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Se analiza el acto de nombrar como acto de conquista, en contexto de la llegada de Colón a las islas caribeñas.

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Page 1: Montserrat Arre Toponimos Cristianos

Topónimos cristianos en la conquista de América.El acto de nombrar como toma de posesión y control sobre el territorio

insular de La Española

Montserrat N. Arre Marfull1

Resumen: el presente artículo se enmarca en el contexto de la llegada de Colón a las islas caribeñas, y la subsecuente e inmediata toma posesión de las tierras encontradas, nombrándolas bajo apelativos del mundo cristiano. Existen dos elementos importantes que condicionan este proceso de descubrimiento y conquista sobre estos territorios. Primero, estos eran islas, es decir, para la concepción de estos europeos, lugar de fácil apropiación. Además, eran islas que tenían habitantes, no obstante, para Colón no representaban rival o interlocutor en el acto de negociar una ocupación, a pesar de ser considerados como potenciales súbditos.

Palabras clave: La Española, Haití, Bohío, Cristóbal Colón, conquista, discurso.

Abstact: this article refers to the context of the Colombus arriving to caribean islands, and the following and inmediate take of posesión over found lands, name them as in the christian world. There are two important elements than conditioning this discovering and conquest process. First, this territories were islands then, in the minds of this european, they were easy apropiation places. Besides, the natives of the islands did not represent a rival or interlocutor for dealing an ocupation, although they were think over as possible vassals.

Key Words: La Hispaniola, Haití, Bohío, Christopher Columbus, conquest, speech.

1 Magíster en Historia, Universidad de Chile. [email protected].

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“Esta otra Española en cerco tiene más que la España toda desde Colunia por costa de mar, fasta Fuenterrabía, en Vizcaya; pues en una cuadra anduve ciento treinta y ocho grandes leguas por recta línea de Occidente á Oriente. Esta es para desear, é vista es para nunca dejar; en la cual, puesto que de todas tenga tomada posesión por sus Altezas, y todas sean más abastadas de lo que yo se y puedo decir...”Cristóbal Colón, Carta a Luis de Santangel

I. IntroducciónEl famoso navegante genovés y su tripulación tocaron tierra por primera vez en las islas que con el tiempo se convertirían en los primeros lugares descubiertos de las Indias Occidentales, Nuevo Mundo o América. Junto con ello, tomaría posesión inmediata de las tierras encontradas nombrándolas bajo apelativos del mundo cristiano ¿Por qué hacerlo sin tratar aquella ocupación primeramente con sus habitantes o, a lo menos, (re)conocer los nombres con que los naturales llamaban aquellas islas?¿Cómo se hace efectivo, en la representación del dominador-conquistador, este acto de apropiación en términos políticos y discursivos?Cristóbal Colón, en una acción que obedecía a la práctica de su época, tomó posesión de las islas que “encontraba”. Desde el génesis de este proceso político y discursivo de llamar lo “no nombrado”, asumía que los naturales indios eran precarios rivales y por ende su soberanía podía ponerse en entredicho, o bien, ser totalmente ignorada. El nombrar, como un acto de apropiación e integración dentro del sistema europeo, fue una práctica colombina inmediata. De este modo, a través de sus diarios y cartas vemos la acción de bautizar cada isla y accidente geográfico que recorría, tomando posesión en el acto de clavar la Cruz en la tierra, lo que simbolizaba la España cristiana, y de este modo superponía, bajo la consideración legal española, el nombre cristiano sobre el dado por los nativos. La gestión de Colón fue políticamente legítima ante la Corona española, lo que demuestra la nula consideración hacia los hombres y mujeres que habitaban de hecho aquellas islas, en términos de las relaciones de negociación entre iguales. Existen dos elementos importantes que condicionan este proceso de descubrimiento y conquista sobre estos territorios. Primero, estos eran islas, es decir, para la concepción de estos europeos, lugar de fácil apropiación. Además eran islas que tenían habitantes, no obstante, para Colón no representaban rival o interlocutor en el acto de negociar una ocupación, a pesar de ser vistos como potenciales súbditos.

II. Sobre las fuentes y sus autores: Colón, Pané y Las CasasEl presente artículo se desarrolla a partir de los escritos de tres personajes participantes de los hechos acontecidos en la primera época de la toma de posesión y conquista de las islas caribeñas. Principalmente de Cristóbal Colón, de quien he tomado su Carta a Luis de Santangel, el primer escrito referente al Nuevo Mundo, y el Diario del Primer Viaje. De Fray Ramón Pané, el texto denominado Relación Acerca de las Antigüedades de los Indios y de Bartolomé de Las Casas, su famosa Brevísima Relación de la Destrucción de las Indias.

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En relación al Diario del primer viaje de Colón, se puede decir que fue escrito durante el viaje entre Agosto de 1492 hasta marzo de 1493, para los Reyes Católicos, Fernando de Aragón e Isabel de Castilla. Pese a no conservarse el original, llega hasta nosotros gracias a que durante el siglo XVI fue utilizado por cronistas, incluido el hijo del Almirante, Fernando Colón y el propio padre Las Casas. El Diario, tal como nosotros lo conocemos, está escrito de mano de Las Casas, y aunque éste ya advierte que lo trasladó sumariamente, excepto el prólogo y ciertos pasajes, en los que hace saber que fueron copiados literalmente, es posible determinar que no se valió del mismo original manuscrito por el Almirante (Sanz, 1962: XXIX). Del original del Diario han quedado pocas noticias directas. El padre Bernáldez, cura de la Corte, también pudo conocerlo, cuando dice en el capítulo CXXIII de su Historia de los Reyes Católicos, que el Almirante, “el año de 1496 vino en Castilla la primera vez después de haber ido a descubrir, que fue mi huésped é me dejó algunas escripturas... de donde yo fui informado, y escribí esto de las Indias por cosa maravillosa e hazañosa...” (Cit. Sanz, 1962: XXVI). Fernando Colón deja constancia expresa del Diario, en la Historia que escribió de su padre donde dice, en la primera edición de Venecia en 1571 “y desde aquel punto fue diligentísimo el Almirante en escribir de día en día, minuciosamente, todo aquello que sucedía en el viaje...” (Cit. Sanz, 1962: XXVII). El padre Las Casas, en la Historia de las Indias, cap. LXXXIII, se refiere a un libro que Cristóbal Colón dejó en manos de los Reyes cuando estuvo en Barcelona en el mes de mayo de 1493, y referente a ello escribe:

Cuando se partió de Barcelona el Almirante dejó a los reyes un libro de toda su navegación y rumbos o caminos que había llevado o traído en aquel su descubrimiento y primer viaje para que se sacase un traslado que quedase en los archivos reales, y después de trasladado quedaron en enviárselo. No pude saber qué libro fuese si no que presumo que debía ser donde tenía colegiadas muchas cosas secretas de los antiguos autores, por los cuales se guiaba. (Cit. Sanz, 1962: XXVII).

El libro aludido por el padre Las Casas parece ser el mismo que mencionan los Reyes en la Carta que escriben al Almirante el día 1 de Junio de 1493, donde se deduce que este libro, debía tener gran importancia cuando Colón lo demandaba tan insistentemente, y los Reyes se lo pensaban remitir, pues probablemente contenía secretos relativos al viaje de Indias, que convenía mucho ocultar a los portugueses. Se puede observar que desde su producción, el texto tuvo una relevancia inmediata, aunque en un círculo acotado, pues era el testimonio y la clave que podían llevar a España a un auge económico importante. Con el tiempo el diario colombino, editado ya como texto independiente a principios del siglo XIX, tuvo lecturas diversas pues, por una parte se ha dicho que la hazaña emprendida desde este primer viaje trasatlántico por los europeos, en especial por Colón, fue un descubrimiento absoluto y el inicio de una nueva era para la historia y la civilización occidental cristiana.2 Sin embargo, existen opiniones sobre un “descubrimiento” que no fue tal puesto que, por un lado, Colón no sabía realmente que

2 Carlos Sanz alude en su comentario preliminar: “...jamás debemos olvidar lo que realmente representa y ha representado históricamente el descubrimiento del hemisferio occidental, que llevó aparejado, entre otras múltiples y fecundas consecuencias, la inmediata y definitiva VICTORIA de la Cristiandad sobre los demás pueblos del mundo conocidos e integrados desde entonces a la Historia universal...” (Sanz, 1962: VII)

