palabras a dios

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SANTA RAFAELA M.ª DEL SDO. CORAZÓN PALABRAS A DIOS Y A LOS HOMBRES Cartas y apuntes espirituales EDICION PREPARADA POR INMACULADA YÁÑEZ PRÓLOGO DE JOSÉ LUIS MARTÍN DESCALZO MADRID 1989

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  • SANTA RAFAELA M. DEL SDO. CORAZN

    PALABRAS A DIOS

    Y A LOS

    HOMBRES Cartas y apuntes espirituales

    EDICION PREPARADA POR

    INMACULADA YEZ

    PRLOGO DE

    JOS LUIS MARTN DESCALZO

    MADRID 1989

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    NDICE GENERAL

    PRLOGO, por Jos Luis Martn Descalzo ..................................................3 INTRODUCCIN .......................................................................................22

    Fuentes y bibliografa ...............................................................................24 Modalidades de la edicin ........................................................................27

    PARTE PRIMERA

    CARTAS I. Vocacin de las Fundadoras y establecimiento del Instituto de Esclavas del Sagrado

    Corazn de Jess (1873-1887) Esquema cronolgico..............................................................................30 Cartas 1-191.............................................................................................33 II. El gobierno de la M. Sagrado Corazn (1887- 1893).

    Esquema cronolgico...........................................................................227 Cartas 192-395.....................................................................................228

    III. Los aos de vida oculta en Roma (1893-1925) Esquema cronolgico..........................................................................434

    Cartas 396-690.....................................................................................440

    PARTE SEGUNDA

    APUNTES ESPIRITUALES Esquema cronolgico .................................................................................717 APUNTES ESPIRITUALES: 1877. Nmero 1 .................................................................................720 1878-1885. Introduccin ...........................................................................720

    Nmero 2 ................................................................................721 1886-1887. Introduccin ...........................................................................722 Nmeros 3-5 ...........................................................................723

    1888. Introduccin ..........................................................................727

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    Nmeros 6-8 ..........................................................................728 1889. Introduccin ...........................................................................731

    Nmero 9 ...............................................................................732 1890. Introduccin ...........................................................................733

    Nmeros 10-12 ......................................................................733

    1891-1892. Introduccin ...........................................................................744 Nmeros 13-17 ......................................................................744

    1892-1893. Introduccin ...........................................................................750 Nmeros 18-22 ......................................................................751

    1894-1903. Introduccin ...........................................................................765 Nmeros 23-31 ......................................................................766

    1903-1906. Introduccin ...........................................................................781 Nmeros 32-37 ......................................................................782

    1907-1911. Introduccin ...........................................................................795 Nmeros 38-42 ......................................................................795

    1912-1925. Introduccin ...........................................................................799 Nmeros 43-44 .......................................................................800

    DIVERSOS AUTGRAFOS Introduccin ...............................................................................................801 Nmeros 45-52 ..........................................................................................802 NDICES: ndice onomstico ......................................................................................807 ndice de materias ......................................................................................849

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    PRLOGO

    Si al autor de este prlogo se le permite abrirlo con una confesin personal, tendr que comenzar diciendo que, al encargarme la Madre General de las Esclavas la elaboracin de estas pginas, me haca Dios, a travs de ella, la mayor de las Gracias (y lo escribo con mayscula) que me ha concedido en los ltimos meses. Porque engolfarme en esta tarea no ha sido, para m, un simple trabajo profesional, un encargo ms o menos agradable, sino una autntica aventura espiritual, encontrarme de bruces con un tesoro que medio conoca o desconoca, ir de asombro en asombro, de gozo en gozo.

    Y pido perdn al lector si empiezo de modo tan personal, pero es que me gustara decirle, ya desde aqu, que a l puede, debe ocurrirle algo muy parecido cuando inicie la lectura de los documentos que este libro recoge. Me pregunto si los espaoles, incluso si las mismas Esclavas, han medido toda la hondura de este pozo misterioso que es el alma de Santa Rafaela, la intensidad de este testigo de Dios que hemos tenido casi a nuestro lado, con calidades -y pido perdn si alguien lo encuentra exagerado- que la sitan muy a gusto al lado de Teresa de Jess o de Catalina de Siena como maestras del espritu y como realizaciones personales de santidad. Santa Rafaela no es, ciertamente, una monja ms y, si no fuera atrevido, aadira que tampoco una santa ms. Por la gracia de Dios, los avatares de su vida fueron tales y los supo aprovechar hasta tal extremo, que es difcil que el hombre contemporneo encuentre un modelo parecido en esa subida a la santidad que a los cristianos de hoy nos parece tan empinadamente imposible.

    Incluso desde el punto del inters humano y, digamos, novelstico, la peripecia espiritual de la Madre Sagrado Corazn resulta apasionante, por los sucesos que atraves y, ms an, por el calibre de alma con que lo hizo.

    Y hay una tercera razn que hace deslumbradora esta aventura: y es el juego limpio con que, sobre ella y su vida, ha actuado su Congregacin. Yo quiero felicitar desde aqu a las Esclavas -y muy concretamente tanto a Inmaculada Yez, que realiz la mayor parte del trabajo, como a las superioras que aceptaron y alentaron su camino- por haberse atrevido a decir la verdad, toda la verdad, nada ms que la verdad. Con demasiada frecuencia en la historia de otros personajes, fundadores o fundadoras de congregaciones, biografas de santos, un afn ingenuamente edificante ha empujado a camuflar, disimular, endulzar aquellas zonas que, en una primera impresin, parecan oscuras o menos ejemplares. Cmo vamos a probar que tales o cuales personajes, todos ellos santsimos, no se entendieron entre s? Cmo mostrar esos textos espontneos en los que la sangre est an saliendo por la herida? La cobarda y una supuesta buena voluntad ha llevado con frecuencia a recortar las esquinas de los santos, con lo que se lograba desrealizarles, convertirles en muecos piadosos, robarles tal vez lo que tienen de ms ejemplar para el comn de los mortales: que su santidad se afil en la lucha; que la consiguieron no con el bibern que mamaron, sino con el doloroso ascenso por las cortantes laderas del monte Calvario; que tuvieron avances y retrocesos y que slo a fuerza de entrega y de Gracia vencieron sus propias y espontneas naturalezas.

    Por eso es magnfico que las Esclavas abrieran el libro de la verdad entera, primero en esa magnfica biografa (dolorosa en algunas pginas, siempre cristiansima) que se titul Cimientos para un edificio (BAC 408, Madrid 1979), despus con la coleccin sustancialmente completa (en la que tampoco se ocult nada) de las cartas de la Madre Mara del Pilar (BAC, Madrid 1985), y ahora (completando esta triloga) con el epistolario (en el que nada menos claro se ha escamoteado) .de la Madre Rafaela. Tres piezas para el conocimiento de ese gran monumento espiritual que fueron los comienzos de la Congregacin

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    de las Esclavas. Es cierto que en estas pginas aparece con frecuencia la ua del demonio de la que tanto hablaba Santa Rafaela, cierto que los defectos de algunas personas parece que en aquellos aos hicieron al Espritu Santo trabajar muchas horas extraordinarias para que la obra de Dios se mantuviera en pie; pero cmo podran las Esclavas desconocer esos torrentes de amor con que Dios protegi esta obra, esa certeza de que, entre gentes de buena voluntad, a pesar de sus defectos, la Gracia acaba funcionando siempre porque, corno deca Pascal, Dios es terco y si alguien le cierra la puerta de su casa, entra por la ventara? Dios, afortu-nadamente, entr en las Esclavas por puertas y ventanas, aprovechndose, incluso, de ciertas mediocridades, para llevar a sus hijas por donde l quera. Rafaela Porras -Santa Rafaela- y tambin sus dems compaeras fueron testigos y portadoras de esa Gracia. Y este libro es testigo de esa estupenda aventura. Estilo de esta correspondencia

    Estamos, no hace falta aclararlo, ante una coleccin de cartas, con toda la cara y la cruz que es propia de los volmenes de correspondencia. La cruz es su dificultad de lectura continuada: una coleccin de cartas no es de lectura fcil, no tiene la continuidad de una narracin; las muchas alusiones obligan al lector a consultar continuamente las notas para saber a quin se refieren; no pocas veces abunda lo que llamaramos paja, material ocasional y de circunstancias. En todo caso, adems, la lectura de esta correspondencia exige conocer, antes, la biografa de la Santa, para enmarcar cada uno de sus comentarios. Pero la cara de estas cartas es su espontaneidad, su frescura, la calidad de documento vivsimo, en el que muchas veces son los pequeos detalles los que nos muestran tanto la realidad de su vida como la calidad de su alma.

    En el caso de Santa Rafaela esta cara y esta cruz se hacen especialmente visibles por el personalsimo estilo de la Madre Sagrado Corazn. No es, hay que decirlo, una gran escritora: su estilo es desgarbado, su sintaxis con frecuencia muy original, saltndose preposiciones o colocndolas un poco a su gusto. Por otro lado, evidentemente, en ningn momento pens ella pasar con estas cartas a la historia de la literatura: escriba al desgaire, tal y como le iba saliendo, sin la menor de las preocupaciones estticas.

    Tiene, adems, en sus cartas, una caracterstica que yo estimo nica. Entre los humanos, entre los santos que han dejado una gran correspondencia, lo normal es que cada carta se centre en un tema, que lo desarrolle, aadiendo despus, tal vez, otros pequeos temas laterales. Santa Teresa misma, que a veces en sus cartas introduce divertidas interpolaciones de mil temas, suele organizar mejor sus cartas. Las de la Madre Rafaela, por el contrario, suelen ser retahlas. En cada una toca diez, quince asuntos. Los toca, hace punto, y pasa a otro. Evidentemente, no es una mujer obsesiva con una cuestin. Incluso cuando ciertos temas parecen preocuparla muchsimo, se limita a rozarlos, y junto a esas grandsimas cuestiones aade una docena de pequeas cosas sin mayor importancia que lo cotidiano. Por ello, por este modo de escribir, un lector precipitado puede pensar que una gran parte de estas cartas carecen de otro inters que el anecdtico. Pero yo quiero avisarle que no juzgue tan de prisa: de pronto, en una carta, aparentemente superficial o minscula, aparece la gran perla, la frase que ilumina toda la carta y que se convierte en un verdadero tesoro espiritual. Casi no hay texto en el que repentinos relmpagos no aparezcan. Si el lector lee estas pginas subrayando esos estallidos sobrenaturales, se encontrar al final con una verdadera coleccin de joyas para su espritu.

