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TECÉ Ocho décadas de fierros en 80 episodios PABLO VIGNONE

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TECÉOcho décadas de fierros en 80 episodios

PABLO VIGNONE

Periodista e historiador, Pablo Vignone(Buenos Aires, 1963) cubrió su primeracarrera de Turismo Carretera en 1989,para la fenecida revista El Equipo. Desdeentonces siguió escribiendo sobre la ca-tegoría en las páginas de El Gráfico, Cor-sa, Página/12 y Serie 1/Carburando, en-tre otras publicaciones, y desde 2015 lohace en el diario La Nación, de cuya sec-ción Deportes es uno de los responsa-bles; también se ocupó del tema en lossitios digitales Visionauto.com.ar (delque es uno de sus creadores) y Carbu-rando.com. Ve competencias de TC des-de 1974 y llevó su curiosidad sobre laparticular disciplina a distintas obras co-mo “Campeones del TC” I y II, “70 añosdel TC, 70 historias”, “75 años del TC”,“100 ídolos del automovilismo argenti-no”, “Traverso, biografía auto-rizada” o“Siglo Fangio”. Además, escribió y editóel anuario “El Maravilloso Mundo del TC”de Carburando entre 1999 y 2011. Este essu cuarto libro para Ediciones Al Arco,después de “Fierro Líquido” (2005), “Par-tidazo!” (2010) y “Fierro Plus” (2012).

Foto: Aníbal Greco

La pregunta surge sola, inevitable, en el momento en

que el Turismo Carretera llega a los 80 años de vida: ¿Qué tie-

nen en común aquellos intrépidos corredores que ponían en

juego el pellejo a 140 km/h en rutas de tierra cuando prome-

diaba la década del ’30 con estos pilotos modernos que bus-

can limar a 270 km/h una décima de segundo al alargar una

frenada en los autódromos actuales? El entorno, las medidas

de seguridad, los autos, la vestimenta…: Son más las diferen-

cias que las similitudes. Pero los une la pasión por pertene-

cer a la más popular de las categorías. Como si fueran esla-

bones de una misma cadena se entrelazan los Gálvez, los

Emiliozzi, Fangio, Pairetti, Traverso, los Aventín, Castellano,

Mouras, Satriano, Ortelli y el Gurí Martínez, entre tantos otros.

La prosa dinámica y elegante de Pablo Vignone repasa los 80

años del TC en 80 historias, aunque su narración comienza an-

tes incluso de que apareciera esa sigla mágica que identifica

a los fierreros.

Para disfrutar de punta a punta, desde el romanticismo

inicial al profesionalismo de hoy. Porque en estas páginas los

protagonistas tomaron y pasaron la posta para escribir junto

al autor una de las más bellas historias que el automovilismo

puede ofrecer.

NÉSTOR LÓPEZ

www.librosalarco.com.ar

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EL CLUB DEL FIN DEL MUNDO(y otros cuentos futboleros)

Gustavo Grabia

EL BOXEO Y YOJulio Ernesto Vila

ENREDADOSLa Copa Davis, esa eterna

búsqueda argentinaSebastián Fest

FIERRO PLUSUna loca historia del automovilismo

Pablo Vignone

JUGÁ CONMIGOGanadores del II Concurso Nacional

de Cuentos de Fútbol Roberto Santoro

PERIODISTAS DEPORDIVOS Fútbol entre las plumas

y las palabrasWalter Vargas

PESADILLARetratos de un fútbol en crisis

Cristian Grosso y Fernando Pacini

PERONISMO Y DEPORTELa historia completa (1945-2015)

OSVALDO ALBERTO JARA

JESSE OWENS YLA CONEXIÓN ARGENTINA

Luis Vinker

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Vignone, Pablo

Tecé : ocho décadas de fierros en 80 episodios / Pablo Vignone. -

1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Alarco Ediciones, 2017.

128 p. ; 20 x 14 cm.

ISBN 978-987-1367-68-9

1. Automovilismo Deportivo. I. Título.

CDD 796.72

Ilustración de tapa:

Gustavo Damiani [email protected]

Diseño de tapa e interior:

Ana Paoletti [email protected]

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PRÓLOGO

Descubrir, recordar, sonreír, permitirnos ser in-vadidos por la nostalgia de una época dorada, que seextendió hasta el lamento originada por su partida.Cuánto puede encerrar un libro intenso, profundo,con historias íntimas, reveladoras, heroicas y hastadolorosas como el que propone la pluma fina, exqui-sita y acaso quirúrgica por su profundidad y riqueza,como es la de Pablo Vignone. Un periodista avezado,observador nato, analista ajustado, de suficiente ybrillante experiencia acumulada en años de ejerceresta profesión–pasión que es el periodismo, volcadaen tantas notas y coberturas en el país y en el mun-do, ampliadas luego a varios libros con su sello tandistintivo.

En estas páginas encontrarán relatos y trans-cripciones debidamente seleccionados y puestas envalor, desde la riqueza y las vivencias inigualablesdeparadas por el Turismo Carretera, hasta sus pasosen falso y las polémicas que, como marca su ADN,nunca van a desfallecer.

La categoría es un fenómeno social que cumple80 años en agosto de 2017; con eso parece hacer ca-so omiso de la longevidad para mantenerse vital,efervescente, apasionante y caótica, sosteniendo uninigualable influjo que transmite a la masa de segui-dores que perfora generaciones. Esa historia es revi-

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sada en 80 episodios que la reflejan desde múltiplesy diversificadas aristas, potenciadas con la impron-ta sutil que distingue al autor.

El anecdotario se patentiza en una forma elo-cuente, llevadera y atrapante. Se vuelve un verdade-ro revival de la disciplina madre del automovilismoargentino, que no imagina otra forma de ser como laque imponen quienes le dan vida. La misma queaquellos que se alistaron en esa masa de seguidoresque, como mi abuelo, mi viejo o los tuyos, supieronhacerse oír en tantas mañanas de frío insoportable,al costado de las rutas en Pergamino, San Antonio deAreco, Salto o 25 de Mayo para ver a sus héroes rute-ros, envueltos en frazadas y con el fueguito incólume,calentando la parrilla para el memorable asadito.

Son 80 episodios que forman parte de un Turis-mo Carretera que ha ido de la épica a la tragedia, delos gestos adustos a las sonrisas pícaras. Hombrescon letras de molde. Los inolvidables Juan y OscarGálvez, el Chueco Fangio, los Emiliozzi, Charly Men-diteguy ¡y cuántos más!, hasta acercarnos a tiemposmás recientes que supo casi monopolizar un tal JuanMaría Traverso.

Grandes Premios polvorientos por senderosvírgenes del país; uno y mil reflejos acunados enesos años irrepetibles; diálogos, datos, momentosreveladores; grandezas y pobrezas; triunfos y derro-tas; alegrías y llantos; abocarse a escribir un libroque se aventure en el inconmensurable mundo delTurismo Carretera, tratándose –como está patenti-

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zado– de un terreno que resulta muy arduo describirdesde nuevas facetas, ha sido el nuevo desafío queafrontó el autor y que vuelca en estas páginas. Hahecho foco en un planeta que no admite compara-ción en el mundo fierrero autóctono; inclusive, unopodría atreverse a pensar que no la tolera en todo eldeporte motor del planeta.

A quienes la pasión los ata al automovilismo yen especial al TC, encontrarse con este libro no pue-de generar otra cosa que placer. Sus páginas invitana emular con la imaginación a aquellos protagonis-tas de esos sucesos, que hacen que el TC, vaya, nun-ca pase inadvertido. ¡Qué va!

CARLOS SAAVEDRA

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1Marzo de 1933. Treinta años antes de la muerte deJuan Gálvez, que se transformaría en el volante

más grande de la historia del Turismo Carretera, sepuede localizar su génesis, mucho antes inclusive dela concepción. Tuvo lugar en un equívoco, en una tra-gedia, en un camino de tierra, elementos que, en lamayoría de los casos, seguirían al TC durante su lar-go derrotero de ocho décadas. En 1933 los autos decarrera caminaban todo lo fuerte que se podía, conescasas limitaciones. El automovilismo era una es-pecialidad exótica, reservada a héroes de distintaespesura, que literalmente arriesgaban la vida en ca-da presentación, en condiciones que hoy suenan in-explicablemente pavorosas. El asfalto se imponía acuentagotas y las medidas de seguridad práctica-mente no se concebían. Tuvo que morir el mejor pi-loto argentino del momento para que comenzaran acolocarse en su lugar las circunstancias que daríannacimiento a la disciplina más popular del automovi-lismo argentino.

2Estaba previsto que el 5 de marzo de 1933 se dis-putara el premio IV Ciudad de Arrecifes, una de las

carreras más esperadas del momento. El automovi-lismo en la Argentina seguía la usanza de las carrerasen Europa, en circuitos más o menos cerrados (¡enlos que se podía cobrar entrada!), con autos tipo ba-

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quet (coche de dos asientos), sin techo y con lugarpara piloto y acompañante, del estilo de los que enlos años ’20 habían desempeñado en el Viejo Conti-nente el papel de los coches de Grand Prix (el antece-dente de la Fórmula 1). El circuito arrecifeño era, co-mo todos, de tierra; las carreras se disputaban portiempo corregido y el orden de partida se disponía deacuerdo al momento en que los corredores concreta-ban su inscripción. (Las pruebas de clasificación sonun invento nacido en Mónaco precisamente en mayode 1933, dos meses después de este episodio). Do-mingo Bucci concurrió al ACA en la madrugada deldía en que se abría la inscripción, para poder ser elprimero en anotarse y tener la ventaja de correr sinsoportar la tierra que levantaban los otros competi-dores. Pero hubo una discusión, le dijeron que otrostelegramas habían llegado primero y que no le co-rrespondería el 1. Amoscado, Bucci retiró su inscrip-ción, dispuesto a no correr su De Soto; pero en losdías siguientes se echó a rodar la versión de que nocompetía por temor al circuito. La reacción fue laopuesta: para dar por tierra con esas maledicencias,Bucci se anotó sobre el cierre, logró el número 42 ylargó último, con la convicción de que aún así gana-ría la carrera. En la estela de polvo de sus rivales,cuando marchaba a 150 km/h, se llevó por delante alcoche de Victorio Zini, que estaba detenido cambian-do una cubierta. Murió dos días después, el 7 de mar-zo. Su mecánico, Arturo Forasieppi, había fallecido enel acto. Atenta a la tragedia, el gobierno de la provin-cia de Buenos Aires prohibió las carreras (¡hasta lasde bicicletas!) en los caminos provinciales.

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3 Historia de acción y reacción. El Automóvil ClubArgentino, organizador desde 1910 del Gran Pre-

mio Nacional, la única competencia que se corría enruta abierta (es decir, de un punto a otro de la vastaArgentina, al estilo de las primeras carreras en Euro-pa entre 1895 y 1903), apeló la medida. El Gran Pre-mio se corría normalmente entre Buenos Aires y Cór-doba, y en enero de 1933 el recorrido llegó hasta Ba-hía Blanca, para impulsar el desarrollo vial del sur dela provincia. La lluvia de la etapa de regreso permitióque solo un piloto completara el recorrido: RobertoLozano ganó el Gran Premio por demolición. La pul-seada política no dio resultado, de manera que el ACAsacó al Gran Premio de la provincia de Buenos Airesy propuso un recorrido inédito: de Rosario a Resisten-cia y regreso…

4 Caminos de asfalto y también de tierra, pero má-quinas preparadas para correr, y correr fuerte…

En ese entonces, se concebía al automovilismo comoun terreno experimental en el que ganar velocidad,apto para mecánica ambiciosa: no se concebían lascarreras con coches standard o de producción en se-rie (que tampoco era masiva). El reglamento era muyclaro: “se podrá utilizar un automóvil de cualquierfuerza, siendo obligatorio el tipo baquet sin puertas,debiendo éstos estar ocupados. También son admi-

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tidos los coches de cuatro asientos, siendo obligato-rio llevar un acompañante”. Literalmente: los cochescon techo no tenían lugar; la idea era volar. En el pri-mer tramo del Gran Premio, desde la localidad de Pa-ganini (rebautizada en 1950 como Granadero Baigo-rria), en las afueras de Rosario, a San Lorenzo, le cal-cularon a Ernesto Hilario Blanco, que conducía unR.E.O, una velocidad de 172 km/h. No era extraño:era el mismo auto con el que Blanco había ganado elIV Premio Ciudad de Arrecifes, menos de un año an-tes, a 139 km/h, y cuya velocidad máxima rondabalos 200 km/h. El resto de los promedios también qui-taba el aliento: en Monje, Ricardo Nasi lidera a 136km/h; en San Justo, Blanco puntea a 141 km/h. Lospromedios caen con la tierra, los problemas mecáni-cos (Blanco sufre con el aceite) y las pinchaduras deneumáticos. Ganó el periodista chileno Emilio Kars-tulovic (Mercedes Benz SS), a 114,288 km/h. Pero es-ta vía de escape del A.C.A. para seguir organizandosus carreras tampoco fue la adecuada. Este cóctel decaminos y de autos era mucho más que explosiva.Era mortal.

5 Esto que sigue a continuación se publicó en la pri-mera plana del diario “El Orden”, de Santa Fe, del

lunes 26 de febrero de 1934. Como para desmitificarque el sensacionalismo es un producto reciente de lamasificación mediática:

“9 muertos y doce heridos hubo en el accidente. La imprudencia del público fue la causa.

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5 heridos se hallan muy graves. Las víctimas.Rosario, 25. El accidente producido al finalizar la

carrera del coche conducido por el volante ErnestoBlanco tuvo lugar después de traspuesta la meta dellegada a Paganini. Calculase en 10.000 personas elpúblico que trataba de ubicarse estratégicamente pa-ra presenciar la llegada de los corredores. Bomberosy policías custodiaban el lugar haciendo ímprobos es-fuerzos por evitar el peligro de accidentes, aconsejan-do prudencia al público que se obstinaba por ocuparlos mejores sitios y cruzaba la pista sin cuidarse de losriesgos a los que se exponía y desoyendo las adver-tencias de los guardianes del orden. Se habían tendi-do cables para evitar las invasiones a la pista.

A las 13:45, al anunciarse la llegada de Blanco,el público se arremolinó. Las autoridades de la carre-ra y la policía trataron en vano de impedir que el pú-blico ocupara parte de la pista.

El coche de Blanco, con una velocidad fantásti-ca, cruzó la meta de Paganini e inmediatamente seprodujo la escena de espanto y de tragedia que tan-tas víctimas habían de causar.

Trescientos metros después de traspuesta lameta, cruzósele en el camino una persona llamadaJosé Karche, según después se estableció, que deno-taba encontrarse en manifiesto estado de ebriedad.

Blanco, tratando de evitar atropellar a Karche,realizó una brusca maniobra, que desvió el coche a laizquierda y pasó rozando un árbol, chocando final-mente contra el automóvil particular, chapa Rosario,propiedad de Joaquín Chiarazza, corresponsal gráficode Rosario.

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En ese lugar se encontraban estacionadas nu-merosas personas, en su mayoría mujeres, entre lasque después de la ruidosa colisión se produjo una es-cena de espanto y de terror. Cundió el pánico y grannúmero de personas corrían despavoridas. Mientrasotras trataban de auxiliar a las víctimas arrolladaspor el coche de Blanco, que se encontró a gran velo-cidad con una especie de barrera humana, y muchosbuscaban a sus familiares.

Las autoridades llegaron al lugar, restablecien-do el orden y disponiendo el inmediato traslado delos heridos para su curación a los establecimientoscorrespondientes.

El enviado de United Press, que presenció el ac-cidente, vio trozos humanos esparcidos por el lugar.Una madre enloquecida estrujaba en sus brazos elcuerpo de su hijito de dos años que había sufrido unamuerte instantánea.

Constatóse en el accidente la muerte de nuevepersonas y doce heridas, cinco de ellas en estado gra-vísimo. Karche, causante de la tragedia, resultó ileso.

Blanco también resultó ileso y su acompañan-te herido leve en una mano. Estos fueron detenidos,siendo luego puestos en libertad después de haberprestado declaración ante el juez”.

6 El vespertino “El Litoral” informaba ese mismo lu-nes 26, que la tragedia había sido “provocada por

el movimiento inconsciente de un individuo que secolocó en la carretera con el objeto de presenciar las

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evoluciones de un aeroplano en momentos en queErnesto Blanco daba por terminada la carrera” y lue-go contaba: “El popular corredor del R.E.O. supo re-cién esta mañana la magnitud de la tragedia quecausó su coche en Paganini, pues dado su estado deánimo, sus amigos y las autoridades del AutomóvilClub Argentino le ocultaron hasta el último momen-to el número de víctimas de la catástrofe. Blanco,que ha llorado inconsolablemente mucha parte de lanoche anterior, ha expresado que venía corriendo amucha velocidad y que después de trasponer la me-ta, notó que en el medio de la calzada se hallaba unsujeto que hacía señas con sus brazos a los aeropla-nos que volaban sobre la pista. Agrega que tocó elvolante con el objeto de no arrollar al individuo, almismo tiempo que aplicaba los frenos que contra loque se ha dicho funcionaban perfectamente bien. Enesas circunstancias, sigue diciendo el corredor, elvehículo “coleó” violentamente hacia la izquierda,yéndose contra los espectadores”.

7 Curiosamente, pese a la tragedia de Paganini (lacifra definitiva fue de 14 víctimas fatales) el Mo-

to Club Argentino organizó en mayo de 1935 una ca-rrera utilizando el mismo recorrido y reglamentotécnico del GP del ACA del año anterior. Osvaldo Par-migiani gana con un Ford V8 a 114 km/h, y no se pro-duce ni un solo incidente que lamentar. Pero el ACAya había tomado otro sendero. Dos meses antes ha-bía impuesto un notable cambio de dirección a su fi-

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losofía. Si en la Argentina no se podía correr a fondopor los caminos… ¿por qué no ir a buscar senderos alexterior? Karstulovic propuso Uruguay, pero el ACAse decidió por Chile. Se podría correr a fondo entreSantiago y Temuco, pero para llegar hasta allí, y tam-bién para volver, el largo recorrido se completaría avelocidad crucero. El desafío era completo: cruzar laCordillera de los Andes. Por esa razón, muchos autosse presentaron a la largada del Gran Premio… ¡contecho! A la gente no le caía simpático. ¿Dónde se ha-bían visto autos de carrera con techo, en pleno 1935?Los Ford ya eran cupés hechas y derechas y losPlymouth pasaban por tales. Uno de ellos era condu-cido por un descendiente de dinamarqueses de 37años, Arturo Kruuse. Mecánico de profesión, su tallerestaba instalado en Zapala y conocía al detalle loscaminos de la cordillera. “Si el Gran Premio pasa porZapala, ¿por qué no correrlo? se preguntó. Tenía ra-zones para no hacerlo: vivía sin auto para competirni dinero para comprarlo. Los amigos lo convencie-ron, firmó un pagaré y se largó a Buenos Aires cuan-do solo faltaban seis días para la largada del GranPremio. Cuatro días después compró el coche. Laúnica preparación para la carrera consistió en cam-biarle los guardabarros delanteros por unos máscortos y livianos, e instalarle un radiador de aguaadicional. El Plymouth tenía un motor de 77 HP, y al-canzaba una velocidad máxima de 135 km/h. Así sepresentó a la largada, en Palermo, a la que habíanconcurrido 54 corredores y aproximadamente cienmil personas a presenciarla. Con ese auto, con techo,Kruuse cubrió los 4.386 kilómetros del Gran Premio aun promedio de 60 km/h. Esa victoria lo transforma-

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ría en el ídolo de un pibe riojano de 5 años que volve-rá a aparecer más adelante… Aquel Gran Premio In-ternacional fue el primero que abrió las fronteras delpaís: gracias al entusiasmo, el automovilismo argen-tino llegaría mucho más lejos…

8 El ACA había tomado la decisión de proclamar apartir de 1934 un campeón argentino de automo-

vilismo. El halago le había correspondido lógicamen-te a Karstulovic, y al año siguiente fue a parar a ma-nos de Kruuse. Pero habían crecido tanto las carrerasde pista, que para el título del ’36 se tuvieron en cuen-ta esos distintos tipos de prueba, con puntaje acordea los kilómetros recorridos. Por eso, pese a haberconquistado Raúl Riganti el GP Argentino de 1936, elcampeón fue Ernesto H. Blanco, que ganó seis de las12 pruebas del torneo, cinco en pista (incluidas las500 Millas Argentinas, en Rafaela) y una en ruta (el GPde la provincia de Mendoza, sobre 653 km). Blancosumó 239 puntos contra 95 de Kruuse. Sin embargo,una curiosa situación se produjo en 1937.

Con su Mercedes Benz, el santafesino Luis En-rique Brosutti había ganado en el circuito de TresArroyos, fue segundo en las 500 Millas y en el circui-to costanero de Santa Fe, y cuarto en las 200 Millasde Tucumán; acumulaba 124 puntos. Pero EduardoPedrazzini, tercero en el Gran Premio y ganador delas Mil Millas del Avellaneda Automóvil Club –crea-das a la usanza de la Mille Miglia italianas en accióndesde 1926 y que se devoraban de un tirón–, sumó

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con ambas actuaciones a bordo de su Ford V8 unos133 puntos. Quedaba una carrera de pista en Lincoln.Brosutti tenía chances de recuperar la vanguardia;Pedrazzini sorprendía: “No aspiro al campeonato, niiré a correr a Lincoln ni me preocupa conseguir el tí-tulo”. La carrera se suspendía, el piloto de San Nico-lás era consagrado automáticamente, y se abría lapolémica: ¿podían competir por un mismo título dosespecialistas en su rubro? Pedrazzini había sido elrey indiscutible de las rutas, con un auto ajustado aun reglamento inclinado hacia la producción en se-rie. Esos que, para la gente, no eran auténticos co-ches de carrera…

9 No serían coches de carrera pero estaban lejos deser autos de serie. Bastaba mirar el Ford V8 de

Héctor Supicci Sedes, un uruguayo que nunca se sin-tió distinto porque “cuando se es uruguayo nunca sees extranjero en la Argentina”, como decía. El autotenía dos tanques de combustible a las espaldas delas butacas del piloto y de su acompañante, José Ma-ría Brause; una armazón tubular para soportar el te-cho desarmable, que actuaba como método de pro-tección en caso de vuelco; una toma de aire que es-taba a la altura del parabrisas, lo que le permitía alauto vadear pantanos profundos sin que el motor sedetuviera; con el mismo objetivo, el caño de escapeapuntaba hacia arriba, pasando por encima del guar-dabarros trasero; el distribuidor estaba revestido engoma laca, para que no se mojara; toda la red eléc-

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trica del coche perfectamente aislada de la hume-dad, y a cada bujía las cubrió con chupetes de niño,de manera de mantenerlas siempre secas y activas.¡Hasta amortiguadores en las suspensiones tenía! Elcoche se quedó en la Cordillera en el GP de 1935, pe-ro tres años más tarde, en 1938, anduvo siete kilóme-tros con el motor bajo el agua hasta emerger victo-rioso en un control. Por supuesto, se quedó con eltriunfo…

10 Más rápidos o menos preparados, la discusiónsobre cómo correr y con qué se zanjaba final-

mente. Para su Gran Premio de 1937, el ACA estable-cía que se podía competir “con automóviles de cual-quier fuerza y cilindrada, quedando exceptuados dela competencia los vehículos con carrocería baquet,especiales de carrera y ‘grand sport’”. Era un guiño alas autoridades: para las rutas, nada de coches espe-ciales. Seguía la reglamentación: “La carrocería de-berá ser del tipo usual de turismo o paseo, ya sea ce-rrada, faeton, voiturette, coupé, etcétera. Los cochesabiertos deberán conservar la capota y el parabri-sas”. No promulgaba la obligatoriedad del techo fijopara los coches, pero esa era la tendencia. El 22 de ju-lio de 1937, la Dirección Nacional de Vialidad autori-zaba al ACA a realizar el Gran Premio Argentino 1937comunicándole “las condiciones bajo las cuales ha si-do acordada la autorización”.

Esas condiciones eran las siguientes: “las prue-bas o competencias de turismo deberá estar limita-

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das a coches que no sean de carrera o de ‘gran sport’y deberán tener un recorrido mínimo de 1000 kilóme-tros por rutas y zonas distintas del país, a una velo-cidad máxima de 120 km/h”.

En la resolución 7284–V–937 de la DNV yace elespíritu reglamentario de lo que será conocido, añosmás tarde, como Turismo Carretera. De hecho, la pa-labrita “turismo” aparece mencionada. Esa disposi-ción sienta las bases para una práctica deportivaque pusiera el acento en la superación de obstáculosa lo largo de los caminos, con máquinas derivadas delas que producía la industria de serie (entendiendopor coches de carreras a aquellos construidos espe-cíficamente para competir) y que independiente-mente de la velocidad que logre alcanzar en esa redvial en proceso de desarrollo, se transformará en pa-sión popular.

