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mordisquito ¡a mi no me la vas a contar! ENRIQUE S. DISCÉPOLO COLECCIÓN: EL VALOR DE LA PALABRA

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El valor de la palabra. Un clic, un libro

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ENRIQUE S. DISCÉPOLO

COLECCIÓN: EL VALOR DE LA PALABRA

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© Queda hecho el de-pósito que fija la leyN° 11.723. Prohibidasu reproducción totalo parcial sin mencio-nar la fuente.

editorEduardo Carnevale

direcciónSilvia Rolón

coordinaciónMa. Alejandra Ortiña

asistenteRomina Galluzzi

administracióny redacción

Virrey Liniers 1605Tel: 4308.5539

diseño

[email protected]

«El Valor de la Palabra»es una colección editadapor la Asociación Civil

Compromiso Ciudadano,integrante de la

Red Comunidad

Prohibida la reproduccióntotal o parcial

sin mencionar la fuente

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Prólogo. Discépolo obligó a La Parca a presenciar la victoria del pueblo.

Muchas veces, tantas que ya se me perdió la cuen-ta, se ha tratado de explicar el por qué del eterno re-torno al peronismo por parte de una mayoría de hom-bres y mujeres que, en general, ni siquiera tuvieron laoportunidad de ver vivos a Juan o a Eva Perón. ¿Porqué razón tantos argentinos vuelven su mirada haciaaquella etapa, entre 1944 y 1955, en la que, según re-zan la tradición oral peronista, la historia oficial pero-nista, la historia oficial gorila y otras interpretacionesmás o menos míticas, algo cambió, de tal modo quealgunos emergieron del anonimato social y pasaron avivir mejor y otros, que siempre habían detentado elpoder sin mayores dificultades, se vieron interpela-dos por un Estado que les exigía distribuir parte desu renta?

Obviamente, no hay una sola respuesta, no puedehaberla. Sigmund Freud escribió, poco antes de mo-rir, un apasionante libro en el que ensaya algunas teo-rías respecto de los orígenes de las religiones mono-teístas y acerca de la muerte del padre a manos de sushijos. Se llama Moisés y la religión monoteísta y, en-tre otras audaces hipótesis que el padre del psicoaná-lisis formula, una atraviesa esa obra como un haz queilumina tanto la génesis de la civilización judeocris-tiana como, sin proponérselo, por supuesto, la razónde ese movimiento pendular que lleva, una y otra vez,a la mayoría del pueblo argentino a darle una nuevaoportunidad al peronismo.

En una apretada síntesis, Freud postula que Moi-sés no era judío sino egipcio, y que le tocó en suertevivir bajo el corto reinado de Akinethon, un rey queimpuso la adoración en un solo dios, Atón, universaly estricto en sus planteos morales y de ordenamientosocial y religioso. A la muerte de Akinethon, los suce-sores del trono persiguen a los monoteístas, entre ellosa Moisés, que huye al desierto seguido por el pueblojudío, al que eligió para dirigirse a la Tierra Prometi-da, donde podrían revivir los tiempos de felicidad queel pueblo conoció bajo aquel reinado. Como se sabe,muchos murieron en el desierto antes de poder ver laTierra Prometida (Moisés entre ellos), pero muchosotros nacieron sin poder haber experimentado aquellafelicidad y, sin embargo, quisieron volver a ella, tantaera la fuerza del relato original sobre aquellos tiemposfelices.

Bueno, pues ahí está. Tan simple como lo describeFreud. Esa mayoría circunstancial, cada tanto, elige alperonismo con la ilusión de volver, tras décadas dan-do vueltas en círculo en el desierto, aquella felicidadliminar que nadie puede desmentir, ni siquiera losdetractores de quienes posibilitaron ese momento his-tórico.

Por supuesto, muchos de los críticos acérrimos quecosechó el primer peronismo llegan a reconocer queése fue un tiempo feliz, sólo que le recriminan a Perónlo caro que le costo al país (en realidad, a una parte

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del país, representada por estos críticos y esa crítica),y una presunta oportunidad perdida de subir al trende la modernidad, en sus versiones norteamericana y/o europea.

Enrique Santos Discépolo no explica el peronismocon alegorías o interpretaciones complejas. Claro, él,mientras habla del peronismo, está viviendo ese pero-nismo, es contemporáneo de esos cambios radicalesque se van produciendo bajo la batuta de Perón, untipo que empieza a caerles raro a quienes esperan deél que cumpla el rol impuesto por la oligarquía a lasFuerzas Armadas. Él escribe tangos bajo el reinado deAkinethon, no tiene que recurrir a la tradición oral nia escuelas de escribas para discurrir que entre la déca-da infame y el estatuto del peón, la opción es fácil ysimple.

Hace 55 años, en 1951, Discépolo es invitado apar-ticipar de un programa en Radio Nacional. Laemisión, que iba por cadena nacional, se llamaba Pien-so y digo lo que pienso, y la idea era que destacadasfiguras artísticas de la época pregonaran los logros delgobierno peronista. A Discépolo el guión le parecemalo, piensa que se trata de lisa y llana propagandapolítica en un año electoral. Pero, lejos de sacarle encuerpo al convite, reformula ese guión y crea un per-sonaje que es el estereotipo del gorila porteño, un re-trato verosímil del antiperonista de entonces. Mordis-quito, un fulano bravo, que se las tenía que ver con él,que también es un jodido, pero encima es peronista.

Es interesante observar lo que Discépolo pone enjuego construyendo esos diálogos con Mordisquito.

Cuánto y qué pone en la mesa de juego ese hombre

esmirriado pero atrevido, enjuto y jetón, pero con es-tilo.

Es interesante no sólo porque sirve para mensurarla densidad de la dialéctica de aquellos años 40 y 50,sino porque esa, su apuesta, permite repensar el roldel artista, del periodista, del hombre de la cultura,de los comunicadores de este presente al que la pos-modernidad parece haberles dejado el mandato delno compromiso. Total, casi todo sería lo mismo y nadaparecería definir el nuevo sujeto histórico por el cualvaldría la pena soltar la rienda de cualquier apuesta.Sirve para preguntarse si está mal tomar partido. Sir-ve, acaso, para reflexionar si es cierto que jugarse poruna propuesta política afecta la objetividad de esosactores sociales que integran la presente escena cultu-ral. Sirve, seguramente, para constatar que, en el casode Discépolo, decirlo, decirle a la gente que habíanoptado por determinado camino, no le impidió pasara la inmortalidad y le permitió, además, sincerar unarelación compleja y asimétrica, en la que una voz pue-de incidir tanto en la opinión de muchos.

Discépolo pone todo de sí para expresar su apoyoa un gobierno que él piensa que ha venido a redimirlas décadas que él padeció como artista y como hom-bre del campo popular. No le costó poco. Amigos,colegas del mundo artístico, prohombres de la intelli-gentzia porteña, críticos periodísticos, todos ellos lodenostaron hasta el insulto y la difamación. Su talen-to no sirvió de nada para evitar que la crítica porteñale asestara los mandobles políticamente correctos deaquellos días. Discépolo, dirigiéndose a Mordisquito,pero hablándole a esos indignados profetas de la cul-

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tura impuesta por tablishment, los interpelaba con esaatrevida y filosa lengua jetona: «La nuestra es una his-toria de civismo llena de desilusiones. Cualquiera fueseel color político que nos gobernó, siempre la vimosnegra. Aspiramos a gozar y al final nos gozaron. ¡To-dos! ¡Siempre! Una curiosa adoración, la que vos sen-tís por los pajarones hizo que el país retrocediese cienaños. Porque vos tenés la mística de los pajarones yprácticas su culto como una religión. Cuanto más pa-jarón él, más torpe y más crédulo vos. Te gusta oírhablar a la gente que no me entendés nada; la que tehabla claro te parece vulgar».

¿Exagerado? ¿Destemplado? ¿Sectario? El contextode época ayuda a poner las cosas en su lugar. En unpaís en el que a un presidente que ganó las eleccionescontra casi todo el arco político restante se lo denomi-na «El Tirano», donde a las mayorías que rescataronde la cárcel a Perón en octubre de 1945 se las llama«cabecita negra» (años después se perfeccionaría esecalificativo y se lo reemplazaría por el más filosófico«aluvión zoológico»), la desmesura es un recurso másde una comunicación ruda, como ruda era la confron-

tación política del momento. Al fin y al cabo, cada vezque en la Argentina confrontaron -confrontan- dosproyectos de Nación, los tonos de la comunicaciónresultaron -resultan- destemplados.

Discépolo dejó en esos estudios de Radio Nacionalalgo más que coraje cívico. Dejó buena parte de suvida.

Poco después, su salud empeoró y nunca se recu-peró del todo, hasta su muerte, un 23 de diciembre de1951. Ese hombre frágil en apariencia, pero feroz a lahora de sacar a relucir su verborragia militante, le hizoun guiño a La Parca y la obligó a esperar antes dellevárselo. Discépolo necesitaba disfrutar aquel triun-fo peronista de 1951 antes de partir de este mundo.Necesitaba constatar que su Mordisquito había cola-borado en la construcción de esa victoria así lo enten-dió Perón, quién no dudo en afirmar: «Gracias al votofemenino y a Mordisquito, ganamos las elecciones».

«Ahora sí, vamos», le debe haber dicho Discépoloa La Parca. Y partió, dejando a Mordisquito solo, muysolo.

Horacio Çaró, Marzo de 2006

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Primer cicloCapítulo 1

U n malestar, una enfermedad resultan de pron-to un balance de cariño, un inventario deternura cuya medida uno creía capaz de sos-

pechar y que, de pronto, lo sorprende desbordando,colmando la aspiración más vanidosa. A tal punto quesin la oportunidad de este micrófono me hubiera sidoimposible expresar mi conmovida gratitud a uno por unode todos los que se han interesado por mí. Lo peor de laenfermedad no es la enfermedad misma. ¡Qué esperan-za! Es tener que explicarla.

Contársela minuciosamente a uno por uno, a todoslos que tienen la cordialidad de venir a visitarte. Vienenlas tías que uno no vio desde la enfermedad pasada, yhay que contarles. Si es un resfrío o una gripe, la pre-gunta de práctica es, inevitablemente: «¿Cómo te la aga-rraste?» Yo no me la agarré. Es la gripe la que me agarróa mí. Vienen los amigos que ayer estuvieron al lado y tereprochan: «¿Pero cómo fue? Si ayer estabas lo másbien». Sí, ayer sí, pero hoy no. Hoy estoy lo más mal.¿Acaso no puede ser? ¡Comprenderán que no ha sidopor gusto! ¿Cómo me va a gustar a mí, que tengo ape-nas para defenderme dos docenas de glóbulos rojos,perder la mitad?

No. Pero me ofrecieron la posibilidad de discutir des-de este micrófono, y yo soy capaz de discutir hasta conun glóbulo solo, porque para tener razones no hace faltamás que un glóbulo en las venas, pero lleno de convic-ciones. ¡Porque a mí no me la van a contar! ¿A mí, que

tengo cincuenta años de estatura, cincuenta años de loscuales los primeros cuarenta y cinco me los he pasadoacumulando, soportando promesas que nunca se cum-plieron? ¿Pero me la quieren discutir? ¡Y bueno! Yo com-prendo que físicamente no puedo pelearme con nadieporque no soy ningún suicida, ¡pero discutir!…

¡Claro que vamos a discutir! No es que ser porteñosignifique, obligatoriamente, ser descreído o ser escépti-co. ¡No! Pero nos tuvieron tan acostumbrados, durantetanto tiempo, a prometernos la chancha, los veinte, elrango, el organito y la pata de goma sin darnos siquierala mitad de los veinte que, lógicamente, ya no creíamosmás nada, y frente a cualquier plataforma contestába-mos: «¡Bah, promesas!» ¡Pero eso de seguir negando lascosas por inercia o como postura, no! Sobre todo que loque ellos nos prometieron ayer sin dárnoslo, se cumplehoy: llega un Gobierno que toma las promesas en serio ylas realiza.

Pero, mientras se construye, vos seguís negando yamenazando con: «el año que viene me la vas a decir».¿Y qué te tengo que decir? ¿Que el año que viene vas aestar mejor?… ¿y el otro?… ¿y el que sigue? ¿Que hayconquistas que ya son de hierro y no se pueden perder,que no se van a perder? ¿Eso querés que te diga? Y bue-no: vos querés discutir. Yo también. Te espero mañana,porque yo estuve enfermo estos días. Pero eso de quevos vivías antes mejor con 120 pesos que ahora con 1.500,no, no… ¡Ésa, a mí no me la vas a contar! ¡No!

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Primer cicloCapítulo 2

R esulta que antes no te importaba nada y aho-ra te importa todo. Sobre todo lo chiquito.Pasaste de náufrago a financista sin bajarte

del bote. Vos, sí, vos, que ya estabas acostumbrado asaber que tu patria era la factoría de alguien y te encon-traste con que te hacían el regalo de una patria nueva, yentonces, en vez de dar las gracias por el sobretodo devicuña, dijiste que había una pelusa en la manga y quevos no lo querías derecho sino cruzado. ¡Pero con elsobretodo te quedaste! Entonces, ¿qué me vas a contara mí? ¿A quién le llevás la contra? Antes no te importa-ba nada y ahora te importa todo. Y protestás. ¿Y porqué protestás? ¡Ah, no hay té de Ceilán!

Eso es tremendo. Mirá qué problema. Leche hay,leche sobra; tus hijos, que alguna vez miraban la natapor turno, ahora pueden irse a la escuela con la vacapuesta.

¡Pero no hay té de Ceilán! Y, según vos, no se puedevivir sin té de Ceilán. Te pasaste la vida tomando matecocido, pero ahora me planteás un problema de Estadoporque no hay té de Ceilán. Claro, ahora la flota estuya, ahora los teléfonos son tuyos, ahora los ferroca-rriles son tuyos, ahora el gas es tuyo, pero…, ¡no hayté de Ceilán! Para entrar en un movimiento de recupe-ración como este al que estamos asistiendo, han tenidoque cambiar de sitio muchas cosas y muchas ideas;algunas, monumentales; otras, llenas de amor o de in-genio; ¡todas asombrosas!

El país empezó a caminar de otra manera, sin que lometieran en el andador o lo llevasen atado de una cuer-da; el país se estructuró durante la marcha misma; ¡elpaís remueve sus cimientos y rehace su historia!

Pero, claro, vos estás preocupado, y yo lo compren-do: porque no hay té de Ceilán. ¡Ah… ni queso!

¡No hay queso! ¡Mirá qué problema! ¿Me vas a decira mí que no es un problema? Antes no había nada denada, ni dinero, ni indemnización, ni amparo a la ve-jez, y vos no decías ni medio; vos no protestabas nun-ca, vos te conformabas con una vida de araña. Ahoraganás bien; ahora están protegidos vos y tus hijos y tuspadres. Sí; pero tenés razón: ¡no hay queso! Hay milesde escuelas nuevas, hogares de tránsito, millones y mi-llones para comprar la sonrisa de los pobres; sí, pero,claro, ¡no hay queso! Tenés el aeropuerto, pero no te-nés queso. Sería un problema para que se preocupasela vaca y no vos, pero te preocupás vos. Mirá, la tuyaes la preocupación del resentido que no puede perdo-narle la patriada a los salvadores.

Para alcanzar lo que se está alcanzando hubo queresistir y que vencer las más crueles penitencias delextranjero y los más ingratos sabotajes a este momentode lucha y de felicidad. Porque vos estás ganando unaguerra. Y la estás ganando mientras vas al cine, coméscuatro veces al día y sentís el ruido alegre y rendidorque hace el metabolismo de todos los tuyos. Porque esla primera vez que la guerra la hacen cincuenta perso-

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nas mientras dieciséis millones duermen tranquilasporque tienen trabajo y encuentran respeto. Cuandolas colas se formaban no para tomar un ómnibus o com-prar un pollo o depositar en la caja de ahorro, comoahora, sino para pedir angustiosamente un pedazo decarne en aquella vergonzante olla popular, o un empleoen una agencia de colocaciones que nunca lo daba, en-tonces vos veías pasar el desfile de los desesperados yno se te movía un pelo, no. Es ahora cuando te parás amirar el desfile de tus hermanos que se ríen, que estáncontentos… pero eso no te alegra porque, para que ellos

alcanzaran esa felicidad, ¡ha sido necesario que esca-sease el queso! No importa que tu patria haya tenidoproblemas de gigantes, y que esos problemas los hayanresuelto personas.

Vos seguís con el problema chiquito, vos seguísbuscándole la hipotenusa al teorema de la cucara-cha, ¡vos, el mismo que está preocupado porque nopuede tomar té de Ceilán! Y durante toda tu vidatomaste mate! ¿Y a quién se la querás contar? ¿A mí,que tengo esta memoria de elefante? ¡No, a mí no mela vas a contar!

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Primer cicloCapítulo 3

V os la querés seguir?. Y bueno… vamos a se-guirla, pero dejáme antes aclarar una posi-ción. Yo no discuto porque crea que tengo

toda la razón del mundo. Al contrario, discuto por-que creo que vos no tenés ninguna.

Protestás porque te parece que es elegante. Lo ha-cés como una actitud. «Son criterios», decís. Y digoyo: ¿no será falta de criterio, en vez? Hay personajesque consideran que una actitud elegante en la vida esla de estar con un codo apoyado en el mostrador. Otros,sosteniendo el marco de la puerta, en los zaguanes delas casas.

Hay también señoras que creen que la que no tienepor lo menos un complejo no es de buena posición.¡Y bueno!

A vos se te repujó en la cabeza la idea de que laposición fundamental es negar, desconocer, decir queno. Te parece que eso da mucha importancia. Que teregala la apariencia de un hombre que tiene ideas, cuan-do la verdad es que negás porque, en realidad, notenés ninguna idea. La del hombre aquel que entrabasiempre en las reuniones diciendo: «No sé de qué setrata, ¡pero me opongo lo mismo!» ¡Pero, no! ¡A mí nome la vas a contar!

Vos negás, protestás, con la misma injusticia delque arma un escándalo en su casa porque «le perdie-ron» la llave del escritorio. Resulta que después depromover la batahola, cuando ya todo está cabeza aba-

jo y en la mitad del tobogán, la llave del escritorioaparece en la botamanga de su propio pantalón. En-tonces, como ya no podría justificar todos los gritosen contra, con tal de no hacer el papelón, esconde lallave en el bolsillo y sigue protestando para manteneruna actitud.

Igualito que vos. Escondés, tu conciencia frente ala realidad de los hechos y seguís soplando contra elventilador para no reconocer que la erraste. Y lo peores que, queriendo sostener esa pirueta tuya —de re-sentido—, inventás argumentos de manteca. Sí, argu-mentos que se derriten a la luz de la evidencia máschiquita. Te molesta —¡lógico!— esa felicidad precio-sa de la gente que cree en lo que ve.

Vos seguís buscando vanamente el pelo en la sopa.Y pretendés haberlo encontrado con frasecitas defini-tivas como estas de: «Ahora uno llama a un electricis-ta y, para colocar un enchufe miserable, te cobra quin-ce pesos. ¡Yo no sé adónde vamos a parar!» A ningúnlado. ¿Por qué?

Si ahí está tu error. Es que ese enchufe miserable,como era miserable la situación de ese electricista, yano lo son. No hay nada miserable ya. Todo ha adqui-rido dignidad. Ésta es la tremenda transformación quese ha operado y que vos, con la llavecita escondida enla botamanga del pantalón, seguís negando y desco-nociendo.

Se ha dado dignidad a la gente. Todo el que trabaja

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es considerado dignamente. Y el que ya no puede tra-bajar se ha ganado una protección digna. Y es digna lacriatura que todavía no trabaja, porque algún día ocu-pará su lugar de combate en la conquista del progresocomún. Pero vos protestas porque te cobran quincepesos por colocar un enchufe. ¡Claro! ¡La conquistade la dignidad humana no cuenta para nada para vos!Para vos, lo único importante son los quince pesosdel enchufe.

Pero, decíme: vos, además de protestar, ¿trabajásen algo? ¿Sí? ¿No te das cuenta de que esa conquista

admirable de la dignidad te alcanza a vos también yque todo se ha equilibrado sobre la marcha misma?¿O no trabajás porque sos alabardero del rey y aquírey no hay? ¡Únicamente así se entendería! Porque nome vas a contar que aquí falta trabajo. Ahora… No…¡Ah!… Creía…

Pero protestás sin advertir que lo único imperdo-nable es tu protesta. Y entonces, ¿de qué protestás?Mirá, «vamo a dejarla», como decía un reo. ¿Sí? Va-mos a dejarla. Porque yo te respeto, pero a mí, ¡a mino me la vas a contar!

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Primer cicloCapítulo 4

M irá! ¡Yo puedo negar todo, vos podésnegar todo! ¡Todos podemos negar todo!Pero hay algo que no se puede negar: la

evidencia. Y vos sabés lo que es la evidencia. La evi-dencia es lo que está ahí, lo que te hace señas paraque lo veas, lo que te grita para que lo oigas.

Claro que si vos cerrás los ojos y cerrás los oídos,ni escuchás ni ves nada. ¡No ves vos, no escuchásvos!, pero la evidencia sigue firme, sigue erguida, si-gue… ¡como fierro, sigue! Mirá: yo podría abrumartetirándote encima un baúl de hechos evidentes, unamontaña de conquistas evidentes, ¡una cordillera demilagros evidentes! Pero, en vez de salirte al paso conuna evidencia de lo que está, yo te salgo al paso conuna evidencia ¡de lo que no está!

