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Page 1: Michel Ensayos · Michel de Montaigne Ensayos Edición bilingüe Texto francés establecido por André Tournon Traducción, notas, introducción y bibliografía de Javier Yagüe Bosch
Page 2: Michel Ensayos · Michel de Montaigne Ensayos Edición bilingüe Texto francés establecido por André Tournon Traducción, notas, introducción y bibliografía de Javier Yagüe Bosch

Michel de Montaigne

EnsayosEdición bilingüe

Texto francés establecido por André Tournon

Traducción, notas, introducción y bibliografía de

Javier Yagüe Bosch

Page 3: Michel Ensayos · Michel de Montaigne Ensayos Edición bilingüe Texto francés establecido por André Tournon Traducción, notas, introducción y bibliografía de Javier Yagüe Bosch

ÍndicE

introducción. Una nueva edición de los Ensayos 11Bibliografía 29

EnSAYOS

Al lector 43

libro i

capítulo i. Por distintos medios se llega a igual fin 47capítulo ii. de la tristeza 55capítulo iii. nuestro sentir va más allá de nosotros 61capítulo iv. de cómo el alma descarga sus pasiones en objetos falsos

cuando le faltan los verdaderos 75capítulo v. Si el jefe de una plaza sitiada ha de salir a parlamentar 81capítulo vi. El peligroso momento de parlamentar 87capítulo vii. nuestros actos han de juzgarse por la intención 91capítulo viii. de la ociosidad 95capítulo ix. de los mentirosos 99capítulo x. del hablar pronto o tardío 109capítulo xi. de los pronósticos 113capítulo xii. de la firmeza 121capítulo xiii. Protocolo en las entrevistas reales 127capítulo xiv. La percepción de bienes y males depende

en gran medida de la idea que tenemos de ellos 131capítulo xv. Somos castigados por empeñarnos sin razón

en defender una plaza 165

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capítulo xvi. del castigo de la cobardía 169capítulo xvii. Un rasgo de algunos embajadores 173capítulo xviii. del miedo 179capítulo xix. no ha de juzgarse de nuestra ventura hasta después

de muertos 185capítulo xx. Filosofar es aprender a morir 191capítulo xxi. del poder de la imaginación 223capítulo xxii. El beneficio del uno es el perjuicio del otro 243capítulo xxiii. de la costumbre y de la dificultad para cambiar una ley

comúnmente aceptada 245capítulo xxiv. distintos resultados de una misma decisión 275capítulo xxv. del oficio de preceptor 293capítulo xxvi. de la educación de los hijos 315capítulo xxvii. Es desatino confiar a nuestra inteligencia

el discernimiento de lo verdadero y lo falso 377capítulo xxviii. de la amistad 385capítulo xxix. veintinueve sonetos de Étienne de la Boétie 409capítulo xxx. de la moderación 411capítulo xxxi. de los caníbales 421capítulo xxxii. Hay que ser prudente a la hora de meterse a juzgar

los designios divinos 447capítulo xxxiii. de huir de los placeres a costa de la propia vida 451capítulo xxxiv. con frecuencia va la fortuna tras los pasos de la razón 455capítulo xxxv. de una carencia de nuestra administración 461capítulo xxxvi. de la costumbre de vestirse 465capítulo xxxvii. de catón el Joven 473capítulo xxxviii. de cómo lloramos y reímos por un mismo motivo 481capítulo xxxix. de la soledad 487capítulo xL. Reflexiones sobre cicerón 509capítulo xLi. de no ceder a otro la propia gloria 519capítulo xLii. de la desigualdad que existe entre nosotros 525capítulo xLiii. de las leyes suntuarias 545capítulo xLiv. del dormir 549capítulo xLv. de la batalla de dreux 553capítulo xLvi. de los nombres 557capítulo xLvii. de la incertidumbre de nuestro juicio 567capítulo xLviii. de los caballos adiestrados 579

