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PADRE JUAN BONAL Situación histórica El P. Juan Bonal vive a caballo de los siglos XVIII y XIX. Su vida transcurre entre el 24-VIII-1769 y el 19-VIII- 1829. La podemos enmarcar en tres épocas históricas de España, presidida por tres reyes distintos. Primera época: 1769-1788 Nace en el reinado de Carlos III: Es una época de cambios profundos. Hay paz, iniciativas reformistas, creadoras. A este período corresponden los 20 primeros años de la vida del P. Juan. Aquí se sitúa su infancia y primera juventud, sus primeros estudios. Segunda época: 1789-1808 Reina Carlos IV (1788-1808. Este período es casi tan convulsivo como el siguiente Se abre con la Revolución Francesa (1789). Se cierra con la guerra de la Independencia (1808-1809). Es la época en que realiza sus estudios universitarios (1789- 1796), y hace tres oposiciones. Se le concede el grado de Magisterio en Reus (10-IX-1796). Su ordenación como presbítero, aunque no se puede confirmar la fecha exacta ¿1799?. De diácono fue ordenado el 21 y 22-XII- 1798. Fundación de la Congregación en Zaragoza (28-XII-1804). Los Sitios de Zaragoza (1808-1809) que incidieron decisivamente en la orientación de su vida en los años posteriores. A este período corresponden sus segundos 20 años. Tercera época: 1809-1829 Este período viene marcado por La dominación francesa (21-II-1809 al 09-VII-1813) en que el General París abandona Zaragoza. El 03-VIII-1813, se rendían los sitiados de la Aljafería. El reinado de Fernando VII, que se caracteriza políticamente por intentos de cambios hacia la modernidad: Constitución de Cádiz de 1812. 1

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P A D R E J U A N B O N A L

Situación histórica

El P. Juan Bonal vive a caballo de los siglos XVIII y XIX.Su vida transcurre entre el 24-VIII-1769 y el 19-VIII-1829. La

podemos enmarcar en tres épocas históricas de España, presidida por tres reyes distintos.

Primera época:

1769-1788

Nace en el reinado de Carlos III: Es una época de cambios profundos. Hay paz, iniciativas reformistas, creadoras. A este período corresponden los 20 primeros años de la vida del P. Juan.Aquí se sitúa su infancia y primera juventud, sus primeros estudios.

Segunda época:

1789-1808

Reina Carlos IV (1788-1808. Este período es casi tan convulsivo como el siguiente Se abre con la Revolución Francesa (1789). Se cierra con la guerra de la Independencia (1808-1809).Es la época en que realiza sus estudios universitarios (1789-1796), y hace tres oposiciones. Se le concede el grado de Magisterio en Reus (10-IX-1796).Su ordenación como presbítero, aunque no se puede confirmar la fecha exacta ¿1799?. De diácono fue ordenado el 21 y 22-XII-1798.Fundación de la Congregación en Zaragoza (28-XII-1804).Los Sitios de Zaragoza (1808-1809) que incidieron decisivamente en la orientación de su vida en los años posteriores.A este período corresponden sus segundos 20 años.

Tercera época:

1809-1829

Este período viene marcado por La dominación francesa (21-II-1809 al 09-VII-1813) en que el General

París abandona Zaragoza. El 03-VIII-1813, se rendían los sitiados de la Aljafería.

El reinado de Fernando VII, que se caracteriza políticamentepor intentos de cambios hacia la modernidad:

Constitución de Cádiz de 1812.por períodos alternativos de monarquía absoluta y constitucional

Absolutismo fernandino: 1814-1820.Trienio Liberal o Constitucional: 01-I-1820 al 26-VI-1823.Absolutismo fernandino, década ominosa: 1823-1833. En esta

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década muere el P. Juan Bonal (19-VIII-1829).A este período corresponden sus terceros 20 años.

En este marco de cambios y convulsiones políticas, Juan Bonal va a ser un apóstol de la CARIDAD, va a escribir una historia de amor, de entrega total a los más desvalidos. Seducido por Jesús, va a gastar su vida en amarle y hacerle amar, en ayudar a las gentes a ser mejores y más felices.

Datos de su vida

Primera etapa

Infancia: ¿Qué podemos decir de su infancia? Muy poco. Nace en Terrades, en el Ampurdán (Gerona). Es el mayor de siete hermanos, por tanto el hereu. Y... casi nada más.

Por los datos que se conservan en los libros parroquiales, crece en un hogar cristiano, de sanas costumbres, de vida sencilla, laboriosa y campesina. Parece que la posición económica de su casa es holgada. Cuando a los 20 años ingresa en la Universidad Sertoriana de Huesca, tendrá que haber realizado los primeros estudios básicos requeridos para entrar en ella, sobre todo de gramática y latín. ¿Dónde los hizo? ¿En su pueblo con los sacerdotes? ¿En la próxima ciudad de Figueras? Es lo más probable.

Segunda etapa

A partir de los 20 años podemos seguir su trayectoria paso a paso.En 1789 lo encontramos en la Universidad Sertoriana de Huesca donde

permanecerá dos años, hasta 1791, realizando los estudios de Filosofía. Obtiene el grado de Bachiller en esta materia.

En estos años hace las primeras oposiciones para la cátedra de Gramática en Ripoll y Sampedor,

“desempeñando en aquella los ejercicios literarios a satisfacción y aprobación de los examinadores, como igualmente en ésta, en la que se le confirió el magisterio, que renunció a los pocos meses por no abandonar su carrera” (MJB I, p. 110)Ningún dato tenemos más por haber sido destruido el archivo de Ripoll en la

invasión francesa.En la Universidad de Huesca se distingue“por su aplicación y lucimiento en su curso; defendiendo y arguyendo varias veces en los actos públicos que todos los sábados se practican en dicha Universidad”

“... mereció defender conclusiones públicas, y en atención a su mérito le costeó dicha Universidad los gastos de imprenta y la misma le condecoró «omnino gratis» con el grado de Bachiller de esta Facultad”. (MJB I, p. 109).De 1792 a 1794, durante tres años, estudia Teología en el Colegio de los Padres

Dominicos de Barcelona. Se exigía a los estudiantes, que juntaran, a la par, ciencia y

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conducta intachable.En 1975 lo encontramos en Zaragoza, cursando el cuarto año de Teología e

Historia de la Iglesia.Cuando ya tenía 27 años (1796), terminados sus estudios, hace la tercera

oposición en Reus, ante un tribunal de cinco miembros y numeroso público que, además del Ayuntamiento, presenció los exámenes. Entre todos los opositores se seleccionaron siete, reconociendo, finalmente, como

“aptos y capaces, especialmente al Rvdo. Jaume Serrotosa Pbro. por ser señor de avanzada edad, caracterizado por el estado del sacerdocio y experimentado en la enseñanza (se hallaba ya de maestro de Gramática en Vilaseca) y al Sr. D. Juan Bonal de conducta irreprensible” (Hna. M. Eguía: “P. J. Bonal”, p. 28).El 10-IX-1796 le confieren el grado de Magisterio y obtiene la preceptoría de

Reus, donde desarrolla una intensa tarea educadora y apostólica.En 1797 son ochenta los alumnos que asisten a sus clases de Gramática. Los

tenía que iniciar “en Latín, explicar las reglas, aclarar sus dudas y acompañarlos totalmente en el estudio, desarrollando en ellos el arte de la escritura, composición y exposición, etc., hasta que valorando sus progresos, los presente al Maestro (que era el mayor de los dos que habían aprobado las oposiciones), quien después de amplio examen, si los considera suficientemente hábiles, los admite en su clase”.

De los Estatutos se deduce que la tarea más fuerte recaía sobre el Ayudante (en este caso el P. Juan). Aquí

“el nombre de Ayudante, no... debe entenderse dependiente del Maestro, sí solamente del Ayuntamiento como el mismo Maestro, por concurrir en ellos las mismas circunstancias; y se les encarga muy estrechamente que vayan de común acuerdo y perfecta unión entre sí por lo que mira a la enseñanza y costumbres de sus discípulos”.

En estos dos primeros años en Reus, se decanta abiertamente su vocación al sacerdocio.

En 1798 recibe el subdiaconado y diaconado. Tiene ya 29 años y unos meses más tarde (no se sabe con certeza), es ordenado sacerdote.

Tres van a ser los campos de su acción evangelizadora en Reus:la educación,el mundo del dolor -de los pobres- de la marginación,pastoral directa parroquial, como sacerdote.

En el documento “Letras Comendaticias en favor de Mosen Juan Bonal”, el Presidente de la Ilma. Sitiada, D. Vicente Ximénez, sintetiza así su labor apostólica en Reus:

“Que después de haber estudiado Teología en el precitado Colegio, hizo tercera oposición a la Cátedra de Gramática de la Villa de Reus, del mismo Principado; y atendidos sus brillantes ejercicios, se le confirió el Magisterio, en cuya Villa, además del desempeño completo de la enseñanza de la juventud, permaneció

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siete años, se ocupó con edificación del Público, según le permitían sus tareas, en visitar los encarcelados y enfermos del Santo Hospital, y en los últimos cinco años, que fue ya Sacerdote, además de los precitados y otros actos de Beneficencia, se dedicó a instruir niños desamparados y doncellas abandonadas, en exhortar, con frecuentes pláticas que hizo en una de las Iglesias de la misma Villa de Reus, al camino de la virtud, a la frecuencia de los Santos Sacramentos, en reprender vicios, cooperando otros piadosos Eclesiásticos de la misma población, resultándole de estos ejercicios un numeroso confesonario, que para desempeñarlo no perdonó fatigas y venció varios obstáculos que acostumbra a ofrecerse en tan santos ejercicios” (MJB I, p. 110).Estas primeras experiencias marcaron con fuerza su vida. A su trabajo con los jóvenes en la tarea educadora une, pues, su labor pastoral

en la parroquia, con un celo apostólico tan grande que las gentes se le volcaban en el confesonario. Tal era el poder de arrastre que tenía su persona y su palabra.

Estando en Reus, conoce a D. Jaime Cessat, sacerdote de Valls, que trabajaba por despertar en las jóvenes la vocación de consagrar sus vidas, en el seguimiento de Jesús, al servicio de los enfermos, y niños abandonados, en los centros donde eran acogidos y donde la atención y asistencia a los mismos era muy deficiente.

