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1 “Mucho más de lo que usted se imagina” Una mirada semiótica a la publicidad de Eternit en Colombia Investigación: Arq. Juan Carlos Pérgolis Coinvestigador: Arq. Esteban Solarte Los documentos que dan cuenta de los hechos históricos están asociados al mundo iconográfico, porque todo suceso está representado por una imagen 1 , que se convierte en un elemento apasionante para descubrir aspectos no revelados por otros medios. Además de informar, las imágenes seducen, persuaden, fascinan; miremos, por ejemplo, la que surge de una palabra tan común y de uso tan cotidiano que jamás nos detendríamos en ella: la palabra teja. El vocablo teja designó, en nuestra lengua, ese elemento modular de barro que se utilizó por siglos para cubrir techos. Aunque también se hicieron de pizarra o latón, en términos generales ésta fue una pequeña pieza de barro heredada de la colonia española, que caracterizó las techumbres de los centros históricos o de los pequeños poblados. Sin embargo, en el habla colombiana actual, teja es sinónimo de placa ondulada de fibrocemento, así lo oímos en la charla de los maestros de obra, en los depósitos de materiales y en el decir cotidiano. Se refieren a ese producto de Eternit, mientras que a la pequeña pieza tradicional se la identifica con el material que la constituye: teja de barro. 1 Barthes, Roland. La Cámara lúcida. Paidós. Barcelona 1998.

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Page 1: Mucho más de lo que usted se imagina, Una mirada semiótica a la publicidad de Eternit en Colombia, Juan Carlos Pérgolis

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“Mucho más de lo que usted se imagina” Una mirada semiótica a la publicidad de Eternit en Colombia

Investigación: Arq. Juan Carlos Pérgolis

Coinvestigador: Arq. Esteban Solarte

Los documentos que dan cuenta de los hechos históricos están

asociados al mundo iconográfico, porque todo suceso está representado por

una imagen1, que se convierte en un elemento apasionante para descubrir

aspectos no revelados por otros medios. Además de informar, las imágenes

seducen, persuaden, fascinan; miremos, por ejemplo, la que surge de una

palabra tan común y de uso tan cotidiano que jamás nos detendríamos en

ella: la palabra teja.

El vocablo teja designó, en nuestra lengua, ese elemento modular de

barro que se utilizó por siglos para cubrir techos. Aunque también se hicieron

de pizarra o latón, en términos generales ésta fue una pequeña pieza de

barro heredada de la colonia española, que caracterizó las techumbres de los

centros históricos o de los pequeños poblados. Sin embargo, en el habla

colombiana actual, teja es sinónimo de placa ondulada de fibrocemento, así

lo oímos en la charla de los maestros de obra, en los depósitos de materiales

y en el decir cotidiano. Se refieren a ese producto de Eternit, mientras que a

la pequeña pieza tradicional se la identifica con el material que la constituye:

teja de barro.

1 Barthes, Roland. La Cámara lúcida. Paidós. Barcelona 1998.

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En la poesía Alguien barre la casa, el poeta Jotamario2 describe los

sonidos nocturnos en una casa, enumera sus posibles orígenes y entre ellos

cita: “¿O tal vez es el viento con sus pasos de escobilla de jazz en el eternit?”

En el vocabulario del poeta, “eternit” deja de ser una marca comercial para

convertirse en un sustantivo común, un significante capaz de producir en el

lector un significado: la vívida imagen del techo de la casa bajo el murmullo

del viento.

Cuando una sociedad adopta un vocablo, cambia el sentido de alguna

palabra que se utilizó por años o identifica algún producto con su marca

comercial, vale la pena observar el proceso que llevó a esa situación, porque

a través del mismo podemos profundizar en el modo de vida de esa

sociedad, en sus transformaciones. Cuando el mercado popular salió de las

viejas plazas mayores de nuestras ciudades, se llevó el nombre y hoy

llamamos plaza al mercado y parque a la plaza; detrás de ese cambio

entendemos los procesos de consolidación de la nueva burguesía que utilizó

la plaza como sitio de paseo. Durante muchos años, las cuchillas de afeitar

se identificaron con el nombre comercial Gillette o las licuadoras con

Osterizer y en algunas regiones del país se llegó a inventar el verbo

“osterizar”. Hoy hacemos lo mismo con las palabras que provienen del

mundo de los computadores...

El título de este ensayo, que fue slogan de Eternit durante muchos

años se atribuye a un comentario que hizo el publicista Jorge Sánchez

Mallarino, durante una visita a la planta de Eternit Colombiana, en el

municipio de Sibaté. La escogencia de esa frase como título no es casual; de

2 Jotamario Arbeláez . Mi reino por este mundo. Editorial Oveja Negra. Bogotá. 1986.

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una u otra manera, por nuestras vidas han cruzado –y muchas veces se

han detenido- los productos de esa firma, sin embargo, por cercanos o

quizás por obvios, no habíamos reparado en ellos y el nombre Eternit lo

referíamos a las placas de techo, o, en el mejor de los casos, al material con

que están hechas esas placas. Después de mirar cuidadosamente las

imágenes en infinidad de pautas comerciales de la empresa, revisar sus

publicaciones y charlar largas horas con sus funcionarios, coincidimos con

Sánchez Mallarino: Eternit es mucho más de lo que usted se imagina, o de lo

que nosotros nos imaginábamos.

Leer entre líneas en los mensajes publicitarios, desdoblar el

significado de sus imágenes, develar el por qué de su gráfica, la dirección en

que se orienta el texto o el público a quien van dirigidas las fotografías,

explica mucho del producto, pero también deja ver un país y una sociedad;

ese desarrollo, en el tiempo, muestra la vida y los imaginarios de su gente.

El significado que suscitan las imágenes está relacionado con los

elementos mismos que la componen: fotografía, color, dibujo, título, slogan,

fondo, primer plano, entre otros. Estos elementos nos permiten entender el

paso de la imagen de fuente de información a medio de fascinación3, a través

del cual abre múltiples sentidos y múltiples miradas, pues la propaganda

funciona como estímulo a ese pasaje grabado en el inconsciente, lo revive y

hace que se desee. La imagen, entonces, no sólo ubica los hechos y da

cuenta de lo pasado, sino que también impulsa la memoria al deseo por lo

que no se tiene y se anhela.

