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Para todo lo que quieres vivir... la respuesta es... Pueblos Patrimonio de Colombia Lorica ISBN 978-958-99726-6-3 • DISTRIBUCIÓN GRATUITA Santa Cruz de

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Para todo lo que quieres vivir...

la respuesta es...

Pueblos Patrimonio de Colombia

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Santa Cruz de

El Malecón de Lorica, balcón del Sinú , guarda un lugar para cada

lugareño... para cada visitante.

Los versos del porro de “Río Sinú”, de Miguel Emiro Naranjo, llegaron a mis oídos al divisar las apacibles aguas de este regalo de la natu-raleza.

Así arribamos a Santa Cruz de Lorica uno de los pueblos patrimonio de Colombia, rico en recursos naturales, diversidad cultural y construcciones públicas y privadas con un estilo republicano que refleja un es-plendor económico de tiempos idos.

En los ojos de sus habitantes se asoman los ancestros Zenúes –extraordinarios orfebres–, que el cronista Juan de Castellanos describió en toda su magnitud, al relatar el deslumbramiento del conquistador español Pedro de Heredia en 1534:

“Y en una plaza vieron la esquina,un grande y espacioso santuario,tan capaz que tenía cumplimientospara dar a mil hombres aposentos.Ídolos veinte y cuatro vieron altostodos como de grandísimos gigantes,de madera lavada lo intestinoy lo de fuera de oro fino”

Ese oro que dio fama a la región y que se resumía en una frase: “Pobre del Perú si se descubre el Sinú”. Oro que saquearon los españoles en el periodo de la Conquista y que ocasionó la extinción casi total de las comunidades indígenas.

Dos siglos después, Lorica se consolida como la despensa de la provincia de Cartagena gracias a sus

recursos naturales, a su proximidad al mar y a la na-vegabilidad del río Sinú, llegando a convertirse, en el siglo XVIII, en la tercera ciudad del Caribe con mayor número de habitantes después de Cartagena y Mompox, y superando a Santa Marta. Desde finales del siglo XIX y mediados del XX se vuelve centro de un flujo migra-torio intenso, destacándose la llegada de comerciantes sirio-libaneses, produciendo una amalgama cultural única en el país.

Nosotros pudimos comprobar las huellas de esta his-toria y cultura multiétnica, así como de su biodiversidad en el recorrido que hicimos por el río Sinú, la Ciénaga Grande y en cada rincón de Santa Cruz de Lorica.

Gozamos intensamente cada momento: las esquinas y plazas, el jugo de níspero, el plato de bochachico, los fritos, su majestad el ‘quibbe’, la elevada temperatura, la conversación con la gente, su sonrisa y nuestro enrique-cido léxico, ahora con expresiones espontáneas como “echeeee”, “cógela suave”, “ajá”. Porque si hay algo que respira Lorica es jerga, léxico, palabra, lenguaje.

Aquí cada detalle cuenta una historia: los letreros de los establecimientos comerciales, finamente tallados en madera; la fibra que se entrelaza en la elaboración del tradicional sombrero vueltiao, en el corregimiento de Tuchín, cuna de los indios zenúes; la chicha de El Carito, otro corregimiento donde esta bebida y el maíz representan lo más arraigado de su cultura; las obras primitivistas de Marcial Alegría, que narran a través del pincel leyendas y mitos que han traspasado fronteras; cada objeto elaborado manualmente por los artesanos de San Nicolás de Bari.

Embrujo del Sinú “Una tarde a orillas del Sinúun ensueño de amor tuve yoy en la espuma pintada de azulreventaron mis versos de amorEsa tarde mi amor navegópor las aguas del bello Sinúno te vayas amor te lo pidoporque muero en la cruz”.

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Lorica: La historia y la cultura están

siempre presentes en la vida cotidiana.

Camellón de Miramar, invita a un tranquilo paseo

tropical cada atardecer.

Pueblos Patrimonio de Colombia

Sucumbimos ante lo que el maestro Orlando Fals Borda llamaba el “Embrujo del Sinú”.

Atesoramos muchas historias que atraviesan el río, esa arteria que fue el eje del crecimiento económico y social, en los hidroaviones y embarcaciones que le die-ron esplendor; historias contadas a través de las ondas hertzianas de la primera emisora cultural en el bajo Sinú; historias plasmadas de forma magistral en los mu-rales de Adriano Ríos Sossa, a través de los cuales narra hitos de la Lorica de antaño; historias que transcurren por sus angostas calles y sus edificaciones, patrimonio nacional; historias a través de su variada gastronomía, una mezcla de saberes ancestrales indígenas, españoles, africanos y árabes.

