musica de sombras
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MÚSICA DE SOMBRAS
MANOLO ROMERO
(PREMIO TIFLOS, 2003)
Dedicatoria: A mi Marga
HIMNO PRÓLOGO
ACRÓSTICO
En siete días hizo Dios la música.
Dormía en los silencios el silencio.
Respiraba el sonido muy despacio...
Mi... yo... soy... son... Y despertó el misterio.
Faltaban las gargantas y los labios.
Solitarios, erráticos, escépticos,
labraban los planetas el espacio.
Silbó el dolor. Le respondió un arpegio
doliente, sideral y solidario.
Silbó el amor y provocó un incendio,
la alegría manó en los campanarios.
Soledad, soledad, oye el silencio...
Faltabas tú, sonido hospitalario,
milagro navegando por el tedio,
revelación de líneas y de espacios.
La pienso desde la distancia,
desde el sitio de Venus, por ejemplo:
La Tierra, un hito en pena
girando sin conciencia, envuelto en ella;
un pedrusco que orina, que transpira,
mientras se multiplica y se divide
en barahúndas, en reflujos...,
queriéndose y odiándose... La Tierra,
ardor de estómago, festín y hambruna;
piedra de los idiomas, donde yo,
que respiro su aliento,
pichón del abandono, cachorro de las órbitas,
alevín de su nada, soy un dios;
un pobre dios, un pobre diablo,
al pairo por las sombras de su música.
Y mucho más allá de Venus,
La Tierra es su silencio, y sirve, y sirve...
sin existir.
Gracias a los sonidos de La Tierra,
a los cánticos de la madrugada,
a la deriva de la tarde,
al lubricán silbando en la retama,
a los susurros de la noche
que brotan del placer de las gargantas...
al rumor del silencio desplazándose,
al silencio metiéndose en las sábanas,
al silencio en el cuerpo,
al silencio empapándonos el alma.
ESTACIONES
JARDÍN DE ORIVE
Se asoman las glicinias por las tapias
del jardín más recóndito de Córdoba;
naranjos, dos laureles, un almez,
una Erythrina cresta-galli
estallando en corales rojos,
unos cuantos cipreses viejos,
y entre los decrépitos muros
patinados de costras con verdín,
el vacío inquietante... y un relámpago.
Nadie más. Sólo yo conmigo mismo,
y ella que se acercaba, solista en la tormenta,
una armónica de cristal
taconeando con su paso mínimo
por los adoquines mojados.
Fue el día en que pasó a mi vera
por este hueco arborescente
abril con tanta prisa.
Un día solamente abril duró.
Que lo digan las pasifloras,
el espliego, la santolina...
que aspiraron lo que ahora exhalan.
JARDÍN BOTÁNICO
Recita un hombre poemas,
atardece en la garganta
con son grave y melancólico
su voz velada;
resina, polen, murciélagos...
se mezclan en sus palabras.
Tras la voz, un pulso errático
se enraíza en la guitarra.
La serpiente de los versos
trae en su boca la manzana
y el ángel, sombra de música,
se disuelve en la pavana.
El paraíso encontrado
entre ortigas y entre garzas...
y dentro un hombre en declive
dentro de sí, solo en alma.
La provincia de su rostro
en la región de las lágrimas.
Cree que es un grano de arena
sonámbulo por las ascuas.
Los élitros del verano
irritan a las distancias,
la música es física sola-
mente, nada...
y él es el grano de arena
sepultado en la hojarasca
hecho silencio, ceniza
de palabras.
OCTUBRE EN LA ALBOLAFIA
Para Luz Pichel
Llego al amanecer del soto,
la luz hilándose en el alba
despierta los colores, suena
la música emplumada:
los ruiseñores y jilgueros
que se albergan entre las ramas
se preguntan y se responden.
Llega el otoño al alma.
La luz se enhebra por el puente,
dora las torres, las murallas,
da calor a lo más sombrío,
provoca a las campanas...
Córdoba se asoma al espejo
embadurnado de sus aguas
y por el soneto de Góngora
sobrevuelan las garzas.
ESTORNINOS EN DICIEMBRE
Silba el invierno,
por el barbecho helado sobrevuela el alba;
la niebla emboza el olivar...
en el dormidero se perchan
los estorninos, brillan las plumas,
centellean los ojos y los parpados
se entornan para escuchar
el diapasón del viento.
Brota la música de las siringes
afilando sus picos bandoleros;
ya arrancan la aceituna negra
al calendario del olivo.
Alzan el vuelo.
Silba diciembre.
Silban las varas de los jornaleros,
se doblan, se arrodillan...la gimnasia
buenísima para la piel,
combate la diabetes, el reuma...
y estimula los apetitos.
Ya nadie canta como antaño
seguidillas, verdiales, alegrías...
¿por qué todo es tan serio?
por qué sólo gimnasia en el vareo.
Silban las varas y los estorninos
revuelan su sonata por diciembre.
DEL AMOR
CARTA
El aire se levanta, amor,
cuando respiras sobre el folio en blanco
y las letras se inclinan al levante;
se vuelan los acentos,
se encama lo que escribes.
Entre los juncos de las letras
hacen sus nidos las palabras,
las vocales son huevos de los signos erguidos.
Somormujos, garcillas, ánades
se aparean por entre los renglones,
empollan el amor y lo eclosionan;
y la sonata, el regocijo,
en la sirinje de los ruiseñores,
música flamígera, alienta
la armonía de tu respiración;
un ibis se embelesa con el trazo
de tu pulso en la laguna,
de tu pulso plegándola...
luego pasas la lengua por el sobre,
lo ensalivas, lo cierras,
y me mandas con un pelícano
el humedal de tu caligrafía
al erial de mis ojos.
EL GATO MONTÉS
Para Olga Marqués
Adolescentemente se pasea
por la azotea del colegio,
encima de las monjas y sus ritos,
de lo sagrado y su liturgia,
ve cómo le florece la belleza
y la desean, ella bien lo sabe.
Es tiempo de jazmines, de relámpagos
y reverberaciones en la sangre.
La brisa que corteja a la terraza
sopla de lejos, de la feria,
trae olores de pólvora y de churros,
aire de pasodoble.
Debajo, las plegarias, no son nada,
rumores del absurdo;
entre las rejas y cerrojos,
la flor del jazminero.
La música enardece,
viene envuelta en olores que provocan.
Suena El gato montés algo cansino,
van sus compases arrastrándose
con una herida hasta el recuerdo.
Ella pensaba en alto:
(Mi padre es un chiquillo,
tan adicto a la feria y sus entrañas
de fieras enjauladas y trenes nigrománticos…)
Siempre El gato montés fue de su padre,
sonó en lo altavoces de una tómbola
y lo cazó silbándole, bailándole…
Fue para siempre su mascota,
le sacaba a paseo por sus silbos
y con sus pasos retozaba.
Ya va El gato montés por los tejados,
ya sube de los pies a las caderas,
ya los brazos abrazan a la luna…
Debajo del tejado son las súplicas,
pero en su corazón el pasodoble,
pero El gato montés en sus caderas,
por los pies y en el brillo de sus ojos...
Dios, entonces, existía.
Yo desde mi ventana también huelo la pólvora,
escucho el mismo pasodoble.
Mi casa es poesía,
El gato montés me zancadillea
y ando azorado por su laberinto;
adolescentemente yo la quiero,
me sueño entre sus manos y sus pies.
Dios, entonces, existía.
Yo no le suplicaba lo que todos,
yo sólo le pedía: déjame que le pinte
las uñas de sus pies y de sus manos,
los ventanales de sus ojos,
la boca, sus riberas,
por si acaso algún día, por si acaso,
bésame, calla…me dijese…
y dejarle albahaca en las encías.
Tengo la misma música,
los mismos halos de humo en mi ventana,
mi amor químicamente gato,
torpe montés que pisa hasta los sueños,
me araña, me desgarra la razón.
En una feria,
saltando calendarios,
se fue por esas sombras del olvido.
Como la flor del cardo,
nacarada y punzante, resiste el vendaval
soltando sus vilanos,
lo que es casi imposible me sucede.
Ahora ya no existe Dios.
Vivo en una leprosería
cerca de Denia, tengo el mal de Hansen
que lleva carcomiéndome desde hace muchos años…
no es mortal, me repiten, no es mortal.
Ya estoy acostumbrado a esas mentiras
y a mi cuerpo espantoso huyendo los espejos.
La vida aquí sucede en el cansancio,
con la esperanza de un prodigio.
Una tarde azulada de glicinias
entró en mi habitación una doctora nueva;
en la mano llevaba mi historial.
Dijo mi nombre con la voz quebrada.
–¿No me recuerdas? Haz memoria.
Era la voz aquella, el mismo acento…
Adolescentemente me decía,
cómo ha sido, por Dios, dónde estuviste,
Gato montés, por dónde te metiste…
Anochecía en el jardín,
los últimos vencejos y los nardos
plegaban sus corolas y sus alas.
Ella era igual, idéntica su luz.
Hablamos tanto en esa tarde, que todo lo supimos
y después de un silencio melancólico
nos acercamos a una fiesta
en el patio de la leprosería,
bailaban y nosotros los mirábamos
y luego nos miramos y salimos
a la pista de baile, al vallenato,
a la alegría contagiosa…
después, en un bolero, me agarró
por la cintura y frente a frente
nos contemplamos a lo lejos…
–Qué es esto de la sien, me tiene preocupado…
–Lo tiene mucha gente, nada, olvídalo,
–Es una queratosis seborreica,
la tuvo Góngora, Velázquez
se la pintó en aquel retrato
que está en El Prado… y me habló de lesiones
dermatológicas en personajes
que fueron retratados por pintores;
un xantelasma tiene La Gioconda
en el párpado izquierdo…
Pero de pronto,
sonó El gato montés y nos callamos,
ella se puso pálida y confusa:
-Hoy es la fecha en que murió mi padre,
hace veintidós años… Era suyo,
ese Gato montés fue de mi padre…
Y recordó la estancia en el colegio,
El Gato que llegaba a la terraza
y se metía en sus caderas…
Con mi mano de garra le apreté la cintura,
los dedos no sentían nada,
pero mi corazón estuvo a punto
de saltar y salírseme del alma.
AGUA BENDITA
Me lo mandas en una foto
que abro en la madrugada,
estaba escrito en un cartel
de un parque natural de Costa Rica:
Prohibidas las escenas amorosas,
no extraer plantas,
y no botar basura...
