montaigne - extractos

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MICHEL DE MONTAIGNE LOS ENSAYOS según la edición de 1595 de marie de gournay prólogo de antoine compagnon edición y traducción de j. bayod brau barcelona 2007 acantilado

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  • MICHEL DE MONTAIGNE

    LOS ENSAYOS segn la edicin de 1 5 9 5

    de marie de gournay

    prlogo de antoine compagnonedicin y traduccin de j. bayod brau

    b a r c e l o n a 2 0 0 7 a c a n t i l a d o

  • t t u l o o r i g i n a l Les Essais

    Publicado por:a c a n t i l a d o

    Quaderns Crema, S. A., Sociedad Unipersonal

    Muntaner, 4 6 2 - 0 8 0 0 6 BarcelonaTel.: 9 3 4 1 4 4 9 0 6 - Fax: 9 3 4 1 4 7 1 0 7

    [email protected]

    de la edicin, las notas, el estudio introductorio y la traduccin, 2 0 0 7 by Jordi Bayod Brau

    del prlogo, 2 0 0 7 by Antoine Compagnon de esta edicin, 2 0 0 7 by Quaderns Crema, S. A.

    Derechos exclusivos de edicin:Quaderns Crema, S. A.

    i s b n : 9 7 8 - 8 4 - 9 6 8 3 4 - 1 7 - 0d e p s i t o l e g a l : b . 5 4 . 6 9 6 - 2 0 0 7

    Esta obra se benefici del apoyo del Servicio Cultural de la Embajadade Francia en Espaa y del Ministerio francs de Asuntos Exteriores, enel marco del Programa de Ayuda a la Publicacin (P.A.P. Garca Lorca).

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    p r i m e r a r e i m p r e s i n noviembre 2 0 0 7p r i m e r a e d i c i n noviembre 2 0 0 7

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    por escrito de los titulares del copyright, la reproduccin totalo parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento mecnico o

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    edicin mediante alquiler o prstamo pblicos.

  • C O N T E N I D O

    p r l o g o , p o r a n t o i n e c o m pa g n o n xie s t u d i o i n t r o d u c t o r i o y b i b l i o g r a f a s e l e c ta xxixn o ta s o b r e e s ta e d i c i n li

    l o s e n s ay o s 1a l l e c t o r 5

    libro i

    i . Puede lograrse el mismo fin con distintos medios 9

    i i . La tristeza 1 4

    i i i . Nuestros sentimientos se arrastran ms all de nosotros 1 9

    iv. Cmo el alma descarga sus pasiones sobre objetos falsos cuando le faltan los verdaderos 2 9