Por eso se considera al Gran Premio Argentinode 1937, disputado entre el 5 y el 15 de agosto, y ob-tenido por Angel Lo Valvo y su cupé Ford V8 corrien-do a casi 85 km/h a lo largo de casi 7.000 kilómetros,la primera carrera de la historia del Turismo Carre-tera. Ocho décadas atrás

11 Es una fija hoy: el TC ha alcanzado un grado defederalismo similar al de las décadas del ’30 y

el ’40, después de haber abrevado mayormente en laProvincia de Buenos Aires durante la segunda mitaddel siglo XX. En el famoso torneo de 1976, que se ve-rá más adelante en detalle, solo una de las once ca-

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rreras que lo constituyeron se disputó fuera del te-rritorio bonaerense. Se ha vuelto a recorrer el país enla medida que los gobiernos provinciales subvencio-nan las carreras como focos de demanda turística.

Si el concepto parece original, hay que recor-dar que no es para nada novedoso: el ACA trazó el re-corrido del GP de 1937 con el mismo criterio.

La carrera recorrió 14 provincias y lo que toda-vía eran dos territorios nacionales. Buenos Airesaportó 5.000 pesos a la realización; Córdoba y SantaFe, 3.000; Corrientes, Entre Ríos y Santiago del Este-ro pusieron 2.000 cada una; con 1.000 se anotaronCatamarca, Jujuy, La Rioja, Mendoza, Salta y SanLuis; los territorios nacionales de Chaco y La Pampacolaboraron con 500 pesos cada uno. En total, elaporte provincial alcanzó los 24 mil pesos. Los pre-mios a distribuir entre los pilotos alcanzarían los 55mil pesos, de los cuales 15 mil serían para el gana-dor. En esa época, un auto cero kilómetro costaba4.000 pesos. Lo Valvo contó en 1970 que en total, en-tre premios y publicidad, se hizo de 40 mil pesos alcabo de su victoria.

12 Ricardo Risatti, el cordobés de Laboulaye, ter-minó formando una dinastía de fierreros cuyo

poder de aceleración llega a nuestros días. Su hijo Je-sús Ricardo, su nieto Gerardo, su bisnieto Ricardo“Caíto”, transitaron por la huella que dejó abierta enel TC. Risatti tuvo un fana especial: Juan Manuel Fan-gio: “Era un hombre que nunca abandonaba, de esos

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corsarios que siempre están luchando“. Un testimo-nio del cordobés, recogido por Ricardo Lorenzo “Bo-rocotó” al cabo de la primera etapa del Gran Premiode 1937, entre Buenos Aires y Santa Fe, pasando porCórdoba, es prueba fiel de su invencibilidad. “Salí en-fermo de Buenos Aires –cuenta– Ya veníamos dur-miendo mal algunas noches. El entrenamiento, el tra-bajo… todo nos tenía sin descanso. Ayer pensé endormir una siesta larga y tampoco pude hacerlo. Poreso tomamos algo que nos hizo mucho daño. Tal esasí que 200 kilómetros más acá de Rosario tuve quebajarlo a mi acompañante (Pedro Esteban) y dejarlo.Estaba duro, achuchado, yo creí que se moría. Seguísolo hasta Córdoba; allá pedí un nuevo acompañantey cuando estaba por reiniciar la marcha, apareció elmío. Un corredor de Ayacucho lo levantó en el cami-no. Por momentos estuve dispuesto a parar, pero elpensar en los muchos amigos de mis pagos que esta-rían prendidos a la radio para saber de mi actuaciónme dio fuerzas y poco a poco me fui componiendo. Esun error largar de noche. Por más buenos faros quese tengan, yendo a una velocidad que oscila en los130, las curvas sorprenden. Más de una vez debí fre-nar, dar marcha atrás y enfilar el camino. Dormire-mos en Paraná y espero que mañana estemos mejor”.Así como lo cuenta, Risatti ¡había ganado la etapa!

13 Se discutió hasta entrado el ’38 y el 1º de ene-ro de 1939 entró en vigencia una nueva regla-

mentación, según la cual habría tres campeones en

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lugar de uno. Un campeón de pista, uno de velocidady –el último– un campeón de carretera. Es la primeravez que aparece de manera oficial el término “carre-tera” para designar el tipo de especialidad; sucede16 meses después de haberse disputado la que seconsidera la primera carrera de la especialidad, aun-que la denominación “turismo de carretera” no sehará notar sino hasta mucho después… ¿Qué pedíael reglamento para el campeonato? Un mínimo dedos carreras con un recorrido no inferior a los 500 ki-lómetros cada una, sobre carretera o en circuitos na-turales, de un recorrido no inferior a los 50 kilóme-tros sin tener más de un 15 por ciento de camino pa-vimentado. Para cumplir ese mínimo de dos carrerasbastará con el Gran Premio del ACA y las Mil Millas.A Pedrazzini no le interesó, pero no sería desacerta-do adjuntarle con carácter retrospectivo un títulovirtual de Carretera en 1937…

14 “Don Pedro Fiore me bautizó ‘El Aguilucho’ enel ’40. Fue por la carrera en la que tuve que

cambiar la caja de velocidades en una hora y solotardé 28 minutos. La gente decía que yo no corría,que volaba. También me decían ‘el perno’, porque lagente decía que en torno a mí giraba el automovilis-mo. O ‘el barrilete’ porque detrás de mí siempre es-taba la cola…’ (Textual de Oscar Gálvez en 1974, ha-blando para la revista “Gente”. Sin embargo, las ver-siones sobre el origen del apodo “El Aguilucho” difie-ren. Nació en el Gran Premio Internacional de 1940,

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sí, y lo acuñó Fiore, que luego le pondría ese título auna biografía novelada de Oscar, cuya publicaciónbancó Alberto J. Armando; pero fue a raíz de su acci-dente cuando arrancaba el regreso desde Lima. Apedido de Jacobo Yankilevich, dueño de Radio Bel-grano, Fiore ensayó un homenaje a Gálvez, interna-do en un hospital de Ica junto a Juancito, todavía suacompañante: “Esta mañana ha caído, como unaguilucho, Oscar Alfredo Gálvez en un precipicio dela hermana tierra peruana”.

15 En 1954, los cigarrillos Piloto publicaron en lasrevistas de entonces un aviso institucional en

el que se contaba aquella historia, titulada “En la no-che de un precipicio…”. La anécdota es una conden-sación de la historia contada por Ricardo Lorenzo“Borocotó” en su libro “Treinta años en el deporte”,de 1951, y rezaba así: “Oscar A. Gálvez viene guian-do su coche en aquel Gran Premio de 1940. En la no-che, los ojos van detrás de los chorros de luces de losfaros. Lima ha quedado atrás y el camino es monta-ñoso, pleno de peligros. Juancito acompaña a su her-mano que corre en la punta, procurando descontar elterreno perdido en la etapa a La Paz. Como rumbo ala querencia, el caballo mecánico viene pidiendorienda.

“Un túnel, y a la salida del mismo las luces quese apagan. Se ha cortado un cable. Oscar intuye quela curva es a la izquierda y vira mientras va frenan-do. No acierta con el cálculo y la máquina se desba-

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rranca, cae a los tumbos por el precipicio.“Juancito Gálvez se encuentra entre las rocas. No

sabe ni dónde está el coche ni su hermano. Lo llama sinescuchar otra respuesta que el eco de su llamada.

“Por allá arriba, en la cornisa, se acercan cho-rros de luces. Juancito grita los nombres de los com-petidores que, le consta, han largado atrás. Angus-tioso llamado, inútil llamado. ¿Dónde estará Oscar?¿Vivirá? ¿Dónde está la máquina?

“Se detiene un auto que ha estado a punto decaer. Frenan otros que lo escoltan. Los gritos de Juanson ahora más fuertes, más esperanzados, Un faropiloto hace bajar su luz al precipicio y descubre aJuan,

“El auxilio llega. Oscar está desvanecido y loestará muchas horas.

“Días después se extrae la máquina. Con lamisma, toda abollada y fuera de escuadra, los Gálvezemprenderán el camino a Buenos Aires. Maneja Juanporque Oscar tiene puntadas y tablillas. Y de prontole dice a su hermanito: Probalo a ver cuánto da.

“Juan acelera bien a fondo y luego Oscar co-mentará:

–¿Vos sabés que todavía daba 140?”.

16 Traumatizado por el vuelco de 1940, Oscar bus-ca una protección para él y su hermano. “Un

día vi en una casa un casco de paracaidista y me pa-reció buena idea. A Juancito le conseguí uno de tan-quista de guerra, porque no había más como el mío.

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Así debutamos los dos con casco”. Era tamaña nove-dad, al punto que Oscar ensayaba en su taller el uso,para acostumbrarse a llevar tan extraño elementosobre la cabeza: se lo ponía en períodos de diez mi-nutos, de manera de ir naturalizando ese uso. La Fe-deración Internacional del Automóvil recién regla-mentó la obligatoriedad del uso del casco en 1952.

17 Las detonaciones de la Segunda Guerra Mun-dial se hacían atronadoras aún en la Argentina

allá por 1941. La entrada de los Estados Unidos en elconflicto sobre fines de ese año acabaría por ahogartodos los esfuerzos de los deportistas por practicarautomovilismo en el país. No faltarían autos ni nafta,pero sí neumáticos. De todas formas, en 1941 se al-canzaron a disputar tres fechas y se produjo un epi-sodio bastante curioso. En enero se corrieron las 12Horas de Rafaela, para “coches tipo Gran Premio”(según especificaba el reglamento), sobre un circui-to de tierra de más de 11 kilómetros, predecesor delóvalo asfaltado; la victoria fue para el juninense Eu-sebio Marcilla, que alcanzó a recorrer más de 1.500kilómetros en un esfuerzo continuado. En agosto sedisputó el premio Ciudad de Añatuya, sobre dos eta-pas y 530 kilómetros, con partida y llegada en la ciu-dad santiagueña cuna del poeta Homero Manzi; laprimera etapa fue para el Ford de Ernesto H.Blanco,pero la segunda etapa quedó en poder del Chevroletde Marcilla, que así ganó la carrera; por último, so-bre fin de año, se disputaron las ya tradicionales Mil

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Millas Argentinas, entre Bernal y Bahía Blanca, conregreso, con 1.609 kilómetros de carrera. En esa oca-sión, la victoria quedó en manos de Juan Manuel Fan-gio, mientras que Marcilla se clasificó cuarto. Condos triunfos y un cuarto lugar en tres carreras, ¿noera lógico que el piloto de Junín fuera el campeón?Sin embargo, los registros señalan que Fangio logróen 1941 su segundo título. ¿Por qué? Porque Rafaelano contaba para el campeonato; y como los puntajesse basaban en la cantidad de kilómetros recorridosen cada prueba, el balcarceño se quedó con ese títu-lo. Más sorprendente aún: el subcampeón tampocofue Marcilla sino un jovencito que debutaba en lasMil Millas, ganando la etapa de regreso y terminan-do segundo, un jovencito que durante algunos añoshabía sido acompañante de su hermano mayor… Sí,era Juan Gálvez.

18 “Al encontrarme en la raya de largada de lasMil Millas, me pareció una cosa rara. No esta-

ba al lado de mi hermano y tenía sobre mí la respon-sabilidad de un apellido conocido en el automovilis-mo. Me hubiera convenido en ese momento que na-die me conociera. Miraba a mi acompañante, Augus-to López, que trabaja en nuestro taller y me decía yomismo: ‘¿qué hace éste aquí?’. También pensabaque si me llegaba a dar un tortazo, las cachadas delos clientes del taller durarían años. Así que salí an-dando algo fuerte porque era necesario hacerlo, por-que sin correr no se puede obtener una buena clasi-

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ficación, pero con algo de cuidado. Pero a los pocoskilómetros, más o menos por Brandsen, me olvidé detodo, me creí que era Oscar y metí el fierro a fondo.Y así seguí y así volví. Mi mayor satisfacción es quelos clientes no me pueden cachar. Mi deseo era fina-lizar entre los primeros. Si me hubieran dicho que ibaa terminar cuarto o tercero me habría sentido muyfeliz, de manera que siendo segundo ya se imagina-rán…” (Textual de Juan Gálvez en “El Gráfico”, di-ciembre de 1941).

19 Está por largarse el Gran Premio Internacionalde 1947 y entrevistan a uno de los candidatos,

Juan Gálvez.–Dígame, Gálvez, ¿tiene ya elegida la persona

que lo acompañará en el Gran Premio?–Sí, será uno de mis mecánicos, José Basanta,

de quien espero una eficaz colaboración. No quieroiniciar a mi hermano (Cholo, el menor de los Gálvez)en estas carreras con una prueba tan larga. Prefieroque empiece de a poco y por eso reservo para él lascompetencias más reducidas.

–Bien. Hablemos ahora del coche.–Se trata de una cupé Ford modelo 1939 a la que

estoy colocando un motor de la misma marca, de 100caballos de fuerza. En cuánto a la preparación, serála acostumbrada. Solo hay algo que quiero recomen-dar por compañerismo a los demás y que yo desdeluego pienso poner en mi coche: un arco de hierro enla parte superior central de la carrocería, para ami-

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norar los efectos de un posible vuelco.–Usted sabe por experiencia la importancia que

esto puede tener, ¿no es verdad?–Efectivamente. Si bien es cierto que ese arco

suplementario no elimina totalmente el peligro, ofre-ce bastante protección al piloto y al acompañante yhasta puede permitir al coche continuar en carreradespués de un accidente.

–Tendrán que ir ustedes bien prevenidos paraposibles pinchaduras, en vista de la rudeza de las eta-pas.

–Por mi parte, pienso llevar cuatro ruedas deauxilio, dos en el baúl trasero y una a cada costado.

–Hombre prevenido vale por dos–En este caso, por cuatro.(La entrevista, sin firma, apareció en el núme-

ro 334, de julio de 1947, del boletín “Automovilismo”del Automóvil Club Argentino, organizador del GranPremio, en la sección “Hablando con los ases”. Juanles pasaba a sus rivales el secreto de la jaula anti-vuelco... Terminó noveno en ese Gran Premio).

20 Juan Manuel Fangio y Oscar Gálvez pelean lavanguardia de la Doble Vuelta de Pringles. En

la segunda etapa, el 29 de febrero de 1948, cuando seacercan a Bolívar, el Ford de Gálvez rompe una pun-ta de eje. ¿Motivo suficiente para abandonar? Nun-ca, tratándose de Oscar. Un grupo de muchachos deBolívar, que miraba la carrera a unos centenares demetros, advirtió el paso de Fangio y la detención del

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Ford, y acudió a ver qué sucedía. Gálvez y su acompañante Federico Herrero es-

taban sacando la punta de eje. Cuando vieron a loscuriosos, el piloto formuló la pregunta de rigor: ¿notendrían por casualidad una de repuesto?

Uno de los muchachos, Ceferino Pérez García,responde: “Yo tengo una Ford ’37, pero un parientemío, tiene un auto igual al suyo… aunque está lejos”.En ese momento pasa el crédito de Necochea, Bene-dicto Campos, que se detiene a preguntar qué nece-sita Oscar. Este escribe un mensaje para la agenciaFord de Bolívar, pidiendo un repuesto, pero enco-mienda a su acompañante Herrero a ir a buscar lapunta de eje del auto del mentado pariente.

“Nos fuimos con mi cupé ’37, en dirección con-traria a la carrera y con Herrero al volante, a buscarla pieza”. Ubicar el repuesto, desmontarlo, regresaral camino y armarlo en el auto de carrera, demoró“entre 35 y 40 minutos”. En ese momento llegaba elotro repuesto desde Bolívar, y Oscar se lo llevaba abordo del Ford, sin olvidarse de pedirle a los envia-dos de la agencia que consiguieran otra punta de eje,para ponerla en el auto que había canibalizado. “Ca-si moviendo el coche, Oscar me pedía a gritos minombre, lo anotaba en un papel y se iba, mientras to-dos los aplaudíamos”.

Gálvez perdió la carrera por casi 40 minutosrespecto de Fangio, pero le ganó el segundo lugar aEusebio Marcilla por algo menos de cinco minutos. Amitad de 1948, una encomienda llegó a Bolívar.Cuando Pérez García –a quien iba dirigida– la abre,descubre “un reloj de plata y oro con malla de cuerode cocodrilo”. La inscripción no dejaba dudas: “C.

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Pérez García. Recuerdo de Oscar Gálvez 29–II–1948”.El fanático no volvió a ver a Gálvez sino hasta

la largada del Gran Premio de la Vuelta a la Américadel Sur. En el sellado previo, apenas se cruzó con Os-car, el comentario fue automático:

–¿Recibió lo que le mandé?–Sí, pero… no era necesario–Gracias a su ayuda llegué segundo y cobré 15

mil pesos más de lo que me hubiera correspondido siterminaba tercero…

Colofón: a Pérez García se lo conoció en Bolí-var, durante mucho tiempo, como “Punta de Eje”…

21 “Como presidente de la Nación Argentina, co-mo ciudadano y como hombre amante de los

deportes, he querido adherirme desde el primer mo-mento al entusiasmo popular que despertó en todoel país el magnífico triunfo alcanzado por nuestroscompatriotas en la importante carrera internacionalautomovilística que atraviesa una gran parte delcontinente americano, uniendo Buenos Aires con Ca-racas. Las dificultades de la prueba, los obstáculosvencidos, el triunfo sobre los elementos de la natu-raleza, el vigor físico que para todo ello se requierey, especialmente, el mantenimiento constante delespíritu deportivo, hacen dignos a nuestros triunfa-dores del público reconocimiento y de la gratitud delos argentinos” (Mensaje del General Juan DomingoPerón a los participantes de la Buenos Aires–Cara-cas, noviembre de 1948).

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22 Don Pedro Duhalde había sido el acompañan-te de Domingo Marimón en la victoria de Cara-

cas. Marimón, nacido en Zárate y afincado en Cos-quín, trababa amistad con un personaje de trayecto-ria similar: nacido en Baradero y radicado en VillaCarlos Paz, Jorge Descotte era hábil en los negociosy pretendía serlo en el camino. En 1949, le pidió a Du-halde que le preparara su Chevrolet y que lo acom-pañara en las carreras. Duhalde no quería saber na-da: no solo porque Descotte tenía en Punilla fama deloquito, sino porque utilizaba anteojos de gruesocristal para correr. Para correr en la Vuelta del Cha-co, Duhalde le mandó a uno de los muchachos del ta-ller para que lo escoltara: volcaron y el infortunadoacompañante se golpeó una pierna. Así que… PeroMarimón lo convenció para que probara en el GranPremio. Y el Chevrolet largó con el nº 57, con Descot-te al volante y con Duhalde en la butaca derecha.

–Sacá el pie del acelerador. Mirá que te rompola cabeza…

Serias fuentes de época consultadas señalanque ante cada arrebato de Descotte al volante, Du-halde enarbolaba una llave inglesa para disipar loshumos del piloto. Después, al bajarse del auto, llega-rían las disculpas…

–Perdóneme, usted sabe que es la única mane-ra de lograr que se modere.

–Usted tiene razón, se lo agradezco. Cuando el esfuerzo de los 11.035 kilómetros fe-

necía en Ingeniero Maschwitz, el 27 de noviembre de

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1949, Descotte y Duhalde se habían clasificado quin-tos… detrás de los dos Gálvez, de Fangio, y del men-docino por adopción Guido Maineri: había nacido enBizzozzero (Varese), Italia.

23 Con la finalización del Gran Premio de 1949,acabó la Era de Oro de la especialidad, la era

de los recorridos interminables, de los esfuerzosdescomunales y de las heroicas hazañas de hombresdoblegando a la mecánica caprichosa y la naturale-za todopoderosa.

Las carreras se hicieron más cortas, la prácticase tornó excepcionalmente accesible, el grado épicode la aventura se redujo de manera apreciable.

Curiosamente, la Edad de Oro del TC terminóantes de que la categoría empezara a llamarse así…

Paradójico pero real. Aquella directiva de Viali-dad Nacional nunca habló de Turismo ni de Carrete-ra. No es desatinado establecer un paréntesis demás o menos 15 años entre el nacimiento de la cate-goría y su “bautizo” con el nombre con el que se laconoce popularmente.

La denominación Carretera aparece en 1939;en 1947, diez años después del alumbramiento, sehablaba de “coches estándar tipo Gran Premio”, enreferencia a las cupés que eran prácticamente ma-yoría absoluta en las largadas, con escasa manipula-ción técnica para sacar más potencia de los motores(cuya cilindrada era irrestricta) pero preparados pa-ra resistir largas distancias.

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En el boletín “Automovilismo” nº 347, de juliode 1951, aparece la denominación “coches de ‘Turis-mo en Carretera’” (los encomillados son los origina-les); y en el nº 358, de junio de 1952 se informa así so-bre la primera vez que la categoría pisa el flamante(por entonces) asfalto del autódromo porteño: “Unanueva jornada de emocionantes alternativas fuebrindada a los numerosos aficionados al automovi-lismo el día 24 de mayo en el Autódromo Municipal’17 de Octubre’. La intendencia municipal de la ciu-dad de Buenos Aires, con la colaboración técnico–de-portiva del Automóvil Club Argentino organizó paraesa fecha una competencia reservada para cochestipo turismo de carretera” (bastardilla del autor).

En el siguiente boletín, el nº 359, de julio de1952, se habla de “cuatro categorías: Fomento, fuer-za Limitada, Fuerza Libre y Turismo de Carretera”. Ladenominación ya aparece con mayúsculas… En elnúmero de agosto de la revista “Velocidad”, el perio-dista Folco Doro escribe: “No hay que criticar la fór-mula Turismo de Carretera creada por el ACA, éstaestá muy bien. En este caso creemos que los mejoresintérpretes de la misma son justamente los herma-nos Gálvez que cuando corren dan gusto”.

Después del triunfo de Rosendo Hernández en elGran Premio (sobre el que se volverá), por diciembre,Borocotó opinaba en “El Gráfico” que “Los coches deturismo de carretera son muy veloces y la prepara-ción de los mismos se hizo sumamente costosa”.

Los cambios se implementan corriendo 1953.En el artículo 73 del Reglamento Deportivo Automo-vilista de ese año se lee:

“Las carreras de automóviles que se realicen

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en la República Argentina serán divididas en cincocategorías que darán derecho cada una de ellas a uncampeonato respectivo.

a) Coches Especiales.b) Coches Mecánica Nacional Fuerza Librec) Coches Mecánica Nacional Fuerza Limitadad) Coches Sporte) Coches Turismo de Carretera”El 2 de abril de ese año el ACA promulga la cre-

ación de la categoría de “coches Standard, para in-tervenir en las carreras de Turismo de Carretera”

Esos cambios se imponen: en el “Libro de Orodel Automovilismo Argentino”, editado por Luis ElíasSojit en 1955, capítulo “Galería de Campeones”, sehabla de campeón de Carretera en 1952; la denomi-nación cambia en 1953 a campeón de Turismo de Ca-rretera. Escrito con mayúsculas, la sigla se entroniza.

24 Se lee en el boletín del ACA de diciembre de1951: “Finalizado el XXX Gran Premio Argenti-

no de Carretera 1951 Reelección, el Automóvil ClubArgentino se hace un deber en dejar expresa cons-tancia de su agradecimiento a todos aquellos que enuna u otra forma han prestado su colaboración en laprogramación, organización y realización de estacompetencia. Vaya pues nuestro agradecimiento aS.E. el Sr. Presidente de la Nación General Juan Do-mingo Perón y a su dignísima esposa doña Eva Pe-rón, por cuyo restablecimiento formulamos nuestrosmás fervientes votos”.

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25 Después de los más de 10 mil kilómetros reco-rridos en los Grandes Premios de 1948 (suman-

do las dos ramas de la Vuelta a la América del Sur) y1949, acaso sorprenda a los despistados el tono redu-cido del GP de 1952, en apenas tres etapas y con po-co más de 4.000 kilómetros de recorrido. Una pruebamás de que la Era de Oro había quedado atrás: no so-lo declinaba progresivamente la cantidad de partici-pantes en las carreras, sino que estaba en prácticaotra restricción más determinante. Desde setiembrede 1951 existía el denominado “Ordenamiento decombustibles líquidos”, puesto en completa vigenciaa partir de enero de 1952, que limitaba el consumo denafta a 30 litros por semana para los usuarios corrien-tes. Cada propietario debía inscribirse en una esta-ción de servicio para ser provisto, y solo podía cargarde lunes a viernes en el horario de 6 a 18, o los sába-dos, de 6 a 13. YPF, que suministraba gratuitamenteel combustible a los participantes del Gran Premio,no podía ser vista despilfarrando el líquido... y poreso el Automóvil Club Argentino redujo a más de lamitad el recorrido de su gran carrera.

