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Miradores y algunos De Política y Cosas Peores de Armando Fuentes Aguirre Última Actualización: 10jul10 En todos sus años de existencia la revista LIFE ha cambiado sólo en dos ocasiones el color rojo que sirve de fondo a las letras de su nombre. La primera fue con motivo del asesinato de John F. Kennedy, cuando lo cambio a negro. La segunda fue hace algún tiempo, cuando ese folio salió en verde como homenaje de admiración al árbol. Yo también pintaría de verde estas palabras. Junto a mi casa hay un árbol catedralicio, venerable, al que salvé de la muerte cuando el hacha municipal lo quiso derribar. Argumenté, imploré, amenacé descaradamente y conseguí por fin que la ampliación de la calle se hiciera sin derribar el árbol. Pues bien: Juro por lo más sagrado –por ejemplo, juro por un árbol- que el árbol que está junto a mi casa, y que antes tendía sus ramas a la calle, ahora las alarga hacia mi patio y llega ya con ellas hasta mi ventana. Si alguien no cree mi juramento y me apellida cursi yo le responderé como Hamlet que hay mas cosas en los cielos y en la tierra de las que soñaron jamás nuestras filosofías. Por un camino iba un hombre perteneciente a la religión de Gad. Por otro iba uno que veneraba a Teos. Por un tercer camino venía otro hombre que creía en la divinidad de Zeu. Y por el cuarto caminaba otro que adoraba a Jov. Se encontraron los cuatro en una encrucijada y comenzaron a discutir de religión. Como flechas envenenadas se disparaban citas de sus libros sagrados; esgrimía cada uno frente a los otros su idea de Dios como una maza. Finalmente vinieron a las 1 1

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Miradores y algunos De Política y Cosas Peoresde Armando Fuentes Aguirre

Última Actualización: 10jul10

En todos sus años de existencia la revista LIFE ha cambiado sólo en dos ocasiones el color rojo que sirve de fondo a las letras de su nombre.

La primera fue con motivo del asesinato de John F. Kennedy, cuando lo cambio a negro. La segunda fue hace algún tiempo, cuando ese folio salió en verde como homenaje de admiración al árbol.

Yo también pintaría de verde estas palabras. Junto a mi casa hay un árbol catedralicio, venerable, al que salvé de la muerte cuando el hacha municipal lo quiso derribar. Argumenté, imploré, amenacé descaradamente y conseguí por fin que la ampliación de la calle se hiciera sin derribar el árbol.

Pues bien: Juro por lo más sagrado –por ejemplo, juro por un árbol- que el árbol que está junto a mi casa, y que antes tendía sus ramas a la calle, ahora las alarga hacia mi patio y llega ya con ellas hasta mi ventana.

Si alguien no cree mi juramento y me apellida cursi yo le responderé como Hamlet que hay mas cosas en los cielos y en la tierra de las que soñaron jamás nuestras filosofías.

Por un camino iba un hombre perteneciente a la religión de Gad. Por otro iba uno que veneraba a Teos. Por un tercer camino venía otro hombre que creía en la divinidad de Zeu. Y por el cuarto caminaba otro que adoraba a Jov.

Se encontraron los cuatro en una encrucijada y comenzaron a discutir de religión. Como flechas envenenadas se disparaban citas de sus libros sagrados; esgrimía cada uno frente a los otros su idea de Dios como una maza. Finalmente vinieron a las manos. Tanto se golpearon que los cuatro quedaron en el suelo maltrechos y llenos de sangre.

Pasó por ahí un hombre que se compadeció de ellos. Los llevó a una posada; los curó. Cuando estuvieron sanos le preguntaron los cuatro:

-¿De qué religión eres?-Creo en Dios, respondió el hombre, -lo adoro en el amor a sus criaturas, pero no

pertenezco a ningún grupo religioso.-¡Ah!, le gritaron los cuatro enardecidos, -¡eres un pagano, un hereje, un infiel, un

descreído!Y así diciendo, en nombre de su respectivo dios los cuatro lo golpearon hasta dejarlo

muerto.

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El padre Soárez charlaba con el Cristo de la Iglesia.-Señor –le preguntó. ¿Existe el infierno?-Claro que existe, Soárez –le respondió Jesús-. Pero no es el que describió el buen Padre Ripalda, ni aquel de que hablan los predicadores para aflojar la bolsa de sus feligreses. El infierno está aquí, sobre la tierra. Ustedes mismos lo hacen con materiales de odio y de violencia; de maldad, indiferencia y desamor. En verdad te digo que es más infierno el que construye el hombre que aquel que imaginó Ripalda.

-¿Qué hacer para no estar en el infierno? –preguntó el padre Soárez.-Cada obra buena –contestó el Señor-, aún la más pequeña, apaga una llama de ese fuego

malo y la convierte en luz de paz y bien. Cada acto de amor hace que se reduzca el territorio del odio. Si el hombre es capaz de hacer infiernos tiene también la posibilidad de construir paraísos.

Así dijo el Señor, y el padre Soárez entendió que cada uno de nosotros lleva en sí mismo el cielo y el infierno, y puede escoger entre los dos.

“... Concédeme Señor, una buena digestión y algo qué digerir.... Concédeme la salud del cuerpo, y el buen sentido que se necesita para conservarla.

Concédeme también un espíritu sano que sepa escoger lo que es bueno, pero no se asuste a la vista del mal, para que pueda poner de nuevo todo en orden.

... Concédeme una mente que nunca sepa lo que es el aburrimiento, y no permitas jamás que me preocupe demasiado de esa criaturilla tan presuntuosa que se llama “yo”.

... Concédeme finalmente, Señor, el divino sentido del humor. Dame la gracia de saber reír una broma, a fin de poder disfrutar algo de la vida y ayudar a que también la disfruten los demás. Amen..”

Esta plegaria la escribió Santo Tomás Moro el año de 1525. Se llama “Oración para conseguir el buen humor”.

El padre Soárez charlaba con el Cristo de su Iglesia. -Señor -le preguntó-. ¿por qué no has vuelto al mundo? -¿Volver? –se extrañó el Cristo-. Pero si no he salido. Aquí me quedé ya. Sólo el que no quiere verme no me ve. Estoy en los que aman, viviendo con ellos ese amor, y estoy también en los que odian, esperando a que se vaya su odio para ocupar yo ese lugar. Estoy en los que se alegran y en los que sufren; estoy en los que creen en mí y en aquellos que no me conocen o me niegan. Estoy en los pobres para enriquecerlos, y en los ricos para que su riqueza no los empobrezca. Quienes esperan una segunda presencia mía es porque ignoran que no ha terminado la primera; que sigo aquí todavía. Así dijo Jesús, y el padre Soárez entendió que no es necesario esperar el regreso de Cristo: jamás ha estado ausente.

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El padre Soárez platicaba con el Cristo de su iglesia.-Señor –le preguntó- ¿por qué no siempre nos das lo que te pedimos?-Padre Soárez, -preguntó a su vez Cristo-, ¿por qué no siempre me piden lo que les doy?No entiendo Señor –se desconcertó el padre Soárez.Explicó el Cristo:-Yo siempre doy lo que ustedes necesitan. Lo que sucede, Soárez es que a veces los

hombres me piden que 2 más 2 no sean 4 y a mi no me gusta hacer chapuza.El padre Soárez se quedó pensando y luego recordó algo que el Cristo le dijo una vez: la mejor oración, aquella que siempre es escuchada es la que dice: “Hágase, Señor, tu voluntad...”, enséñanos a aceptarla y a aprender de ella. Amen.

“El camino más corto entre dos puntos es la línea recta”. Así dice un axioma de las matemáticas. Sin embargo yo se de una línea recta que es el camino más largo entre dos puntos.

Reconozco que es una rareza. En efecto, lo normal es que una línea recta sea el camino más corto entre dos puntos. Esta es el camino más largo. Por eso todos la miran con hostilidad; le niegan la conversación y se pasan al otro lado de la calle cuando la ven venir.

La línea recta que es el camino más largo entre dos puntos sufre mucho. Yo le digo que culpe a los dos puntos, pero ella no acepta mi recomendación. Esa conducta, dice, sería indigna de una línea recta. Pero si es tan recta –digo para mí- ¿entonces por qué es el camino más largo entre dos puntos? Se lo preguntaría a un matemático, pero generalmente los matemáticos de lo único que saben es de matemáticas. Y el que solo sabe de una sola cosa, ni siquiera de eso sabe.

En aquellos discípulos dijo Hu-Ssong a su tiempo:-No nos preocupemos del tener. Por mucho que tengamos siempre habrá alguien que

tendrá más, y si tenemos poco siempre habrá alguien que tendrá menos aún. Preocupémonos más bien del ser. Ahí sí busquemos que nadie nos exceda en el bien. Y si por error o debilidad caemos en el mal, tampoco seamos nuestro propio verdugo, pues eso nos aniquilará sin esperanza, sino un benevolente juez que nos diga que alguien hay más malo todavía, y que caer es siempre la mejor razón para ponerse de pie.

-En el ser, no en el tener, está la razón de nuestra vida. Lo que tenemos cualquiera nos lo puede quitar, hasta un ladrón. Lo que llevamos en nuestro interior, eso que somos, nadie nos lo puede arrebatar. Acopiemos pues, sabiduría y bondad. Esas son cosas que podemos llevar dentro de nuestra mente y dentro de nuestro corazón.

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El Señor hizo el caracol marino.Blanco y rozado lo hizo, como aurora, y puso en él gráciles curvas que en espiral

formaban un hueco que parecían guardar misterios inquietantes.Y sin embargo el caracol andaba triste.-Señor –dijo al creador del mundo-. A todos los animales y a las aves diste voz. Rugen,

balan, relinchan, barritan, silban, ladran, maúllan, cantan o crascitan. Sólo yo no tengo voz.El Señor, que es infinitamente bueno, se compadece hasta de sus criaturas más pequeñas.Por eso, para que tuviera voz el caracol marino, el Señor hizo al mar.

En la plaza del pueblo un incrédulo detuvo a San Virila y le pidió un milagro.Andaba de buen humor el santo y cuando los santos andan de buen humor es cuando

hacen más milagros. Así levantó la mano y la plaza se llenó de pájaros canoros, de mariposas coloridas, de miríadas de insectos voladores. Trinaban los pájaros, danzaban las mariposas en el aire, y zumbaban los insectos en perfecto contrapunto.

¡Milagro! –gritó el incrédulo junto con todos los aldeanos.Y dijo San Virila:-Cada criatura de estas es un milagro. Milagro es el gorrión, milagro la mariposa, milagro

la abeja y la chicharra. Lo único que hice fue juntarlos para que ustedes, ciegos a los milagros de cada día, los pudieran ver. Ahora regresaré al convento y rezaré a fin de que el Señor me haga el milagro de abrirles los ojos, para que puedan ver que todo en la vida es un milagro, que toda la vida es un milagro.

“Oraciones de Dios” se llama el último libro de Malbené. En esa obra el renombrado maestro de Lovaina imagina las oraciones que rezaría Dios si Dios tuviera que rezar.

He aquí una:“...Hombres míos que estáis en la tierra. Os hice destinados a la felicidad. Dispuse vuestro

cuerpo para sentir placer, artificio con que os muevo a perpetuar la vida, que es lo más valioso que en nuestro mundo hay. Al comer sentís placer, y eso os mantiene vivos; al hacer el amor sentís placer, y eso mantiene viva la especie.

“...Vosotros, sin embargo, habéis inventado religiones, según las cuales el placer es pecado y la felicidad oposición a la voluntad divina. Afirmáis que la vida de los hombres ha de ser de lágrimas y sufrimientos, condiciones indispensables para gozar después la bienaventuranza. Al enseñar eso me negáis. Si yo mismo puse en el hombre los mecanismos de placer y el apetito de la felicidad, ¿habré de castigarlo por buscarlos? Tratad de entender lo que es la vida, y su valor. Al entenderla me entenderéis a Mí y sabréis quien soy. Amén”.

Extrañas son las oraciones de Malbené, pero muy interesantes.

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¿Qué buscas en la noche Terry? Vienes y vas por las habitaciones de la casa, y tus inquietos pasos suenan en la madera de los pisos con un ruido que me recuerda el de una máquina de coser.

¿Por qué, pequeño mío, perro mío, no duermes como yo? Con el sueño desaparecen los fantasmas nocturnos, esos que te siguen o a los que sigues tú. Llegas de pronto y rozas mi mano con tu hocico. Piensas que tu señor puede llamar al día y hacer que salga el sol, disipador de espectros. ¡Cómo quisiera Terry, ser dueño de la luz! Te la regalaría para alejar de ti las sombras que te asustan.

Todos tenemos sombras que nos siguen, Terry. No les temas: desaparecen siempre con la luz. Lo sé porque yo mismo voy a veces por los oscuros aposentos de mi casa. Pero no tengo miedo, pues sé esperar la claridad del día. Espérala tú también, mi perro amado, y aprenderás lo que he aprendido yo: que la luz llega siempre, y que siempre las sombras acaban por desaparecer.

Otra vez Malbené, el discutido teólogo de Bélgica, pone notas de escándalo en la comunidad teológica de su país.

En el artículo mensual que llega a “Iter”, la revista de la Universidad de Leija, escribió estas palabras:

“...Ni los exegetas dueños de la Biblia ni los simples observadores laicos han parado mientes en el hecho de que el primer asesinato de la historia fue cometido por causas religiosas. En efecto, Caín mató a su hermano porque los sacrificios de Abel eran gratos a la divinidad, mientras que los suyos eran rechazados. Algo distinto habría sucedido si en vez de alzarse en contra de Abel para matarlo, Caín le hubiera dicho: “Hermano: la religión nos separa antes de unirnos. ¿Qué te parece si en lugar de hacer sacrificios hacemos algo que nos mantenga en paz, unidos, y trabajando fraternalmente en el amor y el bien?” Si tal hubiera pasado habría menos sacrificios pero más misericordia, y tendríamos una mejor humanidad”.

Soy asiduo lector de Malbené. No siempre estoy de acuerdo con sus ideas, pero siempre me mueve a revisar las mías.

Por esta sola vez, y sin que el caso siente precedente, el señor Cantalarrana asume el papel de un severo padre de familia.

-Jamás digan una mentira –amonestaba a sus hijos- Mentir es un feo vicio que degrada a quien lo tiene. Un mentiroso no es bien visto en parte alguna, y todos se apartan de él con repugnancia. La mentira envilece a quien la dice y ofende a quien la escucha. Espero que conserven indeleblemente grabada en sus corazones esta enseñanza de virtud y la practiquen siempre.

En ese preciso instante suena el teléfono.-Papá –dice uno de los hijos-. Te busca el señor Márquez.-¡Dile que no estoy! –susurra apresuradamente el señor Cantalarrana-.

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Predicó San Virila a los incrédulos. Ninguno lo escuchó; todos hicieron burla de él.Fue San Virila a la orilla del río y ahí se puso a predicar. Y sucedió entonces un hermoso

milagro: los peces se juntaron y asomados a la superficie escuchaban atentos la palabra de aquel santo varón.

Pero otra cosa sucedió también. Los incrédulos llegaron corriendo, echaron sus redes y atraparon a todos los peces que oían la predicación. Jamás la pesca de los incrédulos había sido tan abundante.

Mientras volvía por el camino a su convento San Virila se decía a sí mismo con tristeza: -no cabe duda, hasta para hacer milagros hay que pensar las cosas.

Jean Cusset, ateo siempre con excepción de la primera vez que vio sonreír a su hijo, dio un sorbo a su martini –con dos aceitunas, como siempre- y continuó:

Yo amo las oraciones que aprendí de mi abuela y de mi madre: el dulce Ángelus que pintó Millet y el angustioso clamor esperanzado de la Salve Regina medieval. Amo el credo tridentino, tan rotundo. Y amo las ingenuas oraciones que salían de la boca de mi vieja nodriza campesina, asustada por las cosas que no entendía y más asustada aún por las que conseguía entender: “Enemigos veo venir, sangre de mis venas quieren, yo no se las quiero dar, ¡alabado sea el Santísimo Sacramento del altar!”.

Amo esas oraciones –siguió diciendo Jean Cusset- porque las aprendí de gentes que creían y en las que creo yo. De vez en cuando las recito y me saben a gloria patri et filis. Y me alegra tener algo mejor que recitar que los slogans de televisión. Las recito de pronto, sin qué ni para qué, porque son bellas: las rezo en el amanecer que me sorprende llegando a casa; al ir por el campo y ver la majestad de una montaña; en el parque viendo los juegos de los niños. Ahí repito esas oraciones. Y a veces hasta en un templo, porque hasta en un templo se puede rezar.

Así dijo Jean Cusset con esa suave sonrisa que unos dicen puso en su rostro la sabiduría, pero que el atribuye a un martini adecuadamente preparado, con dos aceitunas, como siempre.

Hu-Ssong, filósofo oriental, hizo esta pregunta a sus discípulos:-He aquí dos hombres: uno gana 100 mil monedas cada mes, el otro gana 100. ¿Cuál de

los dos es el más rico?-El que gana 100 mil –respondieron a coro los discípulos.-Respuesta rápida, pero dudosa –declaró Hu Ssong-. Si el que gana 100 mil gasta 110 mil,

y si el que gana 100 gasta solamente 90, entonces el más rico de los dos es el segundo. Lo mismo, si el que gana 100 mil se lamenta de no ganar un millón, y el cambio el que gana 100 está contento, éste es mucho más rico.