3 Baudrillard, Jean, Cultura y simulacro. Kairós. Barcelona, 1981.

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Nada de eso imaginaban los periodistas del semanario El Sábado

aquella tarde de diciembre de 1943, cuando regresaban de la fábrica Eternit

inaugurada en la sabana, más allá de Soacha, apenas diez meses antes;

aunque intuían el cambio que producirían las cubiertas de fibrocemento en

reemplazo de las tradicionales de zinc, por lo común deformadas y corroídas

por el óxido. “A los pocos minutos estuvimos en Bogotá –comenta uno de

ellos durante el acceso a la ciudad por los barrios obreros del sur (...) Ya se

están remozando (como ocurrió en todo el mundo) los tejados de nuestras

fábricas, de nuestras casas... Pronto se remozará la apariencia de nuestros

barrios (...) cambiará totalmente el aspecto de nuestros pueblos campesinos

y de nuestros barrios obreros”.

Ese mismo año encontramos las dos primeras pautas comerciales de

Eternit. En el periódico El Sábado la publicidad anunciaba techos para

fábricas y la imagen era escueta: dos hombres –de ruana y sombrero-

cubrían un tejado, una realidad obvia que mostraba el nuevo producto de

asbesto y cemento; pero el mensaje quería llegar más allá, a la puesta al día,

a la actualización de Colombia con el resto del mundo: “Los productos Eternit

de fama mundial se fabrican hoy en Colombia”;,. El otro aviso, en el diario El

Tiempo, aunque no especifica el posible destino de las obras, detallaba

cuidadosamente los accesorios que completan las techumbres: limatesas,

caballetes y limahoyas.

El entorno de esos avisos publicitarios estaba conformado por las

noticias de la Segunda Guerra Mundial: bombardeos, aviones en picada y

heroicos pilotos en una lucha tan lejana que los artículos de prensa la

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describen como una epopeya romántica, quizás la última lucha que pudo

ser sentida con esa emoción en nuestras tierras.

Fue esa misma guerra la que privó a Colombia de muchos productos

importados y fomentó la industria nacional. El zinc y el metal galvanizado se

convirtieron en materiales estratégicos que ya no se podían utilizar en la

fabricación de las láminas para techos que el país importaba. Eternit suplió

esa carencia a partir de los excedentes en la producción de cemento

nacional y del feliz encuentro, en Chile, del ingeniero colombiano Hernando

Gómez Tanco con la tecnología del fibrocemento de esta firma.

Pero regresemos al mensaje de la pauta publicitaria de 1943, esa

orientación a la industria o el subyacente mensaje hacia las cubiertas de

“cierta importancia” parecen excluir el sector de la sociedad que citan los

periodistas del artículo cuando definen el marco rural en el que está

construida la nueva fábrica: “entre rebaños de reses a quienes aguijan unos

rapaces enruanados y rotos”. Curiosamente, esa sociedad campesina que

era vista como la lánguida contraparte del progreso -expresado en la

moderna fábrica que habían visitado- fue quien más rápidamente incorporó el

nuevo material a sus vidas y fueron ellos, con su uso masivo, quienes

identificaron la palabra teja con la placa Eternit. Así como el bloque cerámico

desplazó al bahareque y al ladrillo tradicional en el campo colombiano, la teja

Eternit se convirtió en sinónimo de cubierta.

En ese contexto rural, repleto de limitaciones económicas y ávido de

sentimientos de modernidad, la nueva cubierta se convirtió en símbolo de

status, de reconocimiento social y de aceptación de “lo nuevo”, es decir, del

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progreso que –como era sabido y aceptado- llegaba de la ciudad, al igual

que la moda y las expresiones, los bailables con las grandes orquestas que

transmitía la radio desde los hoteles capitalinos, las noticias políticas, o la

educación básica que desde Sutatenza, y por el mismo medio, difundía

Acción Cultural Popular.

Los años de la segunda posguerra trajeron cambios notables en

Colombia. Fueron los años de una actualización histórica sin igual que exaltó

el proceso de urbanización. Sin embargo, no hay que olvidar que las

intervenciones más importantes para el logro de la modernización del país

siempre han estado referidas al medio rural: vías de comunicación que

integraron el territorio, organismos para la financiación del agro (Caja Agraria,

Banco Cafetero, etc.) y la posterior configuración de los distritos de riego que

estructuraron regiones comerciales e introdujeron nuevas tecnologías. Así, la

modernización del campo y el crecimiento de la población urbana por

migración campesina, convirtieron a la Colombia rural en el llamado “país de

ciudades”, donde la industria hizo presencia a través de la sustitución de

importaciones4.

En febrero y en julio de 1945, se fundaron las plantas de Eternit en

Barranquilla y en Cali para atender las demandas regionales; así como los

viejos empajados andinos cedieron ante la practicidad y el sentido de

modernidad de la teja de fibrocemento, ahora lo hacían las cubiertas y los

cobertizos de palmiche. Colombia, país de valles inaccesibles, de regiones

aisladas que se cerraron sobre sus propios rasgos, de climas variados y

4 “Ciudad Colombiana”. Exposición itinerante Universidad Nacional de Colombia. Facultad de Artes.

1986.

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culturas distintas, se integraba a través de un elemento tan común que

nadie lo dudaba: el cobijo. Eso queda demostrado en la portada del catálogo

de 1948, donde el nombre Eternit aparece sobre el mapa de Colombia,

imagen que se convirtió en símbolo del producto y en evidencia de su arraigo

en todo el territorio. El diseño gráfico se completaba a partir del perfil de la

teja ondulada; solamente se anuncian placas, accesorios para tejados,

canales y bajantes: todo aquello que requiere el cobijo...

En 1948 se inició la fabricación de tuberías de presión para

acueductos y esa acción, que pasó casi desapercibida en el marco del

desarrollo industrial colombiano, cambió de escala la mirada de Eternit que

ya no estaba dirigida solamente al cobijo que brinda la arquitectura, sino a la

ciudad toda; porque las tuberías de fibrocemento acompañaron -y muchas

veces hicieron posible- la transformación de Colombia en el “país de

ciudades”.

En el diario El Espectador del 27 de diciembre de 1954 la pauta

publicitaria muestra el complejo industrial de Paz del Río en Boyacá; es una

imagen que recuerda los alucinados dibujos de los futuristas italianos en las

primeras décadas del Siglo XX: tanques relucientes, enredados e

incomprensibles conductos de todo tipo y chimeneas humeantes que señalan

el cielo; en medio de esa imagen aparece la tubería de fibrocemento que

conducía el agua desde la laguna de Tota, a 27 kilómetros de distancia,

hasta la planta de Belencito.

