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Oración cristiana, oración trinitaria Testimonio de los grandes orantes NEREO SILANES, O.SS.T Salamanca Cuando «el peregrino ruso» 1, en su búsqueda de un camino para la oración continua (cfr. 1 Ts 5,17), escuchaba preciosos discursos, sermones y exhortaciones sobre la oración, quedaba insatisfecho y frío. Sólo cuando descubrió a los starets, y a través de ellos, la oración hecha vida y la vida convertida en oración, entendió qué era orar y cómo vivir la oración continua. No es otra la finalidad de estas páginas. Más que ofrecer doctrina sobre la oración, quiero dejar hablar a quienes han ora- do y han sido oración viva. Son auténticas confesiones de quienes han entendido la oración no como una teoría, sino como la vida cristiana en ejercicio. Mi trabajo, por tanto, se ciñe a presentar a estos grandes orantes cristianos. Y, aun dentro del ámbito cristiano, se cir- cunscribe a la vertiente trinitaria: la oración como intercambio de amor con el Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo. De in- tento eludo otros muchos aspectos de la oración que se podrían estudiar. Con la transcripción literal de los textos quiero que sean ellos, o mejor, las personas que los han escrito, quienes nos ha- blen de su vida de oración en 10 más hondo de su contenido, cual es su unión con el Dios Trino. Dividiré el trabajo en los siguientes apartados: 1. La oración, expresión vivencial del ser cristiano. n. La Iglesia, comunidad 1 ANÓNIMO, El peregrino ruso, Editorial de Espiritualidad, Madrid, 31976, pp. 41 ss. REVISTA DE ESPIRITUALIDAD, 48 (1989), 273-312.

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Page 1: Oración cristiana, oración trinitariaOración cristiana, oración trinitaria Testimonio de los grandes orantes NEREO SILANES, O.SS.T Salamanca Cuando «el peregrino ruso» 1, en

Oración cristiana, oración trinitaria Testimonio de los grandes orantes

NEREO SILANES, O.SS.T Salamanca

Cuando «el peregrino ruso» 1, en su búsqueda de un camino para la oración continua (cfr. 1 Ts 5,17), escuchaba preciosos discursos, sermones y exhortaciones sobre la oración, quedaba insatisfecho y frío. Sólo cuando descubrió a los starets, y a través de ellos, la oración hecha vida y la vida convertida en oración, entendió qué era orar y cómo vivir la oración continua.

No es otra la finalidad de estas páginas. Más que ofrecer doctrina sobre la oración, quiero dejar hablar a quienes han ora­do y han sido oración viva. Son auténticas confesiones de quienes han entendido la oración no como una teoría, sino como la vida cristiana en ejercicio.

Mi trabajo, por tanto, se ciñe a presentar a estos grandes orantes cristianos. Y, aun dentro del ámbito cristiano, se cir­cunscribe a la vertiente trinitaria: la oración como intercambio de amor con el Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo. De in­tento eludo otros muchos aspectos de la oración que se podrían estudiar.

Con la transcripción literal de los textos quiero que sean ellos, o mejor, las personas que los han escrito, quienes nos ha­blen de su vida de oración en 10 más hondo de su contenido, cual es su unión con el Dios Trino.

Dividiré el trabajo en los siguientes apartados: 1. La oración, expresión vivencial del ser cristiano. n. La Iglesia, comunidad

1 ANÓNIMO, El peregrino ruso, Editorial de Espiritualidad, Madrid, 31976, pp. 41 ss.

REVISTA DE ESPIRITUALIDAD, 48 (1989), 273-312.

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orante. III. Ora a tu Padre. IV. Por Cristo, con Cristo y en Cristo. V. Oral' en el Espíritu. VI. A modo de conclusión.

I. LA ORACIÓN, EXPRESIÓN VIVENCIAL DEL SER CRISTIANO

Lo primero que destaca en los grandes orantes es el conte­nido teocéntrico y trinitario de la oración, como expresión de su propia vida cristiana. Hoy se distingue entre «el hecho reli­gioso» y «el hecho cristiano». Por el primero, el hombre se des­cubre religado a Dios como fundamento de su existencia y sen­tido último de todos los sinsentidos de la vida. El segundo cons­tituye la originalidad del cristiano. Es Dios que se abre al ser humano y, por Cristo, en el Espíritu se autodona al hombre admitiéndolo en su compañía. «Quiso Dios, con su bondad y sabiduría, revelarse a sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad (cfr. Ef 1,9): por Cristo, la Palabra hecha carne, y con el Espíritu Santo, pueden los hombres llegar hasta el Padre y participar la naturaleza divina (cfr. Ef 2,18; 2 P 1,4)>> 1 bis.

La participación en el ser trinitario de Dios comporta un autén­tico parentesco del hombre con las divinas Personas, el cual queda constituido en hijo del Padre (cfr. Rm 8,15-16; Gá 4,4-6; 1 Tn 3,1-2); miembros del Cuerpo de Cristo (cfr. Rm 12,4-8; 1 Co 6,12-20; 10,14-22; Ef 1,10.22, etc.), el cual es «Primogé­nito entre muchos hermanos» (Rm 8,29), poseyendo al Espíritu Santo como «garantía» (Ef 1,13-14) de estas nuevas relaciones familiares con Dios (cfr. Ef 2,18), testigo (cfr. Rm 8,16) Y prin­cipio vivificante y animador (cfr. Rm 3,14, 8,26; 1 Co 6,11; Ef 3,16, 5,26; 2 Tm 1,7, etc.). «Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Lo que imprime en nosotros la imagen divina es la santificación, es decir, la participación del Hijo en el Espíritu». Por el bautismo «se forma en nosot1'08 Cristo, de modo inefable, transformándonos por medio del Espíritu en su imagen ... » 2. Los cristianos. «porque son hijos de Dios, cons­tituyen el cuerpo del Hijo único de Dios; siendo El la Cabeza y nosotros los miembros, somos el Hijo único de Dios» 3.

Desde esta óptica, la oración cristiana no ha sido algo este-

Ibis DV, 2. 2 S. CIRILO ALEJANDRINO, De sancta el consubst. Trin., Dial. IV:

PG, 75, 1014. 3 SAN AGUSTíN, In epist. ad Parthos, 10: PL, 35, 2055.

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reotipado O formalista, cuanto la vivencia, en acto, de la realidad misma cristiana. La oración es sencillamente la forma concreta de vivir el parentesco del hombre con Dios: es la expresión de la filiación divina, mediante la cual el hombre se confía al Pa­dre y acoge su designio de amor sobre él y, en cuanto ser huma­no, expone sus limitaciones; es su vivencia de la fraternidad, con Cristo en línea vertical y con los hombres en línea horizon­tal, y es un estilo propio de entender la existencia en cuanto vida de amor animada e impulsada por el Espíritu Santo.

Así es como entendieron los grandes orantes la oración cris­tiana. Veamos algunos ejemplos:

a) Oración desde el ser cristiano

SAN IRENEO: «Porque cuantos reciben el Espíritu de Dios son conducidos al Verbo, es decir, al Hijo; mas el Hijo recíbelos y los presenta al Padre, y el Padre confiéreles la in­corruptibilidad. Así, sin el Espíritu Santo, no se puede ver al Verbo de Dios, y sin el Hijo, no podemos acercarnos al Padre, pero el conocimiento del Hijo se tiene a través del Espíritu San­to. Sin embargo, es el Hijo quien, según el beneplácito del Padre, distribuye el don del Espíritu, como 10 quiere el Padre y a quien el Padre quiere» 4.

SIMEON EL NUEVO TEOLOGO: «Aquellos que han recibido a Dios gracias a las obras de la fe y han merecido el nombre de dioses, engendrados por el Espíritu, contemplan a Dios, que es su Padre, el cual no cesa de habitar en una luz inaccesible, pero a quien ellos 10 tienen dentro de sí mismos, habitando en ellos y ellos habitando en EL.. He aquí el sello del cristiano; he aquí la comunión con Dios; he aquí la partici­pación, la prenda divina; he aquí en 10 que consiste la vida, el Reino; he aquí el revestimiento ... de Cristo, puesto que habrás revestido a Cristo conscientemente ...

Una vez constituido todo 10 que acabo de indicar... sube a la montaña del conocimiento divino, de la contemplación divina, y juntos escucharemos la voz del Padre ... » 5.

4 SAN IRENEO, Demos. praed. apostolicae, 7: en Démostration de la prédication apostolique (L. M. Froidevaux, ed.) (SC, 62), Cerf, Paris, 1971, p. 41.

5 SYMEON LE NOUVEAU THEOLOGIEN, Hymnes III (J. Kodel'-J. Para­melle-Lo Neyrand, eds.) (SC, 196), Cel'f, Paris, 1973, pp. 205 ss.

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MAESTRO ECKART: «Por la palabra 'Padre' se entien­de la filiación, y la palabra 'Padre' significa una generación y una vida plena. El Padre engendra su Hijo en el conocimiento eter­no y, paralelamente, el Padre engendra el alma para que ésta lo posea como propio, y pertenece a su condición paterna engen­drar a su Hijo en el alma ... Engendrando el Padre a su Hijo en mí, soy yo mismo el Hijo y no otro; somos diferentes, es verdad, en cuanto a la humanidad, pero yo soy el Hijo y no otro ... Somos en el Hijo y somos el Hijo mismo» 6.

SAN JUAN DE LA CRUZ: «Este aspirar del aire es una habilidad que el alma dice que le dará Dios allí en la comunica­ción del Espíritu Santo, el cual, a manera de aspirar, con aquella su aspiración divina muy subidamente levanta el alma y la in­forma y habilita para que ella aspire en Dios la misma aspira­ción de amor que el Padre aspira en el Hijo y el Hijo en el Padre, que es el mismo Espíritu Santo que a ella la aspira en el Padre y en el Hijo en la dicha transformación para unirla consi­go. Porque no sería verdadera y total transformación si no se transformase el alma en las tres Personas de la Santísima Tri­nidad en revelado y manifiesto grado ...

y no hay que tener por imposible que el alma pueda una cosa tan alta, que el alma aspire en Dios como Dios aspira en ella por modo participado. Porque dado que Dios le haga la mer­ced de unirla en la Santísima Trinidad, en que el alma se hace deiforme y Dios por participación, ¿qué increíble cosa es que obre ella también en su obra de entendimiento, noticia y amor, o, por mejor decir, la tenga obrada en la Trinidad juntamente con ella como la misma Santísima Trinidad? Pero por modo comunicado y participado, obrándolo Dios en la misma alma; porque esto es estar transformado en las tres Personas en poten­cia, sabiduría y amor, y en esto es semejante el alma a Dios, y para que pudiese venir a esto la crió a su imagen y semejanza.

y cómo sea esto, no hay más saber ni poder para decirlo, sino dar a entender cómo el Hijo de Dios nos alcanzó este alto estado y nos mereció este subido puesto de poder ser hijos de Dios, como dice San Juan (1,12); y así 10 pidió al Padre por el mismo San Juan: diciendo: Padre, quiero que los que me has

6 MAi'TRE ECKART, Sel'mons (J. Ancelet-Hustache, ed.), Ed. du Seuil, Paris, 1974, p. 66.

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dado, que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean la claridad que me diste (17,24); es, a saber, que hagan por participación en nosotros la misma obra que yo por naturaleza, que es aspirar el Espíritu Santo. Y dice más: No ruego, Padre, solamente por estos presentes, sino también por aquellos que han de creer por su doctrina en mí; que todos ellos sean una misma cosa de la manera que Tú, Padre, estás en mí y yo en Ti, así ellos en nosotros sean una misma cosa ... Porque conozca el mundo que Tú me enviaste y los amaste como me amaste a mí (17,20-23), que es comunicándoles el mismo amor que al Hijo, aunque no naturalmente como al Hijo, sino, como habemos dicho, por unidad y transformación de amor. Como tampoco se entiende aquí quiere decir el HIjo al Padre que sean los santos una cosa esencial y, naturalmente, como lo son el Padre y el Hijo, sino que 10 sean por unión de amor, como el Padre y el Hijo están en unidad de amor.