Los discípulos aprendieron entonces, que en cosas de dinero, igual que en muchas otras cosas, no importa el cuánto, sino el cómo.

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Me habría gustado conocer a Santa Teresa de Ávila.Leyó las novelas de caballería, como Don Quijote, y eso le inspiró la alta locura de la

santidad. Llegó al cielo sin perder el contacto con la tierra. Solía decir: “Cuando Cristo, Cristo; y cuando pisto, pisto”. (El pisto era un buen sabroso guiso de huevos fritos con tomate y cebolla).

A veces Santa Teresa veía al demonio. Le hacía entonces una grosera seña usada por el populacho, consistente en meter el dedo pulgar entre el anular y el índice. El diablo, escandalizado por esa vulgaridad, inconcebible en una religiosa, huía lleno de espanto agarrándose la cabeza con las manos.

Me habría gustado conocer a Santa Teresa de Ávila. Era mujer y era española, lo cual es ser mujer dos veces, y sabía que la escalera para llegar al cielo comienza aquí en la tierra.

En una novela de Daudet aparece un curioso personaje. Es un hombre pequeño de cuerpo y alma que se entrega en su casa a una ímproba labor de colorear las palabras de algún libro, o del periódico. Los sustantivos los pinta de azul, los verbos de rojo, los adjetivos de verde...En eso se pasa todo el día. En eso se pasa todos los días. No admite interrupciones, y le molesta el ruido que lo distrae de su trabajo. Su mujer y sus hijos, solícitos y preocupados, le acercan los colores, le sacan punta a los lápices cuando se han desgastado...Y el hombre sigue en esa absurda tarea que no sirve para nada.

Muchos debe haber en el mundo entregados a cosas tan inútiles como esa. Quizá en vez de colorear palabras se aplican a buscar dinero, poder o fama. Pero es lo mismo: nada.

Me pregunto si no me dedico yo también, como el risible personaje de Daudet, a colorear palabras.

Doña Mariquita tenía en su casa un animal salvaje.Quiero decir que tenía un gato.Hermoso gato era ese gato. Blanco desde el bigote hasta el último pelo de la cola, merecía

muy bien el nombre que le puso su bondadosa dueña: “Capullo”.“Capullo” dedicaba la mitad de su tiempo a dormir y la otra mitad a matar. Tan pronto

abría los ojos subía al viejo pirul frente a la casa y hacía su presa entre los aterrorizados pajarillos. Me pregunto qué sentirían ellos al recibir la muerte en forma de una súbita sombra blanca que les caía de pronto.

Implacable era “Capullo”. Y sin embargo cuando le hablaba su ama con voz queda de anciana aquella fiera se dulcificaba. Descendía del árbol como sinuoso acróbata y untaba sus ronroneos a la enagua talar de Mariquita.

Yo, niño en perpetuo asombro –en ese trance sigo todavía-, me maravillaba de ver aquello. Aprendí entonces que el amor puede convertir en panal de miel hasta el acre corazón de los más fieros.

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En el camino del Potrero paso por el puerto que llaman Las Maravillas. Bien le puso ese nombre quien por primera vez lo llamó así. Hacia uno y otro lado del camino se yergue la montaña que sólo por ahí deja pasar. Entre el oscuro verdor de los pinos crecen álamos de un verde tierno y severos encinos de fronda ocre. A lo lejos se ven los dos picachos de las Animas. De allá llegan las nubes como un rebaño de tranquilas vacas.

Anoche heló. Tienen los pinos en cada aguja una gotita de agua congelada. He apagado la luz de la camioneta, pues amanece ya. De pronto asoma el sol sobre la sierra, y los puntitos de hielo se encienden al reflejar la luz. Todos los árboles son ahora un solo árbol de navidad.

Yo me detengo a fin de contemplar aquella maravilla. Es claro el aire y es azul el cielo. Azul y claro quedo yo también. Si extendiera la mano tocaría a Dios.

Tres galanes pretendían a la hermosa princesa. El Rey, su padre, dijo que la entregaría a aquel que hallara una aguja en un pajar.

La buscó el primer galán diez días con sus noches, y no la encontró.El segundo galán buscó en vano durante veinte días. Su empeño fue igualmente inútil.Llegó el tercer galán y prendió fuego al pajar. Unos veinte minutos después sacó la aguja

que brillaba entre la leve caspa de cenizas.-Todo se puede hallar –dijo mientras el Rey le entregaba a la princesa-. Lo único que

necesitas es querer con todas tus fuerzas lo que buscas.

Si volviera a nacer –me propongo hacerlo alguna vez- me gustaría ser músico.Y si fuera músico me gustaría ser Liszt, Rossini o Saint-Saens, en ese orden. Sé que

ninguno de ellos es tan grande como Bach, Mozart o Beethoven. Pero Bach fue pobre y tuvo veintiún hijos; la perspectiva no me agrada. Mozart sufrió mucho y murió joven; tampoco eso me llama la atención. Y Beethoven se tomaba a sí mismo demasiado en serio, lo cual no va conmigo.

Lo dicho: Saint-Saens, Rossini o Liszt. Los tres vivieron muchos años; los tres gozaron de la vida. Liszt se extasiaba ante una mujer; Rossini ante un pavo trufado; Saint-Saens, ante una obra de arte. Los tres tuvieron muchos amigos y buen sentido del humor: Rossini pensó siempre que el tournedo de filete que inventó era obra superior a su Stabat Mater y aún al Barbero y a Guillermo Tell.

Son figuras menores los tres, lo reconozco. Pero ¿quién quiere tener la gloria que muerto alcanzó Bach pudiendo tener la vida –que vivo- vivió Liszt?

Todos los hombres eran malos, con excepción de Noé.

El Señor, al que en ese tiempo no le gustaba perdonar a los malos –eso de perdonar a los malos lo enseñaría después Jesús, el Cristo-, determinó enviar un diluvio que aniquilara a los malos de la tierra. Solamente se salvarían Noé y su familia.

Vino, en efecto, el Diluvio, y todos los malos desaparecieron. Noé, según la inspiración divina, construyó una arca que flotó sobre la inmensidad de las aguas.

-¡Bendito sea el Señor! –clamó la esposa de Noé-. ¡Por su misericordia somos salvos!.-Es cierto –completó Noé-. Pero no se te olvide quién hizo el arca.

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-No creo en Dios –dijo el infiel a San Virila-.En eso cayó un rayo del cielo y fulminó al incrédulo.La mujer y los pequeños hijos del difunto cayeron a los pies del santo y llorando le

suplicaron que lo resucitara.San Virila, que aunque no lo decía nunca, se mortificaba a veces por las rabietas del

Señor, puso la mano sobre el montón de cenizas que era el muerto, y éste resucitó.-No creo en Dios –volvió el infiel a repetir, tozudo-. Y se alejó.-Qué lástima –musitó San Virila con tristeza-. Sigue muerto.

Iba mi amigo en su automóvil cuando sintió de pronto un dolor opresivo en el pecho y en el brazo izquierdo. Le faltó la respiración y empezó a sudar copiosamente. Apenas alcanzó a llegar al hospital antes de perder el sentido. Cuando lo recobró le dijo el médico que había sufrido un infarto.

Ya está en su casa mi amigo, por fortuna, y los pronósticos son buenos. Deberá, naturalmente, dejar el cigarro –se fumaba más de una caja al día-, hacer ejercicio y renunciar a determinados alimentos. Pero salió de ésta y ahora se siente bien, aunque algo deprimido. Para confortarlo le narré la historia de don Manuel Ávila Camacho, a quién también le dio un infarto. Contaba él que cierta señora mexicana encargó a Europa una vajilla. Llegaron en buen estado todas las piezas, menos un plato que se estrelló en el viaje –“Cuídenme mucho el plato rajado” –instruía la señora a la servidumbre. Con el tiempo todos los platos y tazas se quebraron; el único que quedó fue el plato rajado, pues recibió siempre cuidados especiales.

-Yo soy el plato rajado –decía con una sonrisa don Manuel-. Espero vivir todavía muchos años.

Los vivió.

Quiero decirle un piropo a la palabra “piropo”.¡Qué linda esa palabra! El piropo es requiebro lisonjero, pero es también, apunta el

diccionario, un granate “color rojo de fuego”. De modo que piropear con arte a una mujer –para ellas son los piropos nada más- es regalarle una encendida joya.

Dos piropos conozco que ameritan ser piropeados. El uno se lo dio un muchacho de 20 años a una dama de 70 que caminaba con airoso paso, muy pulcra y arreglada:

-“Señora: ¡quién tuviera 50 años más!”El otro es de un hombre que cultivaba su jardín y que por tanto algo debe haber tenido de

poeta. Le dijo a una hermosa mujer:-“Vamos al jardín para que te vean mis rosas”.Arte masculino, posesión femenina, es el piropo.Toda mujer merece uno; todo hombre tiene la obligación de decir uno.

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El Señor Pérez, encargado de hacer que el Gran Reloj de Palacio marcara la hora exacta, fue condenado a muerte.

Se comprobó que a causa de su negligencia el reloj llevaba 20 años marcando la hora con una milésima de segundo de adelanto.

El señor Pérez protestó por la sentencia. Recordó a los Jueces que su antecesor ni siquiera había dado nunca cuerda al Reloj, que estuvo parado siempre y a él lejos de condenarlo a muerte lo jubilaron con ventaja.

-Es cierto –respondieron los Jueces-. Pero con aquél relojero el Reloj, aunque parado, marcaba la hora exacta dos veces al día. Contigo no la ha marcado jamás, pues siempre ha ido adelantado una milésima de segundo.

Así, el señor Pérez hubo de ir al caldazo. Mientras subía los peldaños que conducían a la horca pensaba que hay una enorme diferencia entre lo que es puramente racional, que pertenece al frió mundo de la lógica, y lo que es razonable, que corresponde al cálido mundo de lo humano.

Hay en el cementerio de Abrego una tumba. Si pudiéramos oír las voces que de las tumbas salen esto es lo que oiríamos:

“...Fui el hombre más rico del lugar. Tuve tierras que llegaban más allá de donde mis ojos podían ver, y más ganado que el que mis administradores podían contar. Pero vencí al dinero. Lo hice bueno en vez de que él me hiciera malo. Lo que tuve lo compartí con todos, sobre todo con los más pobres. Mis parientes me preguntaban con enojo por qué les daba tanto, y respondía yo:

-porque son unos animalitos de Dios.Un día me llegó la muerte. Ya la esperaba yo: no caí en el error de muchos ricos que creen

que no les llegará jamás. No temblé al verme ante la presencia del Señor, porque nadie tembló al verse ante la presencia mía . Y entonces él me dijo sonriendo:

Anda, entra, animalito de Dios.Y aquí estoy. Es el segundo cielo en el que he estado”.

El Señor estaba realmente consternado. De la primera generación de hombres nacidos de mujer, la mitad había matado a la otra mitad.

Preguntó Dios al asesino:-¿Por qué mataste?.Y respondió:-Señor, no fue mi culpa. Creo que parte hay que atribuirlo a la herencia, y la otra parte al

medio ambiente.Ceñudo, le replicó el Creador:-Mientes. También tu víctima recibió la misma herencia; vivió en el mismo ambiente. Si

te convertiste en asesino fue por tu propia voluntad. Ella nos hace ser lo que somos.Decía la verdad, como siempre, pero a partir de Caín todos los hombres han puesto el

peso de sus culpas sobre la herencia y sobre el medio ambiente.

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Jean Cusset, ateo siempre con excepción de la vez que vio una tela de araña cuajada de rocío, dio un sorbo a su martini –con dos aceitunas como siempre- y comenzó a narrar:

-Aquél hombre quiso saber a dónde llegaban las aguas de una corriente subterránea que había descubierto, de modo que echó en el agua unos polvos de fuerte tinte que llevaba, color de bermellón. Por ninguna parte salieron las aguas así coloreadas, y por eso al cabo de algún tiempo el hombre se olvidó de la cuestión.

Dio un nuevo sorbo a su martini Jean Cusset y continuó:-Cierto día el hombre partió a un viaje muy largo. Fue a dar en sus andanzas al otro lado

del mundo. Y una tarde, en un país remoto, cuando el hombre estaba en un lejano bosque, sentado a la vera de un pequeño manantial, las aguas de esa fuente comenzaron a salir pintadas por el color que hacía muchos años el había puesto en aquel río subterráneo.

-Igual sucede con nuestros actos –propuso Jean Cusset-. No sabemos cómo ni cuándo habrán de manifestarse, ni cuales serán sus consecuencias. Debemos cuidar por eso el color de nuestro río...

En aquellos discípulos dijo el padre Soárez a su tiempo:-Las tarjetas de presentación son uso de quienes viven en la sociedad. En ellas ponen su

nombre, lo que son –o lo que los demás hombres los han hecho que sean-, su dirección –muchos es la única que tienen- y su teléfono.

-Los pobres –siguió diciendo el padre Soárez-, no usan tarjeta de presentación. ¿Para qué? No tienen teléfono, carecen de casa, no son más que pobres y ya se sabe que los pobres no poseen casi ni su nombre. Pero si los pobres usaran tarjeta, en ella podríamos leer:

“Fulano de Tal. Pobre

Representante de Cristo en la Tierra”

Así dirían las tarjetas de presentación de los pobres –repitió el padre Soárez-. Y dirían bien.

A los 50 años de su edad John Dee renunció al estudio de la alquimia, se compró una quinta en el campo y fue a vivir en ella con su mujer y su hijo.

¿Qué hacía ahí John Dee? Cultivaba su jardín y enseñaba a leer al niño. Decía a sus amigos:

-Cultivo dos jardines.Cuando llegó la primavera el jardín floreció en rosas. Unos días después el hijo de John

Dee leyó su primera página completa. Y dijo el filósofo con una gran sonrisa:-Mis dos jardines florecieron ya. Después se fue solo a la montaña. ¿Qué vas a hacer ahí?

–le preguntaron sus amigos. Y respondió John Dee:-Ahora debo yo leer. Ahora debo yo florecer.

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Mi perro, el Terry, no se duerme hasta que llego yo. Me espera con el hociquillo pegado a la ventana, y cuando entro danza en torno a mi una gozosa tarantela.

Yo le acaricio la cabeza y el me mira con esos ojos suyos que lo dicen todo. Luego nos vamos a dormir los dos. A veces leo, y de pronto, en el silencio de la casa, lo oigo quejarse en sueños: tiene una pesadilla. Voy hasta él y lo llamo con voz queda. Abre los ojos, se tranquiliza al verme y se duerme otra vez.

Hace unas noches tuve un mal sueño, una de esas oscuras premoniciones de muerte y soledad. Me desperté oprimido por la angustia y encendí la luz. Ahí junto a la cama, estaba el Terry. Inquieto me miraba como un padre que ve sufrir a su hijo.

Quiero mucho a mi perro, pero mi amor no alcanza la medida de su perfecto amor.

El incrédulo pidió a San Virila un milagro. Sólo viéndolo, le dijo, podría creer.-¿Qué milagro se te ocurre? –le preguntó el santo.-Mueve aquella montaña –sugirió desafiante el escéptico.San Virila hizo un ademán y la montaña se movió. Al hacerlo obstruyó el cause del río,

cuyas aguas inundaron las tierras del incrédulo. Se derrumbó su casa y todas las cosechas se perdieron.

¿Crees ahora? –preguntó San Virila al hombre, que se mesaba los cabellos.-Una cosa tendrás que aprender –le dijo el santo. En ocasiones el mayor milagro que

podemos pedir es el milagro de que las cosas sigan como están.Y así diciendo hizo Virila otro ademán. Con eso la montaña volvió a su lugar, las aguas

volvieron a su lugar y la casa volvió a su lugar... pero el hombre ya no volvió a ser incrédulo.

Jean Cusset, ateo con excepción de las veces en que se pone a pensar si en verdad es ateo, dio un nuevo sorbo a su martini –con dos aceitunas como siempre- y continuó:

-Las religiones a mí me causan miedo. Son tan beligerantes; hay en ellas tan poca tolerancia. Quienes son muy religiosos suponen que su religión es la única verdadera, y odian, desprecian o compadecen a quienes no pertenecen a ella. Por motivos de religión los hombres se han perseguido unos a otros, se han matado. En el mejor de los casos las diferencias de religión son origen de suspicacias y de hostilidad.

-Pienso –siguió diciendo Jean Cusset- que la mejor religión es el amor. Y creo que el mejor rito religioso consiste en hacer el bien, pues el bien no es otra cosa que el amor que se ha levantado las mangas para trabajar. Si Dios es Amor –otra cosa en verdad no puede ser-, entonces quien hace el bien lo adora mejor que en cualquier ceremonia. Nadie diga que es hombre religioso si no hace el bien a los demás. Amar y hacer el bien: he ahí la liturgia más hermosa y santa.

Así dijo Jean Cusset, y dio el último sorbo a su martini, con dos aceitunas como siempre.

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El escéptico le pidió a San Virila que le hiciera un milagro para poder creer.-A las 12 de la noche en punto verás un gran milagro –le ofreció el santo.Al día siguiente el incrédulo hacía burla de San Virila.-Nada pasó a las 12 de la noche –le dijo-. Esperé despierto a ver qué sucedía, y nada

sucedió.-¿Acaso no te diste cuenta? –Respondió sorprendido San Virila-. Un nuevo día comenzó

en el mundo. Ese es un hermoso milagro que a todos nos debería asombrar.Cuando escuché este relato de San Virila me quedé pensando en el gran número de

milagros que han llegado a mi vida sin darme cuenta yo, y sin agradecerlos.