En ese instante iba a escribir
un poema al agua bendita,
recordándote.
Era el agua bendita, era una gota...
mi dedo corazón se la ofrecía
a tu otro dedo corazón,
del armónium salía la música de Bach,
olía a incienso y cera.
Yo te decía: –Aqua benedicta...
tú: –Sic nobis salus et vita.
No lo recuerdas. Éramos muy jóvenes,
todo vetado... y por supuesto estaban
prohibidas las escenas amorosas.
Eso fue todo,
dos yemas para unirse en una gota
de música de Bach con el susurro
de una fórmula mágica en latín,
una gota en el ascua de dos yemas
benditas de tormenta, amor que no se toca,
que nunca se tocó.
Pero dentro de mi alma la tormenta.
Arranco ahora una planta de alhucema
y la aspiro para evocar
ese instante de incienso adolescente.
Recorro las orfebrerías
y las fábricas de cerámica
por si encuentro una benditera
que tenga algo que ver con esa tarde
balsámica tan joven
y regalártela con música
no ya de Bach, sino de Caetano,
Caetano Veloso
que me acompaña en este día gris,
y me limpia los ojos
con el colirio de su melodía,
ahora es la lágrima, como la gota
aquella de agua santa
la que me transporta con la música
a la escena de amor con la que transgredir
el cartel del paraíso.
La situación ya está en mi fantasía:
Yo estoy agonizante, tú me nombras
en el momento que me nublo,
y me das tu latido, tu mirada...
¿Cómo morirme ahora...?
(Me voy a ver llover, espera un poco.)
Cambio la música
Getz/Gilberto: Las chicas de Ipanema...
Vamos a bailar en el e-mail
emmanuelrosmarinus@ hotmail.com...
así, sin pasar Despeñaperros,
en una cienmilésima de espacio
la comba celestina del ratón
nos resucita.
Nunca se evaporó la gota aquella,
la gota catarata
de agua bendita
que entra en mi e-mail en el amanecer
viene con una selva en brumas,
con monos que me imitan entre orquídeas
y tortugas ubérrimas...
Al fondo hay un volcán como tu corazón,
detrás del paraíso están tus ojos.
Getz/Gilberto, Las chicas de Ipanema...
Y venga ya… a quitarnos las arrugas,
fuera los lustros que nos sobran,
y que tarden los que nos faltan...
¿Y la basura?
¿dónde botamos la basura?
¿qué música ponerle
al miedo aquel de los infiernos,
a los sermones de pureza,
a las consignas de la patria?
Arranco del jardín, una vincapervinca
para prohibirte que me olvides.
Mándame al alba, si no escenas,
mentiras amorosas.
DREAM A LITTLE DREAM OF ME
A Olga Marqués
Louis Armstrong y Ella Fitgerald cantaban
Sueña un poco, sueña conmigo...
cuando miraba tu fotografía.
Al fondo, Tower Bridge, hierro entramado,
cadena catedral que cruza el Támesis.
El puente al fondo, y en la orilla izquierda
abrazándose a la baranda,
vestida de magenta, sola tú,
con tu ensimismamiento.
Sueña un poco, sueña conmigo
A contracorriente del Támesis,
va el Jerte florecido de cerezos
por la memoria adolescente.
La cavernosa voz del Támesis,
la voz tiple del Jerte.
Nació en abril,
yo sé que fue en abril, no se me olvida.
Me dijo: Abril. Fue en un noviembre cálido
de castañas asadas y árboles desvistiéndose,
en una iglesia enorme y fría;
abril de los cerezos, quinceañera.
Esta es otra fotografía,
me levanto para poner de nuevo
Sueña un poco, sueña conmigo...
en blanco y negro, su perfil perfecto
recogiendo un diploma... nunca vi
belleza tanta.
¿Cómo tachó ese día la memoria?
¿lo entendéis, ruiseñores?
Pero toda la vida la seguí,
siempre de lejos se me aparecía
en otros rostros que se asemejaban,
en Barcelona, en Brujas, en París,
entre el tumulto de una feria,
en la platea de un teatro;
pero fue en un pasillo de hospital
cuando la rescaté físicamente,
(pasó de pronto el Jerte, porque olía
a poleo y a juncos el instante.)
Y de nuevo la pérdida, el silencio.
Y de nuevo el rescate.
Bendita sea porque existe aún
y me manda mensajes, puentes, selvas,
discos de bossa nova y jazz.
Bendita musa del teléfono
que me llama para decirme:
estoy en una exposición y
reconozco el estilo de los cuadros...
no hay primavera como la del Jerte...
no puedo hablarte, está la policía,
voy conduciendo, pero escucha
la música que llevo puesta
Dream a little dream of me...
Esa mujer morena ensimismada
vestida de magenta
que está delante de Tower Bridge,
la del perfil perfecto que recoge el diploma,
en blanco y negro, estuvo
hace mucho, cerca de mi pupitre,
pero siempre en mi corazón.
Y no quiero sobrevivirla,
no puedo ya con tanta muerte.
CRÓNICAS
DANUBIO AZUL
Para Pepe Viyuela
10 de Noviembre, 2001. La noche desenvainó sus cuchillos y en tropel se lanzó desde el Montseny decidida a rasgar el circo, su vientre de niño dormido, preñado de acrobacias, malabares, enanos y payasos...
La carpa se elevaba desde el suelo, hinchada por el aire en remolinos, como un titán que la hace suya, violentando su espacio y sus entrañas. “BESTIARIO DEL CIRCO”, Pepe Viyuela.
En la carpa del vientre de mi madre,
flotando en el silencio amniótico,
mi embrión, payaso y trapecista
en el circo de la casualidad,
recibía la brisa de los valses
y de los pasodobles que tocaba
el viento en las lengüetas de los árboles.
Salí cuando la música de octubre
dejaba en los jardines y las calles
la desidia amarilla del otoño,
el escorpión de guardia en el horóscopo y
la errática charanga de los húngaros.
Venían con la cabra y la escalera;
con el oso mayúsculo y la mona...
La cabra que subía, que sumaba...,
dándoles sombra, luz y soluciones.
Los peldaños crujían de miseria,
pero la cabra todo lo rumiaba,
sublimando con su misericordia
a la calamidad en leche tibia.
La mona catequista con el libro...
Taladra los conceptos con la lupa
de sus ojos que olvidan al mirar;
no se acuerda de nada; pasa y pasa
las hojas, muda... ¡Habla!, le dicen,
si quieres, puedes... ¡rompe a hablar!,
estás a una palabra de nosotros;
evoluciona, ¡Dios!, evoluciona...
Y les mira lo mismo que si fueran cáscaras:
(dejadme de negocios...)
El oso observa... arenga mascullando
como si de panales se tratara.
Luego se exhibe, estira su estatura,
gruñe, escupe, farfulla, zarandea...
Ese era el panorama, esa su industria...,
y el humo, el humo de la inopia, el tizne...
Cuando el hastío les sumía,
se pronunciaba la trompeta:
En la intemperie está la libertad;
pero se necesitan facultades
para decir, esto tampoco, porque
antes dijimos no, no, no...
después de que dijéramos sí a todo.
Ya somos libres, escalera;
te compraré una carpa,
cuando cesen los vendavales.
Gritaba la trompeta: ¡el tiempo es nuestro!...;
¡al campo!, ¡al campo! ¡al pasatiempo!...
El reúma se disolvía,
daba permiso a los contorsionistas
para que se descoyuntasen.
(Y la cabra escuchando las mentiras
manaba, sin pasarles la factura).
La fantasía aquella con su fauna
se fueron con la química a otra parte.
Ahora ya soy un niño de rodillas
delante de las letras y los números,
perdido por las tramas de los métodos
que dan en las incógnitas.
Al niño-yo, lo lleva de la mano
su padre, mayestático, orgulloso.
Vamos a entrar al circo juntos.
(Padre, ¿tú crees que es conveniente
esta secuencia, este momento
que puede ser inolvidable?).
Y entramos al lugar en el que fuimos
la atracción más ridícula y más tierna.
(Señoras y señores, en las gradas,
un padre valentón y un niño histérico
que sólo quiere un tigre y un payaso.
El tigre para que se coma
al payaso que manda y que le pega
las bofetadas,
al de las bofetadas).
En la pista, desfilan los colores,
espejean los brillos y fanfarrias;
muta el caleidoscopio en sus destellos,
y la música sube y se despeña...
Aparece en la pista su silencio,
y del silencio emerge el vals;
y del Danubio azul, Búfalo Bill...
Tiene la cabellera larga el héroe,
la perilla canosa y afilada;
lleva un traje comanche y dos revólveres
que giran en sus manos.
Comienza a disparar y yo a gritar de histeria
con los dedos tapándome los tímpanos...
Aquí se para el mundo, aquí se para el tiempo.
El circo soy yo sólo en mi chillido...
Búfalo Bill me coge entre sus brazos:
No llores, no te asustes...;
tengo que disparar, es mi trabajo.
(Olía a pólvora, como mi padre).
Sus ojos parecían dos dïanas
donde los míos dirigían
sus lágrimas de pánico;
después su voz de búfalo
se grabó en mi memoria: No te asustes...,
respira, calla... Ya pasó.
Los brazos de mi padre temblaban de vergüenza
y su voz se atipló para decirme:
Los hombres nunca lloran,
aunque se vean con las tripas
entre las manos.
Sus ojos me miraron con humo de revólver;
los míos se secaron para siempre.
Y no volví a llorar desde esa histeria
a pesar de los trances de la vida;
qué machotes mis ojos, qué desiertos;
pitas y espartos crían mis congojas.
Conocí a mi mujer maravillosa
y nacieron mis hijas... y no quise
la lluvia que me daba el paraíso.
Planté viñas, sembré arboledas,
crié la música emplumada,
los vinos camaradas me alumbraron,
me estremeció mi idioma...
y nunca el llanto descargó sus lágrimas.
Me dijeron: Tu padre, ha muerto...;
y estuve con los párpados temblando,
pero Búfalo Bill volvió a decirme:
Tengo que disparar, es mi trabajo...
Respira, aguanta, calla...
Y callé con las tripas en la mano...
Pasó su féretro y le dije:
Mira, papá, cómo no lloro...
Luego se fue mi madre en su bondad,
vencida por las decepciones,
derrotada por el dolor...
y yo callado y seco, mirando al infinito;
también pasó su féretro y el búfalo
me advirtió con su vaho y me contuve...