Con esta posibilidad de extender redes para los servicios, parecía

asegurado el crecimiento de las ciudades colombianas; sin embargo, se

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cruzó –una vez más- la realidad político-social del país, que generó

urgencias y obligó a desarrollar programas inéditos. El 9 de abril de 1948 se

partió en dos la historia de Bogotá: el lento y constante crecimiento del centro

de la ciudad se interrumpió repentinamente; la violencia y el fuego devoraron

la historia, devoraron un modo de vida, un pensamiento y una concepción del

espacio urbano; mientras tanto, en el campo, se acentuó la violencia

partidista que produjo desplazamientos masivos a las ciudades.

Junto con la necesidad de reconstrucción de Bogotá se reconoció y

exaltó el valor del suelo; el centro creció en altura y el concreto fue el material

rector de la nueva ciudad, de sus intereses económicos y de sus imaginarios

de modernidad; pero aquellos sectores sociales que abandonaron el viejo –y

derruido- centro crearon nuevos barrios en la periferia de la ciudad: el Lago,

el Chicó y otros similares; en ellos, entre las cubiertas planas de concreto

(que recuerdan las casas californianas de la arquitectura de Richard Neutra)

reaparecieron las tejas de barro en una ecléctica arquitectura neocolonial;

bajo tierra iban las tuberías Eternit llevando los servicios.

También motivados por el valor de la tierra, los centros de otras

ciudades colombianas crecieron en altura y se especializaron en comercio y

funciones financieras. Los vecinos de estos sectores se dispersaron

buscando la “fantasía verde” que identificaban con la casa individual rodeada

de jardín, en sectores residenciales. Así se conformaron los barrios más allá

de El Prado en aquella Barranquilla que, asomada al Caribe, miraba a Miami

pero vibraba bajo esa luna que “tiene una cosa que maravilla” como dice la

canción de Esthercita Forero; los barrios de Cali en su crecimiento al sur o

los de Medellín, más allá de Laureles. Las tuberías Eternit facilitaban la

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expansión de las ciudades y los nuevos fraccionamientos ampliaban las

manchas urbanas.

No es casual que la revista Cromos de octubre de 1956 dedique un

artículo a la producción de tubos: “La fábrica ubicada a orillas de la represa

del Muña, tiene una capacidad total de fabricación de aproximadamente 900

kilómetros lineales de tubería por año (...): sanitarias, para aguas negras,

ductos eléctricos y telefónicos...” y en otro aparte, comenta: “El Acueducto

de Bogotá viene empleando las tuberías Eternit en sus redes, desde 1949,

ya puso más de 200 kilómetros en los barrios de la ciudad”.

El otro fenómeno, el del desplazamiento a las ciudades, produjo un

crecimiento inusitado y la dotación de servicios quedó rezagada frente a las

demandas urbanas. Las ciudades no pudieron responder con infraestructura

al constante incremento de la población y por fuera del perímetro urbano se

consolidaron las periferias informales construidas mediante barrios de

invasión y lotes clandestinos o ilegales.

Las intervenciones del Estado en materia de vivienda masiva se

canalizaron a través del Instituto de Crédito Territorial para los sectores

populares en la periferia y del Banco Central Hipotecario para los grupos

medios de la sociedad urbana5. También aquí estuvo presente Eternit y de

un modo más visible que en los mencionados nuevos barrios de cubiertas

planas o de teja de barro, donde su presencia era subterránea. En las

intervenciones del Estado, se creó un paisaje continuo, de techos casi planos

y unificados en el color del fibrocemento. Así se concretaba el sueño de los

5 “Ciudad Colombiana”. Op.cit.

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periodistas del aquel semanario de 1943, cuando preveían unas periferias

homogeneizadas con el nuevo producto, que desplazaría a las oxidadas y

carcomidas láminas de zinc.

Detrás de esas intervenciones se intuyen dos actitudes de la

arquitectura y el urbanismo modernos: una, que generó la tipología de barrios

dispersos, sectores construidos con edificios a modo de bloques sueltos o

hileras de casas que configuraban un nuevo tejido urbano ajeno a la tradición

de manzanas regulares característica de nuestras ciudades; la otra, fue la

zonificación o especialización funcional en sectores residenciales,

industriales y comerciales, entre otros.

Miremos esta ciudad nueva, inédita en el medio colombiano, que se

construía en la década de los años cincuenta y demos esa mirada desde las

revistas especializadas: en 1956, la publicidad de Eternit en los Anales de

Ingeniería mostraba la tubería sanitaria domiciliaria: el objetivo era el

propietario individual y el marco del mensaje era la arquitectura: “No gaste

usted más y obtenga una verdadera economía”. La dualidad entre el mensaje

a la institución masiva y al cliente individual se mantendría durante varios

años, por una parte, porque los planes del Banco Central Hipotecario y del

Instituto de Crédito Territorial aseguraban al Estado como comprador de los

productos Eternit, por otra, porque en Colombia comenzaba a perderse la

arquitectura del cliente individual en favor de las construcciones colectivas.

Sin embargo, en 1958, en los Anales de Ingeniería, la publicidad se

enfocaba en las grandes obras que rebasan la escala del pequeño

propietario; tubos de presión para acueductos, especificando diámetros,

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presiones, pesos, etc. Ya no hay duda sobre el destinatario del mensaje.

Ese mismo año, el órgano oficial de la Asociación Colombiana de

Acueductos y Alcantarillados (ACODAL) publicó en el mes de mayo, junto a

una pauta de Eternit que muestra la instalación a campo abierto de una

conducción con ramales, un cuidadoso artículo técnico sobre la tubería en

una línea de impulsión en el acueducto de Girardot y señalaba la importancia

de estudiar su comportamiento futuro para casos similares. Se puede

concluir que la actualización de los servicios urbanos ya no era una

exclusividad de Bogotá o de las grandes ciudades, sino que día a día las

ciudades intermedias y aún las más pequeñas, incorporaban nuevas

tecnologías en la ampliación de sus redes.