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estaba llegando a un continente desconocido para Europa, pues su fijación constante lo hacía visualizar las costas de Asia y, por otro lado, los territorios apropiados “ya existían” como parte de un territorio dominado y conocido por otros pueblos que no eran europeos (Pastor, 1983). Por su parte, La Carta de Colón a Luis de Santangel fue conocida en todo Europa desde mediados del mes de abril de 1493, a pesar de haber sido fechada 15 de febrero de 1493, o sea a pocas semanas de haber regresado la expedición colombina de su primer viaje trasatlántico. Está dirigida a Luis de Santangel, Escribano de Ración de los Reyes Católicos. Este oficio era de la Casa Real de Aragón, y equivalía al Contador mayor de la Corona de Castilla; ambos cargos podían considerarse como Ministros de Hacienda, que intervinieron en la empresa del Almirante (Biblioteca Clásica, 1892: 184). Las ediciones que se han hecho desde su primera publicación han sido copias de la original, o de algún facsímil antiguo copia del original. Sin embargo subsisten diferencias entre algunas ediciones. Aunque se ha de considerar la Carta de Colón como el único documento que notificó la llegada de Colón a América (o a las Indias) a la opinión pública contemporánea, su texto no es sustancialmente original en algunas de sus partes, puesto que hallamos frecuentes expresiones que se identifican conceptual y literariamente al Diario de a Bordo. El texto de la carta contiene una descripción de lugares, las impresiones sobre la naturaleza y los aborígenes de lo que creyó ser una prolongación de Asia, con las consideraciones correspondientes al significado del hecho, en cuanto a las proyecciones económicas y a la conversión de los indios a la fe cristiana. Por su contenido y su origen, el texto en cuestión puede constituir un material de estudio para especialistas de diversa idoneidad (Ibarra, 1992: 9). La noticia relatada en la carta se trata, según la opinión de muchos de los contemporáneos, de la más espectacular y trascendente del siglo XV, como lo demuestran las numerosas ediciones en diferentes idiomas que en la época se hicieron. Esta carta, por otro lado, es el punto de partida de una larga literatura que se crearía en la posterior conquista del territorio americano, ya que establece la posibilidad de usurpación y utilización de los recursos humanos y naturales para fines españoles. Para su segundo viaje, Colón se embarcó con una gran flota de más de mil doscientos hombres de diversos oficios y lugares procedencia (Varela, 1986). Uno de ellos era Fray Ramón Pané, catalán de nación, quien desembarcó en La Española el 2 de enero de 1494. Fue el propio Almirante quien le encomendó que fuera a vivir entre los naturales, para indagar algunas costumbres y creencias (Arrom, 1980: 16). Se piensa que Pané habría entregado el manuscrito de su Relación Acerca de las Antigüedades de los Indios a Colón, quien habiendo llegado a La Española en 1498, volvería a España en agosto de 1500. En España el manuscrito fue visto y usado por al menos tres personas: Pedro Mártir de Anglería, quien incluye partes en la primera de sus Décadas del nuevo Mundo (1504), Fray Bartolomé de Las Casas, que lo extracta e incluye en su Apologética historia de las Indias, y el hijo de Colón, Fernando, que lo reproduce íntegro en la ya mencionada Historia del Almirante don Cristóbal Colón, obra escrita en español, que queda inédita al morir éste en 1539. De ella se hizo una traducción al italiano por Alfonso de Ulloa en 1571. Después no ha vuelto a saberse más del manuscrito de Pané ni de los originales de Fernando. La traducción, muy defectuosa de por sí, circuló después en ediciones aún más estragadas y maltrechas. Ha sido sólo en años recientes que se ha logrado restablecer el texto, descifrar su sentido y reintegrarle su verdadera importancia.

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El proceso de fijación del texto, realizado por el cubano José Juan Arrom, según sus palabras “ha sido lento y fatigoso”. Perdido el original en español, obligadamente se ha tenido que recurrir a la traducción italiana. Y esta, según Arrom, en verdad deja mucho que desear. La causa principal de las fallas de la traducción es que el autor, Alfonso de Ulloa, la había dejado en forma de apresurado borrador al morir, en 1570, en una cárcel veneciana (Arrom, 1980: 17). En la versión publicada póstumamente quedaban oraciones por ajustar, faltaban palabras y hasta frases enteras, y padecía de violentas italianizaciones de nombres de lugares, personas, seres míticos y cosas. Fue necesario no sólo confrontar las palabras con las variantes que aparecían en Las Casas y Anglería, sino reconstruir, hasta donde ha sido posible, aquel idioma desaparecido, para intentar un análisis estructural de los referidos términos y proceder al desciframiento de su recóndito sentido. Este texto ha sido leído en la actualidad desde la perspectiva etnográfica, partiendo de la idea que su contenido puede dar luces sobre los orígenes de ciertos aspectos de las culturas antillanas. El legado mítico de los antiguos taínos, que antes se veía como ingenuas expresiones de un pueblo adolescente, hoy se admiran como joyas históricas, y se inscriben dentro del patrimonio cultural americano. Arrom nos declara que el libro de Pané “ha dejado de ser un preterido testimonio de un humilde misionero para convertirse en el primer capítulo de la narrativa y la poesía orales de nuestro hemisferio. Y como obra de imaginación despliega recursos y proporciona elementos que le confieren a su autor un destacado lugar entre los iniciadores de la narrativa americana” (Arrom, 1980: 22).Respecto a la Brevísima Relación de la destrucción de las Indias, este texto fue escrito por Fray Bartolomé de las Casas en 1542, sin embargo fue editado por primera vez, junto a otros escritos lascasianos, en 1552. El texto original, y traducciones del mismo han sido editados más de 60 veces. Esta obra fue escrita para Carlos V, pero se dedicó definitivamente al Príncipe Felipe (II) en la edición de 1552.La Brevísima se presenta, por su concepción y por su articulación interna, como una geografía de los nuevos dominios imperiales. Las Casas recorre, uno por uno, todos los territorios que desde la llegada de Colón se habían agregado a la Corona y extrae una sola conclusión desoladora: en vez de sembrar la fe en las islas y en la Tierra Firme, los españoles no han hecho otra cosa que devastar esas regiones. Tal es la primera paradoja que el clérigo quiere hacer sensible a la conciencia regia, para conmoverla y producir una rectificación de lo que nos describe.En este sentido, la Brevísima es el testimonio más extremo de lo opuesto a la ideología colonialista. Poblar, fundar, pacificar son términos reiterados en los escritos de los capitanes de conquista, desde Hernán Cortés hasta Pedro de Valdivia. El texto de Las Casas, por el contrario, muestra hasta la saciedad que la práctica de los españoles ha sido guerrear, destruir, despoblar (Concha, 1972). Esta es una primera lectura del escrito. La más evidente y que nos permite ver al mismo tiempo la estrategia de Las Casas en el marco de los grandes intereses económicos de la Conquista. Hostil a los colonos del Nuevo Mundo, apela al poder metropolitano, postulando una identidad de objetivos entre la política temporal de la Corona y la misión espiritual de la Iglesia. Las Casas veía almas que salvar mientras que los otros veían mercancías. De todos los escritos de Bartolomé de Las Casas, que son muchos, la Brevísima ha sido siempre el más difundido, tanto en su versión original como en sus numerosas y muy diversas traducciones, y así mismo el más discutido. Para la mayoría de aquellos que tienen por lo menos algunos conocimientos de Las Casas, esta obra se confunde con la figura

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histórica de su autor, representándola por entero e identificándola con las denuncias de atrocidades (Saint-Lu, 1993).Los enfoques de esta relación, han sido desvirtuados con frecuencia por unos prejuicios muy ajenos a su verdadero alcance y finalidad. Por un lado esgrimiéndose como testimonio irrecusable de la barbarie de los conquistadores, y por otro, inversamente considerado como un alegato fiscal y fantástico, hasta mal intencionado, difamatorio de España y de su gran empresa colonizadora. También se ha dado una visión ponderada de la obra, que intenta comprenderla en su contexto. Las acusaciones frecuentes de que ha sido objeto el libro de Las Casas se ha centrado casi siempre en la exageración que se le atribuye. Se ha dicho que todo es superlativo en la Brevísima Relación, desde este mismo adjetivo que encabeza su título. En virtud de esto, la visión del autor es condenada como producto de la deformación que ejerce sobre la realidad un sujeto paranoico, en perpetuo trance de delirio. Sin embargo, hay otras opiniones que adhieren a que está fuera de lugar y que es impropio ponerse a discutir la verdad o verosimilitud de las cantidades que el clérigo alude en relación a los caídos en batallas o masacres de indígenas, por la simple razón de que Las Casas no escribe una obra de demografía. Los datos que proporciona no pertenecen a una aritmética racional, sino que integran la contabilidad de las almas. Tanta gente murió en esa escaramuza, que significaban menos almas para el cielo. La contabilidad de Las Casas es escatológica. La despoblación de América es, antes que nada, población del infierno (Concha, 1972). Esto explica la insistencia, y en el pensar de algunos, ciertas obsesiones de Las Casas como, por ejemplo, la muerte de las mujeres preñadas o paridas. La violencia hecha a los niños en el vientre materno o apenas nacidos, reactualiza vívidamente en el espíritu del dominico, todo un conjunto de viejas discusiones sobre el poder sacramental y la salvación de los inocentes.