De donde las almas esos mismos bienes poseen por partici­pación que El por naturaleza, por lo cual verdaderamente son dioses por participación ... De donde San Pedro dijo: Gracia y paz sea cumplida y perfecta en vosotros en el conocimiento de Dios y de Jesucristo nuestro Señor de la manera que nos son dadas todas las cosas de su divina virtud para la vida y la pie­dad por el conocimiento de Aquel que nos llamó con su propia gloria y virtud, por el cual muy grandes y preciosas promesas nos dio, para que por estas cosas seamos hechos compañeros de la divina naturaleza (2 P 2,5). Hasta aquí son palabras de San Pedro, en las cuales da claramente a entender que el alma par­ticipará al mismo Dios, que será obrando en El, acompañada­mente con El, la obra de la Santísima Trinidad de la manera que habemos dicho, por causa de la unión sustancial entre el alma y Dios. Lo cual, aunque se cumple perfectamente en la otra vida, todavía en ésta ... se alcanza gran }'astro y sabor de ella al modo que vamos diciendo, aunque como habemos dicho, no se puede decir» 7.

CATALINA DE SIENA: «¡Oh Trinidad ete1'l1a! Tú eres un mar sin fondo en el que, cuanto más me hundo, más te en­cuentro, más te busco todavía. De Ti jamás se puede decir:

7 SAN JUAN DE LA CRUZ, «Cántico, 39,3-6», en Obras completas (José V. de la Eucaristía, ed.), Ed. de Espiritualidad, Madrid, 1957, pp. 957-959.

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¡basta! El alma que se sacia en tus profundidades, te desea sin cesar, porque siempre está hambrienta de Ti, Trinidad eterna; siempre está deseosa de ver tu luz en tu luz': Como el ciervo suspira por el agua viva de las fuentes, así mi alma ansía salir de la prisión tenebrosa del cuerpo para verte de verdad ...

¿Podrás darme algo más que darte a Ti mismo? Tú eres el fuego que siempre arde, sin consumirse jamás. Tú eres el fuego que consume en sí todo amor propio del alma; Tú eres la luz por encima de toda luz ...

Tú eres el vestido que cubre toda desnudez, el alimento que alegra con su dulzura a todos los que tienen hambre. ¡Pues Tú eres dulce sin nada de amargor!

¡RevÍsteme, Trinidad eterna; revÍsteme de Ti misma para que pase esta vida mortal en la verdadera obediencia y en la luz de la fe santísima, con la que Tú has embriagado mi alma! » 8.

ROMANO GUARDINI: «En Cristo se nos ha abierto la hondura de la vida escondida de Dios. Su naturaleza, palabra y obra están llenas de la realidad de lo sagrado. Pero de ella brotan figuras vivas: el Padre, en su omnipotencia y bondad; el Hijo, en su bondad y amor redentor, y entre ellos, el despren­dido, el creador, el Espíritu.

Es un misterio que supera todo sentido, y hay gran peligro de escandalizarse de él. Pero yo no quiero un Dios que se ajuste a las medidas de mi pensamiento y esté formado a mi imagen. Quiero el auténtico, aunque sé que desborda mi inte­lectual capacidad. Por eso, ¡oh Dios vivo! , creo en tu misterio, y Cristo, que no puede mentir. es su fiador.

Cuando anhelo la intimidad de la compañía, tengo que ir a los demás hombres; y por más honda que sea la ligazón y más hondo que sea el amor, seguimos, sin embargo. separados. llera Tú encuentras tu propio 'Tú' en Ti mismo. En tu misma hondu­ra desarrollas el diálogo eterno. En tu misma riqueza tiene Jugar el perpetuo regalo y recepción del amor.

Creo, ¡oh Dios! , en tu vida una y trina. Por Ti creo en ella, pues ese misterio cobiia tu verdad. En cuanto se abandona, tn imagen se desvBnece en el mundo. Pero también, ¡oh Dios! , creo en ella por nosotros, porque la paz de tu eterna vida tiene

g SANTA CATALINA DE SIENA, «Oración a la SS. Trinidad», en ¡Gloria! Materiales para celebraciones y cultos a la Santísima Trinidad, Secreta­riado Trinitario, Salamanca, 1986, p. 51.

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que llegar a ser nuestra patria. Nosotros somos tus hijos, ¡oh Padre!; tus hermanos y hermanas, Hijo de Dios, Jesucristo, y Tú, Espíritu Santo, eres nuestro amigo y maestro» 9.

Los textos citados ponen de manifiesto los fundamentos divi­nos de los que ha de fluir la oración' cristiana como expresión y desarrollo de esa hondura divina. El hombre deificado y radi­cahnente transformado en Dios debe tener su correspondencia en un «estilo de vida deiforme». La participación en la vida di­vina reclama y exige la oración como p1asmación vivencia1 del parentesco que el hombre adquiere con las divinas Personas en el bautismo. A propósito del texto citado de Juan de la Cruz escribe Efrén Montalva: «Lo que el poeta y místico ve en la Trinidad es un tesoro abierto a todos los cristianos consecuentes a sus principios de vinculación a Dios como templos del Espí­ritu Santo» 10.

b) Oración desde la presencia de la Trinidad en el hombre

Ahondando en esta misma línea, los grandes Ol'antes han descubierto en el fondo de su ser a Dios Trinidad (el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo). Un Dios cercano, que les ha permitido desarrollar su vida filial en un «tú» a «tú» dialogal con el Padre, presente en su ser, que los ha atr:1ído con fuerza a centrar su vida en quien debe ser el «centro» que «centre» toda su exis­tencia y a encontrar en El el venero inexhausto de su paz, feli­cidad, vida y descanso, junto con el Hijo y el Espíritu.

SAN AGUSTIN: «¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva; tarde te amé. Y he aquí que Tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que Tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no 10 estaba contigo. Teníanme lejos de Ti aquellas cosas que, si no estuviesen en Ti, no serían. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y fugaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por

9 R. GUARDINI, Oraciones teológicas, Guadarrama, Madrid, 1966, pp. 87 ss.

10 E. MONTALVA, La Santísima Trinidad, venero espiritual en San luan de la Cruz, en AA. VV., Trinidad y vida cristiana, Secretariado Trinita­rio, Salamanca, 1979, p. 198.

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Ti; gusté de Ti, y siento hambre y sed; me tocaste, y abraséme en tu paz» 11.

SAN AGUSTIN: «Siendo El más interior que tú mismo en ti, no hay lugar a donde huyas del Dios airado si no es al Dios aplacado. En absoluto no hay otro lugar a donde huir. ¿ Quieres huir de El? Huye a El» 12.

ISABEL DE LA TRINIDAD: «¡Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro! Ayudadme a olvidarme por completo de mí mis­ma para establecerme en Vos, de un modo tranquilo e inmuta­ble, como si mi alma estuviera ya en la eternidad.

Que nada sea capaz de turbar la paz de mi espíritu ni hacer­me salir de Vos, ¡oh Inmutable!, sino que cada momento me haga penetrar más hondo en la profundidad de vuestro Misterio.

Pacificad mi alma. Estableced en ella vuestro cielo, vuestra dulce morada, el lugar de vuestro reposo. Que yo no os deje nunca solo, sino que me mantenga de continuo en vuestra com­pañía con todo mi ser, mediante una fe viva, una adoración perfecta, una entrega total a vuestra acción creadora.

¡ Oh, mi amado Jesús, Crucificado por amor! , yo quisiera ser una esposa digna de vuestro Corazón divino. Yo quisiera cubri­ros de gloria, yo quisiera amaros ... hasta morir de amor.

Pero veo mi impotencia. Por eso suplico que os dignéis re­vestirme de Vos mismo, que identifiquéis mi alma con todos los movimientos de la vuestra, que me sumerjáis en Vos, que os dignéis invadir todo mi ser, que me suplantéis a fin de que mi vida no sea sino una irradiación de vuestra Vida. Estad en mí como Adorador, como Reparador, como Salvador.

¡Oh Verbo eterno, Palabra de mi Dios! , yo quiero pasar mi vida escuchándoos; yo quiero prestar oídos dóciles a vuestras enseñanzas, para que Vos seáis mi único Maestro. Y luego, a través de todas las noches, de todos los vacíos, de todas las debilidades, quiero mantener mis ojos clavados en Vos y perma­necer bajo el influjo de vuestra luz magnífica. ¡ Oh, Astro mío, amadísimo! , fascinadme de suerte que ya no me sea dado salir del marco de vuestra irradiación divina.

11 SAN AGUSTÍN, «Conf. X, 27,37», en Obras completas, 11, BAC, Madrid, 1968, p. 424.

12 SAN AGUSTÍN, «Enarraciones sobre los salmos, 74,9», en Obras completas, XX, BAC, Madrid, 1965, p. 974; cfr. íd., «Serm., 23,6-8»; PL, 38,158, Y el comentario de A. TURRADO, Dios en el hombre, BAC, Madrid, 1971, pp. 151 ss.

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¡Oh, Fuego abrasador (Deut 4,24), Espíritu de amor! , descen­ded a mí para que se realice en mi alma una especie de encarna­ción del Verbo. Que yo sea para El una especie de humanidad complementaria en la cual pueda El renovar su Misterio.

y Vos, ¡oh Padre eterno! , dignaos inclinaros hacia esta po­brecita criatura vuestra, sin que vuestros ojos vean en ella otra cosa que a Vuestro Hijo muy amado, en el cual tenéis vuestras complacencias (Mat 3,17).

¡Oh, mis Tres, mi Todo, mi Bienaventuranza, Soledad Infi­nita e Inmensidad en que me pierdo! , yo me entrego a Vos como una presa de amor; sumergíos Vos en mí para que yo me su­merja en Vos, en tanto que llega el momento de ir a contemplar en vuestra luz el Abismo de vuestras grandezas» 13.

PABLO VI; «Por 10 que respecta a nosotros, hijos de la Iglesia, bástenos recordar, cqn un célebre pensamiento de San Agustín ('estabas dentro y yo te buscaba', Conf. 10,27: PL 32, 795), que el punto de encuentro esencial con el misterio reli­gioso, con Dios, está dentro de nosotros, está en la celda interior de nuestro espíritu, está en aquella actividad personal que llama­mos oración. Es en esta actitud de búsqueda, de escucha, de súplica, de docilidad (cfr. Jn 6,45), donde la acción de Dios nos llega normalmente, nos da luz, nos da sentido de las cosas reales e indivisibles de su Reino; nos hace buenos, nos hace fuertes, nos hace fieles, nos hace como El nos quiere» 14.

TERESA DE LISIEUX: «Mi cielo yo lo he encontrado en la santa Trinidad que prisionera de amor, habita en mi corazón. Contemplando allí a mi Dios, yo le repito, sin miedo, que quiero amarle y servirle hasta mi postrer aliento. Es mi cielo sonreír a ese Dios, que amo y adoro, cuando El se quiere esconder, poniendo a prueba mi fe, detrás de un oscuro velo. Sonreír mientras espero a que El me mire otra vez ¡es mi cielo para mí! » 15.

1l ISABEL DE LA TRINIDAD, Obras completas (Isidoro de San José, ed.), Ed. de Espiritualidad, Madrid, 1964, pp. 797 ss.

14 PABLO VI, Alocución en la audiencia general (14-VIII-1969), en N. SILANES (ed.), La oración, Secretariado Trinitario, Salamanca, 21985, p.55.

15 TERESA DE LISIEUX, Obras completas (Emeterio G. Setién, ed.), Edit. Monte Carmelo, Burgos, 51950, p. 776.

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BENJAMIN DE LA SS. TRINIDAD: «Mientras el amor operante de la Trinidad infunde la gracia y las virtudes infusas en el alma y en las facultades operativas, respectivamente, la misma Trinidad desciende al alma y toma en ella morada per­manente.

Allí, en el centro del alma, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo continúan sin cesar esa vida Íntima de conocimiento y de amor que les hace eternamente felices, y aguardan allí al alma en gracia y la invitan a participar en su eterno y secreto colo­quio. De lo Íntimo donde mora y obra la Trinidad, el alma es atraída hacia dentro, es invitada con las secretas mociones e ins­piraciones actuales a participar cada vez más Íntimamente en el misterio trinitario de conocimiento y de amor.