    Tampoco debe olvidar el lector que nuestra autora es andaluza, y que el rasgo divertido, la pirueta de humor, pueden saltar en cada pgina y -subraymoslo- con mucha frecuencia esas bromas aparentemente sin importancia son formidables testimonios de su espritu. As que no se asombre el lector si, por ejemplo, a una hermana se la presenta como un toro sin

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    domar (Carta 168), si de otra se asegura que, aunque fea, es fina y educada o que es fea, pero no repugnante (169); o si comenta que un sacerdote es bueno, aunque cura (144); o advierte a sus monjas que tengan cuidado con la picajosidad de los jesuitas porque los Padres son de vidrio (187); o si le dice a una religiosa que tiene el corazn ms pequeo que un colorn (148); que siente que un asunto no lo lleve tal Padre porque tiene ms garabato, aunque a este otro no le falten conchas; o cuando recuerda a las religiosas que a los sacerdotes que vayan a la bendicin de la iglesia les obsequien con chocolate y pasteles, que esto les complace mucho (209); o cuando nos informa que una hermana come como un saban (239); o nos detalla que en un convento le dieron una comida particularsimamente mal guisada (106); o al explicarnos que al pintor que ha contratado para pintar la iglesia le ha puesto en el contrato que cada semana de retraso descontar 500 reales y se pone contentsima porque, como han pasado dos, ya hay a nuestro favor 1.000 reales y no s, si no vara, si tendremos que darle un cuarto (188); o cuando a una religiosa que se est poniendo muy gorda le dice: Por qu no se pone usted a carne y vino? Aqu me admira a m ver a los capuchinos, tan gruesos todos y dicen que es de las verduras. Con la carne se adelgaza (290). 0 cuando ofrece toda una receta de cocina que en los comedores de las Esclavas podra titularse Habichuelas a la Santa Rafaela (361). O cuando, en forma de broma, da un consejo tan sabio como ste: Si se encontrara una casa donde no hubiera alguna religiosa fastidiosa o imperfecta, necesario sera buscarla y pagarla a peso de oro, por el bien que resulta de este mal (413). Sinceridad radiante

    Una nueva caracterstica de sus cartas es la radiante sinceridad que las inspira. La Madre Sagrado Corazn era todo menos una diplomtica. Para ella el pan es pan, el vino es vino y hasta podra asegurarse que muchos de los disgustos que padeci provinieron de ese juego limpio que fue toda su vida. Nunca ocult nada, ni siquiera lo que hubiera parecido denigrante para ella. Y esto lo haca con todos: autoridades, obispos, cardenales, religiosas, inferiores, parientes. Siempre dijo la verdad sin ambages, incluso -o sobre todo- en los momentos de la gran tempestad. Y tena la excepcional habilidad de decir cosas dursimas sin herir o sin tratar de hacerlo. A ella hubiera podido aplicrsele perfectamente aquel dicho de Bernanos que aconsejaba a un amigo que se acostumbrase a decir la verdad entera, es decir: sin aadirle el placer de hacer dao. La verdad en Santa Rafaela es siempre seca, pero no hiriente; dolorosa, pero no resentida. Hay en este punto, en los aos ms difciles, ejemplos egregios: aquellas cartas en las que enfrenta a su hermana con su responsabilidad cuando sta no quiere profesar (212 y, sobre todo, 225); aquellas en las que se queja de la oposicin sistemtica de la M. Pilar a sus disposiciones (197, 293); el dursimo informe sobre su hermana que enva al cardenal Mazzella (360); la sequedad (Cuando reinaba el espritu de humildad y sencillez, volbamos; hoy vivimos con ribetes de infierno) del documento de su renuncia (340), que, por otro lado, aceptar con tanta paz y serenidad; o los impresionantes informes que, tras la cada de su hermana, enva al obispo de Crdoba (557) o al visitador P. Palliola (558). Una mujer en su historia y en sus circunstancias

    Un nuevo dato para la lectura de estas cartas es el de situarlas en su contexto histrico y en las circunstancias concretas en las que la Madre Rafaela se movi.

    Evidentemente, en algunos de sus planteamientos hay muchas huellas del pensamiento y la teologa del siglo XIX, del que era heredera. Su obsesin, por ejemplo, por las indulgencias;

    En adelante las cartas aparecen citadas slo por su nmero, sin precederle la palabra Carta.

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    algunas de sus expresiones sobre la reparacin pueden parecernos hoy un tanto melodramticas, algunos otros puntos respiran el estilo y el tono de la poca. Y el que el tema del sufrimiento sea uno de los ejes de su correspondencia, cmo no entenderlo en una vida marcada por las ms crueles persecuciones e incomprensiones?

    En cambio habra que subrayar los muchos temas en los que Santa Rafaela se anticip a su tiempo y escribi con mentalidad que casi diramos posconciliar: el amor como centro de todas las virtudes; la mortificacin como algo primariamente espiritual; el reconocimiento de las virtudes humanas y de la formacin de las religiosas; el sentido universalista de su alma; la valoracin del bautismo como punto de partida de toda santidad; la exigencia de una santidad recia y sin gazmoeras; la valoracin del trabajo como camino de santidad. Son muchsimos los temas que aparecen tratados con un lenguaje y un enfoque que se diran de hoy. El lento caminar hacia la santidad

    El ltimo dato que quisiera sealar para prevenir al lector en su lectura es algo que en la correspondencia de Santa Rafaela reluce hasta la evidencia. Es muy frecuente que entre los cristianos se cultive una visin de la santidad que tiene muy poco de realista: es esa de la madera de santidad, segn la cual los santos habran nacido como predestinados, empujados hacia la santidad por su propio carcter y marchando hacia ella, cuesta abajo, slo con dejarse llevar.

    Nada de esto hubo en Santa Rafaela y no es esto lo que en estas cartas aparece. Al contrario: nos encontramos con la santidad como una cima elevada y escarpada hacia la cual un ser humano, como los dems, hecho con idntica madera que el resto de los humanos, va subiendo con el doble esfuerzo de su voluntad y, sobre todo, de la Gracia de Dios. Rafaela no es santa en su primera adolescencia. Va creciendo con los aos, dominando da a da su amor propio, aprendiendo en sus traspis; siempre guiada, eso s, por el afn de santidad -que cubre todos los escalones de su ascenso-, pero subiendo a travs de horas oscuras, de vacilaciones, de descansillos, con estallidos humansimos de dolor, con alguna destemplanza de la que se arrepiente por lo general en la carta siguiente.

    Y es esto, precisamente, lo que hace ejemplar su figura, sobre todo cuando el gran adelgazamiento espiritual se produce a travs de tres dcadas de humillacin, desconocimiento y silencio. Habra llegado Rafaela Porras a la santidad de no haber sido la tremenda tormenta de los aos 91-93? Es algo que nunca sabremos. Lo que s sabemos es que, con toda certeza, aquella prueba fue el gran trampoln espiritual de su vida. Quien a Dios quiere llegar, por lanzas ha de pasar, deca Santa Teresa. Y por todo un ejrcito de lanzas y cuchillos pas6 Santa Rafaela. El estilo de su santidad

    Hechas estas advertencias prologales al lector, me gustara intentar aqu un esbozo -mucho ms breve de lo que el tema merecera- del estilo de santidad que fue el de Santa Rafaela. Sabemos muy bien que en la casa de Dios hay muchas moradas y que en la historia de la santidad han existido muchos estilos y caminos. Cules seran las diez coordenadas que, de algn modo, definiran las de la Madre Sagrado Corazn? Perdneme el lector si me atrevo a afrontar este intento.

    1) Enamoramiento de Dios. Lo ms tpico y singular de Santa Rafaela es que su santidad

    va derecha, como una flecha, al centro, al amor. No es la suya una acumulacin de actos fervorosos o, incluso, de virtudes mejor o peor cultivadas. El centro, lo que da sentido a todo,

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    es su amor a Dios, o, para ser ms precisos: su enamoramiento de Dios. Hay en Rafaela lo que es tpico de todos los enamorados: ese entusiasmo, ese gozo, ese fervor, esa sensacin plenificadora de amar y ser amada, que la hace prorrumpir en magnficas exageraciones, en dulcsimos estallidos cuando habla de su amado, de su esposo. Las citas tendran que ser ahora infinitas. Recuerdo algunas: Dmosle todo, todo el corazn a Dios, no le quitemos nada, que es muy chico y l muy grande; y no arrugado, sino rollizo, lleno todo de amor suyo y nada del nuestro propio (121). Dios nos lleva por su mano, Madre, y su Providencia se palpa. Aunque estuviramos siempre postradas dando gracias, nunca podramos pagarle a Dios todo cuanto le debemos (271). A una religiosa que por primera vez ha visto, en Cdiz, el mar, le dice: Ya me figuraba yo que tan grata le habra de ser la vista del mar. Qu omnipotencia la de Dios! Qu dicha tener un Dios tan grande! Y a ese Dios inmenso lo hemos de poseer en su lleno por toda la eternidad y ahora lo poseemos en el Santsimo Sacramento y viene todos los das a nuestro corazn. Esto s que es un mar sin fondo! (304).

    Este amor a Dios es para ella un hambre, una sed, una hidropesa que no la permite descansar: Conque an no amas a Dios como quisieras y culpas a la tibieza de nuestras oraciones? No, hija ma, no es eso; y es que ya tienes la hidropesa de amor y cuanto ms aspiras el fuego que te enviamos, ms hambre tienes de l, porque a los enfermos de esa naturaleza, como a los de agua, les pasa que, cuanto ms beben, ms les aprieta la sed. Y les enfurece de modo que los saca de tino. Pide, hija ma, que yo sea contagiada de esa enferme-dad, de tal manera que nunca pueda apartar mis labios de la divina fuente del costado sagrado (175).

    Todo eso no es retrica en Santa Rafaela. Sabe muy bien el precio que hay que pagar por ese amor. La alegra viene slo tras la entrega: Crea usted, Madre, que no hay felicidad mayor que destruir la propia voluntad y apoyarnos slo en la divina; desde que yo tir por este camino, me encuentro muy bien y muy tranquila (336).

    Por eso la purificacin en el amor es una constante de su vida: al cumplir los cincuenta y ocho aos, quiz vacos -dice- en la presencia del Seor, pide al Seor que la aligere de todo lo que es tierra y que me llene bien, pero muy bien, de todo lo que tiene peso all donde espero ir slo por pura misericordia de quien tantsimas me ha dispensado en esta vida (577).

    Por eso le impresiona tanto el encuentro con los santos de Roma: Cuando aqu se ven tantos ejemplos prcticos en los santos que encierra esta Roma, se avergenza una de ver lo poco que hace por Dios, y se deshace en deseos de hacer y de que todos hagan cuanto puedan, con su gracia, para demostrar que, aunque flacas, de la misma naturaleza que los santos somos, y an no se ha perdido la semilla (287).

    La santidad, sta es siempre su obsesin. Una santidad que no consiste slo en amores, sino en obras y, cuanto ms de sacrificio, mejor (308). Una santidad que hay que buscar por el puro afn de generosidad con Dios aunque no se nos d ningn premio, slo por el gusto de amarle y servirle (29); una santidad sin consuelos, sin dulzura, sin nada halageo, slo por la nobleza de servir a un Seor tan dignsimo de ser servido (86).

    Todo esto, piensa Rafaela, no ser imposible con la ayuda del Esposo. l es el tapa-faltas de sus esposas; por supuesto, si stas tienen buena intencin (86). En realidad, toda nuestra vida la ha hecho l solito, y as que a l solito tenemos que procurar agradar (191). Y hay que vivir entusiasmadas porque lo que el Corazn de Jess hace con sus hijas es para perder la cabeza (216). As que habr que seguirle desnudas, siguiendo al desnudo Jess, slo por ser quien es. Qu mayor beneficio y honra! Es gran sabidura reconocerse llena de Cristo y atriburselo no a s, sino a Dios y ver en s slo su miseria y su nada, y no obstante complacerse en esa nada y en ella ver el poder de Dios (113). Y esto en las horas alegres y en las tristes, porque tenemos un Esposo de sangre, y as hay que ser tan diligentes cuando se rebosa en consuelos como cuando se ve hasta el cuello, eh, me entiende? (107).

