pecado y gracia - ladaria - capitulo iii

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EL PECADO ORIGINAL. LA CONDICIÓN PECADORA DE LA HUMANIDAD CONSECUENCIA DEL RECHAZO DE LA GRACIA ORIGINAL El capítulo anterior está en función de lo que ahora vamos a exponer. El relato bíblico del paraíso desemboca en la narración del primer pecado y el magisterio nos lo ha propuesto como preámbulo para entender el estado actual del hombre pecador. No se trata pues primariamente de averiguar lo que pasó y cómo al comienzo de los tiempos, sino de entender lo que para nosotros significa, en nuestra relación con Dios y con los demás, esta condición de pecadores que compartimos con los hombres, por qué formamos parte de una humanidad "pecadora". Se busca aportar una posibilidad de comprensión de lo que se llama "pecado original" viéndolo no sólo en su dimensión individual sino en las estructuras colectivas de pecado; la razón es que de la naturaleza social del hombre deriva el pecado en su dimensión social, esto es en su influencia sobre los demás. Hay que precisar que no vamos a deducir de una noción perfectamente conocida. No hay un género "pecado" dividido en dos especies, "personal" y "original". Por tanto, el capítulo trata de aclarar la situación que vivimos y el mal que experimentamos (pecado original "originado") buscando su causa y sus orígenes (pecado original "originante"). 5.1 Algunos aspectos de la noción bíblica de "pecado": El pecado es una noción que hace referencia a nuestra relación con Dios, que significa faltar a nuestras obligaciones con Él. Supone una previa relación de amistad entre Dios y el hombre; no es un puro incumplimiento de leyes impuestas por un Creador que sea simplemente tal. Por eso el punto de partida es la situación original de oferta de la gracia por parte de Dios, la teología del "paraíso".

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Page 1: Pecado y Gracia - Ladaria - Capitulo III

EL PECADO ORIGINAL.LA CONDICIÓN PECADORA DE LA HUMANIDAD CONSECUENCIA DEL

RECHAZO DE LA GRACIA ORIGINAL        El capítulo anterior está en función de lo que ahora vamos a exponer. El relato bíblico del paraíso desemboca en la narración del primer pecado y el magisterio nos lo ha propuesto como preámbulo para entender el estado actual del hombre pecador. No se trata pues primariamente de averiguar lo que pasó y cómo al comienzo de los tiempos, sino de entender lo que para nosotros significa, en nuestra relación con Dios y con los demás, esta condición de pecadores que compartimos con los hombres, por qué formamos parte de una humanidad "pecadora". Se busca aportar una posibilidad de comprensión de lo que se llama "pecado original" viéndolo no sólo en su dimensión individual sino en las estructuras colectivas de pecado; la razón es que de la naturaleza social del hombre deriva el pecado en su dimensión social, esto es en su influencia sobre los demás. Hay que precisar que no vamos a deducir de una noción perfectamente conocida. No hay un género "pecado" dividido en dos especies, "personal" y "original".

       Por tanto, el capítulo trata de aclarar la situación que vivimos y el mal que experimentamos (pecado original "originado") buscando su causa y sus orígenes (pecado original "originante"). 5.1   Algunos aspectos de la noción bíblica de "pecado":        El pecado es una noción que hace referencia a nuestra relación con Dios, que significa faltar a nuestras obligaciones con Él. Supone una previa relación de amistad entre Dios y el hombre; no es un puro incumplimiento de leyes impuestas por un Creador que sea simplemente tal. Por eso el punto de partida es la situación original de oferta de la gracia por parte de Dios, la teología del "paraíso".        La norma que asegura a Israel la permanencia en la comunidad de elección y las bendiciones de Dios es el cumplimiento del Decálogo. Todo derecho y norma en Israel no tiene otro sentido que asegurar la comunión con Dios y la salvación del pueblo. De ahí dimanan las bendiciones de Dios sobre el pueblo de las que goza el individuo que pertenece al pueblo elegido.        El pecador actúa contra la alianza y por tanto contra el pueblo. Las consecuencias de su pecado también recaen sobre la comunidad; da lugar una situación de pecado en la que arrastra a otros. Así se crea una solidaridad en el mal (solidaridad que también se crea en el bien) y para el A.T. no es extraño que se castigue el pecado de uno en sus descendientes, o el pecado del rey en el pueblo.        Jeremías y Ezequiel insisten en la responsabilidad individual del pecado, pero no dejan de considerar también la responsabilidad colectiva. Las categorías personales y las com-unitarias se integran entre sí. La razón está en que no se trata simplemente de castigar a unos por el pecado de otros, sino que la relación de solidaridad se da en el mal mismo, es real: la experiencia enseña que los hijos siguen el camino de perdición de los padres. No es