La primera etapa del Gran Premio del ‘52 fueBuenos Aires–Mendoza de un tirón, pasando por TresArroyos, Bahía Blanca, Santa Rosa y San Luis. Se lar-gaba desde el para ese entonces flamante Autódro-mo “17 de Octubre”, a la medianoche, y pese a la can-tidad de kilómetros, a la oscuridad del arranque, a lalluvia caída en parte de la ruta y al barro, Ernesto Pe-trini ganó con un promedio de 142,610 km/h, después

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de viajar medio día en continuado. Unos días antes dela largada, “En la sección Carreras del Automóvil Club–cito a Borocotó en El Gráfico– los empleados confec-cionaban las planillas para los controles de la ruta ycomo estaba presente Julio Devoto, le preguntaron:

–¿Qué le parece, Ampacama? ¿Le decimos alcontrol de Bahía Blanca que se instale a las cuatro ymedia?

–¿A las cuatro y media? No, a las cuatro, por-que a Bahía se llega en cuatro horas quince...

Pareció una exageración. Sin embargo, Petriniestuvo allí en 4h15m56s y Devoto en 4h16m41s”.

26En esa etapa, a la altura de Cañuelas, Oscar Gál-vez atropelló un perro que le dañó el radiador

de su cupé Ford. “Para reemplazarlo, tenía que veniral centro y sacar el de su otra máquina. Equivalía aperder tres o cuatro horas. De ser una carrera más ex-tensa lo hubiera hecho; en ésta, por lo breve, hubieraresultado esfuerzo inútil. “conviene recordar que es-tos coches llevan radiadores de mayor capacidad deagua que los standard y construidos a medida”.

El Gran Premio no lo ganó Petrini, sino Rosen-do Hernández, un piloto de San Luis que competíacon un coche singular, un Ford que, a diferencia de lamayoría de sus rivales, no era cupé sino un Sedán dedos puertas. “Voy con un motor sencillo, sin compli-caciones; con la rectificación que todos conocemos,el cigüeñal de cuatro pulgadas y un octavo”. Aunqueparezca una preparación rudimentaria, Hernández

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hizo uso de la tecnología –algo de avanzada, 65 añosatrás– para quedarse con la carrera: había instaladouna radio en su auto y seguía la transmisión radial dela carrera para saber de su posición. “Yo sabía de micolocación, estaba bien enterado por la radio y meconstaba que entrando con más de 48 segundos so-bre Juan Gálvez ganaba el Gran Premio, porque Juanme llevaba 2m48s en la general y yo salí de Catamar-ca dos minutos detrás suyo. Aunque en forma angus-tiosa por la atropellada de Gálvez, venía cuidándomemucho para evitar una ‘desbandada’ de gomas, una‘mordida’ en una curva, pues nada más que una pin-chadura significaba perder la carrera”.

Después de 4.000 kilómetros de Gran Premio,Hernández superó a Gálvez por 31s 2/5. A 123,215km/h de promedio, fue como si le hubiera ganadopor poco más de mil metros de distancia, al cabo de33 horas y 20 minutos de exigencia. Cobró como pre-mio 84 mil pesos, en una época en que el dólar cos-taba 20 pesos. Es decir, casi 4 mil dólares...

La tecnología y la estrategia de cuidar los neu-máticos le permitieron al puntano romper la rachade Juan, que había conquistado los tres Grandes Pre-mios anteriores. Raimundo Caparrós, que entró ter-cero detrás de ambos, se clasificó a seis minutos deHernández, pero en esa última etapa entre Catamar-ca y el Autódromo pinchó once cubiertas...

27 Después de ganar el Gran Premio de 1956,7.447 kilómetros en nueve etapas, Juan Gálvez

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sintetizaba así su victoria: “El coche tiene un valoraproximado de 120 mil pesos. No llevé una cuentadetallada pero durante el Gran Premio gasté 80 milpesos, 20 mil solo para preparar el auto. En premiosme corresponden 175 mil pesos. En la primera etapatenía nafta, gomas y aceite en Pehuajó y Santa Rosa,y mi auxilio móvil estaba en Zapala con repuestos.De Zapala a Mendoza y de Mendoza a la Rioja teníaun auxilio móvil y otro fijo por ser etapas más largas.En la última etapa tenía uno fijo en Rufino y el móvilen General Pico. El tanque de combustible carga 280litros y se pueden cargar 200 litros en un minuto. Tra-to de cargar lo menos posible, no más de 200 litros,ya que consume 20 litros cada 55 kilómetros. No per-dí ni un minuto por problemas mecánicos, solo parépor pinchaduras. En total usé 15 cubiertas. ¿La abo-lladura de la carrocería? Entre Mina Clavero y RíoCuarto con el camino barroso se nos pinchó la cu-bierta trasera izquierda. Ya estábamos casi paradoscuando llegamos a una curva, el auto se fue de cos-tado recostándose contra un yuyal sin llegar a volcardel todo. No hubo nada roto. Por precaución cambiéel cigüeñal en Bariloche, Mendoza y Santiago del Es-tero. En Mendoza cambié los metales de las bielas ylas bancadas y la caja completa. También cambiécintas de freno. No cambié ni aros ni pistones. El má-ximo régimen del motor es de 5.000 rpm, lo usé a4.700 revoluciones y aproximadamente tenía una po-tencia de 170 HP. La velocidad máxima estaba en elorden de los 183 km/h. ¿Coches más ligeros que elmío? Sí, tres o cuatro…”.

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28 “Para mí Juan Gálvez comienza a ganar las ca-rreras no bien se publica el reglamento. Tenía

una habilidad especial para memorizar el reglamen-to. Como si fuera un camino. Y era inevitable. Al díasiguiente aparecía en el séptimo piso del AutomóvilClub Argentino con el reglamento marcado en los lu-gares dudosos, pidiendo la aclaración del punto os-curo. Siempre quiso ser el primero en llegar al lugarde la prueba. Hace la clasificación y le deja ensegui-da el coche a su mecánico: inmediatamente viene alpalco de la Deportiva, y primero repasa su registro.Después se queda mirando cómo clasifican todos.Hasta el último. Juan me explicó una vez que es laúnica manera de saber cómo manejan los demás ycómo han traído preparado su auto. Así elabora suplan para el día siguiente, sabiendo positivamentequien es quien”. Felix Arnaiz, del ACA, en 1957, cita-do por Alfredo Parga en 1984. Una pintura perfectapara ayudar a entender las razones por las cualesJuan Gálvez se convirtió en el piloto más ganador(56) y más campeón (9) del Turismo Carretera.

29 Para los que creen que los sponsors y la eracomercial del automovilismo es relativamente

reciente, esto lo relató Oscar Alfredo Gálvez 30 añosatrás, en setiembre de 1983: “En 1948 gané laLima–Buenos Aires y la Comisión de Concesionarios

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Ford había establecido una escala de premios. Porese entonces había baterías Ford y Suplex y yo en miauto llevaba la inscripción de la primera, y por esome dieron 20 mil pesos. En la fiesta que se hizo en elPlaza Hotel manifesté que esa suma era poca. Allí meconoció Alberto J. Armando y me dijo: ‘Pibe, el do-mingo ganá las Mil Millas y yo te doy 5.000 pesos’. Ar-mando me estaba esperando en Avellaneda, loco decontento, saltando como un mono. ‘Vení mañana quete pago y desde hoy, la agencia es tuya...’. Yo mecompraba las gomas, la nafta y me pagaba el hotel.El resto me lo daba Armando... Pero tenía un jefe derepuestos que era bastante pichulero y a veces melos negaba diciéndome que no tenía, cuando en rea-lidad yo sabía que mentía. Se lo dije a Alberto y con-vinimos que cuando pasara algo similar, yo compra-ba los repuestos y él me devolvía el dinero. Fue unaayuda que siempre valoré. Todo duró hasta que pu-se mi propia concesionaria en 1962”.

30De aquel Gran Premio de 1937 habían pasado 25años, cuando Oscar Gálvez fue a correr el Pri-

mer Premio TC de Rosario. Su primera carrera habíasido esa, un cuarto de siglo atrás, con el Ford nº 58. Es-ta vez, largaba con el número 2. Lo homenajearon undía antes de la prueba. “Me sentiré muy feliz si maña-na me obsequio la victoria” agradeció Oscar. Al día si-guiente, 5 de agosto de 1962, la lucha se entabló conlos Emiliozzi. Punteaban alternativamente uno y otro.Hasta que cerca de Casilda, a 70 kilómetros de la lle-

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gada, sobre el asfalto en el que los hermanos de Ola-varría pensaban rematar la victoria – le llevaban 40 se-gundos a Oscar– se pinchó la cubierta trasera dere-cha. Así lo contó Alfredo Parga: “Torcuato bajó parahacer el cambio; Dante miraba hacia atrás buscandola silueta del coche de Oscar. Antes que la imagen lellegaba el ruido. Oscar pasó al coche número 1, justa-mente cuando los Emiliozzi aceleraban para no que-dar atrás. Estaba alcanzando el auto su más alto régi-men cuando Dante advertía que nuevamente el cochese caía. Ahora era la cubierta posterior izquierda lapinchada…”. Oscar vencía por 2m13s3 sobre su her-mano Juan y 2m22s1 sobre Emiliozzi. Sería la anteúlti-ma victoria de Oscar Gálvez en TC.

31 La última no fue menos brillante, consagradapor una decisión estratégica sensacional, y

ocurrió al mes siguiente, el 16 de setiembre. La IVuelta de Salto se corría sobre un circuito con 42 ki-lómetros de pavimento (de tres metros de ancho) y41 km de tierra, que tocaba Arrecifes y Carmen deAreco, en pleno corazón de la tierra teceísta. Se ha-bían anotado 63 pilotos, pero la lluvia provocaba elarrugue y solo partían 29. Había que pasar cinco ve-ces por Salto, y Carlos Menditeguy lideró en los tresprimeros pasos, con Oscar persiguiéndolo prolija-mente en los relojes. En el transcurso de la cuartavuelta, los autos de Menditeguy y Juan Gálvez se to-caron en la bajada al barro, en Carmen de Areco, yquedaron atravesados en el camino embarrado. Lle-

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gó Oscar y encontró la senda obstruida: esperó pa-ciente –siempre paciente– hasta que Menditeguy lo-gró enderezar su auto. Este duró unos pocos kilóme-tros más. Oscar conducía con enorme cautela y sedetenía en Salto, antes de entrar en el último giro.¿Problemas en el coche puntero? Nada que ver: Os-car hacía gala de esa paciencia e ignoraba al reloj pa-ra pedirle a sus auxilios que lo esperasen en la baja-da al barro, en Carmen de Areco, con cubiertas pan-taneras listas para cambiar. Al llegar al encuentro,un rato después, se tomó el tiempo necesario paraefectuar el cambio, y con el coche bien afirmado enel resbaladizo tramo final, corrió a velocidad segura.Se tomaba cuatro horas y media para ganar, pero lesacaba casi diez minutos a Juan…

32 “En una Vuelta de Arrecifes estábamos en elmismo cuarto de hotel y Charlie (Menditeguy)

tenía puesto su famoso camisón de dormir. Eran las12 de la noche y había que levantarse a las 6. Yo yaestaba en la cama y le insistía que se acostara, mien-tras él se paseaba de punta a punta por el cuarto ymiraba de vez en cuando por la ventana. Se tomó labarbilla con la mano y después de hacer un montónde análisis que él solo entendía, dijo: ‘Bueno, Arturo,no hay que hacerse problemas... mañana gana Juan’.Por supuesto, al día siguiente ganó Juan Gálvez”. Locontó el arquitecto Arturo Dubourg, que corría con elseudónimo “Grey Rock”, en el número 369 de la re-vista “Corsa” del 15 de mayo de 1973, a los pocos dí-

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as de la muerte de Menditeguy. Se refería a la Vuel-ta de 1960, que Juan logró superando por 15 segun-dos a los Emiliozzi.

33 El de 1960 había sido un año de ensueño paraJuan Gálvez. Casi 20 años después de su de-

but, ganaba ocho de las 13 carreras que disputaba yconquistaba, de paso, su noveno título de TC. Peroera el último.

Cuando se iba a inaugurar la temporada de1963, Juan tenía ya 47 años. El campeón ya era Dan-te Emiliozzi, que tenía apenas un mes más. Durantela década del ’50, el piloto de Olavarría se había ca-racterizado por contar con un auto muy veloz, la Ga-lera, pero que se rompía a menudo, a diferencia delos coches de los Gálvez. Pero para 1962 el panora-ma había cambiado.

Una sola carrera ganó Juan en aquel año: la Vuel-ta de Laboulaye, a 150,590 km/h, en un circuito mixtode asfalto y tierra que no exigía enormes velocidadespara fondearse en la vanguardia. Pero los Emiliozzi lo-graron cinco triunfos en el año, todas a mayor prome-dio que los citados; su rival más poderoso no era Gál-vez sino el velocista de Necochea, Armando J.Ríos.

En las 500 Millas Mercedinas, la Galera vencióa más de 187 km/h, y le sacaba más de dos minutosde ventaja a Gálvez, que terminaba tercero (detrásde Ríos). Y en San Antonio de Areco, cuando Ríosvencía a Emiliozzi por apenas 1s2, ambos le sacaban16 minutos al tercero, que era Oscar Gálvez: Juan ha-

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bía quedado a la vera del camino.Así que los Gálvez habían perdido velocidad

respecto de Emiliozzi. “Trabajó como un loco duran-te todo el verano de 1963. No se tomó vacaciones yfue a anotarse en la primera carrera que hubo”, con-tó con el tiempo Oscar. Esa carrera era Olavarría.

34 “Si se quedaba atrás, Juan se desmoralizaba–aceptaba su hermano– Era un fenómeno en la

punta. Le parecía un error perderla”. Esa era su es-trategia en los Grandes Premios: hacer una diferen-cia de entrada, en la punta, sacar ventaja y luego ad-ministrarla. Intuía que si los rivales no podían correr-lo en las primeras etapas, poco podrían hacer des-pués, con los coches más castigados. Pero en estacircunstancia estaba en desventaja. El, que largabacon el número 5, tenía que salir a correr a Emiliozzi,que lucía el 1. “Juan, ¿para qué vas a ir a Olavarría?”le preguntó Oscar, sin obtener respuesta. El herma-no mayor se fue a pasar el fin de semana a MonteHermoso; el menor, a encontrarse con su destino.

La historia es ampliamente conocida. A las 19del sábado 2 de marzo se largó la lluvia. De los 166 ki-lómetros del circuito, 108 eran de tierra: Juan sentíaque en el barro podría defenderse mejor de los Emi-liozzi. La carrera se demoró una hora contra su vo-luntad y se largó a las 10. Las condiciones desfavora-bles del piso permitieron la ventaja inicial del máxi-mo campeón, que tenía a la vista a la Galera. Mien-tras pudiera verla, ganaría… Pero la lluvia cesó, el pi-

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so fue secándose y el coche de Olavarría comenzó arecuperar la desventaja. Gálvez corría a 155 km/h;por el control de Pourtalé, en la bajada a la tierra,Emiliozzi había reducido la diferencia a 1m15s.

En ese momento, pocos conocían la intimidadde la preparación de ambas máquinas como el inge-niero Francisco Lucius, que con el tiempo diría: “Juanno entraba en razones, quería ganarle a los Emilioz-zi con un auto que corría 15 km/h menos que el deellos, que tienen un múltiple de admisión Puma concuatro carburadores; Juan solo tenía tres carburado-res. Ahí estaban los 15 km/h”.

Esa era la diferencia de velocidad pura entre elcoche nº 1 y el nº 5

Había otra explicación para esa diferencia.“Cuando prohibieron el motor de válvulas a la cabe-za, en el ’55, volvimos a las válvulas laterales –contóTorcuato, el hermano de Dante, en el libro de su hijaIrma, “Los Emiliozzi– No aguantaban las bielas y en-tonces las hice yo. Esas fueron las bielas que nos die-ron casi todos los triunfos del motor Ford 59AB: lasoriginales se fundían. Me las tenía que ingeniar parahacerlas yo mismo, pero cuando las pusimos, el autono paró más, es decir, todos los domingos y por másde diez años fuimos los más veloces, hasta el final”.

Faltaban 40 kilómetros para la traicionera esedel Camino de los Chilenos.

35 Raúl Cottet era el acompañante de Juan Gál-vez aquel 3 de marzo de 1963 y en la edición de

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abril de “Coche a la vista” escribió lo siguiente: “A las6:30 nos levantamos, desayunamos y Juan, en otrocoche, viajó hasta cerca de Pourtalé para comprobarcómo estaba el tramo de tierra o barro. Mientras, yocalentaba el TC. Regresó Juan muy contento, hablán-dome de cómo había aumentado nuestra chance conla lluvia. En la largada, aprovechando la posterga-ción por una hora, cambiamos las dos gomas trase-ras por unas ancorizadas (…)

Y largamos. El coche andaba muy pero muybien y veloz. Antes de Pourtalé pasamos a Meunier ynos colocamos a la rueda de Saigós; luego dejamosatrás a Ríos que estaba parado y pasando el Caminode los Chilenos nos colocamos a la vista de los Emi-liozzi. Juan se dio cuenta entonces de que estábamosganando por tiempo y comenzó a cuidar máquina ya realizar su carrera. En la segunda vuelta tuvimos laoportunidad de pasarlo a Dante. Juan me preguntó:

–¿Lo pasamos?Yo le contesté que no convenía. Y seguimos de-

trás sin perderlo de vista.Llegamos a la tercera vuelta y notamos que

Emiliozzi a medida que se iba secando el barro trata-ba de escapar de nuestra persecución. Juan apuró unpoco más, en recta íbamos a 190 km/h, seguíamos alpie de la letra nuestro plan de carrera y confiábamoscada vez más en nuestra victoria final. Más el diablotenía que meter la cola en esa ese del Camino de losChilenos, que ya habíamos pasado sin problemas endos oportunidades. Pero en la tercera…

Continúa Cottet: “Al entrar en la primera cur-va –veníamos a 180 por hora– Juan trató de colocarla segunda, algo la trabó y no entró; insistió sin re-

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sultado, puso tercera velocidad y el auto quedó en-tonces “muerto”, sin fuerza para salir del viraje. Es-te inconveniente y el barrito hicieron que el coche sedesplazara de adelante y con las dos ruedas delan-teras dobladas patinó hacia el lado opuesto a la cur-va, el izquierdo; Juan enderezó las ruedas para queel auto saltara a la zanja. No dijimos una palabra –lasúltimas que dijo Juan en su vida fueron ‘Raúl, apre-tá los amortiguadores’ cinco minutos antes del acci-dente– confiábamos en el que el auto saltaría el obs-táculo. Pero no fue así. Al llegar a la zanja se clavóla rueda izquierda en la hondonada y comenzamosa dar vueltas. Lo demás me lo contó un estancieroque, con su hija, presenció el vuelco, que ocurriófrente a su campo. Dijo que el coche dio 5 o 6 vuel-tas y que en la primera se levantó unos 5 metros. Enla última nos despidió, quedando Juan a dos metrosy yo a unos 15. Lo curioso es que Juan estaba caídodel lado de mi asiento y yo del que ocupara él. No sepinchó un neumático antes, como se dijo, ellos ocu-rrió después al romperse el tren delantero y clavar-se una hoja de elástico en el neumático delantero iz-quierdo

(…) Llegué a Olavarría en auto y de inmediatome dirigí hasta el hospital. Allí y al ver al que hastamomentos antes era todo vida y optimismo, no pu-de remediarlo y lloré como un chico. Juan parecíadormir pero su rostro envuelto con la palidez de lamuerte reflejaba la tragedia. Tenía un raspón en unpómulo y una gran hinchazón debajo de la nuca”.

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36 Durante nueve años, Santiago Luján Saigósalentó un sueño: correr en TC. Nueve años en

los cuales condujo camiones, los de la empresa queposeía en sociedad con su hermano Luciano Jorge ensu pago, San Antonio de Areco. “Hubo ocasiones enlas que estuve más de una semana seguida andandoen el camión sin parar. Dormía en la cabina y descar-gaba yo solo las bolsas. Para no aburrirme. Relatabacarreras de autos. Y todas las ganaba Santiago LujánSaigós”. Recién pudo debutar en TC a los 30 años, en1959. Si su experiencia en las carreras era nula, suconocimiento de los caminos –gracias a su oficio–fue notable; tanto que en la largada del GP de 1961,de Mercedes a Río Cuarto y de noche promedió 184km/h. Ese año ganó tres carreras, en Pergamino, En-senada y Rufino, y quedó tercero en el campeonato.Al año siguiente venció en Venado Tuerto: tan enor-mes habían sido sus ansias de carrera, su tempera-mento era tan fuerte al volante, que antes de cadalargada tocaba la rodilla de su hermano, su acompa-ñante, dotando la costumbre en un ruego. “Cuida-me”. Ambos hermanos dejaron abruptamente de co-rrer a mediados de 1962, para reorganizar su empre-sa, y vendieron su máquina. Así que cuando llegó laVuelta de Areco de 1964, no había auto para el crédi-to local. Raúl Gougy, piloto de 9 de Julio, le ofreció suChevrolet:

–Si gano, los premios son para usted; si rompoel auto lo pago yo– le agradeció Saigós.

–Mi auto es suyo. De dinero ni me hable –le re-

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trucó Gougy– Haga con él lo que quiera. Lo principales que usted corra…

37 Había curvas difíciles y otras no tanto, perotambién curvas imposibles. En una Vuelta de

Hughes, de mediados de los ’60, un grupo de mucha-chos de Pergamino se habían apostado en la curvade Labordeboy, sobre la ruta provincial nº 4, todavíade tierra. Por allí pasaron raudos los punteros, perocuando llegó la cupé del valor de Villa Constitución,Fermín Maceratesi, las leyes de la física no mantu-vieron sus cuatro ruedas sobre el piso. Vuelco segu-ro. El grupo colaboró para poner el auto nuevamen-te en su posición tradicional para que el piloto pudie-ra continuar su marcha. Al cabo de la segunda vuel-ta, otra vez, los punteros desparramaban polvo yemoción, y una vez desgranado el lote, se acercó Ma-ceratesi, un poco más lento… pero el resultado fue elmismo. Vuelco por duplicado. Otra vez a repetir lamaniobra de rescate, que los muchachos intuyeronde cajón para la tercera y última vuelta.

Maceratesi nunca volvió a pasar por Laborde-boy en esa carrera.

38 A lo largo de su historia, el Turismo Carreteraha tenido apariciones fulgurantes, nombres

que brillaron con luz tan intensa durante un brevísi-

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mo lapso, y que acaso por eso se apagaron pronto,acaso antes de tiempo. El caso de Juan Oscar Facchi-ni es uno de esos. El laborioso mecánico de Mar delPlata corría desde 1961 pero fue en 1964 que comen-zó a destacarse de manera brillante. ¡Y de qué ma-nera! En un año en el que Juan Manuel Bordeu y Car-los Alberto Pairetti desafiaban la hegemonía de losEmiliozzi, Facchini se impuso sorpresivamente enTres Arroyos, el 11 de octubre y, una semana mástarde, el 18, en Junín. En la carrera siguiente, las MilMillas, el 8 de noviembre, fue quinto, y una semanamás tarde, en Tandil, tenía todo para ganar…

“Perdió la vida luchando como siempre por elprimer puesto Juan Oscar Facchini, el vigoroso pilo-to marplatense, última revelación de la categoría–escribió Juan Carlos Pérez Loizeau– Lo más lamen-table es que el accidente llegó porque su ambiciónde triunfo y de prodigarse hasta el exceso llevó al in-fortunado Facchini a buscar la vanguardia en el ca-mino, cuando manteniéndose solamente a la vista deEmiliozzi le estaba ganando por tiempo. Un error oun desmedido espíritu de lucha lo impulsaron. Searriesgó y perdió”.

Sigue el comentarista: “No era un piloto brillan-te pero su pulimento llegaría con el tiempo. Por aho-ra andaba extremadamente fuerte, especialmenteen los circuitos mixtos. Su máquina era veloz y corríafuerte. Ganaba metros en la tierra. Hace poco más deun mes ganó su primera carrera: Tres Arroyos, y eldomingo siguiente la segunda: Junín. Asombró a losaficionados por su rápida consagración pero era in-dudable que el momento llegaba apresuradamente”.

Y remata: “Su Chevrolet, hecho modestamente

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en Mar del Plata, no era un auto. Era un arma. ‘Che,pasame despacio, ¿eh?’ le decían los primeros delranking en cada partida todos los domingos. Su am-bición de triunfo y las posibilidades que le acordabansu máquina lo llevaron a la cumbre y motivaron mu-chas salidas del camino sin consecuencias graves.Inclusive en esta última carrera de Tandil hizo por lomenos dos trompos antes de la salida fatal”.

En la novena vuelta de una carrera a 12 giros alcircuito serrano de Tandil, cerca del paraje La Porte-ña, un neumático del Chevrolet de Facchini estalló;el auto salió del camino, volcó y fue a chocar contrauna camioneta estacionada en el lugar. El piloto fa-lleció instantáneamente.