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    Esta presencia del amor a Dios-Cristo tiene una realizacin visible en la eucarista, en torno a la cual estallan los mejores entusiasmos de Santa Rafaela. Es el fin central y primario de su Instituto (25), se es el gran don que suplica a los Papas: Tener reservado en nuestra capilla, para nuestro mayor consuelo y principal objeto de nuestra reunin, a Jess Sacramentado. Eso es lo que desean estas humildes hijas que no aspiran a otra cosa en este mundo que a adorar a este divino Seor Sacramentado.

    Dios en el centro. Cristo en el centro. La eucarista en el centro. Esta trinidad es el eje de la vida de Santa Rafaela. La fuente de su alegra. La que la hace vivir enamorada, un poco como fuera de s.

    2) La voluntad de Dios, la Providencia. Este amor a Dios no es en la Madre Sagrado Corazn algo terico, eufrico, cardaco. Es algo que se realiza y manifiesta a diario en el cumplimiento de la voluntad de Dios. Impresiona esto en toda su correspondencia. Se dira que viera su vida como un gran mapa en el que Alguien, desde arriba, desde los siglos, hubiera sealado sus caminos, de modo que ella no tuviera ya ms funcin que ir sencillamente recorrindolos. Tengo confianza en Dios -escribe- que si le somos fieles nos ha de dar todo lo que necesitamos, con despilfarro; pidmosle todo con la confianza que a un padre, semejante, aunque a elevadsima escala, mucho ms que el que perdimos; y si aqul, por nuestra salvacin, ya sabe usted lo que haca, qu no estar dispuesto a hacer nuestro Dios? (64). Es santa el alma que ama mucho a Dios, y ama mucho a Dios la que en todo se conforma con su divina voluntad. Vamos al cielo, Amparo, vamos pronto, aunque sea por peascales, que si Dios nos lleva, no nos han de parecer duros (73). Me imagino los apuritos que alguna vez pasar usted. Yo tambin los pas muy grandes, como usted sabe, y he conocido en ellos por qu medio se alcanza la anchura de corazn: primero, confianza ciega en nuestro Seor, creyendo firmsimamente que nos ha de ayudar porque a ello est obligado; segundo, orar con muchsima humildad y entregarle todas nuestras necesidades y deseos. Nuestra vida debe ser toda ella un tejido de fe y generosidad; bien sabe usted cun pocos apoyos humanos tenemos para nuestro bien; parece que Dios quiere hacerlo todo en nuestra Congregacin por s y ante s; mejor ha de salir, de seguro (90).

    Un tejido de fe, sa fue efectivamente su vida. Una serena confianza. Una seguridad de que Dios est obligado a ayudarlas. Y el reconocimiento de que eso es una suerte: Porque hecho por ellas, podra fracasar; hecho por Dios es garanta de xito. Por qu sufrir, entonces? Gracias a Dios, la Providencia la hemos tocado visiblemente y, como nos ve tan flacas, no bien ha asomado la pena, ya est disipada (282).

    Lgicamente, junto a esta confianza en Dios viene la desconfianza en los poderes de este mundo. De un mundo al que -luego lo diremos- ella no desprecia, pero s relativiza y pone en su lugar. Por eso no le sorprende en absoluto que las gentes del mundo no entiendan su vocacin: Cmo ha de tratar el mundo a quien lo abandona? Pero no es verdad, querida ma, que nuestro buen Jess le ayuda mucho? Si no puede ser de otro modo! l lo dijo, que su yugo es suave y su carga ligera. A nosotros se nos hace pesada porque confiamos en nuestras fuerzas; apoymonos en las suyas y no temeremos (5). Amparo ma, cosa cumplida slo en la otra vida, por esto hay que tomar incluso lo bueno de este mundo con cierta santa indiferencia y apoyarse en lo que no tiene movilidad, que es Dios, por supuesto, y la confianza en su bondad, que nada, nada nos ha de faltar que sea conducente a llevarnos all donde siempre estemos con aquellas personas que tanto bien nos han hecho. As que a estar muy alegres, comer mucho, y abandonadas en brazos de nuestro Seor Jess hasta que tengamos la dicha de hacerlo en realidad. Este pensamiento trastorna, es verdad? Pues no est lejos la hora (70).

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    Todo esto, naturalmente, no era difcil decirlo en los aos de la prosperidad, cuando todo floreca, cuando las mayores chinitas eran tales o cuales roces con un obispo o ciertos problemas econmicos, a fin de cuentas, solubles. Lo difcil era mantener esa entrega a la voluntad de Dios en las horas de la gran crisis, de la gran turbacin. Y lo asombroso es que, precisamente en este tiempo, es cuando se afila en Santa Rafaela esa entrega a la voluntad de Seor, aunque tambin -inevitablemente- se multiplique su despego de este mundo y su urgencia, casi su prisa, por llegar a la patria del cielo. En esos aos los textos de entrega a Dios se hacen ms dramticos, ms abundantes. En la gran tormenta ha aprendido qu pequea es la criatura cuando Dios la quiere empequeecer, y que slo Dios es el veraz, el justo, y en l slo hay que confiar. Hay que buscar slo en l el remedio para todo y tomar a las criaturas slo como instrumentos, cuando Dios quiere que tengamos necesidad de valernos de ellas, pero slo como instrumentos, no como fin y apoyo (329). O en aquella tremenda carta al Padre Hidalgo que parece calcada sobre las palabras de Cristo en la Cruz: Siempre mi vida ha sido lucha, pero de dos aos a esta parte son penas tan extraordinarias que, slo la omnipotencia de Dios que milagrosamente cada momento me sostiene, no han dado con mi cuerpo en tierra. Qu sufrir tan horrible, Padre, de todas clases: mi cuerpo, mi alma, mi corazn, todo mi ser en una continua angustia y desamparo y previendo que esto va para largo y muy largo. Por esto creo que estoy en desamparo de Dios? No, pero esta creencia est en mi alma como un delgadsimo hilo, expuesto siempre a romperse; mas, no obstante, ello la va sosteniendo y fortaleciendo para no desmayarse (380, y similares en 381, 382).

    Ese delgadsimo hilo sostiene su esperanza. Porque sabe que no se mueve una hoja de rbol sin la voluntad de Dios, por lo que se atreve a concluir -asombro!- que para m este tiempo no lo he tenido mejor en mi vida (391).

    Pero qu ansias de que llegue, y llegue pronto, el cielo! Tras la muerte del querido Padre Molina comenta: As pasa todo, Madre; a nosotras tambin nos llegar y quiz hoy. Verdaderamente que debemos vivir como si no viviramos, y tener todo el afn en lo que verdaderamente es la vida porque es eterno, que es la otra sin fin. Cmo se alegrar el padre ahora del bien que ha hecho y de haber sido generoso con Dios! l me alcance a m esta gracia tan de mi gusto y tan mal practicada (419). Y es que todo en este mundo le evoca ese cielo, hasta las pequeas alegras de este mundo: Cuando estbamos todas tan carialegres, pensaba que cuando era as en una cosa tan mezquina, qu sera cuando estuviramos en el eterno convite! (1).

    Y es que para Santa Rafaela vivir era ya estar en el sobrenatural. Habla de los santos -como hara ms tarde Juan XXIII- como si todos fueran sus primos o sus compaeros de escuela. Y hasta del diablo habla con una naturalidad asombrosa. Con naturalidad y con humor, como si al mismo tiempo le viera y le despreciara: Nosotras sirvamos perfectamente al Seor y que rabie el infierno (13). No me he descuidado en vigilar a las novicias porque temo que fuera a meter la pata el enemigo (20). Como yo no he tenido la culpa, me alegro de que el infierno est tan alborotado (129). A ver si rompe usted el hilo que la tiene presa y le roba usted esta alma a Patillas (140). Todo ir bien si no se interpone Patillas (166). Ustedes estn tranquilas y repnganse para otra batalla que el malvado mico levante (162). Ese demonio siempre dispuesto a meter la ua en sus asuntos era, para Rafaela, una realidad evidente, pero siempre derrotable con la gracia de Dios.

    3) Camino de la cruz. Y ahora llegamos a la verdadera clave de arco de la santidad de Santa Rafaela Mara del Sagrado Corazn, a la caracterstica definitoria de su camino, a lo que la hizo ser la santa que es. Y es que -evidentemente- toda santidad pasa por la cruz. No hay resurreccin sin viernes santo. Pero la Gracia de Dios hace que en muchos de sus elegidos

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    esta pasada por el Calvario sea breve o no especialmente dolorosa. En Rafaela la cruz fue su destino, su verdad.

    Lo fue por su misma vocacin de reparadora. Desde el mismo planteamiento de su virtud supo siempre que acompaara a Jess en el camino del Calvario. Pero fueron, despus, los hechos de su vida los que configuraron ese camino: primero por las pruebas normales de todo cristiano, despus por una especie de derrumbamiento del dolor (de todas especies: incomprensiones, mentiras, malentendidos, agresiones, persecuciones) sobre su vida y, finalmente, con el ms lacerante de todos los dolores, el que la encerr en el silencio durante ms de treinta aos. La aceptacin de ese dolor, el modo en que fue vivido, son sin duda las grandes bases de su santidad. Para ella el sufrir no es algo que debe soportarse. Es una fuente de gozo, es la certeza de que a mayor dolor mayor servicio, es el entusiasmo de tener algo digno del Digno, algo que ofrecerle.

    Aqu sera necesario hilvanar todas sus cartas. Sirvan unos pocos ejemplos para medir el calibre de esta entrega a la cruz:

    Gracias mil a nuestro buen Jess que tanto nos favorece y nunca quiere que suframos sin darnos al mismo tiempo mucho mayor consuelo. Qu dicha la de poder sufrir algo por nuestro buen Jess! Yo me confundo al ver la honra que el Seor nos hace en sufrir algo por l (13). Qu felicidad se experimenta en su servicio, verdad? Esto no quiere decir que no haya cruces; las hay, y muy punzantes; pero yo creo que stas se vuelven dulces si Jess las toca con su preciosa sangre (6). Tenemos que dar gracias a Dios y ahora mucho ms porque nos hace gustar un poco de su delicioso cliz (14). A una religiosa la anima con el ejemplo de los santos: Cunto os ama el Seor! Pues ya sabemos, por muchos ejemplos antiguos y ms modernos, que a su fieles siervos los prueba con muchos trabajos como el oro en el crisol (28). Aunque nos puncen las espinas hasta el hueso, qu importa? l antes las ba con su sangre! No retrocedamos por las dificultades; valor y confianza; l nos lo dar si somos fieles ,y confiamos en EI (31). Piensan algunas personas que al entrar en religin ya estn libres de tentaciones, de repugnancias, etc. Se equivocan; es al contrario; stas crecen mucho ms; slo que hay un antdoto para aligerarlas y sobreponerse a ellas, y ste es el desprecio y el no apartar los ojos de su fin y, sobre todo, volverse locas de la cruz y del amor de Dios (33). Algrese con las tribulaciones, que son la salsa de la Iglesia (206). Usted quiere cruces, pues abrcese a ellas, que todo lo que es sufrir es cruz, y Dios nuestro Seor tiene hambre de este manjar (206). De esta tribulacin va a sacar Dios muchsima gloria para la Congregacin, su perfecto arraigo (246). Para una religiosa que est a punto de mo-rir, da esta consigna: Anmela a que lleve sus trabajos con alegra y que presente su palma tensa, sin una arruga. Y ni siquiera falta el golpe de humor ante los dolores: Hay muchas penitas, pero como todo se toma a risa, no lo parecen.

