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Os Guinness

El llamamiento

Cómo hallar y cumplir el propósito esencial de tu vida

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Publicaciones AndamioAlts Forns nº 68, sót. 1º08038 Barcelona. EspañaTel. (+34) 93 432 25 [email protected]

Publicaciones Andamio es la editorial de los Grupos Bíblicos Unidos en España, que a su vez es miembrodel movimiento estudiantil evangélico a nivel internacional (IFES), cuya misión es hacer discípulos ypromover el testimonio de Jesús en los institutos, facultades y centro de trabajo.

El llamamiento© Publicaciones Andamio, 20171ª edición abril 2017

The call© Os Guinness, 1998

Esta traducción de The call es publicada con el permiso de Thomas Nelson, una división de HarperCollinsChristian Publishing, Inc.

Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial sin la autorización de los editores.Traducción: Daniel Menezo

Diseño de arte de la colección: Sr y Sra WilsonMaquetación ebook: Sonia Martínez

Depósito Legal: B. 9827-2017ISBN: 978-84-947215-0-2

Impreso en UlzamaImpreso en España

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“Hace casi siete años, en una conversación personal con Os Guinness acerca decuál de sus libros entendía él que era más valioso traducir al español, recuerdoque no dudó ni un momento: El llamamiento. Hoy, después de haber leído yrevisado a fondo este libro, entiendo la clarividencia y la rotundidad de surespuesta.

Estamos delante de un libro que aborda uno de los temas esenciales para todosnosotros. Es un tema que tiene que ver con nuestra identidad, con nuestra razónde ser, con el significado y misión de nuestra vida. El autor lo hace desde unaprofunda cosmovisión bíblica, con un amplio conocimiento de la personalidadhumana y con una perspectiva de la historia biográfica, ilustrándolo conejemplos de personas que han sido claves”.

Francisco Mira, Secretario General de Grupos Bíblicos Unidos.

“Descubrir el propósito central de la vida y la vocación personal es una de lasmayores necesidades del ser humano. Constituye uno de los pilares de nuestraidentidad y viene a ser como el plan de ruta de la existencia. Nos permitirá unavida con sentido y, por tanto, en paz con uno mismo. En El llamamiento, OsGuinness aborda estos temas de forma profunda y práctica a la vez. ¡Recomiendosu lectura a todo aquel que quiera descubrir –o redescubrir– el sentido de la viday de su propia vida!”.

Pablo Martínez Vila, médico psiquiatra y escritor.

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Deo Optimo Maximo, y a C. J.

con amor y gratitud

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ÍNDICE

Prólogo a la serie

Agradecimientos

CAPÍTULO 1 – El porqué último

CAPÍTULO 2 –Se buscan buscadores

CAPÍTULO 3 – La pregunta inquietante

CAPÍTULO 4 – Todo el mundo, en todas partes, todo

CAPÍTULO 5 – Por él, a él, para él

CAPÍTULO 6 – Haz lo que eres

CAPÍTULO 7 – Tiempo para estar firmes

CAPÍTULO 8 – Deja que Dios sea Dios

CAPÍTULO 9 – Una audiencia de un solo Espectador

CAPÍTULO 10 – Lo mejor para él... todavía

CAPÍTULO 11 – ¿Se buscan responsables? ¡Yo!

CAPÍTULO 12 – El pueblo del llamamiento

CAPÍTULO 13 – Los seguidores del Camino

CAPÍTULO 14 – “Por la gracia de Dios, ahí va Dios”

CAPÍTULO 15 – ¿Y a ti qué te importa?

CAPÍTULO 16 – Más, más, más rápido, más rápido

CAPÍTULO 17 – La lucha contra el demonio del mediodía

CAPÍTULO 18 – Un mundo con ventanas

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CAPÍTULO 19 – Estoy fuera, y ahí me quedo

CAPITULO 20 – Una vida enfocada

CAPÍTULO 21 – Los soñadores del día

CAPÍTULO 22 – Retazos de luz divina

CAPÍTULO 23 – Piensa con gratitud

CAPÍTULO 24 – La locura del creyente

CAPÍTULO 25 – Ha llegado la hora

CAPÍTULO 26 – Última llamada

Iglesias y entidades colaboradoras de esta serie

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Prólogo a la serie

Un sermón hay que prepararlo con la Bibliaen una mano y el periódico en la otra.

Esta frase, atribuida al teólogo suizo Karl Barth, describe muy gráficamenteuna condición importante para la proclamación del mensaje cristiano: nuestracomunicación ha de ser relevante. Ya sea desde el púlpito o en la conversaciónpersonal hemos de buscar llegar al auditorio, conectar con la persona quetenemos delante. Sin duda, la Palabra de Dios tiene poder en sí misma (Hebreos4:12) y el Espíritu Santo es el que produce convicción de pecado (Juan 16:8),pero ello no nos exime de nuestra responsabilidad que es transmitir el mensajede Cristo de la forma más adecuada según el momento, el lugar y lascircunstancias.

John Stott, predicador y teólogo inglés, describe esta misma necesidad con elconcepto de la doble escucha. En su libro El Cristiano contemporáneo dice: Somosllamados a la difícil e incluso dolorosa tarea de la doble escucha. Es decir, hemos deescuchar con cuidado (aunque por supuesto con grados distintos de respeto) tanto a laantigua Palabra como al mundo moderno. (...). Es mi convicción firme que sólo enla medida en que sepamos desarrollar esta doble escucha podremos evitar los errorescontrapuestos de la falta de fidelidad a la Palabra o la irrelevancia.

La necesidad de la “doble escucha” no es, por tanto, un asunto menor. Dehecho tiene una clara base bíblica. Podríamos citar numerosos ejemplos, desde elrelevante mensaje de los profetas en el Antiguo Testamento -siempre encarnadoen la vida real- hasta nuestro gran modelo el Señor Jesús, maestro supremo enllegar al fondo del corazón humano. Jesús podía responder a los problemas, laspreguntas y las necesidades de la gente porque antes sabía lo que había en suinterior. Por supuesto, nosotros no poseemos este grado divino dediscernimiento, pero somos llamados a imitarle en el principio de fondo: cuantomás conozcamos a nuestro interlocutor, más relevante será la comunicación denuestro mensaje.

La predicación del apóstol Pablo en el Areópago (Hechos 17) constituye en

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este sentido un ejemplo formidable de relevancia cultural y de interacción con“la plaza pública”. Su discurso no es solo una obra maestra de evangelización aun auditorio culto, sino que refleja esta preocupación por llegar a los oyentes dela forma más adecuada posible. Esta es precisamente la razón por la que esta serielleva por nombre Ágora, en alusión a la plaza pública de Atenas donde Pablo noslegó un modelo y un reto a la vez.

¿Cómo podemos ser relevantes hoy? El modelo de Pablo en el ágora revela dosactitudes que fueron una constante en su ministerio: la disposición a conocer y aescuchar. Desde un punto de vista humano (aparte del papel indispensable delE.S.), estas dos cualidades jugaron un papel clave en los éxitos misioneros delapóstol. ¿Por qué? Hay una forma de identificación con el mundo que es buenay necesaria por cuanto nos permite tender puentes. El mismo Pablo lo expresa deforma inequívoca precisamente en un contexto de testimonio y predicación: Atodos me he hecho todo, para que de todos modos salve a algunos. Y esto hago porcausa del Evangelio (1 Corintios 9:22-23). Es una identificación que buscaahondar en el mundo del otro, conocer qué piensa y por qué, cómo ha llegadohasta aquí tanto en lo personal (su biografía) como en lo cultural (sucosmovisión). Pablo era un profundo conocedor de los valores, las creencias, losídolos, la historia, la literatura, en una palabra, la cultura de los atenienses. Sabíacómo pensaban y sentían, entendía su forma de ser (Romanos 12:2). Talconocimiento le permitía evitar la dimensión negativa de la identificación comoes el conformarse (amoldarse), el hacerse como ellos (en palabras de Jesús, Mateo6:8); pero a la vez tender puentes de contacto con aquel auditorio tan intelectualcomo pagano.

Un análisis cuidadoso del discurso en el Areópago nos muestra cómo Pablopractica la “doble escucha” de forma admirable en cuatro aspectos. Son pasosprogresivos e interdependientes: habla su lenguaje, vence sus prejuicios, atrae suatención y tiende puentes de diálogo. Luego, una vez ha logrado encontrar unterreno común, les confronta con la luz del Evangelio con tanta claridad comoantes se ha referido a sus poetas y a sus creencias.

Finalmente provoca una reacción, ya sea positiva o de rechazo, reacción que esrespuesta natural a una predicación relevante.

Pablo era, además, un buen escuchador como se desprende de su intensaactividad apologética en Corinto (Hechos 18:4) o en Éfeso (Hechos 19: 8-9).

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Para “discutir” y “persuadir” se requiere saber escuchar. La escucha es unacapacidad profundamente humana. De hecho es el rasgo distintivo quediferencia al ser humano de los animales en la comunicación. Un animal puedeoír, pero no escuchar; puede comunicarse a través de sonidos más o menoselaborados, pero no tiene la reflexión que requiere la escucha. El escuchar noshace humanos, genuinamente humanos, porque potencia lo más singular en lacomunicación entre las personas. Por ello hablamos de la “doble escucha” comouna actitud imprescindible en una presentación relevante del Evangelio

Así pues, la lectura de la Palabra de Dios debe ir acompañada de una lecturaatenta de la realidad en el mundo con los ojos de Dios. Esta doble lectura(escucha) no es un lujo ni un pasatiempo reservado a unos pocos intelectuales.Es el deber de todo creyente que se toma en serio la exhortación de ser sal y luzen este mundo corrompido y que anda a tientas en medio de mucha oscuridad.La lectura de la realidad, sin embargo, no se logra solo por la simple observación,sino también con la reflexión de textos elaborados por autores expertos. Por elloy para ello se ha ideado esta serie. Los diferentes volúmenes de Ágora vandestinados a toda la iglesia, empezando por sus líderes. Con esta serie de librosqueremos conocer nuestra cultura, escucharla y entenderla, reconocer, celebrar ypotenciar los puntos que tenemos en común a fin de que el Evangelio iluminelas zonas oscuras, alejadas de la luz de Cristo.

Es mi deseo y mi oración que el esfuerzo de Editorial Andamio con esteproyecto se vea correspondido por una amplia acogida y, sobre todo, unprofundo provecho de parte del pueblo evangélico de habla hispana. Estamosconvencidos de que la Palabra antigua sigue siendo vigente para el mundomoderno. Ágora es una excelente ayuda para testificar con la Biblia en una manoy “el periódico” en la otra.

Pablo Martínez Vila

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Agradecimientos

Después de haber reflexionado sobre la idea y los problemas del llamamientodurante más de treinta años, estoy en deuda con más personas de las que puedamencionar. Pero estoy especialmente agradecido a las siguientes:

William Perkins, cuyo Treatise of the Vocations or Callings of Men (1603)me introdujo en este tema.

Francis y Edith Schaeffer, cuyo ejemplo, amor y guía fueron esenciales en elperiodo en que yo descubrí mi llamamiento.

Gary Wilburn, que en aquel momento pertenecía a la Bel Air PresbyterianChurch, y que fue el primero en invitarme a hablar sobre este tema.

Al MacDonald y la junta de Trinity Forum, quien me animó a apartar eltiempo necesario para plasmar sobre el papel estas ideas.

Dick Ohman, Peter Edman, Margaret Gardner, Kyle Loveless, Amy Pye yDebi Siler, mis colegas de Trinity Forum, cuyo ánimo y apoyo en la redacciónfueron tan prácticos como incansables.

Debi Siler, cuya ayuda para transcribir el manuscrito fue optimista, impecable einfatigable.

Robert Wolgemuth, Kip Jordon, Joey Paul, Lela Gilbert, Laura Kendall y JanetReed, cuyos soberbios dones y profesionalidad hicieron que la edición y lapublicación de este libro fueran tan agradables e indoloras como podía desear.

Margaret Gardner, David Melvin, David Powlison y David Wells, cuyarespuesta crítica y exhaustiva al primer borrador de este libro fue valiosísima paralibrarme de errores y para mejorar la versión final.

Doug y Ann Holladay, Bob y Diane Kramer, Skip y Barbara Ryan, Bud y JaneSmith y Ralph y Lynne Veerman, cuya amistad, sobre todo durante los días másdifíciles de mi viaje, ha sido indescriptible e impagable.

Jenny y C. J., mi familia y mis socios más cercanos en el viaje.Y a aquel ante quien simplemente estoy, Seulement, toujours, partout, malgré

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tous et malgré tout, et pour toujours. Soli Deo Gloria.

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CAPÍTULO 1

El porqué último

“Como saben, he tenido mucha suerte en mi carrera profesional y he ganadomucho dinero, mucho más de lo que había soñado jamás, mucho más de lo quepodré gastarme en la vida, mucho más de lo que necesita mi familia”. Quiendecía estas palabras era un destacado empresario durante una conferenciacelebrada cerca de la Universidad de Oxford. En su rostro se leía la firmeza de sudeterminación y de su carácter, pero una vacilación momentánea le traicionócon algunas emociones más profundas ocultas tras la firmeza externa. Por sumejilla bronceada se deslizó lentamente una lágrima.

“Para serles sincero, una de mis motivaciones para ganar tanto dinero erasencilla: disponer de dinero para contratar a personas y pedirles que hicieran loque yo no quiero hacer. Pero hay una cosa para la que jamás he podido contratara nadie para que la haga en mi lugar: encontrar mi propósito y realizarme comopersona. Daría lo que fuera por averiguarlo”.

Durante más de treinta años como conferenciante y en incontablesconversaciones que he mantenido por todo el mundo, he comprobado que estetema surge con más frecuencia que cualquier otro. En determinados momentoscada uno de nosotros se plantea esta pregunta: ¿cómo puedo encontrar elpropósito central de mi vida? Hay otras preguntas que, por lógica, anteceden aesta e incluso son más profundas, como por ejemplo “¿quién soy?”, “¿cuál es elsentido de la propia vida?”. Pero hoy en día hay pocas preguntas que se formulencon mayor volumen e insistencia que la primera. Como somos modernos,andamos a la búsqueda del éxito. Deseamos marcar la diferencia; anhelamosdejar un legado. Tal como lo expresó Ralph Waldo Emerson, deseamos “dejarun mundo un poco mejor”. Nuestra pasión se centra en saber que cumplimos elpropósito por el que estamos en este mundo.

Todos los otros baremos que miden el éxito (la riqueza, el poder, la posiciónsocial, el conocimiento, las amistades) se vuelven huecos y superficiales si no

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satisfacemos ese anhelo más profundo. En algunos casos, esa vaciedad lleva a loque Henry Thoreau describió como “vidas de silencioso desespero”; para otraspersonas, la vaciedad y la falta de sentido se profundizan convirtiéndose en unadesesperación más aguda. En un borrador temprano de Los hermanos Karamazov,de Fiodor Dostoievski, el Inquisidor hace una descripción espantosa de lo que lesucede al alma humana cuando duda de su propósito: “Pues el secreto del ser delhombre no es solo vivir... sino vivir por un motivo definido. Si no cuenta con unconcepto firme de su propósito en la vida, el ser humano no la aceptará ypreferirá destruirse antes que permanecer en la Tierra...”.

Llámalo El bien mayor (summum bonum), el fin último, el sentido de la vida ocomo te apetezca. Pero para descubrir y cumplir el propósito de nuestras vidasdisponemos de incontables vías en todos los momentos de la vida:

Los adolescentes lo sienten cuando el mundo de la libertad fuera del hogar y elinstituto de secundaria les presentan una vertiginosa batería de opciones.

Los licenciados se enfrentan a él cuando la emoción del paradigma “el mundoes mi territorio” se enfría al pensar que decantarse por algo supone renunciar aotras cosas.

Los treintañeros lo descubren cuando su trabajo cotidiano adopta su propiarealidad bruta sin tener en cuenta las consideraciones previas sobre los deseos desus padres, las modas de sus compañeros, y el atractivo del sueldo y la posibilidadde un ascenso.

Las personas de mediana edad lo ven cuando la diferencia entre sus dones y sutrabajo les recuerda diariamente que no encajan donde están. ¿Puedenimaginarse “haciendo lo mismo durante el resto de sus vidas”?

Las madres lo sienten cuando sus hijos crecen, y se preguntan qué propósitosuperior llenará el vacío en la siguiente etapa de sus vidas.

Las personas de cuarenta y cincuenta años que han tenido un éxito resonantese topan de repente con el problema cuando sus progresos suscitan preguntassobre la responsabilidad social de su éxito y, aún más profundamente, sobre elpropósito de sus vidas.

La gente se encuentra este obstáculo en todas las diversas transiciones de lavida, desde el cambio de vivienda hasta la búsqueda de un trabajo nuevo, desde

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los problemas matrimoniales hasta las crisis de salud. Nos da la sensación de queel proceso para asimilar esos cambios es peor y dura más tiempo que los propioscambios, porque la transición desafía nuestro sentido del significado personal.

Las personas de más edad a menudo vuelven a experimentar esto. ¿En quéconsiste de verdad la vida? Sus éxitos ¿fueron reales?

¿Valió la pena la inversión? Después de ganar todo un mundo, por grande opequeño que sea, ¿hemos vendido baratas nuestras almas y hemos perdido elverdadero objetivo? Como escribió Walker Percy, “puedes sacar sobresaliente entodo y suspender en la vida”.

Este tema, la cuestión del propósito de su vida, es lo que motivó al pensadordanés Soren Kierkegaard en el siglo XIX. Era muy consciente de que el propósitopersonal no es una cuestión filosófica ni una teoría. No es algo puramenteobjetivo y no se hereda. Muchos científicos poseen un conocimientoenciclopédico del mundo, muchos filósofos pueden escudriñar vastos sistemas depensamiento, muchos teólogos pueden sondear las profundidades de la religión ymuchos periodistas pueden hablar, aparentemente, de cualquier tema. Pero todoesto es teoría y, si no media un sentido del propósito personal, es vanidad.

En lo profundo de nuestros corazones, todos queremos encontrar y satisfacerun propósito más grande que nosotros mismos. Solo ese propósito mayor nospuede inspirar para que lleguemos a alturas que nunca podríamos alcanzar pornuestra cuenta. Para cada uno, el propósito real es personal y apasionado:descubrir para qué estamos aquí, y por qué. Kierkegaard escribió en sus Diarios:“La cuestión es comprenderme a mí mismo, descubrir qué quiere Dios que yohaga; la cuestión es encontrar una verdad que sea cierta para mí, encontrar laidea por la que pueda vivir y morir”.

En nuestros tiempos esta pregunta es urgente en las zonas más modernizadasdel mundo, y hay una sencilla razón para que lo sea. Han convergido tresfactores que inducen la búsqueda de sentido sin precedentes en la historiahumana. Primero, la búsqueda del propósito de la vida es una de las cuestionesmás profundas de nuestra experiencia como seres humanos. Segundo, laexpectativa de que todos podemos tener vidas con propósito se ha visto más queimpulsada por la oferta que hace la sociedad moderna de las máximasalternativas de decisión y de cambio en todo lo que hacemos. Tercero, la

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consecución de la búsqueda de propósito se ve obstaculizada por un hechosorprendente: de entre más de una veintena de grandes civilizaciones a lo largode la historia, la civilización occidental contemporánea es la primera que no tieneuna respuesta consensuada a la pregunta de cuál es el sentido de la vida. Enconsecuencia, este tema se ve sumido en una ignorancia, una confusión y unanhelo superiores a los de casi cualquier otro momento de la historia. Elproblema es que, en nuestra calidad de personas modernas, tenemos demasiadoque vivir y demasiado poco por lo que hacerlo. Algunos sienten que tienen eltiempo, pero no el dinero suficiente; otros sienten que disponen de dinero, peroles falta tiempo. Pero la mayoría de nosotros, en medio de la abundancia debienes materiales, padece la pobreza espiritual.

Este libro es para todos aquellos que anhelan encontrar y cumplir el propósitode sus vidas. Sostiene que este propósito se puede hallar solamente cuandodescubrimos el propósito concreto por el que fuimos creados y al que somosllamados. Responder el llamado de nuestro Creador es “el porqué último” de laexistencia, el origen más elevado del propósito en la existencia humana. Apartede ese llamado, toda esperanza de encontrar un propósito (como la teoría quesostienen algunos sobre pasar “del éxito a la trascendencia”) acabará en nada. Sinduda, este llamamiento no es lo que normalmente pensamos que es. Hay quesacarlo de entre los escombros de la ignorancia y de la confusión. Y, por muchoque nos moleste, a menudo contradice directamente nuestras inclinacioneshumanas. Pero no hay nada que no sea el llamado de Dios que puedafundamentar y satisfacer el deseo humano más sincero de encontrar unpropósito.

Cada día que pasa es más evidente la insuficiencia de otras respuestas. Elcapitalismo, a pesar de toda su creatividad y su productividad, se queda cortocuando se enfrenta a responder a la pregunta “¿por qué?”. Por sí solo careceliteralmente de sentido, porque no es más que un mecanismo, no una fuente designificado. Lo mismo pasa con la política, la ciencia, la psicología, laadministración, las técnicas de autoayuda y todo un arsenal de teorías modernas.Se les puede aplicar lo que Tolstói escribió sobre ellas: “La ciencia no tienesentido porque no da respuesta a nuestra pregunta, la única pregunta que esimportante para nosotros: ¿qué haremos y cómo viviremos?”. Sin búsqueda depropósito no hay respuesta, y ninguna respuesta es más profunda y satisfactoriaque la que demos a esa pregunta.

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¿Qué quiero decir con “llamamiento”? Por ahora, baste decir que,sencillamente, el llamamiento es la verdad de que Dios nos llama para sí de unaforma tan decisiva que todo lo que somos, todo lo que hacemos y todo lo que tenemoslo invertimos, con una devoción y un dinamismo especiales, en una vida que es unarespuesta a su convocatoria y en el servicio.

Esta verdad (el llamamiento) ha sido una fuerza propulsora en muchos de losgrandes “saltos adelante” de la historia mundial: la constitución de la naciónjudía en el monte Sinaí, el nacimiento del movimiento cristiano en Galilea y laReforma del siglo XVI, con el impulso incalculable que esta prestó a lainauguración del mundo moderno, por mencionar solo unos pocos. No es deextrañar que el redescubrimiento del llamado tenga hoy una importancia crítica,sobre todo para satisfacer la pasión que sienten por el propósito de la vida losmillones de personas modernas que se embarcan en su búsqueda.

¿Para quién está escrito este libro? Para todos los que busquen semejantepropósito. Para todos, creyentes o buscadores, que estén abiertos al llamado de lapersona más influyente de toda la historia, Jesús de Nazaret. En concreto, estelibro va destinado a aquellos que saben que el origen de su propósito debetrascender las esperanzas más elevadas de autoayuda del humanismo, y queanhelan que su fe tenga integridad y eficacia frente a todos los retos que leplantea el mundo moderno.

Permíteme que te hable personalmente. Durante los últimos 25 años he escritoalgunos libros, pero ninguno de ellos me ha quemado con un fuego tan intensoo tan duradero como lo ha hecho este. La verdad del llamamiento ha sido tanimportante para mi viaje de fe como cualquier verdad contenida en el evangeliode Jesús. Cuando empecé a seguir a Jesús hubo otros que estuvieron a punto dedesviarme hacia esferas laborales que, según creían, eran más dignas para todo elmundo e idóneas para mí. Me dijeron que, si me comprometía de verdad,tendría que formarme para ser ministro de culto o misionero. (En el capítulo 4analizaremos esta falacia del “servicio religioso a tiempo completo”). Cuandoentendí en qué consiste el llamado, me liberé de la enseñanza bienintencionadapero errónea de esas personas, poniendo mis pies en el camino que Dios hatrazado para mí.

Entonces no lo sabía, pero el principio de mi búsqueda (y la génesis de estelibro) se localizó en una conversación casual que mantuve en la década de 1960,

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en una época en que aún no había gasolineras de autoservicio. Acababa de llenarel depósito de gasolina y disfruté de una estupenda conversación con elempleado que me atendió. Cuando giré la llave y el Austin Seven (de cuarentaaños) se puso en marcha con un rugido, de repente me vino a la mente unpensamiento que tuvo la fuerza de un terremoto: aquella era la primera personaque no era miembro de mi iglesia con la que había hablado esa semana. Corría elpeligro de enclaustrarme en un gueto religioso.

Como recibía presiones de todas partes que decían que, dado que me habíaconvertido, mi futuro debía encontrarse en el ministerio, me había presentadovoluntario para trabajar durante nueve meses en una iglesia muy conocida... yfue una época espantosa. Para ser justo, diré que admiraba al pastor y a losmiembros de la congregación, y que disfruté de buena parte de mi ministerio.Pero no era yo. Sentía pasión por vincular mi fe con el emocionante mundosecular y en vías de expansión de la Europa de los años 60, pero el ministerio nodejaba apenas opciones para seguir esa vía. Bastaron diez minutos deconversación con el agradable empleado de una gasolinera en Southampton,Inglaterra, una hermosa tarde de primavera, para saber de una vez por todas queyo no estaba hecho para ser ministro de culto.

No hace falta que diga que admitir quiénes no somos no es más que el primerpaso para saber quiénes somos. Huir de un falso sentido de propósito suponeuna liberación si conduce a uno verdadero. El periodista Ambrose Bierce sequedó a medio camino: “Un día, cuando tenía veintitantos años”, escribió,“llegué a la conclusión de que no era poeta. Fue el momento más amargo de mivida”.

Al echar la vista atrás, a aquellos años desde mi conversación en la gasolinera,entiendo que aquel llamamiento fue algo positivo para mi vida, no negativo. Alliberarme de lo que “no era yo”, el descubrimiento de mi llamado me permitiódescubrir lo que era. Después de luchar con la estimulante saga de losllamamientos a lo largo de la historia, y de haber aceptado el reto del llamadoindividual que me hizo Dios, esta verdad me domina por completo. Elllamamiento de Dios se ha convertido en un faro confiable en mi horizonte, y enuna hoguera rugiente en mi interior, a medida que procuraba encontrar micamino y superar los retos de los momentos extraordinarios en los que vivimos.Los capítulos siguientes no son académicos ni teóricos: los he forjado en el

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yunque de mi propia experiencia.

¿Anhelas descubrir tu propio sentido de propósito y de plenitud? Permítemeser franco: en este libro no encontrarás “un resumen ejecutivo de una página”,un manual “hágalo usted mismo”, “un programa de doce pasos” o “un plan dejuego” prefabricado para gestionar el resto de tu vida. Lo que encontrarás quizáte encamine hacia una de las verdades más poderosas y realmente impresionantesque jamás ha cautivado el corazón humano.

Alexis de Tocqueville subrayó: “En épocas de fe, el objetivo último de la vidase sitúa más allá de ella”. Esto es lo que hace el llamamiento. Jesús dijo:“Sígueme”, hace dos mil años, y alteró el curso de la historia. Por eso elllamamiento proporciona esa palanca de Arquímedes con la que la fe mueve elmundo. Por eso el llamamiento es la motivación más profunda de la experienciahumana, el Porqué último para vivir en la historia. El llamamiento empieza yremata esas eras y esas vidas de fe al poner el objetivo último de la vida más alládel mundo, donde siempre debió estar. Responder al llamamiento es la manerade descubrir el propósito central de tu vida y alcanzarlo.

¿En tu vida tienes una razón para existir, un sentido de propósito centrado? ¿Oquizá tu vida es el producto de resoluciones volubles y del efecto de una hueste defuerzas externas? ¿Quieres trascender el éxito para llegar al significado último? ¿Tehas dado cuenta que la confianza en uno mismo siempre se queda corta, y que lassoluciones que niegan el mundo al final no proporcionan ninguna respuesta? Escuchaa Jesús de Nazaret; responde a su llamado.

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CAPÍTULO 2

Se buscan buscadores

Solo tenía 64 años, pero, magullado por las vicisitudes de la vida, aparentabamás de setenta. Cerca ya del final de su vida, lejos de su Italia iluminada por elsol, llevando la carga de la desintegración irreparable de su mejor obra maestra, ymeditando sobre los grandes fracasos de su vida, fue presa de la melancolía.Tomó una hoja de papel y, quizá garabateando sin propósito alguno, dibujó unaserie de pequeños rectángulos. Cada uno representaba una de las grandesempresas de su vida, los sueños y las aspiraciones que habían inspirado su edadadulta como el mayor artista de su generación y, probablemente, el inventor másversátil y creativo de todos los tiempos.

Primero dibujó los pequeños rectángulos en vertical. Pero entonces, como silos hubiera empujado, los dibujó volcándose unos sobre otros, como una fila defichas de dominó. Debajo escribió: “Uno empuja al otro. Estos pequeñosbloques representan la vida y los esfuerzos de los hombres”.

Conociendo su historia, ¿quién podría culpar a Leonardo da Vinci? Fuerte,atractivo, con talento, con gran confianza en sí mismo y ambicioso, habíaempezado su vida dotado de una seguridad extraordinaria unida a una modestiarefrescante. Cuando era joven y vivía en Florencia, incluso copió en su diarioestos versos:

Que aquel que no puede hacer lo que anhelaAnhele hacer lo que pueda. Desear es necedadCuando no hay fuerza para ello. Es sabio el hombreQue, cuando no puede, no desea poder.

Pero da Vinci pronto dejó atrás esa modestia precavida. Durante toda su vidaadulta, ya fuese en Florencia, Milán, Roma o Francia, se volcó en ampliar loslímites de sus capacidades. Algunos dirían que simplemente ejemplificó la vidadura de los artistas entre las rivalidades, envidias y favoritismos del mundo delRenacimiento y sus mecenas. Tal como escribió Giorgio Vasari, artista ehistoriador renacentista: “Florencia trata a sus artistas como el tiempo a sus

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criaturas: los crea y luego, lentamente, los destruye y los consume”.

Otros, antes y después, dijeron que da Vinci hubiera sido más inteligente si sehubiese concentrado en algunos talentos en lugar de en todos los que quisoabarcar. Dijeron que esa falta de concentración fue el motivo de que “pospusieracosas”, mientras otros, como Miguel Ángel, “creaban”. El papa León X hizo uncomentario despectivo de da Vinci: “este hombre no hará nada en la vida,porque piensa en el final antes de empezar”. El propio Vasari lamentó que daVinci no se hubiera limitado a la pintura en lugar de dedicarse a sus numerososinventos que se avanzaron a su tiempo años, y a veces incluso siglos.

Pero el verdadero problema estribaba en otra parte. El creador de obrasmaestras tan maravillosas como La última cena y La Gioconda era un buscadorapasionado, que tenía una sed insaciable de conocimientos, y era consciente entodo momento de la naturaleza evanescente del tiempo. Pero los talentoscreativos de da Vinci, su ardiente búsqueda del conocimiento y su consciencia dela brevedad de la vida, convergieron para dar pie a la sensación aplastante de quela búsqueda de la perfección era una imposibilidad trágica. Siempre abocaba a“muy poco tiempo, muchas cosas pendientes”. Nunca lograba realizar más queuna pequeña parte de todo lo que había vislumbrado su mente extraordinaria.

Unos meses antes de que da Vinci falleciese, en 1519, regresó a la Iglesia deSanta Maria delle Grazie en Milán, donde descubrió que la humedad ya estabamalogrando su fresco de La última cena. Las mejores obras maestras del genioquedaron inacabadas, destruidas o en proceso de destrucción ya en vida deLeonardo. No pudo por menos que llegar a la triste conclusión de que nadieaprovechaba su vastísimo conocimiento y sus inventos extraordinarios, y que susvoluminosos escritos permanecían inéditos e inaccesibles. Un día, poco antes demorir en el palacio real de Cloux, en el valle del Loira, escribió en su diario, conuna caligrafía inusitadamente pequeña (como si un escritor comentara algo quele avergonzaba): “No debemos desear lo imposible”.

Una parte significativa de la grandeza del espíritu humano puede apreciarse ennuestra búsqueda apasionada del conocimiento, la verdad, la justicia, la belleza,la perfección y el amor. Al mismo tiempo, pocas cosas hay tan angustiosas comolas historias de los máximos buscadores que se quedaron cortos. Los magníficosfracasos de Leonardo da Vinci señalan a un punto de entrada muy personal quelleva a la maravilla del llamamiento: cuando para satisfacer una búsqueda es

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necesario algo más que la búsqueda humana, el llamamiento sugiere que lo que sebuscan son buscadores.

Historia de dos amoresHoy día está de moda el término buscador. Esta tendencia es lamentable,

porque el uso superficial que le damos oculta su verdadera importancia. Condemasiada frecuencia se usa buscador para describir a las personas que, en elplano espiritual, intentan despegarse del mundo occidental. En este sentido tanamplio, los buscadores son quienes no se identifican como cristianos, judíos,musulmanes, ateos, etc., y que no asisten ni pertenecen a ninguna iglesia,sinagoga, mezquita o lugar de culto.

Tales buscadores no suelen buscar nada en concreto. A menudo sonvagabundos, no buscadores, y apenas se diferencian de los consumidores quenavegan por los medios de comunicación y transitan por los centros comercialesdel mundo posmoderno. Sin comprometerse con nadie, inquietos y siempreabiertos, se los ha descrito adecuadamente como “predispuestos a la conversión”,y por consiguiente dispuestos por naturaleza a que los conviertan y reconviertanad nauseam, sin la convicción que detendría ese remolino incontrolado de susvidas y les permitiría asentarse en un lugar. A Simone Weil, filósofa judía yseguidora de Cristo, no le gustaba la arrogancia informal del término buscador.Con una reacción comprensible, escribió: “Puedo decir que en ningún momentode mi vida ‘he buscado a Dios’. Por este motivo, que probablemente seademasiado subjetivo, no me gusta esa expresión, que me suena a falsedad”.

Los verdaderos buscadores son distintos. Al conocerlos uno percibe supropósito, su energía, su integridad, su idealismo y su deseo de encontrar unarespuesta. En su vida hay algo que les ha despertado algunas preguntas, que lesha hecho ser conscientes de su sensación de necesidad, que les ha obligado aplantearse en qué punto de la vida se encuentran. Se han convertido enbuscadores porque algo ha acicateado su búsqueda de sentido, y tienen queencontrar una respuesta.

Los buscadores auténticos buscan algo. Son personas para quienes de repentela vida, o una parte de ella, se ha convertido en un interrogante, una pregunta,un problema o una crisis. Es una sensación tan intensa que les motiva a buscaruna respuesta más allá de sus respuestas presentes, y a clarificar su posición en la

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vida. Sea cual fuere la necesidad que surge, y les pida lo que les pida, a losbuscadores los consume la sensación de necesidad, que les impulsa en subúsqueda.

Tengamos en cuenta que “la sensación de necesidad” no justifica la creencia delas personas. La gente no llega a creer en las respuestas que buscan debido a sunecesidad; esto sería irracional, y expondría al creyente a la acusación de que la fees una muleta. Por el contrario, los buscadores dejan de creer en lo que antesaceptaban debido a nuevas preguntas que sus antiguas creencias no podíanresponder. En un momento posterior se responde a la pregunta de qué llegan acreer y por qué lo hacen. Tal como escribió el biógrafo de Malcolm Muggeridgehablando sobre la conversión de este gran periodista británico: “Mucho antes desaber lo que creía supo lo que no creía”.

Fijémonos también en que la propia búsqueda se puede abordar desde puntosde vista bastante distintos, y que estas diferencias afectan de manera crucial alresultado de la búsqueda. Con el paso de los años he hablado con numerososbuscadores y he observado cuatro paradigmas principales que estructuran subúsqueda. Para la mayoría, dos de ellas no son tan satisfactorias, y las otras dosmerecen que se las estudie mejor, pero solo una de ellas resulta plenamentesatisfactoria.

Una perspectiva poco convincente es la actitud que presentan personas conestudios, más liberales, que sostienen que la búsqueda lo es todo y que eldescubrimiento importa menos. Estas actitudes, que a menudo se expresan enfrases como “la búsqueda ofrece su propia recompensa” o “mejor viajar conesperanza que llegar a destino”, encajan bien con el escepticismo moderno sobrelas respuestas definitivas y con el gusto moderno por la tolerancia, la menteabierta, la ambigüedad y la ambivalencia.

Para un buscador serio, este punto de vista pronto demuestra su inutilidad.Una “mente abierta” puede ser una “cabeza hueca”, y la “tolerancia” puedeconfundirse totalmente con no creer en nada. Estos paradigmas no ayudan enabsoluto a encontrar respuestas honestas a preguntas sinceras e importantes.Pensar que “es mejor viajar con esperanza que llegar a destino” supone olvidarque el viaje con esperanza es aquel que tiene la expectativa de llegar a una meta oa un destino. Vivir condenado por uno mismo a viajar sin tener la esperanza dellegar a ninguna parte es el equivalente para el pensador moderno del “holandés

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errante”, condenado a navegar para siempre de un lado para otro.

El otro punto de vista poco satisfactorio es el antiguo paradigma del sur deAsia, que dice que el problema es el propio deseo. Este paradigma considera queel deseo no es algo positivo que puede torcerse, sino que es intrínsecamentenocivo. El deseo nos mantiene ligados al mundo del sufrimiento y del espejismo.Por consiguiente, la solución pasa no por satisfacer el deseo, sino apagarlo,trascendiéndolo por fin en el estadio de “extinción total” que se llama nirvana.Aunque este constructo oriental parece sofisticado, coherente y práctico dentrode su propio círculo de hipótesis, supone una negación radical del mundo.Como tal, tiene un atractivo inevitablemente limitado para una cultura queafirma el mundo tanto como lo hace la nuestra.

Así, tanto si son conscientes de ello como si no, los buscadores sinceros sealejan de estos enfoques insatisfactorios y prosiguen con su búsqueda siguiendouno de los dos paradigmas opuestos del amor que han conformado el peregrinajeoccidental durante los últimos tres mil años.

Un aspecto del amor es el camino del eros. Presenta la búsqueda como “el granascenso” de la humanidad hacia su meta deseada. Para los griegos en concreto, ypara el mundo antiguo en general, el eros era el amor como deseo, anhelo oapetito, suscitado por las cualidades atractivas del objeto de su deseo, ya fuera elhonor, el reconocimiento, la verdad, la justicia, la belleza, el amor o Dios. Porconsiguiente, buscar es anhelar amar, y por tanto dirigir el deseo y el amor de lapersona hacia un objeto que, cuando se posee, se espera que otorgue la felicidad.Desde este punto de vista, buscar es amar lo que resulta deseable, que lleva aposeerlo y por tanto a ser feliz. Y es que la experiencia demuestra que “todosqueremos ser felices”, como dijo Cicerón en Hortensio, y el razonamiento normalseñala que la mayor felicidad radica en poseer el mayor bien.

La visión rival de este amor es el agape, que entiende que el secreto de labúsqueda es “el gran descenso”. El amor busca al buscador, no porque este seadigno de amor sino, simplemente, porque la naturaleza del amor es amarindependientemente de la dignidad o del mérito del amado. Este punto de vistaencaja con los paradigmas oriental y griego, que sostienen que el deseoconstituye la esencia de la existencia humana. Pero sigue la visión griega y difierede la oriental al creer que el propio deseo es (o puede ser) bueno, no malo. Lalegitimidad del deseo depende de la legitimidad del objeto que se desea. Todos

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los seres humanos se parecen en el sentido de que todos buscan la felicidad.Discrepan en función de los objetos que buscan y respecto a la intensidad quedeben aplicar para alcanzar lo que desean.

El camino del agape es el que expuso Jesús. Se diferencia de la vía del eros endos sentidos: los objetivos y los medios empleados en la búsqueda. Primero, elcamino del agape dice: “Sin duda, ama, y desea también, pero piensacuidadosamente en qué es lo que amas y qué es lo que deseas”. Quienes siguen eleros no andan errados al desear la felicidad, pero sí al pensar que la felicidad seencuentra donde la buscan. El mero hecho de que los humanos sientan deseos esprueba de que somos criaturas. Incompletos por nosotros mismos, deseamos loque creemos que nos falta para completarnos.

Dios es el único que no necesita nada fuera de sí mismo, porque constituye elmáximo y el único bien permanente. De modo que todos los objetos quedeseemos fuera de Dios son tan finitos e incompletos como lo somos nosotros y,por consiguiente, si los convertimos en objetos de deseo últimos, nosdecepcionarán.

Nuestro deseo humano puede desvirtuarse de dos maneras: cuando dejamos dedesear cosas fuera de nosotros mismos y nos creemos el patético espejismo deque nos bastamos a nosotros mismos, o cuando deseamos cosas como la fama, lariqueza, la belleza, la sabiduría y el amor humano, que son tan finitas comonosotros y, por lo tanto, indignas de nuestra devoción absoluta.

La vía del agape insiste en que, dado que la satisfacción y el verdadero repososolo pueden hallarse en el bien máximo y más duradero, toda búsqueda inferior ala búsqueda de Dios solo aporta inquietud. Esto es lo que quería decir sanAgustín con su famoso dicho en el libro primero de sus Confesiones: “Tú nos hascreado para ti, y nuestros corazones no encuentran reposo hasta que lo hallan enti”.

Segundo, el camino del agape se diferencia de la vía del eros en lo relativo almedio de la búsqueda. Si se plantea la distancia entre la criatura y el Creador,¿puede algún buscador al estilo de da Vinci (por muy dedicado, brillante,virtuoso, incansable, por mucha genialidad que posea según los estándareshumanos) tener la esperanza de salvar ese abismo? Si somos realistas, la respuestaes que no. Sin Dios no podemos hallar a Dios. Sin Dios no podemos alcanzar a

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Dios. Sin Dios no podemos satisfacer a Dios, que es otra forma de decir quenuestra búsqueda siempre se quedará corta a menos que la gracia de Dios lainicie y que el llamamiento de Dios nos atraiga hacia él y complete la búsqueda.

Si hay que salvar el abismo, es Dios quien debe hacerlo. Si queremos desear elmáximo bien, este debe descender y conducirnos a él, para convertirse en unarealidad que deseamos. Desde este punto de vista, ni buscar ni encontrar tieneningún mérito. Todo es gracia. El secreto de buscar no radica en nuestro ascensohumano hacia Dios, sino en el descenso divino hasta nosotros. Empezamosbuscando y acabamos siendo hallados. Creemos que buscamos algo, ydescubrimos que Alguien nos encuentra. Usando la imagen famosa de FrancisThompson, “el sabueso celestial” nos ha seguido el rastro. Lo que nos lleva a casano es descubrir el camino que lleva a ella, sino el llamado del Padre, que llevatodo el tiempo esperándonos en el umbral, y cuya presencia convierte ese lugaren un hogar.

¿El ratón buscando al gato?La vieja historia del “buscador buscado” se ilustra claramente en el viaje hacia

la fe de C. S. Lewis, el filósofo y profesor de literatura de Oxford que se convirtióen el escritor religioso más respetado y leído del siglo XX. Lewis, quien más tardese definiría como “un ateo no practicante”, describió las circunstancias que lellevaron del ateísmo a la fe en Cristo.

Una fase crítica del primer movimiento se centró en las experiencias de Lewisde ser “sorprendido por la alegría”, descritas en su autobiografía del mismotítulo. De repente, sin previo aviso, las experiencias cotidianas y ordinariasactivaron en él lo que se esfuerza por llamar “recuerdo”, “sensación”, “deseo”,“anhelo” por algo inexpresable e indefinible. Como dijo él, tales experiencias secentraban en “un deseo insatisfecho que es en sí mismo más deseable quecualquier otra satisfacción”, hasta el punto de que no puede llamarlo felicidad oplacer, que dependen demasiado de las circunstancias o de los cinco sentidos;debe llamarlo “alegría”.

Más adelante, en su famoso ensayo “El peso de la gloria”, Lewis describió estosatisbos como “el deseo de nuestro propio país distante... el aroma de una flor queno hemos encontrado, el eco de una melodía que no hemos escuchado, lasnoticias de un país que aún no hemos visitado”.

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El impacto de estas experiencias indujo a Lewis a abandonar el ateísmo y leconvirtió en buscador. Cada episodio de verse “sorprendido por la alegría” fue, almismo tiempo, una contradicción y un anhelo. Las experiencias contradecían loque había creído antes, su ateísmo, porque socavaban su paradigma secular,naturalista, y señalaban más allá de este. También eran un anhelo por algonuevo, porque apuntaban a algo trascendente sin lo cual no podía encontrarsentido a esos anhelos que, de todos modos, no podía negar.

Fue más adelante, en el verano de 1929, cuando la búsqueda de C. S. Lewisllegó a su punto culminante. Lo chocante es que, aunque se había lanzado a subúsqueda con un compromiso intenso, seguía hablando de esa fase como “elmomento en que Dios me abordó”. Para su sorpresa e incluso terror, dijo él, derepente las cosas perdieron su carácter abstracto, teórico, individualista:

Al igual que los huesos secos retemblaron y se recompusieron en el terrible valle de Ezequiel, unteorema filosófico, respaldado por mi inteligencia, empezó a sacudirse y a despojarse de susudario, se puso de pie y se convirtió en una presencia viviente. Ya no se me permitió seguirjugando a la filosofía. Es posible que, como digo, aún fuera cierto que mi “espíritu” difería encierto sentido del Dios de la religión popular. Mi adversario ni siquiera tomó en cuenta estaobjeción, que se perdió en la banalidad más absoluta. No quiso discutir sobre ello. Se limitó adecir “Yo soy el Señor ; Soy el que soy ; Yo soy .

Las personas que son religiosas por naturaleza tienen dificultad en comprender el horror desemejante revelación. Los agnósticos afables hablan alegremente de “la búsqueda de Dios porparte del hombre”. Para mí, tal como era entonces, era como si hablasen de un ratón que andabuscando un gato.

Mirando atrás, recordando cómo su búsqueda culminó repentinamente con laconmoción de su propia derrota, Lewis comentó burlonamente: “En realidad,por mucho que un joven ateo proteja su fe, nunca es suficiente”.

Hoy día el término buscador a menudo se usa de cualquier manera.Afortunadamente, las experiencias que demandan su uso auténtico también vanen aumento. Hoy, cuando la incredulidad se ataca tanto como la creencia, ycuando las ortodoxias modernas recientes están tan sometidas al fuego enemigocomo las tradicionales, ha amanecido un día extraordinariamente nuevo para losverdaderos buscadores y las búsquedas auténticas. Pero para aquellos que hansido atraídos a vidas como las de da Vinci, aunque contando con la revelación delas imposibilidades trágicas de la búsqueda humana finita y carente de ayuda, laverdad del llamamiento ofrece consuelo y promesa. No solo contamos con lapromesa explícita de Jesús de que los buscadores encontrarán algo (“buscad y

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hallaréis”), sino también con su ejemplo directo que demuestra que alguienbusca a los propios buscadores. De hecho, desde los hombres sabios que lebuscaron en adelante, Jesús es el gran imán para los buscadores de toda lahistoria. Las palabras que dijeron en el Evangelio de Marcos a Bartimeo, elmendigo ciego que buscaba desesperado que Jesús lo sanara, son un mensaje deánimo de parte de Dios a todos los que buscan de verdad: “Ten confianza.Levántate, ven, te llama”.

¿Deseas conocer a Aquel a quien has buscado, sabiéndolo o no, como el verdaderohogar de tu corazón y tu único deseo auténtico? Escucha a Jesús de Nazaret; respondea su llamado.

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CAPÍTULO 3

La pregunta inquietante

Todos aquellos que fueron testigos de los sucesos perturbadores de 1989 y delcolapso del imperio soviético, conservarán sus propios recuerdos indelebles de loque se dio en llamar “el año del siglo”, es decir, el desmantelamiento exultantedel muro de Berlín, las flores que sobresalían con garbo de los cañones de lostanques soviéticos, y la demolición de las estatuas de Marx, Lenin y Stalin. Misrecuerdos favoritos son relatos e imágenes de “la revolución de terciopelo” enChecoslovaquia y, en concreto, de las manifestaciones masivas en la plazaWenceslas, en Praga, en noviembre de 1989, con aquellas respuestas espontáneasde las multitudes y los discursos cautivadores de una figura que se erguía en elbalcón presidencial, un hombre esbelto, de aspecto aniñado y con bigote,llamado Václav Havel.

Václav Havel se convirtió en el presidente de fama internacional de laRepública Checa libre. Pero su propia gente ya lo conocía bien por su faceta dedramaturgo, un escritor que decía las verdades al poder del totalitarismosoviético, y un disidente y portavoz fundador del manifiesto “Carta 77”.

Esta postura hizo que Havel fuera condenado a dos sentencias de cárcel; unaque, después de un juicio amañado, le llevó a pasar cuatro años y medio detrabajos forzados en una “institución correccional de primera categoría” en1979. Mientras estaba allí, Havel escribió Cartas a Olga, una serie de reflexionessobre la vida disfrazadas de cartas a su esposa. Cartas a Olga, autopublicadas casiinstantáneamente según el estilo samizdat1 ruso, se ha unido a las Cartas de amordesde la prisión de Dietrich Bonhoeffer (Segunda Guerra Mundial) y a Laconsolación de la filosofía de Boecio (siglo VI) como las tres epístolas carcelariasclásicas de Occidente.

Las cartas semanales de Havel, siempre estrictamente censuradas y sin quetuviera jamás la seguridad de que fueran a entregarse, fueron la única labor deescritura que se le permitió. Pronto empezaron a dotar de sentido a su

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permanencia en la cárcel. Más adelante escribió: “Las cartas me dieron laoportunidad de desarrollar una nueva manera de contemplarme a mí mismo y deexaminar mis actitudes ante las cosas fundamentales de la vida. Cada vez me vimás comprometido con ellas; dependía de ellas hasta el punto en que casi nadamás importaba”.

En aquellas cartas, Havel se posiciona como un héroe clásico inmerso en unabúsqueda. Está decidido a resistir todas las pruebas que el destino y la cárcelpongan en su camino. Pero pronto descubre que, aunque ha logrado dominar lasdificultades físicas propias de la cárcel, se enfrenta a la lucha mucho más arduaen busca del sentido de la vida. Al embarcarse en esta misión más peligrosa,Havel comenta sobre muchos temas, como la naturaleza de la fe y del fanatismo,y las tendencias deshumanizantes del mundo moderno. Pero hay un tema queaparece de forma recurrente y que se va ampliando hasta volverse un elementocrucial en las 144 cartas: la responsabilidad como la clave de la identidadhumana.

Para cada uno de nosotros, nuestra propia identidad tiene una importanciainsuperable. Independientemente de lo que piensen otros, digan lo que digan lasfilosofías del momento, y sin importar lo que sugieran los altibajos de la vida,intuitivamente actuamos y pensamos como si tuviéramos un valor supremo.Simone Weil habla por todos cuando escribe: “En este mundo no poseemosnada más que la capacidad de decir ‘yo’”. Pero, ¿por qué? Teniendo en cuentaque muchos millones de personas viven al mismo tiempo que nosotros, por nomencionar los incontables miles de millones que nos han precedido y que nosseguirán, ¿cómo podemos explicar esta intuición frente a todos losinconvenientes?

La convicción creciente de Havel es que “el secreto del hombre es el secreto desu responsabilidad”. Ninguno de nosotros llega a este mundo siendo completo, yninguno de nosotros tiene la sabiduría y la fortaleza necesarias para crearnos pornuestros propios esfuerzos. En lugar de eso, crecemos y maduramos cuandorespondemos a lo que llevamos dentro. Pero no nos limitamos a reaccionar anteotros o ante la sociedad, y mucho menos ante factores internos como laconciencia o los genes. Tales respuestas son relativamente triviales. En nuestromomento más elevado y humano respondemos a todo lo que hay más allá delmundo y de la propia vida.

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Havel sostiene que solo al responder y ser responsable puede una persona“mantenerse sobre sus dos pies”. Luego expone la conclusión a la que le hallevado su reflexión: “Yo diría que la responsabilidad por uno mismo es uncuchillo que usamos para tallar nuestros rasgos inimitables en el panorama delSer; es la pluma con la que escribimos en la historia del Ser ese relato de lacreación flamante del mundo que es siempre cada nueva existencia humana”.

¿Un cuchillo para tallar nuestra efigie en la realidad? ¿Una pluma para escribirnuestras historias en el rollo de la historia? Las imágenes que usa Havel parahablar del poder de la responsabilidad son vívidas, y luego pasa a describir estavisión responsable de la vida humana como una conversación entre el “yo” y el“ojo”; el “yo” como nos vemos a nosotros mismos y el “ojo” detrás de todoaquello a lo que respondemos. En otros lugares emplea la metáfora de una “voz”que nos llama. Pero es consciente de que esto suscita una pregunta. “Laresponsabilidad humana, tal como sugiere la propia expresión, es unaresponsabilidad ante algo. Pero, ¿ante qué? ¿Cuál es ese factor omnipresente,omnipotente de la autoridad, al que no se puede engañar, y dónde reside enrealidad?”.

Aquí Havel vacila y padece. Si tanto depende de la responsabilidad, entonceses infinitamente importante ante qué o ante quién respondemos. Es evidente queese “ojo” o esa “voz” están por encima de la consciencia y son más urgentes quelos amigos íntimos y las autoridades públicas. En realidad, se dedica a tantear deun lado a otro e insiste en que ese factor es “alguien eterno, que por medio de símismo me hace también eterno... alguien con quien estoy totalmenterelacionado y por quien, en última instancia, yo haría cualquier cosa. Al mismotiempo, ese ‘alguien’ me interpela directa y personalmente”.

“Pero, ¿quién es? ¿Dios?”. Havel no acepta del todo esa conclusión. Peroadmite que “por primera vez en mi vida me planté (si se me puede permitirsemejante comparación) directamente en el estudio del Señor Dios en persona”.Lamentablemente para las cartas, pero afortunadamente para él, Václav Havel nopermaneció mucho tiempo más en la cárcel, de modo que las epístolas son unaconversación interrumpida abruptamente cuando fue puesto en libertad, ycontienen pocas conclusiones definidas. Pero su lucha revela una profundacontradicción y un anhelo dentro del pensamiento contemporáneo.

Por un lado, cada identidad humana asume y requiere responsabilidad. Como

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dice Havel: “La responsabilidad establece la identidad, pero no somosresponsables gracias a ella; no, tenemos identidad porque somos responsables”.Por otro lado, el concepto de la responsabilidad y el debate sobre los “llamados”son desconcertantemente someros a menos que haya algo o Alguien ante quienseamos responsables, o respondientes, ante quien podamos responder. A menosque haya un Llamante, no hay llamado que valga.

La cuestión biográficaVáclav Havel es un caso infrecuente entre los líderes políticos del mundo

moderno. Pero sus preguntas apasionadas se hacen eco de dilemas parecidos,aunque en niveles inferiores. En su conjunto, esas luchas subrayan otro punto deentrada profundamente personal en la detección de la importancia que tiene laverdad del llamamiento: el concepto del llamamiento, o la vocación, es esencial paracada uno de nosotros, porque aborda la búsqueda moderna del fundamento de laidentidad individual, y la comprensión de la propia naturaleza humana.

Una parte de nuestra crisis de identidad contemporánea se puede resumirdiciendo que las personas modernas se ven asediadas por una pregunta biográficaineludible: ¿quién soy yo? Desde las portadas de las revistas a los divanes de lospsiquiatras, pasando por los seminarios populares, estamos rodeados derespuestas autoproclamadas a esta pregunta. Pero muchas personas se sienteninsatisfechas con las respuestas ofrecidas porque estas padecen una deficienciaespantosa: no explican lo que para cada uno de nosotros es la esencia de nuestroanhelo, a saber, saber por qué somos todos únicos, totalmente excepcionales y,por consiguiente, importantes como seres humanos.

Hace unos años salí del apartamento de un amigo situado en el Upper EastSide de Manhattan y me encontré con un hombre de unos veintitantos añosque, con mirada penetrante, estaba a la puerta de lo que luego resultó que era laconsulta de su psiquiatra. Estaba dando golpes a la estilizada mesa del teléfonoque estaba en el pasillo y profería toda una sarta de maldiciones. “Cada vez queveo a ese hombre me clava sus categorías como una mariposa en un expositor deinsectos”.

Pensé que, con unos pensamientos como ese, podría haber invertido mejor sudinero. Pero su conclusión era indiscutible. Muchas de las categorías que la genteofrece para explicarnos o sanarnos son demasiado generales. En el caso de aquel

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hombre al que encontré en el pasillo, las categorías además eran totalmentenegativas. De este modo, los marxistas nos interpretan en función de categoríasde clase, los freudianos según las neurosis arrastradas desde la infancia, lasfeministas en función de nuestro género, y los comentaristas populares de todaralea según los perfiles generacionales, como “la generación silenciosa”, los“nacidos durante el baby boom’, “la generación X” y así sucesivamente.

En cada caso los paradigmas pueden ser relativamente ciertos o falsos, útiles oinútiles, pero no abordan las preguntas más profundas: ¿quién soy yo? ¿Por quéestoy vivo? Al ser generales, estas categorías no nos definen como individuos.Con suerte, nuestra individualidad se pierde en la generalidad. Sin ella, secontradice y se niega. Estas categorías nos obligan a mentir en su lecho deProcusto, y cercenan todo aquello que hay en nosotros y que no encaje con ellas.Recortan la imagen de nuestra personalidad para que se adapte a sus marcosfabricados en serie.

Todos los intentos de explicar la individualidad humana en términos generalesse pueden resumir como variedades de verse “obligados a existir”. Su ineficacia espalpable. Nos volvemos “prisioneros” de nuestra categoría, ya sea género, clase,raza, generación o abolengo. No se tiene en cuenta nuestra individualidad.

Una segunda postura, opuesta a la anterior, también presenta puntos débilesevidentes, que son variantes de “el valor para existir”. Tal como lo ve esteparadigma, todos tenemos la libertad (algunos la consideran la terrible libertad)de ser todo lo que queramos ser. Lo único que hace falta es coraje y fuerza devoluntad. Se nos dice que, en realidad, podemos “inventarnos”. Una versiónclásica de esta postura es el Coriolano de William Shakespeare, que vivía “comosi un hombre fuese su propio autor y no conociese otro”. De forma parecida,más adelante John Keats comentó: “Lo creativo debe crearse a sí mismo”.

Hoy día esta postura nos llama de incontables maneras. En una versión de altasociedad, un perfumista francés vende su fragancia a un mercado anglófono conel eslogan “La vie est plus belle quand on l’écrit soi-meme” (“La vida es más bellacuando sigues tu propio guion”). No hace tanto tiempo, en los círculos francesesmás intelectuales, se usaban pomposos términos existencialistas para definir elcoraje de existir, como una postura heroica de “autenticidad” frente a la “malafe” y el absurdo definitivo. Más cerca de casa, este paradigma a menudo semanifiesta como “sé todo lo que puedas ser” (cortesía, por ejemplo, de las fuerzas

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armadas de los Estados Unidos) o, más sencillamente, “just do it” (“simplemente,hazlo”), “persigue tus sueños” o “si crees en ti mismo, puedes conseguir lo quequieras”.

Es incuestionable que la versión más peligrosa pero atractiva del eslogan “ten elvalor de ser” procede de Friedrich Nietzsche y de sus discípulos. “Dios hamuerto”, afirman, de modo que el sentido de la vida sigue siendo una incógnita.Tampoco podemos leerlo en las páginas del universo, como creen quienesdefienden la “ficción” de la ley natural. En lugar de eso, partimos del abismo deun mundo sin sentido y, por pura fuerza de voluntad, creamos nuestro propiosentido a partir de la nada. De aquí el coraje necesario para ser superhombres.

Según Nietzsche, solo tenemos dos opciones, obedecernos a nosotros mismos oa otros, lo cual no deja opción para los héroes que desean ascender más allá delnivel del rebaño, llegando a las cumbres más altas. Deben hacer acopio de todosu coraje, actuar en beneficio propio y convertirse en los individuos que son.Hacerlo exige dominio de sí y fuerza de voluntad. Su objetivo es poder decir,junto a Nietzsche: “Lo he querido así”.

Dentro de la sociedad occidental, en un nivel más urbano, la “identidad” se havuelto nuestro proyecto privado más importante, y los seguidores de la granbúsqueda de la “construcción de la identidad” se centran primero y sobre todoen el cuerpo. De aquí se desprende la fascinación constante por los libros decocina, los manuales de educación física y las dietas, y se explican las fortunasinconcebibles que se amasan gracias a los alimentos sanos, los fármacos, lacirugía plástica, los productos para el cuidado del cuerpo, los aparatos deejercicio y los manuales “aprende por tu cuenta” de todo tipo.

Esta auto construcción es tan incesante como onerosa. Y, tal como muestra lapasión por la higiene, la seguridad pública, y la virulencia de las campañasantitabaco, incluso la política se convierte en otra manera de cuidar el cuerporecurriendo a otros medios. Después de todo, según el paradigma secular, elcuerpo es todo lo que tenemos y lo que somos. Tal como lo expresaba una de las“biblias de la macrobiótica” (todo un superventas): “La cocina es el estudiodonde se crea la vida... solo tú eres el artista que pinta el cuadro que es tu vida”.

Lo absurdo de esta postura es evidente para todos menos para los ricos, losfuertes, los poderosos, los jóvenes y los fanáticos. De entrada, incluso cuando

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podamos hacer lo que queramos, la pregunta sigue siendo: ¿qué queremos? Lacasi omnipotencia de nuestros medios de libertad va de la mano de la vacuidadcasi absoluta de nuestros fines. No tenemos un propósito que se adecue a nuestratécnica. De este modo, irónicamente, disfrutamos de la máxima capacidadcuando no tenemos la menor idea de para qué sirve. Esto nos hace vulnerables atodos los “servicios expertos” cuyos métodos de “autoayuda” nos prometen todolo que deseamos, pero acaban dándonos nuevas formas de limitaciones, y encimanos las cobran.

Además de esto, la realidad nos recuerda que es posible que ni toda la voluntadde este mundo nos convierta en lo que queremos ser. Por lo que respecta a lafuerza de voluntad, la voluntad es frecuente pero su fuerza es escasa. Laverdadera identidad siempre se desarrolla en un entorno social, no se construyeindividualmente, de modo que no podemos alcanzarla con métodos “hágalousted mismo”. En resumen, es necesario algo más que “el valor para existir”. Si elhecho de “ser obligados a ser” nos resulta inútil como individuos, decir quenuestra individualidad no es más que “el valor para existir” es una mera utopía.No es de extrañar que se esté popularizando una tercera postura.

Este tercer paradigma contempla la individualidad como “ser constituidos paraser”. Se nos dice que, desde el momento en que nacemos, portamos las semillasdel carácter que tendremos; llevamos el guion de la historia de nuestra vida. Estepunto de vista, que a menudo se ha dado en llamar “la teoría de la bellota” y quese desarrolla en el sentido del pensamiento Nueva Era, considera que cada unode nosotros no solo tiene un alma, sino también un compañero del alma. Esteespíritu guardián, o “daimón”, controla incluso la elección de nuestro cuerpo yde nuestros padres. De modo que el secreto de la vida consiste en “leer” nuestrashistorias vitales y vislumbrar la actuación del espíritu guardián, y darle riendasuelta. Solo entonces la bellota se convertirá en un roble, y cada uno de nosotrosllegará a ser la persona que ha sido constituida para ser (mediante nuestrodestino personal). Tal como dijo Pablo Picasso: “La naturaleza de cada uno estádeterminada de antemano”. Esta postura, al partir de quiénes somos comoindividuos, al menos se toma en serio la individualidad. Pero las palabras destinoy determinado de antemano traicionan los errores de este tercer paradigma.

Cada una de las tres ideas contiene una parte de la verdad. Hasta cierto punto,todos fuimos “obligados a ser”. Comprender las numerosas fuerzas que nos

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moldean tiene un valor incalculable. Hasta ese punto, también debemos tener el“valor para ser”, si queremos ser realmente nosotros mismos y no prisioneros denuestro pasado y víctimas de nuestras circunstancias. Y, hasta cierto punto, el“valor para ser” se encuentra en la trayectoria de lo que somos “constituidos paraser”. Pero todo aquel que aprecie la importancia de estos tres enfoques y suspuntos débiles (y sobre todo aquel que sienta la fuerza de su propia unicidadapasionada) puede percibir verdaderamente la maravilla de esa verdad que es elllamamiento.

En aquellos sentidos en que estas tres perspectivas se quedan cortas o avanzanen la dirección equivocada, el llamamiento sale victorioso. En lugar de ser“obligados a ser”, somos “llamados a ser”. El Llamante nos ve y nos trata comoindividuos, seres únicos, excepcionales, preciosos, importantes y con libertadpara responder. Quien nos llama es personal a la par que infinito en sí mismo,no solo ante nosotros. De modo que a los llamados se nos trata como aindividuos y se nos invita a tener una relación (“Te he llamado por tu nombre”,dijo Dios). Somos conocidos con un grado de intimidad que es fuente degratitud y una maravilla que conmociona el alma (“Semejante conocimiento”,escribió el salmista, “es demasiado maravilloso para mí”). El concepto de la vidacomo karma, o la creencia de que tu futuro está indeleblemente “escrito”, es elpolo totalmente opuesto al llamamiento.

La naturaleza humana es una respuesta al llamado divino. Esto se encuentra enun lugar mucho más profundo que la exhortación a escribir tu propio guion parala vida. Responder al llamamiento exige coraje, pero no estamos abandonados anuestra suerte. El reto no depende solo de nosotros. La capacidad de medrar pornuestra cuenta es tan innecesaria como fantasiosa. Responder al llamado suponeaceptar el reto, pero en diálogo y en colaboración, así como con una relacióníntima entre el llamado y el Llamante.

En contraste con ser “constituidos para ser” y su sentido de que la vida estáescrita y predeterminada, “ser llamados a existir” subraya la libertad y el futuro.“¿Quién soy yo?” no consiste solamente en “leer regresivamente” los recuerdospasados que predicen y anuncian nuestro destino ulterior. Cuando respondemosal llamamiento de Dios, él se inclina hacia nosotros. Siguiendo su llamado,llegamos a ser lo que somos constituidos para ser debido a nuestra creación.También nos convertimos en lo que aún no somos, y en lo que solo podemos ser

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mediante una recreación como personas llamadas.

Después de todo, como escribió Václav Havel en su última carta sobre laresponsabilidad, “una persona jamás posee su identidad como algo dado,completo e incuestionable”. En lugar de ser una butaca o una almohada en laque reposar, en esta vida la identidad humana no está fija ni es definitiva; esincompleta. En este sentido, podemos rechazar el llamamiento y quedarnosraquíticos, o podemos aceptarlo y elevarnos para ser las magníficas criaturas quesolo un Llamante puede llamarnos a ser.

¿Es esto la receta de una personalidad plana y una vida coartada? Todo locontrario. Tal como señaló C. S. Lewis: “Cuanto más quitemos de en medio loque ahora llamamos ‘nosotros mismos’ y dejemos que Él se encargue denosotros, más auténticos seremos como personas”. La alternativa es unaauténtica catástrofe. “Cuanto más me resisto a él e intento vivir por mi cuenta,más dominado estoy por mi propia herencia y el modo en que me hayan criado,mi entorno y mis deseos naturales. De hecho, lo que llamo con orgullo ‘yo’ seconvierte en el mero punto de encuentro de series de acontecimientos que nuncaempecé y que soy incapaz de detener”.

Solo cuando respondemos a Cristo y seguimos su llamamiento nosconvertimos en quienes somos de verdad, y llegamos a tener personalidadespropias. De modo que, por lo que respecta a la identidad, las personas modernashan invertido totalmente las cosas: profesando no estar seguras de Dios,pretenden estar seguras de sí mismas. Los seguidores de Cristo ponemos las cosasen otro orden: inseguros de nosotros mismos, estamos seguros de Dios. Nadie hacapturado esta tensión de una forma más conmovedora que DietrichBonhoeffer, que escribió estas palabras en su celda, mientras coincidían losúltimos días de su vida y los de la Segunda Guerra Mundial.