No fue un sacerdote contento con su “pequeña prebenda o cátedra”, un cura de “misa y olla”. En la calle y en el hospital, en la cárcel y en la parroquia se encuentra con los hombres de fe vacilante, necesitados de la luz de Dios, y con los pobres en sus distintas formas de desvalimiento, y “sintió que Dios le llamaba allí y... se entrega”. Descubre, así, en su camino a “los pequeñuelos del Evangelio...” y se despierta en su alma el torrente de la CARIDAD. Desde este momento “el lado menos amable de la sociedad, se convertirá en escenario de su vida”.

No se dedicó a predicar preciosos sermones, sólo, sino que puso en juego toda su persona: su corazón y su palabra, sus manos y sus pies hechos entrega nueva por amor, cada mañana, a todos los necesitados que le salieran al encuentro. Es entonces cuando en su mente comienza a perfilarse la fundación de una institución de CARIDAD que abarcase y llegara a todas las necesidades y desvalimientos.

Esta llamada de Dios hacia los pobres y la conciencia cada vez más fuerte de su vocación sacerdotal, le llevará a renunciar a su cátedra el 01-II-1803, al recibir del Sr. Arzobispo de Tarragona el nombramiento de Vicario, primero de Vinyols del Camp y, seguidamente, de Montroig del Camp. Aquí permanecerá nueve meses. El 02-III-1804, por acuerdo de la “Muy Illtre. Administración del Hospital General de la Santa Cruz de Barcelona”, le nombraron Vicario de dicho Hospital. El 24 de ese mes, el Arzobispo de Tarragona le da la licencia para pasar a la Diócesis de Barcelona. (Cf. Hna. M. Eguía: “P. J. Bonal”, p. 49).

Una nota dominante que aparece ya en sus años de estudiante en Huesca, y que se irá afirmando más en años sucesivos, es la fidelidad al querer que el Señor le va marcando en su camino. Su vida será un continuo éxodo. Como hemos dicho ya, empieza por renunciar a su condición de “hereu”, sigue la renuncia a sus tres cátedras y seguidamente a su tierra, su lengua y a todo lo que constituía su entorno familiar, ausentándose de su Cataluña natal para venir a Aragón. Y aquí su despojo llegará a ser completo: se le aleja de los dos campos de acción pastoral que le habían traído a

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Zaragoza: la atención espiritual a las dos Hermandades de Zaragoza y Huesca, y a sus enfermos. A ellos estará dedicada desde este momento su vida, pero a distancia. Ya casi nunca volverá a ver sus rostros.

Tercera etapa

Movimiento hospitalario en Cataluña

Un movimiento de concienciación para la atención y cuidado de los enfermos y niños abandonados en Hospitales, Inclusas y Casas de Misericordia, afloraba con fuerza en Cataluña en el s. XVIII y principios del s. XIX.

Unos piensan en una organización más racional de los mismos.Otros ven en ellos un campo privilegiado para el ejercicio de la caridad.

Sacerdotes y seglares dan lugar al nacimiento de grupos, llamados Hermandades, dispuestos a consagrase de por vida al servicio, en estos centros, de los enfermos y niños con total gratuidad y en estrecha y única dependencia de las Juntas de dichos Centros.

El P. Juan, desde la llamada insistente que Dios le hace en los pobres, se enrola, junto con D. Jaime Cessat, en este movimiento. Su amistad con D. Jaime seguirá desde Barcelona y, después, desde Zaragoza. Los dos sueñan con un ambicioso proyecto y ambos se dedicarán con gran celo a promover en los/as jóvenes del Principado vocaciones para realizarlo.

Cuando el P. Juan llegue al Hospital de la Santa Cruz de Barcelona, se encontrará con grupos de jóvenes que dedican parte de su tiempo voluntariamente, y como compromiso cristiano, al servicio de los enfermos y niños de dicho Hospital y de su Inclusa. Entre estos jóvenes, está María Rafols. Ambos se encuentran y sus caminos convergen, como también sus preocupaciones y objetivos. En María Rafols ha despertado con fuerza el deseo de consagrar su vida al alivio de los pobres, de los que sufren y tienen necesidad de ayuda, de comprensión y de amor.

A partir de este momento, y sobre la base de su vocación sacerdotal y evangelizadora, se descubren en el P. Juan tres facetas, que se conjugan y complementan en la medida que se lo permiten las circunstancias y especialmente la Ilma. Sitiada: Fundador, Pasionero, Limosnero-Veredero.

Padre Juan Bonal: Fundador

Muy pronto manifestó el Señor la forma concreta con que quería llevar a la práctica lo que el Espíritu Santo había hecho nacer ya en los corazones de Juan Bonal y María Rafols. Esta intuición se hizo luz en la llamada que la Junta del Hospital Real y General de Ntra. Sra. de Gracia de Zaragoza, hizo a la Junta del Hospital de la Santa Cruz de Barcelona.

Fundado por el Rey Alfonso V de Aragón, en 1425, el Hospital de Ntra. Sra. de Gracia abría sus puertas a todos los enfermos y desvalidos que se presentaban, de cualquier nacionalidad y creencias religiosas. La CARIDAD, de acuerdo al título que el Hospital ostentaba “Domus infirmorum urbis et orbis”, se ejercía con todos y en cualquier idioma que fuese solicitado. De hecho tenía que haber sacerdotes que supieran francés, italiano, vascuence, etc.

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Siempre se había mimado la asistencia a los allí acogidos, pero, desde finales del s. XVIII, la situación había cambiado totalmente. Imperaba el desorden y la relajación en él y, como consecuencia, la falta de atención que sufrían enfermos y niños era muy grande. La Sitiada, después de haberle fracasado otros intentos, solicitó al Hospital de la Santa Cruz, la ayuda de las Hermandades que estaban naciendo en dicho Hospital. Dicha Junta accedió a que su Vicario, Mosen Juan Bonal, con un joven catalán, se trasladase en septiembre de ese mismo año (1804) a Zaragoza.

Llegado a la ciudad, se puso en contacto con el Presidente de la Sitiada, quien dio cuenta a la Junta de la propuesta que traía Bonal y acordó que se quedase en el Hospital el tiempo necesario para que pudiera darse cuenta de las necesidades que éste tenía.

Más de un mes permaneció en él, visitando continuamente las salas y los distintos departamentos, observando atentamente para tener una visión real de las necesidades y poder preparar el personal que tenía que traer. La Sitiada le advirtió “que las necesidades de aquel Hospital irían en aumento y el trabajo sería duro”.

La Junta, por su parte, examinó el Cuadernito que había presentado el P. Juan y el 24 de septiembre se firmaron los pactos. De momento se concertó la venida sólo de doce Hermanos. Más tarde, en noviembre, la Sitiada le escribe pidiendo, también, 12 Hermanas.

A mediados de diciembre emprenden el viaje a Zaragoza. Las lluvias lo hicieron duro y pesado. Llegaron a la ciudad el 28 de diciembre de 1804. “Era de noche y diluviaba”.

La Sitiada dispuso que saliese el Mayordomo al camino del Gállego, con los coches de los Regidores, a su encuentro, llegando al Pilar donde

“juntas ambas Hermandades entraron en la Santa Capilla, hicieron oración, presentándose a Nuestra Señora pidiéndole la protección y amparo para desempeñar con caridad y fervor el destino a que venían”. (MJB I, p. 151).La Hermandad nació fuertemente enraizada en el Pilar, y a su sombra ha crecido. Por eso reza el manto dedicado por la Congregación a la Virgen: “Junto a ti nacimos, crecimos y estamos”.

Desde el Pilar, toda la comitiva se encaminó hacia el Hospital. Allí les esperaba la Sitiada en corporación y un inmenso gentío que se había congregado en la Iglesia y en el gran patio central. El alborozo fue general. Sin embargo

“no faltó una lengua maligna que, al subir la escalera principal las Hermanas, prorrumpió la imprecación siguiente: «¡Así se rompieran las piernas antes de llegar arriba!». Esto... indicaba el descontento de cierta clase de sirvientes... que no querían tener a la vista... testigos... de sus acciones” (cf. MJB I, p. 151).Dos años después, el 19-V-1807, las Hermanas se establecerán en el Hospital y

Casa de Misericordia de Huesca conducidas por el P. Juan Bonal. Al año siguiente, en mayo de 1808, desaparecerá la comunidad de Hermanos.

Padre Juan: Pasionero

Tras su establecimiento en Zaragoza, la Sitiada le adjudicó la plaza de Pasionero

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Penitenciario, del Hospital Real y General de Ntra. Sra. de Gracia, con el fin de que, al mismo tiempo que desempeñaba su labor pastoral junto al mundo del dolor, pudiera estar al frente de las Hermandades.

Misión de los pasioneros en el Hospital era consolar

“a los enfermos, por eso vivían con ellos, especialmente en los últimos momentos, recordándoles los trabajos que el Señor sufrió en su dolorosa Pasión. De aquí tomaron el nombre de Pasioneros.

Su servicio era alterno y tan riguroso que, mientras duraba, no podían salir de las salas sin causa grave. Pasaban, pues, la vida con los enfermos. Convivencia íntima de la que surgió el interés por remediar las deficiencias que siempre existen en el cuidado de los pobres, interés que se vio recompensado con el afecto y simpatía que les profesaron las clases más humildes” (A. Baquero: “Bosquejo histórico del Hospital N.S.G.”, p. 29-30).D. Ignacio Tellechea, nos dirá, que el P. Juan venía ya amaestrado en este oficio

por los servicios que había realizado en el Hospital de Reus. La persona, con y en su situación concreta, será para él su gran preocupación. Llegar a su mundo interior y poner en él la luz y el consuelo de Dios, la esperanza que nace de la fe, su tarea. Y esto ahora con los enfermos, pero esta misma preocupación era la que en Reus le movía a darse sin medida a los niños y jóvenes que educaba, a las doncellas abandonadas, a los que llegaban a él en el confesonario, buscando paz. Por eso pudo hablarnos con tanta fuerza de la necesidad de acercarnos a las personas no sólo con los oídos abiertos, sino ante todo con el corazón: Acoger siempre, pero desde dentro, “con MUCHO amor”, volcando el corazón en la mirada y en la mano que se les tiende.