    v. Si el jefe de una plaza sitiada debe salir a parlamentar 3 3

    vi . El momento de parlamentar es peligroso 3 7

    vii . La intencin juzga nuestras acciones 4 1

    viii . La ociosidad 4 3

    ix. Los mentirosos 4 5

    x. El habla pronta o tarda 5 2

    xi. Los pronsticos 5 5

    xii. La firmeza 6 2

    xiii . La ceremonia de la entrevista entre reyes 6 5

    xiv. Se sufre castigo por obstinarse en defender una plaza sin razn 6 7

    xv. El castigo de la cobarda 6 9

  • vi

    los ensayos de michel de montaigne

    xvi. Un rasgo de ciertos embajadores 7 1

    xvii . El miedo 7 5

    xviii . Que nuestra suerte debe juzgarse slo tras la muerte 7 9

    xix. Que filosofar es aprender a morir 8 3

    xx. La fuerza de la imaginacin 1 0 8

    xxi. El provecho de uno es dao para otro 1 2 5

    xxii . La costumbre y el no cambiar fcilmente una

    ley aceptada 1 2 7

    xxiii . Resultados distintos de la misma decisin 1 5 2

    xxiv. La pedantera 1 6 5

    xxv. La formacin de los hijos 1 8 2

    xxvi. Es locura referir lo verdadero y lo falso

    a nuestra capacidad 2 3 3

    xxvii . La amistad 2 4 0

    xxviii . Veintinueve sonetos de tienne de La Botie 2 6 4

    xxix . La moderacin 2 6 5

    xxx . Los canbales 2 7 3

    xxxi . Hay que dedicarse poco a juzgar las reglas divinas 2 9 3

    xxxii . Huir de los placeres a costa de la vida 2 9 7

    xxxiii . La fortuna se encuentra a menudo con el curso

    de la razn 2 9 9

    xxxiv . Un defecto de nuestros Estados 3 0 4

    xxxv . La costumbre de vestirse 3 0 6

    xxxvi . Catn el Joven 3 1 1

    xxxvii . Cmo lloramos y remos por lo mismo 3 1 7

    xxxviii . La soledad 3 2 2

    xxxix . Consideracin sobre Cicern 3 3 8

    xl . Que la experiencia de los bienes y los males

    depende en buena parte de nuestra opinin 3 4 5

  • vii

    contenido

    xli . No compartir la propia gloria 3 7 4

    xlii . La desigualdad que hay entre nosotros 3 7 8

    xliii . Las leyes suntuarias 3 9 2

    xliv . El dormir 3 9 5

    xlv . La batalla de Dreux 3 9 8

    xlvi . Los nombres 4 0 0

    xlvii . La incertidumbre de nuestro juicio 4 0 8

    xlviii . Los caballos destreros 4 1 7

    xlix . Las costumbres antiguas 4 3 0

    l . Demcrito y Herclito 4 3 6

    li . La vanidad de las palabras 4 4 1

    lii . La frugalidad de los antiguos 4 4 5

    liii . Una sentencia de Csar 4 4 7

    liv . Vanas sutilezas 4 4 9

    lv . Los olores 4 5 4

    lvi . Las oraciones 4 5 7

    lvii . La edad 4 7 2

    libro ii

    i . La inconstancia de nuestras acciones 4 7 9

    i i . La embriaguez 4 8 9

    i i i . Costumbre de la isla de Ceos 5 0 3

    iv . Las obligaciones, para maana 5 2 4

    v . La conciencia 5 2 7

    vi . La ejercitacin 5 3 3

    vii . Las recompensas honorficas 5 4 8

    viii . El amor de los padres a los hijos 5 5 4

  • viii

    los ensayos de michel de montaigne

    ix . Las armas de los partos 5 8 0

    x . Los libros 5 8 5

    xi . La crueldad 6 0 5

    xii . Apologa de Ramn Sibiuda 6 2 8

    xiii . Juzgar de la muerte ajena 9 1 3

    xiv . Cmo nuestro espritu se estorba a s mismo 9 2 3

    xv . Que nuestro deseo aumenta con la dificultad 9 2 4

    xvi . La gloria 9 3 3

    xvii . La presuncin 9 5 3

    xviii . El desmentir 1 0 0 0

    xix . La libertad de conciencia 1 0 0 7

    xx . Nada de lo que experimentamos es puro 1 0 1 4

    xxi . Contra la holgazanera 1 0 1 9

    xxii . Las postas 1 0 2 5

    xxiii . Malos medios empleados para un buen fin 1 0 2 7

    xxiv . La grandeza romana 1 0 3 3

    xxv . No fingirse enfermo 1 0 3 5

    xxvi . Los pulgares 1 0 3 8

    xxvii . La cobarda, madre de la crueldad 1 0 4 0

    xxviii . Todas las cosas tienen su hora 1 0 5 3

    xxix . La virtud 1 0 5 7

    xxx . Un nio monstruoso 1 0 6 8

    xxxi . La ira 1 0 7 0

    xxxii . Defensa de Sneca y de Plutarco 1 0 8 1

    xxxiii . La historia de Espurina 1 0 9 0

    xxxiv . Observaciones sobre los medios que Julio Csar

    usaba para hacer la guerra 1 1 0 1

    xxxv . Tres buenas mujeres 1 1 1 3

  • ix

    contenido

    xxxvi . Los hombres ms excelentes 1 1 2 3

    xxxvii . La semejanza de los hijos con los padres 1 1 3 4

    libro iii

    i . Lo til y lo honesto 1 1 7 9

    i i . El arrepentirse 1 2 0 1

    i i i . Tres relaciones 1 2 2 1

    iv . La diversin 1 2 3 8

    v . Unos versos de Virgilio 1 2 5 3

    vi . Los carruajes 1 3 4 1

    vii . La desventaja de la grandeza 1 3 6 9

    viii . El arte de la discusin 1 3 7 6

    ix . La vanidad 1 4 0 9

    x . Reservar la propia voluntad 1 4 9 6

    xi . Los cojos 1 5 2 9

    xxii . La fisonoma 1 5 4 5

    xviii . La experiencia 1 5 8 9

    s e n t e n c i a s e i n s c r i p c i o n e s p i n ta da s e n e l g a b i n e t e y e n l a b i b l i o t e c a d e m o n ta i g n e 1 6 7 1

    c r o n o l o g a 1 6 8 3

    n d i c e o n o m s t i co d e l o s e n s ay o s 1 7 0 7

  • 9c a p t u l o I

    P U E D E L O G R A R S E E L M I S M O F I N C O N D I S T I N T O S M E D I O S

    1

    a | La manera ms comn de ablandar los nimos de aque-llos a quienes hemos ofendido, cuando tienen la venganza en su mano y nos encontramos a su merced, es suscitar su lstima y piedad dando muestras de sumisin. Sin embar-go, la osada, la firmeza y la determinacin, medios del todo contrarios, han servido a veces para alcanzar el mismo resul-tado. A Eduardo, prncipe de Gales, durante tanto tiempo gobernador de nuestra Guyena, personaje cuyas cualidades y fortuna presentan muchos notables rasgos de grandeza, no pudo detenerle, al conquistar la ciudad de los limosinos, que le haban infligido graves ofensas, el clamor del pueblo, de las mujeres y de los nios abandonados a la carnicera, que le pedan piedad y se le arrojaban a los pies. Continu su avance por la ciudad hasta que repar en tres gentilhombres franceses que, con increble audacia, resistan por s solos el empuje del ejrcito victorioso. La consideracin y el respeto por un valor tan singular mitig por primera vez la violencia de su clera; y, por ellos tres, empez a mostrarse misericor-dioso con los dems habitantes de la ciudad.2

    1 Cfr. Maquiavelo, El Prncipe, 25 : De ah que ... dos hombres con-sigan el mismo resultado a pesar de actuar de manera opuesta y que, en cambio, de otros dos, aun actuando de manera idntica, el uno alcance su propsito y el otro no (trad. M. A. Granada, Madrid, 1990). Para Ma-quiavelo, que se ocupa del poder de la fortuna en los asuntos humanos, la clave del xito radica en la conformidad de las acciones con la condicin de los tiempos. Vase tambin el ttulo de i , 23 .

    2 Cfr. Jean Froissart, Crnicas, i , 289 (pero segn este cronista nada detuvo la matanza). Montaigne alude al famoso Prncipe Negro (1330-1376), que gobern la Guyena, patria chica del autor de Los ensayos, en la poca de la dominacin inglesa.

  • 10

    libro i captulo i

    Scanderberg, prncipe de Epiro, persegua a uno de sus soldados para darle muerte. ste, tras intentar aplacarlo re-curriendo a toda suerte de humillaciones y splicas, decidi en ltimo trmino aguardarlo con la espada empuada. Tal resolucin fren en seco la furia de su seor, que, al ver-le tomar una decisin tan honorable, le otorg su gracia. Podrn interpretar de otra manera este ejemplo quienes no hayan ledo nada sobre la prodigiosa fuerza y valenta de este prncipe.3 El emperador Conrado III haba puesto cer-co a Gelfo, duque de Baviera, y, pese a las viles y cobardes compensaciones que se le ofrecieron, no quiso transigir a otras condiciones ms suaves que permitir la salida de las mujeres que permanecan asediadas junto al duque, con el honor salvo, a pie y llevando encima lo que pudieran. A stas se les ocurri, con magnnimo corazn, cargar a hombros a maridos e hijos, y al duque mismo. El emperador, muy com-placido al ver la nobleza de su nimo, llor de satisfaccin y mitig la violencia de la enemistad mortal y suprema que haba profesado contra el duque; y a partir de entonces los trat humanamente, a l y a los suyos.4

    b | A m cualquiera de los dos medios me arrastrara fcilmente, pues mi blandura frente a la misericordia y la mansedumbre5 es extraordinaria. A tal extremo que, a mi juicio, me rendira con ms naturalidad a la compasin que a la admiracin. Sin embargo, la piedad es para los estoicos una pasin viciosa. Admiten que socorramos a los afligidos, pero sin ablandarnos y sin compadecerlos.6

    3 El prncipe albans Jorge Castriota Scanderberg (1405-1468) lu-ch contra los turcos por la independencia de su pas. Cfr. Paolo Giovio, Commentarii delle cose de Turchi con gli fatti e la vita di Scanderberg, 42 , ad finem.

    4 Cfr. Jean Bodin, Methodus ad facilem historiarum cognitionem, Proemium. La ciudad en cuestin es Weinsberg, en la Alta Baviera, asediada en 1140 .

