número 21 de la hoja azul en blanco (otoño-invierno 2016)

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Ayuntamiento de Alcorcón Concejalía de Cultura otoño-invierno 16/17 revista de creación literaria n21 la hoja en blanc azul Asociación Literaria Verbo Azul otoño-invierno 16/17 revista de creación literaria n21 la hoja azul en blanco

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Ayuntamientode AlcorcónConcejalía de Cultura

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EDITA:Asociación Literaria Verbo AzulCalle Parque Ordesa, 5, 28924 Alcorcón, (Madrid)

DIRECCIÓN:Ana GarridoJuan José Alcolea

EVALUACIÓN Y COORDINACIÓN:José Tomás Romero Calle, José Bárcena, Ángel Muñoz, Isabel Miguel, Ana Bella López Biedma, Marisa González, Antonio del Arco, Mary Santos Caballero, Fernando Fiestas, Alejandro Cernuda, y Cristina Cocca.

PORTADA: Bert-René Brinkman.

DIBUJOS: Fernando Fiestas, Mariana Feride.

FOTOGRAFÍAS: Cristina F. Zambrano, Bert-René Brinkman

DISEÑO Y MAQUETACIÓN:HabitacionDesdoblada.com

COLABORA:Concejalía de CulturaAyuntamiento de Alcorcón

Depósito Legal: M-01703-03Imprime: Gráfi cas Pedraza S.L.

[email protected] [email protected]@gmail.comwww.verboazul.bogspot.com

La Hoja Azul en Blanco no se responsabiliza de las ideas expresadas por los autores

la hoja azul en blancoAsociación Literaria Verbo Azul

otoñ

o-in

vier

no 1

6/17

revista decreaciónl i te rar ia

n21

Fernando Fiestas

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ANA GARRIDOPresidenta de Verbo Azul

De la luz y el presagio

Hubo un tiempo de dioses y de barro, un tiempo a la medida de las encrucijadas; un tiempo en que los hombres, humanizados ya por el lenguaje, se dieron al asombro, a la voz, a la palabra, pusieron nombre a cada nombre y supieron del agua, de la nieve, de todas las distancias. Quizá por ello, animada por ese mismo espíritu, por esa misma necesidad de permanencia, vuelve a he-rirse de azul en el otoño esta Hoja en Blanco, a vestirse de sed y de preguntas.

“Todo es presagio” / (...) Todo se explica en la impo-sibilidad” - escribe Antonio Gamoneda, poeta de las cosas sencillas. Y es ahí, entre las sombras, en medio del silencio más oscuro, donde habita la luz, donde cada rincón del aire es una puerta abierta a la esperanza, una ventana desde la que asomar-se al mundo, desde la que mirar, acaso desde dentro, todo el tem-blor herido, toda la belleza.

Quizá griten los sauces al borde del estanque, quizá se desmoronen los espacios encendidos de piel y de fragancia. Pero gritan los ecos de la tierra al borde de los labios, quedan en pie la noche y la memoria, el rastro de los signos. El comienzo.

Juan José Alcolea

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ISABEL BONO

nada está en su sitio,pero no te detienessigues mirando los montescomo si la ropa limpia se doblase solacomo si las hojas amarillas se barrieran solas

con las manos juntas sobre la barandano te detienes

los montes tampocola luz sobre los montes no se detienesombras móviles, piensas

tus ojos ahítus manos ahí, quietasy el viento barriendo las hojas amarillastal como habías deseado

donde nunca pasa nada

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Si alguna vez despiertascon la pena en tu sangre de que todo haya sido

o que nada haya sidoo cabalgue hacia nunca

una muchacha muerta encima de un caballo,si despiertas así

y no sabes quién eresy no sabes quién eres

y la vida te tiembla debajo de tus ojosy no sabes más naday no sabes más nada

ni hay la eterna mentira vacía en tu cabeza,si despiertas así,

como cuando la sed se abisma en el basaltoo hay un loco que tiene unas tijeras,

piensa siempre despacio que somos mucho más que ciega biología,que surcamos el puente de la luz cada día,

que hacia qué nada vamosque hacia qué nada vamos.

Piensa muy lentamentecómo será el lugar donde ya no haya nadie

y algún hijo despierto nos mire tan desnudos.Asume que estás dentro del lento premorir de las especies,

que ahora siempre es hoy lo que ayer fue mañana,que una estrella brillando anuncia: “No hay destino”

y el principio del Tiempo era no respirar,que todo es inalámbrico y sin signifi cado:

Trajines, taquicardias, una fl or en el hornoo esa manera humana de desear que alguien hagael trabajo más puro que han logrado unos labios.Siente que eres un huésped que sale del océano,

“que la gente es brutal y odia siempre al que sueña”,que la vida es ya antigua y aún sabe agradecer

a quien no la desprecia demasiado.

Instrucciones para reiniciar un cerebro

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MIGUEL SÁNCHEZ ROBLES(“Instrucciones para reiniciar un cerebro” Premio “Leonor” de poesía)

Comprende que un propósito sacude todo estoo unas manos abriendo cajas chinas

(Es lo único que sabe hacer el Universoperdiendo esa partida de ajedrez con la muerte,

hundiendo un pulmón de aguaen un cieno de sangre intransitiva).

Si despiertas así y has hecho todo esoy eres ese pulmón

y has movido esas piezas de ajedrez con la muertey has visto cajas chinas

y esperas que unos labios puedan hacer contigo ese trabajo,el trabajo más puro que hayan hechos unos labios,

escribe en tu memoria, escribe, escribe, escribe,escribe en algún sitio:

“Lo que mata es la Nadao animales vacíos para un siglo sin rabia

o esa ilusión que muere para siempre”.Y luego abre los ojos, abre mucho los ojos,

igual que un perro ciegoen el fondo de un bar oscuro y silencioso.

Y si lo has hecho bien verás cómo de pronto

todas las hebras giran en el azul del ansia,tú te sigues moviendo

y a tu lado está el mundo.Te dirás a ti mismo,

descubrirás entonces- y eso tal vez te salve:

¿Habrá algo más hermoso que existir en la luz,ser azul en un sueño,

estar triste si llueveo andar ebrio en la nieve?

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BEATRIZ VILLACAÑAS

Atardecer con Shakespeare

La luz que había invadido todo el díase iba haciendo pequeña.Como el rostro de Otelo, una sombra sureñacelosa se extendía.

En mis brazos el Rey Lear dormíasoñando con sus hijas. Mientras tantoel bufón componíauna danza de llanto,de metáforas fi eras, y reía.

La sombra de una acacia se movíay Macbeth la miraba.Ahora sin miedo alguno con las brujas hablaba.Sólo en mis manos su ambición vivía.

El sol se desplomó, y el fi el fantasmase apresuró a poblar mis inquietudes:sólo aparentes eran las virtudesde Elsinor, del mundo y de mi alma.

Las hadas por la hierba no se encuentran,pues juegan a esconderse.Las he visto perdersecuando inconscientes en mi vida entran.

Oberón y Titania, de la mano, caminan por las sombras tras su guerra.Yo camino, sabiendo, por la tierra, que perdí tantas noches de verano.

9

FRANCISCO MIGUEL LÓPEZ SERRANO

Entre la oscuridad eterna este fugazdestello ha iluminado un dilatado instante en el que hubo azules días y embriagadas noches,el canto de las aves y los ríos,la música, el murmullo del mundo y su silencio;crepúsculos dorados, populosas ciudades,belleza y desconsuelo, maldad, bondad, delirio.Un instante en que hubouna mano tendida y un arroyocorriendo en la espesura,y la nieve como un regalo inmensoen la mañana nueva,y horas que desgranaron como espigassu dorada semilla,y una piel que rozar con estremecimiento,el latido del mundo, de la carne, el deseo,la música en sordina de estar siendo.Un instante en que hubo dicha, dolor, ternura,miedo, angustia, coraje, duda, certeza, sueño.Y una risa, unos labios que eran común historiamas para ti absoluto. Y acaso hubo también amor. Y tú estuviste allí, un fragmento de estrellainterrogando el mundo, erguido ante el milagro.Un pedazo de barro al que le fue otorgadono el fulgor con que brillan los astros en lo alto,de los que dimanaba y de los que solo erala pálida ceniza; no el brillo deslumbrante sino el fulgor secreto, breve, de ser testigo;de ser, entre tinieblas, los ojos de la luz,y en ese fugaz brillo secreto consumirse.

El testigo

Un éclair... puis la nuit!Baudelaire

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MARÍA DEL CARMEN HERRERAPOEMAS del libro “SEVERO REVÉS”

Sin ambages del otro lado del mundo bebo un expresso del Ouro Preto acogedor cafetín de Buenos Aires en Corrientes y Talcahuano

he vuelto con las nieves del tiempo nadie me espera

no redoblan tambores ni campanas solo la bocina de un taxi pone voz desolada a la tarde.

La duda como una daga agujerea el colchón y me perfora la espalda.

Es la mañana con sus dardos de luces con sus gorriones desnutridos.

Un corralito en Chipre infl ación en Argentina causas globales calamidades.

Sin tregua el capital sin tregua desfi nancia nuestras esperanzas.

Volver

Estado de incertidumbre

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Incluso soy distinto de mi vida.

Apenas alguien que resbala por cuerposhasta recuperar lo que he dejado.

Todo para marcharme y no volver;mas prefi ero no hablar sobre mis años aunque sean hermosos.

Con el trozo de luz que solía regalartetras las mudanzaste iba desconociendo.

¿O es que ya no te acuerdasde que cada ciudad tiene su sol,cada esquina su nido de vislumbres?

No basta con las plazascada vez más redondas.

Ni con los árbolescada vez más silvestres.

Aunque tu cuerpo desproporcionadoy transparenteocupe mis zozobras,yo soy los faros que representabasen tus dibujos,los que envuelven con formade sonrisa sin miedolas terrazas desiertas.

Cuando falten tus alas

FERNANDO FIESTASVerbo Azul

Siempre supiste lo que deseabas,ese cielo sumisopara tus labios.

Yo no he necesitado nada para ser libre, ni siquiera mi piel.

Y luego la memoria,como un amanteque te deja promesasrotas entre las sábanas.

Es esa soledad que engrandece las cosas,un silencio profundo, muy profundo,lo consistente de todo perfi lpara un panorama delicadosin la fi rma de un dios.

Todo para marcharmey no volver.

Hallar en otro sitio la purezaque se evaporadespués de contemplarnosdiscretamente;

la esencia de los viajes cuando faltan tus alas.

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Este luto impreciso de recuerdo y memoria,este dibujo a contraluz de proyectos impuestos sin medida,esta ignorancia consentida,y este malestar de olas negras son los rostros de niebla que nos vencen.

Y así es cuando el destino se hace oscuro,cuando el silencio se hace más silencio que nunca,cuando los días se llenan de monotonía,cuando el tiempo se muere de sombrío,cuando la calma es la ilusión del triste,cuando las manos se van muriendo de vacías,cuando la pena es una sentencia en la mirada,cuando el latir del corazón rompe su armonía.

‘Ya no hay locos, amigos, ya no hay locos’que recorran los Campos de Montielen pos de la virtudy castigar engaños.

Pero la tierra es un sueño que importa a cada hombre,nos llama con urgenciaa descubrir la verdad y hacer justicia:ceremonia de lealtad, que es un bálsamo para la memoria.

Despertemos de la abulia que nos ciega,nos hace sordos y mudos,y en el crepúsculo

Herederos de un sueño

‘’ Ya no hay locos, amigos, ya no hay locos.Se murió aquel manchego,

aquel estrafalario fantasma del desierto’’León Felipe

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PRESENTACIÓN PÉREZ(del libro” Palabra de Quijote”VI Encuentro Oretania de poetas)

nos duermen con la farsa,y acallan las campanas de la duda.

Rescatar la locura de saberseherederos de aquel que supo darse,es andar los caminos, y descubrir el llanto.

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RICARDO GONZÁLEZ ALFONSOBauta, (Cuba),Móstoles.Exiliado cubano.

Hoy lloveráporque me siento nubede esas altísimas y solitariasque no se resignan a decirno tengodonde caerme lluviay nos sorprenden en un parqueo en un sueño.Así que lloverácontra todos los pronósticoscontra todas las nostalgiascontra todos los techosde esta ciudadque amasy desandas.Clarollegarás con la lluviate creerá menos lindate sentiré bellísimaentoncessurgirá el arco irisycontra todos los pronósticosseremos los colores y la luz.

Contra todos los pronósticos

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NIEVES ÁLVAREZ MARTÍNVerbo Azul

El sigiloso tren avanza como un loco. Dos señoras dormitan, cabecean, abren, cierren los ojos y miran el reloj.Una pareja joven me sonríe, se besan prometiendo amor eternoy vuelven a dormir.

Las palabras se escapan de las bocas en batallas cruzadas y silenciosque bostezan mirando la película.Unos leen, otros hablan, los que escriben son menos, los que sueñan son más,manejando las teclas de la tablet, buscando su refugio de alquileren un foro de amor o de política.

Los pitidos del WhatsApp no dejan de sonar, interrumpiendo el sueño del que duerme.

Sobre ruedas el mundo es este viaje que comienza y acaba en las maletas cargadas de vestidos, pantalones, camisas,dolores infundados, sonrisas imposiblesy un retazo de vida que no está.

¿Llegar es lo que importa? Lo siento, señor juez,no puedo responder a esa pregunta.

Solo quiero escaparme de los versos: la huida es este tránsito sin fi n.

Vacaciones

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DOS sueños rotos, no: un solo sueño.Sólo un golpe de mar necesitamospara vivir el resto de la muerte.

Acaso -nos decimos- la eternidad nos valga,nos valga como el agua de algún día con sed, la voz procesionaria de algún ríoque detenga la sal,la fi ebre de callarse en medio de un desierto, la música de un beso hasta morirse, un empujón del alma hacia nosotros,el aire que no puede morirse en nuestras manos sin llegar a la noche, el parto cereal de las espigas,el azúcar transido de estos años, de estos años naciendo hacia el poema.

Sin noticias de ti, salí a buscarte,salí a buscar tu nombre en cualquier nombre, tu nombre de mujer que se acostumbraa nombrar todo el sol, en mañanas sin lumbre,a traerme palabras que sólo son de dos, a ir anudando el mundo en el pañuelo que libará mis lágrimas primerascuando cruce el invierno a la intemperie, y me derrame al cabo del frío y de la sed.