¿Un error? ¿Un desmedido espíritu de lucha?No. Facchini había jugado una apuesta con CarlosMenditeguy a que no solo vencía a los hermanos deOlavarría sino que también los superaba en el camino.La historia me la refirió Hugo Mazzacane. La carrerala ganaron los Emiliozzi; segundo fue Menditeguy…

39 –¿Che, se imaginan lo que podría pasar con unmotor Chevrolet Súper 7 bancadas preparado

para TC?Desde antes de aquel reglamento de 1937, el auto deTC por excelencia había sido la cupé. Un cuarto de si-glo más tarde seguían utilizándose aquellos modelosque parecían imprescindibles para imponerse en lasdurísimas condiciones que requería una victoria enTurismo Carretera.

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Pero José Froilán González, dueño de la agencia Che-vrolet de Corrientes 11, bajo el techo del Luna Park,en pleno centro porteño, había hecho la pregunta co-rrecta. Si ese motor moderno y bien preparado lo cal-zaba dentro de un auto moderno, quizás… Lo suyoiba en paralelo con el esfuerzo de la Ford por hacerdel Falcon, que en la Argentina se producía desde1962, un producto que ganara el domingo en la rutay se vendiera el lunes en el concesionario.

Froilán tenía a mano el Chevrolet 400, pero op-tó por algo un poco más resistente, el Chevrolet IINova (que era dos puertas, a diferencia del 400) alque trajo de los Estados Unidos por apenas 2.000 dó-lares. La cátedra suponía que un coche sin chasis (elNova era de carrocería autoportante) se partiría sinremedio al transitar el primer lomo de burro, al cru-zar a fondo cualquier paso a nivel.

En EEUU se lo llamaba Chevy Two, y la tribunalo argentinizó como Chevytú. Se atendía en un tallerde Sáenz Peña, del otro lado de la General Paz, pro-piedad de los hermanos Aldo y Reinaldo Bellavigna,que preparaban el motor. Tuvo una carrera meteóri-ca: debutó el 12 de abril de 1964 en el Autódromo, enmanos de Jorge Cupeiro, abandonando; a la semanasiguiente, llegaba segundo; logró su primer triunfoel 9 de agosto, en Mar del Plata, a más de 197 km/hde promedio, y al año siguiente, ¡le peleaba el títuloa los Emiliozzi!

El shock cultural fue terrible: “del inicial alari-do con sarcasmo e insultos, reforzados con algunaque otra pedrada y hasta materias fecales (…) elChevy II fue ganándose si no el cariño al menos unaancha faja de respeto. Tuvo que pagar derecho de pi-

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so, es lógico” escribió Miguel Angel Merlo en “Lastuercas calientes” (1976).

“Cuando lo llevábamos al autódromo, nos mi-raban como si estuviéramos locos, el coche era casiestándar, la revolución vino después” cuenta JorgeCupeiro. “No salí campeón pero en 1965, entre mar-zo y agosto gané nueve carreras”. Hace un tiempo,Froilán reflexionaba así delante de mí sobre elChevytú. “Nació porque yo creía que debía haber unatransformación en el TC. Y fue una revolución porquetodo el mundo pensaba que con un auto así no se po-día correr por nuestros caminos”.

Fue el puntapié inicial de un movimiento demodernismo que tuvo su punto culminante con losTorino, y que desembocaría, después de mucho ca-mino, en el TC actual. “De no haber existido un ChevyTwo en la cabeza de José Froilán González, no hubie-ran nacido por disparo en cadena los Falcon de Ford,ni los Torinos (sic) de Industrias Kaiser Argentina enel terreno de la competición. Para muchos estasirrupciones han tenido el sentido de profanación alculto de las tradiciones ruteras” concluye Merlo.

40 Si el Chevytú debutó en abril de 1964, en se-tiembre se presentó el Falcon, auspiciado por

la fábrica y con un motor de tres litros, el original,con una cilindrada que daba ventaja respecto a lapermitida, de hasta cuatro litros. Rodolfo de Alzagalo clasificó octavo en las 500 Millas Mercedinas, aun-que el ganador, Carlos Pairetti, le sacó 23 minutos de

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ventaja… En Carlos Casares fue undécimo y en TresArroyos no largó. Al coche había que desarrollarlo.Por ejemplo, no caminaban bien los frenos… Sin em-bargo, Ford Motor Argentina tenía un probador de lu-jo: unos meses antes de irse definitivamente, en1989, Oscar Gálvez relataba lo siguiente: “Despuésde la muerte de Juancito, todos me pedían que larga-ra. Y la idea ya me estaba dando vueltas en la cabe-za. Ese año (1964) los Falcon tenían el problema deque se les engranaba la caja y los de la Ford me pi-dieron que corriera para ver qué pasaba. Largué laVuelta de Junín (el 8 de noviembre de 1964) con Pe-pito Giménez como acompañante y también a noso-tros se nos engranó la caja. Tuvimos que abandonar.Después estudiamos el problema, encontramos lasolución y listo: no volví a correr”. Habían quedadoatrás casi 40 años de TC… El Falcon, en cambio, ini-ciaba una larguísima historia.

41 A fines de setiembre de 1964, un conscriptoque cumplía el servicio militar en el Distrito

Militar nº 13 de San Nicolás de los Arroyos, cercanoa su residencia, le pidió permiso a su superior, el sub-oficial mayor Jorge Oscar Grassi, “para ir a la carre-ra del domingo”. La competencia en cuestión era laVuelta de Carlos Casares. El suboficial accedió al pe-dido, acaso identificándose con el sentimiento tuer-ca del conscripto. Pero el muchacho no concurrió apresenciar la carrera de TC: fue a correrla… y acasoel episodio habría quedado en una anécdota sin con-

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secuencias si Carlos Oreste Marincovich no se hubie-ra desempeñado tan en forma, arribando a la metaen quinto lugar a bordo de un Chevrolet… Cuando losdiarios del lunes elogiaron la actuación de un jovensoldado que corría con el seudónimo de Sandokán II(en honor a su tío Néstor, que había ganado la Vuel-ta de 9 de Julio de 1960 con el apelativo de Sando-kán), saltó el petit escándalo. Se suspendió el permi-so, se decidió el acuartelamiento, la promisoria ca-rrera parecía truncada…

42 En el periódico “Arrecifes”, del sábado 3 de oc-tubre de 1964, se leía lo siguiente: “En la carre-

ra de TC efectuada el domingo pasado en Carlos Ca-sares, ha surgido otra estrella al firmamento automo-vilístico argentino. Se trata de Carlos Marincovich, jo-ven arrecifeño, de 20 años de edad que se halla cum-pliendo el servicio militar que, escudado bajo el seu-dónimo de Sandokán II, largó en el 70º lugar y a pocode iniciada la prueba fue escalando posiciones hastahallarse colocado en el tercer puesto, colocación queperdió a causa de fallas en el mecanismo de aceiteque lo relegaron a un honorable quinto puesto, enuna carrera donde estuvieron presentes la mayoríade los ases de la especialidad. Consagratoria actua-ción, si se tiene en cuenta que Carlos Marincovich hacorrido sólo tres carreras y en ésta, su tercera, ya seacercó a los mejores del ranking nacional”.

Ignacio García Veiga, diputado de la Unión Cívi-ca Radical Intransigente (UCRI) por Arrecifes, tomó

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cartas en el asunto. En su carácter de representantedel pueblo, tomó contacto con el comandante en Je-fe del Ejército, teniente general Pascual Pistarini, ylogró que el entorchado autorizara al joven piloto aseguir compitiendo pese a encontrarse bajo bandera.

Curioso: García Veiga era tío de Néstor, que porentonces era chofer particular de Carlos Alberto Pai-retti, el mejor volante de Arrecifes del momento.García Veiga también llegaría al TC y se quedaría conun record: fue el primer piloto en ganar con unaChevy, aunque cuatro puertas, en 1971. Al año si-guiente, en 1972, llegó el primer triunfo de una Chevycupé: el piloto era Carlos Marincovich…

43 “En 1965 corrí la doble Vuelta de Mar del Plata,en dos etapas. Gané la primera, un circuito

mixto de asfalto y tierra que terminaba en Mar delPlata, el parque cerrado era en el estadio Bristol. Enla segunda etapa largué primero y el único que mepasó fue Loeffel. Después Bordeu se acercó y con élnos pasamos siete u ocho veces, por momentos íba-mos a la par largo trecho, hasta que en un puente tu-ve que aflojar un poquito y entonces él consiguió dis-tanciarse algo. Pero venía primero por tiempos.Cuando íbamos llegando a Ayacucho, mi pueblo, em-pecé a sentir la alegría enloquecedora de la gente,que la seguía por la radio y sabían que veníamos pri-meros. De Ayacucho seguía a Rauch y luego a Tandil,Balcarce y Sierra de los Padres… Pero tuve la malasuerte de volcar en Rauch, justo en la zona que mas

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conocía. Al llegar a Rauch, dónde se toma el caminoa Azul, me dí cuenta que me iba a pasar de largo. Creoque fue por la situación emocionante que había vivi-do momentos antes, por la algarabía indescriptiblede la gente del pueblo de uno, que lo veía pasar pun-tero. Me dí cuenta, pero intenté doblar igual, el autoentró en trompo, pegó contra una alcantarilla y vol-camos. Se torcieron las ruedas, se estropeó un pocola carrocería, pero seguimos. Después de Balcarce senos rompió la caja de velocidades. Continuamos, pe-ro no era lo mismo. En el vuelco se nos fue la granoportunidad” (Oscar Erit Cordonnier en 1984).

44 En noviembre de 1965, poco antes de que selargara el Gran Premio, la prestigiosa revista

de actualidad de entonces, “Primera plana”, publicóun largo artículo sin firma, del que se extrae este tro-zo, que habla de los pilotos de entonces:

“Los corredores de autos son esencialmentehombres. Su actividad, definida por más de un psi-quiatra como lindando en la frontera de lo enfermizo,no les modifica, empero, su estructura humana. Fue-ra de su obsesión, hacen lo que hacen todos: van al ci-ne, al teatro, tienen novia, forman familia, fuman o nofuman. No son, pues, robots sometidos a un régimenfranciscano. La diferencia está sólo en que corren au-tos. Entre ellos hay hombres alegres, hombres tacitur-nos, hombres educados, hombres groseros, hombresbuenos, hombres que no lo son tanto, inteligentes ytorpes: la escala racional estalla en todos sus matices.

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“Quienes encabezan el ranking de popularidado quienes alguna vez consiguieron imponer su apti-tud viven económicamente desahogados. El automo-vilismo les dio un nombre y ellos lo capitalizaron, enalgunos casos, a través de su magnetismo popular;Dante Emiliozzi, conceptuado uno de los mecánicosmás exquisitos, posee un negocio de autos en Olava-rría, lo mismo que el extra vertido Carlos Pairetti; ellánguido y silencioso José Manuel Bordeu (quien an-tes de iniciarse una carrera se pregunta sorprendi-do: “¿Qué hago yo aquí?”, para olvidarse luego de to-do y sumergirse en la frenética atracción de la Velo-cidad) es dueño de grandes extensiones de campo,de las cuales su estancia La Peregrina, en las proxi-midades de Balcarce, constituye un establecimientomodelo; Carlos Loeffel, El Rengo —le falta la piernaizquierda, perdida en un accidente por una apuestaque lo llevó infructuosamente a intentar rebajar enun quinto de segundo el record del autódromo da RíoCuarto—, se enorgullece de dirigir, en Marcos Juá-rez, uno de los mejores tambos de la provincia deBuenos Aires; Marcos Ciani reparte su tiempo, en Ve-nado Tuerto, entre una estación de servicio ubicadasobre la ruta 8 y el hotel El Molino, ambos de su pro-piedad; Rodolfo de Álzaga, amante de la noche, tie-ne “campos en cualquier parte”, administrados poruna sociedad anónima; Rubén Roux es uno de losprincipales fleteros de productos lácteos (La Marto-na); José Manzano, laborioso y ordenado, posee unabodega en General Alvear, Mendoza, y es un corta-dor de buen vino; Hugo Gimeno es transportista enMendoza; Nasif Estéfano tiene una agencia de autosen la Capital Federal, negocio al que también está

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dedicado el desenfadado Jorge Cupeiro; Luis Di Pal-ma, gran lector de historietas cómicas, representan-te de la nueva ola automovilística, ayuda a su padre,piloto retirado, a atender en Arrecifes la churrasque-ría El Patrullero, y Carlos Menditeguy, extravertido,otrora 10 de handicap en polo y brillante pelotari,golfista, nadador y jugador de squash, El Super dota-do, está dedicado a negocios de exportación y dirigelas oficinas del haras El Turf”.

45 Es un hecho conocido el que Juan Manuel Fan-gio logró los dos primeros títulos de Turismo

Carretera para Chevrolet, en 1940 y 1941. Los hinchasde la marca debieron esperar un cuarto de siglo, has-ta 1966, para volver a celebrar una consagración.

Pero es ignorado, en general, el hecho de queel Chueco fue responsable de ese título del ’66, comodirector del equipo que le permitió a Juan ManuelBordeu ganar nueve carreras en la temporada y, porañadidura, consagrarse campeón argentino de TC.

“La satisfacción de haber trabajado con JuanManuel Fangio me dura hasta hoy –afirma Hugo Sán-chez, el acompañante de Bordeu en esa gesta– Juanfue el cerebro de esa operación”

“Empecé en el taller de Toto, Rubén Fangio, elhermano menor de Juan, limpiando piezas y barrien-do pisos, en el ’59, cuando no tenía 14 años. Despuésme animé a tocar un carburador y después me ente-ré que estaban por hacer un auto de carrera. Juan yase había retirado de las carreras”. Sin embargo, se

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movía mucho. Suya fue la gestión para comprarle aMarcos Ciani una cupé Chevrolet 46.

“En el año ’61 empezamos a trabajar despacio,siempre con Toto. El auto se hacía en un taller de lacalle 16. Ahí trabajamos dos años y medio, tres, fierri-to por fierrito. Sábado, domingo, feriados, Toto firmey yo con él. Así nació la Coloradita”. Uno de los autosmás reconocidos de una época de esplendor del TC.

“El color preferido del Chueco era el rojo, el deToto también. Con el tiempo apareció un color gris la-queado, con el que se pintaron las llantas y la tapa delbaúl, que le combinaba” cuenta Sánchez. “Juan ya es-taba muy metido y trajo muchas cosas de afuera pa-ra el auto. El coche tenía frenos Bendix a campana quetrajo Juan, carburadores Weber. En ese entonces nose corría con muchas cosas importadas. Fuimos a laSemana de la Velocidad en Carlos Paz, en 1963, y Bor-deu no pudo correr, porque no había manera de quefrenara derecho. La Coloradita nació con una veloci-dad de 230 km/h, así que Juan trajo unos frenos a dis-co, también Bendix, con mordazas más grandes y coneso corrimos. Es el equipo que todavía tiene puesto…”

Fangio estaba detrás de todo. “La chapa se ha-cía en los talleres de Juan, de la Mercedes, en Mar delPlata, vamos un día y me llama Juan.

–Pibe, vení… ¿cuántos años tenés?–Dieciséis.–Vos sabés que hemos pensado en ponerte de

acompañante… Pero no había forma. Averigüé si me dejaban

correr, pero tenía que tener 18 años. Los acompañan-tes debían tener registro de conductor. Entonces su-bió Alberto Lozano, el cuñado de Toto. Pero se quemó

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en las Dos Océanos y…”Sánchez cumple dos carreras como acompa-

ñante de Bordeu en 1965. La Coloradita había gana-do dos carreras en el ’63 y cinco en el ’64, incluyendoel Gran Premio. “Ya no era ir a correr, nomás, era unacosa más seria, con aspiraciones”. El accidente enlas Dos Océanos de 1965 arruina el año, pero el equi-po queda a punto para el año siguiente.

46 Ese de 1966 fue el campeonato más largo de lahistoria del TC, con 36 carreras y decenas de

miles de kilómetros recorridos a lo largo de toda latemporada, que se definió en la última etapa delGran Premio, la última carrera del año.

“El jefe de todo ese equipo en 1966 fue Juan Ma-nuel Fangio. Fue a la mayoría de las carreras, partici-paba en todo. Durante la semana seguía el movimien-to del auto, en la carrera iba a los auxilios… Juan le da-ba seriedad al proyecto. Toto se ocupaba del auto, eraun enfermo de que no se cayera nada” sigue Sánchez.

“En Hughes les ganamos a los Gringos (Emilioz-zi). Nos entusiasmamos, había fuerza de equipo. Tor-cuato (Emiliozzi) lo agarró a Toto tras el triunfo

–¿No era que se rompían los Chevrolet?“Juan venía, observaba, fundamentalmente era

el organizador. Estaba en todos los detalles. Siemprequería saber qué pasaba. Cuando sacamos la Colora-dita nueva, pintadita, lustrada, llega Juan, era verano.

–Ahí, tenés, Juan, si querés darte una vueltita…–le dice Toto.

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“Salió Juan y al llegar al cruce se tiró a pasarpor la banquina. Volvió con un amortiguador colgan-do. Esa tarde bailaron todos… Un descuido como ésepodía hacerte perder una carrera. Se trabajaba mu-cho a conciencia, no se tiraban los fierros así por ti-rarlos. Nos fabricaban unas válvulas nacionales, Su-perfresia, un día se cortó una. “Hay que traer válvu-las buenas” pidió Juan. Trajimos importadas, pero elmotor no andaba.

Habíamos logrado que anduviera bien, traji-mos importadas, pero el motor no andaba. “¿Qué setocó que no anda? preguntó Juan. Toto le contó, vol-vimos a las nacionales y recuperamos la velocidad”.

Bordeu ganó ese año 9 de las 36 carreras deltorneo, incluyendo una seguidilla de cuatro victoriasconsecutivas, en el Autódromo, en La Pampa, en Cha-cabuco y en Carlos Casares. “Después vino la DobleVuelta de Mar del Plata –cuenta Sánchez– Cuando su-bimos al pavimento, de Mechongué para la costa, yano entraban los cambios. Bordeu metió la cuarta y asínos vinimos hasta la neutralización. Lo más trabajo-so del cambio era sacar la tapa de la caja, dentro delhabitáculo, así que mientras veníamos corriendo metiré al piso y fui sacando los tornillos. En Mar del Pla-ta cambiamos la caja en 12, 13 minutos…”.

47 Correr Turismo Carretera no era la más pláci-da de las experiencias. “El ruido adentro era

infernal pero con el tiempo uno se entendía todo conBordeu. De mecánica él no sabía nada, sabía que es-

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taba yo. Juan Manuelito Fangio me pregunta hoy có-mo hacíamos para andar en la tierra a 240 km/h… yno lo sé. ¡Eso que yo iba al lado!”. Pero nadie queríaquedarse afuera:

“Una carrera normal tenía 600 kilómetros ycuando llegábamos al taller, dos o tres de la mañana,nada de irse a casa, desarmábamos todo el auto. El lu-nes a las 10 el motor estaba en la rectificadora de Er-nesto Polverino, en Mar del Plata, lo llevaba Toto. Elequipo estaba bien engranado y eso era responsabili-dad de Juan. Todas las noches había, calculo, 70, 80personas, iban a tomar mate, a acompañarnos, hastalas 2 o 3 de la mañana. Un día se enojó Toto. “Tenemosmucha gente acá adentro, hay que sacarla”. “Yo te so-luciono el problema” le dijo un muchacho, EduardoRodríguez, que era amigo de los Eliçabe de Isaura…Trajo con un camión unas tribunas chiquitas para can-chitas de fútbol. Pusieron cadenas para delimitar lazona y la gente se acostumbró a estar ahí arriba…Ha-bía una gente amiga de Juan que tocaba el acordeón,incluso, algunas noches. Eso era un club…”.

El Gran Premio fue a decidir el título entre Bor-deu y Eduardo Casá (Ford). “Recorrían mucho la rutaellos, Juan lo llenaba de consejos, le enseñó a Bordeua marcar la ruta, en los Grandes Premios el día dedescanso prácticamente se recorría completa la eta-pa del día siguiente, marcando con pintura las partestrascendentales”. Ese conocimiento fue decisivo.

“Había cosas que el tipo (Fangio) marcaba yera fundamental, porque tenía una trayectoria y unacalle tremendas. Cuando fuimos a largar el GP, meagarró. ‘Mirá pibe, Juan Manuel va manejando y porahí se olvida que tiene que soltar el acelerador y

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eso… Mañana en la etapa va a haber agua. Cuandose zambullan en los vados, hacele acordar a JuanManuel que levante el pie del acelerador’. En uno elauto salió bien, pero el motor empezó a ratear, y que-dó en cinco cilindros. ¡Qué sufrimiento! Ahí no habíanadie que me ayudara. Le cambié las bujías, y arran-có. Pero al final de la etapa, Juan me llamó aparte yme retó. El me había avisado…”. El cambio de bujíasfuncionó. A Casá se le mojó el magneto y tardó doshoras en volver a arrancar el Tractor (que, como laColoradita, también puede verse hoy en el MuseoFangio de Balcarce).

“En plena Cordillera tuve que cambiar la caja–recuerda Sánchez– No entraba abajo del auto, y esoque era flaquito… Sabíamos que Cocón Duffard, her-mano del socio de Juan, estaba con el auxilio 30 kiló-metros más adelante. Se vino con el repuesto, sali-mos de ahí, y en plena montaña un auto adelante, elde Rubén Fulco. No lo podíamos pasar… hasta que lepegamos un autazo de atrás…”.

Antes de la última etapa, a Necochea, Bordeuse golpea la rodilla izquierda empujando el auto pa-ra sacarlo del parque cerrado.

–No sé si voy a poder frenar, Juan –se lamenta–Me duele.

–Un coche de carrera no necesita frenar, tieneque correr– lo alienta Fangio.

“Abandonamos en Olavarría, con problemas enel embrague, pero ya éramos campeones –recuerdaSánchez– Juan había sido el cerebro. Esa mística del’66 ojalá se volviera a vivir en el automovilismo, aun-que agradezco haber participado de eso. Tanto comoagradezco haberme podido educar con los Fangio”.

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48 A los Torino ya no se les podía correr con un es-fuerzo privado, como el de Fangio, Bordeu y

Cía. Pero sí darles algunos sustos. La Coloradita cam-peona de 1966 fue sometida a reformas para adaptar-la a los tiempos más modernos, y quedó a mitad decamino entre una cupé tradicional y un “prototipo”como se llamaba a esos coches especiales que no separecían a nada… Esa nueva Coloradita tenía muchavelocidad, acorde con la de los Torino, pero no resis-tía tanto los golpes como el año anterior.

“Al auto salíamos a probarlo Toto y yo. Pocoantes de la carrera de Mar del Plata, hicimos cuatroo cinco tiradas. Pero el cuentavueltas no levantaba.Toto había adaptado unos carburadores nuevos, in-clinados diez grados. Pienso que cuando volvimos altaller, Toto ya sabía lo que tenía el auto. Trabajarontoda la noche. A la tardecita del sábado lo probamos.Nos gustó. El domingo a la mañana, bien temprano,otra tirada, teníamos una marcada de 30 kilómetrosen el camino de Balcarce a Coronel Vidal. Se llenabael cuentavueltas. ¡Qué satisfacción!”

Bordeu sorprende liderando la Vuelta de Mardel Plata a una velocidad espeluznante. “El motor an-daba normalmente a 6.500 rpm, pero en ese tramo deasfalto de Mar del Plata a Miramar alcanzó las 6.700rpm, que eran más o menos 272 km/h. Y se llevabatranquilo el auto, sin pelearlo…”

Una tontería impidió el triunfo. “Habíamos ‘ba-jado’ las dos ruedas de auxilio, para tener el pesomás cerca del piso” cuenta Sánchez. Un ingeniero di-

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ría hoy: “Redujimos el centro de gravedad del auto”.La idea era hacer lo mismo con la batería, que iba enel baúl.”Pero en lugar de soldar el soporte de la ba-tería al piso, se lo abulonó. Uno de los bulones se cor-tó en carrera, la batería se cayó y no pudimos conti-nuar…”. Eduardo Copello ganó con su Torino a casi195 km/h de promedio… La Coloradita, en cambio,nunca más volvió al triunfo.

49 En 1967 el TC cambió rotundamente. El debutde los Torino redibujó el panorama y las pers-

pectivas de la categoría, reforzando lo que habíansembrado el Chevytú y los Falcon, y creando las ba-ses para la nueva reglamentación de la categoría, aimplementarse desde 1970 en adelante. El equipooficial de Industrias Kaiser Argentina, la fabricantedel Torino, quedó a cargo de un joven técnico que,por entonces, tenía menos de 30 años: Oreste Berta,que eligió como pilotos a tres advenedizos del TC:Eduardo Copello, Héctor Luis Gradassi y Jorge JuanTernengo. En 1997, treinta años después, nos junta-mos a conversar sobre aquella épica:

–Oreste era excepcional, increíblemente capaz,trabajador, incansable –contó Copello– Hacíamos el‘1’ el sábado y él sacaba la tapa de cilindros para po-nerle otro árbol de levas. ‘¡Para qué Oreste, si hicimosel mejor tiempo!’ le reprochaba yo. ‘No te quejes, quemenos no va a andar. Más o igual, sí, menos no’”.