En ese suspiro en tres actos que es “Doña Rosita la Soltera” habló García Lorca del lenguaje de las flores, de esa romántica usanza que en los pasados tiempos atribuía a las flores un idioma secreto conocido nomás de los amantes.

Yo ya no supe de esa lengua que aún mis tías mayores recordaban: el mensaje oculto en un clavel blanco, o uno rojo; la significación de esa camelia entregada por una novia a su galán. Pero aún hoy las flores también me hablan y me dicen cosas. Estos geranios con olor de clavo me cuentan de mi abuela materna, mamá Lata, la de enaguas telares y rezos que nada más la muerte interrumpió. Esas violetas escondidas me traen el recuerdo de mi madre cuando evocaba su solar nativo, la villa lugareña cuyo jardín se ornaba con violetas que trascendían desde una legua antes de llegar al pueblo.

Las flores hablan, sí. Montaña o flor, todas las cosas de la naturaleza nos hablan a los hombres y nos dicen las cosas de la vida. Nosotros ya no sabemos escuchar.

“Febrero y las mujeres, mil pareceres”.Así dice un refrán que no hace justicia a la mujer, pues más de mil pareceres tiene ella.¡Qué veleidoso y tornadizo este segundo mes del año! Quizá sus pocos días lo muevan a

mudanzas como de adolescente. Vivo de luz amaneció ayer el día en mi ciudad, con un jocundo sol unánime. A poco se hizo opaco. Llegó la neblina y puso a las cosas a jugar a las escondidas.

Yo amo el mundo en todas sus maneras, igual pintado de blanco que de amarillo o gris. Gozo en ser habitante de esta casa tan grande y tan pequeña, canica empecinada que da vueltas y vueltas por el preciso círculo que el gran relojero le fijó. Todo está en orden, incluido el desorden. “Febrero y las mujeres, mil pareceres”...A mí eso me parece muy bien, porque al final de cuentas todo queda en un solo parecer.

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Buenos bebedores y grandes católicos –en Irlanda una cosa va con la otra- son los irlandeses.

Los tres santos patronos de la isla, San Patricio, Santa Brígida y Santa Columba, dieron a sus habitantes el don de saber beber, que es alta y noble sabiduría. El whiskey (no whisky) irlandés es néctar, y ambrosia es la oscura y pesada cerveza Guinness, en cuya espuma puede Ud. escribir sus iniciales. Los médicos la recetan como medicina, y se le atribuyen virtudes taumaturgas que obran milagros en los altares de Afrodita.

Estos brindis me los enseñó mi amigo en Irlanda, John O’Boyle:“Brindo por tu ataúd: que lo haga un viejo carpintero que aún no nace con la madera de un

roble centenario que no ha sido plantado todavía”.“Que tengas lo que el salmón: larga vida, gran potencia y boca siempre húmeda”.

Y el mejor: “Brindo porque llegues al cielo media hora antes de que el diablo se dé cuenta de que te moriste”

Slainte!

El Señor supo que no todas sus criaturas podrían conocer el mar. Pensó entonces que sería bueno tener un resumen del océano, e hizo al caracol. Al crearlo le mandó que imitara en su concha el eterno sonido de las olas, tan diferente siempre, y siempre tan igual.

Poco después el Señor tomó el caracol y lo acercó a su oído. Y he aquí que el caracol no estaba imitando el sonido del mar como era. El suyo era otro mar, más apacible a veces que el mar en plena calma, y más violento que el océano en la tempestad. Era aquél un mar caprichoso, lleno de variaciones, con arpegios, acordes y armonías que no estaban en el original.

¿Qué es esto? –le preguntó el Augusto al caracol-. ¿Por qué no recreas fielmente el sonido del mar, como te lo mandé?

-Señor, -respondió con ofendida dignidad el caracol-. ¿Dónde queda entonces mi interpretación?

El Creador alzó los ojos al cielo y suspiró:-Caramba. Creo que acabo de inventar a los artistas.

Solo hay una cosa mejor que despertarse con el sonido de la lluvia: dormirse con su música.

La gente del campo siempre cree en Dios, pero cuando llueve cree más. Para quienes viven de lo que da la tierra decir “Hágase tu voluntad” es decir “Hágase tu lluvia”. Lo mismo deberíamos decir nosotros, pues todos vivimos de la tierra.

Anoche, en el Potrero, se hizo la voluntad divina y fue la lluvia. Leía yo en la cama cuando empezó a llover. Llovió con mansedumbre, como si la lluvia, por humildad, no hubiese querido que se supiera el bien que estaba haciendo. Dejé de leer: me desleí en esa canción hecha de lluvia. Acunado por ella me dormí. Así duerme el niño en brazos de su madre.

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Mi casa es muy sencilla, y sin embargo hay en ella más, mucho más de lo que necesito.En el momento en que esto escribo, por ejemplo, soy perfectamente feliz. La tarde es

friecilla y llueve un poco. Miro la lluvia en el jardín y bebo una taza de yerbanís. El domingo pasado fuimos a la sierra y buscamos bajo los pinos esta amable hierba de flores amarillas con la cual se hace un té que sabe y huele a bosque. Bebo a pequeños sorbos la infusión y miro las volutas de humo azul que sale de la taza. Se oye a lo lejos, lejos el fragor del trueno. Con perfecto sentido de la escena cae una hoja del duraznero y traza en el aire un dibujo japonés. Y se acerca la noche, poco a poco...Y me acerco a mi mismo, mucho a mucho...

La tarde en la lluvia, mi taza de yerbanís, y yo conmigo...Hay quienes se preguntan de qué está hecha la felicidad. Por lo que a mí hace hoy se hizo con esas tres cosas nada más

Estuve en espíritu, pero confieso que estar en materia me habría gustado más. Los integrantes del benemérito club “El pájaro”, de Monterrey, rindieron ayer homenaje a la memoria de uno de sus más insignes compañeros, el queridísimo “Pepón”, Eduardo Martínez Alanís.

Gran señor de la amistad y la alegría, el Pepón llenaba con su presencia las veladas de esa fraternidad de la que me honro en ser socio honorario. Contaba historias hilarantes, decía anécdotas estupendísimas, hilaba fantásticas tramas de final inesperado, y a todos nos tenía suspendidos de sus palabras, que manejaba como en un juego malabar.

Si la vida está hecha de recuerdos -¿de alguna otra sustancia estará hecha?- entonces el Pepón vive todavía, pues lo recordamos, y con nosotros van sus cuentos y el son de su palabra y su risa. El amigo sigue viviendo en sus amigos. Vive por siempre quien así supo hablar, quien así supo reír y hacer reír.

Me habría gustado conocer a don Luis Vargas de Macedo. A los 60 años de su edad renunció a sus posesiones y se hizo pescador en el Cantábrico.

Dijo que ya había vivido mucho tiempo en la tierra: ahora quería vivir en el mar, “que es el cielo convertido en agua”.

Rico, se volvió pobre. “No quiero tener ni el recuerdo de lo que he tenido”. Fumaba su pipa con los pescadores, y vendía con ellos su pescado.

Sólo se permitía un descanso anual, el de los días de la Semana Santa.entonces iba a Santander y participaba en los oficios de la Pasión. “En los de la pasión ya

participé bastante”, explicaba.La gente sencilla quería bien a don Luis Vargas de Macedo. Un pescador le puso a su

barca “La Luvama”, nombre formado con las primeras letras de su nombre y apellidos. “Mejor esta condecoración que la de Alfonso XIII”, dijo él.

Cuando tenía 70 años murió don Luis. Lo hallaron ya sin vida en su cabaña. Dicen que sonreía muerto igual que había sonreído vivo. Los niños que fueron a verlo en su ataúd también sonreían al verlo.

Me habría gustado conocer a don Luis Vargas de Macedo. Supo de la pasión, y supo también de la Pasión. Esa es sabiduría humana, y es también sabiduría divina. Pocos son los que saben de las dos.

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Hay en el cementerio de Abrego una tumba. No tiene epitafio, pero si lo tuviera diría esto:“Fui un hombre. Mi vida fue como es la vida de los hombres. Cuando era niño oí muchos

cuentos; después, ya adulto, oí muchos más. Tuve mis padres, y los traté como quise que me trataran alguna vez mis hijos.

Hallé buenos amigos: cuando con ellos estaba era como estar conmigo. Creí amar a muchas mujeres, y creí también que muchas me amaron, pero supe al final que quise sólo a una y que sólo una me amó. No busqué el dinero, porque puede perderse aquel que lo halla. Cuando lo tuve, en vez de servirlo me serví de él.

Lo que menos vale de mí se halla en la tumba. Lo que realmente fui no morirá: tuve hijos, por ellos viviré en la carne; hice obras buenas, por ellas viviré en el recuerdo...”

Eso es lo que dice el mudo epitafio inexistente.Dice que no existe la muerte para el que vivió bien.

Mi esposa es dueña de un mágico don, un don celeste: la buscan los animalitos extraviados. Quizá por eso la busqué yo; quizá por eso ella me dio su asilo.

He aquí que alguien de la colonia se mudó de casa y dejó tras de sí a una perrita. Tiró a la calle, como quién dice, un pedacito de Dios, pues eso son todos los animales, hasta el gato. Y sucedió lo que tenía que suceder: un día la perrita siguió a mi señora y tomó posesión de la cochera de la casa. Ahí no acabó todo; más bien ahí todo empezó: la perrita acaba de traer al mundo seis perritos que del mundo trajo.

Ya les tenemos dueño a todos, pues siempre hay gente buena dispuesta a enderezar los hierros de otros. La perrita mira con ojos de inundado amor a sus perritos y llama con pequeños ladridos a mi esposa para que vaya a verlos. Ella los ve con esos mismos ojos amorosos, como miran todas las madres a todos los hijos. Y yo, desde mi inepcia de hombre, siento que estoy ante un misterio que nunca jamás comprenderé.

Fija en el cielo su mirada el Terry y ahí la deja en actitud contemplativa. ¿Qué está viendo mi amado perro cocker? ¿El paso de las nubes pasajeras? ¿El vuelo del ominoso gavilán? O ¿mira algo que yo no puedo ver?

Dime lo que te dice el cielo, Terry. Yo no sé aún quién soy, pero conozco que eres un ángel con disfraz de perro: en lugar de alas, orejas grandes; en lugar de arpa o lira, alborozada cola... Hemos vivido juntos tantos años, Terry, que me doy cuenta que sabes cosas que yo ignoro. Dime esas cosas, pequeño hermano mío, para saberlas yo también. Y en tanto llega el día de separarnos hablemos en silencio, en ese silencio que sirve para que perro y hombre se digan todo lo que el hombre y perro se tienen que decir.

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El Señor creó los cielos y la tierra.Luego hizo el Sol, la Luna y las estrellas.

Seguidamente puso en el mar los peces, las aves del cielo, y en la tierra los árboles, las plantas, y todos los animales que llenan la vastedad del mundo.

Por último hizo al hombre.Le preguntó el espíritu:

-Y a éste ¿por qué lo hiciste?Respondió el Creador:

-Necesito alguien que continúe la obra que empecé.

Rindieron ya los ciruelos su sabroso fruto.Estos árboles tienen nombre celestial: se llaman “Santa Rosa”. Por eso dan ciruelas con

redondeces femeninas y sabor angélico. Muerdes una y te parece que has mordido el sol. Su jugo es agua corregida y aumentada. Su color, rojo encendido, es el color del primer día de la creación...

Ahora hay un canastillo de ciruelas sobre la mesa de la cocina en el Potrero. Cada fruto es flor cumplida, perfecta síntesis de la primavera. Una sola ciruela es todo el mundo: en ella han hecho su trabajo los cuatro elementos, esos eternos obreros que son la tierra, el agua, el sol y el aire.

Te invito a probar una ciruela. Te invito a probar la vida.

¿Cuántos años ya tienen de casados? Seguramente más de medio siglo. Los miro pasar por la ventana de mi casa: van al cercano parque, igual que cada día al declinar la tarde. Caminan despacito. Así, despacio, darán dos vueltas en torno del pequeño jardín. Van siempre de la mano, como cuando eran novios hace mucho tiempo; pero ahora van así para cuidarse el uno al otro, para sentir si el compañero va a caer y darle apoyo.

Muchos hablan del amor joven, del que es todo ilusión y todo fuego. Yo digo del amor que se torna más amoroso con los años; del que convierte a dos en uno solo, y los funde en pensamientos, palabras y obras.

Los miro ahora. Ya vienen de regreso. De muchas partes vuelven: de la alegría y la pena; de la esperanza y de la resignación; de las victorias pequeñitas y de los sueños que nunca se cumplieron. Regresan los dos juntos. Llegará el día en que unos de los dos se irá. Pero ni aún esa separación podrá apartarlos: en el recuerdo y en el amor seguirán juntos hasta el día de la alegría y la esperanza, de la gran victoria final sobre la muerte.

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Se encontraron un día John Dee, inglés, y el español don Juan. John Dee era el hombre más sabio de la Europa; era don Juan el más famoso seductor del mundo.

Los dos habían llegado ya a la madurez. Poseía John Dee la más vasta biblioteca conocida; don Juan tenía un solo libro en donde conservaba los nombres de las mujeres que lo amaron.

Dijo el inglés:-Me habría gustado tener yo también un solo libro y muchas mujeres, como tú.Respondió el español:Me habría gustado tener muchos libros y una sola mujer, igual que tú.Todos los hombres somos Dee y don Juan. En nosotros está la carne y el espíritu. A veces

domina la una; en ocasiones el otro. A los dos hemos de amar. Somos los dos.

Me habría gustado conocer a don Arnaldo Márquez.Recibió cuantiosa herencia de su padre, dueño de tierras que llegaban más allá de donde

llegaban sus tierras. Don Arnaldo las repartió entre los peones de la hacienda y les dio dinero para que empezaran a trabajar. Luego se fue a Europa, y en diez años se gastó lo que le había quedado.

Cuando volvió sin un centavo en el bolsillo sus antiguos trabajadores lo acogieron como se acoge a un hijo infortunado: le devolvieron la casa grande para que viviera en ella y le dieron la administración de la cooperativa.

Don Arnaldo ya no vivió mucho, llegó con tuberculosis y a su muerte sus trabajadores lo lloraron como se llora a un familiar muy querido.

Una señora dijo: no sé si estoy llorando a un padre o a un hijo.Me habría gustado conocer a don Arnaldo Márquez.

San Francisco de Asís, segundo Cristo, es el mejor hombre que ha vivido sobre la tierra.Medieval y moderno, fue símbolo ayer de quienes buscaban otro mundo, es símbolo hoy

de los que quieren salvar éste. Desde su riquísima pobreza, desde su majestuosa pequeñez el Pobrecito de Asís nos sigue hablando: su voz tiene a un tiempo la fresca transparencia de la hermana agua y el fuego intenso del hermano sol.

Amo a Francisco de Asís porque es el más santo de todos los poetas, pero lo amo más porque es el más poeta de todos los santos. El vive en mi Porciúncula. En la pequeña capilla de Potrero de Abrego hice poner su imagen: lleva un libro en la mano y una llaga en el lado del corazón. Sobre mi mesa de trabajo tengo su “Preghiera semplice”; la leo al comenzar la labor de cada día: “Señor: hazme instrumento de tu paz. Dónde haya odio siembre yo amor...”

Bienaventurado el que aprenda del Poverello a sonreír con lo estigmas. Bienaventurado el que sea, como él, juglar de Dios.

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Era una niña de 6 años cuando su madre le encargó el cuidado de sus tres hermanitos más pequeños, pues ella tenía que salir a lavar la ropa en otras casas. No recuerdo desde cuando la pusieron a barrer y a trapear, a lavar los trastos, a ir por agua, a llevar al molino el nixtamal.

Se casó. Nada más cambió de metate, como antes se decía. Tuvo seis hijos. Su marido trabajaba en una fábrica. Había que lavarle todos los días aquellos pesados overoles manchados de arriba abajo con aceite; había que hacer de comer para todos, y tener la casa sin ayuda.

Cuando su hombre murió ella se puso a coser en su casa, a destajo, para un fabricante de camisas. Empezaba su labor a las 6 de la mañana y acababa a las 12 de la noche.

Ahora es una anciana. El otro día oyó que una nieta suya, licenciada, decía al conversar con una amiga:

-Los tiempos han cambiado. Mi abuela, por ejemplo, nunca trabajó...

Hay en el cementerio de Abrego una tumba. El tiempo ha borrado las palabras escritas en su lápida, pero si supiéramos escuchar las palabras que de las tumbas salen oiríamos esto.

“...Yo fui amigo del agua. La sentí siempre como parte de mí, igual que si la sangre de mis venas me corriera por fuera. Casi podía verla debajo de la tierra; cuando iba por el campo la sentía bajo mis pies.”

“...Corté una vez unas varas, y entre mis manos se doblaban ahí donde había agua. Luego ni las varas siquiera requerí: el agua me avisaba de su presencia subterránea en modos que ni yo mismo me podía explicar. Una vez tuve en mis manos el plano de un terreno lejano, y señalé el punto en el que estaba el agua.”

“...Dejé de hacer todo eso porque los hombres reñían por el agua, o la ensuciaban, o la hacían objeto de su mezquino comercio y de su envidia. Cuando llegué al final de la vida, sin embargo, marqué el sitio de mi tumba. Corre un hilito de agua por debajo de ella. Y en mi sueño el agua canta para mí...”

Hay en el cementerio de Abrego una tumba. A su alrededor es más verde la hierba y las flores tienen más color.

