del Senado,
Hubo pros y contras; la mayoría sensata
— 3(5 —'m
y digna abogaba por el humilde; pero
excelso D. Ramói). ¡Qué cosas tiene la vida!
La minoría por D. Luis, actual Presidente
de la Asamblea Filipina.
Pero triunfó D. Luís, á fuerza de banque-
tes, de visiteos, de muñimientos, de exhibi-
ciones, de frases y programas de Gobierno
campanudos; y sobre todo triunfó de lá
liumildad y la modestia y el retraimiento
de D. Ramón, de D. Ramón que se reía
de todos y de sí mismo, como aquella no-
che hacía muchos años ya, en que por
Leonor lloró su corazón.
Sí; á él que le dejaran con sus libros
y sus recuerdos olorosos de la muerta, sin
flores, juventud; era tan grato, tan dulcí-
simamente grato aquello de llorar por todo
lo difunto, entre las cuatro paredes de su
estancia y su cerebro, sin más testi-
— 37 ~gos sinceros que la concieucia honrada
y el alma pura, más pura que la de
un niño.
Antes, acaso por aquel amor divino, que le
dejó un suave aroma de estrellas y sampagas
en la vida, aceptara él un puesto de honor,
timbres, de fama y gloria. Ahora, ahora si
le querían dar algo, santo y bueno: si nó,
santo y bueno también; pero no era él, nó,
Ramón Kawit, el hijo de su madre, que
fuera a mendigar con zalemas lo que otros
le concedían en derecho.
Una noche, antes dd nombramiento de
Luis Totiay para el gran cargo, Ramón tuvo
el honor de recibir su visita; se abrazaron,
como antes de chiquillos, las testas ya llenas
de canas, distinciones Monrosas de las luchas
de la vida. Y Ramón adivinando el motivo
de la visita, comenzó:
— 38 —
—Antes de que tú hables, óyeme á mí
(Ejéejém).
Toda la. vida me lias . conocido; y
bien sabes quién soy; pues bien/ mira
mi última ilusión, si alguna tuve en la
vida. : .
—Di:
Descansar yá; dormir allá, debajo de la
tierra, envuelto en mi adorada bandera. Vo-
sotros, si queréis, si os acordáis de mí, me
echáis un puñado de sampagas encima;
luego una cruz cualquiera tosca de palo, y
luego, dejadme, alejaos, olvidaos de mi. . .
(Ejé-ejém)\
—Hombre, Ramón!
—Nada, lo dicho. No temas de mí, ahora
iii nunca, y con toda la confianza que me
mereces tengo el honor de ponerte en la
puerta de la calle.
— 39 •^^
Tengo unos estudios importantísimos.
Adiós, recuerdos á tu Leonor (JEjéejém),
—Hombre, Ramón!
Lo dejó sólo y se internó en su cuarto.
D. Luis se caló el sombrero y murmuró
frotándose las manos:
—Oh, aquel mi ^ sueño del «LICEO»!
Siempre que veo á Ramón surge ante mí:
¡Qué pequeñas debajo de mis pies, veía yo
á las águilas!
Como todo deáignio de la Providencia
tiene que cumplirse, llegó la hora de la
Independencia de Filipinas.
Entonces, el pueblo soberano atronó el
viento unánime, proclamando Jefe de la
República Filipina á I). Ramón Kawit,
haciendo justicia á su talento, integridad y
patriotismo; y cayendo en el desprestigio
Luis Totlay.
— 40 —
Se celebraron elecciones presidenciales y
D. Ramón Kawit triunfó. . .,
.
Tinieblas en las cumbres del gran Luis
'Tótlay. . . D. Ramón le recibió con los brazos
en cruz:
—Tú también, Ramón, tú también so-
ñaste como yo, que llegarías más alto, más
allá de las estrellas, ¿no te acuerdas? Mira
cómo ahora eres el primero!
D. Ramón lloraba.
—Nó,^ nó siempre eran verdad los
sueños de los niños porque (Ejéejém) Luis;
¿sabes, Luis? ahora que somos viejos y
que ya entre nosotí'os no pueden existir
rivalidades del corazón, yo me caí deesas
estrellas que tú dices, una vez, que tu
esposa Leonor á quien amé, despreció mis
flores por tus cumbres...
D. Luis meditaba; acaso lloraba también. . .
™ 41 -~
—Pero créeme Luis, que al caer de tanta
altura se me enredó el corazón á tres
estrellas, {Ejé-pjém) y más fuerte mi corazón
las arrancó del aire para que rodaran con
él á tierra; allí las tienes; míralas.
Extendió el brazo, trémulo y largo para
mostrar la Bandera Nacional. Allí están,
míralas: uua, dos, tres, no ha volado
ninguna. Anda, acércate, no tiembles, bésa-
las, por primera vez con toda tu alma.
FIN.