¿No me entendés? No me extraña, porque cuandovos no querés entender a vos los razonamientos terebotan en la cabeza como el jején en el tubo de lalámpara. Y yo levanto una lámpara, ¿sabés?; la levan-to para iluminar las calles de mi patria, de tu patria, ¡ymostrarte una evidencia que no está! Los mendigos…¿están? ¿Vos ves los mendigos? Sobre las calles —y aldecirte calles te digo corazones y te digo espíritus—se desató el arroyo de la dignidad recuperada, se de-sató con una bárbara alegría de potro que transpirasalud, y esa correntada se llevó a los mendigos, vos losabés; pero no se los llevó para ahogarlos, sino parabañarlos, y llegaron a la costa limpitos, peinados con

la raya al medio, cantando, no el huainito de la limos-na, sino el chamamé de la buena digestión.

No; no te encojas de hombros y contestáme; yo tehice una pregunta: ¿vos ves los mendigos? ¿Dóndeestán los mendigos? Antes el pordiosero era una reali-dad en serie, como los automóviles. Los mendigos eranuna vergonzosa institución nacional. Y fijáte que yono te hablo con medias palabras; a mí no me interesaque quieras quedar bien con un partido o con otro. Amí me interesa que tu honradez reconozca para siem-pre los beneficios de que goza hoy tu dignidad. Y tedigo todas las palabras que tengo, bolsas de palabras,barrios de palabras; el mendigo era en este país unavergonzosa institución nacional. Porque había genteque, así como unos hacen tangos, pañoletas o manda-dos, ellos hacían pobres.

¡Fabricaban pobres! Y los pobres se te aparecían enlos atrios de las iglesias, en las escaleras de los sub-tes, en la puerta de tu propia casa, famélicos y decep-cionados, con la cabeza como un paquete de pelo ydebajo del pelo la dignidad en derrota. ¿Y ahora losves? Decíme, ¿los ves? ¡Claro que no los ves! ¿Y esono te conmueve? ¿O es que los extrañás? Porque si losextrañás, ¡estás frito!

Ahora las manos se extienden, no para pedir li-mosna, sino para saber si llueve, para ordeñar la vacallena de leche o el racimo lleno de clarete reserva.Acordáte cuando volvías a tu casa, de madrugada, y

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descubrías en los umbrales, amontonados contra símismos, a los pordioseros de tu Buenos Aires. Ahorala exclusividad de los umbrales han vuelto a tenerlalos novios; ahora no hay limosneros en los umbrales,ni en los andenes, ni en los cementerios. ¿Vos vas alos cementerios? ¿No?; te pregunto porque hay genteque va al cementerio sólo una vez en la vida, y cuandova, la aprovecha y se queda; pero los que solemos irpara irnos acostumbrando de a poco y que el inquili-nato póstumo no nos agarre desentrenados, vemos loque vos no querés ver: que ni siquiera allí encontrás

mendigos. ¿Y entonces dónde podés encontrarlos sinoen un pasado cruel y desaprensivo que te empecinásen reconquistar? ¿Y para qué querés un pasado deindignidad y de miseria si tenés un presente de abun-dancia y de respeto?

¿O me vas a decir que no te diste cuenta de que sitrabajás te respetan y te hacen la vida honorable y pla-centera? Yo te hablo con evidencias y te seguiré car-gando con evidencias. ¡Sé honrado! No me digás queves mendigos, porque, si los ves, es que me la queréscontar, y a mí, ¡a mí no me la vas a contar!

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P or qué hablás si no sabés? ¿De dónde sacasteesa noticia que echás a rodar desaprensivamen-te, sin pensar en lo irresponsable que sos y en

el daño que podés hacer?Estamos viviendo el tecnicolor de los días gloriosos

y vos me lo querés cambiar por el rollo en negativo delpesimismo, el chisme, la suspicacia y la depresión. No,si yo a vos te conozco, ¡uf, si te conozco! Vos sos, mirá,vos sos el que no podés disponer de hechos y enton-ces usás los rumores, y te acercás a mí para tirarme lamanea de unas palabras en el momento más inespera-do. ¿Sabés qué palabras, por ejemplo?: «¡La que se va aarmar!»

¡Explicáte! Que tu actividad capciosa no se detengaen el umbral de las palabras, sino que atraviese el za-guán del prólogo y me tienda la mesa en el comedor delos hechos… hechos y no palabras, hechos y no rumo-res.

Dale, servíme la cena. Poné sobre mi mesa eso queestás anunciando, pinchálo con el tenedor de una evi-dencia, cortáme el entrecote con el cuchillo de otra evi-dencia, ¡y hacé que yo trague el bocado evidentemente!Porque, hasta ahora, los rumores se fabrican aquí porquienes se alimentan de sus propias milanesas. Porqueyo a vos no te entiendo. Vos me agarrás del brazo en lavereda, me anunciás que se va a venir una… se va ve-nir una… y en vez de venir una, te vas vos, y yo mequedo en la vereda tratando de no impresionarme, por-

que si yo fuera impresionable entraría en mi casa aga-chado como vos, hablando al bies como vos, y cuandolos míos vinieran a saludarme alegremente, también yolevantaría la medianera de esas palabras sibilinas queme dijiste: «Menos alegría y vayan preparándose… por-que ¡se va a venir una!»

Pero yo vengo de vuelta, ¿sabés? Yo vengo de otrasépocas llenas de palabras, superfluamente llenas depalabras; no había nada más que eso: barrios de pala-bras, tribunas de palabras, países de palabras, y poreso no creo en los rumores chiquitos y muchas vecesmiserables con que vos querés hacerle sombra a unarealidad que está iluminándonos. ¿Por qué hablas sino sabés? ¡Entristece pensarlo! Claro, a vos vino uno yte dijo que ayer mataron a treinta. ¿Dónde están los quemataron? ¿Fuiste al entierro? ¿Tomaste café en el velo-rio? No, vos no viste nada, vos no sabés nada, perocomo alguien te lo dijo, vos lo repetís, y ¿quién se lodijo a ese alguien? ¿Quién?

Ahora me explico: será el mismo que anunció, porejemplo, que Fulano y Mengano estaban presos. Y en-tonces, vos venís y me decís, siempre agachado, siem-pre haciéndote el misterioso: «¡Shhh… la cosa está bra-va! ¡Los metieron presos a Fulano y Zutano!» Y si tedigo que anoche lo vi a Fulano con una rubia y que hoyalmorcé casualmente con Mengano, vos me mirás conuna lástima tremenda y me decís que es un truco. ¿Cómoun truco? ¿A mi me la vas a contar? ¡Yo estuve con

Primer cicloCapítulo 5

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Mengano! ¿Cómo que no? ¿Entonces, quién era? ¿Bo-ris Karloff caracterizado? Pero, oíme, ¿no ves en quéépoca estás viviendo?, con kilos de realidades, tonela-das de realidades, y entonces, ¿cómo podés mostrartetan pequeño, tan chiquito, y ser un cómplice más enesta carrera de posta en la que los rumores más absur-dos, cuando no cínicos, salen de la obscuridad y quie-ren meterse en el pensamiento de los crédulos? Ya sé,decís que vienen desde el exterior contando con la co-laboración de sus personeros, de los que, desgraciada-mente, muchos son argentinos. Pero ¡no hablés tonte-

rías! ¡Averiguá primero! Despreciá al malintencionadoque te pasa un rumor como quien te entrega un billetefalso… y no ves que si es falso, ¿cómo vas a comprar laverdad? ¿O vos no sabías que la verdad está en loshechos maravillosos que hoy nos rodean, y que la men-tira está en esos rumores o calumnias que vos recogistey amplificaste? ¿A mí me vas a contar que no sabés queson calumnias? ¿Que creés en los rumores? ¿Que pen-sás firmemente que… «se va a venir una»? ¡Fenómenola que se va a venir! ¡Vamos, criatura, que somos pocosy nos conocemos mucho! ¡A mí no me la vas a contar!

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Primer cicloCapítulo 6

A h, sí!… ¡Desde chico me gustó la empana-da! Hay otras comidas excesivamente mu-nicipales. Comidas. Nada más que comi-

das. El arroz, por ejemplo, el que siempre es arroz,que nunca nos depara una sorpresa o tiene una inicia-tiva. Más allá del arroz no existe ni la suposición ni elmisterio. A lo sumo, a veces, se maquilla con la anili-na del azafrán, pero vos escarbás un poquito y a unamilésima del azafrán ¡sigue el arroz!

¿Verdad que es cierto? Vos cortás la carne y dentrode la carne hay carne. Y esto es triste. Esto no puedesatisfacer a un espíritu como el mío, que se emocionacuando le encuentra la pasa de uva al buñuelo. ¡Y laempanada es eso! ¡Es otra cosa! La empanada es unaespecie de baúl nutritivo que depositamos en el plato,suponiendo.

¡A mí me gusta suponer! ¡Y frente a la empanadame inquieto! ¿Qué habrá adentro? Cuando rompamoscon los dientes esa bisagra prolijamente frita y las ta-pas se abran, como una ostra madre que se da cortemostrándole el berberecho al caracol de al lado, en esemomento importante y misterioso, ¿qué encontraréadentro? ¿La aceituna?, ¿el huevo duro?, ¿por qué noel anillo de compromiso de la cocinera? ¿Viste comohay que suponer?

¡Ja!… ¡Ja!… Porque el arroz no es nada más que elarroz, y dentro de la carne sólo hay carne, pero másallá de la empanada está la sorpresa y la investiga-

ción. Por eso, cuando yo era criatura, la comía comosi me comiera una aventura de entrecasa, pero des-pués, la criatura que había en mí no pudo defendersede las hormonas y se volvió hombre, y cada vez que elhombre se llevaba una empanada al centro del apetito,más allá de la empanada, ¿sabés qué veía? ¡Eso veía!¡El comité! ¡No podía evitarlo!

Vos me mostrás una lata de cera para el piso, y másallá de la cera yo veo el incendio.

Me acuerdo que en una película francesa había unpintor al que le mostraban un nadador y él ya veía unahogado. ¡Lo mismo! A mí me mostraban una empa-nada ¡y veía el comité! Entonces ya no podía metérme-le dentro a la empanada, ya no podía viajar sobre elpicadillo y hablar de hombre a hombre con la pasaconfidente.

Esa empanada era el símbolo del comité. Era el es-cudo de armas de los malevos que alquilaban la puña-lada y le llamaban dotor al caudillo de la chalina alhombro. En ese escudo la empanada tenía un cua-drante junto a la taba, la botella de vino y la libreta deenrolamiento que votaba sola. ¿Me lo vas a decir a mí?Yo no tendré ni talento ni vitaminas pero memoriatengo. Yo me acuerdo.

Yo ya no era el chiquilín que transpira fútbol, nisiquiera el adolescente patético que hace un juego deespejos para comprobar si le está creciendo la nariz.Yo ya era un hombre entristecido por los otros hom-

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bres. Yo era un desencantado de la empanada. Porquemi dolor le estaba haciendo una radiografía, y en laplaca no sólo encontraba el carozo de la aceituna sinotambién la cerradura rota de la urna y la bala que via-jaba desde el servilismo hasta la opinión. ¿Vos no teacordás? ¡Yo sí me acuerdo! Años, ¿sabés?, años es-peré teniendo hambre. Años en que hice alpinismoen el arroz, esperando que alguna vez la radiografíaencontrase lo que ahora acabo de encontrar. Porque yohe vuelto a comer empanadas. Las pongo en el plato,las pongo después de haberlas descolgado de aquelescudo de armas que se vino abajo con la pared, conel techo y con el comité entero, mientras la murga delos malevos que decían dotor se alejó con un redoblede botellas rotas o derramadas. Ahora esta empanadaes mía ¡y tuya! Mirála, fijáte. Ahora vos y yo podemos

abrirla sin angustia porque tal vez encontremos aden-tro una caja de fósforos —un descuido lo tiene cual-quiera—, pero no encontraremos más el voto vendidoo exigido, ni aparecerá detrás de la yema la letra ce, laolvidada letra ce de la palabra doctor.

¡Qué enorme alegría!, ¿verdad? Oíme: la vida escomplicada, muy complicada, y puede que en una deesas complicaciones yo me aparezca como huéspedsentado a tu mesa. Y era eso lo que quería decirte: queya no te inquietes, que ya sabés con qué podés convi-darme: empanadas, ¡estrictamente empanadas! Hoy yapuedo comerlas; sin angustias, sin malos presenti-mientos. Con la tranquilidad del que vota por quiense le antoja. ¿Querés una dicha más grande? ¿O tegustaba más las otras? No. ¡Qué va!… ¡A mí no me lavas a contar!

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Primer cicloCapítulo 7

P or qué no pensás un poco, vos también? Yono te pido que inventés una escuela filosóficao que leas a Einstein y te vayas a dormir con el

teorema puesto. Yo te pido que abandones tu posiciónde terco y pienses… pienses en lo que estaba pasandoy en lo que pasa ahora. Tenías una patria como unarosa, pero esa rosa no perfumaba tu vida sino que seestaba deshojando en el ojal de los otros. Ahora la so-lapa de tus enemigos está vacía y la rosa es tuya, ¡perovos seguís como enquistado en una terquedad sin be-lleza y sin sentido!

Aquello que antes te robaban y te negaban ahora estuyo, ¡todo! Hacéte una recorrida: desde el quebrachode Charata —que está casi en el trópico— hasta las ba-llenas de Ushuaia, ¡y todo es tuyo! Zonzo. ¿No ves quetodo es tuyo, que todo es tuyo y, además, es gordo?Porque aquí todo es gordo. La tierra, la dimensión, lostres climas, las frutas así de grandes, los cereales así dealtos, ¡todo es gordo! Menos yo, todo es gordo. Tenésuna provincia, y es tan grande como España entera.Tenés otra provincia y es más grande que Italia entera.

La nuestra, la tuya, es una geografía lujosa, una geo-grafía abundante. Y las tuyas y las mías y las nuestrasno son extensiones secas y estériles, sino tierras demilagro, tierras a las que les das una semilla y te de-vuelven un monte. ¡Tierras donde dejás caer un puchoy a la tarde ya hay un árbol de boquillas! Tierras quetranspiran jugo, tierras a las que vos te agachás y oís

crecer el pasto. Claro que antes crecía y lo escuchabannada más que los de afuera. Pero ahora el trigo, el maízo la ipecacuana cantan la ópera para vos. ¡Esto quieroque comprendas! Para esto quiero que pienses. Paraesto necesito que quiebres la cáscara de tu terquedad.¡Pensá en una patria subdividida y administrada portenedores de libros que subían el cuatro y bajaban elnueve en todos los idiomas, menos en el tuyo; pensáen esa misma patria ahora contabilizada con númeroscriollos!

Mirá, una vez, hace veinte y tantos años, hice unviaje a la Patagonia, que queda en el sur. Te hago laaclaración por las dudas, porque durante mucho tiem-po los argentinos no supieron dónde quedaba la Pata-gonia —¡los extranjeros lo sabían perfectamente, perolos argentinos no!—. Al sur, ¿sabés? íbamos navegan-do y el barco se aproximaba a la costa cuando vi unafranja obscura sobre ella, que yo creía un acantilado.Pero no. El capitán me aclaró:

«No, Discépolo. ¿Cómo acantilado? Lo que usted vees la lana que apilan antes de seleccionarla para el em-barque». «¿Todo eso es lana?» «¡Todo!» ¡Y era cierto, sí!

Era lana. Todo lana. Y detrás de esa nube —¡de esanube… gorda!— estaban los carneros, apurados en ha-cerse crecer la lana para la próxima esquila, y las ove-jas, también preocupadas por no quedarse atrás frentea los carneros y a los consorcios que las vigilaban. ¡Lana!

¡Meta lana! ¿Y para qué la daban sino para que se la

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llevasen a donde había resuelto llevarla gente que noera tuya y que te hacía dormir a vos, el dueño de tulana, en un colchón de estopa o en la tierra? ¡Claro, yono te echo la culpa a vos! Eramos una factoría, y aquelsobretodo afeitado de las ovejas y de los carneros servi-ciales se perdía estúpidamente en una exportación pi-rata. ¡No, no; yo no te echo la culpa a vos!

La única culpa tuya era no pensar entonces; ¡es nopensar ahora! ¡Pensá, entonces! Pensá en aquella frutafabulosa de Río Negro que viajaba al extranjero y latraían de regreso a un precio de lujo envuelta en unpapelito de seda. ¡Lindo el papelito! Celeste el papeli-to, verde el papelito. ¡Caro te costó el papelito! Y no la

querés entender. Pensó en todo eso, sentí el despertarde esta patria maravillosa, y en vez de ser lo que sos:un terco, sé lo que tenés la obligación de ser: ¡un agra-decido! Contemplá el desfile de los pomelos que van atu casa para darte la vitamina C, miró los novillos quehacen cola para entrar gloriosamente en el centro de tuapetito. Asimilá la estupenda, la incomparable, la res-catada riqueza de tu patria y después no me digas queseguís teniendo motivos o pretextos para ser terco. Y silo seguís siendo, lo serás de labios para afuera.

Lo serás porque querés mantener obstinadamentetu actitud inútil. ¿Pero adentro? Adentro, ¡yo sé queestás conmigo! ¡Bah!… ¡A mí no me la vas a contar!

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Primer cicloCapítulo 8

del exterior. ¿Te acordás ahora? ¡Directivas que ve-nían de afuera, hasta con las ostras! ¡Mandatos que ve-nían de afuera, aunque vos y yo viviéramos adentro!Eran las órdenes humillantes que soportábamos sin abrirla ostra y sin ponernos en el alfiler de corbata la perlade nuestro legítimo destino. ¡Las órdenes que nos tira-ban de boca en la miseria! ¿Qué te pasa? ¿Te asusta lapalabra? ¿Te parece exagerada la palabra? ¡Miseria, sí!¿O no te acordás que en este país tuyo, el más rico porsí mismo y el mejor dotado para un millón de aventu-ras comerciales, siempre había habido miseria? ¡Desdela miseria orgullosa de la pobre clase media, que parano ahogarse de vergüenza gastaba en hacerse plancharel cuello los centavos que le hubiesen pagado el cafécon leche, hasta la miseria del peón en las estancias odel obrero en las fábricas! Claro, vos no sabías esto.

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sido estupenda y entonces iban a bajar los precios. Estopasaba antes, pero ahora… ¡Ahora te dieron la llave dela ostra! ¿Y entonces qué hacés que no la abrís? ¡No, notenés que golpear como en una puerta ajena para que elberberecho se asome y te diga si podés pasar! ¡Entrá,zonzo! Ahora no nos van a sacar nada si no nos con-viene o no queremos. ¡Ahora tenemos la llave de laostra! ¿Por qué no la abrís? ¿O vas a hacerme creer quepreferís volver veinticuatro años atrás y recorrer con lacabeza gacha y a patacón por cuadra el banco que termi-naba en Magallanes y había empezado en Santa Cruz?¡Vamos! ¿A mí me la vas a contar? ¡No, a mí no me lavas a contar!

Vos nunca anduviste por las chacras o por los barrios.¿Verdad que no?… ¿Y dónde andabas? ¿Por el corso?¿O en el Colón? ¿O estabas bailando en la Lago di Como?¡Claro! Por eso no te enteraste. Por eso no sabías que enel norte andino las criaturas —ángeles como tu hijo ocomo tu hermanito— crecían raquíticas y morían ham-brientas, sin haber probado en su vida —mirá lo que tedigo—, en su vida, ¡ni carne, ni pan, ni leche! Y estopasaba aquí, en tu país.

Te asombra, ¿verdad? Miseria del hombre allá lejosmientras en las islas del Tigre los consorcios tiraban lafruta al agua, convertían al arroyo en una correntada deduraznos. Porque la cosecha, desgraciadamente, había

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Primer cicloCapítulo 9

H oy tendría que empezar diciéndote: Acu-so recibo de tu muy desatenta fechada el10 del corriente. Sí, ayer recibí una carta

tuya. Me di cuenta de que era tuya porque empezabainsultando. Y —detalle curioso, fijáte vos— el queinsulta nunca tiene razón. Por eso insulta.

Como el que grita. O el que pega. Me di cuenta deque era tuya, además, por que no traía firma alguna.Una carta anónima. Quien no tiene razón casi nuncafirma. Y claro, ¿cómo se va a hacer responsable deuna carta sin ninguna responsabilidad? Ni responsa-bilidad, ni razón, ni valentía. Esa mínima, esa elementalvalentía que se necesita para afrontar una posición opara reconocer un error. Cicerón te hubiese perdona-do. El error se perdona.

Es humano. Pero es de torpes, dice, permanecer enel error. Y vos estás encima del error más tremendo,sentado en él y adherido con su pegalotodo. Y tiráspiedras contra las vidrieras. Gritos contra los que pa-san y cartas anónimas contra los que, como yo, sólosaben ofenderte con la verdad y los hechos. Tirás y —lógico— escondés la mano. Todos los ingredientes delresentimiento se mezclan en el magro pucherete de tucarta: la envidia, el rencor, la sinrazón, la injuria. In-gredientes que resumen una sola resultante: tu rabia.Una rabia de pichicho que no puede morder su pro-pia cola y entonces ladra de este modo: «Claro, voshablás bien porque estás acomodado». Para vos todos

los que comprenden que el país transita un destinode bienestar y de justicia están acomodados. ¿Y sabésuna cosa? ¡Sí! Tenés razón. Francamente, mirá, esta-mos todos acomodados.