    5 (b) y el perdn 6 Cfr., por ejemplo, Cicern, Tusculanas, iv , 26 , 56 ; Sneca, La ira,

  • 1 1

    puede lograrse el mismo fin

    a | Ahora bien, estos ejemplos me parecen tanto ms oportunos porque vemos que estas almas, atacadas y puestas a prueba por los dos medios, resisten uno sin conmoverse, pero se doblegan bajo el otro. Cabe decir que el hecho de que un nimo caiga en la conmiseracin es un efecto de la ligereza, del carcter bondadoso y de la blandura, y que por eso las naturalezas ms dbiles, como las de mujeres, nios y vulgo, son ms propensas a caer en ella; pero que rendirse slo a la reverencia de la santa imagen del valor, desdeando lgrimas y llantos, es el efecto del alma fuerte e implacable, que estima y honra el vigor viril y obstinado. Sin embargo, el asombro y la admiracin pueden producir el mismo efecto en almas menos nobles. Tenemos la prueba del pueblo tebano, que llev a sus capitanes ante la justicia, con una acusacin capital, por haber ejercido su funcin ms tiempo del pres-crito y preestablecido. Mientras que absolvi a duras penas a Pelpidas, que se dobleg bajo el peso de tales acusaciones, y fund su defensa en meras demandas y splicas, por el contra rio, con Epaminondas, que hizo un relato magnfico de las gestas que haba realizado y las reproch al pueblo, c | de ma nera orgullosa y arrogante, a | no tuvo siquiera el coraje de coger las bolillas de votar, y se march. La asamblea dedi-c grandes elogios a la alteza de nimo de este personaje.7

    c | Cuando Dionisio el Viejo se apoder de la ciudad de Regium tras mucho tiempo y enormes dificultades, y del capitn Pitn, gran hombre de bien que la haba defendido con denuedo, quiso valerse de l para dar un trgico ejemplo de venganza. Le cont primero cmo, el da anterior, haba hecho que ahogaran a su hijo y a todos sus parientes. Pitn se limit a responder que eran un da ms dichosos que l. Mand despus a unos verdugos que le desnudaran y que lo

    i i , 17 ; La clemencia, 2 , 4-5 ; y Epicteto, Disertaciones, i i , 21 , 5 ; i i i , 22 , 13 ; iv , 1 , 4 .

    7 Plutarco, Cmo alabarse sin despertar envidia, 4 , 540d-e.

  • 1 2

    libro i captulo i

    cogieran y arrastraran por la ciudad azotndolo del modo ms ignominioso y cruel, y colmndolo, adems, de insultos y ultrajes. Pero l mantuvo su entereza de nimo, sin desfalle-cimiento; y con firme semblante se dedic, por el contrario, a recordar en alta voz el honorable y glorioso motivo de su muerte, por no haber querido rendir su pas a un tirano, al tiempo que le amenazaba con un prximo castigo de los dio-ses. Dionisio ley entonces en la mirada de la muchedumbre de su ejrcito que, lejos de indignarse contra las bravatas del enemigo vencido despreciando a su jefe y su victoria, empezaba a ablandarse por el asombro que le produca un valor tan singular, y barajaba la idea de amotinarse e incluso de arrancar a Pitn de las manos de sus guardianes. De modo que mand cesar el martirio y, a escondidas, lo envi a que lo ahogaran en el mar.8

    a | Qu duda cabe de que el hombre es un objeto extraor-dinariamente vano, diverso y fluctuante. Es difcil fundar un juicio firme y uniforme sobre l. Fijmonos en Pompeyo, que perdon a la ciudad entera de los mamertinos, contra la cual albergaba sentimientos muy hostiles, en consideracin del valor y de la magnanimidad del ciudadano Zenn, que asumi solo la culpa comn, y no pidi otra gracia que ser el nico en sufrir castigo. Pero el anfitrin de Sila, que mostr en la ciudad de Perugia un valor semejante, nada logr con ello, ni para s mismo ni para los dems.9

    b | Y, directamente contra mis primeros ejemplos, Ale-jandro, el ms audaz de los hombres, y tan generoso con los vencidos, cuando conquist tras pasar muchos y grandes aprietos la ciudad de Gaza, encontr a Betis, que la man-daba y de cuyo valor haba tenido durante el cerco pruebas

    8 Diodoro de Sicilia, xiv , 112 , 1-5 . 9 Plutarco, Consejos polticos, 19 , 815e - 816a. No se trata de Zenn

    sino de Estenn. Tampoco se trata de Perugia sino de Preneste, pero este ltimo error debe atribuirse a la traduccin francesa de Plutarco que sigue Montaigne, la de Jacques Amyot de 1572 .

  • 1 3

    puede lograrse el mismo fin

    asombrosas, solo, abandonado de los suyos, con las armas destrozadas, cubierto por entero de sangre y heridas, que se-gua combatiendo en medio de una multitud de macedonios que le golpeaban por todos lados. Alejandro, muy molesto por el alto precio de la victoriapues, entre otros daos, haba sufrido poco antes dos heridas l mismo, le dijo: No morirs como has querido, Betis; ten por seguro que vas a padecer todos los tormentos que puedan inventarse contra un prisionero. El otro, con semblante no ya confiado sino arrogante y altivo, aguant sin decir palabra las amenazas. Entonces, Alejandro, al ver la obstinacin con que se callaba, lanz: Ha doblado la rodilla?, se le ha escapado alguna palabra de splica? Sin duda alguna vencer este silencio; y si no puedo arrancarle ni una sola palabra, le arrancar al menos algn gemido. Y, trocando su clera en rabia, orden que le perforaran los talones, y lo hizo arrastrar vivo, des-garrarlo y desmembrarlo atado a la trasera de una carreta.10

    Acaso la fortaleza de nimo fue tan natural y comn para l que, no admirndola, la respetaba menos? c | O bien la consideraba tan propiamente suya que no poda sopor-tar verla en otro a esa altura sin la irritacin de una pasin envidiosa?, o bien el mpetu natural de su clera no poda consentir oposicin alguna? En verdad, si admita freno, lo verosmil es que lo hubiera tenido en la captura y destruc-cin de Tebas, cuando vio pasar cruelmente por el filo de la espada a tantos hombres valientes derrotados y ya sin medio alguno de defensa pblica. Se dio muerte, en efecto, a unos seis mil, y ni uno fue visto huyendo o solicitando merced. Al contrario, buscaban por las calles, en cualquier rincn, enfrentarse a los enemigos victoriosos; los provocaban para que los matasen con honor. A ninguno se vio que no inten-tara vengarse incluso en el ltimo suspiro y, con las armas de

    10 Sobre el carcter de Alejandro, cfr. Plutarco, La fortuna o virtud de Alejandro, 2 ; la ancdota, en Quinto Curcio, iv , 6 , 25-29 .