Historias que se materializan en “Ítaca”, el bar ubi-cado cerca al mercado público, cuyo nombre está inspi-rado en la isla del mítico canto homérico, donde actual-mente los jóvenes mantienen, agregando instrumentos como la batería o la guitarra eléctrica, ritmos autóctonos como el porro o la puya, y en el que cada elemento de su decoración relata algo de la historia loriquera.

Historias rigurosas como la de “Changó, el gran putas”, de Manuel Zapata Olivella, en la que el estu-dioso antropólogo profundiza en la cultura afroameri-cana; o historias como la de Gustavo Díaz, un personaje inolvidable, amigo de infancia de David Sánchez Juliao –otro hijo insigne de Lorica– e incondicional de Zapata Olivella, y que se nos presentó como el hombre que inspiró a “El Flecha” –esa narración que hizo célebre “el viejo Deivi” – con un vasto conocimiento de los ava-tares de este pueblo, con una memoria prodigiosa, que diariamente recorre las calles de su Calori, como llama a Lorica.

Sin vacilaciones, ahora podemos afirmar que Lorica cuenta. Cuenta en el mapa turístico del país, cuenta en el desarrollo económico y social de la región, cuenta como pueblo patrimonio, pero, sobre todo, Santa Cruz de Lorica cuenta historias.

Venecia del Sinú Aunque el origen de esta alegoría tenía que ver más

con las frecuentes inundaciones que se presentaron en siglos pasados y convertían sus calles en vías para las canoas, esta romántica expresión se ajusta a su riqueza natural de fuentes hídricas, a espacios inspiradores, al recuerdo y nostalgia de un importante puerto fluvial, a épocas de brillo económico y a una población que mantiene la ilusión.

“Nico” Corena, un conocedor de las hazañas lori-queras, camina con nosotros hasta llegar a la calle Ola-

ya Herrera y sobre el Malecón que bordea el río. Nos detenemos a contemplar el mural que se enmarca en una imagen única con el Sinú de fondo. Nos muestra cada detalle, cuadro a cuadro, personaje a personaje, la semblanza boyante de este pueblo, que con sapiencia esculpió el maestro Adriano Ríos Sossa, en esta pared –su lienzo– para mostrar la historia, en la que las aguas han sido protagonistas.

“Nico” hace énfasis en el potencial hídrico que está muy ligado a la cultura. “Aquí hay humedales, el río Sinú, la Ciénaga Grande y caños. Si vemos a Lorica desde arri-ba se darán cuenta de que está rodeada de agua, es como una isla fluvial. Es lo que nos ha dado un estilo de vida, recursos, ha permitido desarrollar la vida social y eco-nómica, y está muy vinculada a nuestra historia porque los habitantes precolombinos, de la gran familia de los zenúes, eran prácticamente anfibios y su subsistencia dependía de la pesca, de la agricultura”.

Aquí recordamos haber leído, en la lejana escuela, que los zenúes desarrollaron técnicas hidráulicas que

R

DATOSDE INTERÉS

• Fue fundada el 3 de mayo de 1740• Su Mercado público fue declarado monumento nacional en 1996 y Bien de Interés cultural en el 2000. • En 1952 deja de pertenecer al departamento de Bolívar y pasa a ser parte del entonces recién creado departamento de Córdoba. • En 1919 un incendio arrasa con la población cuyas casas eran en su mayoría de bahareque, techos de paja, dando paso a una reconstrucción total.

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les permitió controlar las inundaciones del río Sinú con un vasto entramado de canales. Un saber perdido para siempre…

Los humedales cubren una vasta área biodiversa en flora y fauna, con especies de aves migratorias. En torno a estos complejos lagunares también se desarro-llan actividades agrícolas y la pesca. Esto nos permite comprender por qué Lorica fue y sigue siendo una gran despensa natural.

Lorica fue el puerto más importante de la zona hasta 1950, con el majestuoso río Sinú como protagonista, por aquí bullía la actividad mercantil de la región, cuando la ciudad todavía hacía parte del departamento de Bolívar y no se había creado Córdoba; era la época en que no se habían construido las carreteras que terminaron por sentenciar la decadencia del río; era el paso obligado de las embarcaciones desde y hasta Cartagena, espacio de intercambio cultural, donde además aterrizaban peque-ños hidroaviones de la Scadta, la aerolínea colombo-alemana que traía el correo y las encomiendas; punto de referencia para el transporte hacia otras zonas del país, como Chocó.

Los pobladores más viejos rememoran los nombres de algunas embarcaciones: el vapor Bolívar que en 1870 transportaba 120 toneladas; naves como La Colombia, La Montería, La Damasco, La Sinú y La Tequendama, o El General Córdoba de dos pisos.

