overy, richard_dictadores (conclusión)

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  • 8/11/2019 Overy, Richard_Dictadores (Conclusin)

    1/14

    Libros de Richard Overy

    en Tusquets Editores

    TIEMPO DEMEMORIA

    Interrogatorios

    El Tercer Reich

    en

    el

    banquillo

    Por qu ganaron los Aliados

    Dictadores

    LaAlemania de Hitlery la

    nin

    Sovitica de Stalin

    Al borde del abismo

    Diez das de 9 9

    que

    condujeron

    a la guerra

    mundial

    F UL

    Dictadores

    La Alemania de Hitler y la nin Sovitica de Stalin

    Richard Overy

    ictadores

    LaAlemania de Hitler

    la Unin Soviticade Stalin

    Traduccin de]ordi Beltrn Ferrer

    F UL

    T U V o ~ r ~

  • 8/11/2019 Overy, Richard_Dictadores (Conclusin)

    2/14

    Overy, Richard

    Dictadores: la Alemania de Hitler

    y la Unin Sovitica de Stalin - 1a ed. - Buenos Aires:

    Tusquets Editores, 2012.

    896

    p ;

    21x14 cm. - Fbula; 310

    Traducido por:Jordi Beltrn Ferrer

    ISBN 978-987-670-120-4

    1. Historia Universal.

    1.

    Jordi Beltrn Ferrer, trad.

    J

    Ttulo

    COO 909

    Ttulo

    original: Tbe

    Daators

    Htler s Germany and Stalin sRussia

    l edicin en coleccin Tiempo de Memoria: noviembre de 2006

    I. edicin en coleccin Fbula: octubre de 2010

    P

    edicin argentina en coleccinFbula: septiembre de 2012

    e Richard Overy, 2004

    e de la traduccin:

    jordi

    Beltrn Ferrer,2006

    Diseo de lacoleccin: adaptacin de FERRATERCAMPINSMORALES

    de un diseoor iginal de Pierluigi Cerri

    Ilustracin de lacubierta: perfiles de Iosiv Stalin,

    Bettmann/CORBIS/COVER

    y de AdolfHitler,

    CORBIS/COVER

    Reservados todos los derechos de esta edicin para

    Iusquets Editores, S.A.- Venezuela 1664 -(1096) Buenos Aires

    [email protected] om.ar - www.tusquetseditores.com

    ISBN: 978 987 67 12 4

    Hecho

    eldepsitode ley

    Seterminde imprimiren elmes de sept iembrede 2012 en Artes Grficas Delsur

    Almirante Solier 2450- Sarand - Pcia. de Buenos Aires

    Impreso en Argentina - Printed in Argentina

    Queda

    rigurosamente prohibida cualquier forma de reproduccin distribucin, comunicacin

    pblica o transformacintotal o parcial de esta

    obra

    s in elpermiso escri to de los t itulares de los

    derechos de explotacin.

    ndice

    ndice de cuadros

    y mapas

    . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9

    apa s 10

    Abreviaturas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21

    Prefacio. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25

    Introduccin; Dictaduras comparadas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29

    1. Stalin y Hitler; caminos a la dictadura. . . . . . . . . . . . . . . . . . 39

    2. El arte de gobernar. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93

    3. Cultos a la personalidad. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

    137

    4. El Partido-Estado. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 171

    5. Estados de terror. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

    215

    6. La construccin de la utopa. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

    259

    El universo moral de la dictadura. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

    323

    8. Amigo

    y

    enemigo; respuestas populares a la dictadura. . .

    363

    9. Revoluciones culturales. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

    409

    10. La direccin de la

    economa

    . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

    453

    11. Superpotencias militares. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

    503

    12. Guerra total . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

    547

    13. Naciones

    y

    r a z a s . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

    607

    14. El imperio de los campos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

    7

    15. Conclusin; Dos dictaduras. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

    719

    Apndices

    Bibliografia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

    737

    Notas 779

    ndice onomstico y toponmico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

    877

    Ilustraciones

    [289 304][6I7 632]

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    3/14

    Conclusin

    Dos dictaduras

    Las grandes ilusiones hechizan a la gente La hip-

    notizan y le impiden ver lo que sucede realmente a

    su alrededor Por todos lados imperan la ferocidad

    y la matanza La gente no se

    da

    cuenta y cree que

    maana la revolucin traer no s o abundancia

    sino tambin las bienaventuranzas del paraso para

    todos Por todos lados la moralidad se desmorona

    la licencia

    l

    sadismo y la crueldad estn en todas

    partes

    las masas lo llaman regeneracin moral

    Pitrim Sorokin

    967

    El intrprete sovitico Valentin Berezhkov se encontraba trabajan-

    do en Berln en la primavera y e verano de 1940 como miembro de

    la comisin enviada a supervisar las entregas de tecnologa alemana

    a la Unin Sovitica, de conformidad con e acuerdo comercial que

    las dos dictaduras haban firmado poco antes. Le sorprenda la fami-

    liaridad de lo que le rodeaba: La misma idolizacin de lder , las

    mismas concentraciones y desfiles de masas... Arquitectura ostentosa,

    muy parecida, temas heroicos representados en e arte como en nues-

    tro realismo socialista... un masivo lavado ideolgico de cerebro.'

    Observaba la adulacin de las multitudes alemanas cuando Hitler les

    dirigala palabra y recordaba a Stalin de pie en e estrado, en e mau-

    soleo de Lenin, saludando a las columnas de comunistas entusiastas

    que desfilaban ante l. Sin embargo, era una comparacin, segn recor-

    dara Berezhkov, que en aquel tiempo no poda hacer, ni siquiera en

    mi fuero interno. Era muy consciente de abismo que separaba las

    dos dictaduras. Stalin quera que e pueblo sovitico construyese un

    futuro socialista en e que todas las personas seran iguales y feli es

    Hitler estaba empeado en crear e imperio de la raza superior y

    quera que su pueblo la construyese a partir de la mortandad de la

    guerra.'

