movimientos sociales

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Bosetti, Giancarlo; Bobbio, Norberto; Walzer, Michael. Izquierda punto cero. Paidós. México. 1996. Páginas 142. La Izquierda y sus dudas, Bobbio Que la izquierda duda de si misma es un hecho que hoy nadie negaría. Es más, en los últimos tiempos la única certidumbre de la izquierda es justamente este dudar de sí misma. Se multiplican las preguntas que, no obstante la frecuencia con que se repiten los Congresos para debatir estos temas, no tienen fácilmente una respuesta. Las tres preguntas son: 1) ¿qué se entiende por “izquierda”? 2) ¿existe todavía una izquierda? 3) si existe la izquierda, ¿hacia dónde va? 77 Una segunda prueba de que la izquierda está en apuros no las ofrece el desplazamiento que se ha producido en la opinión pública en el juicio de valor, positivo o negativo, sobre las dos partes en conflicto. “Derecha” e izquierda son dos términos que, además de su significado descriptivo, poseen una carga axiológica. Quien atribuye un valor positivo a uno de los dos términos, le reserva el valor negativo para el otro. Después del final de la guerra, el término axiológicamente positivo fue durante décadas izquierda; el término derecha mostraba en ese mismo tiempo una carga axiológica negativa, porque el fascismo y el nazismo se consideraban generalmente gobiernos o regímenes de derecha. Todos se hacían llamar de izquierda, aunque en realidad no lo eran. Los diestros se sentían poco menos que en una situación de castigo. Hoy las cosas han cambiado. La derecha se ha vuelto mucho más segura de sí misma, adquiriendo un desparpajo del que carecía antes. Por el contrario, izquierda se ha vuelto más tímida. En tiempos no muy lejanos declararse de derechas era un verdadero desafío. Ahora es de izquierda la que parece obligada a aceptar los nuevos desafíos de la historia. Estaba segura de caminar al lado de la razón, de aquella razón histórica que hegelianamente legitima al vencedor, pero de 78

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Bosetti, Giancarlo; Bobbio, Norberto; Walzer, Michael. Izquierda punto cero. Paidós. México. 1996. Páginas 142.

La Izquierda y sus dudas, Bobbio

Que la izquierda duda de si misma es un hecho que hoy nadie negaría. Es más, en los últimos tiempos la única certidumbre de la izquierda es justamente este dudar de sí misma. Se multiplican las preguntas que, no obstante la frecuencia con que se repiten los Congresos para debatir estos temas, no tienen fácilmente una respuesta. Las tres preguntas son: 1) ¿qué se entiende por “izquierda”? 2) ¿existe todavía una izquierda? 3) si existe la izquierda, ¿hacia dónde va?

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Una segunda prueba de que la izquierda está en apuros no las ofrece el desplazamiento que se ha producido en la opinión pública en el juicio de valor, positivo o negativo, sobre las dos partes en conflicto. “Derecha” e izquierda son dos términos que, además de su significado descriptivo, poseen una carga axiológica. Quien atribuye un valor positivo a uno de los dos términos, le reserva el valor negativo para el otro. Después del final de la guerra, el término axiológicamente positivo fue durante décadas izquierda; el término derecha mostraba en ese mismo tiempo una carga axiológica negativa, porque el fascismo y el nazismo se consideraban generalmente gobiernos o regímenes de derecha. Todos se hacían llamar de izquierda, aunque en realidad no lo eran. Los diestros se sentían poco menos que en una situación de castigo. Hoy las cosas han cambiado. La derecha se ha vuelto mucho más segura de sí misma, adquiriendo un desparpajo del que carecía antes. Por el contrario, izquierda se ha vuelto más tímida. En tiempos no muy lejanos declararse de derechas era un verdadero desafío. Ahora es de izquierda la que parece obligada a aceptar los nuevos desafíos de la historia. Estaba segura de caminar al lado de la razón, de aquella razón histórica que hegelianamente legitima al vencedor, pero de improviso se ha percatado de que en realidad se encontraba al lado del error, es decir con los vencidos.

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La izquierda siempre ha sido arreligiosa, incluso antirreligiosa, y desde luego no confesional, laica en el pleno sentido de la palabra, a saber, en el sentido de rechazar la subordinación del movimiento a una Iglesia constituida. En sus formas extremas ha sido declaradamente ateo, a menudo agresivamente atea. Y, por otra parte, ni la Iglesia Católica ni el resto de las iglesias cristianas han sido nunca, no voy a decir socialistas, pero ni siquiera favorables a los partidos socialistas. Incluso ahora que la Iglesia Católica ha cambiado su actitud tradicional de desconfianza hacia la democracia, aceptando esos documentos más recientes que esta es la mejor forma de gobierno (han tenido que preceder las experiencias de las dictaduras fascistas, nazis y comunistas), jamás ha aceptado el socialismo y no muestra signo alguno de querer aproximarse a él. La crítica del capitalismo que resuena constantemente en los documentos más recientes de la

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Iglesia no se hace nunca en nombre del socialismo. Este, en todas sus formas, queda siempre fuera del umbral de la entrada. En la doctrina de la Iglesia el socialismo no es antítesis del capitalismo, de forma que la condena de éste no equivale sin más a la aceptación de aquél. Frente al capitalismo, la Iglesia ha optado por una tercera vía que refleja la doctrina del cristianismo social, formulada en las llamadas encíclicas sociales, publicadas desde finales del siglo pasado.