De este modo, oral' es estarse en la presencia de Dios. Orar quiere decir estarse con la atención fija en la presencia objetiva y operante de la Trinidad en nosotros, y dejarse arrastrar por esta presencia dentro del diálogo íntimo de la Trinidad» 16.

c) La oración, intercambio de amor con las divinas Personas

Para los grandes Ol'antes, la oración ha sido exigencia de vida cristiana: vida de relaciones interpersonales de hijos con el Padre, de hermanos con el Primogénito entre muchos herma­nos, con el Espíritu de filiación y fraternidad, La oración ha sido para ellos una exigencia de su vida «filial», «crística» y «espiritual-eclesial». La oración, en otras palabras, ha sido un intercambio de amor con las divinas Personas.

BORIS BOBRINSKOY señala el marco trinitario de toda oración en la comunidad cristiana ortodoxa:

«Después de despertarte, antes de comenzar tu jornada, pre­séntate con respeto delante de Dios, que todo lo ve, haz la señal de la cruz y di: 'En el nombre del Padre y del Hijo y del Es­píritu Santo. Amén', Después de invocar a la Santísima Trini­dad guarda un momento de silencio, de manera que tus sentidos y tu inteligencia recobren la calma y se liberen de los vanos pensamientos ...

16 BENTAMÍN DE LA SANTíSIMA TRINIDAD, Oración y vida teologal, en AA. VV., El misterio de la oración cristiana, Dinar, San Sebastián, 1962, p, 62.

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La regla de oración de la mañana (lo mismo, por otra parte, que la de la noche) prosigue con un acto de penitencia que consiste en repetir tres veces la oración de Jesús ... : 'Señor Jesu­cristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador'. Luego viene una invocación al Espíritu Santo, que abre toda oración, lo mismo pública que privada: 'Rey celestial, Consolador, Espíritu de Verdad, Tú que estás en todas partes y llenas todo, Tesoro de beneficios y Dispensador de vida, ven y mora en nosotros, puri­fícanos de toda mancha y salva nuestras almas por tu bondad'. Después el Trisagio, una breve oración a la Santísima Trinidad y el Padrenuestro ...

... La oración es siempre una conversación con el Dios vivo, por eso no está ligada necesariamente al empleo de fórmulas escritas. La oración es por esencia una contemplación, un en­cuentro personal con Dios ...

Como dice Serafín de Sarov (1755-1833): 'Debemos orar hasta que el Espíritu Santo descienda sobre nosotros ... Cuando haya venido a visitarnos, hay que dejar de rezar'.

Es importante hablar a Dios, pero no menos importante es callarse y dejarle a El que hable en el fondo de nuestro silencio. Por eso, no hay que confundir oración con súplica. Esta no cubre más que una parte de la vida de oración, que es, en su conjunto, un diálogo vivo e infinitamente variado; el hombre expresa en ella sus sentimientos, su alegría, sus deseos, suplica, da gracias o sencillamente escucha al Espíritu Santo que intercede en él con gemidos inefables (Rm 8,26).

La oración comienza por una invocación trinitaria, luego por una invocación al Espíritu Santo. Este es el carácter profundo del culto ortodoxo, tanto público como privado, al situar al fiel en una relación única y necesaria cara a cara con las Personas de la Santísima Trinidad. La oración tiene, pues, un valor de confesión dogmática de la fe, y por eso el oficio de oraciones incluye siempre el símbolo de fe Niceno-Constantinopolitano» 17.

OLIVIER CLEMENT, por su parte, recoge lo mejor de la tradición ortodoxa sobre la oración como comunión personal del cristiano con el Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo:

11 O. CLEMENT, Prolegómenos. Oración de Jesús o el misterio de la espiritualidad monástica ortodoxa, en O. CLEMENT, B. BOBRINSKOY y otros, La dolorosa alegria. Notas sobre la oración personal del Oriente cristiano, Monasterio de las Huelgas, Burgos, 1983, p. 60.

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«Toda nuestra vida no es otra cosa que la búsqueda del lugar del corazón.

Para pacificar y purificar el entendimiento y 'hacerle descen­der' al corazón, el 'método' utiliza, lo sabemos, la invocación del Nombre de Jesús. El 'Señor Jesucristo, ten piedad de mí, pecador', combina las invocaciones evangélicas del publicano y del ciego, en una fórmula que, al contraerse, puede ser un grito de humildad, convertirse en sello de bendición y canto de amor. Se descubre entonces que se dispone de mucho más tiem­po para orar del que se imaginaba: se puede, andando por la calle, en el curso de un trabajo o de una conversación, invocar a Cristo, despertar a su amor. Poco a poco, la invocación 'se pega' a la respiración, abre en nosotros una respiración más profunda, en Pneumati, en el Espíritu de 'toda santidad'. En los que practican la invocación de una manera metódica, acom­pañada de una ascesis compleja, la oración llega a identificarse con el ritmo del corazón, y llega a hacerse tan 'espontánea' como la pulsación de la sangre. Entonces, el hombre realiza 'escatológicamente' su naturaleza original: es oración. 'Siente', 've' a Cristo resucitado, Rostro del Padre, en la luz del Espí­ritlt» 18.

SAN AGUSTIN: «Señor y Dios mío, en Ti creo, Padre, Hijo y Espíritu Santo ... Fija la mirada de mi atención en esta regla de fe, te he buscado según mis fuerzas y en la medida que Tú me hiciste poder, y anhelé ver con mi inteligencia 10 que creía mi fe, y disputé y me afané en demasía, Señor y Dios mío, mi única esperanza, óyeme para que no sucumba al des­aliento y deje de buscarte; ansíe siempre tu rostro con ardor. Dame fuerzas para la búsqueda, Tú que hiciste te encontrara y me has dado esperanzas de un conocimiento más perfecto. Ante Ti está mi firmeza y mi debilidad: sana ésta, conserva aquélla. Ante Ti está mi ciencia y mi ignorancia; si me abres, recibe al que entra; si me cierras el postigo, abre al que llama. Haz que me acuerde de Ti, te comprenda y te ame. Acrecienta en mí estos dones hasta mi reforma completa ... » 19.

SAN HILARlO: «Conserva, te ruego, el sentimiento de mi fe y dame, hasta el momento de la partida de mi espíritu,

18 O. CLEMENT, o. C., p. 22. l. SAN AGUSTÍN, Obras completas, V, BAC, Madrid, 1956, pp. 491-493.

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estas palabras que expresan mi convicción, para que siempre me conserve fiel a lo que confesé en el símbolo de mi regenera­ción, cuando fui bautizado en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, es decir, que te adore a Ti, Padre nuestro, y a tu Hijo, juntamente contigo, y que merezca tu Espíritu Santo, que pro­cede de Ti por medio de tu unigénito. Porque tengo testigo idó­neo para mi fe a mi Señor Jesucristo, que dice: Padre, todo lo mío es tuyo, y 10 tuyo mío On 17,10); El permanece siempre en Ti, ha nacido de Ti y es siempre Dios junto a Ti y es bendito por los siglos de los siglos. Amén» 20.

SANTA TERESA DE JESUS: «Ya sabéis que Dios está en todas partes. Pues claro está que, a donde está el rey, allí, dicen, está la corte; en fin, que a donde está Dios es el cielo. Sin duda, lo podéis creer, que a donde está su Majestad, está toda la gloria. Pues mirad que dice San Agustín, que le buscaba en muchas partes y que le vino a hallar dentro de sí mismo (Conf. X, 27,38). ¿Pensáis que importa poco para un alma de­rramada entender esta verdad, y ver que no ha menester para hablar con su Padre eterno ir al cielo, ni para regalarse con El, ni ha menester hablar a voces?.. Ni ha menester alas para ir a buscarle, sino ponerse en soledad y mirarle dentro de sí, y no extrañarse de tan buen huésped, sino con gran humildad, hablar­le como a Padre, contarle sus trabajos, pedirle remedio para ellos, entendiendo que no es digna de ser su hija ...

Este modo de rezar, aunque sea vocalmente, con mucha más brevedad se recoge el entendimiento, y es oración que trae con­sigo muchos bienes. Llámase recogimiento, porque recoge el alma todas las potencias y se entra dentro de sí con su Dios ... Porque allí metida consigo misma, puede pensar en la Pasión y repre­sentar allí al Hijo y ofrecerle al Padre, y no cansar el entendi­miento andándole buscando en el monte Calvario, y al Huerto y a la Columna.

La que de esta manera se pudiera encerrar en este cielo pe­queño de nuestra alma, adonde está el que le hizo y la tierra, y acostumbrar a no mirar ni estar adonde se distraigan estos sentidos exteriores, crea que lleva excelente camino, y que no

20 SAN HILARIO DE POITIERS, La Trinidad (L. Ladaria, ed.), BAC, Madrid, 1986, p. 695.

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dejará de llegar a beber el agua de la fuente, porque camina mucho en poco tiempo ...

... No nos imaginemos huecas en lo interior ... Que tengo por imposible, si trajésemos cuidado de acordarnos tenemos tal Hués­ped dentro de nosotras, nos diésemos tanto a las cosas del mun­do, pues veríamos qué bajas son para las que dentro poseemos» 21.

TERESA DE LISIEUX:

«En la última noche, la noche del amor, hablando claramente y sin parábolas, Jesús decía así:

'Sí alguno quiere amarme, que guarde mi palabra, que la guarde fielmente. Mi Padre le amará, y vendremos a El, moraremos en El, será para nosotros una morada viva, será nuestro palacio. Pero también queremos que more El en nosotros, lleno de paz, que more en nuestro amor'. ¡Vivir de amor quiere decir guardarte a Ti, Verbo increado, Palabra de mi Dios! Lo sabes, Jesús mío, yo te amo, me abrasa con su fuego tu Espíritu de amor. Amándole a Ti, atraigo al Padre, mi débil corazón se entrega a El sin reserva. ¡ Oh augusta Trinidad, eres la prisionera, la santa prisionera de mi amor!» 22.

CARDENAL KONIG:

«Si deseas encontrar a Dios, al Padre, escucha a Cristo, pues sólo El conoce al Padre.

Si deseas comprender a Cristo,

21 SANTA TERESA DE JESÚS, «Camino de perfección, 28», en Obras completas (Isidoro de San José, ed.), Edit. de Espiritualidad, Madrid, 1963.

22 TERESA DE LTSIEUX, O. c., p. 717.

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ORACION CRISTIANA, ORACION TRINITARIA

atiende al Espíritu divino; obedeciéndolo comprenderás a Cristo.

Alcanzarás la unión con Dios si vives en el Espíritu de Dios. Pues el Espíritu es Dios mismo» 23.

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F. CHARMOT: «La oración es una conversación, un diá­logo con la Santísima Trinidad ... , un intercambio de amor entre el hombre y Dios ... Para comprender la oración, las almas deben recordar que han sido creadas a imagen y semejanza de la San­tísima Trinidad y que han recibido, por añadidura, a las tres divinas Personas; ahora bien, estas tres divinas Personas han venido a 'habitar' en las almas para hacerlas partícipes, aquí abajo, antes de la eternidad, de los transportes de amor, infini­tamente ardientes, perfectos y continuos entre el Padre y el Hijo. Esto es de fe y San Juan lo recalca con energía ...

Locura sería pensar que la Santísima Trinidad habita inte­riormente en el alma, sin que pretenda hacer vivir consciente­mente en el alma la unión íntima con ella por medio de la fe ... (por eso) la oración es una conversación familiar, no con Dios, sino con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que son Personas vivientes, desbordantes de amor y de generosidad» 24.

P. GALOT: «La oración dirigida a Cristo o al Espíritu va dirigida, a la postre, al Padre, aun cuando el Padre no sea nom­brado. La oración que penetra en el misterio de la Santísima Trinidad nunca podría quedar a medio camino. De hecho, toda oración es conducida en el Espíritu por Cristo al Padre. Y la respuesta a la oración proviene primordialmente del Padre, que prodiga sus dones por Cristo y el Espíritu ...