Camino con cuidado por el huerto: está lleno de pequeños caracoles que han salido, con su casa a cuestas, a disfrutar el claro día que nos dejó la lluvia ayer.

Vigilo cada uno de mis pasos; temo aplastar a una de esas mínimas criaturas majestuosas. Si lo hiciera el universo sería menos universo. Le habría quitado yo algo que le pertenece, y no se lo podría restituir. El hombre, que ha erigido el Taj-Mahal, y las pirámides de Egipto, y la catedral de Chartres, no es capaz de crear la geometría de esta exacta espiral que lleva en sí nostalgias marineras.

Camino con cuidado por el huerto para no quebrar uno de estos milimétricos vasos de la vida.

¿Quién soy yo para destruir al maravilloso caracol con su perfecta residencia?Eso sería como si Dios saliera a caminar y me pisara a mí.

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En el Potrero, por la acequia grande, pasa el agua como una larga sonrisa de cristal. San Francisco la llamó “hermana agua” porque era poeta. Si hubiera sido campesino la habría llamado “madre”. La madre agua alimenta la tierra, y la tierra nos alimenta a todos. Madre de nuestra madre es, pues, el agua; abuela nutricia y bondadosa.

De todas las músicas del mundo esta es la que amo más. Si cuando corre el agua estoy oyendo música de Mozart, dejo de oír la música de Mozart para oír la música del agua. Es lo que estoy haciendo ahora: su clara voz entra por la ventana y llena los aposentos de la casa y mis habitaciones interiores. Suspendo la escritura para que mi tecleo no profane esta música sacra, la más hermosa música del mundo.

Me habría gustado conocer a Selma Woodrich.Vivió a mediados del siglo antepasado en Virginia, Estados Unidos. Era blanca, de clase

acomodada. Sus principios la hicieron ser enemiga de la esclavitud. Ayudó a cien esclavos negros, fugitivos de las plantaciones sureñas de Estados Unidos, a llegar a Canadá. Descubierta, fue azotada por un terrateniente. El hombre le hizo dar veintiún latigazos, uno por cada esclavo que él había perdido. Estuvo a las puertas de la muerte la señora Woodrich. En el delirio de la fiebre se le presentó una visión: subía al cielo por una escalera que tenía cien peldaños.

Me habría gustado conocer a Selma Woodrich.Aprendió que el bien que hacemos nos lleva, por caminos misteriosos, a nuestro propio

bien.

Malbéne acaba de publicar un texto en el Harvard Divinity Bulletin. Lo tituló “El mundo de Dios”. He aquí un pequeño fragmento de ese texto:

“... Se nos ha dicho que el mundo es uno de los tres enemigos del alma, junto con el demonio y con la carne. Si por mundo entendemos lo mundano podremos concordar. Pero si el mundo es el conjunto de los seres y las cosas, la realidad total del hombre, entonces afirmaremos que ese mundo es bueno. Su creador mismo lo reconoció: ‘Y vio que era bueno’. Todas las cosas del mundo son sagradas; en todas ellas late el espíritu de Dios. Si comprendemos el misterio del mundo, si pensamos en su origen y desarrollo, entonces sabremos que es el camino a la divinidad.

No faltará quien me acuse de panteísta por pensar así. Si creer que Dios está en todas las cosas, y que todas las cosas nos acercan a Él, entonces soy panteísta. Dios está en mí. Alguna vez yo mismo estaré –y seré- en Dios...”.

La traducción del francés al inglés, y luego al español, quizás oscurece el sentido de las frases de Malbéne. Su idea, sin embargo, es clara. Y, como sucede a todas las ideas claras, no faltará quien ponga en ella su propia oscuridad.

Las ramas del nogal se ven dobladas. El peso de las nueces que cargan las inclina y las acerca al suelo. Pronto dará sus frutos, y luego descansará su sueño del invierno.

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En cada árbol yo veo un silencioso profesor. ¡Qué de cosas enseñan esas criaturas vegetales! Dan mucho, y piden casi nada. Los hombres somos como la piel de Judas –así dicen en el Potrero de quienes hacen daños-, en tanto que los árboles son como la piel de Dios.

Este nogal me enseña que debemos llegar a nuestro invierno con carga generosa y darla a los demás antes de reposar. Que los años nos inclinen y doblen por el peso del abundante fruto que llevamos, no por la fatiga de una inútil carga de egoísmo, de mezquindad y de resquemores. Yo me acerco al nogal. Al fin hombre pequeño, volteo a todos lados a fin de cerciorarme de que nadie me oye, y luego le digo al árbol en voz baja: “Quiero ser como tú”.

( )Aquella mañana don Fulano se puso los zapatos al revés.Sintió una cierta incomodidad al caminar, pero no supo de pronto a qué atribuirla. Luego

se dio cuenta de su error: se había puesto los zapatos al revés. ¿Cómo pudo hacer tal cosa? Lo acometió un sentimiento de vergüenza, que luego se volvió enojo contra sí mismo. ¡A su edad ponerse los zapatos al revés! Y peor aún: ¡salir con ellos a la calle! Buscó un callejón donde no había gente; ahí se cambió los zapatos, y apareció otra vez, tranquilo ya.

Aquella mañana don Fulano se puso los zapatos al revés, y sintió vergüenza y rabia contra sí mismo...

Pero todas las mañanas don Fulano sale de su casa con la conciencia al revés, y el malestar que siente lo atribuye a que así es la vida, a que aquí en este mundo no es posible la felicidad... –editado-

A los 80 años de edad el filósofo Marco Terencio Varrón escribió su obra “De re rustica”. Es una guía de jardineros: enseña la suprema sabiduría que consiste en cultivar un jardín, ejercicio en el cual el jardinero queda más cultivado que la misma tierra que cultivó.

Terencio fue el hombre más sabio de su tiempo. San Agustín, que tenía el don de hacer frases felices, dijo que Terencio leyó tanto que es imposible adivinar cómo tuvo tiempo para leer.

Para ambas cosas tuvo tiempo aquel filósofo. Pero además tuvo tiempo para su jardín. Yo sospecho que de él sacó todo su saber. Porque un jardín da flores y frutos, sí, pero también da sabiduría. Todo jardinero es un filósofo dueño de la mejor sabiduría que una mujer o un hombre pueden alcanzar: la sabiduría de la vida.

Viaja conmigo siempre un inquietante compañero: el azar.Nunca he sabido qué debo esperar de él. Un día hizo que me asomara por una ventana de

mi oficina. Abajo iba pasando una muchacha. La seguí, le hablé y poco tiempo después me casé con ella. En otra ocasión el azar hizo que un autobús y mi automóvil se toparan en una esquina de Monterrey. El azaroso encuentro costó 15 mil pesos.

He tratado de hacer que el azar se aparte de mi lado. Una vez le dije para ahuyentarlo: “dos y dos son cuatro”. Se rió el azar. Le espeté en otra ocasión: “Una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo”. El azar no hizo caso. Cierta noche le recité los silogismos: barbara, celarent, darii, ferio. Se burló de mí. Desesperado, un día le expuse la doctrina de la predestinación según Orígenes y Tertuliano. Por poco el azar se ahoga en carcajadas.

He terminado por aceptar al azar y darle en mi vida un lugar de importancia. Compañero inquietante es él, en efecto, pero también es compañero interesante.

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Me habría gustado conocer a Diógenes, llamado el Cínico. Era hombre muy sapiente. Su sabiduría consistió en no darse demasiada importancia.

Tanta cordura había en el que sus contemporáneos lo juzgaron loco. Un día se plantó frente a una estatua. Se puso frente a ella con actitud de pedir algo, la mano tendida, el gesto suplicante. Quienes lo vieron se rieron de él.

-¿Le pides a una estatua? ¿Acaso piensas que te puede dar?Contesto Diógenes: -No le pido para que me dé, sino para acostumbrarme a que no me den.Me habría gustado conocer a Diógenes. Sabía que la esperanza que espera demasiado se

vuelve desesperación.

Jesús Robles Toyos, político sonorense de mediados del pasado siglo pasado, es autor de una frase afortunada: “La política apendeja a los hombres inteligentes y enloquece a los pendejos”. El presidente Bus, dicho sea sin el menor respeto, anda enloquecido. Primer genocida del milenio, fue a liberar a un pueblo que no pidió ser liberado, y para darle la libertad lo está exterminando. No va solo en su locura: ingleses y norteamericanos ya se disputan el reparto de las ruinas, hacen el cálculo de los barriles de petróleo que les corresponderán después de la matanza, y distribuyen contratos de reconstrucción como quien reparte tajadas de un pastel. Asistimos al espectáculo de la barbarie y el cinismo. Junto a esa visión el espectáculo de los aturrullados diplomáticos reunidos en la ONU se antoja un trágico sainete, una patética junta de fantasmas. Ni siquiera osarán elevar una condena por miedo a indisponerse con Atila. Aquí me tienen, por lo tanto, solo, gritando mi vituperación en medio del vacío. ¡Ah, mundo!...

Me habría gustado conocer a Don Guillermo Tritschler y Córdova, Arzobispo que fue de Monterrey.

En 1938 cumplió 60 años. Festejó la ocasión escalando el Popocatépetl. Treinta años antes, en plena juventud, había oficiado una misa en el cráter del volcán.

Señor muy sabio éste. En cierta ocasión fue invitado a bendecir una granja porcina. El dueño, entusiasmado, hizo el encomio de sus animales. “En tratándose de cerdos –dijo- todo es dinero”. “Sí –replicó monseñor Trischler con tristeza-. Y en tratándose de dinero...”.

Era pequeño de cuerpo y grande de alma. Sabía hablar de todo, menos del bien que hacía a los demás. “El bien nunca hace ruido, y el ruido nunca hace bien”. Eso lo dijo San Francisco de Sales, gran hacedor de frases.

Me habría gustado conocer a don Guillermo Tristschler, de felicísima memoria. Era hombre de cumbres, y es en la soledad de las cumbres donde el hombre encuentra la perfecta compañía: Dios.

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De Política y Cosas Peores. Catón. 11 Sep. 03.- El presidente de los Estados Unidos, George W. Bush no podía dormir. Lo desvelaban las inquietudes derivadas de la ocupación de Iraq; le quitaba el sueño la posibilidad de nuevos actos terroristas. Toda la noche se la había pasado dando vueltas y vueltas en la cama. Probó variadas formas de combatir el insomnio: contó ovejas, bebió una taza de leche tibia, leyó sus propios discursos... Todo inútil: ni el más poderoso hipnótico, somnífero o papaveráceo habría tenido efecto en él. Dejó entonces el lecho y fue por los bastos corredores de la Casa Blanca. En la oficina oval vio un retrato de George Washington. “Señor –le preguntó- ¿Qué debo hacer?”. Le contestó el Padre de la Patria: “No digas más mentiras”. Fue luego ante el retrato de Thomas Jefferson, autor principal de la Declaración de Independencia. “Señor –le preguntó- ¿Qué debo hacer?”. “Apégate estrictamente a la Constitución” –oyó que le respondía el virginiano. Siguió su caminata y llegó a donde estaba el retrato de Abraham Lincoln. “Señor –le preguntó- ¿qué debo hacer?”. El prócer le clavó una mirada penetrante y luego le sugirió: “¿Por qué no vas al teatro?”...El problema con los libros sagrados –Biblia y Corán, digamos por ejemplo- es que por sacralizar a Dios desacralizan al hombre. Leer esos libros sin discernimiento conduce a fanatismos fundamentalistas muy peligrosos. En nombre de Dios se atenta contra la dignidad del hombre y contra el valor supremo de la vida. Eso explica el ataque terrorista del 11 de Septiembre; eso también explica que, como respuesta a ese terrorismo, los Estados Unidos se hayan vuelto ellos mismos terroristas. No soy predicador –líbreme Dios de ese destino aciago- pero creo que las cosas habrían marchado mejor si Bus, puesto a escoger entre libros sagrados, hubiese escogido el Nuevo Testamento en vez de optar por el Antiguo. Entonces, viendo en las Torres Gemelas un “Mane, thecel, phares” de advertencia contra la soberbia y ceguedad, en lugar de aplicar la ley del talión habría puesto en práctica la doctrina del amor. En vez de hacer la guerra habría buscado la paz; habría puesto el enorme poder y riqueza de su país al servicio del bien, ayudando a los pueblos pobres, cooperando al fortalecimiento de la educación, la salud, la seguridad en el llamado Tercer Mundo, que ya es cuarto, o quinto. Sé que al decir esto ocurro en palmaria actitud de ingenuidad. En efecto, el amor tiene siempre algo de ingenuo. Pero sucede que el presidente norteamericano aplico la violencia como respuesta a la violencia, usó la tragedia de Nueva York como pretexto para conseguir sus fines económicos, el petróleo de Iraq,en este caso, y ahora los Estados Unidos se encuentran metidos en problemas parecidos a los que enfrentaron en Vietnam. Ninguno de sus hijos está seguro ya, ni en su casa ni en la ajena, y cualquier día el terrorismo puede otra vez abatirse sobre la nación, pues en los países musulmanes crece más cada día el odio contra Norteamérica. He ahí el problema de la ley del talión, esa que reclama ojo por ojo y diente por diente: quien la sigue termina ciego y desdentado. Pero ¿qué podemos esperar, si los países cristianos no practican el cristianismo?.------------------------------------------------------------

(Si tienes buen inglés, favor de traducir y reenviar. Quizás llegue a circular dentro de E.U. y puedan cambiar su política como país; aunque esto lo podemos aplicar en nuestra vida diaria: el cambio verdadero y necesario vendrá por el camino de la solidaridad o seguiremos acabando con todo y de paso seguiremos viviendo con todas las comodidades pero insatisfechos, en el mejor de los casos)

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¿Recuerdas, Terry, amado perro mío, aquella vez que se nos hizo de noche cuando bajábamos del Coahuilón? Perdí la vereda, y pensé que tendríamos que dormir ahí, en el monte. Pero tú echaste a caminar, y yo seguí tus pasos –te detenías cuando me rezagaba yo-, y de pronto salimos al camino y pude ver a lo lejos las luces de las casas.

Ahora que sólo estás en mi recuerdo –ahora ¡Qué solo estás en mi recuerdo!- pienso en aquella noche y evoco los piadosos relatos de la abuela. Nos decía que nuestro ángel de la guarda se disfraza a veces para protegernos. El hombre que nos gritó para advertirnos que no cruzáramos la calle, porque venía un auto, era en verdad un ángel de la guarda con apariencia de hombre.

Yo creo, Terry, que esa noche tú fuiste mi ángel protector. Yo fui el tuyo aquel día que te detuve cuando, pequeño aún, te dirigías a oliscar una criatura desconocida para ti, la víbora de cascabel. A lo mejor, Terry, todos somos los ángeles de todos. Al menos deberíamos serlo. Te recuerdo ahora, y quisiera que estuvieras aquí para decirme si fuiste un perro disfrazado de ángel o fuiste un ángel con disfraz de perro.

Saltapared se llama este pequeño pajarillo gris. Lo amó López Velarde, y bautizó un poema con su nombre.

La gente del Potrero cree que el saltapared anuncia una visita. Las mujeres miran el ave cerca de su casa y dicen luego:

-Va a venir alguien.Y alguien llega, en efecto, casi siempre.Yo quisiera que un saltapared rondara mi solar. Tengo abiertas las puertas y ventanas, y

hay en la mesa un pan recién horneado, un vaso de aguamiel y un trozo de cuajada hecho con la robusta leche de las cabras. Cubre la mesa un mantel bordado por manos de doncella con dibujos de pájaros y mariposas. Parece que los dibujos van a salirse del mantel para ir hacia las dalias, metidas hasta la cintura en un búcaro lleno con agua de la noria.

Llega, saltapared, y avísame que ya viene la visita que aguardo. Recibida será con el alma abierta. Y cuando vaya yo a la casa que me espera, sé tú mi heraldo, y tu leve presencia anuncie mi llegada.

Son dos esposos.Se abate una desgracia sobre ellos.

Enferma uno de los dos, o sufren quebrantos de dinero, o se les muere un hijo.Aquel matrimonio se deshace...

Son dos esposos.Se abate una desgracia sobre ellos.

Enferma uno de los dos, o sufren quebrantos de dinero, o se les muere un hijo.Aquel matrimonio se une mas...

Al paso de los años aprendemos que la unión o desunión de quienes forman la pareja no depende de la desgracia o la ventura.

Depende de ellos.Depende de su amor.

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El padre Soárez platicaba con el Cristo de su pequeña iglesia.-Señor –le preguntó- ¿Qué opinas de las religiones?Le contestó Jesús:-La verdad, Soárez, a mi no me gusta que ustedes hablen tanto de religión. En eso pierden

mucho tiempo que podrían emplear en una obra de bien. Además, las discusiones sobre religión generalmente acaban en forma poco religiosa. Pero te voy a contestar. El problema con las religiones es que su origen está en el temor a la muerte. Deberían haberse inspirado en el amor a la vida. La religión ha de unir: la idea de esa misión está en su nombre. Y es el amor el que une, en tanto que el temor divide. Por eso hay tantas religiones. No debería haber más que una: la religión del amor.

El padre Soárez no entendió muy bien, pero calló. Algo, sin embargo, alcanzó a percibir: le pareció que a Cristo le interesaba más el amor que las religiones.

Dijo aquel hombre a San Virila:-No creo en Dios.-No importa eso –le respondió con una sonrisa San Virila-. Dios sí cree en ti.-No creo en el Dios inventado por los profesionales de la religión. No creo en el Dios

cuyo trabajo es castigar. No creo en el Dios que se goza en el temor de los humanos, ni en aquel que les envía sufrimientos para probar si en verdad creen en Él. No creo en el Dios de los que se irritan cuando alguien sonríe y es feliz.

