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CURSO : ÉTICA PROFESIONAL. DOCENTE : Dr. Víctor H. Delgado Céspedes. SEMESTRE : I- 2014. - MARZO, 2014

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Curso: Ética Profesional. UPN Cajamarca, 2014

Módulo de lecturas. Dr. Víctor H. Delgado Céspedes.

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CURSO : ÉTICA PROFESIONAL.

DOCENTE : Dr. Víctor H. Delgado Céspedes.

SEMESTRE : I- 2014.

- MARZO, 2014 –

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CONTENIDO

Pág.

PARTE INTRODUCTORIA

¿Qué es la ética? ética personal, ética profesional 3

PARTE I:

LA PERSONA, SUJETO DE LA ETICA. AFIRMACIONES QUE DEFINEN AL HOMBRE

INTEGRAL (Perspectiva de una antropología orientada a la Moral) 5

PARTE II

ÉTICA, POLÍTICA Y SOCIEDAD 11

PARTE III

FUNCIÓN DE LA ÉTICA 25

PARTE IV

REFLEXIÓN FINAL: IMPORTANCIA DE LA ÉTICA COMO EL BUEN EXISTIR EN LA

PERSONA Y SOCIEDAD 30

PARTE V

ÉTICA PROFESIONAL 44

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PARTE INTRODUCTORIA

¿QUÉ ES LA ÉTICA? ÉTICA PERSONAL, ÉTICA PROFESIONAL NOVIEMBRE 22, 2007

Filed under: Uncategorized — alexiagm @ 11:04 pm

Ética: Ciencia que estudia la bondad o maldad de los actos humanos. Con esta definición tenemos que la Ética posee dos aspectos, uno de carácter científico y otro de carácter racional. El carácter científico que da fundamentado en que la ética es una ciencia; la ciencia es un paradigma fundamentado, paradigma porque establece un modelo universal o patrón de comportamiento de la realidad y nos puede decir como se va a comportar dicha realidad, o sea que la ciencia puede predecir el comportamiento de un objeto debido a que proporciona el modelo bajo el cual actúa, así pues la ciencia nos “indica” como “debe” actuar un objeto. Es fundamentado ya que utiliza el método científico, que es el encargado de corroborar por todos los medios posibles la adecuación del modelo con la realidad. Recordemos que el modelo inicial que propone la ciencia es una hipótesis y que gracias al método científico, la hipótesis puede comprobarse y en ese momento se trata ya de un modelo fundamentado. En fin el carácter científico de la ética queda fundamentado en virtud de que esta disciplina presenta un paradigma de conducta valiosa que el hombre debe realizar. El carácter racional viene por el uso de la razón. La ética no es una ciencia experimental, sino racional ya que fundamenta sus modelos éticos por medio de la razón. Ésta razón nos proporciona causas, razones, el porqué de la bondad en una conducta realizada. Con todo esto se puede decir que a la Ética le concierne proporcionar las razones por las que ciertas conductas son buenas y por lo tanto dignas de realizarse, también de argumentar en contra de conductas malas como el homicidio, la drogadicción, el engaño, el robo, etc.

Ética personal:

Es la decisión que uno como individuo o como persona realiza para escoger la opción buena o la opción mala, de acuerdo a los valores y la formación de cada persona.

Ética profesional: La profesión puede definirse como “la actividad personal, puesta de una manera estable y honrada al servicio de los demás y en beneficio propio, a impulsos de la propia vocación y con la dignidad que corresponde a la persona humana”. En virtud de su profesión, el sujeto ocupa una situación que le confiere deberes y derechos especiales, como se verá:

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1. La Vocación. La elección de la profesión debe ser completamente libre. Quien elige de acuerdo a su propia vocación tiene garantizada ya la mitad de su éxito en su trabajo.

2. Finalidad de la Profesión. La finalidad del trabajo profesional es el bien común.

La capacitación que se requiere para ejercer este trabajo, está siempre orientada a un mejor rendimiento dentro de las actividades especializadas para el beneficio de la sociedad.

3. El Propio beneficio. Lo ideal es tomar en cuenta el agrado y utilidad de la

profesión; y si no se insiste tanto en este aspecto, es porque todo el mundo se inclina por naturaleza a la consideración de su provecho personal, gracias a su profesión.

4. Capacidad profesional. Un

profesional debe ofrecer una preparación especial en triple sentido: capacidad intelectual, capacidad moral y capacidad física.

o La capacidad intelectual consiste en el conjunto de conocimientos que

dentro de su profesión, lo hacen apto para desarrollar trabajos especializados.

o La capacidad moral es el valor del profesional como persona, lo cual da una dignidad, seriedad y nobleza a su trabajo, digna del aprecio de todo el que encuentra.

o La capacidad física se refiere principalmente a la salud y a las cualidades corpóreas, que siempre es necesario cultivar, como buenos instrumentos de la actividad humana.

5. Los Deberes Profesionales. Es bueno considerar ciertos deberes típicos en todo

profesional. El secreto profesional es uno de estos, este le dice al profesionista que no tiene derecho de divulgar información que le fue confiada para poder llevar a cabo su labor, esto se hace con el fin de no perjudicar al cliente o para evitar graves daños a terceros. El profesional también debe propiciar la asociación de los miembros de su especialidad. La solidaridad es uno de los medios más eficaces para incrementar la calidad del nivel intelectual y moral de los asociados. En fin al profesional se le exige especialmente actuar de acuerdo con la moral establecida.

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PARTE I

LA PERSONA, SUJETO DE LA ETICA

AFIRMACIONES QUE DEFINEN AL HOMBRE INTEGRAL

(Perspectiva de una antropología orientada a la Moral)

El Hombre es una Unidad Totalizante, es decir el sujeto moral es "todo" el hombre (no hay separación de cuerpo y espíritu sino se refiere a la integridad): Concurre el hombre integral y se expresa el hombre total. En efecto, al acto singular debe atribuírsele mayor o menor valoración ética cuanto más profunda o superficialmente se exprese la persona en él. A mayor o menor profundidad con que intervenga "toda" la persona en un comportamiento moral, mayor o menor importancia tendrán sus actos.

El hombre en cuanto a un todo aparece como una Inteligencia Sentiente: esto significa que:

El hombre es un ser vivo en cuanto a que tiene actividad propia e interacción adaptativa con el medio.

Es Original ya que tiene la capacidad de pensar abstractamente; comunicarse.

Es Inteligente, porque tiene la facultad de inteligir realidades. Ya que la intelección es una habitud del hombre, lleva incluido el sentir, es decir la habitud del hombre es la inteligencia sentiente. Posee una habitud que se manifiesta como intelectiva y como sensitiva al mismo tiempo. La sensibilidad está intrínsecamente en la inteligencia humana.

La comprensión del hombre como inteligencia sentiente debe ser asumida dentro de la antropología moral. En ella se ve que en todo comportamiento moral la manifestación unitaria del hombre es dimensión sensitiva e intelectiva. En todas las acciones humanas, actúa siempre esta actividad de la inteligencia sentiente.

Posee además una Estructura Personal ya que el hombre es una realidad personal

Tenemos dos aspectos de la persona:

1. La estructura del ser personal: tiene que ver con su conformación, su individualidad y su personeidad.

*Persona significa conformación, es decir, sus elementos son conectados en estructura y función, donde cada una de sus partes subsisten desde el todo y el todo subsiste desde las partes.

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*Individuo significa una entidad cuya unidad se aplica negativamente, en el sentido que alguien es individuo en cuanto no es otro, es decir está determinado a su ser. Persona, en cambio, se refiere en cuanto dicha unidad es definida positivamente ya que es libre y aún consistente en su tal.

*La personeidad lleva consigo una interioridad de autoconsciencia y autoposeción.

Persona es el ser conformado, interiorizado, espiritual y creador, siempre que esté en sí mismo y disponga de sí. Para el hombre entender que "él es él y yo soy yo" es algo natural, ya que cada persona es un centro dinámico único de los actos.

2. En cuanto a las Propiedades del ser personal, podemos señalar:

El ser personal es único e indefinible debido a su complejidad. No termina de abarcar ni de acabar, lo que lo hace inaccesible; es nombrable pero no numerable. El es él! , sin ser más que otro, haciéndolo incuantificable. Al revelarse desde su interior y en el interior del otro, no puede ser indiferente ya que le atañe en lo más vivo.

La noción de persona juega un papel decisivo en la moral ya que el sujeto y objeto de la moral es la persona, es decir se trata de personalismo moral.

La importancia del concepto de persona para la moral se entendería en todo los niveles, esto es, en el contenido y en la estructura. El contenido es primero y fundamental, de donde se derivan todos los demás.

El sujeto del comportamiento moral es la persona, es decir, la unidad como un todo, con todas las características mencionadas.

* El hombre es Un ser Para el Encuentro. Ya que es en el encuentro consigo mismo; con lo trascendente; con los demás y con el mundo que la persona se va descubriendo frente así misma y frente a los otros.

Aristóteles concibe al hombre como animal político en cuanto ser social, ya que se realiza dentro de la polis, en el Estado-Ciudad, conviviendo con sus conciudadanos y realizándose en cargos cívicos. En el pensamiento aristotélico la comunidad política se identifica con la ciudad "ya que ella es la causa de todos los bienes del hombre".

El hombre es un ser indigente porque precisa de los demás al interactuar en la comunidad, formar familia etc. Está destinado por naturaleza a vivir políticamente. La indigencia se fundamenta en el carácter sintáctico de su naturaleza (genitivo o dependencia de; ablativo o existencia de; dativo o existencia de misión hacia y tendencial).

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*Por último el hombre es una realidad inter-subjetiva (inter-personal), es decir, la persona tiene una estructura de diálogo , donde el "yo" se constituye en la referencia a "tu".

¿QUIEN SOY?

La pregunta de ¿Quién soy?, inmediatamente connota su referencia a los demás, al tiempo y al espacio. Es imposible no hacer referencia a las otras personas ya que ésta es una interrogante sobre la identidad inter-personal (en referencia a los demás) y social (tiempo y espacio),

¿QUE DEBO HACER?

Pregunta de autodefinición que entra en el campo del "deber ser", por lo tanto si sé quién soy, sé que debo hacer.

¿QUE SENTIDO TIENE LA VIDA?

Esta pregunta se plantea por el sentido de las cosas, de los acontecimientos. El descubrir el sentido de la vida, facilita la construcción de la propia identidad e ilumina el "qué hacer". A la vez el crecimiento personal (decisiones correctas), orientan la búsqueda por éste sentido. De acuerdo con las enseñanzas de la Biblia, concluyo que el sentido de la vida debiera ser el "aprehender a amar", ya que al morir, Dios nos pasará la cuenta y nos preguntará "cuánto has amado...".

La pregunta por el qué debo hacer, pertenece a la dimensión ética como búsqueda por realizar lo correcto y lo debido frente a las distintas alternativas que se presentan.

HACER EL BIEN

La dimensión ética, condición que se construye libre y coherentemente, ha sido (y es) un referente básico del hombre, por cuanto su historia ha dependido en gran medida de sus libres y responsables decisiones. Estas han sido motivadas por "modelos" (sentido, fines, ideales) que trascienden a la simple realidad de los hechos. En efecto, la historia humana ha dependido en gran medida de las decisiones animadas por el sentido ético.

La pregunta ética dice relación a la manera en que actuamos, es decir, de asumir responsablemente las consecuencias de los actos. Tiene por referente las categorías del bien y del mal. Nos invita a reflexionar sobre todo lo que ayuda a la realización auténtica de la persona, y rechazar lo que impide esa realización auténtica.

La pregunta moral, que dice relación al cómo ser bueno o más bien al cómo hacer el bien, se sustenta en la presunción de que del hombre bueno presumen

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buenos actos, sin embargo no es lo mismo la búsqueda del ser bueno con el esfuerzo por hacer el bien. La pregunta moral del cómo hacer el bien, implica una condición de apertura hacia los demás.

LA DECISIÓN ETICA

Todo comportamiento moral comienza con una decisión (que también es el primer acto voluntario). Dicha decisión genera una acción donde el hombre se hace causa, se identifica y se compromete. Por medio de la intención motivada inaugura una camino de acción sobre un proyecto futuro. En su decisión se enfrentan instintivamente todos los valores y que por medio del consentimiento dan origen al surgimiento de algo nuevo.

APLICACIONES DE LA ACCION MORAL

La intención moral debe tener una orientación hacia un fin (determinante de la vida moral) y hacia una concreta voluntad. La intención es moral cuando el fin es moral. De las tres fuentes de la moralidad (objeto, fin, circunstancias), el objeto es la fuente inmediata. La intención debe " llenarse" con el contenido del objeto moral.

La Acción moral objetiva (Finis Operis), requiere de una intención moral concreta (Finis Operantis) que involucre un fin moral (bondad o maldad). Cuando la acción e intención moral se complementan, emerge la perfección moral.

Para alcanzar un fin moral, los medios utilizados deben ser también morales, ya que cuando el fin moral no es justificado por la moralidad de los medios, dichos medios eran un mal moral.

No se puede admitir que una intención buena sea capaz de crear una estructura organizativa donde acciones desordenadas se justifiquen por la orientación hacia un fin moralmente bueno.

CAUSES DEL DINAMISMO MORAL

Cuando la personalidad moral (^ethos) se pone en acción o actúa, se vale de procesos de moralización que son los causes del dinamismo ético:

1. La opción fundamental

La opción (elección) fundamental (proyecto general de vida), expresa el sentido moral de la persona. Mediante ella la persona expresa la decisión global de su dinamismo ético -dándole sentido a sus actos-, ya que elegir (opción fundamental) la personalidad moral (sentido moral), significa tomar una dirección de toda la vida hacia un fin.

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En la concepción cristiana, la opción fundamental es optar por una actitud moral; es contar con la posibilidad (gracia) que Dios otorga para la realización plena (llegar a Dios por medio de la vida en caridad, en cuanto a opción de vida).

2. La actitud moral

La actitud (hacer) moral es la instancia en que se concreta la opción fundamental, la dimensión totalizante del ^ethos y del sentido moral.

Dicha actitud no debe ser entendida como una posición corporal capaz de ser comprendida por los demás (Psicología) sino que en cuanto a la disposición que nos lleva a reaccionar positiva o negativamente ante valores éticos.

La actitud moral cristiana, basa su estructura en la motivación (invitación al bien); compromiso y tendencia hacia una perfección absoluta.

DISEÑO DE LA FIGURA ETICA (Coherencia de rasgos morales de la figura cristiana)

1. Valoración de los esquemas vigentes

La moral vivida del cristiano se encuentra supeditada al deber para con Dios, ya que "de él proviene y hacia él va". Su actitud perfecta se materializa por medio de la vida en caridad.

La base fundamental son los mandamientos (formulación positiva de la moral) donde se encuentran los deberes esenciales del hombre cristiano ( e indirectamente los derechos fundamentales de la naturaleza de la persona humana).

La moral cristiana está organizada en torno al esquema de las virtudes Teologales (fe, esperanza y caridad) y Cardinales (prudencia, justicia, fortaleza y templanza).

2. Hacia un esquema coherente

En el "diseño de la figura moral cristiana" cobran importancia la autonomía ética (comportamiento moral responsablemente asumido) como ideal moral; y la justicia ética, por medio de la búsqueda de la igualdad y reciprocidad.