    Todo esto era relativamente fcil decirlo y escribirlo cuando se trataba de sufrir las penas cotidianas de la vida o cuando se intentaba consolar o animar a otras. Pero el gran tema de la cruz se vuelve intensamente dramtico cuando le llega a la Madre Rafaela su gran hora, la de sus tensiones con su hermana y las dems asistentes, las fechas de la confusin de su espritu que conducen a la dimisin, la aceptacin de ser juzgada loca, de llegar a creerse que ella es la culpable de la gran crisis que sacude su Congregacin. Aqu las palabras sufrimiento, cruz ya no son literatura ni pietismo barato: es la sangre que brota de la herida. Sabe usted de quien ahora me pide el alma ma nutrirme? De Cristo crucificado. Qu s yo por qu ser: quiz rarezas de vieja. Pida usted que se me aumente esta hambre, que quizs venga despus aquella otra, que tanto me gusta, de aquella locura tan cuerda, que usted sabe deseara me concediera nuestro Seor (466). Mis clavos y mi cruz son muy dulces, a pesar de no sostener dulce peso, sino cattivo (malo, torpe) peso que son mis pecados y pasiones (368). Me re sobre todo de los consuelos que me deca usted tendra ahora.

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    Crea que antes tena desconsuelos? Esto, lo primero, no quiero que pida para m sino mansedumbre, humildad, amor a la cruz y conformidad slida y perfecta a la voluntad de Dios, aunque sta sea muera colgada de un palo (370). Tremenda frase esta ltima: Aunque su destino sea morir colgada de un palo! Y, cuando meses despus, destituida tambin su hermana, le escribe aconsejndola, sin duda est diciendo lo que ella hizo anos antes, en situacin bien parecida: Apritese usted bien la corona de espinas sobre su corazn, implante usted sobre l con garbo la cruz y que la llaga se abra hasta donde el Seor tenga determinado, para que, al presentarse ante l, pueda usted decirle: Ya veis que de justicia pido poseeros para siempre, puesto que he querido copiaros como mejor he podido y sabido en vida (569). Difcil encontrar carta ms hermosa!

    Y de todas las cruces, la ms importante: el silencio. El lector no puede menos de observar el espectacular giro que esta correspondencia sufre primero tras su dimisin como general y despus tras la de su hermana. Los mismos gritos de dolor desaparecen. La Madre Rafaela, que en su primera parte ha dirigido un 80 por 100 de su correspondencia a otras religiosas y un escaso 20 por 100 a familiares o seglares, sabe que, ahora, todo lo que haga, incluso con cartas edificantes, puede ayudar a la divisin en el interior de la Congregacin y, por ello, sus cartas a religiosas van progresivamente disminuyendo, desapareciendo; ella ya no es nadie, poco tiene que aconsejar, menos an quiere desahogarse, y se vuelve hacia el afecto a los suyos, pero tambin aqu, con un vertiginoso silencio sobre su situacin real en el interior de la Congregacin. Esta es, la cruz que ya ni sangra, las heridas que ya ni gritan, todo ocurre en el interior de un corazn desgarrado, pero sereno y feliz.

    Slo queda esperar serena y felizmente a la muerte: Desaparecen todos y pronto nos tocar a nosotros. Nuestro Seor quiera encontrarnos con la lmpara bien encendida (642). Usted no se aflija, que esto de la muerte es natural en la vida, y las religiosas debemos ver venir lances con tranquilidad, porque de otro modo seramos como seglares (146). Si es voluntad del Seor, que en seguida le d usted el abrazo eterno. Qu alegra, querida ma, quin pudiera cambiar de suertes! Est usted contenta, loquita! Ver a Jess de su alma, y ya para siempre estar con l! No lo desea usted con todo su Corazn y se le hacen las horas siglos de que no llega? (147). Cunta maana de resurreccin hay en todas estas pginas!

    4) Alegra de fondo y superficie. Todo esto no tendra verdadero valor si no tuviera el

    constante contraluz de la alegra. Quien conociera slo por lo externo los hechos reales de la vida de Santa Rafaela, podra muy bien, y con justicia, imaginarse una mujer tensa, no amargada, pero s endurecida por el dolor. El dolor, ya se sabe, convierte en vinagre muchos buenos vinos; slo multiplica la calidad de los mejores.

    Y ste es el caso de la Madre Sagrado Corazn, por cuyas cartas todas chorrea el buen humor, la broma, el detalle picaruelo, la predicacin constante de la alegra como virtud fun-damental cristiana. No deseo, queridas hermanas, ms que estn contentas, que el Seor nos ama mucho, pero desea que seamos muy perfectas y le sirvamos con mucha alegra (15). Ellas no caban en casa de gozo y en todas nosotras reinaba muy grande (27). Todas muy bien y contentas y almorzando lechugas y comindolas a todas horas (85). Al padre equis le hago rer hasta vrsele la ltima muela (279). No retroceda, servirle a l es el mejor de los goces y de la dicha (36). Todas estn muy contentas. Ayer se rieron mucho en la mesa (43). O en esta hermosa carta a un nuevo sacerdote: Dnde hay mayor alegra para quien ha sido escogido de Dios, como ha sido usted y yo aunque indigna, que trabajar mucho, cuanto ms podamos, por un Seor que tan dulce es su servicio y que despus tan bien nos ha de pagar? Si esto lo oyera un profano dira que stos son traspantojos de fanticos, pero usted y yo sabemos que esto es real y verdadero (50).

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    Pero tal vez lo asombroso es que esta alegra parece multiplicarse en las horas de la humillacin y la tormenta. Cuando hay problemas no se sufre porque lo que se ama no pesa. Y si hay sequedad, perecillas, tentacioncillas, que nunca faltan, con ms alegra se pasa el da, porque as se le testifica a Jess que se le ama porque es muy digno de ser amado y se alegra una de verse humillada, porque en nuestra vida nuestra gloria ha de ser vivir sin que nadie lo note, despreciada y humillada sin que nos compadezcan, ni tampoco hacer motivo de que nos traten as; al contrario, hacer para que todos los que nos rodean pasen la vida feliz: sta es la verdadera caridad'(116). No quiero verla apenada, pues hasta en las penas que de vez en cuando le vienen ha de estar alegre, por venirle de la bondadosa mano del que la ama ms que a su vida, pues ya sabe que la perdi en su da para llevarla al cielo.

    Y da ejemplo de ello. En los das ms altos de la tormenta de su destitucin escribe: Yo, con la sonrisa en los labios (299).

    Qu duras son, en cambio, sus cartas contra la tristeza! Sea valiente y animosa y mire todo por el lado sobrenatural. Sin ponerse taciturna ni rara. Cuando cualquier tontera quiera distraerle, acurdese de que tiene un Esposo tan celoso que le exige no slo todo su ser, sino, an ms, todo lo que de l se desprende; piense que ya no es suya, sino de Jess. Pero cuidado con hacerse beata y desear estas cosas con exceso, por Dios que no me sea empalagosa (49). O esta tremenda carta con su dramtico final: Esa tristeza es del demonio, y origen de esa sequedad y oscuridad. Haga por estar muy conforme con la voluntad de Dios y le volver la calma y la alegra a su espritu. En cuanto se ponga alegre, todo le gustar y mirar a las nias especialmente, no como seres impertinentes, que (atencin al realismo de la frase) naturalmente lo son, sino con el inters que se mira una cosa de mucho precio: pues cada alma ha costado la sangre de todo un Dios (192).

    Y esa misma es la alegra que impone a su hermana en las horas en que sta, sin decidirse a profesar, todo lo vea negro. Con firmeza y sequedad, Rafaela diagnostica sin rodeos: Yo creo que el Seor no est contento por ver a usted siempre disgustada. Realmente, cmo podra compaginarse una tristeza permanente con un sentirse enamorada de un Esposo como Cristo? Para Rafaela, amor era alegra.

    5) Amor a los seres humanos en concreto. Hay algo en la Madre Rafaela que se dira contradictorio: por un lado, un radical desprecio de este mundo y de sus tretas -de las que nunca se fa-, y por otro, un hondo amor a la realidad, un preocuparse de la felicidad de los humanos, y no slo en el cielo, sino tambin en esta tierra; un serio aprecio de los valores humanos.

    Le malhumora ver que en este mundo slo se aprecian los valores naturales. Y lo dice sin rodeos ante una serie de crticas contradictorias que recibe: Dije para m: ste es el mundo. Cun despreciable es, Madre; cada da yo lo aborrezco con toda mi alma y me repugna como a usted que nuestro Instituto parece que no le quieren ms que a fuerza de atractivos naturales y para nada se fijan en los sobrenaturales (274). Ms le malhumora an el mundo de los poderosos y los tiquismiquis de la vida social, por ejemplo, el tener que acudir a los ricos para sus fundaciones: A m me repugnan lo que a usted esas cosas, pero vea usted que slo son debilidades, que eso son: los ricos dicen que slo se puede llevar as; Dios nos libre de ellos jams, amn (266).

    Pero, junto a estas rfagas de geniecillo, hay un apasionado amor a la realidad y a las personas. Madre Rafaela es una mujer positiva que, por tendencia natural, tiende a ver todo bueno, a que todo le guste. Si habla de una capilla, cuenta que estaba preciosa, el altar era monsimo, la pltica magnfica. En fin, todo un encanto. Y no es que le falten arrestos para criticar algunas veces, pero lo normal es que el mundo, la vida, le guste. No quiera

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    morir, no -escribe a una religiosa-; se lo pido por amor de nuestro Jess; cudese y deseche el pasar a mejor vida. Y pngase gruesa. Dios no quiere que sus esposas parezca que las mantienen con lagartijas (72). La alimentacin de sus religiosas la obsesiona: Que no se quede delgada, que me causar pena (107). Y vive atenta a los mil pequeos detalles. A ella no le gusta (le da coraje) que los jesuitas fumen, pero se preocupa de que el da del Sagrado Corazn le regalen cigarrillos al P. Ploegman, porque siempre los est nombrando cuando viene. Advierte que a las monjas no se les d nunca pan duro, sino del da; que pongan ms garbanzos en el cocido, porque todo eran patatas, y que alguna vez echen berza (317).

    Tiene en sus cartas detalles de una asombrosa sensatez. Como cuando recomienda a su familia que recen todos los das el rosario con los criados, pero slo el rosario, sin los agregados, que es lo que cansa (205); o cuando advierte a sus religiosas que por la maana, poco repique de campanas, que no se moleste a los vecinos y siempre con mucha prudencia al sonar, incluso maana -fiesta- con la alegra (215).

