oswald spengler: la decadencia de occidente  · web view2011-11-20 · el libro de oswald...

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OSWALD SPENGLER LA DECADENCIA DE OCCIDENTE Bosquejo de una morfología de la Historia Universal Edición original: 1918 Edición electrónica - Buenos Aires 2006 INDICE Volumen 1 "Forma y Realidad" Introducción Capítulo I - El Sentido de los números Capítulo II - El problema de la Historia Universal Capítulo III - Macrocosmos Capítulo IV - Musica y Plástica Capítulo V - La Idea del alma y el sentimiento de la vida Capítulo VI - La Física Fáustica y la Física Apolínea Volumen 2 "Perspectivas de la Historia Mundial" Capítulo I - Orígen y Paisaje Capítulo II - Ciudades y Pueblos Capítulo III - Pueblos, Razas, Idiomas Capítulo IV - Los problemas de la Cultura Arábiga Continuación del Capítulo IV - Problemas de la Cultura Arábiga Capítulo V - El Estado Continuación del Capítulo V - El Estado Capítulo VI - El Mundo de las formas económicas OSWALD SPENGLER: SU VIDA Y SUS IDEAS

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Oswald Spengler: La Decadencia de Occidente

OSWALD SPENGLER

LA DECADENCIA DE OCCIDENTE

Bosquejo de una morfologa de la Historia Universal

Edicin original: 1918 Edicin electrnica - Buenos Aires 2006

INDICE

Volumen 1 "Forma y Realidad"Introduccin Captulo I - El Sentido de los nmeros Captulo II - El problema de la Historia Universal Captulo III - Macrocosmos Captulo IV - Musica y Plstica Captulo V - La Idea del alma y el sentimiento de la vidaCaptulo VI - La Fsica Fustica y la Fsica Apolnea

Volumen 2"Perspectivas de la Historia Mundial"Captulo I - Orgen y Paisaje Captulo II - Ciudades y Pueblos Captulo III - Pueblos, Razas, Idiomas Captulo IV - Los problemas de la Cultura ArbigaContinuacin del Captulo IV - Problemas de la Cultura ArbigaCaptulo V - El Estado Continuacin del Captulo V - El Estado Captulo VI - El Mundo de las formas econmicas

OSWALD SPENGLER: SU VIDA Y SUS IDEAS

Naci en la ciudad de Blankenburg, en Alemania Central, en 1880 como el mayor de cuatro hermanos y el nico varn. La familia de su madre tena una orientacin ms bien artsica pero su padre, originalmente tcnico minero y luego empleado de correos, le dio a la familia un modesto pero slido nivel de clase media.

Nunca goz de una salud demasiado buena. Durante toda su vida lo atormentaron frecuentes problemas, entre dolores de cabeza y ansiedades, aunque ello no le impidi concentrarse y concebir ideas de verdadera envergadura.

A la edad de diez aos se mud junto con su famila a la ciudad universitaria de Halle recibiendo una educacin media clsica que incluy griego, latn, matemticas y ciencias naturales. Por esta poca desarroll tambin una fuerte inclinacin por las artes, especialmente por la poesa, el drama y la msica. En esta etapa fue influenciado por Goethe y Nietzsche, recibiendo de ellos una orientacin general que no abandonara a lo largo de su vida.

Primeros aos

Despus de la muerte de su padre en 1901, ingres a la Universidad de Munich. Siguiendo la costumbre de la poca, prosigui sus estudios en otras universidades primero en Berlin y luego en Halle dedicndose principalmente a las culturas clsicas, a las matemticas y a la fsica. Su educacin universitaria fue mayormente financiada por una herencia recibida de una ta fallecida.

Su tesis doctoral en Halle vers sobre Herclito, el filsofo oscuro de la Antigua Grecia de quien proviene la memorable y reiteradamente citada frase de la guerra es el padre de todas las cosas. Fracas en el primer examen por insuficientes referencias una caracterstica bibliogrfica que algunos crticos posteriores no han cesado de resaltar con mal disimulado placer. No obstante, aprob el examen en un segundo intento, en 1904, y con una segunda disertacin adicional calific como profesor.

Su primer empleo fue en una institucin en Saarbrcken. De all se dirigi a Dsseldorf y a Hamburgo. Ense matemticas, fsica, historia y literatura alemana, despertando la admiracin y el respeto de todos sus alumnos. Sin embargo, la docencia no era su vocacin. A la muerte de su madre recibi una herencia que le garantiz una razonable independencia econmica y con ello en 1911 se le present la oportunidad de independizarse.

Se estableci en Munich. Comenz a escribir un libro sobre la poltica de su poca. Originalmente la obra estuvo pensada como una exposicin y explicacin de las corrientes polticas europeas de su tiempo que incluan una carrera armamentista en aumento, el acorralamiento de Alemania por parte de la Entente, una seguidilla de crisis internacionales y el aumento de la polarizacin entre las distintas naciones. Sin embargo, hacia fines de 1911, de pronto se di cuenta de que los sucesos cotidianos slo podan ser interpretados en trminos globales o culturalmente totalizadores. Vi a Europa marchar hacia un suicidio que no sera sino el primer paso hacia el ocaso final de la cultura europea en el mundo y en la Historia.

La Primera Guerra Mundial

La Primera Guerra Mundial (1914-1918) slo le confirm la validez de una tesis ya desarrollada. Su obra comenz a ampliarse, mucho ms all de sus lmites iniciales.

Por desgracia, la crisis econmica lo afect tambin a l. La mayor parte de sus inversiones result pulverizada por la guerra y termin viviendo los aos de la contienda en una real y marcada pobreza. No obstante, continu con su trabajo escribiendo muchas veces a la luz de una simple vela y para 1917 estaba listo para publicar. Como es obvio, tuvo enormes dificultades para hallar a un editor. En parte, la obra no era lo que hoy llamaramos comercial, pero principalmente el caos de guerra no favoreca precisamente el negocio editorial. Con todo, en el verano de 1918, coincidentemente con el colapso de Alemania, apareci el primer tomo de La Decadencia de Occidente, subtitulado Forma y Realidad.

Para gran sorpresa, tanto de Spengler como de su editor, el libro fue un xito inmediato y sin precedentes. Ofreca una explicacin racional para el gran desastre europeo, presentndolo como parte de un gran proceso mundial prcticamente inevitable. Fue aceptado especialmente los lectores alemanes pero muy pronto el libro se volvi popular por toda Europa y rpidamente se lo tradujo a varios idiomas. En 1919 el nombre de Spengler estaba en boca de todo el mundo.

Pero as como la obra fue un xito, tambin despert envidias y celos entre los historiadores reputados de profesionales. Comenzaron, por de pronto, considerndolo como el trabajo de un amateur. Se levantaron voces criticando algunos errores puntuales pero, principalmente, el expreso y deliberado enfoque acientfico del autor. Frente a ello y en cuanto a la validez de sus tesis, an hasta el da de hoy los lectores de Spengler slo tendran que responder: Miren un poco a su alrededor. Qu es lo que ven?.

En 1922 Spengler public una segunda edicin revisada del primer tomo, con revisiones y correcciones menores. Al ao siguiente apareci el segundo tomo subtitulado Perspectivas de la Historia Universal. No hay correcciones posteriores. Spengler se declar satisfecho de su trabajo y todas sus manifestaciones y publicaciones posteriores no son, en cierto sentido, ms que ampliaciones y variaciones sobre el tema bsico establecido en su obra principal.

La Decadencia de Occidente

La idea fundamental y los componentes principales de La Decadencia de Occidente no son difciles de comprender ni de explicar. (Dicho sea de paso: la bsica sencillez de la obra es precisamente una de las cosas que siempre exasper a los crticos profesionales).

Por de pronto, para entender adecuadamente a Spengler, lo primero que hay que hacer es tomar conciencia del enfoque especial con el cual considera a la Historia. l mismo lo califica de fisiomtico, vale decir: observando las cosas directamente, sin aditamientos cientificistas. En otros autores, demasiadas veces el verdadero significado de las cosas termina oscurecido por toda una maraa de hechos mecnico-cientficos que son precisamente los nicos considerados por los historiadores cientficos carentes de imaginacin y renuentes a considerar cualquier cosa que est ms all de lo evidentemente visible.

Utilizando este enfoque Spengler confiaba en que se podra descifrar el enigma de la Historia y ms an: hasta predeterminar esa Historia. Sus tesis bsicas son las siguientes:

Visin cclica

La visin lineal de la Historia debe ser abandonada a favor de una visin cclica. Hasta ahora la Historia, y en especial la de Occidente, ha sido considerada como una progresin lineal de lo bajo hacia lo alto, a modo de peldaos de una escalera, llevando hacia una progreso ilimitado. De este modo, la Historia de Occidente termina siendo considerada como un desarrollo progresivo: tenemos Historia griega, romana, medieval y moderna; o bien antigua, medieval y contempornea. Este concepto, insista Spengler, es tan slo el producto del ego occidental como si todo en el pasado apuntase a l, como si todo lo que sucedi sirvi tan slo para posibilitar que l apareciese como el heredero ms perfeccionado de la cadena evolutiva. Frente a esta visin simplista y secuencial, Spengler propone la nocin de una Historia que se mueve por ciclos definidos, observables y al menos bsicamente independientes.

Smbolos mximos

Los movimientos cclicos de la Historia no son los que corresponden a las meras naciones, Estados, razas o acontecimientos. Son los relacionados con las Altas Culturas. La Historia consignada de la humanidad nos ofrece ocho de ellas: la ndica, la babilnica, la egipcia, la china, la mejicana (maya y azteca), la rabe (o mgica), la clsica (Grecia y Roma) y la europeo-occidental.

Cada cultura tiene un carcter distintivo, un smbolo mximo. Para la cultura egicpia, por ejemplo, este smbolo fue el camino o sendero que puede descubrirse en la preocupacin de los antiguos egipicios tanto en religin como en el arte y la arquitectura por las etapas secuenciales transitadas por el alma. El smbolo magno de la cultura clsica fue su preocupacin por el punto presente, esto es: la fascinacin con lo cercano, lo pequeo, con el espacio de la visibilidad inmediata y lgica. A esto se refiere la geometra euclidiana, el estilo bidimensional de la pintura clsica y el de la escultura de los relieves. Jams se ver en ellas un punto de fuga en el fondo en la medida en que haya un fondo en absoluto. Tambin con esto se relaciona la inexpresividad facial de las esculturas griegas, haciendo patente que el artista no considera nada que se halle ms all de lo externo.

El smbolo mximo de la cultura occidental es el alma fustica (de la leyenda del Doctor Fausto), que expresa la tendencia a ascender y a tratar de alcanzar nada menos que el infinito. Sucede que este smbolo es trgico, porque expresa el intento de alcanzar lo que el mismo interesado sabe que es inalcanzable. Se ejemplifica en la arquitectura gtica; muy en especial en el interior de las catedrales gticas con sus lneas verticales y su aparente ausencia de techo.