¿Quién soy yo?¿Quién soy yo?

¿Quién soy yo? A menudo me dicen que salga del confinamiento de mi celda con calma, conalegría y con firmeza, como un hacendado sale de su mansión. ¿Quién soy yo? A menudo medicen que hable con mis carceleros libre, amistosa y claramente, como si pudiera darlesórdenes. ¿Quién soy yo? También me dicen que soporte los días de desgracia conecuanimidad, sonriendo y con orgullo, como el que está acostumbrado a ganar. ¿De verdadsoy todo lo que dicen los otros? ¿O soy tan solo lo que sé de mí mismo, inquieto, anhelante yenfermo, como un pájaro en una jaula, luchando por respirar, como si unas manos me

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oprimiesen la garganta, hambriento de colores, de flores, de las voces de las aves, sediento depalabras amables, de empatía, temblando de ira frente al despotismo y a la humillaciónmezquina, atrapado en la expectativa de grandes acontecimientos, llorando impotente poramigos que están a una distancia infinita, cansado y vacío al orar, al pensar, al hacer, débil ydispuesto a decir adiós a todo?

¿Quién soy yo? ¿Este o el otro? ¿Soy hoy una persona y mañana otra? ¿Soy las dos a la vez? ¿Unhipócrita ante los ojos de otros, y una piltrafa desconsolada y despreciable ante los míos propios?¿O hay algo en mi interior semejante a un ejército derrotado, que huye en desbandada de unavictoria ya segura? ¿Quién soy yo? Estas preguntas solitarias se burlan de mí. Sea quien sea, túsabes, oh Dios, que soy tuyo.

¿ Quieres conocer el secreto del misterio de tu propio ser, y alcanzar el objetivo deser lo que naciste para ser? Escucha a Jesús de Nazaret; responde a su llamado.

1. Sistema de distribución de literatura prohibida por el régimen comunistadurante la Guerra Fría. (N. del t.)

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CAPÍTULO 4

Todo el mundo, en todas partes, todo

“Una tarde de 1787, un joven parlamentario británico estaba en su casa, juntoa las casas del Parlamento, consultando ciertos documentos a la luz de las velas.Habían solicitado a Wilberforce que propusiera la abolición del comercio deesclavos, aunque casi todos los británicos pensaban que ese comercio eranecesario, aunque desagradable, y que en caso de detenerlo sobrevendría unacrisis económica. Solo unos pocos pensaban que el comercio de esclavos estabamal, que era una maldad”.

Así empezaba una fascinante conferencia sobre William Wilberforce, quepronunció su biógrafo John Pollock en la National Portrait Gallery londinense,en 1996.

La investigación de Wilberforce le llevó a unas conclusiones agudísimamenteclaras. Como dijo él mismo ante la Cámara de los Comunes en un momentoposterior: “Fueron tan enormes, tan espantosas, la malevolencia del comercio mepareció algo tan irremediable, que mi decisión fue la de abolirlo. Que lasconsecuencias fueran las que fuesen, porque desde ese instante decidí que nuncadescansaría hasta haber acabado con ese tráfico”.

Pollock dijo a su público: “Ese fue un momento crucial en la historia de GranBretaña y del mundo. Y es que pocos meses después, el domingo 28 de octubrede 1787, [Wilberforce] escribió en su diario las palabras que ya se han hechofamosas: ‘El Dios todopoderoso ha puesto delante de mí dos grandes objetivos:la abolición del tráfico de esclavos y la reforma de las costumbres’; en términosactuales, ‘hábitos, actitudes, moral’”.

Por increíble que parezca, ningún gran reformador de la historia occidental estan poco conocido como Pollock describió su éxito en el primero de sus “dosgrandes objetivos” como “el mayor progreso moral del pueblo británico”, y elhistoriador G. M. Trevelyan lo definió como “uno de los puntos de inflexión dela historia mundial”. Otro historiador atribuyó su éxito en el segundo campo,

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diciendo que salvó a Inglaterra de la Revolución Francesa y que demostró elcarácter que sería el fundamento de la época victoriana. Un diplomático italianoque vio a Wilberforce en sus últimos años escribió que “todo el mundocontempla a ese anciano de reducida estatura... como el Washington de lahumanidad”.

Resulta igual de increíble que Wilberforce obtuviera sus tremendos éxitos aunviéndose enfrentado a inmensos obstáculos. Por lo que respecta a su persona,todo el mundo concuerda en que Wilberforce era un hombre bajito y feo, conuna nariz demasiado larga, una constitución relativamente débil y una fedespreciada, “evangelicalismo” o “entusiasmo”. En cuanto a la misión, la prácticade la esclavitud estaba aceptada casi en todo el mundo, y el tráfico de esclavos eratan importante para la economía del Imperio Británico como la industriaarmamentística lo es hoy día para Estados Unidos. En lo tocante a la oposición,incluía poderosos intereses mercantiles y arraigados valores colonialistas, y entresus defensores se contaban héroes nacionales del calibre del almirante lordNelson y la mayor parte de la familia real. Y por lo que respecta a superseverancia, Wilberforce siguió luchando incansablemente durante casicincuenta años hasta que alcanzó su meta.

Wilberforce, objeto de constantes vilipendios, cayó en emboscadas en dosocasiones y fue agredido físicamente. En cierta ocasión, un amigo le escribióalegremente: “Supongo que algún día me enteraré de que te han quemado losplantadores de las Indias Occidentales, te han pasado por la barbacoa lostraficantes africanos y te han devorado los capitanes de la Guinea, pero que esono te amedrente: ¡ya me encargaré de escribir tu epitafio!”.

Quizá lo más sorprendente de todo es que William Wilberforce estuvo a unsimple paso de no detectar su gran llamamiento. Su fe en Jesucristo animó supasión duradera por la reforma. En determinado momento propuso o participóactivamente en 69 iniciativas diferentes, algunas de las cuales tuvieronrepercusiones mundiales. Pero cuando Wilberforce llegó a la fe por medio del“gran cambio” que fue su experiencia de la conversión en 1785, a la edad de 25años, su primera reacción fue abandonar la política en favor del ministerio.Pensaba, como lo han pensado millones de personas antes y después que él, quelos asuntos “espirituales” son mucho más importantes que los “seculares”.

Afortunadamente, un ministro (John Newton, el traficante de esclavos

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convertido y autor de “Sublime gracia”) convenció a Wilberforce de que Diosquería que se mantuviera en la política en lugar de dedicarse al ministerio.Newton escribió: “Tengo la esperanza y la creencia de que el Señor le halevantado para beneficio de la nación”. Después de mucha oración y reflexión,Wilberforce llegó a la conclusión de que Newton tenía razón. Dios le llamaba adefender la libertad de los oprimidos... como parlamentario. En 1788 escribió ensu diario: “Mi camino es público. Mi negocio está en el mundo, y debo estarpresente en las asambleas de los hombres, o abandonar el puesto que segúnparece me ha asignado la Providencia”.

El llamamiento: la esenciaTristemente, por cada seguidor de Cristo que, como William Wilberforce,

opta por no elevar lo espiritual a expensas de lo secular, hay incontables otrosque caen en esta tentación. Por consiguiente, el celebrado “casi error” deWilberforce nos permite comprender la esencia del carácter del llamamiento, ytambién la primera de dos grandes distorsiones que lo aquejan. Antes definí elconcepto del llamamiento de esta manera: el llamamiento es la verdad de que Diosnos llama para sí de una forma tan decisiva que todo lo que somos, todo lo quehacemos y todo lo que tenemos lo invertimos, con una devoción y un dinamismoespeciales, en una vida que es una respuesta a su convocatoria y en el servicio.

Ha llegado el momento de ampliar esta verdad, empezando con cuatrotendencias esenciales para el concepto bíblico del llamamiento, que hemos depostular siempre.

Primero, el llamamiento tiene un significado sencillo y directo. En el AntiguoTestamento, el término hebreo que se ha traducido como “llamado” suele tenerel mismo sentido cotidiano que nuestra palabra en español. Los seres humanos sellaman unos a otros, a Dios y a los animales. Los animales también puedenllamar. (Por ejemplo, el salmista escribió que “Dios provee alimento para elganado y a los hijos de los cuervos cuando claman”). Bajo la presión de lateología y de la historia, el término llamamiento ha recorrido un largo caminodesde ese comienzo tan sencillo, pero nunca debemos perder este sentido directoy su marco relacional evidente. Por ejemplo, cuando “llamas” por teléfono captasla atención de alguien durante un tiempo.

Segundo, en el Antiguo Testamento el llamamiento tiene otro significado

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importante. Llamar significa nombrar, y nombrar significa dotar de existencia ocrear. Así, en el primer capítulo de Génesis, “Dios llamó a la luz ‘día’ y a lastinieblas llamó ‘noche’”. Este tipo de llamado supone mucho más que unaetiquetación, colgar una placa identificativa en algo para saber qué es. Estenombramiento decisivo y creativo es una forma de creación. Por lo tanto,cuando Dios llamó a Israel, lo nombró y, por consiguiente, constituyó y creó aIsrael como su pueblo. El llamado no solo consiste en ser y en hacer lo quesomos, sino también en convertirnos en lo que todavía no somos pero Dios nosllama a ser. Por lo tanto, el acto de “nombrar-llamar”, algo muy distinto al usode descalificativos,2 es la fusión de ser y llegar a ser.

Tercero, el llamamiento obtiene un significado característico más en el NuevoTestamento. Es casi sinónimo de salvación. Dentro de este contexto, elllamamiento es, de forma suprema, un acto mediante el cual Dios llama a unpueblo para sí como seguidores de Cristo. De la misma manera que Dios llamó aIsrael para que fuese su pueblo, Jesús llamó a sus discípulos. El cuerpo de losseguidores de Jesús, como un todo, es la comunidad de los “llamados” (el origende ecclesia, el término griego que significa “iglesia”). Este llamado decisivo deDios es la salvación. Quienes son llamados por Dios son elegidos, primero, yluego justificados y glorificados. Pero el llamamiento es la más destacada yaccesible de estas cuatro iniciativas de Dios. No es de extrañar que a menudorepresente a la propia salvación, y la descripción frecuente de los discípulos deJesús no es “cristianos”, sino “los seguidores del Camino”.

Cuarto, en el Nuevo Testamento el llamamiento tiene un significado vital yextendido que florece con mayor plenitud en la historia posterior de la Iglesia.Dios llama a la gente a sí, pero este llamado no es una sugerencia informal. Diossuscita un temor reverente tal, y su convocatoria manifiesta semejante autoridad,que solo es posible una respuesta tan total y universal como la autoridad delLlamante. Así, en el Nuevo Testamento, cuando Jesús llama a los discípulos a él,también los llama a otras cosas y tareas: pacificar, tener comunión, disfrutar devida eterna, padecer y servir. Pero incluso por debajo de estas cosas concretas, eldiscipulado, que implica “todo el mundo, en todas partes, todo”, es la respuestanatural y correcta al señorío de Cristo. Como escribió Pablo a los seguidores deCristo que vivían en la pequeña ciudad de Colosas: “Todo lo que hagáis, hacedlocon todo vuestro corazón, como obrando para el Señor y no para los hombres”.

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En resumen, el llamado en la Biblia es un tema crucial y dinámico que seconvierte en una metáfora para la propia vida de fe. El acto de limitar estapalabra, como algunos insisten en hacer, a unos pocos pasajes y a una faseconcreta de la salvación supone no ver el bosque por culpa de los árboles. Ser undiscípulo de Jesús es ser “un llamado”, y por consiguiente convertirse en “unseguidor del Camino”.

La tercera y la cuarta vertientes del sentido del llamado son el fundamento parala distinción vital que se desarrolló en un momento posterior de la historia entreel llamado primario y el secundario. Nuestro llamado primario como seguidores deCristo lo hace él, a él y por él. Antes que nada fuimos llamados a Alguien (Dios),no a algo (como la maternidad, la política o la docencia), ni a alguna parte(como el centro de la ciudad o la zona rural de Mongolia).

Nuestro llamado secundario, considerando quién es Dios como soberano, es quetodo el mundo, en todas partes y en todas las cosas, debe pensar, hablar, vivir y actuartotalmente para él. Por lo tanto, en lo tocante al llamamiento secundariopodemos decir que se nos llama a llevar el hogar, a ser abogados o historiadoresdel arte. Pero estas y otras cosas son siempre el llamamiento secundario, nunca elprimario. Son “llamados”, no “el llamamiento”. Son nuestra respuesta personal ala interpelación de Dios, nuestra respuesta a su convocatoria. Los llamadossecundarios son importantes, pero solo porque los primarios lo son todavía más.

Esta distinción vital entre los llamamientos primario y secundario vaacompañada de dos retos: primero, mantener ambos juntos y, segundo,garantizar que se mantengan en el orden correcto. En otras palabras, sientendemos el llamamiento, debemos asegurarnos de que las primeras cosassiguen siendo primeras, y que el llamamiento primario siempre precede alsecundario. Pero también debemos asegurarnos de que el llamado primarioconduce sin desvíos al secundario. Cuando la Iglesia no ha logrado satisfacerestos retos, ha provocado las dos grandes distorsiones que han encadenado laverdad del llamamiento. Podemos llamarlas “la distorsión católica” y “ladistorsión protestante”.

“Distorsión católica”La verdad del llamamiento significa que, para los seguidores de Cristo, “todos,

en todas partes y en todas las cosas”, toda la vida es una respuesta al llamado de

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Dios. Sin embargo, este carácter integral del llamamiento se ha distorsionado amenudo para convertirse en una forma de dualismo que eleva lo espiritual aexpensas de lo secular. Esta distorsión se puede llamar la “distorsión católica”,porque surgió en la era católica y es la postura mayoritaria en su tradición.

Sin embargo, los protestantes no se pueden permitir caer en el orgullo. Deentrada, incontables protestantes han sucumbido a la distorsión católica comoWilberforce estuvo a punto de hacerlo. Por ejemplo, pensemos en la falacia de laexpresión protestante moderna servicio cristiano a tiempo completo, como siquienes no trabajan para las iglesias o las organizaciones cristianas solo estuvieranal servicio de Cristo a tiempo parcial. Además, la confusión reinante entre losprotestantes sobre el llamamiento (que analizaremos en el capítulo siguiente) haconducido a una “distorsión protestante” que es incluso peor. Esta es una formade dualismo en una dirección secular que no solo eleva lo secular a expensas delo espiritual, sino que también lo desvincula de este.

El primer ejemplo claro de la distorsión católica se encuentra en La prueba delevangelio, de Eusebio, obispo de Cesarea. Eusebio, era un escritor prolífico, perocon un estilo sin pulir, es el principal historiador de la Iglesia primitiva desde laera apostólica hasta sus propios tiempos, y un testigo crucial del pensamientoeclesial antes de la “conversión” de Constantino y del Imperio Romano en el año312 d. C.

Eusebio sostiene que Cristo dio a su Iglesia “dos formas de vida”. Una es la“vida perfecta”; la otra es la “permitida”. La vida perfecta es espiritual, dedicada ala contemplación y reservada para sacerdotes, monjes y monjas; la vida permitidaes secular, dedicada a la acción y abierta a tareas como la carrera militar, elgobierno, la gestión de una granja, el comercio y la fundación de una familia.Mientras quienes siguen la vida perfecta “parecen morir a la vida de los mortales,sin llevar consigo nada terrenal más que su cuerpo, y por su mente y su espírituparecen haber entrado ya en el cielo”, los que siguen la vida permitida, “máshumilde, más humana” disfrutan de “cierto tipo de grado de piedad secundario”.

Superior frente a inferior, sagrado frente a secular, perfecto frente a permitido,contemplación frente a acción... no hace falta subrayar el dualismo y el elitismode este paradigma. Lamentablemente, esta visión del llamado, “de doscategorías” o “de doble vida”, pervirtió flagrantemente la enseñanza bíblica alreducir la esfera del llamamiento y al excluir de su radio de acción a la mayoría

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de los cristianos. También dominó el pensamiento cristiano posterior. Porejemplo, tanto Agustín como Tomás de Aquino alababan la labor de losgranjeros, los artesanos y los mercaderes, pero siempre elevaron la vidacontemplativa (vita contemplativa) por encima de la activa (vita activa).Describían la vida activa como propia de una segunda clase, una cuestión denecesidad; la vida contemplativa era de primera clase, una cuestión de libertad.En resumen, decía Aquino, la vida de contemplación es “simplemente mejor quela vida de acción”. Incluso hoy día, cuando podemos encontrar ejemplos decatólicos que recuperan una visión más integral del llamamiento, cuando alguiense convierte en sacerdote o en monja suele decirse que “ha respondido alllamado”.

La distorsión católica creó un estándar doble en la fe, que a su vez dio pie auna ironía destacable. El monaquismo empezó con una misión reformadora;pretendía recordar a una Iglesia cada vez más secularizada que seguía siendoposible vivir la vía radical de vida que demanda el evangelio. Pero acabó con unefecto relajante; el estándar doble reservaba la vía radical para los especialistas (losaristócratas del alma), dejando a los demás que vivieran a su manera. Aquíestriba la ironía: el monaquismo reforzó la secularización a la queoriginariamente se propuso resistirse. Al final, los propios monasteriossucumbieron a la secularización, convirtiéndose en transmisores esenciales deelitismo, poder, arrogancia y corrupción.

No hace falta decir que incluso en la Edad Media hubo excepciones a estadistorsión. Los ejemplos más claros e impresionantes fueron los místicos MeisterEckehart y Johann Tauler, quienes condenaban “a todos los que se detienen enla contemplación, pero desprecian la acción”. Pero para la mayoría de cristianosen la época medieval, el término llamamiento estaba reservado para lossacerdotes, los monjes y las monjas. Todos los demás tenían, simplemente,“trabajo”.

Dentro de este mundo de tan recia raigambre, rígidamente jerárquico yespiritualmente aristocrático, El cautiverio babilónico de la Iglesia, de MartínLutero, resonó como un trueno en 1520. Lutero, que escribía en su calidad demonje agustino, recomendaba la abolición de todas las órdenes y la abstenciónde hacer cualquier voto. ¿Por qué? Porque la vida contemplativa no tienejustificación en las Escrituras; refuerza la hipocresía y la arrogancia, y engendra

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“orgullo y desprecio por la vida cristiana común”.

Pero incluso estas propuestas tan radicales palidecen frente al siguiente párrafoque escribió Lutero: “Las obras de los monjes y los sacerdotes, por santas yarduas que sean, no difieren ni una pizca a los ojos de Dios de las tareas delcampesino que trabaja en el campo o de la mujer que se ocupa de las labores desu hogar, sino que ante Dios todas las obras se miden en función de la fe...Ciertamente, el trabajo doméstico de un criado o una criada resulta a menudomás aceptable para Dios que todos los ayunos y demás labores de un monje o unsacerdote, porque el monje o el sacerdote no tienen fe”.

Si todo lo que hace un creyente nace de la fe y lo hace para la gloria de Dios, sevienen abajo todas las distinciones dualistas. Ya no existen las categoríassuperior/inferior, sagrado/secular, perfecto/permitido, contemplativo/activo oprimera/segunda clase. El llamado es la premisa de la propia existencia cristiana.El llamado significa que todo el mundo, en cualquier parte y con cualquier obra,cumple su llamamiento (secundario) como respuesta al llamado (primario) deDios. Para Lutero, el campesino y el mercader (para nosotros, el hombre denegocios, el maestro, el operario de una fábrica y el presentador televisivo)pueden hacer la obra de Dios (o dejar de hacerla) igual que el ministro de culto oel misionero.

Para Martín Lutero y los reformadores posteriores, la recuperación de lacomprensión integral del llamado era algo dramático. En 1522, escribiendosobre “el estado del matrimonio”, Lutero declaró que Dios y los ángeles sonríencuando una persona cambia un pañal. William Tyndale escribió que, si nuestrodeseo es complacer a Dios, servir agua, lavar los platos, remendar zapatos ypredicar la Palabra “son una sola cosa”. William Perkins afirmó que lustrarzapatos era un acto santificado y sagrado. John Milton escribió, en El paraísoperdido:

Conocer lo que ante nosotros se despliega en la vida cotidiana es la mayor de las sabidurías.

El obispo Thomas Becon escribió: “Nuestro Salvador, Cristo, fue carpintero.Sus apóstoles eran pescadores. San Pablo fabricaba tiendas”.

La obra Tratado de las vocaciones o llamados de los hombres, de Perkins, nosofrece un resumen típico de la Reforma: “Los actos de un pastor que guardaovejas, realizados, como he dicho, a su manera, son una obra tan buena ante

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Dios como el acto de un juez que emite sentencia, un magistrado que gobierna oun ministro que predica”.

No es de extrañar que las consecuencias culturales que tuvo la recuperación delllamamiento genuino fueran explosivas. El llamado confería a cada actividaddiaria una dignidad y una importancia espiritual para Dios que destronaban laprimacía de la inactividad y de la contemplación. El llamado echaba sobre laspersonas humildes y las tareas ordinarias un manto de igualdad que derribaba lasjerarquías y era un impulso vital hacia la democracia. El llamado otorgaba a cosastales como el trabajo, el esfuerzo y la planificación a largo plazo un refuerzo quelos volvía poderosamente influyentes para el auge del capitalismo moderno. Elllamamiento daba un nuevo impulso a la misión de convertir a Cristo en Señorde todas las facetas de la vida, que transformó no solo a las iglesias sino tambiénlos paradigmas y las culturas de los países reformados. El llamamiento dio unnuevo significado al concepto de “talentos”, de modo que ya no se considerabanmeros dones y gracias espirituales, sino cosas naturales y fruto del talento en elsentido moderno del término.

En pocas palabras, la recuperación de una imagen holística del llamamientofue poderosa tanto en la cultura como en la Iglesia, y el llamado fue un elementocrucial en la transición del mundo tradicional al moderno. Exigía e inspiraba lavisión transformadora del señorío de Cristo expresada en la famosa frase del granprimer ministro holandés Abraham Kuyper: “No hay un solo centímetrocuadrado de la Creación del que Jesucristo no exclame: ‘¡Esto es mío! ¡Esto mepertenece!’”.

¿Quieres aceptar un desafío que será la dinámica integradora de toda tu vida?¿Qué hará que inviertas tus pensamientos más elevados, tus esfuerzos máscomprometidos, tus emociones más profundas, todas tus capacidades y recursos, hastael último paso que des y tu último aliento? Escucha a Jesús de Nazaret; responde a sullamado.

2. En inglés, ambas expresiones son similares: to call name (llamar-nombrar) y tocall names (insultar). (N. del t.)

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CAPÍTULO 5

Por él, a él, para él

“Los empleos no son lo bastante significativos para la gente. ¿Sabes que no essolo el operario de cadena de montaje el que tiene un trabajo demasiadopequeño para su espíritu? Si realmente le insuflaras espíritu a un trabajo como elmío, lo sabotearías de inmediato. No te atreves, de modo que apartas de él tuespíritu. Mi mente se ha aislado hasta tal punto de mi trabajo, excepto comofuente de ingresos, que es realmente absurdo”.

La persona que dijo esto, Norah Watson, era una escritora de Pennsylvania de28 años que trabajaba para una organización que publicaba literatura destinada acuidar la salud. Dijo esto en una entrevista con Studs Terkel para el libro queeste quería publicar, Working (“El trabajo”), una serie de entrevistas con personasnormales que “hablan de lo que hacen todos los días y cómo se sienten alrespecto”.

Cuando organizaba sus entrevistas, Terkel se dio cuenta de que el trabajoconsiste en la búsqueda de sentido cotidiano en medio de la lucha por el pan decada día. Descubrió que la mayoría de personas vive en algún punto entre laaceptación a regañadientes de su trabajo y su repulsa activa hacia este. Pero unode los temas recurrentes en las entrevistas es el anhelo de un sentido que seobtiene cuando el llamamiento precede al trabajo y a la carrera profesional, y esmás importante que ellos.

El trabajo de Norah Watson no era la única fuente de su frustración. Esta sebasaba también en el contraste entre su experiencia y la de su padre, que fuepastor en un pequeño pueblo montañoso al oeste de Pennsylvania. “Mi padre erapredicador”, explicaba ella. “A mí no me gustaba lo que hacía, pero era suvocación. Esa era la parte buena. No consistía simplemente en ir a trabajar por lamañana y fichar en el reloj de control. Era una profesión por sí misma. Yoesperaba que el trabajo fuera así”.

Watson había empezado siendo idealista: iba a trabajar temprano, se quedaba

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hasta tarde, hacía más de lo que le pedían en cada proyecto y luego pedía más.Pero, como decía ella, “descubrí que estaba presionando a mis compañeros, queno encajaba con su ritmo. Los demás, tan capaces como yo y tan preparados paraproducir, se habían dado cuenta de que no servía de nada, y bajaron el ritmo”.

Al final Watson hizo lo mismo que sus compañeros y se sorprendió aldescubrir algo: “Lo increíble y lo absurdo del caso fue que, una vez decidí dejarde hacer un buen trabajo, la gente me atribuyó cierto tipo de autoridad. Ahoravoy como una moto”.

Pero Watson sabía que el éxito obtenido por un precio tan cínico no podíasatisfacerla. Su conciencia le susurraba al oído: “Sencillamente, sé que estoyvegetando, y que me pagan por hacer exactamente eso”. Y su corazón lemusitaba al otro: “A pesar de todo lo malo que tuviera la vocación de mi padre”,suspiraba ella, “me demostró que es posible unir tu vida y tu trabajo... No haynada que me gustara más que tener un trabajo con tanto sentido que me lollevase a casa”.

La dolorida sinceridad de Norah Watson sobre su trabajo no podría hablar poraquellos que están en lo más bajo de la escala laboral ni por los que están en lacúspide. Para los primeros, semejante análisis sería un lujo que no se podríanpermitir. Para los segundos, sería redundante; a menudo su trabajo es tansatisfactorio y están tan bien pagado como pueda estarlo un empleo. Pero NorahWatson habla por incontables personas en la sociedad moderna que se enfrentanal círculo vicioso del trabajo contemporáneo. Ni el trabajo ni la carreraprofesional pueden ser totalmente satisfactorios si no existe un sentido másprofundo de llamamiento; pero el “llamamiento” es de por sí vacuo eindistinguible del trabajo a menos que haya Alguien que llame.

El mismo dilema resulta chocante en el nivel teórico. Por ejemplo, una autorade un superventas contemporáneo sostiene (admirablemente) que tenemos que“vivir la vida, no solo ganárnosla”, y que para conseguirlo tenemos que insuflarde nuevo “valores y vocación” al mundo del trabajo. El libro afirma que con un“paradigma nuevo” como este, el trabajo se convertiría “en un vehículotransformador”, tanto personal como socialmente.

¿Sobre qué base? La autora desempolva el término llamamiento para insuflar enel trabajo un sentido y un propósito elevados. Pero ¿qué es el llamado para

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quienes, como ella, creen que no hay un Dios personal a quien llamar? Surespuesta pasa por redefinir la vocación como “el llamado, la convocatoria deaquello que es necesario hacer”.

¿Qué tipo de respuesta es esta? El trabajo moderno carece de sentido. Elsentido nace de un llamamiento. Pero el llamamiento no es más que laconvocatoria de lo que es necesario hacer. De modo que la respuesta al trabajosin sentido es el requisito de hacer lo que hay que hacer... a menudo, más trabajosin sentido. Digámosle esto al burócrata que trabaja en la oficina del gobierno, oal que forma parte de la cadena de montaje de una fábrica haciendo dispositivoselectrónicos. Ella dice que el trabajo que da la sensación de carecer de sentido setransforma al convertirse en “lo que es necesario hacer”. La solución, desprovistade la magia semántica del término llamamiento, es circular. No resuelve nada ynos devuelve al punto de partida.

La vaciedad del argumento se revela con claridad meridiana en el encomiableintento por parte de la autora de ofrecer una respuesta a “la adicción al trabajo”.Ella sostiene que: “El adicto al trabajo, como un alcohólico, padece unacompulsión que no discrimina. Intenta encontrar sentido mediante el trabajo.Por otro lado, el individuo con vocación encuentra trabajo con sentido”.

Pero notemos una vez más el movimiento de prestidigitación. Cuando hay unLlamante al que llamar, la verdadera vocación es realmente distinta a la adicciónal trabajo. Pero la diferencia entre el adicto al trabajo que quiere “encontrarsentido por medio del trabajo” y el trabajador cuya “vocación” es hacer “lo quees necesario hacer”, es demasiado nimia como para estar tranquilos. Hace faltauna solución mejor y más honesta.

La “distorsión protestante”Estas contorsiones propias del esfuerzo moderno de revestir de nuevo el trabajo

con un manto de dignidad indican la segunda de las dos grandes distorsionesque inhabilitan el llamamiento: la “distorsión protestante”. En realidad, estascontorsiones son el resultado directo de la distorsión protestante. Mientras que ladistorsión católica es una forma espiritual de dualismo, que eleva lo espiritual aexpensas de lo secular, la distorsión protestante es una forma secular dedualismo, que eleva lo secular a expensas de lo espiritual.

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Bajo la presión del mundo moderno, la distorsión protestante es más extrema.Separa lo secular de lo espiritual, y reduce la vocación a un término alternativopara el trabajo. Al hacerlo, traiciona por completo el propósito del llamamientoe, irónicamente, activa un contraefecto que nos remite de nuevo a la distorsióncatólica. Parece mejor el dualismo de hacer del llamado algo puramenteespiritual que el dualismo de convertirlo en algo puramente secular.

Las semillas de la distorsión protestante se encuentran en los mismospuritanos. En términos generales, los puritanos eran magníficos adalides delllamamiento. Como los primeros reformadores, la mejor y más clara muestra desu pensamiento nunca separaba el llamamiento primario (“por Dios, a Dios,para Dios”) del secundario (“todos, en todas partes, en todo”).

Es cierto que Juan Calvino se acerca al concepto de llamamiento comosinónimo de trabajo. Para Martín Lutero, los creyentes responden al llamadocuando, por medio de la fe, sirven a Dios por medio de su trabajo, pero enocasiones Calvino habla más osadamente cuando identifica el llamamiento conel trabajo. Para ambos reformadores había algunas ocupaciones que no podíanproceder de Dios y, por consiguiente, nunca se podrían considerar realmentevocaciones. Pero Calvino, en su tratado “Contra los libertinos”, se refiere a estasocupaciones ilegítimas con el nombre de vocaciones, aunque con sarcasmo:“Que el administrador de un burdel... se ocupe de su negocio... que un ladrónrobe con osadía, pues cada uno persigue su vocación”.

Pero lo que podría haber sido un desequilibrio latente en un momentotemprano, en la era puritana se convierte en una distorsión en toda regla.Lentamente, empezaron a usarse palabras como trabajo, comercio, empleo yocupación como sinónimos de llamamiento y vocación. Cuando pasó esto sealteraron las pautas de los llamamientos; en vez de ser dirigidos por las órdenesde Dios, se entendían como algo dirigido por los deberes y los roles de lasociedad. Al final llegó un momento en que la fe y el llamamiento se separarondel todo. La exigencia original de que cada cristiano tuviera un llamado se redujoa la petición de que cada ciudadano tuviera un empleo.

Por último, la rueda describió un círculo completo. Los llamamientos sehabían convertido en empleos y estos se corrompieron, de modo que un gruporadical protestante del siglo XVII, “los Cavadores”, pidió la abolición delllamamiento. Gerrard Winstanley, en un tratado publicado en 1650 en Gran

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Bretaña, escribió: “Los jueces y los oficiales compran y venden la justicia pordinero, se limpian la boca como la ramera de Salomón y dicen ‘Este es millamado’, y no les importa”. Así, irónicamente, mientras que los reformadoresdefinieron el redescubrimiento del “llamamiento” como consecuencia de laverdadera fe, algunos de sus descendientes espirituales exigieron la “abolición delos llamamientos”, también como consecuencia de una fe auténtica.

Sin duda, la lógica estricta de los Cavadores era demasiado radical para lamayoría de personas. Dentro de la amplia corriente principal de la vida europeay americana, la secularización imparable del llamamiento siguió su ritmo. Lentapero firmemente, los llamamientos secundarios se condensaron en el primario.En el momento álgido de la Revolución Industrial, los resultados fueroncompletos y devastadores.

Por un lado, el triunfo de los llamados secundarios sobre el primario significóque se sacralizó el trabajo. Mientras que la Biblia se muestra realista respecto altrabajo, y considera que después de la Caída es algo creativo a la par que maldito,a finales del siglo XIX y durante el XX ese equilibrio se desvaneció. El trabajo nosolo era totalmente bueno, sino que prácticamente se santificó por medio de unentusiasmo creciente que más tarde se bautizó como “la ética protestante”. Elpresidente Coolidge declaró: “Quien construye una fábrica levanta un templo.Quien trabaja en uno adora en otra”. Henry Ford proclamó: “El trabajo es lasalvación de la raza humana, tanto moral como física y socialmente”.

Por otro lado, este mismo triunfo supuso que el llamamiento se secularizó.Igual que un cohete propulsor que se desprende cuando se ha consumido elcarburante, la dinámica del “llamamiento” había propulsado al espacio laestupenda nave “trabajo”, y luego se había perdido de vista. Ahora podía salvarsela vocación como un término más amable para definir a trabajadores menospagados pero sacrificados (como las enfermeras), a los religiosos (como losmisioneros) y a personas con una orientación más práctica. Los alumnos asistíana nuevas “instituciones educativas vocacionales”, donde recibían “formaciónvocacional” porque no llegaban al estándar de los institutos y las universidadesde artes liberales.

La condescendencia de semejantes actitudes es tan nociva como la distorsiónde la vocación, en la que se basa. Mientras que los reformadores protestanteshabían considerado “el llamamiento mundano”, en palabras de Dietrich

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Bonhoeffer, como “la protesta final, radical, contra el mundo”, los deformadoresprotestantes lo convirtieron en la justificación religiosa para la mundanalidad.Así, “la gracia onerosa se convirtió en una gracia barata sin discipulado”.

¿Hay alguna manera de invertir la catástrofe de la distorsión protestante?Hacen falta al menos dos cosas: desacreditar el concepto de llamamiento sin unLlamante, y restaurar la primacía del llamamiento primario.

Primero, debemos negarnos en redondo a utilizar esos juegos de palabras quepretenden que el llamamiento sin Llamante tiene sentido; y no debemos permitira nadie que nos embauque con esas tretas. Hace cien años Friedrich Nietzsche seburlaba con justicia de quienes decían “Dios ha muerto” y seguían viviendoexactamente igual que antes. Uno de los blancos de su crítica fue el novelistaGeorge Eliot, quien escribió: “Dios es ‘inconcebible’, y la inmortalidad‘increíble’, pero a pesar de ello el deber es ‘perentorio y absoluto’”.

Nietzsche se reía de esas personas calificándolas de “odiosas portavoces deloptimismo progresivo”, que creen que es posible disponer de la moralidadcristiana sin que vaya acompañada de la fe cristiana. “Se libran del Dioscristiano”, escribió en El crepúsculo de los ídolos, “y ahora creen más firmementeque antes que deben aferrarse a la moral cristiana... Cuando uno renuncia a la fecristiana, se priva del apoyo de la moral cristiana”.

Lo que es cierto de la moral también lo es del llamamiento. Según la imagenque creó C. S. Lewis, quienes buscan el sentido al llamamiento cuando no creenque haya un Llamante son tan necios como “la mujer que durante la primeraguerra dijo que, si escaseaba la comida, para ella no sería un problema porque ensu casa siempre comían tostadas”. Si no hay Llamante no hay llamado, solotrabajo.

Segundo, y en una nota más positiva, debemos restaurar el llamamientoprimario a su lugar de primacía, al restaurar la adoración que constituye sumarco y la dedicación a Jesús que es su esencia. En este sentido no hay una guíamás certera que el escritor devocional Oswald Chambers. “Cuidado concualquier cosa que compita con la lealtad a Jesucristo”, escribió. “El mayorcompetidor de la devoción a Jesús es el servicio que se le presta. El único objetivodel llamado de Dios es satisfacer a Dios, no hacer algo por él”.

¿Nos gusta nuestro trabajo, lo disfrutamos, prácticamente lo adoramos de

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modo que nuestra devoción por Jesús ya no es el centro de nuestra vida?¿Ponemos el énfasis en el servicio, la eficacia, la productividad en el servicio aDios. a su costa? ¿Nos esforzamos por demostrar nuestra importancia? ¿Pormarcar una diferencia en el mundo? ¿Por grabar nuestros nombres sobre elmármol de los monumentos del tiempo?

El llamamiento de Dios corta el paso a todas estas tendencias tanprofundamente humanas. No se nos llama primariamente a hacer algo o a ir aalguna parte; somos llamados a acercarnos a Alguien. No somos llamadosprimero a un trabajo especial, sino a Dios. La clave para responder al llamadoconsiste en no consagrarse a nadie ni a nada por encima del propio Dios. Comodijo Chambers: “Los hombres y las mujeres que nuestro Señor envía a susempresas son seres humanos normales y corrientes, ungidos por la devocióncontroladora a Sí mismo que es obra del Espíritu Santo”. La frase más frecuenteen sus obras es: “Sé absolutamente Suyo”.

En resumen, debemos evitar las dos distorsiones al mantener juntos los dosllamamientos, subrayando el llamado primario para contrarrestar la distorsiónprotestante y el secundario para frenar la católica. Mientras que el dualismoperjudica el llamado, la comprensión integral libera su poder: la pasión de ser deDios concentra la energía de todos aquellos que responden a la llamada.

¿Quieres ser suyo, totalmente suyo, suyo cueste lo que cueste, y suyo para siempre, demodo que las cosas secundarias sigan siéndolo y las primarias sean siempre primeras?Escucha a Jesús de Nazaret; responde a su llamado.

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CAPÍTULO 6

Haz lo que eres

Yehudi Menuhin, el famoso director de orquesta y violinista, ha cautivado apúblicos de todo el mundo con sus interpretaciones en ambos campos. Comomuchos grandes músicos, sus dones se manifestaron pronto. Debutó comoviolinista en San Francisco a la edad de siete años y lanzó su carrera universal alos doce, con un concierto histórico en el Carnegie Hall. En sus memorias, Elviaje inacabado, Menuhin cuenta la historia de cómo empezó su historia de amorcon el violín, que duraría toda su vida.

Desde que tenía tres años, los padres de Menuhin le llevaron con frecuencia aconciertos en Nueva York, donde escuchó al director y primer violinista LouisPersinger. Cuando Persinger abordaba solos instrumentales, el pequeño Yehudi,sentado con sus padres en el palco, se quedaba cautivado.

“Durante una de aquellas actuaciones”, escribió Menuhin, “pregunté a mispadres si podían regalarme un violín para mi cuarto cumpleaños, y si LouisPersinger podría enseñarme a tocarlo”.

Según parece, le concedieron su deseo. Un amigo de la familia regaló al niñoun violín, metálico y con cuerdas del mismo material. Yehudi Menuhin solotenía cuatro años. Era imposible que tuviera los brazos y los dedos necesariospara hacer justicia a un violín de tamaño real, pero él se enfureció.

“Prorrumpí en llanto, lo tiré al suelo y no quise tener nada que ver con él”.Años más tarde, reflexionando sobre el episodio, Menuhin se dio cuenta de queno quería nada que no fuese lo auténtico, porque “sabía, instintivamente, quetocar era existir”.

Historias como estas son habituales en las vidas de los artistas creativos. ArtieShaw, famoso clarinetista en los viejos tiempos de la Big Band,3 compartió losiguiente con un entrevistador: “En mi vida quizá he conseguido lo que queríaen un par de ocasiones. Una vez estábamos tocando ‘These Foolish Things’ y al

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final la banda deja de tocar y yo ejecuto una breve cadencia. Esa cadencia... nadiepuede hacerla mejor. Digamos que son cinco compases. Conseguirlo una vez enla vida es estupendo. A un artista no se le debe juzgar por su mejor marca, comoa un atleta. Elige una o dos de las cosas que hice mejor y di: ‘Eso es lo quehicimos; todo lo demás era ensayo’”.

John Coltrane, el saxofonista que tocó para Dizzie Gillespie y Miles Davis, dijoalgo muy parecido. A principios de la década de 1950 “Trane” estuvo a punto demorir por sobredosis en San Francisco, y cuando se recuperó dejó las drogas y labebida y puso su fe en Dios. Algunas de sus mejores piezas de jazz vinierondespués, incluyendo “A Love Supreme”, una oración ardiente de acción degracias a Dios que dura 32 minutos, que le agradece su bendición y le ofrece supropia alma.

Después de una ejecución totalmente extraordinaria de “A Love Supreme”,Coltrane se bajó del escenario, dejó su saxofón y dijo, simplemente, “Nuncdimitís”. (Estas son las dos primeras palabras en latín de la antigua oración deSimeón, cantada tradicionalmente durante la oración vespertina: “Señor, ahorapermites que tu siervo parta en paz, pues mis ojos han visto tu salvación”).Coltrane sintió que jamás podría tocar aquella pieza de una manera más perfecta.Si toda su vida hubiera tenido como propósito aquella oración de 32 minutos enclave de jazz, habría valido la pena. Estaba listo para marcharse.

¿Qué tienes que no hayas recibido?“Tocar era existir”, dijo Yehudi Menuhin. “Todo lo demás era ensayo”, dijo

Artie Shaw. “Nunc dimitís”, dijo John Coltrane. De alguna manera, los sereshumanos nunca estamos más felices que cuando expresamos los dones másprofundos que son realmente nuestros. Y a menudo recibimos una visiónreveladora de esos dones en un momento temprano de la vida. Graham Greeneescribió en El poder y la gloria: “En la infancia siempre hay un momento en quese abre la puerta y deja entrar al futuro”. Hay incontables ejemplos quepodríamos añadir a estas historias, pero todos señalan hacia otro aspecto crucialdel llamamiento: habitualmente, Dios nos llama por la línea que marcan nuestrashabilidades naturales, pero el propósito de los dones es la administración y el servicio,no el egoísmo.

El talento no es lo único que nos ayuda a discernir nuestros llamados. Se alía

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con otros factores como respuesta al llamado de Dios, como la herencia familiar,las oportunidades que tenemos en la vida, la guía divina y nuestra disposiciónincuestionable a hacer lo que él nos indica. Pero centrarse en el talento naturalcomo la manera esencial de discernir el llamado invierte la manera de pensar dela mayoría. Normalmente, cuando conocemos a alguien por primera vez, no pasamucho antes de que preguntemos: “¿A qué te dedicas?”. Y la respuesta suele serdel estilo: “Soy abogado”, “Soy conductor de camión”, “Soy profesora”, etc.

Un empleo, mucho más que un nombre o un lugar de nacimiento, nos ayudaa situar a una persona en un mapa mental. Después de todo, el trabajo, para lamayoría de nosotros, determina buena parte de nuestra oportunidad deencontrar sentido y de la cantidad de beneficios que podemos producir durantetoda la vida. Además, el trabajo exige tantas horas del tiempo que pasamosdespiertos que nuestros trabajos llegan a definirnos y a ofrecernos nuestraidentidad. Nos convertimos en lo que hacemos.

El llamamiento invierte esta forma de pensar. La sensación de llamado deberíapreceder la elección de un trabajo y una carrera, y la manera principal dedescubrir el llamado es siguiendo la línea de lo que todos hemos sido creadospara ser y de los talentos que se nos han concedido. En lugar de “eres lo quehaces”, el llamamiento dice “haz lo que eres”. Tal como escribió el gran poetacristiano Gerard Manley en su poema sobre martines pescadores y libélulas: “Loque hago soy yo: por eso vine”. Albert Einstein, aun siendo adolescente, puso lamira en la física teórica y las matemáticas. En un trabajo de clase que hizocuando vivía en Aarau, Suiza, escribió: “Es muy natural; a uno siempre le gustahacer aquellas cosas para las que tiene habilidad”.

Para ser justos, existe una tendencia cada vez mayor a ajustar los puestos detrabajo a las personas. “Hazlo tú mismo: el secreto para la satisfacción laboral”,promete un libro. Pero muchos de esos enfoques son inadecuados si loscomparamos con el llamado. Primero, los enfoques más seculares tienden a usaren sus test “tipos de personalidad” muy generales. La consecuencia es que losresultados son demasiado amplios como para ser específicos de un individuo, yhablan más de rasgos generales de personalidad que de los dones concretos de laspersonas.

Segundo, incluso los enfoques más claramente cristianos adolecen en ocasionesde puntos débiles. Algunos usan pruebas que se centran en los dones espirituales

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ignorando los naturales. Esto permite que los examinadores, que suelen seriglesias grandes, usen los resultados para pedir a las personas que empleen susdones descubiertos dentro de sus iglesias, apartándolas así de sus llamamientosen la vida secular y agravando aún más la distorsión católica.

Otros amplían la prueba para descubrir los dones tanto espirituales comonaturales, pero escinden el descubrimiento de los talentos de la adoración y de laescucha que son esenciales para el llamado, agravando así la distorsiónprotestante. El resultado es una consciencia potenciada de los talentos, pero elénfasis sobre estos tiende más al egocentrismo que a la mayordomía. El arzobispoWilliam Temple fue severo al subrayar este peligro. Elegir una carrera o unaprofesión basándose en motivos egoístas, sin un verdadero sentido delllamamiento, es “probablemente el pecado más grande que puede cometer unapersona joven, porque priva deliberadamente a la lealtad a Dios de la mayorparte del tiempo y de la fortaleza personal”.

Según el concepto bíblico del talento, los dones nunca son realmente nuestrosni para nosotros. No tenemos nada que no nos haya sido dado. En últimainstancia, nuestros dones son de Dios, y no somos más que “mayordomos”,responsables de la administración prudente de una propiedad que no es lanuestra. Por eso nuestros dones son siempre “nuestros para otros”, tanto en lacomunidad de Cristo como en la sociedad más amplia fuera de ella, sobre todopara el prójimo necesitado.

Este es también el motivo por el que está mal tratar a Dios como una granagencia de colocación, un directivo celestial que busca empleos perfectos paranuestros dones perfectos. La verdad no es que Dios nos encuentra un lugardonde aplicar nuestros dones, sino que Dios nos ha creado, a nosotros y anuestros dones, para ocupar un lugar que él ha elegido, y solo seremos nosotroscuando estemos allí por fin.

Este tema del propósito más amplio de los dones es claramente puritano. JohnCotton, por ejemplo, fue un eminente ministro del siglo XVII y el arquitecto delcongregacionalismo de Nueva Inglaterra. Tras estudiar en el Trinity y elEmmanuel Colleges de Cambridge, predicó el famoso sermón de despedida “Lapromesa divina a su plantación”, cuando zarpó el Arbella en 1630. Tres añosdespués él mismo fue al Nuevo Mundo. Su sermón “El llamamiento cristiano”es una exposición conmovedora del tema, dividida en siete puntos.

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Cotton proporciona tres criterios para elegir un trabajo. El más importante delos tres es que “sea un llamamiento justificable, en el que no solo podamosaspirar a nuestro beneficio sino también al beneficio público”. Los otros criteriosson que estemos capacitados para el trabajo y que sea Dios quien nos guíe a él,unos criterios que, sin duda, en la escala de muchas personas modernas, tendránmás peso que el primero que proponía. Todos los que busquen seguir a Cristo yresponder a su llamamiento deben apuntar al vínculo clave entre sus dones y sullamado, y usar los mejores libros cristianos y pruebas sobre este tema. Satisfacerun llamado que encaja con quiénes somos es una alegría y, como el pilar de nubey de fuego, va delante de nuestras vidas y las guía.

Pero, ¿quiénes somos? ¿Y cuál es nuestro destino? El llamamiento insiste enque la respuesta se encuentra en que Dios sabe para qué nos ha creado y a quélugar nos llama para que vayamos. Nuestros dones y nuestro destino no radicanexpresamente en los deseos de nuestros padres, los planes de nuestros jefes, laspresiones de nuestro grupo de iguales, las perspectivas de nuestra generación olas exigencias de nuestra sociedad. En lugar de todo esto, hemos de conocernuestro propio diseño único, que es el que Dios ha creado para nosotros.

Nuestros para ser de otrosNo es de extrañar que el objetivo de nuestro talento pueda ser tan peligroso

como maravilloso. La incitación a “hacer lo que somos” se puede entender comoun cheque en blanco para que seamos indulgentes con nosotros mismos. Pero lastentaciones más intensas siempre siguen la línea de las verdades más nobles, yeste es el caso ahora: el principio resulta tentador porque es cierto.

Dios nos llama a “ser nosotros mismos” y a “hacer lo que somos”. Perosolamente somos “nosotros”, y solo podemos “hacer de verdad lo que somos”cuando seguimos la llamada de Dios. Por consiguiente, los talentos que son“nuestros para ser de otros” no son egoísmo, sino un servicio que constituye lalibertad perfecta.

Sin embargo, el peligro sigue ahí. De manera que cabe destacar algunasdistinciones que se han hecho a lo largo de la historia sobre el llamamiento, quenos ayudarán a equilibrar los talentos y la mayordomía. En cada caso latentación consiste en recordar solamente el talento y olvidar la mayordomía.Pero al tener ambos en mente, podemos navegar con mano firme según los

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principios del llamamiento y eludir las trampas.

Durante todo el debate, las palabras llamamiento y vocación deberían sersinónimos. La única diferencia es que una procede de una raíz anglosajona y laotra de una latina. Cuidado con quienes hacen que la “vocación” sea diferente al“llamamiento”. Si alguna vez “vocación” se distingue de “llamamiento” y se usacon referencia al clero, es un indicio claro de la distorsión católica; si “vocación”se distingue de “llamamiento” y se usa con referencia al empleo y a la ocupación,revela la presencia de la distorsión protestante.

Primero, debemos recordar la distinción entre el llamamiento individual (oparticular) y el llamamiento colectivo (o general). El egoísmo prefiere el primero,pero la mayordomía respeta ambos. El llamado individual es la parte de nuestrarespuesta a Dios que hacemos con nuestra vida como individuos únicos. Comohemos visto, nuestros llamamientos individuales son únicos por el mero hechode que cada uno de nosotros lo es. Por otro lado, el llamado colectivo es esaparte de nuestra respuesta a Dios que hacemos con nuestra vida junto con todoslos demás seguidores de Cristo. Por ejemplo, todos los seguidores de Cristo sonllamados a ser santos y pacificadores, simplemente en virtud de ser seguidores deCristo.

Nuestro llamamiento colectivo, que analizaremos en un capítulo posterior, esesencial porque evita que el llamado se convierta en un exceso de individualismo.Los llamados individuales deben complementar, no contradecir, el colectivo. Siexiste algún desacuerdo, el llamado colectivo tal como se expone en la Escrituraes el que debe gozar de preferencia. Todo el que cite su llamado individual comofundamento para rechazar el llamamiento colectivo de la Iglesia se engaña a símismo.

Una característica de los puritanos es que pensaban en el llamado colectivotanto como en el individual. William Perkins, el decano de los escritorespuritanos sobre el tema de la vocación, aconsejaba que “todo llamado debeadaptarse al hombre, y cada hombre a su llamado”. Él sostenía que ambasmitades de la normativa son necesarias, “porque cuando los hombres decualquier sociedad no siguen su verdadero llamado es como si en el cuerpo unmiembro estuviera desencajado”.

Segundo, debemos recordar la distinción entre un llamado posterior, especial, y

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nuestro llamado originario, ordinario. Una vez más, el egoísmo prefiere elprimero, pero la mayordomía respeta ambos. El llamamiento especial se refiere aaquellas tareas y misiones impuestas al individuo por medio de unacomunicación directa, específica y sobrenatural de parte de Dios. Por otra parte,el llamado ordinario es el sentido que tiene el creyente del propósito de su vida yla labor de esta como respuesta al llamamiento primario de Dios, “sígueme”,incluso cuando no existe un comunicado directo, específico y sobrenatural deDios sobre un llamado secundario. En otras palabras, el llamado ordinario sepuede percibir en nuestra responsabilidad de ejercer un alto grado de empresa “alestilo capitalista” con nuestra manera de vivir la vida. Por ejemplo, los siervos enla parábola de los talentos que contó Jesús fueron juzgados conforme a “cómo selo montaron” cuando el dueño estaba lejos. En este sentido, ningún seguidor deCristo carece de llamamiento, porque todos tenemos un llamado original,incluso aunque no todos tengamos uno posterior, especial. Y, por supuesto, haypersonas que tienen ambos.

Esta distinción tiene consecuencias prácticas. Muchos cristianos cometen elerror de elevar un llamado especial o de hablar como si todo el mundo lonecesitase para cada tarea que desempeñara. (“¿Fuiste llamado a este empleo?”).Algunos usan la palabra llamado piadosamente, aplicándola a todas susdecisiones, pensando que es el término que deben usar, cuando en realidad nohan recibido ningún llamamiento especial. Para sorpresa de ambos grupos, en elNuevo Testamento no hay un solo caso del llamado especial de Dios a nadiepara que ocupase un empleo remunerado o adoptara el papel de un profesionalreligioso. Otros piensan que, como no han recibido un llamado especial, no hanrecibido ningún llamado; de manera que se quedan esperando recibir una guía, yse vuelven pasivos, excusándose al decir que “no han recibido ningún llamado”.Pero lo único que hacen así es confundir los dos tipos de llamamiento y enterrarsu verdadero talento en el suelo, envuelto en una servilleta.

No hace falta decir que a menudo el mismo concepto de un llamado especialde Dios revela el hecho de que no se ha entendido bien el llamado originario.Esta tensión es más aguda en el profeta; el profeta está llamado especialmente acriticar y a retar al pueblo de Dios cuando este olvide o traicione su llamamientooriginario.

Así, Moisés echó en cara al pueblo de Dios el asunto del becerro de oro. Elías

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criticó a los profetas de Baal, Jesús el legalismo y la hipocresía. Martín Luteroatacó la distorsión de la fe, y Karl Barth y Dietrich Bonhoeffer la idolatría delnacionalismo. Estas críticas proféticas se transmitían a menudo con ira, pero nonegaban la condición de elegidos de los criticados. Por el contrario, el propósitode la crítica profética es la restauración, no la condena. Los profetas recibieronun llamado especial, y sus mensajes proféticos eran llamados especiales paradevolver al pueblo de Dios al llamado original del que se había desviado.

Tercero, debemos recordar la distinción entre que algo sea crucial para nuestrollamado y que sea periférico. Una vez más, el egoísmo prefiere lo primero, pero lamayordomía tiene en cuenta ambas cosas. Muchas personas usan la palabrallamamiento solo para referirse al núcleo de nuestros talentos. Hablan como sitodos debiéramos ser capaces de especificar nuestro llamamiento como una tareaúnica expresada en una sola frase. Pero tanto las personas como la vida son másricas, y el llamado es global, no parcial. Hemos de recordar que el llamamientotiene múltiples dimensiones, e incluye nuestras relaciones. Por ejemplo, MartínLutero era, entre otras cosas, esposo de su esposa, padre de su hija, pastor de sucongregación, profesor de sus alumnos y súbdito de su príncipe.

Esta distinción es importante porque si nos concentramos en la esencia denuestro talento es fácil que se distorsione, como si el universo existiera solamentepara satisfacer nuestros talentos. Pero también es fácil desanimarse al cometer elmismo error. Vivimos en un mundo caído, y es posible que en esta vida nopongamos en práctica la esencia de nuestros dones. Si no hubiera habido unaCaída, todo nuestro trabajo habría expresado de forma natural y plena quiénessomos, y habría ejercido los dones que se nos han dado. Pero después de la Caídano ha sido así. Ahora el trabajo es en parte creativo y en parte una maldición.

Así, encontrar un trabajo que encaje perfectamente con nuestro llamado no esun derecho, sino una bendición. Quienes pertenecen a la clase media o alta delas sociedades modernas seguramente pueden encontrar ese encaje satisfactorioentre llamamiento y trabajo. Pero para muchos otros, y seguramente para lamayoría de los miembros de cualquier sociedad, entre trabajo y llamado no existesemejante vínculo. El trabajo es una necesidad para vivir. Incluso un genio delarte casi universalmente reconocido como fue Miguel Ángel se lamentaba encierta ocasión: “Habiendo visto, como dije, que los tiempos son contrarios a miarte, no sé si puedo albergar esperanzas de percibir un sueldo en el futuro”.

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Esta tensión creada por la Caída subyace en el concepto de “hacer tiendas”. Nohace falta decir que para el llamado de Pablo no existía un empleo anunciadoque fuera perfecto: “Apóstol a los gentiles; 50.000 dólares anuales”. De modoque Pablo, que no quería depender de los adinerados mecenas corintios, seganaba un sueldo haciendo tiendas. Sin duda las hacía bien, porque tambiénellas debían redundar en la gloria de Dios. Pero la fabricación de tiendas nuncafue la esencia del llamado de Pablo, sino solo una parte, como lo es toda la vida.Como parte de nuestro llamado, ese “hacer tiendas”, en su peor vertiente, es untrabajo que nos frustra porque nos arrebata un tiempo que deseamos invertir encosas más importantes. Pero, en su mejor faceta, es un trabajo que nos libera paraacceder a lo que es esencial. Por el contrario, aquello que constituye el corazónde nuestro llamado es un trabajo que nos llena, porque aprovecha nuestros donesmás profundos.

Es imposible soslayar la diferencia. George Foreman, flamante campeónmundial de los pesos pesados y predicador bautista, dice: “La predicación es millamado. Para mí, el boxeo no es más que un empleo secundario, como Pablohacía tiendas”.

Cuarto, debemos recordar la distinción entre la claridad del llamamiento y elmisterio del mismo. Una vez más, el egoísmo prefiere lo primero, pero lamayordomía tiene en cuenta ambos factores. Siempre que por medio de laadoración, de escuchar a Dios y de descubrir nuestros dones, entendamos lo queDios nos llama a ser y a hacer, nuestro sentido del llamamiento gozará de unaclaridad diáfana. Pero si nos lanzamos alegremente a ser explícitos,traicionaremos nuestra arrogancia moderna y olvidaremos el lugar que ocupa elmisterio en la forma en que nos trata Dios. Oswald Chambers llegó a decir,escribiendo sobre un llamamiento especial:

Si eres capaz de decir dónde recibiste el llamado de Dios y contarme detalles, me pregunto sirealmente has recibido un llamamiento. El llamado de Dios no viene por esa vía, es mucho mássobrenatural. La plasmación de ese llamado en la vida de una persona se puede producir medianteun trueno repentino o un alba progresiva, pero venga como venga va acompañada de unacorriente sobrenatural, algo que no se puede expresar con palabras.

¿Puedes condensar tu identidad en una sola frase? Pues tampoco tienes por quéser capaz de encerrar tu llamamiento en una sola frase. Como mucho, solopodrás especificar una parte del mismo. E incluso esa claridad tendrá suslimitaciones. En muchos casos, el sentido claro del llamamiento se obtiene solo

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por medio de un tiempo de búsqueda, incluyendo el proceso de prueba y error.Y lo que podemos tener claro a los veinte años puede resultar mucho másmisterioso a los cincuenta, porque en esta vida nunca entendemos plenamentelos designios completos de Dios para nosotros, y mucho menos los cumplimos.

En 1787, William Wilberforce escribió una entrada en su diario dondeestablecía sus dos “grandes objetivos”, y que quizá sea la afirmación más sencillae impactante de una misión de toda la historia. Pero sería un error decir que esun modelo para todos. Wilberforce era joven, tenía claro su sentido del llamado,y se pasó el resto de su vida en pos de este, casi como si corriera en línea recta.

Aleksandr Solzhenitsyn, una leyenda viva en el siglo XX y un movimiento deun solo hombre contra el totalitarismo, representa una vía muy distinta. Cuandotenía 55 años y se acercaba al punto culminante de su titánico combate contralos soviéticos, teniendo por delante otros veinte años de proyectos literarios, susentido del llamado era apasionado.

Lo único que me preocupaba es que no se me concediera el tiempo suficientepara realizar todo el proyecto. Me sentía como si estuviera a punto de llenar unespacio en el mundo que me estaba destinado, y que llevaba muchoesperándome; un molde, por así decirlo, hecho solo para mí, pero que yo solodiscernía en este mismo momento. Yo era una sustancia derretida, impaciente,insoportablemente impaciente, que verter en ese molde, llenándolo a rebosar, sinburbujas ni grietas, antes de que me enfriase y solidificase.

Pero el sentido del llamamiento que tenía Solzhenitsyn no siempre fue tanclaro y apasionado. Al principio no lo había tenido, porque no conocía a suLlamante y apenas sabía cuál era su don. “Fui a parar a la literatura sin pensar”,dijo, “y no quiero ni pensar qué tipo de escritor habría acabado siendo”. Pero susentido del llamamiento creció mediante sus experiencias en el gulag, suangustioso esfuerzo por escribir, el milagro de su curación del cáncer, suconversión gracias a un seguidor judío de Jesús y su carga cada vez más intensade dejar por escrito “el último deseo de millones de personas”.

Por lo tanto, Solzhenitsyn ejemplifica la observación que hizo SorenKierkegaard: que la vida se vive hacia adelante, pero se entiende hacia atrás. EnEl roble y el ternero, escribió: “Más adelante se me clarificaba inevitablemente laverdadera importancia de lo sucedido, y la sorpresa me dejaba atónito. En mi

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vida he hecho muchas cosas que se oponían a las grandes metas que me habíafijado, y siempre ha habido algo que me devolvía al camino correcto”.

La conclusión de Solzhenitsyn, citando a otro escritor ruso, es un recordatorioestimulante para todos los que anhelan que el llamamiento sea siempre sencillo yclaro. “Muchas vidas tienen un sentido místico, pero no todo el mundo lo leebien. La mayoría de las veces se nos concede bajo una apariencia críptica, ycuando no conseguimos descifrarlo desesperamos, porque nos parece que nuestravida no tiene sentido. A menudo el secreto de una gran vida radica en el éxito delindividuo para descifrar los símbolos misteriosos que le han sido dados,entenderlos y aprender así a caminar por el sendero correcto”.

¿Quieres que los dones mejores y más maravillosos que Dios te ha dado decaigan,invertidos solo en ti mismo? ¿O quieres darles libertad para que sean lo que son,cuando relaciones tus capacidades más profundas con la necesidad de tu prójimo ycon la gloria de Dios? Escucha a Jesús de Nazaret; responde a su llamado.

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3. Tipo de orquestas de jazz que nació a finales de la década de 1920 y sepopularizó entre 1935 y 1950. (N. del t.)

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CAPÍTULO 7

Tiempo para estar firmes

Hay momentos en los que nuestros corazones se conmueven ante el heroísmocomo un cristal fino reverbera cuando suena un violín. Eso es lo que me pasóuna vez, cuando solo tenía doce años, y escuché al director de mi colegio, que erami profesor de historia clásica, relatarnos una de las resistencias más valientes dela historia humana: la del paso de las Termópilas. Han pasado los años, pero aúnle veo con claridad. Alto y fuerte, con manos firmes y expresivas, era un héroedel deporte británico. Pero cuando más se emocionaba era al recordar las gloriasde la antigüedad grecorromana. Cuando despertaba de nuevo el pasado, unalección tras otra, el siglo XX se desvanecía como algo irreal.

Corría el año 480 a.C. Oriente avanzaba en guerra contra Occidente. Unejército colosal y terrible, el más grande que se hubiera visto jamás, habíacruzado el Helesponto desde Asia, internándose en Europa. Comandado por eltodopoderoso rey persa Jerjes, el vasto ejército incluía a soldados persas con cotade malla, árabes montados en camellos, aurigas libios, casitas con turbante,escitas con pantalones bombachos, partos con botas de tacón, y multitud deotras tribus y nacionalidades. Ochenta mil hombres iban a caballo o en carro; asu alrededor marchaban la infantería e innumerables arqueros.

Se dice que cuando este inmenso ejército se desplazaba, temblaba la tierra.Cuando comían, era como si una hueste de langostas hubiera consumido todo loque encontró a su paso. Cuando bebían, parecía que secaban lagunas, y los ríoscaudalosos quedaban reducidos a arroyos. La máquina de guerra imperial persano se parecía a nada de lo que hubiera existido antes. Para que el rey pasararevista a todos ellos era necesaria una semana.

La motivación persa era la venganza. Jerjes, el “rey de reyes” de 38 años, habíasalido de Susa, después de cuatro años de preparativos, para vengar la derrota desu padre, Darío. Durante el proceso pretendía someter a Grecia, cortar de raíz laamenaza creciente de Atenas y de Esparta, y ampliar el imperio persa, ya de por

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sí extenso. Por supuesto, Atenas aún no era la ciudad brillante de Pericles, Fidias,Esquilo y Sófocles. La maravilla marmórea del Partenón y la era dorada de laciencia, la filosofía, la democracia y el teatro eran cosas que aún estaban en elfuturo. Atenas no era más que una pequeña ciudad rebelde. Era Esparta la queparecía tener un mayor potencial militar. Pero durante aquellos calurosos días demediados de agosto, pensar en el futuro hubiera sido absurdo. Incluso de habersealiado, las ciudades-estado no hubieran sido rival para la impresionante hueste deJerjes. Pero los griegos, además de no estar preparados, estaban divididos. Losbelicosos helenos se enfrentaban tanto unos a otros como a los persas.

Por eso fue que el súper ejército persa, de quizá un cuarto de millón deefectivos (Heródoto dijo que eran tres millones) se encontró con un contingentede siete mil griegos, reunido a toda prisa y con gente de todo tipo, procedente decinco ciudades-estado. Pero entre ellos figuraban trescientos espartanos,entrenados para luchar o morir. (Una madre espartana dijo a su hijo: “Vuelvecon tu escudo o sobre él”.) Los conducía un príncipe espartano de 55 añosllamado Leónidas. Y presentaron defensa en un desfiladero estrecho, de unosveinte metros de ancho, limitado por el mar a un lado y por los acantilados de1500 metros del monte Calídromo por el otro. En el punto más estrecho deestos acantilados burbujeaban fuentes de agua caliente y sulfurosa, a las que losgriegos llamaban Termópilas, o Puertas Calientes.

Al principio, a los persas aquel episodio debió parecerles una simple operaciónde limpieza, una pequeña escaramuza, como una irrisoria tormenta de polvo.Pero durante dos días los invencibles fueron vencidos. A finales del segundo día,Jerjes, temiéndose que el pánico cundiera entre las tropas, envió a su fuerza deélite, “los inmortales”, que también fueron rechazados padeciendo numerosaspérdidas. Durante dos largos días la horda persa atacó, y el heroico puñado degriegos le hizo frente.

Entonces, lamentablemente, los griegos fueron traicionados. Por la noche, untraidor condujo a los persas al otro lado de los acantilados, de modo que alamanecer Leónidas y sus hombres estaban rodeados. El paso se había vendido. Seacabó la partida. La muerte se acercaba con tanta seguridad como el alba.Despidiendo a la mayor parte de su ejército, Leónidas condujo a sus trescientosespartanos y a algunos pocos más hasta un pequeño montículo desde el queorganizar su última resistencia desesperada, para contener la avalancha

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inminente. Allí el pequeño grupo luchó hasta que no quedó nadie vivo. SegúnHeródoto, cuando perdieron las espadas lucharon con sus manos y sus dientes.Pero antes de morir, enviaron a Esparta el mensaje conmovedor que haestremecido al mundo: “Desconocido, di a los espartanos que nos comportamoscomo esperaban de nosotros, y estamos sepultados aquí”.

Estas últimas palabras, breves, lacónicas y directas, proceden de un gruporeducido de griegos que no tenían ni idea de lo que iba a pasar. No podíanimaginar que su ejemplo impulsaría una oleada de orgullo e inspiraría a suscompatriotas a obtener las victorias decisivas de Salamina y Platea; que los persasno volverían a suponer jamás una amenaza grave para Grecia; y que, al cabo detreinta breves años, la ciudad de Atenas se convertiría en la urbe más influyenteque haya conocido el mundo.