III. La realidad antillana tras la llegada de Colón. Octubre de 1492 de la era Cristiana, fue un momento decisivo para la historia de la humanidad. La cultura occidental europea expandía sus límites bajo una concepción de mundo particularmente autoritaria y poco tolerante. La Península Ibérica, a la cabeza de la cruzada cristiana, se caracterizaba por albergar, paradójica y paralelamente dentro de sus políticas y costumbres, realidades como la persecución de los infieles musulmanes y judíos por un lado, y por otro, el tráfico de esclavos, oro, especias, y demás productos de lujo a través de estos mismos comerciantes no cristianos. En este sentido, para el europeo, en especial el europeo mediterráneo, acostumbrado a este intercambio y a una dinámica compleja entre la complicidad económica y la lucha religiosa, llegar más allá de los límites geográficos conocidos implicaba, a la vez, posicionarse dentro del intercambio comercial más ventajoso y expandir el celo religioso del cristianismo. Es decir, dos vertientes de una misma idea imperialista. En este escenario, Cristóbal Colón emprendería su viaje hacia las costas orientales del Asia en busca, primeramente, de beneficios económicos y junto con ello, de una posición política (siempre y cuando lograse encontrar lo que prometía). Para ello habría de asegurar previamente sus privilegios con las Capitulaciones de Santa Fe, los cuales formarían parte de su proyecto presentado ante los reyes de España (Pastor, 1983: 84). Con este apoyo, Colón emprendería su viaje trasatlántico, seguro de sus cálculos y de que en relativamente poco tiempo daría con las tierras soñadas, las tierras del Oriente que habían sido descritas por Marco Polo; ciudades llenas de oro y piedras preciosas, mercados de especias y productos finos, las tierras exóticas cuya población

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era de piel clara, pacífica, culta y civilizada, y, tanto las islas como la tierra firme, albergaban riquezas indescriptibles (...). Estas tierras extensas e inexploradas, pobladas por ‘hombres blancos y de buenas maneras’, con reservas enormes de oro ‘que nadie explota’ tenían la ventaja adicional de estar más allá del radio alcanzado por las expediciones comerciales de los mercaderes italianos, ya que, afirmaba Marco Polo, ‘no hay mercader ni extranjero que haya llegado a ellas’. (Pastor 1983:32).

Dentro de este contexto ideológico llegaría Colón desde España, junto a su reducida tripulación repartida en tres naves, a una pequeña isla el 12 de octubre de 1492. Asumiendo que era una de las pertenecientes al archipiélago cercano a la gran isla de Cipango (Japón), procedía a tomar posesión de ella para marcar soberanía, ante una extrañada presencia de gentes que presumiblemente no comprendían lo que sucedía. Y así, sucesivamente, a medida que iba explorando más islas, iría tomando posesión de ellas, bautizándolas. Las pequeñas como San Salvador (Guanahaní), Fernandina, Isabela (Saometo), Santa María de la Concepción, Tortuga, y las mayores, Juana (Cuba) y La Española (Haití), intentando identificarlas con lo que creía que ya (re)conocía, asimilando la realidad a sus expectativas basadas en las lecturas y conocimientos previos. La historia de las islas de las Antillas, tras la llegada de Colón es ya conocida. Partieron nuevas expediciones desde la Península y al poco tiempo La Española se estaba ocupando y explotando, siendo el primer reducto europeo en el Nuevo Mundo. Durante los quince años inmediatos a la llegada de Colón, es decir hasta 1507, la Isla Española fue el único lugar de América habitado por españoles. “Allí existían ya gobierno, conventos, escuelas y sede episcopal, y de allí salían expediciones para explorar y conquistar, para poblar y evangelizar.”(Martínez, 1990: 114). A diferencia de otras zonas de América, en las Antillas la fusión cultural y étnica resultó casi nula, puesto que los nativos empezaron a desaparecer con el agresivo avance de la cultura extranjera. No les fue posible adaptarse a vivir junto a los europeos; en poco menos de un siglo se extinguieron, y una nueva sociedad de europeos y africanos tomó su lugar (Parry y Sherlock, 1976).Colón mostró a los europeos la existencia de tierras que estaban ya habitadas, aunque no exactamente por las gentes que había imaginado. Por esta razón y siguiendo a Parry y Sherlock, se puede afirmar que él “no descubrió un nuevo mundo; tan sólo estableció un contacto entre dos mundos, ambos ya viejos. Lo más importante es que lo hizo cuando los pueblos de Europa occidental habían desarrollado barcos e instrumentos de navegación tan buenos como para mantener ese contacto por medio de viajes regulares, de manera que la gente, las plantas y los animales empezaron a fluir constantemente del mundo europeo al mundo americano.” (Parry y Sherlock, 1976: 1). Y, sin duda, de manera inversa también; puesto que desde América llegaban a Europa no tan sólo viajeros con noticias, sino los más variados productos, desde plantas, pasando por el principal, a saber oro y metales preciosos y, en ocasiones, indios naturales esclavizados.Dentro de este contexto de descubrimiento y apropiación, parten diversas expediciones con el fin de surcar los límites del mundo. Así lo hace Colón llegando a las islas llamadas por ellos Antillas. Referente a la historia del primer encuentro entre los españoles y los indígenas de las islas, Bernand y Gruzinski, nos cuentan de qué manera Colón, como buen genovés y discípulo de portugueses, emprendió actividades de exploración, creando fortines destinados para ser bases comerciales. Según estos autores, “el oro excitó, al punto, su

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codicia, y la exploración de las vetas auríferas de La Española comenzó desde fines de 1493.”(Bernanad y Gruzinski, 1996: 220). Sin embargo, a diferencia de lo que ocurría en Guinea, los conquistadores o exploradores se vieron obligados a organizar extracciones, en lugar de obtenerlo por simple trueque. Las islas no llegarían a ser una fuente relativamente fácil de oro y esclavos, como lo era África. Además Colón se apartó aún más del precedente portugués cuando en 1493, una importante flota cargada de hombres, animales y plantas, salió de Europa destino a las nuevas islas. De 1494 a 1496 toda La Española caería bajo la influencia de Colón y de los suyos, y con esto “los ataques, las deportaciones de esclavos, la destrucción de los cultivos de productos alimenticios y el hambre diezman las poblaciones indígenas.”(Bernand y Gruzinski, 1996: 222). Finalmente, los hechos fueron dando cuenta de un decepcionante descubrimiento, pues La Española produciría muy poco oro. Bajo el caos de los acontecimientos, se pudieron ver tres grandes experiencias que inspiran la acción de los conquistadores: “el legado africano-luso-genovés, que une la exploración al trueque con los indígenas; por otra parte la tradición castellana de la Reconquista ibérica, con lo que implica de operaciones militares y de ocupación definitiva de la tierra; por último, más lejana en el tiempo, la conquista brutal de las Canarias.” (Bernand y Gruzinsky, 1996: 223) Según los autores, La Española se convirtió en un “monstruo híbrido”, pues no se transformó en un simple depósito, una factoría a la portuguesa, sin embargo no llegó a ser una colonia. A pesar de este desarrollo fatídico, los primeros contactos fueron casi idílicos, lo que según los mismos autores, se confirma en el Diario y en el escrito de Ramón Pané. Sin embargo, pronto la mirada sobre las poblaciones se endurecería, casi al punto de la irrisión o curiosidad divertida, y no se haría extraño las repetitivas observaciones despectivas sobre los indígenas, relativas al color oliváceo de su piel, la sensualidad desenfrenada, la poligamia, el culto a objetos extraños, el uso del tabaco, los alimentos exóticos, la ausencia de caballos, asnos, toros y carneros, y los trueques donde los indígenas, según los conquistadores, no comprendían el real valor de las cosas.