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por tanto una extensión caprichosa del castigo del pecado, sino un influjo real de la libertad del hombre sobre la de los demás.        Israel llega a percibir que esta solidaridad en el bien y en el mal afecta a todas las naciones y las afecta como a un todo. Sin embargo, la idea de la universalidad del pecado y de la solidaridad de los hombres en él no es exclusiva de Israel, sino que se encuentra en todo el mundo circundante. 5.2   El origen del pecado en el antiguo testamento:        La Escritura no dice ni cuándo ni cómo tuvo lugar ni en qué consistió materialmente el primer pecado. Basta con saber que se trató, como en todo pecado, de una desobediencia a Dios, de querer absolutizar la autonomía moral del hombre y de querer ponerse en lugar de Dios.        La paz original se rompe con la entrada de una fuerza antidivina (la serpiente), pero ésta no produce automáticamente el pecado; hace falta que intervenga la libertad del hombre. Esta desobediencia se hace comunitariamente pues la fuerza del pecado es contagiosa. El hombre queda en una situación de desgracia de la que no puede salir por sí mismo. Y en esta misma situación de desgracia vienen al mundo los hijos de Adán y Eva. No obstante todo Dios sigue cuidando del hombre.        A partir de entonces comienza una historia de pecado y de muerte en la que el modo de proceder de los padres influye en los hijos. Después del diluvio (consecuencia del pecado), recomienza el dominio del pecado en el hombre, ya que el orgullo no desaparece de los hombres. Con todo, en Abrahán comienza una historia de bendición que será el contrapunto de la del pecado. La culpa o pecado que procede del "origen" y que realmente es "hereditario" puede entenderse como un encadenamiento de hechos pecaminosos y consecuencias del pecado que son consecuencia del estado de alejamiento de Dios, en que el primer pecador se colocó a sí mismo y a todos los "hijos de Adán". Con todo Gén 3 no dice que el pecado de Adán se transmita por generación a todos sus descendientes. Para J (yavista) existe una solidaridad más amplia que la biológica.        Con el nacionalismo Israel fue perdiendo el sentido de solidaridad universal. Sin perder del todo la conexión en el "origen" del pecado, ahora tiende a situarlo al comienzo de la historia de pueblo. Se busca el origen del mal actual que se sufre en la idolatría de Israel (para el elohista -cfr. Ex 32- y el deuteronomista -cfr. Deut 9-); o en la petición de un rey, con lo se despreció la providencia de Dios (cfr. 1 Sam 8); etc.        Junto a esta corriente que busca el origen del mal en un pecado histórico, otros textos se contentan con constatar que todo hombre es pecador, sin buscar el origen de este hecho (sobre todo en la literatura sapiencial, cfr. Sal 51,7: "en la culpa nací, pecador me concibió mi madre").        El documento P (sacerdotal) tampoco hace uso de la "etiología" para explicar el origen y la causa del pecado universal; se preocupa sobre todo por hacer ver a cada generación su

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responsabilidad. Insiste en la pecaminosidad de todos los hombres: "toda carne (el hombre en cuanto débil y pecador) se ha corrompido" (Gén 6,12) por su pecado (cfr. Lev 26,27-43).        Sólo hasta el s.V a.C. con la combinación de P y J en el actual Pentateuco comenzará a verse una relación explicita entre Adán y la situación de pecado de los hombres. Es posible que el redactor tuviera la convicción de que efectivamente el pecado de Adán y Eva fuera el origen de los males que aquejan a la humanidad. Esto se encuentra también en uno pocos pasajes sapienciales tardíos: Eclo 25,26 y Sab 2,23s. Los elementos que podemos sacar son los siguientes:

hay una conexión entre Adán y Eva y el pecado y la muerte actuales; no se indica en qué consista esta conexión; no se indica explícitamente que el pecado de Adán deba ser considerado nuestro.

Más bien se le considera como el origen de una situación objetiva en la que todos participamos.

        Conclusión: en el A.T. es bastante general la convicción de que el pecado es universal como fruto de la desobediencia del hombre (la humanidad entera o el pueblo de Israel) y que sólo Dios puede liberar al hombre de esta condición. En unos casos se piensa que este estado arranca del pecado del primer hombre; en otros parecería que son los pecados de las sucesivas generaciones los que influyen negativamente en cada situación histórica. Las dos perspectivas no se excluyen mutuamente. De todos modos en ambos casos el origen del pecado no se ve en un acto de un individuo solo, sino de una colectividad, sea la mujer y el hombre, sea todo el pueblo elegido. No aparece con evidencia que el pecado de Adán se impute a todos, ni que se transmita exclusivamente por generación. No se habla simplemente de un automatismo en la transmisión del pecado, sino que más bien se nos abre al misterio de la solidaridad en el bien y en el mal.  5.3   La universalidad del pecado y su origen segun el n.t.: 1. Influjo del pecado en la comunidad:        Como en el A.T. en el N.T. es claro el principio de la responsabilidad individual (cfr. Mt 16,27; Jn 5,19; Rom 2,6, etc.) pero se ve también que la solidaridad física o de raza lleva además consigo una solidaridad moral y una comunidad de espíritu que une a las diversas generaciones y a los contemporáneos entre sí. Vgr.:

"son hijos de los que mataron a los profetas" (Mt 23,21); parábola de los viñadores homicidas (Mc 12,1-12); discurso de Esteban ante el Sanedrín (Act 7,9.35.39- 43.51.53); Jesús mismo increpa a toda la "generación" que no le acepta o maldice las ciudades

que no reciben su mensaje (Mt 16,4; 12,38ss; Lc 10,13-15; Mt11,21-24; 23,33ss). 2. Noción joánica de "mundo":        En ocasiones equivale a "ámbito del pecado", lo que se opone a Cristo. Parece claro que  no se puede explicar este concepto si lo consideramos sólo referido a personas o

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pecados concretos (Jn 1,10; 12,31; 14,19.22; etc. 1Jn 2,16; 5,16.19 etc.). También Pablo habla de la "sabiduría del mundo" como opuesta a la cruz de Cristo (Cfr. 1Cor 1,19-21.27-28; 2,6.9). 3. Relación a Gén 3:        Prescindiendo de Rom 5,12-21, las alusiones a Gén 3 no pasan de meras "sugerencias":  Mc 10,6-8; Mt 19,4-5 alude a Gén 2,24 acerca de la indisolubilidad del matrimonio, pero la "dureza de corazón" no se refiere claramente a Gén 3; Jn 8,44: el diablo desde el principio es homicida y padre de la mentira, pero no dice cuál es la relación entre el pecado de origen y el de la generación actual. 4. Texto fundamental: Rom 5,12-21:        a. Contexto: El pasaje es directamente cristológico. Previamente ha desarrollado el tema de la universalidad del pecado (judíos y gentiles se encuentran en situación de pecado). Cristo viene a redimir este pecado. La justificación se obtiene por la fe. S.Pablo habla de una situación de dominio del pecado, como una fuerza antidivina y no como una suma de pecados individuales.        El capítulo 5 trata de explicar cómo realiza Cristo la salvación:

Se da una conexión entre pecado y muerte (como separación de Dios que se manifiesta en la muerte física).