Del hecho que Cristo y el Espíritu tengan un papel mediador o de intercesión, se puede sacar la impresión de que es preferi­ble dirigirse únicamente a ellos, dejando al Padre en la sombra ... Jesús, por el contrario, desea que sus discípulos, contando con esta mediación, ejerciten un diálogo personal con el Padre. Por su medio tenemos abierto el camino al Padre y nada más desea

21 FRANZ KONIG, en AA. VV., Ante Ti, Señor, Narcea, Madrid, 1987, p. 45.

24 F. CHARMOT, La oración intercambio de amor, El Mensajero, Bilbao, 1960, pp. 6, 8, 22.

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sino que 10 recorramos. La familiaridad con el Padre constituye una parte del desarrollo de la vida cristiana» 25.

n. LA IGLESIA, COMUNIDAD ORANTE

La Iglesia es «unpur1:>lo reunido por la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» 26. La Iglesia «está llena de la Trinidad» 27 y es «el Cuerpo de los Tres» 28: un pueblo que participa la comunión de vida del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y es «Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo» 29. Por eso, todo el ser de la Iglesia ha sido y es oración en cuanto expresión de sus relaciones con Dios Trinidad. Como manifestación de su ser, ha sido y es una comunidad oran­te, que ha vivido y vive la eulogía o alabanza, la adoración, la acción de gracias y la súplica. La liturgia ha sido siempre el mar­co de su oración.

La liturgia, sobre todo eucarística, es la expresión plástica de lo que es como «Pueblo» y «Familia», que se reúne para ce­lebrar las misericordias del Padre, la obra redentora del Hijo y la presencia santificadora del Espíritu Santo.

Como botón de muestra recogemos tres anáforas (una anti­gua y dos modernas), que son un buen exponente de la oración de la Iglesia y su contenido trinitario.

a) La anáfora bizantina de San Juan Crisóstomo

La anáfora que se atribuye a San Juan Crisóstomo es, sin género de duda, la más extendida actualmente en el Oriente cris­tiano. Compuesta probablemente entre los siglos IY-Y, su origen hay que fijarlo en la anáfora siríaca de los XII Apóstoles 30.

«La gracia de nuestro Señor Jesucristo, / la caridad de Dios Padre / y la comunicación del Espíritu Santo / sean con vos­otros ... /

25 P. GALOT, Découvrir le pere. Esquisse d'une théologie du Pere Ed. Sintal, Lovain, 1985, p. 163.

2. LG, 4,2. 27 ORíGENES, Selecta in Ps. XXIII, 1: PG, 12, 1266. 28 TERTULIANO, De bapt., 6: PL, 1, 1315. 2' LG, 17. 30 Cfr. V. MARTíN PINDADO-J. M. SÁNCHEZ CARO, La gran oración euca­

rística. Textos de ayer y de hoy, La Muralla, Madrid, 1969, p. 260.

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Es justo y necesario / celebrarte en himnos, darte gracias, / adorarte en todo lugar de tu soberanía. / Pues Tú eres un Dios inefable, inconcebible, / invisible, inaprehensible, siempre el mismo, / el mismo eternamente: con tu único Hijo y el Espíritu Santo.

Tú nos levantaste de la nada al ser, / y cuando habíamos caído, de nuevo nos volviste a levantar, / y no te has dado re­poso en tu empeño / hasta conducirnos al cielo / y darnos gra­tuitamentte tu Reino venidero. / Por todas estas cosas te damos gracias a Ti / ya tu único Hijo y al Espíritu Santo; / por todos los beneficios que has hecho en favor nuestro, / por los que conocemos, / por los que se ".::;n y los que no se ven ... /

En comunión con estos ejércitos, / también nosotros, Señor, Amigo de los hombres, / clamamos y decimos: / Santo eres, santísimo, / Tú y tu único Hijo y el Espíritu Santo. / Santo eres, santísimo, y magnífica es tu gloria. / Tu amor por este mundo, que es tuyo, / te ha llevado a darle tu Hijo unigénito, / para que todo el que crea en El, / no muera, sino tenga vida eterna. / El, con su venida, realizó plenamente toda la econo­mía / que Tú habías planeado sobre nosotros... /

Así pues, al celebrar el memorial/del mandato salvador / y de cuanto acaeció por nosotros: / de la cruz y la sepultura, / de la resurrección al tercer día, / de la ascensión a los cielos, / de la instauración en el trono a tu derecha, / de la segunda y gloriosa parusía, / te ofrecemos lo que es tuyo de lo que es tuyo, / en todo y por todo. / Te alabamos, te bendecimos, / te damos gracias, Señor, / te invocamos, Dios nuestro. /

Te ofrecemos también este culto espiritual e incruento / y te invocamos, / te imploramos y suplicamos: / Envía tu Espíritu Santo sobre nosotros / y sobre los dones que te hemos presen­tado, / y haz de este pan el cuerpo precioso de tu Cristo, / trans­formándolo por el Espíritu Santo. /

y de lo que hay en este cáliz / (haz) la sangre preciosa de tu Cristo, / transformándola por el Espíritu Santo. /

De modo que aproveche / a cuantos van a participar de estos dones, / para sobriedad de espíritu, / para perdón de los pecados, / para la comunicación de tu Espíritu Santo / y para la plenitud de tu Reino; / y no para juicio, ni castigo.,,» 31.

31 Traducción española en V. MARTÍN PINDADO-J. M. SÁNCHEZ CARO, O. C., pp. 260-263.

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b) Plegaria eucarística V/a: Dios guía a su pueblo Recogemos una de las nuevas plegarias eucarísticas anexio­

nadas al Misal Romano, en su edición típica para las comunida­des cristianas de habla hispana. En el marco de la estructura de las plegarias eucarísticas, nos ha parecido la más expresiva por su hondura trinitaria y por su sobriedad.

«Te damos gracias, / Señor y Padre nuestro, / te bendeci­mos y te glorificamos, / porque has creado todas las cosas / y nos has llamado a la vida. /

Tú nunca nos dejas solos, / te manifiestas vivo y presente / en medio de nosotros. /

Ya en tiempos antiguos / guiaste a Israel, tu pueblo, / con mano poderosa y brazo extendido, / a través de un inmenso desierto. /

Hoy acompañas a tu Iglesia peregrina, / dándole la fuerza de tu Espíritu. /

Por medio de tu Hijo / nos abres el camino de la vida, / para que, a través de este mundo, / lleguemos al gozo perfecto de tu Reino. /

Por eso, / con los ángeles y los santos. / cantamos sin cesar el himno de tu gloria: /

Santo, Santo, Santo es el Señor, / Dios del Universo ... / Te glorificamos, Padre Santo, / porque estás siempre con nos­otros / en el camino de la vida, / sobre todo cuando Cristo, tu Hijo, nos congrega / para el banquete pascual de su amor. / Como hizo en otro tiempo con los discípulos de Emaús, / El nos explica las Escrituras / y parte para nosotros el pan. I Te rogamos, pues, Padre todopoderoso, / que envíes tu Espíritu sobre este pan y este vino, I de manera que sean para nosotros / Cuerpo y Sangre de Jesucristo, / Hijo tuyo y Señor nuestro ... / Por eso, Padre de bondad, / celebramos ahora el memorial de nuestra reconciliación, / y proclamamos la obra de tu amor: / Cristo, tu Hijo, / a través del sufrimiento y de la muerte en cruz, / ha resucitado a la vida nueva / y ha sido glol'ificado a tu derecha. /

Dirige tu mirada, Padre Santo, sobre esta ofrenda: / es Jesucristo que se ofrece con su Cuerpo y con su Sangre / y, por este sacrificio. / nos abre el camino hacia Ti. /

Señor. Padre de misericordia, / derrama sobre nosotros / el Espíritu del Amor, / el Espíritu de tu Hijo. /

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Fortalécenos con este mismo Espíritu / a todos los que hemos sido invitados a tu mesa". / Por Cristo, con El y en El, / a Ti, Dios Padre omnipotente, / en la unidad del Espíritu Santo, / todo honor y toda gloria / por los siglos de los siglos. Amén» 32,

c) Plegaria eucarística de Taizé

La plegaria eucarística o «Nuevo canon de Taizé» mejora el publicado por M, Thurian en 1963: «En cuanto al ecumenismo, atenúa ciertas expresiones del anterior, y en cuanto a su estmc­tura, mira más a las nuevas anáforas romanas, que al viejo canon de la Iglesia de Roma» 33. Lo traemos aquí no sólo por su espíri­tu ecuménico, cuanto, sobre todo, por su contenido trinitario­pneumatológico.

«Realmente es justo y bueno / darte gracias, Dios Padre nuestro, / por Cristo nuestro Señor; / has creado por El el universo todo / visible e invisible; / has hecho al hombre según tu imagen / y has pactado con él una alianza; le has revelado tus promesas / por la palabra de tus profetas. / Por eso, con los ángeles y los santos todos, / proclamamos tu gloria diciendo: /

Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del universo. / Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria. /

Realmente eres santo, Dios Padre nuestro, / y has amado tanto al mundo / que le has dado tu Hijo: / se encarnó de la Virgen María / por el Espíritu Santo. /

Envía de nuevo el Espíritu de tu poder / para consagrar esta Eucaristía: / que el Espíritu Santo creador / cumpla la palabra de tu amado Hijo ... /

Por eso, Dios Padre nuestro, / al celebrar ante Ti el me­morial / de la pasión, resurrección y ascensión / de Cristo, nuestro gran pontífice, / viviente siempre para interceder por nosotros / te presentamos, / como ofrenda pura, / su sacrificio único y perfecto. /

Envía de nuevo el Espíritu de tu santidad / para santificar tu Iglesia / como en el día de Pentecostés: / que el Santo Es­píritu consolador / la conduzca hasta la verdad completa, / la fortifique en su misión hasta los confines del mundo / y la pre-

32 Misal romano, edición típica aprobada por la Conferencia Episco­pal Española, Coeditores Litúrgicos, Madrid, 1988, pp. 1035 ss.

" Cfr. V. MARTíN PINDADO-J. M. SÁNCHEZ CARO, o. c., p. 395.

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pare para tu Reino eterno / donde compartiremos la herencia de los santos en la luz, / con la Virgen María, la Madre del Señor, / con los profetas, los apóstoles y los mártires; / unidos a nosotros, ellos oran también a tu Hijo amado .. / ¡Ven, Señor Jesús! /

Por El, con El y en El, / a Ti, Dios Padre omnipotente, / en la unidad del Espíritu Santo, / por los siglos de los siglos. / Amén» 34.

La plegaria eucarística tiene un contenido fuertemente tri­nitario. En la oración se sigue el proceso histórico de la salva­ción y se celebra la acción del Padre en cuanto fuente original de la misma; la obra redentora de Cristo, por quien llega a nos­otros la reconciliación y la acción del Espíritu Santo, en quien se hace realidad en el hombre la comunión con El. La oración se traduce en eulogía o alabanza al Padre, cuyas perfecciones se evocan (celebración teológica), así como su economía salvífi­ca: creación, caída, promesa, envío del Hijo y del Espíritu Santo (celebración económica). Como a fuente original de todo, se le suplica envíe al Espíritu Santo, para que actualice el mis­terio salvador de Cristo en medio de nosotros.

Las aclamaciones son expresión del júbilo de la Iglesia, que aplaude la ternura de Dios, al que se denomina siempre «Pa­dre». Se da gracias también al Padre por tantos dones salvíficos, junto con el Hijo y el Espíritu.

La anámnesis recuerda y actualiza la obra del Verbo encar­nado, como presencia permanente de la salvación entregada a los hombres.

En la súplica al Espíritu Santo se reconoce la acción del Paráclito como artífice de la nueva creación: el Verbo encarna­do, muerto y resucitado y la Iglesia, que surge de la Pascua por obra del Espíritu Santo. Es el «Espíritu creador», «Espíritu de santidad», «Espíritu de la verdad», «Espíritu de amor», «Espíri­tu del Hiio». El Hijo encarnado y el Espíritu, en la Eucaristía, son «las dos manos del Padre» 35, con las cuales recrea, restaura y plenifica al hombre creado a su imagen.