El mundo cambió en los años sesenta. La Segunda Guerra Mundial

era un recuerdo cada día más lejano, opacado por el brillo del Technicolor en

las grandes pantallas del Cinemascope o por el borroso blanco y negro del

profundo cine europeo. Colombia accedió a la regularidad de los años del

Frente Nacional y con la calma, Bogotá brilló entre el Cream de la 63 y el

Cream-Helado de la 32. Cartagena confirmó la vocación turística de la

avenida San Martín y el status residencial de Castillo Grande. En

Barranquilla, más allá de El Prado, se oían, tímidos y dispersos, los primeros

acordeones en la 72 con las melodías de Escalona o del viejo Emiliano; aún

nada hacía suponer la euforia que en años venideros despertarían los

vallenatos de El Binomio de Oro o los cantos villanueveros de El Doble

Poder...

La arquitectura de clientes individuales produjo sus últimos -pero

igualmente excelentes- ejemplos en el Chicó y el Country en Bogotá y en

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otros sectores igualmente puntuales de las ciudades colombianas. Las

grandes obras cambiaron la imagen de la capital; ya no se alzaba vuelo

desde el antiguo aeropuerto de Techo, aquel que en 1951 recibió a Le

Corbusier con su proyecto de ciudad moderna, sino desde el nuevo

Eldorado; se hacían paseos al norte por la autopista o se bajaba al calor

ardiente de Melgar. De pronto el mundo se extendió más allá de las

estribaciones de la sabana y la tierra caliente se volvió cercana en el sentir

cotidiano y en el destino de los paseos, ahora independientes de las lentas

travesías en tren.

“En este veraneo mejore su finca de recreo” dice la publicidad de

Eternit en El Espectador del 16 de enero de 1961 y concluye: “con

comederos, bebederos, placas curvas, onduladas y planas, materas,

jardineras, perreras, palomares...” y muestra una feliz pareja urbana (de ello

la imagen no deja dudas) realizando labores “de finca”, rodeada por los

nuevos productos de fibrocemento. El campo de los campesinos comenzaba

a ser el campo de los citadinos y allí estaba Eternit con un sinfín de

productos que facilitaron esa transición. Detengámonos, por un momento, en

la Colombia impresa que rodea esta pauta publicitaria: Renault muestra su

pequeño automóvil Dauphine: el exclusivo mundo de los grandes

automóviles norteamericanos cedía ante los pequeños coches europeos para

las ahora más pequeñas familias colombianas, aunque un Fiat jamás

alcanzaría el status social de un enorme Oldsmobile, ni un Dauphine el de un

mecedor Buick.

La publicidad de Eternit en los Anales de Ingeniería de 1960 y 1961

sugirió algo que la arquitectura no había tenido en cuenta: Eternit en

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fachadas y decoraciones exteriores. La imagen muestra un pabellón de la

Feria internacional del Automóvil en Viena: es un prisma perfecto forrado en

teja ondulada puesta verticalmente; se trata de un volumen puro, propio de la

arquitectura moderna, apenas texturado con el cambiante juego de sombras

que producen las ondas de la teja. Más allá de la función, que siempre fue el

tema en la publicidad del producto, aparecieron las connotaciones estéticas.

Tres años más tarde, en el mismo medio de difusión, la pauta trae una vista

parcial de la Termoeléctrica de Zipaquirá, enorme edificio de 35 metros de

altura en el que las tejas de fibrocemento se usaron como cerramiento para

las paredes exteriores, logrando magníficas texturas y acabados.

En 1962 la publicidad ocupaba un cuarto de página de El Tiempo; allí

se muestran los productos, incluyendo bancos y sillas para jardín propios del

diseño de la época y de las posibilidades de la moldeable masa de asbesto

cemento; junto a ella, otra propaganda: “Ahora las comidas en casa gustan

más con jugo Maggi; recetario gratis”. También la Colombia del laurel y el

tomillo, del orégano fresco, cedía ante la salsa embotellada. Detrás de todo

esto, y más allá de la nueva ciudad, hay un diferente modo de vida, una

desconocida dinámica urbana que exige rapidez y soluciones prácticas y una

nueva y moderna actitud de la mujer ante el mundo y ante su casa.

En ese mismo año, Habla Bogotá, la revista de información cívica y

servicios, ubica a Eternit Colombiana S.A. y la define como “una empresa

productora de tubos de una materia especial invulnerable, que vino a resolver

el problema de la presencia corrosiva del óxido de hierro en las tuberías

metálicas...” y más adelante agrega: “produce además placas para techos” y

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enumera los distintos productos Eternit que se encuentran en el comercio

en aquel momento.

La publicidad de la década de 1960 es particularmente interesante por

la variedad de propuestas arquitectónicas y soluciones técnicas que se

enuncian, más allá del mencionado uso de la teja ondulada como

cerramiento vertical. En 1962 también se hizo referencia a la Termoeléctrica

de Zipaquirá en la que –en ese año- se instalaban complejas redes y la

publicidad enfatizó las tuberías Eternit para instalaciones eléctricas y

telefónicas.

En 1968 el slogan “Preguntar no cuesta nada... en cambio ahorra

mucho” que publicitaba al Departamento de Asesoría Técnica de Eternit,

retomó el tema de las consultas técnicas con la empresa, ya enunciado siete

años antes en los Anales de Ingeniería, cuando la pauta mostraba una

residencia campestre y un detalle –muy claro, casi para su uso en obra- de la

instalación sanitaria en baño y cocina: “Consúltenos sobre su necesidad y

gustosos le solucionaremos su problema”, concluía el mensaje.

La escala del proyecto arquitectónico y de las instalaciones cambiaron

cuando se anunció la instalación de tubería sanitaria Eternit “en los 144

apartamentos de los 22 pisos del Edificio Residencias Sabana, en Bogotá”.

Esta publicidad, que apareció entre los años 1962 y 1964, mostró uno de los

mejores ejemplos de arquitectura moderna colombiana: el gran edificio de

apartamentos dúplex que el arquitecto Roberto Rodríguez Silva y la firma de

ingenieros Esguerra Sáenz Urdaneta Suárez Ltda. construyeron en la

avenida 19, en el centro de Bogotá.