Tu corriente más niña trae las vocescon que me digo yo,

Un solo sueño

…para toda la vida no basta un solo amor, tal vez el nuestro sea para toda la muerte.

LUIS ROSALES

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MANUEL CORTIJOVerbo Azul

me digo sólo sueño para entonces, tan sueño ya de ti.

Y mientras tú te quedas hasta agotar el mundo,mientras tú vas creciendo escrita hacia el poema, hacia el azul (cielo único de dos en propiedad), debo pensar en irme,entrar al solo sueño que te estará esperando,un sueño para dos, pero sin muerte, un sueño que me dé para vivir, para vivir contigo en la otra orilla.

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KATY PARRA

Quien haya visto a Dios, que levante la mano y diga que no es cabra ni conejo, ni toro ni libélula, ni hormiga ni caimán;que atestigüe que es hombre,que nos aporte pruebas de que existe y es hombre,de que es justo y es hombre,y que todo lo hizo como lo haría un hombre;nunca como lo haría un perro o un lagartosino con la conciencia brutal que alberga al hombrepara que sus hijastros se parezcan a Él, para que no haya dudasde que el hombre es capaz de crear y matarcon la misma pasión que jura o que maldice.

Quien haya visto a Dios que levante su mano y diga la verdad: ¿Qué dios resistiría la vergüenza de ser el artesano de tantos asesinos?

Incidencia moral

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EDUARDO MERINO MERCHÁNVerbo Azul

Me acogen en su casa dos amigosy en su patio lleno de luz y verde se refugian juntas la voz sincera y amable del poeta que allí esgrime su quehacer certeroy las voces revoltosas y secas de una alocada bandada de pájarosque hacen nido en el altociprés del tiempo.

Juntas se hacen compañíay juntas son la azadaque empuja a las palabrasa repoblar con riesgoel mundo de signifi cados.

Hay horas en la vidaen que un hospitalario patioy una casa de pueblo con amigosy un puñado de versosy la densa niebla de los gorrionesllenan al amparo de la amistadel forjado para el refugiode una breve felicidadgenerosa y profunda.

Poema con gorriones

(Tras pasar un fi n de semana en Piedrabuenacon Paco Caro y Mari Carmen; y tras volver a

leer el poema Pájaros y sacos, de J. Margarit)

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“Sin esperar el alba”

I REGRESO Llegas así, de pronto, sin esperar el alba.Sin saber que los sueñosno fi nalizan nunca con la primera luz.

Y sé que no pudisteolvidar el camino que fuera inaugurado al borde de mi puerta, tampoco los balconespor donde alguna vez atardecióel callado rumor de la nostalgia.Pero quizás recuerdes,que al fi lo de mi calle,se ofi ciaba el ritual de tu regreso.Entonces separabas la nieve de tus ojosy con el sol vencíasal último glaciar del calendario. No pudiste olvidarque nunca hubo distancias.

Y llegas sin que nombres la tristeza, sin pronunciar el nombre del otoñomientras tu cuerpomadruga entre mis brazos.Por eso te recibocomo recibe el agua los pies del caminante,como si le entregarauna fruta a la sed que va olvidandorescoldos en tu vientre.Ahora desordenas las nubes del inviernoy todos tus paisajes me tiemblan en la lluvia. Y preguntas qué ha sido de aquel trenen el que huyó despacio la derrota, de esa llave perdida entre los muebles,de aquel perro que siempre te aguardabasombreando tu ausencia.Me preguntas si alguno de los dosno quiso ser océano imbatido,no quiso tener patria en los naufragiosni deshojar los bosques para cavar de nuevoel sitio de los árboles.

CRISTINA COCCAFragmento premio JORGE CHACÓN, Ayuntamiento de Alcalá de Henares

III DESCUBRIMIENTO

Quizás no sepasque los días se acercan de repentemientras la luz nos abre celosías de azogue en nuestra alcoba.Y te asombra que el solestrene los cristales y llegue hasta tu ropael calor de la vida.

A veces el recuerdonos abate, nos habla con esa íntima vozcon que la lunanos arde en transparencias.Entonces inventamos algún otro lenguajepara poder hablar con las estatuas,para poder pedirel agua en los desiertos.Quizás ya no se noteque fue larga la ausencia del abrazoporque siempre escribimoscon tintas indelebles nuestras cartas de amory con letra mayúscula,ese tacto de asombrocuando toda tu piel fue mi caricia.

Llegas así, de pronto, sin esperar la tarde.Sin saber que los sueños se van desmadejandoen todos los crepúsculos.

Tu cuerpo como ofrenday en mis manos, la lumbre.

Y muy lejos de aquí,aquella luz que nunca fuera olvido.

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ANA GARRIDOVerbo Azul

A pesar de las nubes,conciliados acaso con lo insignifi cante,miramos esta lluvia desde dentro. A un lado del camino, más allá del recodode los últimos brotes,recogemos la forma de todos los indicios,la línea de corales,el círculo de lotos en la arena del fondo. Hemos llegado tarde a la esperanza. Con las primeras luces, al borde de una sombraanterior a sí misma,alguien abre una puertaen medio de la sed y nos conduceal lugar donde el aguase erosiona de nuevo en su propio lenguaje. (Mientras gritan los ecosa la espalda del día, tan sólo permanece,oculta entre las voces,una piedra de tinta). A pesar de las nubes, miramos esta lluvia desde dentro.Buscamos en el sueño esa memoriaque sólo pertenece al corazón.

Una piedra de tinta

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JUAN JOSÉ ALCOLEAVerbo Azul

I

La lluvia, con su mensaje gris,con su tristeza al hombro de la luzy con los nombres de todos los poetas olvidados.

La lluvia.su incansable punción,sus dedos tristescuando describenla muerte de las letras,cuando ensucia los ojos de los niñosy no les puede dar consejo alguno.

La lluvia,el desnudo integralde la nostalgia la mejor compañera del suicidio,hilandera de redes, puta lentaque moja en soledad a quien la viste.

II

Aquí, mis alas ya batiendo la cenizay el liquen en la piedra desecada,me vienen a prender.

Lo que fue dichoengrosa las paredes del sumario.

Cuando me juzguen,si tienen que venir a despenarme,que dejen que la luzcumpla sentencia.

Seguro que sabrá dónde el impacto.

Retratos rotos

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LOLA FRANCO

Naúgrafos

No podré esparcir yala cal oscura de mis huesosallí, sobre el naranjoque tantas veces quisollenarme de azaharesel alma y la memoria.Anoche descubríentre el páramo perdidode tu ausencia,gotas de sal aún sonoras,aún húmedas de estío...Puse rumbo hacia el maroscuro, pedregosoque conduce al olvidode mí mismay no encontré la calmaEl sol de la mañanaalumbraba un naufragioanunciado por el viento.y tú…tú buscabas tesoros en la arena,ajena a todos los naufragios.

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Arrojaban infi ernos los sueñosabriendo la luz del alba,aquel cielo azul que vimossangrando, por abrirnos una soledad impronunciable. Desconocen mis ojosel fi nal de esta aurora,porque llegó un eclipse de infi nita tristeza,y nunca será luz para un jilguero ciego.

Nunca será luz

JOSÉ MANUEL F. FEBLESVerbo Azul

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Dentro de cualquier Atlántico hay una piscina ilu-minada. Una zanja cuyo fondo es fango y ciénaga sin más vida que su sombra cuando el sol se inclina. Sigo los pasos del mapa. Pero olvido el mapa. Encero el suelo de barro y escribo sobre lo que no sé hablar. No. Escribo sobre la que no sabe hablar. Un yo denso de hábito arbustivo. Ese yo que no es más que una cepa rarifi cada sin ese tú que no se sabe. Hablar. Una pequeña palabra. Un tú. Un no sabe. ¿Qué no sabe? Leer el mundo. No sabe leer posos de piscinas. Ver su carácter al fondo. Hay tres fi las de dos puntos al horizonte. Tres puntos en vertical debajo. Debajo estoy yo... Soy la que no sabe ha-blar. Hablar dentro del no hablar. Que es lo mismo que hablar para no escribir por ejemplo que escribo dentro del no escri-bir. Un cuaderno donde plagiar espirales idénticas. Patrones. Patrones del tú que sigue mi mano primera. Un boj. Dos boj. Tres boj. Patrones concluyentes. Dentro de la zanja hay un lobo enganchado a mi nuca. Eso sí es un patrón concluyen-te. Borra mi cabeza porque ya soy otro cuento dentro de este cuento. Grita. Blancanieves está preparando una tarta. Ella dice que escribir es el gerundio de un enano. Más lejos no hay fonética. La vida es un borrador. Un boceto calvo en el que plantamos un boj. Dos boj. Tres boj. No hablo. No me gus-ta hablar. Mientras, la voz del tú me da vueltas al yo. Escri-bo que soy la que escribe sobre aquello que no sabe hablar. No. Sobre aquella que no sabe hablar. Escribir que no se sabe si no escribe. La vuelta al yo. Un yo que escribe para lavar a mano las palabras. Palabras pequeñas como tú. Pro-nombres que pronombran depósitos de agua. Escribo para restaurar el orden. En-cubierta. Camino en cubierta sin voz. Camino y el pasado camina conmigo y es un tiempo mononucleado. El grito está vivo. Hace mucho tiempo allí no había nada. Aquí el miedo me mantiene ilesa. Mientras, Blancanieves destruye la métrica con sus manos macrófagas. El fi n anunciado de toda escritura... a mano.

NURIA RUIZ DE VIÑASPREDel libro “LA ZANJA” XII Premio de Poesía César Simón

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ANA BELLA LÓPEZ BIEDMAVerbo Azul

Va con sus pies desnudospor el borde afi lado de las cosas. En su cuerpo de arenase esconden casi todas las calles de mi infancia,un puñado de sueños, escapadas suicidasy palabras de sal a borbotones. Ella es también mi hogar,la estatura del fuego y el silencio,la guerrera de sol, el abrazo infi nito,las ganas de llover, el mar en calma. Y guarda una sonrisa para todos los lunes,salvaje y despiadada como una fl or carnívora. La quiero porque eshermana mía, altísima,isla mujer, mujer de mil océanos,porque borra de un soplo las aristas del mundo. Y me enseñacada noche sin treguala palabra milagro entre sus manos.

Isla mujer

‘’ A pepa’’

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MARÍA GARCÍA ROMEROVerbo Azul

Yo no quiero evocar el paraísoni el infi erno que habita en la materia onírica,no diré que es un mundo paralelo,una llave secreta, poderosa,que olvidaron los dioses, o es un regaloque a manejar no hemos aprendido. Estoy en el pasillo, es plena madrugada,me levanta una urgencia que podría esperar,de repente lo advierto, no soy yo, aunque soy,y ese terror extraño, ese frío me hiela,y corro sin moverme a encerrarme en mi cuerpo. Entro en una espiral inexplicable,-vida y muerte, se dan cita en mi cama-.Me apuñala un sicario que busca a otro sicario;mi padre no está muerto, y con sus brazostrata de protegerme, inútilmente,sin dolor me desangro, porque soy yo la muerta. Ya no conozco nada ni siquiera el paisaje,el caos me cercena el cuello y la cordura,y quiero despertar con mis ojos abiertosde esta noche que tiene el corazón parado. Hay un ángel blanquísimo a los pies de mi cama,está aullando mi perro a las claras del día.-No tiene pulso. ¿Hora de la muerte?-Las tres de la mañana, parecía dormir.

30

ROCÍO ROMERO

Tus pasos me caminan, yo te sientorecorres mi calzada, mis acerasmis venas son las calles donde esperasun coche conducido por mi acento.

Granada, viva sangre, mujer, viento,cuando marchas de noche a mis afuerasme deshago mirando en papelerastu nombre refl ejado en mi cemento.

Granada, fusión viva de mi frenteen la tuya; tú vives, yo te quierono en las piedras, la brisa o en tu sierra.

Te evoco en los semáforos, la fuentedel parque, el alquitrán, en el aceroque fue tu pedestal sobre la tierra.

31

MARY SANTOS CABALLEROVerbo Azul

Si un día me extrañase la memoriay, a bocajarro, se tornase negra el alba.

Si me crecieran cerrojos en la boca.Si algún día me perdiera por mi casa.Si algún día ignorase mis raíces y mi nombre y la luz de las palabras.

Si algún día caminara “no sé adónde”.Si cayera en el abismo de “la nada”.Si, cegada por la noche más oscura,fuese lastre sin viento por mis alas.

Si, al fi nal, me olvidase de tu rostroy que un día anidaste en mis entrañas.Si todo sucumbiera y fuese ciertoque mi amor para nunca te abrigara,

resguarda mi despojo de la lluviay llora por mi muerte anticipada.

Alzheimer

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I…Y la muerte vino con ángeles elegíacosque ahogaron el clamor de tu garganta,y apagaron el fuego de tu sangre.Terribles ángeles que cegaron tus ojos,cerrando ventanas a sucesivas primaveraspara que no hubiera árboles a los que mirar.Ángeles que ante nada y ante nadie se detuvieron,enmudeciendo las voces de la tierranegaron un nuevo amanecer.

II…Y acallada tu voz, y arrebatada tu ánima,los que aquí dejaste, ya no fueron los mismos.La muerte no repara en sentimientos-se lleva hasta el olvido-.Nos va dejando cada vez más solitariosy ante ella, las altas mareas del origen,sucumben en sus negros arenales.Las inquietudes que en ti habitaron, fueron abatidas por los mismos ángelesque llevaste al escenario de Duino.Así fue el acabamiento de tu sangre.Así, así se te evaporó la vida.

III…Y las alas rotas de los ángeles,desvaneciéndose en la oscuridad del Cosmos,en un clamor de derrota.…El peso de tu cuerpo fue devuelto a la tierra…De él se nutrió y enraizaron otras primaveras,

Elegía a Rainer María Rilke

Porque nosotros, siempre que sentimos, nos evaporamos, Nosotros nos exhalamos a nosotros mismos.

R. M. Rilke

33

EMILIO POLO VILCHES

para que el eco de tu voz se elevara a los espaciosy tu aliento empañara constelaciones.Bajo tus párpados quedó reposando la mirada,pero los versos se desligaron de tu almay como mariposas extasiadas,agitarán nuestra memoria.Nosotros -los que amamos la palabra-,no reparamos en el trastorno de tu muerte:Nos llega tu voz como un puro canto de aveque en cada nueva estación se eleva hacia el azul.Por fortuna, abatidos los alados emisarios,la nitidez de tus palabrasdesborda la copa del tiempo.