IV. El discurso y la práctica de la toma de posesión. En La Invención de América (1992), Edmundo O’Gorman propone una amplia visión sobre el análisis discursivo del nombramiento o toma de posesión lingüística, si se quiere, de lo que se ha llamado Nuevo Mundo o América. Según su parecer, decir que Colón descubrió América es una equivocación, e intenta descifrar el momento y el por qué se ha pensado que el proyecto que llevó a cabo Colón realizando sus viajes a estas, para los europeos, nuevas tierras, fue un descubrimiento. A decir verdad, Cristóbal Colón tenía una idea en mente, y al llegar a las primeras islas creyó ver y estar en los lugares que a priori “pretendía” llegar; nunca asumió, según lo dicen sus escritos, que las islas en las que se encontraba eran en verdad territorios distintos a los del Asia. En el primer momento de su arribo a una pequeña isla que creyó, expresándolo así, perteneciente a un archipiélago de las costas de Asia, tomaría posesión de ella “bautizándola”. Sin embargo, lo que nombraba no era una parte de América, ya que América aún “no existía”, pues no se había descubierto. Colón tenía una expectativa, encontrar una tierra con ciertas características geomorfológicas y políticas, y cierto tipo de arquitectura y economía. Cuando llegó a la costa, fue imperioso hacer algo que (en)cubriera esas expectativas con el fin de disfrazar o disimular lo poco que hasta el momento había obtenido. Crearía así una imagen de las islas que se relacionaban más con los relatos circulantes sobre Asia que con la realidad de los lugares encontrados. Su discurso no reflejaba la realidad de lo nuevo, sino que se construía

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como una adaptación de lo ya conocido; como por ejemplo, los relatos sobre las maravillas de Oriente o la misma España, su naturaleza y gente. En este sentido, ni los sucesos ni las cosas eran algo en sí mismos, sino que su existencia y sustancia dependían del sentido que se les concedía dentro del marco de referencia y la imagen que se tenía acerca de la realidad en ese momento y el “por qué, cuándo y cómo se concedió el ser o sentido de continente americano al conjunto de las regiones cuya existencia empezó a mostrar Colón en 1492, es obvio que no podemos desempeñarla como es debido si no nos hacemos cargo antes de la imagen de la realidad que sirvió de campo de significación a aquel acontecimiento.”(O’Gorman, 1992: 57). En este sentido, la imagen que se tenía en la época, y en especial la propia de Colón, sobre la configuración geográfica de los litorales atlánticos de Asia o también llamado extremo oriental de la Isla de la Tierra, “se completa con la noticia de la existencia de un nutrido archipiélago adyacente, cuya isla mayor era el Japón, el Cipango de la geografía polana, particularmente rica en piedras preciosas. Por último se creía en la existencia de islas atlánticas situadas a distancias indeterminadas al occidente de Europa, y entre las cuales, la Isla Antilla y su archipiélago era lo más sobresaliente”(O’Gorman, 1992: 67-68). Por otra parte, según la concepción del siglo XV sobre la realidad del hombre y su espacio, la noción de mundo circulaba como un ámbito propiamente humano, y no ya como un paraíso ni una cárcel de condena. Era un lugar en donde Dios había puesto al hombre, prestándoselo temporalmente, para que éste último lo conquistara, manejara y trasformara, pues se trataba de un mundo abierto, de un mundo concebido como posible de ser poseído y ampliado en la medida en que el hombre por su propia voluntad e ingenio le fuera imponiendo a la Tierra las condiciones requeridas para hacerla habitable (O’Gorman, 1992). En relación a lo deseado y finalmente logrado por Colón, Beatriz Pastor hace un análisis del que llama “el discurso mitificador” de Cristóbal Colón, el cual es apoyado, en gran medida, posteriormente por el padre Las Casas y otros escritores de la época, a pesar de ser constantemente desmentido por algunos de sus contemporáneos e incluso compañeros de viajes. El postulado básico es que Colón en sus escritos y en su proyecto para la travesía trasatlántica y la llegada al Asia, puso sus intereses de comerciante, en primer lugar, y en segundo lugar, sus expectativas de viajero, aventurero y cristiano, basando sus supuestos en las lecturas hechas durante años de cuatro autores principalmente: Pierre d’Ailly (Imago Mundi, 1480-1483), Plinio (Historia Natural, en su publicación italiana de 1489), Aeneas Sylvius (Historia Rerum Ubique Gestarunt) y una versión en latín del libro de los Viajes de Marco Polo, de 1485. A partir de estos textos, y de teorías que circulaban en la época, Colón construyó su discurso e iría estructurando sus viajes, de modo que

desde el primer momento, Colón no descubre: Verifica e identifica. El significado central de descubrir como develar y dar a conocer se ve desvirtuado en la percepción y en las acciones de Colón, quien, en su constante afán por identificar las nuevas tierras descubiertas con toda una serie de fuentes y modelos previos, llevó a cabo una indagación que oscilaba entre la invención, la deformación y el encubrimiento. (Pastor, 1983: 20-21)

Marco Polo hablaba, por ejemplo y entre otras cosas, de ciudades como las míticas Tarsis, Ofir y Saba, junto con las descritas desde tiempo más cercano como Catay, Manghi y Cipango. Estas tierras estaban todas muy pobladas en sus urbes, y más allá de sus límites existían minas de oro, otros minerales y piedras preciosas, algunas aún no explotadas. Así

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mismo, Pierre d’Ailly hablaba de “un Asia interminable que se extiende más allá de lo fijado por Ptolomeo, y donde se encuentran lugares fabulosos cubiertos de vegetación y recorridos por ríos inmensos. Habla de la existencia de islas innumerables cerca de la India, llenas de perlas, oro, plata y piedras preciosas.” (Pastor, 1983: 26-27). Uno de los discursos recurrentes de Colón, además de la posibilidad de comerciar con los pueblos de Oriente o potencialmente apropiarse de alguna zona de extracción minera, es el que surge una vez que se ha hecho contacto con la gente de las islas, y que versa sobre la posibilidad de evangelizar a los nativos, de modo de atraerlos al Imperio Español. Sin embargo esa eventualidad no se veía como una opción a negociar, sino como un imperativo evidente. En el caso del texto de Marco Polo, este contaba que el Gran Khan había pedido que se le enviasen representantes de la religión Cristiana a sus tierras. Sin embargo, los habitantes de las islas encontradas no parecían ansiosos de un cambio de religión o de recibir emisarios cristianos, pues es evidente que en un primer momento ellos no estaban al tanto de lo que significaba la cultura europea o el cristianismo. No obstante, a Colón eso parecía serle irrelevante en el marco ideológico que había definido, ya de manera irreversible, relaciones y papeles. En él, la necesidad de la acción conquistadora no se cuestionaba; su justificación era inseparable del espíritu cristiano que la definía esencialmente como movimiento de propagación de la fe (Pastor, 1983). Un elemento interesante que hay que resaltar, es el paralelo que se puede hacer entre los habitantes de Asia que Colón esperaba encontrar, y las gentes que encontró, lo que pese a la gran diferencia, no suprimió su expectativa de dar finalmente con las tierras que buscaba. “En el primer viaje, esta población aparece caracterizada fundamentalmente por defecto (...), los indígenas del Caribe no iban vestidos, no eran ricos, no poseían armas y no eran comerciantes.”(Pastor, 1983: 68). Según Pastor, todos los elementos concretos de esta primera caracterización se pueden reducir a dos características centrales: su valor material (nivel de civilización, cultura y riqueza) y las posibilidades de utilización dentro del contexto económico occidental (voluntad de comerciar, incapacidad de agredir o defenderse). La carencia de ciertas cualidades que definían a una persona civilizada, relegó a estos hombres al nivel de bestias o salvajes, calidad que ni siquiera la capacidad de lenguaje logró extirpar. Colón no dio cuenta de lo que en verdad le debieron haber expresado los habitantes de las islas, sino que adaptó sus dichos a lo que él creyó que “debía ser”. Las conversaciones con los nativos, se convierten así en un monólogo, donde la voz del indígena no se oye. Hasta el punto de afirmar que se está en un lugar, dado que los habitantes del lugar mencionan o articulan palabras similares al nombre del lugar en que se supone están o llegarán; explicación dada por el viajero, puesto que de seguro ellos mismos no saben pronunciar el nombre de su isla. Por ejemplo, cuando Colón

llega a la Española y decide que el Cipango se encuentra en ella, tiene que resolver de algún modo el hecho de que sus habitantes se refieran al Cibao [región de Haití] y no al Cipango cada vez que señalan la región que él identifica con el Cipango (...). La conciencia de lo ridículo que pudiera ser el que un europeo corrigiera la pronunciación de las palabras que los indígenas pronunciaban en su propia lengua no parecía existir en Colón. Para él, si los habitantes hablaban de Cibao (...) en lugar de hablar de (...) el Cipango era porque no sabían pronunciar correctamente el nombre de las islas mismas que habitaban. (Pastor, 1983: 78-79)