    Esta diferencia contina siendo fundamental. Pese a las similitudes

    en e ejercicio de la dictadura, en los mecanismos que unan al pueblo

    9

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    4/14

    y al gobernante, en la notable congruencia de los objetivos cultur 1

    las estrategias de gestin econmica, las aspiraciones sociales utpi

    incluso en el lenguaje moral del rgimen, las metas ideolgicas de

    radas eran tan distintas como las diferencias que dividan a catlie

    protestantes en la Europa del siglo XVI. La breve popular idad d

    idea del nacionalbolchevismo que floreci en los aos veinte tal

    hubiera salvado el abismo entre las dos ideologas, pero no atraj

    ninguno de los dos dictadores. Stalin, a pesar del terr ib le coste

    perseguir el paraso socialista, sostuvo durante toda su dictaduraq

    luchaba

    po r

    el triunfo mundial de los desfavorecidos y explotad

    incluso mientras la abrumadora mayora de su pueblo sufra regime

    tacin polt ica y privaciones econmicas. Hitler, a pesar de los mil.

    nes de compatr io tas muertos, mut ilados y convert idos en vctin1.

    sigui estando convencido hasta el final mismo en 1945 de que hafi

    valido la pena luchar

    por

    un imper io racial ideal. Lo que una ail

    dos sistemas era la distancia permanente que segua habiendo entre.

    ideal y la realidad, y los instrumentos comunes que usaron para di

    mular las tergiversaciones de la verdad.

    El punto de partida de toda comparacin consiste en tratar de re

    ponder a la pregun ta de por qu, en los aos que siguieron a la pri

    mera guerra mundial, surgieron dos formas extremas de dictadura q

    gozaban de amplio apoyo popular y cuyos lderes predicaban la id

    de una comunidad holstica y exclusiva, unida colectivamente en

    persecucin de una utopa absoluta. Ninguno de los dos sistemas er

    una abstraccin; ninguno fue impuesto por fuerzas externas. Las d

    dictaduras fueron fruto de una cul tura pol t ica y un entorno socia

    determinados, y no aberraciones histricas inexplicables. Fueron t

    bin nicas. Ningn Estado europeo moderno haba intentado

    tena los medios necesarios para ello antes de 9 4 controlar o sup

    visar toda la produccin cultural, dirigir la economa, regimentar

    sociedad, definir los parmetros de la vida privada y los trminos del

    comportamiento pblico. La primera guerra mundial dio lugar a los

    primeros esfuerzos (limitados) por dirigir sociedades enteras y organi

    zar su economa y su cultura, pero a una escala que no poda cornp

    rarse con la de los intentos que hicieron las dictaduras de la posguert ;

    incluida la de Mussolini, que fue la primera en dar a luz, en los aos

    veinte

    el

    trmino tot lit rios p r referirse sistem s que abarcaban

    a toda la sociedad.

    Puede que una de las respuestas a la cuest in ms ampli a de las

    races del hol ismo pol t ico est en lo que Tzvetan Todorov l lam el

    culto de la ciencia.

    creencia confiada de que la ciencia poda com-

    720

    prender y luego transformar la condicin humana estuvo muy exten

    dida a par ti r de mediados del siglo XIX. Las pretensiones del cienti

    fiC sITIO ( aunque no de la cienc ia como tal)

    podan

    desti larse en la

    creencia de que la sociedad deba organizarse en tomo a principios

    cientficos objetivos y que esos principios eran exclusivos y mons

    ricos. Los individuos

    importaban

    poco,

    pero

    el organismo social

    importaba mucho. El discurso cientfico popular tena connotaciones

    marcadamente utpicas. Se esperaba de la ciencia que resolviera los

    problemas del mundo real

    por

    medio de la planificacin, la reforma

    mdica, la eugenesia, la ingeniera social y la innovacin tcnica.

    La fe en la ciencia no produca necesariamente dictadura, aunque

    sus discpulos posean una fuerte predisposicin a ver la ciencia en tr

    minos autoritarios. Pero s haba argumentos cientficos debajo de

    la ideologa poltica y las aspiraciones sociales de las dos dictaduras, la

    sovitica y la a lemana . El primer culpable fue el marxismo, con

    su visin de una utopa sociolgica enraizada en la aplicacin de la

    moderna ciencia econmica y social. Las pretensiones del socialismo

    cientfico, que fue fruto de la labor de Friedrich Engels tanto como de

    la de Karl Marx, se apoyaban en la creencia de que las leyes del

    desarrollo econmico producan forzosamente las condiciones para

    un sistema social nico basado en la abolicin de las clasesy la apro

    piacin de la propiedad para su uso social. Sus pretensiones eran tota

    les, ya que la sociedad comunista no slo lo abarcara todo, sino que

    al mismo tiempo erradicara todas las manifestaciones de conciencia

    social falsa

    po r

    medio de lo que Marx (y, con mayor fuerza, Lenin)

    llam la dictadura del proletariado. El desarrollo social, segn Marx,

    produca una forma de absolut ismo moderno a la vez que prometa

    una emancipacin social total, paradoja que estaba en el centro de la

    dictadura estalinista.

    Las races cientficas de la dictadura alemana se encontraban en las

    ciencias biolgicas. La formulacin de una biologa social popular a

    finales de siglo

    XIX,

    asociada con la labor de

    Emst

    Haeckel y sus nume

    rosos discpulos construy un cosrnovisin b s d en preserv r l

    r z o n cin

    o o

    especie pur y exclusiv y plic r regl s riguro-

    sas pa ra gobe rna r su s alud y su fuerza a largo plazo.

    Hitler

    estaba

    familiarizado con las teoras raciales de Ludwig Woltmann, cuyo libro

    ntropologa poltica publicado en 1903, reaparece bajo una forma

    cientfica vulgar en lucha Woltmann y otros entrelazaron la idea

    de la higiene racial con la ciencia evolucionista ms convencional afir

    mando la inevitabilidad de la lucha racial como la realidad histrica

    fundamental , en la que los marxistas vean la lucha de clases. El resul-

    721

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    5/14

    tado final fue

    una

    utopa biolgica cuyas pretensiones

    holsticasse

    basaban en la preservacin de la especie y su autoritarismo derivado

    de la despiadada intervencin mdica necesaria para preservar la reser-

    va gentica.

    La importancia de estos imperativos cientficos para explicar las

    pretensiones de ambas dictaduras en e sentido de que estaban crean-

    do

    una

    comunidad orgnica protegida de la contaminacin

    social

    racial ha sido uno de los temas fundamentales de libro. La ciencia:

    ayuda a explicar la naturaleza absoluta de las comunidades colectivie,

    tas y los extremos grotescos a los que l legaron las dos para

    x t i r p t ~

    los elementos que se consideraban parias sociales o raciales. Pero la

    ciencia sola no explica por qu la dictadura surgi en un momento

    un lugar determinados, aunque proporciona un marco para compren

    der sus esfuerzos denodados por alcanzar la perfeccin cientfica. Las

    dos dictaduras representaban e fruto de un rechazo profundo, en Ale

    mania y Rusia, de concepto liberal y occidental del progreso, o su

    nfasis en la soberana de individuo, las virtudes de la sociedad civil

    y la tolerancia de la diversidad. Los marxistas rechazaban la era liberal

    burguesa porque, a su modo de ver, representaba de forma manifiest

    los intereses exclusivos de las clases poseedoras. Los nacionalsocialis

    la rechazaban porque produca antagonismo social, fomentaba

    empobrecimiento de la raza en las extensas e incontroladas ciudades

    industriales y conduca a un culto exagerado de egosmo econmico;

    Es importante comprender hasta qu

    punto

    e liberalismo moderno.o

    los conceptos de la virtud cvica carecan de importancia a ojos de

    lin y Hitler en los comienzos de sus respectivas carreras polticas, uno

    embarcado en la subversin violenta de una monarqua autoritaria:

    muy iliberal, e otro obsesionado por la lucha nacional y la higien

    racial. La guerra y la revolucin, comadronas de su cosmovisin, de

    truyeron las pretensiones liberales sobre la naturaleza de devenir his

    trico. Los valores liberales

    nunca

    fr enaron a n inguno de los dos po

    ticos cuando estaban en e poder; eran considerados intrnsecamen

    pruebas de la debilidad polt ica y la fragmentacin social de

    una

    er

    pasada.