El smbolo mximo lo impregna todo en la cultura y se manifiesta en el arte, en la ciencia, en la tecnologa y en la poltica. Cada espritu cultural se expresa especialmente en su arte y cada cultura tiene la forma de arte que mejor representa su propio smbolo. La cultura clsica se expres principalmente en la escultura y en el drama. En la cultura occidental despus de la arquitectura de la poca gtica la gran forma representativa fue la msica que es, de hecho, la expresin ms perfecta del alma fustica ya que trasciende los lmites de lo visible para incursionar en el ilimitado mundo del sonido.

Desarrollo orgnico

Las Altas Culturas son organismos vivientes. Siendo orgnicas por naturaleza, deben pasar por los estadios de nacimiento, desarrollo, plenitud, decadencia y muerte. Esta es la morfologa de la Historia. Todas las culturas anteriores han pasado por estas diferentes etapas y la Cultura Occidental simplemente no puede ser una excepcin. Ms an: hasta es posible detectar en cual de esos estadios orgnicos se ubica actualmente.

El punto ms alto de una cultura es su fase de plenitud, que es la fase cultural por antonomasia. El comienzo de la declinacin y el decaimiento de una cultura est constituido por el punto de transicin entre su fase cultural y su fase de civilizacin que le sigue de modo inevitable.

La fase de civilizacin se caracteriza por drsticos conflictos sociales, movimientos de masas, continuas guerras y constantes crisis. Todo ello conjuntamente con el crecimiento de grandes megalpolis, vale decir: enormes centros urbanos y suburbanos que absorben la vitalidad, el intelecto, la fuerza y el espritu de la periferia circundante. Los habitantes de estas aglomeraciones urbanas comprendiendo al grueso de la poblacin se convierten en una masa desarraigada, desalmada, descreda y materialista, sin ms apetitos que el pan y el circo instrumentados para mantenerla medianamente conforme. De esta masa provienen luego los felahs subhumanos, tpicos representantes de una cultura moribunda.

Con la fase de la civilizacin viene el gobierno del dinero y sus herramientas gemelas: la democracia y la prensa. El dinero gobierna al caos y slo el dinero saca provecho del mismo. Pero los verdaderos portadores de la cultura las personas cuyo espritu todava se identifica con el alma de la cultura sienten repugnancia ante este poder plutocrtico y sus felahs servidores. Consecuentemente, se movilizan para quebrar este poder y tarde o temprano tienen xito en su empresa pero dentro del marco de una sociedad ya masificada. La dictadura del dinero desaparece pero la fase de la civilizacin termina dando lugar a la siguiente, que es la del cesarismo, en dnde grandes hombres se hacen de un gran poder, ayudados en esto por el caos emergente del ltimo perodo de los tiempos plutocrticos. El surgimiento de los csares marca el regreso de la autoridad y del deber, del honor y de la estirpe de sangre, y el fin de la democracia.

Con esto llegamos a la fase imperialista de la civilizacin, en la cual los csares con sus bandas de seguidores combaten entre si por el control de la tierra. Las grandes masas o bien no entienden lo que sucede, o bien no les importa. Las megalpolis se deshabitan lentamente y las masas poco a poco regresan a la tierra para dedicarse a las mismas tareas agrarias que ocuparon a sus antepasados varios siglos atrs. El frenes de los acontecimientos pasa por sobre ellos. Y en ese momento, en medio de todo ese caos, surge una segunda religiosidad; un anhelo a regresar a los antiguos smbolos de la fe de esa cultura. Las masas, fortificadas de ese modo, adquieren una especie de resignacin fatalista y entierran sus esfuerzos en el suelo del cual emergieron sus antepasados. Contra este teln de fondo, la cultura y la civilizacin creada por ella, se desvanecen.

Ciclos vitales predecibles

El lapso de vida de toda cultura puede establecerse en alrededor de mil aos. La cultura clsica existi desde el 900 AC hasta el 100 DC. La rabe (hebrea, semtica y cristiano-islmica) desde 100 AC hasta 900 DC. La occidental desde 1000 DC hasta 2000 DC. No obstante este lapso no es ms que un promedio estadstico, en el mismo sentido en que la vida promedio de una persona puede fijarse aproximadamente en 70 aos. El caso concreto puede ser que nunca llegue a dicha edad y puede tambin ser que la sobrepase por unos cuantos aos. De hecho, la muerte de una cultura puede prolongarse por algunos siglos y tambin puede producirse de forma sbida debido a factores externos, como ocurri con la cultura mejicana precolombina.

Por el otro lado, a pesar de que cada cultura tiene un alma propia y constituye esencialmente una entidad por si misma, el desarrollo del ciclo de vida es paralelo en todas las culturas. Para cada fase del ciclo en una cultura determinada, y para todos los acontecimientos que afectan su curso, existe una contrapartida en la Historia de cada una de las dems culturas. De este modo, Napolen, que inici la fase de la civilizacin en la cultura occidental, tiene su contraparte en Alejandro Magno que inici el mismo proceso en la cultura clsica. De all la contemporaneidad de todas las Altas Culturas.

En resumen, lo que Spengler propone es considerar a la Historia de los seres humanos como el registro de los ciclos que marcan el surgimiento y la cada de grandes culturas concebidas como formas vivientes suprahumanas, orgnicas por naturaleza, que deben necesariamente pasar por las etapas naturales de todo organismo: nacimiento, vida y muerte. Aun cuando constituyan entidades separadas, todas presentan un desarrollo paralelo con lo que los acontecimientos y las fases de una de ellas hallan sus correspondientes acontecimientos y fases en las dems. En consecuencia, desde la perspectiva de nuestro siglo es posible comprender la historia cclica de las culturas anteriores a la nuestra y, de este modo, predecir la decadencia y cada de la Cultura Occidental.

La polmica

No hace falta decir que una teora como la brevemente esquematizada, sacudi los cimientos del mundo intelectual (y semi-intelectual) de su poca. An cuando pueden citarse como antecedentes a Giambattista Vico, a Nikolai Danilevsky y hasta a Nietzsche mismo, la tesis result ser por dems provocativa aunque cabe indicar, para ser totalmente justos, que adems de lo brillante de su exposicin, Spengler cont a su favor con un momento excepcionalmente favorable como lo fue el fin de la Primera Guerra Mundial.

Es cierto que hay obras ms fciles de leer que La Decadencia de Occidente; como que tambin los hay ms complejos. En parte, la razn de su gran xito al momento de su aparicin es, curiosamente, tambin el punto probablemente ms criticado por sus adversarios: su estilo. Burlndose del academicismo que exiga afirmaciones prudentes y condicionales apoyadas a cada paso con prolijas notas al pi y referencias bibliogrficas Spengler sencillamente le dio rienda suelta a sus opiniones y juicios. Muchos pasajes tienen un estilo marcadamente polmico, poco orientado hacia posibles desacuerdos.

Los dos tomos de la obra, haciendo abstraccin ahora del estilo y de su metodologa no convencional, constituyen en esencia una amplia justificacin de las ideas presentadas, tomada de la Historia de las diferentes grandes culturas. Spengler utiliz el mtodo comparativo que, de hecho, resulta ser el adecuado una vez que se admite como cierto que todas las fases de una Alta Cultura se corresponden con las de cualquier otra. Por otra parte, probablemente no hay ser humano en el mundo capaz de retener en su cerebro la totalidad de la Historia de la totalidad de las culturas, por lo que tampoco se le puede echar en cara a Spengler el que haya tratado algo superficialmente a las culturas de Mjico, la India, Egipto, Babilonia y China, concentrndose con mayor detalle en las culturas rabe, clsica y occidental. La parte ms valiosa de su trabajo y esto es algo reconocido hasta por sus crticos es el paralelo efectuado entre la cultura clsica y la occidental.

Pero, aparte de ello, Spengler contaba con algo que, por lo general, brilla por su ausencia en las obras de los historiadores profesionales: un vasto y profundo conocimiento de las artes en general. Esto le permiti enfatizar su importancia en la interpretacin del simbolismo y del sentido intrnseco de cada cultura. Adems, incluso en el rido terreno de las matemticas nos ofrece un pensamiento inquietante. Cuando analiza el significado de los nmeros nos muestra que la matemtica casi unnimemente aceptada por el mundo acadmico como el conocimiento universal por excelencia tiene significados diferentes en distintas culturas. Por ms que parezca una paradoja, los nmeros significan algo distinto segn las personas que los utilizan.

La era de los Csares

Pero, por supuesto, el colocar al Occidente actual dentro del esquema histrico cclico, fue lo que levant la mayor cantidad de polmicas. Tal como lo indica el mismo ttulo del libro, Spengler consider que Occidente estaba condenado a tener el mismo destino esencial que haban tenido todas las culturas anteriores; es decir: decaer y, finalmente, perecer. Segn su visin, Occidente se hallaba en la mitad de su fase de civilizacin la que, en trminos genricos, haba comenzado con Napolen. El advenimiento de los Csares (de quienes Napolen habra sido nada ms que un anticipo) se encontraba quizs slo a un par de dcadas. Con todo y contrariamente a lo que suelen afirmar quienes nicamente lo han ledo a medias y quienes jams lograron entenderlo Spengler no predic ningn fatalismo ni predic tampoco una ciega resignacin ante el destino. En un ensayo publicado en 1922 insisti en que los hombres de Occidente tenan que seguir siendo hombres y hacer todo lo que estuviese a su alcance para aprovechar las enormes posibilidades que todava tenan disponibles. Por sobre todo, deban aceptar un imperativo absoluto: destruir el dinero y la democracia, especialmente en el terreno de la poltica que es, por antonomasia, el territorio de las empresas de gran envergadura.

El socialismo prusiano

Despus de la publicacin del primer tomo de La Decadencia de Occidente, el pensamiento de Spengler se volc cada vez ms hacia la poltica cotidiana de Alemania. Despus de haber sido testigo de la revolucin comunista en Baviera y de la breve repblica sovitica resultante, escribi un breve libro titulado Prusianismo y Socialismo. Su tesis principal fue que exista una trgica confusin en los trminos. Propona que conservadores y socialistas, en lugar de masacrarse mutuamente, marcharan juntos bajo la bandera del socialismo. En su opinin, el socialismo no era lo que Marx con su materialismo dialctico haba hecho de l sino esencialmente algo igual al esprtu prusiano: un socialismo de la comunidad alemana basado en su tpico concepto tico del trabajo, la disciplina y la jerarqua orgnica como elementos opuestos al dinero. A este socialismo prusiano lo contrast fuertemente contra la tica capitalista inglesa por un lado y contra el marxismo por el otro, deduciendo que este ltimo se limitaba a proponer un capitalismo para el proletariado.

Su idea de corporaciones que no fuesen propiedad del Estado pero en las cuales ste tuviese un poder de direccin y control, sin llegar a asumir la responsabilidad directa por los distintos segmentos privados de la economa, se emparenta bastante con la posterior visin expuesta por Werner Sombart en su obra Socialismo Alemn (Deutscher Sozialismus 1934).