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capítulo xLix. de las costumbres antiguas 595capítulo L. de demócrito y Heráclito 605capítulo Li. de la vanidad de las palabras 611capítulo Lii. de la austeridad de los antiguos 617capítulo Liii. de una sentencia de césar 619capítulo Liv. de las vanas ingeniosidades 623capítulo Lv. de los olores 629capítulo Lvi. de las oraciones 633capítulo Lvii. de la duración de la vida 651

libro ii

capítulo i. de la inconstancia de nuestras acciones 659capítulo ii. de la embriaguez 673capítulo iii. costumbre de la isla de ceos 691capítulo iv. Mañana se verá el asunto 717capítulo v. de la conciencia 721capítulo vi. de la ejercitación 729capítulo vii. de los premios honoríficos 749capítulo viii. del afecto de los padres por los hijos 757capítulo ix. de la armadura de los partos 793capítulo x. de los libros 799capítulo xi. de la crueldad 825capítulo xii. Apología de Raimundo Sabunde 853capítulo xiii. de juzgar la muerte ajena 1187capítulo xiv. de cómo nuestra mente se estorba a sí misma 1199capítulo xv. nuestro deseo se acrece con las dificultades 1201capítulo xvi. de la gloria 1213capítulo xvii. de la presunción 1239capítulo xviii. de las acusaciones de mentir 1299capítulo xix. de la libertad de conciencia 1309capítulo xx. no degustamos nada puro 1317capítulo xxi. contra la holgazanería 1323capítulo xxii. de las postas 1331capítulo xxiii. de los malos medios empleados para buen fin 1335capítulo xxiv. de la grandeza de Roma 1343capítulo xxv. de no hacerse el enfermo 1347

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capítulo xxvi. de los pulgares 1353capítulo xxvii. cobardía, madre de la crueldad 1357capítulo xxviii. Todas las cosas tienen su momento 1375capítulo xxix. del valor 1381capítulo xxx. de un niño monstruoso 1395capítulo xxxi. de la ira 1399capítulo xxxii. defensa de Séneca y Plutarco 1413capítulo xxxiii. La historia de Espurina 1425capítulo xxxiv. Observaciones sobre los métodos de hacer la guerra

de Julio césar 1439capítulo xxxv. de tres buenas esposas 1455capítulo xxxvi. de los hombres más egregios 1471capítulo xxxvii. del parecido de los hijos a los padres 1485

libro iii

capítulo i. de lo útil y lo honroso 1543capítulo ii. del arrepentimiento 1571capítulo iii. de tres tipos de relación 1597capítulo iv. de la distracción 1619capítulo v. Sobre unos versos de virgilio 1639capítulo vi. de los carruajes 1753capítulo vii. de los inconvenientes de la grandeza 1789capítulo viii. del arte de conversar 1799capítulo ix. de la vanidad 1843capítulo x. de economizar la voluntad 1953capítulo xi. de los cojos 1995capítulo xii. de la fisonomía 2015capítulo xiii. de la experiencia 2069

notas

notas de la advertencia al lector 2177notas del libro i 2179notas del libro ii 2255notas del libro iii 2343

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introducciónUna nueva edición de los Ensayos

1. aspectos de Montaigne

Michel Eyquem de Montaigne (1533-1592) es, como su contemporáneo François Rabelais, un autor de primera importancia en la historia intelec-tual francesa y europea, aunque su periodo literario, anterior al clasicis-mo, es menos conocido para el público lector. La figura del gentilhombre gascón ha influido de diferentes maneras en el quehacer de escritores y pensadores dispersos a lo largo de la tradición occidental: de Shakespea-re (probablemente) a Goethe, de Pascal a nietzsche, de Rousseau a Emerson, de Byron a Flaubert. La repercusión de Montaigne en el mun-do hispánico1, desigual e intermitente, se extiende desde las menciones encomiásticas bien conocidas que le dedica Quevedo en sus obras de orientación estoica hasta la inspiración directa que supuso para el Unamuno ensayista, y en general para Azorín, quien veía en él «una per-sonalidad iliteraria, viva, gesticuladora, incongruente, ondulosa»2. Sus Ensayos interpelan también a nuestra época, como antes a otras, de modo

1 cf. Juan Marichal [1957], «Montaigne en España», en La voluntad de estilo, Madrid: Re-vista de Occidente, 1971, págs. 101-122; Otilia López Fanego, «contribución al estudio de la influencia de Montaigne en España», Bulletin de la Société Internationale des Amis de Mon-taigne [BSAM], 22-23 (1977), págs. 73-102; Martín González Fernández: «La réception de Montaigne en Espagne», BSAM, 11-12 (1988), págs. 7-32; Otilia López Fanego, «L’influence de Montaigne en Espagne», Cuadernos de Filología Francesa, 10 (1997-1998), págs. 139-154.2 Azorín, La voluntad [1902], en Obras completas, edición de Ángel cruz Rueda, Madrid: Aguilar, 1975, t. i, pág. 456. Muy reciente es la monografía de Santiago Riopérez y Milá, La voz española de Montaigne: Azorín, prólogo de Luis Alberto de cuenca, epílogo de José Luis Abellán, Madrid: Ediciones 98, 2011.