El P. Bonal, en los tres primeros años de presencia en el Hospital, se dedicó con toda entrega a los enfermos, parturientas, tiñosos y niños abandonados que en él estaban. Fueron años de paz y trabajo. Ntra. Sra. de Gracia era un vasto edificio, bien dotado de rentas, con teatro anatómico y aplicación de terapias con los dementes que se estudiaban hasta en la Universidad de París. Era campo abonado para el ejercicio de la misericordia.

Pero este clima de paz, pronto quedó roto por el chasquido de las bayonetas. La guerra estaba a las puertas.

El 15 de junio de 1808, las huestes del General Lefebre llegan ante los muros de la ciudad, siendo rechazadas en las tres puertas: Carmen, Portillo y Santa Engracia. A partir de este momento, se pondrá a prueba la donación y entrega del P. Juan y de su pequeña Hermandad, al frente de la cual está María Rafols.

El Hospital “urbis et orbis” abre sus puertas a la afluencia de heridos, que por momentos se multiplican. Nada se escatima y todo se da.

El 31 de julio, se recrudeció el bombardeo y continuó el 1 y 2 de agosto. “Llovían los proyectiles...”, dicen los documentos. Desde el primer momento, pareció ser el Hospital el blanco.

“Al tercer día hubo que desalojarlo y llevar toda la población doliente a la Lonja de la ciudad y a las Casas de la Audiencia” (M. Pano: “La condesa de Bureta”, p. 161).

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El traslado fue escalofriante. El derroche de abnegación, serenidad y heroísmo por parte de las Hermanas, con M. Rafols y P. Juan, desafiando la lluvia de balas y proyectiles, fue extraordinario. Los locos huyeron entre las llamas al ser incendiado el Hospital. Todas las medidas se rompen: crece el número de enfermos y de heridos de guerra.

“Hay paisanos y militares..., franceses y españoles... También se rompen las medidas de la donación y de la entrega... Celo extraordinario es la palabra justa para Bonal” (cf. MJB I, p. XXI-XXII).Si antes de ser destruido el Hospital su presencia se multiplica pasando del

Hospital General al de Granaderos, de éste al de San Felipe, después de quedar reducido a cenizas, todavía más. Los enfermos y heridos reclaman su presencia en las calles y en los distintos hospitales instalados con urgencia.

Dice un documento firmado por D. Vicente Ximénez, el 20-II-1820:“Durante los dos Sitios trabajo D. Juan con un celo extraordinario en la asistencia de los pobres enfermos, militares y paisanos, del expresado Hospital General, concurriendo al mismo tiempo a administrar los Santos Sacramentos a 500 ó 600 granaderos enfermos y heridos que estaban sin capellán y privados de la espiritual asistencia, colocados en el cuartel de Convalecientes, e igual beneficio prestó a 300 ó 400 militares en el hospital erigido en casa de la Señora Duquesa de Villahermosa” (MJB I, p. 111).Surgen nuevas necesidades. El Hospital, que perdió todo entre las llamas

después de aquel fatídico día 4 de agosto, se vio sumido en una gran pobreza. “Los Señores Regidores se encuentran impotentes para acoger la avalancha de heridos”. (MJB I, p. XXII). No hay comida, y el P. Juan se lanza a la calle con varias Hermanas a pedir.

“Se logró la recolección de cosas de importancia, de dinero, ropas y otros artículos, todos invertidos a mayor bien de los enfermos, militares y paisanos” (MJB I, p. 128).Son sus primeros pasos como limosnero, actividad a la que tantas horas dedicará

después. Ante tanta muerte y tanto herido, su corazón se desgarra y trata de convencer

de la necesidad de la paz. Es precisamente el Barón de Lejeune, francés, presente entre los sitiadores, quien describe con todo detalle este incidente en sus “Memoires du General Lejeune”:

“Un día, uno de estos sacerdotes, de figura venerable, de porte majestuoso y de elevada estatura, avanzó hacia nosotros traspasando las trincheras del Arrabal, revestido con sus hábitos sacerdotales y llevando en la mano un crucifijo. Avanzaba con paso resuelto y grave, sin preocuparse de los peligros que le rodeaban. Su aspecto, lleno de confianza, era el de un hombre que inspirado por la voz de Dios dijese: «Señor, sigo tus órdenes, desvía los perversos designios del enemigo». Cuando estuvo lo bastante cerca de nuestras avanzadas para poderse hacer oír de ellos, se detuvo y pronunció con voz sólida y firme, en nombre de la religión, una exhortación conmovedora para que desistiéramos de atacar inútilmente una ciudad que la Santísima Virgen del Pilar tenía bajo su divino amparo. Varias veces se le invitó a que desistiese de la misión que tan

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valerosamente desempeñaba; pero él insistía en ella y sólo cuando oyó varios disparos hechos al aire en derredor suyo, determinó de alejarse de un auditorio tan mal dispuesto a escucharle y pudo entrar en la ciudad sin accidente” (MJB I, p. 10-11)El 14-VIII-1808, levantó el cercó el ejército francés y se retiró hacia el norte, para

volver, bajo el mando del Mariscal Lannes, el 20 de diciembre. Dos meses duró el segundo Sitio. En la noche del 20 al 21 de febrero de 1809, se firmó la capitulación. El hambre y la peste fueron el enemigo más cruel. Llegó a faltar todo. Cercada duramente la ciudad, no hubo otra posibilidad para entrar alimentos y medicinas que las que lograba María Rafols en sus salidas arriesgadas al campamento francés. Zaragoza quedó reducida a un montón de escombros, con muchos cadáveres sin poder enterrar.

Para Juan Bonal la guerra no terminó al firmarse las capitulaciones. Rendida la ciudad, la epidemia y el desencanto se adueñan del ambiente. Zaragoza vive momentos muy difíciles, donde todo escasea. La pobreza y la miseria aumentan día a día y el número de prisioneros en manos de los franceses es muy grande. El corazón del P. Juan no puede descansar y, en medio de grandes dificultades, mal comido y agotado, se multiplicará para llegar hasta ellos y llevarles su ayuda espiritual, comida, vestidos y consuelo. Cada día cruzará varias veces Zaragoza, desde el cuartel de Torrero, hasta el convento de San Lázaro, junto al Ebro, sin temor a los fríos, los hielos, el viento y el sol.

“Dominada esta ciudad por las tropas de Napoleón y arrinconados por estas los militares españoles en el convento de San Lázaro, sin haberles proporcionado los auxilios espirituales, sin embargo de las obligaciones de su empleo y la larga distancia de uno a otro Hospital, pasó casi diariamente por espacio de cinco meses a administrar los Santos Sacramentos a los nobles españoles enfermos constituidos en el mencionado Hospital, sin olvidarse de pedir limosna para mejorar su alimento y vestido, de modo que con la asistencia precitada, que fue mientras hubo enfermos, murieron unos asistidos según dispone nuestra Santa Madre la Iglesia, y los otros que alcanzaron salud, lograron el beneficio de las limosnas, y la mayor parte restituirse a sus Cuerpos o a sus casas” (MJB I, p. 128).Pero su atención a los prisioneros no terminó aquí:“Desde la entrada de los franceses hasta que salieron, se ha ocupado a favor de los prisioneros, pidiendo públicamente en las calles, puertas de las iglesias, con cuyas limosnas se calzaban, vestían, alimentaban y, con esto, algunos lograban fugarse” (MJB I, p. 13).Otro documento lo expresa así:“Que desde la entrada de las tropas de Napoleón a esta ciudad hasta que salieron, se ocupó con toda caridad en favorecer a los prisioneros españoles pidiendo públicamente para ellos en las puertas de las iglesias y por las calles y con las limosnas que recogían se calzaban unos, vestían y alimentaban otros, y por estos medios ayudaban a muchos a lograr su libertad; y se habilitaban para defender la justa causa, procurando por otra parte otros oficios caritativos a beneficio de los cautivos españoles, buscando personas que hablasen a su favor o haciéndolo por sí mismo, contribuyendo por este medio al alivio de muchos y, junto con las Hermanas de la Caridad, logró que dos españoles sentenciados a

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muerte quedasen libres”.

Y sigue este mismo documento:“Que redimió a varios prisioneros, con sus cortos intereses, y buscó a este objeto cantidades prestadas de alguna entidad.

Que por mucho tiempo pasó a confesar a los prisioneros enfermos conducidos de varios puntos al Hospital Militar de las tropas de Napoleón, hasta que logró se estableciesen dos religiosos para la asistencia y consuelo de los referidos.

Que asistió a diferentes sentenciados y fue reprendido injustamente una vez por el gobierno intruso por el valor y fervor con que los animaba” (cf. MJB I, p. 128-129).En 1811 inicia su mandato la Sitiada afrancesada, bajo la presidencia del Obispo

Fray Miguel Suárez de Santander. La injerencia en la vida de la Hermandad es total y llega a los detalles más pequeños. Quiere hacerse con el control de la misma y para ello aleja de la comunidad los dos timones que la dirigen: al P. Juan Bonal, a quien le prohiben confesar a las Hermanas y ocupar el cuarto del carpintero, que quedaba próximo a la comunidad, y a M. Rafols que quedó sometida a un ostracismo total y se la aleja del Hospital enviándola al Orcajo de Daroca con la ¿excusa? de acompañar a una Hermana delicada.

Restablecida la antigua Sitiada (12-VIII-1813), al retirarse los franceses, se le prohibe al P. Juan que hable con las Hermanas de “cosas de Hermandad” y, para separarlo de ella y del Hospital, agobiada la Junta por la penuria económica que éste sufría, “excitó su celo” para que saliera a pedir por la ciudad y los pueblos (Sit. 22-XI y 02-XII de 1813).