La autonomía y la justicia ética, identifican la ética del cristiano, donde la caridad (rasgo decisivo del ^ethos cristiano en cuanto amor a Dios), es el "pilar" que identifica la figura moral del mismo.

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La caridad es la virtud por la cual el cristiano ama a Dios sobre todas las cosas, por El mismo y al prójimo como así mismo por amor a Dios.

La caridad es superior a todas las virtudes teologales. El ejercicio de todas las virtudes está animado e inspirado por ella. La caridad es el vínculo de la perfección, la forma de las virtudes (Santo Tomás) y que las articula y las ordena entre sí; es fuente y término de su práctica cristiana. Toda la vida moral es la "mediación" del dinamismo de la caridad.

La vida moral animada por la caridad da al cristiano la libertad espiritual de los hijos de Dios, en el sentido que éste no se halla ante Dios como esclavo en temor servil, sino como un hijo que responde al amor del que nos amo primero.

La caridad exige la práctica del bien; es benevolente; suscita la reciprocidad; es desinteresada y generosa; porque "reside precisamente en la indisoluble conexión del amor a Dios y el amor al prójimo".

La actitud ética cristiana se impone a partir de su referente cristiano, la tradición moral y la virtud.

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PARTE II

ÉTICA, POLÍTICA Y SOCIEDAD

Por Miguel Giusti

Si nos hacemos la pregunta simple de por qué necesitamos una “educación en valores”, podríamos decir, también de manera simple, que la respuesta es doble: la necesitamos porque los valores se han perdido y debemos recuperarlos, o la necesitamos porque los valores no existen aún y debemos buscarlos. Esta doble respuesta subyace, en cierto modo, a las teorías morales contemporáneas que tratan de ofrecer una respuesta a la relación entre la ética, la política y la sociedad. Algunas de estas teorías consideran, efectivamente, que el problema principal radica en que hemos abandonado los valores tradicionales y que deberíamos hacer un esfuerzo por retornar a ellos. Vuelven por eso la mirada hacia el pasado, y proponen un ideal moral de recuperación de las tradiciones. Diremos que este primer grupo de autores defiende una concepción nostálgica de la vida moral. Otras teorías, en cambio, consideran que el problema principal radica en que la sociedad contemporánea no ha hallado aún los valores que necesita para vivir en paz o en armonía, por lo que el esfuerzo que debería hacerse consistiría en encontrar nuevos valores. Estos autores dirigen por eso la mirada, no hacia el pasado, sino hacia el futuro, y proponen un ideal moral de construcción de una ética planetaria. Diremos entonces que este segundo grupo de autores defiende una concepción utópica de la vida moral.

Propondremos, pues, en esta conferencia una lectura sistemática de los debates de la moral contemporánea, siguiendo el hilo conductor que se acaba de indicar, según el cual el ideal de la vida moral oscila entre la nostalgia y la utopía: entre la nostalgia de un consenso que tuvimos en el pasado y que debiéramos recuperar, y la utopía de un consenso que sólo podemos encontrar en el futuro.

La conferencia tendrá tres partes. En la primera parte, me ocuparé del paradigma del consenso utópico, que es en buena cuenta el paradigma del universalismo moral. Explicaré allí en qué sentido el ideal moral que se propone puede ser caracterizado como un consenso futuro o por inventar. Como modelos representativos de este paradigma analizaré la noción de “comunidad ideal de comunicación” del filósofo alemán Jürgen Habermas y la idea de una “sociedad justa y bien ordenada” del filósofo norteamericano John Rawls. Luego de presentar sus ideas centrales, expondré lo que considero son las paradojas, o las limitaciones, en las que incurre la concepción utópica del consenso. En la segunda parte, me ocuparé del paradigma del consenso nostálgico, que es en buena cuenta el paradigma del contextualismo moral. También en este caso analizaré primero las propiedades que los mismos filósofos contextualistas consideran propias de su concepción ética, y mostraré luego las paradojas que enfrenta este modo de concebir la concertación moral. Finalmente, en la tercera parte, abogaré en favor de una síntesis, o de una conciliación, entre los dos

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paradigmas anteriores, como único modo de superar las paradojas anteriores, que son en realidad constitutivas de nuestra propia condición humana en la actualidad.

1. El paradigma del consenso utópico

1.1. El modelo

Comencemos por preguntarnos en qué medida el ideal moral del universalismo puede ser considerado en términos de un consenso proyectado hacia el futuro. Retomemos para ello el hilo de esta madeja y recordemos una idea central presente en los filósofos modernos, desde Descartes y Hobbes: la idea de que el individuo moderno debe cuestionar los presupuestos y las convenciones de su sociedad tradicional. Debe hacerlo porque sólo así podrá afirmar su libertad y su autonomía como individuo. Este hecho es constitutivo de la constelación conceptual de la moral moderna, aunque, como veremos, no necesariamente es reconocido y asumido como tal. En efecto, para todas las teorías universalistas, el punto de partida y el valor central de la moral es la autonomía del individuo. Nada debe haber -ni la tradición, ni la religión, ni el orden del mundo- que anteceda al individuo como causa de determinación de su voluntad, es decir, que perturbe su capacidad de decidir por sí mismo lo que conviene a su felicidad.

Pero, con la autonomía sola no se construye ninguna moral. La moral es un asunto que concierne a la convivencia con los otros, tanto más en el contexto de las teorías universalistas, que pretenden justamente abarcar entre los “otros” a todos los seres humanos. El desafío mayor para este modelo es pues imaginar, a partir de la defensa de la autonomía individual, una forma de concertación colectiva que pueda ser aceptada por todos los individuos o que pueda incluso ser asumida por ellos como norma vinculante. La pura autonomía conduce, simbólicamente hablando, a la guerra de todos contra todos. La pura concertación, sin legitimación por parte de los individuos, niega su autonomía y su libertad. El objetivo del modelo es por eso, aunque parezca paradójico, hacer surgir la concertación a partir de la autonomía, construir el consenso a partir del disenso.

No sorprende por eso que los dos recursos conceptuales, metafóricos, más frecuentes entre las teorías universalistas de la actualidad para afrontar este desafío sean el contrato y el diálogo. En ambos casos se presupone la existencia de interlocutores aislados que entran en contacto unos con otros con la finalidad de instaurar un acuerdo que impida la violencia y legitime la convivencia pacífica. El contrato es una categoría jurídica que difícilmente se deja desligar de la idea de la negociación y del conflicto de intereses. El diálogo es una categoría antropológica, sólo en fecha reciente empleada para fines de justificación moral. En la modernidad ha habido además otros dos recursos argumentativos destinados a legitimar el consenso utópico, pero que ya prácticamente han caído en desuso, a saber: la teoría del derecho natural y los

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postulados metafísicos sobre la razón práctica. Entre todos estos recursos hay diversos tipos de parentesco, pero como lo que nos interesa ahora son las teorías contemporáneas, voy a concentrarme sólo en los dos primeros, para lo cual me referiré a las concepciones de John Rawls y de Jürgen Habermas.

John Rawls sigue defendiendo en la actualidad una teoría moral de tipo contractualista. Su estrategia argumentativa no difiere en lo esencial de la estrategia clásica de Hobbes, pues lo que nos propone es nuevamente un experimento mental que nos transporte a una “posición originaria” -una nueva versión del “estado natural”- en la que los individuos sean finalmente intercambiables unos con otros. Allí, premunidos de una condición igualitaria o, mejor dicho, despojados de toda diferencia relevante por efecto del velo de la ignorancia, los individuos (o las partes que los representan) deberán elegir los principios morales que han de regir su vida social. Lo que los individuos acuerdan en esa situación contractual es, en pocas palabras, cuál es el modelo de sociedad justa y ordenada que todos están dispuestos a aceptar en la medida en que no atenta contra sus intereses particulares. El resultado del acuerdo contractual es el consenso utópico que va a servir como norma moral vinculante de la teoría.

En sus últimos trabajos, especialmente en su libro Liberalismo político, Rawls ha hecho algunas precisiones y algunas concesiones ante las críticas de sus adversarios comunitaristas, sobre las que nos ocuparemos en el punto siguiente. Pero ha vuelto a insistir en su propósito de reactualizar el modelo contractualista de la moral. En particular, ha dado marcha atrás -aunque, a mi entender, sólo en modo aparente- con respecto a las pretensiones universalistas de su teoría, pues ahora se imagina que el consenso utópico de la justicia imparcial sería válido en principio sólo para la sociedad democrática occidental. Si ello es así o no, puede dejarse por el momento de lado, pues lo que me interesa subrayar aquí es ante todo la idea de un consenso proyectado al futuro sobre la base de una situación originaria de dispersión y atomización individual. Y, en ese punto, la posición de Rawls no ha variado.

Jürgen Habermas no es un contractualista en sentido estricto, sino más bien un partidario del consenso argumentativo, es decir, su teoría se vale del segundo de los recursos metafóricos mencionados hace un momento: del recurso del diálogo. Este hecho es muy importante porque nos sitúa con más claridad aún en el contexto de la filosofía práctica de la segunda mitad del siglo XX. El diálogo al que Habermas, al igual que muchos otros filósofos morales, se refiere deriva en buena cuenta del giro lingüístico efectuado por la filosofía gracias a la influencia tanto de la filosofía del segundo Wittgenstein como de la obra de Husserl. Es pues la dimensión pragmática del lenguaje lo que se halla aquí en el primer plano. Es por su intermedio que se trata de replantear el tránsito de la autonomía individual a la generación del consenso. Que esto sea así se debe, como el mismo Habermas lo reconoce, a que ya no es posible seguir aspirando

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a una fundamentación deductiva de la universalidad de la norma moral ni, menos aún, a una postulación metafísica de algún principio de universalización, como era el caso de Kant. Pero se sigue, sí, manteniendo como meta la búsqueda de un procedimiento que, en forma análoga al imperativo categórico, haga las veces de criterio inductivo capaz de someter a examen los propósitos morales de los individuos comprometidos en la acción.

El consenso utópico de Habermas se llama la “comunidad ideal de comunicación”. Una tal comunidad se caracteriza por el hecho de que todos los miembros que forman parte de ella se hallan en igualdad de condiciones, discuten entre sí formulando pretensiones de validez criticable y susceptible de fundamentación, y sólo admiten la validez de alguna opinión en virtud de la fuerza de los argumentos. Es mucho lo que se puede decir sobre este ideal de consensualidad. Pero, lo más interesante con respecto al tema de nuestra conferencia es el modo en que se accede a dicha comunidad ideal a partir de la definición previa de los individuos como sujetos autónomos. Porque, dadas las pretensiones universalistas del modelo, dicho acceso tiene que obtenerse por medio de un procedimiento de fundamentación que posea un carácter irrefutable. Así se explica que la vía llamada “pragmático-trascendental” de fundamentación sólo se detenga en la constatación de una presunta “contradicción performativa”, es decir, en la contradicción en que incurriría el interlocutor que pusiese en duda la validez de la norma universal que sirve de condición de posibilidad al juego mismo de la argumentación.

Más de una vez ha sostenido Habermas que la ética discursiva se propone ofrecer una alternativa profana al ideal de solidaridad propagado por las grandes religiones monoteistas. Se trata de darle a ese ideal una justificación racional, independiente de las hipotecas fundamentalistas de aquellas religiones, y por ende universalmente válida. Entre los requisitos que debe satisfacer semejante concepción de la ética -requisitos que pueden hacerse extensivos a la ética de Rawls y a la mayor parte de las concepciones universalistas- considera por eso los siguientes: la ética debe ser deontológica, cognitivista, formalista y universalista(1). Y estas cuatro propiedades pasan a ser naturalmente también propiedades del consenso utópico que la ética se propone concebir.

La ética ha de ser deontológica en el sentido en que se ocupe sólo del deber-ser de las normas relativas a la acción, es decir, que se ocupe sólo de su obligatoriedad. En esto se diferencia de las éticas clásicas, para las cuales el objeto de la reflexión eran los asuntos relativos al “bien” o a la "buena vida". Para la ética discursiva, en cambio, el problema se restringe exclusivamente a la rectitud (o a la jusiticia) de las acciones humanas. Lo que se trata de determinar, en este caso, es la validez de las acciones respecto de ciertas normas o la validez de las normas respecto de ciertos principios. Debe ser una ética cognitivista porque entiende la rectitud de las normas en analogía con la

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verdad de las proposiciones. Por cierto, no identifica ambas cosas, pero interpreta sí las pretensiones prescriptivas de una norma de modo análogo a las pretensiones descriptivas de una verdad: lo que se quiere destacar en ambos casos es la necesidad de recurrir argumentativamente a buenas razones que sirvan de fundamento a las pretensiones de validez normativa o veritativa. Sostiene por eso Habermas que la pregunta central de una ética cognitivista es: "¿cómo fundamentar los enunciados normativos?"(2). (Esta propiedad, habría que aclarar, no se aplica al caso de Rawls, quien se resiste explícitamente a admitir el cognitivismo en su teoría.) Debe ser, además, una ética formalista porque propone un principio de justificación de las normas que no diferencia a éstas últimas respecto de su contenido, sino tan sólo respecto de las condiciones de su universalización posible. Emula, en tal sentido, el principio kantiano del imperativo categórico, por medio del cual no se establece qué acción específica es buena, sino qué condiciones debe satisfacer cualquier acción para poseer dignidad moral. Pero se separa de Kant para evitar el problema del carácter monológico y solipsista de la actitud subjetiva que examina las propias máximas y propone a cambio un criterio diferente, llamado, en términos generales, "el procedimiento de la argumentación moral" ("das Verfahren der moralischen Argumentation"). Es sobre esta base que se establece el famoso “principio U” (de “Universalización de las normas”). Debe ser, finalmente, una ética universalista en el sentido en que aspira a proponer un principio moral que posea validez universal y que no sea vulnerable, por tanto, a las críticas del relativismo cultural y del relativismo histórico. "Hay que poder demostrar -escribe Habermas- que nuestro principio moral no se limita a reflejar los prejuicios de los actuales europeos adultos, blancos, varones y provenientes de las capas burguesas"(3). La vía alternativa de fundamentación es la vía “pragmático-trascendental” ya comentada del discurso argumentativo.

El listado de estas propiedades de la ética no hace sino acentuar el carácter utópico del consenso que se pretende alcanzar, y corrobora lo que venimos diciendo con respecto a esta primera caracterización de las teorías morales contemporáneas. Pero, habíamos anunciado que este modelo incurría en ciertas paradojas o mostraba ciertas limitaciones, que podían poner en cuestión su validez. Veamos cuáles son dichas paradojas.

1.2. Las paradojas

Para facilitar su revisión, voy a servirme de las mismas características que Habermas consigna como definitorias del consenso utópico y de la ética que lo promueve, a saber: que ésta debe ser deontológica, cognitivista, formalista y universalista. Sobre cada una de tales propiedades podría darse una conferencia, de modo que no me queda sino presentar sucintamente los problemas a los que aludo.

