observando el mundo y la vida a nuestro alrededor (mercedes cruz)

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OBSERVANDO EL MUNDO Y LA VIDA A NUESTRO ALREDEDORPor Mercedes Cruz Reyes Los días actuales son de turbación y transición, la fe religiosa se entibia y las grandes líneas de la filosofía del porvenir son vislumbradas por muy pocos. Es cierto que se han conseguido grandes progresos, la civilización moderna, prevista de grandes medios, ha transformado la faz de la Tierra, las distancias se han suprimido, y esto ha aproximado a los habitantes, todo se ha mejorado, los derechos han remplazado al privilegio y la libertad triunfa sobre el espíritu de rutina y el principio de la autoridad. Una gran batalla se mantiene entre el pasado, que no quiere morir y el porvenir, que se esfuerza por surgir en la vida. Todo esto hace que el mundo se agite y avance; grandes impulsos lo guían, en el recorrido camino, esto lleva al hombre a vislumbrar más maravillosas conquistas.

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OBSERVANDO EL MUNDO Y LA VIDA A NUESTRO ALREDEDOR (MERCEDES CRUZ)

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OBSERVANDO EL MUNDO Y LA

VIDA A NUESTRO ALREDEDOR… Por Mercedes Cruz Reyes

Los días actuales son de turbación y transición, la fe religiosa se entibia y las

grandes líneas de la filosofía del porvenir son vislumbradas por muy pocos.

Es cierto que se han conseguido grandes progresos, la civilización moderna,

prevista de grandes medios, ha transformado la faz de la Tierra, las distancias

se han suprimido, y esto ha aproximado a los habitantes, todo se ha mejorado,

los derechos han remplazado al privilegio y la libertad triunfa sobre el espíritu

de rutina y el principio de la autoridad. Una gran batalla se mantiene entre el

pasado, que no quiere morir y el porvenir, que se esfuerza por surgir en la vida.

Todo esto hace que el mundo se agite y avance; grandes impulsos lo guían, en

el recorrido camino, esto lleva al hombre a vislumbrar más maravillosas

conquistas.

Los progresos materiales e intelectuales son de gran valía, en cambio el avance

moral es nulo. Tanto es así, que parece que el mundo retrocede, la absorción

del pensamiento humano, en la política, por las empresas industriales y

financieras, etc., lo absorben, perjudicando sus intereses morales.

Es verdad que la civilización tiene aspectos magníficos, pero también presenta

sombras. Ha mejorado en cierto modo las condiciones de la existencia, pero ha

multiplicado las necesidades en su deseo por satisfacerlas; aguzando los

apetitos y los deseos, ha fomentado el sensualismo y a aumentado la

depravación. El amor, al placer, al lujo y a las riquezas se ha hecho cada vez

más ardiente. Se quiere adquirir o se quiere poseer a toda costa.

La especulación vergonzosa es mantenida a plena luz. Proviniendo de ello el

decaimiento de los caracteres y las conciencias, por ese culto fervoroso a la

fortuna, ídolo cuyos altares han reemplazado a las divinidades derruidas.

La ciencia y la industria han centuplicado las riquezas de la humanidad; pero

esas riquezas no se han aprovechado directamente más que a una reducida

parte de sus miembros. La pobreza de los insignificantes sigue activa, y la

fraternidad más que en los hechos se basa en discursos, en palabras que se las

lleva el viento. El hambre existe aun, en las grandes ciudades, el trabajo de los

obreros es aun un infierno.

Los vicios como la embriaguez, la prostitución, las drogas, el libertinaje,

esparcen por todas partes sus venenos, empobrecen a las generaciones y

agotan la fuente de la vida, en tanto que las hojas públicas siembran a porfía

la injuria y la mentira y una literatura malsana excita los cerebros y debilita

las almas.