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Brendan Harrison Lanctot se refiere a esta dificultad de comprensión de Colón ante la realidad cultural extraña que representaba la población de las islas y su propia necesidad de adaptar los sucesos a una expectativa ya formada. El hecho de la lengua es crucial a la hora de juzgar y proceder en el acto de apropiación de las islas, ya que en su contacto inicial con los indígenas, Colón estableció la superioridad lingüística y cultural de los cristianos, realzando la cualidad servil y distinta de los naturales respecto de la situación civilizada de la cultura occidental. Colón no sólo quería establecer un contacto con los indígenas, para saber de los territorios en donde se encontraba y hallar lo que buscaba (oro, especias, ciudades), sino que además de apropiarse oficialmente del territorio insular, deseaba apropiarse del habla de los indígenas, por un lado interpretando lo que decían y, por otro, haciendo que aprendieran el castellano, para que así pudiesen orientar a los exploradores por los interiores de las islas. De este modo, el lenguaje serviría como un instrumento de la asimilación cultural, posibilitando la conversión al cristianismo y a las costumbres europeas. Por otra parte, Colón en su diario logró homogeneizar a los indígenas y, de esta manera “excluye una voz que pudiera contradecir la narrativa del descubrimiento” (Harrison Lanctot, 2005: 3). Así, la voz del indio se transformaba en un eco distorsionado de su propia imaginación. Las expresiones de sorpresa y fascinación llegarían a ser un lugar común lo que corrobora a la vez la ignorancia de los nativos y la superioridad moral y cultural de los cristianos, destacando una pretendida competencia lingüística de éstos y la rudeza evidente de aquellos. Haciendo uso de las palabras de Michel de Certeau, Harrison Lanctot nos dice que Colón a través de lo escrito en su diario nos demuestra que habiendo ellos interactuado con los indígenas y supuestamente atendiendo a lo que decían o gesticulaban, lo que se escribe finalmente es una interpretación, la cual “busca significado, y lo encuentra porque espera que esté allí, porque la interpretación depende de la convicción que, especialmente donde parece que está ausente, está escondido en alguna parte” (Cit. Harrison Lanctot, 2005: 3). Un grave problema en Colón es, que habiendo llegado a estas islas, tomando posesión de ellas sin ser “contradicho”, es él mismo quien finalmente se contradecía, cuando iba apuntando opiniones diversas y distintas interpretaciones de lo que presenciaba. Asumía que todos los indios eran similares culturalmente y pacíficos, sin embargo, percibía ciertas expresiones por parte de ellos que indicaban la existencia de algunos guerreros, los cuales según sus dichos, tal vez comían carne humana, por tanto eran salvajes (los caníbales) o, por otro lado, podrían haber sido civilizados y gente de razón (en vista que poseían armas). De este modo, intenta condensar o entender desde dos perspectivas una posible conducta violenta por parte de estos hombres. Colón fue armando su discurso a partir de supuestos, que poco a poco se irían cumpliendo o descartando, siempre en pos de una idea y de establecer las diferencias con las gentes que iban recepcionando su llegada, los cuales eran evidentemente distintos a los europeos y por ello, según el común discurso de conquista, inferiores. Finalmente, se puede decir que el Diario del primer viaje es un texto cuyas funciones principales son informar de lo que Colón ha visto y aludir a lo invisible, generando así las expectativas de lo que el Almirante encontraría en sus próximos viajes, si no el oro, tal vez el paraíso terrenal.

V. Los habitantes, los topónimos y la toma de posesión de La Española En el Diario del primer Viaje se encuentran las primeras referencias a la isla Española, bautizada así por el Almirante el día 9 de diciembre de 1492. Desde su llegada a Guanahaní Colón, en su búsqueda insistente del Catay, el Cipango y las tierras del Gran Khan, intentó recoger de los naturales habitantes de las primeras pequeñas islas recorridas,

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indicios sobre aquellos lugares que él suponía colmados de oro y riquezas. Daría con algunos nombres, o bien vocablos similares, de los cuales algunos parecían tener resonancias de los topónimos que aparecían en los relatos de Marco Polo y los otros autores citados. Cuando el 21 de octubre tuvo conocimiento de Cuba (o Colba, como aparece en el texto colombino trascrito por Las Casas), Colón suponía que esa isla era Cipango, pues había comprendido, según las indicaciones de los nativos, que era mayor que las otras. Además, había oído la mención de otra isla, la que se decía que era muy grande, y la llamaban Bohío. Sin embargo, y pese al tiempo transcurrido, aún no tenía indicios del oro que buscaba y con insistencia seguía afirmando en su Diario que deseaba pisar Tierra Firme, llegar a Quisay y ver al Gran Khan. El 1º de noviembre, habiendo estado en Cuba algunos días, comenzaba a deducir datos de lo que le decían los indios entre palabras y gestos. Aseguraba, el Almirante, que Cuba era Tierra Firme, que estaban cercanos a Quisay y Zayto, y que las gentes de la costa temían a los hombres del Gran Khan, a los cuales llaman Camy o Cavila. En este punto había mencionado ya, no pocas veces, la desnudez de los indios, la misma lengua entre todos ellos y su calidad de pacíficos o la ausencia de armas. El día 4 de noviembre, el Almirante les mostró a los indios de Cuba canela, pimienta, oro y perlas, a los cuales entendía que le decían que había cantidad de ello hacia el “Sueste”: “Mostróles oro y perlas, y respondieron ciertos viejos que en un lugar que llamaban bohío había infinito y que lo traían al cuello y a las orejas y a los brazos y a las piernas, y también perlas. Entendió más, que decían que había naos grandes y mercadería, y todo esto era al Sueste.” (Colón, Primer Viaje, 1962: 21) En este punto, al margen, Bartolomé de Las Casas escribió una nota que nos da alguna pista del nombre bohío que Colón menciona. El comentario dice: “Bohío llamaban los indios de aquellas islas a las casas, y por eso creo que no entendía bien el Almirante: ante debía de decir por la isla española que llamaban ‘Haití’.” (Colón, Primer Viaje, 1962: 21). Mas, no es hasta el 9 de diciembre que Colón llamaría a la isla “Española”; aunque durante este Diario jamás se refirió a Haití; seguramente nunca escuchó ese nombre, o tal vez no prestó atención, entre los diversos vocablos que intentaba recordar e identificar con los lugares que buscaba. Posteriormente, al partir de Cuba, tendría dos ideas de destino: Babeque o Baneque y Bohío, que eran, según entendía, dos islas donde había oro. El 13 de noviembre escribía:

Y porque deseaba ir a la isla que llamaban Baneque, adonde tenía nueva, según él entendía, que había mucho oro, la cual isla le salía al Leste, como no vido alguna grande población para ponerse al rigor del viento que le crecía más que nunca hasta allí, acordó hacerse a la mar y andar al Leste (...). Y de la otra tierra de Bohío que le quedaba a sotavento comenzando del cabo del sobredicho golfo... (Colón, Primer Viaje, 1962: 24).

Finalmente Colón arribó a la isla que reconocería como Bohío; sin embargo nunca llegaría a Baneque, nombre que dejaba de señalarse cuando comenzaba su exploración en Bohío, posteriormente bautizada Española, isla que en un principio creyó poblada por los canima, caribes, canibas o caníbales, gente de guerra que, según entendía el Almirante, tomaban prisioneros para devorárselos, pues ese era el miedo que había observado en los indios de Guanahaní que traía consigo (Chicangana-Bayona, 2008). Según Las Casas, Colón deja entrever cuan poco los entendía sacando sus propias conclusiones, cuando dice:

y sobre este cabo encabalga otra tierra o cabo que va también al Leste, a quien aquellos indios que llevaba llamaban Bohío,

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la cual decían que era muy grande y que había en ella gente que tenía un ojo en la frente, y otros que se llamaban caníbales, a quien mostraban tener gran miedo. Y des que vieron, que lleva este camino [el Almirante], dice que no podían hablar porque los comían y que son gente muy armada. El Almirante dice que bien cree que había algo de ello, más que, pues eran armados, serían gente de razón, y creía que habrían cautivado algunos, y que porque no volvían a sus tierras, dirían que los comían. (Colón, Primer Viaje, 1962: 27).