Lorica fue, sin duda, una provincia que tenía impor-tancia política, administrativa y comercial por la misma delegación que le hacía Cartagena, y hasta llegó a dispu-tar, con Montería, ser la sede administrativa del naciente departamento de Córdoba.

Históricamente también fue azotada por inundacio-nes que al final determinaron el ritmo de su economía, sus costumbres, el trazado de sus calles, los materiales

y tipos de construcciones, un acelerado crecimiento de su población, gracias a la construcción del puente “20 de Julio” que se comunicaba con poblaciones vecinas. Es-tas catástrofes obligaron también a la construcción del malecón y de las murallas con el objetivo de contener las crecidas del río.

Cuenta la leyenda que por este puerto también en-traron las primeras partituras musicales, traídas de Europa, que se mezclaron con los sonidos propios y ancestrales, para las bandas musicales criollas que ame-nizaban las fiestas de los terratenientes. Así como los primeros instrumentos de viento. Existió una escuela de música, dirigida por José Dolores Aranda, a comienzos del siglo XX.

Cuando uno mira al horizonte desde la otra orilla del Sinú, observa las gradas e imagina los pescadores y visitantes alistando su viaje; ve las pequeñas embarca-ciones en las cuales aún se pueden recorrer las calmadas aguas y sueña con recorrer el río en El General Córdo-ba; contempla los vistosos atardeceres, que quisiera disfrutar de la mano del ser amado; se asombra ante la majestuosidad arquitectónica del mercado público, o ve los niños correr por el Malecón, uno vibra, fantasea y se transporta a una Venecia del Sinú que da esperanza.

Con sabrosura Después de deleitarnos con esta riqueza natural, fui-

mos a buscar el almuerzo, que habíamos encargado desde el día anterior por sugerencia de Emiliano, un se-ñor mayor que todos los días y noches se sienta en una de las bancas, que nos aconsejó ir al mercado público, donde conseguiríamos la especialidad gastronómica local: el sancocho de bocachico.

Con William, el amigo que nos recibió en Montería y nos trasladó a Lorica, nos bajamos de la camione-

Manuel Zapata Olivella añoraba sus platos ancestrales cuando vivía en Bogotá: “Hay momentos en que el organismo echa de menos las sustancias que lo nutrieron en la infancia y entonces, en una operación cerebral, transforma esa ausencia en un sentimiento de evocación, de recuerdo, de añoranza. El único remedio para ese mal es ir allá a tu tierra loriquera y tomarte un sancocho de bocachico del río Sinú, con Kola Román y guarapo de panela. Luego prueba el mote de ñame con queso salado, arroz con coco, empanada de huevo y un batido de níspero en leche”.

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ta –que en nada se parece al jeep Willys del que habla Sánchez Juliao, el muy famoso WVM de su personaje El Flecha–, y caminamos hacia El Ranchón, como se llama el mercado. Sus colores ocre y rojo, sus altos techos, sus columnas redondas equidistantes, sus cuatro fachadas abiertas, sus personajes, sus platos, sus puestos de arte-sanías y los bultos de diversos granos que expelen un olor particular, el río Sinú, como fondo le dan un aire único, que evoca y provoca.

Nos sentamos en el puesto de Mariela, una ancia-na que lleva más de 20 años allí, quien atiende junto a Jenny, una mujer joven que con una tímida sonrisa nos acoge y nos brinda un vaso frío de guarapo de panela. ¡Ah! Qué refresco para los 38 grados de temperatura. Sin preguntar –debió ser por nuestra pinta de cachacos (expresión con la que nos identifican en la costa Caribe a los oriundos del interior del país)–, empieza a contar-nos sobre la construcción y sobre el lugar, mientras nos alista el bocachico del que tanto nos han hablado.

Dice que hace pocos años lo pintaron, restauraron el techo, el piso y algunas de las escalas que dan al río; que fue un importante muelle por donde entraban y salían personas y mercancías, especialmente desde y hacia Cartagena, cuando Lorica pertenecía al departamento de Bolívar; que es monumento nacional. Y lo dice con verdadero orgullo, con orgullo loriquero.

Nos sirve nuestro sancocho de bocachico, y lo proba-mos poco a poco, con cuidado por aquello de las espinas. Mientras degustamos cada bocado, que acompañamos

de una porción de arroz, ensalada y patacón, al mismo tiempo vemos que otras personas se acercan y llevan un paquete en hojas verdes. Preguntamos y nos dice Jenny que esa es la sarapa, plato tradicional que lleva gallina, carne o cerdo, acompañados de arroz y plátano maduro, que se envuelve en hoja de bijao, una especie única de la región que le da un sabor especial –al otro día sería nuestro menú, acompañado de una helada botella de otra insignia costeña: la Kola Román.

