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  • PLVORAS DE ALERTA

    CUENTO

    MIJAL SHLOJOV

    CUENTOS

  • MIJAL SHLOJOV

    CUENTOS

    PLVORAS DE ALERTA

    CUENTO

  • ILUSTRACIN: Detalle de Puesto de avanzada cosaco,

    de Ludwig Gedlek

    MIJAL SHLOJOV

    PLVORAS DE ALERTA, 2012

    http://edicionespda.blogspot.com

  • NDICE

    EL LUNAR .................................................................................................. 5

    SANGRE DE SHIBALOK............................................................................. 18

    EL GUARDA DEL MELONAR ...................................................................... 25

    UN PADRE DE FAMILIA............................................................................. 42

    EL SENDERO TORCIDO ............................................................................. 51

    LA BGAMA .............................................................................................. 64

    EL POTRILLO ........................................................................................... 87

    LA CARCOMA ........................................................................................... 97

    LA ESTEPA AZUL .................................................................................... 116

    SANGRE EXTRAA ................................................................................. 128

  • PLVORAS DE ALERTA

    5

    EL LUNAR

    I

    La mesa est cubierta de cartuchos que todava huelen a pl-

    vora, un hueso de carnero, un plano, un parte, una brida que

    apesta a sudor de caballo, una rebanada de pan. Todo eso es

    lo que hay en la mesa. En el banco, de madera acepillada y cu-

    bierto de moho producto de la humedad que invade la pa-red, se halla sentado el jefe de escuadrn Nikolka Koshe-voi, recostado de espaldas al antepecho de la ventana. Sus

    dedos, agarrotados por el fro, apenas si pueden sujetar el l-

    piz. Junto a unos carteles viejos extendidos sobre la mesa, un

    cuestionario a medio llenar. El rugoso papel es lacnico en sus

    explicaciones: Koshevoi, Nikoli. Jefe de escuadrn. Miembro

    de la Unin de Juventudes Comunistas.

    Frente al apartado Edad, el lpiz traza lentamente: 18 aos.

    Nikolka es ancho de hombros, aparenta ms aos de los

    que tiene. Le hacen de ms edad las arrugas de los ojos y la

    espalda, cargada a la manera de los viejos.

    Es un chiquillo, un mocoso dicen de l en el escua-drn, en broma. Pero a ver dnde hay otro que se le parez-ca, que casi sin prdidas haya sabido acabar con dos bandas.

    Hace ya medio ao que conduce el escuadrn de combate tan

    bien como podra hacerlo un comandante veterano!

    Nikolka siente vergenza de sus dieciocho aos. Siem-

    pre ocurre lo mismo: al llegar al odioso apartado Edad, el l-piz se desliza, deteniendo su carrera, y las mejillas de Nikol-

    ka se encienden en un rubor irritado. El padre de Nikolka era

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    6

    cosaco; l tambin lo es. Recuerda como un sueo que, cuan-

    do tena cinco a seis aos, su padre le mont en el caballo:

    Agrrate de la crin, hijo! le grit, mientras la ma-dre, desde la puerta de la cocina, plida y con los ojos muy

    abiertos, miraba sonriente las piernecitas del chiquillo pega-

    das al saliente espinazo del animal y al padre, que sujetaba

    la brida.

    Haca mucho de eso. El padre de Nikolka haba desapa-

    recido en la guerra contra los alemanes sin dejar rastro. No

    volvi a saberse nada de l. La madre muri. De su padre, Ni-

    kolka haba heredado el amor a los caballos, un valor a toda

    prueba y un lunar, lo mismo que el del padre, del tamao de

    un huevo de paloma, en la pierna izquierda, encima del tobi-

    llo. Hasta los quince aos anduvo de bracero de aqu para all;

    luego consigui un capote de largos faldones y, con un regi-

    miento rojo que pasaba por la stanitsa1, se march a comba-

    tir contra Wrangel2.

    Aquel verano, Nikolka se haba baado en el Don con el

    comisario. Este, tartamudeando y torciendo el cuello, en el

    que haba recibido una fuerte contusin, coment, dando una

    palmada en la espalda de Nikolka, inclinada y renegrida por

    el sol:

    T... t... eres feliz. S, s, feliz! El lunar, segn dicen, da buena suerte.

    Nikolka mostr sus blancos dientes, se zambull, dio un

    resoplido al salir a la superficie y grit desde el agua:

    Eso son estupideces! Me qued hurfano muy pronto, toda mi vida me romp el espinazo trabajando. Vaya una suer-

    te!...

    Y nad hacia la lengua de arena amarillenta que bordea-

    1 Stanitsa: Cabeza de distrito en las regiones cosacas. 2 Piotr Nikolievich, barn de Wrangel (1878-1928), militar ruso, de origen noble,

    nacido en San Petersburgo. En las postrimeras de 1917 se uni a las fuerzas anti-

    bolcheviques del Ejrcito Blanco, en el sur de Rusia, y se convirti en su comandan-

    te en jefe a principios de 1920.

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    7

    ba el Don.

    II

    La casa donde Nikolka se aloja se halla sobre la alta y abrup-

    ta pendiente del Don. Desde las ventanas se ve la orilla ver-

    de batida por las ondas y el negro acero del agua. Por las no-

    ches, cuando hay tormenta, las olas chocan al pie de la pen-

    diente, las maderas de las ventanas gimen y se hinchan y

    Nikolka se imagina que el agua se filtra por las rendijas del

    suelo, sube de nivel y sacude la casa.

    Quiso cambiar de alojamiento, pero no lleg a hacerlo, y

    se haba quedado all hasta el otoo. Una maana helada, Ni-

    kolka sali al portal, rompiendo el frgil silencio con el ruido

    de sus botas claveteadas. Baj hasta el huerto de los cerezos

    y se tumb en la hierba cubierta de lgrimas y toda gris a con-

    secuencia del roco. En el cobertizo, l poda orlo, la duea

    de la casa peda a la vaca que se estuviese quieta, el ternero

    muga en tono bajo e imperioso y los chorros de leche resona-

    ban en la pared del cubo.

    En el patio rechin el portillo, el perro gru. Oyse la voz

    de un jefe de seccin:

    Est el comandante en casa? Nikolka se incorpor sobre los codos:

    Aqu estoy! Qu pasa? Ha venido un propio de la stanitsa. Segn dice, por el

    distrito de Salsk se ha abierto paso una banda. Se ha apode-

    rado del sovjs3. Grushinski...

    Trelo aqu. El propio tira hacia la cuadra del caballo baado en ar-

    diente sudor. En medio del patio, el caballo cae sobre las pa-

    tas delanteras, luego de costado, lanza un gemido ronco y bre-

    3 Sovjs: Hacienda agrcola sovitica que, a diferencia del koljs, era propiedad del

    Estado.

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    8

    ve y se queda muerto, mirando con ojos vidriosos al perro su-

    jeto a la cadena, que ladra furiosamente. Ha muerto porque

    en el sobre trado por el propio haba tres cruces y el propio

    haba cubierto sin descansar cuarenta verstas al galope.

    Nikolka ley que el presidente le peda que acudiera con

    el escuadrn en ayuda y se dirigi hacia la casa, cindose el

    sable mientras pensaba cansadamente: Debera ir a estu-diar a cualquier sitio, y ahora nos viene esta banda... El comi-

    sario no cesa de reprocharme que estoy al mando de un es-

    cuadrn y no s escribir una palabra a derechas... Qu cul-

    pa tengo yo, si no termin siquiera los estudios en la escuela

    parroquial? Tiene unas cosas... Y ahora otra banda... Otra vez

    sangre, estoy harto de esta vida... Me cansa todo... Sali al portal, cargando la carabina sobre la marcha, y

    sus pensamientos galopaban como el caballo por un camino

    bien pisado: Debera ir a la ciudad... Debera estudiar... Por delante del caballo muerto se dirigi a la cuadra, mi-

    r la cinta negra de sangre que flua de las polvorientas na-

    rices del animal y volvi la cabeza.

    III

    A lo largo del desigual camino, por las rodadas de los carros,

    lamido por los vientos, el musculoso llantn se retuerce; el

    armuelle y el lampazo parece que vayan a estallar. En otros

    tiempos, por este camino llevaban el heno hasta las eras, que

    se extendan por la estepa como salpicaduras de mbar, mien-

    tras que los postes del telgrafo avanzaban paralelos a la ca-

    rretera. Van pasando ahora los postes en la neblina otoal,

    como lechosa, a travs de vaguadas y barrancas, y junto a los

    postes, por la carretera reluciente, el atamn conduce a su

    banda: una cincuentena de cosacos del Don y del Kubn des-

    contentos con el Poder Sovitico. Tres das llevan retroce-

    diendo, como el lobo que sembr la calamidad en el rebao de

    ovejas, por caminos y a travs de la estepa virgen; tras ellos,

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    pisndoles los talones, va el destacamento de Nikolka Koshe-

    voi.

    La banda la integra gente segura, veteranos que se vie-

    ron en los ms duros trances, y sin embargo, el atamn da

    muestras de gran preocupacin: se pone en pie sobre los es-

    tribos, recorre la estepa con la vista, cuenta las verstas has-

    ta el borde azulado del bosque que se extiende al otro lado del

    Don.

    As se retiran, como lobos, y tras ellos el escuadrn de Ni-

    kolka Koshevoi, que les va pisando los talones.

    En los das calurosos del verano, bajo el cielo denso y

    transparente de las estepas del Don, las espigas se balan-

    cean y llaman con un sonido de plata. Es en vsperas de la

    siega, cuando las espigas de grueso grano de trigo ven ne-

    grear sus aristas como el bigotillo de un mozo de diecisiete

    aos, mientras que el centeno sigue hacia arriba, tratando de

    sobrepasar al hombre en altura.

    Los barbudos cosacos siembran pequeos campos de cen-

    teno en las tierras arcillosas y arenosas, junto a los bosques

    anegadizos de la orilla. Jams se dieron all buenas cosechas,

    la desiatina4 no dio nunca ms de treinta medidas, pero lo

    siembran porque ese centeno les proporciona un vodka ms

    claro que las lgrimas de una doncella; porque todos bebie-

    ron de siempre, sus abuelos y sus bisabuelos; porque, no en

    vano, en el escudo de la Regin de las Tropas del Don figura

    un cosaco ebrio y desnudo a caballo en una cuba. Jutores5 y

    stanitsas se hallan sumidos el otoo entero en los vapores del

    alcohol, los gorros de tapa roja se balancean inseguros sobre

    las cercas de mimbre.

    Por eso mismo, el atamn no pasa un da sereno; por eso

    mismo, todos los cocheros y servidores de ametralladora se

    acurrucan, borrachos, en los carricoches de ballesta.

    4 Desiatina: Medida de superficie equivalente a 1,092 Ha. 5 Jtores: Poblados cosacos.

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    Siete aos haca que el atamn no haba visto su tierra

    natal. Prisionero de los alemanes, luego Wrangel, Constanti-

    nopla derretida bajo el sol, el campo cercado de alambre de

    espino, el falucho turco de ala manchada de brea y de sal, los

    juncos del Kubn con sus esplndidos penachos, y la banda.