Y le aplaudí a la muerte salvadora.
Esto que viene ahora no es un sueño,
tampoco una parábola, es el vals
Danubio azul que se desborda,
con los titiriteros por las calles,
empapados, sin sitio, sin papeles...
De nuevo la limosna y el desdén...
Y yo creí que todo estaba en orden;
yo que pensé que había madurado
y en esta situación de la riada
estoy desprevenido y sin reflejos...
Entra Pepe Viyuela, tropezándose,
payaso sin fronteras, en volandas...
llega, pidiendo ayuda, pálido...,
(diluvia y gira el vals Danubio azul
huracanado).
Quiere decir: ¡auxilio! ¡auxilio!
¡que se nos vuela el circo!...
y todo se le cae, la escalera,
las tablas, los cartones, la peluca...
Y el chasco: el oso ansioso, la mona deprimida,
y la cabra comiéndose las nóminas.
El tornado es un búfalo que ríe
con ráfagas satánicas...
(vuelan las papeletas de la rifa...)
Viyuela, asido al mástil, vocifera:
¡aguantad!, ¡aguantad!...
¡agarrad bien los vientos!..., y la lona
llena de costurones y remiendos
dispara su metralla: saxofones,
puñales, lentejuelas, trampolines...
contra la tramontana
que los convierte en juegos malabares,
entre las serpentinas y guirnaldas.
Bufa la física patética,
desahucia a lo fantástico de su mísero templo.
Diospadre, encaramado en tu soberbia,
que le ríes las gracias al desastre...
libera a los que vagan sin tiempo y sin medida;
no les persigan tus casualidades;
devuélveles la carpa,
la escalera que lleva hasta la cabra
de rumia todopoderosa,
la charanga para que fluya
de su fontanería
la mansedumbre del Danubio azul.
Y a mí, dame las lágrimas.
NÁUFRAGOS
Con todo lo que te costó morir,
no quiero molestar
resucitándote.
Sigue en tu nicho, tras tu lápida,
descansa, hazte ceniza,
ventura del olvido;
que el sol de Córdoba disuelva pronto
el gesto de pavor con que te fuiste,
resignada a la fe y a los portazos.
Entro hasta la cocina de la infancia
donde la hogaza y la imaginación
me armaban la estatura.
Mi madre reza un credo a un huevo duro;
tan de luto, mi abuela, en el ahorro,
nos da sus ojos negros, su costura,
su mandil para enjugar el miedo...
y todo nos los diera.
La tormenta llegaba por la tarde,
la interjección del rayo, su uña azul,
llegaba preguntando por nosotros.
Mi padre, con su vino en la ventana,
disfruta con los truenos y el ozono.
El pan, el pánico y las velas,
la mecedora con su balanceo,
la melopea del rosario...
Pero la madre estaba allí,
sus brazos siempre abiertos;
estaba la madraza, la trinchera,
con su regazo, su alacena,
sus cacerolas en la lumbre,
su pan tierno y la mesa siempre puesta...
La madre estaba siempre, nos velaban
las lámparas maravillosas de sus ojos
y su voz tímida, desafinando
su escaso repertorio.
Mi madre iba
amamantando náufragos
a la deriva.
La mecedora se mueve, ¿quién nace?
¿quién llamará a la vida numerosa,
en estos tiempos?
Y llegó la que majara el gazpacho,
más tarde la lectora de termómetros,
la asustadiza,
la que habla con los ojos y las manos...,
la bondad, los cachondos, y el perdido,
el desmadrado, que te llama ahora...
Benditos, bienvenidos al desastre.
Ya está la balsa a flote, ¡todos al naufragio!
Ahora comienza el gospel o el flamenco,
los dos tratan de las desgracias
de las pateras
y los dos dan las gracias a la vida.
¡Bendita sea! y ¡ Maldita sea!...
¿Cuál cantará mejor?,
porque hay que atravesar todo el océano,
y vamos con lo puesto.
Mi madre iba
amamantando náufragos
a la deriva.
-- Ten paciencia... si acabas de salir;
orina allí; no bebas tanto;
no te lo comas todo,
deja algo para tus hermanos;
ponte a la sombra; no te endeudes...;
no te preocupes; vuelve pronto...
Y así durante toda la larga travesía.
Cuando apretaba el hambre sacaba los dos pechos
y la leche venía desde el Génesis,
sustanciosa de salmos
y saturada de esperanza:
-- Mamad, no os dé vergüenza,
que no nos vamos a dejar morir...
Recordándote, pido a la fortuna,
que sea benigna con tus náufragos;
que de tu descendencia numerosa
jamás nazca un verdugo.
SERENDIPIA
Para Alfonso Nevado
Es inmensa la sala, en su ámbito
cristaliza el carámbano.
Desde este ventanal
veo a la desdicha recostada
por las esquinas y por los semáforos
--aduana de la misericordia--:
para las lágrimas, pañuelos,
para decir adiós, pañuelos,
para vendarse la mirada,
para velar el mirador...
A lo lejos pende un fraile
ahorcado en una rama de algarrobo...
A lo mejor es una sombra
y ni siquiera existe el árbol...
Desde esta sórdida ventana
vemos entrar la multitud,
la herida misma.
Alguien perdido sube al podio,
bate una pócima de gregoriano
y blues antirretrovirales;
con la batuta promiscua se agita
y hace estallar la fórmula del vals.
Llueve un arpegio y salen cardenales,
envenenados célebres,
políticos lunáticos,
barraganas ilustres...
Gira, Alfonsina Storni entre las algas,
Janis Joplin envuelta en blues...,
compasivas, sonámbulas, alígeras...
Y Lorca danza por la Masquerade
consolando a los humillados por el sida
y otras añagazas del amor.
Acuden de muchas partes
los infestados por el virus
del vals de Kachaturian.
Son camisones, son pijamas
que entran girando en el salón del páramo;
arriendan el espacio y la mentira,
las arcadas, el vómito...
Se marean con el son convulso
que mata y resucita,
que maltrata, adelgaza..., y se consumen.
El arco abre las venas del violín;
llama el timbal y rompe el tórax,
se caen los bailarines...
Pero otros entran frescos y frenéticos,
acuden de las tapias y de las escombreras
cogidos de la mano, dos en uno,
invaden la maternidad del vals,
la endemia de sus giros.
Besándose van empalideciendo,
sin zapateros que remienden
sus pasos,
sin pinar que oxigene sus parénquimas.
Aquí no hay orden, ni jardinería,
ni el ámbito atraviesa la esperanza
con sus dichosos crucifijos.
Hay banquetas para los que se quiebran
y camastros para los que se acaban.
Esta danza no es la del sable,
no es el blues desmayado
de Missisipi,
no batallan los desapercibidos;
es el baile del antihéroe
este vals equilátero
de las agujas, de las sondas,
y de los féretros.
Es un corral de soledades;
sólo hay carbón y hierro
para vencer a los silencios.
El carbón es fagot agazapado,
el hierro lleva en sí
trompetas, saxos, bombardinos...,
y las balas de gas son los pulmones.
Inciden otros instrumentos
disfrazados de fuego, arena, esquirlas...,
se van incorporando a sus sonidos.
El electrodo es la batuta
y nadie el director.
La orquesta toca sola.
Y sigue el vals, la vals autógena,
trae ráfagas de taquicardia
y silencios asmáticos,
parece cortesana de tan pálida,
pero no lleva joyas, chales,
ni gasas enfermizas... y comienza a encresparse,
se hace lumpen.
Hay que bailarlo con un mono azul
sufrido, y halitosis,
para que así nadie se bese...
Este vals es para bailarlo
en los desolladeros,
en los desguaces...
Desde aquel ventanal todo es muy turbio.
Entra, nevado, un caballero
alto, moreno, contenido,
y limpia los cristales.
Se acerca a nuestro desayuno
donde se sorbe un consomé
de lenguas muertas con diminutivos
y exabruptos con exageraciones.
Se acerca más nevado el extranjero
y en su idioma de vino nos susurra:
--Soy la casualidad, la serendipia.
Y su voz de fogata nos aclara:
--Vengo de Serendip,
donde siembran erratas los poetas
y cosechan poemas luminosos;
yo vi caer desde un manzano
la teoría de la gravedad
y también florecer
la esperanza de la penicilina,
y detenerse el tiempo en el daguerrotipo...
Le acompañamos hasta el ático.
Se abrieron las mamparas
y la respiración de los enfermos
era un cuarteto de Beethoven.
Un violonchelo con los ojos verdes
les asombraba con su música
tomándoles el pulso. Nadie quiso
que la muerte se fuera de su lado;
la muerte, esa que mira clara y fija,
compañera del más acá,
que dejaba su orgasmo
cuatro veces al día en esas venas
tan llenas de agujeros...
Había tanta luz en su mirada
que nadie quiso vacunarse.
ARRITMIA
Al reo, atado a la vergüenza,
le sostiene el orgullo de su pulso.
Treinta y nueve latidos por minuto.
Es un joven corrido y deseado,
lleno de cicatrices y belleza;
un atleta de fuga,
un atleta de fondo,
para gozar y acaparar el mundo,
y con un corazón
para anegar el paraíso.
El reo es negro,
lo mismo que su fama,
igual que el hechicero, su verdugo,
negro como sus jueces y sus víctimas,
y la tribu incisiva que le observa...,
como su pena, es negro.
El reo brilla acharolado,
arde en su juventud.
El chamán, arrugado, mate y viejo,
--no fue joven jamás--
se acerca hasta el cadalso
para pinzarle el pulso.
(Enfrente de ellos
veintitantos tambores;
también son veintitantos
los años del que pena).
Los latidos no aumentan.
El preso está consigo mismo;
cierra los ojos para ver por dentro:
recorre los caminos de la infancia,
ve cómo le crecían, paso a paso,
los fémures, los bíceps, los mandíbulas...
y cómo sus deseos aumentaban.
Las cabañas procaces, las sombras
lúbricas de la selva, y todo el tiempo
para su corazón astuto y tránsfuga...
(La saliva rezuma por la lengua y
refresca su conciencia).
Abre los ojos. Allí están.
La primera de todas, maquillaje
de duelo, trenzas y abalorios,
envuelta en tela azafranada,
con los ojazos secos.
Tras ella, la que más sufrió,
sin pestañeo, lanza su pupila
venenosa:-- Recuerda y sufre.