Sin embargo, ni el socialismo prusiano de Spengler encontr un eco favorable en el mundo de su poca, ni tampoco Spengler mismo hall la forma de establecer relaciones firmes con los polticos de su tiempo. En 1924 intent apoyar al general Hans von Seekt pero el proyecto no prosper. Volvi a sus estudios y trabajos publicando Hombre y Tcnica en 1931. En l, advierte que el desarrollo de tecnologas avanzadas es algo propio y caracterstico de Occidente y que los europeos no deberan entregarlas en forma indiscriminada a la periferia extra-europea. Previene que, de hacerlo, el hombre europeo algn da se ver amenazado y atacado por las razas de color que destruirn a Occidente utilizando justamente la tecnologa occidental.

Ideologa poltica

Algunos crticos no precisamente los ms brillantes acusan a Spengler de haber sido algo as como promotor o precursor del nacionalsocialismo alemn que lleg al poder en Alemania con Hitler en 1933. La verdad es que Spengler no slo jams fue miembro del NSDAP sino que, incluso, no se llev para nada bien con las autoridades del partido. Gregor Strasser y Ernst Hanfstngl intentaron reclutarlo sin xito y, a pesar de que efectivamente vot por Hitler (y en contra de Hindenburg) en 1932, la verdad es que se entrevist con Hitler una sola vez en Julio de 1933. De dicha entrevista nunca surgi una simpata mutua y mucho menos una colaboracin.

Cuando en 1933 public Aos Decisivos (Die Jahre der Entscheidung) su visin crtica del nacionalsocialismo recin instalado en el poder se hizo ms evidente todava. En esencia, lo que Spengler le recriminaba a Hitler y a sus partidarios era una visin demasiado estrecha, demasiado chauvinista, de la cuestin europea. An dndole a las cuestiones raciales una importancia considerable, Spengler entendi a Europa como un nico bloque geopoltico y cultural y las confrontaciones entre naciones europeas le parecan directamente proposiciones al suicidio.

Tanto es as que predijo la Segunda Guerra Mundial. Advirti a Hitler y a su partido que no se le estaba prestando la atencin debida a las fuerzas hostiles existentes fuera de Alemania: ... los nacionalsocialistas creen que pueden darse el lujo de ignorar al mundo que se les opone y construir sus castillos en el aire sin crear una reaccin, quizs callada pero muy palpable, en el extranjero. Al final, las autoridades prohibieron la venta del libro, aunque tambin es cierto que lo hicieron tarde y bastante despus de que ya lograra una importante distribucin.

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Oswald Spengler muri de un paro cardaco en su vivienda de Munich, el 8 de Mayo de 1938, el ao anterior al estallido de la Segunda Guerra Mundial. Falleci convencido de que haba encontrado una satisfactoria explicacin de la Historia y de que los acontecimientos de su tiempo confirmaban todas las tesis expuestas en La Decadencia de Occidente. Estuvo hasta el ltimo momento persuadido de que el mundo occidental vive un perodo de decadencia y el hecho nunca dej de preocuparle profundamente. Amaba esta cultura demasiado y le dola verla caer en el ocaso.

Y a quienes piensan que estaba equivocado slo cabra reiterarles lo ya apuntado antes en esta resea: Miren un poco a su alrededor. Qu es lo que ven?

Ojal la pregunta y el libro de Spengler sirvan para reflexionar y recapacitar. Porque, a juzgar por lo que podemos ver todos los das y por cmo va nuestro mundo, hay solamente tres posibilidades: o bien Spengler tena razn, o bien estamos haciendo algo muy mal, o bien ambas cosas son ciertas.

Siguiente: La Decadencia de Occidente - Introduccin

OSWALD SPENGLER

La Decadencia de Occidente

Bosquejo de una morfologa de la Historia Universal.

Traducido del alemn por Manuel G. Morente

Transcripcin para formato web por David Carpio

Prlogo de Jos Ortega y Gasset.

En los ltimos aos se oye por dondequiera un montono treno sobre la cultura fracasada y concluida. Filisteos de todas las lenguas y todas las observancias se inclinan ficticiamente compungidos sobre el cadver de esa cultura, que ellos no han engendrado ni nutrido. La guerra mundial, que no ha sido tan mundial como se dice, parece ser el sntoma y, al par, la causa de la defuncin.

La verdad es que no se comprende cmo una guerra puede destruir la cultura. Lo mas a que puede aspirar el blico suceso es a suprimir las personas que la crean o transmiten. Pero la cultura misma queda siempre intacta de la espada y el plomo. Ni se sospecha de qu otro modo pueda sucumbir una cultura que no sea por propia detencin, dejando de producir nuevos pensamientos y nuevas normas. Mientras la idea de ayer sea corregida por la idea de hoy, no podr hablarse de fracaso cultural.

Y, en efecto, lejos de existir ste, acontece que, al menos la ciencia, experimenta en nuestros das un incomparable crecimiento de vitalidad. Desde 1900, coincidiendo peregrinamente con la fecha inicial del nuevo siglo, comienzan a elevarse sobre el horizonte intelectual pensamientos de nueva trayectoria. Espordicamente, sin percibir su radical parentesco, aparecen en unas y otras ciencias teoras que se caracterizan por disentir de las dominantes en el siglo XIX y lograr su superacin. Nadie hasta ahora se haba fijado en que todas esas ideas que se hallan en su hora de oriente, a pesar de referirse a los asuntos mas disparejos, poseen una fisonoma comn, una rara y sugestiva unidad de estilo.

Desde hace tiempo sostengo en mis escritos que existe ya un organismo de ideas peculiares a este siglo XX que ahora pasa por nosotros. La ideologa del siglo XIX, vista desde ese organismo, parece una pobre cosa tosca, manitica, imprecisa, inelegante y sin remedio periclitada.

Esto, que era en mis escritos poco mas que una privada afirmacin, podr recibir ahora una prueba brillante con la Biblioteca de Ideas del siglo XX.

En ella reno las obras ms caractersticas del tiempo nuevo, donde principian su vida pensamientos antes no pensados. Desde la matemtica a la esttica y la historia, procurar esta coleccin mostrar el nuevo espritu labrando su miel futura sobre toda la flora intelectual. Claro es que tratndose de una ideologa en plena mocedad no podr pedirse que existan ya tratados clsicos donde aparezca con una perfeccin sistemtica. Es ms, algunos de estos libros contienen, junto a las ideas de nuevo perfil, residuos de la antigua manera, y como las naves al ganar la ribera, mientras hincan ya la proa en la arena aun se hunde su timn en la marina.

* * *

El libro de Oswald Spengler, la Decadencia de Occidente, es, sin disputa, la peripecia intelectual ms estruendosa de los ltimos aos. El primer tomo se public en julio de 1918: en abril de 1922 se haban vendido en Alemania 53.000 ejemplares, y en la misma fecha se impriman 50.000 del segundo tomo. No hay duda de que influyeron en tal fortuna la ocasin y el ttulo.

Alemania derrotada senta una transitoria depresin que el ttulo del libro vena a acariciar, dndole una especie de consagracin ideolgica.

Sin embargo, conforme el tiempo avanzaba se ha ido viendo que la obra de Spengler no necesitaba apoyarse en la anecdtica coincidencia con un estado fugaz de la opinin pblica alemana.

Es un libro que nace de profundas necesidades intelectuales y formula pensamientos que latan en el seno de nuestra poca.

Hasta tal punto es asi, que una de las graves faltas del estilo de Spengler es presentar como exclusivas y propias suyas ideas que, con ms o menos mesura, haban sido expresadas antes por otros. Puede decirse que casi todos los temas fundamentales de Spengler le son ajenos, si bien es preciso reconocer que ha adquirido sobre ellos el derecho de cuo. Spengler es un poderoso acuador de ideas, y quienquiera penetre en las tupidas pginas de este libro se sentir sacudido una y otra vez por el elctrico dramatismo de que las ideas se cargan cuando son fuertemente pensadas.

Qu es la obra de Spengler? Ante todo una filosofa de la historia. Los que siguen la publicacin de esta biblioteca habrn podido advertir que la fsica de Einstein y la biologa de Uxkll coinciden, por lo pronto, en un rasgo que ahora reaparece en Spengler y ms tarde veremos en la nueva esttica, en la tica, en la pura matemtica. Este rasgo, comn a todas las reorganizaciones cientficas del siglo XX, consiste en la autonoma de cada disciplina. Einstein quiere hacer una fsica que no sea matemtica abstracta, sino propia y puramente fsica. Uxkll y Driesch bogan hacia una biologa que sea slo biologa y no fsica aplicada a los organismos. Pues bien; desde hace tiempo se aspira a una interpretacin histrica de la historia. Durante el siglo XIX se segua una propensin inversa: pareca obligatorio deducir lo histrico de lo que no es histrico. As, Hegel describe el desarrollo de los sucesos humanos como resultado automtico de la dialctica abstracta de los conceptos; Buckle, Taine, Ratzel, derivan la historia de la geografa; Chamberlain, de la antropologa; Marx, de la economa. Todos estos ensayos suponen que no hay una realidad ltima y propiamente histrica.

Por otra parte, los historiadores de profesin, desentendindose de aquellas teoras, se limitan a coleccionar los hechos histricos. Nos refieren, por ejemplo, el asesinato de Csar. Pero hechos como ste son la realidad histrica? La narracin de ese asesinato no nos descubre una realidad, sino, por el contrario, presenta un problema a nuestra comprensin. Qu significa la muerte de Csar? Apenas nos hacemos esta pregunta caemos en la cuenta de que su muerte es slo un punto vivo dentro de un enorme volumen de realidad histrica: la vida de Roma. A la punta del pual de Bruto sigue su mano, y a la mano el brazo movido por centros nerviosos donde actan las ideas de un romano del siglo I a. de J. Pero el siglo I no es comprensible sin el siglo II, sin toda la existencia romana desde los tiempos primeros. De este modo se advierte que el hecho de la muerte de Csar slo es histricamente real, es decir, slo es lo que en verdad es, slo esta completo cuando aparece como manifestacin momentnea de un vasto proceso vital, de un fondo orgnico amplsimo que es la vida toda del pueblo romano. Los hechos son slo datos, indicios, sntomas en que aparece la realidad histrica. Esta no es ninguno de ellos, por lo mismo que es fuente de todos. Ms an: qu hechos acontezcan depende, en parte, del azar. Las heridas de Csar pudieron no ser mortales. Sin embargo, la significacin histrica del atentado hubiera sido la misma.

Quiero decir que la realidad histrica latente de que el acto de Bruto surgi, como la fruta en el rbol, permanece idntica ms all de la zona de los hechospiel de la historiaen que la casualidad interviene. En este sentido es preciso decir que la realidad histrica no slo es fuente de los hechos que efectivamente han acontecido, sino tambin de otros muchos que con otro coeficiente de azar fueron posibles. De tal modo rebosa la realidad histrica el rea superficial de los hechos!

No basta, pues, con la historia de los historiadores. Spengler cree descubrir la verdadera substancia, el verdadero objeto Histrico en la cultura. Lacultura, esto es, un cierto modo orgnico de pensar y sentir, sera, segn l el sujeto, el protagonista de todo proceso histrico. Hasta ahora han aparecido sobre la tierra varios de estos seres propiamente histricos. Spengler enumera hasta nueve culturas, cuya existencia ha ido sucesivamente llenando el tiempo histrico. Las culturas tienen una vida independiente de las razas que las llevan en si. Son individuos biolgicos aparte. Las culturas son plantasdice. Y, como stas, tienen su carrera vital predeterminada. Atraviesan la juventud y la madurez para caer inexorablemente en decrepitud.