‘Filadelfio’, como bautizó nuestro guía y acompañan-te Gustavo Díaz a mi amigo de viaje, al otro costado, ve unos bultos de algunas especias, varias de Oriente, y granos que por su olor y color llaman la atención. Él se anima y compra unos cuantos paquetes que dice le servirán para condimentar y para aliviar malestares. Sin duda, desde aquí se empieza a notar la influencia árabe en Lorica.

Influencia que confirmamos todas las tardes, en la esquina de los fritos –en el cruce entre la casa que acogió al antiguo teatro Marta y la que fuese sede del bar El Tu-qui- tuqui, inmortalizado en la obra de Sánchez Juliao– donde dos hermanas morenas nos preparan arepa’e huevo, carimañolas de yuca, buñuelos de fríjol, junto a los ‘quibbes’ y ‘esfihas’ árabes que acompañamos algu-nas veces de jugo de zapote o níspero en leche, o hasta de Milo. Para finalizar, un raspao de Kola Román que nos llevamos al Malecón, desde donde contemplamos el río. Allí, la gente nos dice que está contenta porque el Mi-nisterio de Comercio, Industria y Turismo va a restaurar

La antigua cultura anfibia zenú dejó un legado con su

ingeniería hidráulica.

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este importante bien de Lorica, donde el río y el pueblo se unen en un abrazo interminable….

Así como la gastronomía ha desempeñado un papel preponderante en Lorica, también lo fue la industria ali-menticia, pues además acogió fábricas de mantequilla; se producía queso, con calidad similar a los mejores de Europa; tuvo fábricas de bebidas gaseosas, hielo y leche en polvo, que surtía la demanda que había en razón de la escasez que se presentaba en algunos países y hasta una tostadora de café, Café de León, entre otras.

Pero, además, la culinaria ancestral tiene fuerte pre-sencia en el corregimiento de El Carito –que hace parte de Lorica– con la chicha de maíz. Este lugar, de calles empolvadas, por el cual se llega por la vía que conduce a San Bernardo del Viento, celebra anualmente el Festival de la Chicha, expresión máxima de su cultura, que se celebra en diciembre.

Allí, Elvia Madera Conde, una mujer mayor, experta en la preparación del líquido, tímidamente nos empie-za a contar sobre la elaboración de las tres clases de chicha: la de guarrú, la de afrecho y la cotorrona, que varían según su preparación, pero a las que nos les falta la “canela, clavito y pimienta de olor”. Ella y su familia han sido ganadores en más de una ocasión del concurso de la chicha, que durante el festival se sirve en totumas.

Con nostalgia, Antonio Molina, otro anciano para quien la festividad representa todo, añora los juegos cos-tumbristas, que según él han ido perdiendo protagonis-mo, aunque algunos se mantienen como el de la tortuga, en el cual dos hombres miden su fuerza, uno sobre otro formando la figura de la icotea, o el del “muerto esmo-longao”, que nos cuenta Marta Páez, gestora cultural de El Carito, consiste en que una persona se tira sobre el piso y se hace el muerto, mientras que otros intentan levantarlo, él se mantiene quieto a no dejarse levantar hasta que el que logre alzarlo se convierte en el ganador.

Por supuesto que la música es esencial en cualquier celebración, y aquí los niños y jóvenes mantienen sus tradiciones a través de la escuela de danza con la que realizan presentaciones y montajes en los que el fandan-go, el porro y la puya sinuana, son los actores principales que hacen contonear las caderas; ni hablar de las leyen-das de los viejos ni las parrandas que se arman en las tarimas, organizadas e improvisadas. La fiesta va hasta que “amanecé”, gracias a la chicha de maíz.

Nosotros probamos la de afrecho, que nos alivia la sed. Repetimos algunas dosis, aunque quedamos con-vencidos de que no lograríamos el primer lugar en el concurso del tomador de chicha. Solo atinamos a tomar-nos la foto con la escultura en su honor que hizo el maes-tro Alfredo Torres Ibáñez –monteriano él– ubicada en la plaza de El Carito.

Y como si esto fuera poco, la piña, el ñame y el pláta-no, entre otros, también tienen su festividad. Celebracio-nes de la vida y fertilidad de esta tierra que, sin duda, me-rece su fama de despensa alimenticia de la Costa caribe.