  • 14

    libro i captulo ii

    la desesperacin, consolar su muerte en la muerte de algn enemigo. Sin embargo, la afliccin de su valor no hall pie-dad alguna, y la duracin de un da no bast para saciar su venganza. La carnicera dur hasta que fue vertida la ltima gota de sangre, y se detuvo slo ante las personas desarma-das, los ancianos, las mujeres y los nios, para hacer de ellos treinta mil esclavos.1 1

    1 1 Diodoro de Sicilia, xix , 49-51 ; 53 .

    c a p t u l o I I

    L A T R I S T E Z A

    b | Me hallo entre los ms exentos de esta pasin, c | y no la amo ni aprecio, aunque el mundo se haya dedicado, como por acuerdo previo, a honrarla con un favor particular. Visten con ella la sabidura, la virtud, la conciencianecio y monstruoso ornamento.1 Con ms propiedad, los italianos han usado su nombre para bautizar la malicia.2 Es, en efecto, una cualidad siempre nociva, siempre insensata, y los estoicos prohben a sus sabios sentirla, por ser siempre cobarde y vil.3

    Pero a | se cuenta que el rey de Egipto Psamnito, ven-cido y capturado por el rey de Persia Cambises, al ver pasar

    1 La melancola goz de gran prestigio en el siglo xvi . Entre otros, Marsilio Ficino (Tres libros sobre la vida, i , 5) y Cornelio Agrippa (Filosofa oculta, i , 60) la reivindican como base natural de las personalidades excep-cionales (revitalizando una vieja idea que se encuentra en el pseudoaris-totlico Problema 30). Montaigne denuncia la complacencia en la tristeza en el captulo i i , 20 ; vase, sin embargo, el captulo i , 8 y el inicio de i i , 8 , para tener noticia sobre sus propios problemas con la melancola.

    2 En efecto, los trminos tristizia y tristezza significan a la vez tristeza y maldad.

    3 Los estoicos excluan la tristeza o afliccin del sabio ideal (cfr., por ejemplo, Cicern, Tusculanas, i i i , 11 , 25 y ss.; iv , 25-26 , 55-56 ; Sneca, La clemencia, i i , 5 , 4-5 . Vase tambin san Agustn, Ciudad de Dios, xiv , 8).

  • 1 5

    la tristeza

    ante l a su hija prisionera, vestida como una criada, a la que enviaban a por agua, se mantuvo firme sin decir palabra, con los ojos fijos en el suelo, mientras todos sus amigos geman y sollozaban en torno suyo. Poco despus, vio tambin con-ducir a su hijo a la muerte y permaneci en la misma actitud. Pero aaden que, cuando repar en uno de sus amigos, al que conducan entre los prisioneros, empez a golpearse la cabeza y a dar signos de un dolor extremo.4

    Cabra asociar este relato a lo que hace poco vimos en uno de nuestros prncipes. Encontrndose en Trento, se enter de la muerte de su hermano mayorun hermano en el que radi-caba el sostn y el honor de toda la familiay, poco despus, de un hermano pequeo, su segunda esperanza. Soport las dos acometidas con ejemplar entereza. Pero cuando, unos das ms tarde, muri uno de sus hombres, se dej arrastrar por este ltimo infortunio. Abandonando su firmeza, se en-treg al dolor y a los lamentos, de suerte que algunos conclu-yeron que slo la ltima sacudida le haba afectado en lo vivo. Pero, a decir verdad, lo que sucedi es que, lleno y colmado de tristeza por lo dems, una mnima sobrecarga rompi los lmites de su resistencia.5 Otro tanto podra pensarse, a mi juicio, de nuestra historia, si no aadiera que Cambises pre-gunt a Psamnito por qu la desgracia de sus hijos no le haba conmovido y, en cambio, soportaba con tan poca en-tereza la de sus amigos. Slo este ltimo dolor, respondi, puede expresarse con lgrimas; los dos primeros rebasan con mucho cualquier posible forma de expresin.6

    Acaso se acomodara a estas palabras el hallazgo de un

    4 Herdoto, i i i , 14 , 1-7 . 5 El prncipe en cuestin es el cardenal de Lorena (1524-1574), des-

    tacado defensor de la ortodoxia romana. Su hermano mayor, Francisco de Guisa, fue asesinado el 24 de febrero de 1563 ; Francisco de Lorena, su hermano pequeo, muri el 7 de marzo de 1563 . La siguiente vctima aludida era, al parecer, su enano favorito.

    6 Herdoto, i i i , 14 , 9-10 .

  • 16

    libro i captulo ii

    antiguo pintor. Tena que representar la afliccin de los asis-tentes al sacrificio de Ifigenia segn el grado en el cual la muerte de la hermosa muchacha inocente afectaba a cada uno. Al llegar al padre de la doncella, agotadas las ltimas fuerzas de su arte, lo pint con el rostro cubierto, como si ningn gesto pudiese representar tal grado de sufrimiento.7 Por eso mismo, los poetas imaginan que Nobe, la desdicha-da madre que perdi primero a siete hijos y luego al mismo nmero de hijas, abrumada por tales prdidas, se transform finalmente en roca,

    Diriguisse malis,8

    [Se qued rgida de dolor],

    para expresar el oscuro, mudo y sordo estupor que nos pa-raliza cuando las desgracias nos aplastan superando nuestra resistencia.

    En verdad, la violencia de un disgusto, para ser extre-ma, debe sobrecoger el alma entera e impedir su libertad de accin. As nos ocurre en plena alarma por una noticia muy desgraciada: nos sentimos atrapados, transidos y como inca-paces de movimiento alguno. Cuando, ms adelante, el alma cede a las lgrimas y a los lamentos, parece desprenderse, separarse y quedar ms desahogada y tranquila:

    b | Et uia uix tandem uoci laxata dolore est.9

    [Y el dolor apenas dej un conducto a su voz].

    c | En la guerra que el rey Ferdinando hizo contra la viuda de Juan, el rey de Hungra, en torno a Buda, todo el mundo se

    7 La ancdota, atribuida al pintor Timantes, es clebre; cfr. Cicern, El orador, 22 , 74 ; Quintiliano, i i , 13 , 13 ; Plinio, xxxv , 10 , 73 ; Valerio Mximo, viii , 11 , ext. 6 .