Estamos hoy alojados en el ultimo estadioen la vejez, consuncin o decadencia Untergang de una de estas culturas: la occidental. De aqu el titulo del libro.

La riqueza y problematismo de las ideas spenglerianas impide que yo ahora intente ni un resumen ni una crtica. En otro lugar espero ocuparme largamente de esta obra, ya que su presente versin me permitir darla por conocida de los lectores hispanoamericanos.

Slo aadir dos palabras sobre esta traduccin: El seor Garca Morente ha hecho un enorme y cuidadoso esfuerzo para conseguir transvasar al odre castellano la prosa de Spengler. El estilo del autor, su terminologa son tan bravamente tudescos, que no era empresa dulce hallar sus equivalencias espaolas. Yo mismo he colaborado un poco en la dura faena de esta versin.

Hoy, al ofrecerla al pblico, me complace, sin embargo, pensar que sin hallarse exenta de defectos, esta adaptacin del libro alemn conserva fielmente el sentido y aun el gesto literario del original sin perder nada de su claridad. Cuando sta falta puede el lector estar seguro de que no sobra en el texto alemn, y si alguna frase es equvoca en espaol, lo es tambin, y con idntica ambigedad, en tudesco.

Jos Ortega y Gasset.

PROLOGO DE LA SEGUNDA EDICINALEMANA

Habiendo llegado al trmino de este libro, que empez siendo un breve bosquejo y se ha convertido, al cabo de diez aos, en una obra de conjunto, cuya extensin ha superado todas mis previsiones, cmpleme volver la mirada hacia atrs y explicar cules han sido mis propsitos, qu es lo que he conseguido, cmo lo he hallado y cul es la actitud que hoy mantengo.

En la Introduccin a la edicin de 1918un fragmento en lo externo como en lo internohube de decir que, a mi entender, este libro contena la frmula de un pensamiento que, una vez expuesto, no podra ser atacado. Pero hubiera debido decir: una vez comprendido. En efecto, para ello hace falta, segn voy viendoy no slo en este caso, sino en general en la historia del pensamiento, una nueva generacin, que nazca con las disposiciones necesarias.

Dije tambin entonces que se trataba de un primer ensayo, con los defectos inherentes a todos los ensayos, incompleto y no exento seguramente de contradicciones internas.

Esta observacin no ha sido tomada tan en serio como fue hecha, ni mucho menos. El que haya penetrado hasta las races ms profundas del pensamiento vivo sabr que no nos es dado conocer sin contradiccin los ltimos fundamentos de la vida. Un pensador es un hombre cuyo destino consiste en representar simblicamente su tiempo por medio de sus intuiciones y conceptos personales. No puede elegir. Piensa como tiene que pensar, y lo verdadero para l es, en ltimo trmino, lo que con l ha nacido, constituyendo la imagen de su mundo. La verdad no la construye l, sino que la descubre en s mismo. La verdad es el pensador mismo; es su esencia propia, reducida a palabras, el sentido de su personalidad, vaciado en una doctrina. Y la verdad es inmutable para toda su vida, porque es idntica a su vida. Lo nico necesario es este simbolismo, vaso y expresin de la historia humana. La labor filosfica profesional es superflua y slo sirve para alargar las listas bibliogrficas.

As, pues, el ncleo de lo que he encontrado, slo puedo calificarlo de verdadero, es decir, de verdadero para m y, segn creo, tambin para los espritus directores del futuro; pero no de verdadero en s, esto es, independientemente de las condiciones impuestas por la sangre y por la historia, pues tales verdades no existen. Mas lo que escrib en la tormentosa impetuosidad de aquellos aos era sin duda una manifestacin muy imperfecta de lo que apareca claramente ante mis ojos; y en los aos siguientes ha consistido mi labor en ordenar los hechos y en dar a la expresin verbal de mis pensamientos la forma ms penetrante que me ha sido posible conseguir.

Nada se acaba nunca plenamente; la vida misma no se acaba hasta la muerte. Pero he vuelto sobre las partes ms antiguas del libro, y he intentado elevarlas a la misma altitud de exposicin intuitiva a que hoy he llegado. Y ahora me despido definitivamente de este trabajo, con sus esperanzas y sus decepciones, sus cualidades y sus defectos.

El resultado ha sido feliz para mi, y tambin para otros, a juzgar por los efectos que comienzan lentamente a producirse en amplias esferas del saber. Por eso debo acentuar con energa los limites que me he impuesto yo mismo en este libro. No se busque todo en l. Slo contiene un aspecto de lo que tengo ante mis ojos, una visin nueva de la historia y slo de ella, una filosofa del sino, la primera de su clase.

Es intuitivo en todas sus partes. Est escrito en un lenguaje que trata de reproducir con imgenes sensibles las cosas y las relaciones, en lugar de substituirlas por series de conceptos.

Se dirige solamente a aquellos lectores que saben tambin dar vida a los sonidos verbales y a las imgenes. Esto es difcil, ciertamente, sobre todo cuando la veneracin del misteriola veneracin de Goethenos impide trocar las intuiciones profundas por los anlisis de conceptos.

Se ha clamado sobre el pesimismo de mi libro. Es el clamor de los eternos rezagados, que persiguen cuantos pensamientos se brindan a los que en la vanguardia buscan la senda del futuro. Pero yo no he escrito para los que toman por una hazaa el cavilar sobre la esencia de las hazaas. El que define no sabe lo que es el sino.

Comprender el mundo es, par m, estar a la altura del mundo. Esencial es la dureza de la vida, no el concepto de la vida, como ensea la filosofa a lo avestruz del idealismo. El que no se deje deslumbrar por los conceptos, no tendr la sensacin de que esto sea pesimismo. Los dems no me preocupan. Para los lectores serios que quieran tener una visin, no una definicin, de la vida, he citado en nota algunas obras que no tenan cabida en el texto, dada su forma harto concisa, y que podrn orientarles sobre temas de nuestro conocimiento que se hallan algo apartados.

Para terminar, no puedo por menos de citar de nuevo los nombres de los dos espritus a quienes debo casi todo: Goethe y Nietzsche. De Goethe es el mtodo; de Nietzsche, los problemas. Y para reducir a una frmula mi relacin con los dos citados, dir que yo he convertido en visin panormica lo que era en ellos una perspectiva fugaz. Goethe, empero, fue, por su modo de pensar, un discpulo de Leibniz, sin saberlo.

De suerte que este caudal de ideas que, para mi propia sorpresa, se me ha venido a las manos, me aparece como algo que, a pesar de la miseria y el asco de estos ltimos aos, quiero designar, orgulloso, con el nombre de: una filosofa alemana.

Blankenburgo, en el Harz, diciembre de 1922.

Oswald Spengler.

PROLOGO DE LA PRIMERA EDICIN

Este libro, resultado de tres aos de labor, estaba ya terminado en su primera redaccin cuando estall la gran guerra. Hasta la primavera de 1917 segu corrigindolo, aadiendo detalles y aclarando algunas de sus partes. Las coyunturas tan extraordinarias de estos ltimos tiempos han ido demorando su publicacin.

Aun cuando trata de una filosofa general de la historia, constituye, sin embargo, un comentario, en sentido profundo, a la gran poca bajo cuyo signo hanse formado sus ideas directrices.

El ttulo, decidido desde 1912, designa con estricta terminologa, y correspondiendo a la decadencia u ocaso de la antigedad, una fase de la historia universal que comprende varios siglos y en cuyos comienzos nos encontramos al presente.

Los acontecimientos han confirmado mucho y no han refutado nada de lo que digo. Ms bien han revelado que estas ideas tenan que surgir precisamente ahora y en Alemania, y que la guerra misma era uno de los supuestos necesarios para que se llegase a predecir en sus menores rasgos la nueva imagen del mundo.

Trtase, en efecto, segn mi conviccin, no de una filosofa ms, como hay tantas posibles, fundadas y justificadas slo por la lgica, sino de la filosofa de nuestro tiempo, filosofa en cierta manera espontnea y presentida confusamente por todos. Puedo decir esto sin presuncin. Una idea histricamente necesaria, una idea que no cae en una poca, sino que hace poca, es slo en sentido limitado propiedad de quien la engendra. Pertenece al tiempo; acta inconsciente en el pensamiento de todos, y slo su concepcin personal, contingente, sin la cual no sera posible ninguna filosofa, es, con sus flaquezas y sus ventajas, lo que constituye el sinoy la buena fortunade un individuo.

Rstame nicamente expresar el deseo de que este libro no desmerezca por completo de los esfuerzos militares de Alemania.

Munich, diciembre de 1917.

Oswald Spengler

Cuando, en lo infinito, lo idntico

A comps eternamente fluye,

La bveda de mil claves

Encaja con fuerza unas en otras.

Brota a torrentes de todas las cosas la alegra de vivir,

De la estrella ms pequea, como de la ms grande,

Y todo afn, toda porfa

Es paz eterna en el seno de Dios, Nuestro Seor.

Goethe.

Introduccin

1

En este libro se acomete por vez primera el intento de predecir la historia. Trtase de vislumbrar el destino de una cultura, la nica de la tierra que se halla hoy camino de la plenitud: la cultura de Amrica y de Europa occidental. Trtase, digo, de perseguirla en aquellos estadios de su desarrollo que todava no han transcurrido.

Nadie hasta ahora ha parado mientes en la posibilidad de resolver problema de tan enorme trascendencia, y si alguna vez fue intentado, no se conocieron bien los medios propios para tratarlo o se us de ellos en forma deficiente.

Hay una lgica de la historia? Hay ms all de los hechos singulares, que son contingentes e imprevisibles, una estructura de la humanidad histrica, por decirlo as, metafsica, que sea en lo esencial independiente de las manifestaciones poltico-espirituales tan patentes y de todos conocidas? Una estructura que es, en rigor, la generadora de esa otra menos profunda? No ocurre que los grandes monumentos de la historia universal se presentan siempre ante la pupila inteligente con una configuracin que permite deducir ciertas conclusiones? Y si esto es as, cules son los lmites de tales deducciones? Es posible descubrir en la vida misma porque historia humana no es sino el conjunto de enormes ciclos vitales, cada cual con un yo y una personalidad, que el mismo lenguaje usual concibe indeliberadamente como individuos de orden superior, activos y pensantes y llama la Antigedad, la cultura china o la Civilizacin moderna , es posible, digo, descubrir en la vida misma los estadios por que ha de pasar y un orden en ellos que no admite excepcin?

Los conceptos fundamentales de todo lo orgnico: nacimiento, muerte, juventud, vejez, duracin de la vida, no tendrn tambin en esta esfera un sentido riguroso que nadie an ha desentraado?

No habr, en suma, a la base de todo lo histrico, ciertas protoformas biogrficas universales?