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que aquí procede, antes que nada, exponer sucintamente algunas facetas de su múltiple atractivo3.

La ideología de Montaigne, asentada en el humanismo cristiano de los siglos xv y xvi, adquiere un sesgo singular al derivar hacia una forma de relativismo que la historia del pensamiento tiende a inscribir en la ór-bita del escepticismo representado por la doctrina del griego Pirrón (si-glos iv-iii a. c.). Pero Montaigne, aunque se inspira en el pirronismo y por momentos sigue de cerca su más célebre crestomatía (la confecciona-da por Sexto Empírico), no preconiza un escepticismo sistemático, sino que observa, reconoce y arguye la esencial incapacidad de la razón huma-na para alcanzar el conocimiento y la verdad. En torno a este eje, y con él a la cuestión de la fe, gira la pieza central de los Ensayos: la «Apología de Raimundo Sabunde». Tampoco propone Montaigne la duda como méto-do, en el sentido en que había de hacerlo unos decenios después descar-tes, sino que la acepta como espontánea postura de equilibrio, como ata-raxia: un estado de indefinición que permite superar la angustia causada por la necesidad de elegir, de decantarse, de tomar partido; un estado que, además, él nos describe acorde con su propio temperamento. La certeza, piensa Montaigne, no solo es inasequible, sino que conduce al fanatismo. Su actitud dubitativa conecta oblicuamente con su conserva-durismo, que halla fundamento en la experiencia: la comprobación de las nefastas consecuencias que ha acarreado la gran novedad política y reli-giosa de su tiempo (la irrupción del protestantismo en Francia), con la sarta de desmanes y atrocidades a que él asiste horrorizado, en primera fila, durante las guerras de religión. Es el suyo un conservadurismo no militante, sino pragmático, preventivo: una vacuna contra el cataclismo y el caos. Este personal escepticismo de Montaigne, que rezuma desencan-to por las frustraciones de la cultura humanista, tiñe su reflexión: así, un viejo tema como el del poder de la fortuna en la vida humana se vuelve más tangible a través de ejemplos históricos y cotidianos que nos revelan

3 Lo hizo en su día Otilia López Fanego, «Actualidad de Montaigne. Los Essais, una tra-ducción por hacer», 1616, iv (1981), págs. 25-34. http://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmck64v7 En una reseña reciente, carlos García Gual expone con tino algunos de estos aspectos: «Modernidad de Montaigne», Revista de Libros, 149 (2009), págs. 36-37. http://www.revistadelibros.com/articulos/modernidad-de-montaigne

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hasta qué punto escapa a nuestras previsiones el éxito o el fracaso de todo plan y proyecto, el resultado de toda elección.

Respecto de la filosofía moral, Montaigne parte de una posición próxi-ma al estoicismo (con omnipresencia de Séneca), la escuela moral que pro-porciona, como si de una armadura se tratase, argumentos para oponer re-sistencia a las pasiones, al sufrimiento, a la adversidad, al temor de la muerte; pero gradualmente se desplaza hacia un talante mucho más com-prensivo desde el que los humanos apetitos y flaquezas se miran con indul-gencia a la luz de la constitución natural, a tal punto que el escritor propon-drá acomodarse a las leyes y exigencias de la naturaleza con dulzura, sin violentarse. Así, Montaigne nos habla con cercanía de la pereza, la elusión de las convenciones sociales, la irresolución en la vida privada, la torpeza en el desempeño de las tareas, la incapacidad para soportar el dolor, la luju-ria. Se pinta a sí mismo para pintar al ser humano, con su mezquina reali-dad limitada y contradictoria, sus vanas grandilocuencias y presunciones, sus ridículas supersticiones y manías, su escaso autodominio. Pero esta vi-sión está sustentada por un profundo escrúpulo moral y un vigoroso vita-lismo. Montaigne, apegado a lo palpable y al gozo de vivir, la emprenderá una y otra vez contra las quimeras y fantasías con que el hombre desatiende su realidad inmediata para proyectarse en lo insustancial, contra ese hábito suyo de infligirse un absurdo penar por cosas etéreas: el porvenir, el buen nombre, la posteridad, la prosperidad futura de los hijos. Si bien el terre- no donde germina esta visión es el moralismo cristiano, Montaigne va un poco más allá. critica, por ejemplo, la mera acumulación de riqueza, pero no tanto por tratarse de un bien perecedero cuanto porque conlleva pre-ocupaciones y arrebata disfrutes. Son, desde luego, motivos clásicos. Mon-taigne no es un hedonista, pero, al tiempo que confiesa y disculpa los des-carríos de la juventud, enaltece los placeres sencillos de la vida, degustados con moderación: el paseo y la lectura, la bebida y el sexo, la conversación y el viaje, y, sobre todas las cosas, la amistad genuina4 y la buena salud. Pro-penso a la melancolía, que ve con pánico porque ya ha experimentado que puede arrastrar su psique a una especie de desvarío, buscará la jovialidad,