    8 Ovidio, Metamorfosis, vi , 304 . 9 Virgilio, Eneida, xi , 151 .9 Virgilio, Eneida, xI, 151 .

  • 17

    la tristeza

    fij particularmente en un soldado que tuvo una actuacin extraordinaria en cierta refriega. Desconocido, fue muy en-salzado y, cuando perdi la vida, llorado. Pero por nadie tan-to como por Raisciac, seor alemn, prendado de un valor tan singular. Cuando trajeron el cuerpo, se acerc, con una curiosidad comn, a ver quin era; y, una vez le quitaron la armadura al cadver, reconoci a su hijo. El hecho aument la compasin de los presentes. Slo l, sin decir palabra, sin pestaear, se mantuvo de pie observando fijamente el cuerpo de su hijo, hasta que la violencia de la tristeza, que abrum sus espritus vitales, le hizo caer repentinamente muerto.10

    a | Chi puo dir comegli arde in picciol fuoco,1 1

    [El que puede decir cmo es su ardor, arde con un fuego pequeo],

    dicen los enamorados que aspiran a representar una pasin insoportable:1 2

    misero quod omneseripit sensus mihi. Nam simul te,Lesbia, aspexi, nihil est super miquod loquar amens.Lingua sed torpet, tenuis sub artusflamma dimanat, sonitu suoptetinniunt aures, gemina tegunturlumina nocte.1 3

    [esto, msero de m, me arrebata todo sentimiento. Pues apenas te veo, Lesbia, trastornado, nada encuentro ya qu decir. La lengua se me traba, un fuego sutil se esparce por mis miembros, los odos se me llenan de zumbidos, los ojos se me cubren de tinieblas].

    10 Paolo Giovio, Historia de su tiempo, xxxix .1 1 Petrarca, Canzoniere, 170 , 14 .1 2 (a-b) Cosa que expresa genuinamente el divino poema.1 3 Catulo, 51 , 5-12 .

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    libro i captulo ii

    b | De la misma manera, no es en el ardor vivo y ms hiriente del arrebato cuando estamos en condiciones de explayarnos con lamentos y persuasiones; el alma se encuentra entonces abrumada por hondos pensamientos, y el cuerpo, abatido y languideciente de amor. a | Y de ah surge a veces el desfalleci-miento fortuito que sorprende a los enamorados de modo tan importuno, y el hielo que se aduea de ellos, en el seno mismo del placer, por la violencia de un ardor extremo.14 Todas las pasiones que se dejan probar y digerir son slo mediocres:

    Curae leues loquuntur, ingentes stupent.1 5

    [Las cuitas leves hablan, las grandes son mudas].

    b | La sorpresa de un placer inesperado nos aturde igual:

    Vt me conspexit uenientem, et Troia circumarma amens uidit, magnis exterrita monstris,diriguit uisu in medio, calor ossa reliquit,labitur, et longo uix tandem tempore fatur.16

    [Cuando vio que me acercaba y observ las armas troyanas que llevaba conmigo, perpleja y espantada por el extraordinario prodigio, se qued rgida mirando, el calor abandon sus miembros, se desplom y slo mu-cho despus pudo por fin hablar].

    a | Adems de la mujer romana que muri sorprendida por la alegra de ver que su hijo haba sobrevivido a la derrota de Cannas, de Sfocles y de Dionisio el Tirano, que murieron de alegra, y de Talva, que falleci en Crcega al leer las noticias de los honores que el Senado de Roma le haba concedido,17

    14 (b) accidente que no me es desconocido.1 5 Sneca, Hiplito, i i , 3 , 607 .16 Virgilio, Eneida, i i i , 306-309 .17 Los cuatro ejemplos aparecen tambin juntos en Ravisius Textor,

    Officina, en el captulo Casibus aliis diversis mortui. Cfr. Plinio, vii , 53 , 180 .

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    nuestros sentimientos

    tenemos en nuestro tiempo que el papa Len x, al enterarse de la toma de Miln, que haba deseado con extraordinario empeo, cay en tal exceso de jbilo que le invadi la fiebre y muri.1 8 Y, como prueba ms notable de la flaqueza humana, los antiguos observaron que Diodoro el Dialctico falleci en el acto, embargado por un sentimiento extremo de vergen-za, porque no supo eludir, en su escuela y ante el pblico, una objecin que le haban presentado.19 b | Yo estoy poco expuesto a tales pasiones violentas. Mi aprehensin es dura por naturaleza, y la emboto y ofusco todos los das con el razonamiento.

    1 8 Francesco Guicciardini, Historia de Italia, xiv , 10 .19 Plinio, vii , 53 , 180 .

    c a p t u l o I I I

    N U E S T R O S S E N T I M I E N T O S S E A R R A S T R A N M S A L L D E N O S O T R O S

    b | Quienes acusan a los hombres de andar siempre embele-sados tras las cosas futuras y nos ensean a aferrar los bienes presentes y a enraizarnos en ellos, dado que no tenemos po-der alguno sobre el porvenir, bastante menos an que sobre el pasado, tocan el ms comn de los errores humanos. Si es que osan llamar error a aquello a que nos conduce la propia naturaleza, para servir a la continuidad de su obrac | ms interesada en nuestra accin que en nuestra ciencia, es ella la que nos imprime esta falsa imaginacin, como otras mu-chas. b | Nunca estamos en nuestro propio terreno, nos en-contramos siempre ms all. El temor, el deseo, la esperanza nos proyectan hacia el futuro, y nos arrebatan el sentimiento y la consideracin de aquello que es, para que nos ocupemos de aquello que ser, incluso cuando ya no estaremos. c | Ca-

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    libro i captulo iii

    lamitosus est animus futuri anxius1 [Desgraciado es el nimo inquieto por el futuro].

    Platn alega con frecuencia este gran precepto: Haz lo tuyo y concete a ti mismo.2 Cada uno de estos dos ele-mentos implica en general el conjunto de nuestro deber, e implica tambin a su compaero. Quien deba cumplir lo suyo, ver que su primera leccin consiste en saber qu es l mismo y qu le es propio. Y quien se conoce a s mismo, deja de tomar lo ajeno por propio: se ama y se cultiva antes que a cualquier otra cosarehsa las ocupaciones superfluas y los pensamientos y propsitos intiles.3 As como la insensa-tez no est nunca satisfecha, por ms que se le conceda todo lo que desee, la sabidura se contenta con lo presente, nunca se disgusta consigo misma.4 Epicuro exime al sabio de prever el porvenir y de preocuparse por l.5

    b | Entre las leyes que ataen a los difuntos, la que obliga a examinar las acciones de los prncipes una vez muertos me parece muy slida.6 Los prncipes son compaeros, si no dueos, de las leyes:7 el poder que la justicia no ha ejer-cido sobre sus cabezas, es razonable que lo ejerza sobre su reputacin y sobre los bienes de sus herederoscosas que a menudo preferimos a la vida. Es ste un uso que aporta ventajas singulares a las naciones donde se observa, y desea-

    1 Sneca, Cartas a Lucilio, 98 , 6 . 2 Platn, Timeo, 72a; cfr. Crmides, 161b y 164d. 3 Sobre la prioridad del amor a s mismo, vanse las primeras pginas

    del captulo i i i , 10 . 4 (c1) Vt stultitia etsi adepta est quod concupiuit nunquam se tamen

    satis consecutam putat: sic sapientia semper eo contenta est quod adest, neque eam unquam sui poenitet [Cicern, Tusculanas, v , 18 , 54 ; la edicin de 1595 , que nosotros seguimos, ofrece la traduccin de esta cita].