    Esa es la vida del atamn si se vuelve a mirar por enci-

    ma del hombro. Su alma se ha endurecido lo mismo que du-

    rante el verano, en pleno calor, se endurecen las huellas de

    las pezuas abiertas de los bueyes junto a las charcas de la

    estepa. Un dolor extrao e incomprensible le roe las entra-

    as, las nuseas se apoderan de sus msculos, y el atamn

    lo siente: el vodka no ser capaz de ahogar los recuerdos de

    su azarosa vida. Pero bebe, ni un solo da permanece sereno;

    bebe porque el centeno florece con un olor penetrante y dulce

    en las estepas del Don, abiertas sus vidas entraas al sol, y

    las mujeres de morenas mejillas, cuyos maridos no han vuel-

    to de la guerra, destilan un vodka tan transparente que na-

    die lo distinguira del agua que brota del manantial.

    IV

    Al amanecer llegaron las primeras heladas. Un gris de plata

    salpic las anchas hojas de los nenfares, y en la rueda del

    molino, por la maana, Lkich advirti unos finos carmba-

    nos de diversos tonos, como de mica.

    Lkich se haba levantado de mal cuerpo: le dolan los ri-

    ones y los pies, como de plomo, no queran separarse del sue-

    lo. Al caminar por el molino, el cuerpo se desplazaba con gran

    esfuerzo, cual si no quisiera seguir a los huesos. De la sec-

    cin del mijo asom la cabeza una cra del ratn; los ojos la-

    crimosos del abuelo miraron hacia arriba: desde el travesao

    del techo, un palomo dejaba caer el repiqueteo rpido de su

    arrullo. Las aletas de su nariz, como moldeadas en arcilla, se

    ensancharon al aspirar el pegajoso olor a humedad y a cente-

    no molido, se par a escuchar el siniestro rumor del agua que

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    lama los pilotes y estruj, pensativo, su barba de estropajo.

    En el colmenar, Lkich se tumb a descansar un rato. Bajo el

    capotn, se durmi atravesado, con la boca abierta. Una sa-

    liva pegajosa y templada empap su barba en las comisuras

    de los labios. Las primeras luces tieron de espesos colores la

    miserable casa del abuelo, el molino se perdi entre los fle-

    cos lechosos de la bruma...

    Cuando se despert, del bosque salan dos hombres a ca-

    ballo. Uno de ellos grit al abuelo, que caminaba por el col-

    menar:

    Eh, abuelo, ven aqu! Lkich, receloso, se detuvo. En aquellos aos confusos

    haban pasado por all muchos hombres armados como esos

    que ahora se acercaban, gente que, sin pedir permiso, se lle-

    vaban el grano y la harina. A todos ellos, sin distincin algu-

    na, los aborreca.

    Date prisa, vejestorio! Lkich avanz por entre las colmenas medio hundidas

    en el suelo; suavemente, sin ruido, tosi sin despegar los la-

    bios, unidos por la saliva al secarse, y se detuvo apartado de

    los visitantes, observndolos de reojo.

    Nosotros somos rojos, abuelo... No tengas miedo di-jo pacficamente el atamn. Perseguimos a una banda, nos hemos rezagado de los nuestros... Viste por casualidad si ayer

    pas por aqu un destacamento?

    No s quines eran, pero pasaron. Hacia dnde se fueron, abuelo? No tengo ni idea. Ninguno de ellos se qued en el molino? Ninguno dijo Lkich brevemente, y se volvi de es-

    paldas.

    Espera, viejo. El atamn descabalg de un salto, se balance sobre sus piernas curvadas y con voz de borracho,

    lanzando un aliento que apestaba a vodka, dijo: Nosotros, abuelo, nos dedicamos a matar comunistas... Para que lo se-

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    pas... Nada te importe quines somos nosotros, pero eso no

    es cosa tuya! Dio un tropezn y dej escapar la brida. De lo que debes preocuparte es de preparar pienso para se-

    tenta caballos y de no abrir los labios... Quiero tenerlo aho-

    ra mismo!... Has comprendido? Dnde guardas el grano?

    No tengo dijo Lkich, volviendo la vista. Y en ese granero, qu hay? Trastos viejos... No hay grano. Vamos a verlo! Agarr al viejo del cuello y de un rodillazo lo empuj ha-

    cia el granero, una dependencia que se cuarteaba como hun-

    dida en el suelo. Abri la puerta de par en par. Las arcas es-

    taban llenas de trigo y de cebada.

    Y esto qu es, maldito viejo? Grano, bienhechor mo... Es la maquila... Un ao en-

    tero me ha costado el reunirlo, y t quieres que lo estropeen

    las bestias...

    Prefieres que nuestros caballos revienten de ham-bre? Eres partidario de los rojos? Buscas la muerte?

    Ten compasin de este desgraciado! Por qu me vas a matar? Lkich se quit el gorro, cay de rodillas, se apo-der de las velludas manos del atamn, las bes...

    Di, eres de los rojos? Ten piedad de m!... No hagas caso de lo que he dicho,

    soy un ignorante. Perdname, no me mates gritaba el vie-jo, abrazando las piernas del atamn.

    Jura que no eres de los rojos... Santguate, y come tie-rra!...

    El abuelo toma un puado de arena, la mastica con su bo-

    ca sin dientes y la moja con sus lgrimas.

    Bueno, ahora te creo, Levntate, viejo! Y el atamn re al ver que las piernas se niegan a soste-

    ner al viejo. Los jinetes que acaban de llegar, sacan del gra-

    nero la cebada y el trigo, lo echan a los pies de los caballos y

    el patio se ve cubierto de una capa de dorado grano.

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    13

    V

    La aurora se anunciaba apenas entre la niebla hmeda y es-

    pesa.

    Lkich evit el centinela y por un sendero del bosque que

    l solo conoca se dirigi hacia el jtor a travs de las torren-

    teras y a travs del bosque, alertado en el leve dormitar que

    precede al da.

    Lleg, mal que bien, hasta el molino de viento, quiso tor-

    cer por un atajo hacia la calleja, pero ante sus ojos surgieron

    las siluetas confusas de unos jinetes.

    Quin va? pregunt una voz, turbando el silencio. Soy yo... balbuci Lkich, espantado y tembloroso. Quin eres? Traes pase? Por qu andas danzando a

    estas horas?

    Soy molinero... Del molino de agua de ah cerca. Tena necesidad de venir al jtor.

    De qu se trata? Ea, vente con nosotros, te llevaremos al jefe. Ve delante... grit uno, echndole encima el caba-llo.

    Lkich sinti en el cuello el clido belfo del animal y, co-

    jeando, se encamin hacia el jtor.

    En la plaza, ante una casa de pobre aspecto, se detuvie-

    ron. El jinete, carraspeando, ech pie a tierra, at el caballo

    a la valla y, haciendo resonar su sable, subi los escalones de

    la entrada.

    Sgueme... Una lucecita llameaba en las ventanas. Entraron.

    Lkich estornud al verse en aquella atmsfera de humo

    de tabaco, se quit el gorro y se apresur a persignarse vuelto

    hacia el rincn ms prximo.

    Hemos detenido a este viejo. Vena al jtor. Nikolka levant de la mesa la cabeza de revuelta cabelle-

    ra salpicada de plumas. Con voz de sueo, pero severa, pre-

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    14

    gunt:

    Adnde ibas? Lkich dio un paso adelante y pareci que se volva loco

    de alegra.

    Querido, sois vosotros..., yo cre que otra vez eran esos enemigos y me entr miedo. No me atreva a preguntar... Soy

    el molinero. Cuando pasabais por el bosque de Mitrojin os pa-

    rasteis en mi casa, te di leche... Lo has olvidado?...

    Bien, y qu me dices? Escucha lo que voy a decirte, amigo: ayer, antes de ha-

    cerse de da, llegaron esas bandas y todo el grano que tena

    se lo dieron a los caballos... Se burlaron de m... Su jefe esta-

    ba empeado en hacerme jurarles fidelidad, me oblig a co-

    mer tierra.

    Y dnde estn ahora? All. Traan vodka y no paran de beber y de ensuciarlo

    todo. Yo he venido a informaros. Acaso encontris la manera

    de meterlos en cintura.

    Di que ensillen!.... Nikolka se puso en pie, sonrien-do al viejo, y meti con aire de cansancio el brazo por la man-

    ga del capote.

    VI

    Haba amanecido.

    Nikolka, con las mejillas de color verdoso a consecuencia

    de las noches pasadas en vela, galop hacia el cochecillo que

    transportaba la ametralladora.

    En cuanto vayamos al ataque, tirad sobre el flanco de-recho. Tenemos que partirles el ala!

    Y volvi hacia el escuadrn, ya desplegado.

    Tras una aglomeracin de robles raquticos, en la carre-

    tera apareci un grupo montado, de a cuatro en fondo y con

    los carros en el centro de la columna.

    Al galope! grit Nikolka, y sintiendo a su espalda el

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    15

    estruendo creciente de los cascos, dio un fustazo a su potro.

    La ametralladora traquete desesperadamente a la sali-

    da del bosque. Los de la carretera desplegaron rpidamente,

    como si se tratase de un ejercicio. A la salida del bosque.

    * * *

    De entre los matorrales de la loma salt un lobo con los

    flancos llenos de cardos. Inclin la cabeza hacia delante, pres-

    tando atencin. Los disparos repiqueteaban en las cercanas

    y un clamor de gritos estremeca el aire.

    Tuc!, caa en el grupo de alisos una bala, y al otro lado de

    la loma, ms all de las tierras de labor, el eco balbuceaba r-

    pido: tac!

    Y de nuevo, ahora en rpida sucesin: tuc, tuc, tuc! Al

    otro lado de la loma contestaban: Tac, tac, tac!...

    El lobo se qued quieto unos instantes y sin prisa, al tro-

    te corto, se dirigi hacia la vaguada, perdindose entre los al-

    tos matorrales amarillentos de los carices...

    Teneos firmes!... No abandonis los carros!... Al bos-que... Al bosque, hijos de mala madre! gritaba el atamn, ponindose de pie sobre los estribos.

    Pero conductores y tiradores de ametralladora se agita-

    ban ya junto a los carros, cortando los tirantes, y la lnea de

    tiradores, rota por el fuego constante de ametralladora, hua

    ya sin que nada pudiera detenerla.

    El atamn dio la vuelta, sobre l volaba un jinete que

    blanda su sable. Por los prismticos que le bailaban en el pe-

    cho y por la burka6, el atamn adivin que no se trataba de

    un simple soldado rojo y tir de la brida. Desde lejos vio la ca-

    ra joven e imberbe, desfigurada por la clera, y los ojos casi

    cerrados por el viento. El caballo del atamn piaf, sentn-

    dose sobre las patas traseras; l tir de la pistola, que se ha-

    6 Burka: Capote caucasiano de pelo de cabra.

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    16

    ba enganchado en el cinturn, mientras gritaba:

    Cachorro... Agita, agita el sable, ahora vers lo que es bueno...