Deontológicas son, en realidad, todas las éticas, al menos en un sentido que podríamos llamar genérico o débil, es decir, en el sentido en que se ocupan de

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la valoración de la realidad o del carácter prescriptivo de nuestros juicios. Pero cuando Habermas nos habla de la propiedad deontológica de la ética o del consenso, lo hace en un sentido que debemos llamar fuerte, es decir, como una propiedad que se opone per definitionem a la realidad empírica y que establece, por tanto, una relación estricta de exclusión entre ser y deber-ser. Es más, justamente este carácter excluyente de la relación es el que permite establecer la obligatoriedad del consenso moral. Pero eso significa entonces que la norma moral nos coloca en la paradójica situación de comandarnos distorsionar el deber-ser al exigirnos convertirlo en mero ser, ya que desvirtuamos de ese modo su pureza. El deber-ser reposa sobre una estructura lógica tal que puede simultáneamente ordenarnos y prohibirnos su realización; la pureza normativa del deber-ser y la imposibilidad de su puesta en práctica no son más que las dos caras de una misma moneda.

En segundo lugar, que la ética o el consenso deban ser cognitivos o cognitivistas significa que deben ser asimilables al discurso veritativo. Ya advertí que John Rawls toma distancia de este rasgo porque él mismo percibe las dificultades a las que me referiré enseguida. Asimilar el discurso moral al discurso científico tiene por finalidad introducir en la ética un tipo de razonamiento claramente discriminatorio que garantice la aceptabilidad o la no-aceptabilidad de las pretensiones de validez. Por eso es tan importante para Habermas seguir una estrategia de fundamentación pragmática en la que el peso recaiga sobre una teoría de la argumentación. Pero, al proceder de ese modo, nos vemos en la paradójica situación de tener que introducir también criterios de apodicticidad y de eliminación del error en la ética. Quien no acepta el procedimiento de fundamentación, se contradice. Quien discrepa sobre las condiciones del lenguaje moral, comete un error. Es demasiado lógico lo que pasa a ser considerado ético, y es demasiado lo que queda así excluido de la ética.

En tercer lugar, el consenso debe ser formalista en el sentido en que concibe a los interlocutores del contrato o del diálogo como sujetos desarraigados y porque evita deliberadamente pronunciarse sobre los asuntos concernientes a la valoración de la vida. Es a este respecto que se han hecho notar con más fuerza las paradojas del modelo utópico. En resumen, las dificultades son de tres tipos: un consenso de esa naturaleza es teóricamente inconsistente, prácticamente inservible y políticamente encubridor. Es teóricamente inconsistente porque incurre en una petición de principio o en una argumentación circular, es decir, porque sólo logra asegurar el proceso de fundamentación al que aspira, o bien postulando la vigencia previa de ciertos principios normativos, o bien atribuyéndole a los sujetos dialogantes la voluntad de concertar que ellos tendrían en realidad que producir recién por medio del diálogo. Es prácticamente inservible porque la única norma que el modelo llega a producir es una especie de supernorma, que nos dice, sí, qué requisitos de aceptabilidad debe satisfacer cualquier norma, pero no nos sabe decir qué contenido debería ésta tener, ni qué finalidad, ni qué sentido. Y es

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políticamente encubridor porque al definir a los individuos como participantes ideales de un acuerdo originario, corre el peligro de legitimar implícitamente las condiciones reales en que viven tales individuos, que son condiciones de desigualdad, o acaso no permite tematizar el desencuentro, tan conocido por nosotros, entre la legalidad y la realidad.

Finalmente, en cuarto lugar, la pretensión universalista del consenso se enfrenta a una dificultad muy simple, pero no por ello fácil de resolver, que consiste en atribuirle validez suprahistórica a una representación moral surgida históricamente. No digo que no se entienda la intención que anima a este universalismo o el papel que puede tocarle jugar en el contexto internacional -pensemos, si no, en el papel que desempeña la defensa de los derechos humanos-, pero ni la intención ni la funcionalidad política son suficientes para evitar la paradoja mencionada. Como diría Goethe: “El mensaje, lo entiendo muy bien. Lo único que me falta es la fe.” (“Die Botschaft verstehe ich wohl, mir fehlt nur der Glaube.”)

2. El paradigma del consenso nostálgico

2.1. El modelo

Es hora de que volvamos la mirada del futuro al pasado y recordemos que, en el escenario inicial que nos había servido de inspiración, podíamos considerar nuestra situación moral actual no sólo como una búsqueda, sino también como una pérdida de los valores (o de la felicidad). En tal caso, el ideal moral es también el de un consenso tras el cual nos hallamos pero esta vez en el sentido en que lo hemos dejado atrás. Y debemos entonces recuperarlo. No es difícil caracterizar de esta manera a las concepciones contextualistas, tanto en su vertiente neoaristotélica como en su vertiente comunitarista. Si el punto de partida del universalismo lo veíamos en la definición del individuo como sujeto autónomo, el punto de partida del contextualismo debe verse exactamente en la posición inversa: en la definición del individuo como miembro de una comunidad. Es esa comunidad de creencias morales compartidas la que constituye el núcleo del consenso nostálgico.

Como en el caso anterior, tratemos de reseñar sucintamente las características de este modelo de consenso valiéndonos de algunas propiedades que sus propios defensores proponen como esenciales, y veamos luego en qué medida el desarrollo de dichas propiedades conduce a dificultades paradójicas en la argumentación(4). Voy a referirme básicamente a tres de ellas, y mencionaré esta vez a los autores que las defienden sólo de modo ocasional: hablaré de la perspectiva teleológica en la definición del individuo, de la idea de comunidad y de la noción de tradición. Estas tres propiedades se relacionan estrechamente unas con otras; juntas componen el cuadro del consenso que estoy llamando nostálgico.

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En casi simétrica oposición al punto de partida de los universalistas, es decir, a la definición del individuo como sujeto autónomo, los contextualistas invocan la raigambre comunitaria del sujeto como único y último marco de referencias de la teoría moral. Al yo desarraigado de los neokantianos, contraponen la caracterización teleológica del individuo a la usanza aristotélica. En términos estrictamente éticos, aunque un tanto esquemáticos, el contextualismo se inspira en una concepción sustancialista, material, eudemonista de la ética, en la que el eje conceptual es la visión común de la vida buena o de la felicidad. Es decir, está asociado a una concepción de la moral de acuerdo a la cual lo más importante es definir el sentido de la vida, explicar de qué manera podemos llegar a ser felices y vivir mejor. Michael Walzer nos invita a permanecer en la caverna, compartiendo el destino del común de los mortales, en lugar de seguir imitando la ilusión platónica de salir de ella para inventar un bien trascendente(5). Lo que encontramos entonces en la caverna no son individuos aislados con capacidad de elegir en principio cualquier cosa, sino miembros de colectividades que de hecho han elegido ya valores o fines comunes, es decir, que comparten, en su vida cotidiana e institucional, un sistema específico de normas morales. Los individuos mismos no son pensables al margen de estos contextos vitales o culturales, en los que obtienen su identidad a medida que internalizan el sistema de creencias en el proceso de socialización. Otros tantos argumentos análogos podemos encontrar en la obra de Charles Taylor, de Michael Sandel o de Alasdair MacIntyre.

El giro teleológico del contextualismo se expresa con mayor claridad aún en su definición de la comunidad de creencias morales. A diferencia de lo que ocurre en el modelo universalista, donde el sujeto es definido como voluntad autónoma incluso frente a sus propios fines, en el modelo contextualista el sujeto es definido dentro de un marco teleológico específico, al que se otorga prioridad con respecto a las voluntades individuales. En sentido estricto, los individuos no optan por una u otra comunidad de valores, sino que ésta última les es prioritaria, pues ella predetermina en cierto modo la naturaleza de los fines en los que ellos se socializan y con los que se identifican. No hay modo pues de definir a los individuos sin incorporarlos a un contexto teleológico específico. Para ellos -escribe Michael Sandel-, "la comunidad no se refiere simplemente a lo que como conciudadanos poseen, sino también a lo que son, no se refiere a una relación que ellos eligen (como en una asociación voluntaria) sino a una adhesión que descubren, no meramente a un atributo sino a un elemento constitutivo de su identidad"(6). En la definición de la comunidad, la idea metodológica central que parece decisiva es que la acción individual debe interpretarse desde la perspectiva de la praxis colectiva pues es ésta la que otorga sentido a aquélla. En el caso específico de los comunitaristas, habría sin embargo que hacer una salvedad que, como veremos enseguida, no contribuye precisamente a aclarar las cosas. Los comunitaristas pretenden -quizás con la excepción de MacIntyre- que la comunidad que sirve de base a su modelo teleológico posee rasgos democráticos y no debe por eso confundirse

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con otros modelos autoritarios o jerárquicos de asociación. Sobre las dificultades que comporta este criterio de demarcación volveremos enseguida.

El tercero de los rasgos del consenso nostálgico que quería subrayar es la noción de tradición. La revalorización de la tradición no es, en realidad, más que una consecuencia del cambio de perspectiva de la teoría moral, pues uno de los rasgos esenciales de toda comunidad es justamente la idea de una tradición que le sirve de sustento y le otorga permanente vitalidad. También en este punto se pone de manifiesto la actitud polémica del contextualismo frente a los defensores del consenso utópico, pues para éstos, como buenos ilustrados, la tradición es un lastre que reprime la expresión de la libertad individual. Si la comunidad del pasado, en cambio, es el punto de referencia, entonces es a ella a la que habrá que remitirse para buscar las fuentes de la motivación, la renovación o incluso la crítica moral. Esto es lo que hace, por ejemplo, Michael Walzer con sus estudios sobre el significado moral y político del Éxodo en la tradición profética del pueblo judío. Estos estudios son particularmente interesantes porque lo que él cree observar allí no es tan sólo un caso específico de la capacidad de autocrítica que posee una tradición común, sino que es, sobre todo, un caso paradigmático de lo que debería constituir, en su opinión, la crítica moral en cualquier sociedad, incluida naturalmente también la sociedad occidental(7). Y bastante más lejos que Walzer va aún Alasdair MacIntyre, quien en cierto modo parece poner en práctica lo que Hegel dice sobre la perspectiva nostálgica de definición de la felicidad. En efecto, MacIntyre considera que el proyecto moderno de fundamentación de la moral ha de entenderse como un infructuoso intento por explicar el sentido de la vida (buena) sin recurrir a telos alguno, un vano intento que, con el tiempo, ha terminado por instaurar en los hechos una civilización individualista, caótica y sin sentido. La empresa es absurda, en su opinión, porque se ha abierto camino prescindiendo de un elemento esencial de la visión aristotélico-tomista precedente: de la idea de "virtud", que es la única que da sentido al comportamiento moral. Por lo mismo, sólo podrá reconstituirse el mundo moral, tanto en sentido teórico como práctico, si logra restaurarse aquella tradición perdida. La tradición de la que habla MacIntyre debe entenderse pues como un paradigma de vida moral alternativo frente a la civilización moderna en su conjunto.

Con el llamado a volver la mirada hacia las fuentes de nuestra identidad moral, con la representación de una comunidad de valores que da sentido a nuestra orientación en el mundo y con el cultivo de una tradición que vivifica nuestras raíces culturales, los contextualistas nos proponen pues un ideal moral consensual de rememoración. Es la nostalgia de los valores perdidos la que anida en el fondo de este proyecto y la que explica la sorprendente fuerza de su inspiración moral.

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2.2. Las paradojas

Paso a considerar las paradojas a las que se enfrenta el intento de definir el consenso como una felicidad que hemos dejado atrás. Para ello, revisaré, como he anunciado, las tres propiedades del consenso nostálgico presentadas hace un momento, del mismo modo que lo hice en el caso del modelo anterior. Recordemos: ese consenso se propone como un giro teleológico de la filosofía moral, asume como núcleo la idea de la comunidad y revalora la noción de tradición.

Al efectuar el giro teleológico asumiendo un rol de oposición ante la concepción universalista de la moral, el contextualismo pretende establecer, como nuevo punto de partida de la ética, el sistema de valores de una colectividad. Pero, al tratar de satisfacer esta pretensión, se enfrenta al problema de cómo definir con mayor precisión la instancia comunitaria elemental y de cómo establecer claros límites entre ella y las demás. ¿Hasta dónde se debe retroceder, por así decir, para llegar a la comunidad que podremos considerar como auténtica y genuina? Ante una situación tal, la disyuntiva parece ser, o bien decretar, consecuentemente, la irrelevancia de la propia concepción para abordar las cuestiones del pluralismo, o bien adoptar, inconsecuentemente, un punto de vista transcomunitario que permita efectuar una reconstrucción histórica de la inconmensurabilidad imperante.

En segundo lugar, si la comunidad se define por medio de los criterios que ofrece la concepción eudemonista, es decir, estableciendo la primacía de los valores colectivos (y su función identificatoria) por sobre las voluntades individuales, no hay razón alguna para privilegiar una forma de comunidad sobre las otras, en otras palabras, no hay manera de justificar, como pretenden hacerlo algunos comunitaristas por ejemplo, que la comunidad de la que se habla deba ser democrática. Pretender que la comunidad en cuestión sea democrática, es hacer uso de un criterio de demarcación entre formas de comunidad para el cual la teoría no dispone de justificación. Sin la postulación de este criterio, comunidades de muy diversa índole podrían considerarse como casos del modelo contextualista, y no habría cómo someter a examen sus contenidos valorativos específicos. Pero, además, una postulación así equivale a una petición de principio, que presupone como válido justamente aquello que ha de constituir la identidad de los individuos. Finalmente, la comunidad es concebida como una colectividad con un grado tan alto de cohesión moral, que no puede estar habitada más que por ciudadanos virtuosos.

En tercer lugar, la noción de tradición, en contra de lo que podría parecer a primera vista, es una noción muy problemática para el contextualista, porque para definir una tradición hay que estar, por así decir, dentro y fuera de ella. Si sólo estuviésemos dentro, no tendríamos perspectiva en sentido estricto, o, lo que es peor, tendríamos sólo una perspectiva etnocéntrica. Y para adoptar una perspectiva desde fuera, tenemos que abandonar los parámetros de la propia

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tradición, lo que nos está vedado por principio en el modelo. De otro lado, es evidente que también en el interior de las tradiciones se replantea el problema del criterio de demarcación entre lo justo y lo injusto, pues, como lo señalan con frecuencia todos los críticos del comunitarismo, en las tradiciones hay un vasto muestrario de formas de represión de la libertad: contra los negros, contra los indios, contra las mujeres, contra los homosexuales. Pero, para implantar semejante criterio de demarcación es preciso, nuevamente, introducir criterios de valoración que no pueden restringirse a los sistemas de creencias morales previstos por la tradición misma. Por último, es muy problemático recurrir a la noción de tradición en el contexto multicultural de la sociedad contemporánea, en el que resulta simplemente artificial imaginar a una colectividad cultural encapsulada, aislada de la red compleja de sistemas o subsistemas de relaciones internacionales de los más diversos tipos, o inmune a las influencias del resto de las tradiciones culturales.

3. Hacia un nuevo consenso (un consenso “dialéctico”)

3.1. El reconocimiento de las paradojas

Vistas así las cosas, es decir, habiendo pasado revista a las dificultades que afrontan los paradigmas del consenso moral cuando éstos se desarrollan unilateralmente en la dirección de la utopía o de la nostalgia, lo que cabría quizás esperar es que intentáramos formular alguna suerte de síntesis entre ambos, reconociendo el valor parcial de cada uno de ellos. Pero no hay que hacerse muchas ilusiones. Síntesis de esta naturaleza abundan en realidad en los mismos debates en los que hemos detectado las paradojas, y por lo general las síntesis vuelven a reproducir, en un metanivel de mayor abstracción, las oposiciones que dieron lugar a las propuestas de conciliación.