    5 Cicern, Tusculanas, i i i , 15 , 32 . 6 Montaigne piensa quiz en la damnatio memoriae [condena de

    la memoria] que practicaba el Senado romano. 7 Al respecto, vase i , 22 ad finem.

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    nuestros sentimientos

    ble para todos los buenos prncipes, c | que han de lamentar que se otorgue el mismo trato a la memoria de los malos que a la suya. La sujecin y la obediencia las debemos por igual a todos los reyes, pues concierne a su oficio; pero la estima, como el afecto, los debemos slo a su virtud. Acordemos al orden poltico soportarlos con paciencia cuando sean in-dignos, ocultar sus vicios, secundar sus acciones indiferen-tes con nuestra alabanza mientras su autoridad necesite de nuestro apoyo. Pero, concluida la relacin, no es razonable rehusar a la justicia y a nuestra libertad la expresin de nues-tros verdaderos sentimientos, ni sobre todo rehusar a los buenos sbditos la gloria de haber servido con reverencia y fidelidad a un amo cuyas imperfecciones les eran tan bien co-nocidasprivando a la posteridad de un ejemplo muy til. Y quienes, por mor de alguna obligacin privada, abrazan inicuamente la memoria de un prncipe reprobable, ejercen una justicia particular a costa de la justicia pblica. Dice Tito Livio con razn que el lenguaje de los hombres criados bajo la realeza est siempre lleno de vanas ostentaciones y falsos testimonios:8 todo el mundo eleva indiscriminadamente a su rey hasta el ltimo lmite del valor y hasta la grandeza su-prema. Puede reprobarse la magnanimidad de aquellos dos soldados que respondieron a Nern en sus propias barbas. Cuando ste le pregunt a uno de ellos por qu le quera mal, l le respondi: Te apreciaba cuando lo merecas, pero, desde que te has convertido en un parricida, un incendiario, un titiritero y un auriga, te odio como lo mereces. El otro, ante la pregunta de por qu ansiaba matarlo, le dijo: Porque no veo otro remedio a tus continuas maldades.9 Pero los testimonios pblicos y universales que fueron rendidos tras su muerte, y que lo sern por siempre jams, a l y a todos los malvados como l, de su comportamiento tirnico y abyecto, quin en su sano juicio puede reprobarlos?

    8 Cfr. Tito Livio, xxxv , 48 , 2 . 9 Tcito, Anales, xv , 67-68 .9 Tcito, Anales, xV, 67-68 .

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    libro i captulo iii

    Me desagrada que en un gobierno tan santo como el lacedemonio se introdujera una ceremonia tan engaosa a la muerte de los reyes. Todos los aliados y vecinos y todos los hilotas, hombres y mujeres, confundidos, se hacan cortes en la frente en seal de duelo y expresaban con gritos y lamen-taciones que aquel rey, sin importar cmo hubiera sido, era el mejor de todos los que haban tenido.10 Atribuan al rango la alabanza que corresponda al mrito, y lo que corresponde al primer mrito al rango ltimo e inferior.

    Aristteles, que todo lo remueve, se pregunta, a propsi-to de la sentencia de Soln segn la cual nadie puede ser lla-mado feliz antes de la muerte, si aquel mismo que ha vivido y muerto segn sus deseos1 1 puede ser llamado feliz cuando su renombre va mal y su descendencia es miserable.1 2 Mientras nos movemos, nos trasladamos por anticipacin all donde se nos antoja; pero, una vez fuera del ser, carecemos de comu-nicacin alguna con lo que es. Y sera mejor decirle a Soln que, por lo tanto, jams hombre alguno es feliz, puesto que no lo es sino una vez que ha dejado de ser:

    b | Quisquamuix radicitus e uita se tollit, et eiicit:sed facit esse sui quiddam super inscius ipse,nec remouet satis a proiecto corpore sese, etuindicat.1 3

    [Nadie puede apenas desarraigarse de la vida y desprenderse de ella; todo el mundo hace, sin saberlo, que subsista alguna cosa de s mismo, y no se separa lo suficiente del cadver tendido, y lo reclama como propio].

    10 Cfr. Herdoto, vi , 58 .

    1 1 (c1) segn el orden.1 2 Cfr. Aristteles, tica a Nicmaco, i , 10 , 1100a 10 y ss. (don-

    de el Estagirita se muestra escptico sobre la supervivencia del alma). Mon taigne comenta de nuevo la clebre sentencia de Soln en el captulo i, 18 .

    1 3 Cfr. Lucrecio, i i i , 877-878 , 882 .

  • 23

    nuestros sentimientos

    a | Bertrand de Guesclin muri en el asedio del castillo de Rancon, cerca de Puy, en la Auvernia. Los sitiados, que des-pus se rindieron, fueron obligados a dejar las llaves de la plaza sobre el cuerpo del fallecido.14 Bartolom de Alviano, general del ejrcito veneciano, muri sirviendo en sus guerras en el Bresciano, y, para trasladar el cadver hasta Venecia, haba de atravesar el Verons, tierra enemiga. La mayora del ejrcito era favorable a pedir a los veroneses un salvoconduc-to para el transporte. Pero Teodoro Trivulzio no estuvo de acuerdo, y prefiri pasarlo a viva fuerza al azar del combate. No era apropiado, dijo, que quien en vida jams haba temido a sus enemigos, demostrara temerlos una vez muerto.15 b | A decir verdad, en un asunto parecido, segn las leyes griegas, quien reclamaba al enemigo un cadver para su inhumacin, renunciaba a la victoria, y no se le permita ya erigir un trofeo por ella. Para aquel que reciba la peticin, era un ttulo de victoria. As perdi Nicias la clara victoria que haba logrado sobre los corintios.16 Y Agesilao, en cambio, asegur aquella muy dudosa que haba conseguido sobre los beocios.17

    a | Tales rasgos podran parecer extraos si no se hubiese aceptado desde siempre no slo extender nuestra preocupa-cin por nosotros ms all de esta vida, sino tambin creer que muchas veces los favores celestes nos acompaan a la tumba y continan en nuestras reliquias. Son tantos los ejem-plos antiguos, dejando aparte los nuestros, que no es necesa-rio que me extienda en ellos.1 8 Eduardo I, rey de Inglaterra, comprob en las largas guerras que le enfrentaron a Roberto, rey de Escocia, hasta qu punto su presencia favoreca sus intereses, pues lograba siempre la victoria en todas aquellas empresas que acometa en persona. Cuando se estaba mu-

    14 Jean Bouchet, Annales dAquitaine, iv , 6 .1 5 Cfr. Francesco Guicciardini, Historia de Italia, xii , 17 .16 Plutarco, Nicias, 6 , 4-6 .