Desde los pibes, para quienes se viene construyen-do una escuela por día, para quienes se han organiza-do campeonatos deportivos y ahora no tienen que es-cabullirle el cuerpo al varita1 porque hasta en las can-chas de fútbol tienen su lugar de privilegio. Y tam-bién están acomodados los muchachos, aquellos queantes vendían diarios, que tienen ahora cientos de es-cuelas de enseñanza tecnicoprofesional y enseñanzauniversitaria gratuita. Y también se acomodaron losobreros, los laburantes de nuestra sufrida carga y laclase baja de tu irreflexiva soberbia, que aumentaronal triple sus jornales y lograron la dignificación deltrabajo. ¿Te vas dando cuenta de que todos estamosacomodados? ¿Y qué me decís de los miles de vivien-das que se han inaugurado en todo el país? ¿De losinstitutos de asistencia social, de los policlínicos y detodo lo realizado en favor de la población? Es brutal elacomodo. Se acomodó la salud y el bienestar general.¿Has visto? Estamos todos acomodados. Todo el país.Todos menos vos están acomodados. Pero a mí, a míno me vas a contar que no entraste en el beneficio deesta generala servida. ¡No, a mí no me la vas a contar!

1Varita: el vigilante. (N. del E.)

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Primer cicloCapítulo 10

H ay palabras que nos gustan y nos entrega-mos a ellas, inexplicablemente. A mí, porejemplo, ¿sabés qué palabra me gusta?

Enfiteusis. Yo no sé qué quiere decir enfiteusis -pro-bablemente no lo sabré nunca-, pero la palabra meenvuelve y me convence. A vos te gusta otra palabra.La palabra opositor. Sos opositor porque te enamorael título de opositor, porque te gusta que te llamen¡opositor! Es la palabra. Para mí, enfiteusis. Para vos,opositor. Es una extraña especie de coquetería mentalque te impulsa a cultivar un vocablo predilecto y quete impulsa a pensar contra el pensamiento de los de-más.

Yo te entendería si, para justificar ese término alque te entregás, me persuadieses con argumentos pre-ciosos y razonables. Entonces le encontraría un signi-ficado a eso que vos llamás ¡oposición! Porque vossos opositor, ¿pero opositor a qué? ¿Opositor por qué?La inmensa mayoría vive feliz y despreocupada y voste quejás. La inmensa mayoría disfruta de una precio-sa alegría ¡y vos estás triste! Nadie te quita ese melan-cólico derecho de estar triste.

Vos sos dueño de administrar tu júbilo o tu pesi-mismo. ¡Pero no es justo que estés disgustado por laalegría de los demás, que te opongas al optimismo delos otros! Tu actitud de opositor víctima de una pala-bra seductora es una especie de complejo del resenti-do. Porque existe en tu resentimiento una cuota enor-

me de rencor que te ves obligado a gastar con los de-más o contra los demás.

Entonces te subís por una palabra, y esa palabra esun palo enjabonado del que caés sin haber alcanzadola punta. Yo no digo que un gobierno lo haga todobien.

No es humano. Pero que no haga nada bien tampo-co es humano. Vos barajás un mazo de argumentos ysacás una carta para jugarla; por ejemplo: la carestíade la vida.

Llamás carestía de la vida al hecho de que valgaquinientos pesos un traje que antes valía doscientos.¿Pero te era fácil reunir esos doscientos? Vos decísque la vida está imposible porque el peceto ya no tecuesta un peso cincuenta; imposible, porque los dia-rios y los boletos del subte antes eran de diez y ahorason de veinte. ¡Mirá qué lástima! ¿Y cómo le llamás alhecho de que el empleado de comercio que hacía equi-librios con 50, 80 ó 100 pesos por mes gane 5, 8 ó 10veces más?

¿Cómo le llamás al milagro del actor de teatro queha saltado desde una retribución de 3 pesos por fun-ción -¡tres!- al regocijo actual de un sueldo mínimo de850 pesos?

¿Cómo se llama el hecho de que un albañil, unperiodista, una empaquetadora de tienda, un conduc-tor de taxi, una dactilógrafa o un oficial frentista, queantes luchaban con las matemáticas para distribuir un

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sueldo sin ángulos, ahora lleguen a fin de mes no es-tirando angustiosamente el elástico del último pesosino con un remanente de comodidad? ¿Cómo decís?¿Qué todo es otra cosa? Sí, bueno, será otra cosa, ¡peroponéle nombre al menos!

¿Vos bautizás tus razones y no querés ponerle nom-bre a las mías? ¿Bautizás a todos tus hijos y querésque los míos sean naturales? ¡No, a mí no me la con-tás! Caéte del palo jabonado, abandoná la palabra quete cautiva y dejá que yo bautice mis razones con otrapalabra que también me enamora: justicia. O si no,ponéle equilibrio social, evolución, conquista. ¡Mirá,ponéle hache, pero no lo niegues! Te duele no tenerrazón y jugás en contra de los hechos. Se puede hacergol pateando una pelota, pero vos pateás un adoquín

y te vas a romper el pie. Entonces, ¿por qué no pensásantes de patear? Te propongo una cosa: Vamos a dejarde amar las palabras y empecemos a amar los hechos.¿Sí? ¿Vamos? Ya está. Porque, mirá, a vos y a mí nospasa lo mismo: nos gusta una palabra, y así como yonunca sabré qué quiere decir enfiteusis, vos nuncasabrás exactamente qué quiere decir oposición. No,porque vos no lo sabés. Si lo supieses me lo habríashecho entender.

Porque yo no soy un burro, y, te juro, te he escu-chado con toda mi buena fe y no te entiendo. Y si yono te entiendo, ¿cómo me vas a hacer creer vos que teentendés a vos mismo? ¡Y no, viejito! He oído tantasde éstas en cincuenta años que ¡a mí no me la vas acontar!

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Primer cicloCapítulo 11

S í, bueno. Sí, pero es que vos no vas por losbarrios, ¿verdad? ¡No! En cambio, yo sí quevoy. Claro que voy.

Sólo que estos que recorro ahora no son aquellosde antes. No, no creas que voy a hablarte en nombrede la nostalgia y que voy a evocar melancólicamente lazanja cargada de ramas impermeables, ni el potreroadonde íbamos a comer el huevito de gallo o el farolque apuntalaba las espaldas dramáticas del guapo. No,no; lo mío tiene otro sentido. ¿Sabés lo que es lo mío?Un viaje a través de la geografía arrabalera, un viajeque no pretende encontrar algo, sino al contrario: pre-tende… no encontrarlo. Y lo consigue. Claro, vos nome entendés.

Por eso te lo digo ahora con las palabras más senci-llas y razonables. Yo me meto en el barrio, corazónadentro, y, después de recorrerlo, te pregunto: ¿estáel conventillo? ¡Y no, no está, claro que no está! ¿Meentendés ahora? Yo no quería encontrar más el con-ventillo, y no lo encuentro. Toda aquella miseria orga-nizada fue barrida por otra organización. ¡La del amor!¡¿Cómo?!, ¡¿qué a vos te gustaba más aquello?! No;puede ser que te gustase como elemento pintoresco,pero no como medio de tu propia vida. El suburbiode antes era lindo para leerlo, pero no para vivirlo.Porque a mí no me vas a contar que preferías el charcoa la vereda prolija y que te resultaba más entretenidoel barro que el portland.

No, a mí no me la vas a contar. Todos preferimos lacomodidad, y acaso, en el momento de la letra de tan-go, hablemos literariamente del catre; pero llega el mo-mento del descanso y cerramos el catre y dormimosen la cama, ¡no me digas que no! Y ahora mirá quécama te tendieron para que duermas. Y más allá de tucama y de tu sueño, no diré que está ni el rascacieloni la mansión —¿qué falta que hace?—, pero está lacasa tuya y no de todos. Es más linda o menos linda,pero ¡conventillo no es! Durante años y años los in-quilinos del suburbio vivieron aquella comunidadabsurda. La humillante comunidad del conventillo.Una oxidada sinfonía de latas.

Toda una intimidad doméstica al aire, un verdade-ro festival para la profilaxis, ¡un mundo donde el ta-cho era un trofeo y la rata un animal doméstico! ¿Vosno te acordás? Yo sí me acuerdo. Ya te dije que notendré estatura ni peso, pero memoria tengo. ¡Kilos dememoria, tengo!

La pongo en el platillo, y la balanza viaja de golpehacia la antigua miseria ahora suprimida. Porque lanueva conciencia argentina pensó una cosa. ¿Sabésque cosa? Pensó que los humildes también tenían de-recho a vivir en una casa limpia y tranquila, no en lapromiscuidad de un conventillo que transpiraba in-dignidad. ¡Fijáte qué pensamiento inesperado, miráqué cosas se le fueron a ocurrir a esta nueva concien-cia! Te habrá costado entenderlas, ¿no es cierto? Cla-

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ro, vos sólo conocías tu casa confortable y tenías acer-ca del barrio una idea general y poética.

Vos nunca te habías metido en el laberinto del in-quilinato, en la prosa infamante de aquellas cuevas conla fila de los piletones, el corso de las cucarachas viaje-ras y las gentes apiladas no como personas sino comocosas. Vos sólo conocías al barrio de los tangos, cuan-do los tocaba una orquesta vestida de smoking. Por esono puede conmoverte como a mí este desfile de las ca-

sitas dignas, que hacen flamear la banderola roja de untecho, el trapo verde y fragante de los jardines biencuidados. Yo te digo: ¡Se terminaron los conventillos!Y esto, que es una noticia preciosa y tremenda, te res-bala encima sin sorprenderte ni emocionarte. Claro, nolo sabías. ¡Nunca se te ocurrió pensar en los otros! Peroahora yo te lo cuento, ¿y me vas a decir que en el fondode tu nobleza no estás aprobando lo que te cuento?¿No? ¡¡Sí!! ¡A mí no me la vas a contar!

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Primer cicloCapítulo 12

Y o sé que a vos te gusta viajar. Bueno, a todosnos gusta viajar, porque para eso somos hom-bres, no árboles. Pero hay maneras de em-

prender un viaje, y mientras unos queremos viajar parasatisfacer lo que una tía mía, muy romántica ella, llama-ba «hambre de horizontes», otros se marchan como unrecurso para conocer ventajas que aquí no tienen y queles darán en otro lado del mundo. Y yo, honradamen-te, pienso que debes ir, que debes salir.

Cuando volvía de mi último viaje yo dije por radioque a la Argentina lo que le hacía falta era salir en gira.Sí. Al país, en gira…, todo entero. ¿Y sabés por quéformulo esta invitación o esta sugerencia? Porque yoquiero que vayas y que compares. Cumplí tus tremen-dos anhelos transoceánicos, envolvéte en un plan deturismo, abandoná los bagres monótonos del Río de laPlata y hacé sociales con la trucha vanidosa del Missis-sippi. ¡Dale!

¡Caminá! ¡Viajá! ¡Visitá! ¡Compará! Cumplí con tuvanidosa necesidad de hacerme saber que estás, no enMina Clavero, sino en cualquier parte fuera de aquí ymandáme la postal que registre una huella de tu paso.Mandámela, que yo te espero. Aquí te espero. Tranqui-lo te espero.

Porque cuando llegués, remolcando recuerdos y va-lijas, me verás aparecer en el metro cuadrado del an-dén, la escalerita o la pasarela, con una pregunta queno lleva ninguna mala intención: «¿Y? ¿Cómo te fue?»

Entonces vos tratarás de llevarme a un rincón neutral ygolpearme a mansalva con las ciudades, los monumen-tos o las circunstancias que te salieron al paso, y mehablarás:

«¡Ah, la torre Eiffel! ¡Si vos vieras!… ¡Ah, el Castillodel Morro!… ¡Ah, los doscientos pisos del Waldorf-Astoria!… ¡Ah, las ruinas de Pompeya, si vos vieras!…¡Oh el color del Támesis cuando atardece!» Sí, sí, cómono, me gusta, fenómeno; pero no te pregunto ni por latorre ni por el Morro; te pregunto por vos. ¿Cómo tefue a vos? ¿Bien? ¿Bien en todo? ¡No, a mí no me la vasa contar!

Porque este viaje tuyo yo lo hice antes, y lo hanhecho otros, y todos hemos venido empujando el bar-co, persuadiendo al capitán para que hiciera una puntade nudos, necesitando respirar el buen aire de unaquerencia sin comparación. No por el afecto, porquecasi siempre encontrarás más afecto afuera que adentrode tu país, pero vivir… ¡Vamos!, bajá de tu plataformapresuntuosa, franqueáte a la sombra de un árbol y con-táme, sinceramente, qué privaciones pasaste y qué ham-bre y qué nostalgia sufriste. Ya sé, ya sé; a vos no teiban a agarrar desprevenido, ¡vos llevás divisas! ¡Unkilo de divisas!

Vení, sentáte a la mesa tremenda de esta tierra abun-dante, y cuando terminés de ponerte al día con tu me-tabolismo, contáme qué compraste con las divisas. Unboleto para Marsella, te creo; un ticket para subir a la

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estatua de la Libertad, te creo; pero no me digás quecompraste un almuerzo, porque eso… ¡eso a mí no melo vas a contar! Entendéme: yo no vivo pensando en lacomida. ¿Vos me viste? Sabés cómo yo… Y bueno, ¿paraqué te voy a explicar? ¡Con verme!… Pero pienso en lacomida de los otros, en el bienestar de los otros, en lasprivaciones que no sufrimos acá. ¡Sé honrado! Aun-que las divisas nos falten.

Ya sé que en tu viaje habrás conocido un museotremendo, un río con otra clase de mojarritas, una mon-taña así de alta, ciudades impresionantes y costumbressorprendentes, pero una vida más fácil y mejor alimen-

tada, ésa no la conociste. Y como todo el drama delmundo empieza en el hambre, supongamos que toda lafelicidad del mundo empieza en la abundancia. ¡En-tendéme, no es toda la felicidad, pero allí empieza!

Por eso te pedí alegremente que salieras a viajar.¡Hacéme el gusto! ¡Viajá! ¡Contáme cómo vivimos acá ycómo viste que vivían los demás! ¿Que decís? ¿Queteniendo divisas uno puede comer en cualquier parte?(ríe).

Y bueno, ¡viajá! Sé bueno, viajá. Yo te espero enesta patria tuya que tantas veces despreciás, así, cuan-do vuelvas, me la contás.

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Primer cicloCapítulo 13

S í, son muchas las cartas que recibo. Y tanto omás que las otras me interesan las que me re-prochan algo. Por eso me interesó la tuya,

Mordisquito —así firmabas, ¿verdad?… ¡Mordisqui-to!…— Y voy a contestarte porque veo que te has he-cho un lío. Un lío grande. Te quejás, y tu queja es comosi vinieras a decirme que instalaste en la calle Corrien-tes una fábrica de trampas para cazar osos y que estásfurioso porque no vendés ninguna. Tipo chaleco seríael de tu aspiración. ¿Quién te iba a comprar una trampapara cazar osos aquí en Buenos Aires? Tu pretensiónestaría consignada dentro de ese capítulo que en medi-cina legal se llama el piante, ¿verdad, Mordisquito? Escomo si quisieras darte la mano en el espejo.

—Los médicos se ponen serios cuando ven que unointenta eso delante de ellos. ¡Al rato empieza la du-

cha fría!—. Y lo tuyo es igual. Querés discutir. Y, bue-no, Mordisquito, discutamos. Pero no con ese corajeque tenés para el macaneo libre, sino con un atisbo derazón.

¿Entendés, Mordisquito? Vos insistís en negar todolo que significa conquista, progreso, realidad social. Perono con argumentos que caen por su propio peso, comolas cornisas, sino con la misma deliciosa ingenuidaddel que quiere tirar abajo un ombú con una hojita deafeitar.

No alcanza. No la podés contar tan fácil. Los hechosson demasiado grandotes, las realidades demasiado

sólidas para que puedas socavarlas con frasecitas. Fra-secitas hechas tan sólo con palabras. Espuma que pare-ce abultar mucho pero que se deshace soplando.

Te oigo decir, por ejemplo: «¡Eh, ya no se puedecomprar nada. Todo aumenta. Todo sube! ¡No sé adón-de iremos a parar!» Y tu frase tiene la apariencia de unasentencia. De un destino negro, negro como un cafénegro, como un túnel sin salida y con un negro aden-tro. Pero hacéme un favor, ¿querés? Agarrá un lápiz yun papel. Te quiero hablar con cifras para no hacerlalarga. Tenés razón. Sí, el costo de la vida aumentó un113% con relación a 1946. Pero, ¿sabés en cuánto au-mentaron los salarios obreros? En un 172,8%. Y bue-no, hacé la cuenta. Bajá el uno y lleváte el cero algunavez. ¿Sabés en cuánto aumentó el poder adquisitivo delos salarios desde 1946? En más del 29%; aquí adelan-te mío tengo el dato.

Yo ya sé que nadie compra trampas para osos, peroes porque no se necesitan, no porque aumentaron.¿Cómo me vas a contar que «ya no se puede comprarnada» si el índice de ventas minoristas era de 200 conrespecto a 1943 y el año pasado llegó a 830? Compren-do que los números son aburridos, pero no me vas anegar su elocuencia. Yo no me quiero hacer el erudito,ni me voy a enojar si no consigo convencerte de tuerror. Pero dejáme, al menos, este derecho de justificarmi alegría, Mordisquito.

Una alegría que crece comprobando los hechos, cer-

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tificando un equilibrio de cosas, confirmando una feque tiene raíces en los hechos. ¿Cómo vas a enredarmeen ese pesimismo que te hace decir sin fundamentoalguno: «Las cosas van cada vez peor», si el panoramade la realidad me testimonia todo lo contrario? Siempretuvimos que presenciar el espectáculo injusto de unaminoría que progresaba a expensas del estancamiento oel hundimiento de los demás. Hoy la fiesta es de todos.Es el renacer de un país entero que ve crecer a un tiem-po trigo y chimeneas, cosechas y fábricas. Mientras voste empeñás en vender trampas para osos nuestro co-mercio internacional arrojó el año pasado un saldo

positivo superior a 700 millones de pesos. Mientrasvos te quejás, Mordisquito, la iniciativa privada, con laayuda financiera del Gobierno, creó 30.000 empresasnuevas. En sólo un año —mientras otros le dan manijaa la lengua— se han solicitado casi 19.000 marcas defábrica. Nuestro incremento industrial con respecto a1937 es del 73%. El más alto registrado en el mundo.¿Y entonces? Dejá las trampas para osos y entrá en lafiesta, Mordisquito.

No sigás más a contramano. ¡Ah!, ¿no querés? ¡Ybueno, quejáte si te gusta, pero a mí, no…, a mí no mela vas a contar!

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Primer cicloCapítulo 14

D ecís que vos sabías lo que era un gaucho? ¿Ypor qué me la querés contar a mí? Ni vos¿oís?, ni yo, ni nadie, casi, lo sabíamos. Más

allá de tu barrio cargado de glicinas o de tu ciudadabrumada de luces, se extendía lo que en el lenguaje delas zambas se llamaba tierra adentro. Una ancha tierraservicial y dolorida. El campo que te cuidaba las espal-das y al que nunca miraba de frente.

Porque vos no lo mirabas; yo me acuerdo, no medigas que sí. Vos eras un hombre de ciudad, una cédu-la evolucionada y despreciativa, pero no por maldad;por desinterés, más bien, o por abulia. Eras un hombreque sólo pensaba en sus problemas y que nunca sedetenía a suponer qué problemas existirían en el cam-po, porque ¿qué era el campo sino un lugar de dondemandan carne y fruta? La geografía de tus sentimientosterminaba en la avenida General Paz, y el resto era, paravos, una especie de cambalache folklórico donde semezclaban al tuntún la cinacina, la vaca, la yegua ma-drina, el cedrón, el gaucho y el chingolo, a quien elferrocarril le había dado un susto bárbaro. Tu paisano,tu hombre de campo ¡tu gaucho!, era… ¿qué sino unindividuo falsamente literario que siempre estaba ha-ciendo ruido con las espuelas?

El gaucho que te imaginabas se pasaba la vida a ca-ballo diciendo ¡ahijuna!, y ¡bum!, golpeando el estañode las pulperías —porque creías que tenían estaño y yotambién— y pidiéndole al pulpero giñebra —oíme: Gi-

nebra no dije; Ginebra es un lago y giñebra es un po-rrón—, y la pedían para ahugar las penas de la chinasotreta. Claro, vos sabías qué quería decir sotreta, ¿ver-dad? ¡Cómo no!

Latifundio no sabías qué quería decir, pero sotreta,sí. Vos sabías perfectamente que el gaucho tomaba uncimarrón al pie del alero; eso lo sabías, claro; pero queel gaucho ganaba como peón cinco pesos mensuales —¡oílo bien, cinco pesos por mes!— eso nunca lo supis-te. Del sueldo no te enterabas; del cimarrón, sí. Te ha-bías hecho una idea del gaucho, una idea para uso in-terno, y dentro de tu imaginación el campo era un des-file de prendas vestidas de zaraza que bailaban el peri-cón por María, un precioso panorama rural a base depadres que decían: «¡Meija!» y de hijas que les contes-taban: «¡Tatita!» Es decir, hijas no, gurisas, porque vosy yo, y todos, conocíamos la palabra gurisa. ¡Cómo no!Explotación, nunca supiste qué significaba; injusticia,tampoco. Claro, no eran palabras literarias, y además elcampo quedaba lejos. Lo tuyo era la gurisa, el chiripá,el horcón y la tropilla de un solo pelo. Zafra, no sabíasqué era; desmonte y emparve, tampoco, ¡pero matrero,trompeta, ¡velay, canejo! y buenas y con licencia, eso telo sabías de memoria! ¿Te acordás?

¡Yo sí me acuerdo! ¡Y me acuerdo en este momentode preciosa alegría, cuando ya se terminó la ignoranciadel campo y de tus hermanos, y en vez de darle laespada a gobernaciones que ya se han recibido de pro-

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vincias le das —le damos— la espalda al río de loscaminos extranjeros y miramos cariñosamente todo esoque en el lenguaje de las zambas se llamaba tierra aden-tro!

