mística militar y cultura de defensa

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1 1 MÍSTICA MILITAR Y CULTURA DE DEFENSA LA CUESTIÓN MILITAR Y LA SOCIEDAD ESPAÑOLA. Fernando Ramos Profesor Titular de Derecho de la Información Universidad de Vigo (Conferencia Escuela Naval Militar el 8 de mayo de 2007) En el ámbito sociológico, mística es la parte visible de lo invisible. Mística viene de misterio. Ir más allá del significado material es penetrar en el conocimiento profundo, en el porqué de las cosas. Mística significa entonces la capacidad de conmoverse ante el significado profundo de las cosas. En la comunicación de toda organización es fundamental la capacidad de transferir el propio sistema de valores, el grado de motivación de quienes la integran y la creencia en la seguridad de lo que hacen y transmiten. Este clima se puede transmitir cuando lo que se hace proporciona la satisfacción y reconocimiento sociales. Pero es desfavorable cuando la motivación es escasa ya sea por frustración o por falta de reconocimiento. Entonces sobreviene la apatía, el desinterés. Existe, pues, una estrecha relación entre motivación, percepción y comunicación. La comunicación de las organizaciones está determinada por la percepción que tengan de sí mismas, expresada desde el punto de vista de la motivación. La idea comunicada se relaciona íntimamente la mística de esa organización. La cuestión a plantear es, pues, ¿existe actualmente una mística de las Fuerzas Armadas en orden a su propia función estratégica en cuanto a las tareas que la Constitución le confiere? ¿Cumple alguna función en orden a extender la cultura de la defensa nacional? Desde 1980, tanto las diversas disposiciones normativas sobre la materia como las declaraciones de los responsables políticos de lo que históricamente se ha llamado en España “el ramo de la Guerra” han

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MÍSTICA MILITAR Y CULTURA DE DEFENSA

LA CUESTIÓN MILITAR Y LA SOCIEDAD ESPAÑOLA.

Fernando Ramos

Profesor Titular de Derecho de la Información

Universidad de Vigo

(Conferencia Escuela Naval Militar el 8 de mayo de 2007)

En el ámbito sociológico, mística es la parte visible de lo invisible.

Mística viene de misterio. Ir más allá del significado material es penetrar en

el conocimiento profundo, en el porqué de las cosas. Mística significa

entonces la capacidad de conmoverse ante el significado profundo de las

cosas. En la comunicación de toda organización es fundamental la capacidad

de transferir el propio sistema de valores, el grado de motivación de quienes

la integran y la creencia en la seguridad de lo que hacen y transmiten.

Este clima se puede transmitir cuando lo que se hace proporciona la

satisfacción y reconocimiento sociales. Pero es desfavorable cuando la

motivación es escasa ya sea por frustración o por falta de reconocimiento.

Entonces sobreviene la apatía, el desinterés. Existe, pues, una estrecha

relación entre motivación, percepción y comunicación. La comunicación de

las organizaciones está determinada por la percepción que tengan de sí

mismas, expresada desde el punto de vista de la motivación. La idea

comunicada se relaciona íntimamente la mística de esa organización.

La cuestión a plantear es, pues, ¿existe actualmente una mística de

las Fuerzas Armadas en orden a su propia función estratégica en cuanto a

las tareas que la Constitución le confiere? ¿Cumple alguna función en orden

a extender la cultura de la defensa nacional?

Desde 1980, tanto las diversas disposiciones normativas sobre la

materia como las declaraciones de los responsables políticos de lo que

históricamente se ha llamado en España “el ramo de la Guerra” han

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insistido en la necesidad de extender sobre la sociedad española la cultura

de la Defensa, especialmente en el ámbito de la enseñanza y la formación de

la cultura social. No obstante, no se define qué se entiende por “cultura de la Defensa” ni mucho menos si esa cultura tiene algo que ver con el hecho de

que la sociedad conozca y valore al agente esencial, la organización

específica para la ejecución de la propia estrategia para la defensa nacional.

Dicho de otro modo, si la cultura militar forma parte o no de la cultura de

Defensa y si, en todo caso, esa organización denominada Fuerzas Armadas

(que históricamente se han llamado Ejércitos y Armada) debe conservar

alguna clase de personalidad o mística como lo hacen las organizaciones

semejantes en el resto de Europa. ¿Puede haber un ejército desprovisto de

esos elementos, fórmulas y referentes simbólicos que lo identifican como tal,

de esa mística de la organización?

La presencia de los emblemas en forma de logotipos de las Fuerzas

Armadas en los calzones de las selecciones masculina y femenina de

baloncesto constituyó en su día una sorprende apuesta del Ministerio de

Defensa para la difusión de una cierta imagen de la institución. La crítica a

esta curiosa proposición invita a una reflexión más profunda sobre la propia

imagen –y la estrategia que ha de construirla- de los ejércitos, su utilidad y

misiones, ante los propios ciudadanos que los sostienen.

La nueva concepción del Ejército español como instrumento al servicio

de la causa de la paz internacional ha contribuido a configurar una nueva

imagen que supere todos los tópicos y los prejuicios tan generalizados entre

los ciudadanos sobre la institución armada1. El actual fracaso de ejército

profesional en España2, ya que no se consigue cubrir las previsiones de

recluta, y en consecuencia, las plantillas mínimas de buques y unidades, se

justifica, pese a la alegría con que fueron recibidas las perspectivas

profesionales anunciadas, porque los jóvenes se quejan de no encontrar lo

que se les prometió y se critica la excesiva improvisación del Gobierno que

ha seguido una política contradictoria en este aspecto.

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El modelo ejército nacional, creado por la Revolución Francesa (el

Ejército era, por lo tanto, una institución nacional) fue un signo de

modernidad en su momento. En nuestro tiempo, el servicio militar

obligatorio entró en crisis por haber dejado de responder a la necesidad

continuada de aprendizaje y preparación exigidos por la evolución técnica

de los ejércitos modernos. Además, al descenso de la natalidad, muy acusado

en países como España, se unió la extensión generalizada de una cultura

antimilitarista y pacifista entre la juventud.

Las soluciones alternativas, dispuestas para afrontar tales carencias,

han causado enorme perplejidad en la opinión pública española3 y han sido

un repetido fracaso4. El Ejército español cerró el 2003 con el menor número

de soldados y marineros desde hace sesenta años, según el documento de

carácter restringido de la Dirección General de Reclutamiento. El Ministerio

de Defensa mantiene en filas a 68.802 efectivos de tropa en servicio activo

frente a los 86.000 previstos y lejos ya de los 102.000, mínimo que se fijó al

comienzo de la profesionalización. En medios militares se apremia a que

partidos políticos y fuerzas sociales definan un nuevo modelo de Ejército

para seguir garantizando la defensa nacional. En los últimos años de

existencia del servicio militar en España, el Ejército tenía una media de

200.000 hombres. En la Revisión Estratégica de la Defensa, publicada en el

año 2003, se afirma que son necesarios para las misiones asignadas unos

efectivos de entre 168.000 y 150.000 militares profesionales. No disponemos

ni de la mitad.