    El atamn dispar contra la negra burka, que iba aumen-

    tando en tamao. La montura, despus de recorrer ocho bra-

    zas, cay. Nikolka se deshizo de la burka y, sin cesar de dis-

    parar, sigui hacia el atamn, acercndose ms y ms...

    Tras el bosquecillo, alguien lanz un chillido de fiera, que

    se vio cortado de sbito. El sol qued oculto por una nube y

    sobre la estepa, sobre el camino y sobre el bosque, desmele-

    nado por los vientos de otoo, cayeron sombras de inciertos

    contornos.

    Sabe muy poco, es un mocoso, se acalora y eso le va a cos-tar la vida, cruz por la mente del atamn, que, esperando a que el otro agotara el cargador, afloj la brida y se arroj con-

    tra l como un milano.

    Inclinndose sobre la silla, descarg un sablazo y por un

    instante sinti que el cuerpo se reblandeca al percibir el gol-

    pe y caa lentamente de bruces. El atamn salt a tierra, qui-

    t al muerto los prismticos, mir sus piernas sacudidas por

    un leve temblor, lanz una ojeada alrededor y se puso en cu-

    clillas para despojar al cadver de sus botas. La primera la

    sac pronto, sin dificultad, apoyando su pie en la crujiente ro-

    dilla del muerto. Pero la otra no sala de ninguna manera:

    como si la media formase un tapn dentro. Tir con rabia,

    con un juramento, y sac media bota de una vez. En la pier-

    na, por encima del tobillo, vio un lunar del tamao de un hue-

    vo de paloma. Despacio, como temiendo despertarlo, dio vuelta

    a la cabeza, que se iba quedando fra, sus manos se empapa-

    ron de la sangre que brotaba a borbotones de la boca del muer-

    to, mir fijamente y slo entonces abraz torpemente los hom-

    bros cados y dijo con voz sorda:

    Hijo!... Niklushka!... Sangre de mi sangre... Con-gestionado, grit: Pero di una palabra siquiera! Cmo ha podido ser esto?

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    Cay sin apartar la vista de los ojos que se haban apa-

    gado; levant los prpados manchados de sangre, sacudi el

    cuerpo inerte... Pero Nikolka se haba mordido fuertemente

    la punta de su lengua azulenca, como si temiese decir algo

    que no debiera, algo de una importancia inmensa.

    Apretndolas a su pecho, bes el atamn las manos fras

    de su hijo y, mordiendo el acero empaado de la pistola, se dis-

    par en la boca...

    * * *

    Al anochecer, cuando al otro lado del bosquecillo apare-

    cieron las siluetas de unos jinetes, cuando el viento trajo sus

    voces, los resoplidos de las monturas y el ruido de los estri-

    bos, un cuervo sali volando, sin ganas, de la hirsuta cabeza

    del atamn. Remont el vuelo y se diluy en el cielo gris e in-

    coloro del otoo.

    1924

  • PLVORAS DE ALERTA

    18

    SANGRE DE SHIBALOK

    Eres una mujer instruida, llevas gafas, pero no lo quieres entender... Qu voy a hacer con l?...

    Nuestro destacamento se encuentra a cosa de cuarenta

    verstas de aqu, he venido andando, lo he trado en brazos.

    Ves la piel de los pies toda lacerada? T eres la directora de

    esta casa de nios, hazte, pues, cargo de la criatura! Que no

    hay sitio? Y yo, qu voy a hacer con l? Bastantes fatigas me

    ha costado. No sabes cunto he sufrido... S, es mi hijo, mi san-

    gre... Va para los dos aos y no tiene madre. Lo de ella es una

    historia aparte. El ao antepasado me encontraba yo en una

    sotnia1 encargada de misiones especiales. Por aquel entonces

    perseguamos en las stanitsas del Alto Don a la banda de Ig-

    ntiev. Yo era justamente tirador de ametralladora. Haba-

    mos salido de un pueblo y alrededor se extenda la estepa des-

    nuda como una cabeza calva, el calor era insoportable. Cru-

    zamos una loma y empezamos la bajada hacia un bosqueci-

    llo; yo era de los primeros en el carro donde iba montada la

    ametralladora. Me pareci que cerca del camino haba una

    mujer tendida. Arre los caballos y me dirig hacia all. Era

    una mujer como cualquiera otra. Yaca tendida boca arriba y

    con las faldas subidas hasta ms arriba de la cabeza. Me ape

    y vi que estaba viva, respiraba... Le met el sable entre los

    dientes para separrselos y le di a beber de la cantimplora.

    Acab de reanimarse. En esto se acercaron los cosacos de la

    sotnia y empezaron las preguntas:

    Quin eres? Por qu ests tendida junto al camino en-

    1 Sotnia: Escuadrn de caballera cosaca.

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    19

    seando las vergenzas?...

    Empez a llorar como si se despidiera de un difunto, a du-

    ras penas pudimos sacarle que una banda que vena de los al-

    rededores de Astrajan se haba apoderado de ella, se la lleva-

    ron en los carros y despus de abusar la haban abandonado

    en pleno camino... Yo les dije a los compaeros:

    Hermanos, permitidme que, como vctima que es de los bandidos, la lleve con nosotros en el carro.

    Recgela, Shibalok. Las mujeres tienen siete vidas, las muy zorras; que se reponga un poco, y despus ya veremos lo

    que se hace.

    Qu te creas? Aunque no me gusta ir oliendo las faldas

    de las mujeres, sent lstima y la recog para mi desgracia.

    Se repuso, se acostumbr a nosotros: lavaba la ropa a los co-

    sacos, remendaba sus calzones, haca trabajos propios de mu-

    jer. A nosotros nos daba reparo tenerla en la sotnia. El jefe no

    cesaba de renegar:

    Agrrala del rabo y arrale una patada en el c...! A m me daba mucha lstima. Empec a decirle:

    Vete de aqu, Daria, vete por las buenas. Cualquier da puede alcanzarte una bala y entonces sabrs lo que es llo-

    rar...

    Ella empezaba a gritar y a lamentarse:

    Fusiladme aqu mismo, queridos cosacos, pero no me separar de vosotros.

    Al poco tiempo mataron a mi conductor y me vino con una

    cuestin an ms espinosa:

    Ponme de conductor. S manejar los caballos tan bien como otro cualquiera.

    Le entregu las riendas y le dije:

    En cuanto empiece el combate, da la vuelta y te quedas con la trasera hacia delante. Pero debes hacerlo en un segun-

    do. De lo contrario, tenlo por seguro, te moler a golpes.

    Todos los cosacos veteranos quedaron maravillados de la

    forma en que se desenvolva, nadie dira que era mujer. Al

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    20

    colocarnos en posicin, haca girar a los caballos en redondo.

    Y conforme el tiempo pasaba, mejor era su comportamiento.

    Acabamos por enredarnos ella y yo. Bueno, hasta que qued

    embarazada. As estuvimos como cosa de ocho meses persi-

    guiendo a la banda. Los cosacos de la sotnia se burlaban de

    m:

    Mira, Shibalok, tu conductor engorda tanto con el ran-cho, que ya no cabe en el pescante.

    As las cosas, en una ocasin se nos acabaron los cartu-

    chos. Y los del servicio de municionamiento que no venan.

    La banda se encontraba en un extremo de un jtor y noso-

    tros en el otro. En el pueblo nadie saba que estbamos sin

    cartuchos, lo guardbamos con mucho secreto. Pero alguien

    nos hizo traicin. Yo estaba de puesto y a medianoche o un

    ruido: pareca que la tierra temblaba. Venan sobre nosotros

    como un alud con el propsito de envolvernos. Avanzaban a

    cuerpo descubierto, sin temor alguno, y hasta se permitan

    gritar:

    Rendos, cosacos rojos! !Sabemos que se os han acaba-do los cartuchos! De lo contrario, os daremos una buena ca-

    rrera!...

    Y nos la dieron... Nos retorcieron el rabo de tal modo que

    tuvimos que salir loma arriba a ua de caballo. A la maana

    siguiente nos reunimos a unas quince verstas del jtor, en

    un bosque. Faltaba ms de la mitad de la gente. Los dems ha-

    ban muerto a sablazos. La pena me abrumaba. Y para colmo,

    Daria se sinti mal. Haba pasado la noche a caballo, galo-

    pando, y ahora estaba con la cara desfigurada, morada. Dio

    unas vueltas y se apart del campamento, metindose en lo

    ms espeso del bosque. Comprend de qu se trataba y me fui

    tras ella. Entr en un barranco, encontr un hoyo, lo cubri

    con hojas secas, como una loba, y se acost, primero de bru-

    ces y luego se volvi de espaldas. Se quejaba con los prime-

    ros dolores del parto, mientras que yo permaneca sin mo-

    verme detrs de unos arbustos, mirando por entre las ra-

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    21

    mas... Primero se quejaba, luego empez a gritar, las lgri-

    mas corran por sus mejillas, con la cara lvida y los ojos que

    pareca que se le iban a salir. Haca fuerzas, como si le hu-

    biera dado un calambre. No es cosa de hombres, pero me di

    cuenta de que no podra parir ella sola, que iba a morirse...

    Sal del arbusto y corr hacia ella, tratando de ver la manera

    de ayudarla. Me inclin, me arremangu, pero era tal el mie-

    do que senta que el cuerpo se me cubri de sudor. He mata-

    do sin la menor vacilacin, pero eso... Procur atenderla, ella

    dej de gritar y me vino con semejante salida:

    Sabes, Yasha, quin ha dicho a la banda que se nos ha-ban acabado los cartuchos? y se me qued mirando muy seria.

    Quin? pregunt a mi vez. Yo. No seas estpida. Has comido algo malo? Cllate y es-

    tate quieta. No es momento de conversaciones...

    Ella insisti:

    La muerte est a mi cabecera, quiero confesar mi cul-pa, Yasha... No sabes t a qu clase de vbora dabas calor ba-

    jo tu camisa...

    Est bien, confisalo y vete al diablo dije yo. Y me lo revel todo. Mientras lo contaba no cesaba de dar cabezadas

    contra el suelo.

    Yo me explic estaba en la banda por mi volun-tad, y me entenda con el jefe de ellos, Igntiev... Hace un ao

    me mandaron a vuestra sotnia para que les proporcionara

    toda clase de informes vuestros. Para disimular fing lo de que

    me haban violado... Me muero, pero, de lo contrario, habra

    logrado acabar con toda la sotnia...

    Sent que el corazn se me encenda y no pude contener-

    me: le di una patada y empez a echar sangre por la boca.

    Pero en esto le empezaron otra vez los dolores y vi que entre

    las piernas asomaba la criatura... Era una cosa hmeda que

    lanzaba vagidos como la liebre entre los dientes del zorro...