Ahora una nueva conciencia argentina limpia el ca-mino que empieza en el asfalto de la estrella porteña ytermina al pie de una chirimoya tucumana calentadapor el solcito de Tafí. Ahora el hombre de campo no esuna víctima, sino que es… ¡mirá qué inmenso y quésimple!: Ahora sus problemas están comprendidos, sudignidad y recompensa aseguradas. ¿Vos no lo sabías?

No, no me digas que no. Ya es hora de que cambies entu imaginación toda aquella fantochada del paisanaje—envuelto en el pocho de una mentira literaria— poresta dichosa familia donde no hay chinas sotretas, nimatreros, ni ¡ahijunas!, sino hombres y mujeres cómo-dos, y como todos, que ya no ganan cinco —oíme bien—¡cinco pesos por mes! ¿Qué? ¿No son más dignos ymás hermosos estos momentos que aquéllos? ¿Verdadque lo comprendés?

¡Claro, a mí no me vas a contar que no lo compren-dés y no lo agradecés!

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Primer cicloCapítulo 15

M i sobrino Pirulo, como todos los sobri-nos que tienen esa edad anfibia de losdoce años, protestaba cada vez que le

servían sopa. ¿Sabés? A mí no me gusta la sopa. ¿Haynecesidad de tomar sopa? ¿Se puede vivir sin sopa?Ahí tenés el ejemplo del faisán, que es una personaimportante y cara y no la toma, ¡y no es un cualquiera,sino un faisán! Entonces, la madre de Pirulo, para evi-tar que cada almuerzo fuese un accidente, ¡suprimió lasopa! Y Pirulo —yo lo sigo llamando Pirulo porque lostíos nunca conocemos el nombre verdadero de nues-tros sobrinos—, Pirulo, al almuerzo siguiente, dijo:«¿Cómo? ¿Qué pasa? ¿No hay sopa?» Chilló. ¿Qué mecontás? ¡Chilló! Y la misma criatura que protestaba an-tes, cuando había, protestaba después, ¡porque no ha-bía!

Decíme, por casualidad, ya que no conozco tu nom-bre, ¿a vos también te llaman Pirulo? Porque estás colo-cado en una contradictoria plataforma de sobrino y tequejás porque hay sopa, o porque no hay. De prontoesgrimís un argumento, así, con las dos manos, listopara dar un mandoble importante, como si levantarasuna cimitarra, y resulta que es apenas un cortaplumas,y sin filo. «En Buenos Aires», decís, «ya no se puede ira un restaurante. ¡Un asalto, y encima el 22% para elpersonal!» Claro, te entiendo, el 22%; ¡mirá qué escán-dalo! Una sopa, un peso. Más el 22%, un peso y venti-dós. ¡Aquí protestás porque te dan la sopa!

Como Pirulo. Al día siguiente —o al minuto siguien-te— tu argumento viene a buscarnos desde un ánguloopuesto.

Porque, ¿sabés lo que decís ahora?: «¡Ah, en Bue-nos Aires ya no se puede comer! Vas a cualquier res-taurante y no hay mesa. Están repletos. Tenés que es-perar turno. ¡Hasta para comer hay que hacer cola!»

¿Ves? ¡Ahora protestás por que no te sirven la sopa!¡Como Pirulo también! Pero entonces, ¿en qué queda-mos? ¿Te molesta el 22% o te molesta el hecho de queal público no le moleste ese adicional y penetre en losrestaurantes el arroyo interminable de los que ahorapueden comer ventajosamente donde se les ocurra?

¿No comprendés que si ese 22% no atendiera arazo- nes de equidad y satisficiera necesidades delpersonal de servicio, sin herir el mayor poder adqui-sitivo de la población, la cosa funcionaría al revés?¡Los restaurantes estarían vacíos! En vez de trabajarde centinela, esperando que se desocupe una mesa, teirían a buscar a tu casa para que hicieses de grupí. ¡Yno, no! ¡Ya ves cómo están las cosas!: al mismo tiem-po viven alegremente el que va a tomar la sopa y elque te la sirve.

Entonces, olvidáte de tus tías, perdé tu disconfor-midad de sobrino y no metás tu cuchara para revolverla sopa de los otros. Convencéte: ¿no ves que seguísencendiendo el fósforo del otro lado? ¡Y eso no sepuede! De la cabeza se enciende, Pirulo. Vas a la cosa

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chiquitita buscando un síntoma negativo dentro deesta inmensa prosperidad general, y el argumento sete vuelve en contra como un boomerang. Yo no meopongo a que fumes, pero ¿por qué fumás con el ciga-rrillo dado vuelta? ¿No ves que te quemas la lengua?

Andá, ponéte de acuerdo con Pirulo. ¿Querés sopa ono querés sopa? Elegí una de las dos posturas y unode los dos deseos, pero los dos al mismo tiempo…no, no. ¡Los dos al mismo tiempo no se puede! ¡A míno me la vas a contar!

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Primer cicloCapítulo 16

M ordisquito!, ¿te acordás de los asilos? ¿Ono querés acordarte? ¡Yo sí quiero! Y tehablo de los asilos según los vi antes,

porque ya te dije que tengo mucha memoria, paquetesde memoria. ¡Seré menos alto y menos pesado que vos,pero me cabe dentro toda la memoria del mundo! ¡Yrecuerdo el desfile triste de los pibes huérfanos de en-tonces! ¡A mí no me vas a decir que no te acordás!

Preferís no acordarte. Se abrían las puertas de esoque antes se llamaba asilo y hoy se llama hogar —y sellama hogar porque ahora es un hogar—; se abrían laspuertas y salían a la calle, no cien gorriones rubios en-vueltos en un alegre forro de cutis, todo risa en losojos, como refucilos, pura fogata en los cachetes encen-didos. no, no, ésos no salían. Porque aparecía el desfilede dos hileras obscuras, las cabecitas rapadas y el guar-dapolvo gris.

Vení, recordá conmigo, recogé conmigo el barriletede esa vieja tristeza y ayudáme a envolver despacito lospiolines de esa pesadilla gris. Volvé a verlos como losveíamos entonces, desfilando ante la curiosidad unpoquito negligente de un público al que todavía no lehabían enseñado a creer en la dignidad de los niños.Esos pobres pibes del asilo viejo eran llamados ¡bo-chas! Estaban como domesticados en un corral aparte.Ellos no conocían el bochinche precioso del centrode-lantero que suda gloriosamente en el potrero, ni cono-cían el rumor de la mano que acomoda la cobija para

que no vuele levantada por el sobrepique de la sofoca-ción o del sueño. Eran… qué sé yo, animalitos grisesen fila. Y los hacían caminar con tanta indiferéncia porlas calles de este Buenos Aires, que ese desfile parecíaun castigo, y esa orfandad, una culpa.

¡Eran bochas! ¡El rapado desfile de bochas! Pobrescabecitas que no habían conocido el hervidero de losmechones rebeldes, el tumulto del jopo que de pibesnos molestaba y que de grandes extrañamos suspiran-do, el borbotón de los rulos donde se hacía un fatigosopicnic el peine de mamá. ¿Sabés qué parecía esa cara-vana vestida de obscuro, pelada y melancólica? Un trende presidiarios diminutos. Los dirigían sin acariciar-los, los metían en una vida manchada de gris, los em-pujaban a creer que no tener madre era, no un drama,sino una vergüenza. Claro, vos sabés adónde quierollegar. Naturalmente, a esto que los dos conocemos per-fectamente.

Decíme, ¿hay asilos ahora? No. Hay hogares, y nome digas que es lo mismo, porque lo mismo no es.¿Ahora ves desfilar por las calles a doble hilera a huér-fanos identificados por una tristeza y un uniforme? ¡No,qué vas a verlos! ¡Ahora los pibes del hogar —no delasilo— se mezclan con tus hijos en las escuelas delbarrio —si son como tus hijos, ¿por qué no iban a mez-clarse?— y con ellos juegan, estudian, chillan, sueñany se agarran a trompadas honrada y alegremente! Y lospibes del hogar, esos chiquilines que están salvándose

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porque ya no los visten de gris ni por fuera ni pordentro, esos chiquilines ya no forman las silenciosasfilas al rape tomadas de la mano, sino que son llevadosy traídos en la ruidosa pajarera del ómnibus ñato.

¡Decíme que entendés este delicioso mensaje a ladignidad infantil! De los pebetes tristes nacen los hom-bres resentidos, pero una infancia sana y respetada pre-para los resortes de la vida esperanzada. Se puede es-perar mucho de un hombre cuando piensa en su infan-cia y no le duele como una cachetada, sino que lo en-dulza como una golosina. Y los pibes risueños de hoy

serán los hombres templados de mañana. ¿Verdad quecomprendés lo que vine a decirte en esta noche cargadade pibes? Criaturas dignas, para que de ellas nazcan laspersonas dignas. ¡Qué claro está todo, qué claro y quéhermoso! Porque no me digás que no te está iluminan-do esa claridad y esa hermosura. ¡Cómo no va a ilumi-narte!

Si sos más bueno que yo. Aunque seas terco. Aun-que me contradigas. ¡Vamos! ¿Que no te alegra tantafelicidad en esos chicos? ¡Salí! ¡A mí no me la vas acontar!

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Primer cicloCapítulo 17

V erdad que sí? ¡Claro que sí! Al hombre legusta la mujer. ¡Una barbaridad, le gusta! ¿Note parece bien?

Que la mujer nos guste es una de las costumbresmás bellas que Dios nos puso dentro. Claro, unos es-tán más acostumbrados que otros, ¡pero la costumbrees de todos!

Desde el enamorado tropical que la pregona conun mambo hasta el esquimal que ama con el pingüinopuesto.

¡Vos, y yo, y todos! ¿Y por qué no? ¿Te das cuentaqué aburrimiento si no hubiese mujeres? ¡No sería vida!Sin ellas estaríamos perdidos como una piraña en elSahara.

Mirálas, ahí las tenés. En Buenos Aires desfilan ydesfilan para el festival de tus ojos o de sus sentimien-tos. Mirálas. ¡Qué femeninas son! No importa que ha-blen por teléfono justo a la hora en que llamamos deafuera y con urgencia para avisar que nos acaban deinternar porque nos dio el ataque; no importa que noshagan llegar tarde al teatro y que después se nieguen asacarse el sombrero con el pájaro, aunque haya unaordenanza.

¡No importa! Esos son detalles chiquitos dentro deuna biografía deliciosa. Querélas, porque son encanta-doras.

Querélas, pero respetálas. Porque no basta el amor.¡Claro que no basta! Además, hacen falta otras actitu-

des y otros hábitos: la amabilidad, la delicadeza, la con-sideración.

¿Todavía no me ves venir? ¡Sí que me ves! Porqueahora voy. Hace muchos años —¡muchas generacio-nes!— la mujer era una sonrosada prisionera con ruli-tos que vivía puertas adentro, quemando el platito delincienso o derramando querosene en el hormiguero.Pero después las mujeres entraron en el mundo, y ade-más de ser nuestras compañeras en el hogar lo fuerontambién en el trabajo.

¿Y sabés cómo los hombres —los hombres patro-nes— agradecieron esa gauchada? Con la explotación.¿Viste que no busco palabras intermedias y te digo laque corresponde, con un desparpajo de nene que diceel disparate en el momento que hay visitas? ¡Con laexplotación!

Porque un muchacho obrero, por ejemplo, ganaba,¡qué sé yo!, un jornal de cuatro pesos por manejar unamáquina cualquiera —la máquina elegíla vos—, y, encambio, a una muchacha obrera, para manejar la mis-ma máquina, le pagaban… ponéle $ 1,10. Y si pregun-tabas cándidamente, como yo una vez lo pregunté: «Siel trabajo es el mismo, ¿por qué la obrera gana muchomenos?», te contestaban, sobrándote: «¡Qué gracia!¿Cómo le van a pagar igual al hombre que a la mujer?»¿No te acordás?

¡Yo sí me acuerdo! Lindos patrones de entonces.¡Ejemplos de humanidad, todos marqueses! Muchos

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que subieron hasta la fortuna utilizando como pelda-ños el lomo de mil muchachas explotadas echaban alempleado varón porque el varón cobraba equis pesos,y lo reemplazaban con una mujer a quien le pagaban lacuarta parte de equis.

Claro, no podía compararse: el hombre era fuerte yla mujer débil, entonces, ¡métale leña a la debilidad!

¿Todavía no me viste venir? ¡Pero si estoy poco me-nos que sentado en su falda! ¿No te acordás de aquello

tan triste que pasaba antes y de todo esto tan estu-pendo que pasa ahora? Si frente a los hombres y lasmujeres que trabajan hay que hacer alguna diferencia,¡que esa diferencia se haga a favor de ellas, no de noso-tros, que vivimos para ellas! ¿Comprendés el hondo

sentido de esta gratitud con que hablo? Si la mujer em-bellece nuestra vida, aunque nos haga discutir con elacomodador, ¿cómo podríamos soportar la explotaciónde aquellos tiempos superados y cómo podríamos noagradecer estas leyes justas y dignas de una sociedadculta, que ahora protegen su delicado esfuerzo; estasleyes, mirá, que a veces más que ser leyes parecen piro-pos? Dignificando a la mujer, de rebote mejoramos ladignidad de los hombres, porque no me digas que elrespeto hacia la mujer querida —que es tu madre, tunovia o tu esposa— no es respeto que se te ofrece a vostambién. ¿Verdad que sí?

¿Verdad que lo comprendés? ¡No me vas a contarque no lo comprendés!

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Primer cicloCapítulo 18

M irá, Mordisquito: la verdad es que entrevos y yo la diferencia está en el punto devista. Porque si los dos vemos la misma

realidad y tenemos reacciones distintas es porque unode nosotros está mirando sin ver. ¡Y sí!

Porque se puede mirar en blanco, sin ver nada. ¿Nolo sabías? Es como sacar fotos con la placa velada. Lafoto se toma, pero no sale, ¿entendés? Claro que tam-bién es cierto aquello de que «todo es según el color delcristal con que se mira». Pero yo te invito a que mire-mos sin ningún cristal, sin ningún color. Con los ojosnada más.

Que mirés con la inteligencia o con el corazón, quees la mejor forma de ver las cosas. Que mirés con lasmanos, tocando la realidad, que también es un estilosin engaños.

¿Me entendés ahora? Yo no necesito ni quiero ha-blarte de teorías. Yo no te la vengo a contar. Te la señalocon el dedo. Te muestro las cosas que están ahí, de pie,sólidas, evidentes, al alcance de cualquier miopía. Poreso te pido que mires y que reflexiones. Nada más. Teinvito a que mires un poco hacia atrás y recuerdes loque es un ingenio. No. No te hablo del de Cervantes. Tehablo del otro.

Ya se te endulza la boca pensando en el azúcar. Peroel asunto no era entonces tan dulce come vos creés.No, ¡qué esperanza! El ingenio era también —permití-me este juego casual de palabras— el ingenio puesto

por el hombre para explotar al hombre. Sí. La explota-ción del hombre por el hombre. La expresión de unsistema inhumano, por fin vencido. Era el arreo deobreros que se llevaban en vagones de hacienda por-que salía más barato.

Era el tratamiento miserable, el salario miserable Erasencillamente el hambre, y con el hambre, las enferme-dades. Vos no debés olvidar nunca, Mordisquito, queel reconocimiento médico para la incorporación militararrojaba en esa época un 50% de ciudadanos ineptospor debilidad constitucional. ¿Lo grabaste en tu memo-ria?

La mitad no servía. Claro que para los apuradostranseúntes de la calle Corrientes el problema social delos ingenios y de la explotación y del hambre quedabamuy lejos como para perturbarles la existencia, Peroera algo que existía en nuestra misma patria. ¿Com-prendés? El azúcar no era entonces tan dulce como logustamos nosotros.

Pero aquella situación creada por un sistema, que niyo ni nadie puede permitir que vuelva, ya es historia.Mirá hoy con ojos de argentino, con el más elementalde los sentimientos humanos, el mapa de aquella reali-dad. Se ha transformado. Los obreros de los ingeniosno solamente han alcanzado los salarios que merecen,las mejoras en el régimen de alimentación y de vivien-das, sino también los derechos de respeto y la conside-ración de hombres. Ya sé que el azúcar vale más. No me

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lo tenés que decir. Pero ahora su dulzor es sin sombra.Sin la amargura de aquel origen injusto y doloroso. Yaves, Mordisquito, que yo te hablo de hechos, no deteorías.

Yo te hablo de obras que buscan levantar al pueblo,como la de este tren sanitario que parte en una cruzada,ensayando por primera vez en el país la medicina demasas; ¡no de las masas!… De masas, que son diferen-tes, pero se pudren lo mismo. Un tren sanitario que vaa realizar el estudio abreugráfico1 de los obreros de esosmismos ingenios azucareros y de sus familiares, el ca-

tastro tuberculínico y la vacunación antituberculosa quecorresponda, el estudio odontológico y oftalmológicopara asegurar la salud de la población obrera. Yo teseñalo con el dedo estas cosas que son tan fáciles dever, y ante este vértigo de obras ¿vos creés que pode-mos tener dos puntos de vista? ¡No, Mordisquito! Ovos ves sin mirar, o tenés un cocktail de miopía conastigmatismo, y encima la placa velada. Y entonces ¿qué?¿Me la querés seguir contando? ¿Y para qué? Perdoná-me que insista, pero a mí no… ¡a mí no me la vas acontar!

1 De abreugrafía, pequeña radiografía introducida en elservicio sanitario argentino por el ministro de Salud Pú-blica, Dr. Ramón Carrillo, para detectar posibles afec-ciones pulmonares en los trabajadores. (N. del E.)

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Primer cicloCapítulo 19

S é bueno, Barullo, razoná! Hay cosas que uno afuerza de vivir, enredado en la lucha de todoslos días, termina por olvidarlas, y el olvido —

además de una fatalidad— es un peligro, porque borrade pronto obligaciones y desdibuja derechos. Es unaespecie de cama camera —el olvido— donde uno sedespatarra después de un viaje pesado y se deja hun-dir sin ganas de pensar más nada que en el propiosueño: «¡Qué se mueran todos!…»

«Que no te hable nadie…» «Que los problemas searreglen solos…» ¡Dormir! ¡Aaah! Así, ¿verdad, Baru-llo?. Abrazado a la almohada. ¡Qué felicidad más grandees esa de irse hundiendo en el colchón, todo —comosi te hubieran hecho un pozo en la tierra—, y que lospensamientos se vayan envolviendo como en un algo-dón hasta no oírlos! ¡Ah! Es una dicha, ¿verdad? ¡Pro-funda! Porque el sueño es una especie de olvido. Sóloque el olvido es más largo que el sueño y te hace cri-minal a veces. ¿Entendés, Barullo?

¿Cuánto hace que vos no pensás que la vida de losotros es tan importante como la tuya? ¿Mucho, ver-dad? ¿Te cuesta entenderlo todavía? ¿No sabés que elhombre nace para vivir, y que la vida es un premio?¿Quién te trastornó hasta el punto de creer que era uncastigo?

¡Y no, Barullo! El hombre nace para vivir, y la vidaes un premio. El más grande quizás, el más lindo. Yha de morirse el hombre, por su cuenta, por sí mis-

mo, sin que el Estado haga lo posible para que se mueradesde que nace; sin que el mejor dotado lo aplaste,porque es más débil; sin que las diferencias de mejorfortuna hagan de la comunidad una mezcla de 10 di-chosos contra 9.990 desdichados. ¿Comprendés, Ba-rullo?

A mí no me duele que vos tengas más; me dueleque los demás no tengan nada. ¿Te has olvidado quela vida de los otros vale tanto como la tuya? Por esome escribís diciendo que este Gobierno ha desatadouna tormenta de clases. ¡Qué error el tuyo! Lo que hadesatado este Gobierno no es una tormenta de clases,sino que ha desatado a un montón de clases que vi-vían en la tormenta, sin paraguas, sin comida, sin mássueños que los que dan el cansancio y la miseria. Degente como vos. Como vos, que sos capaz de llorar agritos con una película de esclavos, y los has estadoviendo morir de tristeza al lado tuyo durante tu vida,sin comprender cuál era tu destino generoso frente aellos.

El hombre nace para vivir y la vida es un premio.¿Qué significa frente a esta tremenda verdad que

un mozo de café te tire un plato de masas sobre lamesa? Todos los que se sacan la lotería rompen algo, ote manchan de vino con el brindis, y ellos se la saca-ron. Se la sacaron cuando la justicia, que hoy despa-rrama sus beneficios sobre esta tierra, les alcanzó sal-vándolos de una vida que les era vergonzante. ¿Qué

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importa una semana de jolgorio que ya terminó? Unapequeña revancha que bien les pertenecía. Confesá,Barullo, que te salió barata y que los desamparadossociales de este país te resultaron más nobles de lo quevos pensabas. ¡Con una semana de jolgorio se dieronpor pagados por la injusticia de un siglo!

¡Barato! ¿A que ya no te tiran nada? ¿Verdad que

ya no te tiran nada? Yo sé por qué estás tan enojadoen tu carta.

Te da rabia no haberte portado bien con tus herma-nos y que otros lo hayan hecho en lugar tuyo. A mí nome la vas a contar. Vos hacés como ese que llega a casavociferando por una estupidez para que la mujer no lepregunte por qué volvió tan tarde.