Ante esta actitud de la Junta que trata de una manera tan desconsiderada al P. Juan Bonal y a las mismas Hermanas, uno se pregunta ¿por qué no dejaron el Hospital de Ntra. Sra. de Gracia y se fueron a otros hospitales que pedían con gran insistencia su presencia? Sólo una palabra justifica su respuesta: CARIDAD. Una CARIDAD vivida hasta el límite, hasta el heroísmo y que, desde los enfermos y niños, está exigiendo su permanencia para paliar sus sufrimientos y la extrema pobreza que padece el Centro. Y el P. Bonal aceptará el reto que le brindan y él, el profesor que ha ganado tres oposiciones, que es “teólogo, examinador sinodal de la Nunciatura Apostólica”, se prestará a convertirse en mendigo de los pobres del Hospital de Zaragoza. Pocas veces verá ya el rostro de sus enfermos, pero los llevará siempre en su corazón en el largo recorrido por los pueblos de aquella España rota y empobrecida por la guerra. Le cerrarán caminos pero él sabrá aprovechar todas las situaciones para abrir otros nuevos. En su nuevo oficio de limosnero, sabrá transformar las veredas en cauce para el anuncio de la Buena Nueva de Jesús.

Padre Juan Bonal: Limosnero-Veredero

Aquí empieza una nueva etapa de noche oscura, de humillaciones para el P. Juan, de desconfianzas y fiscalizaciones. Sus veredas se convertirán, en algunos momentos, en un verdadero calvario. Le contabilizarán hasta el último maravedí.

El estado del hospital después de los Sitios, es de miseria y “el hambre de cada

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mañana no espera los cambios estructurales” (J.I. Tellechea).El P. Juan se lanza a la calle, junto con las Hermanas, a pedir. Será “el gran

embajador de los pobres” durante los veinte años de vida que le quedan (1809-1829).En octubre de 1814, propone salir fuera de la ciudad, por los pueblos del Reino

de Aragón. Es el limosnero integral:“mientras alargaba la mano para pedir hilazas o judías para sus pobres, él dejaba en el corazón de sus donantes bondad y luz”.

En octubre de 1815, sale Ebro arriba: Rioja, Navarra, Vascongadas... Regresa el 6-VII-1816. Había pasado por unas 140 villas.

En carta a la Sitiada, expone las motivaciones que le inducen a pedir:“Atendiendo que el primero y principal móvil de este objeto ha sido sacrificarse para bien de los pobres, sin atender las inclemencias de los tiempos y otros trabajos que gloriosamente se pueden sólo padecer mirando únicamente un objeto tan sagrado” (carta 8).Claramente expresa en estas palabras

Una meta: el bien de los pobres.Un camino: el trabajo, el sacrificio.Un móvil: la caridad que transforma el servicio a los pobres en algo sagrado.

Los itinerarios van ampliándose cada vez más:“Sólo ver el mapa de las «veredas» asusta. Meterse en la historia, profundizando en ellas, causa admiración y asombro, recorriendo caminos por aquella España terriblemente empobrecida. Llena de miseria material y moral. Escribía poco el P. Juan, porque no tenía tiempo, pero si hubiera escrito su diario «nos hubiese dejado un relato más negro y sangrante que el que, con sus pinceles, describiera Goya»”.

En la vereda de 1817-1818, la Sitiada le somete al férreo control de su ayudante Sanclemente, que le acusa y ridiculiza, en un largo epistolario ante el Contador Mayor.

Sanclemente tachará al P. Juan de terco que“hace un abuso total de las bulas, pues a muchos se les da por un real de vellón y, a la mayor parte, por media peseta y ha habido algunos que por seis cuartos y también, algunas gratis” (carta 42).Dirá en otras cartas:“Desde que hemos entrado en Cataluña no sabe más que predicar en catalán y confesar” (carta 45)... “Ya le dije que se está en el confesonario... hasta las cuatro” (carta 47)...”Debo decirle que se pierde el tiempo y se perderá porque el P. Juan no quiere dejar de misionar” (carta 53)... “y ha dicho claramente que más estima predicar y confesar que hacer la limosna...” (carta 58).“No sabe salir de un pueblo que a su parecer produzca algún efecto sus sermones misionales... Como tenga concurrencia en el confesonario, nada se le da estar seis u ocho días... Yo se lo aviso a fin de que tome usted las medidas oportunas” (carta 62)... “Todo el mundo hace mofa de él” (carta 66).

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Le acusa de que predica contra ricos:“... para pedir limosna no es necesario ir con espada en la mano, sí es con mucha monita y granjearse las voluntades de los sujetos que nos puedan favorecer. Todo esto no es capaz de hacerlo, pues en los pueblos, donde le permiten subir al púlpito, no hace más que ir contra los ricos, y por último les dice que se irán al infierno”. (carta 69).Por fin la Sitiada interviene, le hecha una regañina y le prohibe predicar (cf. Carta

67) y no detenerse en cada pueblo más de tres días.¿Qué contesta él?“Muy Señor mío: Recibí la apreciable de V.M.... y a ella respondo que pondré en practica lo dispuesto por la Ilma. Sitiada, sin embargo que evidenciaré lo que hay sobre este asunto. Y bien creo que la Ilma. Junta, deseosa de la Verdad, verá con claridad la cosa...” (carta 71).Pero las quejas de Sanclemente siguen: “No hay quien le saque del confesonario” (carta 70).

y ya el 27-IV-1818 acuerda la Sitiada que vuelvan al Hospital e interrumpan la vereda. El P. Juan contesta, como siempre, con pocas palabras, pero sin acritud:

“He recibido el apreciable de usted... en el que me dice lo determinado por la Ilma. Sitiada. Regresaremos, D.m., a la mayor brevedad, procurando que el regreso no sea gravoso a la Santa Casa. Caminaré de acuerdo con D. Vicente Oliver y demás...” (carta 75).El P. Juan, con toda la comitiva, se pone en marcha para Zaragoza, pidiendo por

los pueblos por donde pasa. Sanclemente sigue escribiendo a Santolaria y éste escribe a Sanclemente “que por orden de la Sitiada se retiren inmediatamente a ésta, camino recto sin detenerse en parte alguna” (carta 79). Encima no le pagan y le descuentan la gratificación prometida, lo correspondiente al coro y seis meses de sueldo (carta 82).

Al llegar a Zaragoza, todos desaparecen. Todos, menos el P. Juan. Precisamente en ese momento, la Junta tiene grandes dificultades para despachar los billetes de la rifa... Y es el P. Juan quien se prestará a ir de pueblo en pueblo durante varios años (1819-1821), a vender números para la rifa de las alhajas y del cerdo de 17 arrobas. La Sitiada tiene que reconocer que es el único que está siempre disponible, siempre dispuesto al sacrificio hasta el final.

Lo admirable del P. Juan es, que ante tanta falta de consideración, siempre responderá evangélicamente. El tema de su predicación, en las veredas, será la reconciliación y el perdón en una sociedad enfrentada por los agravios de la guerra pasada. Él se empeñará en ser paz y hacer paz. Por eso no cabe en él la acritud. Amante de la verdad, la defenderá siempre, pero armonizándola con la firmeza y el amor.

El P. Juan ante tanta falta desconsideración responde siempre con sencillez evangélica, con bondad, sin acritud: No se queja, no se excusa, no acusa a nadie, obedece con sencillez, nunca se defiende y responde a los desaires con el silencio y haciendo siempre el bien.

Dos años más tarde, D. Vicente Ximénez, Presidente de la Sitiada, escribía de la vereda del P. Juan:

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“Que en esta última salida, además de haberse ocupado en la citada recolección de limosnas, se ha ejercitado en el ministerio de misionar en el Obispado de Tortosa y el Arzobispado de Valencia, logrando una asistencia más que ordinaria de las gentes, concluyendo sus sermones con un llanto universal, resultándole de ellos un confesonario muy concurrido en los días que podía permanecer en cada pueblo, y otros buenos efectos que produce la divina gracia en los corazones de los que oyen con gusto y sencillez la divina Palabra” (20-II-1820).Posteriormente, desde 1822 hasta su muerte (1829), continuará sus veredas y

hará de ellas plataforma de evangelización. Pide con humildad pero ofrece a cambio la riqueza de su palabra, su perdón y su paz a la gente sencilla de pueblos pequeñísimos. Sabe que ellos también tienen derecho a recibir el mensaje de Jesús y a iluminar sus vidas con la luz de su Palabra.

Padre Juan pondrá el mismo interés en remediar la miseria material que espiritual. Pedirá licencias a los señores Obispos y al Sr. Nuncio para poder perdonar pecados reservados, en este último caso, a la Santa Sede, y “revalidar matrimonios contraidos con impedimentos dirimentes, con buena fe y precedidas las proclamas” que creaban verdaderos problemas de conciencia. En el corazón de todos, al recibir el perdón de Dios, dejaba la paz.

En estos años seguirá trabajando por liberar al Hospital de la miseria, pero también, y con gran fuerza, por liberar los espíritus del pecado y de la angustia. (Cartas 85-88).

Luchador infatigable, nunca le detienen las acusaciones ni las malas interpretaciones de sus hechos. Pacientemente y con humildad las asumirá y seguirá luchando por sus pobres, por salvar al Hospital de la miseria. Pero nada le detiene, tampoco, en su entrega por desparramar el perdón, la reconciliación, el amor, la paz, el Evangelio de Jesús, y se dolerá de la falta de acogida a este mensaje por algunas personas. En la carta 125 dice:

“No puedo explicarme... pero no gustó a todos que yo confirmara la doctrina del Ilmo. Sr. Obispo de Palencia, excitando a la Santa Paz y unión...”

Y sufrirá cuando se muestren insensibles a la pobreza del hospital:“Siento entrañablemente la indiferencia con que miran varios curas de este Reino a nuestro Hospital y el poco aprecio que hacen de nuestra comisión... Siento mucho el escribir estas cosas” (carta 141).No busca el reconocimiento:“Si por fortuna le llegan a hacer algún agasajo en alguna de las casas en donde nos alojan..., dice el ayudante, no quiere nos aproximemos a ella” (carta 74).La sitiada llegará a reconocer, ante la evidencia de los hechos, la talla y talante

evangélico del P. Juan, a quien el Sr. Obispo de Palencia, en carta dirigida a la Sitiada, le llama “digno operario de la Sitiada” alabando de nuevo “su decoro” y expresando “su afecto y finísima consideración que le es propia” (carta 107).