Lo que debiéramos hacer es quizás buscar formas más realistas y, por lo mismo, más prometedoras de consenso. Podríamos quizás llamar “dialécticas” a esas formas en el sentido en que Aristóteles emplea este término en su filosofía práctica. Para Aristóteles, como sabermos, la dialéctica es un método de resolución de conflictos, lo cual quiere decir que es un método que sólo se emplea cuando no hay acuerdo entre los interlocures o entre las posiciones en disputa, y se emplea justamente para conseguir ese acuerdo. Pero, para solicitar la intervención de un método semejante, hay que reconocer, en primer lugar, que la situación inicial es conflictiva, paradójica, incierta. Y esto es lo primero que deberíamos hacer en relación a nuestra situación y a nuestro discurso moral.

Es preciso que reconozcamos ante todo que nuestra condición moral es una condición paradójica, tal como lo atestiguan indirectamente las aporías a las que conducen los debates de la moral contemporánea. Es preciso, digo, que reconozcamos ese carácter paradójico, no que tratemos en vano de ignorar o de resolver unilateralmente el conflicto. La situación de extrañamiento del

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hombre moderno es una situación necesaria y sin retorno que no tiene sentido pretender ocultar tras el ropaje de las tradiciones ni tras el velo de la ignorancia.

“Haber perdido los valores” quiere decir haber dejado atrás el consenso originario, haber perdido la ingenuidad natural o tradicional -también la identidad latinoamericana-, pero quiere decir igualmente, en contra de lo que suponen los universalistas, seguir dependiendo de manera esencial, aunque no fuese más que en el sentido de la pérdida, de esas raíces culturales que nos constituyen fragmentariamente como individuos, como comunidades o como naciones. Y “tener que buscar o inventar nuevos valores” quiere decir estar en condiciones -o, si se quiere: estar obligados- a construir un nuevo ethos, pero quiere decir igualmente, en contra de lo que suponen los contextualistas, estar en condiciones de imaginar nuevas formas, más amplias, de solidaridad humana que no se restrinjan necesariamente a los lazos tribales.

A lo que voy es a que debemos hacer lo posible por recuperar una noción de moral que revierta la distinción casi canónica establecida por los modernos entre las cuestiones de la justicia y las cuestiones de la vida buena. Lo que he dicho sobre el reconocimiento del carácter paradójico de nuestra condición humana contemporánea no es, en realidad, más que un modesto punto de partida para el replanteamiento de muchos problemas de la moral, con respecto a todos los cuales debemos procurar conjugar la dimensión individual y la dimensión universal del sentido de la vida. En este empeño me siento, por lo demás, bastante bien acompañado por los filósofos morales de este fin de siglo, porque muchos de ellos, incluyendo recientemente a no pocos de filiación universalista, están redescubriendo el sentido de la reflexión eudaimonista y publicando textos sobre moral ligados a su propia experiencia.

Decía que era preciso comenzar por reconocer el carácter conflictivo del punto de partida, admitir la relatividad o la fragilidad de la propia condición. Pero hacerlo, reconocer el conflicto, no quiere decir aún haber hallado el camino de su solución. Para eso hace falta un paso más. Un nuevo consenso (un consenso dialéctico) sería aquél que resultase del reconocimiento de un sustrato común en el que las partes en disputa pudiesen encontrarse, en la medida en que dicho sustrato es más elemental que el desacuerdo de la superficie. Si proyectamos esta idea de un consenso dialéctico, aunque no sea sino intuitiva y estipulativamente, al problema del ideal moral que hemos venido discutiendo, lo que debiéramos hacer es reflexionar sobre el proceso pluricultural de entrecruzamiento de tradiciones en la historia de la modernidad. En este proceso no puede constatarse hoy en día prácticamente ninguna comunidad o tradición completamente encapsulada, de modo que todos los individuos deben pasar por la compleja experiencia de la yuxtaposición de identidades, aun cuando ésta varíe en intensidad en cada tradición particular. La cuestión de la relación moral adecuada entre las tradiciones o entre las formas de

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comunidad no es pues en la actualidad una cuestión puramente hipotética o formal, sino que ella es parte esencial del proceso de autocomprensión de cualquier tradición colectiva, aunque no sea sino por la experiencia histórica que le ha tocado vivir. La comunicación entre tradiciones heterogéneas es en realidad un proceso que se halla ya hace mucho tiempo a nuestras espaldas, y es sobre este proceso que deberíamos reflexionar desde una perspectiva política y moral -sobre sus múltiples dimensiones y consecuencias ontológico-sociales, como son, por ejemplo, las condiciones universales de la investigación científica, las reglas compartidas del derecho internacional, o las estructuras mundialmente vigentes del orden económico liberal. Pero este proceso global de interconexiones entre los diferentes mundos vitales no deja tampoco de tener consecuencias sobre la cuestión de la vida buena.

Qué sea el bien, es algo que no puede decirse ni sólo individualmente ni sólo tradicionalmente. Si toda mujer y todo hombre pasan por la experiencia de la yuxtaposición de identidades, entonces la insistencia en un universo teleológico tradicional -cuyos límites son, por lo demás, artificiales- puede llegar a ser opresivo para ellos, mientras que la idea de que poseen una capacidad de decisión completamente autónoma no parece ser por lo general más que el revestimiento ideológico de su desarraigo. La división del trabajo entre la política y la moral, propuesta por el liberalismo e invertida (es decir, asumida) por el comunitarismo -a saber: que la política se ocupe de la justicia y la moral del bien- no parece tampoco dar cuenta en forma adecuada de las complejas repercusiones que ha tenido el proceso histórico mencionado. En efecto, ni el orden moral justo puede constituirse prescindiendo de las convicciones éticas de los individuos concernidos, ni la idea de la vida buena es un asunto puramente arbitrario o subjetivo. Para definir una cosa y la otra debemos recurrir a criterios éticos y morales transcomunitarios, es decir, a criterios que todos nosotros presuponemos ya en razón de la experiencia histórica acumulada y en razón de las múltiples relaciones interculturales que nos son actualmente constitutivas.

Caracas, Cátedra de Educación en Valores, versión actualizada a septiembre 2009.

Notas

(1) Habermas, Jürgen, “¿Afectan las objeciones de Hegel a Kant también a la ética del discurso?”, en: H.,J., Escritos sobre moralidad y eticidad, Barcelona: Paidós, 1991, pp. 100-102.

(2) Ibidem, p. 101.

(3) Ibidem, p. 102.

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(4) Me remito a un trabajo amplio publicado sobre este tema: “Topische Paradoxien der kommunitaristischen Argumentation”, en: Deutsche Zeitschrift für Philosophie, 42 (1994), pp. 759-781. Versión castellana: “Paradojas recurrentes de la argumentación comunitarista”, en: Cortés, Francisco y Monsalve, Alfonso (Eds.), Liberalismo y Comunitarismo. Derechos Humanos y Democracia, Valencia: Colciencias/Edicions Alfons El Magnànim/Generalitat Valenciana, 1996, pp. 99-126.

(5) WALZER, Michael, Las esferas de la justicia, México: FCE, 1993, p. 12. Lamentablemente, el traductor al castellano echa a perder el sentido filosófico de la referencia de Walzar al traducir “cave” por “gruta”!

(6) Sandel, Michael, Liberalism and the Limits of Justice, Cambridge/MA: Cambridge University Press, 1982, p. 150.

(7) Cf. Walzer, Michael, Exodus and Revolution, Nueva York: Basic Books, 1985, e "Interpretation and Social Criticism", en: The Tanner Lectures on Human Values, vol. VIII, edición de Sterling M. McMurrin, Cambridge/Salt Lake City: Cambridge University Press/University of Utah Press, 1987, pp. 1-80.

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PARTE III

FUNCIÓN DE LA ÉTICA

Con esta publicación no se pretende proporcionar definiciones de términos complejos como moralidad y ética. Los párrafos que siguen se presentan simplemente como un medio para orientar al lector y facilitar la comprensión del resto de la exposición. 1. Moralidad y ética

La moralidad se refiere a las normas y valores sociales que guían a las personas y su interacción con el prójimo, las comunidades, y su entorno. En todos estos tipos de interacción hay valores importantes en juego; reglas y normas para proteger estos valores; deberes implícitos en las funciones y posiciones sociales que pueden fomentar estos valores y promover estas reglas; y virtudes humanas o capacidad que nos permiten actuar en consecuencia. Estos factores morales están normalmente relacionados con prácticas religiosas y estructuras de poder social. La ética es un análisis sistemático y crítico de la moralidad, de los factores morales que guían la conducta humana en una determinada práctica o sociedad. Como la pesca representa una interacción entre personas y el ecosistema acuático, la ética de la pesca se refiere a los valores, reglas, deberes y virtudes pertinentes al bienestar de las personas y el ecosistema, proporcionando un análisis normativo crítico de las cuestiones morales en juego en ese sector de las actividades humanas. Cuando los valores, reglas y deberes morales están sujetos a un análisis ético, es particularmente importante su relación con los intereses humanos básicos compartidos por la población, independientemente de su entorno cultural. Los valores morales pueden cambiar y el razonamiento moral se pregunta si las actividades legitimadas tradicionalmente y en la práctica por la religión, el derecho o la política merecen ser reconocidas. En efecto, la evolución de la ética en el siglo pasado se ha caracterizado por la tendencia a cambiar los valores y derrocar las convenciones morales que han guiado las relaciones entre los sexos, entre los seres humanos y los animales y entre los seres humanos y su entorno. Una tarea más reciente de la ética consiste en ofrecer resistencia a esas tendencias a la mundialización, la comercialización y el dominio de la tecnología que erosionan la biodiversidad y aspectos valiosos de la identidad cultural y que incluso podrían llegar a amenazar los derechos humanos. Aunque estas tendencias se presentan a menudo como neutrales en relación con los valores, conllevan hipótesis ocultas que son posibles fuentes de desigualdad y abuso.

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Intereses humanos básicos Bienestar, que implica un bienestar material, además de la

conservación de un ecosistema productivo, y está relacionado con la pesca como suministro de alimentos y medio de subsistencia.

Libertad, o autodeterminación humana, que está relacionada con el acceso a los recursos pesqueros, el autocontrol de los pescadores y otras elecciones de vida relativas a la pesca.

Justicia, que está relacionada con la distribución de los beneficios de la pesca y la propiedad de los escasos recursos.

Al intentar identificar qué prácticas tradicionales e innovadoras merecen ser reconocidas, un argumento moral lleva a preguntarse si los factores morales favorecen el bienestar de las personas y otras criaturas y de qué manera lo hacen. El razonamiento moral siempre está relacionado con los intereses básicos de las personas y otras criaturas sensibles y con el valor del entorno que sustenta la vida humana y no humana. Un análisis ético puede tener una gran importancia para la identificación de los intereses humanos y no humanos y el valor del ecosistema en su totalidad. También se pregunta cómo pueden verse amenazados o socavados estos valores e intereses y cómo se pueden impulsar o proteger. El bienestar del ecosistema tiene una importancia decisiva tanto por sí mismo como para los intereses humanos básicos y los beneficios sociales a largo plazo. La atención principal de este estudio se concentra en la manera en que las políticas y prácticas pesqueras afectan a las condiciones de vida, los intereses y el bienestar de los pescadores y las comunidades pesqueras, así como al bienestar del ecosistema. Esto está en consonancia con el desarrollo sostenible, concepto predominante de la ética ecológica, englobado en el concepto de la FAO de pesca responsable.

2. Intereses humanos básicos

Un aspecto importante del análisis ético de la pesca debe consistir en aclarar los intereses humanos y las ventajas sociales que se pueden considerar necesarios para llevar una vida humana aceptable. Los intereses humanos básicos están relacionados con las principales tareas que tienen que llevar a cabo las personas para satisfacer sus necesidades y vivir coexistiendo con otros. De acuerdo con el pensamiento ético clásico, estos intereses se pueden dividir en tres categorías principales: i) Bienestar: las personas necesitan bienes básicos para sobrevivir y atender a su descendencia; ii) Libertad: las personas intentan organizar sus propios asuntos y realizar sus deseos según valores propios o definidos culturalmente; iii) Justicia: las personas necesitan encontrar la manera de compartir los beneficios y las cargas sociales y facilitar una coexistencia pacífica.

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En este contexto, el objetivo del análisis moral es demostrar, por ejemplo, la pertinencia de los intereses humanos para el bienestar, la libertad y la justicia y su relación con los beneficios sociales en la ordenación de la pesca. Estos intereses básicos tienen una relación intrínseca con la capacidad necesaria para llevar una vida aceptable y, en consecuencia, con la vulnerabilidad de la que hay que proteger a las personas. Constituyen los valores morales que intenta defender el razonamiento moral, por ejemplo enmarcando los principios fundamentales que sirven para guiar nuestra interacción moral y proteger los intereses morales básicos. En el plano más general, las vulnerabilidades correspondientes de las que hay que proteger a las personas son: pobreza, dominación e injusticia.

3. Principios fundamentales de la bioética

Aunque las distintas teorías éticas puedan tener principios prioritarios y razonamientos diferentes, se ha ido llegando a un consenso sobre los principales principios de la bioética[1]: Dignidad humana, derechos humanos y justicia, que se refieren a la

obligación de promover el respeto universal hacia las personas. En el contexto de la pesca, este principio se refiere, por ejemplo, a la autodeterminación de los pescadores, el acceso a los recursos pesqueros y el derecho a los alimentos. Donde está mejor representado esto es en un enfoque de la ética basado en los derechos, poniendo de relieve la protección del ámbito personal de cada individuo. No obstante, esto podría requerir el establecimiento de derechos individuales o comunitarios, cuyo carácter exacto dependerá de las condiciones locales.

Efectos beneficiosos, que se refiere al bienestar de las personas, reduciendo

los daños y aprovechando al máximo los beneficios de las prácticas sociales. En el contexto de la pesca, hay que observar este principio cuando se evalúan los efectos de las políticas y prácticas en los medios de subsistencia de las comunidades pesqueras. El principio está relacionado con las condiciones laborales (seguridad a bordo), así como con la calidad y la inocuidad de los alimentos. La cuestión de los organismos modificados genéticamente también se debe abordar en este contexto (FAO, 2001b). Este principio invita a utilizar un enfoque ético en relación con la pesca que se concentre en las consecuencias para el bienestar general.

Diversidad cultural, pluralismo y tolerancia, que están relacionados con la

necesidad de tener en cuenta diferentes escalas de valores dentro de los límites de otros principios morales. Las apremiantes cuestiones morales de pesca tienen modalidades diferentes en las distintas culturas, y es una

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exigencia moral importante que sean las propias personas quienes definan cómo están mejor atendidos sus intereses en un entorno cultural particular. Este principio encaja bien con la ética del diálogo, que pone de relieve la participación directa de las personas interesadas.