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Primer cicloCapítulo 20

N o, no; escuchá! Yo podría decirte que lamarina mercante nacional tiene 2073 uni-dades, con una capacidad de 1.411.000 to-

neladas. ¡Tres veces las cifras de 1946!Pero no, no; yo no sé manejar cifras, y de pronto ni

vos ni yo las entenderíamos y mi estadística resbalaríasobre tu cena de estos momentos —¡buen provecho!—sin impresionarte. Yo prefiero decírtelo de otra mane-ra, más deportiva y accesible. En estos momentos laflota de tu país es la tercera del mundo. ¿Oís? La terce-ra. ¿Qué te parece?

Hace años, cuando éramos la factoría de aquellospatronos coloniales, ahora por suerte suprimidos; cuan-do cada una de nuestras provincias era un aperitivopara los consorcios, vos metías en el agua todas lasunidades de la flota, ¡todas!, y estábamos como paracorrer una regata —¡correrla y perderla, claro!—. Y enel campeonato del mundo, nosotros —¡los que ahoramarchamos terceros!…— entonces nos debatíamos enel último puesto de la tabla, allí donde arde pavorosa-mente la fogata del descenso. ¡Y ahora, terceros! Terce-ros y en pleno embalaje de amor y de esperanza, esca-lando posiciones, como dicen los cronistas.

Perdonáme que reduzca los problemas de Estado auna comparación dominguera, pero el subconscienteme ha llevado a estas metáforas que huelen al pastitodel área penal. ¿Y sabés por qué el subconsciente? ¡Por-que hace años y años, esto tan importante y precioso,

esto que ahora es una patria era realmente un club!Olvidáte qué camiseta usaba, qué colores tuvo y cuán-tos goles le hicieron. Brilla, de otra manera los coloresde hoy.

Claro, vos veías barcos. ¡Ponchadas de barcos, paí-ses de barcos! Cientos de capitanes, pero ¿en qué idio-ma hablaban los capitanes? ¿Cómo que no te acordás?Yo sí me acuerdo. Ibas al puerto y volvías al centro conuna fragata al hombro. ¡Tantas había! Montones de bar-cos, familias de barcos ¡pero de otra bandera, claro! Yno venían a traerte el mensaje de su generosidad, sinoque venían a buscar la sometida caravana de tus frutos.En algún lugar de esta tierra jugosa, un producto surgíaverde y potente, buscando un cielo entonces hipoteca-do. Pero en ese lugar —¡solar criollo!— también habla-ban otro idioma. Y a ese producto lo cargaban en ferro-carriles que no eran tuyos, ferrocarriles que terminabanjustito frente a los barcos, que tampoco eran tuyos.

¡No me digas que no me entendés! No, vos no po-dés contarme que no entendés. La carne de las vacasserviciales, los cajones de la fruta que olía a gloria, ma-terias primas o elaboradas, todo lo tuyo, lo legítima-mente tuyo, entraba en las bodegas de las flotas extran-jeras y desaparecía en el mundo mientras vos te queda-bas en la costa, contemplando con los brazos caídosesa desaparición y viendo enflaquecer tus hijos. Hoypodés quedarte tranquilo y dejar que tu tierra transpireel milagro de su abundancia sin límites.

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El fruto irá primero a tu mesa y luego entrará en losferrocarriles —¡tuyos!— y se detendrá en el hermosopuerto de los barcos —¡tuyos!—. La flota que te die-ron, la flota que en una de esas gana el campeonato,sabe adónde llevar los excedentes. ¡Andá, subí al bar-co, hablá con el capitán y verás qué bien se le entiende!Es tu primo, mi hermano, el amigo de Pepe, otro comovos y yo, claro, con gorra, pero igual que nosotros. Ar-

gentino como la bandera que está en la punta del palomayor, argentino como el paquete que viaja en la bode-ga ¡para cumplir un destino argentino también! ¿Noentendiste todavía? ¡Vamos, si todo está clarito, si loscuatrocientos barcos de hace cinco años ahora son dosmil y todos tuyos! Agarrá los remos y date una vueltaen el bote que elijas, ¡todos tuyos! ¿No entendiste toda-vía? ¡No, a mí no me la vas a contar!

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Primer cicloCapítulo 21

M e escuchás, Mordisquito? Hoy necesitohablar con vos; y con vos, ya sabés cómohablo. Sin malquererte. Sin perseguirte.

Tratando de quebrar la cáscara de tu terquedad y llegarhasta la pulpa misma de tus sentimientos, ¡que los te-nés y de sobra! ¿Cómo no vas a tenerlos si sos otroargentino como yo? No, Mordisquito; hoy vamos a ha-blar juntos, vos y yo contra otros. Hoy tu dolor entraráen el mío y le pondrás el hombro a mi tristeza para quelos dos suframos frente a la aberración de otros. ¿Oístequé palabra te alcanzo para que hagamos con ella undúo de incredulidad y de pena? Aberración.

Porque hubo un crimen. El de las tinieblas, que esel más despreciable de todos. El de la cobardía y lainfamia. Una máquina para la muerte, deslizada allí, enuna vía cualquiera, a la espera de cualquier vagón, ¡nola venganza contra alguien, sino el estúpido atentadocontra cualquiera! Vení, Mordisquito, esta noche sere-mos amigos, aunque vos no lo quieras. ¿Sabés por quéamigos? Porque vos y yo no queremos creer en eso, enlo que pudo pasar.

Porque los dos estamos todavía estremecidos por elpresentimiento de los que pudieron morir.

¿Indignación? No, no. Pena. Inmensa pena. ¿A quiénpodemos dirigirnos vos y yo? ¿En el centro de qué som-bra se esconde el horror de los culpables? Es distintohablar de vos que hablar de ellos. Sé adónde ir a bus-carte, qué vas a decirme y qué te voy a contestar. Pero a

ellos, los criminales de ese atentado sin heroísmo, loscómplices de esa aventura que no tiene perdón, ¿dón-de encontrarlos? ¿A qué cara asomarnos, a quiénespedirles cuenta por esta felonía sin comparación? Yono entiendo que alguien mate a alguien. La guerra esuna miserable costumbre de los déspotas y la muerteno merece resolver ningún problema. Pero al que matade frente, aunque sea un asesino, a ése también lo juz-gamos de frente. ¿Y cómo podemos juzgar a los inspi-radores o a los subalternos de este crimen absurdo?No, Mordisquito, no. Yo podría llegar fácilmente a laemoción llorosa de los que me escuchan diciendo queen ese tren que pudo volar hecho pedazos había ma-dres. No, no; seria un recurso barato y profesional, in-digno de este dolor, este sincero dolor con que te ha-blo. Digamos que allí viajaban… amores.

De todos los tamaños. De todas las clases. Cada unode aquellos que pudieron ser víctimas de un rencorinhumano era el amor de alguien. Cada uno de noso-tros, por pequeño y triste que sea, es el amor de al-guien, de alguien que nos quiere, y nuestro drama essu drama o, por lo menos, su melancolía. Pero los re-sentidos que quisieron vengarse, no de vos o de mísino de una tremenda idea que no cabe en ellos, poreso mismo, porque es tremenda; esos resentidos nopensaron en la absurda matanza de los inocentes, sinoen el desquite de sus pasiones oscuras. ¿Pero desquitecontra qué, contra quién? No, no, yo no entiendo, no

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quiero entenderlo, y vos, que a veces no entendisteotras cosas, hermosas y evidentes, tampoco querrásentender todo esto, tan tenebroso y tan infame. Maña-na, mi amigo, mi terco y querido enemigo, quizás vos yyo volvamos a lo de antes. Pero esta noche, en este dúo

de tu pena y la mía, sé que nos hemos comprendidopor primera vez.

Porque vos… vos no vas a contarme que ahora noestás junto a mí, hombro con hombro, dolor a dolor.No, no. ¡A mí no me la vas a contar!

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Primer cicloCapítulo 22

M irá, cuando vos y yo íbamos a la escuela—¡parece mentira decirlo!—, cuando vosy yo íbamos a la escuela, —¿dónde quedó

todo eso? ¿Y dónde quedó lo que aprendimos?—. ¡Bue-no! Cuando vos y yo íbamos a la escuela, con un redo-ble de valijas en bandolera y un chaschás de jarrito dealuminio que se desarma; cuando vos y yo viajábamosmaravillados en la historia de Grosso y aprendíamos,por ejemplo, que Colón era hijo «de un humilde carda-dor de lana». ¿Te acordás? No del padre de Colón, dela historia de Grosso. Cuando vos y yo resolvíamosproblemas a base de vacas que consumen equis kilosde pasto o comíamos ruidosamente el pancito de lacooperadora —en esa época de la zarzaparrilla fumadaa escondidas—, vos, yo, tus amigos y los míos, todaaquella preciosa fauna con guardapolvos, aprendíamosuna lección geográfica, la que habían aprendido nues-tros padres, la que seguirían aprendiendo nuestros hi-jos: «La República Argentina está dividida en catorceprovincias, diez gobernaciones y un distrito federal».¿Te acordás? ¡Cómo no vas a acordarte! Colgado delclavo que estaba sobre el pizarrón, bajaba hasta tu ale-gría de cachorro el mapa de la patria heredada, con lanariz rosada de Misiones, la bota amarilla de Santa Fe,el espinazo tremendo de la cordillera, la rabia camorre-ra de las Malvinas y aquello tan gracioso de «ensenadade Samborombón».

Dentro de ese mapa existían dos gobernaciones que

nos preocupaban más que otras —¡vos no te habrásolvidado por qué!—. La maestra nos decía: «Niños, LaPampa y el Chaco están en condiciones de ser provin-cias». A nosotros aquella desventaja nos indignaba. ¿Ysi podían ser provincias, por qué no eran provincias?¿Había derecho? ¡No, no había derecho! Claro, para quévamos a engañarnos: nosotros entendíamos de unamanera vaga y general qué diferencia había entre unaprovincia y un territorio. No teníamos un sistema polí-tico para medir la injusticia de la postergación; veía-mos el problema a través de nuestra inocencia con sa-bor de gofio, y como adorábamos el mapa de la patria ycomo para nosotros vivir en una gobernación era unaforma de jugar en segunda, aquella melancolía de losterritorios olvidados, aquella pena de las cenicientasgauchas era nuestra pena y nuestra melancolía, era unaconfusa indignación de criatura que no entiende peroque presiente, y tu presentimiento, el mío, el de toda lapandilla saludable y barullera, tenía dos mojones: unoque se llamaba Resistencia, y el otro, Santa Rosa deToay.

Y bueno, ahí tenés el mapa de los años perdidos. Yano está la maestra que nos domesticaba con sus espue-las de seda. Ya los jarritos no son de aluminio sino dematerial plástico. Ahora no sos vos sino tus hijos quie-nes resbalan por la tabla del cuadro, y ahora cuelga delclavo reluciente el mapa de las dieciséis provincias. Nome digas que no. El día que los ciudadanos de La Pam-

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pa y el Chaco salieron a la carrera, gritando con unapreciosa alegría en alto, hubo en el pibe que todos guar-damos bajo los escombros de los años un alivio —esohubo—, un suave desquite, un lejano sueño cumpli-do. Mirá, yo no voy a hablarte de las promesas quedurante años y años hicieron los gobiernos que no mi-raban hacia tierra adentro; ni voy a decirte, con estadís-ticas, por qué esta consagración de los dos territorios,además de un hermoso acto de justicia es un momentohistórico para la transformación social de tu país. Dejá-me que vuelva contigo al salón de clases, al rescate delsábado, al pancito de la cooperadora, a la antigua lec-ción de… «catorce provincias, diez gobernaciones y un

distrito federal». Sí, ya sé, ya sé. Vas a decirme quetodo esto es demasiado importante y que mi recuerdo,en cambio, es demasiado personal y muy pequeño. Pero¡es mío!, ¿sabés? Mío y tuyo. Una nostalgia rezongonade maestra fantasma que nos murmura —¿te acordás?—: «La Pampa y el Chaco están en condiciones de serprovincias». Claro, ya lo sé: un ansia infantil, una des-peinada rabia de criatura. Pero sé que este recuerdo teestá penetrando y te está conmoviendo porque vos nopodés decirme que este recuerdo no es al mismo tiem-po ternura e historia. ¿Vos, que tenés mi misma edad?¡No, vos no podés decírmelo! ¡A mí no me la vas acontar!

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Primer cicloCapítulo 23

Q ué? ¿Leíste los diarios? Yo también los leí.¿Viste qué linda noticia? Acaban de entregarla primera libreta sanitaria. ¿Sabés dónde?En Tierra del Fuego. No te hablo de Burzaco

o de San Andrés de Giles o de Curuzú Cuatiá. Te hablode Tierra del Fuego. ¿Te acordás dónde queda? Alládonde la tierra le da una patada al océano. Ahora haylibretas sanitarias donde antes no había nada más quepenados y pingüinos. Aquel rincón austral que era so-lamente un cepo para la infamia. El depósito de la in-dignidad. Un territorio tirado en el rincón de los cachi-vaches. ¿Y para qué te voy a contar lo que és ahora?Soplaron un silbato de amor, tocaron una campana deamor y un tren sanitario caminó trocha arriba, condu-cido por un maquinista ¡que también es amor! Ahoravuelan los vagones llevando a todos los ángulos de estapatria sin límites un precioso mensaje de salud. Unmensaje para que lo aprovechen desde San Antonio delos Cobres hasta la vieja Ushuaia. Una libreta que lomismo se abre en la hornalla chaqueña que en la hela-dera fueguina. Es hermoso todo esto, ¿verdad? Hermo-so y sincero. No se trata de la aspirina que te tiran comouna limosna. Es otra cosa, ¿sabés? Es una manera afec-tuosa de meter una inyección en un brazo como quienpone una flor en una solapa. Es recibir al enfermo comouna visita preferida y hacerlo salir del vagón con laradiografía puesta. Es curarte y sonreírte. Es como es-cribir tu diagnóstico en verso y atarle un moñito a la

aguja plateada de la transfusión. ¿Y esto no te emocio-na? ¿No? Claro, vos siempre tuviste el médico a mano.Te vino un resfrío y te hicieron consulta. En tu familiasiempre existió ese amigo con diploma a quien la cos-tumbre le llama médico de cabecera, y en la farmacia dela esquina te prepararon la receta pesándote los ingre-dientes en una prolija balancita de cobre. En tus condi-ciones y en tu medio daba gusto estar enfermo, pala-bra. ¡Qué lindo! ¡Era encantador sentirse mal! Te acos-tabas en una cama llena de almohadones y las tías pre-guntaban por teléfono. Porque, vos, fijáte que las tíassiempre preguntan por teléfono. A tu alrededor flotabala atmósfera de la comunidad y del amparo. ¿Ciertoque sí? Para tu solvencia de paciente que puede hacerrodar la píldora, la neuralgia era un picnic y la apendi-citis un week-end. Por eso no podías pensar —¡no po-dés pensar!— en el drama sin belleza de los enfermosen serio, a quienes no se les sienta un médico a la cabe-cera de la cama, sino la muerte a los pies del catre.Todo ese problema de las regiones castigadas por unafiebre endémica o por esa trágica enfermedad que sellama hambre; todo ese problema ignorado ¿qué podíainteresarte si, precisamente, lo ignorabas? Te hablabande una epidemia y pensabas en la gripe porteña, no enel paludismo o la brucelosis. No, vos no podías pen-sar. No porque fueras malo, ni siquiera incompasivo,sino porque tenías la negligencia del que vive bien yestá muy lejos de los que mueren mal. Pero ahora leés

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lo que yo leo, sabés lo que yo estoy sabiendo, y nome digas que tu encogimiento de hombros respondea un telegrama de tu corazón. No, a mí no me vas acontar que tu corazón no recoge con gratitud y conalivio este viaje optimista que llega a la avenida Ge-neral Paz y vuelve, sino que sigue alegremente ya sabéshasta dónde: Socompa, la Puna de Atacama, Tarta-gal, San Diego, Tierra del Fuego, ¿sabés? ¡Tierra delFuego, con su primera libreta sanitaria ahora, y con

su frialdad desheredada antes! Ponéte junto a la vía,no te encojas de hombros para mantener una absur-da resistencia de tus sentimientos y mirá esta relu-ciente caravana de la salud, mirála con todo el amorque se merece, porque eso es lo que lleva: amor. ¿Ver-dad que sí, que vas a hacerlo cuando yo no te vea?Porque aunque te avergüence dar tu brazo a torcer,no me digas que no has comprendido todavía. ¡No, amí no me la vas a contar!

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Primer cicloCapítulo 24

D ecíme: ¿A vos te gusta el Tigre? No, no tehablo del mamífero forrado con su piel vanidosa, sino de las islas estupendas donde el

chúcaro dorado pelea con el pescador de hombre ahombre. Donde arden los duraznos envueltos en pe-lusa y roncan aquellos mosquitos atléticos para quie-nes las espirales son un delicado manjar que echahumo: ¿Te gustan las islas de ese Tigre? ¿Verdad quesí? Claro, habrás viajado por esos riachos con el botebajo el brazo frente a un desfile de ceibos redundan-tes o de sauces desconsolados. Yo también viajé. Y¿sabés lo que vi? Algo nuevo y sorprendente. Vi bar-cazas para el transporte de frutas, por ejemplo, quetenían pintados nombres sobre el costillar de made-ra; pero no nombres de personas famosas, ni siquie-ra esos letreros pintorescos con que los isleros bauti-zan su lanchón o su canoa… ¡qué sé yo!: El Paraíso,Rosita, Stella Maris, Paraná Miní. ¡No, no!, los queyo vi eran nombres y apellidos, ¿sabés? Pero no Leo-nardo de Vinci, ni Juan de Garay, sino Pedro Pérez,Abelardo Mendiondo, Fulano de Tal. ¿Sabés cómobautizan en los astilleros nacionales a las barcazasdel transporte fluvial? Con el nombre y apellido deun obrero que trabajó en la construcción de esa bar-caza. ¡El nombre y apellido de un obrero que se dis-tinguió en esa construcción!

Es un detalle precioso, no me digas que no. Vos yyo sabemos perfectamente en qué pozo vivía el obrero

y hasta a qué superficie de dignidad lo han elevadoahora. Y este detalle que te revelo, esta aparente tonte-ría que acaso te haga sonreír con displicencia es al mis-mo tiempo un símbolo, un síntoma y una definición.Claro, un hombre que construye un barco no es unprócer, no, no; pero es un hombre, y su trabajo mereceuna medida de respeto, y esa medida no es, simple-mente, recibir unos pesos más de sueldo, sino adornarel sueldo nuevo, la consideración nueva, ¡el amor nue-vo!, con este halago que es al mismo tiempo candorosoy profundo. ¿Verdad que sí, que es, y que vos com-prendés el significado de llamarle Juancito Varela a unalancha que podría llamarse Flor del Delta, Camalote oSurubí Tristón? ¡Claro, a mí no me vas a contar que elsímbolo no entra en tus sentimientos o por lo menosen tus ideas! No sólo tiene importancia uno mismo;quienes nos rodean también son importantes, pero nosiempre nos acordamos de esta verdad elemental. Poreso durante largos años el obrero vegetó en la miseria,el vapuleo y el anonimato, mientras las barcazas teníannombres negligentes y se metían agua adentro sin undetalle de amor. ¡Por qué ríos diferentes navegamosahora! ¿Cierto que sí? Muy diferentes. El obrero es aho-ra dueño de su vergüenza y se mueve en el mundo desu trabajo, no como una cosa nunca identificada, sinocomo una cosa en potencia, que puede mejorar el des-tino de sí mismo y de sus aparceros. Si él está en losuyo, si nadie como él entiende lo suyo, entonces ¿cómo

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no va a intervenir en el desvelo y el amparo de susintereses? ¿Y cómo no va a tener un nombre para quese lo pinten en las cuadernas de un chinchorro? Y yohe visto ese nombre flotando cerca de la flor lila de uncamalote y frente a un público de bogas y mandubíes.¡No, vos no podés decirme que este detalle casi inge-nuo con el que se iluminaron las palabras de nuestranoche termina en sí mismo y no tiene una trascenden-

cia solidaria, un doble fondo donde se mueven todaslas palomas del mago, con unas preciosas ganas de volar!¿Verdad que cuando vuelvas al Tigre y te apoyes en elálamo pensarás en esta creación de la barcaza que no sellama Ene Ene sino Pepe González o Bartolomé Men-dieta? ¡Vas a pensar! ¡A mí no me digas que no le en-contré una marejada nueva a tus pensamientos! ¡No, amí no me la vas a contar!

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Te acordás, Mordisquito? Tu patria fue la patriade Jorge Newbery, ¡y aquellas proezas de criollo lindo, aquel fervor de gaucho que sabe

mecánica —y mezcla la prosa del fuselaje con la poesíade la nube—, sólo eran recuerdos sin confirmación!Entonces un viaje en aeroplano era un momento histó-rico en la vida de una familia, y dentro de la parentelase mencionaba con respeto al primo Pepe, porque tedecían: «¿Vos no conocés a Pepe? ¿Cómo no conocés aPepe? ¡Es el que voló!» ¿Verdad que te acordás, Mor-disquito? Y no te estoy hablando de aquellos años rui-dosos de Matienzo, Teodoro Fels, Zanni. ¡No, no! Es-toy recogiendo el hilo de un barrilete que movía la colaallí no más, cerquita, en el centro de los años sin in-quietudes, cuando esta patria ahora redimida no eranada más que un inmenso loteo y un pretexto para labandera de remate. El transporte aéreo tenía una mane-ra: la de la indiferencia. Sobre tu cabeza, que entoncestenía pensamientos pero no ideas, aparecían volando aintervalos las máquinas de alguna sociedad mixta. Pá-jaros que roncaban en otro idioma —vos sabés por quéte lo digo—. Si entonces no era tuya la tierra, ¿cómopodía ser tuyo el cielo? Y el aire estaba administrado amedias entre el chingolo y un capital que transpirabadivisas.