El pecado de un solo hombre ha causado esta situación. S.Pablo considera a Adán como una persona individual, pero a la vez lo ve como el "hombre primordial" cuya actuación tiene relevancia para todos (de lo contrario no tendría caso el paralelismo con Cristo del v. 14ss).

El pecado ha entrado en el mundo por la transgresión de este hombre. Pero este "pecado" no es visto sólo como un acto pecaminoso, sino como el pecado personificado, la fuerza del pecado que arrastra a los otros hombres a pecar.

Como consecuencia la muerte alcanza a todos, como expresión del alejamiento de Dios.

: * "in quo" (en el cual) referido a Adán, es la traducción latina recogida por la Vulgata. En Adán hemos pecado todos.

*"ya que, puesto que" es el sentido conjuntivo que actualmente es aceptado por todos los exegetas. Así queda claro que la muerte que reina  sobre todos no está sólo en relación con la trasgresión del primer hombre, sino con la fuerza de pecado que ésta desencadena  y que se manifiesta en el pecado de cada hombre.

        En la interpretación de este texto hay que evitar dos extremos: 1) que el pecado de Adán se impute a todos, sin referencia ninguna a los pecados personales; 2) que la "muerte" es únicamente consecuencia de los pecados de cada uno, sin referencia al pecado de origen. Hay que mantener los dos extremos: el pecado ha entrado en el mundo por el pecado de Adán y su presencia se pone de manifiesto en la muerte y en el pecado que a todos alcanza y que todos personalmente ratifican.

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        El pensamiento se interrumpe con una cuestión en cierto modo marginal para subrayar únicamente la universalidad del pecado. Esto debido al influjo causal del pecado de Adán. No sólo pecaron los que trasgredieron la ley dada por Moisés, sino también todos los hombres antes de Moisés, cuando la ley aún no existía. De hecho la muerte, ligada al apartamiento de Dios, reinó también desde Adán hasta Moisés. La muerte reina sobre los hombres porque éstos pecan personalmente, pero este pecado personal es la manifestación del poder del pecado que desde el principio "por un solo hombre" entró en el mundo y sigue presente en él. Así hay que entender "los que no pecaron a semejanza de Adán".        Se desarrolla el paralelismo entre Cristo, como cabeza de la humanidad redimida, y Adán (aunque el paralelismo estricto es negado tres veces: cfr. vv.15.16.17). Así como no hay un automatismo en la gracia que Jesús ofrece a todos, sino que cada uno la debe acoger, así tampoco la extensión del pecado a todos se realiza sin la ratificación personal de cada uno. En los dos casos el hombre se inserta en un dinamismo anterior a él, con origen en Adán o en Cristo. 5.4  El pecado original en la historia:        Los Padre apostólicos y apologistas hacen pocas alusiones al pecado original. Sin embargo, es de importancia la homilía sobre la Pascua de Melitón de Sardes (180) en la que afirma que Adán nos ha dejado una herencia: la situación de esclavitud de pecado. San Ireneo Fundándose en Rom. 5.12 habla que nuestro es el pecado de Adán como es nuestra la obediencia de Cristo, por este pecado se ha trasmitido la muerte como herencia de Adán a todos la humanidad.        En Tertuliano aparece el problema del pecado original ligado al bautismo de los niños. Toda alma es impura mientras está adherida a Adán y no a Cristo. San Cipriano habla expresamente del "pecado ajeno" que se perdona a los niños.        S. Gregorio de Nisa ve el pecado de Adán como el pecado de todos los hombres, ya que concibe la humanidad como un todo. Cirilo de Alejandría habla preferentemente de la imitación del pecado de Adán por los hombres. Los PP. griegos ha interpretado en sentido causal el EFO de Rom. 5,12.        Los PP. latinos: S. Hilario habla del error de Adán que ha arrastrado a toda la humanidad. S. Ambrosio refiere los "pecados heredados" de Adán. El Ambrosiáster habla de que todos somos pecadores por causa de Adán, pero todavía parecer ver sólo los pecados personales consecuencia del pecado primero.        San Agustín reacciona contra Pelagio para quien le influjo de Adán en el pecado es extrínseco, cada uno es responsable de su propio pecado; niega el pecado original y la necesidad de perdón para el justo. Por su parte S. Agustín dice que todos hemos pecado en Adán, no por voluntad propia sino todos lo hemos contraído por la culpa de Adán, los pecado personales sólo agravan la situación. Este pecado afecta a los niños y se tramite por generación, no por imitación (como pensaba Pelagio); los padres lo tramiten porque la generación se realiza por la concupiscencia. Si no tuvieran pecados los párvulos no tendría