34

TERESA DE JESÚS RODRÍGUEZ LARAVerbo Azul

En nombre del amor de cada día,al fi lo del dolor que vive y clama,quiero encontrar la paz que se ha perdidoy ha dejado la vida sin mañana.

Quiero encontrar la luz que aún crepitaen el verde hontanar de la esperanza,es tiempo de encontrar pastos mejoresy arrancar la sal de cada lágrima.

Es hora de buscar con paso fi rmey dejar de fi ngir-no pasa nada-es hora de romper con las fronterasy en nombre del amor levar la llama.

Es tiempo de sentir con el que sientey tragarnos su hiel a bocanadas;que nos duela el dolor que gime y llorapara entender la voz que llora y brama.

Es preciso seguir contra corrientey arrancar de raíz ofensa y drama,el no vivir del hombre que padece…¡la paz se ha perdido y hay que hallarla!

Es hora de aunar los corazonesy encontrar esa paz que late y sangra,¡vayamos en su busca sin demoracon la misma bandera solidaria!

Ahora es el momento decisivo,hay que aventar semillas de esperanza,unir mano con mano, abrir los surcos¡y de tanto cavar me duele el alma!

Camino hacia la paz

35

PEPA MIRANDAVerbo AzulDel libro “Traje de armiño”.

Luz o penumbra.Te gusta o no la luna.Fortuna o hieles.

Nubes en baldas.Asientos de los ángeles.Descanso etéreo.

Las aceitunasse recogen de noche.La amanecida.

En los torrentes.Formidable gigante.Pregón del agua.

Cuatro haikus

36

MARIANA FERIDEVerbo Azul

Vivíamos sin vivir.Detrás de las ventanas.Detrás de las cortinas.Mirando con miedo la ciudadcada vez más gris.

Nadie te pregunta nada.Nunca nadie.Tú tampoco te preguntabas.Nunca nada.Esencial eratener huesos para la siguiente cena.Cenar, dormir, despertar.Sólo eso importaba para resistir otra mañana más gris que la de ayer.

Instante

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ALENA COLLAR

Mediodía del sol. Refl ejo en ventanas. Ropa blanca tendida hacia callejones del silencio. Cuatro mujeres cruzan la calle. La luz otorga dones de amatista entre sus cabellos blancos. Hay un pájaro posado en un alero. De lejos llega un reverbero de música tocada en la plazoleta; tan difuminado que semeja ilusión o sueño.

Se está quedando el aire suspendido de una nostalgia o de un presagio. Como si, desde la copa más alta del árbol, la primavera se hubiera sentado a ver pasar el domingo.

Alejado del aquí y ahora. Distante del presente. En otro lugar. Siempre fue-ra. Como si sólo nos perteneciera en lo oculto. En lo que no se nombra. Irreal y ensoñado.

No poder traerlo más que con la palabra. Y así hacerlo tangible. Acto. Y que entonces llene el aire en el que no está. El intervalo en el que pudo ser. El hueco.

Externo y extemporáneo.Y saber que, sólo si se escribe en una frase, colma la tarde de cadencia y pa-

recería inexcusable.Esas notas del piano invisible en una casa que no existe.

Presagio.

Presencia.

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1. APARIENCIA

El hecho sucedió en el tiempo en el que las descargas sonaban diaria-mente poco antes del amanecer (No siempre a quien madruga, Dios le ayuda). Hasta entonces, todos creían que Ella, al dar el tiro de gracia a los fusilados, llevaba a cabo un último acto de caridad cristiana. Tal vez porque era Ella también quien, antes de cada ejecución, instaba e insistía a cada penado para que se reconciliara con Dios. Sin embargo, hoy sabemos el origen de aquel inveterado interés suyo que todos han encomiado: El hiriente volcán de rabia ante el despecho de las palabras que a bocajarro y antes de morir le espetó su amigo de la infancia.

“Tú y los tuyos cometéis el crimen. Vosotros necesitáis del perdón de Dios”

2.-INFAMIA

Diezmada la ciudad, ellos reinaron.Sus mercenarios los apodaban “Los Samaritanos”, sin duda hechizados

al cubrirse con capirotes durante las ejecuciones y por entonar los cánticos con los que acallar las descargas de fusilería. En cambio, entre sus vecinos forzaron una veneración resignada e impusieron a fuego el título de “Los Doce Apóstoles” con el que han pasado a la historia. Tal vez, porque, aunque no lo fueran, ellos se consideraban los únicos abanderados del Nuevo Orden. Una vez diezmada la ciudad, lejos quedaron para ellos sus días de impotencia e im-pericia, de encogimiento y miedos. Y, al tiempo, también muy lejos los frentes de batalla que ellos jamás hollaron. Conscientes de no necesitaban ni valor ni pericia para sus hazañas, siempre propiciaron que, entre los rivales, un brami-do precediese todos y cada uno de sus actos de violencia y sangre.

De ahí que fueran aventajados maestros (ellos preferían denominarse “héroes”) en señalar con el dedo, en elaborar listas y, especialmente, en apre-miar a los soldados para que, por ellos, apretasen el gatillo.

3.-TESTIMONIO

Cuando el episodio acudía a su mente, lo tenebroso de la noche, el retum-bo de los golpes y el vocerío del jalear siempre le acuchillaban hasta enfermar. Pero, como el tiempo nunca pasa en balde Él logró superar fi nalmente los miedos y la tramposa amnesia en la que se resguardó durante años y años.

Desafueros:

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RAMÓN ACÍN

Por eso, pudo declarar que fue testigo de todo por casualidad. Porque, oculto tras los arbustos del inmueble en ruinas, vio como Ellos, armados con fusiles, obligaban a sus rehenes, atados por parejas, a combatir hasta la aniquilación. Y de como la promesa de perdón para el ganador de tan sórdido combate su-puso que la muerte, poco a poco, alcanzase incluso al mismo vencedor quien, nada más iniciada su tambaleante marcha hacia la libertad, fue traspasado, de espalda a pecho, por el sable del mandamás.

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Plas (Charcos) Bert - Rene Brinkman

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Mis peces de colores odian a Paulo Coehlo. Es una verdad sin paliativos. A Rosa Montero también. No la tragan, literalmente. Sobre todo Miliki, mi pez pa-yaso amarillo y blanco. De Pérez Reverte solo les gustan las novelas del Capitán Alatriste, al resto no le hacen ni caso. A Cielito Lindo, el pez ángel, no le molesta Paco Umbral, con quien no puede en absoluto es con Sánchez Dragó, lo detesta sin ningún disimulo.

Nunca he querido tener animales en casa. Fue la insistencia de mi hijo la que fatigó mi voluntad hasta ceder a su capricho este verano. Ahora estoy encantado. Por las noches veo más mi acuario que la tele. No es que sea muy grande, noventa litros y diez pececitos, todos con su nombre y sus gustos literarios personales, que a veces coinciden (ninguno quiere biografías) y a veces no (tengo un sector mino-ritario con afi ción a la poesía latinoamericana)

Hace unos tres meses, en una calurosa noche de sábado consagrada a la gine-bra y la lectura, me resultó insoportable un libro de relatos de Elvira Lindo, hasta el punto de que agarrándolo de las páginas centrales lo estampé contra la pared. Entre mis dedos anular y corazón se quedó un diminuto trocito de página, la cua-renta y cinco, creo, aunque en ese momento no me di cuenta. No mucho después me levanté para dar de comer a mis queridos pececitos. Al inclinar el bote de esca-mas cayó al agua el trocito de papel.

Angus y BigMac, los danios cebra, se fueron disparados hacia él, ignorando la comida. Gabi y Namor se dedicaron a comer sin fi jarse en otra cosa. Los demás, curiosamente, se apartaron todo lo posible del papelito, pegándose contra el cris-tal del acuario como queriendo escapar y renunciando al alimento hasta que An-gus y el otro se lo acabaron de zampar. Totalmente sorprendido probé con varias páginas del mismo libro con idéntico resultado.

Ni que decir tiene que ese fue el principio de una larga y rigurosa serie de pruebas y ensayos, con diferentes estilos, autores, clases de papel, cambios de horarios, hojas en blanco a modo de placebo y un sinfín de protocolos científi co-literarios. Mis peces tienen pasión por Cortázar, lo devoran. Con Alfonso Ussia se descomponen y tengo que cambiar el agua. Con Mario Benedetti comen y bailan. Con Isabel Allende tienen división de gustos, aunque ningún odio manifi esto (ex-cepto Giuseppe, el gourami, que se queda arriba en la superfi cie del agua haciendo nidos de burbujas en señal de protesta). Un caso especial es el de Carlos Ruiz Zafón, no solo no se lo comen, sino que le dan golpes con la cola hasta que lo des-hacen. Son unos pececitos muy exigentes; el otro día todos vomitaron el primero de Harry Pottter.

Mis peces de colores. -

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JOSÉ LUIS HINOJOSAVerbo Azul

Su avidez de libros se ha vuelto infi nita, casi agresiva. Comen seis veces al día y ya no aceptan su alimento si no va acompañado de su dosis literaria. He descu-bierto que quieren conocer mundo, de modo que junto a los autores consagrados y a las nuevas promesas, les doy todos los días trocitos de mis guías de viaje. Ya se han comido Londres, Roma, París, Ámsterdam y Copenhague, siempre capitales. A este ritmo calculo que se comerán Europa en un par de años.

Yo me fi o mucho del gusto de mis peces de colores, de sus amores y de sus odios literarios, tan sinceros, tan pasionales, tan directos, sin importarles la fama del autor ni el peso intimidatorio del conjunto de su obra, sin doblegarse un mi-límetro a la crítica especializada o al dictado de las modas editoriales, sin dejarse deslumbrar por la publicidad artifi ciosa y encubierta de los premios con cena y fa-moso tras el seudónimo. Saco de la biblioteca varios libros, arranco un minúsculo trocito de papel de la esquina de cualquier página y espero a que mis peces hagan su juicio, riguroso, implacable, voraz. Así decido cual leo y cual no.

Ahora mismo estoy nerviosísimo, voy a darles a probar un poquito de este relato.

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Pasábamos por delante del Café Comercial. Me gustaría decir que me invi-tó, y casi estoy segura de que en aquel momento me creí que me estaba invitando, porque todavía quería y necesitaba creerlo, pero lo cierto es que apenas ordenó entre dientes “vamos a tomar un café”, y empujó la puerta sin ni siquiera preocu-parse de si yo le seguía.

Se sentó, dejándome la única posibilidad de colocarme frente a él, de es-paldas al resto de las mesas, y se conectó al modo “arenga ininterrumpida”, una de las dos posiciones que tenía su sistema de comunicaciones: o cogía carrerilla y era imposible intervenir, ni siquiera para darle un parabién, o se enrocaba en un silencio provocativo e inculpador. Ambas opciones me producían una irritación gástrica poco agradable.

— ¡Uno con leche y un descafeinado!— No, espera, yo prefería… bah, da igual.— Te lo dije veintitrés veces ya, y no me haces caso, así que a ver qué

remedio me va a quedar que tomar otro tipo de medidas, después no me vengas con monsergas, que ya sabes, te atienes a las consecuen-cias. Que yo necesito otra cosa, que esto no puede seguir así y no va a seguir así. Quiero una vida normal, Priscila, una vida normal, la cena al llegar a casa, la ropa preparada y un poco de televisión. Que no es-toy dispuesto a salir de la ofi cina y tener que ir a recogerte por ahí, a la puerta de cualquier tugurio, donde cualquier tarado lee versos y lo peor, donde crees que a ti te escuchan tus paridas. Y se acabó eso de desperdiciar fi nes de semana arrastrando el coche por esos pueblos, cada vez más lejos, para que te den un papelito de colores, un cheque de mierda y te babee el subnormal del alcalde de turno, y encima yo, como un imbécil, haciendo de fotógrafo, que sabes que maldita la gracia que me hace. Y me da igual que te pongas para arriba que para abajo, Priscila, que esto se acabó y ya está, que todo tiene un límite y esa majadería tuya de dedicarte a escribir la corto yo de raíz ahora mismo, aquí mismo, delante de este café, que ya está bien de…

Volqué el sobrecito rojo sobre la leche, y también la dosis de azúcar, e in-tenté distraerme removiendo el café. Al poco tiempo, ya era un brebaje lo sufi cien-temente homogéneo como para enfadarse si lo seguía agitando, le estaba destro-zando la espuma. Había otro azucarillo en el plato y me dediqué a darle vueltas, arrastrando los dulces cristales hacia un lado, después hacia el contrario, hacia una esquinita, donde no cabía todo el contenido del sobre, haciendo dobleces con el papel del envase, deshaciéndolas para volver a golpearlo contra la mesa, suave-mente, notando como el azúcar fl uía entre mis dedos, jugando a ser líquido.

Primera edición

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— Así que ya no te lo repito más, Priscila, que esta es la última vez que me pilla esta hora intempestiva de la noche en la ca-lle, y todo para que no vuelvas sola de eso que llamas recita-les, y no me vengas con la copla de la cultura, que esto no es más que una chaladura que te dio y que corto yo de raíz ahora mismo, aquí mismo, delante de este café; y no se hable más, coño, que esto ha llegado ya a un punto en el que uno pierde los estribos y termina haciendo una barbaridad, y ya te dije veintitrés veces que no aguanto más. Después se extraña la gente de las noticias, pero es que hay que joderse, lo que tiene uno que aguantar, hasta que se llega al límite, Priscila, y esto está llegando demasiado lejos, pero para eso estoy yo aquí, para cortarlo de raíz y evitar que termine en desgracia. Con lo que yo te quiero, Priscila, y tú, sacándome continuamente de mis casillas… ¿Por qué crees que te llamo varias veces al día? Si no te quisiera… Pero te juro que esto se acaba, que de una manera o de otra, se acaba, y se acaba ahora mismo, aquí mismo, porque…

Eso digo yo, antes me llamaba para preguntarme dudas ortográfi cas, pero ahora que, por fi n, aprendió a usar el corrector informático… Vacía mi taza, y agujerado el paquetito blanco, intenté que estuvieran quietas mis manos cada una en un bolsillo de la chaqueta, y fue entonces la vista la que, inquieta, buscó horizontes, dentro de sus limitadas posibilidades, huyendo de aquella prédica que se iba tornando, a cada momento, más agresiva. A mi derecha había una mesa vacía, y en la siguiente, un hombre bastante grueso mostraba unos documentos a una joven, que escuchaba, asentía, parecía pedir explicaciones, y por fi n, sonrientes ambos, fi rmaron en todas aquellas hojas. Se fue el numeroso grupo de clientes ruidosos que estaba a mis espaldas y empezó a llegarme nítidamente la conversación más próxi-ma. Aquella muchacha fi rmaba su primer contrato editorial y aquel orondo señor era, nada menos que un editor. Nunca había visto a uno de cerca, aunque sí me había planteado la necesidad de hacerlo. La chica recogió sus copias en una carpeta y se levantó; él también, galantemente para despe-dirla con un apretón de manos y volvió a sentarse, una vez solo, dispuesto a teclear febrilmente en su móvil.