Tras ella, la que más gozó,
con sus ojos viaja por el torso,
por los labios de pulpa, por su sexo...,
y le envía un recado afrodisíaco.
Tras ella, otra, tras ella...
Dicta a los músicos el hechicero
la frecuencia de las palpitaciones
y ordena al corazón la taquicardia...
Pero el pulso del preso sigue firme:
treinta y nueve latidos por minuto.
A lo lejos, la bulla de la selva,
la gresca de macacos y mandriles,
la algarabía de los papagayos...
Aquí el bochorno y el silencio.
El chamán vocifera, aspaventea,
llama a la adrenalina...
Y el prisionero impertérrito:
(los tambores a treinta y nueve golpes
por minuto).
El chamán se impacienta, ordena,
pero el pulso no cede,
el corazón resiste a los tambores...
El condenado mira lejos,
por donde viene una figura azul
que se cimbrea.
La figura se acerca envuelta en índigo,
desvela su semblante
y sus ojos relumbran,
miran con el idioma del azogue,
llagan con la verdad de los espejos:
- Yo luego iré contigo...
El reo se estremece. Los tambores
siguen al corazón y se aceleran...
El hechicero ordena más premura
a los músicos trepidantes...
y el corazón les sigue bravo.
De nuevo habla el azogue:
-Yo luego iré contigo...
La arritmia iguala el pulso
de los tambores desbocados:
doscientos treinta y tres latidos...
doscientos treinta y nueve...
Y los ojos, los ojos, se decían...
Hasta que el corazón no pudo más.
PAVANA DE FAURÉ
... Adieu donc
et bonjours aux tyrans de nos coeurs. Robert de Montesquiou
De los grifos manaba la pavana
y el baño se llenaba de Fauré.
Qué poco fui durante tanto tiempo...
Los espejos se empañan; una vela
contonea su llama vergonzosa;
se apaga, se hace múltiplo,
por los cristales y los níqueles;
centellea la copa de champán.
Entra el cuerpo en la espuma perfumada
con sales musicales;
entra el cuerpo en su testamento,
el cuerpo solo; el alma anda perdida;
el alma le dejó.
Está el cuerpo en la música lacustre,
en el fragante líquido sonoro.
Los reflejos se extinguen en el vaho,
y el pizzicato de los violines
enturbia las pupilas.
Los párpados se entornan. Por los poros,
penetran sigilosas las ninfas de Fauré...
Saca la mano de la despedida;
con la otra empuña el estilete.
Ya se acordaron las temperaturas.
Por las venas azules, dilatadas,
navega la pavana de Fauré...
Reluce la cuchilla; como un arco
pasa su filo y corta la muñeca.
Sangra el violín como le dicta el pulso;
la bañera enrojece de pavana;
el cuerpo empalidece de placer.
Los labios se despiden del champán,
los ojos, de las lágrimas,
la memoria, del tiempo, de sus ídolos,
y la conciencia de la culpa.
Las náyades se van de la pavana:
Adieu Myrtil, Egle, Chloé...
Demons moqueurs...
Adieu donc
et bonjours aux tyrans de nos coeurs
El alma quiso entrar de nuevo entonces.
Y el cuerpo no le abrió.
EL OCTAVO CALIFA
Para Francisco Toscano
28 de Agosto de 2047.
Plaza de Córdoba. Hoy cumple cien años
la muerte en Manolete.
Y Carlos Gálvez es ahora
una interrogación en un paréntesis
sangrando, desangrándose.
Llega muy pálido a la enfermería.
Hace un instante, entrando al volapié,
le destrozó la femoral el toro
que pastaba la sal de su muleta.
–La cornada es muy seria,
ten esperanza, vamos a salvarte.
Entra en mis venas sangre de otros cuerpos
y con ella el Vals triste de Sibelius.
Cuando llegué al hotel anoche
lo oí por vez primera,
pasó a mi habitación desde la radio
este vals cárdeno, veleto,
de astifinos violines,
como entra ahora en mi trasmundo
trasfundiendo su pizzicato,
su trémolo de flauta, sus glóbulos de oboe,
los fiordos glaciares de las tubas...
con la mirada de sus ojos grises.
Y me decían las autoridades:
mañana tú serás el Octavo Califa,
mañana estrenarás la gloria.
El vals giraba entre los sueños
y se acercaba para abanicarme
como me anega ahora en el oxígeno.
Infunde laxitud y soledad.
–Mañana estrenarás la gloria, repetían.
Me mira la doctora de ojos grises,
la de los párpados de vals,
y cierran sus pestañas mis postigos...
Hace un momento, sólo unos minutos,
danzaba con el toro en el albero
por naturales, por manoletinas...
y Suspiros de España era la música
que desenlagrimaba los tendidos.
Cuando estaba marcando el volapié
me vino a la memoria en el silencio
la niebla del vals triste.
El toro me miraba, me inquiría,
¿tu mano es Dios? ¿Vas a acabar conmigo?...
Frío como tu estoque es Dios.
El vals le consolaba:
Arroyo, ruiseñor, jara, relámpago...
Mis ojos contestaban:
Es la vida, es mi vida...
El vals me consolaba:
La muerte es un placer, la muerte es bella...
y el vals con él:
brisa, oropéndola, cebada, lumbre...
y luego vuelta a mí:
En la muerte hallarás los ojos grises...
Silencio pleno... el espadazo...
después un alarido y mis ingles destrozadas.
(Son tantas las costuras en mi cuerpo,
cicatrices de triunfos y fracasos...
triunfo... fracaso... ¿tienen cicatrices?)
Ahora se proyectan en mi mente
los recuerdos más hondos de mi vida:
El parvulario de los tentaderos,
la primera becerra, yo el acólito
en la liturgia de sus embestidas...
La tarde de Septiembre en Valdepeñas
con Albérchigo, utrero de Domecq
mi día de debut con picadores,
saliendo de la plaza –olía a nardos–
en volandas por los que me admiraban.
Toricantano en Córdoba, por mayo.
Vestía un terno de felicidad
y pánico, bordado por las monjas
de un monasterio de clausura;
benditas manos bordadoras
que imprimieron su espíritu en los hilos
y me dieron valor, inspiración...
Ese día también
la de los ojos grises me miraba.
Dos orejas simbólicas me dieron
del noble toro que indultaron.
Salí por el portón de Los Califas
y hasta la puerta de mi casa fui
a hombros de quienes me querían.
¿Por qué este vals se ha apoderado
de mi respiración
y me está quitando la voluntad
de seguir siendo el caminante
de mis órbitas? ¿quién me ha puesto aquí,
en la Plaza de Córdoba
con Lagartijo,
Guerrita, Machaquito, Manolete,
El Cordobés, El Pireo, Finito
y en medio de ellos yo? Y me proclaman:
Eres ya el Octavo Califa,
hemos venido todos para verte crecer.
Lagartijo me da la alternativa,
su cabeza es de mármol,
sus ojos de Saturno, las manos de sarmiento;
con Guerrita comparto banderillas
y se sienta a mi lado en el estribo,
con su voz cavernosa me dice socarrón:
–Primero yo, aluego naide...
aluego nada... vanidad
de vanidades, todo vanidad;
me regala su estoque Machaquito,
–ya para qué lo quiero...
soy sólo anís;
Manolete me dice:
–Cuánto nos parecemos,
somos el mismo,
ambos siameses en el alimón;
El Cordobés me da su carcajada,
sus compases callados El Pireo,
y Finito su izquierda melancólica...
Y todos toreamos a Celeste,
al mismo toro que me dio la nada
eterna
(¿eres acaso Dios? ¿eres su rayo?)
Ninguna gente en los tendidos.
Sólo un hueco, la plaza.
Sólo nosotros, los fantasmas
y el vals con el que deambulamos
iluminados por la luna
gigante, por su resplandor errático...
–No es la luna, es la Tierra, dice el vals.
Vuelvo a su luz y sólo encuentro
mi cuerpo inerte, pálido;
mi chaquetilla colgada
a los pies de quien fui
–lloran sobre mi frente
los ojos grises–
sus ojos grises...
Y contemplo mis pertenencias,
la llovizna de lágrimas
de los que tanto quise
sobre las ascuas de la fama,
las cenizas del templo de mi vida,
mi vacío volviendo a su vacío...
Nada me persuadió
para volver al caos.
Celeste me acompaña en las esferas,
muge en su música.
Arroyo, ruiseñor, jara, relámpago...
Ojos grises mirándome...
Brisa, oropéndola, cebada, lumbre...
Cicatriza la Tierra
ya no hay ruido ni tiempo
por el espacio
sólo la música
el vals
FUSIÓN
Para Joaquín Sabina
Varón de 53 años.
Misántropo. Frustrado. De ánimo pendular.
Viene de Silos,
de meditar bajo el ciprés
Enhiesto surtidor de sombra y sueño...,
entre monjes con aura de luciérnaga.
Satélite de su obsesión,
huésped de trámites,
deambulaba por los claustros,
archipiélago de islas solitarias,
su soledad de soledades.
De maitines a laudes
vagaba por el huerto, donde crecen las hierbas
que dan espíritu al Benedictine;
en sus esencias encontró, por fin,
el tónico para su voluntad.
Conduce un Fiat Brava,
viene oyendo a Cristóbal de Morales
(Misa “Quaeramus cum pastoribus”)
a más de ciento treinta.
Le llega al paladar el retrogusto
de los copazos de Benedictine
con que se despidió del monasterio;
sus efluvios le llevan en volandas...
Se advierte al conductor del Fiat
que en la tercera estrofa hay un STOP.
* * *
Galán caduco de sesenta.
Conduce un BMW deportivo.
En el cuello contagios de Chanel
y en el lóbulo restos de carmín;
en la mente, la orgía del hostal
se le repite con obstinación.
Acaba de cazar el carpe diem
y eufórico regresa del encuentro;
le bullen por las venas
burbujas de champán Dom Perignon.
Conduce a ciento ochenta y tantos,
mientras escucha y tararea
canciones de Joaquín Sabina.
Se advierte al BMW deportivo
que en la siguiente estrofa hay un STOP.
* * *
En un Citroën Saxo,
con las pupilas dilatadas,
conduce un joven con las botas puestas;
lleva en la sangre lo que aguante el cuerpo.
Priápico y frenético,
con aliento de ron se desgañita;
suena chunda, tachunda, el bacalao.