    1 7 Idem, Agesilao, 19 , 4 .,1 8 Nuestros ejemplos son sin duda los cristianos.

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    libro i captulo iii

    riendo, oblig a su hijo, mediante solemne juramento, a que, una vez fallecido, hiciera hervir su cadver para desprender la carne de los huesos, hiciera enterrar aqulla y reservara los huesos para llevarlos consigo y en su ejrcito cada vez que estuviera en guerra contra los escoceses. Como si el destino hubiera asociado fatalmente la victoria a sus miembros.19

    b | Juan Ziska, que agit la Bohemia en defensa de los errores de Wyclef, quiso que a su muerte lo desollaran, y que con su piel hicieran un tambor para llevarlo a la guerra contra sus enemigos. Pensaba que esto ayudara a continuar las victorias que haba conseguido en las guerras que haba realizado contra ellos.20 De igual manera, ciertos indios lle-vaban a la lucha contra los espaoles la osamenta de uno de sus capitanes, en vista de la fortuna que haba tenido en vida. Y otros pueblos de ese mismo mundo arrastran a la guerra los cadveres de los valientes que han muerto en sus batallas, para que les den buena suerte y les sirvan de incentivo.21

    a | Los primeros ejemplos no le reservan a la tumba sino la reputacin adquirida con las acciones pasadas; stos, en cambio, pretenden aadir adems el poder de actuar. El caso del capitn Bayard es ms fcil de asimilar. Sintindose he-rido de muerte por un arcabuzazo recibido en pleno cuer-po, le aconsejaron apartarse de la pelea. Respondi que no empezara a dar la espalda al enemigo en sus ltimas horas; y, tras haber combatido mientras tuvo fuerzas, al sentirse desfallecer y caer del caballo, orden a su mayordomo que

    19 Cfr. Thomas Walsingham, Historia brevis, Londres, 1574 , p. 65 . Eduardo II de Inglaterra fue, sin embargo, repetidamente derrotado por el hroe escocs Robert the Bruce (1274-1329).

    20 Cfr. Herburt de Fulstin, Histoire des Roys et princes de Poloigne, Pars, 1573 , f. 150v. Jan Ziska (c. 1360-1424) fue un jefe husita bohemio. Jan Hus (c. 1370-1415), condenado en el Concilio de Constanza y muerto en la hoguera, adopt las ideas de John Wyclef (c. 1320-1384) y predic la reforma de la Iglesia en Bohemia. Recoge la ancdota, por ejemplo, Alciato en Emblemas, 170 .

    2 1 Francisco Lpez de Gmara, Historia general de las Indias, 72 .

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    nuestros sentimientos

    lo recostara al pie de un rbol, pero de tal suerte que pudiera morir con el rostro vuelto hacia el enemigo, como hizo.22

    Debo aadir un ejemplo ms notable para nuestra con-sideracin que ninguno de los precedentes. El emperador Maximiliano, bisabuelo del actual rey Felipe, era un prncipe dotado de muchas grandes cualidades, y entre ellas de una singular belleza fsica.23 Pero, entre sus inclinaciones, tena una muy contraria a la de los prncipes, que, para despachar los asuntos ms importantes, convierten su retrete en trono. Jams tuvo ningn ayuda de cmara tan ntimo que le permi-tiese verlo en el excusado. Orinaba a escondidas, tan escru-puloso como una doncella en no descubrir ni a los mdicos ni a nadie las partes que suelen mantenerse ocultas.24 b | Yo, tan desvergonzado de lengua, estoy, sin embargo, aquejado por temperamento de este pudor. Si no es muy instigado por la necesidad o por el placer, casi nunca muestro a la vista de nadie los miembros y las acciones que nuestra costumbre ordena esconder. Me resulta todava ms penoso porque no lo considero conveniente en un hombre, y sobre todo en un hombre de mi profesin. a | Pero l lleg a tal extremo de supersticin en esto que orden con palabras expresas de su testamento que, una vez muerto, le pusieran calzoncillos. Debera haber aadido en un codicilo que se los subieran con los ojos tapados. c | La orden que Ciro da a sus hijos, que ni ellos ni nadie vean ni toquen su cuerpo tras la separacin del alma, la atribuyo a alguna devocin suya.25 Tanto su historia-dor como l, entre sus grandes cualidades, han esparcido por todo el curso de su vida una singular atencin y reverencia hacia la religin.

    22 Guillaume y Martin du Bellay, Mmoires, i i , Pars, 1569 , f. 59 .23 Maximiliano I de Habsburgo, archiduque de Austria y emperador

    de Alemania, fue el bisabuelo de Felipe II.24 Cfr. Pedro Mexa, Historia imperial y cesarea (1545); Theodor

    Zwinger, Theatrum uitae humanae (1571).25 Jenofonte, Ciropedia, viii , 7 , 26 .

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    libro i captulo iii

    b | Me disgust el relato que me hizo un grande sobre uno de mis parientes, hombre bastante conocido en la paz y en la guerra. Cuando, muy viejo, estaba murindose en su palacio, atormentado por los dolores extremos del mal de piedra, dedic sus ltimas horas a disponer con vehemente afn el honor y la ceremonia de su entierro, y conmin a toda la nobleza que le visitaba a prometerle la asistencia a sus exequias. Incluso a este prncipe, que le vio en sus l timos momentos, le suplic con insistencia que ordenara a su familia estar presente, y emple buen nmero de ejem-plos y razones para probar que as convena a un hombre de su condicin. Una vez obtenida esta promesa y dispuesta a su gusto la distribucin y el orden del cortejo, pareci ex-pirar satisfecho. Apenas he visto otra vanidad tan perseve-rante.