Y el resorte se disparó. Y mi cuerpo se incorporó tomando el bolso del respaldo de la silla, y mis pies me apartaron de la mesa donde aún había un café con leche, ya frío, atemorizado ante los puñetazos en el tablero que, aunque algo contenidos, le hacían saltar y derramarse, soportando aquella perorata que ya olía a peligro. Él creyó que iba al baño, y le molestó mucho

EVA BARRO GARCÍASegundo premio “ANTARES” – Campo de CriptanaVerbo Azul

que no se lo dijera, fue lo último que quise oírle. Supongo que su cara de in-credulidad habrá merecido una foto, pero no me molesté en comprobarlo. Tomé asiento frente al rubicundo y bien trajeado señor.

— Disculpe que le interrumpa, no quisiera hacerle perder el tiempo, así que se lo diré rápidamente: Me llamo Priscila de la Flora. Si el nombre le sorprende, espere a saber que cuento con un inventario de premios literarios que ocupa cuatro pá-ginas. Mi mayor ilusión es publicar, y creo que usted me ha sido providencial, pero antes, le ruego que llame a la policía sin perder un segundo, porque necesito seguir viva para dis-frutar mi sueño. Por favor…

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Era doce de enero y Marisa, durante la siesta, soñó que moriría. Concreta-mente que moriría un diecisiete de febrero.

A partir de ese momento toda su existencia giró en torno a aquel sueño. Cada año rodeaba, con un trazo grueso de color rojo, la fecha designada para su muerte en el calendario y esperaba.

¿Cómo sucedería? No lo sabía. Pero se preparó para que fuera lo más tarde posible. Debía engañar a la muerte, burlarla y a eso se dedicó a partir de entonces.

Cambió radicalmente toda su actividad, abandonó su trabajo de profesora en el colegio, allí no había más que gérmenes acechando y contagiándola de quién sabe qué enfermedades mortales.

Dejó de salir. Procuraba mantener el mínimo contacto con el exterior, se en-cerró en su casa a cal y canto. María y Felipe, sus mejores amigos, y la poca familia que tenía intentaron por todos los medios que fuera al psicólogo, le decían que aquello no era normal, pero al cabo de un tiempo la dejaron por imposible, a todas luces era una causa perdida, no había remedio ni modo de hacerla entrar en razón. Se olvidaron de ella y ella de ellos.

Hacía la compra por internet, pagaba con tarjeta de crédito y exigía que el pedido se dejase en la puerta de su casa para no tener contacto directo con el re-partidor. Solucionaba las gestiones económicas a través de la banca on-line. Solo pensar en que tendría que salir de casa algún día le producía palpitaciones, sen-sación de ahogo y un sudor frío recorría su espalda. Una ansiedad anticipatoria se apoderaba de ella en cuanto percibía cualquier posibilidad de cambio en su entorno.

En el calendario, la fecha del diecisiete de febrero la miraba, la perseguía y conforme se acercaba redoblaba sus precauciones.

La limpieza de la casa era exhaustiva, casi demencial. Un olor a desinfec-tante impregnaba todo el ambiente y su higiene personal se incrementaba hasta extremos insospechados. Se observaba continuamente, estudiaba el más mínimo cambio en su cuerpo, se tomaba la temperatura varias veces en un intervalo corto de tiempo, tenía tres termómetros diferentes para asegurarse de que las medicio-nes eran correctas y las anotaba en una hoja de papel milimetrado, realizando una gráfi ca perfecta.

Nunca iba al médico, no se fi aba de ellos, seguro que la iban a engañar di-ciendo que los síntomas que tenía solo se encontraban en su mente y repetirían la dichosa palabrita “hipocondríaca”, así que se auto-diagnosticaba y medicaba me-diante la información obtenida de Internet. Tenía un botiquín de medicamentos que ocupaba un armario de la cocina, todos comprados vía on-line.

En su casa todas las persianas y cortinas permanecían cerradas intentando evitar el más mínimo contacto con el exterior, la luz natural era peligrosa, las ra-diaciones del sol podían alterar su piel y provocar un melanoma.

Cada año que no ocurría nada en ese día era una vuelta de tuerca más y un volver a empezar todo otra vez. Así año tras año.

Diecisiete de febrero

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CARMEN FABRE

Hubo temporadas en las que algunos familiares y amigos intentaron, de vez en cuando, que cejara en su actitud, que se dejase que ayudar, pero Marisa acabó por no atender el teléfono y, posteriormente, cambió el número solicitando a Te-lefónica que no fi gurase en la guía.

Los vecinos comentaron durante algún tiempo el extraño comportamiento de Marisa. Hubo incluso quien aseguraba haber oído durante las noches voces, risas escalofriantes y otros sonidos que cesaban en cuanto se llamaba a su puerta. Pasados unos meses dejaron de preocuparse por ella.

Cinco años después de aquel doce de enero, Marisa vio su imagen refl ejada en el espejo del baño. Su rostro pálido, casi transparente, daba miedo. Las ojeras marcaban una mirada apagada y enrojecida, en sus mejillas dos huecos resaltaban los pómulos huesudos. Vio la muerte en su imagen. Allí estaba. Había venido.

Sintió una punzada en el corazón, las piernas no la sostuvieron y se desplo-mó. Tardó varios minutos en morir. Justo entonces los primeros sonidos de la primavera llenaban de alegría la calle, era veintitrés de abril.

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MARISA GONZÁLEZVerbo Azul

El planeta Tierra, sabemos que gira sobre sí mismo, al tiempo que lo hace alrededor del Sol; la Luna, a su vez, gira alrededor de la Tierra y sobre si misma y así todo nuestro Sistema Solar. Todo dando vueltas y más vueltas, pero nosotros nos sentimos fi rmemente apoyados en el suelo de nuestro salón, que recorremos con seguridad sin apreciar tambaleo alguno.

Hay, a veces, que la imaginación nos lleva a pensar en seres humanos, a los que los pies no se les afi anzan en el pavimento, porque los tienen hundidos en el lodo, en el barro que la lluvia ocasiona al caer, inusitada y a veces constante, sobre ellos y el fi rme por el que transitan sin remedio. Empapados y ateridos de frío, no saben hasta cuándo podrán resistir en este alojamiento alumbrado por numerosas lamparitas brillantes, altísimas, pero potentes como son las estrellas, luminosas, a las que acompaña cuando toca, la araña de cuarzo lunar, resplande-ciente y vigorosa que garantiza, al mirarse los unos a los otros como espejos en-contrados, el refl ejo de seres escupidos por una máquina voraz y maléfi ca, que les ha convertido en estos autómatas a las órdenes de la intransigencia, la barbarie, la desconsideración, la indiferencia de otros seres que tienen los pies muy fi rmes en su hábitat cotidiano.

Esos individuos que duermen sin frío, sin hambre, llenos de esperanza, orga-nizando su entorno y decidiendo el destino de los fracasados a los que el sueño no asiste a su hora, porque está atrapado en el túnel de la desilusión, la desesperación que avivan la impotencia, la certidumbre del abandono, son los protagonistas de las pesadillas desterradas hasta surgir la extenuación.

Los triunfadores no quieren enterarse, ni saber de la otra clase de seres hu-manos, atrapados en las redes extendidas por ellos. Dominantes y dominadores, sin ninguna voluntad de devolverles su dignidad como personas, lanzan arengas sobre igualdad, solidaridad y demás califi cativos generosos que, por su falta de credibilidad demostrada, se van convirtiendo en abstractos.

Ahora, ya no sabemos, ni estamos seguros de tener los pies fi rmes en el suelo, porque las propias conciencias no acallan, a pesar de las justifi caciones que nos inventamos cada día.

Un mundo nuevo

Fernando Fiestas

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GERARDO VÁZQUEZ CEPEDA

Era poco más de medianoche. Estábamos reunidos en el salón sentados en círculo, con las luces apagadas y hablando en susurros, porque se había decretado el toque de queda. Los militares extendían las alambradas en los cruces de las principales calles, se apostaban blandiendo sus ametralladoras y los potentes fo-cos desde las tanquetas ponían al descubierto a cualquiera que se atreviese a salir durante las horas nocturnas.

Mientras, seguíamos pensando en cuál sería nuestro siguiente movimiento, hasta que crujieron los goznes de la puerta y hubo muchos gritos y golpes. Nos hicieron subir a una camioneta, nos cubrieron la cabeza y durante un tiempo in-determinado solo se escucharon nuestros sollozos.

Ahora miro mi celda, después de tantos años. Qué decrépita, inofensiva y triste parece. Pero cuando aquella noche me arrojaron dentro, cerrando la puerta con tres vueltas de llave y me tuve que arrastrar a tientas hasta encontrar la cama, sentí que había caído en fétida boca de un monstruo. Intenté recomponerme, ig-norando los gritos de pánico que se fi ltraban a través de las paredes, cerré los ojos y traté de dormir.

A las pocas horas se encendió una luz y me sacaron en volandas. En el pasillo había una larga fi la de personas, la mayoría encapuchadas. Y al fi nal, en una pe-queña habitación, varios militares arremangados extraían confesiones a cuchillo.

He accedido a visitar el centro de detención quince años después del golpe militar y explicar mi experiencia a los visitantes, una vez restaurada la democra-cia. Todos escuchan en silencio, palpan los desconchones, observan con pavor la pesada puerta de hierro, el cerrojo inutilizado, los restos de sangre seca (eso les parece a ellos) en el pavimento. Avanzo por los pasillos del centro de detención mientras desgrano mi historia, contemplando la misma ruinosa habitación, la misma cama desvencijada, una y otra vez.

En la entrada hay una placa, con muchos nombres y apellidos. Recorro con el dedo la fría lápida de mármol y me detengo en aquellas personas familiares y me invade un terrible deseo de desaparecer a mí también.

Muy pocos podemos dar hoy testimonio. Esta habitación bien podría ser cualquier otra cosa si mi recuerdo no la dotara de signifi cado. Me pregunto por qué mi nombre no está en esa placa. ¿Qué dije o confesé, tras las descargas eléc-tricas, sumergido en la bañera, con la pesada bota de cuero aplastándome la cara? Siempre temo la pregunta: ¿usted cómo logró sobrevivir? Percibo las miradas cambiantes. El rayo de ironía de unas bocas que pasan del espanto y la lástima a la reprobación o suspicacia. Y lo peor es que no tengo respuesta. Simplemente, se hartaron de matar.

Nunca pude volver a ser el mismo. Allí me quedé, impreso en los muros de la celda, formando parte de la sombra tenebrosa que todavía proyecta la cama, en cada rincón, hecho añicos, diseminado, en cada partícula de mis compañeros consumidos en las zanjas regadas con cal.

El superviviente

Cristina F. Zambrano

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ALEJANDRO CERNUDACienfuegos (Cuba) - Alcorcón Verbo Azul

Rápido también el tren a París. Voy de espaldas al sur. Presiento Rotterdam, Amberes, Bruselas, todo en un soplo. Repito las palabras de Voltaire cuando aban-donó Holanda, prometí que lo iba a decir un día: Adieu Canard, y ya París. La Ciu-dad Luz otra vez. La Gare du Nord con sus policías con metralletas. Tomo un taxi. Mientras el chofer negro se enfrasca en una conversación mística por teléfono –Le pregunta a alguien, a una mujer, cuál es la base espiritual del ser humano- pasa-mos por la Plaza de la Bastilla

La Gare d’Austerlitz: Se les advierte a los pasajeros que para su seguridad mantengan a la vista sus pertenencias. Ya no hay capacidad en el tren a Madrid. ¿Deme opciones? le digo a la cajera en una mezcla de lenguas. Ella no hace ningún esfuerzo por entenderme. No habla inglés y para ella es sufi ciente con eso. Sólo queda un tren a Barcelona a las diez de la noche, de lo contrario debo dormir en París. El dinero no me alcanza para ninguna de las dos opciones. No para llegar a Madrid. Compro un pasaje al fi n para Barcelona y me quedo con 23 euros. Debo esperar cuatro horas más. Juego a las escondidas con amenazantes policías que portan ametralladoras y visten de militares, qué manía esta de París… Mientras me como un pan con jamón y queso vienen los gorriones, y es así en Austerlitz: si usted sostiene una migaja entre el índice y el pulgar, los gorriones se acercarán con alucinante descaro, y aletearán cual colibríes.

Llegué a Barcelona por la mañana. El tren barato a Madrid salía a las diez de la noche. Con poco dinero y una jornada que gastar me lanzo a la calle, porque hay un secreto mayor en este viaje. “¿Donde?”, le había preguntado a la chica en la librería de la estación. “Tienes que ir hasta la universidad. Busca detrás de la universidad”, me dice ella. “El autobús 50”. Una mulata en la parada, a mi lado. “Hola, ¿aquí puedo tomar el autobús a la universidad? ¿No eres española, ver-dad?”. “Soy dominicana”. “Yo soy cubano”. “¿A dónde vas?”. “A Madrid. Vengo de Holanda sin papeles”.

La chica me pica el billete, no me deja pagar. Me invita a una merienda y no acepto. Quiere darme dinero, pero le digo que no. Me bajo cerca de la universidad. Busco como un loco, pero no encuentro. Camino las Ramblas, casi entro en la iglesia de Santa María de Pi. Entro en una callejuela llena de mosaicos con letreros en dos idiomas y por fi n encuentro. Es una librería de segunda mano, bien carga-da. Por fi n… El dependiente es amable, pero me mira con recelo. Yo acaricio los libros. Es un deseo inconfesable que tal vez él pueda entender, pero no le explico. Es la avaricia, el deseo de poseerlos todos. Montones de libros viejos en castellano. Claro que no compro nada. Casi una selección de cartas de Kafka, pero no puedo. Me voy. Luego Gaudí: la Casa Batlló. La espío un poco pero no trato de entenderla. Frente a ella bajo al metro. regreso a la estación de Sants. Son apenas unas horas y Atocha estará a la vista. En este último viaje por fi n iré de frente.