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sentido el bautismo de los niños. Adán pecó en cuanto cabeza de la humanidad y por ello nuestro pecado es voluntario en él. Quien muere con el pecado original no pueden entrar en la visión beatífica.        El concilio de Cartago (recogido por el Papa Zósimo) ya recoge la doctrina de la necesidad del bautismo para los recién nacido para la remisión del pecado original (Ds. 222).        El concilio de Orange (Ds. 371) habla del pecado original como causa de un empeoramiento del hombre.        San Anselmo dice que en Adán, cabeza de la humanidad, hemos pecado todos en cuanto de él recibimos el ser, recibimos la naturaleza tal y como él la ha tenido.        Santo Tomás lo determinante en su doctrina sobre este tema es la  privación de la justicia original; consecuencia de este pecado es la incapacidad para la recepción de la gracia; es un hábito que lo va a inclinar al mal. Nuestro pecado es voluntario en Adán, pues pecó como cabeza de la humanidad. El que muere en pecado original no puede entrar en la visión beatífica, aunque ya distingue entre pena de daño y pena de sentido.        Duns Scoto afirma que el pecado original es la carencia de la justicia original, pero no se debe a la naturaleza, sino a que Dios decretó que su concesión iba condicionada a la respuesta positiva a la gracia por parte de Adán.        Lutero quería expresar en términos "existenciales" la doctrina del pecado original. Es el pecado por antonomasia, el pecado de la naturaleza, en un pecado personal de Adán pero convertido en propio de cada hombre pues se identifica con la concupiscencia que es la inclinación al mal y imposibilidad total de hacer el bien y de amar a Dios. Tiene como consecuencia la corrupción total de la naturaleza, de la cual no se libra ni con el bautismo ni con la fe (simul iustus et pecator).        El concilio de Trento en la sesión V (Ds. 1510-1515) recoge la siguiente doctrina:

Can. 1: Adán perdió la "santidad y justicia" en que había sido establecido. Ha quedado en una situación más desfavorable, salvaguardando la integridad de la naturaleza humana después del pecado.

Can. 2: Los efectos del pecado se trasmiten a su descendencia (se basa en Rom. 5,12), supone que Adán es una persona individual y que todos descendemos de ella.

Can. 3: Absoluta necesidad de Cristo para la salvación. El pecado se trasmite por propagación y no por imitación y en todos está como propio. Se habla del pecado original originado pero se alude al originante de la actual situación de pecado.

Can. 4: Necesidad del bautismo de los niños. Se reafirma la existencia del pecado original en todos antes de la decisión personal.

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Can. 5: Afirma que la gracia del bautismo perdona el reato del pecado original, elimina todo lo que es propia y verdaderamente pecado siendo arrancado no sólo no imputado. Se afirma la permanencia de la concupiscencia en los bautizados, pero añade que permanece "ad agonem", no daña a quien no consiente en ella, y nada puede contra la gracia de Jesu-cristo.        Pio V, "Ex omnibus afflictionibus", condena de Bayo que sostenía que la concupiscencia era opuesta a Dios y que la voluntariedad no pertenece a la esencia del pecado.

Se condena, asimismo, el jansenismo según el cual el hombre debe hacer penitencia toda su vida por el pecado original. 5.5   Reflexión sistemática: el "pecado original", ruptura de la amistad original con Dios, y privación consiguiente de gracia para los hombres:    Tratamos de hacer ver cómo las verdades de fe que la Iglesia nos presenta, están conectadas con los demás aspectos de la Revelación y con el substrato creatural del hombre que Dios ha querido en orden a hacer posible la comunicación de sí mismo. Debemos superar la teoría de una mera atribución "extrínseca" del pecado de Adán a todos los hombres, para ver el sentido del carácter de "propio" que tiene este pecado en nosotros. Una de las dificultades para comprender el "pecado original", o la solidaridad de los hombres en el mal y en el pecado, es el relacionarlo casi exclusivamente con el bautismo de los niños: se ve en ellos el ejemplo puro del hombre que tiene el pecado original, sin confusión alguna con la culpa personal y voluntaria. De este modo se separa el pecado original y el resto de los pecados: el primero sería imputación misteriosa del pecado de Adán a todos los hombres; los segundos, resultado de la opción libre de cada hombre, sin que se vea siempre clara su conexión con la fuerza de pecado" que actúa en el mundo. La Escritura no habla directamente del pecado de los niños. Por tanto, se ha dado un cambio de acento y perspectiva, por más legítima y necesaria que parezca esta ampliación del problema a los niños. Esto ya nos indica, que no es lo más apropiado el hacer derivar nuestra reflexión de esta ampliación de la cuestión primitiva. Es mejor partir de la solidaridad de los hombres en el mal y las repercusiones comunitarias del pecado, y desde ahí abordar el problema del "pecado original" en los niños, para ver en qué medida han de ser considerados también ellos pecadores. Las "representaciones" tradicionales del pecado original, se deben más a contingencias históricas que a exigencias intrínsecas de la verdad que se quiere expresar. Por ejemplo la evolución, monogenismo y poligenismo, interpretación literal de los primeros capítulos del Génesis, teológicamente han dejado de ser un problema. Ello se debe a que, desde unos presupuestos que ya no son actuales se expresó con representaciones contingentes la "verdad salvadora". Ello nos impulsa a examinar la relación que el dogma del pecado original tiene con el misterio de Cristo y con la solidaridad de los hombres en él según el designio primigenio de Dios. 