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    22

    Daria lloraba y rea, se arrastraba hacia m y trataba de abra-

    zarme las rodillas... Yo di la vuelta y me fui a la sotnia. Les

    cont a los cosacos todo cuanto haba pasado...

    El escndalo fue fenomenal. La primera intencin fue la

    de pegarme cuatro tiros, luego me dijeron:

    T saliste en su defensa, Shibalok, t debes terminar con ella y con el recin nacido. De lo contrario, te haremos pi-

    cadillo...

    Yo me puse de rodillas y les dije:

    Hermanos! A ella la matar no por miedo, sino por-que as me lo dice la conciencia. Por los camaradas a los que

    su traicin cost la vida. Pero tened compasin de la criatu-

    ra. El nio es de ella y mo por mitad, es sangre ma: que que-

    de con vida. Todos vosotros tenis mujer e hijos. Yo no tengo

    a nadie ms que a l...

    Supliqu a la sotnia, bes el suelo. Ellos sintieron lsti-

    ma de m y dijeron:

    Est bien, sea! Que tu sangre crezca y que de ella sal-ga un tirador de ametralladora tan valiente como t, Shiba-

    lok. Pero a la mujer la tienes que matar!

    Volv hacia Daria. Ella estaba sentada, ya compuesta y

    con la criatura en brazos.

    Le dije as:

    No permitir que acerques la criatura a tus pechos. Naci en una poca calamitosa y no debe probar la leche de la

    madre. Y a ti, Daria, debo matarte por ser enemiga de nues-

    tro Poder Sovitico. Ponte de espaldas al barranco!...

    Y el nio, Yasha? Es carne tuya. Si me matas queda-r sin leche y morir tambin. Deja que lo cre y luego podrs

    matarme. No me importa...

    No le dije, la sotnia me ha dado una orden muy severa. En cuanto al nio, no te preocupes. Lo criar con le-

    che de yegua, no dejar que se me muera.

    Me ech dos pasos atrs y prepar el fusil. Ella se abra-

    z a mis piernas, me besaba las botas...

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    23

    Me alej sin mirar. Me temblaban las manos, las piernas

    se me doblaban, se me caa la criatura, aquella cosa desnuda

    y resbaladiza...

    Cinco das despus de eso volvimos a pasar por aquellos

    lugares. En la hondonada, sobre los rboles, vimos una nube

    de cuervos... No puedes imaginarte las fatigas que me ha cos-

    tado esta criatura.

    Agrralo de los pies y estrllalo contra una rueda. Por qu te preocupas tanto de l, Shibalok? me decan los co-sacos.

    A m me daba mucha compasin el diablillo. Pensaba as:

    Que crezca; si al padre le retuercen el pescuezo, el hijo sa-br defender el Poder Sovitico. Quedar un recuerdo de Y-

    kov Shibalok, no morir como una mala hierba, dejar des-

    cendencia... Al principio, puedes creerme, buena ciudadana, lloraba por culpa de l, y eso que nunca haba vertido una l-

    grima. En la sotnia pari una yegua, al potrillo le pegamos

    un tiro y as tuvimos leche. l se resista a mamar, lloraba,

    pero luego se acostumbr y chupaba como cualquier chico del

    pecho de su madre.

    Le hice una camisa de unos calzoncillos mos. Se le ha que-

    dado pequea, pero no importa, ya se arreglar...

    Y ahora ponte en mi situacin: qu quieres que haga con

    l? Que es demasiado pequeo? Es muy listo y come de to-

    do... Qudatelo, evtale ms calamidades! Te quedas con l?...

    Gracias, ciudadana!... Yo, en cuanto aplastemos a la banda

    de Fomn, vendr a ver cmo marcha.

    Adis, hijo, sangre de Shibalok!... Hazte fuerte... Ah,

    hijo de perra! Por qu le tiras de la barba a tu padre? No te

    he cuidado? No te he dado todos los mimos? Por qu buscas

    ahora pelea? Ea, deja que como despedida te d un beso en la

    cabecita...

    No se preocupe, buena ciudadana, piensa que va a llo-

    rar? No... Tiene algo de bolchevique: morder s que muerde,

    no voy a negarlo, pero en cuanto a lgrimas, no hay quien le

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    haga verter una sola!...

    1925

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    25

    EL GUARDA DEL MELONAR

    I

    El padre lleg de la entrevista con el atamn de la stanitsa

    satisfecho, como si le hubieran proporcionado una gran ale-

    gra. La risa pareca haberse enredado entre sus espesas ce-

    jas, los labios se arrugaban en una sonrisa que era incapaz

    de contener. Haca mucho tiempo que Mitka no haba visto

    as a su padre. Desde que volvi del frente siempre se haba

    mostrado serio, ceudo; no escatimaba los bofetones con Mit-

    ka, un muchacho de catorce aos, y pasaba largos ratos aca-

    ricindose pensativo su pelirroja barba. Y ahora como el sol cuando sale por entre las nubes dijo sonriente y burln a Mitka, que haba aparecido junto a l en la entrada de la

    casa:

    Eh, rapaz!... Corre al huerto y di a madre que es la ho-ra de comer!

    La comida reuni a toda la familia: el padre bajo los ico-

    nos, la madre encogida en el borde del banco, cerca del hor-

    no, y Mitka al lado de Fidor, el hermano mayor. Cuando hu-

    bieron dado fin a la modesta sopa de col, el padre abri su bar-

    ba en dos mitades de dura pelambrera y de nuevo sonri, arru-

    gando sus azulencos labios:

    Debo dar a la familia una noticia excelente: hoy he si-do nombrado comandante del tribunal militar de la stanit-

    sa... Y agreg despus de una pausa: En la guerra con-tra los alemanes tambin me gan con toda justicia los galo-

    nes, el grado de oficial y las medallas. Mis superiores no lo

    han olvidado.

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    26

    Y enrojeciendo, con la cara inyectada de sangre, se vol-

    vi furioso hacia Fidor:

    Por qu bajas la cabeza, canalla? No te alegra ver contento a tu padre? Ten mucho cuidado, Fedka... Crees que

    no veo cmo andas con los mujiks1? Por tu culpa, miserable,

    el atamn me ha echado una reprimenda. Usted, Ansim Petrvich me ha dicho, es fiel, realmente, al honor de los cosacos, pero su hijo Fidor mantiene tratos con los bol-

    cheviques. El mozo ha cumplido los veinte aos y es una ls-

    tima, podra salir perjudicado... Di, hijo de perra, es cierto que andas con los mujiks?

    S. A Mitka le dio un vuelco el corazn, pens que el padre

    iba a golpear a Fidor, pero se limit a echarse hacia delan-

    te, sobre la mesa, y a apretar los puos. Grit:

    Y sabes, maldito rojo, que maana tus amigos van a ser detenidos? Sabes que el sastre Egorka y el herrero Gr-

    mov van a ser fusilados maana mismo?

    Y de nuevo oy Mitka la voz firme de su hermano, que

    haba palidecido:

    No, no lo saba, pero ahora ya lo s. Antes que la madre pudiera ponerse en medio, antes que

    Mitka pudiera lanzar un grito, el padre, con toda su fuerza,

    arroj sobre Fidor la pesada jarra de cobre. El borde aguza-

    do del asa rota se clav algo ms arriba del ojo del hermano.

    La sangre brot como un fino escupitajo. En silencio, Fidor

    se cubri con la mano el ojo cubierto de sangre. La madre, llo-

    rosa, abraz su cabeza, mientras que el padre derribaba con

    gran estruendo el banco y sala de la casa dando un portazo.

    Hasta que se hizo de noche la madre no ces de trajinar.

    Sac del arca un mazo de pescado seco, puso abundante pro-

    visin de galleta de pan en una bolsa y luego se sent junto a

    la ventana a remendar la ropa de Fidor. Pasando de largo,

    1 Mujiks: Campesinos rusos.

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    27

    Mitka vio que su madre se haba quedado inmvil, con la ca-

    beza hundida entre el revoltijo de prendas; sus hombros, ba-

    jo la rada blusa de satn, se juntaban y se separaban convul-

    sos.

    El padre lleg de la direccin de la stanitsa cuando ya se

    haba hecho de noche; sin cenar y sin desnudarse, se tumb

    en la cama. Fidor, tratando que las tablas del piso no crujie-

    sen, de puntillas, se dirigi al cuarto trasero, sac de l una

    silla de montar y unas bridas, y sali al patio.

    Mitka, ven aqu. Mitka estaba recogiendo los terneros; tir la rama que

    llevaba en la mano y se acerc a Fidor. Tena la vaga sospe-

    cha de que su hermano quera irse con los bolcheviques al

    otro lado del Don, all donde todos los das, al amanecer, re-

    sonaba el rumor sordo del caoneo, que luego se extenda en

    oleadas por toda la stanitsa. Fidor pregunt, mirando a un

    lado:

    Est cerrada la cuadra? S... Por qu quieres saberlo? Necesito entrar. Fidor hizo una pausa, dej esca-

    par un silbido entre los dientes y explic, bajando inespera-

    damente la voz: La llave la guarda padre debajo de la al-mohada... qutasela... quiero irme...

    Adnde? A la Guardia Roja... T eres pequeo para compren-

    der quin tiene la razn... Yo quiero ir a pelear para que los

    pobres conquisten la tierra, para que todos sean lo mismo,

    que no haya ni ricos ni pobres y todos sean iguales.

    Fidor solt de entre sus manos la cabeza de Mitka y pre-

    gunt, severo:

    Cogers la llave? Mitka contest sin vacilar:

    S, la coger dio la espalda a Fidor, y sin volver la vista atrs se dirigi a la casa.

    La habitacin estaba sumida en la penumbra; del techo

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    28

    llegaba el zumbido de las moscas, medio dormidas. Al llegar

    a la puerta Mitka se descalz, apretando el picaporte para que no hiciera ruido, abri la puerta y se acerc sigilosa-mente a la cama.

    Su padre estaba echado boca arriba, con la cabeza vuel-

    ta hacia la ventana. Una mano la tena metida en el bolsillo;

    la otra le colgaba, dejando ver una ua grande y amarillen-

    ta por el humo del tabaco. Conteniendo la respiracin, Mitka

    lleg a la cama, atento a los resoplidos del padre. Un silencio

    denso e inmvil... En la barba del padre haban quedado unas

    migas de pan y un trozo de cscara de huevo; de su boca, abier-

    ta, sala un olor nauseabundo a alcohol; de la parte ms hon-

    da de la garganta, la tos haca esfuerzos por brotar al exte-

    rior.

    Mitka alarg la mano a la almohada, su corazn no se de-

    tena: tac-tac-tac-tac...

    Y la sangre, que se le haba subido toda a la cabeza, le

    zumbaba en los odos con un punzante repiqueteo. Meti un

    dedo bajo la sucia almohada, luego otro. Toc la escurridiza

    correa y el manojo fro de las llaves, tir de l suavemente.