La falta de efectivos se refleja todos y cada uno de los elementos que

constituyen la institución militar, ya sean efectivos, logística o la propia

mística de la que se supone debe estar dotada una institución de esta

naturaleza.

Conviene recordar que el concepto de defensa nacional se fundamenta

en el ordenamiento constitucional y vincula a toda la sociedad en la

salvaguarda de la soberanía e intereses nacionales. La adopción por parte de

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España de una estrategia estrictamente defensiva (conforma al mandato

constitucional), compatible con la participación de nuestros soldados en

misiones de paz en el exterior constituye el eje del nuevo Concepto

Estratégico de la Defensa.

El fracaso de la política de reclutamiento para dotar a los Ejércitos y

la Armada de los elementos humanos, indispensables para cubrir las

propias plantillas mínimas, parece reflejar la premura con que se articuló

un modelo cuya puesta en práctica parece ahora que fue precipitada. No

obstante ese fracaso y falta de atractivo para captar elementos que deseen

integrarse en dichas organizaciones, la sociedad española, conforme las

cíclicas consultas que realiza el Centro de Investigaciones Sociológicas, tiene

una opinión crecientemente favorable de las Fuerzas Armadas, a lo que

contribuye decisivamente que gran parte de su actividad actual se centre en

actuar en misiones de paz o ayuda humanitaria en el exterior.

Dicho de otro modo, que en gran medida puede establecerse una

relación entre esa opinión favorable y el hecho de que muchas –no todas,

ciertamente- de las misiones que los soldados españoles desarrollan en

terceros países podrían ser ejecutadas con el mismo resultado por un

voluntariado organizado, no necesariamente encuadrado en una

organización militar, o simplemente por una ONG adecuadamente dotada

de medios.

MÍSTICA Y CONTRADICCIONES

Quiero referirme ahora a algunas de las curiosas contradicciones

que, desde el punto de vista de la mística, presenta la entidad Fuerzas

Armadas o Ejércitos, a las que nos referimos. Veamos algunos ejemplos:

1º. NINGÚN PAÍS NAVAL DEL MUNDO BAUTIZA SUS BUQUES CON

EL NOMBRE DE ALMIRANTES DERROTADOS O CAMBIA EL

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NOMBRE DE UN BUQUE EN CONSTRUCCIÓN CUANDO SE LA HA

COLOCADO LA QUILLA.

España lo hace. Ponemos a nuestros barcos el nombre de perdedores

y cambiamos el nombre a nuestros barcos ya vivos: el “Príncipe de Asturias” se llamaba en realidad “Almirante Carrero Blanco”. Se adujo que

no era “políticamente correcto” mantener el nombre del asesinado

presidente del Gobierno de la última etapa del Franquismo. Pero conviene

recordar que el almirante Carrero fue una pieza esencial en la decisión del

general Franco de nombrar a Juan Carlos de Borbón su sucesor a título de

Rey, entronizando una nueva monarquía electiva, por él establecida o

instaurada, como repetidamente insistió. S.M. el Rey, consecuente con su

origen, ha declarado siempre a sus biógrafos y en numerosas entrevistas

que, en su presencia, no permite que se hable mal de Franco: “El me puso”, dice. El buque “Roger de Lauria” se transformó el “Almirante Juan de

Borbón” por un capricho personal del almirante Torrente. Suma y sigue.

2º. LA PERVIVENCIA DE ALGUNAS INSTITUCIONES DEL PASADO –

RECIENTE- PROVOCA CONFUSIONES INNECESARIAS SOBRE LA

PRIMERA LEALTAD DEL SOLDADO: LA NACIÓN.

La lealtad no es una fidelidad personal a un individuo, sino a la

nación entera.

¿Por qué S.M. el Rey es y que alcance tiene su condición de jefe

supremo de los Ejércitos, cuando carece de responsabilidad personal, sus

actos válidos jurídicamente deben ser refrendados por un ministro, y es el

gobierno, quien según la Constitución dirige la política de defensa?

¿Distinguimos lo simbólico de lo real, de realidad?

¿Se entiende bien el carácter meramente simbólico de la jefatura que

ostenta? ¿Se tiene claro que el Rey no es un poder, sino una institución y

que la soberanía –por lo tanto el único Soberano- es el pueblo español, “del que emanan todos los poderes del Estado” (Art. 1.2)

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S.M. El Rey Juan Carlos I no iba a seguir estudios militares algunos.

Su padre tenía previsto que estudiara Sociología en Lovaina. Fue el

general Franco quien diseñó su carrera militar. No es un modelo conocido.

Otros príncipes, por ejemplo, los ingleses, siguen una carrera completa en

una academia determinada. El paso simbólico por las de los dos ejércitos

(Tierra y Aire) y la Armada, que se repite con el actual Príncipe de

Asturias, no ha sido nunca una pauta para la formación real en la vida

militar como una carrera pautada.

En las academias militares de otros países, los vástagos de la Corona

no disfrutan de privilegios, no poseen una camareta particular ni una

habitación permanente en el parador de turismo o castillo más cercano.

Durante su vida militar son uno más, incluidos, en su caso, los castigos de

verdad que en la Royal Navy han sido incluso físicos en forma de azotes.

La vinculación personal del Rey a la institución militar es muy

reciente y su inventor Cánovas del Castillo.

En su libro “Historia del Ejército en España”5, Fernando Puell de la

Villa, lo explica con detalle:

La iniciativa de vincular al titular de la monarquía con las Fuerzas Armadas fue uno de los aspectos más originales de la política canovista. Tal decisión dio origen a una particular forma de interpretar el papel institucional de los militares y contaminó la cultura política de la oficialidad española hasta los años de la Transición a la democracia.

Es evidente que la situación de partida era comprometida. Las Fuerzas Armadas habían sufrido durante el Sexenio la más grave crisis existencial de su historia. A su término, el cuerpo de oficiales, apiñado en torno al generalato, había experimentado que, actuando unido, era el árbitro indiscutible de la política nacional, y los generales-políticos habían elevado el listón de sus expectativas: en el futuro, no se iban a contentar con liderar o respaldar una determinada opción de partido. (…)

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Desde el punto de vista institucional, la introducción del concepto prusiano rey-soldado fue el más trascendental de los diversos resortes concebidos por la Restauración para civilizar la vida pública. Su implantación se inició mediante una hábil política de gestos, refrendada después constitucional y legislativamente.