Algunos trenes van al sur

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CHRYSTAL LUNA Verbo Azul

Un paquete de sustrato artifi cial. Otro con gel humectante para llenar huecos. Una caja de inyectables con oligoelementos. Un recipiente de tecnología punta para evitar que el agua escape fl otando entre los monitores o pueda provocar asfi -xia en los habitantes del cubículo. Y una semilla.

Sólo una. Escogida e impoluta. Escaneada para comprobar su potencia creadora. Envasada en un minúsculo artilugio plástico al vacío.

Estará libre de oídios y de pulgones. No sabrá dónde la tierra, dónde el sol. Ningún ave trinará en su tallo, ni el viento agitará sus hojas.

El germen nació. Tuvieron que guiar sus raíces, el tallo no sabía el cami-no. Causó un ligero descontrol en el equilibrio CO2/O2, rápidamente subsanable. Las hojas surgieron grandes, buscando vida. Y un 17 de enero abrió la primera fl or.

Las constantes vitales de los astronautas se alteraron, los astromédicos lo atribuyeron a una descarga anómala de endorfi nas.

Pionera

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La brisa, en este instante íntimo de mi paseo contigo, se niega a traerme las palabras que necesito para expresar mi sentimiento hondo, entrañable, tierno; ella decide cuándo y qué, y ahora ha elegido recuerdos.

Recuerdos de un tiempo de sol incipiente cuya luz se escondía en el fondo abisal esperando, ansiosa, mi visita. Yo, apenas con aire, acariciaba los refl ejos que las aguas regalaban por doquier a mis ojos. Hoy para los tuyos, en los míos, tan lejos...

Recuerdos de una barca cuyas redes se enredaron amorosamente y para siempre en mi historia; sus peces, los hombres, la hoguera... La memoria en el fuego vivo que de ella surgía para lamer con cada llama mi paz, para endulzar el suave licor que me absorbía en aquel rincón de cantos y risas que mi niñez inten-taba aprehender con avidez. Recuerdos de una niña muda, silenciosa, torpe en sus pasos de vida, sola en su vida sin pasos. Siempre atenta, con los ojos clavados en preguntas que jamás logró formular. Callando las respuestas, precavida; llorando para adentro sus heridas... y sus ilusiones.

Recuerdos de vida... y de sabiduría; de muerte, de pérdida, de dolor y de risas. Y en la nostalgia, el gran superviviente del tiempo, de los años de acierto y fracaso, de alegría y de llanto: El amor. Ese amor que me caló tan dentro que ya nadie pudo extraer de mi corazón a pesar de tantas cuchilladas y autopsias. El que siempre me llevó de la mano dejándome elegir los senderos, que me animaba a la esperanza aun de aquellos sueños que después acababan truncados. El amor que siempre me daba la mano para levantarme de mis tropiezos y me ayudaba a elegir de nuevo con la certeza de que en algún lugar encontraría mi mundo –el que conocí de tan niña-; y yo caminaba con la inmanente sensación de ir aferrada al compañero cuya existencia y pasión descubrí en las pequeñas cosas de la vida en mi discreta infancia, desapercibida para muchos, absorbida y querida por otros cuya querencia se clavaba en mí junto con sus premonitorios temores. Por eso, esta otra querencia, regresa en mis visiones a aquel madrugador rincón donde mi corta edad absorbió ese amor, el cual me brindó la oportunidad de vivir antes de emprender el viaje que me proporcionaría en breve la conciencia –hasta entonces desconocida- del dolor de ausencia y de la ausencia de amores similares en la dis-tancia.

Son siempre recuerdos engranados por recuerdos. Tal vez porque los sen-deros elegidos eran semejantes entre sí y, sin duda, algún tramo me transportaba a un tiempo feliz y me sentía impulsada a buscar obstinadamente un destino que añoraba. Buscaba fuera de mí el amor tiempo atrás aprehendido. Después, sentía en mis labios el sabor del dulce licor de antaño a pesar de la distancia y la soledad. ¿Buscaba en el recuerdo o era ya delirio? Y de nuevo me quedaba sola, tan muda como mi historia, a pesar de los gritos y de aquellas palabras de auxilio –entonces ignoraba que eran eso- que escribía en pequeños trozos de papel, los cuales luego tiraba o desaparecían con los días. Algunos de repente un día asomaban entre las

En este instante íntimo

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ENCARNA MARTÍNEZ OLIVERASVerbo Azul

páginas de cualquier libro y yo me apresuraba a quitarlos antes de que algunas mi-radas –siempre furtivas- pudieran verlos o pillarme escondiéndolos. Otras veces los guardaba y, por la noche, buscaba entre mis secretos fragmentos escondidos para encajarlos, tratando así de dar sentido al puzle de mi vida.

A veces los recuerdos son un torbellino y pasan con fugaces escenas ante mis ojos y mis atentos oídos; pero otras veces, son lentos y presenciales, como si quisieran quedarse por unas horas conmigo para hacerme sentir de nuevo minu-tos que ya fueron, felices o no, que formaron parte de mi vida para hacer de mí la que hoy soy. Sin embargo, son tiempos que no volverán, salvo en mi recuerdo.

Pero hay algo común hoy en todos los momentos que vivo en ellos que hace que me aferre a su presencia, aunque en muchas ocasiones sean tristes o dolorosos: cada vez que me impregno de la nostalgia de amores escondidos en lo más hondo de mi corazón apareces tú. ¿Por qué? ¿Por qué cuando navego con la cara al viento sintiendo el alma libre llena de luz tú te presentas a mi lado pidiendo espacio en ese instante íntimo de placer? Al fi nal, ese espacio siempre lo llena-mos tú y yo. Cuántas veces…, cuántos regresos nos abrazan en el fi rme nudo de la inconsciencia adúltera; regresos consabidos a pesar de ausencias y despedidas tantas veces atragantadas. Y cada vez regresamos al punto de encuentro, donde yo suelo caer rendida ante ti, ante esa infi nita razón que revelas en susurros quedos a mi oído.

Hoy ha sido la brisa quien me ha traído tu recuerdo. Otras veces, a solas, yo llamo suavemente a la ventana de la memoria para atraerte hacia mí, pues lu-chando por el olvido te encerré con llave en el armario de mi infi nito e indestructi-ble amor –como el que de niña me bautizó en aquella hoguera-. Te busco cuando estoy segura de que no me dueles, de que puedo amarte en mi sonrisa y en la luz. Sufría, sí, demasiado, mientras se deshacía aquel ovillo enmarañado que era nues-tra pasión.

Sin embargo, ante el innegable destino que me espera –nos espera, a to-dos- hoy tengo que decirte que no tengo tiempo para nosotros, que me quedan algunas cosas por hacer. Pequeñas, claro; pero me gustaría terminarlas antes de que tú y yo, en nuestro inevitable amor, quedemos unidos para siempre en la otra vida (la promesa ¿recuerdas?). No tengo tiempo tampoco para el recuerdo porque el presente me reclama con premura para que haga, mientras pueda y cuanto yo pueda, lo que el futuro solicita: que intente difundir de alguna manera aquel amor de mi infancia, porque hoy miro a los ojos de los niños y encuentro lo mismo que en los de los adultos: egocentrismo e indiferencia; y es preciso hoy (ahora, ya) que los niños aprendan que el amor existe, que hay un rincón bajo una enorme piedra –junto al mar- en el que todavía se pueden encender hogueras.

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Clink, clink, clink... se escucha el golpe rítmico del martillo en el cincel.

Clink, clink, clink... saltan las esquirlas de la cantera con fuerza hacia todos los lados.

De pronto se hace el silencio, el escultor observa con detenimiento la piedra para ver como va surgiendo la forma de su interior.

Vuelve a colocar el cincel sobre la roca, mide el ángulo, el golpe es suave pero lo sufi cientemente fi rme para quitar nada más lo que sobra. Poco a poco desbas-ta el bloque de cantera haciendo emerger lo que parece será una fi gura humana un par de centímetros más pequeña que él. El trabajo es lento, requiere mucha precisión, sabe que un golpe dado con mayor fuerza puede llegar a causar daños irreparables, la cantera es mucho más frágil de lo que pudiera parecer. El ritmo varía según lo que hace, puede ser de un golpe por segundo, otras la emoción quintuplica la frecuencia. Se detiene, con la mano limpia la superfi cie que está trabajando, luego retira el sudor que escurre de su frente amenazando llevar un caudal del polvillo erosionado a sus ojos.

En la parte superior asoma la cabeza de una mujer, hace descender una cas-cada de cabellos ligeramente ondulados, la frente totalmente lisa, la nariz es pe-queña, ligeramente respingada, el mentón redondeado, sus cachetes un poco lle-nitos permiten adivinar la juventud de lo que será el cuerpo esbelto. Deja sobre la mesa de trabajo el cincel que estaba usando para coger uno más delgado, lo afi la en el esmeril y empieza a detallar los cabellos, el hueco que deja la ondulación so-bre la frente, se defi nen las cejas arqueadas con fi na coquetería; en los ojos precisa la forma del iris y los pliegues de los párpados, y por último los labios del tamaño justo, en perfecta armonía con el rostro, ligeramente entreabiertos.

Su alma de artista le impele a seguir trabajando hora tras hora, sin embargo, el cansancio termina obligándolo a descansar junto con la noche. Entre sueños ve su rostro moreno claro, sus ojos negros lo atraen, la mirada de ella penetra tanto en él que arrobado contempla su imagen en esos globos de obsidiana. El diálogo entre ambos se inicia con palabras sencillas de dos jóvenes que empiezan a cono-cerse.

A la mañana siguiente nuevos bríos mueven sus músculos para seguir con su obra, paulatinamente se defi nen los brazos, sus pechos cubiertos pudorosamente por el vestido. Los días de trabajo con el martillo y el cincel se alternan con las citas nocturnas, salen a pasear tomados de las manos, algunas veces por entre los pra-dos de los jardines citadinos, otras por las calles bordeadas de fachadas fi namente labradas siglos atrás.

Alma de cantera

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PHILLIP H. BRUBECK G.Verbo Azul

Entusiasmado el cincel va descendiendo, deja arriba de las rodillas las orlas del vestido como si las hubiera movido ligeramente el aire, para tornear las pier-nas fi rmemente asentadas en unas sencillas zapatillas. Con el orgullo del creador se le queda mirando, su ojo crítico le recorre cada milímetro de su superfi cie, a veces es el cincel quien ayuda a corregir el detalle, otras la lija se dedica a pulir las pequeñas imperfecciones.

Esa noche, mientras platicaban sentados en una banca del parque él anhelaba acariciar la tersura de sus brazos, pero ella con suave coquetería evitaba las cari-cias, consideraba que todavía no era el momento de mayor contacto físico, previo a este era necesario fortalecer el conocimiento mutuo de sus almas.

Clink, clink, clink... cantaron al día siguiente el martillo y el cincel sobre un bloque de cantera rosada más pequeño, trabajó afanoso varios días más, inmóvil ella se dedicaba a verlo con silenciosa curiosidad hasta que llegó un momento en que él cubrió la estatua con una sábana para que no viera la sorpresa que le estaba preparando, tenía que ser algo muy especial para conquistarla y hacer que ella se enamorara de él defi nitivamente.

Con el polvillo de la cantera adherido a su piel por el sudor afi nó los últimos detalles de su nueva creación. Cuando penetraban al taller por la ventana los pos-treros rayos del sol le quitó la sábana de la cabeza, los ojos de ella brillaron de alegre sorpresa.

- ¿Qué te parece? -le preguntó el hombre- lo hice con todo mi amor en espe-cial para ti.

La emoción no la dejó hablar, tenía frente a sí a un pequeño querubín regor-dete, de mirada clara y sonrisa inocente, sus manos le ofrecían una guirnalda de fl ores de cantera rosada unidas por sus delgados tallos y pétalos con mágica maes-tría imitando a la perfección la naturaleza.

Una ligera brisa hizo danzar el polvo de la piedra con refl ejos dorados entre los haces solares para cubrir al artista junto con su obra en una fi esta de luz y color, todo cobró vida de armónico movimiento, agradecida ella le dio un beso junto con el sentimiento que brotaba desde la profundidad de su ser, la capa de polvo que cubría la piel del hombre se fue solidifi cando con el amor.

Al día siguiente un amigo de la infancia fue a visitar al maestro, al entrar al taller vio el conjunto del querubín ofreciéndole la guirnalda de rosas a una bella mujer tomada de la mano del célebre escultor, unidos para siempre en un amor con alma de cantera.

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Acabamos de saludar un nuevo poemario, Mujeres, de Juan José Alcolea, edi-ción revisada y ampliada, que ha salido a la luz muy luminosamente presentada, bajo el cuidado responsable y profesional de la editorial Lastura, en su Colección Alcalima. Este libro se alzó ganador del XIX Certamen de Poesía “Cuidad de Ara-hal” 2015. Quizá estemos hablando del libro más albo, ineludible, más personal, a mi juicio, de un poeta de vocación algo más que ligeramente tardía, pero que, hoy por hoy, a veintitantos años de distancia, desde su salida a la palestra literaria, nos ha dejado ya una obra poética publicada que debe considerarse y justipreciarse en lo que vale, por méritos exclusivos de su autor y sus innumerables reconocimien-tos, tenerse en cuenta como una de las más abundantes y dilatadas dentro del conglomerado vario último del género lírico español.

Desde el poema pórtico, único de que consta la parte primera, «Exordium», se empieza a percibir un perfume gozoso, una fragancia lírica penetrante, un re-suello plural de aire purísimo que no decrece ni se desvirtúa en la lectura de la totalidad de la entrega. Ningún poema del libro tiene título; van encabezados por tantos números de citas, todas de mujer, como las veintiuna unidades que lo com-ponen, pero que no, necesariamente, en todos los casos, aluden al contenido del poema, sí en cuanto a la forma, es decir que actúan, parcialmente, más por compli-cidad con sus autoras, que por desempeñar la función del título omitido, para aca-bar autocitándose el poeta, como sucede en la parte quinta de la entrega. En este poema, deja la puerta abierta el poeta a una emotividad estremecedora, eleva su voz poética como una pasional confesión de su destino: la concreción de un viaje por encargo de la sentimentalidad contada, recontada, justifi cada en el quehacer poético de Alcolea: El yo que represento,/ en el que vivo, quisieramente hacer/ vuestro viaje. Nótese cómo el poeta se vale del sufi jo “mente”, acompañando a ciertos verbos (querer, mudar) o sustantivos (palabra), como licencia de autor para la creación de neologismos, tales como el ya aludido quisieramente, y otros como mudadamente o palabramente, como comprobará el lector. En este ámbi-to, en el que predomina un clima de resonancias interiores oídas pecho adentro, como si fuera un canto melancólico, muy pronto el poeta va a por todas, no retrasa los constituyentes de su oferta simbólica, su canto tan grande en estos versos ini-ciales: Estáis ahí,/de puertas hacia dentro,/ asilos del dolor, palabra, imagen.