    Un desvelo opuesto, del que tampoco me faltan ejemplos domsticos, me parece hermano del anterior: preocuparse y apasionarse en grado sumo por reducir el propio cortejo a una sobriedad singular e inusitada, a un criado y una luz. Veo que se alaba esta inclinacin, y el mandato de Marco Emilio Lpido, que prohibi a sus herederos dedicarle las ceremonias acostumbradas en tales casos.26 Sigue siendo templanza y frugalidad evitar un gasto y un placer cuyo uso y conocimiento no podemos percibir? Se trata de una reforma cmoda y poco costosa. c | Si hubiera que disponer algo al respecto, yo sera partidario de que en sta, como en todas las acciones de la vida, cada cual ajustara la regla al grado de su fortuna. Y el filsofo Licn prescribe sabiamente a sus amigos que depositen su cadver donde mejor les parezca, y en cuanto a los funerales, que no los hagan ni superfluos ni mezquinos.27 b | Yo dejar que sea simplemente la costumbre

    26 Tito Livio, Eptome, xlviii ; Alejandro de Alejandro aprueba esta parquedad en Geniales dies, i i i , 7 .

    27 Digenes Laercio, v , 74 .

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    nuestros sentimientos

    la que disponga de la ceremonia;28 y me remitir a la discre-cin de los primeros a quienes les toque encargarse de m. c | Totus hic locus est contemnendus in nobis, non negligendus in nostris.29 [Debemos desdear todo este asunto en lo que nos corresponde, pero no descuidarlo en lo que atae a los nues-tros]. Y dice santamente un santo: Curatio funeris, conditio sepulturae, pompa exequiarum magis sunt uiuorum solatia quam subsidia mortuorum.30 [El cuidado de los funerales, la calidad de la sepultura, la pompa de las exequias, son ms consuelo para los vivos que auxilio para los muertos]. Por eso, a Critn, que en su ltima hora le pregunta cmo quiere ser enterrado, Scrates le responde: Como t quieras.3 1 b | Si hubiese de preocuparme ms del asunto, me parecera ms agradable imitar a quienes, mientras viven y respiran, intentan gozar del orden y del honor de su sepultura, y se complacen en ver su semblante muerto en mrmol. Felices quienes sepan alegrar y gratificar sus sentidos con la insensi-bilidad, y vivir de su muerte!

    c | A punto estoy de caer en un odio irreconciliable con-tra todo dominio popular, por ms que me parezca el ms natural y equitativo, cuando recuerdo la inhumana injusticia cometida por el pueblo ateniense. Hizo morir de manera irremisible, y sin aceptar siquiera escuchar sus defensas, a los valerosos capitanes que acababan de vencer a los lacede-monios en la batalla naval que tuvo lugar cerca de las islas Arginusas, la ms disputada, la ms violenta batalla que los griegos libraron jams en el mar con sus fuerzas. El motivo era que, tras la victoria, haban aprovechado las ocasiones que la ley de la guerra les ofreca en vez de pararse a recoger e

    28 (b) y salvo las cosas requeridas al servicio de mi religin, si es en un lugar donde sea preciso prescribirlo.

    29 Cicern, Tusculanas, i , 45 , 108 .30 San Agustn, Ciudad de Dios, i , 12 .3 1 Platn, Fedn, 115 c; cfr. Cicern, Tusculanas, i , 43 , 102-103 .

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    libro i captulo iii

    inhumar a sus muertos. Y hace ms odioso este ajusticiamien-to el caso de Diomedn. Era uno de los condenados, hombre de notable virtud, tanto militar como poltica. Se adelant para hablar tras or la sentencia de condena, y, pese a que slo entonces dispuso de tiempo para una audiencia sosegada, en lugar de emplearlo en favor de su causa y para descubrir la evidente injusticia de tan cruel resolucin, se limit a ma-nifestar su inquietud por la salvacin de sus jueces. Rog a los dioses que volviesen este juicio en su beneficio, y, para evitar que atrajeran la clera de los dioses sobre ellos, por no cumplir los votos que l y sus compaeros haban hecho en agradecimiento por una fortuna tan ilustre, les hizo saber de qu votos se trataba. Y, sin decir ms y sin regateo alguno, al instante se dirigi con sumo valor hacia el suplicio.32 La for-tuna, algunos aos despus, les pag con la misma moneda. En efecto, Cabrias, capitn general de su armada, que result vencedor del combate contra Pollis, almirante de Esparta, en la isla de Naxos, perdi el provecho claro y efectivo de su victoria, muy importante para sus intereses, por no incurrir en el infortunio de aquel ejemplo. Y, por no perder unos po-cos cadveres de amigos que flotaban en el mar, permiti que navegara a salvo una multitud de enemigos vivos que despus le hicieron pagar cara la importuna supersticin:3 3

    Quaeris quo iaceas post obitum loco?Quo non nata iacent.34

    [Preguntas dnde yacers una vez muerto? All donde yacen quie nes no han nacido].

    32 Diodoro de Sicilia, xiii , 97-102. 3 3 Idem, xv, 35-1.3 3 Diodoro de Sicilia, xV, 9 .34 Sneca, Las Troyanas, i i , 30, 407-408. En los versos 397-402 se lee: Nada hay tras la muerte, y nada es la propia muerte.... La muerte es indi-visible; nociva para el cuerpo, no perdona el alma. Se trata de un pasaje a menudo tachado de impiedad (por ejemplo, por el jesuita Martn del Ro, por lo dems primo de Montaigne, en su edicin de las Tragedias de Sneca), que ser evocado frecuentemente por los libertinos del siglo xvii.

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    cmo el alma descarga sus pasiones

    Este otro devuelve el sentimiento del reposo a un cuerpo sin alma:

    Neque sepulcrum quo recipiat, habeat portum corporis,ubi, remissa humana uita, corpus requiescat a malis.3 5

    [Y que no tenga sepultura donde el cuerpo pueda encontrar refugio, donde, abandonada la vida humana, el cuerpo repose de los males].

    De igual manera, la naturaleza nos hace ver que muchas cosas muertas siguen manteniendo relaciones ocultas con la vida. El vino se altera en las bodegas a medida que se producen ciertos cambios de las estaciones en su via. Y la carne de ve-nado cambia de condicin y de sabor en los saladeros segn las leyes de la carne viva, a lo que dicen.36

    3 5 Ennio, citado en Cicern, Tusculanas, i , 44 , 107 .36 Cfr. Antoine Mizauld, Recueil des sympathies et antipathies de plu-

    sieurs choses memorables, Pars, 1556 , f. 11r - v y f. 28v - 29r.

    c a p t u l o I V

    C M O E L A L M A D E S C A R G A S U S PA S I O N E S S O B R E O B J E T O S FA L S O S

    C U A N D O L E FA LTA N L O S V E R D A D E R O S

    a | Uno de nuestros gentilhombres, sumamente propenso a la gota, cuando los mdicos le instaban a abandonar por entero el disfrute de las carnes saladas, sola responder con mucha gracia que, en los ataques y tormentos de la enferme-dad, quera tener a quin echarle la culpa, y que, gritando y maldiciendo contra la salchicha o contra la lengua de buey y el jamn, senta un gran alivio. Pero, hablando en serio, el brazo que levantamos para golpear, si el golpe no atina y va

    Los ensayos_ACA153_1aRe-Tripa 1.pdf