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     a) Unidad de todos los hombres en Cristo.    Uno de los problemas que plantea la teología del pecado original, es el suponerla "anterior" a la cristología y a la soteriología. Al aceptar los "motivos de la encarnación" aducidos por Sto. Tomás, el pecado se convierte en el centro y razón de ser de la economía de la salvación. El resultado es una noción clara del pecado y del pecado original, independientemente de Jesús y del amor de Dios que en él se nos manifiesta y comunica. Según esto, el alcance universal empieza en la Redención, pero la gracia que el primer hombre rechazó no tiene nada qué ver con Jesús. Entonces Jesús no es la medida del hombre, sino un "mero reparador" del pecado de Adán, aunque su redención nos llevara a bienes más altos que los del principio. Por tanto, el fundamento último de la solidaridad entre los hombres, está en Adán como primer padre. Cristo tiene importancia para todos, en la medida en que todos están afectados por el pecado original. La solidaridad en Adán es anterior a la que se da en Cristo.        Hoy en cambio se insiste en la doctrina neotestamentaria de la creación en Cristo. La solidaridad en Cristo es anterior a todo otro vínculo interhumano: si todo ha sido creado en él y hacia él, es difícil pensar en algo que no esté mediado por él, aún antes de su encarnación. La gracia, es gracia de Cristo; el pecado es respuesta negativa al amor de Dios que entrega a su Hijo.        Desde el inicio, Dios hizo algo más que crear al hombre: lo puso en el paraíso y le dio toda clase de bienes; está claro pues, que el pecado es rechazo del amor de Dios. Solo con la plena manifestación de este amor, puede conocerse plenamente la gravedad del pecado. Quienes conocen a Cristo y aceptan su redención, se hacen conscientes de lo que significa la vida al margen de Cristo. Pablo habla de la muerte de todos en Adán y de la situación de condenación en que los hombres se hallan, solo a la luz de Cristo en quien la gracia sobreabunda; el hombre bajo el pecado y sometido a la ley, se le ilumina cuando se sabe bajo la ley del Espíritu.        Jn y I Jn hacen notar que "el pecado del mundo" se manifiesta en el rechazo de Jesús, por quien todo fue hecho. El pecado original tiene que ver con la solidaridad de todos los hombres en Cristo; por tanto, solo puede ser conocido y comprendido a la luz de la Revelación. Este trasfondo llevó a la elaboración doctrinal de San Agustín y Trento sobre el pecado original.        Lo que no siempre ha estado claro, es que el alcance universal de Jesús no se reduce a su función de redentor del pecado. Todos están llamados a reproducir su imagen y a formar parte de la Iglesia que es su cuerpo: una Iglesia con dimensión cósmica y vocación de universalidad. La unión de todos en Cristo, cabeza del cuerpo de la Iglesia se relaciona íntimamente con la creación del mundo (Col 1,15-20).        En virtud de su vocación a ser imagen de Cristo, el hombre es "supracreatural". Por tanto, no es suficiente decir que necesita a Cristo para ir a Dios y salvarse, sino que sin él, el hombre que conocemos, no sería tal. Al hablar de lo "sobrenatural" vimos que la gratuidad del don de Dios, no se refiere primeramente a la indignidad del hombre como pecador, sino a su condición de creatura: ésta, no puede llegar a Dios sin una "nueva"

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iniciativa divina, la cuál se da en Cristo; gracias a ella, el hombre está llamado a la filiación divina en Cristo. Esta condición de "cabeza" no la posee Cristo en relación con cada hombre en particular, sino con la humanidad considerada globalmente.        En el N.T. Cristo, cabeza de la humanidad, es también redentor y reconciliador de los hombres con Dios; superador de una condición de pecado de la que la humanidad no puede salir si no es por una nueva iniciativa de Dios. En Cristo son inseparables el Redentor y la Cabeza, pero pueden distinguirse, manteniendo la conciencia de su vinculación recíproca: puede ser redentor de todos porque es cabeza de todos.        De la conciencia de ser creador y redimidos por y para Jesús, resulta que todo lo que nos aparta de él, es "pecado" y perdición para el hombre. El hombre puede tener y tiene una conciencia del propio pecado, aún sin conocer a Cristo, pero ésta es más viva si conocemos la grandeza del amor al que nos cerramos con el pecado. Lo mismo se diga de la solidaridad de los hombres en el mal: solo conociendo la llamada de Dios a ser uno en Jesús, valoramos el efecto negativo de aquello que rompe esta unidad. Pecado y disgregación de los hombres significan alejamiento positivo de Cristo.        El N.T. presenta al Jesús , restaurador de la amistad de los hombres con Dios. La Escritura, San Agustín y Trento hablan de un pecado universal: "todos han pecado". El ofrecimiento de gracia hecho por Dios en Cristo a todos los hombres, ha sido rechazado no solo por cada uno cuando peca individualmente, sino también por la humanidad en su conjunto. En el mismo A.T. es Israel el que viola la alianza con Dios, y no solo las personas concretas; a su vez, Dios perdona y se reconcilia con todo su pueblo y no solo con los individuos.    b) División interna, fruto del pecado.    La experiencia de saberse reconciliado con Dios en Cristo, es experiencia de una división interior. Es ésta una constante en la tradición de la Iglesia; incluso en el A.T. aunque no se conociera a Jesús. Nuestra experiencia personal de pecado e inclinación al mal, es expresión de nuestra no aceptación plena de Cristo.    Si la Biblia llama "pecado" a la razón de nuestra división interna y del mal que en nosotros experimentamos, quiere decir que no se atribuye a Dios la existencia de la misma. La Escritura enseña el convencimiento de que Dios quiere el bien del hombre y no el mal: los primeros capítulos del Génesis son una "Teodicea"; justificación de Dios y reconocimiento de que no es él el causante de la insatisfacción en la que los hombres nos encontramos. Los únicos culpables somos nosotros; es lo único que tenemos por nosotros mismos. La herencia de pecado de los hombres que en el principio han existido, ha sido ratificada personalmente y transmitida por todas las generaciones. Lo que se opone a Cristo, y por consiguiente a la plenitud del hombre, no es simplemente una carencia debida a la condición creatural del hombre; no se trata de que el hombre en cuanto creatura sea perfectible. Se trata de que el hombre ha sido y es "pecador", se ha rebelado contra Dios y sufre las consecuencias que se manifiestan en nuevos pecados. 