En la actualidad, estamos tan habituados a contemplar al rey con uniforme militar que asumimos esta costumbre con naturalidad. Tal uso, sin embargo, es relativamente reciente. Aunque tradicionalmente los monarcas ejercían el mando directo de las tropas en campaña, Carlos V fue el último en hacerlo habitualmente y, desde mediados del siglo XVI, sólo en cuatro ocasiones lo harían sus sucesores: Felipe IV en 1634, Felipe V en 1705, Carlos III en 1762 y Carlos IV en 1802. A ninguno de ellos, sin embargo, se le pasó por la mente vestir de uniforme para la ocasión ni investirse de un determinado empleo militar, y mucho menos hacerlo en tiempo de paz. (…)

El que más atrajo la atención de Cánovas fue el que vinculaba la jefatura de las Fuerzas Armadas al káiser, asignándole el título de comandante general de los ejércitos, por lo que decidió preparar al príncipe Alfonso para que desempeñara dicha función cuando ocupara el trono. El objetivo era que la figura uniformada del monarca, a la cabecera del escalafón, impusiera respeto y disciplina entre los generales con aspiraciones intervencionistas.

El príncipe fue enviado a Viena para que asimilara el ambiente militarista del imperio austríaco. Luego emprendió una gira por diversos países europeos en la que predominaron las visitas de carácter castrense, culminada con su ingreso en la Royal Military Academy, a fin de redondear su formación en la cuna de la oficialidad inglesa, la más respetuosa de las europeas hacia el régimen parlamentario. FUE LA PRIMERA VEZ QUE UN MONARCA ESPAÑOL RECIBIÓ ESTE TIPO DE EDUCACIÓN, Y SENTÓ UN PRECEDENTE OBLIGADO PARA LA DE SUS SUCESORES.

Apenas llevaba Alfonso XII tres meses en Sandhurst cuando Martínez Campos precipitó su proclamación. Al llegar a Barcelona a primeros de enero de 1875 y por consejo de su primer ministro, se encasquetó el uniforme de capitán general -prenda que hubo de confeccionarse precipitadamente-, y de esa guisa hizo su solemne entrada en Madrid. Era la primera vez en la

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historia contemporánea que el rey de España se presentaba ante la nación con arreos militares, seguramente para el alborozo de éstos y la sorpresa de la población. Pocos días después, marchó al norte, a ponerse al mando de las tropas enfrentadas a las que lideraba el también uniformado pretendiente carlista.

En febrero de 1876, los carlistas fueron derrotados y Alfonso XII desfiló triunfalmente por las calles madrileñas al frente de 50.000 hombres, rodeado del Estado Mayor de Operaciones que el Ministerio de la Guerra había puesto bajo sus órdenes directas durante la campaña. El desfile duró seis horas; los madrileños jalearon el espectáculo, lanzando palomas, versos, flores, cigarros y monedas a los eufóricos soldados; los militares marcharon orgullosos tras su rey, y en la retina de unos y otros quedó vinculada la figura del joven monarca con la institución militar.

La Constitución de 1876 refrendó enseguida esta política de gestos a través de la atribución a la Corona del «mando supremo» de los ejércitos. Tal cláusula no tenía antecedente alguno, salvo los muy imprecisos que aparecían en las de 1812 y 1869, ambas redactadas en circunstancias muy excepcionales.

Dos años después, la Ley Constitutiva del Ejército precisó la amplitud de atribuciones del «mando supremo». El proyecto inicial no hacía referencia al mandato constitucional, pero el general Concha sacó el tema a debate en el Senado y Cánovas aceptó incorporar su propuesta al texto definitivo, aunque con ciertos matices.

Concha consideraba que la Constitución atribuía al rey el ejercicio total del mando, sin necesidad del preceptivo refrendo gubernamental. El presidente asumió que el monarca lo ejerciera así en tiempo de paz, pero no consintió que se pusiera al frente de unidades armadas en tiempo de guerra sin la previa aprobación del Consejo de Ministros.

El posterior trámite en el Congreso se centró en la misma cuestión y, al hilo del debate parlamentario, el órgano de prensa gubernamental -el periódico La Época- fue el instrumento utilizado para dar cuenta a la opinión pública

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de las razones que aconsejaban introducir en la ley tan controvertido tema. (…)

La forma definitiva que la Ley Constitutiva de 1878 dio a este precepto suscitaba graves dudas sobre su constitucionalidad, aparte de hacer recaer sobre el monarca la posible responsabilidad de una derrota y permitir que el rey, sin contar con sus ministros, ejerciera libremente su prerrogativa en tiempo de paz.

En 1887, durante la regencia de María Cristina, el general Cassola, ministro de la Guerra de Sagasta, llevó a las Cortes otro proyecto de ley constitutiva que modificaba parcialmente la redacción anterior. Canalejas, presidente de la comisión del Congreso que lo dictaminó, consideró acertadamente que la cuestión era una constante fuente de conflictos para el correcto funcionamiento de las instituciones y eliminó cualquier referencia al tema, decisión que provocó una airada reacción por parte de Cánovas.

Sagasta se libró del polémico ministro y ofreció una solución de compromiso. La prerrogativa regia del mando directo de tropas se recogió en el texto definitivo de la llamada Ley Adicional a la Constitutiva, publicada en 1889, pero se regularon las dos cuestiones más conflictivas. La responsabilidad del monarca quedó a salvo, mediante el refrendo de las órdenes que diera en tiempo de guerra por el general que mandara las tropas, y se restringió la libertad de que ejerciera dicha prerrogativa en tiempo de paz, sin consulta previa al Consejo de Ministros.

Todo lo anterior no es sino un síntoma de las especialísimas relaciones establecidas entre la Corona y las Fuerzas Armada…..”

Hay otro aspecto no menos relevante en este fenómeno que tantos y

tan graves problemas nos deparará en el futuro. Cánovas deseaba,

mediante la adhesión personal de los Ejércitos a Alfonso XII, poner coto al

escándalo nacional que significaba el reconocido hecho de que su padre no

fuera el augusto esposo de la Reina, Francisco de Asís de Borbón, sino el

apuesto teniente de ingenieros Enrique Puigmoltó, amante de turno de

Isabel II.

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Lo que era público y reconocido entonces no lo es menor en nuestros

días, en que se han publicado numerosas obras de incuestionable rigor

donde tal evento queda probado. Curiosamente, algunas de las evidencias

más palpables se recogen en los documentos vaticanos del proceso de

beatificación del Padre Claret, confesor de la Reina. Durante decenios, los

carlistas motejaban a sus primos de la rama liberal “los puigmoltejos”.

No puede olvidarse tampoco otra curiosa circunstancia: Francisco de

Asís de Borbón era hijo de Francisco de Paula de Borbón, hermano menor

de Fernando VII, a quien las Cortes de Cádiz privaron de todo derecho de

sucesión a la corona, ante la evidencia de que no era hijo de Carlos IV, sino

del odiado Manuel Godoy.