    En ese momento, el padre agarr a Mitka del cuello de la ca-

    misa:

    Qu haces aqu, canalla? Te voy a arrancar hasta el ltimo pelo!

    Padre! Querido! Vena a buscar la llave de la cua-dra... No quera despertarte...

    Los ojos hinchados y amarillentos del padre se clavaron

    en Mitka.

    Para qu la necesitas? Parece que los caballos estn nerviosos... Haberlo dicho antes... El padre tir al suelo el ma-

    nojo de llaves, se volvi de cara a la pared y un instante des-

    pus volva a resoplar como antes.

    Mitka sali como una bala al patio y se acerc a Fidor,

    que aguardaba en el cobertizo. Le puso las llaves en la mano

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    29

    y pregunt:

    Qu caballo te vas a llevar? El potro. Mitka, caminando tras Fidor, lanz un suspiro y dijo a

    media voz:

    Y si padre me pega?... Fidor, como si no hubiese odo nada, sac de la cuadra

    al potro, lo ensill, estuvo largo rato antes de acertar a me-

    ter el pie en el rebelde estribo, y ya al salir del portn mur-

    mur, inclinndose en la silla:

    Aguanta, Mitka! Se acabarn nuestros sufrimientos. Y a nuestro padre, Ansim Petrvich, le dices de mi parte que

    si te toca a ti o a madre lo ms mnimo, se acordar de m

    toda la vida...

    Y sali a la calle, espoleando al potro al emprender su lar-

    go camino. Mitka, al otro lado de la cerca, se puso en cucli-

    llas. Mir hacia Fidor, que se alejaba, pero sus ojos estaban

    cubiertos por un velo salado y el nudo que se le haba forma-

    do en la garganta no le dejaba respirar.

    II

    El padre segua lanzando el borboteo de sus ronquidos. Mit-

    ka haba madrugado ms que de costumbre, haba pasado la

    almohada al bayo y lo haba llevado al Don a abrevar y darle

    un bao. La greda reseca se deshaca rumorosa bajo los cas-

    cos del animal. Se acerc hasta el agua al pie de la barranca,

    quit la cabezada al caballo, se despoj de la ropa y, encogi-

    do por la humedad brumosa de la maana, oy cmo sobre el

    agua se extenda, viniendo de muy lejos, el sordo ruido del

    caoneo, que se iba hasta perderse ro abajo. Se zambull de

    cabeza en el agua, tan fra que sinti como si le pinchasen to-

    do el cuerpo, y sonri al pensar: Ahora Fidor estar ya con los bolcheviques... Hace su servicio en la Guardia Roja...

    La alegra se apag como la chispa en el viento cuando

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    30

    sus pensamientos volvieron hacia la casa, hacia el padre. El

    regreso lo hizo con la cabeza gacha y los ojos apagados.

    Ya en las proximidades de la casa se le ocurri: Debera marcharme all.... con los bolcheviques... Fidor deca que

    ellos defienden la justicia... Con ellos me entendera bien.

    Ahora padre me arrancar el pellejo... me har sangrar por la

    nariz... Al pie del portal quit al caballo la cabezada y entr len-

    tamente en la casa. El padre le pregunt desde su cuarto con

    voz ronca:

    Por qu no has llevado a baar al potro? Mitka lanz una mirada rpida a su madre, encogida jun-

    to al horno, y sinti que la sangre escapaba presurosa de su

    corazn.

    El potro no est en la cuadra... Dnde est? No lo s. Y Fidor? No lo he visto. En el cuarto resonaron las botas del padre al calzarse.

    Sus ojos, inflamados por el sueo, echaban chispas cuando

    cruz la cocina hacia el cuarto trasero.

    Dnde est la silla?... atron desde el zagun. Mitka se acerc a su madre y, como haca muchos aos,

    en los aos de la infancia, se agarr de su mano. El padre en-

    tr en la cocina estrujando una correa.

    A quin diste las llaves? La madre se puso delante de Mitka.

    No lo toques, Ansim Petrvich. Por Cristo te lo pido, no le pegues!... No tienes compasin de tu hijo?

    Djame, canalla del diablo!... Djame te digo!... Apart a la madre, tir a Mitka al suelo y lo pate larga-

    mente, cruelmente, como quien hace un trabajo. Lo pate has-

    ta que de la garganta de Mitka cesaron de salir sus gritos y

    sus sordos gemidos.

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    31

    III

    Cada vez se oa ms distinto el tronar de los caones. Por las

    maanas, cuando sacaban la dula al campo, Mitka perma-

    neca largo rato sentado a la orilla del camino, al pie del vie-

    jo molino de viento. Las rfagas hacan chirriar las aspas y

    la chapa que lo cubra; el chirrido de las aspas era fastidioso

    y prolongado. Y elevndose sobre todos los pequeos ruidos,

    al otro lado de la loma retumbaba: bu-u-m!

    El trueno se extenda y tardaba largo rato en extinguirse

    sobre la stanitsa y en las barrancas teidas de azul del ama-

    necer. A travs de la stanitsa, todas las maanas se dirigan

    hacia el Don largos convoyes con proyectiles de can, cartu-

    chos y alambre espinoso. De vuelta traan cosacos heridos y

    piojosos que dejaban en plena plaza, frente a la direccin de

    la stanitsa. Las gallinas, curiosas, escarbaban diligentes en

    las puntas de cigarrillos, en las vendas teidas de rojo, en los

    algodones con pegotes de sangre coagulada, y prestaban odo

    atento a los gemidos, al llanto y a las sordas imprecaciones

    de los heridos.

    Mitka trataba de no ponerse a la vista de su padre.

    Despus del desayuno se iba con la caa de pescar al Don,

    y sentado en la orilla vea pasar por el puente la caballera en

    largas filas, los carros con las ametralladoras y la infantera

    envuelta en una nube de polvo. A casa volva a la cada de la

    tarde.

    Un da, a esa hora, llevaban a la stanitsa un nutrido gru-

    po de rojos prisioneros. Marchaban apretados, abatidos, des-

    calzos, con los capotes desgarrados. Las mujeres salan a la

    calle y les escupan en las caras grises por el polvo, los cu-

    bran de obscenos denuestos entre las risotadas de los cosa-

    cos y de los hombres de la escolta. Mitka los sigui, tragando

    el polvo acre que levantaban los pies de los prisioneros; su co-

    razn, oprimido, lata agitado... l miraba cada par de ojos en-

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    32

    marcados en crculos violceos, recorra las caras imberbes y

    esperaba que en una de ellas iba a reconocer a su hermano

    Fidor.

    En la plaza, cerca del granero donde antes se guardaba el

    trigo de la comunidad, los prisioneros hicieron alto. Mitka

    vio que del portal de la direccin sala su padre, jugando con

    la mano izquierda con la corrella del sable. Grit:

    Fuera gorros!... Despacio, sin prisa, los guardias rojos se quitaron los go-

    rros, con las hirsutas cabezas bajas y cambiando alguna fra-

    se de tarde en tarde. De nuevo la voz conocida y amenazado-

    ra:

    A formar!... De prisa, canalla roja! Los pies descalzos de los prisioneros levantan un rumor

    sordo al moverse. La fila gris de caras extenuadas se extien-

    de hasta el portal de la direccin.

    Numerarse! Voces enronquecidas. El giro automtico de las cabezas.

    Mitka nota que en la garganta se le hace un nudo, siente com-

    pasin hacia esos hombres, al parecer extraos, una compa-

    sin que le produce vivo dolor, que le sofoca, y por primera

    vez en toda su vida experimenta un odio corrosivo a su pa-

    dre, a su sonrisa de hombre satisfecho de s mismo, hacia su

    barba de dura pelambrera rojiza.

    Al granero, de frente march! Se acercaron de uno en uno al gaznate negro y abierto

    de la puerta. El ltimo, un mozo de escasa talla, se tamba-

    lea, y el padre de Mitka le da un golpe en la cabeza con la vai-

    na del sable; el mozo corre cinco pasos, tropezando y tamba-

    lendose, y cae pesadamente de bruces en el duro suelo, api-

    sonado por tantos pies. En la plaza estalla un coro de risas,

    un rumor de voces; las bocas de las mujeres se estrechan en

    una risa babosa. Un grito sordo y desgarrado se escapa de la

    garganta de Mitka, con sus manos fras se tapa la cara y, tro-

    pezando con la gente, corre por la calle.

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    33

    IV

    La madre terminaba de preparar la cena en el horno. Mitka

    se acerc de costado y dijo, rehuyendo la mirada de ella:

    Madre... haz algo de pan... yo se lo llevara a sos, a los que hay encerrados... a los prisioneros.

    Una pelcula hmeda cubri los ojos de la madre.

    Llvaselo, hijo, tambin nuestro Fidor puede sufrir en alguna parte... Y los prisioneros tienen madre, es seguro que

    las lgrimas mojan sus almohadas por la noche.

    Y si padre se entera? No querr Dios! T, Mitka, llvalo cuando se haga de

    noche. Se lo das a los cosacos de la guardia y les dices que lo

    entreguen a los prisioneros...

    El sol, como a propio intento, frenaba su marcha y se arras-

    traba lentamente sobre la stanitsa, imperturbable e indife-

    rente a la impaciencia de Mitka. Se hizo, por fin, oscuro; se

    acerc a la plaza, deslizndose como una lagartija por entre

    el alambre de espino hacia la puerta. Su mano apretaba con-

    tra el pecho el hatillo con la comida.

    Quin va? Alto o disparo! Soy yo... traigo comida para los prisioneros. Quin eres? Da la vuelta antes que te eche de un cu-

    latazo! Cmo se te ocurre venir de noche? Te parece poco

    trarsela de da?

    Espera, Prjorich, es el muchacho del comandante. Eres hijo de Ansim Petrvich? S... Quin te ha mandado? Tu padre? No-o-o... Yo mismo. Dos cosacos se acercaron a Mitka. El de graduacin su-

    perior, un hombre barbudo, agarr a Mitka de la oreja.

    Quin te ha enseado a traer comida a los prisione-ros? No puedes comprender que son nuestros peores ene-

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    34

    migos? Y si se lo digo a tu padre? Te quedara un buen re-

    cuerdo.

    Djalo, Prjorich! Te da lstima el pan ajeno? Es lo mismo, slo tienes una boca. Coge la comida y se la entrega-

    remos.

    Y si llega a odos de Ansim Petrvich? A ti puede im-portarte poco, eres solo, pero yo tengo familia. Por cosas como

    sta mandan al frente, y adems le dan a uno una mano de

    vergajazos...

    No llores de esa manera, diablo!... Eh, chico, no te es-capes! Trae aqu eso, yo se lo pasar.

    Mitka puso el hatillo en las manos del joven. ste se in-

    clin y le dijo al odo:

    Estoy de guardia los mircoles y los viernes... Puedes traer ms.