Solidaridad, igualdad y cooperación, que se refieren a la importancia de la

acción en colaboración, el intercambio de conocimientos científicos y de otro tipo y la no discriminación. En el contexto de la pesca, este principio subraya el imperativo moral de erradicar la pobreza en los países en desarrollo y asegurar la equidad en las pesquerías y entre diferentes sectores. También exige políticas transparentes y subraya la necesidad de reducir el vacío que hay entre los productores y los consumidores. Este principio es pertinente en el plano normativo, así como en el individual de las ventajas y las obligaciones profesionales para fomentar la confianza y la tolerancia entre las partes interesadas.

Responsabilidad para con la biosfera, que concierne a las interconexiones

entre todas las formas de vida y la protección de la biodiversidad. Este principio pone de relieve que el bienestar del ecosistema es una condición sine qua non de la pesca sostenible teniendo en cuenta las necesidades de las generaciones futuras, así como la vida de las personas que dependen ahora del medio ambiente natural y son responsables de su uso. Este principio combina el razonamiento ético basado en los derechos y en las consecuencias para el bienestar humano, así como en las ventajas individuales y la obligación de respetar el medio ambiente.

La solidaridad, la igualdad y la cooperación son principios fundamentales de la

bioética FAO/13507/I. DE BORHEGYI

[1] El Comité Internacional de Bioética de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura presentó un esbozo de una Declaración relativa a las Normas Universales sobre la Bioética en París (Francia), los días 23 y 24 de agosto de 2004, y en Reykiavik (Islandia), el 26 de agosto de 2004.

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PARTE IV

REFLEXIÓN FINAL: IMPORTANCIA DE LA ÉTICA COMO EL BUEN EXISTIR EN LA PERSONA Y SOCIEDAD

“Todo hombre está obligado a honrar con su conducta privada, tanto como con la pública, a su patria”. José Martí. “Hay algo que vale más que la estimación de los extraños; la estimación propia”. José Martí. 1. PERSONAS 1.1. Elementos esenciales

En esta parte del tema estudiaremos las acciones y la conducta de los individuos que conllevan al desarrollo del comportamiento en la actividad laboral. Verdaderamente muchos son los aspectos que ejercen influencia sobre el comportamiento para que el trabajador alcance un rendimiento adecuado. Algunos son adquiridos por el hombre en su etapa de formación y desarrollo, otros forman parte de la personalidad del individuo y otros son elementos externos al hombre, pero que actúan sobre éste. Entre estos elementos podemos citar: • Conocimientos y habilidades. • Talento. • Experiencia laboral y en la actividad a realizar. • Valores que posea. Serán estudiados en tema aparte. • Esfuerzo desplegado. • Estrés sobre la persona. • Incentivos o recompensas.

1.2. Conocimientos y habilidades

El aprendizaje y la obtención de conocimientos es de una utilidad sustancial para garantizar buenos rendimientos en la labor que se realiza. Tanto los conocimientos generales que permiten un mejor y más profundo desarrollo intelectual, como los relacionados con la actividad que se realiza que garantizan

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poder realizar la tarea con eficacia y eficiencia tienen mucha influencia en el rendimiento laboral. Las habilidades adquiridas en la vida en general y en el trabajo en particular son también grandes contribuyentes en la obtención de elevados rendimientos. Los conocimientos y las habilidades son aspectos que se pueden enseñar a las personas por lo que es muy provechoso que se tomen las medidas pertinentes en las organizaciones para la elevación y profundización de estos aspectos en todos los trabajadores. Buckinham, M. & Coffman, C., en Primero, rompa todas las reglas (Pág.83), plantean que el conocimiento se puede dividir en “objetivo: que son las cosas que la persona sabe” y en “vivencial: que son las nociones que se ha apropiado el individuo a lo largo del tiempo”, el primero plantea que se puede enseñar y el segundo es menos tangible por lo que es más difícil enseñar.

1.3. Talento

Cuando hablamos de talento en las personas o personas con talento pensamos en aspectos exclusivos de seres conceptualmente distintos y que como decimos vulgarmente “están fuera de serie” lo cual no es totalmente cierto y para dar una explicación al respecto veamos como lo expresan Buckinham, M. & Coffman, C., en Primero, rompa todas las reglas (Pág. 65) “ el talento es un patrón recurrente de pensamiento, sentimiento o comportamiento que puede aplicarse de manera productiva”. Lo expresado anteriormente no limita el talento a seres exclusivos sino que todas las personas de una forma u otra lo poseen siempre que este comportamiento se manifieste repetidamente, o sea de forma recurrente, lo que si es innegable es que cada persona no posee el mismo talento, sino diferenciado en dependencia de las características personales de cada individuo. La importancia en el ámbito laboral está, en que debe ante todo determinarse las características de cada persona para hacer corresponder su talento con la labor a realizar y así intentar obtener los mejores resultados laborales e incrementar la satisfacción laboral en el individuo. Hay consenso en que el talento no se aprende sino que es innato, lo que sobre la base de éste es posible desarrollarlo en la medida que se amplíen o se aumenten, los conocimientos, la experiencia, las habilidades y otros aspectos. El talento en una persona no es una garantía absoluta de que la actividad que realice será de excelencia, pero si es un aspecto potencial de gran importancia para la obtención de buenos resultados bajo la concordancia de sus posibilidades con la tarea a realizar.

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1.4. Experiencia laboral

La experiencia es otro de los aspectos potenciales que contribuyen a la obtención de un buen rendimiento laboral, ya que el conocimiento del escenario laboral, la confianza que brinda el dominio de la actividad que se realiza, así como el dominio de las actividades y tareas que se realizan son aspectos muy importantes para alcanzar buenos resultados laborales.

1.5. Esfuerzo desplegado

El esfuerzo que una persona aporta sobre cualquier actividad (en nuestro caso laboral) está en función de la energía que de manera consciente (o inconsciente) despliega en la realización del trabajo como contribución a que se puedan alcanzar rendimientos acorde a los necesarios. Es preciso plantear que todas las personas no tienen la misma energía, no obstante, esto no quiere decir que aquellas que físicamente posean mayor energía siempre realizarán un mayor esfuerzo en su trabajo, por lo que es necesario garantizar una adecuada motivación para que de acuerdo a las individualidades planteadas cada uno aporte al máximo de sus posibilidades, lógicamente sin llegar a afectar la salud física o mental.

1.6. Estrés El estrés es un factor que actúa sobre la persona, el cual puede surgir en el entorno laboral o en el familiar u otro medio del entorno personal, el cual si no es controlado en los niveles adecuados no sólo puede influir negativamente en el comportamiento laboral, sino también en la salud física y/o mental del individuo. Según McGrath, J. E. (Stress and behavior in organizations), en Stonner J. F. Administración (Pág. 604) expresa que .....”existen posibilidades de estrés cuando se piensa que una situación ambiental presenta una exigencia que amenaza exceder las capacidades del sujeto y sus recursos para satisfacerla”. Un aspecto importante y decisivo es la percepción del individuo, con relación al estrés ya que se plantea que el proceso sicológico de percepción es el elemento intermedio entre el estimulo recibido por la persona y la respuesta dada por ésta. Teniendo en cuenta que la percepción es un proceso por el cual la persona se relaciona y da significado a su entorno y que ese significado depende de los aspectos cognitivos que él posea como, sus conocimientos, experiencia y otros. Por lo anteriormente visto una misma causa puede tener efectos distintos sobre distintas personas. Los elementos que originan el estrés se les denominan estresores, los más comunes son cuando un individuo debe realizar un trabajo cuyo volumen necesita más tiempo para realizarlo que el que realmente posee o también cuando no tiene las capacidades, competencias, habilidades, necesarias

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para acometer la actividad. Determinados factores ambientales pudieran ser causantes de estrés entre los que se encuentran: las condiciones anormales de trabajo, altas responsabilidades sobre personas u otro aspecto importante para la persona, cambios estructurales o de dirección. Otro aspecto a tener en cuenta es, que tanto la intensidad del estrés como la magnitud del período de tiempo que perdure el mismo son muy importantes en los resultados. Investigaciones realizadas demuestran que el estrés puede dar origen a determinadas enfermedades no sólo síquicas sino físicas también, entre las que de destacan: la hipertensión y problemas cardiacos, úlceras, además tenemos las depresiones, insatisfacciones, fatiga laboral y otras. No siempre los directivos y jefes en las organizaciones laborales están conscientes y actúan consecuentemente con relación a las posibles causas que, las tareas de los puestos de trabajo, el clima laboral, el tratamiento y atención a los trabajadores y demás aspectos de la vida laboral pudieran originar estrés en los trabajadores, así como actuar con el objetivo de eliminarlas o llevarlas hasta los niveles que no originen efectos nocivos. Existen determinadas formas y métodos para contrarrestar el estrés a través de: ejercicios físicos, técnicas de relajación, o mediante: la mejora de la comunicación organizacional, incrementando la participación de los trabajadores, delegando autoridad, garantizando un equilibrio entre el trabajo, las capacidades de los empleados y el tiempo de trabajo. No obstante, conocer que este fenómeno no es fácil de entender ni de solucionar, recomendamos a todos los jefes y directivos que estén al tanto del mismo y que trabajen sobre lo siguiente: • Qué es el estrés y que trabajadores pudieran estar afectados. • Cuál es la causa (o causas) que lo origina en esa (s) persona(s). • Qué efectos pudiera ocasionar. • Tomar las acciones correspondientes para su eliminación. • Garantizar un control sistemático sobre este aspecto.

1.7. Incentivos

Los incentivos (o recompensas) son elementos contribuyentes también a la obtención de altos rendimientos laborales. Visto en un amplio sentido una

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persona puede estar incentivada por cuestiones externas que influyan positivamente para que su labor alcance buenos resultados, como ejemplo podemos citar el salario o cualquier incentivo material, las condiciones de trabajo, los equipos o herramientas utilizados y otros, los elementos internos, como la educación y valores que posea, el deseo de ser útil, su disciplina y otros contribuyen como incentivo posibilitando la obtención de un buen rendimiento. A la motivación se le atribuye por este autor, por muchos otros también, una importancia decisiva en el rendimiento laboral.

2. ÉTICA 2.1. Elementos esenciales y concepto de la Ética

Los seres humanos, tanto en la vida familiar como en la laboral, manifiestan una conducta a través de determinadas actuaciones, que pueden ser correctas o no, la cual debe ser regulada, esta función la realiza la moral. La moral expresada a través de conceptos, principios morales, cualidades, juicios y otros, ejerce su influencia en los individuos y en la sociedad en su conjunto exponiéndose en determinados pasos como: la moral existente por la práctica de todos, conforma el ser moral; lo que deseamos alcanzar de manera inmediata, el deber ser; y los objetivos a largo plazo que deseamos lograr, el ideal moral. La moral constituye el objeto de estudio de la ética, o sea, esta última la investiga y trata de explicarla. En sentido general, podemos decir que la moral está conformada por fenómenos de la vida de las personas, ahora bien quien estudia esos fenómenos es la ética, la que es capaz de descubrir en los seres humanos elementos de valía que fortalecen positivamente la actuación. La ética podemos definirla como, “El estudio de los derechos y obligaciones de las personas, las normas morales que aplican en la toma de decisiones, y la naturaleza de las relaciones humanas”. Edward Freeman en Stonner, J. M. Administracion (Pág. 107). Sin restar importancia a la ética en la vida familiar o social de las personas, nuestro trabajo estará encaminado hacia la vida laboral, o sea, en las organizaciones, reconociendo que los principios de la ética son generales hacia cualquier ámbito de la vida. La ética es un término que abarca las relaciones, tanto internas como externas, de las personas que conforman las organizaciones.

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El nivel abarcador de la ética, desde la persona individualmente hasta la sociedad en su conjunto, no permite que ésta sea excluida de cualquier actuación de la vida, y en nuestro caso de estudio de cualquier negociación, ya que en ocasiones pudiera pensarse solamente en lo económico tratando de obtener el máximo de utilidades sin tener en cuenta el aspecto ético, lo cual además de ser no decente ni honrado, al final no traería saldos positivos para la organización en su entorno. Ya que la ética como parte de la vida social y como reflejo del ser social es una dimensión de toda la actividad humana. La ética, no sólo debe constituir el placer individual de alcanzar nuestro propósito, sino debe ser una necesidad, de todos, por todos y para que todos los individuos de manera objetiva y real sean mejores seres humanos.

2.2. Propósitos a alcanzar

• Seleccionar y desarrollar a los trabajadores para que su actuación se perfile con un elevado nivel moral y ético. • Que a través de la ética se cree en los trabajadores un alto sentido de pertenencia por la organización. • Eliminar todo vestigio de prácticas corruptas, que no sólo lesionan la economía, sino la moral y el prestigio de las personas y la organización.

2.3. Principios de la Ética

Expresando cual es el significado de la palabra principio podemos decir que es, base, fundamento; cada una de las primeras verdades que sirven de fundamento a una ciencia; y además expresa cualquiera de las máximas particulares por donde cada cual se rige en sus operaciones. Visto el concepto general de principio, nos inclinaremos a expresar lo relacionado con los principios éticos, que no son más que las ideas o reglas fundamentales de la conducta que sirven de guía y que atienden las relaciones de los integrantes de la sociedad en su conjunto, regulando la conducta de los individuos en las distintas acciones y actuaciones que estos acometen. Los principios de la ética no son impuestos por ninguna fuerza legal sino por las actitudes y costumbres existentes. En sentido general se pueden citar un grupo numeroso de principios entre los que se destacan: la honradez, el respeto, la dignidad, la responsabilidad, la veracidad, la disciplina, la cortesía, el sacrificio, y otros. Cuando se expusieron los aspectos generales de la ética vimos su relación con la moral, y como estamos estudiando en esencia los aspectos éticos en concordancia con las organizaciones y estas se encuentran en disímiles negociaciones veremos algunos de los principios que es necesario tener en cuenta

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en estas últimas, debemos citar la transparencia en las negociaciones; actuar respetando la legalidad existente y con toda la profesionalidad; alto concepto de la responsabilidad, no sólo en la negociación en sí, sino en la palabra empeñada y en la toma de decisiones; elevada discreción y confiabilidad y otras.

3. La responsabilidad social en las organizaciones.

Las personas desde el punto de vista individual; las organizaciones; y el país en su conjunto, a través del Estado y demás instituciones, tienen una gran responsabilidad social, en nuestro caso sin restarle importancia a ninguna el enfoque de estudio será sobre la responsabilidad social de las organizaciones. Una organización es un elemento real conformado por personas, y que mediante el trabajo realiza un aporte ya sea produciendo o entregando un servicio y con otras responsabilidades como el cuidado del medio ambiente, la entrega de resultados de trabajo con la calidad adecuada, no infringir las reglas o leyes establecidas, así como otras que se pudieran enumerar. Antes de continuar, se hace necesario exponer que los criterios sobre la responsabilidad social de las organizaciones ha variado con el tiempo, enfocándose de distinta manera e incluso algunos con enfoques realmente inconcebibles y que distan mucho de un tratamiento justo y objetivo hacia la sociedad, sólo expondremos algunas de las corrientes sin profundizar ni establecer comparaciones profundas entre ellas, ya que este autor considera que con lo que se planteará se comprenderán perfectamente. Una de las corrientes sobre este aspecto es la de Andrew Carnigie donde planteaba la responsabilidad social de las organizaciones a través de dos principios: el de caridad y el de gestión, el primero exige a las personas “más afortunadas” dar asistencia a los “menos afortunados” , y el segundo la exigencia a las personas y a las organizaciones, ricas, se consideren ellos mismos como protectores de sus pertenencias y que debían utilizarlas con un fin apropiado para la sociedad. Otra corriente al respecto es la de Milton Friedman que se expone en Stonner, J. F., Administración y cito. “En las empresas sólo existe una y sólo una responsabilidad social: utilizar sus recursos y su energía en actividades encaminadas a incrementar sus utilidades”. Modelos como el de Robert Ackerman y otros teóricos exponen el concepto de capacidad de respuesta social, que se basa en que las organizaciones deben tomar conciencia sobre los aspectos sociales y actuar consecuentemente ante ellos.