Ya para principios de diciembre la expedición estaba en Bohío, o la tierra que Colón identifica también con los Caniba o Canima, los cuales creía del señorío del Gran Khan, y que, además, solían capturar a los habitantes de las otras islas. Desde el primer momento en que el Almirante divisaba las tierras de la futura Española, a pesar que desde el principio sería repetitivo y superlativo en describir los lugares en tanto su hermosura natural, sus árboles, aves, aguas, tierras aptas para cultivo, etc., es innegable que se tornaría especialmente interesado en destacar las bondades de esta isla, la cual resaltaba por ser de altas montañas, y que al mismo tiempo poseía hermosas vegas y planicies aptas para el sembradío, cruzadas por muchos ríos y cabos con muy buenos puertos para atracar, además de poseer gran cantidad de población que, aunque en un principio se mostró reacia y asustadiza, finalmente se tornarían amables, logrando el Almirante interactuar con algunos de los reyes o caciques3 de aquellas gentes. La isla le pareció, y lo recalcaría reiteradas veces, muy similar a Castilla o Córdova, y no se cansaba de hacer constantes comparaciones: “Toda aquella tierra era muy alta y no de árboles grandes, sino como carrascas y madroños, propia, diz, tierra de Castilla” (Colón, Primer Viaje, 1962: 34) o “Los marineros pescaron y mataron otras (sic.), y lenguados y otros peces como los de Castilla. Anduvo un poco por aquella tierra, que es toda labrada, y oyó cantar el ruiseñor y otros pajaritos como los de Castilla. (...) Halló arrayán y otros árboles y hierbas como los de Castilla, y así es la tierra y las montañas” (Colón, Primer Viaje, 1962: 35). Por esta razón decidiría nombrarla Isla Española, pues sus tierras son “cuasi semejables a las tierras de Castilla, antes éstas tienen ventaja, por lo cual puso nombre a la dicha isla la Isla Española.” (Colón, Primer Viaje, 1962: 35) Y así, como en ocasiones anteriores, el Almirante procedió a colocar la cruz en el primer puerto que nombró en la isla, el Puerto San Nicolás, “en señal que Vuestras Altezas tiene la tierra por suya, y principalmente por señal de Jesucristo Nuestro Señor y honra de la Cristiandad” (Colón, Primer Viaje, 1962: 36). Hasta ese momento, parecía que todos los indios habían hablado la misma lengua, según observa Colón, no obstante, mientras avanzaba por las costas de la isla, iría encontrando otras poblaciones, deteniéndose en especial sobre las últimas que encuentra, cuando ya tenía la intención de partir de regreso a España, luego de haber dejado parte de su tripulación el la “Villa Navidad”. A lo largo del relato de la travesía del Almirante por las costas de La Española, destacan varios elementos. La repetitiva comparación con España4, donde incluso tiene cabida las

3 “y allí supo el Almirante que al rey llamaban en su lengua cacique”, (Colón Primer Viaje 1962:40).4 A pesar de que esta comparación se hace presente en otras ocasiones durante el Diario, como por ejemplo aludiendo a una de las islas antes de llegar a Cuba, el día 21 de octubre: “Aquí es unas grandes lagunas, y sobre ellas y a la rueda es el arbolado de maravilla. Y aquí y en toda la isla son todos verdes y las hierbas como en el abril de Andalucía...” (Colón Primer Viaje 1962:16), sin embargo no son tan repetitivas como

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características físicas de los habitantes, pues fueron descritos de piel blanca, casi como los españoles5, lo que abría la posibilidad de instalarse en esas tierras por poseer una similitud con lo conocido; la existencia de poblaciones en general pacíficas, incluso temerosos: “ellos no tienen armas, y son todos desnudos y de ningún ingenio en las armas y muy cobardes, que mil no aguardarían tres, y así son buenos para les mandar y les hacer trabajar, sembrar y hacer todo lo otro que fuese menester y que hagan villas y se enseñen a andar vestidos y a nuestras costumbres” (Colón, Primer Viaje, 1962: 39), razón por la cual aparecían como posibles súbditos de la Corona y siervos de colonos; junto con ello, Colón aludía que al parecer no tenían secta: “y después se sabrán los beneficios y se trabajará de hacer todos estos pueblos cristianos porque ligero se hará, porque ellos no tienen secta ninguna ni son idólatras” (Colón, Primer Viaje, 1962: 30), situación que otorgaba una ventaja más a los proyectos de ocupación, bajo el signo de la religión. A medida que el Almirante iba reconociendo las costas e interactuando con algunos caciques, reconocía en ellos cierta autoridad; sin embargo, en el relato no dejan jamás de ser un curioso elemento del entorno, y no dudó nunca en afirmar que las tierras nombradas eran ya patrimonio indiscutido de España, expresando que se lo comunicaría a los nativos. En su Diario relató un encuentro con un cacique el 18 de diciembre, donde comieron juntos e intercambiaron objetos (siendo algunos de oro, pues en esta Isla Española, se lograría por fin hallar algo del preciado metal). No obstante, parecen paradójicos este y otros encuentros, donde Colón afirmaba que no comprendía a los indios ni ellos a él, en circunstancia que interpretaba los gestos y palabras precisamente como se suponía que debería complacerle a él y a los Reyes. En una oportunidad escribe: “y él [cacique] y su ayo y consejeros llevan grande pena porque no me entendían ni yo a ellos. Con todo, le conocí que me dijo, que si me compliese algo de aquí, que toda la isla estaba a mi mandar (...) y le dije otra vez como ayer, que Vuestras Altezas mandaban y señoreaban todo lo mejor del mundo, y que no había tan grandes príncipes...” (Colón, Primer Viaje, 1962: 40). En términos de lengua, el Almirante en un primer momento pensaba que los indios de La Española tenían una sola, mas al avanzar por la isla iría descubriendo sus diferencias. Por otra parte, los nombres que oía, intentaría adaptarlos e interpretarlos, cayendo en notorias contradicciones y confusiones. En relación con la Isla Española, podemos decir que nunca supo durante este primer encuentro con sus habitantes, el real nombre que se le daba, ni los nombres de sus regiones (a excepción de Cibao), por lo que sólo intuía que, tal vez siendo isla era Cipango o incluso Tierra Firme, y que hacia el interior estarían las tierras del Gran Khan, cuyos habitantes eran los canibas o caribes, que amenazaban a las pacíficas y pobres poblaciones de la costa. Finalmente, según Colón en este primer viaje, la Isla Española, bautizada así por él a razón de su inmenso parecido con España, era llamada por los indios Bohío, nombre que más que representar un indicio de algo parecía un elemento secundario, en tanto no se asemejara a los topónimos que tenía en mente y tampoco simbolizara su acto de reconocimiento y apropiación, puesto que los indios a pesar de habitar esos lugares, no conformaban enemigo, contrincante o interlocutor válido. Esta situación se demuestra en la facilidad con que Colón bautizaba, tomaba posesión e intentaba hacerles notar a los nativos que los reyes de España ya eran dueños de todo aquello, sin reparar, no obstante, en la verdadera recepción de esa información por parte de los habitantes del lugar.

cuando las encontramos ya en La Española.5 “Dijeron los cristianos al Almirante que era toda gente más hermosa y de mejor condición que ninguna otra de las que habían hasta allí hallado (...), y que son blancos más que los otros, y que entre los otros vieron dos mujeres mozas tan blancas como podían ser en España.”, (Colón Primer Viaje 1962:37).

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En la Carta a Luis de Santangel, Colón nos da un resumen de lo dicho ya en el diario respecto a su toma de posesión y a las características de La Española, sin embargo, aportaría datos nuevos. Partía diciendo que a todas las islas de las cuales tomó posesión les puso nombre nuevo, dejando entrever que los de los indios son los antiguos, los que por lo menos para la oficialidad de España, ya no se utilizarían. En un principio fue dando cuenta del viaje hacia las Indias y como encontró

muchas islas pobladas con gente sin numero, y dellas todas he tomado posesión por Sus Altezas con pregón y bandera real estendida, y non me fue contradicho. -Y luego dice- Yo entendia harto de otros indios, que ia tenia tomados, como continuamente esta tierra era isla [Juana], e asi segui la costa della al oriente ciento y siete leguas fasta donde fazia fin, del cual cabo vi otra isla al oriente , distante de esta diez o ocho leguas, ala qual luego puse nombre la Spañola. (Colón, Carta a Santangel, 1992: 12).