-¿Entonces en qué crees? –preguntó al hombre San Virila.Y el hombre contestó:-Creo en el Amor. Creo en la Vida,-¡Ah, vaya! –suspiró el santo con alivio-. ¡Ya estaba yo pensando que de veras no creías

en Dios! (29may03)

Llevo el estéreo a mi cabaña porque con él me llevo a esos enviados de Dios que se llaman el mar Beethoven, el alba Mozart, la bruma Mahler, la siesta Debussy, la sumadora con música que es Bach.

De pronto un allegro bárbaro de Bartok se me volvió vivace simplemente, y luego andante, adagio después, y quedó al final en largo. Se habían agotado las baterías del aparato. Enmudeció el estéreo, y no hubo más remedio que oír hablar al mundo.

Escuché entonces el ruido del viento entre los pinos, el aria de un pájaro que habría hecho a Caruso ir a inscribirse en el primer año de su conservatorio, el son humilde de la esquila en la capilla lejana, el balido de las cabras que venían de los agostaderos. Y, por la noche, el crepitar de leña en la chimenea y el aullido del coyote con su responso de ladridos de perros en el rancho.

Después, todo en silencio, oí mi propia voz hablándome recuerdos y elevando acciones de gracias en la tranquila oscuridad.

¡Ah, cuantas cosas se oyen cuando calla el estéreo! (28may03)

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Lo vieron el otro día, cerquita de mi rancho.Un oso negro, grande, con pelaje lustroso y señas de estar muy bien alimentado.Hubo júbilo cuando se supo la noticia y se hizo un pacto tácito entre los campesinos:

nadie molestará al animal cuando lo mire, ni menos aún intentará cazarlo.¿Cuánto hace que no sabíamos de un oso por acá? Ya casi estaban en el olvido las

historias que hablaban de esos gallardos habitantes del bosque y la montaña. ¿Por qué milagro ignoto apareció entre nosotros, mensajero de vida nueva, este grave y solemne visitante?

No lo puedo explicar. Y no me pesa: los prodigios no son para explicarse, son para agradecerse. Doy las gracias a Dios y a su representante personal, la vida, por el don de esta amable criatura que camina libre y tranquila por entre los altos pinos de mi sierra. (07may03)

Me habría gustado conocer a Luigi Guanella. Se dedicó a la caridad. Es decir, se dedicó al amor. Toda su vida fue de entrega a los pobres, cuyas necesidades remediaba calladamente. Ya se sabe que el bien nunca hace ruido, y el ruido no hace nunca ningún bien.

Tenía un lema el beato Luigi: “Pan y Paraíso”. Eso significaba que había que buscar los dones de la tierra y del cielo. Ni puro espíritu, ni materia nada más. De las dos cosas estamos hechos los humanos. Por ambas, pues, debemos ver.

Trabajaba sin descanso Luigi Guanella. Un día el Papa le preguntó si podía dormir bien, con tantos problemas como tenía para cuidar a sus incontables pobres. “Santo Padre –respondió él-. De 6 de la mañana a 12 de la noche trabajo y me preocupo yo. De 12 de la noche a 6 de la mañana dejo que trabaje y se preocupe Dios”.

Me habría gustado conocer a Luigi Casella. Sabía que es muy importante el más allá, pero que también importa mucho el más acá. Somos cuerpo y espíritu. De los dos hemos de cuidar, para que los dos cuiden de nosotros.

El padre Soárez charlaba con el Cristo de su Iglesia.-Señor –le dijo-. Me preocupa cómo la gente se está alejando de tu Iglesia.-¿Cuál es mi Iglesia? –preguntó Jesús.-Esta, desde luego –respondió desconcertado el padre Soárez-.-Mi Iglesia, padre Soárez –dijo el Señor- está donde el amor y el bien están. Todo lo

demás es solamente piedras. Muchas iglesias hay –ya superan en número a los bancos-, y cada día los hombres inventan una nueva. No te preocupe, entonces, que algunos se alejen de las iglesias. Al alejarse de ellas quizá se están acercando más a mí.

-Ay, Señor –meneó el padre Soárez la cabeza-. A veces no te entiendo.Estamos al parejo –dijo el Cristo-. A veces tampoco yo te entiendo a ti.

Dice la noche: -“Hasta la noche”, y deja el sitio al nuevo día.

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¡Qué día tan nuevo es este día! Los pinos se desperezan, y al estirar sus ramas dejan caer una mínima lluvia de rocío. Sobre la plana azul del cielo dos cuervos hacen caligrafía en tinta negra. Muy a lo lejos el humo de una chimenea es vaho de jacal que tirita en el frío mañanero.

Pasé la noche en la cabaña de la sierra. Subir a lo alto me enaltece. Aquí las estrellas pueden tocarse con los dedos. No quiero alzar la mano por encima de mi cabeza pues veo pasar la cintilante luz de un jet y temo derribarlo.

A solas con la noche y el día, con las estrellas tan cercanas y el jacal tan lejano, con las cosas que cuentan; aquí a solas con mi propia compañía, no me perturban ni me inquietan las cosas que suceden. ¿Quién es capaz de devaluarme esta montaña, este cielo con cuervos, el humo de la cocina campirana, el pan sencillo que da Dios?

Esta mañana me despertó el buen Dios. No es la única mañana que me despertará, lo sé, pero hoy me despertó con música. Ahora mismo la escucho mientras escribo esto. Es la mejor música del mundo, mejor que las canciones arcangélicas. Es la canción de la lluvia después de largos meses de sequía.

Llueve por unanimidad sobre la tierra. Los árboles del huerto alzan sus ramas como brazos de una mujer que toma el baño. Si yo tuviera un cáliz lo pondría bajo la gárgola y en él recogería a Dios, y me lo bebería luego en una perfecta comunión para la cual todos los estados son de gracia. Ahora me conformo con extender la mano, mojarla en esta agua del cielo –mojarla en este cielo del agua- y con ella persignarme para dejar limpia la frente de todo pensamiento que no sea el de gratitud.

Ha descendido el cielo en este río de aguas verticales. El cuerpo y el alma de la tierra quedan santificados con el lustral bautismo. Yo, que soy de la tierra, siento ese cielo en mi.

Don Abundio sale muy raras veces del Potrero. Explica la razón de no querer salir:-¿A qué voy a buscar lo que no he perdido?En ocasiones, sin embargo, logro que vaya conmigo a la ciudad. Se aburre un poco

siempre. Dice:-No hay nada aquí qué ver. Luego luego la vista choca con las paredes.El domingo pasado lo llevé a una de esas grandes tiendas de departamentos. Volvió la

vista a todas partes, lo miró todo con atención y luego dijo:-Nunca había visto tantas cosas que no necesito.Don Abundio tiene la más rara de todas las sabidurías: la del sentido común. Y también

tiene la más rara de todas las riquezas: la de aquel que no es rico por tener muchas cosas, sino por necesitar muy pocas.

Doña Rosa tortea tortillas. Quiero decir las hace a mano. En toda la casa se oye su palmoteo como una alegre música. Cuando hace las tortillas doña Rosa le aplaude a Dios, que nos manda este maíz convertido por la sabia labor de la mujer en la ostia nuestra de cada día.

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En una tortilla de doña Rosa cabe toda la redondez del mundo. Pone ella sobre le comal el círculo perfecto de la masa, igual que luna llena en noche oscura, y de pronto el prodigio se consuma: la tortilla se esponja, como mujer embarazada, y es un canto a la vida, y es una acción de gracias en la canasta henchida.

Tortillas de doña Rosa, lujo humilde, humildad lujosísima... Cuán rico es el pobre que las come, cuan pobre es el rico que desconoce que en esta pequeñez residen todas las grandezas.

Mariana, mi nieta de cuatro años, tiene un caballo de 62.Ese caballo soy yo. Se sube sobre mi espalda la chiquilla y vamos por los aposentos de la

casa, trotando y riendo ella. Hemos viajado así a remotos sitios: al Oeste Salvaje –la cocina-, a las estepas del Asia Central –la biblioteca-; a la pampa argentina, en el jardín...

Ayer nos disponíamos a visitar el Continente Africano. Me entretuve no se en qué.-Ándale, abuelito –me apresuró Mariana-. No nos vayan a cerrar el Continente.-Puedes estar tranquila, mi Marianita. Ningún continente estará cerrado nunca para ti. Te

pertenece el mundo. Tu abuelo te lo regala desde ahora –a él se lo regaló Diosito- para que lo llenes con tu alegría y tu amor. Ambas cosas necesita este mundo, Mariana, más viejo aún que tu caballo. Seguiremos paseando por él hasta que Dios lo quiera, juntos, y luego yo me iré, feliz, con esta leve carga de amorosa risa que pusiste en mí.

Con la misma humildad y el mismo azoro de Elizabet ante el prodigio, yo digo sus palabras: “¿Por qué se me concede esto a mí?”

En medio de la reunión familiar mi nieto pequeñito siente sueño y busca mi regazo para dormirse en él. Yo lo tomo en los brazos y lo estrecho; acaso así oirá lo que mi corazón le dice:

“-Duerme, mi niño, y sueña, en tanto yo doy gracias a Dios por permitirme ser, no importa que nada más por un ratito, el guardián de tu sueño y de tus sueños”.

Mis brazos han estado siempre llenos, llenos con la amistad y la mujer. Ahora están más llenos todavía, con el tibio calor del pequeñito que en ellos duerme en paz. Por no perturbar su sueño acompaso a la suya mi respiración, y tengo miedo aún de parpadear, pues eso podría despertarlo. Mientras el niño duerme junto a mi corazón yo pienso en lo que soy, en lo que he sido –yo pienso en los que soy, enloquecido-, y repito con emoción y asombro: -¡Por qué se me concede esto a mí?”.

De política y cosas peores. Me propongo demandar a la revista “Fortune”, pues me hizo víctima de una omisión inexplicable. Resulta que publicó la lista de los hombres más ricos del planeta, y en esa lista no aparezco yo. Aparecen, sí, el Sultán de Brunei, que tiene una fortuna

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estimada en 37 mil millones de dólares, y aparecen también los herederos de Sam Walton, con 24 mil, y Takichiro Mori, con 14 mil. Figuran ahí también personalidades como la reina Isabel de Inglaterra, con 11 mil millones de dólares; Stavros Niarkos, con cuatro mil, y los mexicanos Carlos Slim, con dos mil, y Emilio Azcárraga, con 2,600. Sin embargo a mí no me menciona la revista. Yo soy un hombre rico, inmensamente rico. Y si no, vean ustedes. Tengo vida, que recibí no se por qué, y salud, que conservo no sé cómo. Tengo una familia: esposa adorable que al entregarme su vida me dio lo mejor de la mía; hijos maravillosos de quienes no he recibido sino felicidad; nietos con los cuales ejerzo una nueva y gozosa paternidad, ahora totalmente irresponsable. Tengo hermanos que son como mis amigos, y amigos que son como mis hermanos. Tengo gente que me ama con sinceridad a pesar de mis defectos, y a la que yo amo con sinceridad a pesar de mis defectos. Tengo cuatro lectores a los que cada día les doy las gracias porque leen bien lo que yo escribo mal. Tengo una casa, y en ella muchos libros (mi esposa dice que tengo muchos libros, y entre ellos una casa). Poseo un pedacito del mundo en la forma de un huerto que cada año me da manzanas que habrían acortado aún más la presencia de Adán y Eva en el Paraíso. Tengo un perro que no se va a dormir hasta que llego, y que me recibe como si fuera yo el dueño de los cielos y la tierra. Tengo ojos que ven y oídos que oyen; pies que caminan y manos que acarician; cerebro que piensa cosas que a otros se les habían ocurrido ya, pero que a mí no se me habían ocurrido nunca. Soy dueño de la común herencia de los hombres: alegrías para disfrutarlas y penas para hermanarme con los que sufren. Y tengo fe en un Dios bueno que guarda para mi infinito amor. ¿Puede haber mayores riquezas que las mías? ¡Por qué, entonces, no me puso la revista “Fortune” en la lista de los hombres más ricos del planeta?”.

-------------------------Se ha llenado de frutos el viejo árbol. Es un chabacano, y cada año que pasa pensamos

que será el último que vivirá. El chabacano, sin embargo, no hace caso, y sigue reverdeciendo cada enero, y cada febrero florece con pequeñas flores blancas, y cada mayo nos da su fruto de terciopelo y miel.

¿Volverá a hacer lo mismo el próximo año? No lo sé. Tampoco lo sabe el chabacano, a menos que tenga una sabiduría que no conozco yo. Pero el árbol sigue cumpliendo su labor como si fuera a vivir eternamente. La cercanía de la muerte no le impide echar sus hojas y sus flores, regalar su fruto.// Quiero aprender la lección del chabacano, y vivir con plenitud hasta el final de los días de mi vida. Debo ser digno de este árbol que en silencio me da el ejemplo de su hoja, de su fruto y de su flor.

-------------------Que el año nuevo me encuentre con un amigo más y con una envidia menos.Que me regale el don de la esperanza y me quite el peso del temor.Que me haga ver la promesa que hay en cada nuevo día, y me abra los ojos a la belleza

que hay bajo el sol.Que me enseñe a amar un poco más. Que me haga ver que “yo” es una sola persona, y

muchas son “tú”, ‘él”, “nosotros” y “ellos”.Que me haga apartarme de los trillados caminos de la rutina y me incite a caminar por

senderos que no conozco aún.Que recuerde a quién me olvidó, perdone a quién me ofendió y ofrezca la mano abierta a

quién me hirió.Que el año nuevo sea realmente un año nuevo.Mi nietecita corre hacia mí gritando: -“¡Ito!”. Si alguna vez el buen Dios me dice: “-Entra en el cielo”, esas palabras no me sonarán tan

dulces como el alegre –“¡Ito!” de Mariana.

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Tiene mi nieta un poco más de un año. Yo tengo todos los demás. Pero hay entre ella y yo secretos que no conoce nadie. Cuando mi niña corre echa los brazos así: antes de nacer ella era un ángel; sus bracitos son el recuerdo de las alas que tuvo y cuya memoria sigue conservando.

No pierdas esas alas, Mariana; no las pierdas. Te apartarán de los que van por el mundo desalados. Los años pasarán. Pasar es su oficio. Perderás la memoria de tus alas. Pero abrazarás a tu abuelo y el sabrá que no son brazos los que lo ciñen, sino alas de un ángel de ternura que Dios puso en la vida como anticipación del Paraíso.

Doña Belén tiene 75 años de edad, y vive sola.Casi no sale de su casa: los domingos a misa, y una vez por semana a hacer las compras.

Habla consigo misma en voz muy baja, o le habla al retrato de su marido, cuando barre la pequeña sala.

De vez en cuando visita una amiga que vive en la colonia. Toman un cafecito y hablan de los lejanos días escolares, de los bailes a los que iban de muchachas. La amiga le pregunta por sus hijos:

-Trabajando –contesta siempre doña Belén-.Vino un padre a la parroquia y dio unos ejercicios.Joven, no hablaba del infierno, sí del cielo.-A ver –preguntó-. ¿Qué idea tienen ustedes del cielo?, ¿Cómo creen que es el cielo?

Dígame usted, señora.La señora era doña Belén. Tímidamente contesta:-Para mi el cielo es un lugar donde los hijos visitan a sus madres.Doña Belén tiene 75 años. Vive sola. Dio a sus hijos sus noches y sus días. Y ellos no le

dan una hora.

No pertenecen al viajero los paisajes del trópico; le son ajenas esas llamaradas verdes que se enredan al alma como lianas; esas aguas del cielo y de la tierra que caen lluvia, o corren río, o se detienen pantano.

El paisaje de este viajero es el desierto. Lo ha visto desde niño y lo conoce. Sabe de su fiera belleza que algunos no pueden ver; siente íntimas sus inmensidades y cercanas sus lejanías.

Ha cruzado el viajero su desierto y ha mirado la flor de la biznaga y la pequeña criatura que desde su piedra atisba el mundo. Contempló el vuelo del gavilán y la sabia carrera del coyote. Cuando llegó la noche pudo ver el Camino de Santiago, la gran vía de luz sobre su frente, y sintió que podía alzar las manos y mojárselas de estrellas.

Aquí, en este paisaje desnudo, se desnuda el alma. Aquí, donde es tan fácil perderse, es muy fácil hallarse. Ama el viajero su desierto, y cuando vuelve a él es como si a sí mismo regresara.

Son las 7 de la mañana en el Potrero. Abro la ventana –para que entre la gracia de Dios, dicen las gentes- y oigo los ruidos mañaneros: risas de niños que van a la escuela; gritos de

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mujeres que se llaman unas a otras; voces de hombres que arrean sus animales. Es el sonido de la vida. Las 7 de la mañana es hora mágica.

Son las 3 de la tarde en el Potrero. Hasta el viento que baja de la sierra se ha aquietado. Nadie va por las casas. Roza apenas la tierra el sol de invierno. Todo calla. Es el silencio de la vida. Las 3 de la tarde es hora mágica.

Son las 11 de la noche en el Potrero. Van por el aire los aullidos de los coyotes y los persigue el ladrido de los perros del rancho. Llega a mi cuarto el crepitar del último leño en el fogón de la cocina, y se oye el tic tac acompasado del viejo reloj que está en la casa antes de estar yo. Es la eternidad de la vida. Las 11 de la noche es hora mágica.