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Estos y otros criterios condujeron hacia el camino de la ética, ampliándose y profundizándose, apareciendo un concepto sobre la responsabilidad social, que aunque no sea perfecto, alcanza una dimensión más coherente y justa, el cual expresa que: La responsabilidad social de las organizaciones es la obligación de quienes dirigen a tomar decisiones en beneficio del entorno social, mejorando el presente y el futuro. Fernández, E. M., en Introducción a la gestión del Management, plantea que la responsabilidad social en las organizaciones se expresa a través de cuatro partes: Económica, legal, ética y discrecional. En la económica la organización produce o brinda los servicios que la sociedad reclama, la legal a través del cumplimiento de las leyes y disposiciones establecidas, la ética en la ayuda al desarrollo de los individuos con que la organización se relaciona, y la discrecional a las contribuciones voluntarias que realiza la organización. Se puede resumir con lo planteado por Portela, I., en La Ética empresarial, y cito: “La responsabilidad social de la organización debe consistir en el compromiso ineludible de la misma para con su entorno inmediato: clientes, empleados, accionistas, proveedores, consumidores, comunidades locales, bancos y el entorno en general, el Estado, y la humanidad”.

3.1. La Ética organizacional

Contamos con múltiples y diversas profesiones, donde cada una debe poseer su ética, no obstante, existen elementos éticos comunes entre ellas, esta esfera se conoce como ética profesional al abordar tareas específicas de acuerdo a las características y necesidades de cada profesión.

3.2. La ética organizacional se enmarca dentro de la ética profesional

Una organización tiene una dimensión social por lo que se establece una relación de intercambio con su entorno, la cual debe ser armoniosa, en tal sentido la cultura organizacional requiere ser asimilada por el entorno sin contradicciones antagónicas y con espíritu positivo. Con relación a esto Fulmer, Robert. M., en Administración y organización, expresa lo siguiente: “La Ética Organizacional es el conjunto de reglas que gobiernan la conducta de los individuos en la organización social. Estas reglas se pueden aplicar al comportamiento de: los individuos hacia otros de la organización, los individuos o grupos fuera de la organización, las organizaciones hacia los grupos sociales o hacia la sociedad como un todo”.

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Por tal razón, debemos erradicar conceptos como, el fin justifica los medios, o tener como objetivo central ganar dinero sin tener en cuenta la utilidad que se proporcione a la sociedad. Lo anterior no sólo deja de ser ético sino que a largo plazo los resultados para la organización no serian buenos integralmente. Gómez Pérez, R., en Ética empresarial: teoría y casos., expresa que “Una organización sin calidad acaba tarde o temprano en quiebra, una organización sin ética termina por no funcionar...La organización vale lo que vale su personal”. Tener en cuenta siempre como parte integral de nuestra educación y de nuestra actuación al acometer nuestras acciones preguntarnos. ¿Es ético o no lo que vamos a realizar? ¿Debemos hacerlo o no debemos hacerlo? ¿Estamos actuando bien o mal? Debemos exponer que la ética en la dirección organizacional atiende lo que es correcto o no en nuestra conducta, en el tratamiento a las personas, en la toma de decisiones, en la realización de cualquier negocio, etc. Por lo que actuar responsablemente, ser veraz y cumplir nuestros compromisos son acciones que siempre deben acompañarnos.

3.3. Conductas inadecuadas (no éticas) en las organizaciones.

Se plantearon un grupo de principios y aspectos que significan expresiones positivas en la conducta y en el comportamiento de los individuos que forman parte de las organizaciones, enfocaremos ahora y relacionaremos algunas conductas inadecuadas y por supuesto no éticas, podemos plantear las siguientes: mentir en alguna parte del proceso de negociación; incumplimiento de la palabra expresada; la utilización de algún recurso para beneficio particular o de otra persona que no sea la adecuada, realización de actos o inducir que se hagan y que vayan en contra de otras personas, entidades, de la sociedad o del medio ambiente, engaño a los clientes sobre las características de los productos o los servicios brindados, incumplimiento de las obligaciones legales o estatales; utilizar el soborno para garantizar nuestras ventas o la realización de un servicio; realización de una publicidad no objetiva o engañosa y otras. Sugerencias que posibilitan mejorar la Ética en las organizaciones. • Los trabajadores deben conocer cuales son sus funciones, así como lo que la organización espera de ellos desde el punto de vista ético. • El tratamiento a las personas, como seres humanos y no como un recurso más, garantizándoles respeto dentro de un clima laboral adecuado, un desarrollo digno de sus capacidades y competencias con seguridad, así como una remuneración e

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incentivación acorde a su trabajo y responsabilidad, no sólo será ético por parte de la organización sino contribuirá a una actuación recíproca por los trabajadores. • Los objetivos estratégicos y de trabajo deben estar definidos con claridad y que sean logrables en el periodo programado y así evitar que el afán de alcanzarlos conlleve a incumplimientos éticos. • La organización debe perfilar con claridad sus políticas y normas, las que deben exponer y asegurarse que todos los empleados las dominen. • La organización debe elaborar un código de conducta con elementos precisos y que constituyan no una imposición arbitraria, sino una guía de acción que forme parte de la cultura organizacional. • Con respecto a los clientes, la relación debe caracterizarse por un servicio de calidad, existencia de mutuo respeto y un tratamiento que coadyuve a que éste mejore sus resultados de trabajo.

4. VALORES 4.1. Elementos generales

El comportamiento y la conducta de los trabajadores influyen en gran medida en los resultados de trabajo y el rendimiento laboral, ahora bien, es incuestionable que de los valores poseídos y desarrollados por las personas dependen el comportamiento y la conducta, de ahí, la importancia que las organizaciones y los directivos de estas deben dar a la selección de individuos con valores que contribuyan positivamente con los objetivos organizacionales. La labor no se limita únicamente al aspecto de la selección sino que deben inculcarse, desarrollarse y profundizarse en los trabajadores valores fundamentales para la organización, ya que no es posible que un trabajador al incorporarse posea totalmente lo que se necesita. La creación de valores constituye para cualquier organización un centro de mira fundamental y dentro de su estrategia debe estar además, que los valores tomen carácter interno en los empleados y que se apliquen adecuadamente como aspecto básico del quehacer diario por cada individuo y por la organización en su conjunto.

4.2. Concepto

Estudiaremos varios conceptos expuestos por distintos investigadores sobre el tema teniendo en cuenta sus argumentos principales, veamos: López, M. y Guerra, L. (1998)., plantean. “Los valores son un conjunto de mecanismos sutiles que condicionan el comportamiento de los empleados, mediante juicios informales, la mayoría de las veces implícitos, respecto a lo que está bien o respecto a lo que no debe hacerse. Los valores condicionan las

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creencias, los esquemas mentales, las actitudes, que dan sentido a la realidad en la que se desarrolla la actividad de la organización, influyendo en como se cumple el trabajo, como se relacionan los trabajadores entre si y con los clientes”. Deal y Kennedy. (1985)., expresan. “Los valores son los cimientos de cualquier cultura organizacional, definen el éxito en términos concretos para los empleados y establecen normas para la organización. Proporcionan un sentido de dirección común para todos los empleados y establecen directrices para su compromiso diario”. Denison (1991)., plantea. “Los valores representan la base de la evaluación de los miembros de una organización y se emplean para juzgar situaciones, actos, objetos, personas. Reflejan las metas reales, así como, las creencias y conceptos básicos de una organización y como tales, forman la medula de la cultura organizacional”. En sentido general podemos expresar que los valores son el conjunto de aspectos que condicionan el comportamiento de las personas a través de los juicios que se formen con relación a lo correcto o a lo incorrecto. Los valores condicionan las actitudes y la conducta permitiéndole un sentido a la realidad objetiva de la actividad de la organización, posibilitando su cumplimiento, permitiendo también el desarrollo de las relaciones entre los trabajadores y con el medio exterior. Constituye un elemento motivador e incrementa el sentido de pertenencia hacia la organización.

4.3. Factores que condicionan los valores

Existen un grupo de aspectos que influyen, condicionan y en muchos casos determinan los valores que es necesario inculcar en la organización, algunos de ellos son: la influencia de los fundadores, de los lideres y altos ejecutivos de la organización; los valores territoriales (región, país) o de la rama, sector o profesión, los cuales de manera natural o mediante una labor de orientación hacia ellos permite que se desarrollen en la organización; resultados, desempeños y éxitos relevantes de la organización; Los valores de una persona pueden tener como fuente: la familia, el circulo de amistades, la enseñanza escolar y otros. Las organizaciones que deseen garantizar una conducta y un comportamiento de sus trabajadores que permita ser eficaces, eficientes y tener la consideración y el respeto de sus clientes, debe poseer sus propios valores, no sólo bien definidos y aceptados por todos, sino comprobar sistemáticamente su aplicación. Los valores de una organización no deben ser abstractos, sino basados en la realidad objetiva y condiciones concretas de su desarrollo, conformando un sistema bien definido que pueda ser enseñado y que a través de su trasmisión se garantice que puedan ser aprendidos y aplicados por todos.

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Al respecto Jackson (1992) expone. “En términos de valores, es importante comunicar a todos los miembros de la organización cuál es exactamente el sistema de valores de ésta, especialmente en períodos de cambio, y además, producir el cambio en la cultura de la organización”.

5. Aspectos en los cuales se debe trabajar

Hay un grupo importante de aspectos en los cuales se debe trabajar los cuales son: • La elaboración de los valores de la organización debe ser tarea de primer orden de los dirigentes máximos. • Las decisiones estratégicas deben ser sobre la base de los valores de la organización. • Ante los cambios organizacionales, garantizar el ajuste necesario manteniendo la esencia de los valores. • Respetar los valores por todos los miembros de la organización.

RESUMEN

No por azar se ha realizado en este trabajo el estudio de estos tres aspectos y dentro de ellos el primero el hombre o sea las personas ya que constituye, centro, base, punto de partida y todos los demás atributos que se le deseen incorporar. Por tal razón, es imprescindible el dominio de los principales aspectos relacionados con la conducta y el comportamiento de las personas, que permitirán la obtención de un rendimiento positivo. Se exponen y se profundiza en un número de ellos que no son los únicos pero consideramos a estos entre los principales. Se deben estudiar con profundidad como se plantean y tener en cuenta su interrelación con la motivación. Recordamos los aspectos, que son: • Conocimientos y habilidades. • Talento. • Experiencia laboral y en la actividad a realizar. • Valores que posea. • Esfuerzo desplegado. • Estrés sobre la persona. • Incentivos o recompensas.

Con relación a los valores se profundiza no sólo en sus elementos generales sino en su concepto y otros aspectos como los factores que condicionan los valores que recomendamos estudiar con detenimiento.

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Estudiamos la ética y vimos su relación con la moral, e igualmente los aspectos éticos en concordancia con las organizaciones, se expusieron algunos de los principios que es necesario tener en cuenta, importante también es la transparencia en las negociaciones; actuar respetando la legalidad existente y con toda la profesionalidad; alto concepto de la responsabilidad, no sólo en la negociación en sí, sino en la palabra empeñada y en la toma de decisiones; elevada discreción y confiabilidad y otras. Tener en cuenta siempre como parte integral de nuestra educación y de nuestra actuación al acometer nuestras acciones preguntarnos. ¿Es ético o no lo que vamos a realizar? ¿Debemos hacerlo o no debemos hacerlo? ¿Estamos actuando bien o mal? Este tema de gran repercusión para las personas y para las organizaciones debe estudiarse profundamente y no solamente esto sino actuar consecuentemente tanto por nuestro prestigio y el de la organización, así como para garantizar buenos resultados de trabajo.

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PARTE V ÉTICA PROFESIONAL (*)

Miguel Angel Polo Santillán

Introducción

Antes de iniciar el tema, quisiera plantearme la siguiente pregunta: ¿en qué

contexto hablamos de ética profesional? ¿Cuál es la importancia de este tema en

nuestro contexto nacional? Sabemos que la corrupción social se ha agudizado

desde los años 90, en la cual han participado profesionales de distintas carreras

como de diversas universidades y estratos sociales. El espacio político terminó

corrompiendo la actividad profesional. Ante tal evento, la actividad profesional debe

recobrar su sentido a partir de la afirmación de su propio espacio, que es el espacio

público. Desde ahí puede ayudar a recobrar el sentido de la moral social tan venida

a menos. No es pues este tema uno entre otros, sino uno que afecta al entramado

social.

Entender el papel de la ética en las profesiones requiere entender las profesiones,

su devenir y naturaleza. Desde ahí podremos comprender que hablar de ética

profesional no es simplemente un asunto adicional de buena voluntad, sino que es

aquello que le da sentido a la práctica profesional. Por eso nuestro artículo quiere

esclarecer el concepto, al hacerlo quedará claro la función de la ética profesional.

Así, dividiré el artículo en las siguientes partes: i) presentar el significado de la

ética en la vida humana; ii) el bosquejo histórico de las profesiones; iii) luego, el

sentido de la profesión; iv) la profesión como una actividad con fines internos; v)

las excelencias necesarias para lograr los fines; vi) entender la profesión como una

actividad comunitaria; vii) tomar conciencia de que las profesiones forman parte de

la sociedad civil; viii) finalmente, presentaremos la conclusión de lo trabajado. El

desarrollo no quiere ser sólo expositivo, sino también veremos las posibles

corrupciones o problemas que puede afrontar la actividad profesional.

1.- De la ética a la ética profesional

¿Cómo va la ética en nuestro país? ¿Es sensato seguir hablando de ética en nuestro

país cuando encontramos un déficit moral en todos los niveles? Por eso algunos

pueden sostener que hablar de ética en nuestro país es como hablar de la

“dentadura del pollo”. Sin embargo, a pesar que los hechos sean así, no debemos

dejarnos aplastar por ellos.

¿Es racional seguir hablando de ética en este contexto? Claro que sí, porque el

hombre, como diría Kant, es un ser metafísico por naturaleza, es decir, que se

resiste a someterse a los hechos fríos y opacos. ¿Por qué es posible seguir

hablando de ética? Porque los seres humanos hacemos, a pesar de nuestros

condicionamientos, hacemos opciones fundamentales. Las dos principales son una

opción personal y una opción social. Con la primera podemos tomar la decisión de

cultivar nuestro ser, es decir, comprometernos en lo que Mill denominaba el

desarrollo de las capacidades intelectuales y morales. La ética tiene que ver con el

bien personal, la autorrealización o felicidad. Con la segunda, tomamos la decisión

de realizar el bien común, para lo cual participamos en una actividad comunitaria.