Las anáforas y plegarias eucarísticas terminan con la doxo­logía. El fin del proyecto del Padre, de la obra redentora del

34 Ibíd., pp. 396-398. 3> SAN IRENEO, Adv. haer. IV, 1: PG, 1, 975.

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Hijo y de la acción santificadora del Espíritu no es otro que la gloria del Padre, que se hace realidad en el misterio del Hijo encarnado y en la acción del Espíritu en la Iglesia, que acoge el don divino.

IlI. ORA A TU PADRE

El cristiano que se sabe hijo de Dios no puede por menos de vivir abierto a su Padre para expresarle estima, alabanza, grati­tud, amor, acogida y entrega. Es la oración «filial» que quiere Jesús para quienes 10 acogen a El. Por eso les dice, cuando oréis decid: «Padre nuestro ... » (Lc 11,1; cfr. Mt 6,9). Esta plegaria ha venido a constituir la oración por antonomasia de los cre­yentes en Cristo 36. El cristiano que ha asumido su condición de hijo de Dios ora no por una imposición externa, sino por una necesidad y exigencia de su condición filial; necesita estar con su Padre, hablar a su Padre, agradecer a su Padre, expresar su amor al Padre; en una palabra, el cristiano que se sabe hijo de Dios, precisa estar a solas con el Padre y manifestarle todos los sentimientos que un hijo expresa a su progenitor.

La mayoría de los testimonios que ofrecemos, sobre todo de los Santos Padres, están escritos al filo de la oración do­minical.

SAN CIPRIANO: «¡Qué misterios, hermanos amadísi­mos, se encierran en la oración del Padrenuestro! ... Así dice (el Señor) debéis orar: 'Padre nuestro que estás en los cielos'. 'Padre', dice en primer lugar el hombre nuevo, regenerado y restituido a su Dios por la gracia, porque ya ha empezado a ser hijo ... El que, por tanto, ha creído en su nombre y se ha hecho hijo de Dios, debe empezar por eso a dar gracias y hacer profe­sión de hijo de Dios, puesto que llama Padre a Dios, que 'estás en los cielos'... ¡ Cuán grande es la clemencia del Señor, cuán grande la difusión de su gracia y su bondad, pues quiso que orásemos frecuentemente en presencia de Dios, le llamemos Pa­dre y. así como Cristo es Hijo de Dios, así nos llamemos nos­otros hijos de Dios! Ninguno de nosotros osaría pronunciar tal nombre en la oración, si no nos 10 hubiera permitido El mismo.

36 Cfr. S. SABUGAL, El Padrenuestro en la interpretación catequética antigua y moderna, Sígueme, Salamanca, 1982, pp. 13-19.

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Hemos de acordarnos, por tanto, hermanos amadísimos, y saber que cuando llamamos Padre a Dios es consecuencia que obre­mos como hijos de Dios, con el fin de que, así como nosotros nos honramos con tenerle por Padre, El pueda honrarse de nos­otros. Hemos de portarnos como templos de Dios, para que sea una prueba de que habita en nosotros el Señor y no desdigan nuestros actos del Espíritu recibido ... » 37.

ORIGENES: «No pensemos que hemos aprendido sola­mente a recitar unas palabras en determinados momentos desti­nados a la oración, sino que entendiendo 10 que arriba dijimos con respecto al 'orad sin cesar' (cfr. XII, 1-2), comprenderemos que toda nuestra vida, en incesante oración, debería decir: 'Pa­dre nl1estl'o, que estás en los cielos'; y no debería estar nuestra conversación en modo alguno sobre la tierra, sino completamen­te en el cielo, ya que ha sido establecido el Reino de Dios en todos los portadores de la imagen del Celestial y por esto han venido a ser celestiales» 38.

SAN JUAN CRISOSTOMO: «Mirad cómo de pronto le­vanta el Señor a sus oyentes y, desde el preludio mismo de la oración, nos trae a la memoria toda suerte de beneficios divinos. Porque quien da a Dios el nombre de Padre, por ese solo nombre confiesa ya que se le perdonan los pecados, que se le remite el castigo, que se le .iustifica, que se le santifica, que se le redime, que se le adopta por hijo, que se le admite a la hermandad con el Hijb unigénito, que se le da el Espíritu Santo. No es posible darle a Dios el nombre de Padre y no alcanzar todos esos bie­nes. De doble manera, pues, levanta el Señor los pensamientos de sus oyentes: por la dignidad del que es invocado y por la g1'andeza de Jos beneficios que de El habían recibido» 39.

SAN CIRILO DE TERUSALEN: « ... Recitamos aquella oraClOn que el Salvador enseñó a sus discípulos, llamando nos­otros a Dios con pura conciencia 'Pad1'e' y diciendo: 'Padre

37 SAN CIPRIANO, De orat. dom., 9: CSFL, III, 1, 265. Traducción española en J. CAMPOS, Obras de San Cipriano, BAC, Madrid, 1964, p. 205. Para un estudio exegético-teológico del contenido de la oración dominical, cfr. S. SABUGAL, Abbá ... La oración del Señor. Historia y exegesis teológica, BAC, Madrid, 1985.

38 ORÍGENES, Sobre la oración (F. Mendoza Ruiz, ed.), Madrid, 1966, p. 234.

39 SAN JUAN CRISÓSTOMO, Obras de ... : l. Homilías sobre el Evangelio de San Mateo (1-45) (Daniel Ruiz Bueno, ed.), BAC, 1955, p. 398.

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nuestro que estás en los cielos' (Mt 6,9). ¡Oh grandísimo amor de Dios para con el hombre! A los que le abandonaron y caye­ron en las peores maldades ha dado tal perdón de sus males y tal participación de su gracia que quiere ser llamado incluso 'Padre'. Cielos son también, sin duda, aquellos hombres que llevan la imagen celestial, en los que está Dios inhabitando y pa­seándose» 40.

SANTA TERESA DE JESUS: «'Padre nuestro que estás en los cielos'. ¡Oh, Señor mío, cómo parecéis Padre de tal Hijo, y cómo parece vuestro Hijo, Hijo de tal Padre! ¡Bendito seáis por siempre jamás! No fuera al fin de la oración esta merced, Señor, tan grande. En comenzando nos henchís las manos y ha­céis tan gran merced, que sería harto bien henchil'se el entendí miento para ocupar de manera la voluntad que no pudiese hablar palabra. ¡Oh, qué bien venía aquí, hijas, contemplación perfec­ta ... (y) ... con cuánta razón se entraría el alma en sí, para poder mejor subir sobre sí misma a que le diese este santo Hijo a en­tender qué cosa es el lugar a donde dice que está su Padre, que es en los cielos! ¡Salgamos de la tierra, hijas mías, que tal mer­ced como ésta no es razón se tenga en tan poco, que después que entendamos cuán grande es, nos quedamos en la tierra!

¡Oh, Hijo de Dios y Señor mío! ¿Cómo dais tanto junto a la primera palabra? Ya que os humilláis a Vos con extremo tan grande en juntaros con nosotros al pedir, y haceros hermano de cosa tan baja y miserable, ¿cómo nos dais en nombre de vuestro Padre todo lo que se puede dar, pues queréis que nos tenga por hijos, que vuestra palabra no puede faltar? Obligáisle a que la cumpla, que no es pequeña carga, pues en siendo Padre nos ha de sufrir, por graves que sean las ofensas. Si nos tornamos a El, como el hijo pródigo, hanos de perdonar, hanos de consolar en nuestros trabajos, hanos de sustentar como 10 ha de hacer un tal Padre, que forzado ha de estar mejor que todos los padres del mundo ...

Buen Padre os tenéis, que os da el buen Jesús; no se conozca aquí otro Padre para tratar de El; y procurad, hijas mías, ser tales que merezcáis regalaros con El, y echaros en sus brazos.

40 SAN CIRILO DE JERUSALÉN, Catequesis mistag., V, 11, en J. SOLANO, Textos eucarísticos primitivos: l. Hasta finales del siglo IV, BAC, Madrid, 1952, p. 331.

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'" Entre tal Padre y tal Hijo, forzado ha de estar el Espíritu Santo, que enamore vuestra voluntad y os la ate tan grandísimo amor, ya que no baste para esto tan gran interés» 41.

CATECISMO ROMANO: «Cada vez que un cristiano re­cite esta plegaria, acuérdese que llega a la presencia de Dios como un hijo a la de su padre. Y al repetir: 'Padre nuestro', piense que la divina bondad le ha levantado a un honor infini­to: no quiere Dios que oremos como siervos temerosos y atemo­rizados, sino como hijos que se abandonan con confianza y amor en el corazón de su Padre.

De esta consideración brotará espontáneo el sentimiento que debe animar constantemente nuestra piedad: el deseo de ser y mostrarnos cada vez más dignos de nuestra cualidad de 'hijos de Dios', y el esforzarnos porque nuestra oración no desdiga de aquella estirpe divina, a la que por infinita bondad pertenecemos. San Pablo nos dice: 'Sed, en fin, imitadores de Dios como hijos amados' (Ef 5,1)>> 42.

KARL BARTH: «Padre nuestro que estás en los cielos ... Sí. Tú nos has perdonado nuestras ofensas. Antes que yo te diga: perdóname, Tú has establecido y anunciado tu derecho de fa­vor, la justicia de tu misericordia, tu derecho a no mirar nues­tras faltas y a no mirarnos como ofensores. Tú has cambiado, en tu Hijo, los papeles entre Tú, Dios santo y justo, y nosotros, los hombres, traidores e injustos. Te has puesto en nuestro lugar para restaurar el orden en nuestro favor. Tú has obedecido y su­frido por nosotros; has abolido nuestra falta, las faltas de toda la humanidad, y Tú Jo has hecho de una vez para siempre.

Has anulado estas faltas que nos acompañan desde llllestro nacimiento hasta la muerte, y además las que cometemos cada día, a cada momento, de una u otra forma. Estas faltas, que conocemos muy bien, y las otras, las que no sabemos ver, que serán reveladas un día, cuando sea presentado el libro de cuen­tas. Entonces nos veremos delante de Ti tal cual somos. Has abolido todas estas faltas, has procreado un hombre nuevo, un nuevo «nosotros» y un nuevo «yo» sin falta ni ofensa, un hombre

41 SANTA TERESA DE JESÚS, «Camino de perfección, 27», en Obras completas (Isidoro de San José, ed.), Edit. de Espiritualidad, Madrid, 1963, pp. 505 ss.

42 Catecismo romano (P. Martín Hernández, ed.), BAC, Madrid, 1956, p. 913, IV-lB.

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que te agrada, que es justo a tus ojos, puro y sin mancha, sin tacha. Tú has engendrado a este hombre y nos has reunido alre­dedor de El, alrededor de la cruz de tu Hijo, para que seamos testigos de nuestro juicio, porque es necesario que entremos en este juicio, en esta muerte que El ha sufrido en vez de nosotros para librarnos.

Tú nos has dado tu Espíritu Santo para que la obra de esta creación que has realizado en este nuevo hombre Jesucristo sea algo vital en nosotros; para que tu gracia, aparecida en este acontecimiento, llegue a ser nuestra. Ya que has hecho todo esto en tu Hijo, y puesto que actúas por tu Espíritu Santo, no nos permitas dudar ni permanecer en la incertidumbre y en la desazón frente a nuestras ofensas. Desde ahora nuestras faltas son tu preocupación, no la nuestra. Defiéndenos de mirar hacia atrás, de sentirnos agobiados y como encadenados a nuestro pasado, a lo que somos y hacemos hoy e incluso a 10 que seremos y ha­remos mañana.

Esta manera de dirigir siempre la mirada sobre nuestros pe­cados en vez de mirarte a Ti ya está superada. Tú te has ocupado de este pasado. En Jesucristo Tú has hecho de mí una nueva criatura, me permites y me mandas vivir mirando hacia ade­lante» 43.