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   Ultimamente, por influencias del P. Teilhard de Chardin ( que tanto contribuyó a despertar la conciencia del cristocentrismo de la creación ) se reduce el pecado original a un estado o fenómeno que depende de la evolución como paso necesario para poder llegar al estadio de la redención de Cristo y su dominio universal. No parece que expliquen la Biblia del modo más adecuado, ya que en la noción de pecado y de pecado original ha de entrar de algún modo una opción libre del hombre frente a Dios, sea por parte de nosotros o de quienes nos han precedido.    c) El ser humano y la "mediación".    Nuestro apartamiento de Dios es, en sentido estricto "pecado", o al menos ha sido causado por un pecado ajeno. El hombre se incorpora a Cristo en cuanto miembro de la Iglesia; la solidaridad de todos en Jesús es la vocación definitiva de la humanidad. El alejamiento de Cristo es una privación de solidaridad y de gracia, que se traduce en perversión de la unión entre los hombres y en unión en el mal. En la dispersión causada por la lejanía de Cristo, hay una suerte de solidaridad negativa, en la que juega un papel un elemento previo a la opción personal de cada uno. Esto es lo que constituye el punto neurálgico y más difícil de la doctrina del pecado original.    Antes se habló de una imputación pura y simple del pecado de Adán, en el que todos habíamos pecado; quedaba abierto el cómo de esta imputación. Para tratar de descubrir el "nexus mysteriuorum" partimos de la unidad y solidaridad de los hombres en Cristo como el destino querido por Dios para todos; el pecado es la ruptura de esta unión. Para su realización plena hace falta la respuesta positiva de todos, que es mediación de gracia para los hombres, conocida en el A.T. y cuyo culmen es Jesús.    Esta mediación de Jesús, única desde todos los puntos de vista, no elimina sino que suscita mediaciones humanas de distinto género, subordinadas a la suya, de la que en cierto modo son participación (LG 62). Al ser imagen de Jesús, los hombres participan en diverso grado y de modos distintos de su condición de mediador: son cooperadores para el bien de los demás.    La condición social del hombre se funda últimamente en la llamada a la comunión con Jesús; por ella debe ser mediador de gracia para los demás. En este sentido, el pecado no es solo alejamiento personal de Dios, sino también ruptura de la mediación de gracia para con los demás.    El "Estado original" significa una posibilidad  concreta que Dios dio al hombre de realizar su vida en armonía con el designio divino en Cristo y de ser mediador para otros de esta posibilidad; el pecado original supone que esta mediación no ha sido aceptada y por tanto, que no existe: ha fallado. Al no existir, se convierte en mediación negativa, es decir, obstáculo para el verdadera desenvolvimiento del ser humano. Hacía falta un nuevo comienzo, que se ha dado por la redención de Cristo.   Todo esto nos hace entender por qué el pecado influye en los demás. La Escritura muestra ejemplos de las consecuencias del pecado; situación que es a su vez fuente de nuevos pecados personales. Por tanto, la condición del hombre que viene al mundo está marcada

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por la historia de pecado anterior a él. El pecado cometido por quien está en una posición más relevante, produce efectos más visibles y graves. Por eso, es natural que se conceda al "pecado de Adán" una importancia especial y la ausencia de mediación de gracia es situada en el primer eslabón del género humano. `    Desde entonces, arranca la historia del pecado, y no solo la imputación a todos de este pecado primero, sino sobre todo la presencia en el mundo de la fuerza del mal que todo avasalla. l pecado personal, es la inserción, libremente ratificada en esta corriente de pecado iniciada por Adán. Hay relación entre unos y otros pecados, como hay relación entre las acciones y actitudes que cooperan para el bien y arrancan desde Cristo,.solidaridad entre los hombres y libertad en la opción concreta de cada uno, no son incompatibles entre sí. Para bien y para mal, nada de lo que los hombres hacemos, es indiferente para los demás.    d) El "pecado original" privación de la mediación de gracia.    En todo pecado que el hombre comete, se da una ruptura de comunión con Dios y un corte de la mediación de gracia y de presencia de Dios para los demás hombres. Tratamos de aclarar el "pecado original originado", es decir, el "estado" de pecado en que se encuentra todo hombre venido al mundo y que es previo a su decisión personal. Ciertamente es fruto de un pecado anterior.    Podemos comenzar a entenderlo, a partir de esta privación de la gracia querida por Dios como consecuencia de la ruptura de la mediación de amor que de hecho se ha producido en la historia. Todos los hombres nos hallamos en esta situación, fruto de las libres decisiones de los demás, en la que la comunicación de Cristo y de su Espíritu no se realiza en la forma originalmente querida por Dios. Esta privación es "pecado", aunque no en el sentido de culpa personal, ya que esta noción aplicada al pecado original y a los pecados personales, es análoga. En todo caso, se parece más a la privación de la amistad con Dios, fruto de la acción pecaminosa: es la situación contraria a la gracia de Dios y a la paz de su presencia. Este estado, incapacita al hombre para su realización en el amor a Dios y a los hombres, y fuente de nuevos pecados en los que la "fuerza del pecado" se manifiesta. Dicha condición no es extrínseca al hombre, sino que le afecta profundamente porque el misterio de la mediación del bien y del mal, es el misterio mismo de su propio ser de hombre.

 Todo hombre que viene al mundo y en él vive, se encuentra con una privación de  mediación de gracia que le hace "pecador" en solidaridad con todos los demás hombres, lo incapacita para el bien,  y lo aboca a la ratificación personal de esta situación heredada o recibida,  en los pecados personales.    Desde esta concepción se relativiza el problema de la transmisión del pecado original por generación física. Por ella venimos al mundo, y por ella se transmite el pecado original, como por ella recibimos todo lo que somos y las condiciones y las condiciones en que nuestra existencia se va a desenvolver. Pero no se ha de decir, que la generación es formalmente la causa de la transmisión del pecado; Trento lo ha evitado, para evitar una concepción pesimista de la procreación. 