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La década de los años sesenta comenzó con los anuncios de tuberías

de presión para riego, aunque referidos a instalaciones en clubes deportivos

y culminó con la publicidad de tubería sanitaria, a partir de imágenes del

Edificio Avianca, aún en construcción, donde Eternit instaló “6.000 metros

lineales de tubería y 11.000 accesorios de asbesto cemento en diferentes

diámetros”. El anuncio concluye citando otras obras en las que intervino la

firma: el edificio Colgás y las torres Jiménez de Quesada en Bogotá, el

edificio Ángel en Medellín y el Banco de Colombia en Cali, el Hospital Militar

y el Hotel Colón Internacional en Quito, Ecuador. Esta misma década que se

inició con la consolidación del crecimiento de nuestras ciudades, concluyó

con la internacionalización de los productos Eternit exportados a países

vecinos y de Centroamérica.

La Colombia de los años sesenta, tan lejana –y tan diferente- de

aquella de los primeros años de la década de los años cuarenta; si en aquel

momento había dificultades para asumir la integración de un territorio rural

con asentamientos urbanos dispersos, veinte años después nadie dudaba

del país de ciudades integrado por incontables flujos económicos y

culturales. Por último, la televisión extendió su red, cubrió el territorio

nacional y creó un horizonte de referencia, mediado por pautas locales, pero

unificado en los gustos, los personajes, los dichos y la moda que las

temblorosas imágenes en blanco y negro desparramaban por el país, cuando

los colombianos canturreaban las ingenuas baladas de El Club del Clan, se

agitaban con el rítmico bamboleo del twist o se emocionaban con los

avatares de la familia en Yo y Tú.

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El Boletín Eternit a fines de esos años anunció: “Manos a la obra

con Crédito Eternit” y dos manos sostenían la palabra “crédito” mientras el

sonriente muñeco de asbesto cemento, con cuerpo de tanque y

extremidades de tubo, sostenía una teja y decía: “llegó la nueva promoción

popular a Eternit”. Con esa llamativa frase, la empresa anunciaba una línea

de créditos con ocho meses de plazo y cuota inicial del 25% para compra de

materiales.

Sin duda, los productos ya estaban consolidados en las ciudades y era

hora de mirar nuevamente el campo; con ese fin se produjo Tejalit, una teja

más económica, apta para usos rurales en galpones, cobertizos e incluso en

la vivienda campesina. Para su difusión, la publicidad se valió del poder del

nuevo medio de comunicación y de los personajes que llegaban al afecto y a

las emociones de la Colombia rural.

“- No es paja compadre... ahora sí tengo el techo seguro, con Tejalit”,

decía Emeterio a Felipe, en las pautas comerciales de los años setenta,

jugando con el doble sentido entre la expresión popular y el material del

tejado. Cuñas publicitarias de este tipo se repitieron frecuentemente por radio

y televisión –incluso hasta ya entrados los años ochenta- o se filtraban como

simples comentarios en las incontables presentaciones que “Los Tolimenses”

realizaban por toda Colombia, en la que quizás haya sido la más popular y

agresiva campaña publicitaria de la firma. También Salustiano Tapias, otro

reconocido personaje humorístico, aparecería años más tarde en las pautas

de los diferentes medios anunciando, desde su profesión de maestro de

obra, los populares productos.

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En la década de los años sesenta comenzó a otorgarse el Premio

Anual de Arquitectura “establecido por Eternit como estímulo a la tarea

creativa de los arquitectos e ingenieros”. Se publicitó bajo el slogan: “Eternit

construye el progreso de Colombia” y curiosamente, ese progreso trascendió

mucho más allá del país: el diseño de canaleta propuesto por el ingeniero

Álvaro Ortega y premiado en la categoría Eternit Arquitectura fue la base

para la exitosa Canaleta 90 que se produjo en Colombia y en muchos otros

países: “Canaletas: un nuevo producto Eternit para techos planos”.

Es curioso que otra novedad que salió de Colombia para el mundo, no

haya aparecido en ninguna de las muchas pautas publicitarias de la

empresa, aunque mereció una detallada página en el libro Eternit en la

construcción6: la ampliación del Estadio El Campín de Bogotá, a cargo de la

firma del ingeniero Guillermo González Zuleta, donde por primera vez en la

historia de las fundaciones se emplearon tuberías de asbesto cemento como

pilotes hincados.

“Placas curvas Eternit para la construcción de silos” anunciaba el

Boletín Eternit en 1966 y mostraba la prueba de resistencia de un arco

construido en esas placas para silos de papas en Chocontá; junto a la pauta,

un minucioso informe técnico detallaba la construcción.

Eternit volvió al campo pero no sólo con las económicas Tejalit que

anunciaban “Los Tolimenses”. También se produjeron, en esos años, las

tuberías para la creación de los nuevos distritos de riego que hicieron

posibles los grandes cultivos de arroz, palma africana y azúcar en el marco

6 Eternit en la Construcción. Italgraf. Bogotá. S/F.

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del gran capital. Los productos para la construcción de silos evidenciaban

que Colombia, un país sin estaciones, requería almacenamientos, no por

razones climáticas sino por la frecuencia de las cosechas y la escala nacional

de la distribución; porque la producción agraria a fines de la década de 1960

tenía otra dimensión y Eternit respondió a ella con los sistemas de riego y

con las placas curvas que también se utilizaron, con excelentes resultados de

diseño, para pequeñas casas campestres como las realizadas en Dapa,

Valle.

La década termina con la misma frase con que comenzó: “Preguntar

no cuesta nada... en cambio ahorra mucho” y la pauta muestra el impecable

cielorraso con placas acanaladas en las oficinas de la firma Dugand

Hermanos en Barranquilla; el elemento tradicional de cubierta, aquí fue

utilizado como cielorraso. La superficie se invirtió y el exterior pasó al interior;

una experiencia impensada en los inicios de la década de 1940, cuando la

única posibilidad de la placa ondulada de fibrocemento era convertirse en

teja.

Pero miremos un último aviso publicitario de esos años: dos hombres,

con una improvisada polea, bajan un tubo a una zanja. “¿Cuántos kilómetros

recorre el agua hasta llegar a su casa?”, dice el titular del anuncio. El

mensaje –que se plantea como una pregunta- propone encontrar soluciones

prácticas utilizando los materiales.

Las propagandas se internaron en el mundo de la ilusión y ayudaron a

descubrir lo secreto, porque la imagen seduce y en esa medida permite

construir y destruir sentidos; gracias a la imaginación, estamos en la

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dimensión espectral de la publicidad, en lo que no está dicho, en lo que se

intuye.