El poemario se articula en seis partes, seis exploraciones fi delísimas del senti-miento, seis latidos de luz para una vida, que se corresponden, excluida la primera antedicha, con otros tantos nombres de mujer, musas conceptuales, a las que iza su personal monumento u homenaje en distintos escenarios de la imaginación: cuatro de ellos de mujeres físicas que habitan en su entorno y parentesco más próximo (Isabel, Ana Bella, Ana María y María Jesús), y otro más, Esther, que

Seis latidos de luz para una vida

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actúa como heterónimo, antecedido de un prólogo que fi rma la poeta Ana Garri-do, extraordinariamente literario, atinadísimo, lumínico e intenso por los cuatro costados, revelador de los valores poéticos y éticos del autor.

Poco o nada importa aquí la elección temática, emociones y otras posturas esenciales y materiales imaginativos de los que ha tirado Juan José Alcolea para el alumbramiento de estos poemas. Lo que aquí sí interesa, dice más, mucho más de lo que dice, son las excelentes prestaciones poéticas, los resultados últimos perci-bidos de esta voz creadora en constante elevación. En este libro, se afi rma la con-dición invariable de un poeta que juega a dejarse la vida y la palabra maximizada en el quehacer paciente del poema. El poeta sabe que lo más iluminante que la palabra puede trasmitir cae siempre a cuentagotas, que el poema se construye ali-mentándose de lo increado o lo transfi gurado que la palabra puede proponer pa-labramente. Y desde esa postura, acaso herido ya de tiempo o desalentado cuando el musgo se vuelve verdinegro,/ y todos los noctívagos recogen/ los restos de una luna derrotada…, pero también esperanzado, obediente a la actitud que resuena en la imaginación, persiste en el empeño del hallazgo: No importa/ en qué sabor nos aprendimos/ el ruido de la tinta al desgarrarse...

En este viaje recrecido de indagación profunda, encaminada hacia el conoci-miento propio (fi n último de toda poesía), recorrido a través de iluminaciones y representaciones simbólicas que toma prestadas a los atributos de una vida con-sagrada a la evocación del tiempo vivido, el poeta va directo a hacerse sembradura amorosa, a cobijarse en la palabra, invariable destino del poema, su única acogida, como mejor ingrediente para enhebrar algún rayo descosido a los preparativos propios de esa salida real o imaginada: En los andenes/ facturaban amor nues-tras maletas. A renglón seguido, a partir de un verso tomado de la mano a la poeta Isabel Miguel, queda patente el hecho que acredita una visión esperanzada, como se intuye fácilmente: El tiempo se hace joven con el tiempo. Sí, pero, además, cobran capacidades lícitas del destino del hombre que echa mano del consuelo y la luz, de tantos los altos brillos compartibles en un tiempo que él quisiera sin término. El poeta que sabe vive de palabras, de la ebriedad de un vino que se hace con palabras, no se abandona nunca a la suerte cambiable del azar: No te acobar-des/ ni pienses en colgarte a pie de página. Siempre es temprano si es la claridad quien nos alumbra, y así nunca Nace oscuro el cantar. Mudadamente/ la noche, otra mujer y tu ventana. En el poema de la página 53, queda alumbrada la doc-trina más verdadera del dolor, transfi gurada la cara acribillada de otro tiempo: Ya sé que duelen/ las huellas de los tiros en las tapias, / que existen muertos/ que nunca aprenderán a ser mentira/ y rotos en la piel que no se cierran/ por mucho que talemos la memoria.

De la parte fi nal, que atiende al nombre de María Jesús, la más emotiva y cercana, en mi opinión, descuellan dos sonetos endecasílabos impecables de cons-trucción y rima, dignos de antología, que la nutren y adornan de indudable fran-queza, desatada por vía sentimental, sencilla y llanamente, como su tierra man-chega. Así percute en sus versos afi rmativos un amor sin escamas, limpio como

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MANUEL CORTIJO RODRÍGUEZVerbo azul

muy pocos podrían pregonarse con tantísima evidencia, con palabras directas, muy directas, apoyadas en sus capacidades poéticas que aquí enseña sin trampas, ocultamientos o artifi cios que detraigan el interés del lector, donde no se disfraza ni se omite la temporalidad del hombre: Cuando llegue el momento, amada mía,/ cuando llegue el momento en que me vaya,/ no llores por mi marcha, que no haya/ paisajes de dolor en mi agonía. El poeta apura una creencia, quiere pensar que detrás de la vida, en el descanso defi nitivo, hay otra vida esperándole, lo que podría ser, a la sazón, la infi nita Vida: Si hubiera tras la muerte otra ribera / que fuera alternativa a estos despojos, / traspuesta ya la sed, puesto de hinojos,/ allí te esperaría, compañera.

La obra poética publicada en libro por Juan José Alcolea, a la que ya nos referimos al principio, con la incorporación de éste su último poemario, se ve en-grosada en número, pero también enriquecida, encendida de claridades lumínicas y nobles donde pudieran darse en un poeta: un poeta con ramalazos místicos y ascetas, como él gusta autodefi nirse, que nos hace partícipes de su poesía, de esas señales de un amor suyo trabado tanto en afi nidades como en admiraciones a sus Mujeres. Poesía, en suma, muy recomendable, que no puede entenderse si no es conjugando la sensibilidad propia del lector con el don de percibir algo, que si sorprende por inesperado, le seduce y deslumbra, y que saliendo de ese estado resulta inexplicable.

Cristina F. Zambrano

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Aunque es difícil saber cómo sobreviviré en estas condiciones ni si podrás leer este mensaje, te escribo para decirte que algo ha fallado en mis experimentos con el tiempo y me encuentro sumido en el más profundo desconcierto. En algún momento de mis pruebas he cometido un error, un error fatal, aunque es posible que tú misma no te hayas dado cuenta a causa de la diferencia entre las horas que se van sucediendo para ti y la escalofriante simultaneidad de todos los tiempos en la que yo estoy obligado a vivir. La elección de las palabras es difícil y no es-toy seguro de poder encontrar el término adecuado para lo que me ha ocurrido, pero creo que lo comprenderás bien si te digo que me encuentro atrapado en una espantosa soledad, la soledad de una cápsula de tiempo o mejor, de no-tiempo, habitada sólo por mí, y que se traslada de una época a otra, de un año a otro, de un espacio del tiempo a otro sin ninguna fuerza que la retenga o que la impulse.

Es ahora, en estas circunstancias, cuando más pienso en tus primeras ad-

vertencias y las muchas veces en que me previniste sobre mi trabajo. Mi rabia se multiplica incendiada por mi impotencia y me aviva el recuerdo lacerante de tus palabras, especialmente las de aquellos días en que, al volver a casa y contarte, ex-citado, detalles de mis últimos experimentos y de las cosas que creía estar descu-briendo, me escuchabas en silencio durante un buen rato como si comprendieras bien mi entusiasmo, pero acababas advirtiéndome de que notabas en mí un exceso de confi anza. Trabajar en la ciencia, me decías, no es un ejercicio de fantasía y quien se dedica a ella, y más si se trata de una ciencia tan delicada, profunda e in-quietante como la ciencia del tiempo, no puede comportarse con la misma ligereza del que escribe un poema y combina metáforas o imagina, pensando en la intriga del lector, palacios barrocos habitados por sombras y fantasmas que se deslizan por sus paredes. ¿Qué peligros corre el poeta escribiendo sus versos y relatos? Para él lo importante es el puro placer de inventar, de sorprender y conmover. La ciencia del tiempo, sin embargo, no es una ciencia de la imaginación sino una técnica de la realidad, y por ello es mil veces más peligroso.

Pocos días antes de que yo cayera atrapado en esta cruel intemporalidad aún seguías insistiendo en ello -¿quizás una cierta premonición de lo que estaba a pun-to de ocurrirme?-, la última vez mientras cruzábamos los dos el puente de Los Remedios hacia el parque, ya sin coches ni peatones por lo avanzado de la noche. Era, como tantas veces en Sevilla, una noche clara y el buen tiempo nos había animado a salir a la calle. Quien se adentra en la fascinante ciencia del tiempo, me dijiste, debe protegerse de ella, y aunque yo repliqué que ya lo hacía, insististe en que yo estaba haciendo una lectura equivocada del tiempo y de su auténtica naturaleza olvidando las enseñanzas básicas que los dos habíamos aprendido en

No confundas el tiempo con un poema

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la Universidad. Incluso si la excelente tecnología moderna nos permite modifi car los parámetros inseparables del tiempo y del espacio, me dijiste, y creo que era la parte fundamental de la advertencia que me querías transmitir, eso no elimina las leyes propias de la realidad y el impacto concreto del tiempo sobre mí y sobre las personas. Manipular el tiempo, cualesquiera que sean las posibilidades ofrecidas por nuestra tecnología, tendrá siempre un coste, porque el tiempo es superior a nosotros y, aunque se lo quiera ver como una abstracción, constituye la más po-derosa y determinante de las variables a las que están sometidos los hombres. Por más que lo intentemos, el tiempo nunca podrá convertirse en una más de nues-tras creaciones. El tiempo como realidad perceptible, al que sin embargo la física sigue sin explicar y que los fi lósofos consideran una creación de nuestro cerebro, sigue siendo, por desgracia, superior a nuestras vidas y por tanto superior a mis experimentos y sus resultados, y de ahí el enorme riesgo que corre quien pretende modifi carlo. Pretender alterar el tiempo es la más ilusoria de las aventuras huma-nas modernas ya que el tiempo no es otra cosa que nuestra experiencia concreta en el instante en que lo estamos viviendo, el tiempo es lo que realmente existe, y así lo volviste a decir, con otras palabras, cuando nos dirigíamos ya de vuelta a casa: no te olvides, por favor, me decías, que la naturaleza última del tiempo es la existencia como tal, eso es realmente el tiempo: «tú aquí en este momento delante de mí».

Eran palabras tan premonitorias que, al recordarlas, me despiertan un esca-

lofrío. Una hora tras otra, una medida de tiempo (de mi tiempo) tras otra, cada una de tus advertencias y tu voz al pronunciarlas se repiten en mi recuerdo hacien-do aún más doloroso este peregrinar por los distintos corredores y dimensiones creados por nuestro inmenso universo espaciotemporal mientras contemplo como espectador mudo e involuntario todo lo que mi asfi xiante intemporalidad me ofre-ce: unas veces la sangre coagulada de una herida mortal cometida contra algún personaje que ha marcado la historia, otras, el naufragio de una nave que arras-traba consigo tesoros y personas, otras el acelerado declinar de una familia a la que un error fatídico condenó a perder la parte fundamental de su antigua certeza.

No tengo ninguna duda de que algún día se estudiará mi caso como un ejem-plo de los éxitos y fracasos en la relación que el hombre mantiene con el tiempo y que se me mencionará como muestra de lo que no se debe hacer, pero para mí, en la situación en que me hallo, lo más importante es tratar de encontrar un consuelo y pensar que mi experiencia de intemporalidad o sincronía de todos los tiempos podrá servir para comprender mejor lo que somos y lo que podríamos llegar a ser (si, como yo, existiéramos fuera del tiempo).

Por lo demás, en cuanto a mi experiencia concreta, cómo explicarte la angus-tia y la profunda incertidumbre con que vivo. ¿He dejado de ser defi nitivamente

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RAMÓN DE LA VEGAVerbo Azul

parte del presente en el que tú sigues viviendo? ¿Puede vivir quien, por la fuerza natural de las cosas o por su propia voluntad, no consigue extraerse a las fuerzas que aspiran a expulsarle del presente? ¿Existe realmente una existencia con senti-do para quien no se encuentra en él y se baña en su espacio y se expone a la lenta e inexorable realidad de su existencia? Precisamente ahora que vivo fuera del tiem-po, desprecio más que nunca a aquellos que han ensalzado la intemporalidad. Qué puede haber más valioso que decir «este es mi tiempo, mi único tiempo posible, el tiempo que me da la vida y que comparto» y abandonarse a uno de esos instantes de puro presente tantas veces maldecido a causa de su absoluta y brutal tempora-lidad… No otra es en realidad la voluntad última de estas líneas: declarar a quien las lea, si así ocurre alguna vez, que amo la cruel temporalidad, que lo daría todo por poder entregarme al fi ero y funesto presente porque es el presente el que crea el signifi cado concreto, inequívoco y punzante de mi existencia y el presente el que da un sentido a esta profunda y cruel necesidad de amar, que por algún profundo motivo, se ha apoderado de mí.

Mariana Feride

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CONCHA GARCÍA DE LOS ARCOSVerbo Azul

Acababa de darse cuenta. ¿Desde cuándo ocurría, o mejor, desde cuándo no ocurría? Estaba sorprendida: ¿cómo no se había dado cuenta antes?

Toda la vida, desde muy pequeña, había utilizado su fantasía, su capacidad de crearse un mundo paralelo, de escapar cuando una realidad le pesaba, y encontrar en el ensueño una esperanza de cambio, de mejora, de control.

Quizá fue al ir cumpliendo años o cuando su inconsciente constató la inutili-dad del recurso, el caso es que había dejado de soñar. La realidad -su realidad- era dura, ahora lo entendía, casi cruel y además los precios pagados, excesivos.

Este tomar conciencia era inquietante, ya no había escape, tendría que ac-tuar, no podría dejar todo como estaba, pero qué hacer, cómo salir de la situación, a quién acudir…

Sus padres, se mostraron comprensivos, aunque no apoyaron explícitamente su proyecto. Sus hijos también lo entendieron, pero les preocupaba el futuro. De-cidió tomarse algún tiempo, ella siempre había sido de lentas decisiones y esta era la más grave, así lo veía ella y así pensaban todos.

Pasaron dos años o más y un buen día se dio cuenta de que volvía a fantasear

con un futuro de ternura en los brazos amantes que nunca disfrutó, con cambios que no se iban a producir y entonces…

Abrió la puerta con sumo cuidado, se aseguró de que los sueños no la seguían y salió.

¿Soñar o vivir?