Dedicados y valientes, cumplieron con su deber. Se mantuvieron firmes en lalínea de la historia, y hoy día todos los pueblos libres gozan de una libertad quenace, en parte, de su resistencia. Como dijo el filósofo francés Montaigne dosmil años después, hablando de las Termópilas: “Hay derrotas triunfantes quehacen sombra a otras victorias”.

El mayor reto del mundo¿Podrá alguien decir de los seguidores de Jesucristo en todo el mundo:

“¿Desconocido, di a nuestro Señor que nos hemos comportado como esperabade nosotros, y estamos sepultados aquí”? Porque, en el umbral del tercer mileniode su existencia, la Iglesia de Jesucristo se enfrenta al mayor desafío de toda suhistoria. Este reto afecta tanto a la conducta como a la creencia, pero hace falta lasegunda para inspirar y fortalecer la primera.

¿En qué consiste el reto? Por un lado, en el mundo moderno los seguidores deJesucristo se enfrentan a la cultura más poderosa de la historia humana hasta elmomento, además de la primera cultura realmente global del mundo. Estacultura tiene un poder sin precedentes para conformar la conducta, y superjuicio para la fe ha demostrado ser muy superior a la malicia y a ladestrucción de todos los perseguidores que odiaron a Cristo en la historia, deNerón a Mao Zedong. Por otro lado, los seguidores de Jesucristo se enfrentan aun “monte Carmelo global”, ahora que los seguidores de nuevos dioses y de losantiguos dioses recién resurgidos compiten abiertamente con los seguidores de

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Cristo para dirigir y guiar el rumbo del mundo moderno.

Durante unos años este reto no me afectó. Tras el hundimiento de la UniónSoviética, se sostuvo que el mundo moderno había pasado de la era de la“ideología” a la era de la “civilización”. Así, muchas de las fisuras de nuestromundo actual son las que existen entre distintas civilizaciones: occidental (judíay cristiana), marxista, japonesa, islámica, confuciana, eslava ortodoxa, hindú,africana, latinoamericana, etc. Incluso se ha afirmado que la tercera guerramundial será una guerra entre civilizaciones.

Pero la auténtica fuerza del reto me alcanzó de lleno hace unos años, cuandomi hijo y yo estábamos en Singapur, la vibrante “isla de la inteligencia” delsureste asiático. Un economista de la Universidad de Singapur esbozaba su visióndel mundo de la era posterior a la Guerra Fría desde la perspectiva de la cuencadel Pacífico. Su argumento era muy claro.

“Lo que queremos en Singapur”, dijo, “es el mundo moderno, no Occidente.Lo queremos al estilo asiático, no al norteamericano. Queremos seguir aConfucio, no a Cristo”. Prosiguiendo, explicó: “Después de haber dado a luz almundo moderno, este ha reducido a ruinas la fe judía y la cristiana”. Suconclusión era que los países asiáticos debían seguir un camino distinto. Debíanbuscar las mejores oportunidades del capitalismo moderno, la tecnologíaindustrializada y la telecomunicación dentro del marco de sus propias creencias ysus culturas.

Con demasiada frecuencia las descripciones de esta creciente competición ochoque entre civilizaciones y religiones distintas son erróneas. Por ejemplo,algunos hablan del “Occidente contra los demás”, como si Occidente fueracristiano y el resto no; cuando en realidad la Iglesia de Cristo es verdaderamenteuniversal, se encuentra en todos los continentes y a menudo es más fuerte fuerade Occidente que dentro. Otros hablan de esta competición con fruición, comosi fuera una especie de “guerra cultural internacional”, o incluso una yihad,olvidando que en su esencia el corazón de las buenas noticias de Jesús es lareconciliación.

En la situación actual, el máximo reto al que se enfrenta la iglesia no es políticoni ideológico, y sin duda no es militar.

Es espiritual y teológico, y llega a su punto crucial cuando la conducta expresa

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la fe y los actos expresan las palabras. Como dijo bien Francisco de Asís: “Predicasin cesar el evangelio y, si es necesario, usa palabras”. Cuando cada grancivilización, guiada e inspirada por una religión distinta, compite para demostrarsu visión del mejor camino de futuro para la humanidad, es evidente que nopodemos permitirnos tener pensamientos difusos y una vida tibia. En el mundoactual, vemos que las diferencias marcan una diferencia. Las creencias tienenconsecuencias. Lo que empezó siendo un conjunto de paradigmas teóricamentedistintos de Dios, el mundo, la condición humana, la justicia, la libertad, lacomunidad, el dinero y cien temas más, acabó creando sociedades radicalmentedistintas y formas de vivir y de morir totalmente divergentes.

La Iglesia de Cristo ¿está dispuesta a enfrentarse al reto? Los seguidores de Jesús¿estamos lo bastante dominados por el evangelio para “comportarnos como élespera que lo hagamos”? ¿Conocemos en la práctica las grandes verdades vivas dela fe que tienen la capacidad demostrada de afectar la historia y transformarculturas, además de para cambiar radicalmente vidas individuales? Elllamamiento, como hemos visto de muchas maneras, es indispensable para laintegridad y la efectividad de la iglesia en esta hora trascendental.

La mención de “hora trascendental”, “culturas” y “capacidades que alteran lacultura” es deliberada, aunque sé que estas palabras dejan frías a muchaspersonas. Algunos cristianos prefieren mantener su fe en el nivel de lo personal,lo relacional, lo espiritual y lo sencillo. Creo que semejante visión de la fe va malencaminada. Es cierto que el llamamiento es una verdad que toca íntimamentenuestras vidas personales, pero también toca con poder la vida cultural. Elllamamiento es más que algo puramente cultural, pero también es más que algopuramente personal. Si descubres el significado del llamamiento descubrirás elcorazón del propio evangelio.

Por lo tanto, mi desafío es deliberado. Hoy día muchos seguidores de Jesús nohan empezado a encajar las dimensiones plenas de la verdad del llamamiento,porque los verdaderos retos del mundo moderno y la naturaleza trascendental dela hora presente no les han hecho salir de sus fronteras. “El momento deplantarse” es el momento de comportarse como nuestro Señor quiere que lohagamos. El momento de comportarse es el momento de creer lo que él nos haenseñado a creer. El momento de creer es el momento de pasar de lasformulaciones pequeñas y cómodas de la fe a saber qué significa ser llamado por

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él como la pasión más profunda, impresionante y consumidora de nuestras vidas.

La verdad del llamamiento es más que personal; es uno de los cimientos máspoderosos de una confianza inconmovible en que prevalecerán las buenasnoticias de Jesús. Mis propias críticas del mundo y de la Iglesia occidentales sontan amplias y agudas como las de todo el mundo, pero no hacen que me sientaen absoluto desanimado, abatido o crítico.

A menudo me preguntan cómo se puede ser radical al analizar lo que anda maly, sin embargo, tener esperanza sobre el futuro de la iglesia. Una parte de larespuesta es que las propias crisis constituyen en sí mismas oportunidades;algunas personas, tanto en la iglesia como en la sociedad general, sin duda sesonrojan al pensar en las cosas en las que pusieron su confianza tanrecientemente. Pero la respuesta más profunda es el carácter del propioevangelio. El evangelio es una constelación de verdades que, simplemente, no sepueden derrotar y no serán vencidas.

Dicho en otras palabras, durante las décadas que he seguido a Jesús, al gozo deconocerle le ha seguido la tristeza por el estado de aquellos de nosotros que hoynos llamamos sus seguidores. Si muchos de nosotros profesamos vivir según elevangelio pero, sin embargo, vivimos en la periferia patética de la vida denuestras sociedades, y somos tan inclasificables e incoherentes en nuestras vidasindividuales, ¿es que algo va mal con el evangelio o el problema somos nosotros?

Hace años, esta pregunta me indujo a emprender una búsqueda por otrostiempos y lugares, a la caza de casos en los que las verdades del evangelio nofueran tópicos ni dogmas impotentes, sino verdades frescas, atractivas, explosivasy trascendentes. Junto con la verdad de la cruz de Cristo, la verdad delllamamiento ha sido tan influyente sobre los individuos y las sociedades comocualquier otra verdad de la historia, y cuando se redescubra volverá a serlo.

¿Quieres conocer una verdad que, frente a los retos trascendentes de nuestro mundomoderno, sea al mismo tiempo una búsqueda que te inspire, un ancla que temantenga firme, un alimento nutritivo y una relación que valorarás por encima decualquier otra? Escucha a Jesús de Nazaret; responde a su llamado.

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CAPÍTULO 8

Deja que Dios sea Dios

La novela de George Steiner El traslado de A. H. a San Cristóbal es una de lasmás controvertidas del siglo XX. Con una longitud que apenas sobrepasa las cienpáginas, es un libro breve que expone una enorme argumentación. Siguiendo unestilo académico, tiene unas inferencias extraordinarias. Pero su verdaderoescándalo radica en un tercer dato sobre el libro: escrito por un judío, se atreve apensar lo impensable argumentando que “era necesaria una solución, unasolución final”.

El argumento es fascinante en su sencillez. Adolf Hitler, el “A. H.” del título,no murió en las ruinas ardientes de la cancillería berlinesa en mayo de 1945. Enlugar de eso, huyó a Sudamérica, donde se pasó varias décadas oculto en la selva.Pero ahora unos esforzados buscadores judíos de nazis lo han localizado y lo hanatrapado en San Cristóbal. Pronto, como le pasó a Adolf Eichmann, lotrasladarán a Israel donde será juzgado por sus crímenes monstruosos contra lahumanidad.

Desde el principio de la obra, la euforia de los judíos frente al arresto de Hitlerse ve oscurecida por los tenebrosos espectros que se ciernen en las vidas de losrespectivos cazadores y sus familias, y que se remontan a lugares infernales comoAuschwitz-Birkenau. Pero los captores también luchan con el abismo existenteentre el monstruo terrible que imaginaban y aquel anciano inofensivo, venerable,reservado y casi senil, que tienen en sus manos.

Durante buena parte de la historia, Hitler apenas dice nada. Pero en el últimocapítulo, justo cuando el rugido estentóreo de los helicópteros se impone alsilencio del claro selvático, el acusado habla, y la novela concluye con una bolade fuego hecha de afirmaciones y argumentos.

“Ersterpunkt. Artículo primero”, dice el acusado. No fue él, Hitler, quienimaginó la carrera maestra. La aprendió, junto con sus terribles lecciones, deJacob Grill, el hijo de un rabino polaco, en 1910. “Mi racismo fue una parodia

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del vuestro, una imitación hambrienta... Juzgadme y deberéis juzgaros a vosotrosmismos. ¡Los Ubermenschen [superhombres], los elegidos!”.

“Lo que quiere decir mi cliente...”, empieza diciendo el abogado defensorjudío. Pero no le hacen caso. Hitler ha empezado a hablar, y nadie le puedeparar.

“Punkt II. Tenía que haber una solución, una solución final. Porque, ¿qué es eljudío sino un cáncer prolongado de desasosiego? Caballeros, solicito su atención,se la exijo. ¿Ha habido alguna vez una invención más cruel, un concepto máscalculado para perjudicar la existencia humana, que la de un Dios omnipotente,que todo lo ve pero que es invisible, impalpable, inconcebible?”.

Aquí Hitler, al defenderse, se pone teológico con una maldad acendrada que seacerca a la verdad. La Tierra pagana antes del Sinaí estaba poblada de pequeñasdeidades, ídolos hechos por la mano del hombre, portátiles, moldeables ytolerantes. Pero en medio del fuego y el humo del Sinaí, “el judío vació elmundo colocando a su Dios aparte, inconmensurablemente distante de lossentidos humanos. Sin imagen. Sin encarnación concreta. Ni siquiera unconcepto mental. Un vacío más grande que el desierto. Sin embargo, alguienterriblemente cercano. Alguien que espía todo lo que hacemos mal, queescudriña lo más profundo de nuestro corazón en busca de motivaciones”. ¿Mellamáis tirano?, pregunta Hitler. ¿Qué tiranía ha sido más completa que la de losjudíos “creadores de Dios” que “inventaron la conciencia”? Si los dioses eranfinitos y falibles, se los podía culpar de nuestros errores. Pero si hay un Dios,absoluto y bueno, todas las lacras y los fracasos son nuestros.

Pero, arguye Hitler, ese fue solo el primer paso del chantaje judío. El segundopaso fue “el nazareno pálido” y su gran astucia. “Exigid a los seres humanos másde lo que pueden dar, exigid que renuncien a su humanidad sucia y egocéntricaen nombre de un ideal más elevado, y los convertiréis en inválidos, hipócritas,mendigos de la salvación... Pedid al hombre más de lo que es, poned ante suvista una imagen de altruismo, de compasión, de negación de sí mismo que solopueden alcanzar el santo o el loco, y lo ataréis al potro de tortura, para estirarlo.

Hasta que reviente su alma. ¿Qué puede ser más cruel que la adicción judía alideal?”.

Hitler imagina un tercer acto después del “Dios del Sinaí, que todo lo exige” y

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“la terrible dulzura de Cristo”, el mesianismo secularizado del “rabino Marx” enel que “el reino de la justicia llega aquí y ahora, el próximo lunes por la mañana”.Pero ya sea judío, cristiano o marxista, hay un común denominador: el “chantajede la trascendencia”, el “bacilo de la perfección”, “el virus de la utopía”. Así, diceHitler, el judío no es la conciencia humana, solo la mala conciencia. “Y osvomitaremos para que podamos vivir y tener paz. Una solución final. ¿Cómopodría haber otra?”.

Hitler concluye su alegato con el “Punkt III”: él solo fue un hombre de sutiempo. Entonces llega a la conclusión: “Caballeros del tribunal: aprendí misdoctrinas de ustedes. Rebatí el chantaje de lo ideal con el que han acosado a lahumanidad. Mis crímenes se equipararon con los de otros. El Reich engendró aIsrael. Estas son mis últimas palabras; las últimas palabras de un hombremoribundo contra las últimas de quienes sufrieron; y estos asuntos quedaránsumidos en la incertidumbre hasta la gran revelación de todos los secretos”.

Un testigo diabólico de la verdad¿Son estas ideas meras racionalizaciones de un monstruo indigno de nuestra

atención? ¿Acaso Steiner, el devoto judío, transgrede las fronteras morales por elmero hecho de pergeñar este argumento monstruoso, como afirmaron algunoscríticos?

Es importante destacar que Steiner no creó tales ideas de la nada; profundizómucho en el pensamiento y en las obras del joven pintor y fanático austriaco queescribió Mi lucha. La temible advertencia “Aquí no hay un Por qué” debeclausurar por siempre la puerta a la última sala del misterio tras la maldad quesubyace en la Solución Final. Pero nadie ha descendido tanto como Steiner. Pordebajo de todas las fuerzas históricas, económicas, sociales y psicológicas másevidentes, ha captado un destello de la maldad esencialmente teológica delnazismo.

La conclusión de Hitler (o de Steiner) puede ser moralmente perversa, pero seacerca mucho más a la esencia de la verdad del llamamiento que incontablesformulaciones cristianas más confortables. Como tal, la podemos considerar untestigo diabólico de la verdad y un reto a todas las versiones del llamamiento quese quedan cortas.

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“¿Llamamiento?”, me dirás. “¿Por qué llamamiento? En el relato de Steiner nose menciona el llamamiento. El pacto, quizás. El carácter de Dios, quizás. LosDiez Mandamientos, sin duda. Pero, ¿por qué el llamamiento?”. Sin embargo, elllamamiento es absolutamente crucial para el relato del Sinaí de un modo quetrasciende el uso evidente de la palabra, ya sea en la novela de Steiner o en elpropio Éxodo.

El uso directo de “llamamiento” en la historia es evidente. Por un lado, elSeñor llamó a Moisés. Intrigado por la zarza ardiente que no se consumía,Moisés se detuvo: “Cuando Jehová vio que él iba a mirar, lo llamó de en mediode la zarza: ¡Moisés, Moisés!”. Por otro lado, el Señor, por medio de Moisés,llamó a todo el pueblo de Israel, como dice repetidas veces el AntiguoTestamento. El profeta Oseas, por ejemplo, plasmó el lamento divino de que“cuanto más los llamé, más se alejaron de mí”. Pero esta tristeza solo nace delllamado originario de Dios: “Cuando Israel era muchacho, yo lo amé, y deEgipto llamé a mi hijo”.

Pero aunque Steiner nunca usa la palabra, señala a un aspecto aún másprofundo del llamamiento en el mismo centro del Sinaí. ¿Por qué la revelaciónde Dios en el Sinaí es tan nueva que destruye todas las categorías e ídolos? ¿Quéconmociona hasta tal punto la mente y sacude la conciencia? ¿El fuego, el humoy el trueno? Eso no es más que pirotecnia, un espectáculo secundario comomucho, comparado con la explosión nuclear, como la del sol, de la verdadrevelada: “yo soy el que soy’.

Podemos etiquetar primorosamente la revelación de Dios a Moisés como“monoteísmo radical”. Podemos declarar, con actitud de sabios, que es “único”en la historia de los conceptos humanos. Incluso podemos repetir “yo soy el quesoy” como si fuera el equivalente teológico de un lema televisivo conocido. Perosi lo hacemos, el riesgo es nuestro. Porque en el meollo del Sinaí encontramos unmisterio sobrecogedor ante el cual deberíamos descalzarnos. Tal como recordóMoisés al pueblo de Israel en Deuteronomio: “os acercasteis y os pusisteis al piedel monte, mientras el monte ardía envuelto en un fuego que llegaba hasta elmismo cielo, entre tinieblas, nube y oscuridad. Entonces Jehová habló convosotros de en medio del fuego; oísteis la voz de sus palabras, pero a excepción deoír la voz, ninguna figura visteis” (cursivas añadidas).

Ninguna forma, solo una voz. ¿Por qué llama Dios? ¿Por qué no se muestra y

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se revela a la vista, a la que Leonardo da Vinci llamó “el príncipe de los sentidos”y “la ventana del alma”? ¿Por qué no nos da una imagen que valga más que milpalabras? ¿Por qué utiliza palabras que son tan frágiles y discutibles, y que seevaporan en cuanto las pronunciamos? Aparentemente, el Dios del Sinaí no soloprohíbe los ídolos que rivalicen con él, sino también las imágenes que lerepresenten. No permite las imágenes. Los atributos de Dios, como intentóexpresarlos con esfuerzo Arnold Schoenberg en su ópera Moisés y Aarón, son

inconcebibles porque son invisibles;porque son inconmensurables;porque son eternos;porque son infinitos;porque son omnipresentes;porque son omnipotentes.

Con la excepción breve, misericordiosa y maravillosa de su Verbo en carnehumana, Dios nos habla con palabras, y nuestra responsabilidad como criaturassuyas es la de escuchar, confiar y obedecer esas palabras. Pero el reverso de estaverdad nos conduce a un aspecto fundamental del llamamiento: las palabras sonla expresión más profunda y plena en la que Dios se nos revela ahora,empezando con su llamamiento a nosotros. De modo que cuando leescuchamos, confiamos en él y le obedecemos, es cuando nos pide que “dejemosque Dios sea Dios” en toda su naturaleza y su majestad sobrecogedoras.

El llamado primario de Dios, su interpelación a nosotros, siempre tiene dosdimensiones: convocatoria e invitación, ley y gracia, exigencia y oferta.Incuestionablemente, las primeras vienen antes, pero esa vertiente no se da entremuchos seguidores modernos de Cristo. El resultado es una fe informal, y unaflojedad conductual que no manifiestan indicio alguno de haber escuchadoningún llamado ni del Sinaí ni de Galilea, y mucho menos del Calvario.

Una y otra vez, antes de los tiempos de Jesús, cuando Dios llama a alguien, esapersona cae postrada sobre su rostro presa de un temor reverente. “Me postrésobre mi rostro”, dice el profeta Ezequiel hablando de su llamado, “y escuchécomo la voz de alguien que hablaba”. Quienes se encuentran con Dios debenocultar sus ojos del Santo, pero no pueden taparse los oídos.

La maravilla del evangelio radica en la distancia entre el Sinaí y Galilea. Pero

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George Steiner tiene razón cuando rechaza todo divorcio. El mismo llamadosuena potente y claro en la “terrible dulzura” de Jesús. El llamamiento que hizoJesús fue claro y perentorio: “Sígueme”. El Evangelio de Marcos, hablando deSimón y de Andrés, dice que “de inmediato dejaron sus redes y le siguieron”.Pocos versículos después, hablando de Jacobo y de Juan, dice: “Y sin demora losllamó, y dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y lesiguieron”. Es evidente que el llamado de Cristo no daba la opción de negarse.Abandonaron a su padre, en la barca y en plena faena.

Con mucha frecuencia nuestra familiaridad con los Evangelios engendra faltade atención. Como insistía Dietrich Bonhoeffer: “La respuesta de los discípuloses un acto de obediencia, no una confesión de fe en Jesús”. No se plantearon susafirmaciones, aclararon sus pensamientos y luego decidieron si seguirle o no;simplemente oyeron y obedecieron. Su respuesta es “un testimonio de laautoridad absoluta, directa e incomprensible de Jesús”. El llamamiento lo estodo. Jesús es el motivo. La única manera de seguirle es dejándolo todo ysiguiéndole. Aquí tenemos un llamado que acaba de un plumazo con nuestraspreguntas, objeciones y evasivas. Los discípulos no son tanto quienes siguen, sinoquienes deben seguirle.

Más adelante esta severidad va en aumento. Marcos nos dice que Jesús afirmósu rostro hacia Jerusalén, “mientras que quienes le seguían tenían miedo”.Oswald Chambers bautizó esto como “la disciplina del desaliento”. Al principiode nuestro discipulado pensamos que lo sabemos todo de Jesús. Abandonarlotodo por él es un deleite fresco como el rocío, pero ahora, a medida que avanzael día, ya no estamos tan seguros. Está delante de nosotros, y la expresión de surostro es extraña. Chambers sigue diciendo:

Hay una faceta de Jesús que estremece el corazón de un discípulo hasta lo más hondo, y que haceque toda la vida espiritual contenga el aliento. Este Ser extraño, con su rostro “afirmado como elpedernal” y su determinación inconmovible, me infunde terror. Ya no es consejero y compañero,sino que le domina un punto de vista del que no sé nada, y me confunde. Al principio estabaseguro de entenderle, pero ahora ya no lo estoy. Empiezo a darme cuenta de la distancia que hayentre Jesucristo y yo; ya no siento familiaridad con él. Avanza delante de mí, y no se gira; notengo idea de adónde va, y la meta se ha convertido en un lugar extrañamente distante.

¿Conoces solamente la invitación suave del evangelio que propone nuestra eraamante de la comodidad, o te ha dominado el llamado sin concesiones que haceDios? ¿Has experimentado “la disciplina del desaliento”? Chambers es casi tansevero como su Maestro cuando escribe: “Si nunca hemos tenido la experiencia

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de quitarnos nuestros zapatos religiosos y cotidianos, librándonos de esafamiliaridad injustificada con la que nos acercamos a Dios, es cuestionable quehayamos estado alguna vez en su presencia. Las personas que son informales y nose estremecen ante Jesucristo son aquellas que no le han conocido”.

Hoy hemos devaluado la expresión “dejad que Dios sea Dios”. La aplicamosen son de burla a los presidentes o a los niños, normalmente como una especiede indulgencia: “que Reagan sea Reagan”, “que Johnny sea Johnny”, decimos,condescendientes. Pero para Martín Lutero, que acuñó esta frase, el contexto erael llamamiento implacable de Dios ante el cual temblaba.

Pero si es necesario recuperar la expresión, ¡cuánto más la realidad de laautoridad divina sobre nuestras vidas! En esencia, el mundo moderno supone unreto decisivo para la autoridad de Dios fuera de nuestras vidas privadas. Esto esasí no porque unos pocos ateos afirmen que “Dios ha muerto”, sino porque todanuestra cultura, incluyendo a los cristianos, depende hasta tal punto de los donesdel mundo moderno que en la práctica “no necesitamos a Dios”.

Hoy día no hay una misión más urgente para la iglesia que recuperar laautoridad de la fe sobre el mundo moderno. Quienes imaginan que esto solopuede hacerse mediante instituciones sólidas, un liderazgo con más autoridad,formulaciones más claras de la ortodoxia y movimientos políticos más agresivosse verán decepcionados. En un mundo tan dinámico, flexible e individualistacomo el nuestro, no es posible regresar a la autoridad de la fe sin retornartambién a la comprensión del llamamiento cuando cada seguidor de Jesucristo,en la práctica, “deja que Dios sea Dios”.

Lutero vuelve a indicarnos el camino. Muchas personas han comentado que laprimera vez que Lutero pudo hablar al emperador Carlos V en la Dieta deWorms, en abril de 1521, estaba visiblemente apocado. Mostrando unasvacilaciones impropias de él, pidió un tiempo “para reflexionar”. Sin duda,pensaron sus enemigos, aquel sencillo monje hijo de un minero se sentíasobrecogido en la presencia de aquel joven príncipe, heredero de un largo linajede soberanos católicos, hijo de la casa de los Habsburgo, señor de Austria,Borgoña, los Países Bajos, España y Nápoles.

Pero este no fue el motivo. Como sabían sus amigos, y más tarde escribióRoland Bainton en su biografía Here I Stand (“Aquí estoy”), lo que anonadó a

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Lutero “no fue tanto el hecho de estar en presencia del emperador, sino más bienque tanto él como el emperador serían llamados a dar cuentas delante del Diostodopoderoso”. A pesar de haber sido llamado, Lutero temía a Dios más que alemperador. Por eso al día siguiente pudo decir: “Mi conciencia está cautiva a laPalabra de Dios. No puedo retractarme ni lo haré, porque ir contra la concienciano es ni correcto ni prudente. Que Dios me ayude. Amén”.

La fe en Cristo recuperará su autoridad decisiva en el mundo moderno solocuando nosotros, los que seguimos al Señor, temamos a Dios más que a lospoderes y a los favores de la modernidad; cuando escuchemos el llamado de Diosy nos sintamos tan cautivados por su convocatoria que digamos, como Lutero,tal como añaden los primeros informes impresos: “Aquí estoy. No puedo hacerotra cosa”.

¿Quieres dejar “que Dios sea Dios” y conocer una autoridad decisiva en tu vida queno tolere que la rechaces? Escucha a Jesús de Nazaret; responde a su llamado.

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CAPÍTULO 9

Una audiencia de un solo Espectador

El 27 de julio de 1881 fue el día más feliz de la vida de Andrew Carnegie.Siendo hijo de un tejedor escocés, había pasado de ser “el chico de los carretes”que cobraba 1, 20 dólares a la semana a convertirse en el “rey del acero” deEstados Unidos, “el Napoleón de la industria”, “el Homo Croesus Americanus”,“San Andrés” (el apodo que le puso Mark Twain), y uno de los hombres másadinerados y famosos del mundo. Siempre se enorgulleció de que le llamaran “elescocés de las barras y estrellas”, y había puesto su corazón en un regreso triunfala Dunfermline, la ciudad que le vio nacer, al este de Escocia. “Dunfermline espara mí lo que Benarés es para el hindú, La Meca para el musulmán, Jerusalénpara el cristiano”, dijo mientras contemplaba la ciudad desde las colinas Ferryque se ciernen sobre ella.

El viaje de Carnegie estaba bien planificado. Junto con su madre y un gruposelecto de amigos, cruzó el Atlántico desde Nueva York, zarpó de Brighton, en lacosta sur del Reino Unido, y viajó lentamente hacia Escocia y Dunfermline enun carruaje principesco y muy cómodo. A las cuatro de la tarde, el coche, tiradopor cuatro caballos, entró en St. Leonard’s Street, saludado por pancartas dondese leía “Bienvenido, Carnegie, hijo generoso”, y pasando junto a las banderas deEscocia, Reino Unido y Estados Unidos.

Entonces dio comienzo el desfile oficial, encabezado por Lord Provost, losgremios y los concejales a bordo de sus carruajes. La procesión pasó frente a lapequeña casa de piedra en la que había nacido Carnegie y a otra parecida,cercana a ella, de la que 33 años antes salió su familia, aquejada por la pobreza,en dirección a Pittsburgh.

El punto culminante del día fue la concesión de Carnegie de una nueva yhermosa biblioteca pública a su pueblo natal, la primera vez que regalaba algofuera de Estados Unidos. Pero mucho antes de eso, su madre Margaret, quedurante todo el viaje había ido subida en el pescante, le pidió entrar en el

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carruaje para poder llorar libremente, pero sin que la vieran, ese día triunfal.

Ceremonias de bienvenida, reuniones de antiguos alumnos, visitas a paísesnatales, la mayoría se identifica con los sentimientos de un hijo que regresa acasa. Pero aquel día el orgullo de Andrew Carnegie tenía también otro origen.Unos años antes, cuando era joven y él y su familia vivían en la miseria enPittsburgh, descubrió a su madre llorando en un momento de desespero.Tomando sus manos entre las suyas, le rogó que no llorase, e intentó consolarla.

“Algún día seré rico”, le aseguró, “y viajaremos en un hermoso carruaje tiradopor cuatro caballos”.

“Eso no servirá de nada”, respondió su madre, “si no puede vernos nadie enDunfermline”.

Fue ese preciso instante cuando el joven Andrew decidió solemnemente quealgún día él y su madre harían una entrada triunfal en Dunfermline en uncarruaje tirado por cuatro caballos, y que todo el pueblo lo vería. Por amor a sumadre, él “les iba a enseñar lo que era bueno”. Una audiencia de Pittsburgh noera suficiente para eso. Tenía que demostrar el éxito de la familia Carnegiedelante de una audiencia en su ciudad natal.

No es necesario decir que Andrew Carnegie no era un político seguidor deencuestas ni que tenía el ánimo de complacer a la gente. Al principio de sucarrera definía los negocios como “un solitario”; su frase favorita era una deRobert Burns: “Teme solo al reproche que te hagas a ti mismo”; y su credopersonal, el darwinismo social, le proporcionó una vena implacable que nuncalogró compensar la legendaria generosidad de su filantropía. Pero Carnegie nofue solamente “el barón ladrón”, el empresario capitalista y egoísta, como lodefinían sus enemigos.

Entre los factores que suavizaban su figura estaba su deseo evidente decomplacer a otros. En su escritorio había un cajón especial donde ponía“Gratitud y palabras amables”, y una de las tareas cotidianas de su secretaria erarecortar comentarios favorables de la prensa y archivarlos para que Carnegiedisfrutase luego de ellos. Sobre todo, anhelaba ganarse la aprobación de los pocospúblicos que le importaban, en especial de la ciudad que le vio nacer. CuandoCarnegie el ateo cruzó la frontera de Escocia el 16 de julio, afirmó, sin sentir queera una contradicción: “Por la misericordia de Dios nací escocés”. Y luego

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añadió, más sinceramente: “¡Ah, cómo te amo, Escocia, y me enorgullezco de sertu hijo!”. Sin duda alguna, Carnegie y su madre “lo demostraron”.

¿Un giroscopio o una encuesta Gallup?Esta historia, que se cuenta tan bien en la biografía Andrew Carnegie, de Joseph

Frazier Wall, subraya una idea esencial para comprender el llamamiento.Cuando hablamos de nuestros planes y proyectos, pensamos automáticamenteen conceptos como “objetivos”, “ambición”, “progresos”, “evaluación”, etc. Peroa menudo no pensamos en la parte esencial del “público”.

Solo los locos, los genios y los egoístas supremos hacen las cosas puramentepara sí mismos. Es fácil oponerse a una multitud, no es muy difícil marchar alritmo de un tambor distinto. Pero es realmente difícil, o quizá imposible,marchar solamente al son que marca tu propio tambor. La mayoría de nosotros,tanto si somos conscientes como si no, hacemos las cosas buscando la aprobaciónde algún público. La cuestión no es si tenemos un público, sino qué públicotenemos.

Esta observación subraya otra característica vital de la verdad del llamamiento:una vida que se vive escuchando el llamado decisivo de Dios es una vida que sevive ante un público que supera a todos los demás: la audiencia de un soloEspectador.

En Génesis, el llamado de Abraham es el de vivir una vida de confianza enDios mientras camina delante de él. Normalmente Dios llama a Abraham, peroen determinado momento se le aparece y dice: “Yo soy el Dios todopoderoso;camina delante de mí y sé santo”. Tras la voz de Dios está la mirada de Dios, ytras los ojos el rostro, y tras el rostro el corazón. Por lo tanto, seguir el llamadode Dios supone vivir ante su corazón. Es vivir una vida de coram deo (ante elcorazón de Dios), y por consiguiente modificar nuestra consciencia de lospúblicos hasta el punto en que solo cuenta uno, el último y más elevado: Dios.

Jesús intensifica este mismo énfasis. Recuerda a los que llama que su Padre“sabe” y “ve”. Dios ve al gorrión que da saltitos por el suelo, y numera inclusolos cabellos que tienen sus hijos en sus cabezas. Contrariamente al deseo humanode jactarse de la virtud y de dar para que otros nos lo agradezcan y nos honren,Jesús pidió que hagamos buenas obras en secreto. “Entonces vuestro Padre, que

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ve en lo secreto, os recompensará en público”.

Este énfasis en vivir ante una audiencia de un solo Espectador destacó entre lospuritanos. John Cotton amplía este tema del público. Citando la epístola de sanPablo a los Efesios, describe el llamado de los siervos como “no sirviendo a lavista, complaciendo a los hombres”. Más bien, sostiene, “vivimos por fe ennuestra vocación, en que la fe, al servir a Dios, sirve a los hombres y, al servir alos hombres, sirve a Dios”. Pero esta forma de hablar, ¿es un simple juego depalabras puritano? En absoluto. Vivir ante un público de un solo Espectadortransforma todos nuestros proyectos: “lo hace todo cómodamente, aunque loshombres le presten escaso apoyo, mientras que un corazón incrédulo se sentiríadescontento al no hallar aceptación, viendo que los otros toman de la peormanera todo lo que hace”.

Por eso el heroísmo cristocéntrico no tiene por qué verlo nadie ni hay quedarle publicidad. Las obras más grandes se hacen ante el público de un soloEspectador, y eso basta. Las personas a las que las contempla el público de unsolo Espectador, a las que escucha, se pueden permitir no tener en cuenta apúblicos menos importantes.

Cuando a Winston Churchill le preguntaron por qué no le molestó un ataqueferoz de un miembro del Parlamento, él repuso: “Si le respetase, me importaríasu opinión. Pero no es así, de modo que me da igual”. De igual manera nosotros,que vivimos ante el público de un solo Espectador, podemos decir al mundo:“Solo tengo un público. Ante vosotros no tengo nada que demostrar, nada queganar, nada que perder”.

No hace falta decir que el mundo moderno está a años luz del mundopuritano. Hemos pasado del mundo de los puritanos, “vuelto hacia adentro”, enel que el llamado funcionaba como una brújula interior, al mundo “dirigido alotro” propio de la sociedad moderna, en el que nuestros contemporáneos sonnuestros verdaderos guías, y donde un radar invisible intenta captar las señalesque emiten. Vemos esto cuando los adolescentes escuchan a otros miembros desu grupo de edad, las mujeres siguen las atractivas imágenes de la femineidad queaparecen en las revistas de moda, los políticos se vuelcan en las encuestas y seesclavizan a los resultados de los grupos de opinión, y los pastores persiguenansiosamente los perfiles más recientes de “buscadores” y “generaciones”. Elpastor de una iglesia muy numerosa me dijo: “Cuando miro a los ojos de los

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miembros de mi congregación me pongo nervioso, y me doy cuenta de que soloestán a dos semanas de marcharse en busca de otra iglesia”.

Lo curioso es que el siglo XX, que empezó contando con algunos de los líderesmás potentes de la historia (algunos buenos, como Winston Churchill y FranklinRoosevelt; muchos malos, como Lenin y Stalin), acabó teniendo un estilo deliderazgo débil, codependiente de sus seguidores: el líder como lisonjero.

En un discurso pronunciado en la Cámara de los Comunes el 30 deseptiembre de 1941, Churchill dijo: “He oído decir que los líderes debenmantener la oreja pegada al suelo. Lo único que puedo decir es que a la naciónbritánica le costará mucho fijarse en unos líderes que se encuentren en unapostura tan poco elegante”. En otra ocasión dijo: “No hay nada más peligrosoque vivir en la atmósfera temperamental de una encuesta Gallup, tomándose elpulso constantemente y comprobando la temperatura corporal”.

Aunque casi siempre resultaba impresionante delante de un público, y enocasiones deslumbrante, una amiga de Churchill, Violet Bonham Carter, lodescribió como alguien “tan impermeable a su entorno como un buzo en suescafandra”. De igual manera, Harry Truman, cuya presidencia incluyó la tomade decisiones tan trascendentales como el Plan Marshall y el primer uso de labomba atómica, dijo en cierta ocasión: “Me pregunto si Moisés hubiera llegadomuy lejos de haber hecho una encuesta en Egipto”.

Por el contrario, un genio tan descomunal como Wolfgang Amadeus Mozartescribió (en una carta a su padre, en 1778): “Nunca estoy de buen humor en unaciudad donde se me conoce poco”. Es fácil encontrar más ejemplos extremos delpensamiento “en otra dirección” o “de fuera adentro”, y podemos burlarnos deellos. Por ejemplo, una antigua anécdota francesa cuenta de un revolucionarioque estaba sentado en un café de París cuando, de repente, escucha un alborotoen la calle. Se pone en pie de un salto y grita: “¡Ahí va la multitud! Yo soy sulíder. Debo seguirles”. David Lloyd George, amigo y colega de Churchill (y mástarde primer ministro), era famoso por su gran sensibilidad a la opinión pública.Una vez preguntaron a lord Keynes qué le pasaba a Lloyd George cuando estabaa solas en un cuarto. Keynes contestó: “Cuando Lloyd George está solo en uncuarto, el cuarto está vacío”.

La diosa de la gran pantalla Marlene Dietrich incluso poseía grabaciones de las

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ovaciones que le tributaban en los cabarets; dos caras de disco que no conteníanmás que aplausos. Su biógrafo cuenta que ella solía reunir a amigos a escucharesas grabaciones, e insistió en que Judy Garland y Noel Coward escucharan eldisco entero. “Eso fue en Río”, les decía solemnemente. “Eso fue en Colonia. Yeso en Chicago”.

Semejante narcisismo puede resultar fatuo, pero a todos nos afecta la tendenciageneral. Los puritanos vivieron como si se hubieran tragado un giroscopio; loscristianos modernos vivimos como si nos hubiésemos tragado una encuestaGallup. O, tal como escribió Martin Luther King en su Carta desde la cárcel deBirmingham, “en aquellos tiempos la iglesia no era un simple termómetro queseñalaba las ideas y los principios de la opinión popular; era un termostato quecambiaba las costumbres de la sociedad”. ¿Líderes o lisonjeros? ¿Giroscopio oencuesta Gallup? ¿Termostato o termómetro? Solo quienes practican la presenciadel público de un solo Espectador pueden tener la esperanza de alcanzar loprimero y eludir lo segundo.

La consciencia creciente del público de un solo Espectador me ha ayudadoenormemente en las vicisitudes propias de mi propio llamado. Una parte delmismo, tal como lo he descubierto y he intentado cumplirlo, ha sido explicar almundo el significado del evangelio (como apologista), y hallar el sentido delmundo para contárselo a la iglesia (como analista). He intentado hacer ambascosas de tal modo que esté en el punto intermedio entre el conocimientoelevado, especializado y académico, y el pensamiento ordinario, popular.

Este intento de unir ambos campos significa que no tengo un público único,que ningún grupo humano es mi audiencia única y natural. De hecho, al públicode uno de los campos siempre le irritan mis intentos de alcanzar al otro. Encuanto un lado rechaza el intento como ineludiblemente “intelectual”, el otro lodesprecia como “mera divulgación”. Esto hace que encuentre un gran consuelo,y me suponga un reto constante, recordar que por encima y más allá de lospúblicos imposibles de satisfacer hay uno solo que importa: el público de un soloEspectador.

Vivir ante el público de un solo Espectador supone una diferenciademostrable. El carácter y la vida de un gran soldado cristiano del siglo XIX, elgeneral Charles Gordon, conocido a veces como “Gordon el chino” o “Gordonde Jartum”, es un ejemplo notable. En su libro que habla sobre la reconquista de

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Sudán, Winston Churchill definió al general Gordon como “un hombreindiferente a la desaprobación de los hombres y a las sonrisas de las mujeres, a lavida cómoda, la riqueza o la fama”. Pero estas palabras vienen directamente delpropio Gordon, quien escribió: “Cuanto más ve uno de la vida, más siente que,para librarse del naufragio, tiene que marcar el rumbo con la estrella Polar; esdecir, en pocas palabras, vivir solo para Dios, y no prestar atención jamás a losfavores o a las sonrisas de las personas; si Dios te sonríe, ni la sonrisa ni ladesaprobación humana pueden afectarte”.

Al final, debido a la cobardía moral del primer ministro William Gladstone ysu gabinete londinense, el general Gordon fue abandonado a su suerte en elasedio de Jartum. Su fin a manos del Mahdi y de sus fanáticos seguidores eslegendario. Pero su fortaleza, inspirada en su llamamiento, fue igual delegendaria durante toda su vida.

El cruel rey Juan de Abisinia, en un episodio anterior, le preguntó amenazante:“¿Sabes, Gordon Pasha, que si quisiera podría matarte ahora mismo?”.

“Soy totalmente consciente de ello, majestad”, repuso Gordon. “Si es vuestrareal voluntad, podéis hacerlo ahora mismo. Estoy listo”.

“¿Cómo? ¿Listo para morir?”.

“Por supuesto. Siempre estoy listo para morir.”.

“Entonces, ¿mi poder no le aterroriza?”, preguntó el rey, atónito.

“¡En absoluto!”, contestó Gordon, y el rey se marchó, perplejo.

Tras la muerte de Gordon, John Bonar, un amigo escocés, escribió al hermanode Gordon diciendo: “Lo que uno notaba de inmediato, y lo que siempre mesorprendió, fue la manera en que su vínculo con Dios gobernaba todos sus actosy su manera de ver la vida. Nunca he conocido a nadie que, como él, pareciese‘soportar como viendo al invisible’”. Concluía que Gordon parecía “vivir conDios y para Dios”.

El general Charles Gordon, impecable estratega militar, comandantelegendario y vencedor casi siempre triunfante, vivía de tal modo ante el públicode un solo Espectador que, cuando llegó su hora, solo estaba a un paso delhogar. Como todos aquellos para quienes el llamado de Dios es decisivo, de él sepudo decir: “Vivo delante del público de un solo Espectador. No tengo nada que

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demostrar a otros, nada que ganar, nada que perder”.

¿Quieres que tu vida se guíe desde dentro, en lugar de dejar que la controlen otros,y convertir a un solo público en algo decisivo, el público de un solo Espectador?Escucha a Jesús de Nazaret; responde a su llamado.

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CAPÍTULO 10

Lo mejor para él... todavía

En cierta ocasión, cuando Winston Churchill estaba de vacaciones con unosamigos en el sur de Francia, entró en casa una tarde fría, se sentó junto a lachimenea y se quedó contemplando las llamas. En el hogar, unos troncos depino resinosos crepitaban, siseaban y reventaban por efecto del calor. De repente,Churchill gruñó con su voz tan familiar: “Sé por qué hacen ruido los troncos. Sélo que es consumirse”.

Los seres humanos consumen muchas cosas y son consumidos por ellas:comida, bebida, posesiones, ambición, amor... por mencionar unas pocas.Muchas de estas cosas no hacen más que menguarnos y rebajarnos. Pero en unagran persona y con una gran causa, la fuerza consumidora puede convertirse enuna obsesión magnífica y en un destino heroico.

El propio Winston Churchill estaba consumido por un sentido extraordinariode la providencia y del destino personal: dirigir a una nación y defender la causade la libertad frente a una espantosa tiranía, y con pocas probabilidades de éxito.La noche del 10 de mayo de 1940, el rey George VI invitó a Churchill a formargobierno y a dirigir a Gran Bretaña contra las fuerzas del nazismo queamenazaban a Europa y a las democracias libres. Más adelante Churchillcomentó: “Me sentí como si caminase con el destino, y como si toda mi vidapasada no hubiera sido más que una preparación para esta hora y esta prueba”.

Para algunas personas, la gran pasión es el arte, la música o la literatura; paraotras, el sueño de la libertad y la justicia; para otras, el amor de un hombre o deuna mujer. Pero, busquemos donde busquemos, no hay una pasión más elevadao definitiva que la del ser humano que arde de pasión por Dios.

Moisés era así. Por naturaleza era un hombre de acción, y no, como dijo aDios, “un hombre de palabras”. Fue transformado cuando descubrió el fracasode sus actos basados en su propia iniciativa, y por el poder de sus palabrasvacilantes cuando procedían del propio Dios. En dos ocasiones fue fiel a su

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carácter como hombre de acción, la primera matando a un egipcio y la segundagolpeando una roca para que manase agua. El primer acto resultó ser un fracaso;el segundo, un acto de desobediencia.

Lentamente, un incidente tras otro, prueba tras prueba, Moisés fue moldeadopara ser un hombre de Dios y un profeta, un héroe del mundo moral. En elpunto culminante, enfrentándose a la rebelión del becerro de oro en la crisis másprofunda de su vida, cuando estaba en juego no solo su liderazgo sino su propiasupervivencia, oró audazmente pidiendo a Dios que le permitiera saber todo loque un ser humano caído puede saber. “Señor, muéstrame tu gloria”, pidió, y supetición fue concedida. A partir de ese momento sus ojos vieron literalmente lagloria de la venida del Señor, y vivió para contarlo.

No es extraño que más adelante se rinda a Moisés este tributo: “Y nunca másse levantó profeta en Israel como Moisés, que haya conocido Jehová cara a cara”.Pero, ¿cómo fue llamado este amigo íntimo de Dios? Le detuvo la visión de unazarza ardiente, que a pesar de arder no se consumía, como si Dios le estuvieradiciendo ya de buen principio que su llamamiento prendería fuego a su vida,pero el fuego no le consumiría.

En una época más cercana a nosotros, Blaise Pascal fue otra persona que ardíade pasión por Dios. Pascal, un genio de las matemáticas, inventor, abuelo delordenador y de la moderna teoría del riesgo, pensador renacentista además debuen conocedor de la física, la filosofía y la teología, aparte de las matemáticas,que se cuenta entre los estilistas en prosa más elegantes en idioma francés, es unode los pensadores más eminentes de todos los tiempos, y autor de una gran obramaestra de la literatura occidental: los Pensamientos.

Pero en la época de Pascal, casi nadie (y aún muy pocos en la nuestra) conocela experiencia que mantuvo esos éxitos en su perspectiva correcta, y que sehallaba en la esencia de la breve, intensa, sufriente y apasionante vida de estehombre. La tarde del lunes 23 de noviembre de 1654, tenía 31 años y acababade tener un roce con la muerte tras padecer un accidente en carruaje. Aquellanoche tuvo un profundo encuentro con Dios que alteró el curso de su vida.Pascal era un conductor amante de la velocidad, y los escépticos enseguida seburlaron del episodio. “Amigo mío”, se mofaba Voltaire delante de Condorcet,“no me canso de decir que desde aquel accidente que tuvo en el puente Neuilly,¡a Pascal se le fue la cabeza!”.

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La experiencia de Pascal duró de las diez y media de la noche a las doce ymedia del día siguiente. A menudo se la llama su “segunda conversión”, paradistinguirla de la primera, más formal, que tuvo lugar en Rouen cuando tenía 24años. Su experiencia forzó al límite la capacidad de su lenguaje y, por último, lasuperó. Solo pudo definirla con una palabra: fuego. Pero la experiencia fue tanpreciosa y decisiva para su vida que, tomando el diario escrito en pergamino, locosió al forro de su casaca, llevándolo siempre junto al corazón. Durante losocho años que le quedaban de vida se tomó la molestia de coserlo en todos losforros de los chaquetones que compró, y al final lo encontró su hermana tras lamuerte de Pascal en 1662, a la edad de 39 años, cuando notó un bulto extrañoen la prenda. La primera mitad de su “Memorial” dice esto:

Fuego

“Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob”,No de los filósofos ni los eruditos.Certidumbre, certidumbre, gozo y paz de corazón.Dios de Jesucristo.Dios de Jesucristo.Mi Dios y tu Dios.“Tu Dios será mi Dios”.El mundo olvidado, y cualquier otra cosa excepto Dios.Solo se le puede encontrar por los caminosque enseñan los Evangelios.Grandeza del alma humana.“Oh padre justo, el mundo no te ha conocido,pero yo te he conocido”.Gozo, gozo, gozo, lágrimas de gozo.

La mayoría de nosotros no logra ni empezar a comprender los progresosmatemáticos de Pascal, y no nos gustaría experimentar el dolor y el sufrimientode su breve vida. Pero lo que encendió y convirtió en una hoguera el profundopotencial de su carácter y de sus dones es algo accesible para todos nosotros: elllamamiento de Dios. El llamamiento vino a Pascal con tal profundidad que seconvirtió en un hombre consumido por un fuego divino que afectó su vida y sutrabajo. Como tal, Pascal ejemplifica otro aspecto de la maravilla delllamamiento: el llamamiento de Dios es la clave para encender la pasión por el

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crecimiento más profundo y el heroísmo más elevado en esta vida.

¡Por amor a Cristo, excelencia!A menudo se dice que el heroísmo está pasando una mala racha en el mundo

moderno. Se han expuesto muchos motivos, pero dos destacan especialmente.Uno es la costumbre moderna de desacreditar. Aleksandr Solzhenitsyn describióa Stalin como alguien tan suspicaz que “la desconfianza era su forma de vida”.Pero siguiendo a los tres grandes maestros de la suspicacia (Nietzsche, Marx yFreud), a todos nos han inculcado el arte de la desconfianza. Por consiguiente,hoy día el heroísmo se mira con recelo. Como gente moderna que somos, nobuscamos directamente el aura dorada, sino los pies de barro; no el ejemploestimulante, sino la motivación cínica; no el ideal encarnado, sino el agente deprensa dinámico.

Solo entonces, nos decimos, sabremos que no nos están engañando. Pero elproblema es que pocas veces suspendemos la incredulidad. De modo que,incluso si hoy hay héroes auténticos, nos resulta difícil admirarlos el tiemposuficiente como para imitarlos.

El otro motivo que normalmente se aduce para explicar la crisis del heroísmoes que, de hecho, hay menos héroes, debido al papel que juegan la prensa y losmedios de comunicación para crear la celebridad moderna y ampliar el abismoentre fama y grandeza, heroísmo y logro. Al principio, se dice, el heroísmo seasociaba con el honor de alcanzar algo. Se atribuía honra a la persona quelograba algo tangible, ya fuera en su carácter o en los campos de la virtud, lasabiduría, el arte, el deporte o la guerra.

Sin embargo, hoy día los medios de comunicación ofrecen un atajo a la fama:es un “famoseo” instantáneo, que no requiere el sudor, el coste y la dedicaciónde la verdadera grandeza. El resultado no es el héroe, sino la celebridad, lapersona de la que se dijo, en una famosa descripción, que “es bien conocido porser bien conocido”. La celebridad, que tiene un gran nombre en lugar de ser unagran persona, es alguien para quien el carácter no es nada, y la publicidad de símisma lo es todo.

A pesar de que estos dos factores son poderosos e importantes, palidecen frentea un tercer motivo de la crisis del heroísmo: la así llamada muerte de Dios en la

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sociedad occidental, o lo que debería definirse, más correctamente, como elsilenciamiento del llamado de Dios en la vida moderna.

El psicólogo Ernest Becker reconoció claramente este problema. En su libro Lanegación de la muerte admitió: “Solo podemos hablar sobre un carácter humanoideal desde el punto de vista de la trascendencia absoluta”. Por consiguiente,Becker consideraba que la fórmula de Soren Kierkegaard sobre lo que significaser humano era apta e inspiradora. Ser una gran persona significaba ser “uncaballero de fe”, concepto que Becker describe comprensivamente:

Esta figura es la del hombre que vive por fe, que ha entregado el sentido de su vida a su Creador yque vive centrado en las energías de aquel. Acepta lo que sucede en esta dimensión visible sinquejarse, vive su vida como un deber, se enfrenta a su muerte sin reproches. Ningunamezquindad es lo bastante fuerte como para amenazar su sentido; ninguna tarea es demasiadoatemorizante como para vencer a su coraje. Vive plenamente en el mundo según los términos deeste, y totalmente fuera del mundo por su confianza en la dimensión invisible.

Becker admitió sin tapujos la belleza de este llamamiento. El caballero de la fees “sin duda uno de los ideales más hermosos y retadores que haya expuesto lahumanidad”. Pero, concluía tristemente: “No podemos otorgar los dones delcaballero de la fe sin que antes una Majestad superior nos dé el espaldarazo”. Dela misma manera que no hay llamamiento sin Llamante y no hay era de fe amenos que el propósito de la vida se ponga más allá de esta, para las personas sinDios no hay caballeros de fe, porque no hay una Majestad superior que losnombre como tales.

Pero, ¿qué hay del individuo de fe cuya vida es una respuesta al llamado deDios y que ha sido nombrado caballero por una Majestad superior? Seguir elllamamiento se convierte en el secreto del crecimiento y la clave del heroísmo, endos sentidos. Primero, el llamamiento de Dios siempre nos desafía directamentea alcanzar nuestra estatura plena como seres humanos. Como vimos antes, losseres humanos que se ponen cara a cara ante la presencia y el llamado de Diosreaccionan típicamente como muchos en el Antiguo Testamento: cayendo sobresus rostros con temor y asombro. Pero cuando lo hacen, la respuesta de Dios, esdecir, como en el caso de Ezequiel y su llamado, “levántate sobre tus pies yhablaré contigo”.

En otras palabras, el llamamiento de Dios consiste en algo más quesimplemente enviarnos; la comisión, que es lo que suele considerarse el llamado.Sin duda acaba “enviándonos”, pero empieza “señalándonos” (somos llamados

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por nombre) y prosigue “levantándonos”. Cuando respondemos al llamado denuestro Creador nos ponemos de pie, no solo físicamente, sino en todos lossentidos de la palabra, para ser el pueblo que solo él sabe que somos capaces deser. Como un entrenador que saca a la luz la plena capacidad de cada miembrode su equipo, o un director que aprovecha al máximo todo el potencial de unaorquesta, el llamado de Dios resuena en nosotros en profundidades que ningúnotro llamamiento puede alcanzar, nos atrae, nos hace expandirnos y llegar aalturas que ningún otro rival puede alcanzar ni ver.

C. S. Lewis captura bien este tema emocionante. El tipo de vida superior ydistinta que es el llamamiento de Dios está tan por encima de la vida normalcomo la vida espiritual lo está de la biológica. Sin duda existe un parecido, comoentre un lugar y una foto del mismo, o entre una estatua y un hombre. Peroalguien que responde al llamado y pasa de la vida biológica a la espiritual“experimenta un cambio tan imponente como una estatua que dejase de ser unapiedra labrada y se convirtiese en un hombre real. Y en eso precisamente consisteel cristianismo. Este mundo es el gran taller de un escultor. Nosotros somos lasestatuas, y por el taller corre el rumor de que algunos de nosotros, un día,cobraremos vida”.

Segundo, el llamamiento de Dios a que le sigamos es esencial para elcrecimiento y para el heroísmo porque incluye el elemento de imitación que viveen su esencia. Incluso con el heroísmo humano, el héroe es la persona digna a laque queremos imitar y en quien centramos nuestras aspiraciones emergentes, ypor lo tanto crecemos más de lo que lo hubiéramos hecho sin ese ejemplo. Perolos héroes meramente humanos son siempre falibles, a veces decepcionantes, y amenudo compiten con nuestros otros héroes por nuestra lealtad. Por lo querespecta a ellos podemos estar de acuerdo con Nietzsche: “La persona quesiempre es alumno corresponde mal a su maestro”. Jesucristo, plenamente Dios yplenamente hombre, es el único héroe verdadero. Es el único a quien nadiesobrepasará jamás, pero nadie nos proporcionará más crecimiento que si letomamos como ejemplo a Él.

Por lo tanto, seguir el llamado de Dios supone que, cuando corremos la carrerade la fe, “fijemos los ojos en Jesús, el autor y consumador de nuestra fe”, que esel término griego que significa “patrón” y “modelo”. De forma parecida, elapóstol Pablo escribió a los discípulos en Corinto: “Sed imitadores de mí como

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yo de Cristo”. O, como dijo el padre Zossima, de Dostoievski: “¿Qué es lapalabra de Cristo sin un ejemplo?”.

El uso que hace Pablo de la palabra imitadores es importante. La imitación(observar y copiar) es esencial para el discipulado debido al paradigma bíblicosobre la forma de vivir que deben aprender los discípulos. El conocimientohumano nunca podrá saberlo todo. Esto significa que el conocimiento másprofundo nunca se puede expresar con palabras, ni plasmarlo en sermones,libros, conferencias y seminarios. Hay que aprenderlo del Maestro, bajo suautoridad, por experiencia. Cuando leemos en los Evangelios que Jesús eligió adoce “para que estuvieran con él”, el hecho de estar en su compañía no era unprivilegio extra del que disfrutaran; fue el corazón y el alma de su discipulado yde su aprendizaje.

El tema de la tutoría y la imitación, va mucho más allá que los conceptosmodernos de la actividad del “mentor”, aparece muchas veces en la enseñanza dela Iglesia primitiva. Crecemos al copiar actos, no solamente escuchando palabras,por medio de ejemplos además de preceptos, por medio del hábito y no solo delentendimiento y la información. Por consiguiente, el llamamiento crea una éticade la aspiración, no solo de la obligación. Ignacio de Antioquía urgió a loshermanos de Filadelfia: “Imitad a Jesús como él imitó al Padre”. Clemente deAlejandría escribió: “Nuestro tutor, Jesucristo, ejemplifica la verdadera vida yeduca a aquel que está en Cristo... Da órdenes y las encarna, para que podamoscumplirlas”.

La última frase de Clemente es importante. Algunos cristianos se muestranreacios a la imitación porque parece cierto tipo de espiritualidad de autoayuda.Seguir un ejemplo para producir crecimiento les parece un método tan mecánicocomo las instrucciones para montar la maqueta de un avión. Pero malinterpretanla imitación. De entrada, la “originalidad” genuina es la prerrogativa de Dios, nola nuestra. En la cúspide de nuestra “creatividad” no somos más que imitadores.Además, imitar una vida no es algo mecánico. La vida real nos afectaprofundamente: nos conmueve, reta, reprende, avergüenza, divierte e inspira ensentidos de los que apenas somos conscientes. Por eso las biografías son laliteratura del llamamiento; pocas cosas son menos mecánicas.

Nadie aparte de Jesús y de Pablo ha sido más influyente en la iglesia queAgustín. No solo disponemos de sus numerosos escritos, sino también de su obra

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única Confesiones. Sin embargo, cuando Agustín murió, sus contemporáneos,que también conocían sus sermones en directo, apreciaron sobre todo su vida. Suamigo Posidio escribió: “Pienso que quienes más se beneficiaron de él fueronaquellos que pudieron verle y escucharle cuando hablaba en la iglesia y, sobretodo, los que tuvieron cierto contacto con la calidad de su vida entre loshombres”.

Es importante saber que imitar a Cristo no es una forma de cambio “hágalousted mismo”, porque forma parte integral de responder al llamamiento; unmensaje decisivo y divino cuyo poder creativo es el secreto más profundo delcambio. Piensa en la visión que tuvo Ezequiel del valle de los huesos secos, o enel asombroso milagro de Jesús que llamó al difunto Lázaro del sepulcro. ¿Puedealguien escuchar esa voz, ver sus efectos y seguir diciendo que los oyentesrespondieron por sí solos? ¿Es que los huesos secos y quebradizos pueden volver aformar un cuerpo humano? ¿Puede un cadáver sacudirse la muerte por sí solo?

Nosotros tampoco podemos cambiar al imitar a Cristo si lo hacemos pornosotros mismos. La imitación de Cristo que es integral a su seguimientosignifica que, cuando nos llama, nos capacita para hacer lo que nos llama a hacer.

¿Habrá alguien que lo haya expresado mejor que Oswald Chambers en suincomparable descripción de la pasión dominante en el discípulo, “Lo mejor demí para lo más elevado de él”? A menudo oigo que los cristianos no tienen unequivalente para el concepto griego de la excelencia, el ideal que dice que todapersona o cosa debe alcanzar el máximo estándar de perfección del que sea capaz.Esto no es cierto. Sin embargo, la búsqueda de la excelencia que para los griegosse podía alcanzar mediante el esfuerzo humano, solo es posible para el seguidorde Cristo como respuesta al alto llamado de Dios.

¿Quieres alcanzar la estatura plena de la persona que fuiste creado para ser?¿Conocer la pasión de la intensidad de vida en su máxima expresión? ¿Que lo mejorde ti sea para lo más elevado de él? Escucha a Jesús de Nazaret; responde a sullamado.

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CAPÍTULO 11

¿Se buscan responsables? ¡Yo!

El genio creativo de Pablo Picasso domina el arte del siglo XX. Pero en susrelaciones, sobre todo con las mujeres, podía ser un monstruo destructivo. “Elminotauro” es como se definía a sí mismo, y “monstruo” es el calificativo queusaron amigos como el escultor Alberto Giacometti. “Cuando muera”, dijoPicasso, “será como un naufragio, como cuando se hunde un buque colosal,muchas personas que lo rodean se hunden con él”.

Tristemente, Picasso tenía razón. Después de su muerte en 1973, a los 91años, tres de sus amigos más cercanos se suicidaron (su segunda esposaJacqueline, una antigua amante, Marie- Thérese, y su nieto Pablito), y algunosmás tuvieron trastornos psiquiátricos, incluyendo su primera esposa, Olga, y suamante más famosa, Dora Maar. Esa destructividad se manifestó desde suinfancia. Su madre advirtió a su primera esposa: “No creo que ninguna mujerpueda ser feliz con mi hijo. Solo está disponible para sí mismo”.

En su Vida con Picasso, Françoise Gilot cuenta la historia de sus diez añoscomo tercera amante, cuando tenía cuarenta años menos que él. Ella escribió queel pintor era tan atrayente que “había momentos en los que parecía unaimposibilidad física seguir respirando fuera de su presencia”. Pero, tal comoadmitía Picasso, en su mundo solo había dos tipos de mujeres, “diosas yalfombrillas”, y tarde o temprano todas pasaban de una categoría a la otra. DoraMaar, que precedió a Gilot como amante de Picasso, acabó diciéndole: “Nuncahas querido a nadie en tu vida. No sabes amar”. Y en una ocasión Gilot le dijoque era “el diablo”, momento en el que Picasso le apagó un cigarrillo encendidoen la mejilla, deteniéndose a tiempo porque “a lo mejor me apetece volver amirarte”.

El propio Picasso dijo a Françoise Gilot: “Cada vez que cambio de esposadebería enterrar a la anterior. Así me libraría de ellas. Matas a la mujer y borras elpasado que representa”. Gilot llamaba a esto el “complejo de Barba Azul” de

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Picasso, y no cabe duda de que estaba relacionado con su ateísmo. Seguidorconfeso de Nietzsche, Picasso sostenía que Dios estaba muerto, y se le oyómurmurar: “Soy Dios, soy Dios”. En medio del vacío nihilista que creó Picasso,entre las fuerzas que quedaron se manifestó el impulso demoníaco de seguirproduciendo arte y ejerciendo poder sobre las personas.

Pero no hace falta decir que Pablo Picasso siguió siendo no solo un granartista, sino también un ser humano hecho a la imagen de Dios. A pesar de sunaturaleza destructiva, seguía manifestando anhelos que señalaban en otradirección. Uno de los ejemplos más conmovedores sorprendió a Gilot por sertoda una contradicción. Un día, cuando llevaban tres años de relación, estabanen Antibes, el sur de Francia, cuando de repente Picasso llevó a Gilot a unapequeña iglesia conduciéndola a un rincón oscuro cerca del altar.

“Vas a jurar aquí que me amarás siempre”, dijo Picasso.

“Eso lo puedo jurar donde sea”, contestó Gilot, sorprendida, “si quierocomprometerme hasta ese punto. Pero, ¿por qué aquí?”.

“Creo que es mejor hacerlo aquí que en cualquier otra parte”, dijo él.

“Aquí o donde sea, ¿qué más da?”, repuso ella.

“No, no”, dijo Picasso. “Bueno, sí, claro, da igual, pero es una de esas cosasque... Nunca se sabe. Puede que haya algo de verdad sobre todo eso de lasiglesias. Quizá haría que todo el asunto fuera un poco más serio. ¿Quién sabe?”.

Así que Gilot se lo juró, dice ella, y Picasso también, y pareció quedarsetranquilo.

La insistencia de Picasso, ¿era superstición o intuición? Es indudable quePicasso era supersticioso y fatalista. Había enseñado a Gilot sombríamente que“todo amor dura solo un periodo predeterminado de tiempo”, hasta el puntoque ella escribió: “Cada día sentía que a lo nuestro le quedaba un día menos”.Pero él también era incurable en sus deseos. En otra ocasión dijo: “Creo que memoriré sin que me hayan amado”. Después de todo, como lo expresa una antiguabalada, “si el amor no es para siempre, ¿de qué sirve el para siempre?”. Pero eseanhelo señala más allá de la fragilidad de las relaciones humanas. Clamapidiendo un punto de referencia eterno. Solo un estándar eterno puede justificarel deseo de un amor permanente. De modo que Picasso, el ateo hecho a pesar de

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todo a imagen del Dios al que negaba, intuitivamente se dirigió a la iglesia paracomprometerse cuando él y su amante se declararon su amor mutuo.

¿Responsables de algo o ante alguien?Este incidente de la vida de Picasso señala otro aspecto de la importancia que

tiene el llamamiento: el concepto de llamamiento es vital para la búsquedamoderna de un fundamento de responsabilidad moral, y para entender la propiaética.

Hoy día el mundo occidental está inundado a partes iguales de lamentos por lacrisis moral y de llamamientos piadosos a aumentar nuestra responsabilidad ysolucionarla. Para las personas religiosas y para muchos conservadores, ambascosas están estrechamente relacionadas; la responsabilidad moral es la respuesta ala crisis moral. Para algunas personas seculares no existe una verdadera crisismoral, solo retos nuevos en una sociedad secular en la que la religión es menosimportante y la responsabilidad es la manera respetable de hablar sobre la moralsin hablar de religión. Para otros sectores seculares, la crisis de la moral modernaes muy real (la ética se ha hundido convirtiéndose en “una moralidad sinfundamento moral”), pero, según dicen, lo que nos salva es el cimiento de laresponsabilidad. Ser “moral” no significa ser “bueno”, sino ejercer nuestralibertad y nuestra responsabilidad como autores o actores al elegir entre el bien yel mal.

Los llamamientos contemporáneos a la responsabilidad son innumerables. Vandesde el eslogan del Consejo Mundial de Iglesias de 1948, que hablaba de “unasociedad responsable”, hasta la “ley de responsabilidad personal” del PartidoRepublicano de 1994, en el Contrato con América. Ningún debate sobre la moralestá completo sin que intervenga esta palabra multiuso tan reputada. En la ética,“responsable” equivale a “bueno”; entre los vecinos, a “amable”; en el ámbito dela empresa, a “profesional”; y en infinidad de editoriales del New York Timesequivale a “razonable” o “confiable”. Parece ser que el remedio habitual para loscriminales, los adictos al bienestar social, las madres solteras, los padres morosos,los adolescentes y los candidatos presidenciales, pasa por un aumento de la“responsabilidad”.