* * *
Se advierte a los que van en el poema
que tengan precaución con las señales,
si no, terminarán en un soneto.
Cuidado con el cruce, ceda el paso.
En el siguiente verso hay un STOP.
En este mismo verso se la dieron...
el místico, el erótico, el frenético...,
las tres celeridades en un punto,
las tres desdichas en el mismo estrépito...
BMW, Citroën, Fiat Brava...
funden chatarras, marcas y retales
con sus historias en los maizales
que bordean los campos de La Nava.
La culpa es de la física, que acaba
donde empiezan los puntos cardinales,
la culpa es de sus fórmulas letales
y del azar, que las interpretaba.
La química descubre las verdades:
champán, Benedictine, cocaína,
Ron Negrita...Y entre la barahúnda,
Cristóbal de Morales y Sabina
se funden con el chunda, chunda, chunda...
con el ansia, el amor, las soledades...
RUIDOS
Para Alfonso Vallejo
Emergemos del sueño. Suena el alba.
Se instrumentan las células del ruido.
Chirrían los somieres; nos sentamos
en el borde del día; el esqueleto
cruje y se encaja en bipedestación;
luego los cóndilos, las vértebras,
y las marimbas de los metatarsos
trasladan sus sonidos al aseo,
en donde la conciencia, en pie,
muda y atenta, frente al azogue,
emite el vaho de la soledad
y distorsiona al yo del otro lado.
La imagen turbia escucha el sufrimiento
del agua prisionera en la cisterna,
la angustia del goteo, el latigazo
del chorro..., su estrangulamiento.
El grifo chilla brillando por el niquel,
hermano de metal de la navaja
que rasura la faz contempladora;
el agua en espirales se escabulle
por la calamidad del sumidero...;
el cepillo de dientes bisbisea
con el mentol por los esmaltes,
con el eucaliptol por las encías;
de nuevo el agua, la humedad políglota,
la carraspera, el gargarismo,
la tos, el rechinar de los cerrojos,
la ropa que te viste sus rumores,
el traqueteo del calzado
con el ansia y la prisa en los talones...;
gruñe la cafetera, el pan crepita,
la impaciencia hidroscópica de los azucarillos
que agita la cuchara haciendo círculos
queda disuelta en remolino dulce...;
la sumisión callada del aceite,
la estridencia de las mandíbulas
en la masticación...
(Ya está el café mandando adrenalina...)
Van a enterarse todos de quién soy
¡yooo!... ¡yooo!...
Está de pie y dispuesto el ogro
para mimetizarse;
la casa da portazos, ruge el coche,
el espacio murmura con el tiempo,
(se preñan de velocidad);
titubea la brújula y susurra
al norte, al sur y al este...
Sólo queda el poniente, el albañal
de la autopista, el alarido
de la bulla..., el romperse el corazón...
Los decibelios rojos del ocaso.
ESTRELLAS EN EL PALADAR
Del pezón de la música materna
mana la vía láctea
y de su teta se desprende el hambre.
El hombre y su planeta,
giran alrededor del pan,
de sus satélites frutales
y de los vinos que derraman
la aurora y el atardecer.
(Parece de la Biblia).
Bajo el cielo del paladar,
la mar de la saliva,
la península de la lengua,
el vendaval de los aromas...
(Divagaciones de gourmet; retórica...)
Soy el templo de Dios,
su cuerpo indigno, su carnaza.
(Religiones, nefastas religiones...)
Los espejismos de la vida...
(Eso será la música).
Los espejos me dicen que estoy gordo,
la báscula, que apenas peso.
Esto es un hospital. Dicen que quieren
curar la delgadez de mi gordura.
Anorexia nerviosa...diagnostican;
qué sé yo..., me da igual.
Que ponga de mi parte, me repiten.
Se trata de comer...
Que horrible sonsonete, el de los dientes
cuando mastican, qué mareo
su terremoto.
Qué pérdida de tiempo...
En la cocina suena la charanga
de los peroles,
la música del asco.
Motívate, me dicen:
Piensa que la ensalada
suena a La primavera de Vivaldi;
que el pan es una fuga de Juan Sebastián Bach;
que el Maestro Rodrigo es un revuelto;
los blues son calamares en su tinta;
Elvis, un pollo asado;
los Beatles, cualquier postre...
Instan los médicos,
que coma y que trabaje...,
que me calle y que coma.
La música no puede mantenerme,
mi guitarra no da para comer...,
que deje de tocar, me dicen,
que no dejo dormir a nadie.
En el espejo, mi guitarra
parece un contrabajo
y estos arpegios,
sonidos perezosos y pedales.
(Estaba acariciando a un gato
que tenía en su boca,
un esqueleto de sardina).
MÚSICA DE LA BATALLA
El cornetín ordena con su estridencia que se ataque;
la adrenalina agrega a las plaquetas...
Enfrente está la gloria;
enfrente del fracaso.
Comienzan las palpitaciones;
hay que asaltar el parapeto;
los tambores redoblan, las cornetas
chillan a las heridas
para que cicatricen rápido.
Ya está el héroe en el hospital, afónico,
con los miembros acalambrados,
los labios escocidos de los besos,
y la espalda llagada de las uñas.
El rival, en su ataúd;
la llave, en el olvido.
Ya está el convaleciente libre;
le despiden las enfermeras,
las férulas y la morfina.
Bien aseado, bien cicatrizado
y psicoanalizado, sale el preso;
vuelve al asfalto, vuelve a las andadas
bien provisto de precauciones.
Llego a tu acera y un bandoneón
nos llama; entramos al garito.
Yo me abalanzo, tú te arqueas,
acoplamos las pelvis, nos combamos,
unimos las mejillas,
nuestros pasos se traban;
un giro y otro giro más violento...
Somos un tango, mira el diccionario:
Música y baile apasionados,
forma binaria y
compás de dos por cuatro.
Nosotros somos dos y somos cuatro
esquinas afiladas que se hieren,
un edificio sólo, un ascensor,
en donde la pasión sube y se precipita.
Y en esta calle, mi cadáver...
y en sus portales, vos.
Porque yo soy el novio de tu muerte.
EL CANTO DE LOS COLORES
Con el marrón de los timbales,
el berrido granate de la caza,
los negros contrabajos del carbón...,
nacieron los bisontes de Altamira.
Un pintor troglodita mata el tiempo,
pinta en los muros de la cueva
el bestiario de su imaginación;
embadurna y dibuja,
caza la esencia del movimiento,
acrisola el volumen, embalsama el instante.
Otro golpea huecos troncos
y remeda un galope, un corazón;
otro, tensa tendones, y los tañe:
imita a la mar que ulula,
el mugido de los becerros,
al ciervo en la berrea...
El sonido rebota en las paredes,
se diluye en el eco y el espacio...
se escapa por el tiempo.
Cuando Beato de Liébana blande
la espada del Apocalipsis,
segrega miniaturas polifónicas,
cantan los códices.
Los músicos mendigos se encaraman
en el Pórtico de la Gloria
para afinar sus instrumentos;
y saltan luego a los caminos;
se contagian de sífilis;
se vuelven ciegos
de alcohol y LSD...
Husmean los colores
y esquivan con su astucia,
los cambiantes muebles del mundo.
Está Salinas sentado al órgano,
Fray Luis lo está pintando en liras;
y Cabezón, más ciego todavía,
pinta la atmósfera;
y Rodrigo, aquí, al lado,
le pinta un pasodoble a su barbero.
Todos están ahora en la antesala,
en la lista de citaciones
de la Seguridad Social,
para que les reparen la ceguera.
Les van a trasplantar las córneas
de los muertos de guerra y en el tráfico.
Les toca ahora a los ciegos de Altamira
y a los recomendados célebres.
El ciego está durmiendo en el quirófano:
Sueña con Goya;
huele los amarillos sulfurosos,
la pólvora de los fusilamientos
de donde el rojo fluye...;
siente el escalofrío
del grito azul en El Puente, de Munch,
las grises convulsiones del Guernica,
las murgas pueblerinas de Solana,
las alucinaciones de Kandinsky,
el juego de Miró con la chiquillería...
Va a despertar de la anestesia:
Televisiones y periódicos,
pendientes de los ojos...
Ya le quitan la venda:
Chiribitas... preludio del asombro...
después, el arcoiris, tras las lágrimas
que lavan las pupilas.
Idénticos a como los palparon,
a como los olieron,
lo mismo que sonaban,
los colores le fueron saludando.
Luego cerró los ojos, para reconocerlos.
Para verlos mejor.
RATAS DE LAS PARTITURAS
A Alexis Delgado
Expedientados unos científicos por matar con música alta y anfetaminas a ratas de laboratorio. EL PAÍS
Los científicos recibieron
una severa reprimenda
del director de orquesta,
y el abucheo de la humanidad.
Utilizaron como raticidas
obras del grupo The Prodigy:
murieron siete roedores
y otros sufrieron daños cerebrales;
luego, con música de Bach,
consumaron el raticidio.
Se salvaron las sordas.
Y las ratas del mundo se enteraron
en las hemerotecas;
se escaparon de las ilustraciones,
de las cajas de resonancia,
de las alcantarillas de la Historia...
para manifestarse juntas:
Aquellas que embaucó el flautista de Hamelin
y luego terminaron en América
como musas del blues, del jazz, del rock...
Las que nacieron junto a los acordes
del segundo concierto de piano
de Rachmaninof, antes del arranque
de la orquesta, donde parece
que entra en la sala Rusia entera...
Esas, escépticas y desclasadas,
que creen que en Occidente está la salvación,
también asoman el hocico
y husmean la catástrofe.
También acuden estas otras, nietas
de las que se engendraron escuchando
el nacimiento del Moldava,
en las fuentes de Bedrich Smetana,
en mil ochocientos ochenta y cuatro...
De aquellos trémolos, goteos...,
de su arrebato torrencial,
procede esta anegada, este desmadre,
que saquea el agosto del año dos mil dos.
Las ratas navegaban el Moldava
en los rincones de los instrumentos,
en los trastos de la miseria,
almirantes de la ruina.
Ahora las interrogan y torturan
en las comisarías de los laboratorios,
como culpables de la sinfonía.
También acusan a las ratas blancas,
casi gaviotas, descendientes
de esas otras de capa cárdena,
mutantes en las sacristías,
comadres del armónium, y del órgano,
que habitaban los fuelles y los tubos.