¡Qué distinto reluce ahora el firmamento del paísque te dieron! Ya el viaje en avión —avión tuyo, aviónque ronca en criollo— no es la proeza que convertía a

Pepe en el niño mimado de los cumpleaños. «¿Cono-cés a Pepe? ¿No sabés quién es Pepe? ¡El que voló!» ¡Yahora qué me importa! ¡Yo también volé! ¿Cómo novoy a volar si me crearon esa deslumbrante fiesta deEzeiza? ¿Cómo no voy a volar si vienen a buscarme alos pies de la cama y me dejan justo en el metro cua-drado del mapa que yo apunto con el dedo y que depronto es Europa y de pronto es Trelew? Vos me cono-cés y sabés que prefiero hablarte con montones de ideas,no de números, ¡con bolsas de pensamientos, no decifras!, pero a veces la estadística exhala poesía, Mor-disquito. ¡El amor de las evidencias, el amor de losprivilegios y de las conquistas! Hace cinco años nues-tras líneas —oí bien, dije nuestras líneas— cubrían ser-vicios regulares sobre 5.200 kilómetros de distancia, yahora cubren 53.200. ¿Y entonces, para qué voy a dartemás explicaciones, si la diferencia que va de cinco mila cincuenta mil tienen que subyugar tu espíritu de hom-bre moderno, que añora la diligencia del museo de Lu-ján pero que se mete alegremente en la carlinga de unDéle1 ¡A mí no me vas a contar que estos números notienen belleza, Mordisquito! Y tengo más, tengo unmontón, ¡una marejada de números, una patria de nú-meros! En 1950, Aerolíneas Argentinas ha transporta-do ¡50.000 pasajeros más que en 1949! ¿Oíste? Cin-cuenta mil. ¡No fueron los once muchachos de Rácingque volaron a Europa! Cincuenta mil, dije, y repito lacantidad contento de los ceros que tiene, la repito para

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que avance sobre tu resentimiento y convierta esos hom-bros que se encogen desdeñando en las cejas que sealzan admirando. Porque a mí no vas a decirme que nocomprendés la importancia que para el país de tus amo-res tiene este incremento infatigable y ruidoso de lostransportes aéreos y de las obras aeronáuticas que des-de cinco años atrás convierten al antiguo cielo de lahipoteca en este deslumbrante firmamento de la auto-

nomía, la proeza y la liberación. ¡No, Mordisquito, yase marchó la época de la volanta y del sulky! Ahoraestamos vos y yo moviéndonos en las manos de la ve-locidad, y entonces no podés contarme que preferísaquella tradición a base de bueyes picaneados, y noeste incesante despliegue de máquinas movidas por unainiciativa de progreso y amor. ¡No, a mí no me la vas acontar!

1 El Déle-Déle fue un avión de combate de fabricaciónnacional producido a partir de 1944. (N. del E.)

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Oíme, Mordisquito: alguna vez te hablé de confusionismo, de los rumores, de las calumnias, de todo ese infame y misterioso río de

noticias falsas que echan a rodar los resentidos. ¡Cla-ro, ellos no pueden mostrarnos hermosas realidadesy entonces buscan el desquite de las mentiras sin dig-nidad y sin heroísmo! Y ellos, los que desde haceaños te dicen sigilosamente: «¡Se va a venir una!», ésosmismos son los que ahora te ponen una mano en elhombro, miran hacia los costados, se agachan y te di-cen: «¡Atenti! ¡Ojo! ¡La que se viene el veintidós!» ¿Yqué se viene el veintidós? ¿Qué es lo que se viene?¡2.000.000 de personas, eso se viene! No te estoy ha-blando de 200 comparsas para gritar cualquier cosa;no te hablo de una claque de cincuenta. Te estoy ha-blando de ¡dos millones de argentinos que vienen adefender un mundo de conquistas enormes! ¡Que hanencontrado la felicidad en ese mundo y que no quie-ren perderlo!

Dos millones que harán ruido. Claro, no van a mar-char por las calles con pasos de minué, sino gritandohasta dejarte sordo, alegres, contentos y satisfechos.¡Cómo no, si es el pueblo mismo! Dos millones queencenderán las fogatas de una fiesta bochinchera, todocalor y luz. Y los profesionales del chisme quieren obs-curecer la maravilla de ese día sin límites inventandoun peligro que no existe, una angustia que no se prepa-ra: «¡Ojo! ¡Cuidado! ¡Compren víveres! ¡No salgan a la

calle! ¡Shhh! ¡Atenti! ¡Que no falte comida! ¡Shhh!»Pero, ¿de qué «comida» me hablás? Pero, ¿por qué «ví-veres»? Pero, ¿por qué «no salgan a la calle»? ¿Es laguerra? No, no es la guerra. Al contrario, es la paz delos trabajadores porque habrá gritos y canciones y ban-deras, ¡pero es la paz! Claro, a vos te gustará más unaaudición de boleros o un concierto en la Wagneriana;lo entiendo, porque hay músicos y músicas que a vosno te llegan pero a mí sí, a millones y millones sí. ¿Y amí me vas a contar que, millones de hombres que vie-nen a defender un privilegio, un nombre y una idea essólo porque… porque sí? ¿A mí me la vas a contar?¡No, a mí no me la contás! Dame la espalda si querés;dale la espalda a toda esa fiesta que conmueve a mu-chos y que no hiere a nadie; colocáte en una posturanegligente, fumá tu cigarrillo envolviéndote en una sel-va de humo; silbá un guaresón o miráte las uñas, ¡hacélo que quieras; pero, oíme, a mí, y si no a ellos, a losdos millones de la estupenda fecha, oílos, no como seoye un rumor de esos que ahora están de moda, sinode una manera más leal y más argentina, porque el ru-mor es una agachada y lo que ellos quieren decirte esuna preciosa altivez! Sí, yo no te niego que los queestán contentos cantan, gritan, castigan el parche desus corazones fuertes y satisfechos, y no avanzan bai-lando de punta sino con un redoble de botines sono-ros. Y esto es lo que va a pasar el 22. Pero nada más queesto, y… ¡todo esto!: El pueblo de tu patria, el pueblo

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ayer explotado y hoy redimido que puede salir a lacalle a gritar lealmente su amor y su pensamiento sinque lo muelan a palos. No, no, eso ya pasó. Eso es lapesadilla de antes y esto será el sueño de hoy. Por esono le hagás caso al intrigante que fabrica una historiamezquina y que te dice: «¡Shhh, ojo, peligro! ¡Las mu-jeres y los niños primero! ¡La que se viene el 22!» ¿Y

qué se viene? ¿Ya te dije lo que viene? ¡No 2.000.000 derencorosos que salen a pelear sino 2.000.000 de traba-jadores agradecidos que salen a proclamar su fervorosaadhesión y su reconocimiento! ¿Y a mí me vas a contarque no preferís esta lealtad de los que gritan una ver-dad argentina a la infamia de los que murmuran? ¡No,a mí no me la vas a contar!

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A h!, ¡qué gracia! Claro, a vos te hablan de lasescuelas que ahora brotan aquí y allá, a dere-cha e izquierda, con una doméstica veloci-

dad de alpiste, y despreciás. ¿Sabés por qué? Dejámeque te lo diga. Porque vos naciste, no a la orilla delarrabal ofendido por el conventillo y atravesado por lazanja; no allá lejos, en el dolor de una provincia olvi-dada o de un territorio maltrecho, sino que naciste enel barrio cómodo, dentro de una familia confortable, auna cuadra del colegio. ¡Todo servido para vos! Esterecuerdo de la infancia que tuviste te hace suponer quetodas las infancias fueron como la tuya y que todas lascriaturas argentinas tuvieron siempre un pupitre paraclavar el tiralíneas. No, Mordisquito, hubo una reali-dad muy diferente. Triste realidad. ¡Dolorosa realidad!Vos no conociste el drama de los changos descalzosque llegaban en burro a la escuelita, una escuelita debarro y de arañas y que no quedaba, como la tuya, a lospies de la cama, sino a una legua, a dos, a diez, ¡tanlejos de la casa y tan cerca del hambre! Vos no hasrecorrido aquellas viejas escuelas, que no eran edifi-cios sino ranchos donde se agolpaban al mismo tiempoy en el mismo curso chicos de todas las edades, en unamescolanza de años y de programas que no podía evi-tarse porque dentro de esa miseria sólo se movía unmaestro, un maestro prócer que tocaba la campana ocerraba una planilla o barría el aula. Un hombre queera, ¡al mismo tiempo!, maestro y director, maestro y

portero. No, Mordisquito. Vos nunca conociste esteconmovedor sacrificio de las criaturas que querían apren-der y de los maestros que se morían de hambre paraenseñar. Vos, ya sabemos dónde habías nacido y a quécolegio te llevaron. Todo a mano, allí cerquita, con lamaestra que fue tu primera novia, la sala de ilustracio-nes con el esqueleto y el caramelero que vendía turrónjaponés. Por eso te dicen que en los últimos cinco añosse han levantado en tu patria más escuelas que en loscien años precedentes, y la estadística te resbala enci-ma como un caracol en el azulejo, dejándote una huellaque no entra y que, secándose, desaparece. Pero no,Mordisquito, vos no tenés que ser así. Yo no critico laniñez dichosa que tuviste. No, no; al contrario: en bue-na hora disfrutaste de ella. ¡Y ojalá la hubieran tenidotodos! Pero te pido que ahora que todos los niños ar-gentinos pueden vivir los años venturosos que vivistevos, ahora, Mordisquito, vuelvas tu mirada a lo quehubo, ¡sepas lo que hubo!, y que al mirar lo que hay tunegligencia se convierta en aplauso y tu menosprecioen admiración. Desde 1949, ¿sabés qué promedio seviene entregando a la niñez y a la juventud? Caéte: ¡unaescuela por día! ¿Entendiste? No, no hablo con símbo-los sino con cifras: ¡cada día una escuela nueva! ¡Al-piste, Mordisquito! Y no es únicamente el colegio delbarrio, el cole del balero, la payanita y las discusionessobre Tesorieri, Bidoglio y Mutis. No, no; es el río delos colegios que avanza buscando todas las esquinas

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de la patria, los colegios que buscan al chango o al gurío al pibe y le salen al paso con un redoble de pupitresbarnizados y de campanas que ya no son como antes,—¡un cencerro atado con un piolín!—. ¡Escuelas y es-cuelas en el cañaveral, en la montaña, en la pampa, enla salina o en el obraje! ¡Una escuela por día, Mordis-

quito! ¿Hace falta que te diga más? ¿O es posible queese promedio inusitado, casi fantástico, no quiebre tuoposición sin fundamento y no te convenza por lomenos de esta realidad? Porque a mí no los vas a decirque los números no hablan y que los números no per-suaden. ¡No, a mí no me la vas a contar!

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Vos, yo, todos los que entramos hace una pun-ta de años por los caminitos domésticos de lahistoria conservamos nítida en los recuerdos

la estampa de aquel Cabildo Abierto de 1810. Allí sacu-dimos los hombros para quitarnos un yugo, y los bra-zos para que se rompiese una manea, y estuvimos li-bres. ¡Libres por unanimidad! Es decir, casi unanimi-dad, porque al margen de las resoluciones más tremen-das y de las conquistas más absolutas siempre se mue-ve la sorda tropa de la minoría que no quiere entender.Hubo opositores entonces, como los hay ahora. Peroaquel Cabildo Abierto de las estampas infantiles, consus cortinas de fieltro, sus candelabros ruidosos y sudesfile de sorprendentes galeras color ceniza, se levan-tó como una bandera sobre la intransigencia de los quese oponían y flameó durante años y años, hasta quesoplaron vientos de miseria o de negligencia en la pa-tria de nuestros amores, y el pabellón bajó hecho fle-cos, dejando al aire la desnudez de un mástil que ya noservía para nada. Pero hoy sube nuevamente la bande-ra flamante de las realizaciones y el Cabildo abre suspuertas ¡otra vez! Por mucho tiempo se había olvidadola práctica de los Cabildos Abiertos. ¿Para qué convo-carlos? ¿Para que el pueblo marcase a fuego a los trai-dores de la nacionalidad? ¿Para que se demostrara quela historia de los gobierno era la historia de las franca-chelas, la indiferencia y la esterilidad? Convocarloshubiera sido como festejar un accidente. A los gobier-

nos no les interesaba, pero los Cabildos Abiertos selevantaban y se abrían en la conciencia de cada argenti-no que juzgaba los desmanes de los privilegiados. Ahorala conciencia sale a la calle y el pueblo se desbordacantando y abre las puertas de este recuperado CabildoAbierto1. ¿Y sabés por qué, Mordisquito, ahora te ha-blo a vos? Porque el pueblo necesita agradecer lo que seha hecho y necesita exigir que la obra siga, que los pro-tagonistas sigan, y que sigan creciendo y alzándose losinfinitos motivos para la gratitud. Obreros, estudian-tes, campesinos, ¡mujeres y niños! ¿Para qué voy a enu-merarte la tremenda variedad fervorosa de los que avan-zarán redoblando sobre las horas de una fecha incom-parable? ¡Todos! ¡Todos, menos vos, Mordisquito! Desdetodos los vértices de este triángulo de felicidad que esla Argentina se derramará el río estupendo de los queno vienen a buscar una esperanza sino a mantener unarealidad. Hace años, cuando teníamos una idea, patrió-tica, política, ¡una idea social, Mordisquito!, para dis-cutirla o para exaltarla nos reuníamos en una… ¡qué séyo!… una casa, un salón de actos, un galpón de seispor ocho ¡y cabíamos todos! Hoy no. A esa multitudemocionada y convencida que abre las puertas del Ca-bildo nuevo le quedaría chico un estadio, un barrio,una ciudad. ¡El país entero necesitamos, Mordisquito!Y nos reuniremos a lo largo y a lo ancho de todo elpaís, el país que estaba tirado como un trapo y queahora flamea sin la mancha y sin el remiendo, limpio

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otra vez, recobrado y reconstruido, bandera para elamparo de todos los leales, emoción y defensa paratodos menos para vos. Pero, ¿por qué menos para vos?Andá, Mordisquito; date una vuelta por la avenida 9de Julio el miércoles próximo. A lo mejor te convenceel número: ¡no puede ser que tantos estén equivocadosy que la razón sea tuya, solito tu alma, parado sobre elmetro cuadrado de tu terquedad! Abandoná tus prejui-

cios, asomáte a la fiesta de los agradecidos y en una deésas, ¿quién te dice?, el espectáculo te derriba, y de tusescombros nace el argentino nuevo, el argentino quesonríe y que cree. Andá, Mordisquito, acompañános.¿Por qué no querés ir? ¿O tenés miedo de que te con-venza? ¿Cómo? ¿Que no tenés miedo de que te conven-za? ¡Vamos! ¿A mí me la vas a contar? No. ¡A mí no mela vas a contar!

1 Se refiere al Cabildo Abierto del Justicialismo, convoca-do por la CGT y efectuado el 22 de agosto de 1951 con elfin de solicitarle a Eva Perón que aceptara integrar lafórmula presidencial con Juan D. Perón, en los comiciosdel 11 de noviembre del mismo año. (N. del E.)

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Por qué te dio tanta rabia? Sí… Hoy, Mordisqui-to, no lo niegues. Hoy, 17 de agosto. ¡No loniegues porque yo te vi y te oí! ¿Cómo? ¿Qué si

estaba cerca tuyo? ¡Incrustadoen vos estaba! ¡Fue poreso que no me viste! Frente a la plaza de Mayo. Quehasta allí llegaba, por ese lado, el medio millón de chi-cos. ¡La baraúnda más linda y más loca que conocí enmi vida!… Yo… ¡Y vos! ¡Medio millón de pájaros es-tremecidos por un solo anhelo! El de llegar al estadioque!… ¡ya estaba lleno!! ¡Cubiertas las 40 mil plazasdel estadio!… ¡y el medio millón afuera, pujando —entre la bullanga más deliciosa— por acercarse al sitio!Como si medio millón de gorriones buscaran, en plenodía, el árbol donde ampararse. Y eso te dio mucha ra-bia, sí, no lo niegues, porque a mí me gusta tu sinceri-dad aunque no comparta tu error. A vos te dio mucharabia, y eso no tiene sentido. Yo estaba incrustado envos —porque la marea era tal que me aplastó contra tupecho, del mismo modo que luego me separó sin queme vieras—. Yo estaba apretado a vos, y fue por esoque te oí cuando decías: «¿Ahora también los chicoshacen política? » ¡Sí! ¡No lo niegues! ¡Te oí! «¿Ahoratambién los chicos ha-cen política?» ¡Y no! ¿Por qué?¿A qué le llamás política? ¿Agente que da las gracias?Porque los chicos de hoy fueron a devolver con su pre-sencia lo que han recibido en privilegio. ¿O no sabésque en tu patria primero están los niños y después losniños, y después otra vez los ni-ños? ¿Por qué decís

que fueron a hacer política? ¡Si los chicos no votan!Sí… Ya sé, antes votaban hasta los muertos, pero aquí,los chicos de hoy, no votan. ¿Y entonces? ¿Qué raraconfusión se ha establecido en tu cabeza como paraquerer embarrar una fiesta de la emoción, tan linda comoesta de hoy, que no tiene parecido en nuestra historia,con una frase descarnada y sin sentido? «¿Ahora tam-bién los chicos hacen política?» Y no, Mordisquito…¡No! ¿Por qué van a hacer política? Si los chicos nosaben más que besar o no besar. ¿Y qué? ¿Te dio rabiaque hoy quisieran besar? ¿Y no se merecían el beso?¿Mil besos? ¿Medio millón de besos? Los chicos nointuyen nada de eso que vos querés, los chicos sien-ten, ven. Les han dado todo. Se lo siguen dando, yellos tienen miedo de que no les den más todo eseamparo. Toda esa ternura. Toda esa esperanza. Y sabenquién se lo dio. Todos lo sabemos. Y por eso fueron.¿Vos no hubieras ido si hubieras tenido esa edad? ¡Yclaro que hubieras ido! Un hombre, a fuerza de vivir, sehace hasta desagradecido, pero los chicos, no. Los chi-cos mantienen hasta una edad —que te olvidaste— lapureza de sus movimientos emotivos. Les das cariño yte dan cariño. Tus hijos, y los hijos de todo el mundo,entienden únicamente un solo idioma: el del cariñoque encuentran. ¿Y entonces? ¿Por qué decís que fue-ron a hacer política? A los chicos les dijeron que losque hoy los hacen felices se quieren ir y los chicos noquieren. ¿Por qué van a querer? Si en la niñez no es la

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cabeza sino el corazón quien piensa, ¿por qué iban ahacer política ¿O crees que ellos saben que antes hubochicos de su sangre y de su tierra, ¡aquí en su tierra!,que vivían sin pan y morían sin juguetes. Vos sí losabías. Y yo también. Pero ellos, ellos no. Y entonces,

¿por qué se te ocurrió que hoy medio millón de chicosadorables iban a hacer política, en vez de pensar quequerían darles un beso a los que les dieron la felicidad?¡Vamos, Mordisquito! ¡A mí no me la vas a contar!,¿eh?

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M irá, estoy ronco porque hace tres horas quehablo y no me entendés. Mirá, Mordis-quito, durante 1950 el Gobierno repartió

títulos, permisos y concesiones sobre tierras a 5.000mil familias con un total de 22.000 personas. ¿Y sabésqué tierras? Las mismas que durante los años de laincuria permanecieron tiradas como un excedente. Loslatifundios, Mordisquito, esos tremendos bostezos decampo laborable, con su entrepiso que esperaba ansio-samente la visita de las raíces que no le llegaban nunca.¡Claro, mucho lío plantar! ¡Mucho lío el desmonte o elemparve! ¡Tremenda complicación esa de aceitar unarado o una trilladora! ¡Cargosa dificultad esa de abrir-le la tranquera a las familias muertas de hambre paraque entrasen a roturar la tierra y no sólo ganasen sualimento y su sueldo, sino que acrecentasen las rique-zas de los patronos negligentes! No, Mordisquito, ya telo dije antes: ¡mucho lío! El país estaba repartido en lasmanos de cien familias. ¡Las cien familias privilegiadasde antes! Claro, si en los latifundios entraba el río delas otras familias —las familias desheredadas y ham-brientas— aquella, tierra que no servía para nada servi-ría para todo, pero los patronos bajaban la argolla de latranquera, estiraban los tientos del alambre y se hacíanel viajecito a Europa. ¡No podían fallar!

Claro, ellos o bien tenían dinero a paladas y no que-rían molestarse en subdividir aquellos estériles lagosde pasto o bien pensaban otra cosa. ¡No, si se la tenían

bien pensada, no vayas a creer! La subdivisión y elarrendamiento de los latifundios hubieran traído, des-de luego, una abundancia de trabajo, pero a los explo-tadores de la peonada les convenía que el trabajo fueraescaso y ambicionado para así pagar sueldos infames alos desesperados, porque un hombre que tiene a susespaldas una familia querida a la que mantener, agachala cabeza, acepta la humillación y el latigazo, trabajapor chauchas, convierte su dignidad de hombre en unamiserable heroicidad. ¿Entendés, Mordisquito? Te ha-blo de gente de campo y te hablo de gente de la ciudad.Lo que ocurría en los latifundios ocurría en las fábri-cas. El hombre explotaba al hombre porque más allá delos centavos del jornal cruelmente ganado ¡no habíanada! Es decir, sí, había cien familias, había cien feu-dos que pasaban de padres a hijos con un absolutodesprecio de la clase que entonces era el desperdicio oel estropajo, y que hoy es la única clase que reconoce-mos: ¡la del hombre que trabaja! ¿Cambiaron las cosas,no es cierto? ¡Claro que cambiaron! Acaso vos te enco-jés de hombros no por maldad, Mordisquito —¡vos nosos malo!—, sino por negligencia. Siempre viviste sinla angustia del peso que falta y nunca llegaba hasta tumundo el rumor dolorosos de las muchedumbres ex-plotadas. Para vos el resero o el peón o el chacareroeran pintorescos personajes sin problemas sociales, quese pasaban la vida ensillando el pingo pangaré o tocan-do no la guitarra sino la vihuela.