    El antiliberalismo que expresaban ambos dictadores, as como I

    movimientos a los que representaban, formaba parte de una interpre

    t acin ms ampli a de la evo lucin de la his tori a del mundo. Cad

    uno a su manera tanto Stalin o o itler se vean a s mismoscom

    actores en un extraordinario drama histrico. Cada uno de ellos arg

    que su dictadura representaba un punto de inflexin

    fundamental

    e

    la historia de mundo moderno. Stalin defenda la Revolucin corno

    7

    acontecimiento importantsimo que amenazaba con debilitar y luego

    trascender toda la era burguesa, que hab a nacido, corno arguyera

    Marx, en la Revolucin francesa. En un artculo que public

    r vd

    con motivo del dcimo aniversario de la Revolucin, Stalin escribi

    que octubre de 1917 fue una Revolucin de orden mundial interna-

    cional que signific nada menos que un giro radical en la historia

    n;undial de la humanidad. Stalin compar la sacudida que los jaco-

    bines dieron a la anstocracia despus de 1789 con la sacudida de bol-

    chevismo, que provoca horror y odio entre los burgueses de todos los

    pases.' Stalin quera completar la destruccin de la etapa burguesa de

    la historia, como haba predicho la c iencia econmica de Marx. La

    alternativa era impensable para Stalin, y para todos los dems bolche-

    viques. Entre nuestro Estado proletario y todo el resto de mundo

    burgus, escribi

    Mijal

    Frunze, el predecesor de Voroshi lov en el

    cargo de comisario para e Ejrcito Rojo, slo puede haber un estado

    de larga, persistente y desesperada guerra a muerte.s Esta sensacin

    sobrecogedora de ser de algn modo responsables del destino de los

    desposedos y los explotados del mundo era una pesada carga hist-

    nca. Los lderes soviticos actuaban como si e peso del devenir histri-

    co recayera sobre ellos y justificaban sus actos mediante la reiteracin

    constante de la naturaleza intransigente de cambio histrico y la natu-

    raleza histrica mundial de su misin.

    El nacionalsocialismo tambin era considerado como un fenme-

    no histrico mundial que actuaba para detener la marea de cambio

    histrico que haba producido e marxismo y la Revolucin y rescatar

    a Europa de la mayor cris is a la que se haba enfrentado desde por lo

    menos la Revolucin francesa. En un libro que escribi en 1938 Hans

    Mehringer celebr que el movimiento hubiera logrado

    p r o d ~ c i r

    un

    histrico punto de inflexin contra la larga marcha desde 1789 hacia

    el bolchevismo, e nihilismo y la anarqua. Mehringer pensaba que el

    movimiento cambiara las circunstancias mismas de la vida en Europa

    y dara sentido a la existencia durante siglos.' Muy al principio de su

    carrera, Hitler tuvo extraordinarios delirios de grandeza histrica al

    casar su destino personal con la marcha de la historia de Alemania. En

    1936, en e memorando sobre e futuro geopoltico de Alemania esbo-

    z trminos que reflejaban exactamente los de Stalin: Desde esta-

    l lido de la Revolucin francesa el mundo ha estado avanzando con

    creciente rapidez hacia un nuevo conflicto cuya solucin ms extrema

    es el bolchevismo. Hitler albergaba la esperanza de que este conflic-

    t? ganase Alemania, que luchara

    por

    t odo el legado de la Europa

    civilizada; de lo contrario, e mundo experimentara la catstrofe ms

    7

  • 8/11/2019 Overy, Richard_Dictadores (Conclusin)

    6/14

    horripi lante desde la cada de los Estados de la

    anrigedad.

    En/e

    congreso del Partido en 1934 dijo a los delegados que el movimienf

    nacionalsocialista se enfrentaba a la Revolucin francesa y su lega

    de dogma internacional revolucionario que durante ciento cincue

    ta aos haban difundido intelectuales judos. Tambin esto era

    pesada responsabilidad histrica. No considero esto como una tare

    agradable escribi Hitler en su memorando sino o o

    uns r

    obstculo y una carga para nuestra vida nacional> Estos sentimie

    tos

    no

    obstante daban tanto al comunismo sovitico

    o o

    al naci

    nalsocialismo una sensacin hinchada de su propia importancia. E

    dictadores podan apelar a poblaciones que tambin tenan la sens

    cin de estar haciendo historia, junto

    con

    sus lderes.

    Las ambiciones colectivistas de ambas dictaduras las definan est

    impulsos diversos. La ciencia les daba

    un

    legitimidad racional,

    acuerdo

    con

    las pretensiones fundamentales de los cientficos sobre

    posibilidades para el futuro de la sociedad moderna. Labistoria dem

    traba la necesidad de

    un

    transformacin revolucionaria de las con

    ciones de la existencia ante un modernidad capitalista perjudicia

    reforzaba la legitimidad nacida de la ciencia. La revuelta antilibe

    y antihumanista liber a las dictaduras de los escrpulos morales co

    vencionales y sancion su distintiva perspectiva rnoral antiindividu

    lista. Los sistemas resultantes eran exclusivos, lo abarcaban

    todo

    er

    absolutos desde el

    punto

    de vista moral. Eran comunidades

    qu

    partidos que las construyeron consideraban sacrosantas, lo cual exp .

    ca

    por

    qu eran tan obsesivas en relacin con cualquier ruptura,

    trivial o benigna que fuese, del organismo unitario. No puede

    h b

    otra explicacin del hecho de que los censores locales en la

    Uni

    Sovitica buscaran seales de subversin en todas las pginas impres

    que se producan, incluso entre obras escritas en nombre del Parti

    Comunista mismo. Los esfuerzos desesperados de la Gestapo

    por

    lo

    lizar hasta el ltimo superviviente judo en Alemania, incluso pu

    cando instrucciones detalladas sobre cmo se detectaban los tabiq

    falsos y las trampillas ocultas, no se entienden sin el exagerado h

    mo del sistema.