En el centro histórico los edificios tienen nombres de personas

Uno de los aspectos que más atrae de Santa Cruz de Lorica es su arquitectura. Estas construcciones de carácter eclécticas, con influencia árabe y a semejanza de edificaciones cartageneras, con finos elementos y detalles, las hacen imponentes. Son parte de esta riqueza patrimonial en la que el centro histórico se convierte en el lugar de encuentro de propios y extraños, pues allí es donde convergen la historia, la arquitectura, los saberes. Y en Lorica sobresalen, especialmente por los nombres de personas como: Teresita Corrales de Martínez, Diego Martínez, Josefina Jattin, Afife Matuk, edificio Gonzá-lez, entre otros, la mayoría con influencia de estilo repu-blicano y a semejanza de construcciones cartageneras.

“En Lorica vi a una muchacha que vendía dulces y comestibles por la calle. Llevaba una batea en la cabeza. Y, en la batea, ‘quibbes’ fritos revueltos con casabitos de coco, alfajores, cocadas de ajonjolí y bolas de tamarindo. Ese día, estremecido, comprendí lo que quiso decir Nietzsche cuando escribió que la sangre es el espíritu. Ese día comprendí mi verdadero origen: soy hijo de la unión morganática de una cocada y un ‘quibbe’. De ellos me viene, a mucha honra, este revuelto costeño, libanés y colombiano”. Juan Gossaín, periodista.

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Nuestra primera parada fue el parque Bolívar, en el cual se erige la tradicional estatua al Libertador, a la que todos los días llegan flores y dedicatorias. Ha sido restaurado e intervenido en varias ocasiones y es el lugar de encuentro de propios y visitantes. Lo rodean la iglesia de Santa Cruz de Lorica, los edificios González y la isla de Diego Martínez Camargo –uno de los más importantes empresarios–. Aquí se realizaban retretas con bandas musicales, donde el fandango era personaje principal.

Por supuesto la iglesia de Santa Cruz de Lorica, remodelada en varias ocasiones, la última por el vicario Lacides Bersal, un personaje que fue influyente en el pueblo, que tiene su propio paseo peatonal. La cate-dral se caracteriza por tener cinco cuerpos verticales, columnas que originalmente eran cuadradas fueron re-dondeadas, altares que fueron donados por familias con poder adquisitivo, el reloj que fue donado por la colonia siria y las campanas que fueron traídas desde Lisboa. Según nos dice “Nico”, las puertas fueron restauradas y se hicieron respetando los elementos coloniales. Tiene tres naves, una central y larga y unas laterales un poco más reducidas, con columnas y capiteles adornados con elementos republicanos.

“Nico” nos lleva por el antiguo Palacio Municipal o de las 13 columnas, que se empezó a construir a finales del XIX y se terminó en 1915, aproximadamente. Un dato interesante es que quienes participaron como ayu-dantes de obra fueron los presos del pueblo.

Fotografiamos el Teresita Corrales, con arcos repu-blicanos, muy similar a las construcciones de Cartage-na; recorremos el Afife Matuk, uno de los que más nos impactó y del que hablaremos más adelante, paseos y plazas como el paseo Bersal y la plaza de la Cruz, don-de tomamos un jugo de zapote costeño, una fruta muy parecida al mamey; el Club Lorica, fundado en 1950; la Casa de la Cultura, donde se encuentra el primer mural que hizo el maestro Ríos Sossa en el que, simbólica-mente y a través de la técnica con arcilla, reproduce los momentos históricos de Lorica. El puente del 20 de Ju-lio, construido en 1910, que comunicaba al centro con el otro lado del caño Chimalito, siguiendo el ‘Camino Real’.

También vale la pena llevarse de recuerdo una foto en el Obelisco, donde se levanta el monumento a “El Padre de la Patria”, como homenaje al almirante José Prudencio Padilla, quien derrotó a las fuerzas realistas para la liberación de Cartagena. 

Lorica Saudita Así llamó Sánchez Juliao a su natal ciudad, mote que

describe la fuerte influencia que el pueblo árabe tuvo so-

bre esta, que se refleja no solo en la gastronomía sino en la arquitectura, en la vida social y política, en la cultura, los apellidos y en el desarrollo de su economía.

El viajero británico Robert Cunninghame Graman, quien estuvo en Lorica hacia 1917, relató: “Los sirios, es común, manejan las tiendas y regatean para negociar en su español gutural, aún más resueltamente que los co-lombianos mismos… muchos de los comerciantes llegan de Siria y nada es más común que oír conversaciones en idioma árabe…” La palabra vuelve a estar presente…

Los árabes que llegaron a Santa Cruz de Lorica, y a una vasta zona en las costas, lo hicieron huyendo de la persecución religiosa, de la presión política y de las crisis económicas que hicieron que se presentara una oleada de inmigraciones.