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Y para vos el obrero no era un padre, un hermano oun hijo, sino un anarquista que salía a hacer ruido losprimeros de mayo, y la fabriquera era un invento deCarriego o un maniquí arrabalero para que encima lecortasen letras Carlos de la Púa o Celedonio Flores. Yno, Mordisquito. Todos ellos eran células de una fami-lia, amores de una familia. ¿Vos te creías que no teníanque vivir y que comer? ¡Sí, comían como vos, vivían y

amaban y sufrían como vos! ¡Y ahora, como vos, co-men y aman y viven pero ya no sufren! Frente a las 100familias de todos los años, ahí tenés las 5.000 de unsolo año, fecundando el latifundio, trabajando no sólopara ellos sino también para la patria, ¡que es estar tra-bajando para vos! ¿Entendés, Mordisquito? No, a míno me vas a contar que no entendés, que no entendisteya hace mucho. ¡Qué me la vas a contar!

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M añana! ¡Sí, es mañana! ¡Mañana, Mordis-quito! A vos no te habían enseñado que tupatria tiene caminos, ¡una ponchada de

caminos, un mundo de caminos! Vos vivías en la ciu-dad, como en un aula de portland y creías que el paísterminaba en la avenida de circunvalación. ¡Y no, Mor-disquito! No, no. Tu patria tiene multitud de caminos,y si todavía no aprendiste a saberlo, mañana aprende-rás, porque por esos caminos llegará el alegre tumultode los hombres sin angustias, el fervoroso bochinchede los que comen y sueñan, todo ese conmovido y so-noro enjambre de la gratitud. Nunca, ¿me oís bien?,¡nunca tu patria había conocido una fiesta como la demañana, enorme fiesta, fiesta monumental! Hubo otras—¡claro que hubo!— preciosas fiestas, pero como ésta,con la fuerza, el color y el amor de ésta, ¡a mí no me vasa contar que hubo otra! ¡No, a mí no me la vas a contar!Mirá, todo esto que está en el aire, no como un blanditoperfume de tocador, pura loción, métale extracto, sinocomo un tremendo aroma de pampa, de pasto, ¡de sin-ceridad!, todo esto, Mordisquito, tan popular y tan ma-ravilloso, me da miedo. ¡No, no, entendéme! Tengomiedo por mí, tengo miedo por mis palabras de estanoche. Porque en una de ésas me levanta en vilo elentusiasmo de los otros, ¡mi propio entusiasmo! y envez de hablarte razonando me pongo a gritar, Mordis-quito. ¡Qué lindo es gritar a veces, cuando el grito esuna profesión de fe y no te lo ahogan con un bife! ¡Qué

lindo es perder la línea y entrar en la noche a saltos,cuando el motivo del salto no es un planazo sino unaconvicción! Sí, ya sé que es lindo, pero debo mantenerante tu terquedad sin justificativo una postura tranqui-la y afectuosa, sin gritos. Yo sé que a vos te molestanlos gritos, sobre todo cuando cantan verdades, ¡verda-des como estas de mañana, las verdades cumplidas,las verdades que se prometieron hace seis años en otranoche que ya no sé si nos pertenece, porque la historiala pidió para ella y la ha colocado entre las noches sa-gradas de tu país! ¡No, a mí no me vas a decir que no teacordás de aquella noche! Fue la noche de la desespe-ración, del amor y de la promesa. Pero la desesperaciónterminó y el amor sigue y las promesas se cumplieron.¿Te acordás, Mordisquito? Las viejas plataformas polí-ticas, las plataformas previas a las elecciones, donde elfraude era una costumbre social, estaban cargadas depromesas, ¡se hundían con el peso de las promesas!, ycuando llegaba el momento del poder, aquellos quehabían prometido se encogían de hombros, le daban laespalda al pueblo, ¡y que el pueblo se muriese de ham-bre o de pena, mientras los hombres seguían explotan-do a los hombres, mientras los ricos seguían siendomuy ricos y los pobres muy pobres, y el acomodo, elpeculado, la coima y la dependencia de los capitalesextranjeros seguían siendo las columnas donde se apo-yaba la indignidad! Hace seis años, durante una nocheque ya. está en la historia, un hombre le prometió a un.

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pueblo el derrumbe de los viejos ídolos, la persecu-ción sin cuartel de las vergüenzas tradicionales y ladevolución del respeto a la única clase que lo habíaperdido. El respeto a la clase de los hombres que tra-bajan. Y esa promesa fue superada, porque los añostrajeron todavía más de cuanto se había prometido,¡mucho más, muchísimo más! Por eso, desde todoslos caminos de tu patria —recuperada— avanza la for-midable fiesta de mañana, con sus gritos, sus bande-ras y sus esperanzas. El que prometió ha cumplidoya: ¡la pobreza no es un destino forzoso en esta tierra!Y los humildes no quieren despojarse de sus con-quistas, de ese millón de conquistas que, junto a, ese

hombre, les alcanzó también la mano enternecedorade una mujer de asombro. De una mujer que queman-do su vida en el fervor más bello ha hecho posiblepara los hombres, en esta tierra, un montón de cosasque antes sólo estaban prometidas para el cielo. Paraeso llegan, para eso cantan, para eso piden. Y no pi-den una conquista nueva, sino que piden la presenciade los que conquistaron para ellos tanta dicha. Noquieren perderlos, Mordisquito, ¡y no los van a per-der! ¡Mañana! ¿Entendés? ¡Todo esto cabe en la con-movedora y alegre fecha de mañana! ¿Entrás en sugrandeza, comprendés su grandeza? ¡No, a mí no mevas a contar que no la comprendés!

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Ybueno! ¡Ya estuvo, ya fue! ¿Te enteraste, Mor-disquito? ¿Vos no fuiste? Claro, ¡qué vas a ir!Pero no me digas que no escuchaste el himno

de la gente enloquecida por la alegría, que no leíste lascrónicas de ese momento enorme, que no viste las foto-grafías de todo ese impresionante amor. ¡Ya estuvo, yafue, Mordisquito! ¡Te hablé de millones, y fueron mi-llones! ¡Te anuncié que un pueblo se movía cantandobajo las banderas, y estuvo el pueblo, estuvo, como telo dije, de pie para pedir lo que quería y lo que necesi-taba, y lo ha conseguido, y vuelve a ser feliz. Vos nodejaste que los tuyos salieran a la calle. A lo mejor, vosfuiste uno de esos que llamaban a las puertas y, cuan-do encontraban la rendija, metían por la rendija el filomisterioso del chisme. «¡Shhh, atenti! Venimos paraaconsejarle. Mañana, veintidós, quédense en casa.¡Shhh, atentí, ojo! Van a pasar cosas. ¡Shhh!» ¡Y sí, yclaro, pasaron cosas… pero históricas, maravillosas,soberanas! ¿Entendés, Mordisquito? La calumnia, elrumor infame, el sabotaje chiquito de los incrédulos,¡todos los recursos del despecho y de la murmuración,fueron impotentes para manchar la estrella que los ar-gentinos leales entendimos ayer! Llegó el pueblo, esepueblo ayer apaleado y hoy redimido y se metió en lascalles, no gritando mueras, sino vítores de cariño. Y notraían ni revólveres, ni taleros, ni chuzos, ni las cachi-porras de otros años lastimosos, sino que traían fervoren bolsas, Mordisquito, y lo derramaron pidiendo a

gritos. Pero vos sabés lo que pedían. ¡No me digas queno lo sabés! No pidieron lo que siempre pedía antes elpueblo: que algo terminase para ver si, empezando denuevo, algo los mejoraba. No, no, al contrario. Pidie-ron que algo siguiese —y seguirá— para el bien de losque creen, para la felicidad de los que no creen, para elmilagro de todos. ¡Seguirá, Mordisquito! Porque pue-do equivocarme yo, vos… podemos equivocarnos cien,¡pero no pueden equivocarse millones! Y no son millo-nes que están a la espera de promesas y que vitoreandos nombres pensando en las promesas. No, no; sonmillones que han recibido ya una vida nueva, ¿me en-tendés?, y quieren que esa vida siga. ¿Cómo querésoponerle al bienestar de la tremenda, de la absolutamayoría, ese resentimiento tuyo, pequeño resentimien-to, Mordisquito; esa negativa tuya que no se apoya enuna convicción sino en una obstinación? Vos te ente-raste, vos sabés, te contaron o lo leíste, que en tu patriahay millones de personas inmensamente felices quevinieron desde todos los caminos para pedir, para ro-gar, para exigir la presencia de una mujer y un hombre.¿Y sabés por qué? Porque esa mujer y ese hombre ¡hansido los promotores de su felicidad! ¿Para qué creésque vinieron? ¿Para qué creés que llegaron, y no de lavereda de enfrente, no de los barrios a media hora delcentro, sino de Misiones, San Antonio de los Cobres oel más lejano puerto del sur? No vinieron a provocar, apelear, a discutir, a llenar las calles de tristeza, de ho-

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rror y de miedo, sino a llenarlas de entusiasmo, deemoción y de esperanza. Y ahora que el pueblo ilumi-nado consiguió lo que quería y lo que merecía, el pue-blo vuelve a sus hogares, al hogar de allí enfrente o alque está a mil kilómetros. Vuelve riendo y gritando,demostrando gran cultura, sin hacer daño a nadie, sinpólvora y sin machete. ¡Puro amor, Mordisquito, puro

y radiante amor! ¿Todavía no entendés el mensaje? ¡Va-mos, a mí no me lo cuentes! ¡Podés encogerte ante eltelegrama de uno, pero no ante la jornada de auténticademocracia que ayer ofreció la muchedumbre en mar-cha! No, Mordisquito, hoy menos que nunca, ¿podríascontarme que todavía no entendés y no respetás? ¡No,no, a mí no me la vas a contar!

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N o, no, Mordisquito! ¡Asociación de ideas!¡Vos sabés lo que quiere decir! ¡Claro que losabés! Una idea te conduce hasta otra idea y,

de idea en idea, el pensamiento viaja como una pelotade golf, hasta que lo embocás en un hoyo que quedabamuy lejos del punto de partida. Pensás en el mate —por ejemplo— y del mate pasás a la yerba, y de la yerbaa la vieja historia de los mensús explotados. ¿Me com-prendés? ¡Asociación de ideas! O si no, pensás en unafiesta popular, una fiesta como la del 22 de agosto, ypasás a otra fecha, 11 de noviembre, y de los comiciosde 1951 —que es como si te dijera los comicios de1946—, de allí, ¿sabés adónde pasás, adónde pasamos?¡A la farsa electoral de una época ahora derribada ysuprimida! ¿Me seguís comprendiendo? ¡Asociación deideas, Mordisquito! Porque a mí no me vas a contarcómo votarás en noviembre, cómo votaste hace cincoaños, ¡y cómo votabas hace veinte! ¡No, a mí no me lavas a contar! Yo no te hablo de tu sufragio en sí, de laopinión libre y honrada y respetada que dejarás caeren la urna. No, no, yo te hablo de otra cosa, ¡vos sabésmuy bien de qué! Yo te hablo de aquella indignidadque se había hecho costumbre, de aquellos comiciosdonde los malevos opinaban a balazos y donde tu opi-nión merecía tan poco respeto como tu libertad o tuvida misma. Entonces no importaba cuáles eran loshombres amados por el pueblo, y el poder pasaba demano en mano, no como una preciosa conquista de los

humildes sino como una componenda de compinches.Entonces el escrutinio no era una ceremonia sino unacomplicidad. Entonces, algo tan importante y tan tras-cendente como la elección de un funcionario que iba apresidir, no la comisión de fiestas del Club JazminesJuveniles, sino los destinos de una patria, algo tan legí-timo y tan sagrado como esa elección, se convertía en lacomedia vergonzosa de los que hacían saltar los lacresde la urna o en el descaro de los compadritos a sueldoque te señalaban el cuarto oscuro con el caño del revól-ver. ¿Te acordás, Mordisquito? Eran los años del comi-té que chorreaba vino barato y olía a empanadas gratui-tas; los años en que los muertos abandonaban su in-diferencia y se incorporaban a la caravana de los quevotaban al oficialismo; los años en que la libreta deenrolamiento no era un documento sino una changa;¡la época en que asomarse al padrón era como aso-marse a la infamia! Entonces —no me digás que no teacordás—, salir rumbo al comicio no era lo que fueen 1946 y lo que será en 1951: ¡una sencilla y respe-tuosa atribución con garantías! ¡Salir para el comicioera una aventura que olía a provocación, a sablazos ya pólvora! El padre de familia salía a votar y la fami-lia se quedaba rezando. Porque en una de ésas habíaun cambio de opiniones y el sufragante volvía… ¡no,no volvía!, lo traían, y a cambio de la libreta de enro-lamiento le habían dado un tajo o un balazo, ¡y noexagero! ¡No, no; vos no podés decirme que exagero!

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Vos votaste conmigo en esas épocas de la chicana, ladesfachatez y el fraude, y entonces mis palabras de aho-ra, las palabras con que estoy jugando al golf entre dosfechas, tienen que meterse en tus convicciones y reso-nar allí dentro con una retumbante franqueza de cam-pana que no me podrás desmentir. ¿Entendiste, Mor-disquito? Asociación de ideas, enlace de una mesa elec-toral presidida por el talero del fascineroso y de estas

mesas que te dieron hace cinco años y que volverán adarte para que opinés como vos quieras, en plena, enabsoluta, ¡en tranquila disposición de tu libertad, de tuvida y de tus deberes! ¿Verdad que estás asociandoideas, Mordisquito? ¡Andá, jugá un poco al golf y verásqué bien te hace! Porque a mí no me vas a contar que note gusta jugar de esta manera. ¡No, a mí no me la vas acontar!

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Claro, Mordisquito, yo conozco la calidad detu disgusto o de tu desprecio! —porque vosdespreciás y porque vos estás disgustado—.

¡Y sé por qué estás disgustado! ¡Porque tocan mal elarpa! ¿Qué? ¿Que no sabés de qué arpa te estoy hablan-do? Dejáme que te cuente, Mordisquito, porque esto lepasó a Pepe —un amigo— y Pepe se parece mucho avos. Fuimos él y yo al circo y empezó el número de unequilibrista. ¡Descomunal el equilibrista! Se subía a unaescalera parada de punta y al llegar allá arriba ponía unbanquito, sobre el banquito un tarro de yerba, despuésdel tarro un asiento de bicicleta, ¡también haciendo equi-librio el asiento! Y allí se sentaba él, y mientras la esca-lera daba vueltas sobre sí misma este bárbaro hacía jue-gos malabares con tres botellas en las manos, con losdos pies tocaba el arpa, ¡y, claro, todos aplaudíamoscomo locos! ¡Figuráte! ¡Un número estupendo! PeroPepe movió la cabeza como la movés vos, desdeñando,¿y sabés qué dijo?: «Sí, bueno, ¡pero el arpa no la tocabien!» ¿Y qué querías? ¿Un concierto de la Wagneria-na? Jesucristo se asomó sobre el perro muerto y descu-brió que sus dientes eran hermosos, pero ni Pepe nivos buscan los dientes del perro sino que buscan elarpa del equilibrista. Y sí, ya lo sé. Toda obra monu-mental puede ser criticada mezquinamente, pero no porel monumento que no admite discusión sino por eldetalle que no tiene importancia, el detalle tan chiquitocomo el que lo critica. Y eso hacés vos; en ese plan

mental te colocás vos. Viste avanzar por las callesdos millones de personas felices, y en vez de dejartearrastrar por el río de su felicidad, dijiste: «Sí, peromirá como están de cansados… ¡Jeh!… ¿Y esta no-che? ¿Esta noche dónde van a dormir?» ¡Y si, ya losé, y a mí que me importa! Yo sé que durmieron. ¿Yaunque no hubiesen dormido? ¿Con eso qué? ¡Si ellosno habían venido para dormir sino para demostrarque estaban despiertos! ¿Entonces? ¿No podían dar-se el lujo de sacrificar una noche de sueño, ahoraque tienen el sueño asegurado por todas las nochesde su vida? ¡Pero, claro, mientras ellos cumplían fer-vorosamente con la música de sus corazones, vos laseguías con el arpa! Pero, dejá el arpa, Mordisquito,no busqués injustamente el detalle mínimo porquevos no podés asomarte a la mañana de un día radian-te y decir: «¡Sí salió el sol! Pero abajo de ese árbolhay sombra!» ¿Y por qué te vas a fijar en la sombra sihay sol? Es como si en una cancha de fútbol, de pron-to, faltando un minuto para finalizar el partido, unarquero atajase un penal y salvase así el campeonato,y vos dijeras: «Sí, el penal lo atajó, pero quedó todoembarrado». ¿No ves que eso es criticar el arpa? ¡Escomo si protestases contra el transporte por que losferrocarriles son nuestros y los tranvías y los ómni-bus, pero vos subís y comprás el boleto y resulta queel boleto no es capicúa! Pero, ¡qué barbaridad! ¡No telo dieron capicúa! ¿Entonces, qué hacés que no pe-

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dís el libro de quejas? ¿Entendés, Mordisquito? Noes posible enfrentar este iluminado mundo de las con-quistas enormes, y enfrentarlo desde el rincón de lasarañas, revisando los hechos con la lupa de tu malhumor y tu mala voluntad. Hay sol, Mordisquito;sol a baldes, y vos no podés despreciar ese sol úni-camente porque entrás en el sótano y está oscuro.Ponéte en el plano del sentido común, y a la grande-za que te ofrecen considerála con la grandeza de tuánimo, no con la pequeñez porque vos tenés un cen-

tímetro de hule. Y con eso no podés medir el Acon-cagua. ¡Se te acaba el hule, Mordisquito! ¿Entendéslo que quiero decirte? ¿Sí, entendés? ¡Hay que aplau-dir al equilibrista y ponerle un moño al arpa! Si haceun millón de cosas, ¿qué te importa que el arpa latoque mal? ¿Sí, Mordisquito? ¿Verdad que sí? ¡Noseas obstinado y decíme que meterás el moño, no lapúa! Porque a mí no me vas a contar que conocés eldetalle chiquito y no conocés la obra… ¡inmensa! No,a mí no me la vas a contar!

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N o, Mordisquito! ¡Te hablo de lo de Burzaco!Vos no fuiste nunca, no, pero yo sí queríatener frente a mis ojos ese precioso mundo

de los ancianos felices y respetados. Y no fui a un asi-lo; no, Mordisquito, ahora ya no hay asilos. Yo fui a unhogar, donde los hombres viejos recobran su vida res-petable y vuelven a ser útiles con la más serena y her-mosa utilidad.1 Y hoy se cumple una fecha, Mordisqui-to. ¿Sabés cuál? ¡No me digas que no la sabés! Hoyhace tres años que el presidente de la República recibióla declaración de los Derechos de la Ancianidad. Yo séque a vos esto no te va ni te viene. Primero, porque sosjoven todavía, y después porque vos tenés una estre-cha costumbre, Mordisquito: observás únicamente loque pasa a tu alrededor, en tu hogar, tu familia o tuambiente. Y, claro, los ancianos de tu familia siemprevivieron una vejez tranquila, sin las alternativas del des-amparo o el hambre, y tus padres son dos amigos di-chosos, y la abuela un amor sin problemas, que vivesus últimos años envuelta en el cariño bochinchero delos nietos, y es la flor nevada de la familia. Una rosablanca que se va inclinando de a poquito y que cuandollegue el momento se quedará quietita, así, como havivido: amorosamente, Mordisquito, querida y resguar-dada. Una flor de esas que uno guarda luego entre lashojas de un álbum, para siempre, y, claro, vos nuncaconociste otros ancianosque éstos. Y entonces yo tehablo del paraíso de Burzaco, te menciono no el asilo

humillante sino el hogar digno, te recuerdo la fecha deesta enorme conquista y vos no entendés ni mis pala-bras ni mi intención. No las entendés porque vivís enun mundo que nunca tuvo ni expectativas ni angus-tias. Pero había otros viejos, Mordisquito, los tristes ylos solitarios, los que giraban lentamente para mirar elcamino recorrido y se hacían esta pregunta sin espe-ranzas, esta pregunta inhumana y terrible: «Para quécaminé? ¿De ese camino, qué me queda? ¿Qué quisetener, qué soñé tener y qué tengo ahora?» ¡Ah, vos nosupiste que existían estos viejos! Y, claro, en tu familiala vida no era una hipoteca sino un premio. La juven-tud, Mordisquito, es una bandera alegre y flameante, ysaltamos las barricadas de la vida con ella en alto, can-tando y desafiando. Después, cuando llega el crepús-culo y avanza la caravana cansada de los viejos, hayque envolver la bandera y guardarla melancólicamentecomo un trofeo de las batallas ganadas y perdidas. Peroa veces los ancianos olvidados y despreciados debíanvolver al combate, a ganarse la vida que se habían gana-do mil veces, y en las manos fatigadas aquella banderade los impulsos jóvenes se convertía —¿sabés en qué?—en la marejada del andrajo, Mordisquito. Lo que debíaconservarse como una reliquia se arrastraba como unharapo. ¡Y sí, ya lo sé, vos no conociste este dolor delos viejos tirados a la calle! No, no; en tu familia losabuelos sonreían, y yo no me levanto contra esa sonri-sa, ¡no, qué esperanza, al contrario, la bendigo! pero sí

Primer cicloCapítulo 35

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me levanto contra la negligencia y contra la indife-rencia de otros tiempos. ¡Miles y miles de ancianossalvados de la infamia y del hambre, techo para to-dos, pensiones a la vejez, descanso y respeto en susúltimas horas, y no la limosna sino la dignidad, y noel asilo, sino el hogar! Mordisquito, andá a Burzaco.