CH. DE FOUCAULD: «Padre, me pongo en tus manos. Haz de mí 10 que quieras. Sea 10 que fuere, por ello te doy las gracias. Estoy dispuesto a todo. Lo acepto todo, con tal de que se cumpla tu voluntad en mí y en todas tus criaturas. No deseo nada más, Padre. Te encomiendo mi alma, te la entrego con todo el amor de que soy capaz, porque te amo y necesito darme, ponerme en tus manos sin medida, con infinita confianza, por­que Tú eres mi Padre» 44.

P AB LO VI: «Cuando pensamos en las palabras del Maes­tro, que nos recuerda que es deseo del Padre encontrar adorado­res 'en espíritu y en verdad' On 4,24); y cuando recordamos que El fue ejemplo y guía en la oración, y que siempre exhortó a los suyos a esta primordial actividad espiritual; cuando recor­damos la escuela de los Apóstoles, que educaban a los nuevos fieles en la oración continua (dice, por ejemplo, San Pablo a los

43 K. BARTH, La oración según los catecismos de la Reforma, Sígueme, Salamanca, 1969, pp. 80-81.

44 Texto y traducción en ¡Gloria!, o. c., p. 53.

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Tesalonicenses: 'Orad sin descanso', 1 T 5,17); cuando tratamos de entrar en la visión global del cristianismo, de su esencia reli­giosa, de su diseño sobrenatural de las relaciones entre Dios y el hombre, de su mensaje de vivificación de las almas, de la vocación de cada fiel al sacerdocio real, que 10 autoriza a entrar en diálogo con Dios, llamándolo Padre (cf. Rm 8,15; Gá 4,6); cuando observamos la vida cristiana en la historia, como se ha manifestado en sus expresiones más elevadas y genuinas, y cuan­do miramos las más verdaderas, profundas y descuidadas nece­sidades de los hombres de nuestro tiempo, no podemos menos que concluir con la primacía de la oración en el campo de la múltiple actividad de la Iglesia ...

Todos conocéis cuánto se ha hablado, escrito y trabajado sobre la oración ... Lo que importa ahora notar ... es la importan­cia esencial y suprema que (la Iglesia) atribuye a la oración, tanto como actividad personal que brota del fondo del corazón humano o como culto divino, en el que se expresa la voz de la comunidad cristiana; contemplación y liturgia son dos momentos indispensables y complementarios de la expresión religiosa de la Iglesia, invadida por el influjo del Espíritu Santo y viviendo de Cristo, cuya vida persevera y actúa en ella» 45.

D. BONHOEFFER: «Los discípulos invocan juntos al Pa­dre celestial, que sabe ya todo 10 que necesitan sus amados hijos. La llamada de Jesús, que les une, los ha convertido en herma­nos. En Jesús han reconocido la amabilidad del Padre. En nom­bre del Hijo de Dios les está permitido llamar a Dios Padre. Ellos están en la tierra y su Padre está en los cielos. El inclina su mirada hacia ellos, ellos elevan sus ojos hacia El» 46.

IV. POR CRISTO, CON CRISTO y EN CRISTO

En los grandes orantes, la oración a Cristo sigue el «orden trinitario». La salvación del hombre está vinculada al proceso de la vida trinitaria: dimana del Padre como de su fuente, se

45 PABLO VI, Alocución en la audiencia general (20-VIII-1966), en N. SILANES (ed.), La oración, Secretariado Trinitario, Salamanca, 21985, p. 60.

'" D. BONHOEFFER, El precio de la gracia, Sígueme, Salamanca, 1968, p. 176.

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comunica por el Hijo encarnado como «camino» y se interiori­za en el hombre mediante la acción del Espíritu Santo.

El Hijo encarnado, «mediador nato» en la Trinidad, es tam­bién el mediador en la comunicación de la vida divina a los hombres: es el «Hijo» (Hch 9,20; Rm 1,3); «la imagen del Padre» (Col 1,15); «resplandor de su gloria (Hb 1,3); «camino, verdad y vida» (Jn 14,6); «único Mediador entre Dios y los hombres» (1 Tm 2,5); «Sumo y eterno Sacerdote» (Hb 7,24), Y «primogénito entre muchos hermanos» (Rm 8,29).

Para los grandes Ol'antes, la oración ha sido un encuentro con Cristo en todo sU misterio soteriológico. A El han acudido como a Hijo, para inspirar, vivir y animar su vida filial; como a «Sumo Sacerdote», para encontrar al Mediador que haga nues­tros oficios ante el Padre y como paradigma de nuestra vida sacerdotal; como a «resplandor de la gloria del Padre», para ser iluminados por su luz; como a «camino», para acoger al Padre e ir, con El, al Padre y a los hombres; en una palabra, como a Mediador, en quien, por quien y con quien los hombres, en la Iglesia, son acogidos por el Padre. La vertiente cristológica viene expresada en la mayoría de los textos consignados atrás. Aquí hemos elegido algunos más significativos, en los que se pone de relieve la dimensión cristo céntrica de la oración cris­tiana.

ORACION MUY ANTIGUA:

«Las estrellas que brillan y las fuerzas en movimiento: todo desaparece y pierde brillo ante el esplendor de tu luz y el poder de tu grandeza. Sólo Tú eres visible, Tú manifiestas 47

la imagen del Padre omnipotente, y nos haces así conocer la grandeza del Padre potente en la esfera celeste; 10 mismo Tú, su Hijo, eres en nuestra tierra, primero, Corifeo, Señor omnipotente;

47 La oración es una paráfrasis del primer capítulo de la Carta a los Colosenses, que describe la primacía de Cristo en la creación.

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Tú, segunda grandeza que proviene del Padre, llevas desde el principio los fundamentos de la tierra entera.

Eres nuestro modelo, nuestro ordenador y nuestro barquero; nuestro camino y la puerta que conduce a la luz. Imagen eres de la justicia. Sin cesar, nuestra estrella y nuestra luz. Te damos gracias, alabanzas y bendiciones, y ante Ti doblamos las rodillas con confianza.

Te pedimos todo 10 que es justo: Concédenos estar sólidamente establecidos en nuestra fe; y poseer la salud del cuerpo para poder alabarte. Así te cantaremos sin cesar y en todas las ocasiones; y nosotros te alabaremos, porque en todas partes eres celebrado, Tú, el Inmortal, el Infatigable, el Eterno. Tú eres el modelo y la esencia del alma; nuestro Padre bienaventurado, nuestro Rey y nuestro Dios.

Si te miramos, Señor, no moriremos. Si confesamos tu nombre, no corremos el riesgo de perdernos. Si te rogamos, seremos satisfechos. Devuélvenos, Señor, el vigor de nuestra fuerza primera; dígnate mantenernos en ella, sin cesar y hasta el fin. Danos la gracia de ser reafirmados, fortalecidos, hasta alcanzar la estatura completa y hasta la perfecta realización ... » 48.

SAN AGUSTIN: «Dios no puede dar ningún don mayor a los hombres que hacer que su Verbo, por el cual hizo todas

48 GRAFFIN Y NAUS, eds., Patrologie orientale, 18, 445-446. Traducción española en A. HAMMAN, Oraciones de los primeros cristianos, Rialp. Madrid, 1956, pp. 147 ss. Aquí se pueden ver detalles sobre el origen y vicisitudes de este fragmento de la antigüedad cristiana.

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las cosas, fuese Cabeza de ellos y adaptarlos a El como miem­bros, a fin de que fuese Hijo de Dios e hijo del hombre; un solo Dios con el Padre y un solo hombre con los hombres. Por tanto, cuando hablamos suplicando, no separamos al Hijo de la plegaria; y cuando ruega el Cuerpo del Hijo, no aparta de sí a su Cabeza; y así es el Hijo de Dios, nuestro Señor Jesucristo, el único Salvador de su Cuerpo, el cual pide también por nos­otros y en nosotros; y también oramos nosotros. Ora por nos­otros como sacerdote nuestro; ora en nosotros como nuestra Cabeza; y nosotros oramos a El como nuestro Dios. Reconozca­mos en El nuestra voz, y su voz en nosotros ...

Luego se le pide en forma de Dios, y El ora en forma de siervo: allí como Creador, aquí como creado, tomando sin ser cambiado a la criatura que ha de ser cambiada, y haciéndonos consigo un solo hombre, Cabeza y Cuerpo. Luego oramos a El, por El y en El; y hablamos con El, y habla El con nosotros; y recitamos en El, y El recita en nosotros la oración ... » 49.

JUAN PABLO II: « ¡Cristo Jesús, Hijo de Dios vivo, que has tomado tu cuerpo de la Virgen María y te has hecho hombre por obra del Espíritu Santo! ¡Cristo Jesús, Redentor del hom­bre! Tú, que eres el mismo ayer, hoy y por todos los siglos. Tú, que de la obra de la Redención has hecho la fuente de un don siempre nuevo para tu santa Iglesia: haz que su fuerza salvado­ra vaya empapando todos los días, semanas, meses y años nues­tra vida.

¡Cristo Jesús, Redentor del hombre! Haz que todos nosotros te amemos aún más reviviendo en nuestro interior los misterios de tu vida: desde la concepción y el nacimiento hasta la cruz y la resurrección. Quédate con nosotros a través de estos miste­rios, quédate con nosotros mediante el Espíritu Santo, no nos dejes huérfanos. Vuelve siempre a nosotros.

¡Cristo Jesús, Redentor del hombre! Haz que todos se con­viertan al amor, viendo en Ti, Hijo del eterno Amor, al Padre, que es 'rico en misericordia'. Haz que toda la Iglesia vuelva a sentir la abundancia de tu redención, que se manifiesta en el perdón de los pecados y en la purificación de nuestra concien­éia llamada a una vida inmortal. ¡Ayúdanos a vencer nuestra

49 SAN AGUSTÍN, «In Psal., 85,1», en Obras de San Agustín, XXI, BAC, Madrid, 1966, pp. 216 ss.

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indiferencia y nuestro torpor! Restitúyenos la sensibilidad de los santos. Crea en nosotros, Señor, un corazón puro, y renueva en nuestra conciencia un espíritu firme.

Haz, Señor, que tu Redención se convierta también en una llamada al mundo contemporáneo, que ve la justicia y la paz en el horizonte de sus deseos, y, sin embargo, concediendo cada vez mayor espacio al pecado, vive día tras día, en medio de crecientes tensiones y amenazas, y parece dirigirse hacia una dirección peligrosa para todos» 50.

PABLO VI: «Que preste este Concilio plena atención a la relación entre nosotros y Jesús bendito, entre esta santa Iglesia, que somos nosotros, y Cristo, del cual venimos, por el cual vivi­mos y al cual vamos ... Ojalá fuésemos capaces en esta hora de elevar a nuestro Señor J esucl'Ísto una voz digna de El. Diremos con la sagrada liturgia: 'Solamente te conocemos a Ti, Cristo -a Ti, con alma sencilla y pura-; llorando y cantando te bus­camos; mira nuestros sentimientos' (Himno ad Laudes Feria VI). y al clamar así, nos parece que se presenta El mismo a nuestros ojos, extasiados y atónitos, en la majestad propia del Panto­crátor de vuestras basílicas, hermanos de las iglesias orientales y también de las occidentales ...

Es conveniente ... que este Concilio arranque de esta visión, más aún, de esta mística celebración, que confiesa que El, nues­tro Señor Jesucristo, es el Verbo encarnado, el Hijo de Dios y el Hijo del hombre, el Mesías del mundo, esto es, la esperanza de la humanidad y su único y supremo Maestro. El es el Pastor; El, el Pan de la vida; El, nuestro Pontífice y nuestra Víctima; El, el único Mediador entre Dios y los hombres; El, el Salvador de la tierra; El, el que ha de venir Rey del siglo eterno; visión que declara que nosotros somos sus llamados, sus discípulos ... , y junto con los demás fieles, sus miembros vivos ... , su Iglesia» 51.

FRANZ KbNIG: «Quien a Jesús encuentra, encuentra a Dios; / quien le encuentra, encuentra la verdad de Dios; / quien encuentra a Jesús, / encuentra la vida de Dios, / la vida eterna; / el que encuentra a Jesús, / encuentra el amor de

50 JUAN PABLO Ir, «Oración del Año Santo», en ¡Gloria!, o. c., pp. 54 ss.

SI PABLO VI, «Alocución en la inauguración de la segunda sesión con­ciliar», en Concilio Vaticano !l, Documentos, BAC, Madrid, 1966, pp. 961 ss.