Todas las horas de la vida son mágicas. Toda la vida es mágica.

Me habría gustado conocer a Christian, rey de Dinamarca. Cuando los nazis ocuparon ese país, en la Segunda Guerra, emitieron un decreto por el cual todos los judíos debían llevar prendida al pecho una estrella de David. Así los identificarían para mandarlos luego a los campos de concentración. El rey danés se puso él mismo esa estrella, y ordenó que todos sus funcionarios la lleveran. Los nazis, desconcertados, no pudieron llevar adelante su propósito. Así el rey Christian salvó del holocausto a miles de judíos.

Me habría gustado conocer a Christian. Para hacer el bien desafió al mal. Fue un buen rey. Pero fue, sobre todo, un hombre bueno. Eso es mejor.

Malbéne, controvertido teólogo, ha desarrollado en los años recientes una ironía que ciertos observadores consideran poco filosófica. En su último artículo para “Iter”, prestigiada revista lovainenese, Malbéne pone estas palabras:

“Si alguién critica al cristianismo, provoca escándalo. Pero si alguien practica verdaderamente el cristianismo provoca más escándalo”.

Razona Malbéne: “El cristianismo es el amor absoluto, y todo lo absoluto es difícil de alcanzar. Tenemos entonces una especie de cristianismo light, acomodado a la medida de nuestras posibilidades. Y como nuestras posibilidades son muy pocas, nuestro cristianismo es también muy poco”.

Hay quienes tachan de pesimista al viejo maestro de Lovaina. Yo creo que no lo es. Lo demuestra la enigmática frase con que termina su conocido ensayo “Sobre la esperanza”: ...Y sin embargo el hombre, que empezó con Dios, terminará también en Dios...”.

Me habría gustado conocer a don Federico Gamboa, el autor de la novela “Santa”. Era hombre de buenas ocurrencias. Cuando sacó a la luz su libro “Suprema Ley” recibió una crítica

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muy desfavorable del español Leopoldo Alas “Clarín”, y otra muy elogiosa del argentino Leopoldo Lugones. Comentó el escritor: -Empatado: un Leopoldo a favor y otro en contra.

Don Federico siempre se rindió ante “esa dulce pasta que llaman “carne” los teólogos”. Quiero decir que era constante admirador de las mujeres. Escribió Gamboa en su diario: “Yo he sido siempre débil con el sexo femenino, a un grado extremo, y mi mayor deseo consiste en que no me abandone nunca esa debilidad, que ilumine mi vejez, si es que la alcanzo, y me acompañe a donde quiera hasta el final...”.

Me habría gustado conocer a don Francisco Gamboa. Al pedir que no lo abandonara nunca su amor por las mujeres hizo una oración a la que yo respondo con un ferviente “Amén”.

Oración de Fin de Año.

Gracias, Señor, por todas mis mañanasHechas de luz, pájaros, y viento.

Por las estrellas sin número y sin dueñoQue hiciste porque yo las contemplara.

Por la cintura azul de las muchachas,Y por la frente blanca de los viejos,

Y por el sueño con que a veces sueño, Y por mi cuerpo gracias, y por mi alma.

Mucho me has dado a mí, que soy tan poco.Hasta te diste Tú, nieve en el lodo...¿Qué para ti, Señor, no dejas nada?

Gracias, pues, por mi mundo, niño y loco.Y gracias por mi vida. Y, sobre todo,

Gracias porque he aprendido a decir gracias.

Malbéne publicó un artículo en la revista “Gradior”, de la Universidad de Berna, y con él suscitó otra vez el encono de sus malquerientes. Se confirma la frase del discutido pensador: “El peor enemigo de un teólogo no es el diablo: es otro teólogo”.

En su texto para “Gradior” Malbéne afirma la superioridad de la poesía sobre la teología como lenguaje para acercarse a Dios. Escribe: “A nadie he conocido que ame a Dios tras leer un libro de teología; conozco, en cambio, a muchos que en un poema han sentido el latir divino”.

Dice Malbéne: “Sé que ningún poeta abdicará de su alta condición de tal para volverse teólogo”. Y añade: “Sin embargo, puedo atreverme a sugerir a los teólogos que se olviden de hacer teología y se vuelvan poetas”. Y termina su artículo Malbéne: “Santo Tomás de Aquino fue teólogo, pero fue también poeta. Y San Juan de la Cruz alcanzó a través de su oficio el fin último de la teología, que es el amor de Dios a través de sus criaturas”.

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Soplan los grandes aires de febrero y por el campo ruedan los arbustos que en el Potrero llaman “brujas” y en otras partes dicen “rodadoras”. Las viejas películas del Oeste mostraban esas plantas, con añadidos de ulular del viento y polvo cegador, para dar idea de desolación.

Pero sucede que en la naturaleza no hay desolación. Eso es invento de los hombres. Rueda la rodadora y va dejando en el suelo su semilla, que de otra forma no podría esparcir. Esta visión no es de muerte, sino de vida, de nueva vida que en primavera reverdecerá.

“Febrero loco” llaman al segundo mes...Si todas sus locuras son como ésta entonces la de febrero es una locura muy cuerda.

Al salir de la capilla se le cayó el botón al rey.No permitió que nadie lo levantara: hizo llamar a San Virila, que andaba por el huerto, y le pidió que hiciera el milagro de que el botón se elevara del suelo y volviera por sí mismo al lugar de donde había caído.

San Virila había hecho grandes milagros. Una vez movió la aldea para salvarla del río desbordado. (Movió la aldea porque era obra de los hombres, y no el río, que era obra de Dios). Sin embargo, no hizo nada para mover el botón del rey. No porque el botón no fuese digno de que se hiciera con él un milagro, sino porque el rey no era digno de un milagro.

Desde entonces decreció la fama que San Virila tenía de milagroso. La gente olvidó el prodigio de la aldea, y recordaba solo la historia del botón.

Sería un milagro –comentaba con mansedumbre San Virila- que la gente recordara lo que debe recordar y olvidara lo que merece sólo olvido.

Me habría gustado conocer al padre Francisco Esparza, de Aguascalientes.Amable sacerdote, todo el tiempo que se le iba en confesar a las beatas que lo requerían

diariamente para contarle imaginarias culpas y aburrirlo con ridículos escrúpulos y tiquismiquis de conciencia.

Se daba a los mil diantres el buen padre, pues aquellas inacabables confesiones lo apartaban de sus tareas. Y de su descanso también, que disfrutaba muy sabrosamente tañendo la guitarra o jugando a las cartas y al ajedrez con sus amigos. Así se le ocurrió una idea para librarse de la beatería. Puso en la puerta del templo este letrero: “Por cuestión de orden, a partir de mañana las confesiones de las mujeres se harán conforme al siguiente PROGRAMA: los lunes, las adúlteras; martes, las chismosas; miércoles, las alcahuetas; jueves, las geniosas; viernes, las livianas; sábados, las flojas. Domingos, confesión general. Atentamente”.

Es fama que ninguna beata volvió a confesarse con el padre Esparza. Me habría gustado conocerlo. Sabía que hasta para hacer el bien tiene que haber algún método.

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Malbéne publicó un artículo en “Iter”, revista de Lovaina. De ese texto transcribo algunos párrafos:

“Alguna vez un historiador hará la lista de todos los males que le han venido al hombre por causa de esos que algunos llaman aún ‘libros sagrados’.

En esos libros está la semilla de la intolerancia. El creyente está con ellos o contra ellos. Cada libro sagrado parece decir a quién lo lee: ‘fuera de mí no hay salvación’.

Llámenme hereje, pero creo que hay más lecciones de bien y humanidad en un ejemplar del Reader’s Digest que en esos libros que dividen a los hombres en bandos irreconciliables. Quizás en vez de más sectas religiosas deberíamos tener más clubes de servicio”.

Malbéne tiene la habilidad de suscitar las iras de los radicales. Y es que él mismo es un radical de la lucha contra el radicalismo.

La prueba de fuego de una cocinera –o cocinero- en cualquier parte del mundo no es uno de esos platillos de alta gula destinados a la delicia del gourmand. La piedra de toque para alguien que entra en la cocina es el humilde arroz.

Quien lo haga bien tiene ganada la gloria que San Pascual Bailón, patrono celestial de guisanderos, reserva a sus discípulos mejores. Todavía recuerdo con gran afecto un restorán de Monterrey, el Mesón del Ángel, por desgracia ya desaparecido. Yo iba ahí únicamente para gozar del mirífico arroz que preparaban.

He aquí una receta para cocer bien el arroz: “Llene la olla con agua fría suficiente para duplicar la cantidad de arroz. Añada una cebolla pequeña partida a la mitad, un trocito de mantequilla, sal y tape la olla. Una vez que el agua hierva, baje la llama y déjela muy bajita. Cuándo el agua haya desaparecido ésa será la señal de que el arroz ya está cocido convenientemente. No mueva el arroz, ni lo menee...”.

La receta la tomé de un libro escrito por Marlene Dietrich. El hecho de ser una de las mujeres más seductoras del mundo no le impidió ser también una excelente cocinera. Como dice don Abundio, hablando de una mujer completa: “Petate de noche no quita metate de día”.

Esta pequeña piedra es blanca. Tiene una raya negra que la divide exactamente por el medio, perfecta geometría.

La encontré sin buscarla –así se encuentran muchas cosas- en la ribera del arroyo, y la guardé en mi mochila para conservarla, porque es extraña, bella, y tiene la venerable antigüedad del universo. Cuando no existían Aristóteles ni Napoleón ella existía ya. Es parte de la eterna infinitud de Dios. Si supiéramos ver bien las cosas, y si las entendiéramos, veríamos en esa piedra un objeto sagrado, igual que en cualquier otra piedra, igual que en todo ser y toda cosa.

Todo el mundo es divino. En toda materia está el Espíritu. La suprema teología es la de la naturaleza.

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Era un hombre que no tenía dinero. Tenía una familia, un techo, no le faltaba el pan, guardaba algunos libros y cultivaba un breve jardín, pero no tenía dinero.

Alguien le preguntó:-¿Por qué eres tan pobre?Con una sonrisa contestó aquel hombre:-Porque soy muy rico.Era feliz ese hombre. Una paz interior lo poseía y llenaba todos sus actos y palabras con

una serena placidez. A los suyos les daba amor y de ellos lo tomaba para irradiarlo a los demás. Era feliz ese hombre.

Alguien le preguntó:¿Por qué eres tan rico?Respondió con una sonrisa el hombre aquel:-Porque soy muy pobre.

Jean Cusset, ateo con excepción de la vez que entró en la catedral de Colonia, dio un nuevo sorbo a su martíni –con dos aceitunas, como siempre- y continuó:

-El problema de las religiones es que establecen una radical separación entre el mundo de lo natural y el mundo de lo sobrenatural. En eso se basan todas las religiones; en la división entre el mundo que vemos y otro que solo podemos conocer a través de lo que nos dicen los profesionales de cada religión.

-Sin embargo –siguió diciendo Jean Cusset-, para los niños (que son como santos) y para los santos (que son como niños) no existe esa división. Para ellos lo prodigioso es muy sencillo y lo sencillo es algo prodigioso. Seremos mejores el día en que aprendamos a ver lo sobrenatural como algo muy natural y lo natural como algo verdaderamente sobrenatural.

Así dijo Jean Cusset, y dio el último sorbo a su martíni, con dos aceitunas como siempre.

Me habría gustado conocer a Ikuyu, maestro de la sabiduría zen. Escribió estas palabras:“Antes de estudiar los textos sagrados, mucho antes de ponerse a recitar los largos sutras

horas y horas, debemos ser capaces de escuchar lo que sin palabras nos dicen la flor, el ave, la criatura del bosque, la nube, el viento, el mar...

Todos esos seres sin ánima o con ella, son mensajes de amor que nos envía el Maestro del cielo y de la tierra. Si los entendemos podremos poner nuestra mente y nuestro corazón en las estrellas...”.

Me habría gustado conocer a Ikuyu. Sabía que el amor a la vida nos acerca a Dios, porque Dios es la vida, es el amor.

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Todas los días me enamoro a primera vista de mi esposa.Así dice un vecino nuestro que tiene 50 años de casado. Nos cuenta:-La veo por la mañana, cuando duerme todavía, y pienso en todo lo que ella ha sido para

mí: en la soledad, compañía; en las horas difíciles, consuelo; en la enfermedad, cuidado; en mis dudas, consejo; perdón en mis errores; ternura en mis debilidades... Y amor, siempre su amor en todos estos años que sin ella habrían sido grises y vacíos.

Y concluye el señor:Cuando miro a mi esposa cada día me enamoro otra vez de ella. Y mi amor es amor a

primera vista. Es un amor para el que no hay edad.Así dice este vecino nuestro que tiene 50 años de casado. Oyéndolo hablar así yo digo que

es hombre bueno y sabio.

En su libro “Signo y Sello” habla Malbéne de la inducción positiva: si a un niño se le dice una y otra vez que es obediente, limpio y estudioso, acabará por ser obediente, limpio y estudioso.

Opina Malbéne que las religiones han hecho lo contrario: se la han pasado diciéndoles a los hombres que son malos. La idea de la consubstancial maldad humana, opina el escritor, es provechosa para los administradores de la religión: como el hombre está convencido de su tendencia al mal y del castigo eterno que por ser malo lo amenaza, necesita –y está dispuesto a pagar- a alguien que le lave sus culpas y lo salve de la condenación. “Por eso, escribe Malbéne, los magos o sacerdotes de las religiones imparten con una mano el miedo y con otra la esperanza”.

La fama de Malbéne y el éxito de sus libros me hacen sospechar de él. Sin embargo me pregunto qué pasaría si, al menos por variar, los ministros de las iglesias empezaran a decir a los hombres y a las mujeres –y también a los niños, claro- que son buenos.

¿Qué haremos contigo, pájaro carpintero, qué haremos?Sucede que te ha dado por perforar a punta de pico los muros de la casa. ¿Qué buscas en

las paredes, dime? Has puesto en ellas señales de fusilería, como en los tiempos de la Revolución. Ahora parece nuestra casa una vieja señora cacariza.

Y no puedo decirte nada. Me gusta tu acompasado vuelo de saeta; me gusta tu copete rojo, fuego pentecostal en tu cabeza; me gusta que me despierte el rítmico toc toc que tarareas en la ventana... Tú lo sabes, quizá por eso abusas.

Pero esto no me gusta, carpintero. Deberá venir un albañil a resanar tus insólitas carpinterías. Alguna explicación han de tener que no conozco. Tu sabes mas que yo. Entonces ni siquiera te pregunto por que taladras el frente –la frente- de mi casa. Pero una cosa sí sé: en lo que haces no hay maldad. Tienes la inocencia del Génesis.

Sigue pues con tu labor de zapa. Ya vendrá luego el albañil, y aquí no ha pasado nada, amigo carpintero.

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Nadie en el rancho sabe de que vive doña ninfa, la mujer mas anciana del Potrero. Quizá vive de milagro.

“Nada tengo –dice ella- pero Dios me tiene”. No pide, y todos le dan. Su pobreza ofrece a los demás esa riqueza que consiste en dar.

Hace unos días un hombre de la ciudad llego a su casuca de adobes y le informo que “por su edad y condición social” tenia derecho a recibir cien pesos al mes de uno de esos programas de asistencia que aplica hoy el gobierno.

-¡Ah, que bueno! –se alegro doña Ninfa-, ¡Así tendré para darles a los pobres!Yo llevo libros al Potrero de Abrego para leer allá. Sin embargo, el mejor libro es el

Potrero.

…el mundo se ve hoy, domingo recién llovido y claro, unánime cristal.Estoy en la montaña que amo y se que me ama, porque un amor como el que yo le guardo

tiene que ser correspondido. Subí despacio por la vereda y llegué al sitio donde los pinos se abren y hay una hondonada pequeñita que recoge las aguas de la lluvia. Veo en la tierra humedecida las huellas que dejó el paso de un venado, y escucho al pajarillo presuroso que con su canto fabricó su nombre: tildío.

Quedó lejana la ciudad, y quedó lejos ese lejano yo que no soy yo. Aquí estoy. Aquí estamos: cielo, montaña, nubes, agua de lluvia, tierra, pinos y bestezuelas, una más yo entre ellas. Alguna vez yo ya no seré, y ellas seguirán siendo todavía. Quizás yo seré en ellas, y en ellas estaré como estoy ahora, en la común fraternidad de todo lo que existe

Variación opus 2 sobre el tema del patriarca Abraham:Yahvé le ordeno a Abraham que degollara a Isaac su hijo, como prueba de obediencia a

Dios.(En aquellos lejanos tiempos Yahvé no tenia mama, y actuaba en consecuencia)Abraham fue con Sara, su mujer. Le manifestó lo que Yahvé le había ordenado, y le

anuncio que cumpliría su mandato. Sara abrazo a Isaac, y dijo a Abraham:-Si quieres ve y degüéllate tu; a mi hijo nadie lo toca.Eso es lo que en verdad paso. Nos muestra que el amor de una madre por sus hijos es

mayor que los hombres y los dioses.

John Dee recibió un golpe mortal que casi acabó con sus tareas de filósofo: el rey lo designó su consejero.

Y es que la fama del pensador era muy grande. Erasmo de Rotterdam lo había llamado "lucero del saber". Su cátedra en la Universidad de Londres atraía estudiantes de toda Europa, y su obra Declamationes fue comparada con lo mejor de Séneca.