Pese a que su formación militar apenas pasó de los ejercicios de

orden cerrado en el Campo del Moro, Alfonso XIII acentuará el carácter

militarista de la monarquía. Apenas investido Rey, es el propio conde de

Romanones quien tiene que recordarle sus deberes constitucionales,

cuando en la primera reunión del Consejo de Ministros, anuncia que se

arroga y reserva todas las competencias en cuestión de nombramientos y

asuntos militares. E incluso llega a cometer la imprudencia de confesar

ante los oficiales de alguna guarnición que “actúo en todo momento como delegado vuestro”. Alfonso XIII hará de los militares su propio partido.

3º. ALGUNA DE NUESTRAS MÁS ALTAS CONDECORACIONES TIENE

UN ORIGEN INFAMANTE

El profesor Carlos Seco Serrano, en su prólogo del libro de Miguel

Artola, “La España de Fernando VII”6, escribe:

“Ya en torno a los acontecimientos de 1807. se produce el equívoco que ha de prevalecer a lo largo de la guerra de la independencia. La conspiración del príncipe contra sus padres se convierte, en la imaginación del pueblo, en la conspiración de los padres, embaucados por el traidor Godoy, contra el hijo mártir, al que se

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compara con San Hermegildo –y no mucho después, esta transfiguración romática de Fernando VII se concretará en la Orden de San Hermenegildo, vinculada, como la Cruz Laureada de San Fernando, a la memoria escasamente heroica del primogénito de Carlos IV”.

Dicho de otro modo: tanto la Cruz Laureada de San Fernando como

la Cruz de San Hermenegildo están vinculadas a la memoria de quien la

historia conocerá como el Rey Felón, capaz de felicitar a Napoleón por sus

victorias en España sobre los españoles que trataban de devolverle el

trono, luego de que los Borbones (Carlos IV) hubieran liberado a éstos

(Proclama de Burdeos de 12 de mayo de 1808) de sus obligaciones para con

la corona que encarnaban.

La Real Orden Nacional de San Fernando fue creada el 31 de agosto

de 1811 por las Cortes de Cádiz, y la San Hermenegildo en 1814 por el

propio Fernando VII.

Esta condecoración que premia la constancia en el empleo militar

tiene la curiosidad de que en su anverso lleva la cifra real de Fernando VII,

es decir, el rey que felicitaba a Napoleón por sus victorias sobre los

españoles que trataban de devolverle el trono.

4º. LA VERGÚENZA DE LA SOLICITUD Y MEJORA DE RECOMPENSA

Y EL MODO DE OTORGAMIENTO DE CONDECORACIONES

No ha ayudado dada a la mística o el respeto militar, la pervivencia

en nuestros Ejércitos de la propia capacidad personal para auto proponerse

para cruces o medallas o ascensos. Y aún peor la vergonzosa figura de la

solicitud de “mejora de recompensa”, de la que repetidamente hace uso el

general Franco, quien no contento con los premios repetidos que recibe, llega

a considerarlos escasos y solicita más. De deja de ser curiosa esta figura que

refleja el grado de degradación a que se ha llegado en cuanto a medallas y

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condecoraciones entre quienes se supone que deberían sentirse

suficientemente pagados con el mero cumplimiento del deber, como

cualquier otro ciudadano o funcionario. La llamada legítima ambición, que

tanto se pregonaba como estímulo del soldado llegó a devenir en una

desvergonzada carrera para conseguir premios y entorchados más allá de la

propia capacidad personal, con repetida frecuencia evidente.

Punto y aparte es el modo y criterio con que se han otorgado a lo largo

del siglo XX las principales condecoraciones en el Ejército español. Viene a

cuento citar previamente al mariscal Montgomery, héroe del Alamain, quien

preguntado en una ocasión sobre cuál había sido su primera prioridad, su

principal preocupación como general, respondió sin dudar: “La mía es la que debe ser la primera responsabilidad de un general: no exponer innecesariamente e inútilmente la vida de sus soldados”.

Pues bien, un criterio objetivo, vigente en los Ejércitos españoles, a la

hora de otorgar los mayores honores, hablamos de un criterio objetivo,

radica en valorar la propia eficacia del enemigo y nuestra propia ineficacia.

Es decir, que para determinar el heroísmo y el valor se cuenta el número de

bajas propias en una determinada acción, cuando más lógico parece que la

eficacia indicara justamente contar en sentido contrario.

5º. HIMNO NACIONAL

España no tiene himno nacional propiamente hablando. Dicho más

claro: históricamente no ha tenido otro, en sentido estricto, que la Marcha de

Riego. Lo que evidentemente conocemos como Himno Nacional o Marcha

Granadera, en realidad no fue establecido como tal hasta 1942. Hasta

entonces era la marcha que se interpretaba cuando aparecían en públicos los

Reyes y, a falta de otra cosa, pasó a representar a la nación española.

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Técnicamente, España carece de himno nacional, porque un himno es

algo que se canta. Cuando nuestro país compite en un torneo intencional,

por ejemplo con Francia, los franceses entonan a pleno pulmón su

Marsellesa, en tanto las gradas españolas tararean el “Chunda chunda”.

Cierto que la Marcha Real ha sido siempre el Himno de España,

salvo durante la II República (1931-1939), cuando se adoptó el "Himno de

Riego", una marcha de los Batallones de las Milicias Nacionales de

principios del siglo XIX. Acabada la Guerra Civil, el Himno volvió a ser La

Marcha Real, bajo su viejo nombre de La Marcha Granadera, tras Decreto

del General Franco.

El Decreto de 17 de julio de 1942 declara Himno Nacional el conocido

por Marcha Granadera, sin incluir ninguna partitura, por lo que se entiende

que continuó vigente la versión del Maestro Pérez Casas (tres repeticiones

de la Marcha Granadera, idénticas la primera y la tercera, y cambiando el

tono la segunda).

Su origen es desconocido. Se ha encontrado su partitura en un documento del año

1761, el "Libro de Ordenanza de los toques militares de la Infantería Española" cuyo autor

es Manuel Espinosa, en la que aparece el Himno con el nombre de la Marcha Granadera, ya

por entonces de autor desconocido. Desde mucho antes, los Granaderos del Rey iban al

combate y desfilaban ante la Familia Real a los sones de su Marcha.

El escritor Hugo Kehrer sostiene que fue Federico el Grande de Prusia quien compuso

dicha obra, aunque no hay pruebas que sustenten dicha afirmación. Algunos historiadores,

como el Padre Otaño, subrayan las similitudes entre la Marcha y algunos aires militares de

la época del Emperador Carlos I de España y V de Alemania, o de su hijo Felipe II (siglo

XVI), partiendo de la hipótesis de que en la Cantiga nº 42 de Alfonso X el Sabio hay una

frase de nuestro Himno.