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Dios; / el que encuentra a Jesús, / encuentra la proximidad de Dios; / quien encuentra a Jesús, / encuentra el rostro huma­no de Dios; / la cercanía humana de Dios, / el amor humano de Dios, / la patria del hombre en Dios; / quien encuentra a Jesús, encuentra a Dios, / humano, inteligible, comprensible, presente» 52.

EDUARDO PIRONIO: «Señor, enséñanos a orar, como les enseñaste a los apóstoles.

Que tu persona orante, que busca el desierto, el monte, el lago, las horas más silenciosas para entrar en comunión con el Padre, porque todos te buscan, nos enseñe a orar así.

Que aprendamos a vivir en experiencia de desierto, dejarlo todo para recuperarlo todo. Que aprendamos que el dejar mo­mentáneamente alguna actividad es ganar la vida, es para que la ganen nuestros hermanos.

Señor, haznos sentir necesidad de momentos muy fuertes de total y absoluto silencio para entrar en el Dios de la vida, en el Dios de la paz, en el Dios de la esperanza; haz que sepamos que sólo así podremos bajar después como Moisés, irradiando luz a los demás. El mundo tiene derecho a esa luz, tiene derecho a nuestra paz, a nuestro equilibrio.

Danos, Señor, el don de la contemplación. Haznos gustar la gratitud de este don. Al mismo tiempo, danos el comprender que en la medida en que vivamos en intensidad contemplativa podremos ser equilibrados y dar a los demás la serenidad y la paz, podremos transmitirles esa sed de Dios que dispone a buscar Su rostro.

Señor, revé1anos al Padre y esto nos basta. Que tengamos una experiencia muy fuerte de la paternidad

divina. Que sintamos que el Padre está aquí bien presente. Señor, haznos comprender que orar es entrar en comunión

gozosa con el Padre. Concédenos la simplicidad de los pequeños, a quienes se les muestra que oral' es sencillamente situarse frente al Padre y abrirse a su comunicación en silencio.

Danos la convicción muy fuerte de que Dios es nuestro Pa­dre; de que Tú, Cristo, eres nuestro amigo.

Señor, danos esa conciencia filial mediante el don del Espí­ritu. Infunde en nosotros el Espíritu que grite: ¡Abbá, Padre!

52 F. KONIG, Abrirse al Espíritu, Nal'cea, Madrid, 1978, p. 68.

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Haz que el Espíritu Santo entre en nosotros, se apodere de nues­tro silencio.

Señor, introdúcete en tu corazón filial para que sintamos allí al Padre y entremos en comunión con su voluntad, y así nuestra oración sea perfecta.

Señor, invádenos fuertemente con el Espíritu de adopción filial y que nuestra oración sea una simple palabra, como fue el sí, Padre, es decir, toda nuestra voluntad entregada a la tuya y en la tuya al Padre. Amén» 53.

EDUARDO PIRONIO: «Señor, Tú has sido enviado por el Padre. Nos has comunicado el Espíritu para que vivamos el gozo de la comunión. Tú has venido, Señor, para indicarnos que la Iglesia es comunión desde la Trinidad, en la Trinidad, para la Trinidad. La Iglesia es así, Pueblo de Dios congregado por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Señor, haznos gustar la comunión en este momento de la historia del mundo en que los hombres están tan profundamente divididos.

Ayúdanos a comprender qué significa una Iglesia en co­munión.

Ayúdame, Señor, a que en la propia comunidad donde estoy, en el barrio donde vivo, en el colegio donde trabajo, logre morir cada día un poco más a mí mismo y viva cada día un poco más por mis hermanos, constntyendo tu Iglesia-Comunión. Que todos los hombres, al vernos unidos, reconozcan tu presencia y crean de verdad que Tú has venido a traernos el gozo y la comunión. Amén» 54.

MONS. ANCEL: «No pienso que pueda encontrarse a Cris­to normalmente si no se consagra mucho tiempo a su búsque­da en el Evangelio y en la oración. No hay que considerar, pues, el estudio de la palabra de Dios y la oración sólo desde el punto de vista de nuestra santificación personal, debemos tam­bién considerarlos como medios indispensables para llevar a cabo un apostolado verdaderamente eficaz.

No se trata con ello de quitarles valor, por poco que sea, a las realizaciones espirituales que han sido conseguidas por sacerdotes o seglares en el ejercicio mismo de su apostolado.

53 E. PIRONJO, Señor, enséñanos a orar, Publicaciones Claretianas, Ma­drid, 1987, pp. 13 ss.

S4 Ibíd., pp. 24 ss.

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Creo, por el contrario, que este encuentro con Cristo ... consti­tuye sea una etapa para un conocimiento más profundo de Cristo, sea una forma de este encuentro al que no hay derecho de estar de lado.

Pero si uno se conforma con encontrar a Cristo en los he­chos y en las personas, eso no basta. Ello equivaldría a haberse detenido a medio camino. No habríamos llegado al término. El término consiste en realizar lo que San Pablo mismo realizó. Debemos esforzarnos, con la gracia del Señor y empleando los medios necesarios, por encontrar a Cristo en sí mismo. Induda­blemente que este encuentro con Cristo, que es un conocimiento casi experimental en la fe, no puede ser adquirido por un simple esfuerzo humano; es un don de Dios ...

Ante todo, para recibir este don de Dios, hay que estudiar el Evangelio, hay que hacer oración, hay que pedir ... Esto es la vida eterna: 'Que te conozcan a Ti, solo Dios verdadero, y a quien enviaste, Jesucristo' On 17,3)>> 55.

V. ORAR EN EL ESPÍRITU

En los apartados anteriores se puede observar cómo la Per­sona del Espíritu Santo aparece siempre implicada en la oración al Padre y al Hijo, tanto a nivel litúrgico como individual. A la tercera Persona, sin embargo, se le debe una mención especial, como animador de la oración al Padre y al Hijo. La tercera Per­sona es el Espíritu del Padre y del Hijo y el «amor» de ambos, que se ha derramado en nuestros corazones (cfr. Rm 5,5) y que nos p.crmite decir: «¡Abbá, Padre!» (Rm 8,15). El Espíritu Santo, en otras palabras, es el artífice de la nueva creación (cfr. Ef 2,10; 2 Co 5,17). Por eso, el Espíritu suscita en el cris­tiano un movimiento de apertura al Padre y al Hijo, que se tra­duce en una vivencia «filial», crística» y «eclesial». El Pneuma divino, además, viene en ayuda de nuestra debilidad, «ya que no sabemos orar como conviene» (Rm 8,26). Es 10 que ponen de manifiesto los textos que recogemos a continuación, algunos de la liturgia, otros de autores significativos.

RABANO MAURO: «Ven, ¡oh Espíritu Creador!, / vi-

55 MONS. ANCEL, «El encuentro de Cristo», en Cuadernos de oración, n. 22, 1984, pp. 24 ss.

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sita las almas de los tuyos, / llena de tu gracia divina / los corazones que Tú creaste. / Tú, que eres llamado Paráclito, / don del altísimo Dios, / fuente viva, fuego, / amor y unción del Espíritu. / Tú, el de los siete dones, / el dedo de la diestra del Padre, / la promesa solemne del Padre, / que dotas de palabra las gargantas. / Enciende la luz en los espíritus, / infunde tu amor en los corazones, / confortando con tu auxilio continuo / la flaqueza de nuestra carne. / Aleja más y más a nuestro ene­migo / y danos pronto la paz / para que así, guiándonos Tú, / evitemos todo mal. / Haz que por Ti conozcamos al Padre, / y que conozcamos al Hijo, / y que creamos siempre en Ti, / ¡oh Espíritu, que procedes de ambos! » 56.

INOCENCIO Ilr: «Ven, Espíritu divino, / manda tu luz desde el cielo / Padre amoroso del pobre; / don, en tus dones espléndido; luz que penetra las almas, / fuente del mayor con­suelo. / Ven, dulce huésped del alma, / descanso de nuestro esfuerzo, / tregua en el duro trabajo, / brisa en las horas de fuego, / gozo que enjuga las lágrimas / y reconforta en los duelos. / Entra hasta el fondo del alma, / divina luz, y enriqué­cenos. / Mira el vacío del hombre, / si Tú le faltas por dentro; / mira el poder del pecado, / cuando no envías tu aliento. / Riega la tierra en sequía, / sana el corazón enfermo, / lava las man­chas, infunde / calor de vida en el hielo, / doma el espíritu indómito, / guía al que tuerce el sendero. / Reparte tus siete dones, / según la fe de tus siervos. / Por tu bondad y tu gra­cia / dale al esfuerzo su mérito; / salva al que busca salvarse / y danos tu gozo eterno. Amén» 57.

PABLO VI: «Una de las páginas más misteriosas y mara­villosas de nuestro catecismo es precisamente la que se refiere a la comunicación del Espíritu Santo a los fieles, produciendo en ellos un nuevo estado, el estado de gracia con todo el cortejo de actitudes opemtivas, las virtudes infusas, y los dones y frutos

56 Sobre el origen de este precioso himno, cfr. L. M. HEuFELDER, El Espíritu ora en nosotros, Secretariado Trinitario, Salamanca, 1983, pp. 78 ss. Traducción en Liturgia de las Horas, Vísperas de la fiesta de Pen­tecostés.

51 Sobre el origen de la secuencia de la Misa de Pentecostés, cfr. A. 1. SCHUSTER, O.S.B., Liber Sacramentorum. Estudio histórico-litúrgico sobre el Misal romano. Tomo IV: El bautismo en el Espíritu y en el fuego. La sagrada liturgia durante el tiempo pascual, Herder, Barcelona, 1958, p. 184. Traducción española en el Misal romano.

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espirituales con que esa animaclOn enriquece a las almas ... Pero es una página que es preciso conocer, y que el Concilio ha evidenciado repetidamente.

De esta magnífica síntesis doctrinal vamos a sacar dos senci­llas, pero importantes conclusiones. La primera se refiere a las relaciones del Espíritu Santo con nuestra alma, es decir, el culto que debemos fomentar, en el secreto del corazón y en la expre­sión de la oración con este inefable 'dulcis hospes animae', 'agradable huésped del alma'; un culto que comienza con el sentido interior de la sacralidad, que cada cristiano, convertido por el bautismo en templo del Espíritu Santo (cfr. 1 Co 3,16), debe tener de sí mismo, con la delicadeza de conciencia ... , ser vigilante en el amor y en la fidelidad a Dios plesente; y un culto que llega a reconocer en el Espíritu Santo el principio mismo de la oración, por proporcionarnos Ella feliz posibilidad de profesar el nombre de Cristo (1 Co 12,3), y la mística fuente de la emotiva oración (Rm 8,26), y reconociéndole a El, como si hubiese pasado sobre la Iglesia, la renovación litúrgica de nuestro tiempo (SC 43). De todas nuestras devociones, la del Espíritu Santo debería ser la primera» 58.

JUAN PABLO II: «El soplo de la vida divina, el Espíritu Santo ... , se manifiesta y se hace sentir en la oración. Es hermoso y saludable pensar que, en cualquier lugar del mundo donde se ora, allí está el Espíritu Santo, soplo vital de la oración. Es hermoso y saludable reconocer que si la oración está difundida en todo el orbe, en el pasado, en el presente y en el futmo, de igual manera está extendida la presencia y acción del Espíritu Santo, que 'alienta' la oración en el corazón del hombre en toda ]a inmensa gama de las más diversas situaciones ... Muchas ve­ces, bajo la acción del Espíritu, la oración brota del corazón del hombre no obstante las prohibiciones y persecuciones, e incluso las proclamaciones oficiales sobre el carácter arreligioso o incht­so ateo de la vida pública. La oración es siempre la voz de todos aquellos que aparentemente no tienen voz, y en esta voz resuena siempre aquel 'poderoso clamor' que la Carta a los He­breos atribuye a Cristo (cfr. Hb 5,7). La oración es también

s. PABLO VI, Alocución en la audiencia general (17-V-1967), en N. ST­LANES (ed.), La oración, Secretariado Trinitario, Salamanca, 21977, pp. 242-244.