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ÁNGEL MUÑOZ Verbo Azul

La fi esta que le dieron fue recordada por mucho tiempo. Le imponían la me-dalla de empresario modelo y allí estaban las autoridades y toda la alta sociedad local, también sus hijos que le ayudaban a modernizar la empresa. Entonces creyó que era el momento de delegar en ellos y dar un paso atrás

Poco a poco empezaron a no contar con él para tomar las decisiones y, a pesar de que estaba orgulloso de lo que había creado y de que la obra continuara con sus descendientes, no aceptaba dejar de ser importante. Fue durante la convalecencia de una grave operación, en la que sus hijos no tuvieron tiempo para a visitarle, cuando reconoció que seguía apegado a su empresa y a ellos; vio lo que sufría por sentirse ninguneado y decidió completar el paso atrás.

Salió del hospital vendió sus acciones rompió con sus hijos y se fue a vivir a otra ciudad donde rehízo su vida. Allí el club recreativo “Los Álamos” estaba en quiebra, compró las acciones y fue nombrado presidente. No llevaba mucho tiempo cuando sintió que tenía la responsabilidad de un hombre importante y la soledad que le acompaña; todos los que le rodeaban y le adulaban, lo hacían por interés y, en muchos casos, roídos por la envidia. Y dio otro paso atrás. Cambiar de escenario no sirve de nada si no cambia el personaje. Vendió lo que tenía y lo donó a un monasterio donde ingresó como huésped Se liberó de todos los bienes, pero sobre todo se liberó de la necesidad de sentirse importante. Ni envidiado ni envidioso, pasó los años que le quedaron sin estar apegado a nada y gozando de la verdadera libertad. Allí, pleno de paz y armonía, un día dejó de respirar y dio el paso atrás defi nitivo.

Un paso atrás

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Tenía diecinueve años y había terminado C.O.U. sin llegar a aprobarlo. Me quedaron dos asignaturas; lengua y latín. Mi padre ya jubilado, sacaba un sueldo extra cuidando a un señor mayor; D. Félix Suárez Inclán.

D. Félix había sido secretario general de la Banca Española. Tenía noventa y ocho años. Algunos días mi padre no podía ir a cuidarle por tener cosas que hacer. En su lugar iba yo, que trabajaba en un almacén de ropa infantil y juvenil, en la calle Concepción Jerónima. Curiosamente era la calle en la que había vivido mis doce primeros años. En el cuarto piso del numero 28. Casa galdosiana de altos te-chos, largo pasillo y amplias habitaciones, gabinete con chimenea francesa y varios balcones a la calle, de la que guardo mis mejores recuerdos. En el almacén textil, donde trabajaba, podía faltar alguna tarde sin problemas, al no estar asegurado.

A D. Félix había que acompañarlo solamente por las tardes. Era cuando su hija Anita, como él la llamaba, se iba con unas amigas a tomar café a la calle Goya. A la cafetería California, de trágico recuerdo terrorista.

El trabajo consistía en no dejar solo al casi centenario D. Félix y darle la me-rienda que ya su hija dejaba preparada solo a falta de calentar, y que se componía de un café con leche y unas magdalenas. No me importaba que mi padre no pu-diera ir alguna tarde. Incluso me gustaba ir a mí. No por el dinero, a pesar de estar bien pagado, sino por las historias que aquel entrañable anciano me contaba.

Vivía con su hija en la calle Claudio Coello, no muy lejos de la casa en la que murió el poeta sevillano Gustavo Adolfo Bécquer. Edifi cio señorial de fi nales del siglo XIX o principios del XX. Su piso no era muy grande. Los muebles eran buenos, bien cuidados y muy antiguos. En el salón decimonónico, que era donde pasábamos la tarde, había enmarcadas fotos antiguas. En una de ellas aparecía D. Félix de joven. Había sido un hombre alto y fuerte. Aún con sus casi cien años lo seguía siendo.

Las historias que me contaba cuando nos quedábamos solos, eran las mismas que escuchaba mi padre todos los días. Historias que habían marcado su vida.

Su padre, había sido ministro de Hacienda con Alfonso XIII. D. Félix me con-taba que era licenciado en Derecho por la universidad de Oviedo. Lo decía muy or-gulloso. Daba a entender que, en su tiempo, era la universidad más difícil de esa li-cenciatura. Nunca llegué a entender bien por qué en el último examen para acabar la carrera, examen oral, no tenía ni idea de nada y antes de entrar a examinarse, lo único que memorizó fue lo que le preguntaron. Salió licenciado en Derecho. Si fue simple casualidad o intervino su padre en ello es algo que nunca llegó a aclarar.

Contaba cómo en plena guerra de Cuba, su hermano mayor, que era militar, tuvo que alistarse por un hecho que relatare a continuación.

El “jardín sonriente”

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Como ya hemos visto, el padre de D. Félix era ministro con Alfonso XIII. Un día en las Cortes, le echaron en cara que mientras morían en Cuba tantos soldados españoles, su hijo el militar, se paseaba con “niñas” por las calles de Madrid. Así fue como el hermano de D. Félix, en contra de la voluntad de su padre, y para aca-llar aquellas bocas marchó a Cuba y perdió allí su vida. El cadáver fue enterrado en España. Cada vez que recordaba D. Félix aquel hecho sus ojos se llenaban de lágrimas. Su hermano había muerto sin llegar a cumplir los treinta años.

También había momentos graciosos con el afectuoso anciano. Uno de ellos era el del café. Al servirle en una bandeja su café con leche, y unas magdalenas, exclamaba varias veces mientras se lo tomaba.

-¡Café de la Habana, café de la Habana!Y al ir a mojar las magdalenas, murmuraba con acento francés, “Magdelaine”,

recordando a su nodriza que era belga y se llamaba Magdalena.

Después de merendar se quedaba un rato callado, reposando. Luego comen-zaba a contarme: “Que para desatinos no hay como los gallegos y los chinos”. Era algo que había aprendido de joven. Recuerdo bien sus palabras: “En China un mandarín usaba en el sobaco peluquín. Y en Vigo un tal Angulo tocaba la trompeta con el culo. Es por todos sabido que para desatinos, no hay como los gallegos y los chinos”.

Los dos nos reíamos de aquellas cosas.Su mujer, fallecida hacía años, descendía del famoso Francis Drake. Pirata

en corso al servicio de la corona inglesa que abordaba y hundía barcos españoles cargados de oro que hacían el recorrido del Nuevo Mundo a España. No le gus-taban los Drake que habían echado raíces en España con el dinero robado a los españoles. También me hablaba de un palacio en Madrid que había pertenecido a la familia de su mujer. Aún se conserva en la céntrica calle de la Magdalena. Fue histórica mansión de los marqueses de Perales, citado por Galdós en su Episodio “Napoleón en Chamartín”, estafeta de Correos y Hemeroteca Nacional. Palacio con una bellísima portada.

Cuando se cansaba, se quedaba adormilado en el sillón repitiendo estas es-trofas:

Era un jardín sonriente;era una tranquila fuentede cristal;era, a su borde asomada,una rosa inmaculadade un rosal.Era un viejo jardineroque cuidaba con esmerodel vergel.Y era la rosa un tesorode más quilates que el oropara él.

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FERNANDO JOSÉ BARÓVerbo azul

En aquel tiempo yo no sabia de quién era esa composición. Con los años supe que pertenecía a los hermanos Álvarez Quintero de su obra teatral “Amores y amo-ríos”. Obra representada por mi tía Mercedes Baró en el Teatro Español. Cada vez que vienen esos versos a mi memoria me acuerdo de D. Félix.

Murió con noventa y nueve años. Siempre decía: “Soy viejo pero no me quiero morir, no me quiero morir”. Su hija Anita falleció pocos años después. Al morir Anita recordé las palabras de su hermano Estanislao: “¡Éste hombre nos va a en-terrar a todos!”.

Casi centenario marchó a su “jardín sonriente, a su tranquila fuente, a su vergel”.

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Esta elegía en prosa es sobre una muerte anunciada, la de uno de los jardineros del len-guaje más imaginativo del siglo XX y este XXI. Matías Antolín, espíritu ácrata, escritor libre-pensador, jardinero de la imaginación.Le dolía la vida, por ello decía: “Cualquier día me suicido y me presento a un concurso de muertos”. Reconocía que, como no sabía ma-tar el tiempo, le estaba matando el tiempo a él. Por eso le dolía la vida. Sangraba tinta. Tenía fecha de caducidad y no pidió prórroga. Al fi nal de sus días nos contaba con una luz misterio-sa en la mirada: “Siempre he querido ser un personaje de novela, por eso ahora, cuando me muera, voy a legar mi cuerpo a la ciencia fi cción...”Y escribía, escribía agónicamente, recono-ciendo lo que siempre dijo, que la vida literaria es un ajuste de cuentas con la vida, y se decía: “Escribo por la vanidad de dejar una señal de vida”.Hizo como Umbral, vitalizó la literatura para

disfrazarse y vengarse de la vida, y, como Um-bral, se transfi guró en un narciso de la tinta. Con azogue de soberbia escribió desangrán-dose de tristeza, escribió de la tristeza, la tris-teza simple... En la soledad sencilla e insonda-ble que le habitaba escribió: “Escribo para no morirme”. Y se murió escribiendo.Se fue en la pasión de la literatura, se fue en la soledad de la alcoba: “Escribo en la soledad de la alcoba, preguntándome con qué palabra voy a pasar la noche, y comprobando que to-das mis palabras son mujeres de la vida, unas putas que se van con otros escritores”.Matías Antolín siempre se confesaba diciendo: “Sólo escribo de lo que me pasa, de lo que siento y de lo que me duele, porque el mundo literario de cualquier escritor la mayoría de las veces es más íntimo que su propia vida”.Así, me confesaba: “Pepe, escribir es fácil. Todo lo que tienes que hacer es quedarte mi-rando la hoja de papel en blanco. Tú te que-das mirando ese papel hasta que en tu frente

Elegía en prosa al jardinero de la imaginación.

Jardineros del lenguaje.Matías Antolín

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aparezcan gotas de sangre. Pepe, al escribir la palabra no la conviertas en la cárcel de la vida”.Escribía su prosa en carne viva, con palabras de carne y hueso. Decía que lo hacía así si-guiendo el consejo de Josep Pla a los colegas de la pluma: “No sea usted demasiado bonda-doso cuando escriba. A la gente hay que mal-tratarla para que abra los ojos”.Matías, mintiendo con la verdad, se cerró mu-chas puertas. Su espíritu ácrata, su cerebro li-brepensante, siempre le causó contratiempos en sus trabajos. En la radio, en los periódicos, etc.Jornalero del fracaso, indicaba con su buen humor: “Sigo empapando párrafos sin necesi-dad de tomar Viagra. Todo ser humano que se precie (o se desprecie) es un soñador nada despreciable. Yo escribo con la autoridad que da el fracaso”.Siempre me sorprendía.- ¿Qué haces Matías?-Estoy masticando minutos después de haber-les quitado las espinas...- ¿Qué escribes?-El vértigo me empuja a contarles a mis lec-tores mi vida, para que la muerte no tenga su última palabra. - Y se quejaba - Aunque mi imaginación está más apolillada que el biquini de Sara Montiel... Así que hasta escribiendo sufro. Pero que me dejen escribir, ya que la ofensa más atroz que se le puede hacer al ser humano es negarle que sufra. Aquí me tienes - decía - escribiendo con cucharas so-peras de romanticismo, viviendo para escribir y escribiendo para vivir. Como no sé escribir poesía, regalo metáforas. Pepe, mi vida si-

gue pasando y yo me sigo creyendo que aún la sigo viviendo, porque la sigo soñando. Ya ves, no importa cuántas veces me caiga, sino cuántas me levanto. Amigo Bárcena, la vida, como el amor, sólo me rece la pena si se co-rren riesgos...Al escucharle, no sabía bien si me hablaba a mí o si el palique era con su propia sombra. Decía: “He pasado un día más y se queda en un día menos. José Bergamín diría: “La vida sigue pasando y yo me sigo creyendo que aún sigo viviendo porque sigo soñando”. Me miro al espejo y observo mi cuerpo, ya no puede dar freno al desenfreno de mi deterioro. Los huesos, esas vigas de nuestro edifi cio corpo-ral, ya sólo dan chasquidos”.Matías Antolín vivía a salto de comas, como un ladrón de alcobas, como un carterista de corazones, iba desnudo de pasión y vesti-do de mortaja, iba arrepintiéndose, como su amigo Joaquín Sabina, de los pecados que no podía cometer, iba cariacontecido recordando lo que le decía Melchor Miralles: “Todos los miserables acaban estropeando su biografía”. Iba preso de sí mismo sin salir de la celda que llenaba de inscripciones, gráfi cos, aforismos exprimidos del ingenio que le crujía en su can-sada imaginación. Le puso punto y fi nal a su vida con la última gota de tinta que quedaba en el tintero.Ya no escribirá más, ya no hablará más. En su día nos dejó dicho: “Cuando se calla, se dice todo”.

JOSÉ BÁRCENAVerbo Azul

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Libros recibidos

Hay siempre en la poesía de Ana Montojo una parte de bús-queda, de confesión, de regreso. Prueba de ello es también, como no podía ser de otra manera, su último libro, Este atronador silencio de los pájaros (Lastura, 2016), título en el que quizá la autora se deje ir de una manera más íntima, más plena.

ESTE ATRONADOR SILENCIO DE LOS PÁJAROS.

La poeta es mujer sin concesiones, sin ambages; se reconoce y nos permite reconocerla en cada golpe de luz, en cada espacio, casi como si la palabra doliera, como si el grito pudiera hacerse materia de las lágrimas. Es este un libro de dolor, es cierto, pero no un libro dolorido. A través de sus páginas asistimos a un autorretrato al límite, a una disección heurística de la propia realidad que se universaliza para hacerse patente, necesaria. A partir de esta premisa - la verdad absoluta - Ana Montojo construye un poemario en tránsito, en camino, un mundo perdurable que nace de una luz y que va a otra. En sus poemas, en lo inmediato, es capaz de crear y recrearse, de lanzar una mirada unívoca sobre las cosas para dotarlas de otra dimensión, de otro sentido. “Tal vez pueda mirar las amapolas / en los campos de trigo, / una puesta de sol cuando se hunde / en las aguas de un mar inexistente”

Ante todo - quizá pese a todo - Este atronador silencio de los pájaros es, fundamental-

mente, quizá contra lo que pudiera pensarse, un poemario de amor. Como afi rma Teresa Núñez en el prólogo, es esta una memoria de soledades, un inventario de sonidos que nos cuenta “la concatenación de muchas fi cciones, de muchos fracasos”. “Cómo borrar las sombras, / - se pre-gunta Montojo - cómo acallar la rabia que envenena el recuerdo, / cómo recuperar / la imagen de los tiempos de ternura”. Amor y desamor se dan la mano en una sucesión de opuestos, de orfandades, que viene a subrayar el carácter testimonial de la obra. Y es que nada sucede sin permiso, nada es pasajero detrás de la mirada.