El 3 de septiembre de 1770, el Rey Carlos III declaró 'Marcha de Honor' a

la 'Marcha Granadera', y con ello formalizaba la costumbre de interpretarla

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en actos públicos y solemnes. La costumbre y el arraigo popular la erigen en

Himno Nacional, sin que exista ninguna disposición escrita.

En poco tiempo, los españoles consideraron a La Marcha Granadera como

su himno nacional y la llamaron "La Marcha Real", porque era interpretada

en los actos públicos a los que asistían el Rey, la Reina, o el Príncipe de

Asturias.

Después de la "Revolución Gloriosa" de 1869, el General Prim convocó un Concurso

Nacional para crear un Himno Oficial. El Concurso se declaró desierto, aconsejando el

Jurado que la Marcha Granadera continuara como Himno.

La versión del Maestro Pérez Casas

La Real Orden Circular de 27 de agosto de 1908 dispone que las bandas militares

ejecuten la Marcha Real Española y la Llamada de Infantes, ordenadas por el músico

mayor del Real Cuerpo de Guardias Alabarderos, Maestro D. Bartolomé Pérez Casas,

natural de Lorca (Murcia). El rango de la norma restringió su publicidad, pues se dirigió a

todas las bandas militares, ordenándose que se insertara únicamente en la "Colección

Legislativa del Ejército", y no en la "Gaceta de Madrid" o en la "Colección Legislativa de

España", publicaciones oficiales en las que se recogían todos los Reales Decretos cuyo

conocimiento y alcance era de interés general.

Como indicamos, La Marcha Real es uno de los raros casos de Himno

Nacional que sólo tiene música, y no letra. Durante el reinado de Alfonso

XIII se compuso una letra que nunca fue oficial ni llegó a cuajar en la

tradición popular (fue realizada por el autor teatral Eduardo Marquina).

Durante la dictadura de Franco (1939-1975) el Himno se cantaba a

veces con los versos del poeta José María Pemán. Tampoco estos versos

fueron nunca reconocidos oficialmente.

Nuevas adaptaciones

Tras la aprobación de la Constitución Española el 27 de diciembre de 1978, regulados el

uso de la Bandera y la descripción del Escudo de España en las Leyes 39/1981, de 28 de

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octubre y 33/1981, de 5 de octubre, respectivamente, parecía procedente configurar

jurídicamente el Himno Nacional de España, completando la normativa por la que se han

de regir los símbolos de representación de la nación española.

Con este fin, desde la Presidencia del Gobierno se promovió la creación de un grupo de

trabajo (integrado por miembros de la sección de música de la Real Academia de Bellas

Artes de San Fernando y representantes del Ministerio de Economía y Hacienda, Educación

y Cultura, Defensa y Administraciones Públicas), que encargó al Maestro D. Francisco

Grau Vegara, Director de la Banda Real del Palacio, que hiciera una nueva adaptación del

Himno.

Finalmente, y tras el informe favorable de la Real Academia, se aprobó una versión de la

Marcha Granadera que, respetando la armonización del Maestro Pérez Casas, recupera la

composición de su época de origen, despojándola de cambios de tono impropios del siglo

XVIII.

El Maestro D. Francisco Grau Vegara orquesta dicha armonización, tanto para orquesta

sinfónica como para banda, y una reducción para órgano que puede servir para

interpretaciones por un cuarteto, etc. Con el fin de fijar el tiempo más conveniente, se

aprobó finalmente, de acuerdo con el informe de la Real Academia, que fuera el de M.M.

J=76, con lo cual queda una duración del Himno con su normal estructura AABB de 52

segundos y, en su versión breve AB, de 27 segundos.

LA CURIOSA HISTORIA DEL HIMNO DE RIEGO

Seguimos el relato de José Esteban Gonzalo, quien subraya el hecho

de que el siglo XIX haya en España el tiempo de los himnos. Ya en 1808

aparece el Himno de la Victoria, con letra del poeta Arriaza y música de

Fernando Sor. En 1809 se impone el titulado Los defensores de la Patria y

año tras año se van subrayando los diversos acontecimientos históricos con

otros himnos, de los que se recuerdan: A las víctimas del dos de mayo, con

letra de Juan Nicasio Gallego y música de Rodríguez Ledesma; A la entrada del Duque de la Victoria a Cádiz; Al pendón morado; Al restablecimiento de la Constitución, etc. Existió también, y fue muy popular, el Trágala, con el

que los liberales zaherían a sus adversarios absolutistas y que tomó su

nombre del estribillo: "Trágala, trágala, tú servilón" y que ha dado lugar a

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un sustantivo registrado en el Diccionario de la Real Academia Española.

Otro, la Marcha de Cádiz, se convirtió en himno popular durante la guerra

de Cuba y no son pocos los que habrán oído el Gloria a España, de Clavé.

Entre los himnos regionales, los más difundidos son el Guernikakoarbola, del versolari Iparaguirre, Els segador y el himno gallego de Pondal.

Pero de todos estos himnos, nacidos la mayoría de ellos en los azarosos

días del absolutismo y por tanto invocaciones a la libertad perdida, el de Riego, a Riego, como escribieron sus autores, es el que ha tenido mayor

fortuna. Tanta que muy pronto, el 7 de abril de 1822, fue declarado

oficialmente himno nacional. Himno que sólo entonaron los liberales y luego

los republicanos, sino también el propio Fernando VII, desde uno de los

balcones del Palacio Real de Madrid ante un enfervorecida multitud.

Así mismo, el Himno de Riego fue proclamado himno y marcha oficial de

la Segunda República española, a pesar de ciertas resistencias que

consideraban su música ramplona y poco adaptada las circunstancias. Por

ello, la noche del 27 de abril de 1931 se dio a conocer en el Ateneo madrileño

una composición con letra de Antonio Machado y música de Oscar Esplá, dos

hombres prestigiosos, con el de que fuera declarado himno nacional. La

interpretaron ante la presencia de Don Manuel Azaña, ateneísta de pro y

futuro presidente de la República- la entonces famosa cantante Laura Nieto

y la prestigiosa Banda Real del Cuerpo de Alarbaderos, ya suprimida y

cuyos maestros vestían el clásico esmoquin.

Al día siguiente del estreno, el diario El Sol, de tan destacada influencia,

opinó que "si se desecha el actual himno (se refería a la Marcha Real) no

debe ser aceptado ninguno de los conocidos hasta ahora, pues son muy

malos. El que ayer ejecutó la Banda de Alarbaderos, convertida en banda

republicana, original del maestro Esplá, es una pieza poco inspirada, basada

en la opereta El desfile del amor".