    La descripcin convencional de ambos sistemas se ha centrado

    el carcter riguroso de la represin estatal como prueba de su pO

    ilimitado. En realidad, era

    un

    expresin de debilidad. Ambas di

    duras estaban imbuidas de profundos temores e incertidumbres,

    cada

    un

    de ellas se presentaba e enemigo

    como

    si disfrutara

    poderes extraordinarios que eran secretos subversivos y

    socialrnen

    corrosivos. En la nin Sovitica de los aos veinte se considerab

    724

    que el enemigo enmascarado, escondido en el aparato de Partido,

    era la mayor amenaza a la que haca frente e rgimen; en la Alema-

    nia nacionalsocialista se presentaba al judo o ouna fuerza casi

    imparable que se apoderaba de la historia del

    mundo

    para sus propios

    designios y cuya destruccin requerira los esfuerzos ms intensos de

    pueblo alemn y sus aliados. En ambos casos, fue el miedo profundo

    a la prdida lo que dio origen al salvaje rgimen de discriminacin.

    Hitler se persuadi a s mismo, y persuadi a millones de sus compa-

    triotas adoptivos, de que los numerosos enemigos de Alemania se pro-

    ponan acabar

    con

    la cul tura alemana y debil itar al pueblo alemn.

    Las secuelas de la primera guerra mundial y la catstrofe de la infla-

    cin y la depresin econmica de los aos veinte daban una aparente

    validacin histrica a la pretensin de que Alemania se encontraba al

    borde de caos. En la

    nin

    Sovitica los temores de que la Revolu-

    cin siguiera los pasos de las revueltas que en 1919 haban fracasado

    en el resto de Europa, de que la contrarrevolucin fuera una realidad

    siempre presente, y a

    punto

    de explotar la primera seal de vacilacin

    y trans igencia, a limentaba la paranoia sobre la supervivencia de la

    Revolucin no slo en Stalin, sino en todo e Partido. En ambos casos

    la prdida se interpretaba como absoluta. Los nacionalsocialistas pre-

    sentaban la muerte de la raza como el fin de todo para Alemania; en

    la nin Sovitica se consideraba que e triunfo de la contrarrevolu-

    cin era un desastre que confirmara elpoder maligno e inexorable de

    la burguesa incluso ante su derrumbamiento histrico. Estas perspec-

    tivas

    poco

    halageas hacan que ambos sistemas promovieran un

    exagerado estado de defensa contra e supuesto enemigo interno y la

    amenaza de disolucin que representaba, lo cual explica

    por

    qu el

    aparato de seguridad del Estado actuaba

    con

    tanto rigor y severidad

    para desenmascararle y destruirle.

    El miedo al enemigo oculto contribuye a explicar una de las carac-

    tersticas principales de las dos dictaduras. Animaban a ambas profun-

    dos odios y resentimientos. Los dos dictadores daban ejemplo al expre-

    sar su poltica empleando trminos que

    no

    dejaban ninguna duda en

    la mente de pblico de que los enemigos del rgimen eran indiscuti-

    blemente odiosos. El odio de Hitler y Stalin naci de su propia expe-

    riencia histrica. Hitler aprendi a odiar a los enemigos de la nacin

    durante la primera guerra mundial, no slo al enemigo externo, sino

    tambin, lo que es ms importante, al enemigo de dentro, e cual, a su

    modo de ver, debilitaba la voluntad nacional de ganar la guerra. A Her-

    m nn

    Rauschning, al escribir sobre el Hitler , al que conoci en los

    primeros aos treinta, le dio la impresin de que e odio es como el

    725

  • 8/11/2019 Overy, Richard_Dictadores (Conclusin)

    7/14

    vino para l. lu h contiene una afirmacin

    tr s

    otra sobre insti

    tuciones, clases e ideas que inspiraban en el autor un hondo resenri

    miento histrico. Odiar era

    contagioso

    en la

    Alemania

    de Weima.

    Tea los escri tos nacionalistas de los aos veinte. Oswald Spengle

    observ, al f inalizar la primera guerra mundial, un

    odio

    indescrip ,

    ble forjado en la derrota. En sus declaraciones pblicas los lderes

    soviticos ins taban a odiar al enemigo y argan que el

    odio

    era uti '

    virtud revolucionaria. Andri Vishinski, el principal jurista sovitico e

    los aos treinta , aceptaba que un odio implacable contra los enemi

    gas era uno de los principios ms impor tantes de la tica comunis

    ta. Stalin, al igual que Hitler, mostraba sus resentimientos en pbli

    co

    con

    regularidad.

    Eran fruto

    de sus exper iencias en el submundQ

    revolucionario, que explotaba la hostilidad intensa contra los poder,

    del Estado zari sta y

    un

    resentimiento

    no

    menos intenso

    contra la

    otras facciones revolucionarias que no aceptaban la justicia de la caus

    bolchevique o no superaban la prueba de la lucha revolucionaria si

    concesiones.

    La combinacin de certeza histrica

    y

    moral

    y odio

    implacable a

    enemigo produjo una dicotoma institucionalizada entre amigo y ene

    migo que se expresaba explci tamente en el pensamiento polt ico de

    jurista alemn Carl Schmitt,

    que opinaba

    que la poltica

    moderna

    e

    definida

    de

    forma

    inevitable po r la divis in

    entre

    los que estaba

    incluidos en determinada

    comunidad

    poltica y los que eran excluido

    de ella. Su idea de amigo o enemigo Freund oder Feind reflejaba Un

    realidad generalizada en la poltica europea de los aos veinte y noer

    meramente una invencin acadmica La divisin sugera una

    disti

    cin absoluta que

    no

    dejaba espacio para millones de ciudadanos al

    manes o soviticos que suponiendo que pensaran en ello se enco

    t raban entre los dos extremos.

    Muy

    al principio de su carrera Stali

    coment que cualquiera que no someta su

    yo

    a nuestra

    s gr

    causa era

    un enemigo.

    El nacionalsocialismo

    vea

    todo

    en

    blanco

    y negro. Gregor Strasser dijo en una

    concentracin

    del Partido e

    1929 que haba dos categor as en Alemania. En

    un

    lado, los qu

    creen en un futuro alemn los alemanes; en el otro los que por 1

    razn que sea, estn en contra, los no alemanes. En 1934, Cerhan

    Neesse escribi que cualquier alemn que leyera

    lu h

    poda

    slo un s o un no nada

    intermedio.