Un indicio de cómo podía creer que le era factible apropiarse de estas tierras de un modo tan natural, se lee en la Carta: “Y daba yo graciosas mil cosas buenas que yo llevaba porque tomen amor; y allende desto se farán cristianos, que se inclinan al amor y servicio de sus Altezas y de toda la nación castellana; é procuran de ayudar é nos dar de las cosas que tienen en abundancia que nos son necesarias.” (Colón, Carta a Santangel, 1892: 188).Considerando lo escrito por Colón, podemos ver la coexistencia de dos apropiaciones: del territorio propiamente tal, en tanto espacio dentro de un margen imperial de soberanía que poseía la Corona Española, desde el momento de la toma de posesión y el nombramiento, donde se asumía que estas tierras habían sido descubiertas desde Occidente y, por lo tanto ya no serían lo que eran (Bohío) sino que se habían transformado en dominio español (Isla Española); y un dominio sobre las gentes, que tiende a ser un todo con el dominio de la naturaleza y los recursos minerales, pues será a partir de un proceso de domesticación, de extracción, y en el caso de las gentes, a través de la cristianización, donde podrá tomarse posesión efectiva de estos territorios. En los textos de Ramón Pané y Bartolomé de Las Casas, existen dos ámbitos de aparición de la Isla Española, y en ambos textos se reconocía como legítimo ese nombre, y no otro, de modo que vemos, en especial en el caso del texto de Pané, que el nuevo topónimo era el nombre válido, lo antiguo era lo de los indios y no poseía una relevancia en términos de dominio. Fray Ramón buscaba conocer y registrar lo que contaban los habitantes de algunas zonas de la isla, por encargo de Colón, por lo tanto su Relación acerca de las Antigüedades de los Indios daría revisión de algunos de sus mitos, nombres y topónimos, a pesar de lo confuso que en algunos pasajes parecía ser para el fraile el transcribir tan complejos y extraños relatos. Para el segundo, a pesar de que escribe un texto en defensa de los indios, en la Brevísima Relación de la Destrucción de las Indias no le daría relevancia al hecho de la legítima soberanía sobre los territorios por parte de los indios, sino más bien al aspecto moral de la ocupación de los cuerpos de los indígenas, ya que la esclavización y los malos tratos hacia estos últimos es el tema que inspira gran parte de su obra: “En la isla Española, que fue la primera, como decimos, donde entraron los cristianos y comenzaron los estragos y perdiciones destas gentes y que primero destruyeron y despoblaron, comenzando los cristianos a tomar las mujeres e hijos para servirse y usar mal de ellos..” (Las Casas, Brevísima, 1993: 80). Las Casas, por lo tanto, no discute el hecho de que la Corona española fuera soberana de las Indias; ni siquiera utiliza el topónimo Haití en este texto

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(cosa que si hace en los comentarios al Diario de Colón), por lo tanto no hace uso de los topónimos originales o antiguos, a pesar que reconoce quienes habían reinado en La Española y cuales eran sus regiones, con el objetivo de demostrar como fueron estos caciques asesinados y esclavizadas sus poblaciones6. Su texto, además, no se reduce a esta sola isla, pues es más tardío y ya se tenían noticias, incluso, del Imperio Inca. Por lo tanto revisa los desastres acontecidos en términos demográficos para ir en defensa de los naturales, como bien explica aquí, para la primera época de la ocupación:

Y otra cosa no han hecho de cuarenta años a esta parte, hasta hoy, y hoy en este día lo hacen, sino (...) matallas, (...) y destruillas por las estrañas y nuevas y varias y nunca otras tales vistas ni leídas ni oídas maneras de crueldad, (...) en tanto grado que habiendo en la isla Española sobre tres cuentos [millones] de ánimas que vimos, no hay hoy de los naturales della doscientas personas. (...) Las islas de los Lucayos, que están comarcanas a la Española y a Cuba por la parte del Norte, (...) en las cuales había más de quinientas mil ánimas, no hay hoy una sola criatura. Todas las mataron trayéndolas y por traellas a la isla Española... (Las Casas, Brevísima, 1993: 77).

Según J. J. Arrom, en La Española convivían tres lenguas, de las cuales Pané aprendería una: la de Macorís, que, no obstante, no era la más entendida. Por esta razón, conviviendo con un grupo de naturales durante varios años, logró recopilar información invaluable desde el punto de vista etnográfico actual. Extractando las veces en que mencionaba el nombre de la Isla o sus regiones, se puede encontrar pistas sobre las ideas que subyacen al nombramiento de ciertos lugares. Pané cuenta, en uno de los mitos sobre el origen de los taínos (los habitantes de la isla), y dice que uno de los primeros nacidos se hubo llevado a todas las mujeres a otra isla en una ocasión, pero “que después hubo mujeres otra vez en la dicha isla Española, que antes se llamaba Haití, y así la llamaban los habitantes de ella; y aquella y las otras islas las llamaban Bohío” (Pané, Relación, 1991: 9). Arrom nos dice que Anglería explica en su Década 3ª que los nombres que los primeros habitantes pusieron a la Española fueron primero Quizquella y después Haití, y que este último término significa aspereza en su lengua antigua, y así llamaron toda la isla, por el aspecto áspero de las montañas. Por otro lado, Haití es el “nombre del pico más alto en la antigua región montañosa del Cibao, según Las Casas (Apologética, caps. 6 y 197), del cual ‘se denominó

6 “Había en esta isla Española cinco reinos muy grandes y cinco reyes muy poderosos, a los cuales cuasi obedecían todos los otros señores, que eran sin número (...). El un reino se llamaba Maguá, (...) que quiere decir el reino de la vega. (...) Entran en ella [esta tierra] sobre treinta mil arroyos (...); y todos los ríos que vienen de la una sierra que está al poniente, que son veinte y veinte y cinco mil, son riquísimos en oro. En la cual sierra o sierras se contiene la provincia de Cibao, de donde sale aquel señalado y subido en quilates oro (...). El rey y señor de este reino se llamaba Guarionex (...). decía y ofrecíase este cacique a servir al rey de Castilla con hacer una labranza que llegase desde la Isabela, que fue la primera población de los cristianos, hasta la ciudad de Santo Domingo. (...) El otro reino se decía del Marién, donde agora es el Puerto Real, al cabo de la vega hacia el Norte, (...) cuyo rey se llamaba Guacanagarí (...). El tercero reino y señorío fue la Maguana, tierra también admirable, (...) donde agora se hace la mejor azúcar de aquella isla. El rey se llamó Caonabó. (...) El cuarto reino es el que se llamó Xaraguá. Este era como el meollo o médula o como el corte de toda aquella isla (...). El rey y señor dél se llamaba Behechio; tenía una hermana que se llamaba Anacaona. (...) El quinto reino se llamaba Higuey, y señoreábalo una reina vieja que se llamó Higuanama.”, (Las Casas Brevísima 1993:83-87).

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y llamó toda esta isla’; todavía los campesinos llaman haitises a las montañas” (Arrom, 1991: 9). Para el término bohío, que aparece en el extracto de Pané, si bien existen numerosas variantes de éste término, según Arrom, bohío es la forma muy aceptada para designar un modelo de choza rústica, de paredes de yagua o madera y techo de guano a dos aguas. En su origen tuvo el sentido de casa o habitación, y de ahí que Pané haya consignado que a la Española “y a las otras islas la llamaban Bohío”, transparente sinécdoque por islas que son nuestra ‘casa o habitación’, nuestra morada ancestral. Observación similar hace Las Casas en su nota al margen en el Diario de Colón. Pané no le preocupa hablar de la ocupación española, aunque en la última parte refiere algo de sus experiencias directas en las relaciones entre cristianos y taínos, que a veces no eran del todo pacíficas. Por lo tanto, alude a La Española como el nombre natural de la isla, por lo menos para el mundo cristiano, y significativamente “la dicha isla Española, que antes se llamaba Haití...” posee al poco tiempo de ser encontrada y explorada, un nuevo nombre oficial.