Bach escribió en su compañía
aquella partitura soporífera
para que el clavecinista Goldberg
la interpretara, por la noche, al conde
Von Keyserlink, insomne crónico,
por el pánico a las dichosas ratas
de su conciencia...
Sólo podía conciliar el sueño
con esas variaciones.
También acusan a las epilépticas
que inspiraron el bacalao,
a las tísicas de los valses,
a las sarnosas de los pasodobles...
Pero las sordas se salvaron.
Torturarán a las supervivientes
con El Bosco, con Goya, con Picasso...
Y les dirán también que fueron
culpables de los cataclismos.
Se salvarán las ciegas sólo...
(Perfectas perfumistas).
ZANJA DE LA POLIFONÍA
Convento de San Joaquín y Santa Ana: Muere sepultado un obrero al tirarse a una zanja para rescatar a un
compañero.”El Norte de Castilla” (28-5-2002)
Para Ester y Félix
Convento de San Joaquín y Santa Ana,
Valladolid.
Hortelanas y reposteras monjas
habitan la clausura cisterciense.
Su silencio lo ilustran
brisas de canto gregoriano.
Extramuros, los ruidos del progreso
y la deriva de sus ondas.
Dentro, la industria de las mermeladas,
las habas en sazón, la miel de espliego,
los tomates morunos del verano,
la calabaza del cabello de ángel
y el arrope que templa las gargantas
para cantar con gratia plena
al gran Tomás Luis de Victoria...
Y el sigiloso paso del Pisuerga...
Vivir aquí es un postre, ave María...
Hay también en el monasterio
un Cristo ensangrentado
de Gregorio Fernández respondiendo
a la tortura
con un gesto sereno de perdón.
Un hombre en pena con la muerte encima.
Se agitan, tras los muros,
los sindicatos.
Dentro, las monjas, obedecen
a una abadesa que es de armas tomar.
Dentro, también, hay una zanja y dentro
dos obreros ahondando una cloaca;
el hueco tiene tres metros y medio
de silencio; lo rompen
el pico con la pala en contrapunto.
Cantan la monjas
motetes polifónicos,
(Tomás Luis de Victoria gratia plena
se mezcla con la esencia del almíbar
que cuece en los fogones).
A través de los ventanales
escapa la armonía
y encuentra en el vacío de los hoyos,
el silencio para su resonancia;
mientras los albañiles hechizados
se olvidan del sudor y las blasfemias,
esto no es vida, perra vida...
Tomás Luis de Victoria sigue
desparramando su belleza
escrita en Ávila del frío,
con los dedos de sabañones
y en la insolente Roma, vanidad
de vanidades, del papado
y su tramoya...
Cómo revive el duende, todavía,
de aquel tanto sufrir...
Cesan los cantos de las monjas
y el fuego del fogón donde crepita
la pirotecnia de los caramelos.
El dedo va al jarabe y tras el dedo la lengua,
para catar la fórmula secreta
de la clausura;
los obreros con el salmo al cuello,
cubiertos por la música,
sudan frío y tiritan:
auxilio, auxilio...
De profundis clamavi ad te Domine...
Las monjas reposteras llaman
por el amor de Dios a las urgencias.
Llegan las ambulancias
con sus histéricas sirenas.
Domine, exaudi vocem meam...
Médicos y enfermeros se apresuran,
monitorizan, pinchan, oxigenan
a los obreros sepultados por la música
contrapuntística del pico,
la pala y la catástrofe.
Un albañil maltrecho es rescatado,
el otro continúa con el pico,
empuñando su realidad.
La realidad son él y su herramienta,
su percusión, y entre los dos, la zanja;
no la sublime música,
sino el ritmo menesteroso
del pico; no la placidez
del Cristo de Gregorio Fernández,
sino la crispación de la ansiedad...
Reflexiona un instante el albañil:
Cuarenta y tantos años con el pico...
¿qué me espera?...
Y prefirió la expiración,
como la talla
de Gregorio Fernández.
DEL ÁRBOL ES LA MÚSICA
No canta el ave por cantar;
lo hacen los machos por el mecanismo
que le ordenan las luces misteriosas
de los crepúsculos,
su canto es estridente con el alba
y con el lubricán, donde la química
agita las hormonas de la fertilidad.
Está la pájara en el nido
con su fiebre incubando la música absoluta;
y para que se sienta acompañada,
la siringe del universo
canta desde el embrión de la arboleda.
El tiempo y el espacio están pendientes
de lo que abril y mayo les preparan;
eclosionan en sus nidales
las sinfonías de la primavera.
El ruiseñor no sabe lo que cuenta,
no sabe que su música automática
la sueñan todos los idiomas,
los instrumentos todos...
Desde las ramas, generosamente,
manda su melodía a los atriles.
Los músicos espías, se camuflan
de silencio absoluto, de humildad,
y al pie del árbol copian el mensaje
que les dicta la belleza insectívora
del ruiseñor;
por eso las orquestas se disfrazan
de grillos y libélulas,
de ladrones de guante blanco.
Para robarles, Messiaen vendió su espíritu,
y se estigmatizó San Francisco de Asís,
Beethoven se hizo el sordo,
Machado, el vagabundo,
y Lorca se hizo el muerto...
No, Lorca nunca se hizo el muerto;
era la muerte y su profeta,
con la máscara de la vida.
Dentro del árbol de la mala sombra,
del pueblo más horrible,
cantaba encaramado en su certeza;
era su primavera y se agostó.
En el ápice estaba, delirando,
ganándose la gloria con el canto;
su cantar presentía el Gólgota
de su barranco y la fosa común:
Se canta lo que se sueña...
pero ten cuidado, hermano,
que la envidia lugareña
lleva una piedra en la mano.
Y enfrente estaba el refranero,
con su sabiduría popular-
mente grosera y fanfarrona,
preparado con hondas y escopetas.
No canta el macho por cantar,
pero sí mata por matar;
se lo dictan los mecanismos
que le ordenan las sombras misteriosas
de su crepúsculo...
STABAT MATER
Cujus animam gementem,
contristatam et dolentem,
pertransivit gladius.
Pezón, gota de leche, hilo de voz.
El hijo con la madre, en su regazo.
Canta la madre, el niño se adormece.
El hijo en la trinchera de la madre.
Siente su pulso, así no siente el miedo,
busca su olor, su aliento, la voz tibia.
Se hace mozo y de pronto se desprende,
se desmadra y explora sus dominios
tropezando... Retorna cabizbajo.
Vuelve al refugio de la siempre madre:
-No ha sido nada, no te desanimes...
Le cura, le alimenta, le sosiega...
Tras el tropiezo se decide el macho,
va a hacerse un hombre, vuela del hogar
el héroe y se hace amante párvulo.
El día aquel, el día del destello,
(siempre la primavera la culpable...)
le acompañaban,
Bukowsky, Jimi Hendrix, los jazmines,
cigarros y cigarros... la obsesión
tras conocerla en una discoteca
y vueltas y revueltas en la cama
diciendo amor, amor, amor...
y sucesivamente insomne...
güiskis, cigarros con boleros
y luego sucesivamente amor...
para dormirse juntos abrazados.
Era su obstinación, era su asunto...
Y un día los portazos y las voces,
después el arrepentimiento...
-Son las hormonas, es la adrenalina...
perdóname, no volverá a ocurrir.
Le regaló una lágrima, un clavel,
y el Stabat Mater de Palestrina.
Escuchándolo se reconciliaron,
-madre, amor, madre... balbucía
besándola la sien...
Otro portazo en la siguiente página,
y sucesivamente más portazos y voces...
y el Stabat Mater de Palestrina
reconciliándolos.
(Las hormonas, la adrenalina...
no volverá a ocurrir, perdón...
y siempre le juraba amor eterno).
Una página en blanco, silenciosa,
otra llena de insultos y amenazas,
otra que tiembla de sollozos...
otra rasgada en el suplicio.
¡Por qué pones la música tan alta...!
Y el último portazo se hizo astillas.
En el solar ruinoso
de aquel amor eterno
la encontraron atravesada
por un cuchillo.
Cuando llegó la policía
aún sangraban los últimos latidos
del Stabat Mater de Palestrina.
SAGRADA FAMILIA Para mi hermano Ricardo
Es una ruina que se eleva
hacia la construcción,
entre chiquillos y mayores;
escucho a un chino hablar en catalán
con dos negros altísimos;
hablan el mismo idioma que las torres,
el mismo de las grúas y el tranvía,
el de los mercaderes que en el templo
venden las chispas y los martillazos,
desincronías, lentitud, estrépito...,
por las aristas y las oquedades.
(El 25 de Junio de mil
ochocientos cincuenta y dos,
el resplandor de Reus
abrió los ojos de Gaudí
y le ofreció sus luces
para que se las ordenara.)
Está el papel en blanco. Está el solar desierto.
Y en el suelo la fe por cimentarse.
Yo, Gaudí, el alarife,
tan blando como el talco,
como el diamante, duro,
acepto alzar el canto de mi idioma
hasta la música de las esferas.
Creo en Dios, porque creo en mí,
desnudo, en mi alveolo,
frente al papel en blanco,
entre compases, cartabones, útiles...,
y creo en su vacío;
bendito el hueco de la piedra
que cristaliza sus incógnitas,
y más, la luz, la luz que mana
tan tarde de su sombra...
Desde mi fantasía haré su trampantojo.
En la encía crucial de Barcelona,
el arquitecto piensa en los colmillos
que han de morder el cielo;
siembra entre las ortigas y los cardos
palmeras que serán columnas,
-sus palmas tramarán las bóvedas-,
y cipreses para los campanarios.
Pone Gaudí el atril en el vacío.
Sube al estrado, afina a los metales,
manda a las grúas que se eleven
hasta tocar las nubes,
a las maderas que resistan
las conmociones de las almas;
que rueguen, dice a los percusionistas,
con la perseverancia de los mazos,
con la insistencia de su padre, el calderero.
Los chirridos y la crepitación,
la bulla y los rumores
germinan de las herramientas.
Va a comenzar
La Sagrada Familia inacabada.
Y la música, humilde, a ras de suelo,
crece con los andamios;
silban los albañiles sones
de Cataluña milenaria.
En las palancas y en los polipastos
avanza la Natividad al Este.
Tiene, por fin, Jesús su puerta;
tiene su villancico el átomo de Dios
en el levante de las luces.
Qué pensarán de tí las coordenadas,
las redes invisibles, silenciosas,
que sostienen los límites,
del rapto y el estupro de tus mozos,
de tus brazos obreros.