    La retrica sovitica tampo

    ca dejaba espacio para los indecisos . El mundo estaba

    dividido

    e

    acuerdo

    con

    criterios maniqueos, lo bueno y lo malo, lo socialmente

    aceptable y lo socialmente corrupto, divisin que expresaban las pala?

    bras socialmente peligroso que se usaban para calificar a todos los

    726

    que tenan alguna relacin gentica

    con

    las antiguas clases dominan

    res. La divisin entre los incluidos y los excluidos era compleja, pero

    todos los ciudadanos soviticos, al igual que todos los alemanes, te

    nan que per tenecer a

    una

    u otra de estas categoras. Esto explica los

    extremos extraordinarios a los que llegaba el rgimen nacionalsocialis

    ta al t ra tar de def inir

    con

    precisin el estatus de las personas que eran

    en parte judas. Explica tambin la poltica que se segua en la

    Unin

    Sovitica y que consist a en local izar a los hijos y las hijas de las per

    sonas socialmente peligrosas y negarles los derechos civiles plenos u

    oportunidades

    sociales

    debido

    a su

    contaminacin

    gent ica o am

    biental.

    El odio tambin explica, al menos en par te , la violencia omnipre

    sente de las dos dictaduras y habita en las pginas de sta y todas las

    dems c rnicas de ellas. El asesina to y el suicidio eran habituales;

    otras formas de exclusin violenta, la deportacin y el internamiento

    en un

    campo

    se aplicaron a millones de personas. La violencia estaba

    demasiado extendida

    y

    era demasiado continua para que pueda expli

    carla el simple hecho de que se trataba de regmenes autoritarios, repre

    sivos. La violencia era consustancial en la cosmovisin de los dos dic

    tadores y las dos dictaduras; era esencial para el sistema,

    no un

    mero

    ins tr umento de contro l, y se ejerca en todos los niveles de la socie

    dad.

    Cabe

    argir que la aceptacin de la violencia

    como

    algo ineludi

    ble -jncluso, en ciertas circunstancias

    ienvenido

    tena su origen en

    el trauma de la primera guerra mundial y las guerras civiles que pro

    voc. Hitler y los o tros ex comba tien tes que en gran

    nmero

    milita

    ban

    en el Partido pasaron varios aos expuestos a

    una

    forma de muer

    te que era angustiosa, directa y sangrienta. Algunos,

    aunque

    no todos,

    llevaban consigo, al volver la paz, una fcil tolerancia de la brutalidad

    fsica y

    una

    obsesin morbosa por la vir tud de la violencia (y la muer

    te violenta) que ms tarde impregnara toda la cultura del Tercer Reich.

    El

    himno

    que se escribi para [uventud olmpica en 1936

    no

    cele

    braba la dicha del deporte, sino la atraccin del final heroico: Laprin

    cipal ganancia de la Patria la mayor exigencia de la Patria en la nece

    sidad: la muerte mediante el sacrificio.

    La guerra civil en la

    Unin

    Sovitica ensangrent a los lderes bol

    cheviques. La violencia fue general

    brbara en ambos bandos, embo

    t las sensibil idades morales y forj la creencia de que la defensa vio

    lenta de la Revolucin era a la vez justa e his tricamente necesar ia .

    Sin embargo, en el caso sovitico el lenguaje de la violencia polt ica

    era

    muy

    anter ior a la guerra. Era fundamental en la concepcin bol

    chevique de la lucha revolucionaria, que por definicin sera destruc-

    727

  • 8/11/2019 Overy, Richard_Dictadores (Conclusin)

    8/14

    tiva y sangrienta. En 1905, Lenin vea la tarea de las masas revolucio

    narias en trminos de destruccin implacable del enemigo, temaial

    que volvera una y otra vez durante la Revolucin y la guerra civi

    y que encontr eco en el lenguaje de sus colegas revolucionarios . s

    Stalin describira en und mentos l leninismo cmo la ley de la revo

    lucin proletaria violenta, la ley de la destruccin de la mquina de

    Estado burgus es

    una

    ley inevitable del movimiento revoluciona

    rio.

    Tanto Stalin o oHitler vean la guerrao oconsecuenc

    insoslayable de su misin poltica. Los conflictos revolucionarios

    ha

    can necesaria la eliminacin o restriccin fisica de las fuerzas defin-

    das como contrarrevolucionarias; el conflicto racial era la naturalezk

    aplicada a las poblaciones humanas y la violencia era en l instintiva

    y despiadada: las expectativas polticas y de reconstruccin s o i k d ~

    los dictadores eran antihumanistas de forma deliberada, casi jubilosa;

    Ninguno de los dos hombres se consideraba a s mismo un asesino}

    aunque estaban al frente de regmenes en los que se asesinaba. En vez

    de ello, se consideraba que la violencia era redentora y salvara a la

    sociedad de enemigos imaginarios cuya violencia asesina se considera

    ba nna segunda naturaleza. Las consecuencias a largo plazo fueron

    desastrosamente destructivas y superaron lo que los dos dictadores

    hubieran podido imaginar. Las dos dictaduras no slo aplastaron vidas

    en sus prisiones y campos, sino que entre las dos tambin destruyeron

    totalmente comunidades antiguas, exterminaron a millones de perso

    nas, deportaron a millones de personas de sus patrias, extirparon las

    creencias religiosas, destruyeron iglesias, dejaron ciudades convertidas

    en ruinas prematuras y errad icaron par te de la cul tura ms rica de

    Europa. Por razones diferentes los dos sistemas causaron directa

    indirectamente la muerte premeditada de otros millones de personas-a

    causa del hambre, el abandono, las enfermedades o el asesinato di:

    Estado; el ataque alemn contra la

    nin

    Sovitica caus la muerte

    de once millones de soldados, en su mayora soviticos. La mera rci

    teracin de estas estadsticas inimaginables distingue a las dos dictadu

    ras de cualquier otra de la era moderna. El coste humano de construir

    la utopa y luchar para preservarla parece inexplicablemente despro

    porcionado en comparacin con

    que se gan o perdi. Fue conse

    cuencia de la terrible lgica de sistemas marcados por una lucha desen

    frenada

    por

    la existencia que peda violencia sin lmites hasta que esa

    existencia, estuviera asegurada y eliminaba todas las limitaciones mora

    les que habran podido frenar a quienes la perpetraban.