La decadencia de Occidente, que, por lo pronto, no es sino un fenmeno limitado en lugar y tiempo, como lo es su correspondiente la decadencia de la Antigedad, resulta, pues, un tema filosfico que, considerado en todo su peso, implica todos los grandes problemas de la realidad.

Si queremos saber en qu forma se est verificando la extincin de la cultura occidental, habr que averiguar primero qu sea cultura, en que relacin se halle la cultura con la historia visible, con la vida, con el alma, con la naturaleza, con el espritu; en qu formas se manifieste, y hasta qu punto sean esas formas pueblos, idiomas y pocas, batallas e ideas, Estados y dioses, artes y obras, ciencias, derechos, organizaciones econmicas y concepciones del universo, grandes hombres y grandes acontecimientos smbolos y, por lo tanto, cul deba ser su interpretacin legitima.

2

El medio por el cual concebimos las formas muertas es la ley matemtica. El medio por el cual comprendemos las formas vivientes es la analoga. De esta suerte distinguimos en el mundo polaridad y periodicidad.

Siempre se ha tenido conciencia de que el nmero de las formas en que se manifiesta la historia es limitado; de que las edades, las pocas, las situaciones, las personas, se repiten en forma tpica. Al estudiar la aparicin de Napolen, raro es que no se dirija una mirada a Csar y otra a Alejandro; la primera de estas miradas es, como veremos, morfolgicamente inadmisible; la segunda es, en cambio, certera. Napolen mismo advirti que su posicin tena ciertas afinidades con la de Carlomagno. La Convencin hablaba de Cartago, refirindose a Inglaterra; y los jacobinos se llamaban a si mismos romanos. Se ha comparado, con muy diferente legitimidad, a Florencia con Atenas, a Buda con Cristo, al cristianismo primitivo con el socialismo moderno, a los potentados financieros del tiempo de Csar con los yanquis. Petrarca, que fue el primer arquelogo apasionado arqueologa misma es una expresin del sentimiento de que la historia se repite pensaba en Cicern al pensar en s mismo; y no hace mucho tiempo, Cecil Rhodes, el organizador del frica inglesa del Sur, el que posea en su biblioteca las antiguas biografas de los csares, traducidas expresamente para l, pensaba en el emperador Adriano, al pensar en s mismo. La desdicha de Carlos XII de Suecia fue que desde muy joven llev en el bolsillo la Vida de Alejandro, por Curcio Rufo, y quiso copiar a este conquistador.

Federico el Grande, en sus escritos polticos como las Considrations, de 1738 , se mueve con seguridad perfecta entre analogas, para formular su concepto de la situacin poltica del mundo; por ejemplo, cuando compara a los franceses con los macedonios del tiempo de Filipo y a los alemanes con los griegos. Ya las Termpilas de Alemania, Alsacia y Lorena, hllanse en manos de Filipo. Quedaba perfectamente definida de ese modo la poltica del cardenal Fleury. En el mismo lugar encontramos la comparacin entre la poltica de las Casas de Habsburgo y de Borbn y las proscripciones de Antonio y Octaviano.

Pero todo esto no pasa de ser fragmentado y caprichoso. Obedece generalmente a un momentneo afn de expresarse en forma potica e ingeniosa, ms que a un profundo sentido de la forma histrica.

As sucede que los paralelos de Ranke, maestro de la analoga ingeniosa, entre Ciajares y Enrique I, entre las invasiones de los cimbrios y las de los magiares, son insignificantes en sentido morfolgico; y no vale mucho ms tampoco la tan repetida comparacin entre las ciudades-Estados de los griegos y las repblicas del Renacimiento. En cambio, el paralelo entre Alcibades y Napolen es de una exactitud profunda, aunque fortuita. Ranke, como otros muchos, ha seguido en esto cierto gusto plutarquiano, es decir, cierto romanticismo vulgar, que se limita a considerar la semejanza de la escena en el teatro del mundo; pero sin darle el sentido estricto del matemtico, que conoce la ntima afinidad de dos grupos de ecuaciones diferenciales, en las cuales el lego no ve sino diferencias.

Advirtese fcilmente que, en el fondo, es el capricho y no una idea, no el sentimiento de una necesidad, el que determina la eleccin de estos cuadros. Estamos todava muy lejos de poseer una tcnica de la comparacin. Precisamente hoy se producen comparaciones al por mayor, pero sin plan y sin nexo; y si alguna vez son certeras en un sentido profundo, que luego fijaremos, dbese ello al azar, rara vez al instinto, nunca a un principio. A nadie se le ha Ocurrido todava instituir un mtodo en esta cuestin. Nadie ha sospechado siquiera que hay aqu un manantial, el nico de donde puede surgir una gran solucin para el problema de la historia.

Las comparaciones podran ser la ventura del pensamiento histrico, ya que sirven para manifestar la estructura orgnica del proceso de la historia. Para ello sera preciso afinar su tcnica, sometindola a una idea comprensiva que la condujese hasta un grado de necesidad exento de vacilaciones, hasta la lgica maestra. Pero las comparaciones no han sido hasta ahora ms que una desdicha; pues tenidas por simple cuestin de gustos, han eximido al historiador de la intuicin y del esfuerzo necesarios para reconocer en el lenguaje de las formas histricas y su anlisis el problema ms difcil e inmediato, un problema que se encuentra, no ya sin resolver, pero ni siquiera comprendido todava. Las comparaciones han sido unas veces superficiales, como cuando se llamado a Csar el fundador de una Gaceta oficial de Roma, o cuando, lo que es peor, se han puesto nombres de moda, como socialismo, impresionismo, capitalismo, clericalismo, a fenmenos de la existencia antigua, tan lejanos y complicados, tan ntimamente heterogneos de nuestro modo de ser actual. Otras veces han consistido en extraas tergiversaciones, como el culto tributado por el Club de los Jacobinos a Bruto, millonario y usurero, que, en nombre de una ideologa oligrquica y con aplauso del Senado patricio, haba apualado al hombre de la democracia [1].

3

Nuestra tarea, pues, se amplifica. Al principio abarcaba slo un problema particular de la civilizacin moderna, y ahora se convierte en una filosofa enteramente nueva, la filosofa del porvenir, si es que de nuestro suelo, metafsicamente exhausto, puede an brotar una. Esta filosofa es la nica que puede contarse al menos entre las posibilidades que an quedan al espritu occidental en sus postreros estadios. Nuestra tarea se agranda hasta convertirse en la idea de una morfologa de la historia universal, del universo como historia. En oposicin a la morfologa de la naturaleza, tema nico, hasta hoy, de la filosofa, comprender todas las formas y movimientos del mundo, en su significacin ltima y ms profunda; pero ordenndolas muy de otra manera, a fin de constituir, no un panorama de las cosas conocidas, sino un cuadro de la vida misma, no de lo que se ha producido, sino del producirse mismo.

El universo como historia, comprendido, intuido, elaborado en oposicin al universo como naturaleza! Es ste un nuevo aspecto de la existencia humana, cuya aplicacin prctica y terica no ha sido nunca hecha hasta hoy. Y aunque se haya quiz presentido y a veces sospechado, nunca se arriesg nadie a precisarla con todas sus consecuencias. Manifistanse aqu dos maneras posibles, para el hombre, de poseer y vivir su derredor. Yo distingo radicalmente segn su forma, no segn su substancia, la impresin orgnica de la impresin mecnica que el mundo produce; el conjunto de las formas, del conjunto de las leyes; la imagen y el smbolo, de la frmula y el sistema; la realidad singular, de la posibilidad general; el fin que persigue la imaginacin ordenando las cosas segn un plan, y el que establece la experiencia en sus anlisis prcticos; o, para declarar desde luego una contraposicin muy importante y aun desconocida, el dominio del nmero cronolgico y el del nmero matemtico [2].

En una investigacin como sta no puede tratarse, por consiguiente, de tomar los sucesos poltico-espirituales tal como se dejan ver a la faz del da, para ordenarlos segn causa y efecto y perseguir su tendencia aparente, fcil de captar por medios intelectualistas. Este tratamiento pragmtico de la historia no sera ms que un pedazo de fsica disfrazada, que los partidarios de la concepcin materialista de la historia no ocultan, mientras sus adversarios no llegan a percatarse de la identidad de su mtodo con el de aqullos. No se trata, pues, de determinar qu sean los hechos tangibles de la historia en s y por s, en cuanto fenmenos acontecidos en un tiempo; trtase de desentraar lo que por medio de su apariencia significan. Los historiadores del presente creen que han realizado su cometido con aducir hechos singulares, religiosos, sociales y, a lo sumo, artsticos, para ilustrar el sentido poltico de una poca. Pero olvidan lo decisivo; decisivo, efectivamente, cuanto que la historia visible es expresin, signo, alma hecha forma. Todava no he encontrado a nadie que haya acometido con seriedad el estudio de esas afinidades morfolgicas que traban ntimamente las formas todas de una misma cultura; nadie que, salindose de la esfera de los hechos polticos, haya conocido a fondo los ltimos y ms profundos pensamientos matemticos de los griegos, rabes, indios y europeos; el sentido de sus primeras ornamentaciones, de las formas primarias de su arquitectura, de su metafsica, de su dramtica, de su lrica; los principios selectivos y la tendencia de sus artes mayores; las particularidades de su tcnica artstica y de la eleccin de materiales. Y mucho menos an ha penetrado nadie la importancia decisiva de estas cuestiones para el problema de la forma histrica. Quin sabe que existe una profunda conexin formal entre el clculo diferencial y el principio dinstico del Estado en la poca de Luis XIV; o entre la antigua forma politic de la polis (ciudad) y la geometra euclidiana; o entre la perspectiva del espacio, en la pintura occidental, y la superacin del espacio por ferrocarriles, telfonos y armamentos; o entre la msica instrumental contrapuntstica y el sistema econmico del crdito? Incluso los factores ms reales de la poltica, considerados en esta perspectiva, adquieren un carcter simblico y hasta metafsico. Y acaso por vez primera sucede ahora que cosas tan varias como el sistema administrativo de Egipto, el sistema monetario antiguo, la geometra analtica, el cheque, el canal de Suez, la imprenta china, el ejrcito prusiano y la tcnica romana de construir vas son parejamente entendidas como smbolos e interpretadas como tales.