    Es exigente en los detalles de buen gusto: Cuidado que no salga usted al recibidor con el delantal, y la portera que se lo quite para abrir a las visitas (249). O cuando reprende por pequeas minucias descorteses: Su carta no trae fecha, y eso no me gusta (248).

    El detallismo llega a la obsesin en lo que se refiere a la liturgia, que era una de las nias de sus ojos. No soporta cuando se canta mal en las iglesias: Las de aqu cantaron una Salve que cre morirme de angustia, de mal (10). Y tendrn que cambiar, porque si estas nias continan cantando as espantarn toda la gente (10). Se fija en los ms mnimos detalles en los ornamentos litrgicos (318) y pide que las iglesias estn siempre preciossimas: Que deje usted la iglesia como una taza de plata o de oro. Por qu no bordan albas de tul, tan preciosas como las bordan en Madrid, e inventan preciosas flores para el altar? Se van ustedes poniendo viejas y a la antigua y cuidado con eso (275). Yo quiero que se ponga el altar bonito siempre. Yo soy muy afecta a que todo est muy bien y lo de la iglesia ms, pero segn las fiestas que se celebren, porque se es el espritu de la Iglesia. Y, aunque se ponga bien, que se distinga el da de primera con el de segunda y el de segunda con el de tercera, en flores, en ropa, en todo (222). Obsrvese que no se trata de un simple buen gusto o de un barato esteticismo, sino, ante todo, de cumplir con el espritu de la Iglesia, que ella toma al pie de la letra. 6) Una magnfica directora espiritual.

    Uno de los aspectos que ms impresionan al lector de estas cartas es la extraordinaria capacidad de directora espiritual que la Madre Rafaela posea. Gran parte de la primera mitad de esta correspondencia est formada por cartas de verdadera direccin espiritual de muchas religiosas, y lo mismo puede decirse, en la segunda, con referencia a seglares. Creo que resultara apasionante un estudio minucioso de slo este apartado.

    En l descubriramos: - una extraordinaria luz para ver con claridad los problemas; - unas respuestas exactas, precisas, sin rodeos; - una invitacin a ver lo sustancial de cada cuestin; - un sistemtico planteamiento de aliento, de nimo y coraje; - una apelacin constante a que Jess es el verdadero director; - una extraordinaria dureza (al menos un llamar a las cosas por su nombre) cuando se

    encontraba con personas mediocres o dormidas.

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    Esto ltimo parece a veces hasta excesivo. Pero ciertamente nunca se anda con rodeos: Si ve usted que Soledad no sirve, que se marche, porque a estas necias tarde les entra el espritu, y la lucha les acarrea la muerte si quieren de veras vencerse (285). Y a una religiosa que discuti algo en pblico al P. Cermeo, le dice tajantemente: No, querida ma, no haga nunca eso; cuando le adviertan alguna falta, chese a s la culpa, y si despus, en su interior, reconoce deber decirlo a alguna otra persona, en reserva se la expone, sin que nadie se aperciba. A veces hasta corrige minsculos detalles que le parecen de mal gusto o de torpeza: Cuide, al escribir, las faltas de ortografa; en una carta pona usted "zopera", "zardinas" y otras cosillas as (55).

    7) Equilibrio, sentido comn, reciedumbre. Dice el refrn comn que de santos, poetas y locos todos tenemos un poco. Y, con este refrn, se quiere decir que el santo siempre es alguien un poco loco, un poco desequilibrado, alguien en el que la santidad difcilmente se compagina con la mesura y la sensatez. Y es evidente que todo santo va ms all de la mediocridad y que, visto desde esta orilla de los cmodos, siempre resulta alguien desmesurado. Pero tambin es cierto que en el caso de Santa Rafaela, tal vez por ese sentido comn andaluz, que de algn modo se pareca al de Santa Teresa de Jess, nos encontramos con una santidad que tiene los pies muy bien posados en la tierra de la realidad. Por eso no le gustan las santas nerviosas, las desmesuradas, las neurticas. Nada de extremos excesivos -dice a una religiosa-. Le digo esto porque s que es un poco nerviosa (21). No olvide que hasta los mosquitos parecen elefantes cuando se est en zozobra, recomienda a otra (174). Cunta paciencia se necesita para vivir en este mundo! (62). No se alborote usted, por Dios, que se pone usted fuera de s. Usted y yo tenemos ese grandsimo defecto, y se necesita, lo veo, mucha sangre fra para asuntos de esta clase (164). Por todo esto insiste tanto en que ella quiere una santidad recia, varonil, sin coqueteras emocionales. Hablando de las postulantes escribe: Me imagino que habr alguna muy empalagosita, con las lgrimas siempre asomando (102). Yo no puedo con la virtud afeminada, ni con que me canonicen en mi presencia o por mis odos y as me quede santa en el aire (76). Yo creo que stas estn enclenques, porque se ocupan mucho de s; y ms, que van perdiendo el espritu varonil que hay aqu. Aqu se comen chinas y se agotan sin decir esta boca es ma (127). Tiene a su favor que no tiene formas ni actitud de beata; quiz no entienda usted lo que quiero decir: que no es mojigata, y por lo tanto materia bien dispuesta para la forma que quiera drsela. As es como a nosotras nos gustan (130). El espritu afeminado de esta poca me saca de quicio (201). Pida a Dios que entre gente de nervio (222). No sea usted cobarde, prudente s. No sea usted vieja, ni temblona, sino joven y varonil (231). No caiga en hacerse melosa; nada de eso, espritu varonil y natural (232).

    Bien se ve el tipo de religiosas que la Madre Sagrado Corazn quera. No eran deliquios msticos los que de ellas esperaba, sino santidad entera, recia, capaz de construirse cuesta arriba. Como a ella le toc. 8) Estilo y formas de piedad. Tendramos ahora que definir cules fueron los caminos concretos de su santidad, en qu races se asentaba, en qu formas externas se manifest. Y la respuesta es bastante sencilla: las comunes de todos los cristianos, pero vividas muy desde su esencia.

    As el primer dato es la valoracin que Madre Rafaela hace del bautismo. Y hay que subrayar esto porque el redescubrimiento del sacramento bautismal como origen de la santidad ha sido en realidad uno de los grandes hallazgos de este siglo. No era nada comn en el pasado. Pero s lo fue en Santa Rafaela, que siempre lo presentar como la gracia mayor

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    que hemos recibido (414) y que, cuando recibe felicitaciones por el da de su cumpleaos, pide que, ms bien, las trasladen a la fecha siguiente porque en ella fui bautizada: el da ms grande de nuestra vida porque en l fui inscrita en el libro de la vida.

    El segundo dato fundamentalsimo es el aprecio a la vida religiosa. Rafaela no es religiosa por casualidad, su vocacin es algo que la enorgullece y entusiasma: Es una gracia tan incalculable que no la sabremos apreciar ni un tanto hasta que estrechemos nuestros lazos all en el cielo con nuestro divinsimo y amorossimo Jess (151). Ser religiosa, simplemente religiosa, es su mayor honor. Y en cualquier puesto o tarea lo ser lo mismo. Por eso le molestan los privilegios, las distinciones, que la excepten de eso que llaman oficios humildes, que yo no los veo as, sino tan grandes como los ms grandes de la Congregacin. Apartarla de esos pequeos trabajos -como se hizo en los treinta ltimos aos de su vida- es, para m, en lugar de honra, la mayor deshonra que me pueden hacer (431, 434). El honor ms grande que se le puede hacer a una religiosa es seguir su vida comn, ordinaria en todo, sin ninguna excepcin ni privilegio (459). En religin, ni se sube ni se baja. Todos los caminos, todos los puestos son iguales: Al que ha sido alto, al bajarlo el Seor, a andar por lo bajo, como todos; y si duele, que duela; cuanto ms duela, ms premio. Nosotras no tenemos jubilaciones, sino trabajar segn quiera Dios (437).

    Y qu es, en esencia, para Rafaela, ser una religiosa? Es -lo ha dicho en una de sus cartas claves y con frase bellsima- estar colgada de los ojos de Cristo, orar sin cesar y sin apartar la vista de l. De esto depende todo bien (395). Ya lo he dicho: si esto no es enamoramiento, qu es? Y cmo es que el mundo piensa hoy que las religiosas tienen aire de frustradas? No ser que no tienen ojos, brillo, aire de enamoradas?

    Pero lbrenos Dios de las grandes palabras! Para Rafaela, el enamoramiento no era un efluvio del corazn, sino, ante todo y sobre todo, el cumplimiento puntual, exactsimo, de la menor minucia de las Reglas. La santidad de la Madre Sagrado Corazn es todo menos etrea o compuesta de proclamaciones verbales. La grandeza de su corazn se manifiesta en lo pequeo de sus cumplimientos (por lo dems, no hay otro modo de mostrarla y no fue otro el camino de todos los santos). Por eso lo dice y lo repite; y lo subraya muy especialmente en las horas ms tensas y oscuras de su vida: Yo, cuando veo las cosas un poco revueltas, me agarro cuanto ms puedo a observar cuanto ms puedo las Reglas, que es lo que me ha de valer en la otra vida, y as quedo tranquila aunque las olas lleguen hasta el cielo. Porque al que se sacrifica por cumplir la voluntad del Seor observando lo que l manda, no le puede suceder ninguna cosa que le pueda tocar el alma, y sin duda ha de redundar en bien de la Congregacin (475). Cunto nos debemos animar a hacer nuestras obras todas slo por el gusto de Dios y trabajar con todas nuestras fuerzas por ser muy observantes de nuestras reglas, aun de las ms pequeas e insignificantes. Y digo slo de nuestras reglas porque en ellas se encierra todo lo bueno y lo de ms gusto a Dios que podemos practicar en este mundo (448). A nada conducen esas cosas exteriores cuando nuestro corazn est lleno de nosotros mismos. Limpiemos bien, querida hermana ma, nuestro corazn de las raposas de las imperfecciones y despus crucifiqumosle bien con las virtudes que ahora se conmemoran de nuestro Seor Jesucristo, y dejemos lo extraordinario para las almas santas que no estn expuestas a soberbia y vanidad. Hgase slidamente santa en obras, que es lo que lleva al cielo, y djese de singularidades. Cumplamos nuestra regla sin dejar tilde, que ya sabe hay santos en los altares con slo cumplirla (220).

    Y aqu llegamos al tema de los tres votos, para encontrarnos con una gran sorpresa. Y es que Santa Rafaela, que habla con gran naturalidad de la pobreza y con ms insistencia sobre la obediencia, prcticamente ni alude en sus cartas a la castidad, al menos en sus aspectos negativos. Habla, s, mucho -ya lo hemos visto- del amor, de la entrega, de la fidelidad al Esposo, pero apenas una sola vez se detiene a sealar los aspectos negativos quebrantadores

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    de la castidad o la pureza. Cualquier otra religiosa del siglo XIX habra puesto aqu el mximo peso de sus advertencias. En Santa Rafaela se dira que hasta el hablar de ello le repugna, como si manchase. Donde hay amor, hay amor, y punto; donde hay entrega, sta es total, y punto.