–Sabía que los coches iban a caminar bien deentrada –recordaba Gradassi– Berta me preguntó có-

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mo creía que iban a andar con 230 km/h de máxima,pero yo me había dado cuenta de que andaban unpoquito más. No sé por qué, pero me tenía fe. En lasprimeras vueltas levantaba un poco el pie, porque noestaba canchero recordaba.

–Las cupecitas eran más rápidas que los Tori-no: en Tres Arroyos, una carrera que yo gané, no lopodía alcanzar a Pairetti, de lo rápido que iba– se sin-ceraba Ternengo.

–Había gente mucho más experimentada quenosotros: Bordeu, Casá, Pairetti… Nosotros nuncahabíamos andado tan rápido. En San Pedro, en el de-but, a mí se me rompió el rotor del distribuidor a los40 kilómetros y Jorge volcó; si no, habríamos salidolos tres primeros –señalaba Copello apuntándole aaquella victoria inicial de Gradassi.

–Nunca hubo órdenes de equipo –acotaba Gra-dassi– Cuando corrimos en Rafaela, salimos 1–2–3 yla gente comentaba ‘está todo manejado desde aba-jo’, pero Berta solo decía ‘corran como quieran’.Eduardo se nos escapó en la punta, nos quedamospeleando con el Nene (Ternengo), en la última curvanos enganchamos y casi nos vamos los dos afuera.

50¿Por qué ganaban los Torino? No eran más ve-loces que las cupés tradicionales, pero eran co-

ches mucho más sencillos y racionales, con mejordistribución de pesos, con un solo amortiguador porrueda. Frenaban mejor y también gozaban de unaventaja técnica en el motor: “Con cuatro litros de ci-

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lindrada, teníamos 320 HP bajo el capot –recordabaCopello– Arrancamos con 240 km/h y llegamos a los270 km/h. Con la relación de diferencial 3:23 o 3:50era un espanto como aceleraba, aunque en ruta an-dábamos con la 2:87, menos nerviosa. Al principioera muy inestable pero en poco tiempo el coche yaiba muy bien”. El motor Tornado era un impulsor decarrera larga y, por lo tanto, tiraba muy pocas vuel-tas, apenas 5.400 rpm. Pero esas largas bielas pro-porcionaban un excelente torque, mucha fuerza deempuje en el tren trasero, que en los circuitos de tie-rra espesa, era fundamental para traccionar.

Al cabo del año, los Torino habían ganado 20 delas 32 carreras del año. Once victorias (y el título decampeón) fueron para Copello, cuatro para Gradas-si y dos para Ternengo, Con sus Torino particulares,“Larry”, Luis Di Palma y José Manzano habían conse-guido un triunfo cada uno. En San Pedro, la primeracarrera de 1967, habían largado 4 Torino. En el GranPremio, la última, 43 de los 155 participantes ya co-rrían con la marca.

51 Hasta que el reglamento cambió en 1970, impo-niendo el uso obligatorio de los carburadores

para los motores de TC, en la fórmula más o menos li-bre de los años ’60 se podía experimentar. Ensayosque se resolvían de manera impensada, y que nosiempre daban el mejor resultado. En un viaje a Euro-pa que había hecho con Juan Manuel Fangio, Berta setrajo un equipo de inyección Lucas, por curiosidad,

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para comprobar si su utilización le permitía arrancar-le unos HP a los motores Tornado. Pero el fragor de ladefinición del título en 1967 le impidió dedicarle tiem-po al asunto. Recién al año siguiente, en circunstan-cias poco comunes, se aplicó la solución. Así lo contóOreste en su momento: “Se había suspendido la ca-rrera de Allen y el sábado nos quedamos en Alta Gra-cia, así que se me ocurrió probar el equipo. Era la pri-mera vez en mi vida que veía un equipo así y no teníala menor idea de cómo funcionaba. Instalamos todoy terminamos de colocarlo el lunes a la tarde. Claroque el problema estaba en que ni siquiera teníamosun simple folleto. No teníamos nada…En un momen-to dado pensé ir a IKA a que mandasen algún télex aLucas y le pidieran el envío del folleto. Después reca-pacité y dije que no podía ser. Teníamos que descu-brirlo acá. Me fui a dormir con la obsesión, ‘esto tie-ne que andar, esto tiene que andar…’. A las seis y me-dia de la mañana pegué un salto en la cama y le dijea mi mujer ‘¡ya está, ya está!’ Creo que ni alcancé aterminar de vestirme y ya estaba al lado del auto.Cambié unas cuantas conexiones en una bomba quetiene el equipo y el asunto se solucionó. No sé si denoche dormí o no. Pero, una de dos: o soñaba, o pen-saba con los ojos cerrados”. ¿Valió la pena tanta ob-sesión? Responde Berta en 2013 vía correo electróni-co: “Pablo, el equipo Lucas lo teníamos puesto en elauto de (Mario) Tarducci pero nunca sobresalió. Másadelante traje de Alemania el equipo Kugelfischer ylo colocamos en el F–1 de García Veiga con muy buenresultado”. De modesto, nomás, Oreste no dice queese “muy buen resultado” fue el título de 1973 en Me-cánica Argentina Fórmula 1.

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52 En 2018 se cumplirá medio siglo de la inaugu-ración del autódromo “Oscar Cabalén” de Cór-

doba, uno de los clásicos del automovilismo nacio-nal. Sucedió el 17 de marzo de 1968 y ocurrió con elTurismo Carretera. No fue una presentación multi-tudinaria, al menos en la pista: una huelga de laACTC estaba en vigencia y solo 15 máquinas se pre-sentaban a la largada de la carrera, en su inmensamayoría Torino: desde las Liebres II del equipo deBerta, con Eduardo Copello y Nasif Estéfano comopilotos, a la de la escuadra de Héctor Luis Gradassi,pasando por un montón de Liebres 1 y ½ (incluida lade Mario Tarducci…), y un escaso número de parti-cipantes con Chevrolet: ninguno con Ford. La carre-ra era un dominio exclusivo del campeón EduardoCopello, que de golpe se quedó con la cuarta mar-cha trabada. El sanjuanino paró en boxes creyendoque era algo más grave, pero cuando lo alentaron aseguir, con la caja trabada ya no pudo acelerar yquedó 13º. Lo terminó derrotando uno de los dosúnicos Chevrolet de la carrera, el auto que prepara-ban los hermanos Aldo y Reinaldo Bellavigna (losque había hecho el motor del Chevytú) en Sáenz Pe-ña, sobre un chasis de Bergantín IKA, y que la tribu-na apodó como “Garrafa” porque era amarillo y ensu debut, a mediados de 1967, estaba auspiciado porla firma italiana Agip. El piloto era Andrea Vianini.“Tuve más suerte que Copello” dio como explicaciónpara la victoria. “Si él no hubiera tenido problemasyo no le podía ganar. La gente al final me aplaudía,

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gritaba entusiasmada… pero a mí no me gusta ga-nar así, sin lucha…”.

53 A la semana, “El Gráfico” publicó una conver-sación con el Tano Vianini

–¿Cuál es tu definición del TC?–TC, Tutti Contenti… –¿Tu auto es moderno?–Pienso que sí. De acuerdo con su origen, un

Bergantín, está bien arreglado y es moderno. Lo quefalta es un estudio profundo de la suspensión, paralograr una tenida realmente efectiva. Te aseguro queno es un auto fácil para manejar.

–¿Por qué no te plegaste a la huelga decretadapor la ACTC?

–Porque no estaba ni estoy de acuerdo con loque piden. Porque contradicen el progreso que debetener la categoría. Porque estoy convencido de queun auto de 1200 kilos es mucho más peligroso queuno de 800…

–¿Se puede correr en la tierra con autos que ca-minan a 250 kilómetros?

–Sí, claro que se puede. No se va a andar a 250pero sí a un poco menos. Lo que pasa es que no sedebe correr en la tierra. Es como si yo me quisiera ti-rar del tercer piso a la calle. Es buscarse un proble-ma simplemente porque sí, sin motivo…

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54 Cuarenta días después, el Turismo Carreteraconcretaba su última gran aparición en un cir-

cuito mixto (tierra y asfalto). Con 94 autos en la lar-gada y un trágico saldo de ocho muertos – los pilotosJorge Kissling y Segundo Taraborelli, sus acompa-ñantes, el acompañante del piloto Plinio Abel Rosset-to y tres espectadores– y más de 25 heridos, la Vuel-ta de Balcarce de 1968 acabó siendo una bisagra enesa manera de hacer TC. Se aceleraba un proceso demodernización mientras se producía el primer boomde los autódromos asfaltados (Rafaela en 1966, ElZonda de San Juan en 1967, el Cabalén en 1968, Para-ná, Comodoro Rivadavia y Maggiolo en 1969, 9 de Ju-lio y Allen en 1970… salvo Maggiolo y Allen, todossubsisten).

55En la Vuelta de Entre Ríos, una de las pocas ca-rreras disputadas en ruta durante 1968, se ha-

cía una compulsa sobre la potencia de los motores deTC. El Chevrolet Siete Bancadas que equipaba al Ba-rracuda de Carlos Pairetti acusaba, según su prepara-dor, el ingeniero Ricardo Joseph, 292 HP; Oreste Bertaafirmaba respecto de sus Liebres II: “Después delGran Premio no volví a colocar ni un motor en el ban-co. El año pasado llegamos a tener 285 HP, pero tuvi-mos una serie de roturas de tapas de cilindros y nosquedamos sin repuestos. Para el Gran Premio arma-

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mos con las que encontramos y dieron 275. Menos queeso no podemos tener en este momento”. Se calcula-ba que la Liebre de Gradassi tenía entre 10 y 12 HP me-nos que el Chevrolet. Serían los tres pilotos que pelea-ran en campeonato, pero con una diferencia sustan-cial: Pairetti cambiaría a mitad de año su Barracudapor otro auto más moderno, el Trueno Naranja…

56 En el cruce de las rutas 8 y 188, la entrada dePergamino, se erigía el mítico restaurant–bar

El Descanso, en el que muchos entusiastas se reu-nían a ver el paso de la primera etapa de los GrandesPremios, cuando los coches remontaban la 8 y se-guían viaje rumbo a Córdoba. Allí se reunía la Peña El18, llamada así porque uno de sus integrantes, el Po-laco Andrés Jaksich, era propietario de una empresade transporte con ese nombre... Las peñas consti-tuían uno de los motores más importantes del TC enla década del ‘60, alentando a los pilotos del lugar yreuniendo fondos en comidas y rifas para financiarsus participaciones. A la peña, que se reunía todoslos jueves a la noche, era asiduo concurrente Norber-to “Pocho” Rondelli, que había sido mecánico y pre-parador de Oscar Cabalén, (a quien le había salvadola vida en el Gran Premio de 1961 arrastrándolo fue-ra de su Chevrolet en llamas...). En 1969. Rondelli sehabía hecho de una Liebre III, con motor Tornado quepreparaba en su taller de la calle Alem entre Uriburuy Florida, a pocas cuadras del centro de Pergamino.En agosto, toda la barra de la peña se traslada unos

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kilómetros para presenciar la Vuelta de Salto y alen-tar al crédito. La Liebre III blanca con una franja ana-ranjada recibió el número 18 en el sellado del día an-terior a la carrera. Al verlo, Jaksich exclamó “Pocho,ahora tenés un número con el que vas a poder ganar,¡la p... que te parió!”. Rondelli había recibido un nú-mero tan bajo porque varios de los pilotos de puntade aquel año, Eduardo Copello, Gastón Perkins, Os-car Mauricio Franco, Eduardo Rodríguez Canedo,Luis Di Palma o Carmelo Galbato, no habían concu-rrido a la carrera: estaban en Nurburgring corriendolas 84 Horas con los Torino: en Córdoba, la carreraanterior, a Rondelli le había correspondido el núme-ro 23… En Salto, acompañado por Carlos Trincavelli,otro concurrente de la peña, se enfrascó en lucha porla punta nada menos que con los Emiliozzi. Como enesa carrera comenzaba a regir la obligación de utili-zar un solo carburador, los hermanos de Olavarría,desorientados, no calcularon bien el consumo decombustible, y Rondelli, que nunca había ganado ynunca más lo haría, sería el vencedor por apenas 11segundos de diferencia después de 588 kilómetros.

57 El trayecto entre San Juan y Calingasta, de po-co más de 100 kilómetros de recorrido en ca-

racoles y desfiladeros, se usó en los años ‘60 para ca-rreras de bicicletas, y en los ‘70 la Asociación Sanjua-nina de Volantes propuso el recorrido para TurismoCarretera. Juan María Traverso fue segundo en laedición de 1972; Carlos Marincovich terminó como

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escolta en la de 1973. Los dos corrieron en Nurbur-gring, el circuito más famoso, difícil y peligroso delmundo, en Alemania. “Yo creo que el Nurburgring esmás duro, pero Marincovich dice que la San Juan–Ca-lingasta era más complicado” cuenta el Flaco. Tantoen 1972 como en el ‘73 se impuso el tucumano NasifEstéfano, en la primera a 107 km/h de promedio, enla segunda a 108. Allí, en la llegada de su segundotriunfo daba las razones: “En dos o tres curvas creíque me iba abajo (al precipicio), más rápido no pudeandar”. No llegaría Nasif a celebrar Año Nuevo, ni si-quiera su título de campeón argentino de TC.

58 “Esta bien que en Turismo Carretera no se do-bla mucho, pero cuando llegan los virajes hay

que ver lo bien que se deja llevar el Falcon de Herceg.Varios toques de freno, rebajes y cuando estás do-blando entre el acelerador y el volante acomodás elauto a tu gusto. La sensación de seguridad es lo quemejor te va a indicar siempre si un auto está bien he-cho o no. En Turismo Carretera mucho no se apren-de, a mí siempre me tiró la pista. Pero la gente te ha-ce olvidar de los inconvenientes. Casi te diría que lomejor que tiene el TC es el público. Además, no quie-ro decir lo que significa correr en un equipazo comoel e Herceg, Cavallini y Tato Ferrea. Eso es la organi-zación con mayúsculas. Ningún detalle descuidado,autos que andan fortísimo y no se rompen nunca”. En1972, Nasif Estéfano anduvo 15 carreras sin que suauto se rompiera, cuando los Ford del equipo oficial

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eran invencibles. A punto de salir campeón, una bol-sa de papel tapó el radiador de su Falcon en Zapala,la temperatura del motor subió en exceso, y el tucu-mano levantó para no romperlo. Perdió el título consu compañero Héctor Gradassi, con el que no se lle-vaba bien. Al año siguiente le ganó el título… pero yano estaba para celebrarlo. Había muerto el 21 de oc-tubre de 1973, volcando en Aimogasta cuando iba co-rriendo hacia su pueblo, Concepción. La ventaja quehabía amasado en el torneo fue suficiente para con-sagrarse como el único campeón post–mortem delTurismo Carretera.

59 ¿Puede ser posible que un piloto establezca unrecord fabuloso, como lo es lograr seis victo-

rias consecutivas, y al cabo quedarse sin el título? ElCampeonato Argentino de Turismo Carretera de1976 es uno de los torneos más fascinantes de la his-toria del automovilismo argentino y vale la pena re-pasarlo bien en detalle.

Arrancó con el Premio Apertura con apenas 22coches en el Autódromo de Buenos Aires. El sábado13 de marzo se disputó una sola serie clasificatoria,que Juan María Traverso (Ford) le ganó a RobertoMouras (Chevrolet); el domingo 14, la final. El cam-peón Héctor Gradassi (Ford) se quedó con la victoria,Jorge Recalde –que lideró gran parte de la pruebaquedándose progresivamente sin frenos– fue segun-do con un Dodge y Mouras terminó tercero.

Por alguna razón no suficientemente explicita-

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da, la carrera contó con un puntaje especial, proba-blemente a causa de ser organizada por el mismoAutomóvil Club Argentino, que por entonces fiscali-zaba a todo el automovilismo local. Solo los cincoprimeros de cada carrera recibían puntaje, y la esca-la variaba según el kilometraje de la prueba. Y aun-que esta de Buenos Aires no superó los 250 kilóme-tros de recorrido, otorgó los puntos de la segundaescala, como si efectivamente se hubieran corridomás de 250 km. De manera que Gradassi sumó 24puntos y Mouras 9. La escala era 24–15–9–6–3.

La segunda prueba del torneo fue en 25 de Ma-yo, el 25 de abril. La ruta tenía su imán: la cantidadde autos en carrera se había duplicado, ya eran 44.Ganó Carlos Marincovich (Chevy), delante de Recal-de, Gradassi llegó tercero y Mouras, que venía lide-rando la carrera hasta la anteúltima vuelta, terminóséptimo con una falla en el motor. Como la final tuvomenos de 250 kilómetros de recorrido, se aplicó laescala menor: 16–10–6–4–2. De esa manera, Gradassisumaba 6 puntos por el tercer lugar y llegaba a 30 enel torneo. Mouras seguía con 9 puntos, detrás de Re-calde (25) y Marincovich (16).

Pero en Bahía Blanca, el 9 de mayo, arrancó laracha de la Chevy victoriosa de Mouras, que todavíaera roja. Después de pelear la vanguardia con el Dod-ge de Jorge Cupeiro, el piloto de Carlos Casares con-seguía su primera victoria en TC superando a Gra-dassi por poco más de ocho segundos tras casi unahora de carrera. Así reunía otros 16 puntos, contra 10del cordobés. Recalde terminó tercero. ¿Y la tabla?Gradassi sumaba 40 puntos, Recalde tenía 31, Mou-ras ya había juntado 25.

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Hubo que esperar más de un mes para que el 13de junio se organizara la Vuelta de Las Flores... en elsemipermanente de San Miguel del Monte. Había 49coches pero ya no estaba el Dodge de Recalde, des-truido en una tirada en la ruta. Tras una largada de-morada por la pésima ubicación del público, Mourasvolvía a la victoria, esta vez delante de Juan MaríaTraverso, recuperado de la hepatitis que lo había de-jado sin correr en Bahía Blanca. No hubo juego deequipo en Ford: Gradassi terminó tercero. Otros 16puntos para Mouras, solo 6 para Gradassi. Despuésde cuatro carreras, ahora ambos contendientes es-taban primero y segundo en el campeonato: 46 a 41era la cuenta. El subcampeón Recalde parecía fuerade combate…

Aquel TC estaba acostumbrado a las largas es-peras en ese convulsionado, trágico año: esta vez, unmes y medio para la siguiente competencia, el 25 dejulio en Olavarría, un día en que volvían al TC Luis DiPalma (con un Ford) y Carlos Pairetti (manejando unDodge…). Mouras sumó su tercer triunfo consecuti-vo con su Chevy todavía roja en un día negro para losFord oficiales. Una bujía se empastó en el motor deGradassi en la primera vuelta de la carrera, y la pa-rada en boxes para solucionar el problema fue deci-siva: aunque el cordobés fue el más rápido en la se-gunda mitad de la carrera, terminó a más de tres mi-nutos de Mouras... en el séptimo lugar. Un puesto nopuntuable. A Traverso no le fue mejor: acabó sextocon problemas de caja. Jorge Cupeiro (Dodge) y Ri-cardo Iglesias (con el tercer Falcon oficial) comple-taron el podio. La escala de puntos seguía siendo lamisma, pero Mouras pasaba ahora al frente, con 57

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puntos, mientras Gradassi se quedaba anclado enlos 46.

La escala se correría bien arriba cuando Córdo-ba resultara escenario de la siguiente carrera delcampeonato, la sexta puntuable, con un diagramaatípico: en la provincia de las sierras se disputaría unGran Premio de llanura. Sería escenario de la presen-tación en sociedad del 7 de Oro, de una victoria épi-ca de Mouras, de la única derrota en Grandes Pre-mios del equipo Ford capitaneado por José MiguelHerceg, y se aplicaría la escala de puntos más altadisponible: 40 puntos al ganador, 25 al segundo, 15 altercero, 10 al cuarto y 5 puntos al quinto...

60 Roberto Mouras siempre creyó que la carrerade su vida había sido el Gran Premio del Llano,

corrida en setiembre de 1976, que gozó de una reso-lución épica: el Toro de Carlos Casares había perdi-do la primera etapa por casi dos minutos, y terminóganando la carrera por una ventaja similar, descon-tándole la diferencia al poderoso equipo Ford oficial.Por supuesto, casi la pierde, a causa de una auténti-ca chiquilinada...

Nadie imaginaba que, a esa altura del año, unamasa de aire polar coparía el cielo del sur de Córdo-ba. En el asfalto, Jorge Cupeiro pulverizaba los cro-nómetros marcando 241,487 km/h para el primerparcial, a 22 kilómetros de la largada en Laboulaye.

Pero la lluvia transformó la tierra en barro, y elfrío cambió el agua por nieve. El Dodge de Cupeiro du-

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ró lo que una junta soplada y Chevrolet festeja un sor-presivo 1–2 con Carlos Marincovich y Mouras, cuandoel piloto de Arrecifes sufre problemas con un semiejeantes de llegar a Jovita y se ve obligado a abandonar.

Así que Mouras queda al comando de la prime-ra etapa, aquel sábado 4, pero una cubierta se pin-cha en el barro...

El Chevrolet (que había dejado de ser rojo paralucir un dorado impuesto por el sponsor, un fabrican-te de whisky) se encaja y el cambio del neumáticodemora cerca de cuatro minutos: para colmo, la go-ma de repuesto es lisa, y provoca el deslizamiento ola llana patinada en el barro o el asfalto mojado.

A Laboulaye, Mouras retorna cuarto, a dos mi-nutos y monedas de Traverso (que completa los 560kilómetros de la primera etapa en exactamente2h46m, a 202,511 km/h), con Gradassi y Caíto Igle-sias (todo el equipo oficial Ford capitaneado por Jo-sé Miguel Herceg) completando el podio parcial.

Por la tarde de aquel sábado horrendo, Mourasy su acompañante, Jorge Pedersoli, van a recorrer untramo de la segunda etapa, prevista para el domin-go, cuyo recorrido se había alterado. (Traverso no lohará: Gradassi se la explicará más tarde).

Mientras recorren el tramo novedoso, el fríoprovoca una nevada repentina. Mouras y Pedersolidetienen el auto antes de una curva y se entretienenun rato jugando con la nieve... Al rato continúan. Alllegar a Laboulaye, deciden bajar la suspensión yacortar la suspensión del Chevrolet, para jugarse atodo o nada en la etapa final.

El domingo 5, a causa del frío, los carburadoresse congelan. “Los nuestros no –bromeaba Herceg–

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porque tenían calefacción y baño privado...”. Peder-soli bombea más nafta con una bomba auxiliar mien-tras va cantando las curvas.

Hasta que arriban a una para la cual no tiene lamás mínima anotación. Mouras espera el santo, peronunca llega. El Chevrolet termina contra el alambrado.

“Era la misma curva en la que, un día antes, ha-bíamos parado a jugar con la nieve –acepta hoy Pe-dersoli– Tan entusiasmado estaba con la novedad,que me olvidé de anotarla en la hoja de ruta... Rober-to me perdió la confianza y dejó de hacerme caso”.

Habrían perdido la carrera de no haber sido porla garra con que el piloto de Carlos Casares se entre-gó al camino. Por Vicuña Mackenna Mouras llevabaya 1m50s de ventaja. La punta ardía; en la primeraneutralización de Laboulaye, amasaba 2m31s sobreGradassi, aunque Traverso seguía llevándole un mi-nuto en la general. Pero faltaba aún un cuarto deGran Premio, 288 kilómetros de asfalto y tierra, debarro y nieve, de frío y sufrimiento.

Antes de retomar el asfalto de la ruta provincial35, para volver a Mackenna, Traverso pagó caro la“comodidad”: al llegar a la curva, que no había vistoel día anterior, dijo:

–Oia... la pintaron de blanco. Cuando se dio cuenta que no era producto del

esfuerzo del municipio sino, simplemente, nieve, es-taba fuera del camino. Volver de la zanja al caminotoma su tiempo.

Mouras arriba a Laboulaye con un neto de2h37m04s5. Había corrido, pese a la lluvia, la tierra yla nieve, a más de 220 km/h de promedio…

Gradassi emplea 2h41m23s2. Diferencia: 4 mi-

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nutos 19 segundos.Traverso tarda 2h43m31s. Diferencia: 6 minu-

tos, 25 segundos.“Cuando llegamos al parque cerrado, nadie sa-

bía quién había ganado –remata Pedersoli– Entoncesle preguntamos a Gradassi”.

–Me parece que la ganaron ustedes.La suma de tiempos indicaba:1º Roberto Mouras (Chevrolet) 5h27m18s2º Juan María Traverso (Ford) a 2m13s3º Héctor Luis Gradassi (Ford), a 12m12sNo llegan ni Pairetti, ni Cupeiro, ni Marincovich.(“Ese fue el único Gran Premio que perdimos

como equipo” subraya hoy José Miguel Herceg).¿Y el campeonato? Los 40 puntos del máximo

esfuerzo del año le caen redondos al vencedor, queahora suma 97 puntos, contra 61 de Gradassi y 38 deTraverso. Exactamente 36 puntos de ventaja del pri-mer al segundo. Con los 16 puntos que las carrerasmás habituales le entregaban al ganador, Mourasacumulaba así una ventaja de más de dos carrerassobre el cordobés...