A la guerra les llevan,
a sus peligros por España,
España de la guerra y de la muerte...
Barcelona, levántate y arde;
qué pensarán de ti si no te elevas.
Esta semana trágica que estalla
la belleza terrible de tus pétalos,
rosa de fuego, Barcelona...,
nunca la olvidarán mis manos,
ni las torres que levantan tu luz;
siempre cantará tu música
las llamas de su lengua.
Para luego, morirme.
No... aún no.
Hay que elevarse hasta la luz más alta,
las torres necesitan
colonizar las nubes,
robarles su cerámica,
para que cristalice el disparate;
cuando alcancen a los evangelistas
podrá morirse el arquitecto;
que le ejecuten las máquinas...
-Soy Gaudí, el alarife,
tan blando como el talco,
como el diamante duro.
-Aquel es el tranvía de tu muerte.
Sube al instante;
yo soy mil novecientos veintiséis,
vente conmigo.
Rapto y estupro, pero tú su templo.
Estoy con un papel en blanco,
enfrente del crepúsculo,
junto a la puerta Oeste y viene abril
de dos mil tres. La música
de Subirachs es otra, pero
sigue el silbo mediterráneo;
los artesanos son ordenadores,
y los ordenadores golondrinas
que le quitan dolor a la Pasión.
Y yo con el papel en blanco,
justo debajo de los avïones
que vuelan por las torres apostólicas.
El odio excede al vuelo
que transporta la hoguera del infierno.
Una joven pareja
comparte la mirada en los remates
policromados de los campanarios;
los tan enamorados que se besan
impregnados de alturas y relieves,
se van ahora llenos de energía...,
posiblemente, luego, en los abrazos,
engendren al pontífice que nazca
y se haga sabio mientras que terminan
esta basílica del viento...;
posiblemente un día la consagre .
Una joven pareja entre las sábanas
y una escuadrilla hacia la guerra...
La Sagrada Familia,
brisada de salitre y yodo,
sigue creyendo en las alturas.
ELEGÍA A JOHN LEE HOOKER EL 11 S
La quijada del asno ávida vuela,
de una torre gemela a otra gemela...
La mano de Caín lanzó su búmerang.
Dos aviones se estrellan y una armónica
tiembla en blues obsesivos una crónica
de física letal y de bomberos.
El 11 de Septiembre eran gemelas
las torres de la muerte, las esquelas
confundían difuntos y bomberos.
John Lee Hooker, que estás en las alturas:
mira Manhattan, sin sus estaturas,
fantasmal, suplicando a los bomberos.
Por las escalinatas sube el humo
hasta los alveolos del consumo...
El enfisema asfixia a los bomberos.
Y las torres que hablaban mil idiomas,
sordomudas quedaron; las carcomas
traducían su horror a los bomberos.
Cuando estallaron todas las gramáticas,
las interrogaciones más dramáticas
pedían confesión a los bomberos.
Y llora John Lee Hooker, llora y canta
cavernoso, se rompe la garganta
para soliviantar a los bomberos.
El estruendo revienta los negocios,
huyen del humo zánganos y socios
y hacen funambulismo los bomberos.
Huele el Chanel como la chamusquina,
en la lengua la nitroglicerina...
y electrocardiogramas y bomberos.
El oro se diluye junto al plástico,
se funde lo vulgar con lo fantástico,
las síncopas del blues y los bomberos.
Se rompen todos los ordenadores,
da lo mismo morosos que acreedores,
petimetres mafiosos que bomberos...
Nadie sabe si es traje o es mortaja,
lo mismo da la escoria que la alhaja...
Sólo luce el charol de los bomberos.
Las perlas y la brea, la Novena
de Beethoven, el rock de la sirena
del camión funeral de los bomberos.
Todos los vivos llaman a un bombero
y la muerte también llama a un bombero...
y el bombero llamándose a sí mismo.
Y a los bomberos fueron los bomberos,
y a los mismos bomberos los bomberos,
y todos resumidos en un sótano.
Cenizas de la Biblia y el Corán...,
pavesas del Quijote... ¿Por qué van
tan temprano a la nada los bomberos?
Esto es peor que todo el fuego eterno.
John Lee Hooker que estás en el infierno,
canta grave tus blues a los bomberos.
Se apaga el eco de los alaridos...
Todo es hueco, vacío de apellidos
John Lee Hooker por el Apocalipsis.
MÚSICAS AFGANAS
Un avión norteamericano bombardea una boda
en Afganistán creyendo que los fuegos artificiales
de la celebración era un ataque talibán (El País)
La alegría contagia por revuelo,
pica en las fiestas, pica en las catástrofes,
en el tormento enquista su crisálida
y de ella nace el odio.
Germina en los bautizos, en las circuncisiones,
en las pompas y circunstancias...,
planea por los funerales
y se posa en las bodas.
Con qué sed se bebían el zumo de la tarde
aquellas golondrinas y vencejos
al desplegarse la mantelería...
¿Quién ha bordado los manteles?
Que venga a este poema.
Extiéndelos para que admiren
las vainicas y los bodoques,
el primor del dibujo...
Exponlos a esta luz que dora el lino,
que salgan los colores del ajuar.
Estíralos, que toquen y que admiren
con envidia las horas de tus ojos,
antes de que los hombres se emborrachen
y lo echen a perder...
Se trata de una boda y su banquete,
los novios y el cortejo festejándolo;
la lengua de la novia por la nata...
y todas las miradas a su lengua.
Es el espacio abierto a la liturgia
de los cuchillos afilados
y al cordero girando por las ascuas,
donde el picante y las especias
descubren el tesoro de la tarde.
Los dientes de la novia y las encías,
los labios de la novia con la risa...
y qué bien se lo pintan las grosellas...,
la nata con la miel qué bien se besan...
La novia con su risa pide música,
¡la música, la música de siempre...!
Cómo humea el hachís entre las carcajadas.
¿Quién le pone la música a esta celebración?
sarangis, cascabeles, tambores, chirimías...
ya están los pies y las cinturas
listos para el compás,
flautas, sonajas, arco-arpas, cítaras...
¡Abríos y templad, que salga el son!
para que olviden, para que recuerden...
Que nadie se disperse.
Haced un corro todas las edades,
para que a nadie se le olvide,
para que todos os recuerden.
Que todos lo recuerden:
bailaron juntas todas las edades...,
y danzaron hasta la extenuación.
Ya se ha abierto el tesoro de la tarde.
Hay sol de frente y sombras híbridas
de fresnos y albaricoqueros
en este espacio de la cordillera
dislocada de Afganistán.
Venían muy cansados,
duro fue caminar el espinazo
de la sierra soberbia y amagada.
Estaban agotados del trajín,
tantos saludos y recuerdos,
olvidos, reconciliaciones...
hasta llegar al sitio.
Bien se merecen toda la alegría.
La música, la música de siempre,
baja de la cintura hasta los pasos,
y hace jóvenes a los corazones;
une la tarde con la anochecida
sin que nos demos cuenta,
mientras giran y giran y se abrazan
y se contagian la felicidad.
Acuden los murciélagos giróvagos
con su coreografía nigromántica;
la música y el júbilo se funden
con los fuegos artificiales.
Se espantan los murciélagos, barruntan
a los que siembran el infierno.
Un bombardero americano
sobrevuela el banquete.
¿Queréis saber los titulares
de aquella gamberrada?
“Destrozan los manteles de una celebración...
(había, alrededor, ciento cincuenta afganos)”
“Un avión bombardea, por equivocación,
una boda que se agitaba
como si fueran talibanes”...
Un socavón es todo. El sitio ha muerto.
Disculpen el error, dice el imperio.
Permanezcan atentos
a la pantalla, volveremos
en breve.
ATARDECER DE REQUIEM EN AGOSTO
A Claudio Rodríguez
...Y toco el quicio
muy secreto del aire, y va creciendo
la armonía, junto con el dolor.
Claudio Rodríguez
Llama el rosal. Se asoma entre las rejas.
Cómo repica con sus frutos en el cristal...
Algo de gloria tiene la llamada
y algo de sed su diapasón
en la desidia del atardecer,
en esta sofocante soledad.
Y todos me suplican
con sus voces de fiebre.
Quién pudiera llegar hasta la llaga
de ese naranjo hidrópico enjaulado
en la brasa de una maceta,
llenarlo de azahares, volverle a su levante...,
cómo decirle al cactus que resista,
que pronto llegaremos al desierto...,
hablarles de la primavera
a los almendros, a las pasifloras;
de paciencia, a los guindos, a los lirios...,
a la parra veloz desenjambrarla,
mudarle la querencia a los conejos
y a la urraca voraz omnipresente...
Con tantos élitros crispados,
con tanto aullido de quejumbre,
no sé si ando perdido o si me encuentro.
¡Quién pudiera espantar a las gaviotas,
hablar con las gaviotas!
Me cuenta el pozo historias del diluvio,
de lo solo que está,
de lo profundo de su hueco... El pozo,
el altavoz más hondo del silencio,
como una fuente me habla y me salpica.
Pero el delirio aumenta con la tarde.
Mozart comienza y oscurece. Claudio
me acerca al Duero y pasa al pie del alma,
lavándola, absolviéndome.
Su poema me colma el vaso, y cede
con el vino la angustia de la tarde.
Mozart desata la tormenta
(¡Rex, tremendae majestatis!...)
y la súplica crece, crece...
Qué hago yo tan solo, qué culpa
me lleva a este arrepentimiento, Claudio,
tú que sabes los secretos del aire,
acércate a la plaza, a la tremenda
garganta del gentío,
al tiple seno de las fuentes,
a las anchas espaldas de las casas...
Escucha lo que cantan,
cómo lo cantan...
Atiende a los violines
que se afligen con toda su clemencia,
a la tuba que sale del sepulcro
pálida, transida,
al filósofo oboe, a la mística flauta...
y mira al bombardino en su rincón
cómo se apaga solo, ¡sal-va-me!...,
desafinando.
Tú has de sacarme del hechizo
de esta mágica trampa sacrosanta...
Estoy al pie de los timbales,
el que dice: ¡Sálvame!...,
abrazado a esa máquina de pena.
Dame en el hombro y múdame de son,
donde salten los mozos
y vuelen las enaguas en la danza,
donde pueda mover el corazón
y salte libre el alma.