Lorica, que era la tercera ciudad en importancia en la región, después de Cartagena y Mompox, se convirtió en la puerta de entrada al Valle del Sinú y en el lugar que los arropó y acogió, no sin controversias, pero que a la larga les permitió, tanto a ellos como a los oriundos, conformar una sociedad que resplandeció a finales del siglo XIX y principios del XX, y que sentó las bases de una época fructífera.

La colonia sirio-libanesa fue una de las más nume-rosas. Aquí llegaron, según el investigador Juan Vilora de la Hoz, “en su mayoría sirios, libaneses o palestinos, de religión cristiana, hombres jóvenes, que viajaban solteros y sin familia. Hacia la segunda década del siglo XX el comercio de Lorica estaba dominado por los sirio-libaneses. Las ventas ambulantes como punto de partida, comenzaron como comerciantes, y luego si-guieron otras actividades como agricultura, ganadería, industria y política”.

Indudablemente que el espíritu comercial se mantie-ne en Lorica y es una de las bases de su economía. Aquí, como diría Gustavo Díaz –para nosotros ‘El Flecha’– en su poema que nos recita con frecuencia en todas las co-rrerías que nos acompaña, “aquí se hace/ se da de todo / hay de todo como en botica” y en eso tiene que ver la presencia de esta colonia, de los mal llamados “turcos”.

Pero no solo el comercio tuvo un gran impulso gra-cias, entre otras cosas, al empuje y trabajo de los árabes asentados aquí. La industria, que se ve plasmada en el mural del maestro loriqueño Adriano Ríos Sossa –en la calle Olaya Herrera, enfrente de la que fue la casa de Sánchez Juliao– en el que se observan detalles de la época próspera en la que hubo fábrica de jabones, de mantequilla, de ron, de leche en polvo, de ladrillos, de bujías, de velas, al tiempo que se consolidaban negocios de venta de telas y almacenes.

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Hubo quienes se dedicaron a la ganadería, la agricul-tura y a la finca raíz, a las fábricas de gaseosas, se dice fueron ellos quienes introdujeron el sistema de almace-nes por departamentos –por ello no es raro que el origen del negocio de la familia Char, que vivió en Lorica y es reconocida en la costa Caribe por sus droguerías y su-permercados, haya sido aquí.

Sus aportes a la arquitectura también son numerosos. Varias de las construcciones hechas por árabes y criollos fueron consideradas por el Ministerio de Cultura como de interés cultural, por sus estilos republicano, mozá-rabe y ecléctico.

Una de estas y la que más nos sedujo, la cual re-corrimos paso a paso, rincón a rincón, fue el edificio Afife Matuk, a orillas del Sinú y colindante con el mercado público. Este se conserva intacto con de-talles de la época de su construcción, que terminó hacia 1929. En su interior, se destacan los colores azul claro y blanco en pequeños muros que separan cada espacio, figuras arabescas, la sala con su ventanal que mira a las tranquilas aguas del río, vista de la cual disfruta nuestro amigo William desde la silla de barbería original que decora la sala. Sus altos techos,

la decoración con cada detalle ubicado perfectamen-te, la tina azul en el baño que también da sobre el río. Verdaderamente enamora.

O el reconocido edificio Jattin, anterior casa comer-cial, o el Club Lorica, ubicado en una esquina de la plaza de la Cruz, en el cual los inmigrantes sirio-libaneses or-ganizaban sus reuniones sociales y que hoy está abierto a la población; o la hermosa casa que perteneció a la familia Char, propiedad de una dulce señora que nos re-cibió con una tierna sonrisa, un vaso de jugo de corozo y la confesión de que la casa fue un regalo de matrimonio de su padre. Se dice en el pueblo que es la más original, sus estructuras guardan detalles en sus terrazas, en los arcos, su antejardín, columnas y patio. Un recuerdo se vuelve recurrente: los 39 grados a la sombra que sopor-tamos en la entrada de la casa, mientras nos autorizaban el ingreso para conocerla, temperatura que bajó ante la mirada encantadora de esta mujer.

Y por supuesto que se refleja en los apellidos que escuchamos cotidianamente: los Bitar, Fayad, Char, Me-lluk, Behaine, Marún, Chadid, Char, Bechara, Jattin, Farah, Gossaín, Saer, Rumié, Chaljub, Namur, Calume, Dager, y hasta el Manzur.