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   Se tratado de evitar que la transmisión del pecado se considere mera "imitación", de modo que el pecado anterior a cada uno, fuera algo externo a él. Desde que un hombre entra al mundo por tanto, se inserta en la masa de pecado de la humanidad, situación de pecado y ruptura de la relación con Dios. No porque la ratificación no se dé enseguida, la inserción es menos real. a transmisión del pecado original por generación, deja ver en él un elemento más de la condición humana que cada uno de nosotros recibe con su nacimiento, y que sus efectos están presentes desde el primer instante. Desde este punto de vista, tampoco hace falta el monogenismo para explicar el pecado original: esta situación en que el hombre se halla por el pecado, la mediación de gracia que se halla en el designio de Dios y no se ha realizado, implica una solidaridad entre los hombres, que no depende esencialmente de su procedencia de un antepasado común, ya que principio de toda unión entre los hombres, es sólo Jesús quien nos une en su gracia; el pecado es carencia y privación de ésta. Esta solidaridad no afecta solo a los que descienden de los mismos hombres; luego, no tiene sentido esta limitación cuando hablamos de la ruptura de esta unión.    e) El origen del pecado y su universalidad.    Al preguntarnos por el "pecado original originante", vemos que en la concepción tradicional, se trata de un solo pecado  ( de Adán ) que luego se transmitió a los hombres. No parece que la imputación a los demás del pecado cometido al principio, sea la enseñanza bíblica exacta sobre el pecado original. Se trata de ver si esta herencia de pecado y privación de gracia, se debe a un pecado o a un cúmulo de pecados. i admitimos que la situación de pecado se ha hecho "irreversible", la consecuencia es la universalidad de la condición pecadora de la humanidad. Pero si la transgresión primera fue irrelevante, debió haber pasado tiempo hasta que haya cuajado la humanidad "pecadora en cuanto tal, y no habría pecado original universal desde el principio.    Despierta interés y discusión la tesis de Schoonenberg que busca armonizar  la universalidad del pecado tal como él cree que lo enseña el Magisterio y la no existencia de un solo pecado original "originante" cometido al principio que haya determinado la suerte de toda la humanidad. El Magisterio siempre relaciona la universalidad del pecado original con la necesidad que todos tienen del bautismo; luego, solo estamos obligados a afirmar esta universalidad del pecado desde que ha existido el bautismo. No podemos decir lo mismo del tiempo anterior a Jesús. Por ello podemos pensar que, ya que el pecado es siempre rechazo de Cristo, la "acumulación" de pecado, alcanza su grado máximo con la muerte violenta de Jesús. El mismo autor la ha abandonado, después de haberla propuesto como hipótesis. Es verdad que la muerte de Cristo y el rechazo de su persona son la máxima manifestación del pecado del hombre, pero dicho rechazo no inaugura la situación de pecado que es anterior a la entrega de Jesús a la muerte.    K. Rahner piensa que hay que seguir dando una importancia relevante a los primeros hombres. Para los primeros hombres, dada la ausencia de condicionantes previos a la libertad, el rechazo de Dios reviste una gravedad excepcional. Se le da un significado especial porque ha determinado el curso de la historia humana. La respuesta negativa a la

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autocomunicación de Dios se produjo al comienzo de la historia, y desde entonces, la libertad humana está condicionada por este hecho.   Flick y Alszeghy, con argumentación diversa, sitúan al principio de la historia este corte en la mediación de gracia. Para ellos, el primer hombre que llegó al uso de razón debió de pecar, porque no tendría sentido que por culpa de uno, se quitara la gracia a alguien que ya ha respondido positivamente a ella.    Otros autores insisten en la universalidad del pecado, dado que todos pecan, sin que de ahí deduzcan ningún nexo causal entre unos pecados y otros que dé razón de esta pecaminosidad general. El pecado original significa la necesidad que todos los hombres tienen de Cristo Redentor; bastaría afirmar que todos los hombres pecan o están inclinados a pecar. La Escritura y el Magisterio dicen algo más: no solo que todos pecan, sino que estos pecados están relacionados entre sí.    La necesidad que los hombres tienen de Cristo, no empieza por la necesidad de redención, sino que Cristo es el fundamento de la condición "supracreatural" del hombre. No hay otra vocación del ser humano fuera de la filiación de Dios en Cristo. Ante el hecho de la infidelidad humana, el N.T. presenta a Jesús como el redentor, el reconciliador de una humanidad alienada por el pecado. Esta presentación está en correspondencia con los datos de la universalidad de la fuerza del pecado y de la unidad de todos los hombres en Adán. Si queremos salvar la relevancia universal de la misión redentora de Cristo, debemos pensar en una universalidad del pecado, en virtud de la cuál toda la humanidad es pecadora. El pecado tuvo que comenzar desde el principio, dado que Cristo es el redentor de toda la humanidad, considerada como un todo moral. Hay que reconocer al pecado en este primer momento un papel desencadenante de la historia de pecado, a la que todos los hombres han contribuido después y a la que seguimos contribuyendo. En este sentido, todos somos Adán. El pecado de "Adán" nos ha constituido a todos en pecadores.    f) La mediación para el bien.   La mediación de pecado, o falta de mediación de la gracia que hubiera podido y aún debido existir, no es la única. Está también la mediación de la gracia de Cristo que, por fidelidad de Dios, nunca ha abandonado al hombre caído, es superadora del pecado y se realiza y hace visible en la Iglesia y los sacramentos. En el bautismo se da un perfecto y total renacimiento que otorga al hombre la plena justificación. En la incorporación del hombre a la Iglesia, se da en su máximo grado y máxima expresión la mediación de gracia de Dios.    Pero no hay que olvidar que, según el Vaticano II, los efectos de la redención de Cristo llegan más allá de las fronteras visibles de la Iglesia y la última vocación del hombre es la divina. Por tanto, así como la mediación negativa del pecado es universal y a todos afecta, también lo es la gracia de Cristo redentor. No podemos pensar que la presencia de la gracia de Cristo empiece con el bautismo: pecado y don del Espíritu condicionan desde el primer instante la vida del hombre y su decisión personal. Su vida será, en sus opciones libres, mezcla de la ratificación de la obediencia de Cristo y de la desobediencia de Adán: en cada caso se reflejará la "opción fundamental" por Cristo o contra él.  Dadas estas condiciones