Su actitud fue siempre evangélica. Por eso, dice D. Ignacio, entra de lleno en el grupo de los “anawin”, verdaderos “pobres de espíritu”, “humildes y sencillos de corazón. Esta actitud es la que le hace superar las desconfianzas de la Sitiada y de los

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compañeros, las calumnias y llegar a ser considerado, en alguna ocasión, como un vulgar malhechor en aquella España de tanto vandalismo por los caminos.

Incidente con el Consejo de Navarra en 1828

La proximidad de Navarra a Zaragoza, le permitía beneficiarse un tanto de la asistencia a los dementes y cuidado de los niños expósitos. En contrapartida, Navarra era tierra a la que se podía pedir ayuda económica en tiempos de necesidad.

Se había iniciado la vereda de 1828. El 04-IX-1828, el Consejo Real de Navarra tomó el acuerdo de prohibir toda cuestación en el Reino, incluida la del Hospital de Zaragoza. Las cantidades ya recogidas, en trigo y en dinero, intervenidas a Mosen Bonal debían ser devueltas a sus donantes por los justicias de los pueblos mediante devolución de los impresos entregados por el sacerdote limosnero. El P. Juan lo comunicó a la Sitiada para que ésta escribiera al Consejo de Navarra:

“Señor D. Agustín: Le hago a usted memoria que conviene mucho que se adelanten los asuntos del Conejo de Navarra, pues como yo veo las pérdidas grandes que se originan de la demora, me tienen afligido, como también el cuidado de los Hermanos de dicho Reino que esperaban con grande ansia que el Hospital cantase Victoria y ellos participar de la misma. D. Jenaro estaba impaciente y éste le dijo que hasta el martes había estado fuera de Zaragoza. Todo sea por Dios. L.M. de V. Juan Bonal, Pbro.” (carta 152).Añade a la carta esta nota:“Dios nos valga. Después de escrita ésta, viene la Justicia, me arrebata los papeles y me lleva a la Casa de la Villa (todo sea por amor de Dios), con silencio por calles y plazas, y en ella me dicen tienen orden del Supremo Consejo para impedirme el pedir y cobrar, y que cuanto he hecho en éste y otros pueblos, está prohibido y ha de volver a sus dueños el dinero, trigo, etc. Gran Dios, dadme paciencia. Solicito una noticia de la orden con vivas y reiteradas instancias, y quizá con imperio. Jesús, nada consigo. Dicen, mañana. Vamos a descansar, pues son las once de la noche. Vuelvo a las cinco y cerca de las nueve me dan audiencia. Consigo prohibición. Incluyo copia para que la Ilma. Sitiada obre en orden de ella etc. (Una cruz por firma). (MJB I, p. 249-250). (carta 151).Por fin llega el informe de la Sitiada para el Consejo de Navarra, en el que se

detalla, entre otras cosas, la labor realizada por el P. Juan:“... habiéndose limitado el referido Pbro. D. Juan Bonal, a explicar su comisión y predicar el arrepentimiento de los pecados, la paz y unión de los pueblos, recomendando la sumisión y respeto a las Autoridades, y en vez de obligar a los fieles, a excitar su celo y compasión por los pobres dolientes, a fin de que se incorporasen voluntariamente a la Archicofradía de Ntra. Sra. de Gracia y contribuyen con limosnas igualmente voluntarias y moderadas, de cuya conducta y demás cargos han sido testigos presenciales los Curas y Justicias de los Pueblos”. (MJB I, p. 253).El P. Juan contesta al Secretario de la Sitiada:“Gracias a Dios que llegaron las licencias originales a mis manos, después de haber tenido dos tropiezos; y el uno fue de tal calidad, que se me impidió hasta

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celebrar y sucedió lo mismo que yo había escrito a usted antes. En estos casos debe reinar la paciencia y prudencia: dejemos esto y vayamos a mis asuntos. Ya insinué a usted que el alistamiento iba muy bien; de modo que si se continúa así se sacará un caudal del Reino de Navarra, verificado el alistamiento y postulación en el mismo, y se alistan más del doble que en Aragón, sin embargo que algunos Curas Párrocos, como tengo dicho miran nuestra comisión con frialdad.

Las penalidades de Mosen Juan Bonal detenido como un vulgar malhechor, perdido el fruto de sus esfuerzos, velando y madrugando, haciendo ejercicios de paciencia, hablan bastante de su caridad heroica” (Navarra y el H. Nª Sª de Gracia, p. 216-218).

Testimonio de los Obispos

El testimonio de los Obispos donde hace la vereda es impresionante. Estos verán en él

un hombre de Dios, un hombre de esperanza,luchador infatigable que no se arredra ante las dificultades,que sabe abrirse camino de evangelización cuando otros caminos se le cierran,paciente y perseverante, movido siempre por una esperanza activa que le lleva a la entrega total de sí mismo y a salvar todos los obstáculos que le impiden “hacer el bien” y ser expresión y anuncio de la “Buena Nueva”.

En diversas cartas reconocerán su heroísmo en la entrega callada y humilde:“Que el presbítero D. Juan Bonal desempeña esta penosa y ardua comisión gratuitamente y por puro celo y caridad por los pobres, y que sus ayudantes perciben una módica retribución” (MJB II, p. 129).“Siga usted trabajando con el ardiente celo que le anima en el ministerio de la reconciliación de los hombres con Dios...” (carta 103). “Es verdad que estos penoso ministerios le ocasionan grandes disgustos y sacrificios, pero... Dios Nuestro Señor... hace que sus trabajos sean fecundos y usted mismo vea con gran consuelo el fruto que hace en las almas por cuantas partes pasa” (carta 170).“Mi Señor (Obispo) está pasando pena por usted hasta saber si lleva todos los permisos, aunque cree que estos impedimentos que tratan de poner es obra del demonio que, rabioso del mucho fruto que usted hace en las almas con su buen ejemplo, predicación y en el confesonario, quiere estorbarlo de un modo o de otro...

Aún estamos asombrados del fruto que usted hizo aquí en todas las clases sociales; la verdad que fue una cosa nunca vista aquella compunción en las almas tan general (que) sólo podía dimanar de Dios Nuestro Señor que derramaba su gracia en las almas por medio de usted. Dé gracias al Todopoderoso por esa vocación tan excelente que le ha dado para trabajar sin descanso por su divina gloria...

Muy laudables serán sin duda, a los ojos de Dios, los continuos sacrificios que se

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impone para llevar las almas al buen camino... confesando hasta altas horas de la madrugada y demás ministerios penosos que consigo llevan estos cargos” (carta 121).Y el P. Juan ¿qué dice de sí mismo? Nada o casi nada. A él, sólo le preocupan sus pobres, aquellos que no pueden ni saben quejarse: los dementes. En la carta que le escribe a D. Agustín Sevil, Secretario de la Sitiada, le dice:“Conviene mucho se haga la nueva habitación para los dementes, y así resplandeceran las glorias de la Virgen de Gracia como Madre de los pobres... y las gentes se animarán en lo sucesivo a procurar el alivio de los dementes. Así no hay que desmayar. Hemos de creer que el proyecto es obra de Dios, la que consolidará por los ruegos de su Madre la Virgen Santísima y perpetuará para el consuelo de los pobres, sus hijos. Me parece que, dándonos Dios vida y salud, la limosna saldrá muy regular” (carta 112).Y para las gentes que le ayudan en los pueblos a recoger la limosna, sólo tiene palabras de agradecimiento:“Los referidos me acompañaron con todo esmero y caridad en la recolección de la limosna”... “Cumplieron debida y caritativamente”, dirá de otros. “Se esmeraron los de este pueblo en socorrer a los pobres enfermos”. En todo dejaba el P. Juan la huella de su bondad. (Hna. M. Eguía: “P.J. Bonbal”, p. 90).De sí mismo dirá, en carta a D. Fausto Sainz reconociendo los calores y fríos que éste pasa en su oficina en servicio de los pobres del Hospital:“Yo también estoy andando con fríos y calores... Todo sea por gloria de Dios y se digne el Señor recibir estos trabajos en descuento de mis muchos pecados” (carta 118).La última carta que se conserva del P. Juan está escrita desde La Rioja Alavesa

(carta 168). Se alegra de los éxitos de sus compañeros y hace un elogio de ellos. No se desanima por las dificultades y sigue pensando en ir a Burgos y León. Es casi un testamento que refleja el total olvido de sí y absoluta entrega a los otros, a su gran obra de CARIDAD.

Muerte del Padre Juan

Pocos meses después, al regresar de la vereda de 1829, en el Santuario del Salz de Zuera, la muerte le encuentra, no le sorprende. Allí se retiraba con frecuencia a preparar sus veredas en busca de “desierto contemplativo”, en un lugar solitario, lleno de paz, junto al Sagrario y a los pies de Ntra. Sra. del Salz.

Hacía cinco años que el Arzobispado de Zaragoza había aprobado las Constituciones de su “pequeña Hermandad”, dando nacimiento canónico a la Congregación. Podía morir tranquilo. La ve enraizada en la Iglesia y el timón de la misma, en estos primeros momentos, en manos de María Rafols. Todo lo ha dado ya. Su vida, a jirones la ha dejado por los caminos de España, esparciendo la semilla del bien y de la paz, recogiendo para su Hospital la limosna de corazones generosos.

En el momento de su muerte dos Hermanas desde Zaragoza, y otras dos Hermanas de Huesca, llegarían a recoger su última exhortación, el último suspiro. Era todo un símbolo de fidelidad de las dos Hermandades a sus auténtico Fundador. Las

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Hermanas de Zaragoza acompañaron su cadáver hasta el Hospital.