Lo curioso es que pocas personas se preguntan qué significa“responsabilizarnos de nuestra responsabilidad”, o se plantean si “la

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responsabilidad” puede cargar de verdad con el peso de todas esas expectativas.Los indicios señalan que no es posible. Primero, el concepto de responsabilidadtiene toda la pinta de ser un “valor ocaso”: como el sol, es más colorido y seaprecia más justo cuando se pone. Segundo, la novedad de su prominenciaactual debería hacernos reflexionar. Antes del siglo XIX, la responsabilidad sedaba por hecho como un fundamento de la virtud, pero no se consideraba unavirtud en sí misma. Solo cuando desaparecieron las virtudes clásicas se haconvertido en una de las pocas que quedan; dentro de un panteón reducido devirtudes, permanece junto a otras virtudes modernas como la tolerancia. Tercero,y lo más importante de todo, el concepto de responsabilidad se ha escindido desus raíces, sin las cuales su destino es marchitarse y morir. La responsabilidadmoderna, contradiciendo sus orígenes, es “responsabilidad por” y no“responsabilidad ante’.

Dicho de otra manera, los llamados a la responsabilidad moderna nos echanpesadas cargas sobre los hombros. Se nos dice que somos responsables denosotros mismos, de nuestras personalidades, de nuestros cuerpos, de nuestrofuturo, de nuestras familias, de nuestras comunidades, de nuestro entorno, denuestras sociedades y del planeta Tierra. Pero esto parece cada vez másdesesperado e injusto. Por un lado, muchas de esas cosas parecen más grandes,más complicadas y menos controlables cada año que pasa. Por otro, ya no se nosdice ante quién somos responsables. Para las personas modernas, seculares yamantes de la libertad, la responsabilidad ante Dios está fuera de juego, y laresponsabilidad ante nuestra sociedad es incuestionable.

De modo que cuando me siento sobrepasado es más fácil abandonar todaresponsabilidad. Es cierto que la acusación de “irresponsabilidad” asume unestándar de “responsabilidad”. También es cierto que, paradójicamente, solo las“malas personas” tienen “buena conciencia”. Pero cuando se nos llama a serresponsables de demasiadas cosas y no somos responsables ante nadie, la propiaresponsabilidad se viene abajo.

Así, vivimos en una época en que los líderes “aceptan la plena responsabilidad”por los errores y anuncian solemnemente que “aquí recae la responsabilidad”,pero nunca dimiten ni parecen reconocer ninguna culpabilidad. En la práctica,la responsabilidad parece poco distinta a la irresponsabilidad. Quienes predicanque hay que “hacerse responsables” pueden acabar adoptando una actitud de

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víctimas un minuto después. El rechazo de una responsabilidad imposible y elrechazo de toda responsabilidad están más cerca de lo que muchos imaginan.

En contraste radical con esta lamentable situación, la verdad del llamamientoproporciona un cimiento muy firme para la responsabilidad. “En el principio erael Verbo”, y en cada uno de nuestros principios hubo un Verbo para nosotros.Por consiguiente, cada una de nuestras vidas es, en esencia, relacional y auditiva.Todo lo que somos son seres que escuchan y que responden. Somos responsablesporque somos respondientes. Entre la primera palabra de la Creación divina y laúltima de su juicio, nuestra forma de vivir es una respuesta al Verbo de Diosdirigido a nosotros. No hay otro dios sino Dios. No hay otra palabra más que laPalabra de Dios. No hay forma de vivir que no sea la de Dios. Pero, por elmomento, nuestra respuesta depende de nosotros mismos; no estamos obligadosa decir que sí. En realidad, como insiste Kierkegaard, “toda la astucia del‘hombre’ pretende una cosa: ser capaz de vivir sin responsabilidad”.

Por lo tanto, después de su enseñanza Jesús añade: “El que tenga oídos paraoír, que oiga”. Por supuesto, todos los que le escucharon tenían oídos; porsupuesto, no todos oyeron. Como somos responsables, algún día deberemos darcuentas, aunque no sea hoy.

El ministro de propaganda de Hitler, Josef Goebels, basó toda su estrategia enla máxima: “El que dice la primera palabra siempre tiene la razón”. Pero seequivocaba: la última palabra es la que cuenta. Y es que, mientras debatimossobre nuestro libre albedrío, no hay duda de que no tenemos libertad para noelegir. Quienes rechazan la primera palabra de Dios nunca escapan a la última.El día del juicio es un día en el que la responsabilidad vendrá sobre el mundopara quedarse. Por primera vez en nuestras vidas, la responsabilidad recaerádonde tiene que recaer.

Mientras tanto nosotros, los seguidores de Cristo, debemos aceptar ysobrellevar esta visión retadora de la responsabilidad. Por su propia naturaleza,responder al llamado es un paso hacia la aceptación de la responsabilidad. Esta esla obediencia bajo otro nombre. No tenemos la excusa del silencio descuidado, elsilencio incómodo o el silencio desesperado de quienes no tienen Llamante.Hemos escuchado el llamamiento, y reconocemos y asumimos nuestraresponsabilidad. Así, por parafrasear a Shakespeare, si se buscan responsables, ahíestamos. Nuestro llamado es la esfera de nuestra responsabilidad. Pero no somos

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responsables a nuestro llamamiento, sino a Dios, y nuestro llamado es el puntoen que ejercemos esa responsabilidad.

La responsabilidad del llamado no debe volverse algo sesgado ni un cliché.Kierkegaard escribió que la importancia que tiene la fe para la sociedad “deberíaconsistir en hacer todo lo posible para que todo hombre fuese eternamenteresponsable de cada hora que vive, incluso por la tarea más nimia que emprenda,porque eso es el cristianismo”. Hoy debemos hacer que la responsabilidad seareal enfrentándonos a la vacía ampulosidad moderna, y en un momento en quela responsabilidad está mermando y en que aumentan las coartadas. Porque,como sugiere la anécdota sobre

Picasso, cuando la responsabilidad es más difícil es cuando somos anónimos oinvisibles para todo el mundo menos para Dios.

Es un hecho que buena parte de la moralidad tradicional consistía en darcuentas. A menudo, tanto quienes hacían el bien como los malhechores actuabancomo lo hacían porque sabían que otros los veían. Su moralidad eraresponsabilidad mediante la visibilidad. Por supuesto, los casos de anonimato noson nuevos. Pero para la mayoría de gente, y la mayor parte del tiempo, susaldeas o ciudades eran lo bastante cohesivas y sus relaciones lo bastante íntimascomo para que la conducta se mantuviera a raya. En los pueblos pequeños, amenudo la relación vecinal era de “entrometimiento”, igual que en las ciudadesel anonimato a menudo era una “liberación”. Pero la idea sigue en pie: lamoralidad tradicional estaba muy relacionada con la responsabilidad ante otros.

Sin embargo, en el mundo moderno el anonimato ha aumentado mucho. Elalmirante lord Nelson comentó que “al doblar Gibraltar, todos los marineros sonsolteros”. Pero lo que producía escalofríos a las esposas y a las novias de losmarinos en el siglo XVIII suscita hoy preguntas para todos los que se preocupanpor el bien y el mal. Y es que buena parte de la vida moderna se vive “al doblarGibraltar”. Cada vez somos más los que somos más anónimos en más situacionesque en cualquier otro momento de la historia humana. Humanamenteanónimos e invisibles, debemos someternos conscientemente al acto de darcuentas al público único (el de un solo Espectador) o sucumbir a lairresponsabilidad.

En sus Cartas a Olga, Václav Havel preguntaba: “¿Por qué cuando viajamos

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solos (una sola parada) en el segundo vagón de un tranvía sin conductor, demodo que es imposible que nadie vea si pagamos o no, aun así (movidos quizápor una inquietud interior) metemos las monedas en la caja? ¿Por qué nosmolestamos en hacer el bien cuando es evidente que esto no redunda en unbeneficio personal (por ejemplo, cuando nadie lo sabe ni lo sabrá jamás)?”.

La respuesta, sostiene Havel, estriba en algo más que la conciencia y laeducación recibida. Somos seres humanos responsables, y la responsabilidadsignifica “dar cuentas ante nosotros mismos” y “vigilar todo lo que hagamos”antes de lo que quiera que haya tras la vida. Pero, una vez más, Havel destacaentre muchos. Por cada uno que se comporta como él hay montones que no lohacen. ¿Por qué hay más tentaciones en la habitación de un hotel de una ciudadlejana que en casa? ¿Por qué hay más personas que “se encienden” en Internetcuando no perderían la calma en una oficina? El viaje y la tecnología son solodos de las maneras en que la vida moderna nos saca del mundo del cara a cara ynos mete en el de lo impersonal y lo invisible. Por lo tanto, la prueba de nuestraauténtica responsabilidad es lo que hagamos cuando no nos ve nadie sino Dios.

El relato de José y la mujer de Potifar que hallamos en Génesis demuestra elllamado en la práctica. Cuando la esposa de su señor invita a José a acostarse conella, por allí no hay nadie humano; en aquel momento no tiene padre, nihermanos, ni señor, ni compañeros que contemplen su reacción. Pero surespuesta es inequívoca: “¿Cómo podría hacer yo semejante maldad y pecarcontra Dios?”. José no tenía un público humano; pero un público bastaba paraél: el público de un solo Espectador.

Dietrich Bonhoeffer afirmó la misma idea, con palabras sencillas, en su Ética:“¿Quién se mantiene firme? Solo el hombre cuyo estándar último no es su razón,sus principios, su conciencia, su libertad o su virtud, sino que está dispuesto asacrificar todo esto cuando es llamado a ser obediente y a actuarresponsablemente con fe y con una fidelidad exclusiva a Dios; el hombreresponsable, que intenta que toda su vida sea una respuesta a la pregunta y alllamamiento de Dios. ¿Dónde están esas personas responsables?”.

¿Dónde están esas personas responsables? En su Genealogía de la moral,Friedrich Nietzsche describió la búsqueda de la responsabilidad humana como“la tarea de criar a un animal que tiene derecho a hacer promesas”. Picasso elamante, Havel el poeta-filósofo, e incontables otros cumplidores potenciales de

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promesas estarían de acuerdo. Pero quienes han escuchado el llamamiento vanmás allá. ¿Qué nos da derecho a hacer promesas cuando por nuestra cuenta anosotros, humanos débiles, nos conviene más orar que prometer? Aparte delllamamiento, no hay respuesta ni responsabilidad. Solo mediante esaresponsabilidad se nos capacita, no se nos permite, hacer promesas que son uneco, aunque sea débil, del pacto subyacente en el llamado.

¿Deseas mantenerte firme y ser una persona responsable, alguien que “intenta quetoda su vida sea una respuesta a la pregunta y al llamado de Dios”? Escucha a Jesúsde Nazaret; responde a su llamado.

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CAPÍTULO 12

El pueblo del llamamiento

A menudo se ha dicho que hay dos cosas que los seres humanos no puedencontemplar directamente sin volverse locos: la gloria de Dios y la oscuridad delpecado humano. Después de años de estudiar la crueldad humana, Philip Hallie,profesor de filosofía en la Wesleyan University y veterano de la Segunda GuerraMundial, seguramente se sintió a punto de perder la cabeza. Mientras trabajabaen un proyecto sobre la crueldad de los nazis, se centró en los experimentosmédicos que realizaron los doctores nazis con niños judíos en los campos deexterminio.

Más adelante Hallie escribió: “A lo largo de todos esos estudios, el patrón delfuerte que aplasta al débil se repetía una y otra vez, de modo que cuando yo nosentía una amarga ira me aburría por las repeticiones de las pautaspersecutorias... Mi estudio del mal encarnado se había convertido en una cárcelcuyos barrotes eran mi amargura hacia los violentos, y cuyos muros eran miindiferencia horrorizada frente al asesinato lento. Entre los barrotes y los murosme agitaba como un loco, con el paso de los años me había abierto camino hastael infierno”.

Durante esa época Hallie encontró un breve artículo que hablaba de unapequeña aldea de tres mil personas situada en los montes del sur de Francia, quefue el único refugio seguro para los judíos en toda la Europa ocupada porAlemania. Leyendo el artículo con objetividad académica, intentando clasificarlos tipos de crueldad y las formas de resistencia ante ella, iba por la mitad de latercera página cuando “empezó a molestarme una sensación extraña en lasmejillas”. Se frotó la cara para librarse de algún resto de suciedad y descubrió queeran lágrimas, “y no una o dos; tenía las mejillas empapadas”. Hallie escribió queaquellas lágrimas eran una “expresión de alabanza moral” instintiva.

Lo que leía Hallie era su introducción a los ciudadanos de Le Chambon y surescate heroico de más de cinco mil niños judíos durante la Segunda Guerra

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Mundial. Como diría más adelante en su clásico contemporáneo Lest InnocentBlood Be Shed (“Para que no se derrame sangre inocente”), a Hallie le impresionóla justicia de un resumen que hizo uno de sus lectores: “El Holocausto fue unatormenta, rayos, truenos, viento, lluvia, sí. Y Le Chambon fue el arco iris”. Sí,concluyó el autor, “me di cuenta de que también para mí la pequeña historia deLe Chambon es más grande y más hermosa que la guerra sangrienta que frenó aHitler”.

Lo que se revela en esa historia son los restos del coraje perdurable de loshabitantes del pueblo. Eran hugonotes, protestantes franceses motivados por sufe en Cristo y por la experiencia de trescientos años de persecución tras lapublicación del Edicto de Nantes. Y quien los guio, enseñó y animó fue suindomable pastor, André Trocmé, y su esposa Magda, toda una heroína. Pero loque se revela una y otra vez es el carácter de este matrimonio y la cualidadpráctica y realista de su fe.

Fueron muchos los franceses que se dejaron engañar por la infame propaganda“de noche y niebla” con la que los alemanes ocultaron los campos de exterminio.Pero los habitantes de Le Chambon hicieron simplemente lo que había quehacer, lo que les habían enseñado a hacer: protegieron y salvaron a su prójimo,los judíos, que corrían peligro.

La tarde en que arrestaron al pastor Trocmé ilustra todo ese episodio. Al pastory a su esposa los habían invitado a cenar unos miembros de la iglesia que,sabiendo que a menudo el matrimonio se olvidaba de las invitaciones, enviaron asu hija para recordárselo. Pero cuando ella entró en el comedor, vio que lapolicía estaba arrestando al pastor. Pronto la noticia corrió por la ciudad: habíandetenido a André Trocmé.

Sin embargo, como era habitual en ella, Magda Trocmé invitó a los dospolicías a cenar con ellos. Sus amigos no daban crédito, y se enojaron con ella.“¿Cómo pudiste sentarte con aquellos hombres que habían venido para llevarse atu marido, puede que para ejecutarlo? ¿Cómo pudiste mostrarles ese perdón, esaeducación?”.

Madame Trocmé siempre contestaba lo mismo: “¿De qué habláis? Era la horade cenar; estaban en casa y todos teníamos hambre. La cena estaba lista. ¿Quéqueréis decir con esas tonterías de ‘perdón’ y de ‘educación’?”.

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Era una respuesta típica de aquellas gentes. Los habitantes del pueblorechazaban los elogios una y otra vez. Miraban a los ojos a Hallie y le decían:“¿Cómo puede decir que somos ‘buenos’? Hicimos lo que había que hacer.Había que hacer algo, eso es todo, y dio la casualidad de que estábamos allí parahacerlo. Debe comprender que ayudar a aquellas personas era lo más natural delmundo”. Philip Hallie llegó a la conclusión de que las palabras de alabanzamoral de un forastero eran “como una corona ligeramente incómoda que unamano amable pero extraña ceñía sobre la frente”.

La historia de Le Chambon es un ejemplo conmovedor pero demasiadoinfrecuente de la Iglesia de Cristo en acción como colectivo en el mundomoderno. También nos recuerda una dimensión del llamamiento que loscreyentes modernos tienden a olvidar: el llamamiento de Jesús es personal pero nopuramente individual; Jesús llama a sus seguidores no solo como personas, sinotambién como colectivo.

La comunidad del pactoCuando Margaret Thatcher era primera ministra de Gran Bretaña, desmanteló

sistemáticamente buena parte del sistema de ayuda social del país, en un intentofructífero de liberar el dinamismo de una economía de libre mercado. Una de lasjustificaciones más famosas que usó para su política resulta muy controvertida:“No hay una sociedad; solo hay individuos y sus familias”.

El comentario de la primera ministra molestó a los liberales, porque usaba unlenguaje liberal para atacar el liberalismo. Pero también inquietó a losconservadores, porque el comentario no tenía en cuenta la rica textura de losgrupos y de las asociaciones que componen los mundos en los que vivimos. Esposible que para la mayoría el concepto “sociedad” sea demasiado abstractocomo para existir, pero dar por hecho que los individuos y las familias puedencomponer el conjunto global no ayuda mucho.

Por supuesto, en el mundo moderno la comunidad pasa por malos tiempos.Primero, todas las personas modernas viven con un sentido de comunidad muydebilitado si se lo compara con el de las personas del pasado; esto es debido a losviajes, la movilidad de la población, los medios de comunicación, el trabajo y elestilo de vida contemporáneos y la saturación de las relaciones modernas.

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Sin duda, nuestra nostalgia (término que significa literalmente “dolor por elhogar perdido”) por un mundo perdido nos tienta a teñir de romanticismo elconcepto de la comunidad en el mundo tradicional. Es innegable que a menudoera rígido y claustrofóbico, no liberador. Pero pasar de la comunidadinvoluntaria a las agrupaciones voluntarias supone un alto precio. Y por muchoque se hable de la “comunidad virtual”, es irrefutable el hecho de que lacomunicación interpersonal pero no cara a cara supone una grave pérdida. Elhecho claro es que, para la mayoría de personas modernas, la comunidad es unaexperiencia infrecuente o un ideal distante, incluso burlón.

Segundo, las personas modernas manifiestan un prejuicio recurrente contratodas las instituciones, sobre todo contra las grandes. Nos educan para quepensemos que son casi impersonales, alienantes y deshumanizadoras. Quienesprotestaban en la década de 1960 se hicieron famosos por eslóganes como “nodoblar, estirar o mutilar”; a los seres humanos se los trataba de formaimpersonal, como si fueran tarjetas de IBM. Pero la inquietud extendida que seconvirtió en el clamor de aquella época hunde unas raíces más profundas en unalegión de críticas sobre el auge del mundo moderno.

El gran científico social alemán Max Weber, por ejemplo, fue el primero quenos proporcionó un análisis penetrante de la burocracia moderna. Pero su visiónqueda mejor plasmada en las novelas de Franz Kafka, sobre todo en El castillo yEl juicio. El mundo de El castillo es el ámbito del poder y de la autoridadburocráticos. Las conversaciones telefónicas generan más confusión quecomunicación. La burocracia asfixia a los seres humanos en un aluvión dearchivos y formularios. La jerarquía opresiva imposibilita llegar hasta unapersona en un escalafón superior. Se celebran interminables entrevistas, peroninguna de ellas sirve de nada. En El castillo los seres humanos se reducen aarchivos, y en El juicio a casos. Como dijo una vez Kafka sobre ese mundo: “Lacinta transportadora de la vida te sigue arrastrando, nadie sabe adónde. Uno esmás un objeto, una cosa, que un ser vivo”.

Tercero, los creyentes del mundo moderno han visto cómo su sentido de lanaturaleza colectiva de la iglesia se debilitaba aún más debido al auge de lasasociaciones voluntarias. En un pasaje muy citado de La democracia en América,Alexis de Tocqueville escribió: “Los estadounidenses de todas las edades,condiciones y disposiciones forman asociaciones en todo momento... Mientras

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que a la cabeza de un gran proyecto francés ves al gobierno, o en

Inglaterra a un hombre de alto rango, en Estados Unidos seguro queencuentras a una asociación .

Estas palabras suelen evocar imágenes de una Edad de Oro anterior alvoluntarismo, pero en realidad no se puede entroncar el voluntarismoestadounidense con los orígenes coloniales. Las semillas de la idea sí estaban ahí:la iglesia voluntaria, con su membresía y sus contribuciones voluntarias, es elprototipo histórico de la asociación voluntaria. Pero desde el Leviatán deThomas Hobbes hasta el discurso de despedida de George Washington, hay unapotente tendencia a sospechar de las asociaciones voluntarias, debido al miedo ala formación de “facciones”. (Hobbes escribió que, dado que no debería existirnada fuera del control estatal, las asociaciones voluntarias eran “lombrices en lasentrañas del Leviatán”).

En realidad, las asociaciones voluntarias solo florecieron un poco antes de lallegada de Tocqueville, impulsadas por líderes evangélicos como Lyman Beecherde Connecticut. En cierta medida eran fruto del Segundo Despertar, en otra dela segunda oleada de separación del Estado a principios del siglo XIX y en otra elprecedente de las asociaciones evangélicas prósperas de Gran Bretaña en la épocade William Wilberforce. Pero lo importante es el efecto: el auge de lasasociaciones voluntarias hizo que en la vida pública el énfasis de la agencia moralpasase de las iglesias locales como instituciones a los cristianos individuales queactuaban como individuos en la vida pública... asociándose.

El resultado fue tremendamente beneficioso. Las asociaciones voluntariascondujeron a un estallido de proyectos distintos y creativos que no podría haberlogrado ninguna iglesia local. Además, los cristianos individuales asociadospodían entrar en esferas y tocar temas que ninguna iglesia local podía permitirseabordar. Pero esto también tenía su precio. Las asociaciones voluntarias (y mástarde las organizaciones “paraeclesiales”) reforzaron la tendencia hacia elindividualismo y eclipsaron aún más la naturaleza colectiva de la iglesia en lamente de la mayoría de los cristianos.

Estos tres factores centrales se han visto fortalecidos por una serie de otrosmenos relevantes, entre ellos el hecho de que la corporación mercantil haadoptado prácticamente todo el léxico de las instituciones colectivas. Hoy día,

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cuando decimos “corporación” casi siempre nos referimos a una de índolecomercial. Esto es tanto un eco lejano de los humildes orígenes de laincorporación de la Compañía de las Indias Orientales como una devaluacióndrástica de que los cuerpos (corporaciones) de más de un ser humano puedentener características personales.

En resumen, muchos de nosotros, como creyentes modernos, tenemos difícilexperimentar la colectividad de la Iglesia de Cristo, por no hablar ya de que laiglesia local tenga una influencia decisiva como la tuvo la de Le Chambon. Porfuertes que sean nuestros llamados individuales, a menudo nuestro sentido delllamamiento colectivo es muy débil.

El llamamiento de Jesús contradice todas estas tendencias modernas porque es,ineludiblemente, un llamado colectivo. Nuestra palabra Iglesia traduce eltérmino griego frecuente y secular que se refería a una “asamblea” popular. Perola iglesia, cuyo sentido más profundo se encuentra en la palabra que significa“llamados de” y su sentido veterotestamentario que habla de “un pueblollamado”, es la asamblea del pueblo de Dios, que él llama y a quien ellapertenece. Cada uno de nosotros es llamado individualmente, y por consiguientede una forma única y personal. Pero no somos llamados para ser un puñado decreyentes individuales, sino una comunidad de fe.

En la época del Nuevo Testamento no es que hubiera distintas iglesias endiversos lugares, sino una sola en muchos puntos. Cada iglesia local encarna yrepresenta a toda la Iglesia, de modo que esta es tanto local como universal,visible e invisible, militante y triunfante. Sin embargo, la idea no se difumina enun misticismo impreciso... gracias al llamado: la asamblea del pueblo de Dios, ala que él llama y que está subordinada a Cristo como su cabeza y coordinada consus miembros en el cuerpo, vive su vida mediante la obediencia práctica alllamado de Dios en Cristo.

La historia de la Iglesia, como la de Israel, es el relato de un pueblo, no solo deindividuos. Antes del éxodo de Egipto, la Biblia nos habla del llamado de Dios aindividuos y a familias. Pero la frase “el pueblo de Israel” se usa por primera vezen Éxodo. Los descendientes de esos mismos individuos y familias se unieronahora en un pueblo y en una comunidad mediante los actos fundacionales de laliberación y el pacto.

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Así, frente a los agrupamientos involuntarios durante la historia, como la tribu,la ciudad-estado y la nación, ahora encontramos una nueva comunidad formadapor miembros voluntarios, que es la asamblea de los llamados por Dios. Seencuentran unidos por un pacto y expresan en su vida un llamado colectivo quecomplementa y que trasciende sus llamamientos como individuos.

¿Hay alguna faceta de nuestro llamado que sea más difícil que esta? Muchos denosotros necesitamos que se reconstruya un sentido vivo del llamado colectivo,lenta y esforzadamente, como alguien que aprende de nuevo a caminar despuésde una embolia. Pero algunos de los retos principales son evidentes.

Primero, el compromiso con nuestro llamamiento colectivo significa quedebemos precavernos resueltamente contra la tendencia moderna alindividualismo per se. La expansión del denominacionalismo es un ejemplo deesto. Según la World Christian Encyclopedia (1982), a principios del siglo XXexistían unas 1.900 denominaciones cristianas, y al final del siglo 22.000. Porinfluencia del mundo moderno, el “accidente” histórico de las denominacionesse ha convertido en una catástrofe teológica para todo el que crea en una solaIglesia.

Es muchísimo mejor la generosidad de espíritu de John Bunyan cuandoescribió: “Quisiera ser, como espero ser, un cristiano. Pero por lo que respecta aesos sediciosos títulos como anabaptista, independiente, presbiteriano y demás,pienso que no proceden de Jerusalén ni de Antioquía, sino del infierno o deBabilonia”.

O, como dijo George Whitefield: “Padre Abraham, ¿has estado en el cielo?¿Hay episcopalistas? ¡No! ¿Presbiterianos? ¡No! ¿Algún independiente ometodista? ¡No, no, no! ¿A quién viste allí? Aquí no conocemos esos nombres.Lo único que tenemos aquí son cristianos. Ah, ¿en serio? Entonces que Dios nosayude a olvidar los nombres partidistas y a convertirnos en cristianos en lapráctica y de verdad”. O William Wilberforce: “Aunque soy episcopalista pornacimiento, siento tal unidad y simpatía por la causa de Dios en todo el mundoque nada me gustaría más que tener comunión una vez al año con cada una delas iglesias que sostienen a la Cabeza, que es Cristo”.

Para muchas personas hay otro reto del individualismo que es más cercano yfácil de cambiar: el compromiso con la adoración fiel y regular. Uno de los

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rasgos más desagradables de la Iglesia occidental es la existencia de líderescristianos que no tienen disciplina al practicar la adoración regular en laasamblea del pueblo de Dios. Las excusas son innumerables: la cantidad deactividades en el programa, las riquezas de la comunión alternativa, el rechazocorrecto del legalismo y la supuesta distracción de un cristiano muy famoso queasista al culto. Pero el resultado es una actitud informal hacia la adoración quesupone una contradicción lamentable de su liderazgo.

Segundo, el compromiso con nuestro llamado colectivo significa que debemoshonrar el propósito y los intereses de la Iglesia de Cristo en todos nuestrosllamamientos individuales. Una manera en que no hacemos esto es por el errordel “particularismo”, la idea de que existe solo una manera particular de haceruna cosa y, por supuesto, que nuestra manera es la cristiana .

La falacia del particularismo nace del hecho de que Dios no nos ha habladodefinitivamente sobre todas las cosas. Es evidente que no pretendió hacerlo. Esun error que los cristianos relativicen lo que Dios ha hecho absoluto. Perotambién es un error que los cristianos conviertan en un absoluto lo que Dios hahecho relativo. Como escribió G. K. Chesterton: “Si hay algo peor que eldebilitamiento moderno de los principios morales fundamentales es elfortalecimiento moderno de los principios morales de menor importancia”.

Dicho de otra manera, cuando Dios no haya hablado definitivamente,podemos decir con legitimidad: “Esta práctica (decisión política, estilo de vida olo que sea) no es cristiana”, si contradice la enseñanza de la Biblia. Pero nopodemos ir más allá añadiendo: “Esta práctica es la única cristiana”.

Esto significa que no existe una forma política cristiana, del mismo modo queno hay una sola manera cristiana de escribir poesía, formar una familia, gestionarla economía o planificar la jubilación. Hay muchos caminos que son claramenteno cristianos, pero no hay un solo camino que lo sea. Debemos tener un cuidadoespecial con que las asociaciones voluntarias cristianas empleen el título “La X, Yo Z cristiana”. Con demasiada frecuencia, y sobre todo en el caso de lasorganizaciones políticas cristianas, esos nombres no solo son incorrectos enprincipio, sino también confusos en la práctica, porque inducen al mundo quenos observa a identificar al grupo con la Iglesia general. Las organizacionespolíticas cristianas que tampoco tienen en cuenta la máxima “haz la obra de Diossegún la perspectiva de Dios” empeoran aún más las cosas. Los medios cristianos

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que no sirvan a los fines de Cristo trastornan el fin de Cristo y ensucian a laIglesia entera con la brocha de su falta de sabiduría.

Tercero, el compromiso con nuestro llamado colectivo significa recordar lanecesidad de una renovación constante, e incluso de la renovación de larenovación. Como vimos antes, el movimiento monástico Cartujo estabaorgulloso de su lema: “No hemos sido reformados porque no nos hemosdeformado”. Pero en un mundo caído la máxima de la Reforma SemperReformanda (“siempre reformando”) se acerca más al blanco. Siempre tenemosnecesidad de una renovación.

Hoy día nuestra necesidad más profunda no es solo una renovación, sinotambién “la renovación de la renovación”. Durante buena parte de la historiacristiana, el impulso hacia la renovación se ha impulsado en el principio y elmovimiento voluntarios; tanto si eran los movimientos católicos tempranos, talescomo las órdenes de los benedictinos y los franciscanos, como si eranmovimientos protestantes más recientes, tales como las sociedades misioneras yalgunas organizaciones paraeclesiales. Estos tipos especiales de asociacionesvoluntarias y reformadoras eran la ecclesiola in ecclesia (“la pequeña Iglesia dentrode la grande”).

Ahora, debido al eclipse moderno de la Iglesia colectiva a causa delindividualismo creciente, el principio de reforma se ha descontrolado. Muchasde las “pequeñas iglesias” de las asociaciones voluntarias se han convertido en unfin en sí mismas. Deforman la Iglesia en vez de reformarla, y ellas mismasnecesitan una reforma. La misión de “la pequeña Iglesia” debería ser abandonarsu tarea y ofrecer su sabiduría y su dedicación a la “gran Iglesia”, contribuyendoasí a la renovación del principal cuerpo que es esencial para el propósito divinopara todos los tiempos. Sin embargo, muchas organizaciones protestantes tienentanta necesidad de disolverse como los monasterios existentes en la Inglaterra deEnrique VIII.

No hace falta decir que estas consecuencias de nuestro llamamiento colectivocomo miembros de la Iglesia plantean preguntas y retos difíciles. Pero siqueremos que el llamado sea sincero y práctico, y no solo una figura piadosa dellenguaje, no debemos eludir el tema.

El eminente estadista y sacerdote francés Talleyrand dijo con razón: “Sin

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individuos, no pasa nada; sin instituciones, no sobrevive nada”. Pero lacolectividad de la Iglesia trasciende con mucho el realismo institucional y lasupervivencia. Supone que exista una unidad mística de los seguidores de Cristoque forman “el cuerpo de Cristo”.

El psicólogo Jean Piaget atacó la fe cristiana por este aspecto místico de lacolectividad. En su obra El criterio moral en el niño escribió: “Solo en la teología,es decir, en la más conservadora de las instituciones, la idea del pecado originalmantiene viva la idea de la responsabilidad colectiva”. Pero podemos interpretaresta crítica como un halago. Parte de la gloria del evangelio no estriba solamenteen la idea del “pecado original”, sino en conceptos más positivos de lacolectividad, tales como la Iglesia como “cuerpo de Cristo” y “la comunión delos santos”. Mantengamos vivo el aprecio por la colectividad de la vida de la fe, yseguiremos fieles no solo a nuestro llamamiento, sino también a la plena realidadde la humanidad.

¿Te frustra “la Iglesia institucional”, como si existiera una Iglesia que no lo fuera?Tu expresión comunitaria de la fe, ¿es solo el equivalente espiritual de “unapreferencia de estilo de vida” y un “enclave de estilo de vida”? ¿O estás comprometidocon la Iglesia santa, católica y apostólica? ¿Concedes tu fidelidad a una asamblea nopolítica ni étnica de personas, destinada a llamar a su seno a todas las naciones, nobasándose en la tribu o en la nación, sino en el llamado de Dios en Cristo? Escucha aJesús de Nazaret; responde a su llamado.

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CAPÍTULO 13

Los seguidores del Camino

Arthur F. Burns, presidente del Sistema de la Reserva Federal de los EstadosUnidos y embajador en Alemania occidental, era un hombre con unaconsiderable autoridad. De estatura media, distinguido, con cabello plateado yondulado y una pipa característica, fue asesor económico de numerosospresidentes, desde Dwight D. Eisenhower a Ronald Reagan. Cuando hablaba, suopinión tenía un peso específico y Washington le prestaba atención.

Arthur Burns también era judío, de modo que allá en la década de 1970,cuando empezó a asistir a un grupo de oración informal de la Casa Blanca paraorar y tener comunión, se le concedió un respeto especial. En realidad, nadiesabía cómo hacerle participar en el grupo y, semana tras semana, cuando losasistentes se turnaban para concluir las reuniones con una oración, nadie se lopedía a Burns, debido a una mezcla de respeto y de reticencia.

Sin embargo, una semana la reunión la llevó un recién llegado que desconocíael estatus especial del que disfrutaba Burns. Cuando acabó la reunión, el reciénllegado se volvió hacia Arthur Burns y le pidió que concluyese aquel tiempo conuna oración. Algunos de los habituales se miraron entre sí, sorprendidos,preguntándose qué pasaría. Pero sin perder la compostura, Burns tomó la manode los otros para formar un círculo, y dijo lo siguiente: “Señor, te pido que llevesa los judíos al conocimiento de Jesucristo. Te ruego que lleves a los musulmanesal conocimiento de Jesucristo. Por último, Señor, te pido que lleves a loscristianos al conocimiento de Jesucristo. Amén”.

La oración de Arthur Burns se ha vuelto una leyenda en Washington. No solosorprendió a los presentes con su estilo directo y refrescante, sino que tambiénsubrayó una idea sobre “los cristianos” y el “cristianismo” que es necesariorepetir de tanto en tanto. Destaca otro aspecto importante de la verdad delllamamiento: el llamamiento recuerda a los cristianos sin cesar que, lejos de haberllegado a la meta, un cristiano es alguien que, en esta vida, siempre va de camino

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como “seguidor de Cristo”y seguidor “del Camino”.

La única objeción irrefutablePiensa en los términos Cristo, cristiano y cristianismo. ¿Cómo describirías la

progresión del primero al segundo para llegar al tercero? Piensa en todas lasconnotaciones que tiene cada palabra y descubrirás que avanzas en una de dosdirecciones: o de lo personal a lo impersonal o de lo fresco y directo a loinstitucional, lo ideológico y, con demasiada frecuencia, lo corrupto. Por todosaquellos a quienes atrae Cristo, hay montones de otras personas a quienes “elcristianismo” les aburre o les repele.

Por supuesto, el motivo estriba en la naturaleza del mundo caído. Debido a losfactores gemelos de la presencia del pecado y el paso del tiempo, no hay ningunarelación personal ni ninguna experiencia espiritual que se perpetúen a sí mismas.Son procesos que hay que alimentar, sustentar, y cuya llama hay que avivar una yotra vez para que no se extinga. Ni siquiera los avivamientos espirituales duranmucho tiempo. El curso natural de la entropía de las cosas personales yespirituales lleva hacia la decadencia y la muerte, o hacia la fealdad atrofiante queintentan expresar términos como formalización y rutinario. Con la repetición, loextraordinario se vuelve cotidiano, y lo revolucionario, rutinario. Mientras que elnombre propio “Cristo” es libre y fresco, a menudo el término “cristianismo” esformal y está muerto, o peor.

El problema no es solo que “también esto pasará”. A diferencia de los soldadosde antaño, las expresiones de fe y las instituciones religiosas antiguas no selimitan a desvanecerse; pueblan el suelo de renuevos que reducen, distorsionan eincluso contradicen el propósito originario. Este es el motivo de un hecholamentable: durante dos mil años ha existido una objeción irrefutable a la fecristiana: los cristianos. Una camiseta que se ve en Estados Unidos expresa unasencilla petición: “Jesús, líbrame de tus seguidores”.

Afortunadamente, la mayoría conoce como mínimo a unos cuantos seguidoresde Cristo cuyas vidas expresan su espíritu y atraen a personas a él. Pero,tristemente, la historia de la Iglesia general es un relato salpicado de frecuentesalejamientos del patrón de Cristo y de periodos en los que “el cristianismo” eraun anuncio declarado del punto de vista que tienen los cristianos sobre el mal,no sobre Cristo.

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Los críticos y los enemigos de la Iglesia no son más objetivos ni justos queningún otro crítico y enemigo. Pero lo preocupante es otro motivo recurrente ensus acusaciones: solo de vez en cuando, y con una rabia especial, se acusa al“cristianismo” de ser demasiado parecido a Cristo; es mucho más frecuente quelo acusen de no asemejarse demasiado a él.

Está claro que existe un vínculo directo entre la profesión de fe, la práctica dela fe y su plausibilidad. Practica lo que predicas y darás buena imagen de tu fe;no lo hagas, y la contradirás. “Por esto sabrán todos los hombres que sois misdiscípulos”, dijo Jesús, “si os tenéis amor unos a otros”. O, tal como recordóErasmo a sus contemporáneos mil quinientos años después, en medio de unageneración corrupta: “Si queremos convertir a los turcos al cristianismo, primerotenemos que ser cristianos”.

La historia demuestra que el propio paso del énfasis en “Cristo” al“cristianismo” es un indicio de corrupción. La relación directa y la formadinámica de vida se convierten en una ideología y en una institución religiosas(motivo por el cual no encontrarás aquí ningún uso del término cristianismo,aparte de su aparición entrecomillada en mis citas o en las de otros).

Ralph Waldo Emerson escribió: “Todo estoico era estoico, pero, en lacristiandad, ¿dónde está el cristiano?”. Friedrich Nietzsche escribió: “En realidadsolo ha habido un cristiano, y murió en la cruz”. O, como aseveraba consarcasmo George Bernard Shaw: “El cristianismo podría ser algo positivo sialguien lo probase”.

Sin duda en esta situación no todo es malo. El cómico Lenny Bruce comentóque “cada día hay personas que se marchan de la Iglesia y vuelven a Dios”. Pero,a pesar de todo, la Iglesia tiene mala fama, y los mejores portavoces de la fe queha habido han lamentado que sea así. G. K. Chesterton expresó una faceta delasunto: “No es que el ideal cristiano se haya probado y haya sido hallado falto.Ha sido hallado difícil, y no se ha llegado a probar”. Pero el arzobispo WilliamTemple reveló la otra cara de la moneda: “Creo en la Santa Iglesia Católica, ysolo lamento que no exista”. O, como escribió Soren Kierkegaard desdeDinamarca en su obra cristiana Ataque a la cristiandad: “El peor tipo deblasfemia es aquella de la que es culpable ‘la cristiandad’: transformar al Dios delEspíritu en... una sarta ridícula de disparates”.

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Kierkegaard, un luterano que escribió cuatro siglos después de Lutero, redujosu protesta a “una tesis, solamente una”:

¡Oh, Lutero! Tú tenías 95 tesis... ¡qué terrible! Y sin embargo, en un sentido más profundo,cuantas más tesis hay, menos terribles son. Este caso es mucho más terrible: solo hay una tesis. Enpocas palabras, el cristianismo del Nuevo Testamento no existe. Aquí no hay nada que reformar;lo que hay que hacer es arrojar luz sobre una ofensa criminal contra el cristianismo, prolongadacon el paso de los siglos, perpetrada por millones de individuos (más o menos culpables), ymediante la cual, con astucia y con la presunción de perfeccionar el cristianismo, han intentadoexpulsar poco a poco a Dios del cristianismo, y han conseguido convertirlo en algo exactamenteopuesto a lo que fue en el Nuevo Testamento.

Como solía hacer, C. S. Lewis dio en el clavo. “Si algún día alguien escribe ellibro que yo no voy a escribir, debe ser una confesión completa por parte de lacristiandad de la contribución que han hecho sus integrantes al volumen de lacrueldad humana. Hay amplias zonas de este mundo que no nos escucharánhasta que hayamos repudiado buena parte de nuestro pasado. ¿Por qué iban ahacerlo? Hemos proclamado el nombre de Cristo mientras servíamos a Moloc”.

Thomas Linacre, de quien recibe su nombre el Linacre College, de Oxford, fueel médico de los reyes ingleses Enrique VII y Enrique VIII, fundador del RealColegio de Médicos de ese país y amigo de los grandes pensadores renacentistasErasmo y sir Thomas More. En un momento avanzado de su vida adoptó losvotos católicos y recibió por primera vez en su vida un ejemplar de losEvangelios. Por supuesto, la Biblia seguía siendo el coto privado del clero, y elvulgo no disponía de ella. Además, Linacre vivió la hora más oscura de todas lasque ha vivido la Iglesia: el papado de Alejandro VI, el papa Borgia cuyoscohechos, corrupción, incesto y asesinatos alcanzaron nuevas cotas en los analesde la vergüenza cristiana.

Al leer los cuatro Evangelios por sí solo, Linacre se quedó sorprendido yconfuso. “O estos no son los Evangelios”, dijo, “o nosotros no somos cristianos”.

La vida es un viaje¿Cómo nos protege la verdad del llamamiento de deslizarnos desde Cristo a

cristiano a cristianismo? Primero, el llamado, por su propia naturaleza, nosrecuerda que solo somos seguidores de Cristo cuando seguimos de verdad aCristo; en otras palabras, cuando abandonamos todas las otras fidelidades ycaminamos tras él, haciendo lo que dice y viviendo como nos pide. El propio

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Jesús clarificó esta idea a aquellos cuyos actos no encajaban con sus palabras:“¿Por qué me llamáis Señor, Señor, y no hacéis lo que os digo?”. Los cristianosque contradicen a Cristo son cristianos que no siguen su llamamiento.

Esta es una idea que suele pasarse por alto: “el Camino” es para viajar. Oprogresamos, por lenta y tranquilamente que lo hagamos, o no estamos en elCamino. Todo aquello que es puramente teórico, todo lo que son solo buenasintenciones, todo lo meramente estático y asentado, por no decir ya exclusivo,inflexible e hipócrita, no debe aparecer en la vida de aquellos para quien unapersona, Jesús, lo es todo, y lo único que importa es el progreso (el delperegrino) hacia él y siguiendo sus pasos.

Sin duda que cristiano es un término que se usa en el Nuevo Testamento, perolo hacen los de fuera, y con una connotación ofensiva. Para otros, los cristianoseran christianoi, “los hombres del Mesías”. Pero entre ellos, el término quepreferían los discípulos era seguidores de Jesús o seguidores del Camino. Juan elbautista había preparado “el camino del Señor”. Jesús había reunido a susdiscípulos usando una palabra decisiva: “sígueme”. De modo que en el mundono había “cristianismo”, solo un “Camino” nuevo y radical, y un variopintogrupo de “hermanos” y “hermanas” que eran “seguidores del Camino”.

Segundo, el llamamiento nos recuerda que ser “seguidor del Camino” suponever la vida como un viaje que, mientras seguimos vivos en este mundo, estáincompleto y no se puede evaluar definitivamente. La idea de la vida como unviaje no debería resultar esotérica en nuestro mundo actual. El viaje y elmovimiento son temas principales en el siglo XX. Aunque quizá el viaje seamenos evidente que las grandes conquistas como el alunizaje o que las espantosastragedias como Auschwitz, es tan típico de nuestros tiempos que nuestro mundoestá, literalmente, en movimiento.

Desde los mexicanos que avanzan agachados por los cañones del sur deCalifornia hasta los vietnamitas que viven en barcos y que recorren el mar del surde China, pasando por los aterrados Tutsi que huyen de la ira asesina de losHutu en Ruanda, hay millones de nuestros congéneres humanos a quienes elsiglo XX aboca a una vida nómada, en una era de ectopia y de migración.Debido a la guerra, la enfermedad, la hambruna, la persecución y el genocidio, elnúmero de personas que son expulsadas de sus países es equiparable a la cifra delos que tienen prohibido abandonarlos.

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Cada vez hay más personas a las que han desarraigado y han obligado a nosentirse en casa en ninguna parte. Vivimos la era de los exiliados, emigrantes,expatriados, inmigrantes, refugiados, deportados, extranjeros ilegales, extranjerosno deseados, extranjeros residentes, trabajadores emigrantes, trotamundos,vagabundos y “sin techo”. Los viajes de los peregrinos, exploradores,conquistadores y colonizadores del pasado han quedado ensombrecidos por lainquietud de los nómadas contemporáneos y por los vagabundeos de losapátridas modernos.

Por supuesto, la emigración moderna tiene una cara muy positiva, comoejemplifica la historia de los Estados Unidos como una “nación de inmigrantes”,y evidencian la isla de Ellis y Emma Lazarus en su poema dedicado a la Estatuade la Libertad. También es cierto que buena parte de nuestra consciencia de losviajes se ha visto impulsada por los relatos creativos de los propios exiliados yexpatriados. Dante y Petrarca escribieron exiliados de Florencia, Juan Calvino deFrancia, Jean-Jacques Rousseau de Suiza y John Keats de Inglaterra. Pero elnúmero de exiliados y de expatriados en el siglo XX se ha convertido en unariada, dirigida por escritores y artistas estadounidenses en París, Henry James yT. S. Eliot en Inglaterra, Albert Einstein en Princeton, W. H. Auden en NuevaYork, Aleksandr Solzhenitsyn en Vermont, e incontables refugiados del nazismoy del comunismo en los Estados Unidos.

Hay unas enormes diferencias que separan a estos viajeros del siglo XX,diferencias geográficas, culturales y psicológicas. Pero todos experimentan ciertogrado de nostalgia del hogar, de haber perdido su historia y un sentido de “lamadre patria”, “la lengua natal”, “el idioma de la infancia” y, por consiguiente,esa morriña que es una experiencia propia de nuestros tiempos. Según dijo W.H. Auden entre nosotros hay demasiados que sienten que están “en otra parte”.

Pero la mayor dimensión de nuestro sentido del viaje se encuentra a unaprofundidad aún mayor. Nace de la intuición casi universal de que el viaje es lametáfora más adecuada para la propia vida del ser humano, o al menos que laodisea humana en su punto álgido es una vida que busca propósito, sentido,destino y hogar. La vida humana no es solo una vida en el camino, sino tambiénuna vida en busca del hogar.

“A mitad del camino de la vida, en una selva oscura me encontraba”. Asíempieza la aventura metafísica de Dante, La divina comedia, su peregrinaje en

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tres partes para descubrir el destino de las almas después de la muerte. Desde elÉxodo hebreo hasta la Odisea de Homero, pasando por la Eneida de Virgilio, Elprogreso del peregrino de John Bunyan, Las aventuras de Huckleberry Finn deMark Twain y llegando hasta Siddharta, de Herman Hesse, no hay una imagende la vida humana que sea más universal que entenderla como un viaje, unrecorrido, una búsqueda, un peregrinaje, una odisea personal. Todos estamos enalgún punto del viaje de la vida; no sabemos en qué punto nos encontramosentre el principio y el final de esta odisea que es la existencia humana.

Para quienes viven la vida como un viaje y entienden la fe como tal, elllamamiento tiene una consecuencia evidente. Nos recuerda que todos estamosen un estadio diferente del camino, y que ninguno de los que estamos vivoshemos llegado al destino. El problema surge cuando olvidamos este hecho yfingimos que la vida es estática, asentada, como si todo fuera cuestión de líneasbien definidas, límites claros, etiquetas precisas y evaluaciones inconmovibles.Así, algunos están dentro y otros fuera; algunos han llegado y otros no.

Cuando los bárbaros de Alarico saquearon la poderosa Roma en el año 410,Agustín puso por escrito la observación de que la permanencia aparente de unaciudad la busca el infiel Caín, no el fiel Abel. “La verdadera ciudad de los santosestá en el cielo”, escribió en Ciudad de Dios. Aquí en la Tierra los cristianosviajan “como en un peregrinaje por el tiempo, buscando el reino de laeternidad”.

Sin duda, los que seguimos a Cristo sabemos por qué hemos perdido nuestrohogar originario. Sabemos cuál es el hogar al que nos dirigimos. Y conocemos nosolo a quien nos espera allí, que hace del hogar lo que es, sino también a Aquelque nos acompaña en el camino. Pero seguimos realizando un viaje, y somosviajeros de verdad. No vamos errantes, sino que peregrinamos. Hemosdescubierto que él es el camino, pero seguimos andando. Nuestra fe es una fe deperegrinos, que contradice en su esencia el lugar y el asentamiento.

En todo nuestro testimonio, este sentido de “informe de progresos” o de “obrainconclusa” lo cambia todo. Imagina lo que podría haber pasado sin Cristo. Elnovelista Evelyn Waugh, por ejemplo, era famoso por un carácter tan difícil queen ocasiones rozaba la paranoia. Sin embargo, admitió ante un amigo: “Sé quesoy terrible. Pero, ¡cuánto más lo sería sin la fe!”. C. S. Lewis amplió esta idea enDios en el banquillo:

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Tomemos el caso de una señora anciana y amargada, que es cristiana pero muy arisca. Por otrolado, tomemos a un tipo agradable y popular, pero que nunca ha ido a la iglesia. ¿Quién sabecuánto más irritable sería la señora mayor si no fuese cristiana, y cuánto más admirable sería eltipo amable si fuera cristiano? No se puede juzgar el cristianismo solamente comparando elproducto en ambas personas; tendríamos que saber con qué tipo de material trabaja Cristo enambos casos.

Tercero, el llamado nos recuerda que, admitiendo todos los estadios diferentesen que se encuentran las personas, hay muchos más que son seguidores de Jesúsy transitan por el Camino de lo que somos conscientes. Olvidar esto e insistir enque todo el mundo sea como nosotros, esté en la misma fase y tenga la mismahistoria que nosotros, supone ser un fariseo cristiano. Y es que los Evangelios nosdicen que fueron los fariseos quienes se escandalizaban al ver quiénes seguían aJesús. “Aconteció que, estando Jesús a la mesa en casa de él, muchos publicanosy pecadores estaban también a la mesa juntamente con Jesús y sus discípulos,porque eran muchos los que lo habían seguido”. La exclusividad y la exclusiónsiempre se producen cuando elaboramos un ídolo falso de lo que es la pureza.De hecho, el fariseísmo es el resultado de una pasión pervertida por la purezateológica, de la misma manera que la limpieza étnica lo es de la pureza racial.

¿Ha cambiado esta situación? ¿Somos salvos por creer en Jesús o por confiar enfórmulas teológicamente correctas de lo que debemos creer sobre él? ¿Hemos deconsiderar cristianos solamente a los pilares de la ortodoxia portadores del credo?¿O podemos esperar que algunos de los seguidores de Cristo a los que él amamás sean tan sorprendentes como los sabios de Oriente, la mujer de vida disolutajunto al pozo o el centurión que pertenecía al aborrecible ejército invasor? Hastaa los mejores discípulos, los más avispados, les costó tres años de seguir a Jesústener una ligera idea de quién era. Y en cuanto lo descubrieron lomalinterpretaron y lo traicionaron. ¿Haremos que el proceso sea más sencillo,más seguro, más rutinario?

¿Vamos a decir, como Oswald Chambers, “Estoy tan sorprendido de que Diosme haya cambiado que ya nadie puede hacerme desesperar”? ¿O somos como elGran Inquisidor de Dostoievski, que dice a Cristo, desde la superioridad de su“cristianismo”, sus credos teológicos purificados y sus códigos morales, “Hemoscorregido tu obra”?

¡Dios no lo quiera! Hasta que Cristo identifique y dé la bienvenida a casa a losdiscípulos a quienes ha llamado, nosotros, sus seguidores, podemos esperar que

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estaremos tan inacabados y sin pulir como distintos somos; pero estamos en elcamino, y somos seguidores del Camino.

¿Quieres vivir la vida como un viaje? ¿Estás ansioso por conocer el Camino?¿Deseas de verdad alcanzar la meta de tu búsqueda? ¿Anhelas llevar una vidaexaminada, viajar con quienes siguen los mismos indicadores y asociarte con todos losque desean llegar al mismo hogar? Escucha a Jesús de Nazaret; responde a sullamado.

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CAPÍTULO 14

“Por la gracia de Dios, ahí va Dios”

“Daría cualquier puesta de sol del mundo por ver una vez la silueta de laciudad de Nueva York...”, escribió Ayn Rand en su novela El manantial. “Elcielo sobre Nueva York y la voluntad del hombre puesta por obra. ¿Qué otrareligión necesitamos?”.

A primera vista nada parece estar más lejos del agresivo humanismo de losrascacielos modernos que la imponente majestad de las catedrales medievales.Construidas con paciencia a lo largo de muchas generaciones, en vez demediante un proyecto breve e intenso de la ingeniería moderna, diseñadas yadornadas por incontables artesanos anónimos en lugar de ser fruto de unequipo de arquitectos de fama internacional, las catedrales son sin duda unasinfonía en piedra dedicada a la gloria de Dios, no un tratado humanista sobre“la voluntad del hombre puesta por obra”.

Pero en algunos casos la diferencia no está tan clara. Bernard Mandevilleescribió en La fábula de las abejas (1714) que “el orgullo y la vanidad hanlevantado más hospitales que todas las virtudes juntas”. No hace falta ser cínicopara creer que el orgullo y la vanidad también han pintado cuadros, compuestomúsica, escrito novelas, repartido fortunas, hecho regalos extravagantes, ylevantado catedrales.

Este es el tema central de la novela de William Golding La construcción de latorre. Cuando se echaron los cimientos para la catedral de Salisbury el 28 de abrilde 1220, en los planes no figuraba una torre, ni había fundamentos suficientespara levantarla. Concluida en 1266, la catedral es un ejemplo perfecto del estiloinglés temprano, y está dotada de una infrecuente unidad arquitectónica ytambién de elegancia. Sin embargo, hoy día la catedral de Salisbury es conocidapor su elegante torre, la más alta de Inglaterra.

La aguja de la torre se añadió en el siglo XIV, supuestamente comomonumento al egoísmo monomaníaco de un deán que la levantó contradiciendo

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toda la sabiduría arquitectónica de la época. Los visitantes modernos de lacatedral pueden juzgar el resultado solo con mirarlo: los pilares están combados.

Los protagonistas de la fábula moral de Golding son el deán Jocelin, unsacerdote orgulloso, poderoso e implacablemente motivado que defiende laconstrucción de la torre, y Roger, el veterano maestro constructor que aconsejaprudencia y advierte sobre el alto precio arquitectónico y humano de la obra. Endeterminado momento en que están los dos solos contemplando el paisaje comosi fueran halcones, a muchos metros por encima del suelo, Roger hablaapasionadamente de “la rotunda imposibilidad de la torre”. Remata suargumento teatralmente añadiendo: “Yo he visto cómo se hundía un edificio”.

El deán le ha escuchado con los ojos cerrados y los dientes apretados. En sumente ha sentido que la torre se estremecía y empezaba a hundirse, como “elgorro de un bufón de cuarenta y seis metros de altura”. Pero cuando el maestroconstructor aconseja “Dejad de construir”, el deán grita, desde lo más profundode su ser: “¡No, no, no, no!”.

Entonces, sondeando lo más profundo de su voluntad, el deán Jocelin abre sucorazón.

“Ahora te diré lo que no sabe nadie más. Quizá piensan que estoy loco, pero ¿qué importa? Ya losabrán algún día cuando yo... pero tú lo escucharás ahora, de hombre a hombre, sobre el tocón deesta torre, aquí arriba sin que nadie más nos oiga. Hijo mío. El edificio es una figura de laoración, y nuestra torre será la ilustración de la oración más elevada de todas. Dios me lo revelóen una visión, a mí, su siervo improductivo. Me eligió. Te elige para que llenemos el diagramacon vidrio, hierro y piedra, dado que los hijos de los hombres necesitan algo a lo que mirar.¿Crees que puedes escapar? No estás en mi red. ¡Oh!, sí, Roger, entiendo determinadas cosas, quete sientes forzado, retorcido y atormentado, pero no por mi red. Es la Suya. Ninguno de los dospuede eludir este trabajo. Y otra cosa: ahora veo que tampoco lo podemos comprender, dado quecada nuevo paso revela un efecto nuevo, un propósito nuevo. Crees que no tiene sentido. Nosasusta, y resulta irracional. Pero ¿desde cuándo pide Dios a los elegidos que sean razonables?Llaman a esta obra la Locura de Jocelin, ¿no es cierto?”.

“He oído ese nombre”.

“La red no es mía, Roger, ni la locura tampoco. Es la locura de Dios. Incluso en los tiemposantiguos jamás pidió a los hombres que hicieran cosas razonables. Eso los hombres puedenhacerlo solos. Pueden comprar y vender, sanar y gobernar. Pero entonces, de algún lugarprofundo, llega la orden de hacer algo que no tiene ningún sentido: construir un barco en tierraseca; sentarse en un vertedero; casarse con una prostituta; colocar a un hijo en el altar delsacrificio. Entonces, si los hombres tienen fe, se produce algo nuevo”.

Noé, Job, Oseas, Abraham... El deán Jocelin recaba para su argumento a esos

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héroes bíblicos que tuvieron una fe audaz. Vieron lo imposible, intentaron loimposible, consiguieron lo imposible. ¿Y por qué no? Como el deán, fueronllamados por Dios.

Pero, ¿de verdad Dios llamó al deán Jocelin? ¿O utilizaba él a Dios pararespaldar su propia visión y su energía, elevadas al grado de orgullodesmesurado? Solo Dios lo sabe. Nosotros no podemos trazar esa línea. Pero enla práctica, a pesar de las probabilidades en contra, la torre se levantó. Más deseiscientos años después sigue en pie. La “voluntad devoradora” del deán sesobrepuso a la reluctancia del maestro constructor, e impulsó el proyecto haciaun éxito que desafiaba toda lógica.

Un solo hombre. Sus admiradores dicen que tuvo una visión emprendedora yun empuje insuperable. La conclusión de Roger, antes de que los dos hombresdesciendan del andamio, fue distinta: “Creo que sois el diablo. El diablo enpersona”.

El pecado de la mente nobleGolding cuenta bien su relato y perfila vívidamente a sus personajes. Estos

subrayan una cara más oscura del llamamiento que debemos afrontar: La otracara del llamamiento es la tentación del orgullo. Es de ilusos pensar que larecuperación de doctrinas es un proceso sencillo y directo, que solo hay quereafirmarlas para que las redescubramos. Ni mucho menos. En un mundo caído,toda verdad es susceptible a la distorsión. De hecho, cada verdad posee suspropias distorsiones previsibles que constituyen su lado oscuro. Cada una ejercetambién cierto tipo de atracción para las distorsiones que prevalecen en laspersonas que creen la verdad y los tiempos en los que viven. Para ayudarnos amantener los pies en el suelo, este capítulo y los tres siguientes examinaránalgunas de las tentaciones principales respecto al llamamiento.

No es difícil ver la relación estrecha entre el llamado y el orgullo. Después detodo, ser llamado supone escuchar cómo Dios nos susurra tres cosas de cienmaneras íntimas distintas: “Te he elegido; tienes un don; eres especial”. Sipermites que estas tres frases calen hondo durante más que unos primerosmomentos preciosos, escucharás inevitablemente otra voz, melosa y suave: “Sí, esverdad que eres elegido... tienes un don... especial”.

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Muy pronto, si eres como la mayoría de nosotros, descubrirás que respondes aleco de Dios que ha despertado el diablo; por supuesto, te lo dirás a ti mismo,pero nunca en voz alta: Soy un elegido. Tengo un don. Sin duda soy especial. Yantes de que te des cuenta, la maravilla del llamado se ha convertido en elespanto de la arrogancia.

El saberse elegido y el orgullo se han acercado tanto que muchas personasconfunden ambas cosas. Dicen que lo primero es egocentrismo, una hoja dehiguera teológica elegante para tapar el autobombo. Pero la diferencia original esevidente. Tal como insiste el Antiguo Testamento, la “naturaleza elegida” de losjudíos no significaba que fueran mejores, más sabios o más merecedores queotros. Era un milagro del amor divino. Esa elección tampoco aportaba niconnotaba privilegios y beneficios especiales solo para los judíos. Era unaconvocatoria que acarreaba una misión más elevada, una carga más pesada, unjuicio más severo. El propósito de la elección de Israel es universal. Laimportancia de Israel es para toda la humanidad.

Sin embargo, la tentación es ineludible, para nosotros tanto como para losjudíos. Durante la Segunda Guerra Mundial, la coalición de gobierno deWinston Churchill incluía, como presidente de la Junta de Comercio, a sirStafford Cripps, que más adelante sería el Ministro socialista de Hacienda.Cripps era abstemio y vegetariano y, desde el punto de vista de Churchill, era untipo bastante malhumorado. Su única concesión al placer consistía en fumarpuros. Pero Cripps renunció también a esa costumbre, declarando ante un mitinde guerra que renunciaba a los puros como un ejemplo de sacrificio por la patria.

“Mala suerte”, susurró Churchill a un colega que estaba en la misma tarima.“Era su último vínculo con la humanidad”.

Además, Cripps era calvinista a ultranza y, según Churchill, el sentido quetenía de la providencia de Dios había afectado a su opinión sobre su propiaimportancia. Podríamos decir que su consideración por sí mismo estaba unpoquito por las nubes. Un día, cuando Cripps salió del gabinete, Churchill sevolvió hacia los otros y dijo: “Ahí va Dios por la gracia de Dios”.

Tales expresiones de orgullo y de vanidad no son infrecuentes entre laspersonas que tienen un sentido profundo de su llamamiento. Loscontemporáneos de Yale de Henry Luce, fundador de la revista Time y

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presbiteriano, lo describieron como alguien que hablaba “como si fueracompañero de clase de Dios”. El gran poeta del siglo XVII John Milton era unpuritano dotado de una convicción muy desarrollada del llamamiento. En suobra Defensa de mí mismo escribió: “Sin duda es singular el favor que Dios meprofesa, pues me ha llamado por encima de todos los demás para la defensa de lalibertad”. Un crítico posterior escribió, no sin justicia, que “uno aún debepreguntarse qué fue primero: ¿fue Milton quien creyó en Dios o Milton creyó enMilton (creyendo que Dios también creía)?”.

Los mayores creadores artísticos pueden ser especialmente susceptibles a esteorgullo. Los creadores, como Dios, se consideran sus rivales. D. H. Lawrence losintió en sus propias carnes: “Siempre me siento como si estuviera en pie,desnudo, para que el fuego del Dios todopoderoso recorra mi cuerpo; y es unasensación desagradable. Para ser artista uno tiene que ser muy religioso”. Elcrítico George Steiner vislumbra esto en “los impresionantes encuentros entreDios y las más divinas de sus criaturas. Haber tallado las figuras en la capillaMedici, haber imaginado a Hamlet o a Falstaff, haber escuchado la MissaSolemnis siendo sordo es haber dicho, de una manera mortal pero irreductible:‘Hágase la luz’. Supone haber luchado con el ángel”.

Pero Steiner pregunta: “¿Hasta qué punto puede un hombre dominar lacreación y quedar incólume?”. Jacob quedó cojo después de luchar en Peniel.Steiner sugiere que se dio una justicia poética similar en el caso de la ceguera deMilton, la sordera de Beethoven y la huida embrujada de Tolstói hacia lamuerte. Después de todo, Máximo Gorki describió la actitud de Tolstói haciaDios como la relación de “dos osos en un mismo cubil”.

Lo que sucede a los individuos también puede pasarles a los grupos, e incluso alas naciones. Por ejemplo, el “destino manifiesto” de Estados Unidos, o dicho entérminos más generales la sensación que tiene ese país de ser excepcional, sepuede vincular con diversas raíces geográficas y económicas, pero la másprofunda es teológica. Los puritanos ingleses entendieron su revolución como “lacausa de Dios”, y su Mercado Común (según las palabras del poeta AndrewMarvell) como “la niña de los ojos del cielo”. De modo que cuando surevolución fracasó y emigraron del Egipto de Inglaterra al Canaán de NuevaInglaterra, se llevaron consigo ese concepto del destino. Eran “el primogénito”del Señor, a quien se le había confiado “una misión piadosa en el desierto”. En

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resumen, en el caso de Estados Unidos el destino precedió al descubrimiento.

Para ser justos con los puritanos hay que decir que no acuñaron la expresióndestino manifiesto ni creían en ese concepto. Creían que Dios tenía un propósitoprovidencial para todas las naciones, incluyendo Estados Unidos. No era algoexclusivo para ese país. La expresión destino manifiesto la usó por primera vez, en1845, John L. Sullivan, editor de Democratic Review. Fue una distorsión seculary nacionalista del llamamiento que hay que cuestionar tanto en una nacióncomo en un individuo. El viejo dicho “Dios cuida de los bebés, los borrachos ylos Estados Unidos” no es más que pura arrogancia.

Cuando las personas menoscaban el llamamiento, las consecuencias son en sumayor parte limitadas porque los individuos lo son. Cuando lo hacen lasnaciones, es más peligroso pero también más infrecuente. Pero, como ilustra Laconstrucción de la torre, una de las distorsiones más frecuentes, sutiles ymanipuladoras se ensaña con la construcción de imperios religiosos. Solo Diossabe cuántas iglesias, sociedades misioneras, instituciones benéficas,universidades, cruzadas, reformas y actos de generosidad filantrópica haninvocado el llamado de Dios y han impulsado el ego de sus líderes. En cuestiónde una generación, seguramente esta lacra se considerará el problema más grandedel movimiento de las megaiglesias. Las grandes iglesias y las organizacionesparaeclesiales surgen y caen por las fuerzas de una sola persona, y esto es algo queno debería pasar en ninguna parte de la Iglesia de Cristo.

Realmente, lo que dice el heroico fundador es: “Mi causa (sea la que sea) es elregalo de Dios al mundo”. Los leales seguidores repiten de cien manerasreverentes el mismo mensaje: “Su llamado (sea cual sea) es el regalo de Dios anuestra causa”. De modo que se apoderan del llamamiento de Dios paracamuflar su ego, ahogar los desacuerdos, excusar los fracasos, acallar la oposicióny abrillantar las placas conmemorativas del éxito. Ahí va Dios por la gracia deDios.

No hace falta decir que el pueblo judío ha tenido una protección terriblecontra este orgullo: el sufrimiento. En sus oraciones cotidianas aparece la frase“nos has elegido de entre las naciones”; la contrapartida yidis característica dice“¿Por qué tuviste que elegir a los judíos?”.

Tradicionalmente se ha pensado que el orgullo es el primero de los pecados

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capitales, el peor y el más letal. Pero el mundo contemporáneo ha intentadoconvertir este vicio en una virtud, alterando la definición de orgullo para darle elsignificado de respeto por uno mismo. Es decir, que el orgullo ya no “precede ala caída”, sino al ascenso, siempre que cuentes con una confianza en ti mismo yuna autoestima suficientes. La actriz Dame Edith Sitwell escribió: “El orgullosiempre ha sido una de mis virtudes favoritas. Excepto en casos determinados,nunca lo he considerado un pecado grave. Desprecio todo aquello que reduzca elorgullo del Hombre”.

Pero el pecado capital no es orgullo en el sentido de respeto por uno mismo,ese sentido justificable del valor propio que tiene una persona. El pecado delorgullo está mal porque es desproporcionado y presuntuoso. Piensa en sussinónimos: egoísmo, arrogancia, soberbia, interés personal, vanidad, altivez,presunción, jactancia, autobombo, satisfacción vanidosa, egocentrismo, etc.Ninguna de tales cosas es admirable, ni lo es el orgullo que es el fruto podridodel llamamiento. “La mayor maldición para la vida espiritual”, escribió OswaldChambers, “es el engreimiento”.