VI. El papel político y simbólico de la toma de posesión de la Isla EspañolaLa palabra isla, que proviene del latín insula, tiene otra acepción en esta lengua que es “casa o grupo de casas para alquiler”7. O’Gorman menciona “que insularum domini e insularius se hayan empleado como términos para designar al casero y al inquilino, respectivamente, y también, la última palabra, para significar al criado o siervo a quien se encomendaba el cuidado de las casas alquiladas” (O’Gorman, 1992: 75). Para el siglo XV, según el diccionario de Palencia (1490), la palabra isla (o ínsula) poseía la siguiente acepción: “Insula: es tierra de todas partes cercada de mar: o de agua (...) dicen insulas por que muestran ser situadas dentro del mar que las contorna. Y en las leyes llaman islas a las casas: cuyas paredes no llegan a juntarse con las paredes de sus vecinos: a semejanza de las islas: que parecen en medio de las aguas del mar o de los ríos.” (Cit. Vega, 2007). En Covarrubias (1611), la definición se asemeja a la anterior: “Isla: del nombre Latino insula (...). No solo se llaman Islas las que estan cercadas de aguas, pero también las casas que estan edificadas sin que otra ninguna se les pegue, siendo efsentas de todas partes.”(Cit. Vega, 2007). Podemos colegir, entonces, dos cosas en cuanto al uso del término en español durante la época del “descubrimiento”: que en tanto la Tierra era concebida como una Isla rodeada de un gran Océano, donde este último no era parte del mundo humano y por lo tanto no podía poseerse, sin embargo la tierra sí, la cual estaba dada al hombre en arriendo o préstamo, para que la utilizara según su parecer (O’Gorman, 1992). Además, existían partes de esta Tierra repartidas en pequeñas porciones, las islas, que como zonas de arriendo, de ocupación temporal, existía la posibilidad de tomar posesión de ellas, mientras preexistiera un acatamiento legítimo de los involucrados. Por otra parte, según lo definido por los diccionarios de la época de la conquista del Nuevo Mundo en relación a la isla como casa cuyas paredes no llegan a juntarse con las paredes de sus vecinos, puede inferirse

que cada isla es un mundo, cada isla corresponde a una unidad jurisdiccional (acotada, limitada, regida por una autoridad política); tal como esa casa aislada se constituye como unidad jurisdiccional bajo el mando de un señor. -Y en este sentido- la unidad jurisdiccional de la isla permite la toma de posesión jurídicamente válida en un acto simple,

7 Diccionario VOX Latino-Español, Editorial SPES, Barcelona.

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único, efectivo. Toma de posesión que debe repetirse en cada isla fruto de esta misma condición (Vega, 2007).

Colón al arribar a las playas, tomaba posesión sucesiva de las islas, incluyendo Haití, sin ser contradicho, haciendo así valer un acuerdo implícito dentro de las ideas circulantes en el mundo europeo. En esta toma de posesión coexistieron dos aspectos interesantes: uno es que América no existía (dentro de la experiencia cristiana occidental), cuando se nombra, y comienza su existencia como ente diferenciado, pues antes era sólo posiblemente parte de Asia. Lo que se puede extrapolar en que las islas a las que llega Colón, para el mundo cristiano no existían, por lo tanto cuando Colón las nombra, ya poseen ser dentro de la cultura europea. El segundo punto tiene relación con la noción de mundo. El mundo para los hombres contemporáneos a Colón, era el lugar del hombre en la Tierra. Fuera del ámbito humano se estaba fuera del mundo. Si se había llegado a unas tierras que eran, en términos generales, similares a las que eran comunes para los europeos, quería decir que estas tierras sí forman parte del mundo, eran habitables (y de hecho estaban habitadas), por lo que Colón integra las islas a su mundo: no lo ve como un nuevo mundo (uno distinto al humano), sino como uno que se suponía, además, que existía y del cual se puede apropiar, en tanto no se le contradice. El mundo es apropiable por el hombre; el hombre renacentista ya no es un prisionero del mundo, sino un explorador del mundo, un conquistador del mundo. Se nombra a las islas para que existan; pues no han sido concebidas dentro de la civilización europea: luego que Colón las ha nombrado, existen.Como hemos visto, Colón tomó posesión, nombró y superpuso la tradición cristiana europea forzosamente sobre la realidad previa de estos territorios que encontraba y exploraba. Este nombramiento y toma de posesión se puede ver, en una perspectiva actual, desde dos ángulos complementarios: como un acto de apropiación violento, en tanto no obedece a ningún acuerdo previo, no obstante, es a la vez una toma de posesión ficticia o superficial, pues no se tiene aún el real o efectivo control sobre los dichos territorios. Sin embargo, la carga simbólica y legitimadora ante su propia cultura hace esta acción, desde un punto de vista contemporáneo a Colón, no violenta y tremendamente efectiva. Posteriormente, con la consecuente ocupación de las tierras tras del segundo viaje, se vería de qué manera este acto inicial de toma de posesión se hacía efectivo ya en la práctica, pues para el conquistador estas islas eran de hecho y de derecho componente de la Corona Hispana. El bautizar prontamente estas islas encontradas, fue un acto de apropiación legítima bajo la visión española, ya que al no representar estos indios un interlocutor válido en términos de cultura o código (lengua, religión, grado de civilización), se asumía que de esta misma manera el nombrar por ellos un lugar era, de alguna forma, un acto “natural”. Es decir, como cristianos estaban llamados a integrar a la humanidad entera al mensaje de Cristo, y como hombres civilizados, estaban en la obligación de utilizar y organizar el mundo a fin de civilizar el espacio que era propiamente humano, es decir, la Tierra. Por lo tanto, el imponer un nombre español cristiano, era civilizar, y con ello posesionarse de territorios y gentes.La Española fue nombrada en este contexto de los primeros descubrimientos, pese a que en los textos leídos se reconocía que era llamada por los nativos de otras maneras. Se aceptó la existencia de una lengua nativa, y con esto de un conocimiento previo, aunque se creyó que constituía un conocimiento falso o errado. Por lo tanto, este conocimiento no era legítimo dentro de la visión cristiana, más allá de lo que se obtenía en utilidades para la Corona. Además, los indios “desnudos” y “cobardes” de estas islas distaban mucho de ser rivales como para que sus “antiguos” nombres poseyesen un real valor simbólico en el contexto

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europeo. Simplemente no reflejaban el constructo discursivo previo del Almirante al momento de llegar al territorio de las Indias, quien visualizaba estas tierras desde un principio como patrimonio de la Corona española, al tiempo que intenta adaptar la realidad que veía con lo que se había planteado en su proyecto.

VII. ConclusiónCristóbal Colón tomó posesión, clavando la Cruz en las playas de cada isla, y en nombre de Dios y España añadió simbólicamente territorios a la Corona cristiana. Desde el momento en que se realizó aquella acción, podía ser afirmado el poderío en potencia de España, en términos legales y discursivos. No hubo trato de por medio, puesto que los indios, según el imaginario colombino, naturales habitantes de las islas, no poseían el nivel político y cultural de los europeos, lo que se manifiesta en la negación de los componentes básicos de un ser civilizado: armas, vestimenta, religión, riqueza. Por lo tanto, lo que primero vería en ellos fue la personificación de posibles sirvientes sumisos y súbditos obedientes. Sus lenguas eran inentendibles para el español, y sus nombres extraños, a pesar de la adecuación constante a ciertas expectativas; por otra parte, no trascendían para un lenguaje europeo en expansión qué no buscaba atraer la diversidad sino que anularla bajo la imposición de su supuesta cultura superior.Podemos decir que la existencia de los nativos no era relevante en términos de toma de posesión (pero sí para la dominación, ya que eran sujetos a dominar), puesto que no estaban a la altura de un interlocutor civilizado. Asimilándolos a elementos de la naturaleza, los indios pertenecían al territorio, y por ende los españoles legítimamente podían “apoderarse” de ellos. Por esto, el bautizar prontamente estas islas encontradas fue un acto de apropiación legítima bajo la visión española, ya que al no ser estos indios hombres civilizados, se asumía que de esta misma manera el nombrar por españoles cristianos un lugar era, de alguna forma, el acto normal y fundacional del proceso civilizatorio.Este acto de establecer soberanía y propiedad sobre las islas (territorios de por sí apropiables) y principalmente en La Española, se hace efectivo en el discurso, en lo que se dice y lee. En principio, no hay apropiación real y de hecho, no se ejerce un control, sino que la posesión es nominal, como los mismos nombres impuestos a los territorios (que evidentemente no utilizaban los nativos); sin embargo, cuando vemos que los escritores posteriores al primer viaje de Colón nombraron las islas utilizando topónimos españoles y aludiendo los otros como “antiguos”, como si los habitantes ya no existiesen, o bien, no existieran ajenos a “lo español”, se verifica que este discurso colombino tuvo una importancia legítima para la idea española de la expansión y la conquista.

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