    En el tema de la pobreza son llamativos sus pequeos detalles. Cuando escribe que va a llegar a Madrid una anochecida, pide que vayan a esperarla, pero en coche de lujo, no; uno barato; y esto porque yo no s la casa (206). Yo no siento disgusto por la pobreza (30). Pide en una ocasin tela para unos frontales - y eso que ella en liturgia no regatea nada- y advierte: Pero que el fondo sea blanco, con ramos de colores; que no tenga nada de oro, ni plata (1). Y cuando hace la donacin total de todos sus bienes (que no eran moco de pavo) escribe enrgicamente: Que no se hable de esto ms de lo preciso. No por m, sino por el demonio: dejarlo all, en su casa, con los suyos (579).

    Ms tajante es en el tema de la obediencia. As afirma rotundamente: Ningn obediente se ha condenado (116). Y, hablando de s misma, dice: Yo pido a Dios todos los das una obediencia tan infantil y, por lo mismo, tan ciega, que, con slo una breve seal de la voluntad de nuestros mayores, estemos obedeciendo, sin reparar si es bueno o malo, til o intil, y sin hablar despus con nosotros el por qu me dijeron o me mandaron aquello o si sera mejor lo otro (121). Inculque mucho a las hermanas -dice a una superiora- que no obedezcan por los talentos y cargos de las personas, sino por la fe, por virtud. Tambin que el espritu de Dios sea el que rija sus obras, no el afn de agradar; que lo hagan todo por l slo o por el temor de sus castigos, pero no porque quiero a esta superiora, y si sta no est, ya no puedo ser buena, etc. (328). Y al verse destituida de su cargo de superiora, sta es la gran fuente de su nueva alegra: Al verme sbdita, qu gracia incomparable! De rodillas servira yo a los superiores. Cmo Jess santific la obediencia con su ejemplo! (403).

    Entre todas las obediencias de Rafaela, la ms alta, caliente, es la que presta a la Iglesia. Hablaremos de esto ms tarde, pero quiero aqu transcribir, al menos, las lneas con que presenta a Roma las constituciones para su aprobacin vaticana, lneas que son mucho ms que algo protocolario:

    Como nada en ms estimarnos que la sujecin a la Santa Sede, de antemano damos por aceptadas todas las modificaciones que esta misma Santa Sede quiera introducir en ellas, pues sabemos bien que nuestro Instituto no puede prosperar si no le anima el espritu de ntima y perpetua adhesin a la ctedra infalible de San Pedro (180).

    Otro de los datos significativos de la espiritualidad de la Santa cordobesa es su naturalidad, su sencillez. De ella hablaremos a continuacin. Sealemos aqu nicamente su disgusto ante las pequeeces de espritu, ante los escrpulos, ante lo que ella llama los trampantojos: A una religiosa le promete que ella y sus compaeras van a rezar para que nuestro Jess ponga muy esponjado su Corazn de su divino amor, para que se le quiten esas sequedades y desabrimientos de que le tiene lleno y que a Jess no le gustan. Qutese de eso, querida ma, y, cuando se le presenten esos trampantojos, espntelos con decir: Qu pena, dulce Jess mo, que yo no sea muy sabia y muy santa para hacerte todo cada vez con mayor perfeccin! (74). As, pero sin aspavientos. No menos sabia es la manera en que incita a una religiosa a seguir los consejos de su confesor sin revolverlos con tontos escrpulos: Siga -le dice- ciegamente sus consejos sin revolverlos en la imaginacin, sin andar pensando si lo habr dicho usted claro u obscuro, que si no me expliqu. No, no, tenga santa simplicidad y despus quedarse en completa paz (55). Incluso en ciertos temas que eran como obsesivos en el siglo XIX, su mentalidad es abierta y serena, como cuando tranquiliza a su ta por comulgar sin haber observado plenamente el ayuno, estando como est enferma, siga esa dispensa, que est muy bien sancionada (422).

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    Tiene tambin un planteamiento muy moderno en el tema de las mortificaciones corporales. A una religiosa le pide que se humille bien, que se venza en sus repugnancias, porque ms que penitencias exteriores, stas son las importantes para poner el alma fina, como lo quiere Dios para unirse con ella (232). A otra religiosa le explica que nunca debe dejar de tomar ciertas medicinas que alivian sus dolores, porque no nos pide a nosotras nuestro Seor que andemos arrastrando males corporales, sino que, siguiendo la vida comn y ordinaria, seamos mrtires de nuestro corazn ensendole a practicar virtudes, cuanto ms grandes y ocultas mejor (203). Este martirio del corazn es el que cuenta. Por eso se enfurece casi cuando alguna religiosa por afanes de mortificacin deja de alimentarse como debe: Cundo se imprimir en ustedes que no es el cuerpo lo que Dios quiere que sacrifiquemos, sino el espritu? Y aun esto, con paz y alegra. Espritu, hermana ma, pdale al Corazn de Jess, pero no gachoso, sino varonil, que es hacer tanto caso de nuestros quereres y deseos como se hace con los de un asno que est a nuestro servicio. Darle sueo y pienso, s, pero despus hala!, hala! (201). Y es que con la renunciacin de la propia voluntad se puede subir a la ms alta perfeccin, sin necesidad de mortificacin corporal, porque no es voluntad del Seor (16).

    Un aspecto tambin muy novedoso en una religiosa del siglo xix es su preocupacin por la formacin humana y religiosa de las hermanas. En muchas cartas suyas nos encontramos los libros que recomienda y los que ella misma lee (373, 421, 425), obras siempre slidas, de la mejor teologa de los clsicos y de su tiempo. Le angustia, en cambio, la falta de formacin de algunas religiosas: El otro da preguntaba a Manuela con qu medios se aumentaba la gracia y no me lo supo decir. Que se instruyan un poquito ms, por lo mismo que se palpa tantsima ignorancia (306). La educacin no la tenemos, ni mucho menos, en segundo lugar; tanto que, para que se d con mayor perfeccin, hay religiosas nuestras examinadas y experimentadas y stas van enseando a las dems religiosas que se conoce tienen ms aptitud.

    Tambin me gustara, al menos, sealar, aunque sea de paso, los santos y devociones que le son ms queridos. Aparte de la teologa de San Ignacio, en quien se apoya todo su pensamiento espiritual, hay que recordar a Santa Teresa de Jess, a quien tanto quiere y a quien tanto se parece; a San Francisco de Ass (428); a la pequea Teresa de Lisieux, que acaba de ser beatificada cuando ella la conoce y a quien pone como un verdadero modelo de la santidad que a ella le gusta (689). Y sin olvidar, claro, su cario a San Jos (330), al Nio Jess, a quien dedica una carta tiernsima (464), y, por encima de todos, a la Virgen Mara, que con tanta frecuencia aparece en sus escritos. No me resisto a dejar de copiar esta descripcin que hace de la vida cotidiana de Mara:

    Qu alegra me da que sigas siendo tan devota de la Santsima Virgen. Mas esto no basta, ms quiere de ti la Santsima Virgen; que la ames, s, pero que la imites en toda su preciosa vida. Para todos es modelo, como t sabes, y para ti ahora que la imites en la vida que haca en su casita de Nazaret. Bien sencilla, por cierto, como puede y debe ser la tuya: 1) Cumplir sus deberes para con Dios y despus muy tranquilamente cuidar del aseo de su casita, coser o hilar y tenrselo todo muy bien y a tiempo a su Niito querido y al bendito San Jos, y vivir muy tranquila y contenta en aquel pequeo rincn del mundo, desconocida del todo de las criaturas, menos con aquellas que por parentesco o amistad deba cumplir, y nada ms, y hacer de su casita un paraso con la amabilidad de sus maneras y cuidado y atenciones con todos, lo mismo de dentro que de fuera. Pues a pesar de no haberse criado all, que era un lugar pequesimo, sino en Jerusaln, que era la capital, jams se ha odo que ella despreciase ni el lugar ni las personas, a pesar de la distancia que mediaba, tanto en los pases como en las personas. Mira, mira cun delicada era y qu enseanzas nos da y cmo se acomodaba de corazn a las situaciones y circunstancias en que la pona la divina voluntad. Imtala, hija ma,

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    pero de verdad, que te es muy fcil en las circunstancias en que te encuentras, y no dudes nunca que no te ayude tan dulcsima Madre tuya, tan tuya y tan ma tambin (453).

    Si nos fijamos en la fecha de esta carta (abril de 1897), no tenemos derecho a pensar que la Madre Rafaela est, sin duda inconscientemente, describiendo a la vez la vida oculta de Mara y la suya propia en aquellos aos de secuestro de s misma, en aquella vida tranquila y contenta que ella viva, sin tener otra cosa que cumplir sus deberes para con Dios y rodear de amabilidad a cuantos con ella convivan?

    9) Tres grandes obsesiones. En todos los humanos hay siempre algunos temas o puntos que se convierten en claves de su visin del mundo o de su espiritualidad. En Santa Rafaela hay tres clarsimos, que brotan incesantemente en toda su correspondencia y en su vida: son el tema de la humildad, de la unin y del trabajo.

    La humildad (entendida tambin como sencillez, como naturalidad) es para la Madre Sagrado Corazn la reina de las virtudes (tal vez si excluimos ese gran eje que es el amor, la caridad). Lo que ella ms exige a sus religiosas, lo que, sobre todo, se exigir a s misma, es esa humildad. El orgullo, la soberbia son, para ella, los grandes enemigos de la santidad; el amor propio lo que ms separa al hombre de Dios. Y aqu los ejemplos y las citas tendran que multiplicarse incansablemente: Madre, pida usted que seamos humildes toda la Congregacin, yo sobre todo, que en las almas de esta clase es donde Dios descansar de tantas ofensas como se le hacen y hacemos las que a l estamos consagradas (328). Su dureza, cuando en una religiosa percibe rastros de orgullo, se hace acerada, tremenda: Usted est toda enamorada de s cuando tantsimo se ocupa si har, si no har bien su cargo; ocpese ms de Dios y de su cargo, y haga por cumplirlo segn Dios, con muchsima paz y prudencia, y djese de beateras. Dios quiera que con las hermanas y los de fuera no traiga usted la misma tabarrera y por su falsa humildad se haga aborrecible. Sea humilde de verdad y haga el uso de s que hace de la aguja para coser o de la escoba para barrer (238). Y con no menos dureza escribe a otra: Ese estado en que se encuentra su alma, en parte, es defecto de su muchsima falsa humildad, que la entristece cuando no ve el resultado prspero de sus deseos; sea usted verdaderamente humilde y no la entristezcan las contradicciones, antes algrenla, que es la seal que Dios quiere desnudarla de s misma (193).

    Esta humildad que pide no es la melodramtica de los que buscan expresamente ser humillados, sino la sencillez: El espritu de sencillez me roba el alma y el de sabidura humana me trastorna toda. Qu hermossima es la humildad! Y qu fesima aun la soberbia aparente! (315). Tambin a Dios le roba el Corazn el humilde y sencillo (276) y por eso no es bueno triturarse el espritu (98), y esto ha de hacerse as en la misma oracin: No trabaje en meditar. Si siente alguna mocin, sgala; y si no, algrese de que por experiencia ve que no puede nada sin la ayuda de Dios. l se -contenta con los buenos deseos (98).