    Todos los mircoles y viernes, al hacerse de noche, se

    acercaba Mitka a la plaza. Procurando no engancharse en el

    alambre de espino, cruzaba las defensas, entregaba su hati-

    llo al centinela y volva a casa, arrimado a las cercas y mi-

    rando a un lado y a otro.

    V

    Todos los das, en cuanto la noche empezaba a extenderse

    como un tapiz de vivas manchas doradas, sacaban del encie-

    rro a un grupo de prisioneros rojos y los conducan a la este-

    pa, a las barrancas envueltas en una niebla blanquecina. El

    estampido de las descargas y de los disparos sueltos de fusil

    vena con el viento hasta la misma stanitsa. Cuando los pri-

    sioneros eran ms de veinte, los segua, rechinando las rue-

    das, un carricoche en el que iba emplazada una ametrallado-

    ra. Los servidores dormitaban en el ancho pescante, el con-

    ductor daba chupadas al pitillo y meneaba perezoso las rien-

    das; los caballos marchaban de mala gana, cada uno a su pa-

    so, y la ametralladora, sin funda, despeda un brillo turbio

  • MIJAL SHLOJOV

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    35

    por el agujero de la boca, como si lanzase un bostezo al aca-

    bar de despertarse. Media hora ms tarde, en las barrancas,

    la ametralladora disparaba unas rfagas secas, el conductor

    descargaba su ltigo sobre los caballos, que resoplaban en-

    cabritados, los servidores bailaban en el pescante y la troika

    se detena de golpe frente a la comandancia, que miraba a la

    calle dormida con sus tres ventanas iluminadas.

    Un mircoles por la tarde, el padre dijo a Mitka:

    Sigues haciendo el vago? Saca a pastar esta misma no-che al bayo, pero cuida mucho de que no entre en la mies. A

    la primera que vea, te doy una paliza que te deslomo...

    Mitka puso la cabezada al bayo y apenas si tuvo tiempo de

    susurrar a su madre:

    Lleva la comida t misma... Dsela al centinela. Se fue con otros chicos del pueblo, que tambin sacaban a

    pastar a sus caballos en las afueras, ms all de las tierras

    comunales. Al da siguiente, antes de la salida del sol, esta-

    ba ya de vuelta. Abri el portillo, quit la cabezada al bayo,

    le dio una palmada en la tripa hinchada por la hierba y se di-

    rigi a la casa. Al entrar en la cocina, en el suelo y en las pa-

    redes vio sangre. Una esquina del horno presentaba una man-

    cha blanco-rojiza. Del cuarto sala un continuo estertor, co-

    mo un mugido... Pas al cuarto y encontr a su madre, que

    yaca en el suelo baada en sangre; su cara estaba rojiza y

    tumefacta, el pelo le caa sobre los ojos formando unos ca-

    rmbanos sanguinolentos. Al ver a Mitka lanz un mugido,

    se estremeci, pero sin poder articular ni una sola palabra.

    Su lengua, violcea, se mova entre los labios inflamados; sus

    ojos parecan rer con una risa salvaje y estpida. De su boca

    crispada sala una espuma roscea...

    Mi... Mi... Mitka... Y de nuevo la risa sorda y quejumbrosa...

    Mitka cay de rodillas, bes las manos de su madre, los ojos

    cubiertos de negra sangre. Abraz su cabeza y en los dedos se

    le quedaron unas manchas de sangre y unos grumos blancos y

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    36

    suaves... En el suelo estaba el revlver del padre con la cula-

    ta manchada de rojo...

    Sali escapado, sin darse cuenta de lo que haca. Cay

    junto a la cerca y el vecino le dijo:

    Vete a donde puedas, querido! Tu padre ha sabido que ella llevaba comida a los prisioneros, la ha matado y amena-

    za con matarte a ti.

    VI

    Haca un mes que Mitka se haba contratado de vigilante, pa-

    ra guardar la cosecha de los melonares. Una choza en lo alto

    del cerro le serva de vivienda. Desde all se vea la cinta blan-

    ca lechosa del Don, la stanitsa agazapada en la parte baja y

    el cementerio con las manchas pardas de las tumbas. Cuan-

    do l pretendi colocarse, muchos cosacos protestaron:

    Es el hijo de Ansim! No lo queremos! Su hermano es-t en la Guardia Roja y la perra de su madre llevaba comida

    a los prisioneros. Hay que colgarlo de un pino, y no tomarlo

    de guarda!

    No pide paga alguna, seores ancianos. Dice que cui-dar los huertos gratis. Si le damos un trozo de pan lo reci-

    bir, y si no, se aguantar...

    No se lo daremos, que reviente!... Pero acabaron por escuchar la voz del atamn. Lo con-

    trataron. Cmo no iban a hacerlo? No peda remuneracin

    alguna y guardara gratis los melonares de la stanitsa el ve-

    rano entero. El beneficio era evidente...

    Maduraban y se hinchaban al sol los amarillos melones

    y las sandas de manchas y franjas blancas. Mitka iba por

    los huertos abatido, con la cabeza baja, espantando los gra-

    jos a gritos y con la sonora matraca. Por la maana, al salir

    de la choza, se tumbaba sobre los secos hierbajos de las inme-

    diaciones y, con los ojos velados por las lgrimas, miraba lar-

    gamente hacia el lugar del Don de donde vena el ruido de los

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    37

    caonazos.

    El camino, plagado de baches, reptaba hacia arriba, a lo

    largo de los huertos y las abruptas barrancas de paredes gre-

    dosas. Por l transportaban los cosacos el heno durante el ve-

    rano, por l llevaban a fusilar a los prisioneros rojos. De no-

    che, muy a menudo, Mitka era despertado por los gritos ron-

    cos y los disparos que se oan all abajo, tras las arboledas,

    tras el denso muro de los sauces. Despus de los disparos oa

    el aullido de los perros y por el camino se alejaba el ruido de

    pasos, a veces el traqueteo del carricoche de la ametrallado-

    ra, y el rumor de conversaciones a media voz.

    En cierta ocasin se acerc Mitka al lugar donde en con-

    fuso nudo se juntaban las sinuosas barrancas. En el declive

    vio sangre seca y en el fondo pedregoso, donde el agua haba

    barrido la escasa tierra que cubra una fosa, un pie descalzo

    que asomaba; la planta estaba seca y arrugada. El viento de

    la estepa, al adentrarse por las barrancas, difunda el olor a

    cadver. No volvi por aquellos lugares...

    Aquel da el grupo de prisioneros apareci en el camino,

    saliendo de la stanitsa, antes que de costumbre: los cosacos

    de la escolta a los lados y, en el centro de ellos, los guardias

    rojos con los capotes echados sobre los hombros. El sol se su-

    merga en la resplandeciente blancura del Don despacio, co-

    mo si quisiera contemplar lo que iba a ocurrir a la luz del

    da. Nubes negras de grajos se posaban en las copas de los

    sauces de las arboledas. Un silencio tenso se extenda por los

    huertos. Desde su choza, Mitka acompa con la vista hasta

    la revuelta, a los que marchaban por el camino. Sbitamen-

    te oy un grito, varios disparos, ms, ms...

    Mitka se acerc de un salto a la altura cercana y vio que

    unos guardias rojos corran por el camino hacia las barran-

    cas; los cosacos, rodilla en tierra, disparaban con prisas; dos

    de ellos, blandiendo los sables, corran tras los fugitivos...

    Los disparos revolvieron el tranquilo silencio.

    Tac-tac, tac-tac... Tac-tac...

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    38

    Uno de los que escapaban tropez, cay sobre las manos,

    se puso en pie de un salto, de nuevo ech a correr...

    Ya, ya... El brillo del sable describi un semicrculo y ca-

    y sobre la cabeza... se repitieron los tajos sobre el cado...

    Los ojos de Mitka se nublaron, la boca se le llen de fue-

    go.

    VII

    Hacia medianoche, tres jinetes se acercaron a la choza.

    Eh, guarda! Sal un momento! Mitka sali.

    No viste esta tarde hacia dnde corran tres con ca-pote de soldado?

    No, no lo vi. No mientas. Te costara caro! No he visto nada... no s... Ea, aqu no hay nada que hacer. Debemos ir por las ba-

    rrancas hasta el bosque de Filnovo. Lo cercaremos y atra-

    paremos a esos canallas...

    En marcha, Bogachov... Mitka no peg los ojos en toda la noche. Por el Este re-

    tumbaba el trueno, nubarrones plomizos y desgarrados cu-

    bran el cielo, cegaban los relmpagos. Empez a llover.

    Poco antes del amanecer, Mitka oy cerca de la choza un

    rumor de pasos y un gemido.

    Prest atencin, procurando no moverse. El terror haba

    paralizado su cuerpo. Nuevos rumores y un gemido prolon-

    gado.

    Quin va? Sal, buen hombre, por el amor de Dios... Mitka sali con paso inseguro, las piernas le temblaban.

    En la parte de atrs de la choza vio a alguien cado de bruces.

    Quin eres? No me denuncies... me mataran... Ayer me escap cuan-

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    39

    do me iban a fusilar... los cosacos me buscan... en la pierna...

    tengo un balazo...

    Mitka quiso decir algo, pero un nudo le atenaz la gar-

    ganta. Se puso de rodillas, se arrastr a gatas y abraz las

    piernas ceidas por las vendas de infantera.

    Fidor... Hermano! Querido... Recogi y llev a la choza una brazada de hojas de pano-

    cha a medio secar, coloc a Fidor en un rincn, lo cubri con

    hierbajos y girasoles y se fue a hacer su recorrido por los me-

    lonares. Hasta medioda estuvo espantando de las franjas ri-

    zosas y verdes los grajos que las asediaban, venciendo los de-

    seos de acercarse a la choza, contemplar los ojos de su her-

    mano, escuchar otra y otra vez el relato de sus desventuras

    y sus alegras. Lo haban decidido en firme: en cuanto oscu-

    reciese, Fidor se vendara lo ms apretado posible la pierna

    herida y por los senderos del bosque, dando un rodeo, iran

    hasta el Don; iran al otro lado, a unirse con quienes lucha-

    ban contra los cosacos para conquistar la tierra, en defensa

    de los pobres. Desde por la maana hasta mediado el da no

    cesaron de pasar cosacos que venan por el camino de la sta-

    nitsa; un par de veces torcieron hacia la choza para pedirle

    agua a Mitka. A la cada de la tarde ste vio que desde lo al-

    to del montculo de arena, que reluca como una calva, baja-

    ban ocho hombres a caballo; sus monturas, visiblemente fa-

    tigadas, marchaban al paso. Mitka se sent delante de la cho-

    za y sigui con la vista las siluetas encorvadas de los jinetes.

    Sin volver la cabeza, dijo a Fidor:

    No te muevas! Uno viene por los huertos hacia la cho-za.

    Por debajo de las hierbas reson, sorda, la voz de Fidor:

    Y los dems le esperan o se han ido a la stanitsa? Los otros se alejan al trote, han desaparecido detrs

    del cerro... Sigue quieto.