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la revelación de aquel abismo que es el corazón del hombre: una profundidad que es de Dios y que sólo Dios puede colmar, precisamente con el Espíritu Santo. Leemos en San Lucas: 'Si, pues, vosotros siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan' (Lc 11,13).

El Espíritu Santo es el don que viene al corazón del hombre junto con la oración. En ella se manifiesta, ante todo y sobre todo, como el don que 'viene en auxilio de nuestra debilidad' ... Por consiguiente, el Espíritu Santo no sólo hace que oremos, sino que nos guía 'interiormente' en la oración, supliendo nuestra insuficiencia y remediando nuestra incapacidad de orar... La oración por obra del Espíritu Santo llega a ser la expresión cada vez más madura del hombre nuevo, que por medio de ella participa de la vida divina ...

.. , Espiritualmente, el acontecimiento de Pentecostés no per­tenece sólo al pasado: la Iglesia está siempre en el cenáculo que lleva en su corazón ... (El Espíritu y la esposa dicen al Señor J e­sús: Ven' (LG 4; cfr. Ap 22,17). La oración de la Iglesia es esta invocación incesante en la que 'el Espíritu mismo intercede por nosotros'; en cierta medida, El mismo la pronuncia con la Iglesia y en la Iglesia» 59.

ROMANO GUARDINI: «Cuando nuestro Señor Jesucris­to, aquella tarde, estuvo por vez primera con los suyos y 'les dio la última plenitud de su amor', les prometió que no se queda­rían solos, sino que El les mandaría 'otro intercesor': Tú, el 'Espíritu de la Verdad'. Luego viniste en el tronar y llamear de Pentecostés, y ahora estás con nosotros.

Tú llevas a cada uno de nosotros por el camino de la salva­ción. Tú orientas el Reino de Dios a través de la tiniebla y la confusión de los tiempos. Y a través de todo lo que ocurre reali­zas la obra de la nueva creación, que un día debe hacerse mani­fiesta, cuando 'vuelva el Señor a juzgar a vivos y muertos'.

¡Oh Santo!, Tú nos has sido dado al modo del Espíritu. Estás con nosotros en una siempre renovada venida. Estás a nuestro lado en una aparición siempre nueva. Y tenemos la nueva

59 JUAN PABLO n, Encíclica «Dominum et vivificantem». El Espíritu Santo, Edic. Paulina s, Madrid, 1986, pp. 101-103, un. 65-66.

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vida en cuanto vuelves siempre a dárnosla. Por eso, te rogamos que cumplas en nosotros la misión para la cual te envió el Hijo.

'Toma', oh Espíritu de Jesucristo!, 'lo que es ser, y dáme­lo', para que se haga mío. Haz brillar tu luz en mí, para que reconozca su verdad. Ata mi corazón a la lealtad de la fe, para que no me desvíe nada de ella. Y enséñame a amar, pues sin amor la verdad está muerta... Convence a mi corazón del amor de Dios, y dame la fuerza de corresponder a su amor, para que 'yo permanezca en Dios y El en mí'.

Tú, ¡oh Espíritu! , haces surgir la nueva creación en el mun­do envejecido: lléname de confianza en tu santo poder. Tu poder no es terrenal", Concede por eso a mi corazón la esperanza de la 'libertad de la soberanía de los hijos de Dios'.

Por Ti, ¡oh Santo Espíritu! , ha vivido nuestro Señor, y con tu fuerza 'ha vencido al mundo'. Pero el mundo 10 somos nos­otros mismos: nuestro corazón egoísta, ciego y tonto. Tómalo en tu poder, hazlo dócil y ancho, para que El pueda vivir en nosotros y nosotros en El. Amén» 60.

W. STALIN: «No deberíamos rogar con demasiada faci­lidad al Espíritu Santo que establezca su morada en nosotros, porque este Espíritu, una vez que entra y fija su morada, no sólo trae sus dones, sino que al mismo tiempo es huésped sumamente molesto. No se nos debe pasar desapercibido el doble sentido de la palabra venir. Por una parte, se dice: 'Vendremos a El, y ha­remos nuestra morada en El' On 14,23), y, por otra, la misma palabra tiene un trasfondo amenazante: 'Vendré a Ti pronto' (Apoc 2,16).

El mismo Espíritu Santo, a quien con razón pedimos que venga, es al mismo tiempo el grande e incómodo perturbador de toda confianza y seguridad en sí mismo, tanto a nivel perso­nal como, sobre todo, eclesiástico; es la embestida de Dios sobre nuestra apatía y autosuficiencia; no 'tiene respeto alguno por instituciones atrincheradas, por observancias externas, si se han convertido un fin en sí mismas, por cualquier forma externa que no tenga más justificación que la de ser tradicional; ningún respeto por el Derecho canónico si sus leyes no sirven ya a la vida, sino que sobrecargan la existencia humana y nos impiden hacer lo que es necesario.

60 R. GUARDINI, Oraciones teol6gicas, o. e., pp. 27-28.

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Los dos 'elementos' que aparecen en el relato de Pentecostés como acompañantes y símbolos del Espíritu Santo -viento y ftiego- son los más temibles de todos los elementos: no dejan nada de 10 que tocan en el mismo sitio y en las mismas condi­ciones ... En consecuencia, si una persona ora diciendo: 'Yen, Espíritu Santo', tiene que estar también dispuesta a orar: 'Yen y moléstame donde tengo que ser molestado'» 61.

P A UL G UERIN : «En la vida espiritual, la primera expe­riencia es la del Espíritu. Mientras no haya esta experiencia, se puede hablar de discusión, de documentación, de reflexión, pero no de vida propiamente espiritual, es decir, de búsqueda com­prometedora de Dios. El Espíritu es el que pone en marcha y rea­liza la vida de fe. Nos empuja hacia adelante o bien nos arrastra hacia las profundidades, como se quiera. Nos hace ir a buscar lejos, hasta el origen de todo ...

El Espíritu es el que nos hace interesar por T esús en profun­didad, el que nos une íntimamente a EL ..

La experiencia del Espíritu es, pues, la base de toda vida espiritual. Pero siguiendo el ejemplo de la liturgia, el cristiano no se dirige al Espíritu o muy raras veces. Se deja nevar por El o hacia el Padre o hacia el Hijo ... » 62.

VI. A MODO DE CONCLUSIÓN

1. Una de las cosas que más despierta la atención en los párrafos que hemos transcrito es la forma de entender la oración de los grandes orantes: la oración no es algo estereotipado o for­malista, sino el desarrollo normal de la vida cristiana, que im­plica un «nuevo nacimiento» On 3.3.5), que emparenta al hom­bre con Dios en calidad de hijo del Padre, concorpóreo de Cristo, animado por el Espíritu de Dios. O, en otras palabras, la perte­nencia del hombre a la Familia de Dios. La oración, por tanto, es sencillamente la traducción concreta de esta vida en familia con Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

2. La vivencia cristiana o experiencia de la fe comporta

61 W. STAHLIN, Die Bifte um den Heiligen Geist, en L. M. HEUFELDER, o. e., pp. 83-84.

62 P. GUERIN, Yo creo en Dios. Las palabras de la fe, hoy, Marova, Madrid, 1978, pp. 29 ss.

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un «encuentro» con Dios, que se traduce en una llamada apre­miante a la conversión. Los grandes Ql'antes han experimentado la llamada del Padre a ponerse en camino para encontrarse con El, en Cristo y en los hermanos. Este encuentro 10 han experi­mentado como consecuencia de la presencia en ellos del Espíritu Santo. La oración ha sido una experiencia en acto de su filiación divina, de su concorporeidad con Cristo y de la acción en ellos del Espíritu divino.

3. La oración ha supuesto en los grandes orantes un cami­no de desierto hacia el fondo de su ser, en el que se han encon­trado no con un vacío que asusta, sino con el «Dios presente» en el «hondón» de su ser, descubriendo que no «est8n huecos», sino en compañía con las tres divinas Personas. Los grandes Ql'antes han descubierto en el templo de su ser a las divinas Personas de la Trinidad, con las que han vivido unas relaciones familiares que les han permitido «des-centrarse» de todo elemen­to disgregador, «centrándose» en ese núcleo unificador que es la Santísima Trinidad, presente en su interior.

4. Hay que reconocer que el «Padrenuestro» ha constituido para ellos el paradigma de su oración filial. Como en T esús de Nazaret, en quien su oración fue una exigencia de su condición filial. Porque era Hijo, Jesús buscaba encontrarse a solas en la oración tranquila junto al Padre (cfr. Lc 6,12; 9,28 s.; Mc 14,35, etcétera).

Los grandes orantes vivieron su vida cristiana con una con­ciencia de filiación. Para ellos también su oración fue conse­cuencia y exigencia de su filiación. Como hijos, buscaron el rostro del Padre para expresarle su amor filial. Oraban a fondo perdido buscando siempre la gloria del Padre (cfr. Jn 8,29.50), Su oración era desinteresada, como las tres primeras peticiones del «Padrenuestro». Hacían oración 110 tanto para encontrar fuer­zas, cuanto para poder entregárselas al Padre y a sus hi.ios.

5. Para los grandes orantes, Cristo ha sido el «Mediado)'» en su encuentro con el Padre. La condición mediadora de Cristo implica una inclusión de todos los hombres en El (cfr. Gá 3,28), que les ha permitido participar todo su misterio en su apertura al Padre y a los hombres. Concorpóreos de Cristo han descubierto en El su suficiencia en el encuentro con el Padre y en su acerca­miento a los hombres. Por eso han tratado de vivir con alma

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«cdstica» sus relaciones con el Padre y con los hombres. Por Cristo, con El y en El ha llegado su oración al Padre, haciendo suyos los sentimientos de Cristo Jesús, glorificador del Padre y Salvador de los hombres (cfr. Flp 2,5). Los grandes orantes se han revestido de Cristo para que al Padre llegara una única oración: la del Hijo total que ruega, agradece y glorifica al Padre.

El abandono confiado de Jesús (cfr. Hb 10,5.7; Lc 23,46) ha supuesto para los grandes orantes una vivencia semejante en sus relaciones con Dios Padre. La oración ha sido para ellos una vivencia filial de su fe, conformándose al modo «filial» de vivir que tuvo Jesucristo.

6. Si la vida cristiana es una vida «filial» y erística», el Espíritu no podía estar ausente de la oración de los grandes orantes. Ha sido el Espíritu de «filiación» (Rm 8,16) Y el «Es­píritu de Cristo» (Rm 8,9) el que ha suscitado, alimentado, sos­tenido y fortalecido la vida de oración, como expresión de su vida de comunión (con el Padre) y fraterna (con Cristo Cabeza y miembros).

7. La oración de los grandes orantes aparece, por tanto, configurada «trinitariamente». Se dirige no a un Dios neutro o impersonal, sino al Padre de Jesús y Padre de todos los hom­bres, que ha constituido a los hombres hijos suyos en el Hijo. No se dirige al Dios de la teología natural, ni siquiera a una Trinidad como misterio en sí y para sí, cuanto a la Trinidad que se revela en la historia en diálogo permanente con el hombre, de quien espera una relación interpersonal. Se dirige, eso sí, siempre por Cristo y en su nombre (cfr. Jn 14,13-16; 15,16.23 s.). Cristo es el Mediador absoluto e insoslayable (cfr. 1 Tm 2,5; Hb 8,6, etc.) y también es el término de la oración, como 10 manifiesta la aclamación: «Ven, Señor Jesús» (Ap 22,20'). La oración cristiana, sin embargo. sólo puede existir desde el Espí­ritu, que es quien la suscita, alimenta, sostiene y desarrolla.

Para concluir, la oración de los grandes orantes -que debe­ría ser la oración de todo cristiano- ha tenido una estructUrR trinitaria: se dirige al Padre. por Cristo, siempre bajo el impulso del Espíritu Santo (Rm 8,15; 5,5: Gá 4,4-6).