    La funesta espiral descendente desde la exclusin social hasta

    la

    violencia perpetua, pasando

    por

    el odio, es dificil de conciliar con las

    728

    aspiraciones utpicas de los dos sistemas. Los dos elementos estaban

    unidos por el concepto comn de la lucha. La utopa que se prometi

    en los aos treinta a ambos pueblos estaba siempre en vas de reali-

    zarse era

    una

    ideal lejano que se perciba vagamente a travs de la

    realidad cotidiana de lucha contra 1 que los sistemas consideraban los

    grilletes del antiguo orden y los valores sociales y la perspectiva moral

    que los haban sostenido. Stalin expres esta paradoja en un discurso

    de 1934 en el cual explic que el poder que a la sazn tena el Esta

    do era

    una

    fase transicional necesaria para llegar a un sistema ms

    libre: Lams alta potenciacin del poder del Estado con el objeto de

    preparar las condiciones para la desaparicin del poder del Estado... ,

    Stalin aadi que quien no entendiese el carcter contradictorio del

    proceso histrico est muerto en lo que se refiere al

    marxismo-.F

    l

    sentido del futuro que tena Hitler tambin dependa de seguir luchan

    do antes de poder garantizar la base para

    un

    Estado racial estable.

    Los dos Estados utpicos llevaban una existencia metafrica y justifi

    caban la pol tica del momento en la persecucin de una meta lejana,

    y persuadan a sus respectivos pueblos de que vala la pena luchar por

    el ideal aplazado.

    El carcter metafrico de las dos dictaduras era un rasgo que siem

    pre ha resultado difcil de comprender. El abismo entre lo que era real

    y lo que se pretenda que lo fuese es ahora tan evidente que parece

    increble que los dos regmenes lograran sostener la ilusin o que sus

    respectivos pueblos le dieran crdito. Sin embargo, la naturaleza esqui

    zofrnica de las dos dictaduras defina los trminos de su funciona

    miento. Tanto los gobernantes como los gobernados tomaban parte

    en actos colectivos de tergiversacin de tal manera que la verdad se

    converta en falsedad y las falsedades pasaban

    por

    verdades. Lagente

    se ha vuelto astuta, escribi

    un

    desilusionado empresario alemn en

    septiembre de 1939, ysabe fingir. En menuda comunidad de embus

    teros nos hemos convertido.v

    Las metforas de la dictadura eran muchas. Los lideres se presen

    taban como smbolos mticos del rgimen y los aspectos prosaicos de

    su personalidad se ocultaban. Los cultos transformaron ambas figuras

    en versiones irreales de ellas mismas, que luego haca suyas el resto del

    sistema, como si las virtudes que se les atribuan fueran en algn sen

    tido reales. Las sociedades se presentaban como parodias de la reali

    dad social. Justo en el momento en que Stalin afirm que la vida se

    ha vuelto ms alegre el rgimen se embarcaba en dos aos de terror

    excepcional y los niveles de vida alcanzaban su

    punto ms bajo en

    toda la dictadura. Las numerosas imgenes de sonrientes trabajadores

    729

  • 8/11/2019 Overy, Richard_Dictadores (Conclusin)

    9/14

    de granjas colectivas y cosechas abundantes se difundan en el mismo

    momento en que miles de campesinos estaban en campos de

    y millones mor an a causa de la

    peor

    hambruna del siglo. El

    Reich construy la sociedad ideal sobre los cimientos de la intimid

    cin y la discriminacin raciales, que llevaron a la esterilizacin foi'

    zosa de 300.000 personas al t iempo que se hablaba de aadir a la list

    otros 1,6 mil lones con defectos biolgicos. En ambos sistemas

    democracia se presentaba como algo distinto del ejercicio de la ele

    cin polt ica libre y abierta. Los enemigos de los dos sistemas se defi

    oan de forma que pareciesen una amenaza espantosa cuando

    en la

    mayora de los casos no representaban ninguna amenaza en absolutO,

    En la Unin Sovitica los prisioneros polticos eran obligados a con?

    fesarse culpables de los deli tos ms absurdos y luego se usaban 1

    confesiones para magnificar la naturaleza fantstica de la contrarrevo+

    lucin. Las confesiones se arrancaban a golpes y luego, en

    l unos

    casos, los pnsioneros no estaban seguros de si haban cometido o no

    los deli tos de los que se les acusaba. Ante los tribunales hablaban

    como si las numerosas falsedades fueran histricamente ciertas; los

    pocos que mtentaban retractarse eran obligados a callar, a gritos, po r

    los fiscales o los jueces, que los tildaban de embusteros. Al parecer, los

    lderes soviticos se crean realmente las acusaciones. Molotov que;

    firm muchas de las listas de los que fueron ejecutados en 937

    an

    pudo hacer la siguiente afirmacin al ser entrevistado ms de treinta

    aos despus: Se demostr ante el tribunal que los derechistas hicie

    ;o n

    envenenar a Gorki. Yagoda, el ex jefe de la polica secreta, estuvo

    mvolucrado en el envenenamiento de su propio predecesor. Millo,

    nes de ciudadanos corrientes alemanes y soviticos hicieron contor

    siones psicolgicas parecidas y dejaron a un lado su incredulidad; con

    el fin de que las metforas utpicas del rgimen se sostuvieran.

    El xito de ambas dictaduras en el intento de crear y promover ilu

    siones sobre su verdadera naturaleza se encuentra en el centro

    de su

    afirmacin general por parte del pblico. Todos los sistemas polticos

    recurren a los subterfugios hasta cierto punto pero los regmenes de

    Stalin y Hitler lo hacan sistemticamente de maneras que no perrni

    t an que el menor rayo de luz atravesara las cortinas que los envolvan

    por

    completo. Ambos se hallaban sometidos a un grado excepcional

    de aislamiento internacional, control de la informacin y autarqua

    cultural. No se permita ni una sola a lusin hosti l a ninguno de los

    dos regmenes, aunque se hacan muchas cuando era posible correr el

    riesgo; la informacin sobre el mundo exterior o sobre las condiciones

    verdaderas de la dictadura era imposible de obtener excepto en el rner-

    730

    cado negro pol t ico, donde exista el peligro de acabar en un campo

    de concentracin o ser condenado a muerte; gran parte del proceso de

    formulacin de la polt ica se mantena en secreto total y su divulga

    cin se castigaba severamente. Debido al aislamiento, al acceso limita

    do a informacin que el Estado seleccionaba previamente, y a las cam

    paas exageradas de propaganda y educacin del Partido, gran parte

    del pblico tena dif icul tades para conocer la verdad y se mostraba

    predispuesto a aceptar la lnea oficial en su totalidad o partes impor

    tantes de ella. El lenguaje pblico de las dos dictaduras reforzaba la

    ausencia de crticas y la estrechez de miras. En la URSS, escribi el

    novelista francs Andr Gide despus de

    una

    desilusionante visita en

    1936, todo el

    mundo

    sabe de antemano que sobre todos los temas

    slo puede haber una opinin. Cada vez que hablas con un ruso tie

    nes la sensacin de estar hablando con todos. Gide observ que la

    crtica vena a ser solamente preguntar si esto eso o aquello est en

    la lnea correcta La lnea misma nunca se discuta. Este confor-

    mismo entraba sigilosamente, tan fcil, natural e imperceptible que

    pienso que la hipocresa no tiene nada que ver en ello. El fillogo

    alemn Viktor Klemperer observ el mismo proceso en Alemania. El

    nazismo escribi en sus cuadernos de los aos treinta entra en la

    carne y la sangre mismas de la gente por medio de palabras sueltas,

    giros y formas lingsticas.. Klemperer crea que la incesante repeti

    cin del

    u vo

    lenguaje se absorba mecnica e

    inconscientemente.