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La realidad es que este nuevo himno carecía de esa solemnidad marcial y

de esa garra popular y cierta pegadiza sonoridad que debe tener toda

composición que aspire a convertirse en himno de una colectividad. Por ello,

y gracias a la insistencia de Azaña, que se consideró heredero de los

liberales del siglo XIX, el himno de Riego fue proclamado oficialmente

himno de la República española. Así, y por dos períodos liberales y

progresistas, ha sido el himno de todos los españoles.

"El Himno de Riego -escribió Pío Baroja-, no cuajó en la segunda república porque carecía de relación, exacta o aproximada, con ella. El himno, decía, es callejero y saltarín; la República fue sesuda y jurídica. La República no era heredera de los hijos del liberalismo –Mina, Riego, el Empecinado-, sino más bien obra de los hijos espirituales de Salmerón, Pi y Margall y Ruiz Zorrilla."

El novelista vasco atribuye este fracaso a la letra. Los liberales,

escribe, no supieron adaptar las palabras a cada momento histórico y

pecaron de académicos o de ramplones y llega a sentenciar:"Hay que

reconocer que oficialmente y popularmente, no tiene letra".

Sin embargo, el Himno de Riego tuvo letra desde su nacimiento en febrero

de 1820, y fue adaptando muchas más a lo largo del tiempo. Su primer autor

fue el compañero de Riego y figura relevante a lo largo del siglo XIX,

Evaristo San Miguel. Asturiano como Riego, liberal y escritor, tenía como el

autor del levantamiento en Las Cabezas de San Juan, alma ardiente y un

espíritu exaltado.

Esta letra que ha llegado hasta nosotros, se encuentra recogida en el

opúsculo que "el ciudadano Mariano Cabreriza dedica al ciudadano Riego y a

los valientes que han seguido sus huellas", donde se recopilan una colección

de canciones patrióticas de la época.

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Existía otra letra de Alcalá Galiano que decía:"Patriotas guerreros/blandió los aceros". Según la maliciosa suposición de este último,

a Riego no le gustó este texto porque su nombre no se mencionaba

expresamente. En 1836 se escribió una nueva letra titulada “La moderación”: "Que mueran los que claman/por la moderación/ para atacar los fueros/ de la Constitución".

Muchos años después, ya en vida de Baroja, un diario donostiarra

reprodujo como auténtica la letra anticlerical que todos conocemos: "Si los curas y frailes supieran/ la paliza que van a llevar/ subirían al coro cantando/ libertad, libertad, libertad".

Muy distinto es el caso del autor o los autores de la música. La mayoría de

los historiadores, siguiendo a Mesonero Romanos, da como autor a don José

María de Reart y Copons, militar heroico que había servido en el Ejército

español y perdió una pierna durante la guerra de la Independencia. Había

nacido en Peronan en 1784 y muerto en Madrid en 1857. Parece ser que se

sentía asombrado del éxito de su contradanza. Pero se ha atribuido a otros

muchos autores. Así, Grimaldi, en la revista El Averiguador, de 1871, la

atribuía al profesor don Manuel Varo, que la compuso en Morón y que era

músico mayor de la charanga de la caballería que Riego llevaba en su

columna.

Otra atribución de esta popular musiquilla aparece en la Historia de la

Revolución española desde la Guerra de la Independencia hasta la

Revolución de Sagunto, que dejó inconclusa Blasco Ibáñez. Aquí se dice que

el autor musical del Himno fue un tal Gomis. Debe referirse con seguridad a

José Melchor Gomis, músico mayor del regimiento de Barcelona y autor de

óperas, que se trasladó a Madrid en 1820 como director de músicos de la

Guardia Real.

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Pero lo cierto es que el tal Gomis fue sencillamente el adaptador del

himno para banda. Su autoría, en cambio, está clara en la ópera Riego en

Sevilla, que fue repuesta en Barcelona en 1854.

Pero no queda ahí la cosa. Adolfo Salazar, en su libro “Los grandes compositores”, dice que "entre los papeles inéditos de Barbieri se encuentra

una carta en la que se da como autor del Himno de Riego a un tal don

Antonio Hech, músico mayor del regimiento de Granada". El señor Hech, de

origen suizo y llegado a España cuando la Guerra de la Independencia,

habría escrito el himno en 1822, por lo cual recibió una recompensa de las

Cortes que se trocó después en persecuciones. La proposición presentada a

las Cortes en abril de 1822, para que se declarara oficial el Himno, no

menciona a su autor. El acta dice que se trata de una marcha

verdaderamente española.

Por si todo esto fuera poco, don José María Sans Puig, en un trabajo

titulado Riego, un mito liberal, aparecido en Historia y Vida, añade que

también al Himno se le da un origen anónimo. "Quien presencie las fiestas patronales de los pueblos del hermoso valle de Benasque, podría oír una típica y alegre danza popular llamada Aball de Benasque", cuyo origen se

pierde en la noche de los tiempos. A esta música le acompaña el seco e

insistente repiqueteo de unas castañuelas de madera de haya de gran

tamaño.

Lo curioso es que cuando en el verano de 1939, los del valle de Benasque

intentaron danzar su tipiquilla musiquilla, las autoridades franquistas se lo

prohibieron, ya que les pareció totalmente el republicano Himno de Riego.

Los del valle manifestaron entonces que ellos nunca bailaron el popular

Himno, sino que, por el contrario, fue el famoso general asturiano el que

había copiado y adaptado su música para servir a la revolución liberal.

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¿Qué hay de cierto en toda esta historia? Nunca lo sabremos. Pero lo que

hoy nos interesa comprobar es la pervivencia y popularidad del llamado

Himno de Riego, que a pesar de su persecución en diferentes periodos de la

historia reciente de España sigue conservando ese tonillo liberal y callejero,

al que muchos españoles somos tan aficionados. Porque algo tendrá esa

controvertida contradanza cuando, como a Homero y Cervantes, se la

disputan tantos y tan variados músicos.

LA ETAPA BONO

A los pocos días de su discurso en el Centro Superior de Estudios de

la Defensa Nacional, el 20 de mayo de 2004, por parte del ministro de

Defensa, José Bono, se produjo un hecho en el puerto de Vigo que dejó

descarnadamente de manifiesta la situación real de los ejércitos españoles

y el abandono en que se hallan –junto con la dramática falta de efectivos-

la propia mística de la organización en cuanto al modo en que debe

desarrollarse un acto público de carácter simbólico ante la sociedad civil.

Los asistentes al acto de abanderamiento de un patrullero, adquirido

por el Ministerio de Agricultura, pero que se integra en los medios de la

Armada para la protección de la actividad pesquera, quedaron perplejos

ante los fallos de protocolo y ceremonial militar con que se desarrolló la

ceremonia (co presidida por la ministra de Agricultura y Pesca, Elena

Espinosa, y el propio Bono). La compañía de honores, improvisada con

diversos elementos de marinería e Infantería de Marina carecía de la

adecuada instrucción militar. Su número de efectivos era tan reducido que

la formaron se estiró para aparentar lo que no era. La parada resultó

caótica. Bono pareció no enterarse.