De golpe, no había respiro: solo dos semanastuvieron los equipos para lamer sus heridas mecáni-cas y prepararse para la siguiente carrera, la Vueltade Monte, que convocó a 54 coches. “Venga a ver TCa Monte, todos contra Mouras y Mouras contra to-dos” rezaban los carteles.

Terminó siendo una sorpresa. La racha de Mou-ras se cortó, pero no tanto. En la ruta, el Dodge deJorge Cupeiro que preparaba Horacio “Tato” Ferreaterminó sacándole un segundo y siete décimas al 7de Oro después de casi 54 minutos de final rutera.

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Gradassi había quedado a 22 segundos del Chevro-let... Las condiciones climáticas de la jornada permi-tieron carburar a la perfección los motores: Mourastenía que esforzarse para no pasarse de las 7.700rpm mientras que Cupeiro llegó a las 8.000 rpm. Sinembargo, se cuestionó el peso del block del motordel Dodge, y después de polémicos sucesos, Cupeirofue desclasificado, luego de pasado un mes de la ca-rrera. De esa manera, Mouras era consagrado gana-dor, sumó su quinta victoria consecutiva, y se llevólos 16 puntos de rigor, dejándole los 10 del segundolugar a Gradassi. Retrospectivamente, el campeona-to se ponía 113 para Mouras, 71 para Gradassi.

El Chevrolet de Mouras era un auto veloz y con-fiable. Joseph, Wilke y Pedersoli le habían arrancadocerca de 240 HP al seis cilindros en línea. Y se lo con-fiaban a un piloto “muy estudioso, una computadoracomo (Niki) Lauda o el Lole (Reutemann), (que) razo-na, trae ideas, progresó mucho” en palabras de laépoca de Pedersoli. “Se siente más confiado, sabeque tiene un auto ganador y en el cual no se descui-dó ni el más mínimo detalle. Si le dejo cuatro ruedasflojas y le pido que salga a fondo, lo hace. Confía ennosotros, en el auto...” lo calibraba Wilke.

Con 56 autos sobre el asfalto, Olavarría era se-de de la octava carrera puntuable del año, el 10 deoctubre. En esas largas rectas a las que el TC volvíapor segunda vez en el año, el 7 de Oro de Mouras do-minaba a los veloces Dodge, punteaba toda la carre-ra y, pese a sufrir el desmayo de un filtro de nafta,postergaba finalmente a Gradassi por casi 17 segun-dos, quedando tercero Traverso... El promedio deMouras superaba los 201 km/h. En la tabla del cam-

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peonato, el de Carlos Casares estiraba más la venta-ja: se iba a 129 puntos mientras que el cordobés Gra-dassi, con el segundo lugar, alcanzaba los 81. Erancasi 50 puntos de ventaja y faltaban menos de dosmeses para terminar el año.

“A pesar que Gradassi cosecha puntos en cadacarrera y todo el equipo Ford trabaja para él, difícil-mente pueda descontar la enorme ventaja que el pi-loto de la Comisión de Concesionarios de GeneralMotors lleva en el campeonato –opinaba Julio PérezBalbi en ‘Corsa’– Para colmo de males, los Ford aho-ra no son los más veloces. Para no perder mucho tie-nen que correr chupados porque si no aparece unDodge o un Chivo inesperado que les pueden ganaren cualquier momento. Solamente un baldazo desuerte –o rpm– y un perfecto juego de equipo podríahacer que Ford, vía Gradassi, recuperase un títuloque en los últimos años parecía sempiterno”.

Leídos hoy, esos conceptos suenan proféticos.El calendario marcaba como novena carrera puntua-ble del torneo la Vuelta de Pergamino, en el semiper-manente de esa ciudad.

Allí, de forma sorpresiva, comenzaría a cambiarla historia. Porque parecía imposible que un piloto yun auto que habían logrado seis victorias consecuti-vas no lograran sumar un solo punto más en el año...

61 El 24 de octubre de 1976, la Vuelta de Salto de-bía disputarse en el triángulo de Pergamino.

Mouras llegaba a la cita no solo con la impronta de

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una racha exitosa de seis victorias –que hasta ahora,casi cuatro décadas después, nadie ha conseguidoquebrar– sino con una ventaja de 48 puntos que pa-recía enorme pero que no era decisiva.

Después de la cita en Pergamino quedaban dosfechas previstas: una en manos de la ACTC, a dispu-tarse el 7 de noviembre en un escenario a determi-nar, y el tradicional Gran Premio de TC, organizadopor el ACA, para correrse entre el 5 y el 12 de diciem-bre. Si ese calendario se respetaba, seguramenteque el GP entregaría más de 40 puntos y, por lo tan-to, Mouras tendría que esperar hasta el cierre deltorneo para verse coronado.

Aquellas épocas no eran como éstas, con ca-lendario fijo y definido, y puntaje único. Contempla-da en perspectiva histórica, la década del ‘70 fue lamás delicada en términos de la ecuación económicaque sostenía al automovilismo deportivo argentino(y en particular aquel terrible año de 1976), de mane-ra que poco podía preverse. Pero con semejante ven-taja parecía inevitable que Mouras fuera a coronar-se el primer campeón de Chevrolet desde Carlos Al-berto Pairetti en 1968.

En las rutas de Pergamino no se regaría emo-ción sino angustia. Por la ruta 188 avanzaba Luis DiPalma rumbo a la curva de empalme con la ruta 8,mientras disputa la primera serie, cuando el motorde su Ford escupió, terminal, aceite. El Ford de Enri-que Bravi entró en trompo sobre el óleo y al retomarimprudentemente el piloto la dirección de marcha, elDodge de Eduardo Volpicina pasó muy justo entre elcoche más lento y el guard–rail.

No sucedió lo mismo con quien lo seguía, Car-

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los Nani, que conducía el Chevrolet de la peña “La Es-pumita Quilmeña”. El coche anaranjado pegó contrala contención, pasó por encima de ella y volcó. Lagente se lanzó al camino a asistirlo y se desató el pá-nico. El Ford de Eugenio Cali, que viene en carrera, sedesvió hacia la banquina para evitar un arrollamien-to múltiple, pero allí también encontró víctimas. Seprodujeron tres muertes y diez heridos graves, in-cluido Nani, con fractura de costillas.

La serie no se paró, ni se neutralizó. El 7 de Orovenía ganando; Mouras maniobró para no embestira nadie, pero se llevó puesto un mojón de la ruta 188.Se rompió una llanta, sufrió el diferencial. Quedóséptimo, una vuelta atrás de Gradassi que ganó laserie. El palco de los cronometristas de la carrera sederrumba y ya no se puede seguir controlando lostiempos. Así que la carrera se suspende…

Tres días más tarde, el 27 de octubre, el presi-dente de la Comisión Deportiva Automovilística (CDA)del ACA, Juan Manuel Bordeu –el mismo que había si-do campeón de TC una década antes– anunció la sus-pensión de las carreras en ruta “en todo el territorionacional”. Para probar la efectividad de sus palabras,la primera carrera en caer bajo la nueva prohibiciónresultó ser el Gran Premio de Turismo Nacional, queorganizaba el propio ACA y debía comenzar el 31 deoctubre (una semana después de los accidentes enPergamino) en Concepción del Uruguay.

Lectura clara: si el ACA suspendía el GP de TN, noiba a organizar el GP de TC. Lectura oscura: ¿cómo iríaa terminar el campeonato de la popular categoría?

La ACTC suspendió la carrera que pensaba or-ganizar en el Autódromo de Buenos Aires el 7 de no-

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viembre. Pero la llevó a cabo dos semanas más tar-de. Algunos movimientos se tejieron en los pasillosdel ACA, porque la competencia, disputada sobre 15vueltas al circuito nº 12, es decir, sobre poco menosde 80 kilómetros de recorrido, tuvo un puntaje espe-cial, similar al otorgado en la primera carrera delaño, en el mismo escenario y sobre el mismo recorri-do: el ganador se llevaría 24 puntos, como en una ca-rrera de más de 150 kilómetros.

La competencia, el XVI Premio ACTC, contabacon el auspicio de la General Motors. El arranque nofue nada auspicioso para la marca: Roberto Mourasse despistó con el 7 de Oro en los entrenamientos ydestruyó la máquina. Pero la suerte parecía echada.Aunque la incidencia del trabajo de las suspensiones(y el chasis en general) en el rendimiento de un TCde aquella época era muy inferior comparado con loscoches actuales, los Ford del equipo oficial que ma-nejaba José Miguel Herceg parecían mejor dotadospara la exigencia en autódromos –el único lugar en elque se podía correr dada la suspensión de las com-petencias ruteras– que el único exponente de puntade Chevrolet, que aunque contaba con la atención dePedro Campo estaba francamente en desventaja.

Campo prescribía una puesta a punto especialpara el autódromo, y Mouras salía a ensayarla el jue-ves 18, tres días antes de la carrera. El comporta-miento dinámico, evidentemente, había cambiado:el coche se despistó en la Ese del Ciervo y quedó bas-tante dañado. Raúl Oscar Rodríguez ofreció su pro-pio auto para salir del paso, pero no sería lo mismo…

Gradassi salía segundo de su compañero Tra-verso en la primera serie, pero Mouras apenas era

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cuarto en la segunda. Había una indudable diferenciade prestaciones. El Flaco de Ramallo debió haber ga-nado esa carrera, pero a dos vueltas del final, cuan-do el Ford de Gradassi superó el Dodge de Pairetti pa-ra quedar segundo, en el viejo guard–rail de los boxesdel Autódromo apareció el cartel con la orden delequipo. Traverso tragó saliva (una vez más...) y cedióla victoria. Un impresionante golpe de escena, por-que Gradassi se quedó con el triunfo y 24 puntos, lamitad de la ventaja que había amasado paulatina-mente Mouras en el campeonato, así, en una sola ti-rada de media hora de esfuerzo... Con un auto estric-tamente desconocido, el piloto de Carlos Casares ter-minaba en un pálido 12º puesto, a minuto y medio deGradassi (a un promedio de seis segundos por vueltamás lento que el vencedor) y ni siquiera era el mejorChevrolet ubicado: Héctor Moro (9º) y Héctor Ríos(10º) se le anticipaban, por 20 y 10 segundos, respec-tivamente. Mouras, 129; Gradassi, 105.

De golpe, el campeonato de 1976 adquiría otrocolor. Cómo iba a definirse, no era seguro: el ACA yBordeu estaban mucho más dedicados a resolver lallegada de la Fórmula 1 a la Argentina para enero de1977 (¡con Carlos Reutemann a bordo de una Ferra-ri!) que en resolver el cierre del torneo teceísta. Porlo pronto, solo estaba confirmada la carrera del 5 dediciembre, con organización del Automóvil Club dePergamino, en Buenos Aires, curiosamente con elmismo puntaje especial que la carrera de la ACTCaunque la exigencia no superase las 15 vueltas...

“Gradassi: una mano para manejar, otra paraacariciar el título” sintetizó el recordado Carlos Mar-celo Thiery esa competencia, y lo explicaba así: “Un

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edén que ningún fordista se hubiera animado a ambi-cionar hace un mes y medio, cuando Roberto Mourasy su cupé Chevy encadenaban la serie de victoriasmás extensas del TC”. Más adelante, pronosticaba:“tanto en circuitos cerrados como en la cornisa, el de-moledor cordobés es mucho más experto que el jo-ven bonaerense. El Falcon es un auto alistado hacemucho para doblar, la cupé Chevy funciona todavíacon el tren delantero standard mientras que en lasuspensión del eje posterior recién ahora están apa-reciendo los retoques técnicos del diseñador PedroCampo. Los seis cilindros del Ford tiran desde abajocon rotunda energía hasta las 8.000 vueltas; la mediadocena de émbolos del Chevrolet tienen su mayortorque cerca del régimen máximo”.

Mouras volvía a correr su auto, ya reparado,pero en clasificación era un espanto: marcaba2m03s5, y quedaba octavo, a 1s3 del tiempo más rá-pido establecido por Jorge Cupeiro con 2m00s3. (Enla primera carrera del torneo, en el mismo circuito,el piloto de Carlos Casares había marcado la polecon 2m01s6; ahora era casi dos segundos más lentoque ocho meses antes…).

Fueron otra vez 15 vueltas, pero en esta oca-sión Gradassi ganó con autoridad, de punta a punta.Mouras se las ingenió para marcar el record de vuel-ta, demostrando el intenso trabajo que el equipo ofi-cial de General Motors había hecho para achicar te-rreno respecto de la competencia anterior, pero co-metió, quizás, su único error de la temporada: esta-ba tercero detrás de Gradassi y Jorge Recalde, y de-lante de Marincovich, cuando se despistó (¡otra vez!)en la Ese del Ciervo. Cuando Mouras se bajó del 7 de

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Oro, abandonando, la hinchada de Ford lo ovacionó...burlándose.

En resumen: en dos carreras de autódromo, demenos de 85 kilómetros de recorrido cada una, Gra-dassi había descontado toda la ventaja. Ahora esta-ba empatado en la punta del torneo con Mouras, losdos con 129 puntos. Quedaba una competencia sola,y quien terminara adelante sería el campeón. ¡Qué fi-nal tremendo para una temporada histórica!

¡Y qué incógnita! “hasta el domingo a la noche–se leía– no logró saberse si habrá en realidad otracarrera de TC (la que organizaría el ACA para reem-plazar al Gran Premio) como cierre puntuable de latemporada. ¿Rafaela? ¿Una trepada en Capilla delMonte? ¿Otra en el Autódromo de Buenos Aires?”.

62 El 3 de diciembre de 1976, el ACA anunció que“... en cumplimiento de las normas y disposi-

ciones vigentes, ha resuelto suspender la realizacióndel Gran Premio de Turismo Carretera, cuya fecha deorganización estaba prevista en el calendario del 5 al12 del corriente mes. En consecuencia, se solicita alas entidades afiliadas que se encuentren en lista deespera para la realización de este tipo de competen-cias, hacernos llegar sus inquietudes”. En realidad, elACA pretendía llevar el TC a Mendoza; pero la ACTCprotestó, argumentando que desde 1974 regía unacuerdo para que el TC no corriera más de tres com-petencias por año en autódromos (entre 1970, año depuesta en vigencia de la Fórmula “A” del TC, y 1973,

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la categoría no había pisado las pistas ni en una solaoportunidad) y únicamente en el circuito de BuenosAires. De allí, la renuncia a la carrera. El Auto MotoClub Carlos Paz, el primero en la lista, solicitó inme-diatamente la fecha del 19 de diciembre, con la orga-nización de Alcides Raies. Allí se definiría el título.

A esa definición llegaban Gradassi, ganador detres carreras en el año (casualmente, las tres disputa-das anteriormente en Buenos Aires...) y Mouras, ven-cedor de seis competencias en la temporada, todasellas de manera consecutiva... aunque en ese momen-to no se sabía, porque Jorge Cupeiro había apelado sudesclasificación en la carrera de Monte, en agosto, yla determinación final no se había adoptado.

En términos de campeonato: en condicionesideales, Gradassi y Mouras estaban igualados en 129puntos. Pero como la apelación no estaba resuelta,el piloto de Carlos Casares no podía computar a sufavor los puntos del triunfo en Monte, de manera quelargaba la última carrera seis puntos debajo del cor-dobés. A Gradassi, cuya cosecha de triunfos era lamitad de la que podía exhibir Mouras, le bastaba ter-minar delante del Chevrolet para retener la coronaque había ganado en 1975.

Parecía todo servido para una gran definición.Pero eso solo en la superficie. La realidad era que losFord oficiales se veían favorecidos por la elección delescenario: Gradassi había ganado allí las tres carre-ras de 1976, además de haber logrado una victoriaantológica el 20 de octubre de 1974, cuando pasó porafuera, en el Curvón Salotto y a poco de la bandera acuadros, al Falcon de su coequiper Juan María Tra-verso y al Chevrolet de Carlos Marincovich... En esta

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ocasión, sería magnánimo con ambos.A pesar de la presión de la ACTC, cuyos dirigen-

tes intentaron evitar que los asociados se presenta-ran a correr, hubo 31 autos anotados. El Falcon esta-ba mejor puesto a punto para la pista que el Chevro-let, el equipo oficial que capitaneaba Herceg estabadotado de mejores recursos logísticos, y sus motoresaceleraban más, lo que a la salida de la Horquilla erauna enorme ventaja. En clasificación, Gradassi le sa-caba 1s2 a Mouras, a cuyo Chevrolet se le caía el car-dan yendo rumbo a Salotto: ¿no se rompía demasia-do a esa altura del año el 7 de Oro? ¿Quedaba dine-ro suficiente en la campaña para reponer las piezassolicitadas?

En la primera serie, Gradassi se impuso por tressegundos sobre Marincovich. En la segunda, Traver-so le ganó fácilmente a Ricardo Iglesias. La final ibaa disputarse bajo una molesta lluviecita que ahuyen-taba a los hinchas aunque favorecía aún más laschances de los Ford. Pero Gradassi y Cía. ni siquierallegaron a precisar esa mano adicional.

“Es muy feo tener que terminar el año así, mi-rando la carrera desde los boxes”. Desde la humildadque no había perdido ni aún en las horas más arreba-tadas que generaba el rosario de victorias consecu-tivas, Mouras hacía de la resignación un culto. “El au-to funcionaba muy bien pero en la serie se cortó lacorrea dentada y al bajar la presión de aceite, el mo-tor se resintió. Cuando salí a dar la vuelta previa a lafinal, se terminó de fundir”. El cierre es de antología,una pinturita perfecta de lo que era Mouras como ti-po: “No lo lamento tanto por mí sino por quienes meayudaron durante la temporada. Es cuestión de po-

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nerse a pensar en el año que viene”.(Siete años después, daría otra versión. En 1983

se quejaría de que el de 1976 “fue un campeonatoque nos ganaron prácticamente en un escritorio.Nosotros necesitábamos cuatro puntos para salircampeones y en una carrera de autódromo decidie-ron, de un día para otro, otorgar 26 puntos cuando elGP, con más de mil kilómetros, te daba 30 unidades.Fue una vergüenza y cuando fuimos a reclamar nosdijeron que se había pasado la hora”).

Mouras, el gran ganador del ‘76, no llegó siquie-ra a tomar partido de la última final del año. Gradas-si largaba desde la mejor posición de partida y antesde ver caer la bandera argentina –así se largaba en-tonces cada carrera– ya se sabía campeón.

Por eso no reaccionó cuando Carlos Marinco-vich, con su Chevrolet dorado, igualito que el deMouras, lo pasó a la salida de Salotto, y poco des-pués lo dejó pasar a Traverso. Que entre ellos deci-dieran el triunfo que él mismo les había negado dosaños antes. Un Chevrolet iba en punta, pero no era elque los hinchas de la marca querían: ese se habíaquedado mudo, encerrado en un box. A cuatro vuel-tas del final, el piloto de Ramallo dobló por afuera enla Horquilla, aguantando a la Chevy y al quedarle lacuerda en la entrada a la recta, aceleró mejor y sequedó con la punta y con la carrera.

Tercero, Gradassi, se quedó con el título. Losnúmeros fríos cantaron el siguiente resultado: Gra-dassi, 138 puntos; Mouras, 129.

“Fue un año difícil, peleado como pocos. Reciénme sentí campeón cuando vi que Mouras no podíalargar la final. Pero igual salí a pelear la carrera pa-

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ra cumplir con la gente que nos alentó desde las tri-bunas. Claro que después, cuando comprobé queTraverso y Marincovich venían demasiado entusias-mados, los dejé pasar para que ellos también se di-virtieran un rato”. El monólogo de Héctor Luis Gra-dassi cierra un año vibrante y estremecedor.

¿Mereció el cordobés quedarse con el título?Su campaña incluyó tres triunfos en once carreras,pero también tres segundos puestos (en Bahía Blan-ca, Monte y Olavarría) y cuatro terceros puestos (en25 de Mayo, Las Flores, el GP del Llano y Buenos Ai-res). En once carreras, solo abandonó en una oca-sión, en la primera competencia de Olavarría. En lasdiez restantes, subió al podio. Su regularidad fue im-presionante.

¿Fue injusto que Mouras perdiera el título? Elpiloto de Carlos Casares ganó 6 de las once carrerasdel año: Bahía Blanca, Las Flores, Olavarría, el GP delLlano, Monte y otra vez Olavarría. Pero, más allá deesa racha impresionante, solo logró un tercer pues-to, en la apertura del torneo en Buenos Aires. Tuvotres abandonos (en 25 de Mayo y en las dos últimascarreras del Autódromo) y fue 12º en la restante.

Si el puntaje se hubiera ajustado estrictamentea la categorización por distancias recorridas (la es-cala de 16–10–6–4–2 para las pruebas de hasta 150 ki-lómetros, la de 24–15–9–6–3 para las de 150 a 500 ki-lómetros, y la de 40–25–15–10–5 para las de más de500 kilómetros), Mouras habría ganado el título. Pe-ro las carreras del Autódromo –todas– fueron consi-deradas de la segunda especie. Y a muchas de las ca-rreras de ruta, con más de 150 kilómetros de recorri-do, se les aplicó la escala más baja.

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Si se aplicara el puntaje actual –considerandoexclusivamente las finales, no los resultados en lasseries– el campeonato habría quedado en poder deGradassi, que solo en una de las once carreras no sesubió al podio; Mouras, en cambio, no lo hizo en cua-tro oportunidades. Entonces, habrían quedado así:

Gradassi: 395.Mouras: 369.Con la escala de puntos que el TC usó hasta

2012, el resultado habría sido el siguiente:Gradassi: 160 puntos.Mouras: 137,50 puntos.¿Y si se hubiera usado el puntaje actual de Fór-

mula 1? Entonces, la cosa sería así:Gradassi: 195 puntos.Mouras: 171 puntos.¿Fue justa la consagración de Gradassi pese a

haber ganado la mitad de carreras de su rival? ¿Fueinjusta la amargura de Mouras pese a haber sido mu-cho menos regular que su adversario?

Los hinchas tienen la palabra.

63 Los Aventín son una referencia ineludible en elTC moderno. Antonio Juan, “Tony”, fue cam-

peón en 1981, el primero de la historia en hacerlo conla marca Dodge (“ese día en Tandil Oscar ganó la ca-rrera, pero yo gané el campeonato, mi viejo no sabíaa quien abrazar”); su hermano Oscar Raúl, cuatroaños mayor, tuvo que esperar casi quince años des-de su debut en 1977 para consagrarse: lo logró en

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1991 y 1992. Entre ambos corrieron más de 400 carre-ras de TC y lograron en conjunto 34 triunfos. Diego, elhijo de Oscar, intentó durante años transformar a lafamilia en la única con tres campeones de TC (des-pués de los Gálvez y los Emiliozzi): lo logró recién en2013. Alguna vez tuvimos este diálogo con amboshermanos:

–Repasando sus campañas, ustedes parecenmás militantes del TC que corredores…

–Las dos cosas por igual –respondió Oscar– Elteceísta puro es una raza no superior, sí diferente.Ser teceísta puro es una casta, un conjunto de hom-bres que conocí aquí en la ACTC. Otros pilotos corrie-ron un par de carreras y se fueron: Fangio mismo,que ganó un par de campeonatos, Reutemann, quecorrió con el Falcon angostado, no son teceístas pu-ros, como Fabián Acuña, Lalo Ramos, Diego (Aven-tín) que siente el automovilismo pero especialmenteel TC. Los campeones como Silva, Martínez, Ortelli,vienen de otra escuela.

–Yo no corrí otra cosa, no me interesó ningunaotra categoría –agregó Tony– Siempre entendí que elTC era lo máximo. Se mantuvo vigente gracias a lagente, que se bancó todo y que transmite, de padresa hijos, esa pasión que cada vez es más grande.

64 En 1983 comenzó la Era Mouras, la última erade dominio de un piloto determinado en el Tu-

rismo Carretera. Después de tanto batallar, el volan-te de Carlos Casares ganó no uno sino tres títulos

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consecutivos, pero lo asombroso fue la maneraaplastante en que lo consiguió, que no tuvo, desdeentonces, parangón. Entre 1983 y 1985 se disputaron48 carreras de TC. Mouras se impuso en 22 de ellas,exactamente el 45 por ciento: cinco triunfos en el ’83,nueve en el ’84, ocho (que pudieron ser algunas más,como ya se verá) en el 85. Nunca más nadie logró unaracha de efectividad tan grande en el TC. El que másse le acercó fue el Flaco Juan María Traverso, que es-tuvo ausente prácticamente una década (entre 1984y 1994), pero que a su regreso ganó tres carreras en1994 y 5 en 1995. En ese último año logró el primerode los cuatro títulos que amasó en su retorno. Desdeentonces (hace casi 20 años), ningún campeón ganótantas carreras en su temporada de consagración.