El rey le ofreció a Dee grabar algunos de sus aforismos en planchas de oro, para memoria de las generaciones venideras. Dee contestó:

-Si en verdad quiere Vuestra Majestad que mis frases duren, inscríbalas mejor en planchas de barro. Puestas en láminas de oro desaparecerán, pues algún día las placas serán robadas y fundidas. El barro, en cambio, tiene la eternidad humilde de la tierra.

El monarca ponderó las palabras de John Dee, y supo que había acertado al nombrarlo su asesor.

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Diógenes de Halicarapsis era un filósofo preclaro. Doce ciudades se disputaban el honor de haber sido su cuna, hasta que él dijo en un discurso: "De Halicarapsis soy, donde el ruido de las olas se funde con el fragor de los volcanes”. La frase gustó mucho, sobre todo porque en Halicarapsis no había mar ni volcanes. El tirano Periandreo mandó grabar aquellas palabras con letras de oro en el frontis del templo de Mercurio, dios de los mercaderes, los ladrones y los oradores.

Periandreo quiso honrar aún más al maestro. Ordenó que su nombre fuera impuesto a una ciudad. Diógenes, modesto, declinó el honor. Dijo que sólo a los muertos se debe ese homenaje. El tirano pareció contrariado, pero no replicó, pues respetaba mucho al pensador. Mandó forjar en bronce una gran placa con el nombre del filósofo y la hizo fijar en la pared, cubierta con un velo. Entonces sacó su espada y atravesó con ella a Diógenes. Esperó hasta que el maestro exhaló su último aliento, y sólo entonces descorrió el velo que cubría la placa. Luego dijo:

-Me honro en imponer a esta ciudad el nombre de Diógenes.Enseguida volvió la vista hacia el cadáver y añadió en tono condolido:-Que en paz descanse.

Salim ben Ezra, considerado el hombre más sabio de Bagdad, se sonreía al conocer algunas prácticas de los cristianos. Decía con divertido asombro: -Sus clérigos prometen no tocar jamás a una mujer. Otros hacen voto perpetuo de silencio. Y sin embargo el amor y la palabra son dos de los más grandes dones entre los muchos que Dios regala al hombre. Por el amor se perpetúa la vida conforme al plan de quien nos creó. Por la palabra el hombre se distingue de los animales. Me pregunto si nos es lícito renunciar a esas hermosas dádivas divinas. ¿Acaso las elucubraciones de los hombres pueden cambiar la voluntad de Dios?

Eso decía Salim ben Ezra, considerado el hombre más sabio de Bagdad porque siempre acataba, humilde, los designios del Señor, y sonreía cuando lo humano pretendía enmendarle la plana a lo divino.

¡Hasta mañana!...

La risa es don divino que nos hace humanos. Siempre he pensado que la creación, el mundo en que vivimos, nació de una sonrisa de Dios. De esa sonrisa surgió la luz del sol; y el cielo con estrellas; y surgieron la tierra, y el mar con sus pescaditos. De la risa de Dios nació también esa extraña criatura que es el hombre. La vida es alegría; es gozo de estar vivo, de disfrutar las cosas de este mundo con la inocencia del primer día, cuando todo era nuevo y todo era inocente. Ríamos de nosotros. Ríamos con los otros. Y hagamos de esa risa feliz una oración de gracias. ¡Hasta mañana!...

Me habría gustado conocer a Madeleine Paumier, francesa. Su oficio era el de cocinera. Servía en una casa rica. Cierto día horneó unos panecillos.

Los metió al horno en un molde de papel, y así los presentó, con ese adorno de papel rizado. Tanto gustaron sus pequeños bollos, y el modo en que los ofreció, que bien pronto en París fueron famosos. Hasta nuestros días esos panes se llaman "madeleines".

Me habría gustado conocer a Madeleine Paumier. Por ella supe que quien hace bien las cosas puede inmortalizarse, aunque lo que haga sea

tan humilde como unos panecillos envueltos en papel.

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…Gracias a Onésimo Flores Rodríguez, paisano mío saltillero, gané un amigo nuevo: Edmundo González Llaca. Hemos compartido en mesa amabilísima los consabidos dones del pan y de la sal, pero también hemos compartido la pimienta, vale decir la risa, que es tan necesaria como el pan, y de tanto sabor como la sal. Leí el más reciente libro de González Llaca. En él nos habla Fomentemdel perfil que debe tener el ciudadano en una democracia. Ha ser racional, tolerante, abierto al diálogo, participativo. Y añade Edmundo otras dos notas que no suelen citarse en otros retratos semejantes. El buen ciudadano debe tener fraternidad, "un sentimiento personal que le otorga a la democracia no únicamente un carácter humanista, sino una superioridad moral, que es un patrimonio de toda la sociedad". Pero además el ciudadano integral ha de saber reír. El sentido del humor, dice González Llaca, "democratiza los asuntos públicos porque los hace comprensibles, interesantes... Da ligereza, colabora a la tolerancia... atempera las relaciones y obliga a revisar con alegría todo aquello que nos separa y nos divide... Motiva a la autocrítica, tan necesaria en la democracia... Promueve la racionalidad y la calidad del debate democrático... Va contra la descalificación burda, la ofensa simple... Nos demuestra que la vida es más grande que los sistemas políticos, que hay otros valores humanos que son los que deben imperar: la espontaneidad, la cortesía, la fraternidad, la seducción, la alegría; la aventura mágica de las relaciones humanas... Es el mejor antídoto contra la pasividad, el dogmatismo la intolerancia y la tontería... fomentemos el verdadero sentido del humor, aquel que, según Dickens, estimula la risa, pero también la introspección y, sobre todo, la piedad, la ternura y la compasión a favor de los que sufren...". Palabras bien sentidas y bien dichas éstas de González Llaca. Agradezco el saber que en ellas hay, y aprecio la generosa dedicatoria que Edmundo puso en la página primera de su libro: "A Catón, ciudadano que tiene la principal cualidad para impulsar la democracia: el sentido del humor"...

Malbéne acaba de publicar un artículo en la revista “Iter”, de Lovaina. En él expresa estas ideas, que de seguro serán tildadas de heterodoxia:

“... El martirio de los santos es algo trágico, lleno de dramatismo, pero en verdad no prueba nada. El catolicismo tiene mártires, pero también los tienen el calvinismo, el islamismo, el judaísmo. Hay mártires del nazismo, del comunismo, del fascismo. La monarquía tiene mártires, igual que la república. Hay mártires de la ciencia sacrificados en aras de la religión. El martirio lo único que prueba es el apego del mártir a una convicción, pero no prueba que esa convicción sea cierta...”.

Añade el conocido teólogo:“... Si nuestra fe es valiosa su mejor prueba será una vida valiosa, es decir, una vida de

bien. La suprema argumentación no es la sangre: es el amor...”.Ciertamente estas palabras de Malbéne serán argumentadas.¡Hasta mañana!..

Por la mañana miro muchos rostros tristes, de hombres y mujeres que van en su automóvil, o en el Metro o el autobús, con la mirada perdida, hoscos, igual que si fueran a una cárcel.

Creo saber la causa de su expresión sombría. Van al trabajo, y su trabajo no les gusta. Son esclavos, por tanto; galeotes o forzados que por dinero venden parte de su vida.

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Jamás he sido bueno para dar consejos -y menos aún para seguirlos-, pero a mis hijos les hice una recomendación: "Procuren ganarse la vida haciendo lo que les gusta. Así nunca tendrán que trabajar".

Yo he trabajado desde que tuve 14 años. Pero jamás he trabajado. Quiero decir que siempre he hecho lo que me gusta. Espero con ansia que amanezca el día para empezar a jugar con mis amigas -dóciles a veces, a veces huidizas- las palabras.

Soy un privilegiado. Porque es muy feo eso de tener que ganarte la vida a costa de tu vida.

Malbéne, controvertido teólogo, publicó un artículo en la revista "Lux et Vita" que de seguro provocará polémica. Su texto contiene frases como las siguientes:

"... Si crees que Júpiter es dios, y en nombre de Júpiter haces obras buenas, bienvenida sea tu creencia en Júpiter. Si crees que Osiris es dios, y en nombre de Osiris haces el bien, qué bueno que creas en Osiris. Si crees que una piedra es dios, y en nombre de esa piedra fincas tu vida en el amor, bien haya tu fe en esa piedra. Más aún: si no crees que hay un dios, pero ayudas a tu prójimo con obras buenas, y haces el bien, y actúas en todo con amor, te habrás justificado como hombre, aunque no creas que hay un dios...".

Eso dice en su artículo Malbéne. Será objeto de reproches por parte de quienes piensan que es más importante lo que se cree que lo que se hace.

En plena Primera Guerra Mundial, enfrentados alemanes y americanos en una lucha a muerte, los niños de Berlín comían alimentos enlatados en los Estados Unidos.

Era el tiempo de la terrible guerra de trincheras. Separados apenas por unos cuantos metros -"la tierra de nadie"- los soldados combatían mes tras mes contra un enemigo al que ni siquiera podían ver. Durante el día se disparaban unos a otros. Pero llegaba la noche, y lucía el espléndido cielo del verano. Las luciérnagas cintilaban; los grillos empezaban a cantar... Una infinita sensación de paz se adueñaba de los hombres. Y entonces los soldados americanos se olvidaban de que los alemanes eran sus enemigos, y a ocultas de sus oficiales les arrojaban latas que aquéllos recogían y enviaban luego a sus familias, más hambrientas aún que ellos.

Cuando se van las otras flores el plúmbago se queda.Con los primeros aires del otoño la rosa sigue el dictado de los teólogos y poetas, y

deshoja su efímera belleza. El clavel, abatido sobre si mismo, pierde su aroma de canela y clavo. El blanco del alcatraz se pinta de ocre, y es una copa yerta sin una gota ya de primavera.

Pero el plúmbago está. Ahora lo miro, con su azul leve en la mañana gris. Me ve el también con la mirada desvaída, y no se si está triste o está alegre. Igual me siento yo, diluido en la neblina que desdibuja mi jardín.

En este momento soy el plúmbago . El alma se me tiñe con un azul, en esta mañana que no logra del todo ser mañana. Hay días así, color de plúmbago. Hay días así, color neblina, en que ninguna cosa es ella, y en que yo no soy yo.

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La locura de los poderosos es causa de males como el de la guerra. En el hombre sencillo, sin embargo, laten los eternos sentimientos de la bondad y del amor, que a veces esperan sólo el canto de un grillo para renacer.

Me habría gustado conocer al juez Stevens, de Poughkeepsie. Le presentaron para que juzgara a un hombre que robo joyas en el escaparate de una

tienda. Había tomado un ladrillo; quebró la vidriera con el, y sustrajo luego lo robado. El abogado defensor alego que su cliente estaba ebrio cuando cometió aquel robo. No se

le podía condenar, por tanto, pues en ese momento no había conexión entre su cerebro y el brazo con que rompió el cristal.

-Tiene Ud. Razón, abogado –concedió el juez Stevens-. Condeno únicamente al brazo a 18 meses de prisión. El resto de su cliente decidirá si sigue al brazo o no.

Me habría gustado conocer al juez Stevens, de Poughkeepsie. Sabía que a veces la mejor forma de responder a un sofisma es con otro sofisma.

Esta pequeña nieta mía le pide a su mama, con timidez: -Mami: ¿me das permiso de que me guste un niño? No sé, chiquita linda, que te haya dicho tu mama, pero yo, que soy tu abuelo, te doy

permiso de que te guste ese niño, y todos los demás. El mundo es tuyo por entero, y está lleno de niños. Algún día uno de ellos, convertido en hombre, llegara a pedirte que vayas con el por el camino de la vida. A ti, niña convertida en mujer, ese niño te gustara más que los otros, y te irás con él.

Pero eso vendrá luego. Ahora escuchas una canción lejana cuyos ecos no alcanzas todavía a descifrar. Ya la oirás tan claramente como una vez la escuche yo. Sabrás entonces que la vida es, por encima de todas las penas de la vida, una canción de amor.

Me habría gustado conocer a Jack Benny Era comediante, y tocaba el violín. En la comedia era excelente; como violinista era

pésimo. Solo acertaba a sacar del instrumento algunas notas que semejaban el ruido que hace un gato al pasar las uñas por el cristal de una ventana.

Cierto día, Jack Benny llego a la puerta de la Casa Blanca. Traía bajo el brazo su estuche violín.

-¿Qué lleva ahí, míster Benny? –le pregunto el guardia Jack le extendió el estuche. Lo abrió el hombre, y vio en su interior una ametralladora. -Ah, menos mal –suspiro con alivio el vigilante-. Yo pensé que traía Ud. su violín.El cuento lo invento el mismo Jack Benny. Por eso me habría gustado conocerlo: sabia

este señor que el don de la risa solo lo tiene en plenitud aquel que sabe reir de si mismo.

Alguna vez le será dado al hombre penetrar en el alma purísima del animal.Quizás entonces comprenderá la vida, y ya no la hará muerte con sus violencias y su destrucción.

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Los animales llegaron primero que nosotros a este mundo.Cuando el hombre no estaba aún aquí, ellos ya eran habitantes del aire, del agua y de la tierra.Sólo por eso deberíamos respetarlos, y verlos como lo que son: Algo sagrado, igual que todas las cosas del universo, desde el grano de polvo hasta la estrella.Yo digo que los animales tienen alma.(Quizás también late en la piedra un espíritu oculto, el de la vida).No sabemos si piensan, ni sabemos si hablan.Son dueños de un lenguaje oculto que a nosotros nos está vedado, del mismo modo que nos es ajeno el idioma de los dioses.Quizá nos miran y se apiadan de nosotros, que hemos dejado el buen camino, pobres hombres condenados a la libertad, huérfanos del regazo de nuestra madre la naturaleza.Renunciamos a la inocencia del león y la serpiente, y vamos con nuestra carga de maldades haciendo el mal al seno que nos nutre.Yo tuve un perro.Lo tuve sin ser digno de él.Ahora que ya no está conmigo digo su nombre -se llamaba Terry-, y vuelve a estar conmigo otra vez, fiel compañero por encima de la muerte.Es bueno amar a un animal, del mismo modo que es bueno amar a un niño o a una canción.Yo amé a mi perro, y sé que él también me quiso a mí.Esa es una de las pocas certidumbres que poseo..He aquí otro chisme hollywoodense previo a la entrega de los Oscares.

.Eva Bartok, actriz húngara de cine ("The Last Waltz", 1953), dijo que su hija Deana, nacida durante su matrimonio con el también actor Curt Jurgens, fue fruto de una noche de amor con Frank Sinatra, que a la sazón estaba abierto a todos los romances después de divorciarse de Ava Gardner en 1956.Por esos días comentó Sinatra: "Estoy a favor de todo lo que te ayude a enfrentar la noche, sea una pastilla o una botella de Jack Daniels; sea una oración o una mujer".

LLEGÓ OTRA VEZ EL FRIODespués de las heladas de enero tuvimos un engañoso veranillo. Salió el sol, y el duraznero y el geranio, confundidos, pensaron que había llegado ya la primavera, y sacaron sus flores a la luz para que vieran el azul del cielo. Mentira. Aquello era mentira. Cuando apenas los pétalos se abrían vino otra vez el golpe del invierno y los mató. Así se abre a veces el corazón a la esperanza, cuando no es tiempo de esperanza todavía. Una de las cosas que las flores y el corazón han de aprender es a esperar. Siempre llega la luz, y llega siempre el esplendor renovado de la vida. Todo el secreto está en saber esperar. Esperar siempre

Mi abuelo solía dar una receta de la felicidad. Quien siguiera estoscuatro pasos llegaría sin duda a ser

feliz:     Beber sin emborracharse

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     Amar sin sufrir pasión     Comer sin indigestarse     Y a veces desbalagarse

     (Pero con gran discreción y sin desacreditarse)No sé si la fórmula funcione, pero he aprendido a lo largo de una vida

larga que una buena manera de conseguir la felicidad es darla a losdemás. Yo soy un jubiloso jubilado. Sin darme cuenta pasé de la edad de

la pasión a la edad de la pensión. Como en todas las vidas, a la mía hallegado la sonrisa y la lágrima, lo cual es bueno, para saber de todo.

Tengo una linda esposa de 39 años –de 39 años de casada conmigo, ycuatro maravillosos hijos. Tengo nietos también (de haber sabido anteslo que es ser abuelo, primero habría tenido a mis nietos y luego a mis

hijos). Y vivo en una lindísima ciudad: Saltillo.A Saltillo la hicieron indios y españoles. Venían del desierto, y se

toparon de pronto con un oasis que tenía en el medio un salto de aguapequeñito. De ahí el nombre: Saltillo. Etimología de a dos por cinco,es cierto, pero díganme ustedes una mejor. Sigue fluyendo todavía el

cristalino manantial, aunque mi ciudad, de raza colonial, se hamodernizado, y es ahora gran capital automotriz. Conserva, sin embargo,

su raíz cultural, que hizo que Saltillo fuera llamada “la Atenas deMéxico”. Alguien consideró exagerada esa denominación, pero yo vi en

Grecia un letrero que decía: “Atenas: el Saltillo de Europa”.Mi ciudad tiene una catedral que, si yo fuera obispo, cobraría por

verla. Tiene montañas que la rodean en amoroso abrazo, y crepúsculosque parecen anuncios de publicidad de Dios. En Saltillo se hacen

sarapes que cogen todo el sol del mundo, y todos los arco iris, y losobligan a quedarse quietecitos en sus pliegues, lujo sobre el lujo delpiano alemán con candelabros. Y tiene Saltillo una alameda que ha

puesto prólogo a todos los amores saltilleros. Si esa alameda pudierahablar ¡ah, cuántas cosas se callaría!.