De lo contrario, nuestra existencia social se pone en peligro, porque el bien común

abarca la realización de las necesidades indispensables para vivir humana y

dignamente. Ambas opciones son en realidad una misma opción que se expresa de

dos maneras. Es decir, que la ética tiene que ver con el compromiso de ser una

“buena persona”, la cual pasa por la realización del bien común y la búsqueda de la

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plenitud de nuestra existencia.

Sin embargo, contra la concepción liberal tradicional, dicha opción requiere de

condiciones previas que la hacen posible, es decir, no es un acto espontáneo ni

esporádico. Entre las condiciones previas están el marco de referencia cultural, el

saber práctico y la sensibilidad. Curiosamente, la búsqueda de esas condiciones es

ya una búsqueda ética. Es búsqueda nos lleva a interrogar, a cuestionar nuestro

marco de referencia, especialmente la referida a la corrupción. ¿Cuáles son sus

causas? ¿En qué nos involucra? ¿Cómo afrontarla o enfrentarla? Requerimos, pues,

cuestionar, interrogar, y al hacerlo estamos haciendo una opción ética.

Interrogantes que nos llevan a la búsqueda de la vida buena. La interrogación y la

búsqueda son entonces dos componentes indispensables de la vida ética. De lo

contrario nos queda la imposición y el sometimiento al poder económico y político,

que son dos formas que distorsionan las actividades sociales, entre ellas las

profesionales. Este es el marco mínimo para hablar de las éticas profesionales.

Ahora, veamos un poco sobre la naturaleza de esta actividad pública denominada

profesión.

2.- El devenir de las profesiones

La cultura y la sociedad premoderna habían estructurado las profesiones a partir de

una cosmovisión, donde jerárquicamente el orden divino ocupaba el primer lugar,

como representación suya se encontraba el orden político, finalmente el orden

personal. Para garantizar dicho orden estaban el sacerdote que cuidaba del alma

divina y de los asuntos divinos, el jurista para cuidar de la sociedad mediante leyes,

el médico para el cuidado del cuerpo. Por ello, el sacerdote, el médico y el jurista

asumen sus actividades a partir de juramentos en la cual prometen obedecer

determinadas reglas. Por esa profesión o declaración fueron conocidas como las

primeras profesiones.

El término "profesional" y su respectiva valoración son algo que surgen en la época

moderna, debido al proceso de secularización donde la vida mundana y sus

actividades forman un campo distinto de la fe. El calvinismo, como momento

intermedio y como lo ha visto Max Weber, había visto en las actividades

profesionales el camino de salvación o condenación de una persona. Si se había

tenido éxito profesional indicaba que estaba salvada; si había fracasado, entonces

estaba condenado. Ello permitió que la modernidad sea un proceso de “afirmación

de la vida corriente” (Taylor), abriéndose un espacio a la revalorización de nuevas

actividades humanas. Así, la cultura moderna asumió ciertas actividades como

"profesiones", actividades seculares, mundanas, sin relación con la religión. De esa

manera, nuevas actividades pasaron a ser profesiones, como ingeniero (de distintas

especies), economistas, contadores, etc. Además, se incluyó en esta denominación

medios de vida anteriores como médico, abogado, profesor, etc. Ahora, paralelo a

la profesión de fe (profesar una fe), estaba el profesar una actividad, es decir, el

consagrarse o comprometerse con una actividad y sus principios. Por eso se dice

que la profesión aparece como una proclamación pública, no es una actividad

secreta sino abierta y tiene el respaldo de la sociedad.

3.- ¿Qué es una profesión?

Con la pregunta por lo que es la profesión no queremos hacer una simple

descripción, sino que estamos preguntando por el sentido que tiene ésta. Max

Weber, en su obra clásica La ética protestante y el espíritu del capitalismo, definía

la profesión del siguiente modo:

“la actividad especializada y permanente de un hombre que, normalmente,

constituye para él una fuente de ingresos y, por tanto, un fundamento económico

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seguro de su existencia.” (Weber 1985, 82)

Esta definición acentúa dos características de las profesiones: su carácter individual

y económico. Las profesiones son un medio de subsistencia de los individuos. Eso

hace de las profesiones un “instrumento individual” de ganar dinero. Sin embargo,

como lo han señalado otros autores, este enfoque resulta muy limitado, porque

olvida los fines y la actividad social de las profesiones. Adela Cortina, filósofa

española, hace tres observaciones a esta definición:

a) La finalidad de la profesión no se limita a la “fuente de ingresos”, es decir, a una

finalidad subjetiva, sino que la profesión misma tiene su finalidad. El logro de dicha

finalidad es lo que le da sentido y legitimidad social a la profesión, por ello la misma

sociedad puede reclamarle que lo realice así como reclamar su calidad.

b) La profesión, además de ser una actividad individual, es una actividad colectiva,

que expresa una cierta comunidad profesional que tienen los mismos fines, utilizan

un lenguaje común, con métodos semejantes y con un ethos propio. Es decir, así

como hay un ethos (carácter, modo de ser) personal, también existe un ethos de la

profesión.

c) Por lo anterior, “el ingreso en una actividad y en una comunidad profesional

determinadas dota al profesional de una peculiar identidad y genera en él un

peculiar sentido de pertenencia” (Cortina 2000, 15). Esto tiene que ver con que la

profesión es una forma de afirmación de la sociedad civil frente al poder político, así

como una afirmación de un espacio público frente a otros como el económico o

religioso.

Por lo anterior, basada en las ideas de MacIntyre, una definición más integradora

de lo que es una profesión es la que ofrece Cortina. Una profesión es:

“...una actividad social cooperativa, cuya meta interna consiste en proporcionar a la

sociedad un bien específico e indispensable para su supervivencia como sociedad

humana, para lo cual se precisa el concurso de la comunidad de profesionales que

como tales se identifican ante la sociedad.” (Cortina 2000, 15)

A partir de esta definición podemos darnos cuenta del sentido de una profesión. En

primer lugar, una profesión busca realizar un bien o finalidad, la cual es

indispensable para la vida social. Pero su realización exige el cultivo de hábitos o

excelencias por parte del sujeto y de la acción que realiza. Finalmente, la actividad

profesional no es una actividad aislada sino comunitaria, la cual le da una identidad

profesional. Veremos más adelante estos componentes.

A pesar que la palabra "profesión" tiene múltiples usos —porque sirve para designar

tanto a un médico, un profesor, como para un vendedor, un futbolista y hasta suele

hablarse de un delincuente profesional—, la definición propuesta puede ayudarnos

a discernir cuando estamos en presencia de una profesión. Lo que sucede es que en

nuestra época se han difuminado los antiguos límites entre “profesiones” y

“oficios”. Para darnos cuenta de esta complejidad de profesiones, veamos una

posible clasificación. Antonio Peinador ha clasificado las profesiones teniendo en

cuenta dos criterios: por razón de la actividad y por razón de los fines de cada

profesión (Peinador 1962, 8-10):

Por la actividad

Manuales: predomina el trabajo corporal, manual o mecánico. También

denominadas oficios.

Liberales: predomina el trabajo de la inteligencia. Denominada profesión

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propiamente tal.

Por los fines

Derecho a la vida física:

a) en un plano inferior: cocinero, zapatero, sastre, carpintero, labrador, artesanos,

etc.;

b) en un plano superior: técnicos e investigadores de laboratorio, industriales,

comerciantes, banqueros, etc.

Derecho al cultivo progresivo e ilimitado de la inteligencia: científico,

teólogo, filósofo, artista, pedagogo, etc.

Derecho a vivir como individuos y miembros de la sociedad dentro del

orden jurídico y moral: políticos, sociólogo, abogados, jueces, notarios,

historiadores, novelistas, religiosos, etc.

En cualquier caso, para que algo sea considerado profesión o actividad profesional

es que dicha actividad está comprometida al logro del bien común, para lo cual

requiere el cultivo de ciertos hábitos o virtudes, dentro de un contexto comunitario.

De ese modo, el componente ético no es un añadido o un agregado que no afecta la

esencia de la profesión. Aclaremos más estos componentes.

4.- La profesión como actividad con finalidad La actividad profesional es una

actividad social que contiene fines o bienes internos. Son los fines lo que le da

orientación y sentido a las prácticas profesionales. La importancia de los fines la

podemos encontrar en la definición de “profesión” que nos da Antonio Peinador. La

profesión es:

“la aplicación ordenada y racional de parte de la actividad del hombre al

conseguimiento de cualquiera de los fines inmediatos y fundamentales de la vida

humana.” (Peinador 1962, 2. Subrayado del mismo autor)

Entonces, la profesión no es una simple actividad u ocupación, sino que ésta debe

estar orientada hacia un fin noble, es decir, el servicio a los demás: el curar, el

enseñar, el informar, la convivencia justa, etc., las profesiones no tienen sentido en

sí mismas sino por los bienes internos que contienen. Por eso, no se puede

entender lo que es una profesión si no se entiende que ésta tiene en su interior una

función social: el bienestar común. De esa manera, el profesional es aquel hombre

“...puesto al servicio de los demás, dentro del engranaje social, actuando con

carácter público y comprometiéndose, en cuanto responsable de sus actos, ante

Dios y ante su conciencia; y, además, ante aquellos a quienes sirve y de quienes se

beneficia por ley de reciprocidad.” (Peinador 1962, 7)

Así, una ética profesional requiere reconocer el bien interno que busca realizar

determinada profesión, de lo contrario la actividad no tendrá sentido y legitimidad

social. Esta forma de entender las acciones se enmarca en la tradición aristotélica.

Para el estagirita, toda actividad tiene una finalidad, la cual constituye su bien. Sin

embargo, no todos los fines son iguales. Hay fines que son internos a las

actividades, es decir, en la realización de la actividad se encuentra la realización de

la finalidad. Es a esto que Aristóteles denomina praxis. Mientras que hay fines que

son externos a las actividades, por lo cual las actividades se convierten en medios

para lograr los fines. Es a esto que Aristóteles denomina poiesis. En época reciente,

MacIntyre ha tomado dichos términos para definir la práctica. Sostiene MacIntyre:

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“Por “práctica” entenderemos cualquier forma coherente y compleja de actividad

humana cooperativa, establecida socialmente, mediante la cual se realizan los

bienes inherentes a la misma mientras se intenta lograr los modelos de excelencia

que le son apropiados a esa forma de actividad y la definen parcialmente, con el

resultado de que la capacidad humana de lograr la excelencia y los conceptos

humanos de los fines y bienes que conlleva se extienden sistemáticamente.”

(MacIntyre: 1987, 233)

Los elementos que componen una práctica son: i) el que sea una actividad

cooperativa, ii) establecida socialmente, iii) busca la realización de los bienes

internos, iv) el logro de esos bienes internos producen excelencias o virtudes en los

sujetos que las realizan. No está sosteniendo el autor una visión medieval de

estatus y roles predeterminados, sino que en tanto actores sociales ya nos

encontramos realizando alguna actividad cooperativa. Somos funcionarios públicos,

profesores, empleados de una empresa, profesionales en ejercicio, chóferes, padres

de familia, etc. Cada actividad tiene bienes internos cuya realización hace que ella

tenga sentido. Si soy médico y me aprovecho de mi condición ante la debilidad de

un enfermo, entonces no realizo el bien interno de la medicina que es curar.

MacIntyre reconoce que existen también bienes externos legítimos que se obtienen

de las prácticas, como el dinero, el reconocimiento, etc., pero ellos no son el

sentido de la actividad. Justamente la corrupción de una actividad se produce

cuando se reemplazan los bienes internos por los externos. Entonces tenemos que

el profesor ya no enseña bien porque le pagan poco, el comisionado no cumple los

reglamentos porque aprovecha su cargo para realizar sus intereses personales, el

policía ya no protege a la ciudadanía y prefiere la coima, el abogado ya no sirve a la

justicia sino a quien paga más, el político ya no le interesa el bien común sino los

negocios de grupos e intereses partidarios, etc. Los bienes externos son legítimos,

pero en tanto sean subordinados a los bienes internos, de lo contrario la actividad

profesional deja de tener sentido y legitimidad social.

Sin embargo, las exigencias sociales y los cambios científicos y tecnológicos,

muchas veces nos obligan a redefinir los bienes internos de nuestras actividades

profesionales. Por ejemplo, los avances de la medicina y las necesidades sociales

hacen que la medicina ya no tenga sólo como finalidad el curar, sino que ahora

agrega la promoción de la salud y la prevención de las enfermedades. Y es que el

concepto mismo de salud ha sido redefinido, más de acuerdo con una visión

humana integral. Por otro lado, la globalización y el internet hacen que los

profesionales bibliotecarios también requieran redefinir sus finalidades. Cuando esto

sucede, se abre un necesario periodo de debate y reflexión, en los cuales también

deberían participar los afectados de las actividades profesionales.

Una observación adicional. ¿Cuál es el lugar del bien personal o autorrealización en

la actividad profesional? La realización de los bienes internos forma parte de

nuestra realización personal, de su proyecto de felicidad. Y es que el “horizonte de

plenitud” (Etxeberria) hace referencia a la vida humana como totalidad. Sin

embargo, esto planeta serios problemas. La sociedad moderna tiende a fragmentar

la vida humana, a no asumirla integralmente. Por ello, la vivencia de las actividades

profesionales suele ser asfixiante, donde los sujetos estresados pueden ser

eficientes, pero no se sienten felices. El problema no es de las actividades

profesionales mismas, sino de la finalidad del sistema económico: la ganancia. Por

realizar la finalidad del capitalismo, los individuos en sus actividades profesionales

suelen ser explotados al punto de no encontrar sentido a su profesión ni a su vida.

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Es ahí donde el poder político y las organizaciones profesionales deberían reducir al

máximo las injusticias que produce el sistema económico.

5.- La excelencia como modo de realizar el fin ¿Qué es lo que puede realizar

los bienes internos a las prácticas profesionales? Siguiendo los lineamientos

aristotélicos, podemos sostener que son las virtudes o excelencias (aretai). Las

virtudes profesionales son la parte central de las éticas profesionales, porque ellas

son las formas como se realizan los fines de las actividades profesionales.

Sin embargo, otros autores ponen el acento en las normas, es decir, en el

“momento deontológico” (Etxeberria). Una definición en ese sentido de ética

profesional lo podemos encontrar en González, quien sostiene que la ética

profesional es “la reflexión sistemática sobre las normas morales que regulan el

comportamiento en la actividad profesional.” (González 1996, 277)

Pero la "reflexión sistemática" sobre las normas puede convertir la ética profesional

en una deontología, limitando su valor. Para que no ocurra ello, es necesario que

entendamos las normas morales del profesional no sólo como mínimos legales que

está obligado a cumplir, sino como formas de promover las virtudes o excelencias

de las acciones. No se trata entonces sólo de revisar y renovar las normas morales

de los códigos de ética, sino de promover las virtudes necesarias para lograr los

fines específicos de la profesión.