    De ah que tanto pnico le d ver a alguien rodeado de privilegios y honores. Como en esa carta -que no puedo menos de calificar de proftica- en la que, con dureza inaudita, dice a la Madre Pursima, cuando sta ocupa el primer cargo en la Congregacin: Cada vez que la veo subir en los honores, me estremezco hasta casi derramar lgrimas por su pobre alma tan desgraciadamente aplaudida (406).

    Pero Santa Rafaela no pide a nadie una humildad que ella no haya practicado antes hasta el mismo fondo. Porque las cosas ms duras en este campo las dice de s misma. Y esto como una constante que, lgicamente, se va acentuando segn llueven sobre ella las desgracias y las incomprensiones. En una carta al P. Hidalgo le dice: Puso Vuestra Reverencia el dedo en la llaga: todas mis luchas las origina el amor propio, que teme hacerlo todo mal hecho y en eso se ocupa y no en lo que debiera. Yo veo difcil mi curacin, pero comenzar, y lo dems lo

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    fiar a nuestro Seor. Perdone a esta mala hija (199). Pronto comienza a mostrar su absoluto desapego al cargo que ocupa: Yo, como siempre he dicho, estoy dispuesta a dejar el cargo en cuanto se me indique lo ms leve; sera el da ms alegre de mi vida (230). Ella dice una y mil veces es la culpable, la causa de todos los males que tiene la Congregacin, como escribe en la conmovedora carta 261. Me alegro de que ahora me vayan conociendo, que no quepo en m de gozo, porque me confirmo en lo que yo estaba: que las tena a ustedes muy engaadas (290). Esas cosas que piensan de m, tienen razn (291). No me veo en con-diciones de llevar el cargo adelante. Nunca deb ocupar este puesto (319). No se defiende, es ella su peor acusadora. Slo le preocupa que las cosas se hagan bien para que quede en buen lugar el Instituto (319). Y, cuando las dems religiosas le escriben para tranquilizarla pensando lo mal que lo debe de estar pasando, es ella la que consuela a todas: No tenga usted pena por m, que, por una parte, pago lo que merezco, y, por otra, todo es provechoso para mi alma. Yo lo que quiero es que no est usted triste, porque en este asunto ni en ninguno no ha tenido parte (344). Yo bendigo cada da ms mi inutilidad, ojal que acabe de lograr que nadie se acuerde de m. Y un favor le pido: que, por la Sangre de Jess, jams hablen de m ni en son de alabanza, ni si Dios me ha probado, ni si me deja de probar, ni si voy por el camino de este santo, ni del otro; en fin, nada; quien esto haga me injuria. Las alabanzas, para los cmicos; para los que seguimos o queremos seguir a Cristo en cruz, en silencio, sostenerlos con nuestros ruegos y no escatimar todo el trabajo que deban llevar hasta llegar a la cima (406). Efectivamente, Santa Rafaela fue su propia crucificadora. Y en esta lucha con lo que ella llama su amor propio, desgastar sus ltimos aos. Al Padre Mancini le dice en una de sus cartas: Esta ltima meditacin me ha despabilado de mi letargo. No quiero ya descansar, sino pelear, y de veras con mi amor propio, que me lo ha hecho ver Vuestra Reverencia bastante robusto. Lo quiero disecar. Tremendo propsito: lo quiero disecar! Por eso no extraa que se acerque -a la muerte considerndose tan pobre en humildad: La bolsa est muy vaca de la preciosa moneda con que se franquean las puertas del cielo (503). Por fortuna, Dios (y la misma historia) pens de otra manera. Como los dedos de una mano

    Si el tema de la humildad la obsesionaba, no ocurra menos con la unin, precisamente porque pronto vio que sta era la ms peligrosa carcoma del edificio que quera construir.

    Lo dir casi al comienzo en uno de sus textos ms famosos: Ahora, queridas mas, que an estamos en los cimientos, ahondmoslos bien, que los vendavales que vengan despus no derriben el edificio; y todas a una, que no quede por ningn lado rendija al diablo donde pueda meter la ua de la desunin; todas unidas en todo, como los dedos de las manos, y as saldremos con cuanto queramos porque a Dios nuestro Seor lo tenemos por nuestro (121).

    Presenta ya las dolorosas pginas de la historia que le tocara vivir? Pudo imaginarse que esa grieta se abrira precisamente por donde menos verosmil pareca, por las relaciones con su hermana, primero, y con sus preferidas despus?

    Pronto, efectivamente, aparecer en el horizonte la tensin con la Madre Pilar y aqu Rafaela reaccionar como una leona sabiendo que ah se juega todo la Congregacin: Yo quisiera que usted variase y no estuviese desunida; mire que en la unin est la fuerza. Y donde no hay unin, no est Dios. Las que seamos malas lo pagaremos, y las que sean ustedes buenas tendrn doblado mrito. Perdneme usted si en algo la ofendo, pero no es sa mi intencin, sino el deseo tan grande que tengo que vayamos todas a una, tolerndonos mucho (226). Cuando no se va a una, grita otra vez, se muere el espritu (230). Y cuando an espera que se pueda conseguir mantener la unin, comenta: Dios quiera que siga siempre este espritu: que todas seamos un solo corazn y un alma sola, ayudndonos mutuamente,

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    sacrificndonos y tolerndonos nuestras debilidades; es mi splica cotidiana, porque creo que es lo que al Seor le roba el Corazn, y si logramos esto, a quin temeremos? (334). El trabajo y la inaccin

    Finalmente, otra de las grandes obsesiones de la Madre Rafaela fue el trabajo. Incansable, inagotable, sus jornadas estuvieron siempre llenas. Y llenas de Dios. No tengo tiempo ni para dormir (79), se lamenta. No tengo tiempo a veces para comer (107), dice otra vez. Mire que no tengo tiempo; pdale a Dios me disminuya, si me conviene, el sueo (126). Pronto no tendr ya que pedir esto, porque los desvelos le quitarn el sueo: En cuanto a mi salud, excelente, a pesar de los desvelos, que las tres las suelo or, no una maana sola (172). Mucho tengo que hacer; ni remotamente nadie se lo puede figurar, pero como todo es por la gloria de Dios y del Corazn Divino, no slo no me canso, sino que deseara no tener necesidad de comer ni de dormir para no interrumpir mis obligaciones (185).

    Pero pronto la vida la llevar al otro trabajo ms duro: el de la inaccin. Arrinconada durante treinta aos, con unas superioras que consideran indignas de ella las pequeas ocu-paciones (cunto clamar contra esto en sus cartas), entrar en una vida en la que ya slo le queda el oficio de orar (aun cuando ella repetir tambin que su vocacin no es puramente contemplativa, sino mixta, y exigir que se le permitan los ms humildes quehaceres). Pero su vida discurrir ahora lenta e interminable. Pudiendo decir con San Juan de la Cruz: que ya slo en amar es mi ejercicio.

    10) Amor al Instituto y a la Iglesia. Olvidaramos uno de los datos sustanciales de su espritu si no aadiramos al menos algunas palabras sobre lo que fue el centro de su Corazn: el apasionado amor a su Instituto y a la Iglesia, de la que ste formaba parte. Para Rafaela, su persona cuenta infinitamente menos que su obra; por su Congregacin, todo trabajo es dulce, todo dolor agradable, todo problema sin importancia. Si goza es porque esa obra de Dios crece; si vive angustiada -en sus ltimos aos- es porque teme ver naufragar su navecilla.

    Dgale a todas las hermanas de mi parte y a cada una que las amo como a las nias de mis ojos, que ellas se amen y nos amemos todas y nuestra Congregacin lo mismo, para que nuestro Seor est contento de ella. Que no haya, por Dios, ni un s, ni un no, que todas se sobrelleven con muchsima caridad (90). Y cuando la tormenta ha destrozado su vida personal, eso parece no importar. Lo que cuenta es que Cristo sigue amando a la Congregacin (526) y que ella todo lo ofrece por la Congregacin y la unin de ustedes cinco (487).

    Con una gran experiencia sobrenatural sufre y a la vez sabe mantener la calma ante lo que en el Instituto ocurre: Usted va a acarrearme un grandsimo histrico con esas penas y miedos, a qu es eso? Mire que parece que es poco conocimiento de Dios y a usted no le pega eso. Lea mucho las vidas extensas de los santos, y ver cmo a sus principios tuvieron en sus Institutos las mismas luchas y peleas que hay en el nuestro. Es lo natural y nada nos debe espantar, sino orar y tener paciencia y llevarlo con muy grande todo lo que plazca a su divina Majestad (290).

    Esto es lo que la sostiene. Y aunque hay momentos en los que todo lo ve oscuro y teme que la obra de Dios sea desbaratada, nunca desaparece de sus ojos aquella visin del Instituto colgado de los ojos del Divino Corazn. Y lo que nunca perder, aun en las mayores oscuridades, es el amor concreto a cada una de sus hijas. Con qu cariosa envidia habla de las novicias, que empiezan a correr un camino que le gustara a ella volver a empezar!

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    (468). Y con qu idntica ternura habla de sus viejecitas en esa hermosa carta que es casi como un testamento:

    Yo jams olvido a ninguna, especialmente a mis viejecitas, y me alegro al pensar que no muy tarde estaremos reunidas para no separarnos jams. Cunto charlaremos entonces del cmulo de misericordias de Dios sobre nosotras, y nos estimularemos mutuamente a manifestar a nuestro Seor nuestra gratitud inmensa! Sigamos, hermana ma, sirvindole con toda la generosidad que podamos, que todo se lo merece, y pidmosle siempre muy de corazn por esta obra suya, que cada da sea ms de su agrado, y por todos y cada uno de sus miembros, que son miembros nuestros, como todas somos fruto del amor de su Sacratsimo Corazn; bendito sea (683). Podra decirse en menos palabras lo que era el centro de su Corazn y el resumen de su vida? Los apuntes espirituales

    Se necesitara aqu un segundo prlogo para presentar lo que me parece la verdadera joya de este volumen: sus apuntes espirituales. Porque si en su correspondencia la Madre Rafaela habla con los hombres, en esas pginas su dilogo es directsimo con Dios. Es ah, en esos apuntes, donde somos testigos de la excepcional dureza con la que la Madre se trataba a s misma, y testigos, sobre todo, de la lenta, dolorosa ascensin hacia la perfeccin.

    Pero es tal la belleza y hondura de esas pginas, que exigiran un estudio ms riguroso, largo y minucioso que ste. Por fortuna, otra pluma ms experta que la ma ha hecho ya un tratado ms profundo sobre ellos (MERCEDES AGUADO, Anotaciones sobre la espiritualidad de Santa Rafaela M. del Sagrado Corazn, Roma 1977). Pero no quisiera dejar, al menos, de llamar la atencin al lector para que pase sobre esas pginas con devocin, descalzndose, porque esa tierra del encuentro de un santo con Dios no es menos sagrada que la zarza incombustible de Moiss.

    En rigor, todas las pginas de este volumen son igualmente sagradas. Entre en ellas el lector con amor y temblor; entre con alegra, porque toda santidad dilata el alma, incluso las de los mediocres que desde lejos la contemplamos; entre con esperanza, repitindose aquello que Santa Rafaela sinti tantas veces al pisar las calles de Roma: lo que stos hicieron, por qu yo no?; pero entre, sobre todo, con agradecimiento: Dios ha puesto en la tierra a sus santos para que nos despierten a ese cristiano dormido, a ese santo dormido que todos tenemos en nuestro interior. Entre por estas pginas a la vez que por su propia alma y atrvase a compararlas. Y si se siente dbil y pequea, no se preocupe por su sencillez, sino slo por la pobreza de su amor. Es, en definitiva, l quien llena las almas, quien hace los santos. A nosotros nos toca slo amar un poco, rezar a todas horas esa palabra que tan bien resume la vida de Rafaela M. del Sagrado Corazn: Magnificat.