En este punto se hace manifiesto que no existe todava un arte bien definido del conocimiento histrico. Lo que recibe este nombre toma sus mtodos casi exclusivamente de una esfera cientfica, que es la nica en donde los mtodos del conocimiento han llegado a una rigurosa perfeccin: la fsica. Los historiadores creen que llevan a cabo una investigacin histrica cuando persiguen e indagan el nexo objetivo de causa y efecto. Y es sobremanera extrao que la filosofa de estilo aejo no haya pensado nunca en que puede haber para la inteligencia vigilante otro modo de enfrentarse con el mundo. Kant, que en su obra capital determin las reglas formales del conocimiento, no tom en consideracin como objeto de la actividad intelectual ms que a la naturaleza. Ni l mismo ni ningn otro pensador cay en la cuenta de esta limitacin. El saber es para Kant saber matemtico. Cuando habla de formas innatas de la intuicin y de categoras del entendimiento, no piensa nunca en que concebimos los fenmenos histricos con otros medios. Y Schopenhauer que, de modo harto significativo, conserva slo la causalidad de las categoras kantianas, habla de la historia con desprecio [3]. Todava no ha penetrado en nuestras frmulas intelectuales la conviccin de que, adems de la necesidad que une la causa con el efecto y que yo llamara lgica del espacio , hay en la vida otra necesidad: la necesidad orgnica del sino lgica del tiempo que es un hecho de profunda certidumbre interior, un hecho que llena el pensamiento mitolgico, religioso y artstico, un hecho que constituye el ser y ncleo de toda historia, en oposicin a la naturaleza, pero que es inaccesible para las formas del conocimiento analizadas en la Crtica de la razn pura. La filosofa, como dice Galileo en un pasaje famoso de su Saggiatore, est scritta in lingua matematica en el gran libro de la naturaleza. An estamos aguardando al filsofo que conteste a estas preguntas: En qu lengua est escrita la historia? Cmo leerla?

La matemtica y el principio de causalidad conducen a una ordenacin naturalista de los fenmenos. La cronologa y la idea del sino conducen a una ordenacin histrica. Ambas ordenaciones abarcan el mundo ntegro. Slo varan los ojos en los cuales y por los cuales se realiza ese mundo.

4

Naturaleza es la forma en que el hombre de las culturas elevadas da unidad y significacin a las impresiones inmediatas de sus sentidos. Historia es la forma en que su imaginacin trata de comprender la existencia viviente del universo con relacin a su propia vida, prestndole as una realidad ms profunda Es el hombre capaz de constituir esas formas? Cul de ellas es la que domina en su con ciencia vigilante? He aqu un problema primario de toda existencia humana.

Hay para el hombre dos posibilidades de formar un mundo. Con esto queda dicho que no son necesariamente realidades. Por lo tanto, si nos preguntamos cul sea el sentido de toda historia, habr que resolver previamente una cuestin que hasta ahora no ha sido planteada. Para quin hay historia? Pregunta paradjica, a lo que parece! Sin duda hay historia para todos, por cuanto cada hombre, con la totalidad de su existencia vigilante, es miembro de la historia. Pero hay una gran diferencia entre vivir bajo la impresin continua de que la propia vida es un elemento de un ciclo vital mucho ms amplio, que se extiende sobre siglos o milenios, y sentir la vida como algo completo, redondo, bien delimitado. Es seguro que para esta ltima clase de conciencia no hay historia universal, no existe el universo como historia.

Y qu ocurrir cuando toda una cultura, cuando un alma colectiva se desarrolla segn este espritu ahistrico? Cmo ha de aparecerle la realidad, el mundo, la vida? En la conciencia que los helenos tenan del universo, todo lo vivido, no slo el propio y personal pasado, sino el pasado universal, convertase al punto en un segundo plano intemporal, inmvil, de forma mtica, que servia de fondo al presente momentneo; de tal suerte, que la historia de Alejandro Magno, aun antes de morir este rey, comenz a fundirse, para el sentir antiguo, con la leyenda de Dioniso, y que Csar consideraba su descendencia de Venus como cosa, por lo menos, no absurda. Ante esto habremos de confesar que a nosotros, hombres de Occidente, teniendo como tenemos un fuerte sentimiento de las distancias en el tiempo, nos es casi imposible revivir tales estados de alma. Mas no por eso nos es licito prescindir, sin ms ni ms, de este hecho, cuando nos situamos frente al problema de la historia.

Lo que para el individuo significan los diarios ntimos, las autobiografas, las confesiones, significa para el alma de culturas enteras la investigacin histrica, en aquel sentido amplio que incluye todos los modos del anlisis psicolgico de pueblos extraos, de pocas y costumbres. Pero la cultura antigua no tena memoria, en este sentido especfico; no tena rgano histrico. La memoria del hombre antiguo y al decir esto que vamos a decir no hay duda que imprimimos en un alma extraa a la nuestra un concepto derivado de nuestros propios hbitos anmicos es cosa muy distinta de la nuestra, porque en la conciencia del antiguo faltan el pasado como perspectivas creadoras de un cierto orden; y el presente puro, que Goethe admiraba tanto en las manifestaciones de la vida antigua, en la plstica sobre todo, llena esa vida con una plenitud que nos es por completo desconocida. Ese presente puro, cuyo smbolo supremo es la columna drica, representa en realidad una negacin del tiempo (de la direccin). Para Herodoto y Sfocles, como para Temstocles y para un cnsul romano, el pasado se desvanece al punto en una impresin inmvil, intemporal, de estructura polar, no peridica, que tal es el ltimo sentido de toda mitologa perespiritualizada. En cambio, para nuestro sentimiento del mundo, para nuestra ntima visin, es el pasado un organismo de siglos o milenios, dividido claramente en perodos y enderezado hacia una meta. Ahora bien: este fondo diverso es el que da a la vida, tanto a la antigua como a la occidental, su especialsimo color. Lo que el griego llamaba cosmos era la imagen de un universo que no va siendo, sino que es. Por consiguiente, era el griego mismo un hombre que nunca fue siendo, sino que siempre fue.

El hombre antiguo conoci muy bien la cronologa, el cmputo del calendario y, por lo tanto, aquel fuerte sentimiento de la eternidad y de la nulidad del presente, que se manifiesta en la cultura babilnica y egipcia por la observacin grandiosa de los astros y la exacta medicin de enormes transcursos del tiempo. Pero lo curioso es advertir que, sin embargo, no pudo apropiarse ntimamente nada de eso. Lo que sus filsofos, en ocasiones, refieren, lo han odo, pero no lo han comprobado. Y los descubrimientos de algunos ingenios brillantes, pero aislados, oriundos de las ciudades griegas de Asia, como Hiparco y Aristarco, fueron rechazados por la corriente estoica y aristotlica, sin que nadie, salvo los cientficos profesionales, les concediese la menor atencin. Ni Platn ni Aristteles posean un observatorio astronmico. En los ltimos aos de Pendes vot el pueblo de Atenas una ley en la que se amenazaba con la grave acusacin de eisangelia [4] a quien propagase teoras astronmicas. Fue ste un acto de profundo simbolismo, en el que se manifest la voluntad del alma antigua, decidida a borrar de su conciencia la lejana en todos los sentidos de sta.

Por lo que se refiere a la historiografa antigua, fijmonos en Tucdides. Consiste su maestra en la fuerza netamente antigua con que viven los acontecimientos del presente, comprendindolos por el presente mismo; a lo cual debe aadirse una magnfica visin de los hechos, muy propia de un hombre de Estado que fue tambin general y funcionario. Esta experiencia prctica, que suele confundirse con el sentido histrico, hace que los historiadores lo consideren con justicia como un modelo que nadie ha podido todava igualar. Pero hay algo que le falta en absoluto; es esa manera de mirar la historia desde la perspectiva de muchos siglos, que para nosotros constituye un elemento evidentemente esencial en el concepto del historiador. Los buenos trozos de la historiografa antigua se limitan al presente poltico del autor; en cambio, las obras maestras de la historia en nuestra poca tratan, sin excepcin, del pasado remoto. Tucdides habra fracasado si hubiese elegido por tema las guerras mdicas; no hay que hablar de una historia general de Grecia o de Egipto. Tanto l como Polibio y Tcito, que tambin fueron polticos prcticos, pierden su certera visin cuando vuelven la cara hacia el pasado, a veces a pocos decenios de distancia, y tropiezan con fuerzas que no conocen por no haberlas hallado en su propia experiencia prctica. Polibio no entiende ya la primera guerra pnica. Para Tcito, Augusto es incomprensible. Y el sentido ahistrico de Tucdides segn el criterio de nuestra investigacin histrica, toda llena de amplias perspectivas , se revela en la afirmacin inaudita, estampada en la primera pgina de su libro, de que antes de su poca hacia 400 no han ocurrido en el mundo acontecimientos de importancia [5].

A consecuencia de esto, la historia antigua, hasta las guerras mdicas, y aun la estructura de perodos muy posteriores, es el producto de una manera de pensar esencialmente mtica. La historia constitucional de Esparta Licurgo, cuya biografa se refiere con todo detalle, fue probablemente una insignificante deidad silvestre del Taigeto es un poema de la poca helenstica; y la invencin de la historia romana anterior a Anbal no haba cesado an en la poca de Csar. La expulsin de los Tarquinos por Bruto es una invencin, para la cual sirvi de modelo un contemporneo del censor Apio Claudio (310). Los nombres de los reyes de Roma fueron forjados en esa misma poca, siguiendo los nombres de las familias plebeyas que se haban enriquecido (K. J. Neumann). Prescindiendo totalmente de la Constitucin serviana, la famosa ley agraria de Licinio, de 376, no exista an en la poca de Anbal (B. Niese). Cuando Epaminondas hubo libertado a los mesinos y los arcadios, haciendo de estos pueblos un Estado independiente, en seguida se empez a imaginar una historia de sus tiempos primitivos. Lo extraordinario no es que ello sucediera, sino que sta fuese la nica historia que haba. Para manifestar la oposicin entre el sentido occidental y el sentido antiguo de la historia basta con decir que la historia romana anterior al ao 250, tal como la conocan los romanos en tiempos de Csar, es en lo esencial una falsificacin; y que lo poco que nosotros hemos podido averiguar lo ignoraban por completo los romanos. Caracteriza el sentido antiguo de la palabra historia el hecho de que la literatura novelesca alejandrina haya ejercido, por su materia misma, el ms poderoso influjo sobre los que escribieron en serio la historia poltica y religiosa. A nadie se le ocurri distinguir con el rigor de un principio esas novelas de los datos documentales. Cuando Varrn, hacia el final de la Repblica, se ocup en fijar la religin romana, que iba desvanecindose rpidamente de la conciencia del pueblo, dividi las deidades, cuyo servicio celebraba el Estado con meticuloso cuidado, en di certi y di incerti, dioses de los cuales se sabia algo todava y dioses de los cuales, a pesar del persistente culto pblico, slo quedaba el nombre. En realidad, la religin de la sociedad romana de su tiempo tal como no slo Goethe, sino el mismo Nietzsche, la aceptaron de los poetas romanos sin vacilacin ni sospecha era en su mayor parte un producto de la literatura helenizante y casi no la una nexo alguno al antiguo culto, que ya nadie comprenda.

Mommsen ha formulado claramente el punto de vista europeo occidental, cuando llama a los historiadores romanos aludiendo principalmente a Tcito unos hombres que dicen lo que mereca callarse y callan lo que era necesario decir.