Los suicidios en la actualidad se multiplican al estar el hombre falto de

energías y de sentido moral se refugian en lo que creen es el fin, todo porque el

hombre se ignora aun a si mismo. Sabe poco de las leyes del Universo y no sabe

nada de las fuerzas que están en el. El conócete a ti mismo es ignorado, no se

preocupa en saber de donde vino, hacia donde va, y para que está en este

mundo.

Dos son las potencias que hacen caminar indeciso al hombre, por un lado las

religiones, con su cortejo de errores y supersticiones, su espíritu de

dominación y de intolerancia, pero también de consuelos, los cuales tiene

origen en los débiles resplandores que han conservado de las verdades

primordiales. Por otro lado la ciencia, que materialista en sus principios y en

sus fines, con sus frías negaciones y su inclinación desmedida al

individualismo, pero también con el prestigio de sus descubrimientos y de sus

beneficios.

Estos dos campos, la religión sin pruebas y la ciencia sin ideal alguno, se

desafían, se acercan y combaten sin poder vencerse, pues cada una de ellas

responde a una necesidad imperiosa del hombre: la una habla a su corazón y

la otra dirigiéndose a su espíritu y a su razón. Ambas están rodeadas de

numerosas ruinas de numerosas esperanzas y de aspiraciones destruidas, y es

así como los sentimientos generosos se debilitan y la división y el odio

reemplazan a la benevolencia y a la concordia.

En esta confusión de ideas, la conciencia ha perdido su camino, velando lo justo

y el bien. Es intolerable la situación moral de todos los desgraciados que se

doblegan entre dos doctrinas que no ofrecen remedio a sus males, la nada y la

otra un paraíso inaccesible o una eternidad de suplicios.

La familia, la enseñanza y la sociedad sienten esta confusión. La educación

viril ha desaparecido, ni la ciencia ni la religión saben en la actualidad formar

a las almas fuertes y bien armadas para las luchas de la vida.

Para solucionar esta crisis, es preciso que en todos se haga la luz, grandes y

pequeños, ricos y pobres, hombres y mujeres y niños; es preciso que una nueva

enseñanza popular venga a iluminar las almas acerca de su origen, de sus

deberes y de su destino.

Solo las soluciones formuladas por enseñanza pueden servir de base a una

educación viril y tornar a la humanidad verdaderamente fuerte y libre. Su

importancia es capital, tanto para el individuo, como para la sociedad, cuyas

instituciones y relaciones regularizaran.

Las nuevas concepciones del mundo y de la vida cuando penetran en el espíritu

humano y se filtra poco a poco en todos los ambientes, el orden social, las

instituciones y las costumbres lo sienten de inmediato.

Una sociedad sin esperanza, sin fe en el porvenir es como un hombre perdido en

el desierto. Lo bueno es combatir la ignorancia y la superstición, es preciso

reemplazarlas por creencia racionales. Para caminar con paso firme en la

vida, para preservarse de los desfallecimientos y de las caídas, se necesita una

fuerte convicción, una fe que eleve por encima del mundo material; se necesita

ver la finalidad y tender directamente hacia ella. El arma más efectiva para

esta lucha terrenal es tener una conciencia recta e iluminada.

Con la creencia en la nada, y de que con la muerte todo termina, es lógico que el

ser solo procure el bienestar en la vida presente, solo mire el interés personal e

ignore todo otro sentimiento. Si solo existe para el una existencia efímera, este

se aprovecha de la vida presente, se dedica a los placeres y abandona los

deberes y los sufrimientos… Esta es la postura materialista, y que está

circulando en muchos hermanos a nuestro alrededor, produciendo estragos

que se dejan sentir en una sociedad rica y muy desarrollada en el sentido del

lujo y de los goces físicos.

Esto no debe desanimarnos, todo no está perdido. El alma humana tiene a veces

sentimiento de su miseria, de la insuficiencia de la vida presente y de la

necesidad del más allá. Vagamente, confusamente, cree, aspira a la justicia. Y el

culto del recuerdo de los seres amados que están en la tumba, denotan un

instinto incierto de la inmortalidad.