Revisando la pauta de la década de 1970, la imagen que intentaba

persuadir al lector estaba constituida por elementos extraídos de la realidad

pero con giros metafóricos, ya no era la fotografía explícita de años

anteriores que simplemente exhibía el producto: aquí, una mano sostenía

una teja en una evidente alteración de la escala, pero más allá de ello, el

valor simbólico de la mano como representación del hombre y la teja como

un elemento significativo se ubicaron con igual carga de sentido; es un juego

semántico entre ciencia y tecnología con dos mensajes: uno que domina la

pauta, “una obra que comenzó por la primera teja” (que juega con la

contradicción de ser el tejado la última etapa de la obra) y otro al pie de la

nota: “más de un cuarto de siglo construyendo el progreso de Colombia”.

En 1972 reaparece el tema de la mano. El slogan de la pauta dice

“desafiando al tiempo y a la imaginación” y al pie de la nota, el mismo

comentario de años anteriores: “más de un cuarto de siglo construyendo el

progreso de Colombia”; pero aquí, el tema del tiempo domina el mensaje: la

mano sujeta un pequeño reloj de arena, porque apoderarse de la cuarta

dimensión es adquirir el compromiso con la historia, con la colectividad:

“Edificar obras que sean testimonio de una época. Obras que perduren en el

tiempo, es la idea de los constructores. Crear elementos innovadores (...)

durables (...) es nuestro objetivo”, señala Eternit.

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En uno de los más bellos escritos sobre la arquitectura: el artículo

Ciudadanos sin ciudad, el teórico italiano Marco Romano7 señala que: “así

como el deseo de amar está impreso en el alma hasta que encuentra su

objeto, así el deseo de las cosas colectivas existe en lo más íntimo de las

personas y lo que lo despierta es algún objeto al que pueda darle un nombre

reconocido”; en otro párrafo del mismo texto agrega: “Para ser reconocidas

por los ciudadanos, entre los signos de su sentimiento de pertenencia a una

colectividad, las cosas colectivas deben mostrarse como objetos que vienen

de lejos y van lejos, porque nadie confiaría el sentimiento de su propia

identidad –que es conciencia y seguridad de sí mismo en el tiempo- en

objetos recién inventados, sin raíces y sin garantía de futuro”.

En los primeros años de la década de los setenta en las ciudades

colombianas aún existía ese sentimiento de arraigo al lugar y al tiempo. Así

lo sintieron las empresas comerciales, que construyeron sus edificios sedes

como hitos en el paisaje urbano; desde los primeros ejemplos a fines de los

sesenta: Avianca, Coltejer, e innumerables compañías de seguros,

instituciones financieras, entre otros. Sin duda, el inicio de la década de los

setenta fue un momento en que Colombia –y los colombianos- tenían muy

claro qué señales dejarían, en sus ciudades, para las generaciones futuras,

así como las generaciones anteriores dejaron los grandes edificios

institucionales o los parques urbanos.

Conforme avanzó la década y al amparo de las financiaciones que

permitía el nuevo sistema UPAC, el sentido de ciudadanía se afianzó en la

7 Marco Romano, “Cittadini senza città”, en Le città del mondo e il futuro delle metrópoli. Electa

Editrice. Milano 1987.

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vivienda; las ciudades crecieron en el marco de las periferias “del UPAC” y

las señales que dejó esta generación son huellas individuales, atomizadas en

cientos –o miles- de pequeños edificios y “conjuntos”, donde fueron a vivir los

individuos o, en el mejor de los casos, las familias; pero la comunidad como

tal, como un todo social, queda huérfana de sus espacios, de sus

monumentos o señales colectivas en el paisaje urbano.

Nunca, como en aquel momento, el mensaje de Eternit fue tan

significativo: “Edificar obras que sean testimonio de una época”. Podríamos

agregar: testimonio de una generación, como un todo social, no como

individuos aislados. Se puede concluir esta observación con otra frase de

Marco Romano, “Jamás la sociedad dispuso de tantas posibilidades para

construir viviendas y nunca los miembros de esa sociedad tuvieron tantas

facilidades para acceder a la casa propia, pero al mismo tiempo, nunca la

sociedad tuvo menos ciudad”, si por ciudad entendemos el ámbito público

donde se encuentra la comunidad.

Pero el texto de Romano, deja ver una luz de esperanza en el futuro

de la ciudad; es la misma luz que hoy ilumina a Bogotá y a otras ciudades

colombianas: “Pero vendrán los hijos y los hijos de los hijos, los tiempos de la

ciudad no son los de los individuos sino los de las generaciones”.

En 1973 apareció el slogan que dio título a este ensayo: “Eternit le da

mucho más de lo que usted se imagina...”.. Una perspectiva casi infinita de

tubos, en una fotografía de alto contraste, refuerza el mensaje; el tema es la

tubería: costos, pesos, inmunidad, facilidad, silencio, pero el slogan sugiere

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mucho más y compite durante algún tiempo con otros (“Es versatilidad,

belleza y moda”) hasta que se afianza en 1975.

En la década de 1970 aparecieron nuevos materiales: la pizarra para

revestimientos exteriores “responde a su creatividad” señalaba el mensaje y

bajo esa sugerencia se construyeron infinidad de barrios, donde la

connotación “parisina” o “europea” de la pizarra jerarquizaba el conjunto; “El

toque final a su obra maestra: teja española Eternit” indica otra pauta de

1978 y completa el mensaje: “Color y belleza de auténtica teja de barro”.

El gusto colombiano varió, en esos años, al amparo de la calma, el

bienestar económico y la accesibilidad a la vivienda que permitía el sistema

UPAC. También en los conjuntos cerrados de vivienda –la nueva tipología que

se afianzó con el énfasis en la seguridad- se vieron las tejas moduladas, con

su suave perfil para uso en superficies casi planas o inclinadas: “Por encima

de todo”, sugería la publicidad. Hacia fines de la década apareció el

cielorraso Fibrocel, en un importante esfuerzo de la compañía por hacer

presencia también en la cara interior de las cubiertas, aquello que, años

antes, se insinuó en la pauta que mostraba las oficinas de la empresa

Dugand Hermanos de Barranquilla.