En tiempos recientes se ha producido también una reconciliación con la doctrina de los derechos del hombre, rechazada decididamente en sus orígenes por los papas de entonces: Pío VI, Pío VII y Gregorio XVI. Ahora las últimas encíclicas hablan también de los derechos del hombre, aunque el orden de prioridad con los que acepta la Iglesia es diverso: para esta, el derecho a la vida es prioritario con respecto al derecho a la libertad. La Iglesia ha reconocido incluso el principio eminentemente laico de la tolerancia, entendido no en el sentido débil de aceptación resignada del error sino en su sentido fuerte de respeto de las ideas del otro, efecto ineludible del reconocimiento del otro como persona. En cambio, parece descartada toda reconciliación con las ideas socialistas.

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La razón principal del rechazo del socialismo por parte de la doctrina de la Iglesia es la defensa de la propiedad privada entendida como un derecho natural. De todos modos, el problema de las relaciones entre cristianismo en general y socialismo en todas sus posibles manifestaciones se debe discutir más a fondo. Aquí únicamente se quiere subrayar que, mientras que la izquierda retrocede, la religión avanza, al menos en lo referente a la defensa de algunos valores fundamentales, de los que la Iglesia se hace portadora contra el llamado “desierto de los valores”, del que también serían responsables los partidos socialistas. Desde el punto de vista de la ética, de desafiante el socialismo ha pasado a ser desafiado.

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Quiero señalar todavía un último problema que, por su novedad-por lo menos en los países más desarrollados, entre ellos Italia-, ha encontrado a la izquierda poco preparada. Me estoy refiriendo al problema de la inmigración. Se trata de un problema nuevo en sentido absoluto, porque históricamente el flujo migratorio se ha movido de los países superpoblados hacia los países poco poblados o incluso despoblados. Hoy sucede lo contrario. Los países hacia los cuales se dirige el flujo migratorio de los países del tercer mundo, al cual se unen masas empobrecidas de los antiguos países comunistas, se encuentran entre los más poblados del mundo. Este fenómeno origina problemas muy graves a los que deben hacer frente los gobiernos de los países de nuevo inmigración. Independientemente del debate sobre el racismo-es decir, de la mayor o menor frecuencia de actitudes racistas en los diversos países-, está el hecho de que el contacto imprevisto o repentino de individuos pertenecientes a diversas tradiciones culturales, especialmente cuando los sujetos de esta diversidad alimentan la concurrencia en el mercado de trabajo, genera inevitablemente

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conflictos étnicos que se añaden a todos los demás conflictos que padece toda sociedad. ¿Existe una solución del problema que pueda considerarse de izquierda? Las soluciones extremas son, como es bien sabido, las dos siguientes: o asimilación o reconocimiento, con la siguiente reglamentación de una sociedad multicultural. ¿Cuál de las dos soluciones puede considerarse de izquierda? ¿Es posible afirmar en algún caso que una solución sea más izquierda que otra? He leído que un pensador considerado unánimemente de izquierda (aunque su izquierdismo haya sido puesto en tela de juicio recientemente) ha hecho algunas propuestas que han molestado a los “antirracistas de profesión” (con esta expresión me refiero a quienes consideran racista a todo aquel que no acepta el principio de la ciudadanía universal). El problema está tan al rojo vivo que un filósofo ciertamente de izquierda, Maurizio Viroli, ha escrito recientemente la revista Panorama un artículo titulado “I nuovi inmigranti mttono in crisi la siniestra” (los nuevos inmigrados ponen en crisis al izquierda).

En este punto, después de haber puesto de relieve los diversos desafíos para lo que la izquierda no parece disponer de respuestas adecuadas, me plantea una pregunta más radical todavía. ¿No estaremos tal vez ante una crisis que es intrínseca a la naturaleza misma de la izquierda? Inspirándome en algunas páginas todavía inéditas de Marco Revelli, que considera como elemento esencial del izquierda la vocación utópica, me pregunto: ¿cómo se reconcilia la vocación utópica, sin la cual izquierda ya no sería izquierda-es decir, no se distinguiría de la derecha-, con la necesidad que todo movimiento político tienen un determinado momento en su historia de ejercer el poder? El proyecto utópico es por definición irrealizable. Para llevarlo a cabo, es necesario forzar, acelerándolo en una medida fuera de lo normal, el movimiento histórico. Pero, cuando se fuerza el movimiento histórico (cosa que sabía muy bien Marx), el progreso utópico se transforma en su contrario. Como ya he podido señalar en mi artículo “L´utipia capovolta” (la utopía patas arriba), escrito con motivo de la matanza de la plaza de Tiananmen, la sociedad construida con la vista puesta en el máximo bien se transforma en la sociedad del máximo mal, la utopía en desutopía. De las páginas anteriormente citadas de Revelli recojo un pensamiento de Michael Walzer en “Exodus and revolution”, que se puede recapitular así: como el Moisés de la Biblia, todo jefe revolucionario que veía a su pueblo hace una tierra prometida se ve obligado a reconocer, al final del viaje, que la meta en cuestión es inalcanzable, y cuando cree haberla alcanzado se da cuenta de que no es la tierra prometida.