Fijémonos en cómo la arrogancia pervierte el llamamiento de dos manerascaracterísticas. Primero, las personas que son llamadas son especialmentevulnerables al orgullo debido a la nobleza intrínseca del llamado. La tentación essiempre el cumplido del tentador al tentado, de modo que las tentaciones máspoderosas son también las más sutiles. Dicho de otro modo, la tentación tientacon la máxima intensidad cuando es un atajo que nos lleva a poner por obra lomáximo a lo que aspiramos. De manera que la distorsión de nuestrasaspiraciones más elevadas será el doble de perversa que la de las más humildes. Laadvertencia de Dorothy Sayers se aplica al llamamiento: “La estrategia diabólicadel orgullo consiste en que no nos ataca en nuestros puntos más débiles, sino enlos más fuertes. Es, sobre todo, el pecado de la mente noble”.

Segundo, los llamados somos vulnerables a una forma especial del orgullodebido a nuestro deseo de apartarnos de los públicos humanos y vivir ante elpúblico de un solo Espectador. Por supuesto, los problemas llegan cuandovivimos realmente ante un único espectador que no es Dios, sino nosotrosmismos. Como observaba C. S. Lewis en Mero cristianismo, por eso la vanidad esla forma de orgullo menos mala y más perdonable; el fatuo siempre busca laalabanza y la admiración, viviendo ante el público de miles de espectadores. Por

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el contrario, “el orgullo realmente negro, diabólico, llega cuando consideras taninferiores a los demás que no te importa lo que piensen de ti”. El resultado,como escribió el profeta Ezequiel hablando de la orgullosa ciudad de Tiro, es esepunto en el que decimos: “¿Quién sino yo?”. O, como dijeron refiriéndose a latiránica y jactanciosa manera de dirigir que tenía Charles Chaplin, todo era “yo,yo solo, y no hace falta más”.

El resultado práctico de esa arrogancia dentro de las organizaciones cristianasmodernas es que los líderes no tienen que dar cuentas a nadie. Es demasiadohabitual que esos líderes no tengan a personas de su mismo rango a las que darexplicaciones. Por lo general, quienes trabajan para ellos son más jóvenes. Esinevitable que adopten en parte la actitud de los fans.

En ocasiones, la Iglesia de Cristo ha buscado maneras institucionales parapaliar el orgullo. Pocas son más conmovedoras que la ceremonia funeraria de losemperadores Habsburgo, que fueron depositados en la cripta del monasterio delos capuchinos en Viena. Cuando murió el emperador Francisco José, el grancortejo se detuvo ante las puertas cerradas del monasterio y un heraldo llamó aellas. Desde dentro se oyó la voz del abad, que preguntó:

“¿Quién eres tú que llamas?”.

“Soy Francisco José, emperador de Austria, rey de Hungría”, repuso el heraldo.

“No te conozco. Dime de nuevo quién eres”.

“Soy Francisco José, emperador de Austria, rey de Hungría, Bohemia, Galicia,Lodomeria y Dalmacia, gran duque de Transilvania, margrave de Moravia,duque de Estiria y Corintia...”.

“Seguimos sin saber quién eres. ¿Quién eres?”, repitió la voz sepulcral.Entonces el heraldo cayó de rodillas y dijo:

“Soy Francisco José, un pobre pecador que ruega humildemente lamisericordia de Dios”.

“Entonces puedes entrar”, dijo el abad, y las puertas se abrieron de par en par.

Puede que pensemos que sería conveniente que nuestros presidentes, primerosministros y todos aquellos elegidos que pueblan los diversos estadios a los que loshemos aupado tuvieran una experiencia semejante. O también nuestros líderes

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religiosos. Pero lo que realmente necesitamos es un reto diario a nosotrosmismos, un recordatorio tan regular como lo es una mirada al espejo. G. K.Chesterton advirtió: “Pues si un hombre puede decir ‘Quiero encontrar algomayor que yo mismo’, puede ser un necio o un loco, pero tiene lo esencial. Perosi un hombre dice ‘Quiero encontrar algo más pequeño que yo mismo’, solo hayuna respuesta adecuada: ‘No puedes’”.

¿Sentimos lo maravilloso que es ser llamados? Es un regalo, y proviene de lagracia. Y contrariamente a lo que esperamos, la gracia no consiste en que Dios déla bienvenida al transgresor tanto como a la persona que cumple la ley, al demala reputación junto al respetable, al hijo pródigo tanto como al que se quedóen su casa.

Al contrario. El orgullo es el primer pecado, el peor, de modo que la graciaresulta más increíble cuando acepta el fruto del orgullo en lugar de los de la gulao la lujuria, cuando toca el alma del fariseo en vez de la arrepentida MaríaMagdalena, cuando se gana a la persona orgullosa que todavía lo es más por elllamamiento, en lugar de al pecador que se siente indigno de que nadie le dirijala palabra.

Solo la gracia puede disolver ese “yo” duro, solitario, arrogante, del pecado delorgullo en cada uno de nosotros. Pero la buena noticia es que lo hace.

¿Crees que eres digno de que Dios te llame? ¿Actúas como si el llamamiento fuerasolo para ti, diseñado exclusivamente para tus deseos, sueños, planes, títulos y éxitos?¿O te conoces tan bien que sabes, sin género de duda, que el llamado es un regalo yproviene de la gracia? ¿Qué dirás a las puertas del cielo, cuando te pregunten quiéneres? Escucha a Jesús de Nazaret; responde a su llamado.

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CAPÍTULO 15

¿Y a ti qué te importa?

“Muchas veces la gente me pregunta cómo fue crecer en una familia con unapellido como el nuestro y una riqueza tan grande. A veces les contestosinceramente: ‘¿Te imaginas lo que es vivir en el fondo de un pozo muy hondocon una piedra de molino atada al cuello?’. Pues eso es lo que fue crecer en mientorno”.

Nunca olvidaré la angustia con la que me dijo estas palabras el heredero de unade las familias más ricas del planeta. A la mayoría le cuesta tomarse en serio laspenas de “un pobrecito rico”. Les gustaría sentir la tentación alguna vez de unariqueza semejante. Pero las personas con mucho dinero no son las únicas quesienten esa carga: los que tienen muchos talentos también la soportan. Parece serque, hasta cierto punto, podemos envolvernos aduladoramente en nuestrosdones, pero llega un momento en que el talento es tan sumamenteextraordinario que no podemos negar que es un regalo. ¡Es tan evidente que estápor encima de nosotros!

Es entonces cuando puede manifestarse la sensación de la carga. Si ese don estan extraordinario, ¿cómo puede la persona con talento librarse de laresponsabilidad que supone? ¿Y ante quién? Y con frecuencia quienes tienenmuchos talentos se sienten inseguros: ¿la gente les aprecia por ser quienes son osolo por sus dones?

Sin lugar a dudas, Wolfgang Amadeus Mozart se contaría dentro de esereducido puñado de personas que fueron elegidas sin rivales para pertenecer alcírculo más elevado del genio humano. “Un niño prodigio”, “un fenómeno de lanaturaleza”, “un auténtico milagro”, “sublime”, “celestial”, “increíblementeprecoz”, “desafía toda imaginación”. Todos estos tributos fruto de la admiraciónhan sido la respuesta a su talento como compositor y como músico desde quehizo su aparición en el escenario musical del mundo en 1763, a los siete años deedad, bajo la tutela de su padre Leopold.

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Como es lógico, semejante talento, totalmente extraordinario y en aparienciatrascendente, se ha considerado el blanco de una envidia equiparable a su grado,sobre todo en relación con su contemporáneo Antonio Salieri. Cinco años mayorque Mozart, Salieri llevaba siete años como compositor de corte y director de laÓpera Italiana en Viena antes de que Mozart se trasladara a esa ciudad. Durantetreinta y seis años (es decir, durante treinta y tres años tras la muerte de Mozart)ocupó una posición aún más elevada, la de Kapellmeister de la corte imperial enViena.

De modo que, desde el punto de vista de la corte y del público, Salieri teníatodos los motivos del mundo para compadecer a Mozart, no para envidiarle, yno hay evidencias que respalden el rumor de que Salieri, el año antes de morir,1825, confesara que había envenenado a su joven rival.

Sin embargo, el dramático potencial de esta presunta rivalidad ha atraído adramaturgos como Alexander Pushkin, a cuya obra Mozart y Salieri puso músicaRimsky-Korsakov, y a Peter Shaffer, cuyo premiado film Amadeus llevó al cineMilos Forman, ganando numerosos Óscar.

En determinado momento de la obra de Shaffer, Salieri se encuentra solo enun cuarto donde, sobre la mesa, hay un portafolio con las composiciones deMozart. Hace ademán de cogerlo pero, temeroso de lo que pueda encontrar,hace una pausa; luego lo toma rápidamente, rompe el cordón y abre elportafolio. Su vista se detiene en los primeros acordes de la Sinfonía número 29en La mayor.

Ella me había dicho que estas eran las partituras originales. Las primeras y las únicas copias de lamúsica. Sin embargo, parecían copias en limpio. No evidenciaban ningún tipo de corrección.Resultaba extraño... y, de repente, alarmante. Lo que era evidente es que Mozart se limitaba atranscribir una música que ya había acabado por completo en su mente. Y la había acabado comopocas composiciones se acaban. Si eliminabas una nota, la composición perdía. Si eliminabas unafrase, la estructura se venía abajo. Mi vista se paseaba por las líneas de minuciosas anotaciones entinta y detectaba... la belleza absoluta.

Atónito, Salieri cae desvanecido al suelo, donde queda inmóvil, con la cabezaal lado mismo de las partituras de música celestial. Cuando el reloj da las nueve,levanta la cabeza e interpela a Dios.

Capisco! Conozco mi destino. Ahora, por primera vez, siento mi vaciedad como Adán debiósentir su desnudez... Esta noche, en un mesón de algún punto de esta ciudad, hay un muchachorisueño que es capaz de anotar sobre un papel, sin siquiera apoyar su taco de billar, unas notasinformales que convierten las más formales que escribo yo en un garrapateo inerte. Grazie,

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Signorel Me diste el deseo de servirte, que la mayoría no tiene, y luego hiciste que ese serviciofuera vergonzoso para los oídos del sirviente. Graziel Me diste el deseo de alabarte, que la mayoríano siente, y luego me enmudeciste. Grazie tantil Me hiciste percibir lo incomparable, ¡que lamayoría nunca conoce!, y luego te aseguraste de que siempre supiera lo mediocre que soy. ¿Porqué?. ¿Qué delito cometí?. Hasta hoy siempre he seguido la virtud con rigor. He trabajado largashoras para aliviar a mis congéneres. He trabajado y he pulido el talento que me diste. ¡Sabes lomucho que he trabajado! ¡Y todo para que al final, en la práctica del arte que es lo único que haceque para mí el mundo sea comprensible, pueda escuchar tu voz! Yahora la oigo, y solo dice unnombre: ¡MOZART!... Y mi única recompensa, mi sublime privilegio, ¡es ser el único hombre deesta época que reconocerá claramente tu encarnación! Grazie e grazie ancora! ¡Que así sea! A partirde este momento, ¡tú y yo somos enemigos! No lo aceptaré de ti, ¿me oyes?. Dicen que nadiepuede burlarse de Dios. Pues te digo algo: ¡nadie se burla del Hombre!... ¡Nadie se ríe de mí!...Dicen que el Espíritu se mueve adonde quiere: ¡pues yo digo que NO! ¡Debe moverse hacia lavirtud o dejar de soplar!

La obra de Shaffer, tanto en su versión teatral como en la cinematográfica, haconmovido profundamente a públicos de todo el mundo. Pero la evidencia de lavida real de Mozart también nos desafía a sentir la carga del don desde su puntode vista.

Mozart, que murió en 1791, a la edad de 35 años, y fue enterrado en una fosacomún, tuvo una vida corta que fue una tragedia en la que participaron algunoscomponentes evidentes. Fue controlado por un padre dominante, traicionadopor una esposa infiel, acosado por preocupaciones económicas, condenado apasar la tercera parte de su vida viajando y, por encima de todo, quedó atrapadoen la transición del mundo de la “música de corte”, en la que el músico era pocomás que un lacayo, al mundo de la “música de autor”, en la que el músico erapotencialmente un genio independiente y un agente libre de sus propiascomposiciones.

Pero lo que confiere un patetismo sobrecogedor a la tragedia de Mozart es lainterrelación entre sus dones, sus deseos y su sentido de la obligación. Losciudadanos de su Salzburgo natal no reconocían su arte: “Cuando toco o seejecuta alguna de mis composiciones, es como si todos los presentes fueran mesasy sillas”. Fue literalmente expulsado del servicio del conde Colloredo, elarzobispo de Salzburgo. Pero lo que dio sentido a su vida fue su donextraordinario y su sentido de deber ante Dios por causa de él. “Soy compositor,y nací para ser Kapellmeister. No puedo ni debo enterrar el talento para lacomposición que Dios, en su bondad, me ha concedido con tanta generosidad”.

Muy unido al talento de Mozart estaba su profundo deseo de obtener el amor

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de una mujer en la que pudiera confiar y de un público vienés que apreciase lamúsica que creaba. Gustó brevemente ambas cosas, que luego sintió que habíaperdido. Y con esa pérdida le invadió una sensación inconsolable de fracaso y desoledad. Se ha sugerido que Mozart murió por algo más que razones médicas,pero no a causa del veneno. Un especialista escribió: “Quizá al final simplementetiró la toalla”. Muchos han dicho que, tristemente, en gran medida escribió suúltimo Réquiem para sí mismo.

Doscientos años después, en un momento en que el nombre de Mozart essinónimo de genio y de sublime deleite musical, resulta espantoso pensar esto:¿cómo es posible que un creador tan dotado fuera tan poco apreciado? ¿Esposible que la ausencia de amor y de reconocimiento público acortase su tiempode vida y lo llevara a una tumba a la que le acompañaron quién sabe cuántascreaciones aún por componer? La vida de Mozart, tanto la real como la deficción, posee dimensiones conmovedoras y trágicas que nos estremecen el alma.y revelan cosas sobre otra faceta del llamamiento: la verdad del llamado afectaestrechamente el vínculo entre el talento y el deseo y la casi ineludible tentación de laenvidia.

La venganza del fracasoEn su excelente libro Los siete pecados capitales hoy, el periodista Henry Fairlie

sugiere que el lema de nuestros tiempos debería ser “La venganza del fracaso”. Sino sabemos pintar bien, podemos destruir los cánones de la pintura y hacernospasar por pintores.

Si no sabemos o no queremos leer, podemos despreciar el pensamiento linealcomo algo irrelevante y no leer nada. En un área tras otra, si no nos sentimosinclinados a someternos a los rigores de la disciplina, destruimos los estándares yquedamos la mar de bien ante los demás.

¿Y cuál es el motivo? Fairlie lo encuentra en el corrupto igualitarismo de unademocracia estúpida. “Enfrentar a gente desigual con gente desigual como sifueran iguales supone crear un caldo de cultivo para la envidia. Rebajemos lo queno podemos alcanzar. O demostraremos que lo que exige talento, formación ytrabajo duro se puede conseguir sin ellos”.

El análisis de Fairlie es una revelación inmisericorde del cáncer de la envidia en

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la sociedad moderna, tal como se aprecia en las biografías que desacreditan, lasentrevistas que colocan a mundo en el mismo plano, las revistas de cotilleos, lapublicidad agresiva durante las elecciones y el ciclo de expectativas que tenemosde nuestros líderes, que deben “brillar o reventar”. Aún más en el fondoencontramos que es un recordatorio del papel histórico que ha jugado la envidiaen la corrupción de la democracia. Y en el nivel más profundo de todoreconocemos que es un comentario moderno e incisivo sobre el paradigmabíblico y clásico sobre el vicio de la envidia en el corazón humano.

Tradicionalmente, la envidia se consideraba el segundo pecado capital másgrave y el segundo más frecuente. Como el orgullo, es un pecado del espíritu, node la carne, y por consiguiente un pecado “frío” y muy “respetable”, en contrastecon los pecados “calientes” y “flagrantes” de la carne, como la gula. Susingularidad radica en el hecho de que es el único vicio que sus perpetradoresnunca disfrutan y raras veces confiesan.

Como sucede con el orgullo, las personas modernas tienden a esquivar elparadigma clásico cambiando la definición de la envidia. Y ellos dicen: ¿Está malver triunfar a alguien (pongamos que en los negocios o en los deportes) y aspirara tener éxito también? La aspiración, la emulación, la competición, ¿no son loque impulsa a la sociedad abierta y al mercado libre?

Pero la envidia no es simplemente aspiración o ambición. Después de todo,esos temas son constructivos y esenciales para el llamamiento. No, la envidia,según la famosa definición de Tomás de Aquino, es “tristeza al ver la fortunaajena”. La envidia nos asalta cuando, al ver la felicidad o el éxito de otros, nossentimos cuestionados. Entonces, debido al sufrimiento de nuestra autoestimaherida, intentamos arrastrar a la otra persona a nuestro nivel mediante palabras oactos. Sentimos que su éxito nos menoscaba; la envidia nos ayuda a sentir quedeberíamos rebajar a dicha persona al nivel que se merece. En resumen, laenvidia plena es desánimo más descrédito más destrucción.

Dorothy Sayers resumió sucintamente lo que es la envidia: “La envidiaempieza cuando nos hacemos una pregunta lógica: ‘¿Por qué no disfruto de loque otros disfrutan?’. Y acaba con la exigencia: ‘¿Por qué tienen que disfrutarotros de lo que yo no tengo?’”. Cuando le pidieron que diera un ejemplo de loque es la envidia, sir John Gielgud respondió con honestidad y una típica auto-acusación: “Cuando sir Laurence Olivier hizo de Hamlet en 1948 y los críticos le

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aplaudieron, yo lloré”.

Hay razones importantes para que el llamamiento sea vulnerable a la envidia,tal como ilustra la rivalidad entre Mozart y Salieri. Primero, la envidia golpea enaquel punto en que nuestros talentos y nuestros deseos más profundos seentrelazan con nuestro sentido del llamado. Para comprendernos, debemos nosolo conocer nuestros dones, sino también los deseos más profundos queanhelamos satisfacer. No hace falta decir que nuestros deseos no consistensimplemente en satisfacer el llamado divino, porque por cada deseo parecido quetenemos, bueno y consciente, tenemos otros deseos menos conscientes y confrecuencia mucho menos dignos.

Con el paso de los años esos deseos profundos, primordiales, cristalizanadoptando una forma que contribuye a motivarnos en la vida adulta, aunquemuchos de ellos están enraizados en nuestro pasado y se refuerzan durante todasu trayectoria. Si los cumplimos, sentimos que la vida está llena de sentido y desatisfacción. Si los negamos, incluso las creencias más sofisticadas y tenacespueden parecer absurdas. Si los confundimos con el llamamiento, los elementosincumplidos (quizá imposibles de cumplir) del deseo se convierten en terrenofértil para la envidia.

En segundo lugar, la envidia corrompe el llamamiento al introducir elelemento de la competición. Al igual que el orgullo, la envidia, por su propianaturaleza, es comparativa y competitiva. Siendo más precisos, el orgullo escompetitivo y la envidia es el resultado del orgullo que sale herido en lacompetición. Como escribió C. S. Lewis en Mero cristianismo: “El orgullo esesencialmente competitivo. El orgullo no se complace por tener algo, solo portener algo más que el vecino de al lado. Decimos que la gente está orgullosa deser rica, o inteligente, o físicamente atractiva, pero no es así. Están orgullosos deser más ricos, más inteligentes o más atractivos que otros”.

La conclusión de Lewis sobre el orgullo también se aplica al llamado. Una vezentre en juego el elemento de la competición, la envidia no andará lejos. Porque,¿qué pasa si te detienes un momento en el camino de tu llamado y echas unvistazo a otras personas en el suyo? Siempre encontrarás a alguien que tenga unmatrimonio más feliz, niños más encantadores, un sueldo más alto, un mayorreconocimiento público o cualquier éxito superficial que conecte con lasprofundidades subterráneas de tus deseos.

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Con solo que permitas que esas comparaciones se mezclen con tus deseosmenos dignos, la envidia volverá a levantar la cabeza; es una envidia queaumenta, no merma, a medida que envejecemos; una envidia que puede tener unmotivo nimio, pero que todo lo consume; una envidia que se centra en aquellosmás competitivos, y por consiguiente más cercanos a tus propios dones yllamamiento; una envidia que, al final, es autodestructiva porque el envidioso nopermite que otros disfruten de lo que a él o a ella le falta.

En tercer lugar, la envidia ataca especialmente al llamamiento porque este serelaciona directamente con Dios y la envidia, en su esencia, es profana. Fairlieexplicaba: “La envidia no puede soportar que un mero accidente, o la suerte, ocualquier otro poder, o destino incognoscible, o quizá incluso Dios, hayaotorgado un bien a otra persona. Ese es el elemento profano de la envidia. Notolera lo que otro haya recibido del destino, la suerte o Dios”.

Si el éxito de otra persona, que me hace sentir pequeño, es consecuencia de sullamado, al final mi rencor no se dirige solamente hacia la otra persona, sinohacia Dios. De modo que el Salieri ficticio se rebela contra Dios, igual que lohizo Caín cuando sintió celos de Abel y un Saúl dominado por sus celos deDavid. Algunos responden con ira, otros con lamentos y algunos expresandopiadosamente su desencanto con Dios. Pero, tal como concluía Fairlie, en cadacaso la envidia es “un tormento aún mayor porque nace de un amor injustificadopor uno mismo”.

En su novela El doctor Fausto, Thomas Mann describe la sutil danza de laenvidia de una generación tardía de músicos vieneses, recordándonos una vezmás que siempre somos más vulnerables a sentir envidia por aquellos que reflejanmejor nuestros propios dones y nuestro llamamiento. Por lo general, los músicosenvidian a otros músicos, no a los políticos; los políticos, a otros políticos; losdeportistas, a otros deportistas; los profesores, a otros profesores; los ministros aotros ministros, etc.

Wolf, Brahms y Bruckner vivieron durante años en la misma ciudad (que era Viena), pero seevitaron mutuamente en todo momento, y por lo que yo sé, ninguno de ellos se reunió nuncacon los otros. Hubiera sido contraproducente, si pensamos en la opinión que tenía cada uno delos demás. No se juzgaban o criticaban como colegas; sus comentarios iban destinados aaniquilar, a dejar a su autor como dueño del campo. Brahms menospreciaba sobremanera lassinfonías de Bruckner; las llamaba serpientes grandes e informes. Y Bruckner tenía un malconcepto de Brahms. Consideraba que el primer tema del concierto en Do menor era muybueno, pero afirmaba que Brahms jamás había conseguido crear nada más con esa misma calidad.

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En las Escrituras hallamos muchos contrapuntos a la envidia, pero no haymanera de eludir el hecho incómodo de que Jesús ataja radicalmente la envidiamotivada por el llamado ajeno. Al final del Evangelio de Juan, Jesús hace unadescripción aleccionadora del futuro de Pedro: “De cierto, de cierto te digo:Cuando eras más joven, te ceñías, e ibas a donde querías; mas, cuando ya seasviejo, extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y te llevará a donde no quieras”. Yluego añadió, a modo de conclusión: “¡Sígueme!”.

Por el motivo que fuera, Pedro se giró y, viendo a Juan, preguntó a Jesús:“Señor, ¿y qué de este?”.

A lo cual Jesús respondió: “Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué ati? Sígueme tú”.

Cuando Jesús llama, lo hace de uno en uno. Las comparaciones son inútiles,las especulaciones sobre otros son una pérdida de tiempo, y la envidia es tanabsurda como la maldad. Somos llamados personalmente, debemos dar cuentas aDios, agradarle solo a él, y al final él es el único que debe aprobarnos. Si algunavez sentimos la tentación de mirar alrededor, comparar notas y usar el progresode otros para juzgar el éxito de nuestro propio llamamiento, oiremos lo queescuchó Pedro: “¿Y a ti qué te importa? Sígueme tú”.

¿Tienes la costumbre de mirar a otros que tienen llamados como el tuyo? ¿Algunavez sus éxitos te cuestionan? ¿Sientes que su éxito es más de lo que merecen y el tuyo,por lo que sea, es menos? ¿Estás decepcionado, airado incluso, al ver el abismo entretus deseos y su satisfacción? Escucha a Jesús de Nazaret; responde a su llamado.

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CAPÍTULO 16

Más, más, más rápido, más rápido

“La cuestión decisiva para Occidente es su capacidad de dirigir y disciplinar elcapitalismo con una ética lo bastante fuerte como para hacerlo. Personalmenteno creo que Occidente pueda hacerlo”. Cuando el economista de Singapur quemencioné en el capítulo 7 hizo esta dura afirmación hace pocos años, unescalofrío de emoción recorrió toda la sala. No hubo condicionales, añadidos nialternativas. Ahí tenían a un economista que decía las cosas claras, alguien quehubiera encantado a Harry Truman.

Este reto hace que muchos occidentales se sientan incómodos. ¿Otro ataquecansino a nuestro materialismo? Pero esa incomodidad es extraña, porque lacrítica no es nueva y tuvo un origen cristiano. Forma lo que se conoce como “latesis del sepulturero”, la idea de que el capitalismo, por su propio éxito, puedeminarse a sí mismo. Esta idea tuvo mala fama debido a su asociación con KarlMarx: “Lo que produce sobre todo la burguesía son sus propios sepultureros”.Pero dentro de la historia cristiana, fue una parte esencial del análisis puritanoantes de que Marx la utilizara. Por ejemplo, en la América del siglo XVIII,Cotton Maher advertía que, a menos que el mundo estuviese vigilante, el sentidodel llamamiento llevaría a la prosperidad solo para que esta acabaradestruyéndolo.

En nuestra propia generación un distinguido profesor de la Universidad deHarvard ha llamado la atención sobre las “contradicciones culturales” delcapitalismo. Él sostiene que, originariamente, la amenaza del impulso económicoincontrolado estuvo limitada por la ética protestante; la gente trabajaba comorespuesta a su llamamiento. Pero ahora, una vez se ha desvanecido esa ética, loúnico que queda es el hedonismo. Escribió: “El motor más poderoso para ladestrucción de la ética protestante fue la invención del pago a plazos, o el créditoinmediato. Antes, para comprar algo uno tenía que ahorrar. Ahora, gracias a lastarjetas de crédito uno podía recurrir a la gratificación inmediata”. O, como lo

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dijo claramente otro erudito, el capitalismo, habiendo derrotado a todos losrivales (como por ejemplo el socialismo), se enfrenta ahora a su máximo reto,que es él mismo, porque devora las propias virtudes que necesita para sobrevivir.

En resumen, el ataque singapurense está justificado. Tras el hundimiento delcomunismo debido a sus propias contradicciones internas, el triunfo delcapitalismo es indudable en el terreno mercantil, pero mucho menos seguro enlos campos espiritual, moral y social. ¿Hay alguna creencia o ética lo bastantesólida como para controlar el capitalismo?

El dinero es un asunto espiritual¿Qué tiene que ver este reto con el llamamiento? La respuesta es que todo. Los

problemas de la economía mundial revelan los problemas de nuestros corazoneshumanos, proyectados en una pantalla universal. Por consiguiente, nosenfrentamos a otra cara de la verdad del llamado: el llamamiento, que jugó unpapel clave en el auge del capitalismo moderno, es una de las pocas verdades capacesde guiarlo y contenerlo hoy día.

Las tareas de guiar y contener el poder explosivo del capitalismo constituyenun reto intimidante. En su esencia hallamos una cuestión ineludible: nadiepuede dominar el dinero sin dominar el significado del dinero. Esto, a su vez, nosexige que eliminemos dos mitos modernos que levantan barricadas para lacomprensión del dinero. Uno es el mito de que ganar dinero es más importanteque el significado del dinero, tal como proclaman miles de vendedores, planes yseminarios cada día. El otro es el mito de que el dinero es algo neutro, un simplemedio de intercambio. Como dijo una vez un multimillonario tejano: “El dinerono es nada. Simplemente, es algo que hay que saber contabilizar”.

Lo cierto es que el dinero supone mucho más que un tema monetario. Siempreha sido, y es, un tema espiritual. Los intentos de resolver el problema del dinerotrasteando con la economía o pasando de un sistema a otro siempre fracasarán.El dinero es dinero, tanto si existe en un mercado libre como en unocentralizado, y debemos entenderlo así. En un sentido evidente hoy nostomamos el dinero demasiado en serio. Pero es menos evidente que lo hacemossolamente porque no nos tomamos el dinero lo bastante en serio, lo suficientecomo para comprenderlo.

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En el meollo del significado del dinero encontramos una serie de preguntas,como “¿Por qué hay un problema?”. Es significativo que la dominancia deldinero en la sociedad moderna coincida con la desaparición del pensamientomoderno del concepto de avaricia, la visión más radical de por qué el dinero esun problema. A lo largo de la historia, el problema más reconocidouniversalmente sobre el dinero es que su búsqueda es insaciable.

Los observadores comentan que, cuando buscamos el dinero y las posesiones,esa empresa crece y se convierte en un deseo nunca satisfecho que alimenta laavaricia, que la Biblia describe como un intento vano, un “perseguir el viento”, ylos modernos como “una adicción”. El propio término hebreo para el dinero(kesef) procede de un verbo que significa “desear” o “languidecer por algo”. Esteénfasis es importante porque a menudo confundimos la avaricia con unaacumulación al estilo de Ebenezer Scrooge. Sin embargo, tradicionalmente, se hadescrito mejor como una forma de hidropesía espiritual, una sed que nunca sepuede saciar. La insaciabilidad afecta a dos áreas: conseguir lo que no tenemos yaferrarnos a ello cuando lo conseguimos.

En segundo lugar, la búsqueda insaciable del dinero suele asociarsefrecuentemente con una estrechez peligrosa, la propia de una devociónempecinada a la meta de ganar dinero. La mayoría sueñan con ser ricos porquepiensan en todo lo que podrían hacer con el dinero, y por consiguiente sedesvían e imposibilitan el cumplimiento de sus sueños. Pero las personas que seentregan a la búsqueda del dinero piensan solo en ganarlo. Por ejemplo, uno delos biógrafos de Henry Ford le describió como “una especie de dinamo humana,creado para avanzar resueltamente por una sola vía”.

En tercer lugar, la insaciabilidad siempre se ha interpretado como indicio deotras necesidades: poder, protección, aprobación y demás. Howard Hughes, porejemplo, tenía una necesidad extraordinaria de poseer a personas y lugares.Contrató a un hombre para que se pasara varios meses en la habitación de unhotel esperando una llamada que nunca llegó. Y mantenía al menos a cincojóvenes aspirantes a actriz en diversas mansiones, con coches, chóferes, guardiasde seguridad y cuentas en restaurantes; y aunque nunca las visitaba, contrató adetectives privados para asegurarse de que nadie más lo hacía.

Cuarto, la insaciabilidad suele asociarse normalmente con ser consumido. Losindividuos y las sociedades que se entregan al dinero pronto se ven devorados

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por él. O, tal como reitera la Biblia, nos convertimos en lo que adoramos. Eldinero parece devorar casi literalmente a las personas, secando la savia de suvitalidad y marchitando su espontaneidad, su generosidad y su alegría. Lasdescripciones varían: a Andrew Mellon lo llamaban “la brizna” y “la sombra deun hombre”, y a Howard Hughes lo describían como alguien que parecía “elhermano de una bruja”. Un tema recurrente es la evaporación de las esenciasvitales en las personas muy ricas, y su incapacidad de hallar placer en los frutosde su riqueza.

Quinto, y lo más importante de todo, es que el problema de la insaciabilidadsirve de motor para el otro gran problema que acompaña al dinero: la“mercantilización”. Este término tan imponente describe el proceso mediante elcual el dinero alcanza un lugar tan dominante en una sociedad que se entiende yse trata todo (y a todos) como un bien que se puede comprar y vender. Puedeque el término sea nuevo, pero el problema es antiguo, tal como demuestra laleyenda griega de Midas. Entre los ejemplos tempranos y famosos de lamercantilización figuran los cambistas de dinero en el templo judío y la ventapapal de indulgencias en manos de Johann Tetzel, en la época medieval.

La acusación de mercantilización no es una crítica del propio mercado: lacompra y venta, la comercialización y el marketing son procesos legítimossiempre que estén en el lugar que les corresponde. Pero no a todo se le puede nise le debe poner un precio de mercado. La línea entre “En venta” y “No sevende” es un indicador primario de los valores que tiene una nación o un grupo.El indicador de una sociedad sana es el grado y el número de cosas que susmiembros reconocen que trascienden los valores del mercado, y por lo tanto seaprecian por lo que son y no para obtener una recompensa extrínseca, sobre todoeconómica. Tal y como afirmó Tertuliano, uno de los padres de la Iglesiaprimitiva: “En las cosas de Dios no se compra ni se vende nada, en ningúnsentido. Aunque tenemos nuestro cofre del tesoro, no está lleno de dinero paracompras, sino de una religión que tiene un precio”.

G. K. Chesterton escribió que la “herejía principal” de los capitalistas vulgareses “la falsedad fundamental de que las cosas no están hechas para ser usadas, sinopara ser vendidas”. En nuestra propia época se dice que, tras el colapso deltotalitarismo soviético, el peligro principal para Occidente estriba en “eltotalitarismo mercantil” o el “imperialismo económico”. Se ha planteado la

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pregunta: “¿Qué economiza un economista?”. La respuesta es “el amor”. Bajo unsistema mercantil que se basa estrictamente en las pérdidas y en los beneficios,una sociedad puede funcionar con menos amor que cualquier otro sistema. Lasociedad “mercantilista” economiza en amor.

La lección general de la insaciabilidad es que el dinero por sí solo no puedecomprar las cosas más profundas que deseamos. El dinero nunca compra elamor, ni la eternidad, ni a Dios. Es el medio incorrecto, el camino equivocado,la búsqueda fraudulenta. Por eso dedicarse a ella es vanidad. La lección última dela insaciabilidad es “de nada aprovecha”.

Sin embargo, la búsqueda prosigue. Seguimos subiendo la apuesta. Elhorizonte se aleja a medida que nos acercamos a él. Aun así, no paramos. Talcomo admitió la esposa de Sam Walton, Helen: “No dejaba de decir ‘Sam,tenemos un buen nivel de vida. ¿Por qué seguir luchando, por qué ampliarlo mástodo? Los almacenes cada vez están más lejos’. Pero es que después deldecimoséptimo almacén me di cuenta de que ya no íbamos a parar”.

Cuando a John D. Rockefeller padre le preguntaron cuánto dinero hace faltapara hacer feliz a un hombre, dio una respuesta inmoral: “Solo un poco más”. Elobjetivo siempre está más allá del próximo horizonte, después de haberconquistado la siguiente cima. Siempre es mañana.

Todo está en la mentePor supuesto, el deseo insaciable está en nuestra mente. Como dijo Plutarco,

actúa “como una tenia”. En cierta ocasión el artista Delacroix pidió a JamesRothschild, de la gran familia de banqueros, que posara para un cuadro vestidode mendigo, dado que “tenía una expresión de hambre muy natural”.Rothschild, que era amigo del artista, aceptó, y al día siguiente se presentóadecuadamente vestido con prendas desharrapadas. Resultó tan convincente queun hombre que pasaba por allí le dio una limosna. De igual manera, el colega deun multimillonario tejano del petróleo dijo de él: “Daba igual la cantidad dedinero que tuviese. Siempre tuvo una mentalidad de pobre”.

Muchas personas admiten el problema en el plano teórico. Andrew Carnegieescribió su famoso memorando en 1868, cuando tenía 33 años, y lo guardó enun cajón: “El hombre debe tener un ídolo; la acumulación de riqueza es una de

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las peores clases de idolatría; no hay ídolo más degradante que el dinero”. Peroen 1905 el presidente Theodore Roosevelt escribió a regañadientes sobre elpropio Carnegie: “He intentado de verdad que me caiga bien Carnegie, pero esmuy difícil. No hay ningún tipo de hombre por el que sienta tanto despreciocomo por aquel que convierte en un dios el acto de ganar dinero”.

El biógrafo de Carnegie observó que, igual que Napoleón alentaba a sussoldados con el eslogan de que cada uno de ellos llevaba en su mochila un bastónde mariscal, Carnegie inducía a sus empleados a creer que cada trabajador llevabaen la fiambrera la posibilidad de ser socio de la empresa. Pero entonces entrabanen juego la insaciabilidad y la inquietud. Carnegie les ofrecía incentivos y lapromesa de una brillante recompensa al final, pero con palabras que constituyenun paralelo sacado de la vida misma del relato de Tolstói “¿Cuánta tierra necesitaun hombre?”: “Siempre era ‘más, más, más rápido, más rápido’. La carreraprosiguió sin cesar, y las bajas fueron en aumento. Pero seguían corriendo, y aveces Carnegie los alentaba y otras los maldecía”.

Estas observaciones sobre la insaciabilidad deberían hacernos reflexionar.Desde los griegos y los romanos, y llegando hasta buena parte de la sociedadmoderna, en la historia ha imperado una piedad sencilla: la idea de que podemosresolver el problema del dinero distinguiendo entre “necesidades” y“excedentes”, entre “artículos básicos” “y “lujos”. Carnegie, por ejemplo, sosteníaque la filantropía tenía la misión de “administrar la riqueza excedente’. Pero, ¿quépasa si nunca encontramos un equilibrio? ¿Y si los lujos de una persona son lasnecesidades básicas de otra? ¿Acaso no podemos racionalizar siempre cuánto essuficiente?

Jesús dio una respuesta diferente, que es mucho más realista. El problema esque el dinero puede ocupar un lugar injustificado en nuestras vidas, hasta que seconvierte en una fuerza personal, espiritual y casi divina que nos gobierna:Mammón.

El uso que hizo Jesús del término Mammón (que en arameo significa“riqueza”) es único; le confirió una fuerza y una precisión que este término nohabía tenido nunca. Normalmente no personificaba las cosas, y mucho menoslas deificaba. Y ni los judíos ni los paganos cercanos a ellos conocían a un diosque tuviera este nombre. Pero lo que dice Jesús al hablar de Mammón es que eldinero es un poder, y no en un sentido difuso, como en la “fuerza” de las

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palabras. No, el dinero es un poder en el sentido de que es un agente activo quetiene un poder espiritual decisivo y nunca es neutro. Es un poder antes de que lousemos, no simplemente cuando lo hacemos o dependiendo de si lo usamos bieno mal.

Como tal, Mammón es un rival genuino para Dios. La exigencia bíblicarecurrente nos reta a algo: “No adorarás la obra de tus manos”. Jesús desafió asus seguidores a elegir entre uno u otro señor: Dios o Mammón. O bienservimos a Dios y usamos el dinero o servimos al dinero y usamos a Dios. Enúltima instancia seguimos hasta su destino final (la eternidad o la muerte) lo quemás hayamos amado, “porque donde esté vuestro tesoro, allá estará tambiénvuestro corazón”.

Antes de que invoquemos alegremente el llamamiento para resistirnos aMammón, debemos aceptar la cruda verdad. Tal como indica la menciónanterior a Cotton Mather, la prosperidad ya ha socavado el llamado conanterioridad. De modo que no será tarea fácil, y cuanto más exitoso sea elllamamiento más vulnerable será de nuevo a su tendencia de minarse a sí mismo.

En Magnalia Christi Americana, Mather escribió: “La religión dio a luz a laprosperidad, y la hija mató a su madre”. En otras palabras, se produjo unaalteración desastrosa entre los primeros puritanos, cuyo llamamiento les dabaventaja para tener éxito porque los volvía “diligentes en el mundo pero muertos aél”, y los tardíos, de quienes se dijo que “vinieron para hacer el bien y acabaronviviendo bien”.

La flagrante herejía de las doctrinas de la prosperidad y el “evangelio de lasalud y la riqueza” son los hijos bastardos del llamado adulterado. Un siglodespués de Cotton Mather y dos después de su abuelo John Cotton, Alexis deTocqueville escribió acerca de los predicadores a los que escuchó hablar durantesus viajes por América del Norte: “A menudo, basándonos en sus discursos,resulta difícil saber si el objetivo primordial de la religión es alcanzar la felicidadeterna en el otro mundo o la prosperidad en este”.

Sin duda, no hay una verdad que más se pueda manipular que el llamamientouna vez adulterado. Pero también es cierto que no hay ninguna verdad máspoderosa que el llamamiento cuando se ha reformado. Y la verdad delllamamiento habla a una cultura saturada por el dinero y dominada por el

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mercado, y lo hace en dos sentidos vitales.

Primero, el llamamiento significa que, para el seguidor de Cristo, existe unaautoridad decisiva, inmediata, que actúa momento tras momento, y que está porencima del dinero y del mercado. Ya hemos elegido entre los dos señores. Hayun Dios, no hay más Dios que Dios, y no hay reposo para cualquiera cuyo diosno sea Dios. De modo que la respuesta a Mammón, de una vez por todas y sinreservas, es “no”.

Segundo, y en términos más prácticos, el llamamiento introduce en la sociedaduna manera de funcionar distinta, que contradice directamente la mentalidad demercado. En la vida hacemos lo que hacemos porque somos llamados a ello, noporque nos paguen por hacerlo. Según Mammón y su “totalitarismo mercantil”,los principios, las costumbres y los paradigmas de la economía comercial soninsuperables, y cubren toda la superficie de la vida como una ola de frío ártico.Las ideas y las personas se compran y se venden tanto como los productos. Todoestá en venta. El trabajo, la política, el deporte, el ocio, el arte, la enseñanza, lasrelaciones, la religión, nada ni nadie posee una santidad que lo inmunice. Seafirma que la motivación esencial de la humanidad es el cálculo racional decómo maximizar nuestros mejores intereses.

Irónicamente, un “mercado libre” no crea una sociedad tan libre como piensanmuchos, porque la constante atribución de precio a todas las cosas actúa comouna serie de peajes que bloquean la libre circulación de ideas y de relaciones.Otra ironía es que al final no podemos permitirnos lo que más deseamos, queson las relaciones profundas. Porque si “el tiempo es oro”, y las personas exigentiempo, los “costos de oportunidad” de las relaciones (los beneficios queobtendríamos por hacer otra cosa) serán prohibitivos, y tendremos pocos amigosíntimos. Pasar tiempo con los amigos sale caro; podríamos “invertirlo” mejor enotra parte.

El espíritu del llamamiento contradice este espíritu comercial al practicaragujeros en el hielo. Por tanto, existen, por así decirlo, dos economías (la“economía del llamado” y la “economía comercial”), y para los seguidores deCristo la que impera es la primera, no la segunda. Contrariamente al estilo delcomercio, el llamado significa que la vida se vive para Dios o por sí misma perobajo Dios. La satisfacción intrínseca trasciende las recompensas externas, como elsueldo, la promoción y el reconocimiento.

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En este sentido, el llamamiento ayuda a fomentar el antiguo ideal amateur.Hay muchas cosas que hacemos no para ganar dinero, sino por el puro placer dehacerlas. Tanto si lo hacemos por nosotros como si es por otros, nos satisfacehacerlo, aunque nadie nos mire y nadie nos pague. Lo hacemos gratis pro deo(“gratis y para Dios”), como decían en generaciones pasadas. David Lean, eldirector cinematográfico y creador de historias épicas como El puente sobre el ríoKwai y Lawrence de Arabia, solía decir que esta es la diferencia entre losdirectores y los productores. En su calidad de director, no de productor, dijo:“Tengo que hacerlo. Lo llevo en la sangre”. A los productores a los que conocíasolo les interesaba el dinero. “Prácticamente todos los días doy gracias a Dios porhacer lo que hago, y apuesto que ninguna de esas personas agradece a Dios estarhaciendo lo que hacen”.

El novelista Joseph Conrad escribió: “El artista apela a esa parte de nuestroser... que es un don y no una adquisición, y que por consiguiente tiene unapermanencia eterna”. Las obras de arte, como la mayoría de las mejores cosas deesta vida, pueden ser producto tanto del llamado como del comercio, pero soloel primero es esencial. Una obra de arte puede venderse en el mercado o puedesobrevivir sin él. Pero nunca puede reducirse a un mero artículo de consumo.Sin el talento y la inspiración que procede del llamamiento, no es verdadero arte.

Es necesario reinsertar en nuestras vidas y en nuestra sociedad estasimplicaciones del llamamiento. De esta manera “todos, en todas partes y entodo”, vivirán la vida para Dios y profanarán decididamente el altar deMammón reduciendo el dinero a sus verdaderas proporciones: un medio deintercambio, no un ídolo.

¿Permites que el dinero controle tus prioridades, tus juicios, tus relaciones y tutiempo? ¿Permites que la sociedad de consumo marque tus necesidades? ¿O haces loque haces, sobre todo, por amor a Dios y por el placer de hacerlo? ¿Te inquieta tanpoco el dinero que puedes darlo alegremente a los necesitados? Escucha a Jesús deNazaret; responde a su llamado.

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CAPÍTULO 17

La lucha contra el demonio del mediodía

“Preferiría no hacerlo”. Más de veinticinco veces, en más o menos las mismaspáginas, el personaje de Herman Melville repite estas tres palabras, pronunciadascon educación y también firmeza, para dejar en punto muerto la calle másambiciosa y enérgica de Estados Unidos. “Bartleby el escribiente”, un relatocorto publicado en 1853, ya no impacta tanto como debió hacerlo a susprimeros lectores en el siglo XIX. Pero su obsesionante personaje central sigueresultando tan inquietante como un “sin techo” moderno, y evoca con brillantezel mundo de desamparo resignado y de absurdo que escritores como Franz Kafkay Samuel Beckett han plasmado en nuestro propio siglo.

El narrador de Melville es “un hombre de cierta edad”, un abogado sinambición que tiene su bufete en Wall Street. Se nos dice que ha trabajado paraun magnate del caucho, John Jacob Astor. Desde su juventud “le habíadominado la convicción de que el estilo de vida más sencillo es el mejor”. Prontoencontró la horma de su zapato. Ya había contratado a tres personas, dosescribanos (o copistas de documentos legales) y un chico de los recados, que sonconocidos en la oficina por sus apodos, Turkey, Nippers y Ginger Nut. Alentadopor su creciente negocio, pone un anuncio para contratar a un escribiente nuevo,y encuentra a la puerta de su bufete una figura “pálidamente pulcra,lamentablemente decente, incurablemente desolada”. Era Bartleby.

Al principio, Bartleby destaca por su laboriosidad. Copia una cantidadextraordinaria de documentos tanto bajo la luz natural como la de las velas:“Como si hubiera padecido un ayuno de algo que copiar, parecía hartarse conmis documentos”.

Pero entonces, cuando solo lleva tres días trabajando allí, cuando se le pide queayude a contrastar cierto documento, Bartleby deja estupefactos a su jefe y a suscompañeros cuando, “con una voz singularmente suave y firme, replicó:Preferiría no hacerlo”.

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Esta frase se convierte en el credo de Bartleby. ¿Que le vuelven a repetireducadamente la petición? “Preferiría no hacerlo”, contesta. ¿Que su jefe insiste?¿Que sus otros compañeros le piden que les ayude? “Preferiría no hacerlo”,salmodia. ¿Y si piden a Bartleby que explique su actitud o le ofrecen otras tareas?¿Y si le despiden y le dicen que se busque otro empleo? ¿Y si le ordenan quedesaparezca del despacho y no vuelva? En ocasiones Bartleby ni siquiera contesta;se sume en una de sus profundos “ensueños”. Lo más habitual es que responda“Preferiría no hacerlo”.

Naturalmente, al principio esta resistencia de Bartleby confunde a su jefe, y alfinal lo enfUrece. Entre tanto, el narrador siente todas las emociones que puedenembargar a un empleador amable y a un ser humano decente. Pero nadafunciona. Nada llega hasta Bartleby. El relato avanza implacablemente hacia supunto culminante en la infame cárcel de Manhattan durante el siglo XIX.Bartleby, que al final incluso se niega a comer, acaba marchitándose y muere,“acurrucado al pie del muro”.

¿Qué explica la extraña conducta de Bartleby? ¿Está un poco loco, como cree elniño de doce años Ginger Nut? ¿O está completamente ido, como piensan losdemás? Su resistencia pasiva, ¿es una protesta política intuitiva, un precursordecimonónico de la de Gandhi? ¿O, como han pensado los críticos modernos, esque Bartleby era un caso de “acedía terminal” (pereza), propia de la esencia delcapitalismo moderno?

Melville deja tales preguntas clavadas como anzuelos en nuestras mentes y ennuestras consciencias. Lo único que añade es “un pequeño rumor” que elnarrador escuchó unos meses después de la muerte del escribiente. Bartlebyhabía venido de Washington, D. C., donde había perdido su empleo debido aun cambio de administración. Había trabajado de “empleado subalterno en laOficina de Cartas Muertas” (donde se almacenaba y destruía el correo devuelto).

Al final de la historia, Melville escribe: “¡Cartas muertas! ¿No se parece ahombres muertos? Concebid un hombre por naturaleza y por desdicha propensoa una pálida desesperanza. ¿Qué ejercicio puede aumentar esa desesperanza comoel de manejar continuamente esas cartas muertas y clasificarlas para las llamas?(...) Con mensajes de vida, estas cartas se apresuran hacia la muerte. ¡OhBartleby! ¡Oh humanidad!”.

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Resulta difícil no leer en este relato un atisbo de la propia vida de Melville.Cuando tenía 33 años se sentía un fracasado. Su obra maestra, Moby Dick,publicada dos años antes, en 1851, solo había vendido 2.300 ejemplares, y loscríticos de ambos lados del Atlántico se habían cebado con ella. Pierre, publicadoen 1832, solo vendió 2.030 ejemplares en un plazo de cinco años (lo cual leproporcionó, durante su vida, la impresionante suma de 157 dólares). De modoque, como se quejaba Melville en una carta de 1851 a su vecino deMassachusetts, Nathaniel Hawthorne, “los dólares me maldicen”. Si las ventasson la carta que envían los lectores a un escritor, a Melville no le alentaba sucorreo. Escribió que en Moby Dick había intentado expresar “la cuerda locura dela verdad vital”, pero el mundo no mostró interés.

Como Bartleby, Herman Melville sentía que su vida había tirado por uncallejón sin salida, y lo único que veía eran paredes desnudas. O, tal comoescribió a Hawthorne, usando la imagen de un cochero que cambiaba de caballosmientras transportaba correo (de nuevo el tema de los mensajes): “Señor,¿cuándo acabaremos de cambiar? ¡Ah! Es una larga etapa, no hay una posada a lavista, se acerca la noche y mi cuerpo está frío”.

¿Qué es mejor, la barbarie o el tedio?Tanto si leemos “Bartleby el escribiente” por sí solo como sobre el telón de

fondo que fue la vida de su autor, el relato aguza nuestra visión de otro aspectode la verdad del llamamiento: el llamado es el mejor antídoto contra el pecadomortal de la pereza.

La pereza, el cuarto de los siete pecados capitales, hoy día sigue siendo el quemenos se entiende de todos ellos, lo cual resulta irónico porque, si loentendemos bien, es un pecado típicamente moderno. De entrada, hay quedistinguir entre la pereza y el ocio, un estado de abandono descuidado que puedeser admirable, como cuando unos amigos alargan una sobremesa o unos amantesdejan correr las horas en su compañía mutua. Usando los famosos versos de W.H. Davies: “¿Qué es esta vida, si llenos de cuidados no tenemos tiempo paracontemplar?”. O, como sostenía George Macdonald: “Al hombre no siempre sele exige trabajar. Hay sitio para el ocio sagrado, cuyo cultivo hoy hemosolvidado, lo cual es alarmante”.

Pero también hay que distinguir la pereza del concepto moderno del letargo de

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sofá (“Más cerca, oh sofá, de ti”, como decía el titular de The New York Times).La pereza es algo más que la indolencia y la ociosidad física. De hecho, se puedemanifestar tanto en un activismo frenético como en el letargo, porque sus raícesson espirituales antes que físicas. Es un estado de decaimiento explícitamenteespiritual que ha renunciado a buscar a Dios, lo verdadero, lo bueno y lohermoso. La pereza es un desespero interno frente al valor de lo digno, que alfinal acaba desembocando en una actitud de “¿A quién le importa?”.

Como observó Evelyn Waugh, es evidente que definida en este sentido “lapereza no es primariamente la tentación de los jóvenes”. Es lo que en la épocamedieval dieron en llamar “el demonio del mediodía”. Es una modorra deespíritu, de sentimiento y de intelecto que al final acaba controlando al cuerpo,como la languidez tras la digestión. Siendo como es un eco distante del idealismode primera hora de la mañana y de los entusiasmos de la juventud, se plasma enexpresiones como la apatía de la vida, el desespero por la falta de sentido, el tediolaboral, el síndrome del quemado moral, la parálisis de la voluntad y losexpresivos términos franceses ennui y anomie.

Hay tres principales vías de acceso para la pereza moderna, que en ocasiones sesolapan pero que son diferentes, y el llamamiento las contradice. La primera esfilosófica. La pérdida de fe en Dios, y por tanto en la eternidad y en lainmortalidad, conduce inexorablemente a una erosión de la vitalidad en lapropia vida. Max Weber escribió sobre la secularización del mundo modernodefiniéndola como “desencanto”. La magia y el misterio de la vida observadosbajo el aspecto de la eternidad se reducen y se destruyen sistemáticamente. PeroC. S. Lewis escribió más certeramente sobre nuestro “encantamiento” moderno,y Blaise Pascal escribió incluso antes sobre el “hechizo incomprensible” y el“embotamiento sobrenatural” de la pereza que nace de la falta de fe.

En sus Pensamientos, Pascal escribió: “No hace falta tener un alma sublimepara darse cuenta de que en esta vida no existe una satisfacción verdadera ysólida, que todos nuestros placeres son mera vanidad, que nuestras afliccionesson infinitas, y por último que la muerte que nos amenaza en todo momentodebe enfrentarnos infaliblemente, al cabo de pocos años, con la ineludible ydesagradable alternativa de ser aniquilados o desgraciados por toda la eternidad”.Por consiguiente, escribe Pascal, “establezco una distinción absoluta entreaquellos que luchan con todas sus fuerzas por aprender y aquellos que viven sin

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preocuparse o sin pensar en ello”.

Las advertencias de Pascal sobre el peligro de la indiferencia se han demostradoampliamente en nuestro siglo. Es posible que Friedrich Nietzsche escribiera conentusiasmo sobre “la muerte de Dios” (“Nosotros, los filósofos y los ‘espírituslibres’, nos sentimos acariciados por un nuevo amanecer ante la noticia de que ‘elviejo Dios ha muerto’”). Quizá Bertrand Russell se sintiera inspirado por suvisión atea de “la adoración del hombre libre” (“Solo sobre el fundamento sólidodel desespero implacable se puede edificar con seguridad la morada del alma”).Pero para incontables personas modernas, el mundo sin Dios y sin fe se acercamás a la pasividad de Bartleby o a la turbia alienación de Joseph K en El juicio deKafka, y a la desolada falta de sentido de los dos vagabundos de Samuel Becketten Esperando a Godot.

El año después de que Beckett llegase a París, los círculos literarios se vieronconmovidos por el suicidio del escritor Jacques Rigaut, porque aquel actocontradecía radicalmente su cansancio anterior: “No hay motivos para seguirviviendo, pero tampoco los hay para morir. La única manera que nos queda paraevidenciar nuestro desdén por la vida es aceptarla. La vida no merece el esfuerzonecesario para abandonarla”.

En sus Cartas a Olga, Václav Havel comentaba la repercusión que tienenpersonas modernas e inteligentes que son cínicas y “han perdido la fe en todo”.Él sostenía que “esa renuncia a la vida es una de las formas más tristes de derrotahumana”. Pero lo que cabe destacar es que “no fue la maldad del mundo la queen última instancia condujo a la persona a tirar la toalla, sino más bien su propiaresignación la que le condujo a la teoría sobre la maldad del mundo”.

“La tentación de la Nada”, meditaba Havel, “es enorme y omnipresente, ycada vez tiene más puntales sobre los que afirmarse, más a los que apelar. Frentea ella, el ser humano está solo, débil y casi desarmado, en una condición peorque cualquier otra de su historia”. Y entonces, usando unas palabras querecuerdan a Pascal, concluye diciendo: “La tragedia del hombre moderno no esque cada vez sepa menos sobre el sentido de su propia vida, sino que cada vez leimporta menos.”.

La segunda vía de acceso para la pereza es cultural. Pensamos en el auge delmundo moderno como la historia del dinamismo, la energía, el progreso y los

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avances. y lo es. Pero a menudo ignoramos su otra cara. El mundo fruto de esedinamismo es un mundo de conveniencia, comodidad y consumismo. Y cuandola vida es segura, fácil, higienizada, tiene la temperatura controlada y es lujosa, lapereza anda cerca.

La otra cara del optimismo dinámico es el tedio corrosivo. El abonado al sofáes medio hermano del astronauta. De igual modo, la otra cara del consumismoes la complacencia. El comprador más compulsivo del mundo y los adictos alzapping pasan de sentirse bien a no sentir nada.

Soren Kierkegaard fue uno de los primeros rebeldes apasionados contra estapereza moderna. “Que otros se quejen de que vivimos una era mala”, escribió,hablando del siglo XIX. “Yo me quejo de que es una era desgraciada porque notiene pasión. Sus deseos son apagados y lentos, sus pasiones somnolientas. Estasalmas tenderas cumplen con su deber, pero no ofrecen todo lo que deberían”.También en el siglo XIX, Charles Baudelaire escribió que “el ennui, fruto de latemible apatía, adopta dimensiones de eternidad”. Y en una oscura profecíasobre la violencia y el vandalismo modernos nacidos de la pereza, ThéophileGautier escribió: “¡Mejor la barbarie que el tedio!”.

Es una idea llamativa. ¿Acaso el letargo de la pereza alimenta el deseo deacción, de violencia y de caos? Lo que es innegable es que cuando lascomodidades y el lujo merman nuestras energías y nuestro idealismo, lainactividad inyecta pereza en nuestras mentes como un veneno en la sangre.Entonces, cuando nos dominan el letargo, el tedio y la futilidad, vamosrebajando progresivamente nuestros ideales y sucumbimos. El resultado, comoescribió Dorothy Sayers de forma devastadora, es la caída en el pecado de lapereza: “el pecado del que no cree en nada, al que nada le importa, que no quiereconocer nada, no interfiere con nada, no disfruta de nada, no ama nada, noaborrece nada, no encuentra sentido en nada, vive para nada, y solo permanececon vida porque no hay nada por lo que quisiera morir”. Sayers concluía queesto lo hemos comprobado claramente en el siglo XX. “Lo único queposiblemente no hemos sabido es que se trata de un pecado mortal”.

Cuando la Biblia describe la ocasión que tuvo el rey David de cometer pecadode adulterio y luego de asesinato, nos dice, reveladoramente: “Aconteció al añosiguiente, en el tiempo que salen los reyes a la guerra, que David envió a Joab...”.Relajándose en lugar de estar haciendo su trabajo, inactivo cuando normalmente

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estaría con su ejército, David estaba más que abierto a la tentación.

La tercera vía principal de entrada de la pereza es biográfica. En nuestras vidashay momentos naturales en los que cada uno de nosotros se siente especialmentevulnerable a perder el sentido del valor que las cosas tienen. A lo largo de lahistoria es evidente que el momento más frecuente es la experiencia del desánimoconsecuencia de un fracaso. Hoy día de lo que más se habla es de lasfrustraciones acumuladas de la “crisis de la mediana edad”. Posiblemente lo peorde todo es que en esta etapa de la vida se combinen una crisis y un fracaso. Y esque hay pocas cosas más ignominiosas que fracasar en algo que, ya de entrada,no valía la pena hacer.

Las crisis de mediana edad que son reales y no se limitan a ser una moda suelendeberse, generalmente, a las tensiones entre tres deseos muy distintos: unacarrera profesional de éxito, un trabajo satisfactorio y vidas personales ricas. Enun momento temprano de la vida, es posible que las diferencias entre nuestrasvidas personales y nuestro trabajo no sean muy marcadas o evidentes. Pero amedida que pasa la vida, y sobre todo si el éxito en una esfera no se vecomplementado por el éxito en otra, se abrirá un hondo abismo que conducirá auna profunda frustración. Los estudios indican que, lamentablemente, hay unaspocas personas que no disfrutan ni su trabajo ni sus vidas personales; hay másque disfrutan su trabajo, pero no de su vida personal; solo unas pocas disfrutande ambas cosas.

Las crisis que son fruto de una contradicción entre una carrera profesional deéxito y un trabajo satisfactorio son incluso más funestas. Porque cuandoiniciamos la andadura en la juventud y elegimos una profesión por motivosexternos (como el atractivo del sueldo, el prestigio de la posición o la presión denuestros padres o de otros), nos estamos poniendo a tiro de una frustración enun momento posterior de la vida si el trabajo no encaja con nosotros pormotivos internos, a saber, nuestros talentos y nuestro llamado. Entonces esposible que el “éxito” nos halague por fuera mientras que la “trascendencia” noseluda por dentro.

En este punto muchas personas se van al otro extremo, donde acecha otrafrustración. Se equivocan al pensar que el “éxito” no logró satisfacerlas porqueera secular, mientras que la “trascendencia” será satisfactoria porque es religiosa.Esto es, una vez más, “la distorsión católica”. La contradicción problemática no

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se establece entre el trabajo secular y el religioso, sino entre el trabajo inspiradopor los dones y el llamamiento (ya sea secular o religioso) y aquel que solo estágobernado por la carrera profesional.

Toda contradicción entre nuestro llamamiento y nuestras carrerasprofesionales nos condena a ser pivotes rectangulares para orificios redondos.Pero aunque la crisis de la mediana edad resultante de esto puede ser grave,también puede servir como un aviso que resulte ser una oportunidad tanto comouna crisis. Las profesiones que expresan el llamado son tan satisfactorias comofrustrantes son las que lo contradicen.

La verdad del llamamiento aborda todas estas vías de acceso de la pereza.Convocados personalmente por el Creador del universo, se nos confiere unsentido en lo que hacemos que resplandece cada segundo y cada centímetro denuestras vidas. Como el llamado de Dios nos desafía, inspira, reprende y exhorta,ni por un momento podemos contentarnos con lo cómodo, lo mediocre, lobanal y lo aburrido. El llamado siempre nos impulsa a ir más alto, más profundoy más lejos.

Cuando despertamos a nuestros deseos y aspiraciones más profundos, sabemosque el llamamiento siempre debe tener precedencia sobre el trabajo, y que paraencontrar en este la satisfacción más profunda debemos hallarla dentro de losparámetros del llamamiento.

En resumen, cada vez que el gas de los pantanos de la pereza surge de lasciénagas de la vida moderna e intenta dominarnos, el llamado de Dios nosdespierta de golpe. Frente a la tentación más lánguida a sentir “¿A quién leimporta?”, el llamamiento es la motivación suprema, el “porqué” último. Diosnos ha llamado, y nunca somos más genuinamente nosotros mismos que cuandonos volcamos en responderle. A este llamamiento no se puede responder con unbostezo.

¿Deseas huir de la pequeñez de una vida sin propósito más elevada que la tuya?¿Quieres liberarte de la mediocridad, el tedio y el silencioso desespero de tantaspersonas que te rodean? ¿Conocer un propósito que no conoce obstáculos y que ningúnfracaso puede enturbiar? Escucha a Jesús de Nazaret; responde a su llamado.

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CAPÍTULO 18

Un mundo con ventanas

Llegar a la mayoría de edad y creer en Cristo en una década tan tumultuosacomo la de 1960 fue un privilegio estimulante. Nadie podía dar nada por hecho.Nada podía ser de segunda mano. Para quienes pensaban y quienes sepreocupaban por la vida, todo tenía que ponerse en tela de juicio, llevado hastasu origen, analizado e integrado con todo el ser de la persona, no solo con lamente. Parafraseando a Nietzsche, “para los niños de la década de 1960 todas lasverdades eran crudas”.

Este reto se manifestaba con claridad insuperable al saber qué creíamos y porqué. Cuando estudiaba filosofía, por ejemplo, la fe dominante en muchasuniversidades era un humanismo agresivo, y la filosofía imperante era el ateísmomilitante. De hecho, proclamaba la máxima de que “Dios (God) tenía menossentido que perro (dog)”. Más adelante, algunos teólogos protestantes se hicieronfamosos cuando la revista Time publicó su afirmación teológica suicida de que“Dios ha muerto”. Y la postura ABC (por anything but Christianity, o “cualquiercosa menos el cristianismo”) suponía a menudo que cualquier religión era fresca,relevante y emocionante siempre que no fuera cristiana, ortodoxa o tradicional.

En concreto, en la década de 1960 cientos de miles de jóvenes siguieron a losBeatles, en mente si no en cuerpo, cuando estos flirteaban con las religionesorientales. Estas religiones, que introdujo por primera vez en el movimiento Beatel poeta Gary Snyder, y que popularizó en la “contracultura” nueva y emergenteel que fuera consejero anglicano Alan Watts, de repente se convirtieron en elúltimo grito después de que visitaran Occidente el Maharishi Mahesh Yogui yun séquito de gurús indios y maestros zen. Los centros de meditación, elvegetarianismo, las comunas, la reencarnación, la música de sitar se convirtieronen cosas tan habituales como los pantalones vaqueros y la música rock. ElBhagavad Gita, El libro tibetano de los muertos y Siddharta, de Herman Hesse,empezaron a leerse tanto como la Biblia.

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Como yo era un seguidor reciente de Cristo, mi deseo de comprender aquienes estaban en el camino físico o espiritual hacia Oriente fue tan fuerte queyo mismo empecé a recorrerlo, física, no espiritualmente. Durante más de seismeses recorrí “el sendero hippy”, explorando mecas tan atestadas como Kabul,Goa, Benarés, Rishikesh, Katmandú y Tailandia.

Entre mis numerosos recuerdos destacan dos, porque están vinculados por lamisma expresión: “el sueño de la muerte”. La primera vez que la oí fue enRishikesh, el famoso centro de gurús situado en las colinas al pie del Himalaya.Estuve estudiando en un ashram no lejos del de Maharishi, donde habían estadolos Beatles. La mayoría de los asistentes eran indios, pero mi compañero decuarto era italiano, un amigo del director de cine Federico Fellini, y tambiénhabía por lo menos veinticinco europeos y estadounidenses que cursabandiversos estadios de iniciación al hinduismo.

El gurú, que hablaba un inglés fluido y estaba muy versado en filosofíaoccidental, se refirió repetidas veces a los occidentales como “mis refugiados”.Cuando llegaban alumnos nuevos, explicaba que no solo eran refugiados deOccidente, sino también de la consciencia occidental. Eran “los refugiados delsueño de la muerte”.

En ocasiones el gurú ampliaba el sentido de esta frase refiriéndose al mito de lacaverna de Platón; decía que, como prisioneros trogloditas, los occidentales notenían ni idea de ese mundo de consciencia que existe fuera de su cueva, cuyosmuros son la razón y la ciencia. A menudo se limitaba a citar a William Blake, elpoeta y artista del siglo XVIII: “¡Que Dios nos libre de una única visión y delsueño de Newton!”.

Poco después de salir del ashram fui a Katmandú. Nunca olvidaré la segundavez que escuché esa expresión; fue la primera vez que entré en una de lascafeterías donde solían acudir los occidentales, acompañado de un médicobritánico que cuidaba a personas atrapadas en los estadios terminales de ladrogadicción. Al entrar, al menos cuarenta jóvenes occidentales estaban sentadoscon las cabezas apoyadas sobre las mesas. Justo cuando entrábamos un rayo deluz penetró en la habitación llena de humo, y media docena de ellos, más omenos, levantaron la cabeza lentamente y nos miraron con sus ojos vidriosos, sinvernos. Luego se sumieron de nuevo en aquel estupor en el que, como zombis, sepasaban los días.

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El médico, fijándose en cómo reaccionaba yo ante aquella visión que élconocía tan bien, me dijo sencillamente: “¡Pobre gente! Tenían el propósito deescapar de un sueño de muerte metafórico y han acabado sucumbiendo a unoreal”.