    El trato diario con sus compatriotas le persuadi de que las masas se

    creen todo y se lo crean de buen grado. Lo principal para las tira

    nas de cualquier clase, reflexion el da del plebiscito para la unin

    con Austria, e 1O de abril de 1938,

    es

    la supresin de las ganas de

    hacer preguntas.x

    El poderoso at ract ivo de los dos sistemas dependa de la medida

    en que el pueblo pudiera identificarse con el mensaje fundamental.

    En cada

    uno

    de los dos casos haba circunstancias histricas

    que

    faci

    l itaron la disposicin a aceptar versiones falsas de la verdad. Las pro

    mesas que hacan las dictaduras eran seductoramente atractivas, por

    que reflejaban aspiraciones que ya comparta una fraccin importante

    de pueblo y que se comunicaban fci lmente al resto. En la

    Unin

    Sovitica la promesa de un paraso revolucionario que se alcanzara

    por

    medio de la lucha redentora era fundamental para la causa bol

    chevique y se utiliz para justificar todos los sacrificios del presente.

    Para los incondicionales del Par tido era esencia l creer en ella; para

    millones de personas corrientes que se esforzaban po r adaptarse al

    mundo

    posrevolucionario la lejana utopa proporcionaba

    una

    meta

    731

  • 8/11/2019 Overy, Richard_Dictadores (Conclusin)

    10/14

    subliminal frente a sufrimientos

    por

    lo dems inexplicables. Estm

    bien construir para el futuro, explic un joven funcionario de uB

    fbrica a un periodista estadounidense.

    Y

    estamos haciendo granel

    cosas estamos construyendo una sociedad que con el tiempo h

    que la civilizacin de Europa occidental y de Estados Unidos

    p r ~ y

    la barbarie obstante aadi me gustara tener un poco de

    o i

    y belleza ahora.: No todos los ciudadanos soviticos acababan: d

    comprender la naturaleza de lo que se prometa, o aceptaba su

    sidad o su coste humano, pero el marco dentro de cual la

    d i c t d u i ~

    haca su trabajo era una poderosa creencia popular, incrustada enla'

    vida cotidiana, de que e futuro producira una notable cosecha.

    En Alemania el anhelo de revocar e veredicto de la primera guett

    mundial, de borrar la culpa de la guerra, de resucitar un Estado pode

    roso y respetado, de frenar la amenaza del comunismo, de reafiflW\t

    los valores y la cultura distintivos de Alemania era trernendarnenn

    atractivo no slo para los activistas de la revolucin nacionalista.rsimy

    tambin para muchos ciudadanos que eran hostiles o indiferentes

    al

    Partido Nacionalsocialista. El trauma psicolgico colectivo de derrota

    y vergenza cambi sbita y radicalmente en 1933; cuanto ms e v ~

    dente era que Hitler, al parecer, podra cumplir las promesas

    dere-

    surreccin poltica de Alemania, de renovacin moral y de despertar

    cultural, ms fcilmente se identificaba el pueblo con la dictaduraYla

    nueva era alemana. La necesidad de creer en la posibilidad de reden

    cin reflejaba una desesperacin colectiva cuya dimensin

    psicolgica

    es imposible medir histricamente, pero que se haca evidente

    enla

    disposicin a aceptar como verdaderas las pretensiones de rgimen-y

    sumergirse en su lenguaje, sus valores y su comportamiento. Fue

    proceso de sublimacin que tuvo lugar en un periodo notablemente

    breve, una indicacin de que la sancin popular no era slo la res

    puesta al lenguaje y la propaganda de rgimen, sino que naca de las

    inseguridades y los resentimientos de quienes apoyaron a Hitler como

    e mesas alemn, incluso antes de 1933. En este caso, y en e soviti

    ca las dictaduras redujeron la lealtad a frmulas muy sencillas de

    creencia en un futuro mejor, en una identidad ms seguray en el efec

    to transformador de las nuevas ideas polticas. El poder de esta atrae

    cin, incluso para aqullos a los que no sedujo, era irresistible; a los

    que se resistan a l se les consideraba herejes que no comprendan la

    nueva fe.

    Esto no quiere decir que todos los alemanes se hicieran nacional

    socialistas o que todos los ciudadanos soviticos se afiliaran al Partido

    Comunista. El apoyo a los mitos fundamentales de la dictadura era,

    732

    para la mayora de los ciudadanos corrientes, un proceso indirecto, y

    en muchos casos no era algo en lo que siquiera se pensase claramen

    te. En los dos sistemas haba mucha gente que no tena ningn moti

    vo especial para no creer en la realidad que se le presentaba. La capa

    cidad del historiador de rechazar las tergiversaciones o las mentiras de

    los discursos y la propaganda impresa de las dictaduras es una reac

    cin privilegiada que minimiza la medida en que estos documentos se

    utilizaban en aquel tiempo, como si los sentimientos que se expresa

    ban en ellos fueran

    vlidos.

    La tendencia a ver a la poblacin some

    tida a la dictadu ra en un es tado perpe tuo de par tic ipacin crtica

    -entusiasta, repelida o resistente- exagerael grado de conciencia pol

    tica popular y atribuye un grado de conocimiento de los procesos ms

    amplios del Estado de los que a menudo ni siquiera los funcionarios

    de Partido estaban al corriente. La gran mayora de los ciudadanos

    soviticos y alemanes no estaba excluida de la nueva sociedad. Perma

    necan relativamente alejados del proceso poltico central; su visin de

    la realidad poltica era limitada, mal informada e irreflexiva; e terror

    no les afectaba, a menos que fueran definidos como e enemigo; la

    vida cotidiana transcurra bajo la sombra de la poltica, pero no esta

    ba necesariamente unida a ella. El partido local sealaba la lnea ofi

    cial, vigilaba e incumplimiento y fomentaba

    el entusiasmo por la

    causa. Las metforas del rgimen eran aspiraciones lejanas, los lderes

    mismos quedaban reducidos a imgenes iconogrficas que se vean

    brevemente en los noticiarios cinematogrficos o en los artculos de la

    prensa, pero que estaban fsicamente muy lejos de grueso de la pobla

    cin. Hitler y Stalin eran idealizados como fenmenos capaces de pro

    porcionar la promesa fundamental de la utopa

    por medio de la lucha.