El Manzur, nombrado por Sánchez Juliao en ‘El Fle-cha’: “Y este es Eric Manzur, un turquito ensamblao en Colombia, porque es hijo de un árabe que se llama Ben-Jálamela-Mí, pero la mamá es loriquera. Manzur, óigase bien, Eric Man-Zur, que quiere decir, ’un man del sur’, porque el Líbano, por si no lo sabía, viejo Deivi, queda de Pasto p’abajo; y este man, para información de ustedes, es un escritor”.

La recitamos juntos, alternado cada frase y justo en el lugar donde se originó este relato: ¡Magia “made in” Lorica!

Saberes Lorica cuenta. Y cuenta a través de sus manifesta-

ciones artesanales y artísticas. Confluyen las manos prodigiosas de artesanos que elaboran las esteras, el sombrero vueltiao o las cerámicas de San Sebastián, con las pinceladas de Marcial Alegría y con el arte de Adriano Ríos, las letras de Manuel Zapata Olivella, el humor y la cultura popular de Sánchez Juliao. Saberes, muchos saberes.

En San Nicolás de Bari, corregimiento que hace parte de Lorica, llegamos a la casa de Lucrecia, una mujer de 75 años, experta en la elaboración de las esteras, fabrica-das con enea, que son utilizadas como camas o como o nos dice El Flecha: como “colchón de pluma de ganso de los pobres”, pero que también son utilizadas para sope-sar el calor, colocándolas en el cielo raso y que se venden, junto a las otras artesanías, en el comercio de Lorica.

También visitamos a Medardo de Jesús Suárez, el artesano que ha recorrido el mundo con el sombrero

vueltiao, del cual tiene su taller en Tuchín, pueblo de asentamientos de los indígenas Zenúes. Medardo nos muestra el paso a paso de su elaboración, cómo identificar un sombrero original, los elementos que se utilizan en su fabricación, las técnicas y los saberes ancestrales que son el insumo de cada pieza artesanal de las que nos dice anteriormente era hecha en su totalidad a mano. Los sombreros de Tuchín están en Colombia y el mundo.

Por supuesto no podíamos dejar de ir a San Sebas-tián, a la casa de Marcial Alegría, el artista primitivista que con su pincel ha plasmado las leyendas, mitos e historias de Lorica y del departamento de Córdoba y cuyas obras se encuentran en los cinco continentes. En su casa, que funciona como su taller y el de su esposa –experta en la fabricación de cerámica–, nos muestra recortes de prensa nacionales e internacionales en los que se destaca su trabajo artístico, al tiempo que nos permite tomar fotos de sus coloridos cuadros. Nosotros recibimos una réplica de “La pesadilla”, una de sus obras más representativas.

En honor de este pintor el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo, en asocio con el municipio, cons-truyó la “Plaza Marcial Alegría”.

Ya hemos mencionado los murales del maestro Ríos Sossa, quien escogió quedarse aquí después de que una de sus maestras, extranjera, le narró con lujo de detalles aspectos que él desconocía de su tierra natal. Allí se dio cuenta de que necesitaba conocerse y que la mejor manera de hacerlo era recorriendo cada rincón de Lorica, explorar el arte de los ceramistas tradicionales,

El sombrero vueltiao Patrimonio Nacional y orgullo de los colombianos.

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investigar sobre el sombrero vueltiao, adentrarse en las profundidades ancestrales. Todo ello le permitió cono-cerse y realizar un manejo especial en la plástica, con la cual concibe cada obra como “si fuera a escribir un libro”.

‘Filadelfio’, mi amigo fotógrafo y ahora “hermano” de Gustavo Díaz, le pregunta ¿por qué la historia añora esos años de esplendor? Y Adriano, muy firme, le dice: “yo no busco la nostalgia, busco la reflexión, que el espíritu de esas personas que hicieron historia dejaron un legado que vale la pena explorar”, y una de esas maneras es interviniendo las paredes del pueblo, las cuales son su galería.

En “mi Calori”, pudimos deleitarnos con una amplia producción cultural y literaria. Uno de sus hijos más prolijo es Manuel Zapata Olivella, ‘el negro Manuel’, médico, antropólogo, viajero compulsivo e investigador consagrado de la cultura afroamericana. Fue el gran im-pulsor de la Fundación Colombiana de Investigaciones Folclóricas.

Su imagen sobresale en el mural sobre el Malecón, en la casa de la escuela taller, en los varios libros que escribió, en el Premio Nacional de Literatura que lleva su nombre, y sobre todo está en el corazón de todos los lori-queros que se sienten orgullosos de ser paisanos del más importante representante de la literatura afro de Colom-bia. Sus obras son un estudio riguroso sobre los negros en Colombia y en el mundo, la discriminación racial, las leyendas, mitos, rituales y la cosmovisión ancestral.