“El sueño de la muerte”, “la visión única”, “el sueño de Newton”. ¿A qué sereferían el médico, el gurú y el poeta? Es evidente que William Blake hablaba delparadigma mecanicista de la vida promulgado por los descubrimientos científicosde Isaac Newton en el siglo XVII. En su famoso grabado titulado Newton, Blakedibujó a un hombre desnudo sentado sobre una roca con la mano extendida,midiendo el arco y el triángulo de un diagrama matemático esbozado en unpergamino. Aquel personaje, con la cabeza inclinada en actitud de meditación,está totalmente ensimismado. Casi se ha convertido en parte de la roca, queparece estar dentro de una cueva: la versión científica de la famosa cavernaplatónica.

Blake creía que la ciencia mecanicista había petrificado la vida humana en unaexistencia maquinal que era un tipo de cautividad. Esto excluía la consciencia deniveles de realidad superiores o distintos, independientemente de que seentendieran desde un punto de vista cristiano, hindú o sobrenatural.

En otro lugar, en su famoso poema Jerusalén, William Blake escribió sobre “lososcuros molinos satánicos” que desfiguraban el paisaje durante los inicios de laRevolución Industrial. Hoy día serían estas fuerzas modernizadoras, como elcapitalismo y la tecnología industrializada, y no las ideas de Newton, las que seconsiderarían responsables del “sueño de la muerte”. El nombre técnico querecibe este proceso es “secularización”.

Sea cual fuere el origen preciso del problema, la secularización supone untremendo reto para la integridad y la eficacia de la fe en el mundo moderno,porque afecta a nuestra manera de ver la realidad. Como subrayamos antes, elmundo moderno no es solamente la cultura más universal de toda la historia,sino también la más poderosa hasta el momento. A pesar de sus ventajasrealmente maravillosas, su desventaja más evidente es el daño que ha hecho a lareligión tradicional. Y la primera y mayor de sus tres presiones adversas sobre lareligión es la secularización.

Sin embargo, aquí vemos otra dimensión de la verdad del llamamiento: el

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llamamiento contrarresta directamente la gran presión moderna hacia lasecularización, porque el llamado de Jesús incluye una convocatoria a ejercitar lasdisciplinas espirituales y a experimentar realidades sobrenaturales.

Un mundo sin ventanasEl término secularización puede resultar muy confuso porque muchas personas

lo usan en distintos sentidos. Por ejemplo, algunos usan equivocadamente estapalabra para referirse a la desaparición de la religión. Y dado que a muchos deellos les gustaría que la religión desapareciera, usan mal este término científicocon objeto de dotar de un manto de respetabilidad a sus esperanzas. Pero, parasu decepción, está claro que la religión no ha desaparecido del mundo moderno,ni tiene trazas de hacerlo. Sin duda ha cambiado, y en algunos casos claramentepara mal. Pero no ha desaparecido.

Definida correctamente, la secularización es el proceso mediante el cual lainfluencia decisiva de los conceptos y las instituciones religiosas se ha neutralizado ensectores sucesivos de la sociedad y de la cultura, haciendo que las ideas religiosastengan menos sentido y que las instituciones religiosas sean más marginales. Enconcreto, se refiere a cómo nuestra consciencia y nuestras formas de pensar modernasestán restringidas al mundo de los cinco sentidos.

Dentro de las sociedades tradicionales, la mayoría de seres humanos estabaabierta a un mundo más allá de lo natural, visible y tangible. Sin duda pasabanbuena parte de sus vidas en la realidad primordial del “mundo de vigilia, de sietea once”, en el que se desarrollan las actividades e intereses mundanos, cotidianos.Sin duda, en lo tocante a su actitud frente a las realidades superiores, la mayoríase encuadraba entre los dos extremos del misticismo y el escepticismo. Y sinduda muchas de las experiencias que trascendían la realidad ordinaria (porejemplo, los sueños) no se consideraban necesariamente religiosas.

A pesar de todo, las experiencias más profundas de todas se consideraban“religiosas”, “sagradas”, “otras” o “trascendentes”, independientemente de cómose definían estos términos. No solo eso, sino que empresas tan terrenales como elcultivo de la granja, los negocios, el sexo y la política se entendían a la luz delmundo ultraterreno.

La secularización ha cambiado todo esto. Hoy día, para algunas personas en

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todo momento y para la mayoría en algunos momentos, la secularizacióngarantiza que la realidad ordinaria no sea solo la realidad oficial del mundomoderno, sino la única realidad. Tradicionalmente, la vida humana se vivía enuna casa que tenía ventanas a otros mundos, por sucias, rotas o tapiadas queestuvieran. Sin embargo, la vida moderna se vive en lo que Peter Berger defineadecuadamente como “un mundo sin ventanas”.

No hace falta que nos paremos a explicar exactamente por qué ha pasado esto.En resumen, podemos decir que a Dios, al azar o a la espontaneidad humana,cada vez se les ha dejado menos territorio de esta vida; ahora todo se clasifica, secalcula y se controla mediante el uso de la razón aplicada en la ciencia y en latecnología. Lo más importante es admitir que la secularización afecta a loscreyentes religiosos tanto como a los ateos y a los agnósticos. La misma inmensabatería de planes y procedimientos que utilizamos para llevar a un astronauta a laluna o para comercializar un nuevo chip informático se puede aplicar a “fundaruna Iglesia” o “evangelizar a los inconversos no contactados”.

En pocas palabras, el mundo moderno “se las arregla” bastante literalmente sinDios. Podemos hacer tantas cosas bien por nuestra cuenta que no hace faltaDios, ni siquiera en su Iglesia. Así, la gente moderna puede ser profundamentesecular en medio de actividades explícitamente religiosas. Esto explica por quétantos cristianos son ateos sin saberlo. Profesando creer en realidadessobrenaturales, en la práctica son ateos; da igual lo que digan que creen, porqueen la práctica demuestran que funcionan sin recurrir a lo sobrenatural. Como medijo en cierta ocasión un líder empresarial australiano, cuando compartió su fecon un directivo japonés, la respuesta fue radical: “Cuando me encuentro con unlíder budista, veo a un hombre santo que está en contacto con el otro mundo.Cuando me encuentro con un líder cristiano, veo a un directivo que solo está agusto en el mismo mundo en que vivo yo”.

El llamado a seguir a Jesucristo contradice directamente esta letal presiónmoderna hacia la secularización. Primero, Jesús nos llama explícitamente a unreino y a una vida cualitativamente distintos en función de sus dimensionessobrenaturales. Dallas Willard, autor de The Spirit of the Disciplines (“El espíritude las disciplinas”) y un guía fiable para este aspecto transcendental de la fe,subraya enfáticamente que “la espiritualidad es cuestión de otra realidad’. No setrata meramente de un sentimiento religioso, un compromiso, un estilo de vida,

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ni mucho menos de una postura política o una expresión de moda que suena amisticismo. Para el seguidor de Cristo, la espiritualidad consiste en un mundodistinto con una realidad diferente, energías, posibilidades y perspectivasdistintas.

La realidad espiritual, aunque invisible, no es irreal. De hecho es más real,decisiva frente a la realidad difuminada del mundo visible. La espiritualidad, quees una realidad espiritual que rodea, trasciende y está dentro de la realidadsecular del mundo de nuestros cinco sentidos, es una dimensión en la quesolamente entramos cuando nacemos sobrenaturalmente en ella y aprendemos,por medio de las disciplinas, a convertirla en nuestro hábitat regular.

¿Nos tomamos en serio lo sobrenatural, el mundo de lo real invisible? Como elamigo de Hamlet, muchos necesitamos el recordatorio que hace Shakespeare:“Hay más cosas en los cielos y en la tierra, Horacio, de las que sueña tufilosofía”. Como Nicodemo, muchos de nosotros necesitamos sorprendernos denuevo por lo que dijo Jesús: “De cierto te digo, nadie puede ver el reino de Diossi no nace de nuevo”. Es bastante frecuente que la gente afirme que ha “nacidode nuevo” pero no evidencie ninguna señal de que vive en las dimensionessobrenaturales de la realidad a la que ha nacido.

En segundo lugar, Jesús no solo nos llama a que le sigamos, sino que nosmuestra el lugar esencial que ocupa la disciplina espiritual en su propia vida.Llamado por Dios durante su bautismo, es llevado al desierto para enfrentarse alas tentaciones de Satanás, que supera mediante la guerra espiritual. Cuandotiene que tomar la decisión crucial de elegir a doce discípulos para que sean losapóstoles de quienes dependerá su movimiento universal, se va a un monte apasar la noche orando a solas con Dios. Rodeado de multitudes que no le dabanespacio para moverse ni tiempo para comer, se levanta temprano por la mañanay cuando todavía está oscuro se va a un lugar solitario donde orar.

Está claro que para Jesús la espiritualidad no es una vida de contemplaciónaislada de una vida de acción. En la vida de Jesús no encontramos ni rastro de la“distorsión católica” súper espiritual ni de la “distorsión protestante” demasiadosecular que ya vimos antes. Solo hay un ritmo de participación y retiro, trabajo yreposo, entrega y recarga, multitudes y soledad, en medio de una de las vidaspúblicas más breves y ajetreadas que jamás hayan existido.

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Si no queremos resecarnos, también nuestras vidas seculares exigen un refrescosobrenatural. Pero de igual manera, si no queremos que nuestra experienciasobrenatural se convierta en un fin en sí mismo y en una fuente de indulgencia yde orgullo, debemos descender resueltamente de las cimas de la visión al valle dela vida ordinaria, donde nos lleva nuestro llamamiento. El Nuevo Testamentono sabe nada de monasterios ni de monjes, solo de discípulos espiritualmentedisciplinados en un mundo exigente y cotidiano.

En tercer lugar, Jesús nos llama a disciplinas espirituales concretas que sonesenciales para sustentar el propio llamamiento. Ninguno de los dos términos en“disciplina espiritual” nos resulta fácil como personas modernas; por naturalezasomos o bien espirituales o bien disciplinados. Pero si entendemos la disciplinacomo la formación necesaria que realizamos para que nos ayude a hacer lo queno podemos hacer mediante el esfuerzo ordinario, la disciplina espiritualfunciona básicamente sobre el mismo principio que el entrenamiento para elatletismo o el que usamos para aprender a tocar un instrumento musical. Segúnlas palabras de Dallas Willard, “no es nada más que una actividad que realizamospara cooperar más eficazmente con Cristo y con su reino”.

Tomemos por ejemplo la importancia que tiene la soledad en la práctica devida delante del público de un solo Espectador. Cuando Jesús y sus discípulosestaban tan agobiados que no tenían tiempo ni de comer, les dijo: “Venidconmigo a un lugar tranquilo y reposad”. Entonces los llevó a “un lugarsolitario”. Como las otras disciplinas de la abstinencia (como oposición a ladisciplina de la acción), la soledad es vital para prepararnos para resistir losexcesos de nuestra cultura. Mientras que la vida habitual infla el concepto quetenemos de nosotros mismos y nos encierra en patrones de pensamiento y deconducta que dependen de otros, la soledad nos libera de estas cadenas abriendoun espacio desde el que podemos contemplarnos a nosotros mismos y nuestracircunstancia ante el público de un solo Espectador.

Tanto si la consideramos “el desierto” o “el armario”, la soledad nosproporciona un lugar privado en el que podemos orientarnos, haciendo delSeñor nuestra estrella Polar en la que fijar la vista mientras regresamos a lasociedad. Así, la soledad no se convierte tanto en un lugar, sino en un estado delcorazón. Es una cuestión de estar solo, no de sentirse solo. Vayamos dondevayamos, nos enfrentemos a lo que nos enfrentemos, la soledad es el altar portátil

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de nuestras vidas, que nos permite vivir como adoramos: ante el público de unsolo Espectador.

Hoy tendemos a hablar del “trabajo” y del “ocio” como antónimos. Se diceque el trabajo es serio, y el ocio es lúdico. El trabajo es rutinario, el ocio esdivertido; el trabajo nos lo pagan, el ocio no; el trabajo es lo que hacemos paraotros, el ocio es para nosotros mismos, etc. Pero si pensamos un momentoveremos que esto no es así. Mucho más certera es la observación de que elmundo moderno ha liado tanto las cosas que hoy día adoramos nuestro trabajo,trabajamos en nuestro ocio y jugamos en nuestra adoración.

Vale la pena meditar en esta confusión. Pero lo más importante es que larelación entre el trabajo y el ocio varía de una sociedad a otra y de unageneración a otra dentro de la misma sociedad. Por ejemplo, un día de fiesta esuna “vacación”, según un invento reciente que es bastante distinto al día de fiestacomo día sagrado. De modo que, si bien es fructífero reflexionar sobre la críticacristiana del paradigma que tiene la sociedad sobre el ocio en un momentodeterminado, es absolutamente esencial meditar a fondo en el punto de vista deCristo sobre el reposo y la disciplina espiritual para sus discípulos en todomomento. Solo entonces podremos responder al llamado y resistirnos al sueñode la muerte.

¿Vives en un mundo sin ventanas? ¿Sientes la presión de aquellos para quienesgestionar el tiempo es un problema mayor que ganar dinero? ¿Has desarrollado tusdones de la razón y el pragmatismo hasta el punto en que los ojos de tu fe son ciegos ytus armas de guerra espiritual son puramente metafóricas? ¿O ves “los caballos y loscarros de fuego a tu alrededor”? Escucha a Jesús de Nazaret; responde a su llamado.

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CAPÍTULO 19

Estoy fuera, y ahí me quedo

La famosa descripción que hizo Karl Barth de sí mismo es igual de apta paraaplicarla a Martín Lutero. Mientras ascendía dolorosamente por los escalones dela torre de una catedral a oscuras, echó mano al pasamanos de cuerda parasujetarse y le sorprendió escuchar una campana que tañía por encima de sucabeza; sin darse cuenta había agarrado la cuerda del campanario, y habíadespertado a media región.

Lutero, que no era precisamente un hombre con una visión global de laReforma y que no tenía un plan bien calculado para llevarla a cabo, luchóansiosamente por la salvación delante de Dios, y se quedó atónito al poner enmarcha el cataclismo del siglo XVI que hoy llamamos simplemente la Reforma.

Las luchas de Lutero fueron verdaderos cataclismos, y en sentidos que hoy noscuesta creer, porque vivimos en unos tiempos en los que la teología es marginalpara la sociedad. Por ejemplo, se cuenta la anécdota de dos jóvenes sacerdotesholandeses que siguieron muy interesados las noticias de las primeras reformas deLutero, que llegaban a sus manos gracias a la nueva imprenta de Guttenberg. En1520 leyeron los párrafos revolucionarios en El cautiverio babilónico de la Iglesia(que mencionamos en el capítulo 4). Se quedaron atónitos. Todo su paradigmadel seguimiento a Cristo, y en concreto su manera de conducir a la iglesia, estabaequivocado. Su respuesta fue rápida y decisiva: al domingo siguiente por la tardecerraron las puertas de su iglesia.

¿Que cerraron las puertas de la iglesia? ¿A santo de qué? ¿Por seguridad? ¿O esque saboteaban sus instalaciones para trasladarlas por la fuerza a otradenominación? En ese momento histórico no había iglesias “protestantes”, ymucho menos “denominaciones”. El propósito de los dos sacerdotes fueteológico. En una época en que lo normal era equiparar la “Iglesia” con “el clero”y en que se asociaba con edificios, instituciones y jerarquías eclesiásticas, elredescubrimiento que hizo Lutero del llamamiento hizo saltar por los aires las

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distorsiones del mundo medieval.

Los seguidores de Cristo viven solo por la fe para la gloria exclusiva de Dios.Como vimos antes, por lo que respecta al llamamiento no hay categorías desagrado frente a secular, alto frente a bajo, perfecto frente a permitido,contemplación frente a acción. El llamamiento iguala incluso las distincionesentre clero y laicado. Supone que “todos, en todas partes y en todas las cosas”,vivan la vida como respuesta a la convocatoria de Dios.

Sí, la iglesia como edificio es esencial para la adoración y para determinadosotros aspectos de la vida colectiva de la Iglesia. Pero hacer que sea algo más queeso supone ser víctimas del perenne “complejo del edificio”. De manera que losdos sacerdotes cerraron las puertas de la iglesia el domingo por la noche comouna afirmación de que los seguidores de Cristo debían dedicar su vida entera aDios. El enladrillador con su paleta, el granjero tras el arado, el artista ante elcaballete, el cocinero ante el horno, el magistrado que se sienta en el juicio, elpadre junto a la cuna. cada uno debía vivir su llamado sin tener en cuentatítulos, jerarquías y distinciones. Encerrados fuera de la iglesia, debían quedarsefuera como una demostración del señorío de Cristo sobre cada pulgada y cadasegundo de la vida.

Este acto sencillo que hicieron dos sacerdotes holandeses se convirtió en unasólida tradición que ha caracterizado a la Iglesia holandesa en su mejor expresión.El pintor Rembrandt van Rijn, del siglo XVII, es su exponente más conocido,pero una de las historias más interesantes sobre la influencia de la fe integral enla vida holandesa es la de Abraham Kuyper, el notable líder cristianodecimonónico destinado a ser el vigesimoquinto primer ministro de Holanda.Nacido en 1837 en Massluis, en el sur de Holanda, Kuyper se licenció en laUniversidad de Leiden e inició su carrera en un momento en que la fe en Cristoestaba entre la espada de un liberalismo secular implacable y la pared de unpietismo evangélico venido a menos; eran unas circunstancias parecidas a lasnuestras. Como respuesta, Kuyper elaboró una visión de la fe y de la vida públicaque era integral, atractiva y perdurable. Se le ha descrito como el Martín Luterode su pueblo.

Kuyper, un pensador visionario pero nunca un mero hombre de ideas, fue unreformador comprometido cuyas energías le hicieron llegar cada vez más alto enel escenario nacional de Holanda. Tras estudiar para el ministerio cristiano, pasó

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de un empleo a otro, o más bien añadió un empleo a otro, a medida que seacrecentaba su influencia. Su currículum durante los cincuenta y siete años de sucarrera pública fue impresionante. Fue primer ministro cuatro años, pastor otrosdiez, miembro del Parlamento otra década, pasó siete años en la Cámara Alta,veinte como profesor de la Universidad Libre de Ámsterdam, cuarenta y doscomo presidente de su partido, y durante cuarenta y siete años fue editor de unperiódico diario y semanal. En determinado momento trabajó al mismo tiempocomo editor, presidente del partido, profesor y primer ministro. La bibliografíade sus obras contiene 232 títulos. Ofreció a sus seguidores no solo un liderazgopoderoso y un ejemplo práctico, sino también las herramientas teóricas paraavanzar su visión en generaciones posteriores.

Los críticos de Kuyper señalan tres crisis nerviosas que padeció durante su vida.Según dicen ellos, este pensador renacentista intentó abarcar demasiado. Pero enesas crisis mediaron otros factores. La neurastenia, o “postración nerviosa”,estaba de moda a finales del siglo XIX, y los observadores han vinculado lasdepresiones con la relación que mantuvo con su padre. Aún más importante, labatería hercúlea de empleos que Kuyper llevo a cabo no estuvo motivadasolamente como un exceso de trabajo y lo que su hija llamó su “régimen dehierro”, sino a su visión inspiradora del señorío de Cristo sobre toda su vida.

En 1903, cuando Abraham Kuyper, como primer ministro, se enfrentó a lahuelga de ferroviarios que debía marcar la bajada del telón de su carrera política,escribió a su hija, que estaba en las Indias Orientales holandesas, diciendo: “Millamamiento es elevado, mi tarea es gloriosa. Sobre mi cama pende un crucifijo,y cuando levanto la vista hacia él me parece que el Señor me pregunta cadanoche: ‘¿Qué es tu lucha comparada con mi copa amarga?’. ¡Servirle es algo taninspirador y glorioso!”.

Fue esta visión de su alto llamamiento, no su propia motivación, la querespaldó la famosa afirmación que mencionamos antes: “No hay una solapulgada cuadrada de toda la Creación de la que Jesucristo no pueda exclamar:‘¡Esto es mío! ¡Esto me pertenece!’”.

Esta vibrante tradición holandesa tiene sus fallos, pero a menudo supone unmarcado contraste frente a la recurrente debilidad del pietismo anglosajónreciente. Y apunta a otra dimensión de la verdad del llamamiento: el llamamientose opone a la intensa presión moderna hacia la privatización, debido a su insistencia

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de que Jesucristo es Señor de todas las esferas de la vida. Para ser más concretos, elllamamiento nos protege del mortífero triángulo de trampas que actualmenteasedia a la fe en la vida pública.

Lanzándose a lo más hondoLa primera trampa para la fe en la vida pública es la “privatización”, una

palabra que no suena bien, pero que es el vocablo técnico que define algo quetiene una inmensa importancia para los creyentes religiosos en el mundomoderno. En ocasiones la privatización se usa para describir el desmantelamientodel socialismo y, en concreto, el regreso de las empresas estatales a manosprivadas. Este significado no es el que nos interesa aquí. Tal como lo uso en estelibro, la privatización es el proceso mediante el cual la modernización produce uncisma entre las esferas pública y privada de la vida, y refuerza la esfera privada comoel terreno especial donde se expresa la libertad, la plenitud y la fe individuales.

No cabe duda de que en la vida moderna la esfera privada representa unalibertad increíble. Hay más personas que pueden elegir más, hacer más, comprarmás, ver más y viajar más que en ningún otro momento de la historia. Es posibleque los resultados sean caóticos o lamentables, pero al abrirnos “a un mundopropio”, la esfera privada nos ofrece una posibilidad sin precedentes de pensar yde actuar independientemente.

Pero, en definitiva, no debemos engañarnos: los resultados de la libertadprivatizada son limitados y limitadores. Existe una libertad sin precedentes, perosolo dentro de los límites de la esfera privada. ¿Qué queremos practicar? ¿Elyoga? ¿El satanismo? ¿El intercambio de parejas? ¿Jugar al bridge? ¿Hablar enlenguas? ¿Un grupo de estudio bíblico? La elección es nuestra, y la gama deposibilidades es realmente fabulosa. El dinero, el tiempo y, hasta cierto punto, lasensibilidad de nuestro prójimo son los únicos límites.

Pero, ¡ay de la persona que espere una libertad semejante en el mundo públicodel empleo! Hablamos del mundo de Wall Street, Capitol Hill, IBM y la NASA.Ese es un mundo distinto y tiene reglas diferentes. Quizá podamos tener undesayuno de oración antes del trabajo. O quizá podamos encajar un grupo deestudio bíblico durante la hora del almuerzo. Pero en buena parte del mundolaboral normal, las convicciones personales, junto con los sombreros y losabrigos, se quedan en la puerta.

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Lord Melbourne, primer ministro británico en la década de 1830, escuchó unavez un sermón agudo e hizo un comentario indignado: “¡Cuando se permite quela religión invada la vida privada, es que las cosas andan muy mal!”. Muyperspicaz. En una época de fe pública y formal, la fe personal era radical. Al tocarla vida personal, amenazaba con convertirse en una fuerza que alcanzase todas lasesferas de la vida sin dejar nada intacto. Esto, para un primer ministro entiempos del Imperio Británico, era pasarse un poco.

Pero piensa dónde nos encontramos hoy. Un historiador de la década de 1970comentó lo que había observado sobre la fe cristiana en Estados Unidos:“Socialmente irrelevante, aunque atractiva en privado”. En el mundo actual, sipermitimos que la religión invada la vida pública, es que las cosas se han puestofeas en las vidas de muchos creyentes.

Muchas personas no entienden que en el mundo moderno la vida privada esuna inocua zona de juegos para los creyentes. Cumple la función de una especiede reserva india espiritual o de Bantustán, ese hogar para el desarrollo espiritualaislado que construyeron los arquitectos del apartheid en la sociedad secular. Y elproblema es que la mayoría de cristianos ignora el problema y simplemente lesencanta que sea así.

¿Por qué es un problema? Lo que no tiene la fe privatizada, en una solapalabra, es totalidad. Puede que la gente diga y cante “Jesús es el Señor”, perodemuestran otra cosa. Es un señorío de bolsillo. Las normas de la vida total sehan convertido en valores de tiempo parcial. Así, una y otra vez y en un puntotras otro, hay que decir: el problema de los cristianos occidentales no es que no esténdonde deberían estar, sino que no son lo que deberían ser estando donde están.

En su Evangelio, Lucas describe cómo Pedro cayó de rodillas en este punto.Jesús tomó prestada la barca de Pedro para enseñar a una multitud, y luego pidióal pescador: “Vete a aguas más profundas y echa la red para pescar”. Pedroobjetó a esa petición absurda. Llevaba toda la noche pescando en esa zona.“Mira”, deja entrever su actitud, “tú eres rabino; yo soy pescador. Me pasaré eldía escuchándote, pero la pesca me la dejas a mí”.

Pedro obedece a regañadientes, para descubrir que las redes se le rompen y lasdos barcas se hunden por la enorme cantidad de pescado. Puesto en evidencia, seapresura a volver a tierra firme y cae a los pies de Jesús: “Apártate de mí, Señor,

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porque soy hombre pecador”.

Jesús no es un “líder religioso”, sino el Señor de toda vida. Responder a sullamamiento afecta tanto al mundo de la pesca como al de la predicación, a lasprofundidades del lago y no solo a la orilla. Esta demanda cuestiona todo lo quesomos, todo lo que hacemos, todo lo que tenemos e incluso todo lo quepensamos y soñamos. Una vez más, es una cuestión de todo el mundo, en todaspartes, en todas las cosas.

Pero, sin duda, se podría objetar, la privatización no es el término más correctopara describir la fe en las postrimerías de un nuevo milenio. Los críticos dicenque los cristianos están demasiado activos en lo público. Sugieren que ojalá laiglesia estuviera tan confinada y fuera tan inocua. ¿Acaso a los cristianos no se lesacusa con más frecuencia de extremismo y estridencia en la vida pública? ¿Deactuar para “imponer” sus ideas a todos?

Una mirada más exhaustiva arroja una imagen más complicada. A pesar delreciente activismo público y destacado que han manifestado algunos cristianos,la mayoría seguramente sigue sujeta a los confines de la privatización y a superjuicio de la práctica de la fe en todas las esferas de la vida. Pero la mención dela política es un recordatorio de que la privatización no es toda la historia. Se hanabierto otras dos trampas, en parte como reacción, para formar el triángulo depeligros que amenazan a quienes han respondido a la privatización sinreflexionar mucho sobre ella.

La segunda trampa para la fe en la vida pública es la “politización”, que esprácticamente una reacción directa ante la privatización. Si bien es incorrectohacer que la fe sea atractiva en privado pero irrelevante en la sociedad, sin dudala política es la palanca que vuelve a insertar la fe en todas las esferas de la vida.O al menos, esto es lo que han pensado muchos cristianos en las décadasrecientes. Pero si la privatización carece de la “totalidad” de la fe, el problema dela politización es la falta de “tensión”. Como los cristianos son llamados a estar“en” el mundo pero a no ser “de” él, su participación en la política deberíacaracterizarse siempre por la tensión entre su fidelidad a Cristo y suidentificación con cualquier partido, movimiento, plataforma o programa. Si esatensión no se produce, si la identificación del cristiano con un movimientopolítico es tan estrecha que no existe ningún recordatorio claro, es que la Iglesiaha sucumbido a una cautividad especialmente letal.

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Las formas políticas de esta “cautividad babilónica” son un problema que ya seha manifestado a lo grande en la historia europea, y un motivo esencial para elrechazo por parte de la Europa moderna de la Iglesia cristiana. Ciertamente,existe una relación directa e indiscutible entre el grado de politización de laIglesia dentro de una cultura y el grado del rechazo de la iglesia por parte de esacultura; las revoluciones francesa y rusa son los ejemplos extremos de unareacción volcánica ante iglesias estatales corruptas monopolizadoras y que notoleraban disensiones. El eslogan revolucionario de 1789 era típico de estareacción:

“¡Estrangulad al último rey con las entrañas del último cura!”.

Durante doscientos años las iglesias de Estados Unidos han eludido estatrampa, gracias en gran medida al genio de la Primera Enmienda, la separaciónconstructiva entre Iglesia y estado y la creación de las asociaciones de voluntariosque trasladaron la agencia moral de la iglesia local como entidad colectiva a loscristianos individuales que actúan en concierto con otros. Pero los últimosveinticinco años del siglo nos cuentan una historia diferente. Los cristianostienen todo el derecho a estar en la plaza pública y a ocupar las posiciones queocupan. El problema no es ese. Pero en cuanto el activismo cristiano en la vidapública se convierta en una politización de la Iglesia (una identificación conmovimientos políticos de la derecha o de la izquierda sin una tensión crítica), eseactivismo cristiano traicionará a Cristo y avivará las llamas del rechazo contra símismo y contra la Iglesia.

Hay indicios de que ya empieza a levantarse un equivalente norteamericano ala antipatía que siente Europa por la fe politizada. Pocas cosas son más decisivaspara el futuro de la fe en el mundo moderno que garantizar que se detenga eseproceso.

La tercera trampa para la fe en la vida pública es la “pilarización”, un términoque suena raro y que se remonta a la Holanda de Abraham Kuyper. Frente alproblema del pluralismo en expansión, la respuesta holandesa consistió enanimar a cada comunidad de la fe a que construyese su propia red deinstituciones y organizaciones dentro de su propia esfera. Por lo tanto, losprotestantes no solo construyeron iglesias sino también escuelas, universidades,diarios, sindicatos y otras organizaciones protestantes. Y, por supuesto, loscatólicos romanos y los humanistas hicieron lo mismo, estos últimos sin levantar

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iglesias.

El efecto fue la “pilarización” de la sociedad holandesa. Como un edificiogrecorromano clásico que descansaba sobre numerosos pilares, la sociedadholandesa mantuvo su unidad nacional general mientras, al mismo tiempo,fomentaba la diversidad dentro de ella.

Si reflexionamos un momento sobre esto veremos que algunos aspectos de estasolución son bastante prometedores. Muchos creen que nos ofrecen una vía deprogreso para todas nuestras sociedades actuales. Permite que cada fe se aplique asus propias esferas de la vida de maneras que sean coherentes, incluyentes yconcretas. Podríamos pensar: ¿qué más podrían desear los cristianos que recibirla libertad para ser cristianos coherentes en sus propias esferas de vida? Sin duda,aquí encontramos la solución a la privatización y a la politización.

Pero, ¡no tan rápido! Y es que la historia nos da motivos para echar el freno. Sila privatización es una negación de la totalidad de la fe y la politización es unanegación de la tensión de la fe, la “pilarización” también ha demostrado suineficacia. En la práctica socava la transformación de la fe. Cuando los cristianosconcentran su tiempo y sus energías en sus propias esferas separadas y en suspropias instituciones (ya sean megaiglesias acaparadoras, empresas cristianas enlas Páginas Amarillas o guetos culturales cristianos que abarcan toda la vida),pierden su capacidad de proyección hacia fuera, transformadora, que es el meollodel evangelio. En lugar de ser “sal” y “luz” (imágenes de una acción que permeay que penetra), los cristianos y sus instituciones se vuelven blandos y vulnerablesa la corrupción desde el interior.

Kuyper pudo haber sido inmune a este problema porque siguió participandoresueltamente en la vida pública, pero tras su muerte se secularizaronfuertemente muchas de sus instituciones. Hoy día muchos de sus herederos de laReforma llegan incluso a defender los ideales de la “transformación” para luegoecharse atrás frente a los retos amedrentadores que plantea la vida pública,refugiándose en la seguridad de sus enclaves cristianos.

Durante más de una generación el aire en los círculos cristianos se haenrarecido con llamados para una nueva capacitación de los laicos. Se nos hadicho repetidas veces: “Ha llegado la hora de descongelar al pueblo helado deDios/que los parados espirituales vuelvan al trabajo/desarrollar carreras

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estratégicas/liberar al laicado”, y la lista sigue y sigue. Pero el cambio global hasido escaso, y los llamamientos reiterados se han convertido en meros clichés. Laretórica, por sí sola, no es rival para el triángulo mortal.

Hacen falta muchas más cosas: de entrada, redescubrir el genio de lasasociaciones voluntarias y articular claramente una filosofía pública. Pero para lainserción en la sociedad moderna de la integridad y la eficacia no hay nada másesencial que la recuperación del llamamiento. El llamamiento se resiste a laprivatización al exigir una tensión con toda lealtad y asociación humanas. Seresiste a la “pilarización” al exigir una actitud hacia la sociedad, y una actuaciónen ella, que son inevitablemente transformadoras porque la participación esconstante.

Surgirán y caerán grandes movimientos cristianos. Se organizarán grandescampañas y se reunirán grandes coaliciones. Pero todos estos esfuerzoscombinados, por sí solos, nunca estarán a la altura de la influencia de incontablesnúmeros de seguidores de Cristo que viven su llamado fielmente, repartidos porla vastedad y la complejidad de la sociedad moderna.

¿Tu fe es atractiva en privado pero irrelevante para la sociedad? ¿Es tan coherenteen tu lugar de trabajo como lo es en tu casa? Todas tus membresías y tus lealtades,¿están subordinadas a tu compromiso con Cristo? ¿Actúas como “sal” y “luz” o tienesque refugiarte en un gueto cristiano? Escucha a Jesús de Nazaret; responde a sullamado.

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CAPITULO 20

Una vida enfocada

Su final fue tan vergonzoso que opacó la gloria de su triunfo. En su propiaépoca no sobrevivió para contar su historia y reclamar los laureles. En la nuestra,se dice que su última lucha supuso ir más allá del valor para caer en la temeridad,lo cual le expone a la acusación de megalomanía.

Pero el hombre conocido por sus compatriotas portugueses como Fernáo deMagelháes, por los españoles como Fernando de Magallanes y por el mundoangloparlante como capitán general Ferdinand Magellan se hubiera mostradoimpermeable a las críticas. Este hombre, descubridor de la ruta de circunvalaciónde Sudamérica y del estrecho que lleva su nombre, el primer hombre encompletar (casi) la vuelta al mundo, y que se ha convertido en el explorador másdestacado en la era de exploraciones más importante de la historia, era una de laspersonas con una voluntad más firme y el propósito más definido de todas lasque han vivido en este mundo.

Magallanes no era alto ni guapo, y físicamente no destacaba en ningúnsentido. Tampoco era un favorito de la corte ni miembro de la aristocracia, y noestaba versado en las costumbres cortesanas. Pero compensaba lo que le faltase enuna u otra área con algo más: era un soñador, impulsado por una visión interiory fortalecido por una fe devota, que le convertía, en palabras de otro capitán, enalguien “duro, duro, duro”. Pocas son las personas de las que, como de él, sepuede decir que seguían su propio guion.

Cuando Magallanes zarpó de España en septiembre de 1519, con sus cincobarcos y una tripulación de 265 personas (“la armada de las Molucas”), no teníani idea de que aquel viaje se prolongaría tres años, no los dos que habíaplanificado, que solo uno de sus barcos regresaría o que él mismo perdería lavida. Tampoco es probable que entendiera muy bien el carácter revolucionariode sus tiempos o la importancia de sus propios descubrimientos. Era unexplorador; su misión era descubrir cosas nuevas. Pero, tal como han señalado

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sus biógrafos, ni siquiera él estaba seguro de lo que buscaba hasta que loencontraba.

Lo más curioso del caso es que, según parece, Magallanes no mencionó susverdaderos motivos ni siquiera a sus patrocinadores, los reyes de España.Durante su audiencia con Carlos I, que pronto sería elegido Sacro EmperadorRomano con el nombre de Carlos V, no habló de circunnavegar el mundo. Elobjetivo de su patrocinador eran las riquezas, y el suyo la exploración. Ellosdeseaban especias de las Molucas que les enriquecieran. Él buscaba una vía deacceso que rodease las Américas, que le permitiera circunnavegar el mundo parademostrar que este era esférico.

El mundo de la Reforma y del Renacimiento fue revolucionario en muchosámbitos, sobre todo en los de la religión, el arte, la ciencia y el comercio. Peroninguna revolución fue más importante que la era de los descubrimientos.Dentro de un breve periodo de treinta años, unos pocos cientos de barcos, quezarparon de una pequeña zona de la costa suroriental europea, descubrieron másdel mundo que todos los demás exploradores anteriores juntos. El mundomoderno nació gracias a ellos tanto como gracias a la pluma de Lutero, Erasmo yMaquiavelo, los pinceles de da Vinci y Miguel Ángel, y el telescopio deCopérnico.

Magallanes disponía de tanta información como cualquier otro sobre elmundo por descubrir. Después de agobiar a pescadores que volvían a puerto y deexaminar todos los informes disponibles, su dominio de los vientos y de lasmareas en zonas que nunca había recorrido era extraordinario. Pero nadie sabíalo que quería: la localización de un paso en la masa continental, que se creía queestaba en el sur, por el que los marineros pudieran pasar del Atlántico conocidoal Pacífico, por aquel entonces desconocido e innominado.

Los grandes momentos del épico viaje de Magallanes los conocen todas lasgeneraciones de escolares: su aplastante desaliento al descubrir que el río de laPlata, que sale de Uruguay, era un estuario y no el paso que andaba buscando.La manera implacable en que sofocó el motín de tres nobles españoles. Su avancehacia el sur, hacia la Antártida, hasta un punto al que no había navegado ningúneuropeo antes que él. Su descubrimiento del estrecho de Magallanes en octubrede 1520, cuando todos sus hombres estaban desesperados. Sus lágrimas(infrecuentes) cuando vio por primera vez el Pacífico. Y su travesía increíble de

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20.000 km de aguas inmensas y sin cartografiar, el océano más amplio delmundo.

Siempre que pasaba algo, la reacción de Magallanes era la misma: “¡Sigamos,sigamos!”. Fuera cual fuese el obstáculo o la respuesta de su marinería, pensabamantener la promesa hecha al rey Carlos y “seguir navegando”. Sus marinosestaban demacrados, no quedaban víveres, las velas estaban podridas, los cordajesdeshilachados y el sol era implacable. Pero nunca vaciló. Su actitud era siempre“¡Sigamos, sigamos!”. Al final, el 6 de marzo de 1521, la armada de Magallanesavistó tierra, primero Guam y luego las islas Filipinas.

Triste pero comprensiblemente, Magallanes se sintió inundado de una intensaeuforia religiosa frente a esa proeza. Esto no condujo solamente a la conversiónforzosa de los desventurados nativos, sino también a un ataque temerario yalocado a otra isla, contra toda probabilidad de éxito, durante el cual perdió lavida.

Al final los barcos de Magallanes llegaron a casa, pero sin él. Su nave capitana,la Trinidad, fue destruida durante una tormenta, y el último de sus cinco barcos,el Victoria, cargado con 26 toneladas de especias, entró renqueando y solo en elpuerto de Sevilla. De la tripulación original de la armada, de 265 hombres, solo18 esqueléticos supervivientes completaron el viaje alrededor del mundo, de másde 63.000 km. Sus compatriotas dijeron que lo que habían conseguido era unmilagro, “lo más maravilloso e importante que ha sucedido en el mundo desdeque Dios lo creó”.

El carácter de Magallanes distaba mucho de ser perfecto, y su mundo era muydistinto al nuestro. Pero por su tenacidad heroica, su convicción inquebrantable,su resuelta indiferencia ante la aprobación o el rechazo y su forma empecinadade desafiar el desánimo, la derrota y la muerte, Magallanes demostró la fortalezade una vida centrada. Como tal, su historia abre una ventana a otra faceta delllamamiento: el llamamiento se opone directamente a la intensa presión modernahacia la pluralización, porque el llamado de Jesús ofrece las prioridades y lasperspectivas que son esenciales para una vida enfocada en una era sobrecargada.

La vida es demasiado corta para...Este otro término malsonante, pluralización, es el vocablo técnico que se

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refiere a la tercera gran presión que el mundo moderno ejerce sobre la fe. Lapluralización es el proceso por el cual la proliferación de elecciones y de cambiosmultiplica rápidamente el número de opciones. Esto afecta a la esfera privada dela sociedad moderna en todos los niveles, desde los bienes de consumo a lasrelaciones, llegando a los paradigmas sobre el mundo y los credos.

A diferencia de la secularización, la pluralización no es radicalmente nueva nies difícil de entender (la Iglesia nació y medró en medio de las circunstanciastremendamente pluralistas del siglo I). Pero sí contradice la experiencia humanamás normal en la que la gama de cosas disponible estaba limitada, y lasdiferencias de trabajo y de rango estaban unificadas gracias a la fuerzacohesionadora de la religión.

El mundo moderno ofrece una infinita gama de opciones y de cambios, quesobrepasan la sencillez y la cohesión tradicionales. Las ciudades modernas yatestadas de gente suponen que estamos todos mucho más cerca de los demás,pero sin embargo nos conocemos menos. La explosión moderna delconocimiento significa que otras personas, lugares, periodos y psiques son másaccesibles que nunca antes. Sin embargo, la sabiduría coherente parainterpretarlo todo nos esquiva. Los medios de transporte modernos nos llevan atoda velocidad a cualquier lugar del mundo. Los medios de comunicación nostraen el mundo y su deslumbrante batería de opciones en cuanto pulsamos unatecla. Los negocios modernos hacen que podamos comprar en nuestro barrioproductos procedentes de todo el mundo.

Esta intensificación de las opciones y los cambios produce efectos en muchosniveles. Cuando somos más conscientes de la presencia de otros aumenta nuestraconsciencia de las posibilidades para nosotros mismos. Su cocina, sus costumbres,sus convicciones pueden ser nuestras elecciones, nuestras opciones, nuestrasposibilidades. La vida se ha convertido en un restaurante de autoservicio, conuna oferta inacabable de platos. Y, lo que es más importante, la elección ya no essolo un estado mental; se ha convertido en un valor, una prioridad, un derecho.Ser moderno significa ser adicto a la elección y al cambio. Estos forman laesencia incuestionada de la vida moderna.

Algunos de los efectos de la pluralización son devastadores pero sutiles. Porejemplo, el aumento de las opciones y del cambio conduce a una merma delcompromiso y de la continuidad, con todos y con todo. De este modo la

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obligación se funde con la opción y lo que se daba por hecho se convierte en otraalternativa. Pero hay otros efectos terriblemente obvios, sobre todo la manera enque la elección y el cambio conducen rápidamente a un sentido defragmentación, saturación y sobrecarga. En el mundo moderno hay demasiadasopciones, demasiadas personas con las que relacionarse, demasiado que hacer,demasiado que ver, demasiado que leer, demasiado con lo que ponerse al día yseguir, demasiado que comprar.

Cada opción contiene sus propias preguntas. ¿Podríamos? ¿En serio?¿Deberíamos? ¿Lo haremos? ¿No lo haremos? ¿Y si lo hubiéramos hecho? ¿Y sinos hubiéramos privado? Este bosque de preguntas nos lleva cada vez máshondo, hacia la tenebrosa libertad y luego a una ansiedad aún más oscura deposibilidades aparentemente infinitas.

En un momento dado, que varía en cada persona, salta un diferencial. Estamossobrecargados, saturados. Hay demasiadas cosas que hacer y muy poco tiempopara hacerlas. Pero la vida sigue. Ni la planificación ni los malabarismos puedensalvar ese abismo. Pero la vida sigue. Solo en el nivel de nuestras relaciones, sumismo número, variedad e intensidad se vuelven imposibles. Pero la vida sigue.En un momento sentimos el vértigo de las posibilidades ilimitadas y al siguientela frustración de la superficialidad. Pero la vida sigue.

El resultado no es solo una sobrecarga, sino también una profunda pérdida deunidad, solidez y coherencia en la vida. La experiencia llega a nosotros enfragmentos y episodios. Cada momento está aislado, sin raíces en un ayer oconsecuencias para un mañana. Como un eslogan o como un titular, cadaexperiencia entra arrolladora en nuestra atención y pronto se desvanece denuestra memoria. Así, lo que hoy hace furor mañana es ridículo; la celebridad dehoy aburre mañana. No es de extrañar que el trastorno por déficit de atenciónsea un problema contemporáneo y que la tradición genuina sea un bien escaso.

Se dice que la piedra era el medio para los antiguos, y el acero para losprimeros modernos; el nuestro es el plástico, y la cuestión fundamental se llamareciclaje. Las palabras “único” y “para siempre” están obsoletas, y nuestra excusamás frecuente es “necesito más espacio”. En nuestras vidas fragmentadas, loúnico necesario es “mantener abiertas las opciones”. El arte de la “construcciónde identidad” es más una cuestión de fluidez que de permanencia. Y dado que lasreglas del juego cambian tan rápido como los propios juegos, se nos enseña a

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que, sobre todo, evitemos quedarnos “atascados” en compromisos que puedan“hipotecar” la libertad de mañana.

¿Cómo habla el llamamiento a este problema cotidiano moderno? Obviamenteno se trata de una varita mágica que haga desaparecer la gama de opciones y decambios y que cohesione nuestras vidas hechas trizas. Pero el propio carácter delllamamiento se opone a la fragmentación y a la sobrecarga en puntos clave y abreel secreto de una vida enfocada en medio de un mundo saturado.

Primero, el llamamiento contradice la idolatría moderna y letal de la elección.En la vida moderna la elección es algo crucial, poderoso, incuestionado yencapsulado en nuestra forma de pensar y en nuestros actos, hasta el punto deque no se puede socavar meramente apelando a otra opción. Para las personasmodernas, la elección es un derecho que doblega tanto la responsabilidad comola racionalidad. Fijémonos en cómo los argumentos contra el aborto a la cartanaufragan entre los arrecifes de la elección. La etiqueta “pro-elección” intentaacabar con la discusión al recurrir al término irrecusable.

Los argumentos contra la elección deben reconocer el poder especial y cuasidivino que ostenta esta. Pero en última instancia solo una cosa puede ser másque la elección: el ser elegido. Así, para los seguidores de Cristo, el llamamientoneutraliza el veneno fundamental de la elección en la vida moderna. “Yo os heelegido”, dijo Jesús, “no vosotros a mí”. No somos nuestros; hemos sidocomprados por precio. No tenemos derechos, solo responsabilidades. Seguir aCristo no es nuestra iniciativa, solamente nuestra respuesta obediente. Nada esmás eficaz para aplastar las pretensiones de elegir que una convicción delllamamiento. Una vez hemos sido llamados, literalmente “no tenemos opción”.

Segundo, el llamamiento proporciona el guion básico para nuestras vidas, ypor lo tanto un sentido de continuidad y de coherencia en medio de un mundomoderno fragmentado y confuso. La saturación y la sobrecarga producidas por lapluralización, y reforzadas por la movilidad, son una causa principal de laalienación moderna. Si hemos vivido en demasiados lugares, hemos pasado pormuchos empleos, hemos conocido a muchas personas y hemos visto demasiadola televisión, ¿cómo podemos encontrarle sentido a nada? ¿Hay un guion defondo en nuestras vidas, o no son más que una acumulación de experiencias queson “ruido y furia, y que nada significan”? ¿Estamos condenados a lo que elhistoriador Arnold Toynbee llamaba “contar una maldita cosa tras otra”? ¿O hay

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un sentido en la historia de nuestra vida, a pesar de las dislocaciones?

Siempre que nos asalta este dilema, el llamamiento nos recuerda que antes dela movilidad moderna éramos nómadas, y el llamamiento nos dio sentido. Así,Abraham salió de Ur de los caldeos siguiendo el llamado de Dios sin saberadónde iba. El pueblo de Israel cruzó un desierto sin sendas siguiendo a unacolumna de nube de día y a una columna de fuego de noche. En ambos casos susentido de dirección y de significado procedía solamente del llamado de Dios, node la previsión de tales personas, su sabiduría o su capacidad de interpretar suscircunstancias. Iban de camino a una tierra de promesa. No siempre conocían elcamino por el que Dios los llevaba, pero siempre sabían por qué confiar en él: supalabra era la promesa, y su llamamiento el camino.

¿Es diferente hoy? Todos volvemos a ser nómadas. Podemos vivir en unaciudad mucho o poco tiempo. Podemos tener un empleo que se paga bien omal. Podemos tener amistades que son enriquecedoras y satisfactorias osuperficiales y decepcionantes. Podemos tener un currículo deslavazado oimpresionante. Pero para el seguidor de Cristo, ninguna de estas cosas determinaen definitiva el sentido de nuestras vidas. Lo que importa es que sigamos elllamado.

Es posible que la vida conserve aún trazas de las pruebas del desierto, pero lascolumnas de fuego y de nube están ahí para guiarnos y protegernos. Sigue elllamado de Cristo a pesar de la incertidumbre y del caos de las circunstanciasactuales y tendrás el hilo argumental de tu vida.

Tercero, el llamamiento nos ayuda a tener un solo propósito sin caer en elfanatismo. La elección y el cambio modernos, reforzados por el ritmo y lapresión de la vida moderna, amenazan constantemente con diluir nuestraconcentración y disipar nuestra energía. Hay buenos motivos para que sigansonando expresiones como “síndrome del agotado”, “la tiranía de lo urgente” y“la dictadura de lo cotidiano”. Y muchas estrategias de respuesta son tan malascomo los propios problemas. El concepto peligroso de que “la necesidad es elllamado” es una fórmula segura para la sobrecarga y la confusión; el conceptoatrayente de que “hoy te mereces una pausa” es una receta que fomenta la laxitudy la deriva.

No hace falta decir que el remedio estriba en fijar metas sabias y dejar a un

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lado todo lo demás. Pero, ¿cómo? Hace mucho tiempo el escritor de Proverbiosobservó: “La necedad es alegría al falto de entendimiento; mas el hombreentendido endereza sus pasos”. Más recientemente, un filósofo de Harvard,George Santayana, escribió: “Al no conseguir nada concreto, el hombre renunciaa todo lo demás”.

El mundo moderno complica tener una vida enfocada, y hace que seaprácticamente imposible limitarse a dejarse llevar. W. H. Auden, poeta yseguidor de Cristo, plasmó esta lección: “Hoy día, para conseguir lo que sea, unartista tiene que desarrollar un rigor consciente del tiempo que, en épocasanteriores, podría haber parecido neurótico y egoísta, porque nunca debe olvidarque vive en estado de sitio”. De otro modo, convenía Solzhenitsyn, un artista“no tiene otro recuerdo si no quiere recalentarse con preocupaciones efímeras yacabar secándose”.

Lo que es cierto del artista lo es para todos nosotros. La propia vida es unestado de sitio. Pero tener un sentido del llamado nos ayuda, porque ofrece ladiana en el centro mismo de los círculos concéntricos cada vez más amplios queson las posibilidades de esta vida. La vida moderna nos asalta con una gamainfinita de cosas que podríamos hacer, nos gustaría hacer o que algunas personasnos dicen que debemos hacer. Pero no somos Dios, y no somos ni infinitos nieternos. Somos claramente finitos. Solo contamos con determinados años, ciertaenergía, tantas células grises y una serie de billetes en la cartera. “La vida esdemasiado corta para...” acaba reduciéndose a “la vida es demasiado corta”.

Sin embargo, cuando hacemos nuestra contribución siguiendo la tendencia denuestros dones y llamados, y otros hacen lo mismo, el resultado es tanto frutocomo reposo. Nuestros dones se usan con el propósito para el que nos fueronconcedidos. Y podemos descansar al hacer lo que podemos sin siquiera pretenderque somos nada más que esas pequeñas personas que somos claramente. Lafamosa máxima de René Dubois, “Piensa globalmente, actúa localmente”,adquiere su mayor fuerza dentro del contexto del llamamiento.

En su gran oración antes de la crucifixión, Jesús dijo a su Padre: “Yo te heglorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese”. Algunaspersonas interpretan esto centrándose en lo que hizo Jesús. Otros se centran,igual de correctamente, en lo que Jesús no hizo, como escribir un libro, fundaruna universidad o empezar una revolución, o sanar a todos, enseñar a todos y

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cuidar de todos. Pero ambas conclusiones son facetas de su llamamiento único,ser el Mesías de Dios.

El ideal de una vida centrada por los dones y el llamado supuso mucho para laescritora Dorothy L. Sayers. Refiriéndose a su obra sobre Dante, dijo: “Sientoque es, como observó Tennyson, ‘un llamado claro para mí’”. Pero Sayers noempezó con esta claridad ni le resultó fácil concluir con ella. Cuando trabajabapara Basil Blackwell, el editor y librero de Oxford, él la describió comomalcasada en el trabajo, “como un caballo de carreras uncido a un carro”.

Una vez Sayers descubrió su llamamiento, tampoco le resultó sencillo aferrarsea él. Con frecuencia se indignaba con los clérigos que le pedían que organizasegrandes fiestas en el jardín, alejándola de su escritura. “¡Cómo se atreven a hablarde la vocación cristiana, cuando al mismo tiempo intentan apartarme de la mía,que es ser artesana de palabras! Quieren hacerme perder el tiempo haciendo algopara lo que no tengo vocación ni talento, meramente porque tengo ciertorenombre”.

Sayers incluso se sintió incómoda cuando la fama la llevó al papel de apologistacristiana y los líderes cristianos la incitaron a aceptarlo. (“Debemos convertirlaen profetisa para esta generación, y pasarle el micrófono para que lo use siempreque pueda”). “Cuando hago este tipo de cosas”, escribió a un amigo, “meembarga la sensación intensa de que no es mi verdadero trabajo, y que hago algoque se acerca peligrosamente a violar mi propia integridad”.

Los honores pueden perturbar tanto como la fama y los proyectos dignos. En1951, cuando Winston Churchill recuperó su cargo como primer ministro, sugabinete escribió a C. S. Lewis invitándole a ser comandante del ImperioBritánico. Lewis era admirador de Churchill, pero aun así rechazó la invitación.Pensaba que ese honor comprometería su llamamiento. “Hay siempre, canallasque dicen, y necios que creen, que mis obras religiosas son propagandaencubierta contra la izquierda, y mi aparición en la Lista de Honor les daría sinduda un argumento. Por consiguiente, es mejor que mi nombre no aparezca enella”.

Tu brújula definitiva en la vida, ¿es un sentido del llamado? En 1941, T. S.Eliot escribió: “¿Puede una vida entera representar un solo motivo?”. Si elmotivo único es el nuestro, la respuesta a Eliot debe ser que no. No somos lo

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bastante sabios, lo bastante puros o fuertes como para apuntar a ese motivoúnico y sustentarlo durante toda la vida. Por ahí se llega al fanatismo o al fracaso.

Pero si el único motivo es la motivación dominante del llamado divino, larespuesta es sí. En cualquier situación, tanto hoy como en el mañana delmañana, el llamado de Dios para nosotros es el de dónde, qué, por qué y adóndeinmutables y últimos de nuestras vidas. El llamamiento es un “sí” a Dios quesupone un “no” para el caos de las exigencias modernas. El llamamiento es laclave para seguir el hilo argumental de nuestras vidas y desentrañar el sentido denuestra existencia en un mundo caótico.

¿Tienes una vida saturada, sobrecargada y fragmentada? ¿Te llevan de un ladopara otro los llamados de la necesidad? ¿Te sientes frustrado en esos momentos de tuvida en que lo bueno te impide llegar a lo mejor? ¿Anhelas conocer la pasión y lapureza dominantes del corazón que supone querer una sola cosa? Escucha a Jesús deNazaret; responde a su llamado.

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CAPÍTULO 21

Los soñadores del día

Mientras se cuenten una y otra vez las proezas de esta vida, la gente siemprediscrepará en su forma de reaccionar ante el enigma de T. E. Lawrence, o“Lawrence de Arabia”. Algunos, a pesar de la brillantez y la valentía de Lawrence,nunca apartarán la vista de su faceta oscura. El novelista Lawrence Durrell lellamó “un hombrecillo desagradable”. Para otros, ninguna crítica de este mundoensombrecerá las cualidades que convirtieron a Lawrence en todo un héroe.Winston Churchill describió a Lawrence como “uno de los personajes másimportantes que vive en nuestra época”. John Buchan, escritor, estadista ygobernador general de Canadá, era un juez astuto de hombres y mujeres. Suconclusión es típica: “Yo hubiera seguido a Lawrence al fin del mundo”.

Incluso los frutos derivados de T. E. Lawrence han resultado de inspiración.Podríamos decir que, en el género épico, entre las ganadoras de los premiosÓscar, Lawrence de Arabia es una de las dos mejores películas de todos lostiempos, junto con Ciudadano Kane, de Orson Wells. Sin duda, es el mejor filmdel director David Lean, a quien se ha descrito como “el poeta del horizontelejano”. Steven Spielberg es solo el más famoso de los que confiesan que entraronen el mundo del cine gracias a esta película. “La primera vez que vi Lawrence mesentí inspirado. Me hace sentir pequeño. Aún me hace sentir pequeño. Y esta esla medida de su grandeza”.

Todos los ingredientes de esta ambivalencia hacia Lawrence se pueden rastrearhasta su juventud. Anticipándose a Freud, Alexis de Tocqueville escribió: “Elhombre entero, por así decirlo, se puede apreciar en la cuna del bebé”. O talcomo escribió obsesivamente el poeta irlandés George Russell:

En sombras y crepúsculos antiguosdonde se ha extraviado la infancianacieron las grandes penas de este mundoy se forjaron sus héroes.

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En la infancia perdida de Judasfue traicionado Jesús.

T. E. Lawrence nació en Gales en agosto de 1888, pero se trasladó al norte deOxford con sus padres y tres hermanos cuando tenía ocho años. Sus padres,Thomas y Sarah Lawrence, tenían edades, temperamentos y posiciones socialesmuy distintas. Su padre era un barón irlandés, su madre una niñera escocesa, ytenían personalidades discordantes. Otro dato más importante es que Lawrenceno era el apellido de ninguno de los dos ni estaban casados, de modo que loshijos eran todos ilegítimos. Pero este oscuro secreto no solo se ocultó, sino quequedó compensado por una fe cristiana profunda aunque severa que inspiraba aambos progenitores y animaba la vida familiar.

De hecho, la familia Lawrence se había trasladado a Oxford debido a lainfluencia de un rector anglicano influyente pero amable, el CanónigoChristopher. Su dilatado ministerio en St. Aldate’s había tocado las vidas demiles de alumnos de Oxford, llegando a la familia Lawrence en su necesidad. ElCanónigo Christopher siguió siendo la influencia espiritual e intelectualdominante en la familia hasta su muerte, a los 93 años, justo antes de la PrimeraGuerra Mundial.

Los tres hermanos de T. E. se vieron muy influidos por Christopher. Elprimero se convirtió en misionero médico en China, el segundo en maestrocristiano en India, y el tercero en un orador elocuente en campamentoscristianos. La huella que dejó aquel hombre en Lawrence también fue indeleble.Aunque se alejaría de sus raíces evangélicas y escaparía violentamente del controlpuritano de su madre, estuvo activo en la fe hasta los veintitantos años, y lahuella de la fe de su familia siempre le marcó.

Lawrence, que estudió en el Oxford High School y en la Jesus College, eraconocido por su pelo rubio, sus ojos azules chispeantes, su visión de soñador, ysu fascinación por Oriente. Oxford, “la ciudad de las torres soñadoras”, habíaengendrado un hijo soñador.

Fascinado por el encanto del mundo árabe y bajo la guía de David Hogarth,arqueólogo de Oxford y oficial de Inteligencia Naval, Lawrence podría haberseconvertido fácilmente en un trotamundos o en un erudito errante si la PrimeraGuerra Mundial no hubiese encendido el horno en el que se forjó su carácter y

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su reputación para toda la vida. Comprometido con ayudar la rebelión árabe quecontribuyó a la liberación de Jerusalén, que a su vez contribuyó a la caída delImperio Otomano, que dio pie a la creación del Oriente Medio moderno,Lawrence (gracias a la extravagante propaganda del periodista Lowell Thomas)volvió a Inglaterra convertido en un héroe mítico, un Príncipe de La Meca y“Lawrence de Arabia”.

Lawrence se sintió fascinado en parte por el espectáculo de Thomas sobre suvida, titulado “La última cruzada”, que solo en Londres vio más de un millón depersonas. Volvía al teatro noche tras noche para ser testigo de en qué se habíaconvertido. Sin embargo, en parte se sentía horrorizado por el mito y por susexigencias. Por consiguiente, presentó una solicitud legal de cambio de nombre ydesapareció en el anonimato enrolándose en la Royal Aire Force como “pilotoRoss”, un acto deliberado de degradación al que él llamó “sueño cerebral” y“suicidio mental”. Y antes de que se pudieran desvelar las numerosascontradicciones, murió en un accidente de motocicleta en 1935, convirtiéndoseen un enigma sin resolver.

¿Es que T. E. Lawrence tenía su propio secreto oscuro, resultado de susproblemas de infancia con la vergüenza de la ilegitimidad, la feroz posesividad desu madre y la “violación en Deraa” cuando fue capturado por los turcos? Estostemas seguirán siendo objeto de un debate que no lleva a ninguna parte. ¿AcasoLawrence era un fabulista además del producto de la fantasía ajena? Hasta ciertopunto, sí. Pero una vez se ha asentado el polvo y se ha disipado el humo, hayalgo incuestionable: T. E. Lawrence hizo una contribución original e importanteal auge del Oriente Medio moderno, incluyendo el estado de Israel y el mundoárabe, y lo hizo en calidad de soñador y de visionario cuya imaginación fue elprincipal motor de sus actos.

Los sueños echan los cimientos para la obra de Lawrence Los siete pilares de lasabiduría. Comentó con un amigo que había “recopilado toda una estantería deobras titánicas, distinguidas por la grandeza espiritual, como Los hermanosKaramazov, Así habló Zaratustra y Moby Dick. Bueno, pues yo tenía la ambiciónde añadir una cuarta”. El libro, cuyo borrador redactó en París durante laConferencia de Paz a partir de notas que tomó diariamente sobre la marcha, essu relato heroico del papel que jugó en “la guerra árabe librada y dirigida porárabes con un objetivo árabe y en Arabia”. Casi de inmediato habla con lirismo

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de “la panorámica de los lugares abiertos, el sabor de los vastos vientos, la luz delsol y las esperanzas en las que trabajábamos. La frescura matinal del mundoposible nos embriagaba. Nos forjamos con ideas inexpresables y vaporosas, perodignas de luchar por ellas”.

Lawrence admite que estos sueños se vieron traicionados. “La juventud podíaganar, pero no había aprendido a conservar, y era patéticamente débil frente asus mayores”. Había trabajado para conseguir un nuevo cielo y una nueva tierra;la solución de los ancianos fue “una paz que acabase con todas las paces”. Perohubo una cosa que siempre le motivó, como dice cientos de páginas másadelante en las últimas palabras de su libro: “En el campus universitario deOxford, había soñado con dar forma durante mi vida a la nueva Asia que eltiempo nos acercaba inexorablemente. Tal propósito parecería una fantasía aaquellos que califican mis comienzos como un esfuerzo ordinario”.

La afirmación más estimulante que hace Lawrence de su visión se encuentra enla introducción a Los siete pilares de la sabiduría. “Todos los hombres sueñan,pero no sueñan igual. Los que sueñan por la noche, en los rincones polvorientosde sus mentes, despiertan por la mañana para descubrir que todo era vanidad;pero los soñadores del día son hombres peligrosos, porque pueden trabajar en sussueños con los ojos abiertos para hacerlos posibles. Yo lo hice”.

Hay un largo camino desde la universidad de Oxford hasta Aqaba y el WadiRum. Pero esta distancia, ¿es muy dilatada o en realidad muy escasa entre unsoñador adolescente y un coronel de treinta años que puso en práctica sus sueñospara los árabes “de un palacio onírico inspirado en sus pensamientos nacionales”?Los que sueñan de día responden al abismo entre la visión y la realidad, y lohacen salvándolo.

Sería fantasioso vincular demasiado la visión de Lawrence con unacomprensión cristiana de la visión, aunque el adolescente al que cita coincideexactamente con el periodo de su fe más ardiente. Pero la expresión deLawrence, “los soñadores del día”, es una descripción adecuada de la respuesta alllamado, e ilustra otra característica muy distintiva del mismo: el llamamiento, alavanzar con una perspectiva externa sobre el presente, es una fuente primordial devisión cristiana y de visionarios cristianos.

Con fuego en el corazón y alas en los pies

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Hoy día, en los círculos pragmáticos está de moda desdeñar “lo visionario”. Sedescarta como algo inútil, peligroso o una fase transitoria de la vida. Sin duda, lavisión es un rasgo primaveral de la juventud, un producto natural de la energía,el idealismo y la frustración frente al modo en que son las cosas. El periodistaMalcolm Muggeridge, por ejemplo, se convirtió a la fe en un momento tardío desu vida, y fue famoso por su irreverente (por no decir cínica) desacreditación dela pretensión y la pompa. Pero de joven era distinto.

Justo después de su etapa universitaria en Cambridge, Muggeridge escribió supropio epitafio y lo envió a un amigo: “Aquí yace alguien cuya alma, enocasiones, ardió con grandes anhelos. Alguien para quien a veces el velo de loInfinito se descorrió solo un poco, pero que careció de valor para aprovecharlo”.

Sin embargo, hay otros que han usado durante mucho tiempo la visión y laimaginación, no solo durante su juventud, sino como una fuente de vida. Elascenso de Benjamin Disraeli como estadista en el siglo XIX fue tan rápido comoimprobable. Pero podemos detectar una clave para el secreto de su éxito quehallamos en una entrada temprana en su diario: “Los utilitarios de la política soncomo los utilitarios de la religión. Ambos destierran la imaginación de sussistemas, y la Imaginación gobierna a la humanidad”.

Lo que era cierto en el caso de Disraeli lo es también de todo su pueblo. H. L.Mencken escribió en un ensayo: “Desde tiempos inmemoriales, los judíos hansido los principales soñadores de la raza humana, y más allá de todacomparación, sus mejores poetas”. De manera que, igual que sucede con elllamamiento, la fe visionaria que este inspira en los seguidores de Cristo seremonta a la experiencia del pueblo de Abraham, Isaac, Jacob y Moisés. No hayotro dios sino Dios, ni hay reposo para todo aquel que tenga un dios que no seaDios. Dios nunca se detiene. Por consiguiente, la fe conlleva movimiento. Puedeque el Llamante sea invisible y el destino desconocido, pero quienes siguen a sullamado tienen una voz en lo alto y una visión por delante que trastorna todostatu quo e inutiliza todo lugar de reposo.

Ciertamente, la visión es tan esencial para el llamamiento y tiene unasconsecuencias tan explosivas que es inteligente defenderla como contraste directoa las falsificaciones que le dan mala fama. Más concretamente, debemos protegerla visión del llamamiento en tres sentidos. Primero, debemos precavernos de lasvisiones falsas. El llamado de Dios inspira y garantiza solo aquellas visiones que

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sean verdaderamente el resultado del llamamiento. Porque, por un lado, comoadvierte la Biblia, la facultad crucial de la imaginación se ha visto afectada por laCaída, convirtiéndose en el medio principal de los seres humanos para aspirar ala divinidad. En palabras de la traducción King James del relato de la torre deBabel: “Y ahora nada les impedirá hacer lo que han imaginado”. Pero lacapacidad no fue el problema de los constructores. Su imaginación caída (a laque contribuyeron la tecnología y un lenguaje universal) les impulsó a trascenderlos límites de la condición humana e intentar rivalizar con Dios. Después detodo, Marx, Hitler y Mao Zedong también fueron soñadores.

Por otro lado, la visión y la imaginación, cuando se sueltan del ancla delllamado divino, son vulnerables a caer de su pedestal. Freud distinguió entre lafantasía y las ensoñaciones y la creatividad artística, rechazando la primera comoproducto de deseos insatisfechos: “Toda fantasía es el cumplimiento de un deseo,la corrección de una realidad insatisfecha”. Según él, los fantaseos “se ciernen,por así decirlo, sobre tres momentos”. Si las examinamos de cerca, veremos quelas esperanzas incumplidas enhebran el pasado, el presente y el futuro “en el hilodel deseo que las atraviesa”. Examina las fantasías de una persona sobre ganar lalotería o relajarse en una playa de Tahití y verás lo que piensa esa persona de suvida presente.