Curiosamente, en el discurso antes referenciado, el ministro Bono7

había dicho: “No quiero ser un adorno adosado a las Fuerzas Armadas” Y

con referencia a la triple misión que la directiva de la Defensa Nacional

1/2000 atribuye a los ejércitos (Defensa de España, instrumento de la paz

internacional y fomentar la conciencia de la defensa nacional) dijo:

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“En el escaso tiempo que llevo desempeñando el cargo de ministro he podido comprobar como algunos no alcanzan a comprender que los españoles tengamos necesidad de recibir explicaciones acerca de la necesidad de poseer, de financiar y de defender a nuestras Fuerzas Amadas. Para algunos es absolutamente inexplicable. Recientemente me manifestaban si no era acaso una extravagancia que en una Directiva de la Defensa Nacional, ni más ni menos, que en el tercer lugar de prioridades esté "Fomentar la conciencia de la Defensa Nacional". […] Como ministro de Defensa no puedo pasar por alto un hecho que me preocupa, me refiero a esa necesidad de trasladar a la conciencia ciudadana una convicción que otros países de nuestro entorno tienen asumida desde hace tiempo: la necesidad de ser defendidos, la necesidad de que los Ejércitos nos defiendan. Hablar de la defensa en una sociedad, es hablar de sus Ejércitos….

Precisamente, hablando de los ejércitos, resultó especialmente

conmovedora esta confesión del ministro que reconoce el estado real de las

cosas: “El contingente de tropa disminuye. Cuando se produjo el tránsito de las Fuerzas Armadas de leva obligatoria a un ejército profesional, se fijó el contingente necesario en más de 100.000 efectivos -una horquilla entre 102 mil y 120 mil-. La realidad es que hoy día no se llega a cubrir tal cifra y, especialmente, en la Armada es un problema nada despreciable. En los últimos años hemos descendido a un ritmo superior a 1.500 soldados o marineros por año”.

Pero el problema no es solamente de efectivos o de imagen ante la

sociedad; de eficacia y respaldo moral de los ciudadanos para cumplir las

misiones asignadas, el problema es de propia convicción. Dicho de otro

modo, se ha pasado de un modelo dixoniano al otro extremo, a un modelo

despersonalizado. Vamos a citar, a modo de secuencias cinematográficas o

flashes algunos casos sucedidos en España los últimos años:

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Primera secuencia: En el puerto de Vigo, coincide el buque insignia de

la Armada española, portaeronaves “Príncipe de Asturias” y un pequeño

buque de apoyo logístico británico. A la hora de arriar bandera, en el barco

inglés forma la guardia de honor. Un corneta y un contramaestre ejecutan

los toques de ordenanza sobre la cubierta con corneta y el chiflo marinero.

Es impresionante. En el buque insignia español, forma la guardia

rutinariamente y….se escucha el himno nacional por el sistema de

megafonía. Suena a lata.

Segunda secuencia: Los españoles lo vieron en televisión. El ministro

de Defensa Federico Trillo visita una academia de suboficiales del Ejército

de Tierra. Rinde honores la guardia de prevención. El corneta carece de

destreza en el manejo del instrumento. La escena es surrealista. Nadie sabe

qué son las notas descompensadas que salen del instrumento. Resulta

ridículo. Trillo aguanta con cara de circunstancias.

Tercera secuencia: Escuela Naval Militar. Como en todos los

establecimientos militares, las diversas secuencias de la jornada se

señalaban a toque de corneta. En este no los hay en la banda. El jefe de

estudios ordena al director de la unidad de música que lo resuelva. La

solución propuesta es que cada maestro de banda haga los toques por turno,

con su instrumento propio: es decir, saxo, flauta travesera, trombón,

bombardino, clarinete, platillos….Se desiste. Ya no se realizan toques que

marquen la jornada militar. Pasa lo mismo en otros centros.

Cuarta secuencia: El día de las Fuerzas Armadas en Barcelona ha de

celebrarse fuera del casco urbano, en Montjuit, luego de que el

Ayuntamiento y la Generalitat rechacen que se celebre una parada militar

en el casco urbano de la ciudad condal.

Quinta secuencia: Debido a la falta de efectivos, desaparecen

prácticamente las bandas de guerra (de cornetas y tambores). La música

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militar de las unidades se improvisa sobre la marcha con los elementos que

se pueden reunir, según la propia sensibilidad de los mandos. Mientras,

Algunas empresas españolas (Porcelanosa) o la organización de la Feria

Mundial de la Pesca contratan para amenizar sus eventos en España a

banda militares extranjeras, como la Banda de la Guardia Galesa que

monta guardia en Buckingham Palace, en Londres.

Sexta secuencia: Desaparece el concepto de cortesía militar como

valor permanente. Los militares profesionales no tienen la obligación de

mostrarla con sus mandos durante sus horas de descanso. Solamente se les

requiere durante las horas de servicio. Un coronel es arrestado por

amonestar a un comandante en estas circunstancias.

Séptima secuencia: Dentro de la política de la externalización de

servicios, el Ministerio de Defensa suprime los resguardos a cargo de

centinelas propios en los establecimientos militares, entre otros la propia

Academia General Militar. Se hacen cargo de esa función vigilantes jurados

de empresas privadas de seguridad.

Octava secuencia: Se suprimen elementos tradicionales de la

iconografía y simbología militar mantenida durante siglos en emblemas,

escudos, divisas, guiones, prendas, astas y moharras, utillaje e impedimenta

militar que otros ejércitos como el británico tienen a gala mantener. En los

cambios de heráldica militar llama la atención la del I Tercio de la Legión,

entre otros, y las divisas y los guiones de la Caballería.

El lema “Todo por la patria”, divisa del Ejército español llega a

desaparecer de los frontispicios de los cuarteles.

Novena secuencia: En algunas ocasiones, ante la falta de unidades y

efectivos, se ha llegado a improvisar una compañía de honores para un acto

solemne, extrayendo una bandera de una unidad disuelta, depositada en el

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Museo Militar para aparentar que se trataba de una compañía real. Ocurrió

en La Coruña. La bandera está vinculada en el Ejército español a una

unidad tipo regimiento, buque o academia militar. Cuando la unidad se

disuelve, pasa al museo.

Tras estos ejemplos, no se trata de proponer la restauración del

modelo dixoniano, sino de describir una situación real y de considerar si,

realmente, los ejércitos deben conservar cierta mística y si esa cultura

propia, específica debe ser conservada como elemento de cohesión de una

organización que se caracteriza por asumir determinadas funciones

representativas y simbólicas, como los honores de la bandera nacional y los

demás símbolos nacionales.