    Incorporado sobre los estribos, el cuerpo del cosaco se

    mueve atrs y adelante, agita la fusta, el caballo est baado

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    40

    en sudor.

    Mitka, palideciendo, murmur:

    Fedor... es nuestro padre... La barba cobriza del padre estaba mojada, su cara curti-

    da por el sol era de un rojo violceo. Detuvo el caballo delan-

    te de la choza, ech pie a tierra y se acerc a Mitka.

    Di, dnde est Fidor? Sus ojos inyectados en sangre se clavaron en el rostro pa-

    lidecido de Mitka. Su guerrera azul de cosaco ola intensa-

    mente a sudor y a naftalina.

    Estuvo esta noche contigo? No. Y esa sangre que hay cerca de la choza? El padre se inclin hacia el suelo. Su cuello, encendido,

    formaba gruesos pliegues, oprimido por el uniforme.

    Vamos ah. Entraron, el padre delante y Mitka, lvido, detrs de l.

    Ten mucho cuidado, vbora... Si ocultas a Fidor te arrancar el alma...

    Yo no s nada... Qu hay ah en el rincn? Es donde yo duermo. Veremos. El padre se acerc al rincn, se puso en cuclillas y empe-

    z a remover lentamente las crujientes hierbas y las cabezas

    de girasol.

    Mitka estaba a sus espaldas. La guerrera azul, ceida en

    la espalda, pareca dar vueltas lentamente.

    Unos instantes despus de la boca del padre sali una ex-

    clamacin ronca:

    Hola... Qu es esto? El pie descalzo de Fidor haba quedado al descubierto en-

    tre los tallos parduscos. El padre se llev la mano derecha al

    costado en busca de la funda del revlver. Balancendose,

    Mitka dio un brinco, agarr el hacha que colgaba en la pared

  • MIJAL SHLOJOV

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    41

    y aspirando fatigosamente una bocanada de aire, sintiendo

    que se ahogaba, la descarg con fuerza sobre la nuca del pa-

    dre...

    * * *

    Cubrieron el cuerpo, ya fro, con los hierbajos, y se fue-

    ron de all, por las barrancas, por lugares que abundaban en

    rboles tronzados por el viento y en espesos espinos, abrin-

    dose difcilmente paso. A unas ocho verstas de la stanitsa, en

    un lugar donde el Don hace una cerrada curva, apoyndose

    en la griscea pendiente, bajaron hasta el agua. Nadaron ha-

    cia un islote de arena; el agua, enfriada durante la noche,

    los arrastraba rpidamente. Fidor gema y se sujetaba al

    hombro de Mitka.

    Ya en el islote descansaron largamente, tumbados en la

    arena gruesa y hmeda.

    Ya es hora, Fidor! No es mucho lo que nos queda. Se metieron en el agua. El Don lami de nuevo sus caras

    y sus cuellos. Los brazos, descansados, cortaban vigorosamen-

    te las ondas.

    Hicieron pie. La espesura del bosque permaneca inm-

    vil en la oscuridad. Reanudaron presurosos la marcha...

    Clareaba. Muy cerca de ellos retumb un caonazo. En

    el Este asomaba el festn rosado del amanecer.

    1925

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    42

    UN PADRE DE FAMILIA

    El sol se oculta a las afueras de la stanista, entre el dbil ver-

    dor de las erizadas ramas. Voy de la stanitsa hacia el vado del

    Don. Bajo los pies, la arena hmeda huele a podredumbre,

    hace recordar el olor de un rbol descompuesto e hinchado

    bajo el agua. El camino, como la confusa huella que deja la

    liebre, se desliza por los matorrales. El sol, que ha aumenta-

    do de volumen y se ha hecho de un color bermejo, se ha es-

    condido tras el cementerio, y, siguiendo mis pasos, el ano-

    checer azul envuelve las ramas.

    La barca est amarrada al embarcadero, el agua violcea

    chapotea contra ella; bailando e inclinndose, gimen los re-

    mos en los toletes.

    El barquero, provisto de un cubo, achica el agua que cu-

    bre el fondo como de gamuza. Levantando la cabeza, me mi-

    ra con sus ojos oblicuos y amarillentos. Grue con desgana:

    Vas a la otra orilla? Ahora mismo salimos, suelta la amarra!

    Deberemos remar los dos? Hay que hacerlo. La noche se echa encima y no se sabe

    si vendr o no vendr ms gente.

    Remangndose los calzones, me mira de nuevo y pre-

    gunta:

    T no eres de estos lugares... De dnde te trae Dios? Vengo del ejrcito, voy a casa. El barquero se quita la gorra, echa hacia atrs el pelo con

    un movimiento de cabeza. Es un pelo parecido a la plata nie-

    lada del Cucaso. Me guia un ojo y muestra unos dientes

    comidos por las caries.

  • MIJAL SHLOJOV

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    43

    Cmo vienes?, con permiso o te has escapado? Desmovilizado. Han licenciado a mi quinta. Ya, as es ms tranquilo... Empuamos los remos. El Don, como jugando, nos arras-

    tra hacia un bosquecillo inundado de la orilla opuesta. El agua

    roza con sonido seco el rugoso fondo de la barca. Los pies des-

    calzos del barquero, surcados por unos tendones azules, se

    hinchan en fajos de msculos; las plantas lvidas resbalan al

    apoyarse en el travesao. Sus manos son largas y huesudas,

    con unos dedos de articulaciones muy abultadas. l es alto,

    estrecho de espaldas, su manera de remar es torpe, se encor-

    va mucho, pero el remo cae dcilmente sobre la cresta de las

    ondas y penetra profundamente en el agua.

    Yo escucho su respiracin acompasada; su camiseta de

    lana despide un penetrante olor a sudor, a tabaco y al agua del

    ro. Suelta el remo y se vuelve hacia m.

    Me parece que nos vamos a meter entre los rboles. Es una broma pesada, pero no hay nada que hacer, muchacho.

    La corriente es ms fuerte en el centro. La barca da un

    brinco, sacude desobediente la parte trasera y tuerce hacia el

    bosque. Media hora despus llegamos a los sauces casi hun-

    didos en el agua. Los remos se han roto. Uno de los pedazos

    se mueve enfadado en el tolete. El agua se filtra, rumorosa,

    por una pequea va. Nosotros nos vemos obligados a insta-

    larnos en un rbol y pasar all la noche. El barquero rompe

    con los pies unas ramas y se acomoda a mi lado. Sin cesar de

    dar chupadas a su pipa de barro, habla, a la vez que presta

    atencin al batir de las alas de los gansos, que cortan la vis-

    cosa oscuridad sobre nuestras cabezas:

    Vas a tu casa, a reunirte con la familia... Tu madre, se-guramente, te est esperando: vuelve el hijo, el sostn de la

    casa, el que dar calor a su vejez. Pero t es seguro que no

    piensas debidamente en que ella, tu madre, pasa los das sus-

    pirando, pensando en ti, y de noche se deshace en lgrimas Todos vosotros, los hijos, sois as... Hasta que no tenis hijos

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    44

    vuestros y vuestra alma conoce los sufrimientos de los padres.

    Y no es poco lo que a cada uno le toca pasar!...

    A veces, cuando la mujer abre un pescado, rompe la hiel.

    Uno lo come, pero el guiso tiene un sabor amargo que no se

    puede sufrir. Pues eso me ocurre a m: vivo, pero a la hora

    de comer siempre me toca lo ms amargo. En ocasiones uno

    se dice: Cundo va a terminar esta vida? T no eres de aqu, eres forastero. Dime tal y como te dic-

    te la razn: en qu dogal he de meter la cabeza?

    Tengo una hija, Natashka, que este ao va a cumplir las

    diecisiete primaveras. Pues bien, me suele decir:

    Me resulta imposible, padre, sentarme a la mesa a co-mer contigo. En cuanto miro tus manos, recuerdo que con ellas

    has dado muerte a mis hermanos y siento ganas de vomi-

    tar...

    La perra no comprende por qu lo hice. Todo fue por ellos

    mismos, por los hijos!

    Me cas joven. Mi mujer era muy paridora, me trajo ocho

    pequeos, y al dar a luz el noveno falleci. Lo tuvo, s, pero

    al quinto da la mataron las calenturas... Me qued ms solo

    que una chocha en el pantano, aunque de los hijos Dios no se

    llev a ninguno por mucho que yo se lo peda... El mayor se

    llamaba Ivn... Se pareca a m, era muy moreno y bien pa-

    recido... Un cosaco de buena planta y muy trabajador. Otro

    de los hijos, cuatro aos ms joven que Ivn, sali a la ma-

    dre: bajo, corpulento, de pelo rubio, casi blanco, y ojos casta-

    os. Era mi favorito, el que yo quera ms. Se llamaba Dani-

    lo... El resto eran chicas y gente menuda. Cas a Ivn con una

    moza de nuestro jtor y no tard en tener un hijo. Tambin

    tena pensado casar a Danilo, pero vinieron unos tiempos

    revueltos. En nuestra stanitsa se produjo un levantamiento

    contra el poder sovitico! Al da siguiente se present Ivn

    en mi casa.

    Padre me dijo, vmonos con los rojos. Por Dios se lo pido! Debemos ponernos de su parte, es un poder que no

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    puede ser ms justo.

    Danilo insisti en lo mismo. Durante largo rato trataron

    de convencerme, pero yo les dije:

    No os fuerzo, idos si queris, yo no me mover de aqu. Adems de vosotros tengo a otros siete y cada boca pide un bo-

    cado.

    Ellos se fueron del lugar y nuestra stanitsa se arm co-

    mo pudo. A m me agarraron y me mandaron al frente. Yo

    haba dicho ante la asamblea:

    Seores ancianos, todos vosotros sabis que yo soy pa-dre de familia. Tengo a mi cargo siete hijos pequeos. Si me

    matan, quin se va a hacer cargo de mi familia?

    Insist que si esto, que si aquello, pero intilmente... Me

    movilizaron, sin hacer caso a mis palabras, y me mandaron

    al frente.

    La primera lnea pasaba justamente por las afueras de

    nuestro jtor. Y en una ocasin, en vsperas de Pascuas, tra-

    jeron nueve prisioneros. Entre ellos estaba Danilushka, mi

    tesoro querido... Los condujeron a la plaza, al comandante.

    Los cosacos salieron a la calle alborotando:

    Hay que matar a ese canalla! En cuanto los saquen del interrogatorio, duro con ellos!...

    Yo estaba entre ellos y las rodillas me temblaban, pero

    trataba de disimular mis sentimientos. Danilushka... Mir

    alrededor y vi que los cosacos cuchicheaban y me sealaban

    con la cabeza... El sargento Arkashka se me acerc, pregun-

    tando:

    Di, Mikishara, ayudars a matar a los comunistas? S ayudar a matar a esos criminales, a esos hijos de

    perra!...

    Toma, pues, esta bayoneta y colcate junto al portal. Me dio la bayoneta y aadi riendo: Te estaremos obser-vando, Mikishara... Mira cmo te portas, o te ir mal.