La palabra de Ana Montojo emociona siempre, no puede dejar de hacerlo; no se viste de

artifi cios - no lo necesita - se presenta desnuda y directa, sin juegos que distraigan o estorben la comunicación, la entrega. En ella el desgarro es intención pero no fi nalidad; no es un fi n en sí mismo sino un posicionamiento al fi lo de las cosas, una forma de aproximación a la materia poética. Porque su manera de entender la Poesía pasa - creemos - por una traducción cuasi radiográfi ca de la realidad.

“Pero en algún lugar debe estar escondida / la mujer que yo era” - escribe en el poema de

cierre. Escondida o no, culpable de Poesía, nos observa. “Después de morir todas las muertes”, sobrevive en la piel de los poemas desnuda de silencios “y construye a su gusto la memoria”. Esta es la luz; después, el imposible.

Ana Garrido

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Bajo el título Bragas (Lastura, 2016) Teresa Núñez reúne veinte relatos, premiados en diferentes certámenes, con un denomi-nador común, la mujer como tema unitario, origen y materia, sobre el que levantar una obra plena, necesaria, que se defi ende a sí misma sin necesidad de artifi cios. La elección del título, tomado del último relato del libro, sonoro y sugerente a partes iguales, no ha sido una decisión gratuita. Como la propia autora afi rma en su declaración de

BRAGAS.

intenciones, “la braga es la prenda más íntima y personal de una mujer. Y mis narraciones pre-tenden de la misma manera desbrozar y dejar al aire los secretos más esenciales que puede guardar un alma femenina”. Pero no nos engañemos, Bragas no es sólo eso. Se trata, sí, de abrir las puertas a una realidad que casi siempre queda oculta, soterrada, pero va más allá, mucho más allá, porque Teresa Núñez escribe desde la luz, desde el agua, y nos invita a mirar con ella todo ese mundo que nos aguarda al otro lado, esa otra verdad que duele, que desgarra.

Cada uno de los relatos es un logro en sí mismo, un edifi cio hábilmente construido que propone un juego de supuestos al que el lector se ve arrastrado casi sin darse cuenta. Quizá sea precisamente en ese no decir donde radique la verdadera intencionalidad de la autora. Se trata de una inteligente propuesta de denuncia que no impone, no obliga a tomar un posicionamiento determinado, sino que muestra, enfatiza, para que cada uno saque sus propias conclusiones.

Una de las cosas que quizá puedan sorprender a quien nunca se haya asomado a la obra de Teresa Núñez es su capacidad para cambiar de registro. Desde la tragedia más absoluta al humor más ácido o la ironía más corrosiva, la autora utiliza con maestría la voz narrativa y lo-gra una atmósfera especial y única para cada escenario, para cada personaje. No deja nada a la improvisación, sabe exactamente a dónde quiere llegar y utiliza todos los recursos a su alcance para conseguirlo. Del amor al dolor, de la claridad indolente al desasosiego, hay en Bragas un inmenso tapiz de realidades, incómodas las más de las veces, que lo convierten, querámoslo o no, en un libro de denuncia. Mujeres fuertes, valientes, arrastradas en ocasiones por sus propias circunstancias, se nos muestran de frente y sin ambages, sabedoras de que su única oportuni-dad está en su propia desnudez, en esta forma de mirarnos a través de los ojos niños de Teresa Núñez. Porque pocas cosas hay más reales, más nítidas y al mismo tiempo más desconocidas, que este universo que ha sabido recrear para nosotros.

Pero Teresa Núñez no es - no debería ser - la voz que clama en el desierto. La voz, su voz, es la de todos aquellos que siguen respirando, de los que no se rinden, de los que guardan, acaso en un cajón de estrellas, aquellos días de lluvia que parecen perdidos al borde del asfalto. Miremos con ella, con sus ojos. Nos aguarda la vida entre las páginas.

Ana Garrido

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A fi nales del pasado año nos llegó desde Holanda –en formato 17xl7, con tapa blanda y papel satinado– un libro especial por muchos aspectos: Especial porque es un libro en donde tanto la letra impresa

como las imágenes que lo pueblan son elementos totalmente integrados, no tiene sentido leer un texto sin imbuirse en la imagen o imágenes que lo vislumbran y viceversa.; especial porque en su elaboración han intervenido tres diferentes autores, Casper de Jong como autor principal de los textos, Bert - Rene Brinkman como autor de las imágenes y Alejandro Cernuda como artista invitado, con una narración; especial también, y aquí el autor de esta reseña abre la puerta a su imaginación, porque tanto Jong como Bert, son holandeses y Alejandro es cubano, Casper tiene el nombre que tiene y los tres son amantes de viajar por esos mundos de Dios sin freno alguno, todo lo cual le hace a uno pensar si no serán redivivos ejemplares del literario “holandés errante” o personajes de una novela de Salgari; si a todo esto le sumas que el tema del libro es, en gran medida, el de la fugacidad y el desdoblamiento, la originalidad de la obra es especial-mente curiosa.

Pero vayamos al libro. El texto está formalmente dividido en apartados o fragmentos con un título y siempre justifi cados, nunca llenan la página salvo alguna excepción, y parecieran pequeñas cajas o cofres de letras, con un mensaje dentro. La caja es una sugestión, el mensaje cierto.

En todos ellos el autor, desdoblado de sí mismo, va desgranando un soliloquio a través de un viaje que puede ser por Cuba pero que es indudablemente un viaje a su propio interior y una imprecación constante contra la muerte-vida como recorrido.

Con una idea de lo real, lo vivido y lo pensado son un río continuo en que cada lapso es diferente y único (eso es lo que realmente quieren representar los apartados antedichos), se acerca de alguna manera a la idea del continuum de Heráclito de Éfeso. Por otra parte, ese continuo divagar fuera-dentro de la realidad cotidiana, nos recuerda lejanamente al Pessoa de “El libro del desasosiego”. Cosas ambas que justifi can la calidad y la hondura del pensamiento fi losófi co, a veces digresivo, a veces poético de la obra en cuestión.

Dentro de esta multiplicidad se intercala la narración de Alejandro Cernuda “Fantasma del camino”, en la que, con una prosa certera y descarnada, y también a través de un narrador que interpela al personaje, se nos hace una disección de las sensaciones contradictorias miedo-esperanza, burocracia-libertad, sospecha-aceptación que vive-muere un emigrante para conse-guir entrar al país utópicamente deseado. Su capacidad de interlocución con el alma del lector es angustiosamente efi caz y demoledora.

Las imágenes con que Bert-René va apoyando los pasajes son impagables. La irrealidad entrevista, la impresión de un instante que escapa, la ruda y escueta realidad, el pensamiento espejo, etc. son expresión de una enorme capacidad tanto artística como de enorme dominio técnico. Nuestra bien-venida a este libro.

Juan José Alcolea

FANTASMAS DEL CAMINO.Topografía de un país pensador.

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Le va a ser difícil superar su opera prima a este autor que se esconde bajo un pseudónimo y, a su vez, narra en primera persona desde la voz de otro. De nada sirven las cortinas para encontrar el camino que pueda herir la espera del lector, si el arco tiene la tensión necesaria y el dardo está bien dirigido, cosa que es evidente para este que escribe; todos y cada uno de los personajes interpuestos han

realizado una excelente y efi caz labor para desbrozar el terreno y mostrarnos o sugerirnos una realidad que algo tiene también de mágica dentro de su crudeza.

“Me llamo Tomás Moreno...” es la puntada que va uniendo toda la urdimbre de esta novela torrencial, impagable e imparable, en la que, desde una ancianidad lúcida y con un espe-cial sentimiento trágico de la vida, el narrador protagonista, in extrema res, va desgranando su infancia y pubertad en un barrio suburbial de Madrid.

En un continuum donde no existen puntos y aparte porque todo es parte de una misma unidad: la vida y su incesante consumación. El relato se distorsiona a su vez con pequeños “fl ash back” para reconstruir personajes y hechos circunstanciales que retratan el ambiente de manera cuasi tangible.

Te llamas Tomás Moreno y has llenado un tiempo y un lugar de una enorme ternura, pero también o sobre todo de una enorme crudeza, de la crudeza que a veces es la infancia para muchos.

Hay cosas narradas propias tan sólo de la imaginación o de la vida de nuestro autor, pero hay otras, muchas otras –valgan de ejemplo los sentimientos encontrados de las primeras experiencias sentimentales– son asumibles por muchos de los que puedan leer esta original y cautivadora novela no al uso, como se pudiera pensar por el tema rememorativo que trata.

Nuestra enhorabuena a este viejo-nuevo narrador, del que esperamos más cosas a pe-sar de lo difícil que se lo ha puesto a sí mismo, pues “Lo pasado no dura nada” más parece obra magistral que opera prima.

Juan José Alcolea

LO PASADO NO DURA NADA.Papo Cabrahigo (Andrés Marín Navas).Chiado Editorial.

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Reposa ya en mis manos Cuentos de frontera, de Concha García de los Arcos. Una siempre alberga ciertas expectativas al abrir un libro por primera vez. Cada detalle nos hace tener una primera impresión aún antes de haberlo abierto. Como en este caso, en el que el título, la calidez de la portada y esa puerta abierta a algún lugar leja-no, nos preparan el camino para comenzar un viaje único e irrepetible.

De factura exquisita gracias a Lastura, este libro nos muestra un mundo que ya no existe. Y lo hace como un cuadro impresionista,

a base de pequeñas pinceladas, en las que nos vamos adentrando, ya sea de la mano de una niña, de un narrador en off, de una adolescente,.. en un delicado álbum de fotografías, imágenes diminutas que no son en blanco y negro o en sepia, sino que sorprendentemente adquieren todas las tonalidades cálidas de los atardeceres de Melilla, y los olores a especias, sol y bullicio. Es un libro sensorial que absorbe hasta el punto de no poder dejar de leerlo.

¿Y qué tiene de especial? Que es un libro honesto, escrito desde una verdad personal que se deja ver en cada línea, en cada gesto, en cada esquina de cada calle, una honestidad sin aspavientos, sin cursiladas, sin ostentaciones. Un libro hondo que habla de lo vivido con añoranza pero sin lágrimas, con la alegría del que conoce ya la vida y sabe que la fortuna está en haberla vivido.

Son cuentos del ayer en la mirada de unos ojos claros y limpios, cuentos sin doblez, la cotidianidad que se muestra tal cual para que aquellos que no la conocíamos, vivamos esa Melilla como si formara parte de nosotros, y los que la conocen, suspiren sin poder evitarlo al terminar la última página.

Una pequeña joya de papel, viento y arena.

Ana Bella López Biedma

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Indice de autores y textos publicados

ISABEL BONO. donde nunca pasa nada ...........................................................5MIGUEL SÁNCHEZ ROBLES. Instrucciones para reiniciar un cerebro ......... 6BEATRIZ VILLACAÑAS. Atardecer con Shakespeare ..................................... 8FRANCISCO MIGUEL LÓPEZ SERRANO. El testigo ..................................... 9MARÍA DEL CARMEN HERRERA. Volver / Estado de incertidumbre ........10FERNANDO FIESTAS. Cuando falten tus alas................................................ 11PRESENTACIÓN PÉREZ. Herederos de un sueño .........................................13RICARDO GONZÁLEZ ALFONSO. Contra todos los pronósticos .................15NIEVES ÁLVAREZ MARTÍN. Vacaciones ......................................................16MANUEL CORTIJO. Un solo sueño ................................................................ 17KATY PARRA. Incidencia moral ......................................................................19EDUARDO MERINO MERCHÁN. Poema con gorriones .............................. 20CRISTINA COCCA. “Sin esperar el alba” .........................................................21ANA GARRIDO. Una piedra de tinta ............................................................. 23JUAN JOSÉ ALCOLEA. Retratos rotos .......................................................... 24LOLA FRANCO. Náufragos ............................................................................. 25JOSÉ MANUEL F. FEBLES. Nunca será luz .................................................. 26NURIA RUIZ DE VIÑASPRE. Dentro de cualquier Atlántico ........................27ANA BELLA LÓPEZ BIEDMA. Isla mujer ...................................................... 28MARÍA GARCÍA ROMERO. Yo no quiero ...................................................... 29ROCÍO ROMERO. Tus pasos me caminan ..................................................... 30MARY SANTOS CABALLERO. Alzheimer ......................................................31EMILIO POLO VILCHES. Elegía a Rainer María Rilke ................................. 32TERESA DE JESÚS RODRÍGUEZ LARA. Camino hacia la paz .................... 34PEPA MIRANDA. Cuatro haikus .................................................................... 35MARIANA FERIDE. Instante ......................................................................... 36ALENA COLLAR. Presagio y Presencia ...........................................................37RAMÓN ACÍN. Desafueros ............................................................................. 38JOSÉ LUIS HINOJOSA. Mis peces de colores ............................................... 42EVA BARRO GARCÍA. Primera edición ......................................................... 44CARMEN FABRE. Diecisiete de febrero ..........................................................47MARISA GONZÁLEZ. Un mundo nuevo ........................................................ 49GERARDO VÁZQUEZ CEPEDA. El superviviente ..........................................51ALEJANDRO CERNUDA. Algunos trenes van al sur ..................................... 53CHRYSTAL LUNA. Pionera ............................................................................ 54ENCARNA MARTÍNEZ OLIVERAS. En este instante íntimo ........................55PHILLIP H. BRUBECK G.. Alma de cantera ...................................................57MANUEL CORTIJO RODRÍGUEZ. Seis latidos de luz para una vida ........... 59RAMÓN DE LA VEGA. No confundas el tiempo con un poema .................... 63CONCHA GARCÍA DE LOS ARCOS. ¿Soñar o vivir? ......................................67ÁNGEL MUÑOZ. Un paso atrás ..................................................................... 68FERNANDO JOSÉ BARÓ. El “jardín sonriente” ............................................ 69JOSÉ BÁRCENA. Jardineros del lenguaje .......................................................72Libros recibidos ................................................................................................74