FRANZ SCHUBERT AGONIZA EN UN ADAGIO
Adagio del Quinteto de cuerda en do, D 956.
Para Aldo Cano
I
Llega tambaleándose, aturdido,
hasta el trasmundo de su hospedería;
delante de él, la sombra que le guía;
tras sus pasos, los pasos del que ha sido.
Las sombras parpadean; un gemido
reverbera en la fiebre y desvaría...
Entre espasmos, el son de la agonía
suplica en las escalas del olvido.
Delira el vïolín, la tarde quema;
el estupor invade el pentagrama;
resuella fatigado el violonchelo.
Zumban las moscas con el mismo tema...
Termina Schubert, trémulo, en la cama,
la partitura de su propio duelo.
II
Titubea el reloj; y el calendario
hace temblar mi página. Presiento
lo que la niebla oculta con su aliento,
lo que el día señala en su diario.
Gracias a ti, sonido hospitalario,
música mía, pálpito y lamento,
que me acompañas con tu sentimiento;
gracias por envolverme en tu sudario.
Con la luz se disipan los olores,
se van con el dolor a su guarida.
Soy sólo una sustancia sin motivo;
soy la oquedad de mis alrededores;
el pentagrama triste donde escribo
los últimos compases de mi vida.
NOTAS
DANUBIO AZUL. Parte el poema de un suceso que me contó el poeta, actor y payaso Pepe Viyuela a los pocos días de ocurrirle. Se encontraba en Barcelona, en una reunión donde le habían nombrado presidente de Payasos sin frontera; estaban en el congreso payasos y gente de circo; de pronto, llamaron urgentemente a uno de los payasos, propietario de un circo que en esos días estaba instalado en el Montseny: un huracán, una tramontana furiosa estaba a punto de desclavar la carpa y desgarrarla. Allí acudieron inmediatamente todos los compañeros para combatir y ayudar a salvar el circo. Agarrándose a los cables, a las maromas, hierros, lonas, para que no se las llevara el viento pasaron horas, casi inutilmente, hasta que la catástrofe venció.
Me conmovió aquella desgracia y sentí la necesidad de contarla. Evoqué para arrancar el poema los lejanos recuerdos que tenía de mi infancia como espectador, el asombro que me produjo la primera vez que vi el espectáculo callejero y triste de los húngaros que se paraban en las encrucijadas con la mona, la cabra, la escalera y su música de turuta y pandero y luego, la primera vez que fui al circo con mi padre, con apenas cuatro años. Danubio azul fue la primera melodía que se grabó en mi niñez. El resto del poema está escrito al dictado de la memoria y los sentimientos.
NÁUFRAGOS. De la impresión que me causó una noticia que venía en los periódicos en el verano de 2002 surge este poema recordando a mi madre, que tuvo doce hijos. Contaba la prensa cómo una mujer, que iba en una balsa a la deriva con varias personas más, logró salvarlas amantándoles con su leche hasta que fueron rescatados.
SERENDIPIA. Un amanecer de invierno helador, estaba con unos amigos médicos en la cafetería del Hospital Carlos III de Madrid desayunando y charlando. Yo estaba frente al ventanal enorme de la cafetería y desde allí veía cómo llegaban en grupos algunos jóvenes con aspecto de pésima salud. Eran enfermos de SIDA que iban a tratarse al hospital, especializado en esa enfermedad. Fue en 1991 y hablaban con esperanza de una posible
vacuna que podría sanarlos. El poema, irracionalista y de ritmo alucinatorio, me lo inspiró el vals de la suite Masquerade de Aran Khachaturian.
ARRITMIA DE TAMBORES. Relata el poder que tienen los chamanes de las tribus, su capacidad de sugestionar y la influencia sobre las mentes de su pueblo. La sociedad les considera delegados de los dioses y se entregan con inmensa fe a sus dictámenes. En este poema, el chamán ejecuta a un convicto haciendo que su corazón siga el ritmo de los tambores de la tribu que van acelerando el repique, hasta que la taquicardia le lleva a un paro cardiaco. PAVANA. La misteriosa e inquietante Pavana op. 50 de Gabriel Fauré, me causó, la primera vez que la escuché en la radio, al despertar de una siesta de mi juventud, una senasación de sosiego melancólico. Parecía que narraba una despedida decadente y placentera de la vida, como en una bañera de agua tibia, con champán y música, mientras el suicida se desangra. El préstamo de los versos franceses en cursiva son de Robert de Montesquiou, que puso letra a la melodía que con anterioridad había compuesto Fauré.
ESTRELLAS EN EL PALADAR. Relata el caso de un conocido que padeció la incomprensible y terrorífica enfermedad de la anorexia nerviosa.
FUSIÓN. En un viaje, en 1996, presencié el resultado de un tremendo accidente en un cruce; tomé nota de las marcas de los coches y a partir de ese dato se desencadenó el poema.
RUIDOS. Lo que sucede al despertarse uno con las prisas de incorporarse a la cotidianeidad.
MÚSICA DE LA BATALLA. Trata del desgarro, la pasión, el tremendismo que encierran tanto las letras como el ritmo y sus interpretaciones, cantadas o bailadas, del tango argentino.
EL CANTO DE LOS COLORES. La música y la ceguera. El oido de los ciegos es un órgano superdotado, guía y antena de su prodigiosa intuición. ¿Con qué música imaginan ellos los colores? Si les sucediera el milagro de la visión ¿cómo les recibiría ese nuevo día con su luz, qué les dirían los colores? ¿y ellos a los colores?
SAGRADA FAMILIA. Es un homenaje al talento y a la tenacidad de Antoni Gaudi y a la Ciudad de Barcelona que espera con paciencia que comience a latir ese enorme corazón que es su basílica.
DEL ÁRBOL ES LA MÚSICA. Sin comentarios.
RATAS DE LAS PARTITURAS. El desencadenante del poema fue la noticia que apareció en El País en el verano de 2002 “Expedientados unos científicos por matar con música alta y anfetaminas a ratas de laboratorio...” Esa crueldad, mezclada con las imágenes, que ese mismo día daba la televisión del Moldava desbordándose y sus terribles inundaciones, me llevaron a componer este poema con en fondo musical de Mi patria de Smetana, concretamente con el primer pasaje, Moldava, donde su melodía maravillosamente orquestada te hace imaginar y sentir al río desde su nacimiento hasta su desembocadura.
ZANJA DE LA POLIFONÍA. El poema surge al leer una noticia aparecida en El Norte de Castilla, el 28 de mayo de 2002, de dos obreros que perecieron sepultados cuando cavaban una zanja en el Convento de San Joaquín y Santa Ana, en Valladolid.
ELEGÍA A JOHN LEE HOOKER EL 11 S. En Junio de ese mismo año de 2001 moría el músico y cantante John Lee Hooker. Ese 11 de Septiembre, a mediodía, me instalaban mi primer ordenador; para estrenarlo comencé a escribir una elegía a John Lee Hooker; cuando estaba iniciándola me avisaron para que viese en televisión lo que estaba sucediendo en las Torres
Gemelas de Nueva York. Al día siguiente terminé este poema con ritmo de blues.
FRANZ SCHUBERT AGONIZA EN UN ADAGIO. Es la interpretación poética del Adagio del Quinteto de cuerda en do, D 956. Se publicó después de la muerte de Schubert y parece, por lo inquietante, que estuviese describiendo su agonía. Componen el poema dos sonetos. El primero, subjetivo, narra el estado del músico componiendo la pieza, y en el segundo, objetivo, reflexiona Schubert sobre sus últimos momentos.
POEMAS INCORPORADOS A ESTA SEGUNDA EDICIÓN DE “MÚSICA DE SOMBRAS”
EL OCTAVO CALIFA: Córdoba es una ciudad muy taurina y orgullosa de haber tenido a los toreros más famosos en las etapas más importantes de la tauromaquia. A los toreros más grandes les dieron el título de Califas: El primero, que revolucionó el toreo a finales del XIX, fue Lagartijo el Grande, el segundo Rafael Guerra, famoso por sus desplantes de soberbia, entre otras fanfarronadas decía: Primero yo, aluego naide, aluego... Fuentes (Antonio Fuentes, torero muy elegante), el Tercer Califa fue Machaquito, más conocido por la famosa marca “Anís Machaquito”, gran estoqueador y excelente persona, el Cuarto, Manolete y el Quinto, oficialmente nombrado hace tres años por las autoridades de Córdoba y Andalucía, es El Cordobés. Esos son los oficiales. El poema, que está escrito en presente inmediato, lo sitúo en el año 2047, año que será el del centenario de la Muerte de Manolete. En la corrida solemne para la celebración, van a nombrar las autoridades al Octavo Califa, un torero que aún no ha nacido y que será para entonces un torero genial. Al concluir la corrida, en ceremonia oficial, le nombrarán Califa. El sexto y el séptimio que no existen , los reivindico yo para “El Pireo”Sexto Califa, un torero espléndido que vi torear de novillero y de matador a comienzo de los sesenta, y el Séptimo adjudicado a “Finito de Córdoba”.
La tragedia sucede cuando al entrar a matar, en el silencio supremo, se le cruza por la mente el “Vals triste” de Sibelius que había escuchado la noche antes por primera vez en la habitación y le había impresionado; la
evocación le desconcentra y al dar la estocada, el toro le cornea de la misma forma que a Manolete. En el trasmundo de la inconsciencia sucede el poema.
ATARDECER DE REQUIEM EN OTOÑO es un homenaje a Claudio Rodriguez que hice en Nayagua en agosto de 1979, terrible de calor y sequía.
MÚSICAS AFGANAS lo escribí tras leer una noticia en el País donde contaban el bombardeo USA a un grupo afgano que estaba celebrando una boda y lo interpretaron como un ataque talibán.
ÍNDICE
HIMNO PRÓLOGO
Acróstico
La pienso desde la distancia...
Y mucho más allá de Venus...
Gracias a los sonidos de La Tierra...
CRÓNICAS
Danubio azul
Náufragos
Serendipia
Arritmia
Pavana de Fauré
El gato montés
Agua bendita
El octavo califa
Estrellas en el paladar
Fusión
Ruidos
Estorninos
Música de la batalla
El canto de los colores
Sagrada Familia
Del árbol es la música
Ratas de las partituras
Zanja de la polifonía
Atardecer de requiem
Elegía a John Lee Hooker el 11 S
Músicas afganas
El trino del diablo
Franz Schubert agoniza en un adagio
Notas