    Me puse junto al portal, pensando: Pursima Virgen, es posible que vaya a matar a mi propio hijo?

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    O que dentro del edificio daban una orden. Sacaron a

    los prisioneros. El primero de ellos era mi Danilo... Le mir y

    se me hel el alma... Su cabeza estaba hinchada, del tamao

    de un cubo, como si la hubieran desollado... La sangre se le

    haba hecho un pegote. Se la protega con unos guantes muy

    gruesos para que no le golpeasen en ella... Los guantes se ha-

    ban empapado de sangre y estaban adheridos al pelo... En

    el camino hasta el jtor no haban cesado de pegarles... Al pa-

    sar por el zagun se tambaleaba. Me mir y alarg las ma-

    nos...

    Quera sonrer, pero sus ojos estaban cubiertos de carde-

    nales, y uno lleno de sangre...

    Lo comprend todo: si yo no le golpeaba, me mataran a

    m y los pequeos se quedaran hurfanos... Lleg junto a m.

    Adis, querido padre! dijo. Las lgrimas le lavaban la sangre de la cara, yo... a du-

    ras penas, pude levantar la mano... como si se hubiera hecho

    de piedra... En el puo apretaba la bayoneta. Le golpe con

    la parte que encaja en el can del fusil. Le pegu algo ms

    arriba de la oreja... l lanzo un grito, trat de protegerse la

    cara con las manos y cay por los peldaos del portal... Los

    cosacos se echaron a rer:

    Dale fuerte, Mikishara! Parece que sientes compa-sin de tu Danilka!... Pgale, o te sacaremos la sangre!...

    El comandante sali al portal. Aunque cubri a los cosa-

    cos de denuestos, en sus ojos se vea la risa... Cuando empe-

    zaron a golpearlos con las bayonetas, se me enturbi la vis-

    ta. Ech a correr hacia una calleja, al volverme vi que a mi

    Danilushka lo arrastraban por el suelo. El sargento le haba

    clavado la bayoneta en la garganta y nicamente se oa un

    estertor: grrr.

    Abajo, bajo la presin del agua, crujan las tablas de la

    barca; el agua no cesaba de entrar. El sauce temblaba y re-

    chinaba largamente. Mikishara toc con el pie la proa de la

    barca, que se haba levantado, y dijo, dejando escapar de la

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    pipa un haz de chispas amarillas:

    Nuestra barca se hunde, tendremos que permanecer en el sauce hasta maana al medioda. Vaya suerte!...

    Permaneci largo rato en silencio y luego, bajando el to-

    no, dijo con voz ronca:

    Esto me vali el ascenso a cabo primero... Mucha agua ha corrido por el Don desde entonces, pero

    hasta hoy da, en ocasiones, de noche me parece escuchar un

    estertor de alguien que se ahoga... Es como entonces, cuando

    sala corriendo, que o el estertor de Danilushka... Es la con-

    ciencia, que me est matando...

    Hasta la primavera sostuvimos el frente contra los rojos.

    Luego se nos uni el general Sekretiov y echamos a los

    rojos a la otra orilla del Don, a la provincia de Sartov. Yo soy

    padre de familia, pero no me hicieron concesin alguna, por-

    que mis hijos se haban ido con los bolcheviques. Llegamos

    hasta la ciudad de Balashov. De Ivn el hijo mayor no tena la menor noticia. No s cmo los cosacos se enteraron

    de que se haba ido de los rojos y prestaba servicio en nues-

    tra batera nmero treinta y seis. Los paisanos me amenaza-

    ban: Si encontramos a Vanka le sacaremos el alma del cuer-po.

    Un da ocupamos una aldea. La treinta y seis estaba all...

    Encontraron a mi Ivn y, maniatado, lo condujeron a la

    sotnia. Los cosacos lo molieron a palos y me dijeron:

    Llvalo al puesto de mando del regimiento! El puesto de mando se encontraba a unas doce verstas

    de esta aldea. El jefe me dio un papel y me dijo, sin mirarme

    a los ojos:

    Aqu tienes este papel, Mikishara. Lleva a tu hijo al puesto de mando: contigo ir ms seguro, no tratar de esca-

    par de su padre...

    El Seor me ilumin en aquel momento. Me di cuenta:

    me mandaban a m pensando que yo dejara escapar a mi hi-

    jo. Luego lo agarraran y me mataran a m...

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    Llegu a la casa en que tenan preso a Ivn y dije a la gen-

    te de la guardia:

    Entregadme al detenido, debo llevarlo al puesto de man-do.

    Tmalo dijeron. No tenemos inconveniente. Ivn se ech el capote sobre los hombros; el gorro lo cogi,

    le dio unas vueltas entre las manos y acab por dejarlo en el

    banco. Salimos de la aldea. Subimos a la loma vecina, l ca-

    llado y yo callado tambin. Volv la vista atrs, quera con-

    vencerme de si nos seguan. Llegamos a la mitad del campo,

    dejamos atrs una capilla, a nuestras espaldas no se vea a

    nadie. Ivn se volvi hacia m y dijo con voz lastimera:

    Padre, es lo mismo, en el puesto de mando acabarn conmigo. Es que tienes la conciencia dormida?

    No, Vania le dije, no la tengo dormida. Y no te da pena de m? S, me da pena, hijo, mi corazn siente una angustia

    mortal...

    Pues si es as, djame marchar... Es tan poco lo que he vivido en este mundo!

    Se dej caer en medio del camino y me hizo tres profun-

    das inclinaciones. Yo le contest:

    Cuando lleguemos a los barrancos, hijo, t echa a co-rrer. Yo, para cubrir las apariencias, disparar contra ti un

    par de veces...

    Figrate que cuando era pequeo nunca se le poda sa-

    car una palabra de cario. Pues entonces se arroj sobre m

    y empez a besarme las manos... Seguimos un par de vers-

    tas, l callado y yo callado tambin. Nos acercamos a los ba-

    rrancos, l se detuvo.

    Bueno, despidmonos, padre! Si salgo de sta con vi-da, te guardar respeto hasta la muerte, jams oirs de m

    una palabra grosera...

    Me abraz, mi corazn sangraba.

    Vete, hijo! le dije.

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    Corri hacia los barrancos, no cesaba de volver la vista

    atrs y de decirme adis con la mano.

    Dej que se alejara veinte brazas, me ech el fusil a la ca-

    ra, y rodilla en tierra para que no temblara la mano, dispar

    contra l... por la espalda...

    Mikishara estuvo largo rato buscando la bolsa del taba-

    co, tard largo rato en hacer fuego con el pedernal. Encendi

    la pipa, haciendo chascar los labios. En el hueco de la mano

    brillaba la yesca, los msculos se movan en la cara del bar-

    quero. Bajo los prpados hinchados los ojos oblicuos miraban

    con dureza, sin una sombra de arrepentimiento.

    Pues como iba diciendo... Dio un brinco, sigui corrien-do como unas ocho brazas, se llev las manos al vientre y se

    volvi hacia m:

    Por qu lo has hecho, padre? y cay, contrayendo las piernas.

    Me acerqu, me inclin sobre l: tena los ojos en blanco

    y una espuma de sangre le cubra los labios. Pens que esta-

    ba en las ltimas, pero l se incorpor y dijo, agarrndome la

    mano:

    Padre, tengo mujer y un hijo La cabeza se le dobl a un lado, de nuevo cay redondo.

    Con los dedos se comprima la herida, pero era imposible ha-

    cer nada... La sangre no cesaba de salir entre los dedos... De-

    j escapar un gemido, se tumb de espaldas, me mir muy se-

    rio, la lengua no le obedeca... Quera decir algo, pero no ce-

    saba de repetir: Padre... pa... pa... dre... Las lgrimas me vi-nieron a los ojos y empec a hablar:

    Acepta por m, Vaniushka, la corona del martirio. T tienes mujer y un hijo, yo tengo siete pequeos. Si te hubiera

    dejado escapar, los cosacos me habran dado muerte, y los

    nios habran tenido que ir por el mundo a pedir limosna...

    Despus de un rato expir sin soltar mi mano, que apre-

    taba entre las suyas... Le quit el capote y las botas, le tap la

    cara con un pauelo y me volv a la aldea...

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    Y ahora jzganos, buen hombre! He sufrido tanto a cau-

    sa de los pequeos, que el pelo se me ha vuelto blanco. Para

    darles un trozo de pan no conozco la tranquilidad ni de da

    ni de noche, y de ellos... Natashka, mi hija, por ejemplo, dice:

    Me resulta imposible, padre, sentarme a la mesa a comer con-tigo.

    Cmo soportar todo eso ahora?

    Con la cabeza colgando, el barquero Mikishara me mira

    con una mirada pesada y fija; a sus espaldas, un turbio ama-

    necer comienza. En la orilla derecha, en la negra masa de la-

    mos rizados, el parpar de los patos se confunde con el grito

    ronco y sooliento:

    Mi-ki-sha-ra! Dia-blo! Trae la bar-ca!

    1925

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    EL SENDERO TORCIDO

    Pareca ayer cuando Niurka era an una mozuela torpe y zan-

    quilarga. Andaba sin gracia, pisaba con los pies torcidos y mo-

    va mucho los largos brazos. Al encontrarse con un extrao

    se haca a un lado y miraba bajo el pauelo con unos ojos tur-

    bados y como salvajes. Pues bien, ahora se haba cruzado en

    el camino de Vaska una moza de amplios senos y esbelta, al

    andar miraba de frente y con una leve sonrisa en los labios.

    Vaska sinti como si una brisa templada de primavera le die-

    se en la cara.

    Por un instante arrug los prpados, luego se volvi, la

    sigui con la mirada hasta la curva y puso el caballo al trote.

    Ya en el abrevadero, mientras quitaba la brida a su montu-

    ra, sonri, recordando el encuentro. Ante sus ojos, sin poder

    explicarse la razn, tena los brazos de Niurka rodeando seguros y suaves el pintarrajeado balancn, y los cubos ver-des que se balanceaban al comps del paso. A partir de en-

    tonces trat de verla todo lo posible. Al ro iba, de propio in-

    tento, por la ltima calle, donde estaba la casa del padre de

    Niurka, y cuando la vea tras la cerca o en el hueco de la ven-

    tana, un clido sentimiento de alegra inundaba su pecho;

    tiraba de la brida y trataba de frenar el paso del caballo.

    El viernes de la semana siguiente, montado, se acerc a

    los prados a ver cmo se encontraba el heno. Despus de la llu-

    via, de l sala un ligero vapor y ola dulcemente a fermento.

    Junto a los almiares de los Avdiev vio a Niurka. Caminaba

    recogindose la falda y jugueteando con una rama. Se acerc

    a ella.

    Hola, preciosa!

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    Hola, si no vienes en son de broma. Y sonri. Vaska salt del caballo y tir la brida.

    Qu buscas, Niurka? Nuestro te