Aquella racha tremenda de Mouras dejó suhuella. La dirigencia del TC, deseosa de evitar tantaprevisibilidad, introdujo en 1991 la variante del las-tre, es decir, cargar con kilos extra a los autos quehabían ganado la carrera anterior. Eso perjudicaba alvencedor en la prueba siguiente, ya que corría con 30kilos más que el resto… Más adelante, cuando Tra-verso empezó a ganar seguido, el lastre se extendió,a los tres primeros de cada carrera (30, 20 y 10 kilosrespectivamente). Por eso el Flaco de Ramallo co-menzó a ceder posiciones y conformarse con el cuar-to lugar, en carreras en las que fue ostensible su de-cisión de retrasarse, provocando la furia de los orga-nizadores. En 1996 volvió a salir campeón, pero eseaño ganó solo dos carreras; en el ’97 repitió el título,el tercero consecutivo, con otras dos victorias. Y en1999, año de su último campeonato, cuando ya habíaabandonado el Chevrolet por el Ford, también consi-

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guió dos triunfos. La regularidad sobraba para sercampeón…

¿Y qué fue lo que cortó la racha de Mouras? Enlos ’80, con los semipermanentes de largas rectas,los Dodge eran patrones del TC. El piloto de CarlosCasares, que era ídolo de los hinchas de Chevrolet,había tenido que recurrir a la marca para ganar susprimeros títulos. Pero le sugirieron que se pasara demarca… Mouras, que era vocal segundo de la ACTC,entendió el convite institucional y a mediados de1985 estrenó un Chevrolet. Sin mucha fortuna, ob-viamente: en las cinco primeras carreras del año ha-bía logrado cuatro triunfos con su Dodge, pero cuan-do cambió de monta (a mitad del río, precisamente,el 9 de junio de 1985, en San Lorenzo, Santa Fe), losresultados no lo acompañaron. Su Chevrolet no ga-naba (logró tres novenos puestos consecutivos) pe-ro sí lo hacía el de Emilio Satriano. Volvió al Dodgetras cuatro competencias, y ganó cuatro de las seiscarreras que faltaban para terminar el torneo. Fuecampeón, por supuesto, pero estaba entre el cochey la pared: no podía seguir corriendo con Dodge. Asíque en 1986 volvió definitivamente a Chevrolet. Esadecisión significó, de paso, la ruptura de la exitosasociedad de preparadores que conformaban JorgePedersoli y Omar Wilke. Uno de los dos estaba deacuerdo con el cambio; el otro no. Mouras nuncamás volvió a ganar el título: peleándolo perdió la vi-da en 1992… Pedersoli y Wilke jamás volvieron a pre-parar juntos un auto de carrera aunque, cada unopor su lado, lograron varias coronas, especialmenteel primero, con Traverso, y luego con Guillermo Or-telli y Christian Ledesma.

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65 En sus inicios, el TC se debatía entre el polvo yel ripio corriendo a menos de 100 km/h por ho-

ra. El largo desarrollo de la categoría posibilitó quelos promedios casi se triplicaran, lo que causó unamezcla de asombro y espanto. El clímax tuvo lugar amediados de la década del ‘80, cuando la ruta era to-davía un fixture central, las largas rectas se volvíancaldos de cultivo para la búsqueda de adicionales ki-lómetros por hora, y al acelerador se lo maltratabamás que acariciarlo.

Tres etapas en interminables rectilíneos de LaPampa compusieron un Gran Premio de cierre decampeonato. Una carrera para preparadores antesque para pilotos. La mayoría de los motores no resis-tieron, el resultado fue sorpresivo y el promedio setransformó en un record.

La primera etapa era un cuadrilátero de asfal-to, que recorrido en tres oportunidades elevaba laexigencia a 554 kilómetros. Emilio Satriano rompiólos primeros relojes con el Chevrolet que preparabasu hermano Pablo, chupado con el Dodge verde deJuan Antonio De Benedictis, pero en la segunda vuel-ta una aparente falla de fabricación en la punta delvástago de una válvula lo dejaba en la banquina.Después se detuvo el Chevrolet de Roberto Mouras:“El cigüeñal de nuevo diseño vibraba demasiado”.

Oscar Aventín reventaba un neumático en larecta. “Jamás me asusté tanto. No sé cómo pude te-nerlo. Hay que repensar mucho el tema de la veloci-

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dad”, decía en los medios de la época. José María Ro-mero no la pasaba mejor: su Dodge volcaba a tre-menda velocidad, decolaba, iba a parar al medio delcampo y se incendiaba.

“Al terminar la primera etapa se calculó conunánime exactitud que los más rápidos transitaron a272/275 km/h. La cifra surge de asignarle a los Dod-ge y Chevrolet más veloces (como cuando se chupa-ron De Benedictis y Satriano) regímenes de 7.6/7.700rpm para el Slant Six y 8.1/8.200 rpm para el “Chivo”.Con transmisiones de 3,54:1 para unos, 3,72:1 paraotros, y neumáticos 215x15, las cifras son más queplausibles” se leía. ¿El promedio de De Benedictispara ganar la etapa? 251,709 km/h.

La segunda etapa comprendía un tendido entreSanta Rosa y General Pico. Más brasa para la hogue-ra de los motores. De Benedictis le dejó el camino li-bre a Oscar Angeletti en la segunda etapa cuando sumotor claudicó.

Oscar Castellano, que peleaba el título con An-geletti, salió a jugarse con todo: solo Julio Salgado yRoberto Urretavizcaya andaban más rápido que él.Angeletti iba a mantener su ritmo: no superar las7.200 rpm. Cuando todo parecía bajo control, al pasopor Ojeda saltó, de manera inesperada, en un paso anivel. El Dodge cayó de panza. Se aplastó el tren de-lantero y el cárter tocó el pavimento. Por allí se fugóel aceite y sus posibilidades de terminar. Varios mi-nutos después, el alivio: el de Lobería se detenía a suvez con el motor fundido. Los aspirantes a la coronahabían quedado fuera de combate.

El resto volaba: Juan Carlos Nesprías ganaba laetapa con su Dodge a 257,033 km/h, tras tardar ape-

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nas una hora y 43 minutos para recorrer 442 kilóme-tros. Y la general quedaba en manos de Osvaldo Mo-rresi y el otro Chevrolet del equipo de Satriano, quele había sacado dos minutos de ventaja a Pedro Dou-mic, caminando a 252,224 km/h para casi mil kilóme-tros de exigencia.

66 Esta anécdota la contó el mismo Johnny Labo-rito, que preparaba el motor de Doumic. “Entre

una etapa y la otra, atendíamos los autos debajo deuna carpa. Hacía un calor infernal, pero trabajába-mos con mucho empeño porque estábamos peleandola punta. Hacía tanto calor que nos sacamos las cami-sas: yo, mis colaboradores y algunos muchachos quese habían acercado a ayudar. De golpe, necesitabalimpiar algo y vi un trapo, le corté a mano un cuadra-do de tela que me pareció indicado, y seguí. Termina-mos, armamos, estuvimos listos para irnos, así quenos pusimos las camisas. Uno de los muchachos quenos había dado una mano, al que yo no conocía, sepuso la suya, y le faltaba un cuadrado de tela…”.

67¿La tercera etapa del Gran Premio? Otro rec-tángulo asfaltado, esta vez en torno a General

Pico. Nadie podía, en condiciones normales, despla-zar a Morresi de la victoria. “Pero un chimango pam-peano, un maldito pájaro que él vio venir, flotó allí

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delante del capot. Y, algo increíble, impensado –yacaso injusto– golpeó a casi 270 km/h contra la reji-lla de alambre, cuya misión era, justamente, evitarque un plumífero se zambullese en la toma dinámicay se metió en el carburador. Al rato comenzó una fa-lla. Y así, kilómetro a kilómetro, se le escapó a Mo-rresi el seguro triunfo en el Gran Premio” se leía enla época.

El motor de Laborito impulsaba alegre al Dod-ge marrón y algo vetusto que Doumic aceleraba sinescatimarle nada. Solo un jovencísimo Roberto Urre-tavizcaya (con el Chevrolet del equipo Supertap, hoyJC Competición) podía caminar más veloz en la eta-pa. Pero sin hacerle cosquillas en la general.

“Doumic lloraba, quebrado por la emoción y laalegría”, sigue la crónica. “Después de cinco durastemporadas en TC, después de decenas de despistesy algunos golpes, después de múltiples desilusionesmecánicas, había ganado. Siempre tuvo excelentesparciales y logró algunas series. Pero esta vez llega-ba a la victoria, la inolvidable victoria de un Gran Pre-mio de Turismo Carretera. ¿Cómo no merecerlo? Aligual que todos sus colegas de ruta, capaces dearriesgar la vida a 270 km/h. Supo acelerar cuandodebía, cuidar en el momento oportuno y conservar lacabeza fresca, algo que contrastó con su habitual ve-hemencia”.

El promedio máximo de una carrera de TC habíasuperado los 100 km/h cuando Américo Orsi ganó lasMil Millas de 1939 a 109,958 km/h. La Galera de losEmiliozzi fue el primer auto en quebrar los 200 km/hde promedio en la Vuelta de Necochea de 1963, gana-da a 203,526 km/h. En 20 años, el record caería en

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otras once oportunidades: Doumic sellaría el último,con una victoria en ese Gran Premio, a 248,777 km/h.Y aunque el promedio fue discutido, las medicionesdel camino no dieron toda la seriedad del caso y la re-lación entre velocidad máxima y promedio pareciópoco sustentable, lo cierto es que la cifra quedó en lahistoria porque, de cualquier forma, era seis kilóme-tros por hora más veloz que el record anterior, esta-blecido por Miguel Angel Atauri en la Vuelta de Vena-do Tuerto en 1980, al ganar a 242,567 km/h.

68 Que el abrumador dominio de Dodge en los ’80no caía nada bien en la dirigencia lo vivió en

carne propia Oscar Castellano. Campeón con la mar-ca en 1987, sufrió mucho para repetir el título al añosiguiente. “Sabía que intentar ganar tres títulos conDodge me iba a resultar imposible”, me contó en2006. “Ese campeonato de 1988 lo gané como si fue-ra un boxeador argentino peleando en los EstadosUnidos, por nocaut, porque si no, los jurados no tedan la pelea. Fue muy duro deportivamente, tratan-do de no entrar en maniobras complicadas para noser sancionado, sin tener nada mecánicamente filo-so para no ser desclasificado… Por eso pasé en 1989a Ford y el cambio fue acertadísimo”. Así llegó el ter-cer título, “aunque el Ford era más difícil de manejarque el Dodge, me volvía loco con los elásticos corti-tos”. Pincho preparaba su motor sin tener un bancode pruebas en su taller. “Tampoco tenía un torno; te-nía que hacerme las piezas para el auto en una tor-

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nería cercana”. Ganó 27 carreras en 10 temporadas.“Pagué el precio, mi paso por el TC fue muy violento,vivía auto exigido porque no se puede mantener tan-tos buenos resultados sin eficiencia”.

69 Rafaela, 7 de junio de 1987. El Chevrolet nº 6 deEmilio Salvador Satriano tiene fierros nuevos

debajo del capot. Su hermano, Pablo Satriano, dotóal coche de tapa de cilindros y leva flamantes. El di-namómetro muestra un indudable incremento de po-tencia en el motor. El auto es uno de los más velocesdel TC –sino el más veloz– pero la cercanía del régi-men a las 9.000 rpm lo pone siempre al filo de la ro-tura. Y en lo que va de 1987, han sido más las vecesque se ha cortado con ese filo que las que no…

La barra de Chivilcoy también se prepara: la cá-bala es una remera verde y blanca que hace juegocon ropa interior de la misma combinación de colo-res, los mismos del Chevrolet, que caminaba a 224km/h de máxima, un km/h menos que el Dodge dePincho Castellano.

Pero en clasificación quedaba noveno, a másde un segundo del Ford de Jorge Oyhanart. En carre-ra el Chevrolet no iba tan rápido y terminaba cuarto,a casi 15 segundos del vencedor, Roberto Mouras.“Nos arrastramos” fue la sentencia de Emilio. ¿Quéhacer para la siguiente carrera, en el Autódromo deBuenos Aires, tres semanas después?

Fierros nuevos, retoques múltiples. “Volvimosa Chivilcoy, fuimos a probar a la ruta y comprobamos

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que, efectivamente, habíamos perdido rendimiento–desgranó Pablo– Modificamos los elementos: tapa,múltiple y levas volvieron a caminar. Ablandamos lasuspensión, bajamos los valores de amortiguacióntrasera y pusimos una doble barra antirrolido ade-lante”. ¿El secreto del triunfo?

La barra de Chivilcoy había cambiado tambiénla estrategia. La cábala de la remera ya no servía:fueron a la carrera en varios autos y en la guanterade cada uno de ellos llevaron una pequeña lechuzade porcelana blanca, para ahuyentar a la mufa.

Emilio marcó la pole–position, a más de 175km/h. Y en la final, la particular puesta a punto de lasuspensión trasera trató mucho mejor los neumáti-cos que lo que sucedió en el Chevrolet de RobertoUrretavizcaya, cuyo acompañante era una mujer,Graciela Nicieza (hija de Julio, el dueño del equipoSupertap, luego JC, también de Chivilcoy). Satrianoganó en un podio de chivos: el tercero fue OsvaldoMorresi, cuyo auto también preparaba Pablo Satria-no. Así que, ¿cuál fue el secreto del triunfo? ¿Lapuesta a punto o la cábala?

70 El TC tenía programada una carrera para se-tiembre de 1991 en un nuevo trazado, entre

Zárate y Campana, un triángulo de asfalto trazadosobre la autopista a Rosario, la ruta 193 y la avenidaAntártida Argentina de Zárate. Pero cuatro días an-tes de la prueba, las autoridades provinciales sus-pendieron su realización. Se caía la prueba. Ese día

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siguiente, el entonces presidente Carlos Menem(aquel que de pibe idolatraba a Arturo Kruuse) inau-guraba una planta en Atucha, en la zona, y los diri-gentes de la ACTC intentaron colarse en el acto, pa-ra apelar a su voluntad y poder revertir la situación.Oscar Aventín (que en esa instancia estaba pelean-do el título pero era, a la vez, secretario de la ACTC)y Rubén Gil Bicella, uno de los vicepresidentes, semandaron. Tenían como contacto al senador CésarArias, un operador político de Menem, y gracias aeso llegaron en un momento a estar cara a cara conel mandatario nacional.

–Presidente, nos quieren suspender la carrera–le descerrajó Aventín.

–¿Cómo es eso?Los dirigentes explican brevemente el tema y

Menem sale con una pregunta insólita:–No van a matar a nadie, ¿no?–Noooooo, presidente…–Entonces, dénle.La carrera se disputó el 22 de setiembre. Hubo

82 autos, de los cuales 50 corrieron la final, que ganóOsvaldo Morresi (Chevrolet).

71El 22 de noviembre de 1992 se presentaron 86pilotos a largar la Vuelta de Lobos, pero solo 36

se hicieron un lugar para correr la final. Uno de ellos,el sanjuanino Henry Martin, con 27 años estaba dispu-tando su segunda competencia de TC. “Corría con elDodge celeste de Rodolfo Cosma –recuerda– En la reu-

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nión previa con los pilotos, Norberto Bressano hizohincapié en el tema de los cordones en la chicana dela ruta 205, que castigaba los neumáticos. Largué enla última fila y en una de las primeras vueltas lleguépasado a la frenada. Alcancé a meter la trompa en lachicana pero le pegué al cordón con la goma delante-ra izquierda y quedó desacomodada la dirección. Salítirando cambios, pero empecé pensar… Llevaba a unamigo de acompañante, ¿para qué arriesgarlo? Me fuipara los boxes a menor velocidad y cuando estaba en-trando me pasaron como tiro las dos trompas de‘Plasticor’: eran el Chevrolet de Roberto Mouras y elDodge del Chueco Romero. Cuando paro, Néstor La-zarte, que se encargaba del auto, me miró como di-ciendo ‘¿y por esto paraste?’ y en ese momento em-pezó a correr el rumor de que había volcado Mouras.Al ratito entró Carlitos Saiz: ‘¡Se mató Roberto, se ma-tó Roberto!’, repetía. Enseguida cayó un silencio se-pulcral sobre el circuito. Nunca viví nada igual. Un si-lencio colectivo de angustia, un silencio que nuncamás escuché en mi vida. Salí dos horas más tarde delos boxes: una topadora ya se había llevado el talud detierra, solo quedaba una huella de humedad”.

72 Eduardo “Lalo” Ramos siempre fue un pilotomuy adepto a los circuitos ruteros. “Me gus-

taban mucho, tenían secretos que había que saberinterpretar –recuerda– Las chicanas, los retomes,las frenadas, era pura improvisación, capaz que enuna sola maniobra podías sacarle tres segundos a

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un rival. Había algunos tramos en particular, comoel camino de atrás del circuito de Santa Teresita,que tenía varios curvones y un par de chicanas, queera, literalmente, orgásmico”. Venció en Santa Tere-sita, también en Bolívar, en Olavarría, pero nuncapudo hacerlo en el peligroso “19 de Noviembre” deLa Plata, un triángulo ubicado a pocos kilómetrosdel centro de la capital bonaerense. “Allí sufrí unade mis derrotas más amargas –señala– Nunca habíapodido ganar ahí y lo sentía… Una vez, un toque conMarcos Loiocco a poco del final me privó del triun-fo, pero ese día tenía todas a favor”. “Ese día” era el27 de junio de 1993. Ramos ganaba cómodamente,tan cómodo que “cuando pasé por última vez porboxes, saqué la mano por la ventanilla para salu-dar…” La ventanilla de plexiglás tenía un circulo pordónde se podía hacer el saludo, y Ramos estaba ce-lebrando su triunfo por anticipado. Le quedabanmenos de 10 kilómetros de carrera para lograr eltriunfo. “Me quedé sin nafta. Nunca completé ese gi-ro. ¿Qué había pasado? Habían llenado el tanque an-tes de la carrera, y antes se medía la capacidad conuna varilla metálica y se calculaba. Mi acompañan-te, el bueno de Rulo Esther, pensó que le habíanechado innecesariamente nafta de más, y le sacócomo diez litros antes de largar…”. Con el punteroabandonado, pasó la punta el segundo, un joven pi-loto de 28 años que hasta allí nunca había ganado enTC. Walter Hernández conseguía así su primer triun-fo: era su décima carrera en TC. Menos de seis me-ses después, al cabo de otras diez carreras, se con-sagraba campeón…

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73 La carrera anterior a esa de La Plata se dispu-tó en Balcarce, y la ganó Oscar Aventín, con un

Ford. Enviado por “El Gráfico”, me apasionó menosesa historia del triunfo que ésta, que escribí ese mis-mo domingo, al cierre (y que se publicó en la edicióndel 8 de junio de 1993):

“Un feriado patrio, pero amargo. Doce días an-tes de la quinta carrera del Campeonato 1993 de Tu-rismo Carretera, en el autódromo Juan Manuel Fan-gio de Balcarce, el martes 25 de mayo a la tarde, unpoco más allá de la salida del puente, el último autode carrera que manejó Oscar Castellano, el Ford Fal-con propiedad de Fabián Acuña, se desperezó rebel-de de la decisión de su conductor. Golpeó contra lamontaña. Se dio vuelta. Se destruyó. Daniel “Chispa”Uranga, su acompañante, lo sacó mal herido, cargóel auto sobre la camioneta –una distinta a la que ha-bía destruido 15 días antes en plena ruta, salvándo-se de milagro– y lo entró al taller de la calle Garibal-di al 300, en Tandil, para comenzar a lavarlo con lassombras maduras de la noche.

A la mañana siguiente llegó Pincho con unosinstrumentos de precisión. Midió, miró, pensó. “Sir-ve” dijo finalmente. Fue palabra santa. Mientras Fa-bián se recuperaba en una clínica de la ciudad, elsantuario de la Auto Peña El Zorro, capitaneada porCarlos Arellano y Eduardo Arditti, alentó un fervor defebril esperanza.

El chapista Luege y su ayudante Bueno, un pin-

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tor y su asistente, más el Flaco Roberto Gallardo y elmismo Uranga se aplicaron a la tarea. Solo el torpe-do y la plataforma inferior quedaron a salvo del au-to. Lo demás tuvo que ser chaperío flamante. El dife-rencial se tiró a la basura. Una parrilla de suspensiónse forjó bajo los ojos de medio Tandil, se recibió lacolaboración desinteresada de repuesteros, provee-dores, hasta dos anónimas mujeres que, conscientesde su ignorancia mecánica, se ofrecieron a cocinarpara el inmenso grupo. La sabiduría del Pincho le-vantó el ánimo del joven piloto, sacudido tras su pri-mera piña fuerte, mientras el motor de Uranga tra-bajaba sin descanso de 7 a 13 y de 13:30 a 2 del díasiguiente... y vuelta a comenzar.

Cuando el equipo de Carlos Nicotera llegó el lu-nes 1º de junio a Balcarce para probar el Ford de Os-car Aventín, aquel montón de chatarra ya era otravez el orgulloso Falcon nº 3, reluciente de chapa nue-va, impecable de pintura. El martes, a la vez que elPuma clavaba un registro asombroso en la práctica,1m48s38, en la calle Garibaldi daba comienzo la ce-remonia del armado, apenas una semana despuésdel desastre. El viernes se presentó flamante. Comosi jamás se hubiera raspado, siquiera.

Un raro ruido a cilindro díscolo congeló el almadel autódromo a punto de largar la tercera serie. Par-tía de la entraña del Falcon n° 3. Acuña y Uranga tra-bajaron desesperadamente, quisieron componerlo,les fue imposible “por algo que no sé bien qué es, pa-rece que fuera eléctrico, qué le voy a hacer”, comoconfesó el piloto joven de la cana madura. El Fordque volvió de la destrucción no pudo responder. Y,sin embargo, qué gloriosa era su estampa.

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Figuritas repetidas. La del triunfo y la derrota.Aunque en esta religión que santifica el TC, la genteestá más cerca del primero que de la segunda. Cual-quiera que sea el resultado”.

(Con el tiempo, Fabián Acuña se transformaríaen el piloto de TC que más carreras ganó sin habersido nunca campeón, con 18 triunfos, uno más queMarcos Ciani).

74Si esa visita de junio de 1993 a La Plata habíasido amarga para Ramos, la siguiente lo fue

mucho más. “Yo era muy amigo del Pato (Osvaldo)Morresi –relata– Cuando se corría en Balcarce, el Pa-to venía a dormir a mi casa a Mechongué, dormía enmi cuarto. Ese día, (el 27 de marzo de 1994), en LaPlata, largábamos en la misma fila y fuimos juntos asubirnos a los autos, chicaneándonos. ‘¡Te voy a ga-nar yo!, ¡No, te paso por arriba!’ esas cosas. Venía-mos peleando la punta, muy parejos, cuando a la en-trada de la cuarta chicana del circuito, paso por arri-ba de un piano y se rompe un tensor de la suspensióntrasera… El auto no me avisó nada, salgo de la chica-na en segunda marcha, hago todo el tramo hasta lasiguiente chicana, la última del circuito, y cuandofreno la rueda se suelta, se ‘cae’ abajo del auto, elFord derrapa, se pone de costado, y a la chicana nun-ca entro: empiezo a volcar por afuera… No me hicenada, apenas si me quebré el escafoides de la manoderecha, pero mi acompañante sí estaba bastantegolpeado. Me bajé, saqué el matafuego para apagar

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un foco en el motor, y la ambulancia se estacionó enla banquina a 45 grados. Debieron haber parado allíla carrera…”. Pero la carrera no se detuvo y pocasvueltas más tarde, poco antes de entrar a la mismachicana que le había cortado el tensor al auto de Ra-mos, el derrape del Chevrolet de Morresi, que veníaliderando la prueba, fue fatal. “Walter venía detrásde mí, y vio todo el accidente por su parabrisas. Pen-só –después me lo dijo– que no iba a volverme a ver…Le tenía aprensión a los semipermanentes, pero es-pecialmente ese día empezó a aborrecerlos”. Her-nández era el campeón pero se negaba a correr enruta. La ACTC lo suspendió por dos carreras a causade sus declaraciones –una decisión polémica– y per-dió la ventaja que llevaba en el torneo. A la última ca-rrera de 1994 llegaron cinco pilotos con chances deganar el título. ¿Quién se quedó con la corona? LaloRamos…

75 Desde La Plata 1994 a Santa Teresita 1997, laúltima carrera de la historia del TC en las ru-

tas, solo se disputaron siete carreras en ese tipo decircuitos: dos más en 1994, tres en 1995, una en 1996y la última en el ’97. Solo se usaron los trazados deBolívar y Santa Teresita, desde los cuáles se podíantelevisar las competencias. ¿Cómo fue esa compe-tencia rutera en Santa Teresita? “Muy particular,porque la corrimos con gomas slick, sin dibujo, comolas que se usaban en los autódromos, no las que es-tábamos acostumbrados a usar en la ruta”, recuerda

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su ganador Ramos. “Por lo tanto, al auto había quedarle otro despeje, yo no sabía qué espirales poner-le al Ford, porque en la ruta se usaban unos muyblandos y había que ver cómo se comportaban lasgomas en esas condiciones, en las frenadas con are-na… En la serie se rompió un retén del diferencial, seescapó el aceite, la transmisión se agarró y hubo queponer otro para la final, con una relación más larga,sin saber cómo iba a responder. Así que decidí hacertoda la carrera a fondo, aún con incertidumbre de sa-ber cómo aceleraba. Tito Urretavizcaya era el punte-ro en el camino pero le pegó a todos los pianitos yterminó rompiendo una goma. Yo lo alcancé enton-ces al Gurí Martínez, que era el puntero en el cami-no, lo pasé aunque yo ya era el que venía ganando enlos relojes, y terminé venciéndolo por 12 segundosde diferencia”.