La cultura india, cuya idea del nirvana (brahmnico) es la expresin ms decisiva que puede haber de un alma perfectamente ahistrica, no ha posedo nunca el menor sentimiento del cuando en ningn sentido. No hay astronoma india; no hay calendario indio; no hay, pues, historia india, en cuanto por historia se entiende la conciencia de una evolucin vital. Del transcurso visible de esta cultura, cuya parte orgnica estaba ya conclusa antes del advenimiento del budismo, sabemos mucho menos an que de la historia antigua, no obstante haber sido, de seguro, muy rica en grandes acontecimientos entre los siglos XII y VIII antes de Jesucristo. Ambas se han conservado exclusivamente en la forma de un ensueo mtico. Un milenio despus de Buda, hacia el ao 500 de Jesucristo, fue cuando en Ceiln, en el Mahavamsa [6], se produjo algo que recuerda de lejos la narracin histrica.

La conciencia del hombre indio era de tal modo ahistrico que ni siquiera conoci el fenmeno de un libro escrito por un autor, como acontecimiento determinado en el tiempo. En lugar de una serie orgnica de obras literarias, delimitadas por sus autores personales, fue formndose poco a poco una masa vaga de textos, en los que cada cual escriba lo que quera, sin que nadie tuviese para nada en cuenta las nociones de propiedad intelectual del individuo, o evolucin de un pensamiento, o poca espiritual. En esta misma forma annima la de toda la historia india presntase la filosofa india. Considrese, en cambio, la historia filosfica del Occidente, elaborada con la mxima precisin fisiognmica, en libros y personas.

El hombre indio lo olvidaba todo; en cambio, el egipcio no poda olvidar nada. No ha habido nunca un arte indio del retrato, de la biografa in nuce. La plstica egipcia, en cambio, no conoci apenas otro tema.

El alma egipcia, dotada excelentemente para la historia e impulsada hacia el infinito con primigenia pasin, sinti el pasado y el futuro como la totalidad de su universo; en cuanto al presente, que se identifica con la conciencia vigilante, aparecile como el lmite estricto entre dos inconmensurables lejanas. La cultura egipcia es la preocupacin encarnada correlato anmico de la lejana ; preocupacin por lo futuro, que se manifiesta en la eleccin del granito y el basalto para materiales plsticos [7], en los documentos tallados sobre piedra, en la organizacin de un magistral sistema administrativo, en la red de canales de irrigacin [8]. Iba unida necesariamente a la preocupacin por el pasado. La momia egipcia es un smbolo de orden mximo; eternizbase en ella el cuerpo de los muertos, del mismo modo que la personalidad, el ka, adquira duracin eterna por medio de las estatuas, repetidas a veces en numerosos ejemplares y labradas con una semejanza o parecido a que los egipcios daban un sentido muy elevado.

Existe una profunda relacin entre la manera de interpretar el pasado histrico y la concepcin de la muerte, que se manifiesta en las formas funerarias. El egipcio niega la corrupcin; el antiguo la afirma mediante todo el lenguaje de formas de su cultura. Los egipcios conservan la momia de su historia; fechas y nmeros cronolgicos. De la historia griega anterior a Soln no nos queda nada, ni un ao fechado, ni un nombre. cierto, ni un suceso tangible lo cual da al resto conocido un acento exagerado ; y en cambio sabemos casi todos los nombres y nmeros de los reyes egipcios del milenio tercero, y los egipcios posteriores conocanlos, naturalmente, sin excepcin alguna. Como terrible smbolo de esa voluntad de durar yacen hoy en nuestros museos los cuerpos de los grandes faraones, con sus rasgos personales perfectamente reconocibles. Sobre la refulgente cspide de granito pulimentado, en la pirmide de Amenemeht III, lense an hoy estas palabras: Amenemeht contempla la belleza del Sol. Y del otro lado: Ms alta es el alma de Amenemeht que la altura de Orin, y se rene con el universo subterrneo. Esto significa la superacin de todo lo transitorio y actual, y es lo menos antiguo que cabe imaginar.

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Frente a este poderoso grupo que forman los smbolos vitales egipcios, aparece en el umbral de la cultura antigua la costumbre de quemar los muertos, como respondiendo al olvido que deja extenderse sobre toda porcin de su pasado interno y externo. La poca miceniana desconoci por completo esta preferente consagracin de la ceremonia entre las dems formas de sepelio, que los pueblos primitivos suelen usar indiferentemente. Las tumbas regias de Micenas revelan ms bien cierta preferencia por la inhumacin. Pero en la poca homrica, como en la vdica, se pasa sbitamente, por ciertos motivos espirituales, del enterramiento a la cremacin, la cual, como nos muestra la Ilada, se celebraba con todo el pathos de un acto que era al mismo tiempo imagen simblica de un solemne aniquilamiento y negacin de la permanencia histrica.

Desde este momento queda suprimida toda representacin plstica de la evolucin del alma individual. El drama antiguo no tolera motivos verdaderamente histricos ni admite el tema de la evolucin interna, y es sabido que el instinto helnico se opona resueltamente al retrato en el arte plstico. Hasta la poca imperial no conoci el arte antiguo ms que una materia que le fuese en cierto modo natural: el mito [9]. Los retratos ideales de la plstica helenstica son tambin mticos, como lo son las biografas tpicas, a la manera de Plutarco. Ninguno de los grandes griegos escribi memorias que fijasen ante la mirada de su espritu una poca ya superada. Ni siquiera Scrates ha dicho sobre su vida interior nada que nosotros podamos juzgar importante. Cabe preguntarse si en un alma antigua hubiera sido posible algo parejo a lo que supone la concepcin de Parsifal, Hamlet, Werther. En Platn echamos de menos la conciencia de una evolucin en su propia doctrina. Sus escritos, individualmente considerados, no hacen sino formular los muy diferentes puntos de vista que adopt en diferentes pocas. El nexo gentico que los une no fue objeto de su reflexin. En cambio, ya en los comienzos de la historia del espritu occidental encontramos un trozo donde se hace la ms profunda investigacin de la propia intimidad: la Vita nuova de Dante. Esto bastara para colegir cun poco de la Antigedad, es decir, del presente puro, tena realmente Goethe, quien no olvid nunca que sus obras son sus propias palabras eran fragmentos de una gran confesin.

Destruida Atenas por los persas, fueron las viejas obras de arte arrojadas a la basura de donde ahora las estamos sacando , y nunca se vio a nadie, en la Hlade, que se preocupase de las ruinas de Micenas o de Festos, con el objeto de descubrir hechos histricos. Lean los antiguos a Homero; pero a ninguno se le ocurri, como a Schliemann, excavar la colina de Troya. Los griegos queran mitos, no historia. Ya en la poca helenstica habase perdido parte de las obras de Esquilo y de los filsofos presocrticos. En cambio, Petrarca coleccionaba antigedades, monedas, manuscritos, con una piedad, con una contemplativa devocin, que son propias slo de esta cultura. Petrarca senta lo histrico, volva la mirada hacia los mundos lejanos, anhelaba toda lontananza fue el primero que emprendi la ascensin a una montaa alpina ; en rigor, fue un extranjero en su tiempo. En esta conexin con el problema del tiempo inicia su desarrollo la psicologa del coleccionista. Ms apasionada todava, aunque de distinto matiz, es quiz la aficin de los chinos a las colecciones. El viajero que viaja por China va en busca de los viejos rastros, Ku-tsi. Para interpretar el concepto fundamental del alma china, el tao, intraducible a nuestros idiomas, hace falta referirlo a un profundo sentimiento histrico [10]. En la poca helenstica se coleccionaba tambin y se viajaba; pero el inters recaa sobre curiosidades mitolgicas, como las que describe Pausanias, sin tener en cuenta para nada el valor estrictamente histrico, el cundo y el porqu. En cambio, la tierra egipcia, ya en tiempos del gran Tutmosis, habase convertido en un ingente museo de tradicin y arquitectura.

En los pueblos occidentales fueron los alemanes los inventores del reloj mecnico, smbolo terrible del tiempo raudo, cuyos latidos, resonando noche y da en las innumerables torres de Europa, son acaso la expresin ms formidable que ha podido hallar el sentido histrico del universo [11]. Nada de esto vemos en los campos y las ciudades antiguas, que no tenan tiempo. Hasta Pendes, la hora del da se estimaba por la longitud de la sombra; y slo desde Aristteles tiene la palabra la significacin babilnica de ahora. Antes de esta poca no haba una divisin exacta del tiempo diurno. Los relojes de agua y de sol fueron descubiertos en Babilonia y Egipto. El primero que introdujo en Atenas la clepsidra fue Platn; ms tarde adoptronse tambin los relojes de sol, pero como simples herramientas para fines habituales, sin que variase en lo ms mnimo el sentimiento antiguo de la vida.

Hay que mencionar aqu la diferencia, paralela a sta, que existe entre la matemtica antigua y la matemtica occidental. Esta diferencia es muy profunda y no ha sido nunca justamente valorada. El antiguo pensar numrico concibe las cosas como son, como magnitudes, ajenas al tiempo, en puro presente. Esto conduce a la geometra euclidiana, a la esttica matemtica y a rematar todo el sistema con la teora de las secciones cnicas. Nosotros, en cambio, concebimos las cosas segn devienen y se comportan, es decir, como funciones. Esto nos ha conducido a la dinmica, a la geometra analtica, y de aqu al clculo diferencial [12]. La teora moderna de las funciones es la ordenacin gigantesca de toda esa masa de pensamientos. Es un hecho extrao, pero slidamente fundado en determinada predisposicin espiritual, que la fsica helnica como esttica y no dinmica desconoce el uso del reloj y no lo echa de menos. Mientras nosotros contamos fracciones mnimas de segundo, ellos prescinden enteramente de medir el tiempo. La entelequia aristotlica es su nico concepto evolutivo, y es un concepto intemporal, totalmente ahistrico.

De esta manera queda delimitado nuestro problema. Nosotros, hombres de la cultura europea occidental, con nuestro sentido histrico, somos la excepcin y no la regla. La historia universal es nuestra imagen del mundo, no la imagen de la humanidad. El indio y el antiguo no se representaban el mundo en su devenir. Y cuando se extinga la civilizacin del Occidente, acaso no vuelva a existir otra cultura y, por lo tanto, otro tipo humano, para quien la historia universal sea una forma tan enrgica de la conciencia vigilante.

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Pero... qu es historia universal? Una representacin ordenada del pasado, un postulado interior, la expresin de un sentimiento de la forma. Sin duda. Pero un sentimiento, por muy concreto que sea, no es una forma acabada, y si es cierto que todos creemos sentir la historia universal y creemos vivirla y abarcar con plena seguridad su configuracin, tambin lo es que hasta hoy slo conocemos formas y no la forma de ella.

Sin duda alguna, todo el que sea preguntado afirmar que percibe clara y distintamente la estructura peridica de la historia. Esta ilusin obedece a que nadie ha reflexionado seriamente sobre ella, a que nadie pone en duda lo que ya sabe, porque nadie sospecha de las dudas a que este punto da lugar. En realidad, la configuracin de la historia universal es una adquisicin espiritual que no est garantida ni demostrada. Perpetase intacta de generacin en generacin, aun entre los historiadores profesionales. Pero le vendra muy bien una pequea parte de ese escepticismo que desde Galileo ha servido para analizar y hacer ms honda la imagen espontnea que tenemos de la naturaleza.