    J. L. MARTN DESCALZO

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    PALABRAS A DIOS Y A LOS HOMBRES

    Cartas y Apuntes Espirituales

    INTRODUCCIN Rafaela Mara Porras Aylln, que naci en Pedro Abad (Crdoba) en 1850, y muri

    setenta y cinco aos despus en Roma, ha pasado a la historia por dos motivos fundamentales: el establecimiento del Instituto de Esclavas del Sagrado Corazn, tarea que comparti con su hermana Mara del Pilar, y una santidad heroica que la llev hasta los altares, despus de una existencia muy llena a los ojos de Dios y de los hombres. Santa Rafaela Mara del Sagrado Corazn: no es preciso evocar su biografa, medianamente conocida por amplios sectores catlicos de habla espaola. Vamos a hablar ahora de sus escritos.

    La M. Sagrado Corazn -nombre con el que la conocieron sus contemporneos a partir de la profesin religiosa escribi bastante; en parte, por exigencias de su oficio de General del Instituto, pero tambin por su natural comunicativo y por su facilidad en el manejo de la pluma. Escribir fue para ella la nica forma posible de comunicacin con personas a las que conoci y sigui con cario durante toda su vida. Las cartas, y tambin los apuntes espirituales, son una verdadera fuente histrica, un autntico venero de informacin. Pero pueden ser algo ms: una nueva forma de hacer presente la aventura singular de esta mujer, todo lo que ella crey, esper y am, todo aquello por lo que luch. Despus de la publicacin de prolijos estudios biogrficos, convena evocar su personalidad dejando hablar a las pginas que ella dirigi a sus contemporneos o escribi para s misma al rumiar sus vivencias ms ntimas.

    Palabras a Dios y a los hombres: es el ttulo que hemos querido dar a esta coleccin de escritos. Lo que vamos a encontrar en ella son, efectivamente, palabras que balbucean una experiencia inefable del Dios vivo, y tambin los trminos de unas relaciones humanas siempre orientadas hacia la comunin. Palabras sencillas, clidas, luminosas, que pretenden comunicar con naturalidad lo que se vive por pura gracia. Palabras que ella dijo en alabanza de Dios, y tambin gritos de angustia, de queja incluso, pero siempre de confianza. Difcilmente encontraramos una persona ms comunicativa que la M. Sagrado Corazn: reducida a un silencio que llamaramos oficial, sigui pronunciando hasta el final aquellas hondas palabras que expresaban lo mejor de su ser.

    El epistolario de Rafaela Mara Porras abarca desde 1873 hasta diciembre de 1924 (muri slo un mes despus). Los Apuntes espirituales, desde 1877 hasta 1914. En conjunto, ms de cincuenta aos, a travs de los cuales pueden seguirse las incidencias de toda una vida, pero, especialmente los grandes temas de una existencia marcada por la bsqueda constante de Dios. Cuando Rafaela Porras -o la M. Sagrado Corazn- escriba a su familia o a sus religiosas, estaba muy lejos de imaginar que algn da se examinaran con lupa -o al menos con rigor metodolgico- su caligrafa, sus expresiones, hasta las tachaduras de sus borradores; y es eso justamente lo que confiere a escritos el valor que slo tiene lo autntico.

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    Datos al parecer intrascendentes, simples desahogos del corazn en algunos casos, se han convertido para nosotros en argumentos o pruebas de historia.

    Es relativamente fcil marcar etapas en la vida de algunos hombres: tratndose de santos, se impone sealar un antes y un despus de su conversin. En el caso de la M. Sagrado Corazn es ms difcil. Su paso constante la llev siempre en una misma direccin. Lo que alcanz al final fue lo mismo que haba entrevisto desde el principio, aunque bien pudo decir que, a la postre, todo result ser ms, infinitamente ms, incomparablemente mejor que lo que jams pensara o se atreviera a pedir (cf. Ef 3,20). La metodologa -o la costumbre- nos aconseja, sin embargo, marcar etapas, y lo haremos teniendo en cuenta las circunstancias externas que formaron la trama de su vida. Y as, distinguiramos unos primeros aos (1873-1887) en que se perfila su vocacin y queda establecido el Instituto. (La aprobacin pontificia y la consiguiente eleccin de la Santa como General seran los hechos culminantes del perodo.) Un segundo tiempo, breve pero rico en contenido, seran los aos del generalato (1887-1893). La ltima etapa, la ms larga (1893-1924), estara ocupada por los aos de retiro en Roma. En el caso de los Apuntes espirituales resulta an ms difcil hacer divisiones cronolgicas; mejor parece sealar la importancia de especiales momentos de gracia dentro de una trayectoria rectilnea de ascensin constante.

    Antes de ser santa, la autora de escritos fue Rafaela Porras Aylln. Es ms, sigui siendo ella misma en la serie de acontecimientos que la acreditaron como santa. El nombre y los apellidos nos hablan de un destino, de una autntica historia humana entremezclada de las alegras y esperanzas, temores y angustias de los hombres que poblaron contemporneamente el planeta. Por no ser atemporal, su vida no fue tampoco algo que pueda ser hoy evaluado aspticamente a la pura luz del Evangelio o las normas del derecho cannico. Es preciso, por el contrario, contemplarla y valorarla teniendo en cuenta los condicionamientos de la historia. La vida de Rafaela Mara del Sagrado Corazn es la de una mujer que pasa sus aos entre Espaa y Roma, de la segunda mitad del siglo XIX al primer cuarto del XX. Su manera de pensar y de actuar est influida por las circunstancias que hicieron concreta esa poca distinguindola de otras. Las ideas y los gustos de sus contemporneos estn en la base de los suyos. Pero, con frecuencia, su personalidad se revela poderosamente al superarlos o al enjuiciarlos con capacidad relativizadora. Es interesante recordarlo al leer determinados prrafos, que, desde nuestros esquemas religiosos o sociolgicos, pudieran parecer desfasados. Cuando la M. Sagrado Corazn se refiere, por ejemplo, al purgatorio, a las penitencias exteriores, a las indulgencias, etc., manifiesta su pertenencia a una comunidad cristiana que tiene su especial modo de entender el pecado, la justicia de Dios o el ms all. Pero al enfrentarse a estas realidades, su visin ms personal no es aquella en la que coincide con la mayora de sus contemporneos. Ella no valora demasiado la penitencia, al menos la exterior, sino ms bien la vida diaria, mbito fundamental del encuentro entre Dios y el hombre. Djese de singularidades, escribe a una religiosa que le habla de mortificaciones excesivas. No es el cuerpo lo que Dios nos pide a nosotros, dice a otra. Para la M. Sagrado Corazn, la unin con Dios no exige como premisa un cuerpo extenuado, sino el alma fina, un espritu educado por la abnegacin que conlleva la vida comn y la relacin fraterna con los que nos rodean. Cara a Dios, su actitud ms tpica es la admiracin ante la gratuidad de un don que slo pide en respuesta el reconocimiento y la accin de gracias.

    La lectura de las cartas puede ser una aportacin al estudio de determinados aspectos de la historia del siglo XIX y, desde luego, a la del Instituto de Esclavas del Sagrado Corazn. Resulta curioso comprobar que la Santa, preocupada por intereses apostlicos universales, tuviera tiempo y humor para ocuparse tambin de las mil y una menudencias de la vida comunitaria. Las elevaciones de la oracin no la apartaron de intereses urgentes e inmediatos, aunque tal vez menos sublimes. La M. Sagrado Corazn vivi hasta el herosmo la confianza

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    en Dios, pero no tuvo en poco el esfuerzo por una indispensable estabilidad econmica. Quiso que sus religiosas vivieran desprendidas de las seguridades de la tierra; pero, por su parte, trat de mantenerlas al abrigo de una indigencia que impidiera su desarrollo humano o limitara la eficacia de sus tareas apostlicas. En una poca en que el trabajo remunerado no era el medio habitual de vida en las mujeres, acept como natural la necesidad de una conveniente dotacin econmica. (La dote, impuesta por el derecho cannico, aparece a veces en estas cartas como problema.) Esta administradora prudente -no lo olvidemos- es la misma mujer santa que tuvo el valor de cambiar una fortuna por Dios y sus intereses, y que jams volvi la vista atrs para mirar con nostalgia los bienes que haba dejado sin pena. Aunque en sus biografas no se insista demasiado en este punto, la M. Sagrado Corazn sinti hondamente su responsabilidad en la administracin de los bienes del Instituto. Y cuando lleg la hora de su aparente fracaso, se atrevi a defender lo razonable de sus gestiones, la oportunidad de unas decisiones que a determinadas personas pudieron parecer poco sagaces.

    Todo lo dicho no pretende ser un anlisis exhaustivo de la personalidad ni de la vida espiritual de la M. Sagrado Corazn. Es slo un punto de vista recomendable para emprender la lectura de unos escritos en los que la autora, sin pretenderlo conscientemente, se retrat a s misma. El lector podr comprobar la proporcin arrolladora en que se encuentran las expresiones que indican actitudes positivas ante la vida. La alegra, la paz, la confianza, la gratuidad, tienen una mayora absoluta. Esas actitudes personales son la expresin humana de realidades teolgicas que la Santa ha respirado desde sus primeros aos. Dios, el Seor, es bondad, es todo misericordia, es Padre. Le pertenecemos -como que somos sus hijos!-, caminamos en su presencia, estamos sumergidos en el mar sin fondo de su inmensidad. Somos un fueguecito pequeo dentro del gran fuego que nos envuelve sin confundirnos con l. Dentro de Dios hemos de estar y de l recibirlo todo. Y darlo todo, tambin, porque son muchos los hijos de Dios y nuestro corazn no puede limitarse, sino darse al mundo entero. Es como si la Santa manejara con despilfarro un tesoro, con la seguridad de poseer tambin al Origen de todos los bienes. Todos juntos, en verdad, nos vinieron por Jesucristo, el Unignito, y no otro camino hay sino esta va real que pasa por el Corazn mismo de Dios. Son casi exactamente sus palabras, y detrs de ellas hay vivencias palpitantes que la conducen necesariamente a un gozo empedernido que se llama esperanza.

    La Santa vivi una aventura con final feliz: el que le asegur siempre su fe, que, por cierto, era de las que trasladan montaas. En su biografa no falta el sufrimiento ni la cruz; el hecho es demasiado conocido para que insistamos en l. Pero en sus escritos no salta a la vista, en primer plano, el dolor de la protagonista, ni mucho menos las intenciones torcidas de aquellas personas que le hicieron la vida difcil. La caligrafa de la M. Sagrado Corazn, decidida, limpia, firme, nos enva siempre mensajes de una esperanza que, desde luego, no pudo basarse en seguridades humanas. escritos, que hablan con frecuencia de cruz, y a veces incluso de muerte, rezuman siemp