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La izquierda que existe Michael Walzer

1.- Un izquierda sectaria

Tal vez es izquierda académica Este llamada a desempeñar el papel clásico de la secta, con los mecanismos típicos de la cápsula protectora: seguridad, proselitismo, conversión. Izquierda más amplia, en el supuesto de que exista, a menudo se nutre de gente que proviene de la secta, en ella adquiere una

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educación política y por lo tanto se libera, se aleja de ella del todo, aunque mantenga una fuerte identidad izquierda. A menudo educa también a secuaces radicales, una función política no secundaria.

¿Tendrán las guerras académicas alguna otra consecuencia política importante? La de ampliar el currículum de las personas, extender sus horizontes, enseñarles un estilo más crítico (¿desconstructivistas?). Tal vez. Si tenemos en cuenta la amplitud de la población estudiantil, el grupo de edad que frecuenta la Universidad, los académicos izquierda pueden afirmar que constituyen una abultada cuadrilla. Personalmente tiendo a ponerlo muy en duda. Los estudiantes de las escuelas superiores se muestran de hecho recalcitrantes a una educación política, de la misma manera que -por decirlo de algún modo-están alejados de la educación técnica o profesional. Por otra parte, la política del izquierda académica es demasiado difícil, demasiado alejada de la vida cotidiana, para poder transmitirse con facilidad. Sus publicaciones periódicas se concentran intensamente sobre su audiencia restringida, y sus espacios aparecen plenamente ocupados por una serie de polémicas internas (a menudo tan feroces que necesariamente atraen la atención, aunque sólo sea la jerga incomprensible de que se sirven los participantes). El sectarismo académico parece incapaz de ponerse al servicio de la educación de las masas. Sus reclutas estudiantiles pueden constituir sin duda una vanguardia, pero en realidad deberíamos preguntarnos: ¿cuál es su principal núcleo de fuerza?

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2. Un izquierda vieja

Este es el tipo de izquierda que nosotros conocemos mejor, ligado a la clase trabajadora industrial, a los sindicatos, a las minorías étnicas y religiosas-la coalición del new deal- o, en Europa, la socialdemocracia clásica. Es verdad que toda izquierda debe tener esos vínculos, que no se trata de fuerzas sociopolíticas en dificultad o en decadencia, y el vínculo es ahora necesariamente defensivo. La palabra “viejo” asume aquí sus significados normales. No estoy evocan una política tradicional, sino más específicamente una política en la que se escasean la efervescencia, los espíritus juveniles elevados, las nuevas ideas, la energía física. En cualquier caso, parece necesario una retirada estratégica y una nueva afiliación que se base en otras cualidades. La vieja ideología de izquierda es hoy una política “permanentemente encarte”: sobre el sistema de bienestar, sobre el sector público, sobre la contratación colectiva, sobre la posibilidad de intervención estatal. En momentos como éste salen a la luz intereses particularistas, porqué las amenazas que plantean algunos gerentes agresivos al servicio de grupos de interés y una élite política indiferente u hostil son recibidas con diversa intensidad y de manera diferente por grupos diferentes. La vieja izquierda parece más una secuencia temporal de crisis que una coalición unida; o mejor aún: más una fortaleza-asediada sin duda-que un movimiento.

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-3. Un izquierda de nuevos movimientos sociales

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De esto se ha hablado mucho, pero, en la práctica, no se ha hecho nada significativo: un izquierda que saca energías del feminismo, del ecologismo, etcétera (¿se puede mencionar algún movimiento más al lado de estos dos?). Muchos de los llamados movimientos sociales son móviles sesiones de derechas, como la campaña contra el aborto y otras por el estilo (por ejemplo, la que pretendía introducir la oración en la escuela, o la dirigida contra la pornografía) inspiradas en el fundamentalismo religioso. El feminismo y el ecologismo constituye sin duda movimientos de enorme potencial y muchos han pensado que son naturalmente afines a la izquierda. Sin embargo, no se puede afirmar que feministas y ecologistas muestren mucho interés por los grupos en situación difícil que constituyen la base social de la vieja izquierda: no están dispuestos a ponerse en marcha en defensa de las fortalezas asediadas. Tampoco parecen estar muy interesados ambos grupos el uno por el otro: cada uno de ellos tiene algún subgrupo que interrumpe las líneas trazadas por el otro.

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4.-n una izquierda comunitaria5.- Un izquierda posmoderna