En resumen, es fácil abusar de la visión y hacerla actuar como párroco denuestras pretensiones o mozo de hotel de nuestros deseos. Por el contrario, lavisión cristiana debe ser justificable porque está inspirada, directa oindirectamente, en el llamamiento de Dios. Es un acto de visión imaginativa quecombina la mirada de la fe, que llega hasta la esencia de las cosas más allá de lasuperficie, y la previsión de la fe, que se remonta sobre el presente con el poderde un futuro posible. Esta combinación de lo que todavía no se ha combinado esel secreto de la fe visionaria. La visión y la realidad, la palabra y el cumplimiento,el presente y el futuro, la situación y la posibilidad, la inquietud y la búsqueda, laira frente a la injusticia y el deseo de alcanzar lo que es mejor. sea cual fuere elcontraste entre estas parejas, la fe visionaria está ahí para salvar el abismo. Esto eslo que hace que los “soñadores de día” de Lawrence se diferencien de losensoñadores, y es el motivo de que sean peligrosos: “trabajan en sus sueños conlos ojos abiertos”.

Hebreos 11 es la gran lista de honor de la fe visionaria, un catálogo

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emocionante de hombres y mujeres cuya visión de Dios los indujo a vivir y atrabajar en contra de las costumbres, los valores y las prioridades de sugeneración. Eran distintos a otras personas. Tenían la vista fija en una metadiferente. Su hogar estaba en un país distinto. Miraban hacia una ciudad sinigual. Por fe cuestionaron todo el mundo, como dice de ellos el autor deHebreos: “Porque los que esto dicen claramente dan a entender que buscan unapatria”.

El secreto de la fe visionaria radica en esta frase. ¿Cómo se las arreglaron paratrascender a su época, superar lo inmediato, vivir en contra de lo que se aceptabageneralmente, buscar lo posible más allá de lo imposible? Llamados por Dios, susvidas hablaban y actuaban con el lenguaje y la lógica de la visión alternativa quees propia de la fe. Este es el tipo de personas de las que el papa recién elegido enla novela de Morris West Las sandalias del pescador dice: “Encuéntrame hombrescon fuego en el corazón y alas en los pies”.

Segundo, debemos proteger la fe visionaria sabiendo detectar las trampas hacialas que nos lleva la visión genuina. La visión nacida del llamado significa que losseguidores de Cristo no encajan fácilmente en las esferas en que se mueve lagente (por ejemplo, conservadores y progresistas o radicales), pero el hecho deque seamos los hijos de nuestra época significa que unas corrientes poderosas nosimpulsan hacia una u otra escollera.

Un ejemplo evidente es la diferencia entre los mundos tradicional y moderno ysu tendencia a explotar el llamamiento en direcciones opuestas. El mundotradicional siente un prejuicio natural hacia el conservadurismo, y tanto entoncescomo más adelante, a menudo el llamamiento se usaba erróneamente parajustificar el statu quo. En su Treatise ofthe Calling (“Tratado sobre elllamamiento”), William Perkins establece una norma: “Porque al igual que elsoldado en el campo de batalla no debe cambiar el lugar que le ha asignado elgeneral, sino debe permanecer en él aun poniendo en peligro su vida, el cristianodebe continuar su llamado y permanecer en él sin cambios ni alteraciones”.Como muchas personas de su tiempo, Perkins basaba su enseñanza sobre lasinstrucciones paulinas en 1 Corintios 7 (“Cada uno, hermanos, en el estado enque fue llamado, así permanezca para con Dios”), sin darse cuenta de que ese noes el término que aparece en el original; Lutero lo tradujo mal.

Juan Calvino había advertido contra una comprensión tan estática.

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Comentando este mismo pasaje, escribió: “Pudiera parecer que las palabrastransmiten esa idea, que todo el mundo está atado a su llamado, de modo que nodebe abandonarlo. Ahora bien, sería muy duro que un sastre no pudiera cambiarsu profesión por otra, o que un mercader no tuviera libertad para dedicarse a laagricultura. Yo respondo que no es esto lo que decía el apóstol”. Lo que Pablocondena es “esa desazón que impide que el individuo permanezca en sucondición con una mente en paz”.

Sin embargo, a pesar de Calvino, el llamado se utilizó mal para justificar elstatu quo en las guerras civiles británica y americana. En el siglo XVII, JohnCheke de Cambridge lo usó para atacar al bando parlamentario. Escudriñad lasEscrituras, escribió a los partidarios de Oliver Cromwell, donde “aprendemos nosolo a temerle [a Dios] con sinceridad, sino también a obedecer a nuestro Reyfielmente y a servir según nuestra vocación”. Lo que es peor, en los EstadosUnidos de 1863 un sureño atribuyó la lealtad de cuatrocientos esclavos quevivían en una plantación de Carolina del Norte a la enseñanza bíblica querecibían regularmente, incluyendo la enseñanza de 1 Corintios 7. Un periódicode Richmond de la misma época declaraba: “¿No debemos tener la esperanza deque un gran número [de esclavos] se convierta a Cristo, convirtiéndose así enmejores siervos terrenales mientras llevan con mansedumbre el yugo de su Señoren los cielos? ¿No debemos orar por ello?”.

Por el contrario, en el mundo moderno favorecemos tanto el cambio y elprogreso que este abuso flagrante del llamamiento en beneficio delconservadurismo nos parece ridículo. Pero esto es así porque nuestra tentación esel prejuicio progresista, no el estático. Insistimos en la elección, esperamos elcambio, valoramos la relevancia, creemos inconscientemente en que lo másnuevo es más cierto, que lo último es lo mejor, y en lo que está de moda y en loque no. Admiramos instintivamente sentimientos como los de George BernardShaw, citado por Robert F. Kennedy: “Vemos las cosas como son y preguntamos‘¿Por qué?’. Pero yo sueño cosas que nunca fueron y pregunto ‘¿Por qué no?’”.

Pero entonces esos prejuicios nos llevan a nuestros propios extremos. Desde larevolución cultural de la década de 1960, el “¿por qué no?” ha funcionadomucho más que soñar con la justicia; se ha convertido en la fórmula mágica conla que desafiar las limitaciones y las prohibiciones. “¿Por qué no?”, preguntamos,y también “¿Y qué?”. “Prohibido prohibir”, “Todo está permitido”, en nuestro

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país de jauja de la libertad. El resultado de nuestro nihilismo informal es unademolición descuidada de la tradición, y la creación en su lugar de un yermoespiritual, moral y estético, no solo en la sociedad sino también en la iglesia.

Nuestro reto no solo consiste en ver los errores de una generación anterior, queson evidentes porque no son los nuestros, sino también en ver los problemas denuestra propia época, que están mucho más cerca y por tanto son más difíciles dedetectar.

Tercero, debemos salvaguardar la fe visionaria estando alertas a cosas parecidaspero engañosas. Un ejemplo moderno es la corriente impetuosa de “autoayuda”y “pensamiento positivo”. Con unas fuentes más amplias que la Iglesia, el“pensar en posibilidades” tiene diversas expresiones, como el trascendentalismode Ralph Waldo Emerson, la Ciencia Cristiana de Mary Baker Eddy y la“religión de la salud mental” de William James. Y, normalmente, sus expresionescristianas populares hacen que las personas caigan en la herejía. El llamamiento,en lugar de ser un estándar objetivo por el que nos guiamos, se convierte en unafuerza que hay que controlar con objeto de obtener un poder propio, y por lotanto abrir la puerta a la salud, la riqueza, la popularidad, la importancia y latranquilidad mental. El resultado es la herejía: la fe en Dios se convierte en fe enla fe. para nuestro propio interés.

Otro factor parecido más antiguo y profundo nace de la confusión entre la fevisionaria y el ideal caballeresco. Como sucede con el pensamiento positivo, elsolapamiento entre el llamado y la búsqueda es importante; por ejemplo, en los“trovadores de Cristo” de san Francisco de Asís y en el “caballero de la fe” deSoren Kierkegaard. Pero el atractivo atemporal del espíritu guerrero tambiéncomporta unos riesgos. Sobre todo, sirve para justificar cualquier cosa gracias asu ideal de elevadas aspiraciones, incluyendo el militarismo, las cruzadas, lassectas violentas, el machismo, la idolatría del amor o, simplemente, el simpleromanticismo sencillo y la adopción estúpida de actitudes artificiales.

El ideal marcial y la vida ardua resultan atractivos para una generación que sesiente culpable por tener las comodidades de que disfruta, y que se preocupa porlos efectos del “exceso de civilización”. Pero sus ideales, sus iniciativas, suspruebas, sus hermandades y sus llamados al sacrificio suelen ser una falsificaciónde la llamada de Jesús y una vereda secundaria peligrosa para el peregrino. Comodijo san Francisco a un joven caballero a quien ofreció unirse a él: “¡Durante el

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tiempo suficiente has llevado el cinto, la espada y las espuelas! Ha llegado la horade que cambies el cinto por una cuerda, la espada por la cruz de Jesucristo y lasespuelas por el polvo y la suciedad del camino. ¡Sígueme y haré de ti un caballeroen el ejército de Cristo!”.

Hoy día la falsificación más seductora es el ideal del esfuerzo de Fausto. Adán yEva, Prometeo, Pandora, Icaro, Johann Fausto, Frankenstein... Si sigues losrelatos por la historia y la literatura, verás que la advertencia es clara. Quienescruzan fronteras en una búsqueda consumidora del conocimiento, las riquezas, elpoder y la capacidad sexual trascenderán sus fuerzas hasta que su pacto con eldiablo los destruya.

Pero nosotros, que somos modernos, hemos cambiado el guion. Igual que enla versión de Goethe Fausto no se condena, sino que se salva por medio de supacto con el diablo, nosotros pretendemos que los esfuerzos no tienen límite nirevisten peligros. Llamémoslo ambición, capacidad emprendedora, espíritucompetitivo, la búsqueda de la excelencia, la expansión plena de los potencialeshumanos, la voluntad de poder, el hombre faustiano se pasea por el escenario dela vida moderna movido por el impulso incontenible de transgredir. Aplaudido ysin que nadie se le enfrente, salta las barreras, se burla de las convenciones,desactiva los juicios morales y desprecia las prohibiciones, ciego a sus propiosexcesos y sin pensar en su destino.

Sumidos en nuestro gigantismo moderno del ego ilimitado, la pandemiamoderna es lo que los puritanos llamaron “la enfermedad de Adán”. Nietzschefue quien impulsó con más lucidez este espíritu:

Nadie puede construir por ti el puente sobre el que precisamente tú debes cruzar el arroyo de lavida, nadie sino solo tú. Sin duda, existen incontables veredas y puentes y semidioses que podríanayudarte a cruzar ese arroyo, pero solo a costa de ti mismo: empeñarías tu vida y te perderías. Enel mundo existe un solo camino por el que nadie puede ir sino solo tú: ¿adónde conduce? No lopreguntes, recórrelo. ¿Quién es el que ha dicho “un hombre nunca llega tan alto como cuando nosabe si su camino aún le lleva a alguna parte”?

¿Quién lo dijo? Irónicamente, y quizá sin que Nietzsche lo supiera, el oradoren cuestión fue Oliver Cromwell. En otras palabras, que el contexto era cristianoy el tema del que hablaba Cromwell es la verdad que posibilita ese esfuerzo y almismo tiempo lo vuelve humilde: el llamamiento.

Si colocamos esta pretensión sobre sus fundamentos correctos, ya no espeligrosa. “Un hombre nunca llega tan alto como cuando no sabe si su camino

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aún le conduce a alguna parte”, siempre que quien lo llame sea Dios. Como diceel escritor de Hebreos: “Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir allugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba”.

Oswald Chambers escribe: “todo hombre está hecho para que aspire a lo queno alcanza”. O, como dice hablando de sí mismo a su esposa, “a casi cada horaque pasa aumenta mi sentido de Su llamado. Me temo que tendrá que ser la vidade un trotamundos. Se avecinan grandes días para ti y para mí”. O también:“¡Oh, qué vida grandiosa y extenuante se abre ante nosotros! Mi misión esentregar el alma insobornable a Sus proyectos”. Los soñadores del día se manejanmuy bien, y mantienen el rumbo, cuando siguen el llamado de Cristo.

¿Tu fe ve solamente lo que tienes delante de las narices, o está también “segura de loque esperamos y confiada en lo que no vemos”? El aquí y el ahora, el presente y loaceptado, ¿han creado una celda para tu pensamiento, o intentas alcanzar aquello alo que no llegas? ¿Tiene goteras la visión que tuviste de joven, o sigues pagando suprecio y cerrando el abismo que la separa de la realidad? Escucha a Jesús de Nazaret;responde a su llamado.

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CAPÍTULO 22

Retazos de luz divina

He escuchado muchos motivos por los que las personas que han llegado alborde del suicido se echan para atrás, pero la más importante para mi familia estambién la más infrecuente: la fascinación de ver un trabajo bien hecho.

La joven tenía dieciocho años, tenía dos niños pequeños y estaba claro que eramuy despierta, talentosa y guapa. Pero también era huérfana, no tenía dinero,estaba completamente sola, lejos de su casa, y recientemente había enviudado; suesposo murió en un duelo que conmocionó al país y la llevó al exilio voluntario.Así que a Jane Lucretia D’Esterre se le pueden disculpar sus oscurospensamientos cuando contemplaba las aguas del río que discurre porEcclefechan, Escocia. El sufrimiento llegaba a todas las fibras de su ser; eldesespero nublaba su horizonte. La muerte la llamaba con una oferta de paz tanatractiva como las aguas mansas y profundas que tenía delante.

Corría el año 1815, el año en que Wellington derrotó a Napoleón enWaterloo. Los duelos seguían siendo legales en Inglaterra y en Irlanda, aunque lasociedad cada vez los repudiaba más. Pero la primera noticia que tuvo JaneLucretia de aquel duelo fue cuando unos amigos llegaron a su casa llevando a sumarido moribundo.

Desde cualquier punto de vista, John Frederick D’Esterre, candidato al puestode sheriff de la ciudad, era un miembro poco distinguido de la Corporación deDublín, pero un tirador excepcional con la pistola. Sin embargo, tuvo latemeridad de ofenderse por el ataque de Daniel O’Connell contra la corporacióny desafió a un duelo al gran libertador irlandés. O’Connell, cuya estatura casiduplicaba a la D’Esterre y era el adalid del pueblo, al principio se negó, pero alfinal le indujeron a aceptar, aunque tenía fama de mal tirador.

El fatídico encuentro tuvo lugar a 19 km de Dublín, a finales de una tarde denieve, en febrero, ante los carruajes reunidos de la Corporación de Dublín y unamultitud de campesinos.

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Al lanzar la moneda, D’Esterre ganó y fue el primero en disparar;extrañamente, falló, y su bala rebotó en tierra a los pies de O’Connell. Estedisparó entonces, apuntando bajo deliberadamente, pero alcanzó a D’Esterre enla entrepierna. El campeón de la corporación cayó al suelo, retorciéndose, y lollevaron a su casa. “La herida de Mr. D’Esterre se considera grave”, publicó elDublin Journal. “No se ha extraído la bala”. En realidad, D’Esterre murió al díasiguiente, tras haber perdonado a O’Connell, como se esperaba que hiciera uncaballero.

Sin embargo, O’Connell no pudo perdonarse. Dominado por losremordimientos durante el resto de su vida, se dice que desde entonces cada vezque tomaba la comunión lo hacía con la mano que había disparado el tiro letalenfundada en un guante negro. Cuando visitó a la joven viuda, O’Connell leofreció una parte de sus ingresos anuales. Ella la rechazó con una apacibledignidad, aunque durante treinta años, hasta su muerte, él pagó una pequeñacantidad anual a la hija del difunto.

Jane Lucretia D’Esterre, apellido de soltera Cramer, procedía de una familia demúsicos, seguramente judíos, que saliendo del sur de Alemania habían llegado aInglaterra y luego se trasladaron a Irlanda. Su padre era el director de la Orquestade Cámara de Jorge III, y de los festivales de Handel en la abadía deWestminster. Su hermanastro Johann fue un pianista tan admirado por Handelque, como dijo el gran compositor, “los demás no tenían ninguna oportunidad”.

Pero nada de aquello tuvo importancia cuando Jane D’Esterre contempló lasoscuras profundidades del río. Sin embargo, por el motivo que fuera, levantó lavista y vio a un joven campesino que estaba empezando a roturar un campo en laotra orilla del río. Tenía más o menos la edad de ella, pero parecía totalmenteconcentrado en su labor. Meticuloso, absorto, hábil, manifestaba un orgullo tanevidente en su trabajo que los surcos recién excavados parecían tan perfectoscomo las pinceladas de un artista en su lienzo.

A pesar de sí misma, Jane Lucretia se quedó fascinada. Lentamente se sintióatraída por el orgullo del campesino en su trabajo, hasta que la admiración seconvirtió en asombro y el asombro en reprensión. ¿Qué estaba haciendo allí,hundida en la compasión por ella misma? ¿Cómo podía estar tan absorta en símisma cuando había dos pequeños que dependían de ella? Arrepentida y

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estimulada, se levantó, regresó a Dublín y retomó su vida, salvada del suicidio yrevitalizada durante el resto de su vida por haber contemplado un trabajo bienhecho.

Ya he dicho antes que este es un motivo infrecuente. También dije que, detodos los motivos que conozco, es el más importante para mi familia. Laexplicación es sencilla: Jane D’Esterre fue mi tátara-tatarabuela. Pocas semanasdespués de su roce con la muerte, se convirtió. Pocos años después conoció a mitátara- tatarabuelo, con quien se casó, el capitán John Grattan Guinness, el hijomás joven del cervecero dublinés Arthur Guinness, y que había sido oficial a lasórdenes de otro irlandés, Arthur Wellesley, duque de Wellington.

De no haber sido por aquel duelo, nuestra rama de la familia no habría llegadoa existir. De no haber sido por el labrador, la tragedia del marido duelista habríaido seguida por la de su viuda. De una manera especial, el trabajo bien hecho ladisuadió de su intención.

Mi tátara-tatarabuela era especial por diversos motivos, entre ellos que oró aconciencia por sus descendientes de las próximas doce generaciones. Disfrutamosde una herencia de fe por la que, personalmente, estoy muy agradecido. Pero larareza de su motivo para apartarse del suicidio ilustra una dimensión vital delllamamiento. No se sabe nada del hijo del campesino escocés, excepto lo que sepercibía al verle trabajar y lo que se podía intuir al escucharle silbar himnosmientras araba. Pero conociendo la motivación común de aquel siglo, que enEscocia fue el más cristiano de su historia, no es excesivo decir que el incidentesubraya cómo el llamamiento transforma la vida de modo que hasta lo máscotidiano y humilde se ve revestido por el esplendor de lo ordinario.

El esplendor de lo ordinarioEn este punto la tentación consiste en permitir que la retórica suelte las riendas

de la realidad. Pero es simplemente ridículo pretender que todo nuestro trabajosea emocionante, satisfactorio y provechoso. Buena parte del trabajo es rutina, yesto es inevitable. Es algo que hay que hacer, y punto. Hay que fregar suelos,cambiar pañales, limpiar desagües, tirar la basura y castigar a los criminales.Como solía decir Abraham Lincoln, “en la política cada hombre debe despellejarsu propia mofeta”. A menudo, hablando del trabajo sucio, decimos “alguientiene que hacerlo”, y hacemos todo lo posible para asegurarnos de no ser

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nosotros. De aquí la carga que típicamente recae sobre la madre de la familia ylos pobres de la sociedad.

No solo esto, sino que buena parte de nuestro mundo moderno estáconstruido para ayudarnos a evitar ese trabajo duro. La comodidad se ha aliadocon la elección y el cambio para formar la sagrada trinidad del estilo de vidaconsumista. Teniendo esto “instantáneo” y aquello “fácil de usar”, todo metidoen un envoltorio libre de pecado, sufrimiento, suciedad e inconvenientes, todaslas personas que tienen cierta libertad económica pueden disfrutar de una formade vida que disimula el trabajo pesado. Así es como se desarrolla unacombinación peligrosa: las realidades desagradables se difuminan a la par queaumenta el desagrado hacia ellas. El resultado es nuestra escrupulosidadmoderna. Somos demasiado importantes para apreciar lo vulgar, y demasiadorefinados para hacer nosotros mismos las tareas pesadas.

Si damos una vuelta más al caleidoscopio de la vida moderna aparece otracaracterística. No solo despreciamos el trabajo servil, sino que se nos incita entodo momento a hacer cosas por motivos que son modernos, limitados einsatisfactorios. En lugar de hacer cosas por su importancia intrínseca (el valorque tienen en sí mismas), las hacemos por razones instrumentales (el valor quetienen para nuestra auto expresión, nuestra realización, nuestro beneficio ynuestra publicidad). Como me dijo un guía en Universal Studios, señalando losdecorados que representaban una ciudad: “En Orlando, todo lo que la cámarano ve es de pega”.

La verdad del llamamiento destaca frente a todas estas actitudes porque nosdesafía a ver y a tratar la vida de otra manera. No hay que confundir apreciar locotidiano con adorar las tareas más serviles. Pero el llamamiento nos ayuda enambos campos de manera significativa.

Primero, el llamamiento transforma las cosas recordándonos una vez más cuáles nuestro público. El trabajo arduo y monótono que hagamos para nosotrosmismos o para otros seres humanos siempre será trabajo arduo. Pero cuando lohacemos por Dios, se eleva y se transforma. Hudson Taylor, un gran pionero delos misioneros en China en el siglo XIX, solía enseñar esto: “Una cosa pequeñaes una cosa pequeña, pero la fidelidad en una cosa pequeña es una gran cosa”.De forma parecida, la Madre Teresa dijo: “Yo no hago grandes cosas. Hago cosaspequeñas con un gran amor”.

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Este tema también destaca en la forma de entender el llamamiento que se teníaen el siglo XVII. John Cotton subrayó que el llamamiento anima a una personaa hacer “las cosas menos preciosas, las más difíciles y peligrosas a las que puedellevarle y exponerle su llamamiento”. Alguien que tenga un patrón mentalconformado por el mundo “no sabe cómo someterse a esto”. Pero para elseguidor de Cristo “no hay ningún trabajo demasiado arduo o desagradable”,porque, “¿qué tarea puede ser demasiado inaceptable como para que yo la hagapara Dios?”.

La expresión más hermosa de esta verdad, de esa misma época, es un poema deGeorge Herbert, que a menudo se canta como himno:

Enséñame, mi Dios y Rey,a verte en todas las cosas,y a que todo lo que haga¡lo haga como para ti!Un hombre frente al espejopuede en él fijar su vista;o, si lo desea, pasar de largoy los cielos contemplar.Todo de ti toma algo;nada puede ser tan vilque, con el filtro “para Ti”,no se vuelva hermoso y limpio.Un siervo con esta actitudhace divino el trabajo arduo:quien barre una estanciacumpliendo tu mandatolo satisface y eleva su acto.Esta es la piedra famosaque todo en oro convierte;pues todo lo que Dios toca y poseeno puede considerarse menos.

¿Esto es mera piedad elegante? Todo el que dude de su pragmatismo deberíareflexionar en cómo se aplicó; por ejemplo, en la filosofía que más tarde aplicóShaker a la fabricación de muebles. “Haz que cada producto sea mejor que lo

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que hayas hecho antes. Haz las piezas que no se ven tan bien como las que seven. Usa solo los mejores materiales, incluso para los artículos más cotidianos.Presta la misma atención al detalle más nimio que la que dedicas al más obvio.Diseña cada artículo para que dure para siempre”. Se decía que cada silla Shakerera digna de que en ella se sentase un ángel.

En un nivel muy diferente y en un estadio universal, la misma consciencia delpúblico ha afectado al arte de gobernar. Por ejemplo, en 1885 el general GeorgeGordon salió de Europa para ir al Congo con la intención de ayudar al reyLeopoldo de Bélgica. Sus amigos estaban consternados. Uno de ellos escribió:“Ya has tenido bastante dosis de un clima que maltrata la salud, y el mundo noparece tener un horizonte claro que exija, si puedo aventurarme a decírselo a unviejo amigo, que uno de nuestros mejores hombres se entierre... en el ecuador”.

Sin embargo, Gordon estaba decidido. La adulación y el orgullo no figurabanen sus planes. Si aquella misión formaba parte de su llamamiento, su estatus y suresultado probable eran irrelevantes. Un tiempo antes había escrito a otro amigo:“La tarea de A, gobernar vastos países, o B, ocupar el puesto más ínfimo, son enrealidad una misma cosa, porque Cristo gobierna los acontecimientos tanto conrespecto al gobierno de A como los pequeños asuntos de B”. Así que partió. Loque supuso la diferencia no fue lo que estaba haciendo, sino por quién lo hacía.

Segundo, el llamamiento transforma las cosas centrando nuestra atención, bajoDios, en las cosas tal como son. Muchas religiones, como el budismo y elgnosticismo, niegan el mundo. Tal como lo entienden ellos, la materia suponedecadencia, el lugar significa limitación y el tiempo conlleva muerte. Por elcontrario, la fe cristiana tiene una visión bifocal: afirma el mundo y lo niega almismo tiempo. Visto desde cierto ángulo, el mundo está en ruinas, roto por losestragos del mal. Pero desde otro, el mundo fue creado bien y se consideróbueno. A pesar de la ruina, la realidad y la bondad de la Creación de Dios sonconstantes e inalienables.

Dorothy Sayers aplicó al trabajo esta visión de la creación. Tal como escribióen Creed or Chaos (“Credo o caos”), el paradigma cristiano se oponedirectamente a la tendencia moderna de identificar el trabajo con el empleolucrativo, y por lo tanto de trabajar para ganar dinero con el que hacer otra cosa.Según el punto de vista moderno, “los médicos se dedican a su profesiónprincipalmente no para aliviar el sufrimiento, sino para ganarse la vida. Los

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abogados aceptan casos, no porque les apasione la justicia, sino porque la ley esuna profesión que les permite vivir”. O, tal como John Ruskin había reconocidoen una época anterior, durante la Era Industrial: “No es que los hombres esténmal alimentados, sino que no les complace el trabajo con el que se ganan el pan,y por consiguiente buscan la riqueza como el único medio de obtener el placer”.

Sayers observa que el resultado son una herejía y una falacia modernas. “Lafalacia es que el trabajo no es la expresión de la energía creativa del hombre alservicio de la sociedad, sino solo algo que hace para obtener dinero y ocio”. Parala persona llamada, por el contrario, el trabajo debería acercarse todo lo posible ala realización de nuestras naturalezas y a la expresión de la creatividad que nos hadado Dios. “El trabajo será algo que el hombre pueda hacer de todo corazón, yque hará por amor al propio trabajo”.

C. S. Lewis aplica a la naturaleza la misma doctrina de la creación. Es másconocido por su áureo pasaje en “El peso de la gloria”, que amplía la visióncristiana de que “no hay personas ordinarias”.

Nunca has hablado con un simple mortal. Las naciones, las culturas, las artes, la civilización, estascosas son mortales, y su vida es para nosotros como la vida de un mosquito. Pero con quienesbromeamos, trabajamos, nos casamos, a los que desairamos y explotamos, son inmortales;horrores inmortales o esplendores perennes.

Pero Lewis también añade el argumento complementario: no hay cosasordinarias. En Cartas a Malcolm, habla de su experiencia de la creación en todasu ordinariez, cotidianeidad y familiaridad.

Una fila de calabazas, un gato de granja, un rostro arrugado y maternal, untejado, una sola frase de un libro, todas estas cosas pueden ser una revelacióndiminuta de Dios como Creador. De igual manera que los haces de luz solaratraviesan el dosel de un bosque tenebroso, las partes de la Creación, vistas por loque son, funcionan como “retazos de luz divina” en este mundo.

Lewis escribió: “He intentado convertir todo placer en un acto de adoración”.“Gloria a Dios por las cosas comunes”, escribió Gerard Manley Hopkins, y enun sermón se expresó de forma parecida: “Levantar las manos al orar glorifica aDios, pero un hombre que empuña una hoz para recoger estiércol, o una mujercon un cubo de fregar, también le glorifican. Es tan grande que todas las cosas leglorifican si quien las hace pretende que así sea”.

El abismo entre esta visión cristiana y la moderna es tan amplio que tenemos

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que apreciar su vastedad antes de intentar salvarlo. El paradigma cristianosiempre se vincula con el arraigo y el valor intrínseco de las cosas tal como son;por el contrario, el punto de vista moderno no suele contentarse con frecuencia.Edmund Burke advirtió: “Ningún hombre comete un error mayor que aquel queno hace nada porque sabe que no lo hará todo”. George Macdonald tambiéninvitaba a la precaución en Phantastes: “Descubrí que quien intentase ser unhéroe apenas será un hombre; que el que no quiera otra cosa que hacer sutrabajo, estará seguro de su humanidad”. O, tal como escribió en “Las sombras”,la señal distintiva de una verdadera visión de las cosas es que “en lugar de hacerque las cosas comunes lo parezcan, como habría hecho una falsa visión, hizo quelas cosas comunes revelaran la maravilla que llevaban dentro”.

¿Suena esto demasiado a una celebración de la falta de profesionalidad? Lo es.Para nuestra vergüenza, los modernos hemos tomado el término amateur, comoopuesto a la profesionalidad y a la experiencia, y lo hemos convertido en unaserie de motivaciones tibias que producen resultados mediocres. Pero amateur,como no se cansaba de decir G. K. Chesterton, significa “amante”. “Un hombredebe amar mucho una cosa cuando no solo la hace sin tener ninguna esperanzade obtener fama o dinero, sino también sin ninguna esperanza de hacerla bien”.Esto es, claro está, el origen de la famosa alteración que hizo Chesterton delproverbio tradicional: “Si merece la pena hacer una cosa, merece la pena hacerlamal”.

Tercero, el llamamiento transforma las cosas al recordarnos que las tareasmonótonas y duras forman parte del precio del discipulado. Nadie ha escritosobre esto más persistente y crudamente que Oswald Chambers. Una y otra vezmachaca la idea de que “los trabajos arduos y repetitivos son la piedra de toquedel carácter”. Buscamos cosas grandes que poder hacer, mientras que Jesús tomóuna toalla y lavó los pies de los discípulos. Afirmamos que donde hay que estares en la cima de la visión, pero él nos manda de vuelta al valle. Nos gusta hablary actuar según nuestros infrecuentes momentos de inspiración; él nos exigeobediencia en la rutina, lo invisible y lo que nadie agradece. La idea que tenemospara nosotros es el gran momento y el público asombrado; la suya son las cosasordinarias, cuando se han apagado todos los focos.

Después de todo, proseguía diciendo Chambers,Caminar sobre el agua es fácil para un espíritu valiente e impulsivo, pero caminar por la tierra

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firme como discípulo de Jesucristo es distinto. Pedro caminó sobre el agua para acercarse a Jesús,pero por tierra lo siguió de lejos. No necesitamos la gracia de Dios para superar una crisis, paraeso bastan la naturaleza humana y el orgullo; podemos enfrentarnos estupendamente a la presión;la gracia sobrenatural de Dios es necesaria para vivir veinticuatro horas cada día como un santo,pasar por la rutina difícil como un discípulo, vivir una existencia ordinaria, anónima, ignoradacomo discípulo de Jesús. Está en nuestra naturaleza el tener que hacer cosas excepcionales paraDios, pero no podemos. Tenemos que ser excepcionales al hacer las cosas ordinarias, ser santos enlas malas calles, entre personas malas, y esto no se aprende en cinco minutos.

En el siglo II, el apologista cristiano Justino Mártir se crio al otro lado de lacolina de Galilea. Lo interesante es que comenta que en su época seguíanusándose ampliamente los arados que fabricaban José y Jesús. Qué intriganteresulta pensar en el arado de Jesús y no en su cruz; preguntarse qué era lo quehacía que sus arados y sus yugos durasen tanto y destacaran.

No hace mucho un profesor de filosofía se hizo tan famoso por susconferencias que en sus clases las aulas estaban repletas; la gente se ponía de pietras los últimos asientos. Los alumnos corrían a escuchar su sabiduría, pero losdeberes que ponía en clase siempre provocaban consternación.

“Pero, señor”, solía exclamar un coro de voces después de que hubieraexplicado a fondo un tema, “¿qué longitud debe tener el trabajo? ¿Cuántaspáginas quiere?”.

Daba la impresión de que cada vez que el profesor escuchaba esta pregunta seencogía, pero luego les llegaba el turno de hacerlo a los alumnos. “Mirad”, solíacontestar, “no os preocupéis por la extensión. Por el momento, olvidaos devuestras carreras futuras. Recordad que la nota es algo secundario. Simplemente,entregadme un trabajo que podáis respetar’.

Para quienes responden al llamamiento, bajo Dios todo tiene importancia,aunque no nos toca a nosotros otorgar la honra final. Si algún día esta llega a sernuestra, procederá del “bien hecho” del Llamante. Pero antes de que llegue ese“bien hecho”, nuestra misión hoy es hacer el bien: amando a las personas, lascosas y el trabajo, por amor a ellos, y por amor a él.

Como escribió Rudyard Kipling en “El enviado”, hablando del cielo delartista:

Y solamente el Maestro nos alabará,y solo el maestro culpará;y nadie trabajará por dinero,

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y nadie por la fama trabajará:sino todos por el gozo de trabajar,y cada uno en su astro separado,dibujará el Objeto como lo vea¡para el Dios de las cosas como son!

¿Estás ciego al esplendor de lo ordinario? ¿Dependes de la adrenalina de loimpresionante y lo inspirador? ¿O anhelas una “piedra filosofal” que convierta lavida en oro? Escucha a Jesús de Nazaret; responde a su llamado.

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CAPÍTULO 23

Piensa con gratitud

En la vida real Salvador Dalí, el pintor surrealista español, era un artista tanextravagante como lo era en su arte. Empresario de su propia imagen pública,creó pinturas y orquestó un estilo de vida que se burlaba de las convenciones, leencantaba sorprender en sus apariciones públicas. Esta tendencia al desafíohundía sus raíces más profundas en su propia biografía.

La relación de Dalí con su padre fue turbulenta. Una vez, después de unaescena tormentosa entre ambos, el joven Dalí salió apresuradamente de la casapaterna. Cuando llegó a su propio domicilio, se masturbó, metió su semen en unsobre, escribió en él la dirección de su padre y, como si estuviera pagando unafactura de gas o de electricidad, añadió en el sobre: “Pagado del todo”.

Podrías preguntarte: ¿Qué es peor, la ingratitud despiadada del hijo hacia elpadre, o la enormidad del reduccionismo que considera que el fruto de unaeyaculación furiosa es un pago por la propia vida? Muchas personas han usadoesta anécdota para reflexionar sobre preguntas profundas: ¿qué significa pagaruna deuda en esta vida? ¿Satisfacer las deudas más profundas con todos?¿Cumplir con nuestro deber por el mero hecho de ser humanos? ¿Cómopagamos a nuestros padres? Según nuestro punto de vista, ¿”nos tocaron ensuerte”, o algo más? ¿Cómo devolvemos el favor a aquel profesor que marcó lagran diferencia en nuestra vida escolar? ¿O al joven director o entrenador que, aldetectar una faceta especial de nosotros, la hizo aflorar de tal manera que fuecrucial para que nos convirtiésemos en quienes somos ahora?

O, en otro nivel, ¿cómo recompensar esa manera intensa en que nosemocionan películas como Lawrence de Arabia, de David Lean, dramas comoEdipo rey, de Esquilo, o El rey Lear, de Shakespeare? ¿O lo que sentimos alescuchar una cantata de Bach o un réquiem de Mozart? Y, lo más profundo detodo, ¿qué debemos por la belleza de una puesta de sol o una margarita? ¿Y aquién mostramos gratitud por el mero hecho de estar vivos?

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La respuesta es más fácil para aquellos que tienen en su vida un sentido de lo“milagroso”. Fiodor Dostoievski fue indultado caprichosamente unos segundosantes de ser ejecutado por un pelotón de fusilamiento en 1849; consideró el restode su vida con la intensidad dulcemente aureolada de un hombre que ha vueltode entre los muertos. Alexander Solzhenitsyn fue curado milagrosamente de uncáncer en 1954, en Tashkent, a pocas semanas de la muerte, después de que elhospital le enviara a su casa a morir; su gratitud le indujo un nuevo sentido de lamisión. “Pero no morí. Tratándose de un tumor del que nadie había sabido naday era maligno, aquello fue un milagro divino; no se me ocurre otra explicación.Desde entonces, toda la vida que se me ha devuelto no ha sido mía en un sentidopleno: está construida en torno a un propósito”.

Pero para la mayoría de nosotros, las deudas fundamentales de la vida no sontan evidentes o dramáticas. A menos que se nos obligue a pensar en ellas, lasdamos por hecho. Podemos tomar un CD y, con unos pocos clicks, acceder a undiccionario entero, algo que Samuel Johnson tardó años en recopilar. Unosclicks más y el ordenador nos proporciona una información que hubiera sido laenvidia de Aristóteles o de Agustín, y que un monasterio repleto de monjestrabajando sin cesar hubiera tardado varias vidas en copiar.

En un discurso pronunciado en 1932, ante la Liga Alemana de los DerechosHumanos, Albert Einstein expuso “Mi credo”. Dijo: “A menudo me preocupo alpensar que mi vida se basa en tan gran medida en el trabajo de mis congénereshumanos, y soy consciente de la gran deuda que tengo con ellos”. Pero lamayoría de nosotros olvida esta deuda, e incluso otras más importantes, porquesomos modernos. Solo tenemos la garantía de acceder a los derechos quenosotros mismos nos hemos ganado. La “casualidad” no solo afecta a las familias,sino también a los siglos y a las generaciones. Podemos darlo todo por hecho. Lomás ridículo es que incluso puede hacernos sentir superiores, como si habernacido en el lado correcto de Beethoven, Orville Wright, Thomas Edison o BillGates fuese un éxito moral.

Hay algo peor: si es que se nos ocurre pensar en ello, los modernos nosacercamos peligrosamente al reduccionismo de Salvador Dalí cuando damos porhecho que pagar el precio de mercado de un objeto significa pagar por entero loque debemos. Invirtiendo unos minutos y unos dólares, las mejores grabacionesde la Novena Sinfonía de Beethoven pueden ser nuestras para disfrutarlas

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cuando queramos. Pero, ¿podremos saldar la deuda que supone cómo nos afectael fuego de su “Himno a la alegría”?

Cuando nos planteamos estas preguntas surge todo tipo de peculiaridades. Porejemplo: ¿no es hipocresía que condenemos a personas por hacer el mal contra lasociedad, diciendo que “deben” algo y deben “pagar la deuda”, pero sinembargo, cuando la sociedad ha derramado sobre nosotros tanto bien, loaceptamos como si fuera nuestro derecho y vivimos como si no debiésemos nadaa nadie?

Pero, al final, todos volvemos a la misma pregunta básica. ¿Qué significa pagaruna deuda en la vida? La de nuestra herencia, nuestra escolarización, nuestroidioma, nuestra libertad, nuestro cuerpo, nuestro aspecto, nuestra salud, nuestravida. En este punto se abre un profundo abismo. Por su propia naturaleza, elmundo moderno dice: No debes nada. Por su propia naturaleza, el evangeliocristiano responde: lo debes todo.

Así aparece una nueva dimensión del llamamiento: el llamamiento es unrecordatorio para los seguidores de Cristo de que en la vida no hay que dar nada porhecho; en la vida todo debe recibirse con gratitud.

El bípedo ingratoEn sus Memorias del subsuelo, escrita en 1864, Dostoievski escribió acerca de la

humanidad: “Si el hombre no es estúpido, ¡es monstruosamente ingrato!Fenomenalmente ingrato. De hecho, creo que la mejor definición de un hombrees decir que es un bípedo ingrato”. Albert Camus escribió algo parecido: “Laprimera facultad del hombre es el olvido”. Más recientemente, el novelista MilanKundera atacó la censura marxista de la historia como “un olvido organizado”.En última instancia, la ingratitud y el olvido son morales antes que mentales; sonla expresión directa del pecado. Ninguna cultura ha alimentado tanregularmente estas tendencias como la nuestra. Nos enorgullecemos de serautónomos, auto creados y auto sostenidos. El mundo moderno sin Diosproduce personas modernas sin sentido de la gratitud.

No hace falta decir que el impulso del pecado hacia el olvido también actuabaen el mundo antiguo. Pero el mundo tradicional nunca logró destruir dos cosasque son vitales para la gratitud. Una era nuestro sentido de dependencia total en

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esta vida. Debido a una esperanza de vida breve, las enfermedades rampantes y laamenaza constante de catástrofes como tormentas, hambrunas, sequías,inundaciones y terremotos, nadie perdía nunca de vista la fragilidad y laprecariedad de la vida.

El otro elemento vital para la gratitud era el sentido de deuda moral. Sin duda,la conciencia de los puritanos en las colonias norteamericanas estaba másestimulada (y con mayor profundidad) que la de un cortesano francés durante elreinado de Luis XIV o la de un infante mongol en el ejército de Gengis Kan.Pero todos vivieron en un mundo de convicciones y convenciones morales.Había castigos claros para quien transgredía los límites e incumplía los tabúes,tanto si los atrapaban robando un trozo de pan como si se negaban a besar lospies del emperador.

El mundo moderno ha invertido decisivamente lo que quedaba de ambascosas. Por un lado, ha transformado un sentido de dependencia en otro deautonomía. “El hombre no vivirá solo de pan”, dijo Jesús. “Pero eso fue ayer”,responde el mundo moderno. “Hoy el hombre puede vivir extremadamente biensolo de pan, o al menos solo de razón, de tecnología, de sexo o de compras”.Antes los filósofos ateos gritaban desafiantes: “¡No hay Dios!”. Ahora, el ateopragmático, que es el directivo, el comercializador, el experto o el consultormodernos, dice, dominado por una calma autoridad profesional: “No haynecesidad de Dios y, francamente, este no es el momento ni el lugar para tratarsemejantes cuestiones”.

Por otro lado, el mundo moderno ha transformado el sentido de deuda en elsentido del derecho. Gradualmente, el mal se ha rebajado de ser “pecado”,definido delante de Dios, a ser un “crimen”, definido ante la ley, o un“trastorno”, que en otro tiempo la psiquiatría definió cuidadosamente pero queahora está sujeto a las brisas cambiantes de la moda popular-cultural. En otromomento a Freud le preocupaba que “la pretensión de excepcionalidad” de unpaciente generase una “indemnización” de victimismo de que la podían vivirquienes padecían heridas emocionales. Lo que él temía se ha convertido en unaindustria de derechos y en una forma de vida. La nuestra es “la era de oro de laexculpación”.

Así, en el meollo del mundo moderno hallamos la casi total ausencia dedependencia y de endeudamiento, así como el refuerzo correspondiente del

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olvido y la ingratitud. Abraham Lincoln advirtió a sus compatriotas contra estatendencia en un estadio temprano de la historia contemporánea. En 1863declaró: “Hemos crecido en número, riqueza y poder como no lo ha hechoninguna otra nación. Pero hemos olvidado a Dios”. Hoy este es un problemauniversal. “Si nos pidieran que identificásemos la característica principal del sigloXX”, declaró Solzhenitsyn, “es que los hombres han olvidado a Dios”. O comodijo osadamente Bart Simpson, el niño de dibujos animados favorito de EstadosUnidos, cuando le pidieron que diera gracias por los alimentos a la hora decenar: “Querido Dios: hemos pagado por todo esto, así que gracias por nada”.

¿Qué tienes que no hayas recibido?¿Qué tiene que ver la gratitud con el llamamiento? Sin duda es más fácil y

correcto entender la gratitud como respuesta a la cruz de Cristo. Hacia 1546,Miguel Ángel hizo un dibujo a lápiz de la Pieta para Vittoria Colonna, supiadosa y aristocrática amiga. En la estatua María, que sostiene el cuerpo yertode Jesús mientras los ángeles la sustentan a sus pies, la virgen no sujeta a su hijocomo en sus otras versiones de la Pieta, sino que levanta los ojos y las manos alcielo presa de un asombro maravillado. En el madero vertical de la cruz MiguelÁngel grabó una frase del Paraíso de Dante, que es el centro de la meditacióncontenida en el dibujo: “Nadie piensa en cuánta sangre cuesta”.

Es evidente que cualquiera que piensa en cuánta sangre costó, de quién era ypor qué se vertió, no puede por menos que detenerse y adorar. Es lo que hizo lamujer adúltera, perdonada, quien cubre de besos los pies de Jesús, bañándoloscon sus lágrimas y su perfume; su ofrenda extravagante es la respuesta al perdónincluso más extravagante del Señor. Como dijo elocuentemente Simone Weil,“nuestro país es la cruz”.

Pero aunque el llamamiento es secundario frente a la cruz, contribuye a la fe ensu propio sentido de maravilla y de gratitud, debido a su insistencia en lainiciativa soberana de Dios y a su gracia en el llamado.

“¿Qué tienes que no hayas recibido?”. Muchos de los cristianos más destacadosde todos los siglos, incluyendo a Agustín de Hipona y a Francisco de Asís, se hanvisto claramente influidos por la meditación en la pregunta que hizo Pablo a laiglesia de Corinto. Esta pregunta solo admite una respuesta: nada, porque todolo que viene de Dios y todo lo bueno en nuestras vidas, sin una sola excepción,

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viene por gracia. Esto incluye también el llamamiento. Esto no es nada fatalistani arbitrario. El motivo, la iniciativa y el acto del llamado vienen totalmente deDios y son por gracia. Cristo no nos elige porque seamos dignos de ello, sinosimplemente porque, en su gracia, nos ama y nos elige; de hecho, nos llama apesar de todo lo que tuvo que hacer para sellar con sangre esa elección.

Si careciera del debido sentido de gratitud, el “pueblo elegido” seríainsoportable. Tal como recordó Moisés al pueblo judío, “no por ser vosotros másque todos los pueblos os ha amado Jehová y os ha escogido, pues vosotros erais elmás insignificante de todos los pueblos; sino por cuanto Jehová os amó”. Deigual modo, al rey David le sobrecogió el mismo asombro maravillado ante sullamamiento como individuo: “Jehová Dios, ¿quién soy yo, y cuál es mi casa,para que me hayas traído hasta este lugar? (...) Jehová, no hay semejante a ti, nihay Dios sino tú”.

La gracia que se desprende de la cruz también constituye el llamamiento. Vistodesde cierto ángulo, el llamado inicia en nuestras vidas lo que la cruz completa.Visto desde otro, lo que la cruz concluye sin género de duda como su veredictofinal es lo que el llamamiento declara como primera afirmación. Aquí vemos unarelación cuyo secreto no está en nosotros; el orgullo es absurdo porque nuestrollamamiento se debe por completo a Dios y a su gracia. El famoso poema brevede Hilaire Belloc sobre los judíos es aplicable a todos los que han sido llamados:

Qué extrañofue que Dioseligieraa los judíos.

El vínculo entre el llamado y la gratitud, el hecho de ser elegido y el asombro,afecta a nuestras vidas en el terreno práctico, en dos sentidos principales.Primero, nos recuerda que, habiendo recibido tanta gracia, deberíamos hacerlaextensible a otros. De hecho, en la parábola del deudor inmisericorde Jesús nosadvierte que no extender la gracia a otros después de que Dios nos la haya dadoen abundancia es, literalmente, jugar a dos bandas con Dios, algo que él no estádispuesto a permitir.

Antes vimos cómo el llamamiento se puede deformar, por un procesodemoníaco, convirtiéndose en orgullo. Hay otra distorsión incluso más

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espantosa que puede darse cuando hablamos de la gracia del llamamiento. Laspersonas que empiezan estando maravilladas porque Dios las haya llamadopueden, por medio del orgullo y lentamente, comenzar a especular por qué Dioslas ha llamado a ellas y no a otras, y al final convertir el llamado en algoespantoso, no maravilloso, y a Dios en un monstruo.

Una semana después de que naciera Andrew Carnegie un día tormentoso denoviembre de 1835 en Dunfermline, Escocia, su padre, William, fue como erahabitual a la iglesia presbiteriana local. El ministro había elegido como tema parasu sermón el tema de la condenación de los niños, y abordó la cuestión conelocuencia y con las vívidas imágenes de la tortura de los niños, típicas dealgunos calvinistas extremos.

William Carnegie, que escuchó aquel sermón con los oídos de un padre muyorgulloso de haber tenido un hijo hacía poco, sintió que en su interior crecía unaira que jamás antes había experimentado: contra el predicador, contra unacongregación que aceptase semejante enseñanza, y contra Dios tal como elpredicador lo había retratado. Levantándose de su asiento, para asombro de lacongregación, y con una voz dominada por la emoción, William Carnegiedeclaró: “Si esa es su religión y ese es su Dios, buscaré una religión mejor y unDios más noble”.

Tras decir aquellas palabras, el padre de Andrew Carnegie abandonó la iglesiapara no volver, decidido a criar a su hijo como un escéptico. Andrew Carnegiedijo más tarde que “el Dios más noble” al que su padre se refería era “un Diosperdonador”, al que no encontraron jamás ni el padre ni el hijo.

¿Tenemos que oponer la gracia y el juicio, el cielo y el infierno como si fueranalternativas? Por supuesto que no. Jesús creía claramente en ambos y losenseñaba. Pero, por extraño que parezca, sus numerosas advertencias sobre elinfierno no van destinadas a aquellos a quienes la mayoría de personas de sutiempo adjudicaban ese destino. Para los llamados publicanos y pecadores tuvoun mensaje de gracia. Normalmente dirigió sus advertencias sobre el infierno aaquellos que se enorgullecían del lugar que tenían reservado en el cielo. Llenos desí mismos y de su creencia en “ser elegidos” y “puros”, los fariseos habíanolvidado la gracia y no recordaban qué era la gratitud.

El equivalente moderno más frecuente al fariseísmo es el moralismo, la

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maldición del testimonio cristiano en el foro público. El moralismo actúa de unaforma característica. Primero, elimina la gracia de la ecuación. Luego reduce eltema a su dimensión moral. Luego racionaliza su propio sentido de superioridadusando el juicio moral como un arma para atacar a otros. Al final refuerza tantoel pecado como la hostilidad contra Dios, a quien, ¡ay!, se culpa del moralismodispensado en su nombre.

Como deberían saber bien los lectores del Nuevo Testamento, los intentos deestablecer un estándar moral por prescripción exclusiva son inútiles; inclusocuando esa prescripción o ley procede del propio Dios. Dicho con otras palabras,el pecado es malo y antinatural, como dicen los moralistas. Pero lo que olvidan esque no pecar también es tan antinatural que Dios nos trata con gracia, no comomerecen nuestros pecados. De modo que los seguidores de Cristo deben seguirsus pasos al defender la gracia así como la verdad. G. K. Chesterton escribióacerca del pequeño trovador de Asís lo que debería ser cierto de todos losseguidores de Cristo: “Francisco caminaba por el mundo como el perdón deDios”. Después de todo, como escribió Oswald Chambers, “nunca me heencontrado a una persona de la que pudiera desesperar tras discernir lo que hayen mí aparte de la gracia de Dios”.

Segundo, el vínculo entre el llamamiento y la gracia nos recuerda que lagratitud debe ser nuestra primera respuesta constante a Dios. El gran compositorcheco Anton Dvorak empezaba a escribir sus composiciones con las palabras“con Dios”, y las remataba con “gracias sean dadas a Dios”. De igual modo,Johann Sebastian Bach escribía en el margen de las partituras “SDG” (Soli DeoGloria) y “gloria al Cordero”.

Agustín describió a los cristianos como “un aleluya de la cabeza a los pies”.George Herbert, un poeta anglicano del siglo XVII, escribió una oración en unode sus poemas: “¡Me has dado tantas cosas! Dame una cosa más: un corazónagradecido”. G. K. Chesterton dijo que “la idea principal de mi vida” era lapráctica de “aceptar las cosas con gratitud y no darlas por hecho”. Estabaapasionadamente de acuerdo con el artista Dante Gabriel Rossetti, quien dijo:“El peor momento para un artista es cuando está sinceramente agradecido perono tiene a nadie a quien dar las gracias”. Y Chesterton comentó, típicamente: “Simis hijos se despiertan el día de Navidad y tienen a alguien a quien dar lasgracias poniendo caramelos en los calcetines, ¿es que yo no tengo a alguien a

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quien dárselas por darme dos pies?”. W. H. Auden escribió, sencillamente: “Quetus últimos pensamientos sean de gratitud”.

Dostoievski era tan consciente de la profunda importancia que tiene la gratituden su propia vida que le preocupaba el destino de la humanidad si Dios noestuviera allí para darle gracias: “¿A quién amará entonces el ser humano?”,pregunta en Los hermanos Karamazov. “¿A quién expresará su gratitud? ¿Paraquién entonará su himno?”. Él creía que solo un idiota podía amar a lahumanidad, y estar agradecido a ella, antes que a Dios.

Pero sean cuales sean los caminos erróneos que siga la cultura secular, losseguidores de Cristo deben saber cuál es su postura en este sentido: asombrados yhumildes por el hecho de ser elegidos y llamados. Parafraseando a G. K.Chesterton, podemos afirmar el lema de todo seguidor de Cristo que no puedepor menos que maravillarse ante el misterio y la gracia del llamado de Dios:“Nada dado por hecho; todo recibido con gratitud; todo compartido congracia”.

¿Llevas tu condición de elegido como una medalla de honor? ¿La entiendes como unhalago a una vida que en general es honrada? ¿O quizá la insondable maravilla delllamado te domina como una gran inquietud que nunca puedes satisfacer y de la queno te puedes librar? ¿Alguna vez te ha puesto fuera de sí el amor por Cristo, quien tellamó? ¿Podría Jesús decir de ti lo que dijo de aquella mujer que bañó sus pies conlágrimas? Escucha a Jesús de Nazaret; responde a su llamado.

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CAPÍTULO 24

La locura del creyente

Según dicen unos, su verdadero nombre era Juan, no Francisco. Tenía 22 añosy era el hijo mayor de Pietro de Bernardone, el mercader de telas más rico deAsís, y se le puso el nombre Francesco como apodo. Francesco significa “elfrancesito”, y era famoso por la pasión que sentía por Francia, sobre todo por elideal y la tradición del amor cortés. A lo largo de su vida, como se diría másadelante, siempre que Francisco hablaba francés, quienes le conocían sabían queestaba feliz.

Pero aquel día en concreto, en la primavera del año 1207, Francesco deBernardone no era el alegre trovador que había sido. Cabalgando en soledad porel hermoso paisaje de Umbría, estaba sumido en unas reflexiones que le atraían ala par que le desafiaban. Un rato antes había estado clamando a Dios, como solíahacer, y había escuchado esta respuesta: “Francisco, si quieres conocer mivoluntad tienes la obligación de despreciar y de aborrecer todo lo que has amadoy deseado en la carne. Y cuando hayas empezado a hacerlo, todo aquello queahora te parece dulce y encantador se volverá intolerable y amargo, pero todoaquello que antes solías aborrecer se convertirá en algo dulce y en fuente de ungozo sobreabundante”.

Perdido en sus reflexiones sobre estas palabras, Francisco se vio transportadorepentinamente a la realidad. Su caballo se había detenido y el súbitomovimiento lo sacó de su meditación. Al levantar la vista, vio que en el camino,a pocos pasos de su montura, había un leproso que manifestaba un estadioavanzado de la enfermedad.

Su primer impulso fue hacer dar la vuelta al caballo y alejarse. Si había algoque “solía aborrecer” era la lepra. Basándose en un pasaje de Isaías 53, en el sigloXIII a los leprosos, más que a cualquier otro enfermo, se los consideraba unaimagen del Mesías sufriente. Había una orden de caballería especial para cuidarde ellos, los caballeros de Lázaro, y lo impresionante es que existían 19.000 casas

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especiales para atenderlos, las casas de san Jorge. Pero a pesar de todo ello, para lamayoría la lepra seguía siendo repulsiva, y Francisco no era una excepción. Lamera visión de la lepra le espantaba. Solo daba limosnas a los leprosos si alguienle hacía de intermediario. Odiaba el hedor nauseabundo de la enfermedad, ycuando el viento lo llevaba a la ciudad desde el lazareto, se tapaba la nariz con lamano.

Pero esta vez, meditando en el gran cambio de las palabras de Cristo, supo loque tenía que hacer. Bajando de su caballo de un salto, se acercó al leproso, lepuso una limosna en la mano extendida y besó aquellos dedos que hedían por latemible enfermedad. Entonces, volviendo a subir a su cabalgadura, volvió a sucasa embargado por la emoción. Dios había cumplido su palabra; su corazóndesbordaba de gozo.

Al día siguiente volvió y se fue al lazareto. Tapándose la nariz unos instantespara no respirar la hediondez, se recompuso y paseó entre aquella multitud tristey cadavérica, repartiendo limosnas y besando cada una de aquellas manosafectadas por la enfermedad, como había hecho el día antes.

Tal como escribe un biógrafo, Francisco de Asís “había obtenido la mayorvictoria dada a un ser humano: la victoria sobre sí mismo”. Más concretamente,es probable que el propio Francisco hubiera dicho que el Señor había obtenido lamayor victoria sobre él. Ya no era un simple trovador que cantaba a su amor, niun caballero de la fe que avanzaba en su misión. Al aprender a despreciar lo quehabía amado y a amar lo que había despreciado, Francisco de Asís había dado ungiro de 180 grados, convirtiéndose en el bufón de Dios, en su saltimbanqui, ensu payaso.

Como dijo G. K. Chesterton en su brillante biografía, esta consciencia de queera el bufón de Cristo es la clave para comprender a Francisco de Asís. Y es que,después de sus campañas militares frustradas, sus lamentables peleas con su padrey la vergüenza de la reprensión pública por parte del obispo, sabía que habíahecho el ridículo. Pero cuando meditaba amargamente sobre la palabra tonto, elpropio vocablo se transformó. Así fue como “cuando Francisco salió de la cuevade su visión, llevaba la palabra ‘tonto’ como una pluma en su gorro; como unpenacho o incluso una corona. Seguiría siendo un tonto; incluso llegaría a serlocada vez más; sería el bufón de la corte del Rey del paraíso”.

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De esta manera, escribió más tarde Francisco, “el Señor me concedió iniciar miconversión”. Su llamamiento consistió en ser el reconstructor de la iglesiaarruinada (y de iglesias); su plan, cumplir literalmente las palabras del evangelioy renunciar a todo para tomar su cruz y seguir a Jesús; su estilo, ser siempre elbufón humilde de Dios (le jongleur de Dieu).

Cuando la idea que tenía Francisco de la orden de “los pequeños hermanos”recibió la oposición del Colegio de Cardenales, uno de los cardenales que lohabía apoyado dijo, sencillamente: “Estos hombres solo quieren que lespermitamos vivir conforme al evangelio. Si ahora declaramos que eso esimposible, entonces declaramos que el evangelio no se puede obedecer,insultando así a Cristo, quien es el origen del evangelio”. Así empezó uno de losintentos más sencillos, radicales y poderosos de la historia de poner en práctica elevangelio de Jesús. Y fue acompañado por el tema de la locura santa, que es unode los identificadores más antiguos y distintivos de los seguidores de Cristo.

Esta consciencia de Francisco, y los actos que le indujo a hacer, refuerzan unadimensión más del llamado sin la cual no estaría completa una exposición deltema: el llamamiento supone el coste del discipulado. El reto más profundo es el derenunciar a uno mismo e identificarse con Jesús en su sufrimiento y su rechazo.

Vestidos con la túnica del Rey escarnecidoHoy día muchos cristianos se oponen en tal medida a los extremos del

relativismo que lo rechazan por completo, insistiendo en que todo es absoluto.Pero en un mundo caído, el relativismo es una realidad, y la raíz más profundadel mismo no se encuentra en el ámbito social o filosófico, sino en el teológico.El pecado es “la pretensión del derecho a mí mismo”, y, por consiguiente, “lapretensión a mi derecho de ver las cosas como quiera”; y, por lo tanto, es la raízde un profundo e ineludible relativismo.

Lo que significa esto es que la “locura” y el “heroísmo” son siempre relativos. Aalguien se le considera tonto o se le trata como a tal desde el punto de vista deuno u otro grupo. Pero las personas que tienen la cabeza en su sitio nuncadeberían aceptar tales descripciones a primera vista. Siempre deberían preguntar“¿Quién lo dice?”. El “verdadero necio” es aquella persona de quien Dios diceque lo es; alguien que, al carecer de temor del Señor, no tiene sabiduría y esrealmente un necio. Pero el que acepta ser considerado loco por amor a Dios es

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distinto. Son necios a los ojos del mundo, no de Dios.

Esta relatividad del pecado es el trampolín en el que se impulsa la resilienciacaracterística de la “locura santa”. Los “locos de Cristo” no son locos de verdad,ni literal ni objetivamente, sino aquellos que están dispuestos a que otros lostraten como locos por amor de Cristo. Dado que el mundo, en su pretendidasabiduría, se cree sabio, considera que la verdadera sabiduría de Dios es locura.Por consiguiente, las personas fieles a Dios deben romper con el mundo ysoportar la necedad de este. Son personas que actúan por amor a Cristo y llevanla vergüenza a la que las somete el mundo como una insignia de lealtad y dehonor.

La expresión locos de Cristo procede de la carta de Pablo a los corintios, dondeel apóstol escribe a hermanos en la fe y recurre a una profunda ironía. Pero laidea es mucho más antigua. El rey David danzó con tanta alegría delante delSeñor que su propia esposa lo calificó de idiota. Y a muchos de los profetas se lespidió que actuasen de maneras que, desde uno u otro punto de vista, parecíanuna locura. Isaías tuvo que andar desnudo y descalzo durante tres años; aJeremías le pusieron un yugo de madera al cuello y fue el hazmerreír de toda unageneración; Ezequiel tuvo que comer excrementos en público, y Oseas tuvo quecasarse con una prostituta.

La palabra que usa Pablo para “loco” es aquella de la que se deriva nuestrotérmino “idiota”, en el sentido de “débil mental”. Sófocles la usó para describir lalocura de Antígona, y es un término fuerte e insultante. Está claro que el propioapóstol estaba acostumbrado a que le acusaran de estar loco, tanto losintelectuales atenienses como el gobernador romano Festo en presencia del reyAgripa fue como le calificaron.

Pero todos estos ejemplos palidecen frente al “loco” supremo de la Escritura, elpropio Jesús. Rechazado por su propia familia por considerarlo loco, Jesús acabacompareciendo delante de la guardia pretoriana romana, que lo convierte enobjeto de sus burlas. Aquel que estaba a punto de llevar el pecado del mundo,primero debía cargar con su baldón. Vestido con una túnica púrpura conintención de ridiculizarle, una corona de espinos y una caña a modo de cetro,Jesús se convierte en el Rey escarnecido, portador de unos complementosdeliberadamente risibles. Es lógico que incontables seguidores de Jesús se hayanhecho eco de las palabras que dijo más tarde Ignacio de Loyola: “Por gratitud y

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amor hacia él, deberíamos desear que nos considerasen necios y gloriarnos devestir su túnica”.

Sin duda, la locura santa se ha labrado un mal nombre en algunos círculoscristianos y por motivos bien sólidos. A veces dio origen a lo que no parece otracosa que una mera extravagancia, como por ejemplo en el caso de algunos de loshombres salvajes de Bizancio e Irlanda. En otros casos se ha usado para justificarel anti-intelectualismo más flagrante, como en las resistentes cepas de Credo quiaabsurdum (“Creo porque es absurdo”) que han florecido desde Tertuliano, en elsiglo II, llegando hasta determinados fundamentalistas en el XX.

Pero la locura santa es esencial para el llamamiento al discipulado. A lo largode los siglos ha inspirado muchos de los mayores ejemplos de fidelidad aJesucristo, y Francisco de Asís ha sido solo uno entre muchos. Niños, tontos,bufones, payasos, idiotas... se han usado muchos términos, pero todos al serviciode hombres y mujeres preparados para ser “felices y locos” en el servicio a Dios,quien en su propia “locura” estuvo dispuesto a yacer “indefenso en una cuna” ypender “abandonado de un madero”.

En una era controladora y calculadora, el ideal del mundo es siempre el deestar al mando, a que nadie nos pille con las manos en la masa; en pocaspalabras, no quedar como tontos ante nadie.

Los locos por Cristo dicen, por el contrario, que para un mundo que se havuelto loco debido a su propia sabiduría, la verdadera sapiencia consiste en“enloquecer por Dios” aun a costa de ser tremendamente vulnerable, “locos”ante el mundo.

Hablar de los bufones y los payasos suena a diversión. En realidad, ser tachadosde locos sería hasta divertido para los seguidores de Cristo de no ser porque esmortífero y real, y porque empezó con una cruz. La verdadera libertad siempreestá cerca de la frivolidad, pero la frivolidad, como la gracia, puede ser onerosa obarata. Por consiguiente, tenemos que ser prácticos al pensar en por qué la locurasanta es tan importante para el llamamiento y el discipulado.

Primero, el aceptar ser tachado de necio es esencial para el llamado porque es lamanera genuina de apreciar el coste de identificarse con Cristo. Es el precio quetiene obedecer su llamado, renunciar a uno mismo y tomar la cruz para seguirle.“Cuando Cristo llama a un hombre, le pide que acuda y que muera”.

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Seguramente estas palabras de Dietrich Bonhoeffer en El precio de la gracia: elseguimiento, escrito en 1937, son la frase teológica más famosa del siglo XX. Ensu postura de resistencia ante Hitler, las subrayó con su propia sangre.

Pero Bonhoeffer, que enseñó que “la cruz se echa sobre cada cristiano”,también enseñó que hay distintos tipos de muerte. O, tal como lo ha expresadotradicionalmente la iglesia, hay tres tipos de martirio: el rojo, por sangre; elverde, por la práctica de las disciplinas espirituales de la abstinencia, como elayuno; y el blanco, al abandonarlo todo por amor a Dios. Por consiguiente, eldiscipulado supone un “funeral blanco”, el sepelio de nuestra propiaindependencia.

Pero no nos equivoquemos. Las palabras sofisticadas nunca deben esconder elhecho de que elegir el sufrimiento no es normal. Los seres humanos eluden elsufrimiento y prefieren no pensar en la muerte. Si se nos da a elegir, preferimosel buen tiempo. Tomamos aspirinas; apreciamos un buen cojín; nosresguardamos del frío; no nos metemos en callejones oscuros; no conducimoscoches sin frenos. En opinión de la mayoría de nosotros, todo el que opta por elsufrimiento es raro, por no decir masoquista.

Sin embargo, los Evangelios son clarísimos cuando hablan del precio deldiscipulado; además, afirman que el llamado al discipulado que hizo Jesús es eleco del llamado que le hizo su Padre.

Jesús, llamado a ser el Mesías, sabía que debía morir y convertirse en lo queparecía una contradicción: un Mesías rechazado. Pero esta necesidad la imponetambién a sus discípulos. De la misma manera que Jesús es el Mesías, el Cristo,solo en la medida en que padezca y sea rechazado, los discípulos de Jesús sonobedientes al llamado del Señor en tanto que estén dispuestos a pagar el precio.

Aquí es donde el evangelio de Jesús es más subversivo. No es solorevolucionario, sino que, comparado con todas las otras revoluciones y losrevolucionarios, es una manera revolucionaria de ser revolucionario. Jesús luchacontra el mal y lo derrota permitiendo que aquel le haga lo peor que sepa. Yentonces, maravilla de maravillas, nos llama a que hagamos lo mismo. Quienesbusquen ganar sus vidas las perderán; solo los que pierdan sus vidas las salvarán.