El hombre no es ateo, cree en la justicia inmanente, como cree en la libertad,

ambas existen en las leyes terrenas y divinas. Este sentimiento, el más grande,

el más hermoso, que se puede encontrar en el fondo del alma, ese sentimiento

nos salvará. Bastará, para ello, que hagamos comprender a todos que esa

noción grabada en nosotros es la ley misma del Universo, la que rige a todos

los seres y a todos los mundos, y que por ella, el bien a de triunfar finalmente al

mal y la vida ha de salir de la muerte.

El pueblo busca su realización al igual que aspira a la justicia, tanto en el

terreno político como en el económico y en el principio de asociación. El poder

popular ha comenzado a extender sobre el mundo una vasta red de

asociaciones obreras, un agrupamiento socialista que abarca a todas las

naciones, y que, bajo una única bandera, deja oír en todas partes las mismas

llamadas, las mismas reivindicaciones. Es un espectáculo lleno de enseñanzas

para el pensador, una obra plena de consecuencias para el porvenir.

Inspirada por las teorías materialistas y ateas, el alma se convertiría en un

instrumento de destrucción, pues sus acciones se resolverían a través de la

violencia, en revoluciones dolorosas. Contenida en los límites de la prudencia y

de la moderación, puede hacer mucho por la felicidad de la humanidad.

La hora que atravesamos es de crisis y de renovación, el mundo está en

fermentación; la corrupción aumenta, las sombras se extienden, el peligro es

grande; pero no olvidemos que tras las sombras entrevemos la luz; tras el

peligro vemos la salvación. Una sociedad no puede perecer. Es verdad que lleva

en si elementos de descomposición, pero también lleva gérmenes de

transformación y de reedificación. La descomposición anuncia la muerte, pero

procede también al renacimiento. Puede ser también preludio de otra vida.

Para elevarse moralmente el hombre y detener esas dos corrientes de la

superstición y el escepticismo que conducen a la esterilidad, es necesario que

cree en si una concepción nueva del mundo y de la vida y apoyándose en el

estudio de la naturaleza y de la conciencia; en la observación de los hechos, en

los principios de la razón, fije la finalidad de la existencia y regularice su

marcha hacia delante. Necesita una enseñanza de la que se deduzca un móvil

de perfeccionamiento, una sanción moral y una certidumbre para el porvenir.

Esta concepción y esta enseñanza ya existen ya se vulgarizan todos los días. En

medio de disputas y divagaciones de las escuelas, una voz se ha dejado oír: la

de los Muertos. Desde el otro lado de la tumba, se han revelado más vivos que

nunca; con sus instrucciones, ha caído el velo que ocultaba la vida futura. La

enseñanza que nos han dado reconcilia todos los sistemas encontrados, y de

las cenizas del pasado lacen brotar una llama nueva. En la filosofía de los

Espíritus encontramos la doctrina oculta que abarca todas las edades. Esta

doctrina las hace revivir; reúne los restos esparcidos y los adhiere unos a los

otros con un poderoso cemento para reconstituir un monumento capaz de

amparar a todos los pueblos y a todas las civilizaciones.

Esta doctrina puede transformar a pueblos y sociedades, llevando la claridad a

todas partes donde existe la noche, haciendo que se funda con su calor todo el

hielo y egoísmo de las almas, revelando a todos los hombres las leyes que les

unen con los vínculos de una estrecha solidaridad. Gracias a ella,

aprenderemos a obrar con una misma inteligencia y con un mismo corazón.

Más conscientes de nuestra fuerza, avanzaremos con un paso más firme hacia

nuestros destinos.

Que la paz y la luz, nos permita meditar en esta propuesta sublime que un día

León Denis nos ofreció en su libro “Después de la Muerte” de cual he extraído el

contenido de este trabajo para ayuda y esclarecimiento de los tiempos actuales.

Trabajo realizado el tres de septiembre de 2008, por Merchita miembro fundador

del Centro Espírita Amor Fraterno de Alcázar de San Juan. (Ciudad Real)