El otro día soñé que llegaba a las puertas del Cielo.Me formaba en la fila de los que esperaban entrar en la morada de laeterna bienaventuranza. San Pedro, el portero celestial, interrogaba a

los recién llegados:“¿De dónde vienes?”. “De Roma”. “Está bien, pasa. ¿Y tú?”. “Yo vengo de

Florencia”. “Puedes pasar. ¿Y tú?”.“Yo vengo de Paris”. “Pasa también”. Y que me llegaba el turno y el

buen portero me preguntaba: “Y tú ¿de dónde vienes? Yo respondía: “DeSaltillo”. Entonces San Pedro, preocupado, se rascaba la calva y me decía:

“Ah, caray, señor, pues pase usted, a ver si le gusta esto que tenemos”.Lectora amiga, amigo lector: sé que tu ciudad es hermosa como la mía, yque tienes en ella amores y recuerdos como los tengo yo. Pero te invito

a venir a Saltillo. Te mostraremos las galas de nuestra ciudad ycompartiremos contigo nuestras gulas: el pan de pulque, inverosímil;

nuestra fritada de cabrito, única en todo el universo y partesadyacentes; nuestras enchiladas, ante las cuales los manjares queencomió Brillat-Savarin son modestísimo potaje; nuestros dulces

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paradisiacos... Vengan a Saltillo. Quién sabe:a lo mejor se van a ir al Cielo, y es bueno que se vayan preparados.

Mi amigo John O'Boyle tenía frases lapidarias. Decía, por ejemplo: “Los economistas y los meteorólogos son los únicos profesionales que aciertan sólo una de cada 10 veces, y aún así conservan su trabajo”. Añadía que las mujeres que leen el Tarot atinan más que ellos, y sin embargo ganan menos.Desde luego no hay que hacerle a mi amigo mucho caso. Quizá sus opiniones se debían a que una de sus tres ex esposas era economista. Sin embargo habrá que recordar a aquel sabio señor que se apresuraba a sacar su paraguas cuando los pronósticos del tiempo aseguraban que no habría lluvias.Ahora que los expertos financieros anuncian una recuperación en la economía debemos ahorrar más y gastar menos. Siempre he pensado que las buenas amas de casa son las mejores economistas que hay. En estos casos es mejor guiarte por los consejos de tu mujer que por las predicciones del Banco Mundial.

"Cantando la cigarra pasó el verano entero...".Cuando llegó el invierno no tuvo nada qué comer. La hormiga, en cambio, había trabajado todo el tiempo. Sus graneros estaban bien colmados.Ya casi muerta de hambre y frío, la cigarra llamó a la puerta de la hormiga. Cualquier fabulista habría dicho que la hormiga no abrió, y dejó que la cigarra pereciera. Yo, sin embargo, no soy un fabulista, y sé que mis culpas son mayores que la de la cigarra. En mi relato, entonces, la hormiga abre la puerta a la cigarra; comparte con ella su comida y fuego; y a cambio del favor la cigarra canta para la hormiga su mejor canción.No sé quién tenga la razón, si el fabulista o yo. Pero creo que el mundo sería mejor si yo tuviera la razón, y el fabulista no.

Lili es uno de esos ángeles a los que la gente llama niños Down.Lili ríe feliz cuando llegas al rancho, y llora después cuando te vas. No necesita de palabras: con su sonrisa y su llanto te dice que te quiere.Lili te da de pronto un beso porque sí, que es la mejor razón para besar.Lili sabe jugar a la lotería: el árbol, la rosa, el sol, la garza... Se pone feliz cuando ella gana, y más feliz se pone cuando ganas tú.Mi esposa le lleva hilazas de colores.-Borda dos servilletas -le pide- una para ti y otra para mí.-¿Cuál vas a hacer primero? -le pregunta su mamá-.-La mía -contesta Lili-.-No seas grosera -la regaña la mamá-. Haz primero la de la señora.-La mía primero -insiste Lili-. Así ensayo, y luego la de la señora me va a salir mejor.Lili es una niña Down. Es decir, un ángel que sabe amar con el más puro amor.

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Yo me reía mucho de Pico de la Mirandola, por su nombre, y porque en el siglo XVI escribió un libro llamado "De omni re scibilis". "De todas las cosas conocidas. (Voltaire, burlón, le añadió: "Et quibusdam aliis" "Y de algunas más)El otro día encontré por pura casualidad un texto suyo:"... ¡Qué venturosa suerte la del hombre! En sus manos está ser lo que quiera. Las bestias son desde el vientre de su madre lo que siempre serán, y nunca podrán los ángeles cambiar el ser que Dios les dio. Sin embargo en el hombre puso el Señor semillas de bien y de maldad. La semilla que el propio hombre escoja para cultivar dentro de sí será la que germinará y le dará su fruto, bueno o malo. Puede el hombre, en su libertad, ser igual que una bestia. Pero si quiere puede ser también más que los ángeles, y unirse en un vuelo sublime a la suprema majestad de Dios...Yo me reía mucho de Pico de la Mirandola.Ahora ya no me río.

Aristóteles fue el hombre más sabio de la Grecia antigua. Al parecer tuvo dos esposas, pero a ninguna de ellas le contó las muelas, pues escribió que las mujeres tienen menos dientes que los hombres. Durante siglos prevaleció esa idea. El saber aristotélico era juzgado indisputable -Magister dixit-, y las afirmaciones del filósofo se admitían sin discusión sólo porque él las había hecho. A nadie se le ocurrió contarle los dientes a una mujer para comprobar si era cierto lo que decía Aristóteles. Eso nos enseña que debemos dudar hasta de lo indudable. Quién sabe cuántas certidumbres de hoy aparecerán mañana como falsedades. La certidumbre tranquiliza. Pero no cabe duda de que la duda enseña más. (¿Será cierto eso?).

Me habría gustado conocer a aquel camarógrafo de cine. Rodó la película de Marlene Dietrich. Pasados 20 años fue llamado para hacer otro film, también con ella. Después de las primeras tomas la Dietrich se quejó. Le dijo al camarógrafo: No me gusta cómo me veo. Parezco otra. Debe usted estar haciendo algo mal. Perdóneme, Miss Dietrich respondió con suavidad el hombre, es que ahora soy 20 años más viejo… Me habría gustado conocer a aquel camarógrafo de cine. Conocía el sutil arte de decir las cosas sin decirlas.

El cielo es de tormenta. Truena el trueno, y la luz temerosa del relámpago parece un grito de la oscuridad.

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He detenido el vehículo a la orilla del camino. La lluvia de tempestad me impide ver por dónde voy, y no está lejos el despeñadero. Escucho el ruido del torrente que va cañada abajo. De niño me asustaba la borrasca. La veía como una cólera de Dios. Pensaba que el cielo se iba a desplomar. Ahora no siento ya temor. Sé que el buen Dios no tiene cóleras, y sé también que las borrascas duran poco. Espero, pues. Empiezo a cantar una canción, pero después de las primeras notas la melodía se apaga. ¿Sigo teniendo miedo, acaso? ¿Irá a caer el cielo sobre mí? Pero de pronto cesa de llover, y el trueno se va lejos. Se hace el silencio. Hasta el torrente calla. Aparece la luna, y frente a mí brilla un cocuyo. Y es la luna como un cocuyo grande allá arriba; y es el cocuyo como un pequeña luna acá abajo.

¿Qué idea tienes de Brahms? Yo, lo confieso, tenía de él la idea de un adusto Beethoven con barbas. Oyendo su música pensaría cualquiera que el autor del Réquiem Alemán era un hombre hosco, malhumorado y regañón. Pero leí una carta de Emma Engelmann, pianista que conoció a Brahms. En ella cuenta una anécdota que juzgo deliciosa. Parece ser que un gran conocedor de vinos, sabiendo de las aficiones del gran músico, lo invitó a que catara los que tenía. Sacó la que consideraba su mejor botella: "Este vino es el Brahms de mi bodega" -le dijo a modo de cumplido-. Brahms lo probó. "¿Por qué mejor no trae su Beethoven?" -dijo luego. La ocurrencia es muy buena, y muestra que Brahms no sólo era un genio, lo cual es muy importante, sino que era además un genio modesto, lo cual es más importante aún.

Iba el señor manejando por la carretera cuando vio en la orilla a una pequeña tortuga que avanzaba con lentitud hacia el monte.

Detuvo su coche el señor. Pensó en sus hijos, y en la novedad que sería llevarles una tortuga. ¡Cómo se divertirían con ella! Luego pensó las cosas más despacio. Se divertirían con ella, sí. Una hora. Luego se olvidarían del animalito. Y la tortuga, arrancada con crueldad de su medio ambiente, se enterraría en algún sitio y moriría.

Así, el señor dejó que la pequeña tortuga siguiera su camino. Pensó en sus hijos y sonrió. Alguna vez ellos también podrían ver a una tortuga yendo hacia el monte a vivir su vida bajo el sol, entre las hierbas, junto con las demás criaturas del Señor.

Hasta el último rincón de nuestra casa huele estos días a madreselva. Entras en la sala y la hallas perfumada por aquel suave olor. Vas a las recámaras y te sigue el aroma. Hay formas de grabar las imágenes y los sonidos. ¿Por qué no han inventado los científicos una manera de grabar las sensaciones del olfato? En vano me esfuerzo en recordar el olor de los libros de mi infancia, amorosamente forrados por mi madre con papel manila. Quisiera, y no puedo, evocar el perfume que trascendía mi abuela -a misal, a yerbabuena, al humo del cigarrito de hoja- cuando me estrechaba junto a sí. Ayer besé el cabello de mi nietecita, y ya no puedo recordar su suave olor.Si hubiera modo yo grabaría el aroma de esta madreselva. ¿Qué secretos mensajes hay en él? ¿A

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quién le habla la flor con su perfume? No lo sé. ¿Quién puede saber lo que hay en un perfume? Lo aspiraré ahora; lo olvidaré después.

Jean Cusset, ateo con excepción de la vez que estuvo enfermo, dio un nuevo sorbo a su martini -con dos aceitunas, como siempre- y continuó: -En materia de religión la duda no es lo contrario de la fe. El que duda está abierto a la fe, y por el hecho mismo de dudar ya está en camino hacia ella. El que no cree ni siquiera duda. El que duda, en cambio, hace preguntas que quizá lo llevarán hacia la fe. -Yo no me alarmo -siguió diciendo Jean Cusset- cuando soy asaltado por la duda. Antes bien la recibo como señal preciosa de humildad. Tan pobre es mi entendimiento, reconozco, que en él la duda vive como en su propia casa. Y doy gracias a Dios por librarme de la soberbia que hay en toda certidumbre. Así dijo Jean Cusset. Y dio el último sorbo a su martini, con dos aceitunas, como siempre.

HISTORIAS DE LA CREACIÓN DEL MUNDO

El Espíritu le ordenó al Creador: “Haz estas 10 cosas que voy a enumerar: la belleza, el misterio, la sabiduría, el capricho, la imprevisibilidad, el cálculo, la sutileza, la fragilidad, la intuición... Ah, y la poesía”. Preguntó, inquieto, el Creador: “¿Para cuándo quieres todo eso?”. “Para mañana”, respondió el Espíritu. Así apremiado, el Creador tuvo que hacer al mismo tiempo todas esas cosas.Fue entonces que hizo a la mujer.

Cosas hermosas se pueden decir de la mujer. De cualquier mujer, porque todas son dueñas de ese misterio, “el eterno femenino”, que reside lo mismo en la Gioconda que en una secretaria. Uno de los piropos más bellos que conozco se debe a Kenneth Tynan, famoso crítico de cine, inglés. Hablando de Greta Garbo dijo: “Lo que ves en otras mujeres cuando estás borracho, lo ves en ella estando sobrio”. La Garbo, en efecto, hacía que el misterio de la mujer fuera más misterioso, quizá por su silencio, quizá por su actitud de indiferencia ante los hombres. El que es afortunado, sin embargo —me cuento yo en el número de los venturosos—, ve en todas las mujeres, sobrio, lo que otros ven en una sola cuando están borrachos.

Jean Cusset, ateo con excepción de las veces que escucha canto gregoriano, dio un nuevo sorbo a su martini —con dos aceitunas, como siempre— y dijo luego: —Hay hombres que pretenden hablar en nombre de Dios. Eso los lleva luego a hablar por Dios, y acaban finalmente hablando como si fueran Dios. De esos hombres hay que huir como de la peste, pues en ellos encarna la soberbia, y la soberbia —aparte de ser de muy mal gusto— es la

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fuente de todos los pecados. Nadie puede hablar en nombre de Dios. Únicamente la naturaleza puede arrogarse su representación. Así dijo Jean Cusset. Y dio el último sorbo a su martini, con dos aceitunas, como siempre.

Jean Cusset, ateo siempre con excepción de la vez que conoció a un verdadero ateo, dio otro sorbo a su martini -con dos aceitunas, como siempre- y continuó. -Se ha dicho que la fe sin obras está muerta. Pero el amor sin obras está muerto también. "Obras son amores'', dice el pueblo. Y dice la verdad. -Es muy fácil amar a la Humanidad, así, en abstracto -siguió diciendo Jean Cusset-. Lo difícil es amar a los hombres en concreto: a este hombre; a aquél. A veces huelen mal, y son ingratos siempre. Sin embargo debemos tratarlos con amor, sean como sean. De otra manera el amor sería solamente una palabra. -El bien -concluyó-, es el amor que se ha levantado las mangas y se ha puesto a trabajar. Así dijo Jean Cusset. Y dio el último sorbo a su martini. Con dos aceitunas, como siempre.

Inesperados visitantes, llegaron al Potrero dos aves que nunca habíamos visto en la comarca. Una es de color rojo encendido, más rojo que una brasa o que un encendido corazón. La otra es amarilla, con ese amarillo que -decía Van Gogh- es el color de Dios. Siempre andan juntas las dos aves. Nos preguntamos si serán pareja; rojo pasión el macho; vestida en oro la hembra. Les ha gustado la ventana que da de la cocina al huerto, y frente a sus cristales hacen sus vuelos y revuelos. ¿Irán a formar su nido en mi rincón? Misterios tiene la vida, y más misterios aun tiene esa suprema forma de la vida: el amor. Yo no pregunto nada. Ni al amor ni a la vida hago preguntas. Pero aun sin preguntarles, el amor y la vida me responden. Yo amo porque vivo; y vivo porque amo. Ésa es mi respuesta a los misterios.

Se ha llenado de frutos el viejo árbol. Es un chabacano, y cada año que pasa pensamos que será el último que vivirá. El chabacano, sin embargo, no hace caso, y sigue reverdeciendo cada enero, y cada febrero florece con pequeñas flores blancas, y cada mayo nos da su fruto de terciopelo y miel.¿Volverá a hacer lo mismo el próximo año? No lo sé. Tampoco lo sabe el chabacano, a menos que tenga una sabiduría que no conozco yo. Pero el árbol sigue cumpliendo su labor como si fuera a vivir eternamente. La cercanía de la muerte no le impide echar sus hojas y sus flores, regalar su fruto.Quiero aprender la lección del chabacano, y vivir con plenitud hasta el final. Debo ser digno de este árbol que en silencio me da el ejemplo de su hoja, de su fruto y de su flor.

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"... Las Cabrillas, los Tres Reyes, / la Luna ya se metió. / ¡Oh, Señor de Mapimí, / despierta, ya amaneció!..". La voz de los peregrinos resuena en las cañadas y en el valle. "... Esa Sierra de Jimulco, / que se mira desde aquí, / es en donde fue encontrado / el Señor de Mapimí...". Los caminantes de la tierra ponen sus esperanzas en el Cielo: "... Ya diviso el río Jordán. / Por él debemos pasar / a la gloria de Dios Padre. / Él nos ha de perdonar...".

He recibido un amoroso libro. Me lo envió Héctor Guerrero, que le puso cubierta de madera y piel. En él recogió las alabanzas que el pueblo canta al Señor de Mapimí para pedirle su bendición.

Tesoro de arte y fe son esos cantos. Cuando los oigo me conmuevo, pues tienen la certidumbre que me falta a mí. Por ellos le doy gracias a Héctor, sabio musicólogo cuyas investigaciones han enriquecido el acervo cultural de nuestra tierra. En sus búsquedas muchas veces me he encontrado yo.

En el Potrero de Ábrego la Primavera llega casi siempre antes que la primavera.Quiero decir que la primavera no obedece la fecha oficial de su llegada. ¿Acaso la primavera sabe de fechas oficiales? Espera algunos días, y a veces unas semanas, antes de irrumpir.Y es que sabe que el invierno acecha aún. Caen a veces heladas abrileñas capaces de matar todas las primaveras, hasta la más florida. Entonces ella aguarda, cautelosa, a que el invierno se haya ido con sus fríos a otra parte.Entonces sí, estalla triunfadora. La seña de que ha llegado ya la da el nogal que era ya viejo cuando el abuelo era joven todavía. Echa sus brotes, y esos brotes son el pregón que anuncia la presencia de la primavera.El antiguo nogal no se impacienta. Tiene la sabiduría que dan los años bien vividos, y sabe entonces que, aunque se tarde un poco, la primavera siempre llegará.

Extractos.

...los predicadores, cuyas peroraciones no se fincan en el amor a la vida, sino en el miedo a la muerte, que suele rendirles más ganancias...

Escuchar: “Were you there when they crucified our Lord?” de Paul Robeson. El villancico “Por el valle de las rosas”. Miguel Bernal Jiménez.

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