1 Alude al Hogar de Ancianos de Burzaco, pertenecientea la Fundación Eva Perón y modelo en su género. (N.del E.)

¿Qué te cuesta? ¡Está tan cerca! ¡Yo te llevo! Porquelo que te digo son palabras, y allá están los hechos,los hechos que vos te obstinás en no reconocer. Por-que a mí no me digás que lo tuyo es convicción. ¡No,no; lo tuyo sigue siendo obstinación! ¡Y, claro, a míno me las vas a contar!

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Y por qué no? ¡Vos dirás que no, pero los he-chos están diciendo que sí! ¿Y por qué lasmujeres no podían intervenir como nosotros,

no en la politiquería del enjuague sino en la política deun país que se salva y de una nacionalidad que vuelvea hacer pie? La vida sigue, pero todo evoluciona, Mor-disquito. Si hasta el dolor y el amor evolucionan. Nopodemos aferrarnos a las viejas costumbres y a los vie-jos defectos con la terca perseverancia del gato de lacasa que está en ruinas… ¡y sigue metido en las ruinas!¡Y no, ahora las cosas han cambiado, ahora las mujerestienen tanta dignidad cívica como los hombres! ¡Y cla-ro! ¿Por qué no iban a tenerla? Revisá la historia, Mor-disquito, y a la sombra del héroe encontrarás siempreel impulso y la fortaleza que nacían en la mujer queri-da. ¡Tantas hubo y tantas conocés! Claro que entoncesel mundo avanzaba de una manera más cautelosa, elprogreso no volteaba ese montón de barreras sin senti-do y la función femenina era simplemente tutelar: ten-der la mesa, preparar el ladrillo caliente envuelto en lapañoleta o hervir la manteca en el vino para cortar unresfrío. Función irreemplazable, imagináte, la funcióndoméstica y reposada de tu madre o de la mía, mujeressencillas que actuaron sencillamente en la época de lasencillez. Pero hemos evolucionado, Mordisquito. Siaceptaste que la mujer saliera a la calle para ponerle elhombro a tu iniciativa y para trabajar con vos y comovos; si aceptaste el esfuerzo, al mismo tiempo heroico y

risueño, de la mujer trabajadora, y consideraste su acti-tud como un deber, ¿por qué al que cumple un deber levas a negar un derecho? ¡Y no, no se lo podés negar!¿O qué querías? ¿Que la mujer fuese igual a vos en elmomento de la fatiga y que fuera menos que vos en elinstante de la recompensa? ¡Y no! Mirá: desde hacemuchos años —digamos treinta, cuarenta—, la magní-fica mujer argentina, las nietas de aquellas abuelas crio-llas que ayudaron a escribir la historia, tu mujer o tuhermana, tenían pleno derecho a intervenir en los des-tinos del país, estaban capacitadas para disfrutar losinstantes felices de una patria o para mejorar los ins-tantes complicados. Y recién ahora la inteligencia y elcariño con que te construyen esta Argentina nueva dig-nifican a la mujer y la colocan para siempre en el planode los protagonistas; y está bien. Así debe ser, ¡porqueno podemos vivir absurdamente en la casa estropeaday vacía! Pensá, Mordisquito, en el fervor tremendo quelas mujeres han demostrado en los últimos años dereconquista apasionada. Pensá en las obras enormesque una sola mujer ha hecho para tu patria. Y frente aesas obras monumentales, ¿es posible que no compren-das todavía qué derechos les asisten a las compañerasde tu nacionalidad? ¡Y no! ¡A mí no me podés contarque no lo comprendés! Dejá el pasado. Ya está en lapercha, colgado junto a un montón de desencantos.Pero pensá que si ahora las mujeres se lanzan alegre-mente, lealmente, a la función cívica es porque hay una

Primer cicloCapítulo 36

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nueva fuerza que las empuja, ¡y vos no podés mante-nerte al margen de estas verdades que te digo, y que telas digo porque me las enseñaron ellas con su ejemploclaro y valeroso! Vamos, Mordisquito, dejá que el gatose pasee maullando sobre los escombros y entrá valien-temente en esta época llena de momentos flamantes, de

justicia y de claridad. ¿O preferís el oscuro afecto de lacasa en ruinas? ¿No es muy literario eso? ¡Vamos, nome digás que preferís ponerle las espaldas al techo quese te cae encima, y así vencido, así inclinado, protestarcontra el desfile de las mujeres victoriosas! ¡No, quévas a preferir! ¡A mí no me la vas a contar!

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M ordisquito: ¡me voy! ¡Qué gracia! ¡Lo mis-mo que el manisero! Sí, Mordisquito: ¡mevoy! Y sé que no vas a olvidarme. ¡No,

qué me vas a olvidar! Descansarás de mi voz, pero node mis evidencias. Sí, no te rías. Yo sé que ahora queme voy es cuando más voy a estar contigo. Parece uncontrasentido, ¿verdad? Pero vos sabés que no. Sabésque yo tengo la perseverancia de esos grillos que can-tan y cantan porque están seguros de que su esfuerzoalcanzará la noche. Y los grillos saben que la noche esbuena, porque les trae el silencio que los deja oír. ¿Mecomprendés, Mordisquito? Por eso te he hablado tan-to, seguro de persuadirte. Porque yo ya sé —como losgrillos— que me va a ayudar tu noche y que vas a escu-charme y que vas a pensar. Porque te conozco de me-moria, Mordisquito. Vos tenés ese orgullo criollo dedefender hasta los errores, porque un día comprome-tiste tu mano y tu palabra. Te embanderaste de buena fecon una idea, sin imaginar siquiera que los encargadosde hacerla flamear, en lugar de levantarla bien al cielola iban a llevar arrastrando por todos los caminos y queiban a elegir de los caminos —con una preferencia mi-serable— aquellos que tenían más barro. «¡Diste tu manoy tu palabra!» ¿Y ahora? ¿Cómo te vas a volver atrás?¿No es cierto? «La patota te miraba.» Es muy criollo esemiedo al ridículo. Vos, en el fondo de tu alma, sabésque te equivocaste, pero «diste tu mano y tu palabra».Sabés que otros tienen la razón, pero vos «diste tu mano

y tu palabra». Estás poniendo lo mejor que tenés, tulealtad, al servicio de un error imperdonable. Y, claro,«no es de hombres el aflojar ». Seguís en el tango. Se tehizo piedra en la conciencia la imagen —gorda y senti-mental al mismo tiempo— de que un hombre no debemoverse de sus convicciones. Y ¿por qué no? Si la pro-pia convicción es un error, ¿cómo se puede insistir ma-niáticamente en la equivocación? ¡Eh! No, Mordisqui-to. Porque «diste tu mano», te enrolaste con los verdes,vos —¡duro ahí!— ¿vas a morir siempre verde? Pero,eso no es convicción. Eso es amor propio. El más ordi-nario amor propio. El que hace que no quieras enten-der nada de lo que está ocurriendo. Mirá, Mordisquito,todo se ha movido en el mundo. ¡Nada está en su sitio!Estás asistiendo al momento más dramático de la histo-ria del hombre civilizadlo. Asistís al fracaso de todoslos sistemas, al fracaso de todos los sistemas políticos,sociales y económico utilizados por el hombre hasta lafecha, para lograr una vida menos miserable y una con-vivencia en paz que no se ha conseguido en ningunaparte de la tierra más que en tu patria, Mordisquito, ¡yno querés entenderla! En tu país se está produciendola revolución más sensatas de que se tenga memoria.¡Pero vos, firme en tu obstinación! No querés aceptarque la necesidad crea sus genios y los crea para supropia defensa. No, vos no querés entender nada, noquerés aceptar nada. «¡Ah!… ¡Ahora tenés auto!… ¿Eh?»Y sí que tengo auto. Siempre lo tuve. ¡En una época

Primer cicloCapítulo 37

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tenía hasta dos! ¿Y qué hay? ¿Querés herirme con sos-pechas feas que nadie se merece? ¡Ni vos! Sí, Mordis-quito, siempre tuve auto. Lo que no tuve nunca fueesta dicha de asistir a una revolución como la presente,con la que se le ha dado tanta felicidad a un pueblo contan poco dolor. Yo sé que ahora me tenés fastidio, Mor-disquito; pero sé que un día me vas a querer. Sí que mevas a querer, Mordisquito. Porque yo no soy tu enemi-go, ni estoy equivocado, y el día que me entiendas tevas a entristecer de haber tardado tanto. Por eso te dejo.Porque creo que voy a ser más útil para vos cuando, envez de hablarte, te deje pensar. Porque sé que vas aseguir escuchándome, Mordisquito. Cada vez con me-

nos rabia vas a seguir escuchándome. Yo voy a estar enel grillo de tus noches, en la canilla que gotea, en elropero que cruje a medianoche, en el humo final delpucho que apretás rabioso contra el cenicero, en el chas-chás del cinc cuando llueve, en todos los pequeñosruidos de la obsesión, allí voy a estar yo, Mordisquito,con mi voz de grillo, persiguiéndote, persuadiéndote.Aunque me marche —como me marcho ahora—, sé queseguirás oyéndome, como al grillo, Mordisquito. Yo teanticipo ahora el abrazo que vos me vas a dar un día.¿Qué no me lo vas a dar? Vamos, testa dura, ¿a quiénse la vas a contar? Hasta siempre, Mordisquito. Hastasiempre, Mordisquito.

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Segundo cicloCapítulo 38

Vos te creés que yo tenía la menor sospecha deque iba a reanudar estas audiciones? ¡No! Site lo dije todo. Treinta y siete noches te ha-

blé, treinta y siete noches en que te lo dije todo y vosno entendiste nada. Mejor dicho, no es que no me en-tendiste. No quisiste entender, que eso es peor. Pero tehablé treinta y siete noches y creo que ésa fue la emba-rrada. Yo debía haberte hablado treinta y siete días, siem-pre de día. La almohada, es un elemento muy valiosoen la vida de la gente, pero la almohada sola, entendés,sin la noche. La almohada y la noche juntas son unpeligro tremendo para la gente que como vos acuñadesesperanzada la idea de una rehabilitación que nopuede llegarle, que no debe llegarle porque sería la des-gracia de todos.

¿Entendés? Porque la noche es terrible. Porque amuchos como vos les da una idea deforme de la reali-dad y porque el insomnio tiene la virtud de transfor-mar en razonables las cosas más injustas. Lo tuyo,por ejemplo. ¡Que querés volver! Lo tuyo, que es mons-truoso porque es historia y está escrito en la memoria,en los papeles, en las cárceles, en los muertos y en losvivos que están muertos. Sos el pasado, el pasado máscruel que haya vivido nación alguna. Porque ningúnpaís nació a la vida con tantas posibilidades para serdichoso como este tuyo y ninguno padeció tanta in-justicia y tanta barbaridad como este tuyo y por tuculpa. Sos el pasado que quiere volver por amor pro-

pio, sólo por amor propio. Idea mezquina la tuya enesta hora de las grandes decisiones, tan mezquina laidea que de tanto andarte a pie por la cabeza ella mis-ma se te ha detenido avergonzada en las sienes y telate como si tuvieras un kilo en cada una.

¿Y sabés por qué? Porque tu idea y yo sabemos queno debés volver. Y vos también, en el fondo de tu alma,aunque lo escondas, sabés también que no debés vol-ver. Por decoro. Por recuerdo. Por historia. Sos la ima-gen del retroceso, de la injusticia, del hambre, del en-treguismo. Y el pueblo lo sabe, como lo sabés vos. Elpueblo lo sabe, porque lo padeció, que venís de viejospartidos que nunca hicieron nada en beneficio del pue-blo que es la patria y que si alguno de los tuyos, algunavez, intentó portarse bien, se cansó en seguida. Fuesolamente algún abuelo que se murió hace mucho. Elpueblo sabe que vos sos nieto, que todos ustedes sonnietos, que ninguno de ustedes hizo nada más que sernieto, nieto de la plata, nieto de las ideas. Que desde lamuerte de ellos, hasta la llegada de este gobierno, huboun vacío de dignidad y esfuerzo que vos pudiste llenary como un criminal no cumpliste ninguna de las vecesque se te dio el gobierno.

Porque vos no sos una esperanza, ni una incógni-ta. ¡Vos gobernaste! ¡No una vez, sino varias veces…y mal! ¡Gobernaste mal! Infamemente. Y el pueblosabe eso, como sabe todo. Reconocé entonces que esmal negocio para un pueblo tu vuelta al poder si para

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respetarte un poco ese pueblo tiene que pensar en tuabuelo.

Mal negocio para un pueblo como éste que estáfrente a un gobierno de asombro que le ha dado lo queni Dios ni la madre le dieron en mil años. De un go-bierno que ha puesto en marcha a la patria hacia undestino que nadie, nada más que él solo, puede con-ducir por una razón sencilla: porque este gobierno, envez de seguir lo clásico que era tan cómodo, se metióen el tembladeral de las revisiones alcanzando a cadauno la proporción de dicha que le corresponde, revo-lución gloriosa que se alcanzó con el esfuerzo de unoscuantos para felicidad de todos, tan afortunada comorevolución que vos, para darle alguna posibilidad a tupropaganda, tenés que ofrecer en tus discursos miga-jas de esa doctrina triunfante. No creas que no te oí;bien claro que lo dijiste en una proclamación: «Y po-demos asegurar a los obreros que si llegamos al poderlas conquistas obtenidas no se perderán ». ¿Obteni-das por quién? Por este gobierno. ¿Y si las obtuvo este

gobierno, por qué te van a votar a vos?Has perdido hasta la sensación del ridículo. Mirá:

este gobierno es tan perfecto que, por lograrlo todo,hasta nació de un carozo: no arrastra taras, no arrastrapasado, sólo tiene un presente indiscutible y un por-venir que da envidia.

Sí, Mordisquito. Vos sabés que no debés volver.Como sabés también que en el cuarto oscuro tus candi-datos y vos lo van a votar a este gobierno. Sí, calláte. Yosé lo que te digo. Si esto no fuera tan serio, si se pudie-ra hacer la broma, me gustaría que los peronistas todoste votáramos para verte disparar al extranjero horrori-zado del triunfo, espantado de no saber qué hacer conun país cuyo destino no entendiste nunca y cuyo bien-estar te repugna. Hasta mañana, Mordisquito. Vengopor pocos días porque me has hecho volver, pero es lahora de las definiciones y yo tengo la obligación dedecirte por qué no te prefiero ni yo, ni este pueblo.Tengo cincuenta años y una memoria de fierro. Y enesas condiciones, ¡no me la vas a contar, Mordisquito!

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Segundo cicloCapítulo 38

Bueno, mirá, lo digo de una vez. Yo no lo in-venté a Perón. Te lo digo de una vez, así termi-no con esta pulseada de buena voluntad que

estoy llevando a cabo en un afán mío de liberarte unpoco de tanto macaneo. La verdad: yo no lo inventé aPerón, ni a Eva Perón, la milagrosa. Ellos nacieron comouna reacción a los malos gobiernos. Yo no lo inventé aPerón ni a Eva Perón ni a su doctrina. Los trajo, en sudefensa, un pueblo a quien vos y los tuyos habían en-terrado de un largo camino de miseria.

Nacieron de vos, por vos y para vos. Esa es la ver-dad. Porque yo no lo inventé a Perón, ni a Eva Perón.Los trajo esta lucha salvaje de gobernar creando, lostrajo la ausencia total de leyes sociales que estuvieranen consonancia con la época. Los trajo tu tremendodesprecio por la clases pobres a las que masacraste,desde Santa Cruz hasta lo de Vasena, porque pedía unmínimo respeto a su dignidad de hombres y un salarioque los permitiera salvar a los suyos del hambre. Sí,del hambre y de la terrible promiscuidad de sus vivien-das en las que tenían que hacinar lo mismo sus ansiasque su asco. No. Yo no lo inventé a Perón ni a EvaPerón. ¡Vos los creaste! Con tu intolerancia. Con tu cruel-dad. Con la misma crueldad aquella del candidato apresidente que mataba peones en su ingenio porque lepisaban un poco fuerte las piedritas del camino a lahora de la siesta.

Sí, yo sé que te fastidia que te lo recuerde. Es claro,

pero vamos a terminarla de una vez. Porque yo no loinventó a Perón ni a Eva Perón. Los trajo la injusticiaque presidía el país. Porque a fuerza de hacer un estilode tanto desmán, terminó por parecerte correcto lo másinfame. Claro, a vos no te alcanzaba esa injusticia. Ten-drías, como un señor que yo conocía y que iba todoslos meses a cobrarlo, una puesto de ama de cría paracubrir sus gastos, que se lo pagaban oficialmente, y unsueldo para salir con el Klan1. Yo me acuerdo del Klan.Y vos también. Aquella mafia siniestra que salía sólopara aterrorizar gente y mataba una vez a gomazos, otravez a tiros y a veces con el camión para hacerlo másdivertido. No, si la memoria fastidia. Pero yo no lo in-ventó a Perón ni a Eva Perón. Los trajo la estulticia quemanejaba el país. Mirá, si vos hubieras estado en laSemana Trágica como yo y como tantos, en Cochabam-ba y Barcala, y hubieras visto morir primero a aquelloscinco, fuego a cientos y hubieras visto masacrar judíospor una "gioriosa" institución que nos llenó de vergüen-za2, no hubieras formado nunca más parte de ese parti-do que integrás por amor propio y quizá por ignoranciade tantos hechos delictuosos que son los que empeza-ron a preparar la llegada de Perón y Eva Perón. En unpaís milagroso de rico, arriba y abajo del suelo, la gentemuerta de hambre. Los maestros sirviendo de burla enlugar de hacer llorar porque estaban sin cobrar un añoentero. ¡No! ¡Y todo vendido! ¡Y todo entregado! Yo séque te da rabia que te lo repitan tantas veces, pero es

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que entristece también pensar que no lo querés oír. Elotro día, en un discurso oí que decías refiriéndote a ungobierno de 1918: "Ya por ese entonces los obreros go-zaban..." ¿De qué gozaban? ¡Los gozaban!, que no es lomismo. Y, sí, Mordisquito, ¡los gozaban!

La nuestra es una historia de civismo llena de des-ilusiones. Cualquiera fuese el color político que nosgobernó, siempre la vimos negra. Aspiramos a gozar yal final nos gozaron. ¡Todos! ¡Siempre! Una curiosaadoración, la que vos sentís por los pajarones, hizoque el país retrocediese cien años. Porque vos tenés lamística de los pajarones y practicás su culto como unareligión. Cuanto más pajarón él, más torpe y más cré-dulo vos. Te gusta oír hablar a la gente que no le enten-dés nada, la que te habla claro te parece vulgar. Yo tam-bién entré como vos y, ¿por qué no confesarlo?, mesentía más conmovido frente a un pajarón que frente aun hombre de talento. El pajarón tiene presencia, tienehistoria larga, la que casi siempre empieza con un tata-

rabuelo que era pirata. Yo también me sentía dominadopor los pajarones cuando era chico. Ahora ¡No! Cuan-do era chico, sí. ¡Pero no ahora Mordisquito! Salvate delos pajarones. El fracaso -por no decir la infamia- de lospajarones fue lo que trajo como una defensa a Perón yEva Perón. Pero no fui yo quien los inventó. A Perón lotrajo el fraude, la injusticia y el dolor de un pueblo queahogaba de harina blanca y una vez tuvo que inventarun pan radical de harina negra para no morirse de ham-bre. Tampoco te lo acordabas. ¡Ay, Mordisquito, quedesmemoriado te vuelve el amor propio!

Te dejo. Con tu conciencia. ¡Perón es tuyo! ¡Vos lotrajiste! ¡Y a Eva Perón también! Por tu inconducta. Amí lo único que me resta es agradecerte el bien enormeque sin querer le hiciste al país. Gracias te doy por él ypor ella, por la Patria que los esperaba para iniciar suverdadera marcha hacia el porvenir que se merece. ¡Ami ya no me la podés contar, Mordisquito! Hasta otravez, sí. Hasta otra vez.

1 Habla del Klan radical, organización de choque que ac-tuó a principios de 1930. (N. del E.)

2 Se refiere a la Liga Patriótica de Manuel Carlés. (N. del E.)

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página 83 • mordisquito... ¡a mi no me la vas a contar!

índice

prólogo.DISCÉPOLO OBLIGÓ A LA PARCA

A PRESENCIAR LA VICTORIA DEL PUEBLO.

primer ciclo.capítulo 1

capítulo 2

capítulo 3

capítulo 4

capítulo 5

capítulo 6

capítulo 7

capítulo 8

capítulo 9

capítulo 10

capítulo 11

capítulo 12

capítulo 13

capítulo 14

capítulo 15

capítulo 16

capítulo 17

capítulo 18

capítulo 19

capítulo 20

capítulo 21

capítulo 22

capítulo 23

capítulo 24

capítulo 25

capítulo 26

capítulo 27

capítulo 28

capítulo 29

capítulo 30

capítulo 31

capítulo 32

capítulo 33

capítulo 34

capítulo 35

capítulo 36

capítulo 37

segundo ciclo.capítulo 38

capítulo 39

3

78

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