“Changó, el gran putas” es tal vez su máxima obra, y referente de la literatura. Bien lo dice Darío Henao Restrepo en el prólogo: “Lo que hace Zapata es traerlos de nuevo a escena, así aún sean extraños para muchos. El logro es sustancial, nada menos que la recuperación de un gran trayecto de memoria colectiva. Rema siglos arriba para pasearnos por el trasteo desalmado de mi-llones de negros hacia las geografías de la explotación y de la muerte”.

Yo ya tengo el libro en formato digital y empecé a devorarlo…

Y qué decir del “viejo Deivi” Sánchez Juliao, nacido en la casa 15-43 de la calle primera, frente a la muralla.

“Nico” nos cuenta que cuando David era niño, se paraba en la ventana a mirar los barcos y decía que eso era como ver una película. Ya más grandecito empezó a recorrer zonas rurales grabando historias y alimentándose de la cultura popular del Caribe colombiano.

“La canoa era larga, filuda y se deslizaba lentamente cortando las aguas, y le servía de lastre, de manera que andaba como encajada en el río…” dice al inicio de su fa-moso cuento, ¿por qué me llevas al hospital en canoa, papá?

Autor de novelas, cuentos, fábulas, historias para ni-ños, guiones de televisión, testimonios escritos y na-rraciones sonoras, de las que se habrán dado cuenta mi favorita es ‘El Flecha’, porque lo escuché en una etapa muy significativa de mi vida y porque, después de llegar a Lorica, y estar caminando y charlando con el personaje que lo inspiró, permanecerá en mi mente.

“Es la noche del sábado. Vengo del campo. Conduzco mi jeep Willys. De repente, recuerdo que tengo que escri-bir hasta tarde y que se me han acabado los cigarrillos. ¿Dónde conseguirlos?... El bar El Tuqui-Tuqui, ese es el lu-gar. Allí los venden más frescos que en ningún otro lado… Oigo su voz que me llama desde una mesa: “Erda, mira quién entró ahí: el viejo Deivi, mi amigo…”

Varias veces volveríamos a escucharlo en el carro. Es que ‘El Flecha’ es un tipo “bacán”.

***Santa Cruz de Lorica “no me desfraudastes”, diría ‘el

rey de los embustes’, Gustavo Díaz, y ahora entendemos por qué eres un pueblo patrimonio, un destino que enri-quece y conmueve, pero sobre todo que cuenta.

Nos despedimos con nostalgia de este pueblo que tiene todos los ingredientes para atender a los visitantes, a quienes invitamos a que vengan a conocer el embrujo del Sinú, en sus calles y sus cuerpos de agua. Lorica es, sin duda, un lugar que brilla con luz propia en el mapa turístico de Colombia.

En la mente resuenan los acordes de “Río Sinú”, el porro que se incrustó en mi corazón para siempre.

“Y mirando sus aguas pude ver tu imagen… a orillas del río Sinú…”

Charles Ottley, presentador inglés y periodista del Travel Channel dijo: “Colombia no es solo un país seguro para viajar, sino también uno de los destinos más sorprendentes de Latinoamérica”.

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FIESTAS Y OTRAS CELEBRACIONES: Mayo 3: Fundación y Festival cultural del SinúJulio 16: Procesión de la Virgen del CarmenDiciembre 7 al 9: Virgen de la Inmaculada ConcepciónDiciembre: Festival de la Chicha

Santa Cruz de Lorica

ALTITUD: 7 msnm EXTENSIÓN TOTAL: 1033 km 2 TEMPERATURA PROMEDIO: 29°C UBICACIÓN: En el norte del departamento de Córdoba a 60 kilómetros de Montería, 50 de Tolú y 29 de Coveñas.Municipios cercanos: San Bernardo del Viento, Momil, San Pelayo, Chimá, Cotorra, Puerto Escondido. INDICATIVO: (57-4) HOTELES: Se ubican cerca al centro histórico y ofrecen habitaciones con baño privado aire acondicionado y ventilador, señal de televisión por cable, acceso a internet. RESTAURANTES: Existe una oferta variada de pequeños establecimientos que brindan los platos típicos.

Santa Cruz de Lorica

Bogotá

Montería

Mar Caribe

Lorica Pueblo Patrimonio rico en recursos naturales y diversidad cultural.

Copyright 2013. Ministerio de Comercio, Industria y Turismo. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin autorización escrita de su titular.

Parroquia Santa Cruz de Lorica

Edificio Familia González

Palacio Municipal

Mercado Pùblico

Casa de Afife Matuk

Plaza de Bolívar

Casa Teresita Corrales

Edificio Enrique Caraballo Mogollòn

Club de Lorica