En 2003, el Ministerio de Defensa publicó un esencial documento

sobre “la Revisión Estratégica de la Defensa” en la confianza de que sus

reflexiones se proyecten hacia los próximos diez o quince años. El presidente

Aznar dijo entonces que la perspectiva de las misiones internacionales que

asumen nuestros Ejércitos no debe hacernos perder de vista su función

primigenia de atender a la defensa del propio territorio nacional y la acción

disuasoria frente a cualquier amenaza exterior. Pero como concluye Jesús

María Ruiz Vidondo8, “desgraciadamente, no hay una cultura de defensa y creo que lo tenemos muy difícil para conseguirla. Desde la Escuela se debe fomentar esa cultura de defensa y eso en nuestra sociedad es muy difícil. No se puede crear una cultura de defensa en España porque para tener esa cultura es necesario primero crear un sentimiento patriótico que, desgraciadamente, hoy en día no tenemos”. Existe una enorme controversia

al respecto.

Quizá para fomentarla, las autoridades de Defensa han tenido ideas

tan curiosas como la de lanza un videojuego, cuyo contenido reproduce las

misiones humanitarias que realizan los ejércitos españoles en el extranjero o

patrocinar espacios deportivos en televisión.

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¿Sirve para algo, esa mística de los Ejércitos y su manifestación

externa? Pese al pesimismo de Vidondo, oficialmente, la mayoría de los

españoles (85,2 por ciento) se sentiría muy o bastante orgulloso de ser

español, frente al 12 por ciento que dice sentirse poco o nada, según un

estudio del CIS realizado en febrero de 2005. Es de destacar que este dato

del 85 por ciento de españoles orgullosos de serlo se mantiene estable a lo

largo de la última década.

La encuesta analizó la opinión de los españoles sobre la "Defensa

Nacional y el Ejército" y, al hilo de ello, el sentimiento de los españoles sobre

distintos símbolos nacionales. De esta manera, si el orgullo de ser español es

bastante mayoritario, el porcentaje es menor cuando se analiza el

comportamiento ante los símbolos nacionales, aunque sigue siendo

mayoritaria la percepción favorable.

Así, el informe del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS)

revelaba que (recordamos que fue realizado en febrero de 2005), el 23,1 por

ciento de los españoles siente una emoción muy fuerte cuando ve la bandera

española en un acto o ceremonia y el 24,2 por ciento cuando escucha el

himno nacional. Junto a ello, hay un 35,7 por ciento que siente algo de

emoción con la bandera y un 35,2 por ciento con el himno. Pero noten que el

26,4 por ciento no siente nada especial cuando ve la bandera y que otro 24,8

por ciento no siente nada cuando escucha el himno nacional.

Según la encuesta del 2002, un 61,5 por ciento de los españoles

sentían emoción al ver la enseña nacional y el 62,7 por ciento al escuchar el

himno. En 2005, esos porcentajes se habían reducido. Un 56,8 se sienten

emocionados, algo o mucho, ante la bandera; mientras que el himno sólo

emociona al 59,4 por ciento de los ciudadanos. En 2002, este porcentaje era

del 62,7.

No deja de ser curioso que, pese al efecto emocional que parece

producir entre los ciudadanos, el uso de la bandera en los actos castrenses se

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restringe al hecho de que al mismo asista el Rey. Caso contrario, en el actual

protocolo militar, tras recibir los honores correspondientes en la parada, la

enseña se retira. Poco puede emocionar a los ciudadanos.

1 Díez Alegría, en su libro "Ejército y Sociedad" recordaba que las más graves y apocalípticas decisiones que se hayan tomado nunca fueron adoptadas por civiles, no por soldados. En defensa de la ética de las armas, el citado autor retoma un expresivo párrafo de la "España invertebrada" de Ortega y Gasset, en la que el pensador escribe: "Padece Europa una perniciosa propaganda en desprestigio de la fuerza. Sus raíces, hondas y sutiles, provienen de aquellas bases de la cultura moderna que tienen un valor más circunstancial, limitado y digno de superación. Ello es que se ha conseguido imponer a la opinión pública europea una idea falsa de lo que es la fuerza de las armas. Se la ha presentado como cosa infrahumana y torpe residuo de la animalidad persistente en el hombre. Se ha hecho de la fuerza lo contrapuesto al espíritu o, cuando más, una manifestación espiritual de carácter inferior". 2 En 1998, Defensa activó una gran campaña publicitaria para estimular el alistamiento, con una inversión de 1.600 millones de pesetas. El resultado fue decepcionante. En la siguiente campaña se invirtieron 1.950 millones de pesetas. El Ministerio de Defensa puso en funcionamiento una caravana que recorrió ciudades, eventos deportivos, playas, etc. para llevar a los jóvenes información sobre el nuevo Ejército profesional. Tampoco hubo respuesta. Desde entonces, el dinero público se ha gastado con largueza y año tras año, pero sin los resultados esperados: los aspirantes siguen estando muy por debajo de las previsiones y, lo que es peor, de las necesidades reales de la defensa nacional 3 Ante la necesidad de encontrar soldados donde fuera, además de reducir sensiblemente el nivel de exigencia intelectual para ingresar en los ejércitos, se incorporaron los primeros hijos de emigrantes españoles, 304 jóvenes de doble nacionalidad, procedentes de Argentina y Uruguay que se habían alistado al ejército español. Se trataba de una experiencia piloto del Ministerio de Defensa para captar militares en América hispana y poder completar así el cupo establecido. La mayoría de los alistados causaron baja de inmediato tan pronto se vieron en España. Más de uno de ellos confesó que lo que realmente le interesaba era ser futbolista. 4 La Armada se halla especialmente en grave situación de falta de efectivos, lo que obliga a soluciones peligrosas: cada vez que es necesario arranchar un barco para una misión de paz internacional, es preciso recurrir a las tripulaciones –e incluso los medios técnicos- de otros barcos, como repetidamente sucede y conocen todos los profesionales. 5 PUEL de la VILLA, Fernando: “Historia del Ejército en España”, Alianza Editorial, Madrid, 2000. págs. 94-96. 6 Carlos Seco Serrano en el prólo de “La España de Fernando VII”, de Miguel Artola, Espasa Forum, Madrid, 1999, pags. 26-27. 7 Discurso del ministro de Defensa, Excmo. Sr. D. José Bono, en el Centro Superior de Estudios de la Defensa Nacional Madrid, 20 mayo 2004. http://www.mde.es/actu_ministro/intervenciones/Conferencia_CESEDEN.pdf 8 RUIZ VIDONDO, Jesús M. “La rápida profesionalización del ejército español”, Revista Abril nº 73, 9 de agosto de 2004.