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objetivas que preceden a la existencia humana, tenemos que decir que la mediación de gracia es más fuerte que la del pecado ( Rom 5,20).        A veces se ha hablado de "superioridad" del pecado original sobre la gracia, por el hecho de que el primero está en todos por el hecho de nacer, mientras que la gracia se da solo a quienes se bautizan. No se sostiene a la luz de los textos paulinos.El pecado no es más fuerte que la gracia. Ni siquiera podemos hablar de un equilibrio de fuerzas; el N.T. habla de una victoria. Estamos salvados en esperanza y ésta versa sobre lo que no se ve.         El determinante de ser hombre es la condición de ser amado de Dios y de llamado a la comunión con él a pesar de la infidelidad. La mediación de pecado es la consecuencia de la infidelidad humana que nos ha precedido y que nosotros ratificamos es esto lo que Dios quiere superar. Afirmar la victoria de la gracia no es minimizar en absoluto el pecado. La interrupción de la mediación de gracia que existe desde el principio impulsa a aumentar el pecado; luego, la humanidad, abandonada , va a la perdición. Pero junto a ello está el comienzo nuevo de Dios: la redención de Cristo. Ella indica la incapacidad del hombre para restaurar la relación con Dios y la fidelidad divina mantenida a pesar del pecado.    g) El pecado original de los niños.    San Agustín ligó íntimamente los problemas del pecado original y del bautismo de los niños. De ahí resultó que el pecado original, si afecta a todos, afecta también a los niños. La doctrina del pecado original se aclara en ellos: en el caso del niño , que no es capaz de opción personal, se ve claro el carácter "previo" a la decisión libre de la privación de la gracia  que se da en el hombre.    Desde el primer instante, se encuentra con un "minus" de gracia que no corresponde al inicial designio divino: está abocado al mal y a la perdición como toda la humanidad. Necesita por ello del "nuevo comienzo" que es Cristo. Como miembro de la humanidad pecadora, es pecador y necesitado de redención. El bautismo de los niños es también "para la remisión de los pecados". Para explicar esta realidad, se habló de la simple y pura imputación del pecado de Adán. La inserción en Cristo remite y perdona este pecado.    Respecto a los niños muertos sin bautismo, no se dice nada directamente en la Escritura; ni siquiera una postura definida en los primeros siglos de la Iglesia. Con San Agustín se plantea y resuelve el problema así: los niños muertos sin bautismo van al infierno, aunque las penas que ahí sufren son muy suaves; en la Edad Media disminuye el rigor: quienes mueren con el pecado original, sufren la pena de daño ( privación de la visión de Dios )  pero no la de sentido ( tormentos del infierno ).    Al desarrollarse la teoría de la " naturaleza pura " surge la idea del "limbo" donde estos niños gozarían de una felicidad "natural". en un estadio intermedio entre el cielo y el infierno; se elimina el carácter de "pena". Esta concepción plantea problemas, porque no podemos pensar en ningún ámbito de la realidad que quede fuera del influjo de Cristo; el destino del hombre se juega siempre en el plano de lo "sobrenatural" y no en el de la hipotética "naturaleza pura". El hombre que no alcanza la comunión con Dios en Jesús, queda frustrado. Si al niño le afecta, y en modo muy real, la privación de la mediación de

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gracia querida por Dios, le afecta también la de la gracia redentora de Cristo. Podemos pensar, con esperanza en la misericordia de Dios, en una posible salvación de los niños muertos sin bautismo, aún por caminos solo a Dios conocidos. La última palabra de Dios sobre el mundo, no es la condenación de los pecadores sino la gracia y la redención.

   h) Efectos del pecado original después del bautismo.    En el bautismo, el hombre es plenamente renovado, y desaparece de él todo lo que sea propiamente pecado ( Trento ). Nos preguntamos si los pecados personales tienen algo que ver con el original.    Es evidente que el hombre peca después del bautismo. Trento recuerda que en el bautizado permanece la concupiscencia, que proviene del pecado e inclina a él. Luego los pecados postbautismales tienen por lo menos esta relación indirecta con el original. Podemos pensar que la aceptación de esta gracia puede no ser total; en la medida que sea así, queda en el bautizado un resto de "pecado".    La inserción en Cristo no es tal como para eliminar de raíz, en todos los casos, todas las mediaciones para el mal; luego no puede hablarse de una desaparición total de la carencia de mediación para el bien, en quien está bautizado. Ello se debe, no a que el bautismo no tenga fuerza para insertar en Cristo  y eliminar los efectos de esta carencia, ni porque no nos transforme internamente. Lo que pasa es que la respuesta de fe del hombre difícilmente será tal que esta inserción y eliminación del mal se logre perfectamente.    En este sentido, el bautizado puede quedar afectado por la mediación negativa de pecado y sus pecados son manifestación de ella. De ahí la visión del hombre "simul iustus et peccator". La plena justificación y superación del pecado es un bien escatológico  que nunca alcanzaremos plenamente en esta vida. Dios nos perdona y justifica en cierto sentido constantemente.