Cartas postmortem

El mejor testamento del P. Juan son las cartas dirigidas a él que se recibieron después de su muerte. Son un testimonio de cómo aun las cosas más sencillas, las peticiones de todas las personas tenían cabida en su corazón, de cómo con sencillez evangélica, con espíritu de humildad, propio de los pobres de Yahvéh, con su bondad y caridad suscitaba la confianza de la gente sencilla. Será siempre el servidor de todos:

El 17 de agosto le escribe un párroco recomendándole a una mujer loca, a su hijo de meses, y además, le pide que le editen en el Hospital un libro de Gramática que ha compuesto. (Carta 172)Otro que va a presentarse a un examen para la Real Audiencia, le pide libros de cánones y leyes y un diccionario de Latín, y le dice que si puede desprenderse de ellos y se los regala, se lo agradecerá mucho. (carta 175)Otro le pide recomendación para una media beca para su hijo. (carta 176)Una carta muy simpática es la de Mamerta, madre de dos hijos, con una súplica parecida a la de la madre de los Zebedeos, pidiéndole para uno de sus hijos “una administración o cualquier cosa” y para el pequeño “aunque fuera paje del Obispo”. (carta 178).

Especial importancia tiene la carta escrita por D. Fermín Redín, sacerdote y fiel compañero del P. Juan en los últimos seis años de sus veredas, a D. Antonio Cartagena. Está fechada cinco días después de la muerte del P. Juan, el 24-VIII-1829, y dice así:

“Estimado amigo y compañero: Con lágrimas en los ojos, las que verterse al suelo quieren, notifico a usted el haberse muerto nuestro amado P. Juan, que en gloria descanse, al que sin embargo estará en ella, encomendará usted a Dios así como yo lo hago.

El Señor nos alcance la gracia de imitarlo en sus heroicas virtudes, en las que tantos ejemplos nos ha dejado. La verdad que no se sabe que virtud es más de admirar en él; todas me parece que se agrupan a porfía en tan santo varón, porque ¿qué fe tan grande no tenía? ¿Qué confianza en la Divina Providencia, qué humildad, qué espíritu de mortificación, qué caridad, qué prudencia y, sobre todo, qué amor de Dios? Dichoso él que con tanta fidelidad cooperó a las excelentes gracias con que Dios Nuestro Señor le dotó. Que él interceda con el Todopoderoso para que nosotros sigamos sus huellas, que no son otras que el sacrificio y la tribulación, pues que no son pocas las humillaciones y trabajos que hay que soportar para cumplir bien con este santo ministerio; pero llenar el hueco del P. Juan, imposible. Sólo él, por ser tan santo como era. Estamos apenados todos los que hemos tenido la suerte de vivir con él por las pocas consideraciones que hemos tenido y ahora es cuando nos damos cuenta de la joya que hemos perdido. También el Hospital ha sufrido una grande pérdida, porque, faltando las exhortaciones del P. Juan que conmovían las entrañas más endurecidas, no se mostrarán los pueblos tan pródigos como lo han sido hasta la fecha...” (carta 173).Es el retrato más bello que nos pudo dejar el P. Juan. De él dirá D. José Ignacio

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Tellechea:“... a lo largo y ancho de gran parte de la geografía española, la vida de Bonal discurre sin pausa en el servicio de los enfermos, o mejor, se consume en aras de la CARIDAD, de una CARIDAD auténticamente heroica.

Si el heroísmo se manifiesta aparentemente con más fulgor en momentos que parecen exigir hasta el último aliento de las posibilidades humanas, como fueron los de los Sitios, no es menor en los largos años de paz que siguieron a aquellas efemérides sufridas por la ciudad inmortal.

Sólo con heroísmo se puede asistir a los prisioneros apestados de Torrero, pedir limosna por las calles de Zaragoza, recorrer pueblos en demanda de limosnas sin rechazar las ofertas más modestas, como trapos, etc.

Sólo con heroísmo se pueden sufrir incomodidades, humillaciones, inclemencias del tiempo, peligros de bandoleros, escrupulosas rendiciones de cuentas, separación de la Hermandad por él fundada, hasta detenciones y secuestro de las limosnas...

Sólo con heroísmo se recorren las interminables listas de ciudades y pueblos visitados en que se registra hasta el último maravedí cobrado o gastado, mientras se silencia el cupo de fatiga, de dolor y de desprecio que suponía tan pesado ministerio, y la irradiación espiritual que implicaban la predicación y sobre todo las largas horas transcurridas en la penumbra del confesonario.

Existe un heroísmo fulgurante y aparatoso, y otro silencioso y sin brillo. De ambos se puede hablar en la vida de Mosen Bonal y acaso más del segundo que del primero, a lo menos fue más continuado y no tuvo la compensación de la gloria humana” (cf. MJB I, p. XVI).

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PADRE JUAN BONAL: EVANGEL IZADOR INCANSABLE

Una de las facetas que más destacaron en el P. Juan fue su inquietud evangelizadora.

Desde que se hizo luz en su mente y en su corazón la vocación sacerdotal, se sintió fuertemente urgido por el Espíritu a evangelizar, a hacer de su vida, de su palabra y de su obra, proclamación de la Buena Nueva de Jesús. Como San Pablo podía decir: “¡Ay de mí si no evangelizare!” (1Cor, 9-16).

Para ser fiel a ello renunciará a todo lo que puede dificultar su plena dedicación. Renunciará a ser “el hereu” de su casa, a la cátedra de Reus y, antes, a las otras dos oposiciones a Ripoll y Sampedor. Y, cuando la Junta le prohiba realizar su acción pastoral junto a los enfermos y Hermanas, aceptará convertirse en “limosnero del Hospital” para transformar sus largas “veredas”, en cauce de evangelización:

“¡Qué sería recorrer, a lomo de mula, tantos lugares con la siempre despreciada misión de pedir!. Desde el punto de vista del Hospital, solo interesaban los ingresos, Sabemos muy bien que desde el punto de vista de Bonal interesaba también la irradiación espiritual. Sólo Dios conoce sus sermones y pláticas, y las inacabables horas transcurridas en los confesonarios... Bonal recaudaba para el Hospital, no para sí. Y esparcía perdón, enseñanza, ánimo, palabras cristianas... Era un limosnero integral”. Recibía y daba. (MJB I, p. XXXIV)La fidelidad a su sacerdocio será el eje de su vida, un sacerdocio vivido como

prolongación del sacerdocio de Jesús. Hará propias las palabras del Maestro:“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4, 18-19).

Como al profeta Elías le devoró el “Celo por Yahveh” (I Re 19, 10).“Celo infatigable será la expresión más repetida con la que obispos y párrocos, compañeros de veredas y la misma Junta del Hospital, definirán, con más frecuencia la labor realizada por el P. Juan Bonal.

Facetas que destacan en el P. Juan como evangelizador

Como evangelizador, descubrimos en el P. Juan: Un hombre de profunda fe. Cree lo que vive. Jesucristo se ha hecho centro de

su vida y su Espíritu le impulsa a proclamar lo que cree.Consecuencia de su fe, será su fidelidad a su vocación cristiana vivida desde el

sacerdocio, renunciando a todo lo que pueda dificultarle la dedicación a su labor sacerdotal y de fundador.

Un hombre de esperanza. Luchará con coraje y brincará por encima de todas

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las zancadillas y dificultades que le pongan para transformar sus “veredas” en plataforma de evangelización, para ser fiel al mensaje que tiene que transmitir desde los púlpitos de cada pueblo, para sembrar en el corazón de los pobres del Hospital la confianza en Dios Padre Providente que, con sus correrías, les trae el sustento diario que necesitan, para predicar la reconciliación y el perdón que construyen la paz.

Un hombre poseído por el carisma de la CARIDAD que le llevará a exponer su vida hasta el heroísmo en los Sitios de Zaragoza, y con los prisioneros de guerra durante la Sitiada afrancesada, y a AMAR a los pobres del Hospital, enfermos y niños hasta el extremo, gastando su vida en un servicio permanente tan poco halagüeño como el de limosnero, pero que es el que ahora ellos necesitan de él. En este oficio permanecerá hasta el final de sus días.

Un hombre de “celo”, como hemos dicho.Tenía “fuego” en su corazón y su palabra era como “fuego” que derretía el hielo

de los corazones de quienes se volcaban, en larga espera, en su confesonario. Un hombre de oración: En el contacto con el Señor se iluminaba su corazón y

se fortalecía. ¡Qué fuerte es el impacto que, en este sentido, se percibe en las soledades del Salz! Oraba y oraba mucho y desde cualquier lugar:en el Hospital junto a los enfermos, cuando en él estaba,en las pequeñas iglesias de los pueblos donde hacía la limosna,en las largas caminatas que tenía que realizar para salvar la distancia de un

pueblo a otro,en aquel remanso de paz que era el Salz, junto a la Virgen que tanto amaba y

al Sagrario perdido en el monte, donde se retiraba a evaluar y preparar su corazón para las nuevas veredas.

Sólo cuando se ha tenido la experiencia de que Dios es amor, es misericordia y perdón, se puede hablar del amor, de la ternura y bondad de Dios y el corazón se libera de todo resquemor para perdonar. Se vive el gozo de Dios y se contagia.

Nos insistirá que la hospitalidad nos exige el ser hombre/mujer de paz, que construye y hace paz, unidad, fraternidad. Y, ¡cómo trabajó, en aquella España herida por la guerra, para sembrar paz, para que se abrieran las gentes al perdón mutuo y a la reconciliación, para rehacer la fraternidad de los hijos de Dios!

¿Cuál era su trabajo en las veredas? Lo resumiríamos así:acerca a los fieles a Dios a través de la predicación y de los sacramentos:

confesión, matrimonio...,infunde paz reconciliando con Dios y con los hermanos,les abre el corazón para la limosna,se acerca a sus problemas, se interesa por ellos y les ayuda.

Carisma y Evangelización en la Congregación

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Esta impronta evangelizadora es la que dejó a su pequeña Hermandad. Una Hermandad que, hecha Congregación en 1824, tiene que poner todo al servicio de la misión evangelizadora de la iglesia, que es la misión de Jesús. Por tanto, nuestras obras, nuestras casas, nuestro hacer, o son cauce de esta acción evangelizadora o no tienen ningún sentido.

¿Pero, desde dónde tiene que evangelizar una Hermandad de la Caridad?Desde su carisma, desde el don que ha recibido del Espíritu, lo que quiere decir

que tiene que anunciar el mensaje salvador de Jesucristo, pero, de manera particular, tiene que ser “presencia significativa”, muy fuerte, “en el hacer”, “en el modo de hacer” y “en el anuncio” a la personas que sirve, de los aspectos de ese mensaje evangélico que hacen una referencia más explícita al carisma de CARIDAD, que nos pide “ser expresión del infinito AMOR del Padre al mundo” y de “su MISERICORDIA” con los débiles, los pobres, los pequeños, los que sufren.