Edad Antigua-Edad Media-Edad Moderna: tal es el esquema, increblemente mezquino y falto de sentido, cuyo absoluto dominio sobre nuestra mentalidad histrica nos ha impedido una y otra vez comprender exactamente la posicin verdadera de este breve trozo de universo que desde la poca de los emperadores alemanes se ha desarrollado sobre el suelo de la Europa occidental. A l, ms que a nada, debemos el no haber conseguido an concebir nuestra historia en su relacin con la historia universal es decir, con toda la historia de la humanidad ntegra , descubriendo su rango, su forma y la duracin de su vida. Las culturas venideras tendrn por casi creble que ese esquema, sin embargo, no haya sido puesto nunca en duda, a pesar de su simple curso rectilneo y sus absurdas proporciones, a pesar de que de siglo en siglo se va haciendo ms insensato y de que se opone a una incorporacin natural de los nuevos territorios trados a la luz de nuestra conciencia histrica. Nada importa, en efecto, que los historiadores hayan tomado la costumbre de criticar el citado esquema. Con eso lo que consiguen es hacer ms borrosa la nica pauta de que disponemos, en lugar de substituirla por otra. Por mucho que se hable de Edad Media griega y de Antigedad germnica, no se llegar a establecer un cuadro claro y preciso de la historia, en el que China y Mjico, el imperio de Axum y el de los sasnidas encuentren su lugar orgnico. Trasladar el comienzo de la Edad Moderna desde las Cruzadas al Renacimiento y de aqu al principio del siglo XIX, es un recurso que demuestra tan slo que el esquema mismo se ha considerado inconmovible.

No slo reduce la extensin de la historia, sino, lo que es peor an, empequeece la escena histrica. El territorio de la Europa occidental [13] constituye as como un polo inmvil o, hablando en trminos matemticos, un punto particular de una superficie esfrica; no se sabe por qu, a no ser porque nosotros, los constructores de esa imagen histrica, nos sentimos aqu en nuestra propia casa. Alrededor de ese polo giran, con singular modestia, milenios de potentsima historia y enormes culturas acampadas en remotas lontananzas. Es ste un sistema planetario de invencin muy particular. Elgese un paraje nico como punto central de un sistema histrico; he aqu el Sol, de donde los acontecimientos histricos reciben la mejor luz; desde este lugar se formar la perspectiva que va a servir para evaluar la significacin e importancia de cada suceso. Pero quien aqu habla es, en rigor, la vanidad, por ningn escepticismo contenida, del occidental, en cuyo espritu se va desenvolviendo ese fantasma de la historia universal. A ella se debe la enorme ilusin ptica, desde hace tiempo ya transformada en costumbre, que reduce la materia histrica de los milenios lejanos por ejemplo, el antiguo Egipto y la China al tamao de una miniatura, mientras que los decenios ms prximos, desde Lutero y principalmente desde Napolen, se agrandan como gigantescos fantasmas. Sabemos muy bien que si una nube que va muy alta camina ms despacio que una baja, es esto mera apariencia, y que si vemos al tren arrastrarse lentamente por la lejana, es esto tambin un enga de la visin, y sin embargo, creemos que el ritmo de la remota historia india, babilnica, egipcia, era realmente ms lento que el de nuestro pasado prximo, y encontramos ms tenue su substancia, ms borrosas y ms estiradas sus formas, porque no hemos aprendido a calcular la distancia exterior e interior.

Para la cultura de Occidente se comprende que la existencia de Atenas, Florencia, Pars, sea ms importante que la de Lo-yang y Pataliputra. Pero es lcito fundar sobre tales valoraciones un esquema de la historia universal? Sera dar la razn al historiador chino que, por su parte, construyese una historia universal en donde las Cruzadas y el Renacimiento, Csar y Federico el Grande quedaran, por insignificantes, sepultados en el silencio. Por qu ha de ser el siglo XVIII, morfolgicamente considerado, ms importante que uno cualquiera de los que preceden al XVI? No es ridculo oponer la Edad Moderna, con sus escasos siglos de extensin, localizada adems esencialmente en la Europa occidental, a la Edad Antigua, que comprende otros tantos milenios, y en la cual la masa de las culturas prehelnicas, sin intentar de ellas una profunda divisin, se aprecia como un simple apndice? Para salvar el caduco esquema, no se ha despachado a Egipto y a Babilonia cuyas historias forman cada una un todo concluso, cualquiera de los cuales pesa tanto por s solo como la supuesta historia universal desde Carlomagno hasta la guerra mundial, y aun ms all calificndolas de preludios de la Antigedad? No se han recluido a las estrecheces de una nota, con una mueca de perplejidad, los poderosos complejos de las culturas india y china? y en cuanto a las grandes culturas americanas, han sido, sin ms ni ms, ignoradas, so pretexto de que les falta toda conexin; con qu?

Este esquema, tan corriente en la Europa occidental, hace girar las grandes culturas en torno nuestro, como si furamos nosotros el centro de todo el proceso universal. Yo le llamo sistema tolemaico de la historia. Y considero como el descubrimiento copernicano, en el terreno de la historia, el nuevo sistema que este libro propone, sistema en el cual la Antigedad y el Occidente aparecen junto a la India, Babilonia, China, Egipto, la cultura rabe y la cultura mejicana, sin adoptar en modo alguno una posicin privilegiada. Todas estas culturas son manifestaciones y expresiones cambiantes de una vida que reposa en el centro; todas son orbes distintos en el devenir universal, que pesan tanto como Grecia en la imagen total de la historia y la superan con mucho en grandeza de concepciones y en potencia ascensional.

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El esquema Edad Antigua-Edad Media-Edad Moderna es, en su forma primitiva, una creacin del sentimiento semtico, que se manifiesta primero en la religin prsica y juda, desde Ciro [14], que recibe luego una acepcin apocalptica en la doctrina del libro de Daniel sobre las cuatro edades del mundo, y que adopta, en fin, la forma de una historia universal en las religiones postcristianas de Oriente, sobre todo en los sistemas gnsticos [15].

Dentro de los estrechsimos lmites que constituyen las premisas intelectuales de esta importante concepcin, no le falta fundamento legtimo. Ni la historia india, ni aun la egipcia, entran aqu en el crculo de la consideracin, pues la expresin historia universal significa, en boca de aquellos pensadores gnsticos, una accin nica, sobremanera dramtica, cuyo teatro fue el territorio entre la Hlade y Persia. En esa accin logra expresarse el sentimiento estrictamente dualista del universo, que es propio del oriental, y lo logra, no en sentido popular, como en la metafsica de ese mismo tiempo, por la oposicin de alma y espritu, sino en sentido peridico [16], vista como una catstrofe, como un bisel que separa dos edades, entre la creacin del mundo y el fin del mismo, prescindiendo de todos los elementos que no haban sido fijados, de una parte, por la literatura antigua, y, de otra, por la Biblia o por el libro sacro que hace las veces de la Biblia en el sistema de que se trate. En esta imagen del mundo aparecen la Edad Antigua y la Edad Moderna como la oposicin entonces tan obvia entre pagano y cristiano, antiguo y oriental, estatua y dogma, naturaleza y espritu; y esta oposicin se alarga y se transforma en una concepcin temporal, en un proceso de superacin del uno por el otro. La transicin histrica adquiere los caracteres religiosos de una salvacin. Hllase esta concepcin, sin duda, fundada en nociones harto estrechas y provincianas; pero era lgica y perfecta en s, bien que adscrita a aquel territorio y a aquellos hombres, e incapaz de toda natural amplificacin.

Slo por acoplamiento adicional de una tercera poca nuestra Edad Moderna , en el territorio de Occidente, hase introducido en la imagen una tendencia de movimiento. La imagen oriental, con sus dos pocas contrapuestas, era inmvil, era una anttesis cerrada, permanentemente equilibrada, con una accin divina singular en el centro. Pero este fragmento de historia esterilizado as, fue recogido y sustentado por una nueva especie de hombres, y recibi de pronto sin que se diera cuenta nadie de lo extrao de tal mutacin una prolongacin en forma de una lnea que, partiendo de Homero o de Adn (las posibilidades se han aumentado hoy grandemente con los indogermanos, la edad de piedra y el hombre mono), pasaba luego por Jerusaln, Roma, Florencia y Paris, subiendo o bajando, segn el gusto personal del historiador, pensador o artista, que interpretaba la imagen tripartita con ilimitada libertad.

As, pues, a los conceptos complementarios de paganismo y cristianismo concebidos como sucesivas edades del mundo aadise luego el concepto finalizador de Edad Moderna, la cual, por su parte, tiene la gracia de no permitir una prosecucin del mismo mtodo, pues habindose alargado repetidas veces desde las Cruzadas, no parece ya capaz de nuevos estirones [17]. Sin declararlo, se pensaba que, pasadas la Edad Antigua y la Edad Media, empezaba algo definitivo, un tercer reino, en que algo haba de cumplirse, un punto supremo, un fin, cuyo reconocimiento ha ido atribuyndose cada cual a s mismo, desde los escolsticos hasta los socialistas de nuestros das. Y esta intuicin del curso de las cosas resultaba comodsima y siempre muy halagea para su descubridor. Sencillamente consista en identificar el espritu de Occidente con el sentido del universo. De una necesidad espiritual hicieron luego algunos grandes pensadores una virtud metafsica, convirtiendo, sin seria crtica previa, el esquema consagrado por el consensus omnium en base de una filosofa, y cargando a Dios la paternidad de su propio plan universal. El tres, nmero mstico de las viejas edades, tena algo de seductor para el gusto metafsico. Herder llam a la historia una educacin del gnero humano; Kant, una evolucin del concepto de libertad; Hegel, un desenvolvimiento del espritu universal; otros emplearon otros trminos. Pero todo el que supo introducir un sentido abstracto en los tres trozos absolutamente dados, crey que ya haba meditado bastante sobre la forma fundamental de la historia.

En el umbral mismo de la cultura occidental aparece la gran figura de Joaqun de Floris ( 1202) [18], primer pensador del calibre de Hegel, que deshace la imagen dualista de San Agustn y, lleno de un sentimiento verdaderamente gtico, opone el nuevo cristianismo de su tiempo, como tercer momento, a la religin del Viejo y del Nuevo Testamento: la edad del Padre, del Hijo y del Espritu Santo. Joaqun de Floris conmovi a los mejores de entre los franciscanos y dominicos, a Dante y a Santo Toms, y provoc una visin del mundo que poco a poco fue invadiendo todo el pensamiento histrico de nuestra cultura. Lessing, que muchas veces designa su propia poca, oponindola a la Antigedad, con el nombre de postmundo [19], tom la idea en los msticos del siglo XVI y la aplic a su Educacin del gnero humano, con las etapas de niez juventud, virilidad. Ibsen, que trat a fondo ese tema en su drama Emperador y Galileo en donde la idea gnstica del mundo surge encarnada en la figura del mago Mximo , no ha dado un paso ms all en su conocido discurso de Estocolmo de 1887. Por lo visto, la soberbia de los europeos occidentales exige que se considere su propia aparicin como una especie de final.

Pero la creacin del abad de Floris era una visin mstica que penetraba en los misterios del orden dado por Dios al universo. Al