    Estas ambiciones polticas eran tomadas e interiorizadas como marco

    de la vida corriente. Seema A1lan una estadounidense que vivi en la

    Unin Sovitica en los aos treinta, tom nota de muchas conversa

    ciones

    con

    rusos corrientes que reflejaban la facilidad

    con

    que los

    mitos de rgimen se usaban en e discurso cotidiano. Si no hubira

    mos edificado nuestras industrias, nos habra aplastado alguna poten

    cia extranjerahace ya mucho tiempo; s lo aseguro Rusia se est

    desarrollando como nunca pudo hacerlo en los viejos tiempos La

    vida es

    un

    poco dura ahora, pero va mejorando rpidamente; una

    cancin tradicional trtara habla de todo lo que esnuevo y bueno en

    nuestro mundo y de cmo estamos cambiando el viejo.

    Los gobernantes y los gobernados en Alemania y la Unin Sovi

    tica actuaron en colusin para crear sociedades que se esforzaban

    colectivamente por alcanzar la nueva era prometida. Era una relacin

    733

  • 8/11/2019 Overy, Richard_Dictadores (Conclusin)

    11/14

    mutua en la cu al Hitler y Stalin se p resentab an como rep reseht

    de los intereses histricos ms amplios y las aspiraciones socials

    pueblo al que gobernaban, y eran aceptados como tales

    por

    fr ce i

    i mp or ta nt es de la p ob la ci n . Por d if er ent es que sean sus

    o r ~

    todas las dictaduras holsticas

    y

    ha habido muchas ms desde

    dependeu de crear complicidad, del mismo modo que funciol1.ah

    landa y destruyendo a una minora elegida cuya persecucin confi

    el deseo racional del resto de ser incluido y protegido. Las dictad

    de Staliu y Hitler eran dictaduras populistas, nutridas

    por

    la acl

    ci n y la p articipacin de las masas y po r la fascinacin q ue ejero

    poder sin restricciones Las numerosas crnicas de personas

    que\ri

    ron durante las dos dictaduras dejan claro que esa fascinacil1.ellis

    tomab a la forma de u n lazo emo cion al, sucesiv amen te estimtit

    inquietante, incluso repelente, que dur slo mientras existi ef j

    to de esa fascin acin aun que sus eco s p erdu ran en un deseo po p

    aparentemente insaciable de conocer su historia). Las dictaduras

    pueden interpretarse slo como sistemas de opresin poltica, d

    que tantos de los que p ar ti ci pa ron en ellas las vean de b ue n gr a

    como instrumen to s de emancip aci n o de seguridad o de identid

    realzada o de beneficio personal. El salvajismo d e la gu erra brb a

    mente destructiva que hubo e ntr e los dos puebl os de 1941

    l

    naci de las profundidades del apoyo social e identificacin psicol

    ca con las dos dictaduras qu e la hicieron , y del odio, la ind iferen ei

    el miedo al enemigo qu e fueron inculcad os por la prop g nd in

    sante dirigida contra el otro. Esta guerra no la habran podido ha

    los Estados democrticos.

    L a r el ac in e nt re el d ic ta do r y el p ue bl o era c om pl ej a, diven

    ambivalente, incluso contradictoria a veces. Era una relacin gober

    da en los dos casos por circunstancias diferentes, entornos diferente

    aspiraciones muy diferentes. Sin embargo, la crisis europea qued

    origen a amb as y la herencia intelectu al y cultural en la que se inspi

    raron crearon dos sistemas sostenidos por estrategias polticas y soci

    les notablemente parecidas y por pautas comunes de autoridad, part

    c ip ac in y respuesta po pu la r. En este se nti do, la se ns ac i n

    inquietud que experiment Valentin Berezhkov al llegar a Berln,

    pt

    cedente de Mosc y ver cunto hay en comn no era

    injustificada,

    734

    Apndices

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    Wolfto Man

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    Penal System

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    1

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    Magic

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    Puturism,

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    Naciones 96; gestin de la

    en

    sis, 114-115; y el Nuevo Orden

    114, 125; control de la planifica

    cin

    en, 115-116; elite gober

    nante, 116-117, 122-126; sistema

    y p la ni fi ca ci n

    econmicos

    125 127 210 456 458 459 462-

    467, 471-474, 475-485, 486-488,

    493 494 497 498 500 502 517-

    518, 534-535, 567-569; institu

    ciones conservadoras 127; Pacto

    Germano-sovitico (1939), 130,

    167 217 406 425 505

    548-550,

    552; bsqueda de liderazgo, 143

    144 creacin de nuevos das de

    celebracin 161; antisemitismo

    en, 194, 245-247, 255-256, 282,

    308 310 336 393 433 662 672

    724-725; cargos y Par tido

    en

    200-205, 207, 209-211; medidas

    represivas para proteger la segu

    ridad de Estado, 216, 224-232,

    242-244, 248 254, 404-406, 536

    537; teoras raciales-y genticas

    218, 244-247, 283-305, 306-311,

    320-321, 651-653, 657-659, 725;

    Tribunal Popular Volksgerichts-

    hof ,

    227,236, 354; registro de las

    v c timas de la represin

    232

    235-236; hostilidad al comunis

    mo

    243, 246, 253, 255, 373,

    520, 522; hos ti lidad a los inde

    seables sociales, 244-245, 254

    255, 308-310, 319; esterilizacin

    obligator ia , 245, 286, 657 '658,

    730; revueltas obreras 249; con

    f iden te s de la pol ic a y

    denun-

    cias de pblico, 250-253; siste

    ma de campos de concentracin

    253 310 466 681-689, 693-697,

    703-705, 706-707, 714-717; re

    construccin urbana

    y planes

    de

    reasentamiento 265-268 270;

    desarrollo de los territorios con

    quistados, 266-268;

    Y

    el ideal de

    comunidad

    272-273, 277, 280

    283, 307; desarrollo industtial y

    econmico

    276-280; diferencias

    de clase en, 280-282; y degene

    rados biolgicos, 286-287, 308

    311, 657-658; Y la Ley para la

    Prevencin de Descendencia

    con

    Enfermedades Hereditarias (1933),

    286; el matrimonio y la familia

    en, 287-288, 305-307; centros de

    exterminio co n gas, 309-311; y

    reconstruccin. social 318-322;

    la r el ig in y la Iglesia en, 335

    346 el Derecho y la just icia en,

    346:348,350-351,352-357; cdi-

    877