Vamos, pues, a exponer brevemente los aspectos más impportantes del carisma. Es tan fundamental que es necesario volver continuamente a él para poder aplicarlo después y en cada ministerio, de una manera concreta ahora, a vuestra tarea educativa.

Carisma

Padre Juan y Madre Rafols descubrieron la CARIDAD como “la perla preciosa” del Evangelio, y no sólo como la llamada a realizar una serie de acciones buenas en servicio de los demás, sino como algo mucho más profundo, que da contenido y sentido a todo lo que hacemos: la CARIDAD como AMOR de Dios, como VIDA de Dios que se expresa a través de todos esos servicios pero que se hace gracia de salvación en el corazón de los hermanos a los cuales servimos.

Una CARIDAD que, como dicen las Constituciones:“es universal...” (sin fronteras ni exclusión de nadie)pero con una opción muy preferencial“principalmente con los más pobres y necesitados

hecha hospitalidad...” (que expresa la manera concreta de vivir la Caridad)“hasta el heroísmo” (sin reservares nada) (C. 1991, nº 3).Es un carisma de una riqueza impresionante. Vamos a detenernos en cuatro

puntos que se apoyan en las citas bíblicas que más fuertemente les martilleó su mente y su corazón y cuyas exigencias veían concretadas en ese voto especial de hospitalidad, tal como lo entiende la Congregación: “según la vivieron los santos del Antiguo y Nuevo Testamento”, y que tiene que informar todas nuestras actividades en cualquier ministerio.

Primer punto: Se apoya en 1 Jn 4, 8. 16: “Dios es AMOR”..., la fuente de todo amor, la que el

Espíritu Santo derrama en nuestros corazones (Rom 5,5) ya en el bautismo. Nos ama con un amor infinito. Éste es el Dios que tenemos que anunciar.

Mc 12, 28-33: Es la respuesta de Jesús al escriba que le pregunta cuál es el mandamiento principal de la Ley. Jesús le responde que el mandamiento principal es éste:

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“Escucha Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y AMARÁS al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es: AMARÁS a tu prójimo como a ti mismo...”.

Esta cita pone a Dios en el centro de nuestro corazón como único Absoluto, para todo creyente, porque sólo El puede llenar los anhelos profundos del corazón humano y hacernos felices. Y para poderle amar así, nos regala su propio AMOR, para que, con este mismo AMOR, amemos a los hermanos en quienes El ha querido dejar su propia imagen.

Segundo punto: Se apoya enGén1, 27 y Mt 25, 40. 18, 5,

que nos dan la valoración y la estima que cada persona nos merece desde la fe. Con insistencia se nos dirá que“están hechos a imagen y semejanza de la Trinidad, llamados a gozar eternamente de Dios. Son hermanos nuestros en Jesucristo y en quienes Jesús quiere ser reconocido y reverenciado”.

La persona es sagrada, un sacramento de Jesús. De aquí nace la alta estima y valoración que tenemos que tener de ella, el respeto que nos merecen sus peculiaridades y la tolerancia a sus diferencias. Por eso nos repetirán que tenemos que tener

“gran sujeción a los pobres, enfermos, niños..., respetándolos y reconociéndolos por nuestros Señores, como en realidad lo son” y nos tenemos que sentir “exigidas y mandadas por aquellos a quienes servimos”.

Es la traducción más evangélica del sentido de la humildad, una de las actitudes más importantes del espíritu congregacional, junto con la sencillez: humildad que se hace servicio permanente, con toda sencillez, siempre.

Tercer punto: se apoya enJn 15, 13: “Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus

amigos.Esta cita se repetirá con muchísima frecuencia. AMAR hasta el extremo, con riesgo de la propia vida, nos exige dos actitudes permanentes. Estar dispuestas a

ofrecer la vida, en situaciones de riesgo,“no sólo por salvar la vida espiritual de nuestros prójimos, sino su salud

y vida temporal... siempre que la ocasión lo pida para mayor gloria de Dios y bien de los afligidos”.

dar la vida poco a poco, “día a día” en la acogida y servicio al hermano, hecho no sólo con AMOR, sino con el MAYOR amor, con TODO amor, con TODA delicadeza y detalle... CONTINUAMENTE, con una actitud que totaliza a la persona que se da desde dentro, como don gratuito, en la acogida y en el servicio que realiza.

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Una acogida que es cercanía y escucha, apertura del corazón al que viene a nosotros, al que nos habla, al que nos necesita.

Un servicio inmediato a la persona desde una entrega permanente por amor.

Es el heroísmo callado de cada día, de cada hora al que vosotros y nosotros estamos llamados y que supone la disponibilidad interior para estar pendiente de la persona y llegar a su situación concreta, ayudandole en todo lo que podamos hacer por ella, sin perdonarnos esfuerzo y sacrificio, porque el AMOR verdadero es el amor sufrido. La cruz y el sacrificio expresan lo que hay de verdad en ese amor. Tanto más verdadero será cuanto más se asemeje al que llevó a Jesús a la Cruz.

Este AMOR es el que, además, nos da la sensibilidad especial para intuir y captar lo que la persona necesita y para saber estar y acoger, entrar en su mundo interior para poner luz, consuelo y ternura de Dios.

Cuarto punto: Se apoya en:Lc 4, 8-19; 7, 22-23Donde la caridad, testimoniada en el servicio, se hace palabra explícita para anunciar el mensaje y la salvación de Jesús, proclamando que “Dios nos ama”.Finalmente, la CARIDAD que se expresa en la hospitalidad, tiene para nosotras un nombre especial muy concreto: MISERICORDIA, lo que significa que el AMOR que Dios pone en nuestros corazones se tiene que derramar sobre los hermanos en MISERICORDIA que es ternura, bondad, compasión, perdón..., haciéndonos “presencia del AMOR y MISERICORDIA del Padre”, que crea paz, unidad, fraternidad.

Caminos que marca el Padre Juan para hacer de la tarea educativa una plataforma de evangelización hoy: Líneas generales

El P. Juan estaba totalmente convencido que la perfección plena del hombre sólo se logra en Cristo, el Hombre perfecto, que habiendo asumido la naturaleza humana, se entrañó en ella de tal manera que la elevó y divinizó, haciéndonos hijos de Dios en Él.

En Jesús, pues, está nuestra plenitud y tender a la configuración total con Él, es la tarea que cada día tenemos que realizar personalmente cada cristiano. En esto está la santidad. Por tanto, la misión prioritaria de un educador cristiano es ayudar a los alumnos a conseguir “la configuración del hombre nuevo según Cristo... según el Evangelio” (cf. P.P., p. 30).

“Como un día Cristo vino a revelarnos al Padre... (cf. Col 1, 5), hoy, todo educador debe continuar a través de su estado y profesión la sublime vocación del Hijo de Dios (cf. L.G. 38), dando a conocer (a sus alumnos), con las palabras y con las obras el mensaje de salvación (cf. G.E. nº 7; A.A. nº 5), para impregnar todo del Espíritu de Cristo y del Evangelio. (A.A. nº 5, L.G. , 36)” (cf. Dir. nº 11), respetando, claro está, el credo de los que tienen distinta fe.

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¿Qué es, por tanto, evangelizar en el campo de la educación?

Evangelizar en el campo de la educación es lograr la integración entre fe y cultura.

Si la cultura la constituye el conjunto de ideas y saberes que condicionan las distintas formas de expresarse y vivirse la vida, el educador cristiano tendrá, como tarea fundamental, que impregnarla de valores evangélicos en todas sus facetas. De aquí, la importancia que tiene formar a la persona, objetivo primordial en la educación, ya que son éstas las que harán que la cultura, de cada momento de la historia, sea o no lugar teológico de la salvación de Jesús y que contribuya o no a crear la “civilización del AMOR”, objetivo principal de nuestro carisma.

Este fue el gran anhelo del P. Juan en todo su ser y hacer en los campos que él trabajó. En concreto, en los siete años que estuvo entregado a la tarea educadora en Reus. Instruía a sus alumnos

“en la doctrina y misterios de nuestra fe; en la práctica de la comunión...”

inspirándoles“con suavidad ... un justo horror al vicio y amor a la virtud y pureza de vida” (cf. Hna. M. Eguía: “D. Juan Bonal-Héroe de la Caridad”, p. 30)Desde esta experiencia, valoró la educación como campo propicio para sembrar

la semilla del Evangelio, y así pudo marcarnos, a nosotros educadores, pautas para lograrlo, desde la visión y la óptica que le daba el carisma recibido del Espíritu. En las Constituciones de 1805 y en la relación de la fundación de la Casa de Misericordia de Huesca, nos dirá que el objetivo de estas Casas es educar a los huérfanos y prepararlos, a través de una profunda formación cristiana, para la vida, “según su talento e inclinación” y para su inserción y servicio a la sociedad.

Para lograrlo pide que grabemos“en sus corazones... el amor santo y temor de nuestro gran Dios,los preceptos santos de su Divina Ley...,la inclinación al trabajo, el odio a la ociosidad...

Que les enseñemos a ser“exactos en las obligaciones para con Dios y puntuales en las de su estado,moderados en sus pasiones e inocentes en sus costumbres,humildes en la elevación, resignados en las desgracias y contenidos en las injurias,verdaderos en sus palabras, limpios en sus negocios, justos en sus tratos...”,

despertando en ellos su responsabilidad, como cristianos, de cara a su entorno, a la sociedad y al Estado, enseñándoles a ser

“amigos fieles, ciudadanos útiles, vasallos dóciles, buenos para Dios y para la Patria, para sí y para el Estado”,

que obren conforme a esta doctrina “en saliendo de la Casa y resultase la utilidad que se busca para la religión, la Patria y el Estado” (cf. Las H.C.S.A. en Huesca, p. 43).

Su visión de la persona es unitaria. Se pretende llegar a todas sus dimensiones, pero

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desde los valores del Evangelio.

¿Qué exige al educador/a, para hacer de su tarea cauce de evangelización?