En esta década Eternit inició la producción en PVC con marca

Eterplast, se trató de un nuevo material para tuberías, que se alejó del

tradicional fibrocemento, aunque ambas tecnologías compitieron en la

publicidad. “Instale progreso y gane mucho más con Eterplast” dice la pauta

en 1972, pero al año siguiente se rescató el material tradicional: “Hay

muchas maneras de enterrar el dinero, pero sólo una es productiva: tubería

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sanitaria Eternit, la línea más completa en productos de asbesto-cemento”.

Significativamente, ambas propagandas incluyeron la figura de un niño

dibujado en trazos infantiles... no hay riesgos, ni aún para los más

pequeños...

“Eternit abre una nueva etapa en la era del plástico...”, un círculo

negro representa el perfil de un tubo; en otra pauta, un personaje

caricaturesco y otro que vuela como un superhéroe simbolizan el avance, el

progreso, el descubrimiento de otro producto: “Con Eterplast PVC de Eternit

usted se va para arriba” y así, algo que siempre fue ajeno a la publicidad de

la firma aparece con la moda de estos años: personajes y logosímbolos:

círculos con triángulos que indican conductos, tejas incombustibles sobre

llamas, plantas y perfiles de tejas.

“La pareja inseparable, teja ondulada y accesorios” y Romeo trepa al

balcón de Julieta, la caricatura aparecida en la publicidad de la edición de la

Costa de El Espectador del domingo 5 de junio de 1980, plasma junto a los

dibujos de la teja y sus accesorios esa idea de unión eterna; apenas unos

días antes, la misma edición de El Espectador lo había anticipado con otra

frase: “La manera estética de canalizar el agua”.

Los años ochenta fueron de euforia en la construcción; el Instituto de

Crédito Territorial construyó incontables urbanizaciones, tal vez más

soluciones de vivienda que las construidas en la última década. Desde

tiempo atrás Eternit desarrollaba unidades prefabricadas: escuelas, oficinas,

puestos de salud, aeropuertos, hogares infantiles, en Colombia, países

vecinos y del Caribe. Basados en los parámetros fijados por el ICT, en estos

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años se desarrolló una casa para soluciones mínimas, para ser adquirida

“sin cuota inicial”, tal como lo indicaba el slogan del gobierno y la intención de

la gerencia del ICT. Pero sobre este tema no hay pauta publicitaria: el cliente

es el Estado y la publicidad se refiere a las nuevas obras civiles: centros

comerciales y conjuntos residenciales; no es casual que estos temas

dominen la publicación Eternoticias de esos años (números 11 y 12 de 1983

y 17 y 18 de 1984).

Pero también hay terminales de transporte, centros de servicios,

vivienda de todos los estratos; el desarrollo de la construcción en esa década

constituyó una nueva puesta al día; una Colombia nueva, una Colombia

brillante, casi desaforada, que florecía en el consumo de todo tipo,

particularmente de arquitectura, en momentos en que –muchas veces- el

vapuleado “posmodernismo” que llegaba del exterior se confundía con la

ostentación y el dudoso gusto de los extravagantes y arribistas personajes de

Dinastía o de Dallas, los seriados que semanalmente mostraban que, más

allá de lo cotidiano, había otras formas de vida... en Colombia también.

“Llueva, truene o relampaguee” como sugería la pauta de Eternit en

1983 para el Sistema Residencial: la teja de barro sobrepuesta a la teja de

fibrocemento. La publicidad lo mostraba en Unicentro de Cali, la obra de

Pizano, Pradilla, Caro y Restrepo, construida por la compañía de Pedro

Gómez. El mismo sistema apareció en otra pauta de 1984: “El secreto de un

bello tejado: Encima... el encanto de la teja de barro. Debajo... la

impermeabilidad y resistencia de la teja Eternit”. Las imágenes muestran

urbanizaciones de diferente estrato: Villa del Madrigal o Belmira 4ª etapa, en

Bogotá, Rincón del Tejar en Bucaramanga, La Cascada o Ciudad Córdoba,

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en Cali, pero también el Club San Fernando y la Universidad Javeriana en

esa misma ciudad.

En 1983, Eternit estuvo presente en una gran obra pública: el Palacio

Departamental de Risaralda en Pereira, donde se utilizaron Fibrocel en los

cielorrasos, sistema modular de paneles en divisiones interiores y algunos

elementos especiales para las fachadas, “... modernos productos que

garantizan un agradable y estimulante ambiente de trabajo”.

La publicidad de Eternit nos asombró por su silencio; se podría decir

que en un mundo de estridencias, su pauta fue siempre un oasis: la imagen

precisa, la frase exacta, el mensaje limitado a su estricto contenido. Menos

es más; la forma sigue a la función; se podría hacer un sinfín de juegos con

las frases que identificaron a la arquitectura del Movimiento Moderno; pero

más allá de todas ellas, está el silencio en los mensajes de Eternit, en los

que nunca un ruido tapó la voz, tomando las palabras del filósofo francés

Lyotard8. Ese silencio fue su encanto y su facilidad de recepción. Lyotard nos

propone el silencio como el “vacío” entre el juego de los llenos, allí donde

podemos encontrar los significados del objeto presente, su sentido; acceder

a él y descubrir en las cosas que se nos presentan un referente que se

aproxima a la realidad.

En los ochenta, la publicidad de Eternit, como todo el discurso del

diseño en ese momento, intentó ir más allá de los parámetros de la

modernidad aunque sin perder la serenidad y el mensaje preciso que la

8 Lyotard, Fracois. Discurso, Figura.. G.Gili, Barcelona. 1979.

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caracterizaron. La pauta de la década comenzó con un solitario –y

elegante- personaje con gafas oscuras y periódico en mano, bajo un

cielorraso de Fibrocel: “Para usted, que tiene una nueva visión de altura...”

Pasaron casi cuarenta años desde el ingenuo aviso de El Sábado, en el que

dos señores de ruana y sombrero cubrían el tejado de una pequeña

industria; también transcurrieron casi cuarenta años en la historia de

Colombia.

“La meta es Eternit” fue el lema del Clásico RCN-Eternit 1989

plasmado en vallas y vehículos que acompañaban a los ciclistas. De esta

manera, la publicidad que ya había ido más allá de la frase escueta referida

al producto, estaba presente en el patrocinio de uno de los eventos

deportivos más importantes que se desarrollaron en el país.