Es posible que en los buenos momentos el coste externo del llamamiento seamínimo, pero en los malos momentos (como fue el caso de Bonhoeffer) el precio

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puede ser supremo. Todos los seguidores de Cristo son llamados a ser locos porCristo, pero a algunos se los hace más locos que a otros. Independientemente delgrado, el coste interno es siempre el mismo: la muerte a uno mismo. Después detodo, como escribió C. S. Lewis en El gran divorcio: “A fin de cuentas, solo haydos tipos de personas: quienes dicen a Dios ‘Hágase tu voluntad’ y aquellas a lasque Dios dice ‘Hágase tu voluntad’”. Esta es la diferencia entre el cielo y elinfierno.

El llamamiento de Jesús no tolera negativas ni rivales; nos cuesta todas laslealtades que compiten con él y todas las prácticas que contradicen su señorío.Como siempre, el llamado lo es todo. Pero, también como siempre, la elecciónde no elegir se subraya como elección. “Si alguien quiere venir en pos de mí.”,dice Jesús, aunque los discípulos a los que habla ya le estaban siguiendo. Una vezmás les da la libertad para elegirle o rechazarle. Bonhoeffer hizo un comentariosugestivo: “El discípulo debe decirse a sí mismo las mismas palabras que Pedrodijo a Cristo cuando le negó: ‘No conozco a este hombre’”.

Bonhoeffer sabía de antemano lo que estaba eligiendo. Cuando estalló laSegunda Guerra Mundial, él se encontraba dando conferencias en los EstadosUnidos. Sus amigos de todas partes le urgieron a que se quedara allí, pero sulealtad estaba clara. Tenía que volver a su tierra natal para servir a Cristo antesque a Alemania:

He tenido tiempo para meditar y orar sobre mi situación y la de mi nación, y para que Dios meclarificase su voluntad. He llegado a la conclusión de que he cometido un error al venir aAmérica. No tendré derecho a participar en la reconstrucción de la vida cristiana en Alemaniadespués de la guerra si antes no comparto con mi pueblo las pruebas de este tiempo. Loscristianos alemanes se enfrentan a las terribles alternativas de desear la derrota de su nación paraque la civilización sobreviva, o de desear la victoria de su país y, por consiguiente, la destrucciónde la civilización. Yo sé cuál de estas alternativas debo elegir, pero no puedo tomar esa decisión enun lugar seguro.

Renunciar a uno mismo es ridículo, renunciar al interés propio es temerario,renunciar a la auto protección es absurdo. Pero es precisamente esta locura tandiáfana la que eligieron los discípulos para llevar el uniforme del Mesíasridiculizado que es el Dios- hombre crucificado. Sin embargo, esta locura no esel resultado de un ascetismo sin alegría, adusto. La historia nos inspira conrelatos de miles de personas que han muerto con el gozo pintado en su rostro oque han vivido con corazones que cantaban en medio de su sufrimiento, porquenuestro padecimiento no es nada comparado con el de él, y todo el sufrimiento

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del Señor fue por nosotros.

“Somos como bufones y saltimbanquis”, escribió Bernardo de Claraval en elsiglo XII, eligiendo deliberadamente palabras que en aquel entonces eranpeyorativas y hablaban de una actividad que estaba prohibida para el clero. Perola devoción cisterciense extrema no fue solamente una manera de subrayar lacorrupción o de conmocionar a las personas para sacarlas de la mediocridad quesuponía la digna respetabilidad. Era, sobre todo, una respuesta a la cruz. En unsermón, Bernardo declaró:

Hermanos, las lágrimas de Cristo me sumen en la vergüenza, el temor y la tristeza. Yo estabajugando allá en la calle mientras en la privacidad de la sala real de consejos se dictaba sentencia demuerte contra mí. Pero el Hijo unigénito del Rey la escuchó, ¿y qué hizo? Salió del palacio, sequitó la corona, se vistió de cilicio, se echó cenizas sobre la cabeza, descalzó sus pies y lloró y selamentó porque su pobre esclavo había sido condenado a muerte. Yo le conozco inesperadamenteen esa triste condición. Me maravilla el lamentable cambio en su estado, y le pregunto cuál es lacausa. Me cuenta toda la historia. ¿Qué debo hacer ahora? ¿Seguiré jugando y haciendo unaparodia de sus lágrimas? Sin duda que, si no le sigo y uno mi llanto al suyo, es que estoy loco yprivado de la razón.

Segundo, la locura según el mundo es esencial para el llamamiento porque nosposiciona sin ninguna duda ante aquel como una contracultura, incompatiblecon la misma esencia del mundo. La iglesia siempre ha conservado una tensiónnecesaria entre una postura que afirma el mundo y otra que lo niega. Debido asu extraordinario poder, el mundo moderno ha inclinado mucho la balanzahacia la primera. Hoy día prácticamente no hay cristianos que nieguen elmundo. Hay pocos desiertos a los que retirarse, y los guetos ya no están demoda. Por todas partes vemos a cristianos controlados por la moda de larelevancia, ya sea buscando el respeto de “quienes desprecian la cultura” delevangelio, acercándose a los “sin iglesia” contemporáneos con un evangelio “defácil manejo”, o simplemente disfrutando de las comodidades de nuestrostiempos.

Actualmente, para muchos creyentes la vida cristiana es la buena vida. Aunqueno haya Dios ni resurrección, “con Jesús todo va mejor”. El resultado es unaserie de adaptaciones de la fe cristiana al hombre moderno que son unacapitulación que ha tenido pocos rivales en dos mil años.

Frente a estos intentos, el loco santo constituye una barrera lacrimógena. En elevangelio hallamos una antítesis al mundo que no nos atrevemos a relajar, uncoste del discipulado que no podemos eludir, un reto a la obediencia que no

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debemos ocultar, y un escándalo para la fe que nunca deberíamos diluir. Si lalealtad a esas verdades nos convierte en parias, que así sea. La sabiduría mundanaactual que nos tacha de locos mañana será una teoría desfasada. Mientras nuestralocura sea de verdad el evangelio y no nuestros propios delirios comobobalicones, no seremos “ignorantemente ignorantes” o “insensatamentesensatos”, sino humildes alumnos en la escuela de Cristo. Como escribió elteólogo Helmut Thielicke sobre don Quijote: “El loco siempre tiene razón; eneste mundo, el loco es el único que tiene razón”.

Para los seguidores de Jesús, él decide los cánones de la racionalidad, lanormalidad y la cordura, no los profesores, los gurús y las encuestas. Para elmundo seremos “personas imposibles” y nuestras ideas serán “locuras”. Pero paratodo aquel que se plantea las locuras y las ironías del mundo moderno, deberíaser un consuelo que le consideren loco cuando se aparta de ellas, e inquietanteque el mundo no le considere más necio porque, en gran medida, se haconformado a él. La locura santa es una postura contracultural. Somos “locos delamor” en relación con Jesús, pero en lo tocante a la opinión establecida, somosinsurrectos radicales.

Kierkegaard, rodeado por la mundanalidad de la Iglesia del siglo XIX enDinamarca, escribió en su diario:

Cuando a un hombre le duelen las muelas, el mundo dice “pobre hombre”; cuando la esposa deun hombre le es infiel, el mundo dice “pobre hombre”; cuando un hombre pasa por penuriaseconómicas, el mundo dice “pobre hombre”; cuando complació a Dios tomar la forma de unsiervo humilde para padecer en la Tierra, el mundo dijo “pobre hombre”; cuando un apóstol conuna comisión divina tiene el honor de padecer por la verdad, el mundo dice “pobre hombre”.¡Pobre mundo!

Tercero, la locura según el mundo es esencial para el llamamiento porque es lamanera en que Cristo responde a las heridas. En el evangelio no hay nada másrevolucionario que el llamado de Jesús a responder a las ofensas de una maneranueva. (“Mas yo os digo: amad a vuestros enemigos, haced bien a los que osaborrecen, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os maltratan”). Deigual manera, en la Iglesia moderna nada es más anti-cristiano que aquelloscristianos y sus líderes que, en la vida pública, manifiestan la política delresentimiento y consideran a sus seguidores “una minoría perseguida”, cuandono lo son.

Gaspard de Coligny, almirante francés y líder hugonote asesinado por sus

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creencias protestantes en 1572, declaró: “Olvidaré libremente todas las cosas,tanto viles verdugones como ofensas, que me hayan dirigido otros, siempre quela gloria de Dios y el [bienestar] público estén a salvo”. Sin embargo, haysectores destacados de la Iglesia occidental moderna que, buscando tenerinfluencia en la vida pública, han abandonado la respuesta de Cristo a las ofensasy proclaman sin vergüenza alguna una estrategia secular contemporánea: larevancha por medio de los reproches o del victimismo. De repente, esoscristianos han pasado de definirse como “el gigante dormido” de la vida públicaal “pobre niñito azotado” por las fuerzas seculares hostiles que se han reunidocontra ellos.

¡Qué vergüenza, recurrir a una estrategia tan deliberada! La persecuciónimplacable de los cristianos en muchas partes del mundo no occidental, por elmero hecho de confesar a Cristo, es un crimen. Y sin duda existe una gran dosisde prejuicios anti-cristianos en determinados lugares de la sociedad occidentalmoderna; es fácil encontrar ejemplos. Pero la estrategia del victimismo paradefender el cristianismo debería ser un recurso impensable para los seguidores deCristo. Dicho de forma sencilla, es realmente tendencioso, moralmentehipócrita, políticamente ineficaz y psicológicamente peligroso. Lo peor de todoes que es infiel, una negación deliberada y categórica de la enseñanza de Jesús yde su llamado a sufrir y a ser rechazados.

¿Es que esos líderes cristianos no tienen vergüenza? Que repasen el NuevoTestamento de principio a fin. No encontrarán una sola línea que justifique lapolítica de ansiedad y de resentimiento que ha caracterizado una parte de supostura reciente en la vida pública.

El loco según el mundo debe seguir otro camino. A los seguidores de Cristo losllamarán muchas cosas, pero nuestra identidad procede solamente de Aquel cuyollamado revela nuestros nombres y nuestra naturaleza. Es posible que a losseguidores de Cristo no les guste cargar con el precio de su lealtad más que a losseguidores de cualquier otro camino, pero nadie que sepa lo que soportó nuestroMaestro aceptará librarse de la culpa para echársela a otros. En realidad, lahermandad actual de victimizados es una versión distorsionada de la comunidaddel crucificado. Todos nosotros, como seguidores de Cristo, nos encogeremos aveces por el dolor de las heridas y la quemazón de las ofensas, pero ese preciofigura en el contrato del llamamiento y en el camino de la cruz.

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Este tema de la locura santa, o locura según el mundo, está repleto deimplicaciones. Tiene un potencial extraordinario para el testimonio cristiano.Sugiere posibilidades para un nuevo orden reformador en la iglesia. Inclusodemuestra la centralidad de la tradición evangélica para la iglesia de Cristo (serevangélico, como decía Francisco de Asís, es “vivir según el evangelio de Jesús”,definiéndonos por tanto, nosotros y nuestras vidas, en función de las primerascosas del propio evangelio).

Pero, al fin y al cabo, ser un loco de Cristo es simple fidelidad. O, mejor aún,es lo que Bernardo de Claraval definió como “el juego serio”, y Gregorio de Nisacomo “la embriaguez sobria” de aquellos dominados por la esencia de las buenasnoticias de Jesús: la maravilla de un Dios crucificado. Como dijo en ciertaocasión Austin Farrer, el filósofo de Oxford: “Si Jesús está dispuesto a vivir ennosotros, y permitirnos que le demos a conocer al mundo, es poca cosa tener quesoportar ser locos por amor a él, y quedar en ridículo por el papel que nos tocarepresentar”.

¿Has tenido tu “funeral blanco”? ¿O tienes una fe respetable, sobria, moderada,calculada y cómoda, con la mínima tensión posible respecto al mundo? ¿Estáspreparado, como dijo la Pequeña Flor de Lisieux, a “no tener más deseo que amar aJesús hasta la locura”? A tu manera, ¿”vives según el evangelio”? Escucha a Jesús deNazaret; responde a su llamado.

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CAPÍTULO 25

Ha llegado la hora

Cayo Julio César era famoso por su rapidez contundente (la celeritas Caesaris).Algo aún más famoso que hizo fue dividir la mayor provincia de Roma, la Galia,en tres partes sencillas. Y algo aún más famoso fue su capacidad como general,tan impresionante que después de una victoria conseguida en poco tiempo,como era habitual en él (la batalla de Zela, en Asia Menor), hizo a un amigo elinmortal comentario: “Veni, vidi, vici’ (“Vine, vi y vencí”). Más adelante se dijoque libró más de cincuenta batallas victoriosas y acabó con más de un millón deenemigos. No hace falta añadir que Julio César nunca se convirtió en el GranCésar por ser un Tomás incrédulo o un Hamlet dubitativo.

Pero una gélida noche de mediados de enero en el año 49 a.C., cuando tenía51 años, César llegó a un punto muerto. Ninguna de sus habilidadesincuestionables ni de sus recursos parecía servir de nada. O más bien,manifestaban a las claras la decisión trascendental a la que se enfrentaba. Antesus pies discurrían las aguas oscuras de un río estrecho pero engrosado por lasfuertes lluvias. Este río señalaba la frontera sur de la provincia de la Galiacisalpina, sobre la que tenía autoridad como gobernador. Al otro lado estabaItalia, donde la autoridad de Roma y del Senado era suprema.

¿Qué haría César? ¿Cruzar el río con unos pocos amigos pero sin soldados,renunciando así a su mando, e ir a Roma a presentar sus quejas como unciudadano normal? ¿O lo cruzaría con sus legionarios, desafiando la autoridaddel Senado, y marchando sobre Roma como un acto de desafío y de guerra civil?A sus amigos les dijo: “Si no cruzo me sobrevendrá una desgracia; pero si cruzo,la desgracia afectará a todos los hombres”.

Desde el 1 de enero de ese año, los cónsules en Roma habían hecho todo loposible para privar a César de su autoridad, emitiendo incluso “el decretoextremo” propio de un estado de emergencia. La duración del cargo de Césarcomo gobernador había expirado al cabo de diez años, y ellos preveían que

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regresaría a Roma y se presentaría candidato a procónsul. Una vez en ese cargoestaría fuera de su alcance, de modo que estaban dispuestos a frustrar susambiciones acusándole de haber incumplido la constitución romana cuando fuecónsul unos años antes.

El problema entre César y el Senado era personal pero también mucho más.Tras el poder y la prominencia de la antigua república romana estaba el Senado,un organismo extraordinario de los “padres” (paires) que era la voluntad, la voz yel brazo ejecutor de la propia Roma. Pero a medida que corrían los años, lastensiones dentro de la república habían aumentado, sobre todo los problemassociales causados por el número creciente de pobres, los veteranos de las guerrasde Roma y la llegada de personas procedentes de todos los puntos del imperio enexpansión.

En resumen, el Senado estaba atrapado: ya no podía controlar los retos quesuponía gobernar un imperio mundial floreciente, pero tampoco era lo bastanteflexible como para reformarse, y no le gustaban los líderes militares transitoriosque amenazaban con hacerse con el control de la reforma y con el podersupremo.

Julio César fue el último y el más grande de esos líderes militares, y porconsiguiente constituía una amenaza letal para la autoridad del Senado.Capturado por unos piratas cuando tenía 26 años, César rehusó la oferta queellos hicieron de rescatarlo por veinte talentos, diciendo que como mínimo valíacincuenta. Cuando tenía 31 años y estaba en Cádiz, España, vio el monumentodedicado a Alejandro Magno en el templo de Hércules. Suetonio nos dice que aCésar le embargó la emoción al pensar que él aún no había conseguido nadanotable, mientras que a su misma edad Alejandro había conquistado el mundo.

Es evidente que en el momento en que César se plantó frente a aquel río depoca importancia ya se había labrado una fama como conquistador. Sin órdenesy sin permiso había acabado con éxito una conquista superior a la de cualquierotro general romano antes que él. El número de sus legiones había pasado decuatro a diez, y tenía el mundo a sus pies. Cicerón escribió que César contabacon la fortuna de un buen viento de popa. Plutarco nos informa de que la nocheanterior al día en que se detuvo ante aquel río, César había soñado que violaba asu madre; supuestamente, esa madre representaba la Tierra que se extendíasometida ante él.

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Por lo tanto, quizá solo pudiera haber un resultado de las meditaciones deCésar ante el río. Pero durante un momento se detuvo, sumido en unaindecisión auténtica. Un amigo dejó escrito que, por unos instantes, Césarguardó silencio, perdido en sus pensamientos. Entonces, con gravedad, repasó lasconsecuencias en voz alta delante de todos. En un platillo de la balanza estaba lacatástrofe universal consecuencia de una guerra civil. En el otro estaba su propiadesgracia, las ofensas y las quejas que había padecido en sus tratos con el Senado.

Por último, como dicen los escritos, César salió de sus meditaciones.Anunciando un veredicto propio de un jugador, “la suerte está echada”, dioórdenes para cruzar el río, el Rubicón, y llevó a sus soldados a la ciudad máscercana antes del alba. Eso significaba declarar la guerra al Senado. Cinco años,muchas batallas y un río de sangre después, Julio César dominaba el estrechomundo como un coloso. No mucho después pagaría por su orgullo desmedidocon su propia sangre, cayendo ante un aluvión de cuchilladas; entre los asesinosse contaba su amigo Marco Bruto. Pero la antigua república estaba de rodillas, yla Roma imperial de los Césares estaba a punto de nacer a su imagen.

Antes, en el año 63 a.C., Cicerón había declarado que en la Tierra no habíalímites para el gobierno romano; los únicos límites eran los que imponían losdioses. Ahora, escribiendo sobre la decisión de César que provocó la guerra civil,dijo: “A esta causa no le falta nada más que una causa”. Julio César era,simplemente, su propia causa. Y si eran necesarios unos auspicios sobrenaturalespara ganarse a la masa pública, él los ayudaría recurriendo a su osadía y a sucapacidad de decisión.

Los tributos posteriores dedicados a Julio César han sido generosos: “el primeremperador”, “el segundo hombre más influyente de la historia”, el brazo ejecutordel “espíritu del mundo” (Hegel); “quizá el más dotado de todos los mortales”(Jacob Burckhardt). Napoleón (seguramente pensando también en sí mismo) ledijo a Goethe: “Deberías escribir sobre la muerte de César de una manerarealmente digna, más que la de Voltaire. Podría ser tu obra maestra”.

Pero aunque las acciones de Julio César han estado casi siempre por las nubes yse han mantenido allí, lo que me interesa aquí no es su grandeza ni su genio, sinosu capacidad de elegir el momento exacto, que fue una parte esencial de su éxito.Hoy día, sus palabras de jugador “la suerte está echada” forman parte de la tomade decisiones. Su acto (“cruzar el Rubicón”) representa ahora cualquier decisión

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peliaguda. Y las famosas líneas de Shakespeare, en las que habla Marco Bruto,uno de los asesinos de César, se aplican también a este, y describen el lugaresencial que ocupa el momento idóneo en el destino humano.

En los asuntos humanos hay mareasque, en creciente abordadas, nos conducen a laprosperidad;si no se alternan, en escollos y en bajíosse ve atorado el viaje de esta vida.En semejante mar hoy navegamos,y la corriente aprovechar debemoso perecer.

La extraordinaria carrera de Julio César y su manera de aprovechar elmomento y tomar su destino en sus propias manos subraya otra característica dela verdad del llamamiento: el llamamiento forma parte esencial del conocimiento delmomento preciso que caracteriza a una vida de éxito.

El momento preciso de DiosLa extraordinaria capacidad que tenía Julio César para elegir el momento

preciso también se encuentra en los líderes contemporáneos. Por ejemplo,Benjamin Disraeli, estadista y escritor británico, escribió en su diario: “Espíritude los Tiempos, conocerlo y conocerse es la clave del éxito”. De igual manera, elconde von Bismarck, creador de la Alemania moderna, era un implacable pesopesado, pero admitió su necesidad de estar en sintonía con fuerzas más vastas delas que podía controlar. Le gustaba decir que la principal misión de un estadistaera “escuchar hasta que perciba el susurro de la túnica de Dios, y entonces darun salto y aferrarse al borde de la misma”.

Winston Churchill también tenía esta capacidad de detectar el momentoidóneo. En su caso, esta habilidad se asociaba con una comprensión de labrevedad de la vida humana (como le pasaba a da Vinci), y de la inmensidad delos progresos posibles para la humanidad. “¡Maldito sea el tiempo despiadado!”,le dijo una vez a un amigo. “¡Qué cruelmente breve es el lapso de tiempo paratodo lo que tenemos que contener en él!”. Por consiguiente, la elección delmomento justo era clave para el sentido de urgencia y de misión personal quetenía Churchill. Escribió que: “El azar, la fortuna, la suerte, el destino, el sino, la

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providencia, no me parecen más que distintas maneras de expresar lo mismo, asaber, que la contribución del hombre a la historia de su vida está dominada entodo momento por un poder externo y superior”.

Huelga decir que el hecho de que alguien sepa cuál es el mejor momento no loconvierte en omnipotente. Por el contrario, la importancia de detectarlo radicaen que compensa por la vía de la intuición lo que a una persona le falta en fuerzabruta; esto lo demuestran constantemente los mejores bateadores del béisbol, losmejores generales en una guerra o los mejores líderes en asuntos internacionales.Los grandes líderes marcan una diferencia incluso cuando las fuerzas y losobstáculos a los que se enfrentan son realmente impresionantes, gracias a sumanera de “encajar” con el momento en el que viven y actúan. Obviamente, notodos los líderes encajan en el mejor momento. Algunos llegan demasiadopronto, la mayoría se queda hasta demasiado tarde; solo unos pocos tienen esasensación del momento justo que es el secreto del éxito.

Dominar el momento justo tampoco significa que alguien sea omnisciente, nisiquiera presciente. Tal como insistía el general George Marshall, Secretario deEstado de los Estados Unidos, la mayoría de las veces los líderes tomandecisiones en medio de “una oscuridad crónica”. La mirada retrospectiva puedetener la ventaja de ver las cosas muy claras, pero en la vida real la capacidad deactuar suele ser más grande cuando peor es la capacidad de ver. Por el contrario,cuando las cosas están claras como el cristal, la libertad de acción puede versemuy limitada. Por ejemplo, a Adolf Hitler se le podría haber detenido fácilmenteen los primeros pasos de su carrera; no fue hasta que hubo que detenerlopagando un alto precio cuando el mundo supo, sin ninguna duda, por qué habíaque pararlo al precio que fuera.

Curiosamente, la percepción del momento idóneo es más difícil en el mundomoderno porque estamos obsesionados con ella. Nos definimos porgeneraciones, contamos con el conflicto generacional como algo previsible,etiquetamos meticulosamente nuestras décadas, y celebramos el progreso altiempo que caemos en la nostalgia por un pasado perdido. El resultado es unacortamiento dramático de la atención histórica, la creación de nuevasagrupaciones de identidad y de estilo, y la aceleración de la rotación entregeneraciones, décadas y estilos. Hoy día la percepción del momento justo estásujeta a las modas y a las frustraciones del mercado, del mismo modo que lo

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están las modas parisinas y los nuevos modelos de coche en Detroit.

Por lo tanto, hay que añadirle una pizca de sal. Hemos de tratar con prudenciatodas las aseveraciones sobre el momento pertinente. Cada era siente cómo decaemoralmente. La retórica de los gurús está puntuada de afirmaciones sobre“hitos” o “el viaje de su vida”. Dadas las condiciones del cambio moderno, la“crisis” es tanto una constante como un cliché. No todo lo que tiembla acabacayendo, y muchos “maremotos del futuro” acaban no siendo más que unsalpicón. Los “puntos de inflexión” más publicitados apenas dejan rastro en labalanza de la historia, y son innumerables las trampas contenidas en los discursosque hablan de un punto de inflexión.

Lo peor de todo es que actualmente la detección del momento preciso seconfunde con la búsqueda de tendencias, que por sí sola hoy constituye unatendencia de lo más rentable. Los buscadores de tendencias son los adivinos delmundo moderno; nos revelan nuestro futuro y se aseguran el suyo. Tal comodijo socarronamente Winston Churchill sobre los falsos profetas de la política:“El requisito primordial para ocupar un cargo público es la capacidad de predecirlo que sucederá mañana, la semana que viene, el mes que viene y el año queviene; y después tener la capacidad para explicar por qué no pasó”.

Sin embargo, a pesar de todo, solo un necio ignoraría la importancia delmomento justo. Hacer lo correcto en el momento preciso multiplicaincalculablemente el efecto. Para los seguidores de Cristo, el momento justo nosolo forma parte integral de la vida y es un componente esencial paracomprender la historia sometida a Dios; también es crucial para entender aalguien mayor que Julio César: Jesucristo. Los conceptos como “día”, “tiempo”,“edad”, “hora”, “momento” y “generación” son críticos para comprender a Jesúsy su evangelio.

En hebreo no hay un término que exprese el tiempo cronológico abstracto. Encambio, el énfasis recae sobre la providencia y el propósito del tiempo en vez desobre su transcurso; sobre la importancia de un día y no de una sucesión de ellos;sobre el sentido de un momento y no sobre cómo se mide; y sobre el tiempocomo algo linear y con un propósito en vez del paradigma pagano del tiempocomo algo cíclico. La idea que expuso Shakespeare de una marea alta se acercamucho a la “plenitud del tiempo” del Nuevo Testamento, y a una expresióncristiana posterior, “el momento preciso de Dios”.

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La Biblia contiene muchos ejemplos de momentos oportunos, por ejemplo, enel Antiguo Testamento la celebración de los hombres de David que tenían “lacapacidad de leer las señales de los tiempos para revelar qué curso debía seguirIsrael”. También contiene ejemplos chocantes de momentos no idóneos y deotros que se perdieron, como las candentes palabras de despedida de Jeremías alfaraón Necao: “faraón rey de Egipto es destruido; dejó pasar el tiempo señalado”.

Sin duda alguna, la consciencia bíblica más precisa del momento justo la tuvoJesús. En once ocasiones en un solo capítulo (Lc. 11), Jesús hizo referencia a“generación”, seis a “esta generación”. En cada caso subrayó la responsabilidadque tenía su generación de responder de todos los sucesos cruciales que teníanlugar en sus tiempos. Cuando Jesús lloró sobre Jerusalén porque no habíaaceptado su “paz”, acarreando sobre sí el asedio de Roma en el año 70 d. C., fueporque “no conociste el tiempo de tu visitación”.

Pero todos los ejemplos bíblicos palidecen frente a la consciencia que teníaJesús del momento justo en su propio llamamiento. Hoy día muchos seguidoresde Jesús intentan comprenderle basándose solamente en las afirmaciones quehizo. Tales enseñanzas son vitales, pero pierden buena parte de su poder si se lasaísla en vez de comprenderlas desde el sentido del llamamiento que tenía Jesús.El Señor no se paseó por Galilea como “hacedor de afirmaciones”. Siguiendo sullamado, formuló de forma explícita o implícita afirmaciones que abrieron unaventana a su comprensión de sí mismo, y que lanzaron el guante de desafíoúltimo para la respuesta humana.

El sentido del llamado que tenía Jesús es especialmente crítico en un mundorepleto de imágenes contrapuestas de su persona. Los últimos años nos hanofrecido a Jesús, el gran maestro y ejemplo moral, a Jesús el alborotadornacionalista y fracasado revolucionario judío, a Jesús el predicador cínico erranteo el astuto hombre santo galileo, y a Jesús el padre de familia, divorciado yvuelto a casar y con tres hijos. Los escépticos y los adversarios de la iglesia hanaprovechado al máximo semejante confusión.

¿Cómo deben evaluar los buscadores y los creyentes estos retratos tansumamente distintos? ¿Cómo sabemos que las versiones más extravagantes noson más ciertas que la creencia por parte de la iglesia de que Jesús es Señor yDios? Hay cuatro principios útiles para disipar las dudas. Primero, los cristianosno piden que nadie abogue por su fe ni la proteja; hay que examinarla y probarla

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como cualquier otra. Segundo, la mejor manera de investigar consiste enexaminar la evidencia histórica; el problema con los paradigmas falsos no es quenos ofendan, sino que son pura fantasía. Tercero, el proceso de examen de lahistoria tiene un doble enfoque: trabajar hacia adelante a partir de lasexpectativas del judaísmo y trabajar hacia atrás a partir de las evidencias de losEvangelios. Cuarto, las conclusiones que afirman responder a la pregunta“¿Quién fue Jesús?” deben tratar satisfactoriamente la evidencia en torno a untrío de preguntas esenciales: ¿qué concepto de sí mismo tenía Jesús? ¿Por quémurió? ¿Qué explica el auge de la Iglesia cristiana?

La primera de estas preguntas esenciales, la opinión que tenía Jesús de símismo, es esencial para responder las otras dos. Y se manifiesta de maneradiáfana en la comprensión que tenía Jesús de su llamamiento. No es cierto que laconsciencia de un propósito en la vida sea algo exclusivamente moderno. ComoJuan el bautista, Pablo de Tarso y muchos líderes de la antigüedad comoPericles, Sócrates, Cicerón y César Augusto, no cabe duda de que Jesús deNazaret estaba motivado por un propósito que mantuvo siempre como guion desu vida, y que siguió coherentemente. Como Juan y Pablo, pero no los demás,Jesús entendía claramente que el propósito de su vida era un llamado de Dios,anunciado en su bautismo y plasmado claramente en los cuatro Evangelios. Sinembargo, a diferencia de cualquier otra persona antes o después de él, laconsciencia que tenía Jesús de su llamado divino superó los límites delpensamiento humano.

Primero, Jesús habló y actuó como un profeta al anunciar el final del exilio deIsrael, la llegada del reino de Dios y una catástrofe inminente para quienesrechazasen “su paz”.

Segundo, y esto es más impactante, Jesús habló y actuó como el Mesías querepresentaba a Israel en su persona, un nuevo Israel en persona gracias a la cual laantigua Israel era perdonada, sanada, redefinida y reconstituida.

Tercero, y lo más ofensivo de todo para su generación, Jesús habló y actuócomo si realmente encarnase al Dios de Israel, YHWH, que había descendido enpersona y con poder. En Jesús, Dios ha llegado, el rey de Israel ha regresado a supueblo. Jesús entendía que había venido a hacer por Israel y por el mundo lo quelas Escrituras enseñan que solo Dios puede hacer y ser. Por lo tanto, adorar aJesús como Señor y Dios es natural y del todo procedente. Dios habló por medio

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de él; Dios actuó en él; Dios habló y actuó como él.

Este llamado de Jesús, tremendo y que rompe todas las categorías, discurre conpoder a lo largo de toda su vida. Se apreció en su infancia como un presagio; seconfirmó y anunció en su bautismo; se alimentó por medio de su vida de oracióny sus disciplinas espirituales; se probó en su confrontación con los poderes delmal; se demostró en sus palabras y actos públicos; se plasmó en actos tansimbólicos como entrar en Jerusalén a lomos de un pollino; se convirtió enagonía en sus dudas en Getsemaní; alcanzó su punto culminante en su muerte enla cruz, y se justificó mediante su resurrección de entre los muertos.

La consciencia del momento preciso fue esencial para el sentido delllamamiento de Jesús. “Mi hora aún no ha llegado”, dijo a su madre durante lasbodas en Caná, cuando ella intentó ponerle bajo los focos antes de tiempo. “Mitiempo aún no ha llegado”, dijo a sus hermanos cuando le indujeron a ir aJerusalén para revelarse prematuramente. “La hora ha llegado”, oró a su Padre enel huerto de Getsemaní, que fue su propio cruce del Rubicón en el camino a lacruz. Es evidente que Jesús, que esperaba que sus seguidores supieran interpretar“las señales de los tiempos”, demostró que él leía las suyas a la perfección.

Pero, ¿qué hay de nosotros? ¿Cómo podremos los seguidores de Cristo de a pie“desentrañar nuestros tiempos” cuando no tenemos ni su conocimiento ni supoder, y no podemos influir en la historia como César y Bismarck? Hay quienesenseñan que la obediencia cristiana consiste, sencillamente, en ver lo que Dioshace y secundarlo. Pero, ¿de verdad es tan sencillo? A menudo Dios se muevepor caminos inescrutables. De modo que el consejo de que esperemos hastaentenderlo demuestra ser una receta para la pasividad y la parálisis. En laenseñanza de Jesús aparecen cuatro temas que inciden estrechamente en unsentido del momento preciso dentro de nuestro propio llamamiento.

Primero, el llamamiento consiste en descansar en Dios. “Tened fe en Dios. Notemáis. No os preocupéis. Vuestro Padre celestial sabe de qué tenéis necesidad”.Ningún ejemplo de Jesús es más claro, ninguna de sus exhortaciones es másinsistente, que la que sostiene que sus discípulos deberíamos poner toda nuestraconfianza en Dios, en este punto como en cualquier otro. Después de todo, “entus manos están mis tiempos”.

En este momento es cuando otras expresiones del momento preciso se quedan

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cortas y ni la intuición más aguda sirve de nada. Los humanos, sencillamente, notenemos el conocimiento o el poder necesarios para estar en sintonía connuestros tiempos. El deseo de encontrar el momento justo en nuestras vidas estan difícil como natural. Pero para los llamados, no es lo único que nos queda.No tenemos que pretender huir de la oscuridad crónica de las decisioneshumanas. Tampoco tenemos que recurrir a los detectores de tendencias o a laquiromancia. Aquel que ve caer al gorrión a tierra es digno de que le confiemosnuestra vida si ponemos la vista en él. Como dijo el rey Josafat a Dios cuando seenfrentaba a unos enemigos intimidantes: “No sabemos qué hacer, pero nuestrosojos están puestos en ti”. El momento que Dios elige no suele coincidir con elnuestro. Pero él cuenta nuestros días mucho mejor que nosotros, y conocenuestros momentos y nuestras horas. Nuestra misión es confiar.

Segundo, el llamamiento consiste en renunciar a los métodos inadecuados parasaber detectar el momento preciso. “Si alguien quiere venir en pos de mí, niéguesea sí mismo. Si tu diestra te hace tropezar, córtala. Si tu ojo derecho te hacetropezar, arráncalo. No podéis servir a Dios y a las riquezas”. Este mismorepudio drástico a otros puntos de apoyo se puede aplicar a la elección delmomento justo en el llamamiento. Por supuesto, hay muchas maneras de buscaresos momentos lejos del seguimiento de Cristo: la clarividencia, la adivinación, elfuturismo, las relaciones públicas y el marketing, por mencionar unas pocas.

Jesús agudizó este contraste cuando rechazó la invitación de sus hermanos paraque promocionase su imagen yendo a Jerusalén. “Mi tiempo aún no ha llegado”,dijo, y luego añadió, con intención, “mas vuestro tiempo siempre está presto”.Mientras que la forma de obrar de Dios depende de su iniciativa y del momentoque elige, nuestra postura humana consiste en promocionarnos como sea y entodo momento. Tenemos que hacerlo: todo depende de nosotros. El problemacon el resultado no es que las promociones y las relaciones públicas humanas nopuedan ser tan fuertes como la providencia; no pueden estar a su altura por loque respecta a la elección del momento idóneo. En una época en la que muchoscristianos confunden a los gurús con los profetas, hemos de elegir con cuidado anuestras autoridades, y tener tan claro de qué nos apartamos como a quiénrecurrimos.

Tercero, el llamamiento consiste en la buena disposición. “Estad vigilantes.Recordad a la mujer de Lot. Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la

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tierra?. Estad vigilantes en todo momento”. Desde sus parábolas sobre las noviassabias y las necias, hasta sus referencias a “los días de Noé” y a su venida “comoladrón en la noche”, pasando por su reprensión a sus discípulos dormidos, muypropia de la vida real, Jesús incitó repetidamente a sus discípulos a estar alerta,esperando, vigilando, dispuestos.

Cuando el amigo de Hamlet, Horacio, se pregunta si aquel rehuía un duelocon Laertes porque tenía miedo, Hamlet responde: “Me burlo yo de talespresagios. Hasta en la muerte de un pajarillo interviene una providenciairresistible. Si mi hora es llegada, no hay que esperarla; si no ha de venir ya, señalque es ahora, y si ahora no fuese, habrá de ser después: todo consiste en hallarseprevenido para cuando venga”.

Para los seguidores de Cristo, esta disposición es una obediencia llevada alextremo más elevado de la receptividad.

Como una orquesta sinfónica bien ensayada, perfectamente coordinada ycuyos miembros fijan la vista en la batuta del director, los seguidores de Cristodeben estar preparados para reaccionar ante la menor de sus palabras o señales.El libro de Números describe la sensibilidad de Israel frente a la columna denube y de fuego usando una reveladora serie de adverbios: Israel avanzaba odescansaba “siempre que... en el lugar donde, en el momento en que... encuanto... solo cuando” Dios les guiaba. Las propias palabras revelan ladisposición de Israel para responder a su director.

Cuarto, el llamamiento es cuestión de resolución. “Ninguno que poniendo sumano en el arado mira hacia atrás es apto para el reino de Dios. (.) Porque¿quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calculalos gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla? No sea que después quehaya puesto el cimiento, y no pueda acabarla, todos los que lo vean comiencen ahacer burla de él”.

Dios llama a hombres y a mujeres que se comprometan sin reservas con lamisión de su vida, sin abandonos o remordimientos. Como el “caballero de fe”de Soren Kierkegaard que mencionamos antes, los seguidores de Cristo hanfijado el significado y el resultado de sus vidas en la Majestad real que ha hechode ellos lo que son. Por consiguiente, son libres para apartarse de sus propiosasuntos y centrar sus vidas en las prioridades de su búsqueda. Durante este

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proceso no hay nada que sea tan nimio como para perturbar su significado; nohay tarea tan inmensa que reduzca el coraje de su llamamiento. Participan en elmundo según los términos de este, pero nunca se apartan de su búsqueda porquesiempre tienen los ojos puestos en intereses e ideales que son invisibles para losdemás.

Así son las personas que siempre encontraremos “en la brecha”. Son las queestán preparadas para “un momento como este”. Son personas conforme alcorazón de Dios, dispuestas para leer las señales de los tiempos y cumplir elpropósito divino en su generación.

¿Intentas seguir el ritmo de tu propia música? ¿Desentrañar el rompecabezas de tupropia vida? ¿Ir acompañado de tu propio grupo de profetas que interpreten tusaugurios? ¿O vives con la vista puesta en Dios y con la seguridad de que tus tiemposestán en sus manos? Escucha a Jesús de Nazaret; responde a su llamado.

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CAPÍTULO 26

Última llamada

A lo largo de dos siglos de historia prusiana y alemana, el apellido Moltke haresonado con orgullo. El conde Helmuth Carl Bernhard von Moltke había sidoel mariscal de campo del canciller Bismarck, y la espada temible y veloz que elsegundo blandió en sus aplastantes victorias de Alemania sobre los daneses, losaustriacos y los franceses. El mayor triunfo del mariscal de campo, la destruccióndel ejército imperial francés en Sedán, en 1871, condujo a la toma de París y a lacreación del imperio alemán.

De modo que Helmuth James von Moltke, sobrino biznieto del mariscal decampo, fue el vástago de un famoso clan teutón y tuvo el privilegio de vivir enKreisau, la gran hacienda que un país agradecido había regalado a su antepasadoen Silesia. Pero, aunque era un hombre valiente y, como su ancestro, tenía una feprofunda en Cristo, su llamamiento y su fama futura le llevaron en una direcciónmuy distinta. Su tío bisabuelo había sido el estratega militar más destacado de laAlemania del siglo XIX. A pesar de su ilustre apellido, el joven Moltke sería unode los mártires más famosos de la Alemania del siglo XX. a manos de Hitler.

En la década de 1930, la confluencia de nubes que presagiaban una grantormenta en la política abocó a los mejores alemanes a tomar una decisióndolorosa: huir o quedarse. Muchos, como el científico Albert Einstein, elnovelista Thomas Mann y el arquitecto Mies van der Rohe buscaron refugio enel exilio. Otros se quedaron y se plantearon qué grado de tiranía aceptarían ycuánto podrían resistir. Como Dietrich Bonhoeffer, James von Moltke, quetenía 26 años cuando Hitler llegó al poder, podía haberse marchado fácilmenteal extranjero. Estuvo a punto de hacerlo. (Su esposa Freya dijo que “Incluso yahabía elegido las cortinas” en Londres). Pero cuando estalló la guerra enseptiembre de 1939, Moltke supo, como Bonhoeffer, que su sitio estaba en supaís natal. Su nombre y su carácter le convirtieron en un referente natural paralos adversarios del régimen.

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Moltke, que había estudiado derecho internacional, fue reclutado por laAbwehr, la inteligencia militar alemana, sin ser consciente de que esta iba aconvertirse en el núcleo de la resistencia contra los nazis. Aprovechóabiertamente su puesto para poner trabas al régimen nazi recurriendo a loslímites impuestos por la ley internacional. Encubiertamente se dedicó a dosproyectos centrales: contrarrestar la deportación y el genocidio de los judíos y laejecución de soldados prisioneros (su alerta en 1943 contribuyó a salvar las vidasde miles de judíos en Dinamarca), y reunir en su hacienda de Kreisau a losmiembros más brillantes de la resistencia para planificar la forma de la Alemaniademocrática que sucedería al hundimiento del Tercer Reich. En sus Memorias, eldiplomático estadounidense George F. Kennan definió a Moltke como “unagran persona de altísimo calibre moral, y el hombre que tenía los conceptos másclarividentes y amplios de todos los que conocí a ambos lados de las líneas debatalla durante la Segunda Guerra Mundial”.

Pero ni siquiera el famoso apellido Moltke pudo mantener a raya a los nazisindefinidamente. Como era inevitable, fue traicionado y arrestado el 19 de enerode 1944. Se había negado a unirse a Bonhoeffer en la conspiración para asesinara Hitler, y había estado seis meses en la cárcel cuando el intento fracasó, el 20 dejulio de 1944. A pesar de sufrir seis atentados contra su vida en los últimos tresmeses de ese año, el “Señor de las alimañas” parecía estar protegido por loshados, y sobrevivió. El almirante Canaris y Dietrich Bonhoeffer se contaronentre los 4.500 ejecutados tras el atentado de julio, y el círculo de la venganza sefue ampliando lentamente para llegar hasta todos los contrarios al régimen,incluyendo a Moltke.

Moltke y siete de sus amigos del círculo de Kreisau comparecieron ante el juezen enero de 1945, frente al famoso “tribunal del pueblo”, dirigido por elimplacable fiscal Roland Freisler. Moltke describió la parodia del juicio secretoen una carta conmovedora que envió a su esposa Freya. Fue la última de las1.600 cartas que le había escrito desde el momento en que iniciaron su relaciónen 1929 y el de su muerte en 1945, y que estuvieron ocultas en colmenas de lahacienda familiar hasta que acabó la guerra, y fueron publicadas en 1990 con eltítulo Cartas a Freya.

La presencia de Dios es muy tangible en la última carta de Moltke a su esposa.El escrito es, en parte, una carta de amor, hermosa por el mensaje final que le

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envió. “No has sido un medio que Dios haya empleado para hacer de mí quiensoy; tú eres yo mismo. Eres mi capítulo 13 de la primera carta a los Corintios.Sin ese capítulo, ningún ser humano lo es”.

Esa carta constituye también el testamento de Moltke como reaccionario. Seafianzaba en un recordatorio que figuró en el discurso del fiscal nazi, quien dijoque “solo nos parecemos al cristianismo en un sentido: ¡exigimos la totalidad dela persona!”. Por consiguiente, se enorgulleció de presentarse ante el fiscal “nocomo protestante, no como gran terrateniente, no como noble, no comoprusiano, no como alemán, sino como cristiano, y nada más”.

Pero la carta de Motke es también la última palabra de un ser humano antes desu partida a la eternidad. “Siempre imaginé que uno solo experimentaríaconmoción”, escribió, “que uno se diría: ahora el sol se pone por última vez parati, ahora el reloj solo marcará las doce dos veces más, ahora te acuestas por últimavez. Pero nada ha sido así. Me pregunto si estoy un poco exaltado, porque deboconfesar que me siento casi eufórico. Solo ruego al Señor del cielo que memantenga en ese estado, porque sin duda para la carne es más fácil morir así”.

Enfrentándose a la muerte a la edad de 37 años, Moltke admite: “Ahora aún seextiende ante mí una etapa ardua del camino”. Pero, de principio a fin, el temade la carta es la gratitud y su tono revela confianza. “¡Para qué ingente tarea fueelegido tu esposo! Todos los desvelos que le dedicó el Señor, los infinitos desvíos,las intrincadas rutas zigzagueantes, de repente encuentran su explicación en unasola hora. Al mirar atrás todo adquiere su sentido, que estaba oculto. Mami yPapi, los hermanos y hermanas, los hijos pequeños, Kreisau y sus problemas...todo se ha vuelto comprensible por fin en una sola hora”.

“Corazón, mi vida acaba ya.”, concluyó Moltke. “Esto no cambia el hecho deque me encantaría seguir viviendo y que te acompañaría contento un tramo másde esta vida. Pero entonces Dios tendría que confiarme una nueva misión. Latarea para la que Dios me creó ya está completa”.

El conde Helmuth James von Moltke, uno de los diez ejecutados en la cárcelde Plotenzee pocos meses antes del final de la guerra, murió sin sombra alguna.Un compañero de su conspiración escribió: “Hasta el final su alma fuetotalmente libre, se mostró amistoso, ayudador, considerado, un hombrerealmente libre y noble entre toda la parafernalia del terror”. Más adelante, su

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esposa Freya dijo desde su casa en Vermont: “En mi opinión, era mucho másamargo perder a un marido como soldado de Hitler que perderlo como soldadocontra Hitler”.

El buen finalEl valor brillante pero conmovedor que refleja la muerte de Helmuth James

von Moltke subraya un último aspecto de la multifacética verdad delllamamiento: el llamamiento es esencial para el reto y el privilegio de acabar bien lavida.

Ha habido distintas épocas y sociedades en las que “morir bien” era un altoideal. Por ejemplo, cuando Miguel Ángel tenía 88 años, labraron una medalla ensu honor. En una cara figuraba su perfil. En la otra se veía a un peregrino ciegocon un cayado, guiado por un perro, y una inscripción sacada del salmo 51:“Entonces enseñaré a los transgresores tu camino, y los pecadores se convertirána ti”. El propio artista había elegido este salmo, con el deseo de presentarse comouna persona anciana y frágil, pero sometida a la voluntad de Dios. En uno de susúltimos y famosos “Sonetos de renuncia”, Miguel Ángel, el escultor, pintor yarquitecto convertido en poeta, había escrito con gran devoción:

El viaje de mi vida al final ha arribado,cruzando el mar tempestuoso en una frágil barca,al puerto común en que todos fondean para darcausa y cuenta de toda maldad, de todo acto piadoso.

Esta actitud es infrecuente hoy en día, y no se debe simplemente a nuestranegación moderna de la muerte. Por motivos tan evidentes como son la mayoresperanza de vida, el mayor número de personas ancianas en nuestras familias yla proliferación de oportunidades y servicios para las personas mayores,actualmente nos preocupa más acabar bien que morir bien. El problema es quepara muchas personas los “años de oro” no son todo lo que les habían vendido.

La verdad del llamamiento es tan vital para nuestro final como lo es paranuestro principio. Es una clave importante para acabar bien, porque nos ayuda aabordar tres de los retos más grandes que se presentan en nuestros últimos añosde vida.

Primero, el llamamiento es el acicate que nos induce a seguir viajando con unpropósito (y por tanto crecer y madurar) hasta el mismísimo final de nuestras

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vidas. Las personas cometen dos errores iguales pero opuestos sobre la vida comoviaje y la fe como el camino. Por un lado, y en general en círculos con menosformación, se encuentran quienes hablan prematuramente como si hubieranllegado. Estas personas enfatizan correctamente las certidumbres y los triunfos dela fe, pero también minimizan las incertidumbres, las tragedias y las cosasinacabadas. Habiendo llegado a la fe, hablan y viven como si no tuvieran nadamás que aprender. Todas las verdades son diáfanas, todos los misterios se hanresuelto, todas las esperanzas se han materializado, todas las conclusiones se hanalcanzado, y todo sentido del viaje se ha reducido hasta casi extinguirse. Pareceser que en el horizonte no hay riesgos, pruebas, peligros, reveses o catástrofes. Oeso parecen decirnos.

Por otro lado, normalmente en un ámbito más cultivado, se encuentranquienes son tan conscientes del viaje que el viaje sin fin se convierte en su pasióny en su forma de vida. Para tales personas es inconcebible llegar, y el errordefinitivo es la pretensión de encontrar un camino o llegar a una conclusión.Como los buscadores eternos que conocimos antes, para ellos el viaje lo es todo.Las preguntas, las dudas, la búsqueda y la conquista se convierten en fines en símismos. La ambigüedad lo es todo.

Sin embargo, la fe cristiana mantiene un equilibrio extraordinario entre ambosextremos. Como personas que responden al llamado de Dios, somos seguidoresde Cristo y del camino. De modo que estamos en un viaje, y somos verdaderosperegrinos, con todos los costes, riesgos y peligros que comporta ese periplo. Enningún momento de la vida podremos decir que hemos llegado. Pero sabemospor qué hemos perdido nuestro hogar originario y, lo que es más importante,conocemos el hogar al que nos dirigimos.

De modo que nosotros, seguidores de Cristo, somos caminantes, y aunquehemos encontrado el camino, aún no hemos llegado a nuestro destino. Podemosjubilarnos de nuestros empleos, pero no de nuestro llamado individual. Podemosrecortar nuestras responsabilidades públicas, pero no nuestro llamamientocolectivo como pueblo de Dios. Sobre todo, podemos llegar a un lugar en queveamos el final del camino, pero entonces nuestra vista debe fijarse másfirmemente en aquel que está al final del camino, que es tanto Padre comohogar. Como escribió Henri Nouwen: “El que piensa que ha acabado estáacabado. Los que piensan que han llegado han perdido el rumbo”.

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En segundo lugar, el llamamiento nos ayuda a acabar bien porque nos impideconfundir la conclusión de nuestras ocupaciones con la finalización de nuestrasvocaciones. Aquí es donde levanta su horrible testa por última vez la “distorsiónprotestante” que supone identificar nuestro llamamiento con nuestro empleo. Sialguna vez limitamos nuestro llamado a lo que hacemos, y alguien nos priva deesa tarea (de repente nos quedamos sin trabajo, nos despiden, nos jubilamos onos dicen que tenemos una enfermedad terminal), entonces nos sentimostentados a caer en la depresión o en las dudas. ¿Qué ha sucedido? Hemos dejadoque nuestra ocupación se mezclara hasta tal punto con nuestra vocación queperder la primera supone perder el sentido de la segunda.

Pablo Picasso le dijo a un amigo: “Cuando un hombre sabe hacer algo, deja deser hombre cuando deja de hacerlo”. El resultado fue el impulso a hacer cosas. Eldon de Picasso, otrora un ídolo, le esclavizó. Cada lienzo en blanco era unaofensa a su creatividad. Como un adicto, convirtió su trabajo en su fuente desatisfacción, solo para descubrir que no le satisfacía. Hacia el final de su vida,cuando ni su familia ni sus amigos podían ayudarle a relajarse, Picasso dijo:“Solo pienso en una cosa: en trabajar. Pinto igual que respiro. Cuando trabajo,me relajo; no hacer nada o atender a los visitantes me cansa”.

William Wilberforce, por el contrario, fue llamado, no impulsado. En junio de1883 estaba en su lecho de muerte en Cadogan Place, Londres, cuando escuchóla noticia de la gran victoria de la abolición de la esclavitud en todo el ImperioBritánico. Tres días después falleció. Thomas Fowell Buxton, al que eligieroncomo sucesor en su causa, dijo: “Es un hecho singular que en la misma noche enla que actuamos con éxito en la Cámara de los Comunes, al promulgar lascláusulas de la Ley de Emancipación, de las más importantes que se hayandictado. el espíritu de nuestro amigo partió de este mundo. El día que supuso lafinalización de su trabajo marcó el final de su vida”.

Tamaña simetría es muy infrecuente. Muy pocas personas tienen el privilegiode acabar sus “labores” y su “vida” al mismo tiempo. En un mundo arruinado yroto por el pecado, a menudo nuestra vida acaba antes que nuestra tarea, o nosarrebatan esta última mucho antes de que acaben nuestros días. Esto conllevaque debemos estar seguros de que nuestro sentido del llamamiento es másprofundo, ancho, elevado y dilatado que la mejor y más excelsa de las tareas quedesempeñemos.

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Dicho con otras palabras, la mayoría de las vidas humanas es una historiaincompleta, por no decir una historia de lo incompleto. Como escribió ReinholdNiebuhr: “En esta vida no podemos concluir nada de lo que vale la pena hacer;por lo tanto, debemos ser salvos por la esperanza. Nada de lo que es verdadero,hermoso o bueno tiene sentido absoluto en ningún contexto inmediato de lahistoria; por consiguiente, debemos ser salvos por fe. Nada de lo que hacemos,por virtuoso que sea, podemos conseguirlo a solas; por lo tanto, somos salvos poramor. Ningún acto virtuoso es tan virtuoso, desde el punto de vista de nuestroamigo o nuestro adversario, como lo es desde el nuestro. En consecuencia,debemos ser salvos por la forma final del amor, que es el perdón”.

El famoso sermón de John Cotton avanza magníficamente hacia unaconsecuencia central del llamamiento frente a la muerte. “La última obra que lafe ejecuta respecto al llamamiento de un hombre es esta: la fe con valentíarenuncia a su llamado en las manos de Dios o del hombre; siempre que Diosllama a un hombre a dejar atrás su llamado cuando ha acabado su obra, los hijosde Dios superan con creces a los hijos de los hombres. Cuando a otro hombre sele arrebata su llamado, siente una gran vergüenza y temor; pero si un cristianodebe renunciar a su llamamiento, lo entrega con consuelo y con coraje a los ojosde Dios”.

En cierta ocasión, un amigo dijo a Winston Churchill que ser un emperadorromano jubilado estaba muy bien. “¿Por qué jubilado?”, gruñó Churchill.“Renunciar a lo que sea no tiene nada de bueno”. Como seguidores de Cristo,somos llamados a ser antes de ser llamados a hacer, y nuestro llamado, tanto a sercomo a hacer, solo se cumple cuando nos llama a él. De modo que elllamamiento no solo debe tener prioridad sobre el trabajo, sino tambiénsobrevivirlo. Las vocaciones nunca acaban, aunque las ocupaciones lo hagan.Podemos jubilarnos de nuestros empleos, pero no de nuestro llamamiento. Aveces podemos estar en paro, pero nadie pierde su llamado.

Lo más importante de todo es que la Última Llamada es una extinción desde elpunto de vista secular, pero desde el espiritual es la culminación de la vida.Después de una vida de viajar, llegamos a casa. Después de todos los años en quesolo hemos oído una voz, estamos a punto de ver el rostro y sentir los brazos. ElLlamante es nuestro Padre, y la Última Llamada es la que nos lleva al hogar.

Hasta que llegue ese día, nuestra misión consiste en seguir adelante y en seguir

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siguiendo adelante. En palabras de la famosa oración anglicana adaptada en losescritos del gran navegante y aventurero isabelino sir Francis Drake: “Oh, SeñorDios, cuando concedas a tus siervos que emprendan una gran tarea, concédenostambién que lo que conduzca a la gloria verdadera no sea el principio, sino lacontinuación del viaje hasta el final, hasta su conclusión perfecta; por medio deaquel que para concluir tu obra entregó su vida, nuestro Redentor Jesucristo”.

En tercer lugar, el llamamiento nos ayuda a acabar bien porque nos induce adejar todo el resultado de nuestras vidas en manos de Dios. En su obra maestraOrtodoxia, G. K. Chesterton escribió: “A la pregunta ‘¿Qué eres?’ solo puedoresponder ‘Dios lo sabe’”. Pero esta reticencia no suele darse hoy en día.Alegremente, con despreocupación, sin ser conscientes de lo ridícula que esnuestra arrogancia, las personas modernas hablamos de “descubrir nuestrasidentidades”, especificando nuestros llamados en una sola frase y enumerandolos progresos de nuestras vidas como si fueran cosas que pudiéramos apilar enuna carretilla roja y, empujándola, presentarlas a Dios pidiendo su aprobación yaumentando así nuestro orgullo.

Otras personas, que llevan sobre sus espaldas la carga que supone acarrear supropia importancia, se van al otro extremo, el del cansancio y el desespero. En suautobiografía, el escritor decimonónico Van Wyck Brooks repasó su vida y llegóa la conclusión de que había sembrado sus esfuerzos en un entorno en el que nopodían crecer, en el que ni siquiera el surco se mantenía abierto. Había “arado enel mar”. El gran poeta irlandés W. B. Yeats escribió algo parecido en susmemorias Reveries (“Ensoñaciones”): “Toda la vida, pesada en la balanza de mipropia vida, parece una preparación para algo que nunca sucede”.

Tanto los arrogantes como los desesperados pasan por alto lo que solo Diosdebe hacer. Olvidan el misterio en el meollo del llamamiento, así como de laidentidad. Dios llama y, de igual modo que le escuchamos, pero no le vemos eneste mundo, crecemos para convertirnos en lo que él llama, a pesar de que noveremos hasta estar en el cielo lo que nos ha llamado a ser.

Nadie ha captado esta idea con mayor profundidad que George Macdonald ensu sermón “El nombre nuevo”, del volumen Unspoken Sermons (“Sermones nopronunciados”). En su mensaje sobre Apocalipsis a la Iglesia de Pérgamo, Jesúsprometió “una piedrecita blanca, y en la piedrecita escrito un nombre nuevo, elcual ninguno conoce sino aquel que lo recibe”. Macdonald señaló, conforme a la

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coherencia bíblica, que “el verdadero nombre es aquel que expresa el carácter, lanaturaleza, el significado de la persona que lo lleva. Es el propio símbolo delhombre, el retrato de su alma, en pocas palabras; la señal que le pertenece a él y anadie más. ¿Quién puede dar esto, su propia naturaleza, a un hombre? SoloDios. Nadie sino Dios ve lo que es un hombre”.

Pero entonces, en un pasaje obsesivamente sugestivo, Macdonald fue un pasomás allá y discrepó de todos los que piensan que “el descubrimiento de nuestrosdones y de nuestro llamamiento” y el proceso de “manifestar el verdadero yo”son procesos sencillos y directos.

Solamente cuando el hombre se ha convertido en su nombre es cuando Dios le da la piedrecitacon el nombre escrito en ella, porque entonces podrá comprender lo que significa ese nombre. Loque determina el nombre es el fruto, la perfección, la plenitud; y Dios prevé esto desde elprincipio porque lo hizo así; pero el árbol del alma, antes de que dé fruto, no puede entender quéfruto ha de dar, ni podría conocer el significado de la palabra que, al representar su propiaplenitud, a la que aún no ha llegado, se nombró a sí misma.

Este nombre no se puede conferir hasta que el hombre sea el nombre. El nombre que dé Dios aese hombre debe ser la expresión de Su propia idea del hombre, ese ser al que tenía en supensamiento cuando empezó a moldear al niño, y al que mantiene en su mente durante el largoproceso de creación que sirve para poner la idea en práctica. Decir el nombre es sellar el éxito,decir “también en ti estoy muy complacido”.

Quizá te frustra el vacío que aún separa tu visión de su realización. O a lomejor te deprimen las páginas de tu vida emborronadas de concesiones, fracasos,traiciones y pecados. Has dicho lo que querías. Quizá otros también lo hanhecho. Pero no emitas juicios ni saques conclusiones hasta que se aparte elandamio de la historia y veas lo que significa que Dios diga algo, y te hayaconvertido en aquello que has sido llamado a ser.

Somos “llamados a ser”. ¿Quién se atreve a oponer a esta sublime visión elcraso insulto de ser “obligado a existir”, la débil osadía de “tener el coraje de ser”o el prosaico fatalismo de “estar constituido para ser”? Desde su temible inicio,cuando se escuchó una voz, pero no se vio figura alguna, hasta su tremendoclímax, cuando Dios desvelará su propósito para todos sus hijos en su ÚltimaLlamada, el carácter y el propósito del llamamiento exceden toda imaginación yemocionan el corazón y el alma de todos menos de los más sordos e insensibles.

Reflexiona a fondo sobre estas cosas. Cuando a cada uno de nosotros le lleguela Última Llamada, ojalá sea para descubrir que todos hemos respondido alllamamiento, seguido el camino y acabado bien; y podamos responder a la

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convocatoria última como lo hizo Valiente-por-la-Verdad en El progreso delperegrino, de John Bunyan:

Después de esto, se proclamó por doquier que Valiente- por-la-Verdad había recibido unaconvocatoria por el mismo correo que el otro, y tuvo por prueba de que aquella era cierta elhecho de que su cántaro estaba roto junto a la fuente. Cuando comprendió esto, llamó a susamigos y se lo contó. Entonces, dijo él, voy ahora con mi padre, y aunque con gran dificultad hellegado hasta aquí, ahora no me arrepiento de todos los esfuerzos que me ha costado llegar hastadonde me hallo. Mi espada la entrego a quien me suceda en mi peregrinaje, y mi coraje yhabilidad a quien pueda reclamarlos. Mis heridas y cicatrices las llevo conmigo, a modo detestigos de que he librado Sus batallas, las de Aquel que ahora me recompensará. Cuando llegó eldía en que tuvo que partir, muchos le acompañaron a la orilla del río, en el que entrando dijo“¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?”. Y después de haberse internado más en la corriente, dijo“¿Dónde está, oh sepulcro, tu victoria?”. Así pasó al otro lado, y en la ribera opuesta todas lastrompetas sonaron recibiéndole.

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Iglesias y entidades colaboradoras de esta serie

Palabra de VidaGeneral Luque, 4004002 AlmeríaAlmería

Iglesia Evangélica de Hermanos de GijónC/ Prendes Pando, 2233208 GijónAsturias

Iglesia Bautista Reformada de Palma de MallorcaC/ Ortega y Gasset, 1507008 Palma de MallorcaIslas Baleares

Iglesia Evangélica de HermanosC/ Sant Jeroni, 3708921 Santa Coloma de GramenetBarcelona

Iglesia Evangélica Pubilla CasasC/ Hierbabuena, 2408906 L’Hospitalet de LLobregatBarcelona

Iglesia Evangélica TorrassaC/ Rosselló, 10208903 L’Hospitalet de LlobregatBarcelona

Iglesia Evangélica Sant Boi LlibertatC/ Llibertat, 3308830 Sant Boi de LlobregatBarcelona

Iglesia Vilanova i la GeltrúAvinguda Garraf, 2408800 Vilanova i la GeltrúBarcelona

Iglesia Evangélica Bautista de Molins de Rei

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C/ Joan Maragall, 608750 Molins de ReiBarcelona

Iglesia Evangélica de HermanosC/ Pere Dalmases, 3208700 IgualadaBarcelona

Iglesia Evangélica Sant CeloniC/ Doctor Barri, 1808470 Sant CeloniBarcelona

Església Evangèlica Unida de TerrassaAvda. Béjar, 29908226 TerrassaBarcelona

Iglesia Evangélica Fuente CañellasFuente Cañellas, 10608042 Barcelona

Equipo de asesores y oficinaC/ Alts Forns, 68 Sot 108038 Barcelona

Iglesia Evangélica Ciudad MeridianaAvda. Rasos de Peguera, 32-3408033 Barcelona

Església Unida de BarcelonaC/ Santapau, 10208016 Barcelona

Iglesia Evangélica Bautista de GraciaC/ Verdi, 19108012 Barcelona

Iglesia Evangélica Poble NouC/ Llull, 16108005 Barcelona

Iglesia Cristiana RenacerAvenida Vistamar, Bloq.1, Local 1-C11204 Algeciras

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Cádiz

Iglesia Vida NuevaCuadra Salera, 2112006 Castellón

ICE AlcázarAvda. de la Constitución, s/n13600 Alcázar de San JuanCiudad Real

Seminario Cstad- Facultad de Teología A.D.Apdo. 1414100 La CarlotaCórdoba

Iglesia Cristiana Evangélica de AmaraPlaza Armeria, 2 (trasera)20011DonostiaGipuzkoa

Església Cristiana Evangélica Sant Feliu de GuíxolsC/ Bourg de Peage, 9 Bajo17220 Sant Feliu de GuíxolsGirona

Iglesia Capítulo 29 GranadaC/ Cenes de la Vega, 2718140 La ZubiaGranada

Iglesia Evangélica Ríos de Agua VivaDos plazas, 17 Bajo21610 San Juan del PuertoHuelva

Iglesia Evangélica Las PalmasC/ Juan de la Cosa, 2435009 Las Palmas

Iglesia Evangélica de Hermanos El ShaddaiMaría Pedraza, 1128039 Madrid

Iglesia “Camino de Vida”C/ Ofelia Nieto, 57

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28039 Madrid

Iglesia Cristiana Evangélica en SuanzesPasaje Paquitín, 1028037 Madrid

Iglesia Cristiana ReformadaCésar González Ruano, 2528027 Madrid

Iglesia Evangélica Cristo ViveC/ Talía, 3228022 Madrid

Sefovan (Seminario Teológico de Formación Teológica y Evangélica)C/ Boltaña, 65 local28022 Madrid

Iglesia Cristiana Evangélica San Pedro AlcántaraC/ Badajoz, 1029670 San Pedro AlcántaraMálaga

Iglesia Bautista de la GraciaAvda. Jane Bowles, 1 local 329011 Málaga

Iglesia Evangélica de Hermanos Valle del SeguraC/ Calvario, 1230600 ArchenaMurcia

Iglesia del SeñorC/ Uztarroz, 47 Bajo31014 PamplonaNavarra

Iglesia Presbiteriana de Chile - Cristo el SeñorCamilo Mori #7528 - Peñalolén7940563 PeñalolénSantiago de Chile

Iglesia Evangélica de MarínC/ Doctor Touriño Gamallo, 536900 MarínPontevedra

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Iglesia Evangélica VoltaC/ Volta, 2337007 Salamanca

Iglesia Evangélica Paseo de la EstaciónPaseo de la Estación, 3237003 Salamanca

Centro Cristiano Vida AbundanteC/ Brújula, 2, Polígono Pisa41928 Mairena del AljarafeSevilla

Iglesia Cristiana Evangélica “PENIEL” de AronaC/ Isla de Lobos, 538632 El Fraile - AronaTenerife

Iglesia Protestante de SalouC/ Pere Gales, 143840 SalouTarragona

Iglesia Cristiana Evangélica de TalaveraC/ Alvarado, 445600 Talavera de la ReinaToledo

Iglesia Cristiana Evangélica Méndez NuñezC/ Méndez Nuñez, 2446024 Valencia

Iglesia EvangélicaC/ Sueca, 3946006 Valencia

Iglesia Evangélica de HermanosC/ Olmedo, 38 Bajo47013 Valladolid

Comunidad Cristiana del Camino de VidaC/ Higinio Mangas, 15 Bajo47005 Valladolid

Iglesia EvangélicaC/ Leopoldo Alas Clarín, 11

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49018 Zamora

Iglesia Evangélica de HermanosC/ Roger de Tur, 2250002 Zaragoza

Iglesia Cristiana EvangélicaC/ Zalmedina, 1950015 Zaragoza

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Otros libros de la serie Ágora

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La misión de Publicaciones Andamio es publicar y difundir literatura que,desde una perspectiva bíblica, contribuya al crecimiento integral de lapersona, la iglesia y a la transformación de la sociedad.Somos la editorial de los Grupos Bíblicos Unidos (GBU) y nacimos en1987. Los GBU inician su camino en el mundo de la literatura cuando ungrupo de estudiantes universitarios puso en marcha (1974) una revista muysencilla a nivel de producción, pero muy rica en contenidos. Desde esecomienzo un tanto “inesperado”, con pocos recursos pero con muchasganas, hemos ido creciendo hasta el día de hoy.Publicaciones Andamio ha sido y es el resultado del trabajo ycolaboración de muchas personas, unido a la ayuda de Dios a lo largode todo este camino.