El P. Juan cre que el educador/a, para hacer de su tarea cauce de evangelización, es preciso que

crea en la dimensión evangelizadora de su propia vocación de educador y la valore. Tenga la certeza que nada más grande puede hacer con sus alumnos que acompañarles, en el proceso de la fe, a tener una relación personal con Jesucristo, que les dé razones para creer y para esperar, para superar las dificultades de la vida con coraje y esperanza, y vivirla con una actitud gozosa de servicio,

sea hombre/mujer de fe y de esperanza, capaz de compartirla gozosamente con sus alumnos:No puede sembrar semillas de fe, ni abrir a la esperanza a sus alumnos, si su fe es

vacilante y su esperanza está dormida. “Cada día hay que encender la estrella de una nueva ilusión”.

No puede comunicarles, con convicción profunda, la Buena Noticia de que “Dios les ama”, si él no ha tenido la gozosa experiencia de ese amor.

presente el rostro verdadero del Dios que se nos ha revelado como Padre en su Hijo Jesús, haciéndonos hijos en Él, amándonos tanto que le entregó a la cruz por salvarnos.

necesita haber experimentado la alegría de saber que Jesús es Buena Noticia para él y que el camino para lograrlo es la oración. El creyente necesita orar para tener una gozosa experiencia de Dios, de un Diosque es amor, ternura, bondad, misericordia... y que principalmente lo es, con los

pequeñuelos, con los niños que él tiene que educar: “Dejad que los niños vengan a mí...”. (Lc 18, 16),

preocupado por los problemas concretos que hoy tienen nuestros alumnos, unas veces personales, otros en su propia familia, y que nos exige, a nosotros creyentes, el compromiso con sus situaciones. Tenemos que llevar a nuestra oración la preocupación por cada alumno y pedirle al Señor la sensibilidad que necesitamos para captar su situación concreta y la delicadeza para asomarnos a su mundo interior, respetando siempre su intimidad,

que nos da fortaleza para vencer las dificultades que presenta la tarea educadora hoy y para vencer todo aquello que, desde nuestro egoísmo y amor propio, puede obstaculizar nuestra labor con ellos,

que nos da, también, la audacia y el coraje, el gozo profundo para anunciar el mensaje de Jesús, transformando en resurrección todo lo que conlleva de cruz y dolor,

que alimenta en nosotros la esperanza que tenemos que llevar al hombre de hoy, hundido en la incertidumbre y en la duda y, de modo particular, a los niños, adolescentes y jóvenes. Una esperanza que trascienda la inmanencia presente y les pueda mantener, con alegría, en el esfuerzo de una superación constante expresada en el compromiso cristiano de hacer un mundo mejor, donde tenga

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asiento la civilización del amor.Tenemos que orar. Necesitamos orar para poder reflejar en la vida al Dios que

experimentamos en la oración, siendo gratuitos, generosos y alegres como nos exige las actitudes de la hospitalidad; para verle en los acontecimientos y personas, para ser BUENOS, comprensivos y misericordiosos y poder hablarles de un Dios BUENO, que siempre nos comprende y nos perdona, y quiere que nosotros respondamos con actitudes de perdón y de paz.

tiene que ser testigo

que exprese, con gestos muy concretos, que cree en lo que enseña, y que es coherente entre lo que cree y lo que vive,

que ame la vida y sea portador y defensor de la vida, ayudando a los alumnos, con el gozo y la paz que afloran en él, a vivirla dando frutos de bondad y de amor,

que use la “pedagogía del AMOR”, que es la que el P. Juan Bonal nos propone centrada en estos puntos que se derivan del carisma. Exige tener gran estima y valoración de cada alumno. El niño, el adolescente o joven

es un verdadero sacramento de Jesús. Su persona es sagrada: “el que reciba a un niño como éste, en mi nombre, a mí me recibe” (Mt 18, 5). Por tanto

cuando acogemos a un niño, acogemos a Jesús,todo desprecio, o signo de desamor, lo es también a la persona de

Jesucristo....Son “nuestros señores”, la razón de nuestra profesión y del colegio. Por encima de

todas sus limitaciones e impertinencias, el Señor quiere ser acogido en ellos. amar cada alumno con un amor sin límites. Nada podemos hacer en ellos si

no es desde el AMOR, y amarlos exige acogerlos y ayudarles poniendo en todo no sólo amor sino el MAYOR amor, con TODO amor. Y desde este amor exigirles esfuerzo de superación, uniendo la bondad con la energía. Si los “queremos”, de verdad, seremos capaces de crear el clima adecuado para que ellos, sintiéndose queridos, colaboren con interés en la clase.

Es verdad que dejando aparte lo que de suyo lleva de entrega, dedicación y sacrificio, normalmente esta tarea... la paciencia que hoy exige, el aguante para no dejarse llevar de los nervios o del amor propio por las contestaciones que dan, o la falta de interés o esfuerzo para aprovechar las clases, puede ser heroica, una gran cruz. Pero no olvidemos que este sufrimiento es el que mide el amor e interés verdadero que por ellos tenemos y que este mismo sufrimiento nuestro redundará en beneficio de ellos, según la palabra de Jesús: “Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15, 13),

ser extremadamente pacientes con los que tienen más carencias, son más limitados, más débiles, más difíciles y pobres. Ser hombres/mujeres de esperanza, positivos que viven con gozo su profesión y son expresión ante todos de la ternura y bondad de Dios. Saben comprender, excusar y perdonar, superando la antipatía o rechazo que su comportamiento provoque,

saber aceptar la crítica sin acritud, dialogando con sinceridad, humildad y sencillez, buscando siempre la verdad con amor,

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promover en el aula todo lo que une y crea amistad y fraternidad entre los alumnos, clima de confianza y libertad,

pedir al Señor, y cultivar, la sensibilidad para descubrir la situación de cada uno y de su familia y la fortaleza para estar disponibles en prestar la ayuda que de nosotros necesitan,

esforzarse por crear en el colegio, con todo el personal que trabaja en él, un clima de unidad, de trabajo en equipo, de verdadera fraternidad que crea paz, una gran familia en la que se sientan integrados, también, además de los alumnos los padres,

tiene que anunciar explícitamente el mensaje de Jesús, según las programaciones, pero sabiendo que tiene que ser ante todo fruto de su experiencia, e incidir con fuerza en lo que hace referencia al mensaje de la CARIDAD.

Valores evangélicos a transmitir a nuestros alumnos, que expresan mejor nuestra identidad.

Desde la contemplación del misterio de Jesús, insistir de modo particular que Dios es Padre y nos ama con un amor infinito, que nos ha manifestado este amor,

entregándonos a su Hijo que nos ha salvado en la cruz,dándonos su Espíritu que ha puesto en nosotros su amor,

en las exigencias del AMOR que Jesús expresa en su Evangelio,amar al prójimo como a nosotros mismos,bendecir, perdonar y amar a nuestros enemigos..., es el amor más gratuito, el que más se parece al de Jesús,dar gratuitamente lo que gratuitamente hemos recibido: compartir cuanto somos y tenemos,ser misericordiosos como el Padre celestial,amar dando lo mejor de nosotros mismos, lo que significa amar sin rehuir lo que conlleva sacrificio porque nadie ama más que el que da la vida,amar con preferencia a los que menos son, pueden y tienen,

en los fundamentos de la fraternidad, que nace de sabernos Hijos de Dios y hermanos en Jesús, todos con la misma dignidad, donde no tiene cabida la xenofobia y sí el respeto y aceptación de cada uno y la tolerancia con las diferencias. Que nos exige ser paz y construir paz, unida y fraternidad,

cultivar, en ellos, actitudes de sinceridad y sencillez para hacer de la vida un servicio al estilo de Jesús, como lo hicieron María Rafols y Juan Bonal,

en la necesidad de una piedad honda y sincera, alimentada en la oración, en una fe profunda, en un amor grande a la persona de Jesús, a María, nuestra Madre y a la Iglesia.

Nombres de la CARIDAD, hoy

Hoy, la CARIDAD, como AMOR de Dios, tiene otros nombres aunque en su contenido los sobrepasa a todos ellos. Estos nombre son:

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solidaridad, que es el nuevo nombre de la paz,tolerancia con los que son o piensan distinto,sensibilidad ante el dolor ajeno,austeridad de vida para poder compartir,servicio que nace de un corazón sencillo,vida que se opone a toda violencia y a todo lo que es muerte.Estas notas tienen que dejar una profunda huella en nuestros alumnos para que

les lleve a un compromiso cristiano, nacido de la fe y sostenido por la esperanza en el triunfo de Jesús sobre el mal, el pecado y la muerte.

Estas actitudes son las que construyen la “civilización del amor”, la que soñó el P. Juan y quiso que construyera su pequeña Hermandad. Esto es lo que hoy estamos obligados a vivir y a grabar en nuestros alumnos para que se convierta, en ellos, en semilla de vida.

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P A D R E J U A N B O N A L

Situación históricaPrimera época: 1769-1788Segunda época: 1789-1808Tercera época: 1809-1829

Datos de su vidaPrimera etapa: Niñez y primera juventud.Segunda etapa: Estudios y oposiciones a la Preceptoría de Reus. Sacerdote.Tercera etapa: Movimiento Hospitalario en Cataluña.

Vicario del Hospital de la Canta Cruz.Tres facetas que se complementan en él: Fundador de la Congregación de H.C.S.A.: 28-XII-1804. Pasionero del Hospital de Ntra. Sra. de Gracia. Sitios de

Zaragoza. Limosnero-veredero.

PADRE JUAN BONAL: EVANGEL IZADOR INCANSABLE

Facetas que destacan en él como evangelizador.Carisma y evangelización en la Congregación.La CARIDAD, carisma de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana.Caminos que marca el Padre Juan para hacer de la tarea educadora una plataforma de evangelización.

¿Qué es evangelizar en el campo de la educación, hoy?¿Qué exige al educador/a para hacer de su tarea cauce de evangelización? Ser hombre/mujer de oración. Ser testigo. Anunciar explícitamente el mensaje de Jesús.

Valores evangélicos a transmitir a nuestros alumnos, que mejor expresan nuestra identidad.Nombres de la CARIDAD, hoy.

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