Por lo anterior, dejando de lado por un momento los códigos de ética, es necesario

señalar que "ética profesional" no significa tanto la imposición o aceptación de

normas, sino que toda práctica profesional conlleva virtudes o "excelencias" sin las

cuales tales prácticas se corrompen. Por ello, MacIntyre ha acertado al entender a

las virtudes como cualidades adquiridas necesarias para realizar los bienes internos

de las prácticas, su carencia impide lograr tales bienes. (MacIntyre: 1987, 237)

La virtud no es un asunto privado, íntimo, cualidad que algunas personas

conservadoras o bienintencionadas tienen. Es un asunto personal e interpersonal,

subjetivo e intersubjetivo, individual y colectivo. Y ese nexo se encuentra en las

acciones, en las prácticas, en las cuales nos encontramos con otros para realizar los

bienes internos. Existe pues, en la definición de virtud de MacIntyre una

indesligable relación entre virtudes y bienes internos. Sin virtudes no es posible la

realización de los bienes internos de las actividades, así como sin realización de los

bienes internos no es posible virtud alguna.

Sin duda, esto sugiere que no todas las actividades requerirán las mismas virtudes.

El policía, el obrero, el empleado y el profesor requieren virtudes distintas para

lograr sus bienes internos. Pero, MacIntyre se percata que esto produciría un

politeísmo de virtudes inconexas, por lo que sostiene que aunque las prácticas sean

distintas, podemos sostener un mínimo de virtudes (como la integridad) que surgen

de la búsqueda de la vida buena, de asumir nuestra existencia como un todo

unitario. El mismo problema es visto por Camps, cuando sostiene que en la

sociedad de profesionales, cada profesión tiene virtudes específicas distintas de las

virtudes públicas (como solidaridad, responsabilidad, tolerancia). Y señala algo que

suscribo plenamente:

“La profesionalidad será una virtud pública en la medida en que sirva a los

intereses comunes de la sociedad. No en la medida en que sirva sólo al

mantenimiento y conservación de los roles, funciones y corporaciones existentes. Y

será una virtud privada en la medida en que ayude al individuo a serlo realmente, a

ser autónomo y no esclavo de sus actividades.” (Camps 1993, 105)

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Volviendo a la pregunta por las "virtudes de una profesión", ésta significa lo mismo

que la pregunta por cuándo alguien es un "buen profesional". No son dos cosas

distintas. Alguien es buen profesional cuando realiza con destreza y responsabilidad

la finalidad de su actividad. Por ejemplo, alguien es un buen profesor cuando

realiza el bien interno, el cual es educar. No es un buen profesor aquel que maltrata

a los alumnos física o psicológicamente, si impone su criterio de autoridad, si no

sabe llegar a los alumnos, etc. Según González, las virtudes de un buen profesional

son la productividad (que encierra la capacidad de producir, la actitud de producir y

el nivel de eficiencia), la creatividad y la superación. Sin embargo, no siempre

todas las profesiones requieren de las mismas virtudes. Para resolver la pregunta

sobre cuáles son las buenas prácticas o virtudes que debe cultivar el profesional,

deben participar tanto los mismos profesionales como los afectados o beneficiarios

o usuarios. Sobre esto, Cortina sostiene:

“Los usuarios son los que experimentan la calidad del servicio prestado y, aunque

no conocen la trama interna de la profesión, resultan indispensables para

determinar qué prácticas producen un servicio de calidad y cuáles no. De ahí que

hoy en día los colegios profesionales no puedan ser cerrados, no puedan diseñar

sus códigos ni componer comités sin contar con los ciudadanos corrientes, con los

beneficiarios actuales o virtuales del servicio que prestan a la sociedad. En este

punto deben transformarse radicalmente.” (Cortina 2000, 24)

A veces perdemos de vista el fin que perseguimos, y cuando la tenemos en cuenta

tendemos a diferenciarlos de las virtudes y creemos que éstas son simples medios.

Pero las virtudes no son simples medios para lograr algo. La práctica de las virtudes

implica ya la realización de la "finalidad" de la profesión. El fin de una profesión no

es algo subjetivo y alejado en un futuro incierto, sino está contenido en la práctica

correcta de la profesión. Cuando los fines y los medios lo pone la sociedad y su

economía, no permite la correcta práctica de una profesión. Por ejemplo, al médico

se le exige productividad y eficiencia y se ven obligados a reducir el tiempo de

diálogo con sus pacientes descuidando tanto un examen cuidadoso como el trato

humano que requieren los enfermos. Por lo anterior, estamos de acuerdo con

González cuando dice que las virtudes que encarna el buen profesional son

distorsionados por la fetichización de la economía, la deshumanización de las

relaciones sociales y el olvido de que la vida es el valor supremo (González 1996,

289-290). De ese modo, la sociedad en que vivimos convierte en fines los medios y

los medios en fines, no permitiendo un buen ejercicio de la profesión.

6.- La profesión como actividad comunitaria

Las profesiones son expresiones de la “actividad humana cooperativa”, es decir, las

prácticas profesionales son comunitarias. Esto por lo menos en tres sentidos.

En primer lugar, porque el profesional comparte con otros profesionales un

lenguaje común, un método y hasta un modo de ser. La transmisión y la

renovación del saber especializado se realizan dentro de comunidades

profesionales. Por eso resulta extraño, por decirlo menos, cuando un profesional

sociólogo, por ejemplo, dicta cursos de especialidad para administradores. Ello sólo

se admite cuando el sociólogo también tiene formación de administrador.

En segundo lugar, la comunidad profesional se convierte en el referente del

individuo profesional, porque le da identidad y pertenencia. Este aspecto no es poca

cosa, sino que tiene que ver con la identidad de una persona, pues así como

tenemos identidad religiosa, nacional, política, también tenemos identidad

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profesional.

En tercer lugar, porque la comunidad de profesionales hace suya la tarea de

realizar la finalidad de dicha práctica. En otras palabras, las profesiones sirven a la

sociedad para realizar bienes específicos, pero lo hacen de forma institucionalizada.

Por ello, los profesionales forman corporaciones, colegios profesionales. Esto tiene

ventajas y desventajas. Los colegios profesionales sirven para autorizar y fiscalizar

la práctica profesional, procurando que llegue a dar un servicio de calidad. Además,

vigila que dicha actividad sea ejercida por personas que hayan pasado por un

previo periodo de formación, especialmente si son actividades con gran

responsabilidad social. Por ello es que los colegios profesionales son la instancia

que autoriza el ejercicio profesional.

Sin embargo, este sentido de solidaridad puede degenerar en “corporativismo”, que

se manifiesta en el encubrimiento de las actividades ilícitas cometidas por los

profesionales. Se busca salvar el cuerpo, el colegio, protegiendo a individuos

profesionales incompetentes o inmorales o negligentes, dejando de tener en cuenta

los “mínimos niveles de calidad profesional” (Vielva). También se manifiesta en la

exigencia o defensa de privilegios corporativos, relegando la “solidaridad universal”

por la “solidaridad grupal”. Como lo señala Cortina, la “elevada misión” que justifica

privilegios a determinadas profesiones sólo tiene sentido dentro de una visión

gremial de la sociedad, muy típica de la edad media. Pero en una sociedad con

estado de derecho que por principio defiende la igualdad de la ley para todos los

grupos sociales, tal actitud resulta anacrónica. En cualquier caso, el corporativismo

pierde el sentido de la comunidad de profesionales.

Finalmente, el ejercicio de las profesiones puede hacer que se amolden a las

instituciones públicas o privadas, sólo respetando las normas y procedimientos de

la institución y caen en la rutina a tal punto que dejan de tener en cuenta la misión

que tienen. Es lo que se ha llamado “burocratismo”. En palabras de Cortina:

“Frente al ethos burocrático de quien se atiene al mínimo legal, pide el ethos

profesional la excelencia, porque su compromiso fundamental no es el que les liga a

la burocracia, sino a las personas concretas, a las personas de carne y hueso, cuyo

beneficio da sentido a cualquier actividad e institución social.” (Cortina 2000,28)

7.- La profesión como expresión de la sociedad civil

Es célebre la distinción hegeliana de que la eticidad está conformada por la familia,

la sociedad civil y el Estado. Sin embargo, entendió que la sociedad civil como

expresión de las actividades económicas, es decir, del mercado. Hoy no es posible

sostener que la sociedad civil esté compuesta básicamente por el mercado y que

sea lo único que hace frente al espacio político.

La sociedad civil también es el ámbito de las actividades profesionales, la opinión

pública, las asociaciones cívicas y, sin duda, las organizaciones económicas. Lo cual

quiere decir que las profesiones juegan un papel importante en la sociedad civil,

por ello su necesidad de afirmarse como espacio público diferente de las actividades

económicas y de las políticas, que hoy pretenden ocupar todo el espacio público.

Tan importante es el espacio profesional en la sociedad civil que sin ella ninguna

actividad política y empresarial podría realizar sus actividades con óptimos

resultados.

Con conciencia de ello, los Colegios Profesionales pueden jugar un rol más activo

dentro de la sociedad peruana, superando de ese modo el corporativismo que les

hace perder su sentido. Las comunidades profesionales tienen una responsabilidad

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social porque es la misma sociedad la que hace necesaria su existencia. Por

pertenecer a la sociedad y porque ella hace necesaria las actividades profesionales,

ella también está autorizada o legitimada para exigir a los profesionales que

cumplan con la realización de los fines o bienes específicos.

8.- A modo de conclusión

Podemos resumir y concluir lo trabajado a partir de tres aspectos que

inevitablemente tocan la vida profesional y tienen contenido ético, como son los

aspectos social, económico y personal.

a) El aspecto social.- Las profesiones tienen por función satisfacer determinadas

necesidades de las personas, de los miembros de una sociedad. Esta dimensión de

servicio que todo profesional presta es marcadamente una dimensión moral y es el

centro de su actividad. No existe un profesional que no preste un servicio a la

sociedad, justamente esa es su razón de ser. Y ese servicio lo hace de manera

comunitaria, generalmente agrupados en colegios profesionales. Para un mejor

logro de los bienes internos de las actividades profesionales, estos colegios exigen

actualización, mayor profesionalización y exigen (o deberían exigir) el respeto de

los códigos de ética de la profesión. Aunque siempre existe la duda si los colegios

profesionales realmente funcionan como una comunidad o como una corporación.

Este aspecto social también se refiere a la influencia que tienen las profesiones en

la sociedad. Una profesión no es un ente autónomo culturalmente, sino que recibe

influencias y a su vez influye culturalmente en la sociedad. Por eso, la comunidad

de profesionales también es responsable del estado actual de la sociedad, sea

porque no cumple con su rol ni genera modelos de excelencia. Ha sido el caso del

periodismo en la década turbia del fujimorismo, donde los periodistas inventaban la

noticia, se vendían al poder político, difamaban la honra de las personas,

degenerando la práctica del periodismo. Creo que no se puede dudar que eso haya

impactado negativamente en la mentalidad nacional.

b) El aspecto económico.- Toda profesión tiene una dimensión económica tanto a

nivel social como personal. La profesión

“presenta en primer término un carácter marcadamente económico, puesto que la

economía también se refiere a las necesidades humanas y al modo de satisfacerlas.

En efecto, las profesiones se desarrollan en el campo de la economía, obedecen a

causas económicas y producen efectos de la misma clase.” (Álvarez 1957, 171)

Así, los colegios profesionales también tienen que ver con esta función económica,

porque los colegios sirven para que sus miembros puedan acceder al mercado de

trabajo de forma organizada y vigilada. Pero no se puede negar que,

“aparte de esa 'iniciación' en los beneficios del mercado que el colegio

(intermediario entre el gobierno y la clientela) ofrece, puede funcionar y de hecho

funciona un mecanismo de control moral interno, a nivel de los colegiados.” (Regal

1988, 195)

Sin embargo, el sistema económico ha convertido en la sociedad en una “sociedad

de productores”, desvalorizando o cuestionando como actividad profesional a

aquellas que no producen lo que el sistema requiere. Es el caso de profesiones

como la filosofía, la literatura, la teología, el arte, etc. No obstante, mientras no se

entienda el producto en sentido reducido (técnico-científico), existe espacio

suficiente para justificar la existencia de todas estas actividades. Los bienes que

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una sociedad requiere no sólo son económicos, sino existe toda una gama que está

en relación con las necesidades espirituales, intelectuales, estéticas y vitales.

Además, este aspecto económico de la profesión no sólo significa que los

profesionales accedan al mercado de trabajo, sino que la actividad profesional se ha

convertido en el medio económico de subsistencia de los profesionales. La profesión

“nos proporciona los medios económicos de satisfacer las necesidades privadas, las

personales y las domésticas. La actividad profesional es hoy la fuente normal de

ingresos de todo individuo que no vive a costa de los demás.” (Álvarez 1957, 173)

Sin duda, este aspecto también se relaciona con el siguiente. Pero debido a las

condiciones económicas del sistema capitalista, las personas no suelen ver al

trabajo, y a la actividad profesional en particular, como una dimensión que de

sentido a sus vidas. Es visto como medio para conseguir riqueza y poder, no como

parte de su realización personal. La alienación de la economía, del trabajo y de la

actividad profesional son factores que deben ser tenidos en cuenta para pensar una

ética profesional.

c) El aspecto personal.- Por último, las profesiones también incluyen un aspecto

personal. Esto en un doble sentido. Por un lado, la práctica profesional requiere de

cierta vocación o aptitudes para prestar un mejor servicio. Por otro lado, las

profesiones moldean generalmente todas las demás áreas de la vida de un

profesional.

“La vida de cada uno se organiza alrededor de su profesión de tal suerte que si ésta

falta suele aquélla desarticularse. Semejante organización afecta a la vez la vida

privada y pública del individuo. Hábitos, juicios, modos de pensar y hacer, formas

de acción internas y externas dependen de la profesión y por ella se explican. Tipos

de vida familiar, estilos de amistad también se derivan de la profesión en gran

medida.” (Álvarez 1957, 172-173)

Sostiene Camps que la vida profesional puede ser fuente de disfrute y

reconocimiento. En problema es con la “profesionalización absoluta”, es decir, está

cuando la actividad profesional ocupa toda la vida personal, fragmentando su vida y

viviendo en un espacio reducido. El trabajo se convierte en su único mundo,

generando un individualismo acorde con las necesidades del sistema económico

pero no con las mejores realizaciones humanas. El otro aspecto negativo de la

actividad profesional es la “pérdida de autonomía”, es decir, cuando lo único que

motiva a la actividad son los bienes externos del dinero, el éxito, el poder,

olvidando los bienes internos. (Camps 1993, 102-104)

En síntesis, como se habrá entendido, la moral está presente en cada aspecto de

una profesión: en lo social, económico y personal, dando sentido y legitimidad a la

actividad profesional. Más aún, la moral es la que enlaza cada dimensión, porque la

moral es la forma de vida que tenemos. Así, cada aspecto no está aislado del otro.

Cuando uno de los tres aspectos resulta enajenado, perjudicado por la

sobrevaloración de uno de ellos, vienen los problemas de inmoralidad, pérdida del

sentido de la actividad, frustración, formación de grupos de poder, etc.

La ética profesional tiene pues la tarea de articular los distintos aspectos, tarea

nada fácil pero que compromete totalmente. ¿Tendremos los profesionales el valor

de asumir ese reto? Sea que se asuma o no se asuma, ya se ha optado y en ambos

casos habrá consecuencias de las que deberemos responsabilizarnos.

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Curso: Ética Profesional. UPN Cajamarca, 2014

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(*) Artículo publicado en Gestión en el tercer milenio, Revista de Investigación de la

facultad de Ciencias Administrativas de la Universidad Nacional de San Marcos. Año

6, Nº 12, Lima, diciembre, 2013. pp. 71-80

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Aires: Orbis.