76 Esta era la filosofía con la que Traverso gana-ba los títulos de TC, cómo me la describió por

entonces: “Poner en marcha el Chevrolet implicaprender el taxímetro: empiezan a caer las fichas…¡Es terrible! En una prueba se gasta lo mismo que enuna carrera, con la diferencia de que no hay TV y elsponsor no paga… Los fierros de TC son artesanalesy yo los cuido como oro en polvo, porque no es fácilhacer una tapa de cilindros que ande igual que la quese rompió. No la comprás en la esquina. Si yo tengoun motor que anda bárbaro, lo uso solamente paracorrer y ruego para que no se me rompa. Tengo la

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plata para reemplazarlo, pero a lo mejor no vuelvo atener un motor con tanta potencia; por eso lo cuidoy no lo uso para probar. Con el auto pasa lo mismo:los tipos que le pegan a todos los pianitos en todaslas chicanas descubren que, a mitad de campeona-to, el auto no sirve más. A mi auto no lo golpeo, no lochoco, lo cuido y a mitad de campeonato es seis dé-cimas más rápido que los demás porque el chasis vacon las cuatro ruedas en el piso y no está revirado nitorcido ni remendado ni soldado veinte veces. Yo séque soy injusto con mi equipo más de una vez, perocomo no me perdono mis propios errores, los tratocon la misma exigencia”.

77 La desaparición definitiva de las carreras enruta, veinte años atrás, abrió el camino a una

profunda transformación en el último cuarto de his-toria del Turismo Carretera. Acabó siendo muchomás que el adiós al folklore rutero: en 1997 arrancóun proceso que cambió el modelo de hacer automo-vilismo.

El primer impacto fue la consagración definiti-va del TC a las carreras en autódromos o circuitos ce-rrados. La importancia del motor en la ecuación me-cánica disminuyó en favor de la puesta a punto de losautos; cobraron más sentido los chasistas y, a la lar-ga, eso derivó en la creación de equipos, unidadesmás profesionalizadas que contrastaban con la figu-ra tradicional del piloto–mecánico–preparador que yaen los ’90 había comenzado a esfumarse. Son más las

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excepciones que la regla los pilotos que armaron suspropias escuadras, en un taller propio y manteniendola dirección, para seguir compitiendo; en esos 20años solo Omar Martínez (a esta altura, el piloto conmás carreras disputadas en la historia del TC) logróganar títulos con su emprendimiento personal.

“Cuando se corría en ruta, el motor era muchomás importante que hoy”, reflexiona Johnny Labori-to, el preparador que más títulos ganó con sus impul-sores en las últimas dos décadas. “Con un motor notan bueno pero un gran chasis hoy se puede ganar”.La globalización facilitó el acceso a los fierros gana-dores. Para Oscar Castellano, “la oferta técnica au-mentó el número de potenciales candidatos al triun-fo: Antes éramos cinco o seis los que podíamos ga-nar, ahora son 15 o 20”. El sorteo de motores vigenteentre 2011 y 2015 incrementó esa paridad.

Sin la preponderancia de los motores y con losTC “encerrados” en autódromos, perdieron impor-tancia los records de velocidad máxima. El crecienterol de los chasistas derivó en que la búsqueda de ve-locidad se orientara a las curvas. La velocidad máxi-ma se mantiene en torno a los 270 km/h, pero los au-tos doblan a mayor velocidad que 20 años atrás. “UnTC se desarrolla y se arma hoy como si fuera un mo-noposto”, asegura Guillermo Kissling, uno de loschasistas más reconocidos.

Sin rutas, pronto la figura del acompañantetambién iba a entrar en crisis. Pasó a la historia en2007 y, nunca no se produjo el efecto apocalípticopronosticado por quienes defendían la tradición: losacompañantes eran sponsors que hacían su aportepara vivir las carreras desde adentro; si no podían

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participar, iban a retacear su apoyo económico. Ellono sucedió y con la medida se redujeron los riesgos.

Confinado a los autódromos, el TC quedó servi-do para el plato televisivo: definitivamente, todas lascarreras podían ahora transmitirse por la pantallachica. Beneficioso como fue para el esquema gene-ral, porque los pilotos contaron así con una podero-sa herramienta para vender exposición y atraersponsors, acabó encorsetando a la categoría en unformato que tenía en cuenta las necesidades televi-sivas antes que las del TC y que con el tiempo se tor-nó monótono: la mejor prueba de ello es la búsque-da incesante, en los últimos años, de carreras “espe-ciales” que buscan darle nuevas alternativas de inte-rés al férreo esquema de las tres series y la final.

Peor aún: la TV empezó a dictar demandas. Lainesperada creación de los play–offs en 2008, uncambio radical para definir los campeonatos, decidi-do de inopinada manera cuando el torneo en cursoya estaba disputándose, respondió a una sugerenciade la TV. Los play–offs o “Copa de Oro” aseguraronque el título se definiera en la última carrera, pero nosiempre premiaron el merecimiento deportivo.

La TV no fue el único factor por el cual los diri-gentes del TC perdieron autonomía; el modelo de co-mercialización de las carreras, en el cual los clubesorganizadores eran reemplazados por los gobiernosprovinciales que “compraban” las pruebas para susregiones, también recortó el margen de decisión.

Ciertamente, con ese modelo el TC recuperómovilidad federal y la provincia de Buenos Aires de-jó de ser el hogar de la categoría: en 1991, solo dosde las 15 carreras del certamen se disputaron fuera

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del territorio bonaerense y de la capital federal; en2016, esa cifra se invirtió: solo dos carreras de 16 secorrieron en la provincia más grande del país. En eseproceso, el poder político pasó a tener peso en laconfección del calendario.

Esa combinación de ambos factores sentó lasbases para la tragedia moderna del TC, que fuera delas rutas creía haber dejado atrás el período negromarcado por las muertes de Roberto Mouras (Lobos,1992) y Osvaldo Morresi (La Plata, 1994). El acciden-te fatal de Guido Falaschi en Balcarce, el 13 de no-viembre de 2011, penetró cruelmente en los hogaresde los fanáticos y se viralizó en las redes sociales: elhorror ya no era una cosa que se contaba (a medias)en la radio sino que podía verse con lujo de detalles.Se produjo en un circuito inadecuado al que se acce-dió a correr por la presión del gobierno provincial deentonces, que había invertido muchos millones depesos en su remodelación. “En Balcarce no falló na-da”, dijo tres días más tarde Oscar Aventín, entoncespresidente de la ACTC. “Fallar, no falló nada; un mi-nuto después terminaba la carrera y era una fiesta”.Ese paso en falso acaso acabó siendo el inició de sudeclinación, tras un mandato de autocrática firmeza;acabó dejando la presidencia en 2013, el año en queel campeonato tuvo seis reglamentos técnicos dis-tintos a lo largo de la temporada, y fue sucedido porHugo Mazzacane.

La ACTC recuperó parte de su poder de manio-brabilidad tras el apogeo del programa “Automovi-lismo Para Todos” (2012–2016), cuando asumió laproducción televisiva de sus carreras; pero continuósiendo vulnerable a los caprichos del poder político,

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como quedó expuesto con la reciente inauguracióndel autódromo de La Pedrera, en Villa Mercedes (SanLuis), cuando fue el gobernador puntano Alberto Ro-dríguez Saa, y no la directiva del TC, quien decidióque se corriera allí.

78 Lo cierto es que, a esta altura de la historia, sepuede decir con mayor precisión, más que la

lucha eterna entre Ford y Chevrolet, el TC pasó a serun duelo entre los conceptos del Falcon y la Chevy.En carrera desde 1970, llevan casi medio siglo mono-polizando las victorias, primero como autos de la in-dustria de serie preparados para correr, ahora comoauténticos autos producidos especialmente para lascarreras partiendo de ese concepto original: prota-gonizaron más de la mitad de la vida activa del TC,mucho más que las tres décadas de vida activa de lascupecitas (entre 1937 y 1967) y los cuatro años (ape-nas el cinco por ciento del devenir histórico de la ca-tegoría) en los que campearon los prototipos.

En ese sentido, el TC resolvió de manera relati-vamente exitosa la transformación mecánica, queocupaba el centro del debate en los ’80 y los ’90,cuando los modelos originales dejaron de producir-se. Muchos fanáticos se niegan a creer que los autosactuales son Ford o Chevrolet, pero el hecho real esque la categoría dio respuesta a un enigma que, dé-cadas atrás, generaba inquietud, tanto como el futu-ro de las competencias en ruta. Con bemoles, lapuesta en funcionamiento de motores multiválvulas

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pergeñados por Oreste Berta cerró el capítulo de lareposición mecánica. El futuro de los fierros dejó deser una preocupación, aunque su costo todavía lo es.

Con más piezas y más seguridad, se multiplica-ron los TC. Nacieron las inferiores: el TC Pista, el TCMouras, el TC Pista Mouras. Esa ampliación de hori-zontes potenció a los equipos, con más campo de ac-ción para desarrollarse, y preparó mejor a los pilotosque fueron ascendiendo. Agustín Canapino fue cam-peón 2008 de TC Pista antes de serlo en el 2010 en elTC; lo siguió Mauro Giallombardo, trepando la esca-lera ideal: campeón de TC Mouras en 2008, del TCPista en 2010 y del TC en 2012. “Ahora los pilotos jó-venes tienen más posibilidades de ganar”, opina Gui-llermo Ortelli, el multicampeón de la era moderna.“Llegan mejor formados de las categorías inferioresy pueden disponer de los mismo elementos que losdemás. Cuando yo empecé (en 1994), llevaba untiempo conocer el auto, tener los mejores fierros y elequipo adecuado”, asegura, aunque él, precisamen-te, no sea el mejor ejemplo: el piloto de Salto ganó latercera parte de los 20 títulos disputados de 1997 a2016. Los 13 campeonatos restantes se los repartie-ron 11 pilotos distintos…

79Después de ganar el Gran Premio de 1936, Raúl“Polenta” Riganti se enfrentó con la inevitable

pregunta:–A su juicio, ¿qué recorrido tendrá la próxima

carrera?

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–Creo que lo único que nos falta –reflexionó– esque se haga la carrera al Polo Sur…

Setenta y cinco años más tarde, en setiembrede 2011, el TC estuvo todo lo cerca del Polo que po-día estar. “Desde la Base Marambio son cuatro horasde vuelo hasta el Polo Sur” explica hoy Hugo Mazza-cane, uno de los gestores de la idea. Un Torino quehabía sido de Patricio Di Palma fue embarcado en labase aérea de El Palomar a bordo de un HérculesC–130 modelo 1960, matrícula TC–66 (apropiada parael caso). El coche estaba listo para largar cualquiercarrera de TC, pero su motor, preparador por Alfre-do “Gardelito” Fernández, poseía algunos trucos: sele habían extirpado el radiador de aceite y los filtrosdel óleo, para que la circulación del aceite fuera di-recta. Además, el radiador de agua estaba al tope delíquido refrigerante puro, sin dilución. Los carbura-dores eran los mismos Weber 48/48, pero con gi-cleurs más grandes, para aspirar más aire. Cuando elHércules aterrizó en la pista de la Base Marambio, eljueves 22 de setiembre, Gardelito puso en marcha elmotor del Torino a bordo del aparato y lo bajó andan-do por la rampa. Allí le colocaron la trompa de plás-tico al Torino, que quedó en manos del piloto de laaventura, Roberto “Tito” Urretavizcaya, uno de losque más carreras (352) disputó en la historia del TC.

“Se sentía el frío, ¿cómo que no? Hacía 20 gra-dos bajo cero… –cuenta el piloto– La pista era de pie-dra, tierra y hielo. Tenía 1.200 metros de largo y 40 deancho; en primera segunda o tercera marcha, el co-che patinaba, pero de cuarta para arriba ya no habíamás problema. ¿Las gomas? Usábamos cubiertaspara lluvia, aunque había sol…”. Durante 45 minutos,

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ese día, Urretavizcaya paseó a la gente de la base. ElTorino pasó la noche en un hangar, y al día siguien-te, reabastecido con combustible de aviación, volvióa la pista, para seguir acelerando y hacer tromposdurante dos horas y media. “Ya tenía el brazo iz-quierdo, el más próximo al exterior del auto, entume-cido” confiesa Urretavizcaya. “¡Y eso que no habíaviento! Quisimos sacarnos una foto con la banderaargentina ondeando, como fondo para el Torino, y labandera no flameaba, no soplaba el viento. Una se-mana antes, ahí mismo se habían registrado ráfagasde 180 km/h”.

80 Al momento de cumplirse los 80 años del Turis-mo Carretera, en agosto de 2017, más de 3.500

pilotos habían largado al menos una carrera de la es-pecialidad. Pero apenas 207 (alrededor del seis porciento de los atrevidos) lograron conquistar triunfos.Este es el ranking de pilotos vencedores en el TC, ac-tualizado tras la competencia del 4 de junio de 2017en Posadas, la número 1217 del historial oficial:

Piloto Triunfos

Juan Gálvez 56Roberto Mouras 50Juan María Traverso 46 (1)Oscar Gálvez 43Dante Emiliozzi 42Omar Martínez 33

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Guillermo Ortelli 32 (2)Héctor Luis Gradassi 30Oscar Castellano 27Emilio Satriano 27 (3)Oscar Aventín 24Matías Rossi 23Carlos Pairetti 22Christian Ledesma 22Juan Manuel Bordeu 21Eduardo Copello 21Luis Rubén Di Palma 20Fabián Acuña 18 (2)Marcos Ciani 17Juan De Benedictis 16 (4)Eduardo Ramos 16Diego Aventín 16Jorge Cupeiro 15Juan Manuel Silva 13Julio Devoto 12Pablo Gulle 12

Con 11 triunfos: Emanuel Moriatis, Eduardo Casá, Mar-cos Di Palma.Con 10 triunfos: Antonio Aventín, Norberto Fontana,Carlos Loeffel, Carlos Marincovich, Jorge Martínez Bo-ero, Roberto Urretavizcaya.Con 9: Rafael Verna, Ernesto Bessone, Nasif Estefano,Eusebio Marcilla, Luis Minervino, Mariano Werner.Con 8: Mariano Altuna, Alberto Logulo, Osvaldo Morre-si, Félix Peduzzi, Jorge Angel Pena, Gabriel Ponce deLeón.Con 7: Rodolfo De Alzaga, Agustín Canapino, JorgeDescotte.

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Con 6: Oscar Angeletti, Oscar Cabalén, Juan ManuelFangio, Walter Hernández, César Malnatti, CarlosMenditeguy, Jorge Oyhanart, Jorge Recalde, AngelT.Rienzi, Armando J.Rios, Lionel Ugalde.Con 5: José Luis Di Palma, Josito Di Palma, Patricio DiPalma (3), Carmelo Galbato, Juan Carlos Garavaglia,Gastón Perkins (5), Vicente Pernía, Fernando Piersan-ti, Octavio Suárez. Con 4: Mariano Calamante (4), Juan Bautista De Bene-dictis, Miguel Etchegaray, Esteban Fernandino (h),Néstor Girolami, José María López, Juan Carlos Navo-ne, Leonel Pernía, José María Romero, Santiago LujánSaigós.Con 3: Juan Marcos Angelini, Facundo Ardusso, MiguelAngel Atauri, Pablo Birger, Emilio Boretto, Julio CésarCastellani, Jonatan Castellano, José Ciantini, MauroGiallombardo, Juan Manuel Landa, Juan Alberto Oc-chionero, Emiliano Spataro. Con 2: Sergio Alaux, Juan Ayarza Garré, Daimo Boja-nich, Ricardo Bonanno, Marcelo Bugliotti, Edgardo Ca-parrós, Raimundo Caparrós, Francisco Espinosa, JuanOscar Facchini, Esteban Fernandino, Néstor GarcíaVeiga, Carlos Garrido, Juan Pablo Gianini, EduardoGiordano, Roque Giuliano, Miguel Angel Guerra (1),Juan Carlos Iglesias, Angel Lo Valvo, Osvaldo López,Domingo Marimón, Angel Meunier, Daniel Musso, JuanJosé Pellegrini, Ernesto Petrini, Jesús Ricardo Risatti,Ricardo Risatti, Rubén Roux, Carlos Saiz, Raúl Sinelli,Adolfo Sogoló, Mario Tarducci, Jorge Juan Ternengo,Federico Urruti (5), José Vázquez, Andrea Vianini. Con un triunfo: Agustín Aguaviva, Salvador Ataguile,Angel Banfi, Luis Belloso, Antonio Bertolotto, AlbertoBessone, Claudio Bisceglia, Juan José Blaquier, Rober-

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to Caparello, Angel Castaño, Manuel Cobas, José Cor-donnier, Oscar Cordonnier, Jorge Rodrigo Daly, Luis DeDios, Angel De Rosa, Gustavo Degliantoni, Pedro Dou-mic, Guido Falaschi, Jorge Farabollini, José Manuel Fa-raoni, Florentino Fernández Walker, Héctor Fiorda,Carlos Fortunati Firpo, Oscar Mauricio Franco, Rober-to Gálvez, Sergio García Uriburu, Víctor García, HugoGimeno, Domingo Guevara, Félix Heredia, Fabián Her-moso, Luis Hernández, Rosendo Hernández, FernandoIglesias, Ricardo Iglesias, Miguel Jantus, Edgardo La-vari, Marcos Loiocco, Carlos Lusso, Alfredo Manzano,José Manzano, Juan Marchini, Eduardo Marcos, OnofreMarimón, Néstor Marincovich, Henry Martin, Raúl Me-lo Fajardo, Luis Miraldi, José Muñiz, Juan Carlos Nes-prías, Jorge Orduna, Américo Orsi, Eduardo Pedrazzi-ni, Ricardo Peduzzi, Juan Carlos Perna, Norberto Poli-nori, Martín Ponte, José Miguel Pontoriero, EduardoRabbione, Hugo Redolfi, Matías Rodríguez, EduardoRodríguez Canedo, Alberto Rodríguez Larreta, JavierRoldán, Norberto Rondelli, Norberto Rossone, CarlosRuesch, Julián Santero, Osvaldo Sasso, José IgnacioSavino, Esteban Sokol, Héctor Suppici Sedes, Omar Ta-noni, Vicente Tirabasso, Dante Trotta, José Manuel Ur-cera, Juan Carlos Vázquez, Atilio Viale del Carril.

(1) Compartieron la victoria en las 2 Horas de BuenosAires y en las 200 Millas de Rafaela de 1995(2) Compartieron la victoria: las 2 Horas de 1994(3) Compatieron la victoria en las 2 Horas de 1996(4) Compartieron la victoria en las 2 Horas de 1993(5) Compartieron la victoria en las 4 Horas de BuenosAires de 1968

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TECÉOcho décadas de fierros en 80 episodios

PABLO VIGNONE

Periodista e historiador, Pablo Vignone(Buenos Aires, 1963) cubrió su primeracarrera de Turismo Carretera en 1989,para la fenecida revista El Equipo. Desdeentonces siguió escribiendo sobre la ca-tegoría en las páginas de El Gráfico, Cor-sa, Página/12 y Serie 1/Carburando, en-tre otras publicaciones, y desde 2015 lohace en el diario La Nación, de cuya sec-ción Deportes es uno de los responsa-bles; también se ocupó del tema en lossitios digitales Visionauto.com.ar (delque es uno de sus creadores) y Carbu-rando.com. Ve competencias de TC des-de 1974 y llevó su curiosidad sobre laparticular disciplina a distintas obras co-mo “Campeones del TC” I y II, “70 añosdel TC, 70 historias”, “75 años del TC”,“100 ídolos del automovilismo argenti-no”, “Traverso, biografía auto-rizada” o“Siglo Fangio”. Además, escribió y editóel anuario “El Maravilloso Mundo del TC”de Carburando entre 1999 y 2011. Este essu cuarto libro para Ediciones Al Arco,después de “Fierro Líquido” (2005), “Par-tidazo!” (2010) y “Fierro Plus” (2012).

Foto: Aníbal Greco

La pregunta surge sola, inevitable, en el momento en

que el Turismo Carretera llega a los 80 años de vida: ¿Qué tie-

nen en común aquellos intrépidos corredores que ponían en

juego el pellejo a 140 km/h en rutas de tierra cuando prome-

diaba la década del ’30 con estos pilotos modernos que bus-

can limar a 270 km/h una décima de segundo al alargar una

frenada en los autódromos actuales? El entorno, las medidas

de seguridad, los autos, la vestimenta…: Son más las diferen-

cias que las similitudes. Pero los une la pasión por pertene-

cer a la más popular de las categorías. Como si fueran esla-

bones de una misma cadena se entrelazan los Gálvez, los

Emiliozzi, Fangio, Pairetti, Traverso, los Aventín, Castellano,

Mouras, Satriano, Ortelli y el Gurí Martínez, entre tantos otros.

La prosa dinámica y elegante de Pablo Vignone repasa los 80

años del TC en 80 historias, aunque su narración comienza an-

tes incluso de que apareciera esa sigla mágica que identifica

a los fierreros.

Para disfrutar de punta a punta, desde el romanticismo

inicial al profesionalismo de hoy. Porque en estas páginas los

protagonistas tomaron y pasaron la posta para escribir junto

al autor una de las más bellas historias que el automovilismo

puede ofrecer.

NÉSTOR LÓPEZ

www.librosalarco.com.ar

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EL CLUB DEL FIN DEL MUNDO(y otros cuentos futboleros)

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EL BOXEO Y YOJulio Ernesto Vila

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FIERRO PLUSUna loca historia del automovilismo

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y las palabrasWalter Vargas

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PERONISMO Y DEPORTELa historia completa (1945-2015)

OSVALDO ALBERTO JARA

JESSE OWENS YLA CONEXIÓN ARGENTINA

Luis Vinker

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TECÉOcho décadas de fierros en 80 episodios

PABLO VIGNONE

Periodista e historiador, Pablo Vignone(Buenos Aires, 1963) cubrió su primeracarrera de Turismo Carretera en 1989,para la fenecida revista El Equipo. Desdeentonces siguió escribiendo sobre la ca-tegoría en las páginas de El Gráfico, Cor-sa, Página/12 y Serie 1/Carburando, en-tre otras publicaciones, y desde 2015 lohace en el diario La Nación, de cuya sec-ción Deportes es uno de los responsa-bles; también se ocupó del tema en lossitios digitales Visionauto.com.ar (delque es uno de sus creadores) y Carbu-rando.com. Ve competencias de TC des-de 1974 y llevó su curiosidad sobre laparticular disciplina a distintas obras co-mo “Campeones del TC” I y II, “70 añosdel TC, 70 historias”, “75 años del TC”,“100 ídolos del automovilismo argenti-no”, “Traverso, biografía auto-rizada” o“Siglo Fangio”. Además, escribió y editóel anuario “El Maravilloso Mundo del TC”de Carburando entre 1999 y 2011. Este essu cuarto libro para Ediciones Al Arco,después de “Fierro Líquido” (2005), “Par-tidazo!” (2010) y “Fierro Plus” (2012).

Foto: Aníbal Greco

La pregunta surge sola, inevitable, en el momento en

que el Turismo Carretera llega a los 80 años de vida: ¿Qué tie-

nen en común aquellos intrépidos corredores que ponían en

juego el pellejo a 140 km/h en rutas de tierra cuando prome-

diaba la década del ’30 con estos pilotos modernos que bus-

can limar a 270 km/h una décima de segundo al alargar una

frenada en los autódromos actuales? El entorno, las medidas

de seguridad, los autos, la vestimenta…: Son más las diferen-

cias que las similitudes. Pero los une la pasión por pertene-

cer a la más popular de las categorías. Como si fueran esla-

bones de una misma cadena se entrelazan los Gálvez, los

Emiliozzi, Fangio, Pairetti, Traverso, los Aventín, Castellano,

Mouras, Satriano, Ortelli y el Gurí Martínez, entre tantos otros.

La prosa dinámica y elegante de Pablo Vignone repasa los 80

años del TC en 80 historias, aunque su narración comienza an-

tes incluso de que apareciera esa sigla mágica que identifica

a los fierreros.

Para disfrutar de punta a punta, desde el romanticismo

inicial al profesionalismo de hoy. Porque en estas páginas los

protagonistas tomaron y pasaron la posta para escribir junto

al autor una de las más bellas historias que el automovilismo

puede ofrecer.

NÉSTOR LÓPEZ

www.librosalarco.com.ar

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