A fines de la década, apareció una de las más bellas propagandas de

la firma: “Lo que tu sueñas hoy, Eternit lo realiza para siempre”. La imagen

mostraba el dibujo de una casa, elemental, infantil, realizado con una crayola,

cuya fotografía con sombra parece salir de la página; frente a la casa está la

familia, con perros, juguetes y radiograbadoras. No es una publicidad

silenciosa, por el contrario, se abre a un amplio mundo connotativo en el que

todos y cada uno de los elementos sugieren bienestar. Eternit, cuarenta años

más tarde, estaba consolidada y era reconocida en el medio, al punto de

asociar su nombre comercial con los productos, ya no necesita mostrarlos ni

enumerar sus bondades. La publicidad concluye con dos frases, una al pie

del texto: “Hogares llenos de belleza”; otra bajo el logosímbolo de Eternit: “Es

hogar para toda la vida”.

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El concepto de morada asociado al cobijo es el sentido que mueve –

y movió en toda su historia- la producción y, consecuentemente, la publicidad

de Eternit. No es casual, entonces, que en la década de 1990 la propaganda

acentúe la presencia de los productos para la vivienda. “Según parece,

podemos primero llegar a morar a través del construir. El construir tiene

como meta el morar”, señaló Heidegger9.

Las revistas especializadas Proa, Escala y Habitar (esta última de

circulación con el diario El Tiempo) dieron cuenta en esos años de los

productos de Eternit, muchos de los cuales permanecen aún hoy por su

obvia necesidad de uso, otros desaparecieron y surgieron nuevos; así, hacia

1991 el slogan “La técnica en función de la belleza” encabezó las páginas

que mostraron nuevamente el Sistema Residencial, pero el énfasis ya no

está en la funcionalidad sino en la cualidad estética. De ese mismo año es la

pauta que reunía los productos Eternit, entre ellos la teja española, con el

sello de garantía: “Si es Eternit se ve”. La sombra de la cabeza del toro en la

teja y el asombro del simulado torero indican que la garantía es sinónimo de

protección.

Entre 1990 y 1994 se enfatizó la campaña del color -iniciada a fines de

los años ochenta- en las tejas de fibrocemento en todas sus formas y

géneros: “Ponga en alto la belleza de sus diseños”, slogan dirigido a

arquitectos por medio de fotografías de casas de fin de semana y viviendas

en urbanizaciones. El concepto de la marca de garantía alcanzó también a la

teja ondulada Eternit Color: “Aprenda a reconocer su marca. Antes de

comprar fíjese muy bien: busque el Sello de Garantía Eternit en el producto”

9 Heidegger, Martín. “Bauen Wohnen Denken”. Voträge und Aufsätze II, Pfulligen , 1954.

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y un grupo de muchachas en coloridos vestidos de baño toman sol

“cubiertas de color...” las protagonistas ya no eran las tejas...

En 1996 y 1997 los slogans estuvieron referidos a la seriedad en los

procesos de producción certificada por el Instituto Colombiano de Normas

Técnicas (Icontec) “Eternit demostró que todo lo ISO bien” (se refiere a la

norma ISO 9002) y “Garantía Eternit norma Icontec 160”, dieron cuenta de la

exigencia en la fabricación y la seriedad en el respaldo técnico.

En el mundo y también en Colombia, la década de los noventa

evidenció la preocupación por el medio ambiente y la protección a la vida.

Las teorías ambientalistas que tomaron fuerza en estos años repercutieron

en los diferentes productos y en las investigaciones que los sustentaron. En

Eternit, la cuidadosa investigación, que se adelantó desde 1977, a raíz de las

dudas sobre las partículas de asbesto, confirmó su uso confiable para

determinados productos en los que el asbesto queda encapsulado en el

cemento. Por otro lado, la crisis social del país, en un contexto de violencia y

zozobra, acentuaba en los slogans la referencia reiterada a la vida.

Cincuenta años de Eternit en la década de 1990, cincuenta años de

producción, un momento para reflexionar: “Estar bien”, “Bienestar”, “Creemos

en la vida, por eso creamos bienestar”, decían los epígrafes de las pautas y

concluían: “Hoy en nuestros 50 años nos sentimos muy cerca de usted,

compartiendo el nuevo mundo, el nuevo país, el nuevo hogar. El mismo

techo”. Dentro de ese pensamiento se patrocinó el premio Luis Carlos Galán

que desde 1991, en asocio con Procomún, se dirigió a reconocer las

realizaciones de las comunidades de base en el país.

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En el Siglo XXI Eternit continúa vigente; más que la marca de un

producto comercial es –como decíamos al inicio de este escrito- una palabra

más en el habla colombiana. “Nuestro compromiso con Colombia es eterno”,

reafirmó un aviso de media página en el periódico El Tiempo en marzo de

2003 que mostró cifras sorprendentes para quienes, a diario, utilizamos el

vocablo “eternit” -así con letras minúsculas- como cualquier otro sustantivo

común del mundo que nos rodea; la pauta menciona: “Trescientos millones

de metros cuadrados de techos, cuarenta mil kilómetros de tuberías”; dos

semanas después, otra pauta en el diario El Tiempo, dejó ver un extraño reloj

que en vez de horas señala años. Al pie, el slogan dice: “Para toda la vida”,

porque la esencia del hombre es sedentaria y su objetivo es la morada.

El recorrido por estos sesenta años de la firma Eternit Colombiana, a

través de su publicidad, nos mostró una enorme gama de productos. Pero

más allá de los vaivenes del mercado o del universo de mensajes

comerciales, pudimos interpretar las grandes transformaciones de Colombia

y ver, con asombro, la respuesta que la empresa supo dar a las necesidades

y al gusto de cada momento en el país. Eso explica la aparición y

desaparición de determinados productos, incluyendo algunos –como los

elementos para fincas o el diseño particular de ciertas tejas- que se

convirtieron en imagen simbólica de una época; esa capacidad de respuesta

a las necesidades del país explica también el énfasis de la publicidad en los

elementos que acompañaron el crecimiento de las ciudades.

Pero con más asombro observamos la continua e indiscutible

presencia de las placas de fibrocemento, las tejas Eternit, sinónimo de

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cubierta, imagen interiorizada por la comunidad que las denomina

simplemente “tejas” en el habla cotidiana; porque no hay significados

colectivos más profundos que aquellos que se refieren al cobijo y es allí,

precisamente, donde la respuesta de Eternit unió en un mismo significado las

diversidades regionales, climáticas y culturales del país.