4 Había de proclamar Jorge Luis Borges: «no [diré] la amistad, sino Montaigne» («A Francia», en Historia de la noche [1977], Obras completas, IV. 1976-1985, ed. al cuidado de nicanor vélez, Barcelona: círculo de Lectores, 1993, pág. 88).

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la llaneza y el desenfado en todo, y, por el mismo motivo, huirá de la pe- dantería, la tristeza y la hosquedad como del mayor de los males. co- municativo hasta la médula, no desconoce el placer y la utilidad del trato social, pero tampoco los de la soledad: ese mundo íntimo en que se nutre la libertad, su guía maestra. nos hace ver la vida como una escuela de diversi-dad y variación. nos enseña, en fin, a no tomarnos demasiado en serio.

con una osadía y un desparpajo que le serán reprochados por el Santo Oficio de Roma en varios pasajes de los Ensayos, Montaigne trata cuestio-nes espinosas como la relación entre el cuerpo y el alma, la oración, el suici-dio, la libertad de conciencia, los deberes del matrimonio, los hechos pro-digiosos, la justicia, la autoridad, las creencias, encomendándose siempre al sentido común y a su espíritu burlón e independiente. Su visión de la decadencia de la civilización occidental se manifiesta en clave más bien tó-pica cuando reivindica el antiguo valor militar y la austeridad de las cos-tumbres, despotrica contra remilgos y lujos, reprueba la relajación del có-digo del honor; pero también con acento propio cuando condena la crueldad y la tortura ejercidas en nombre de la religión, denuncia la hipo-cresía reinante en todos los niveles de la sociedad, ridiculiza el sistema edu-cativo vigente, se admira ante el modelo de vida que muestran los pueblos de la América recién explorada, declara la omnipotencia de la caprichosa costumbre de cada nación en la configuración del universo moral del indi-viduo. En suma, Montaigne retrata al hombre cuando parece perder pie en las antiguas seguridades de un mundo orgánico, y lo hace con una mirada que aúna perspicacia y asombro, mediante una reflexión volcada en la transitoriedad o el pasar: le passage. Su territorio es lo oscilante y movedi-zo. nos propone un discurso misceláneo, de raigambre tradicional, pero en muchos aspectos «políticamente incorrecto»: descarado e innovador, instruido y pícaro, exento de toda sensiblería, pero no de entusiasmos y amarguras, impregnado de un recio sentido del humor.

2. el texto de los Ensayos

Una de las particularidades de este libro es que no se está quieto. no en vano el desasosegado siglo anterior quiso ver en él un paradigma de inquie-tud, tal como epitomiza el título ya clásico de Jean Starobinski: Montaigne en mouvement (1982). Pero no hace falta internarse por vericuetos de in-

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terpretación para observar que este libro se acoge con naturalidad a la ca-racterización que él mismo nos presenta del ser humano: «un objeto ex-traordinariamente vano, mudable y fluctuante» (i, i); ni tampoco para observar que ese carácter, además de manifestarse en el dinamismo de su concepción y de su estilo, arranca de su constitución misma. Lo aclarará una breve cronología.

El 28 de febrero de 1571, el día que cumple los treinta y ocho años de edad, según reza la inscripción en latín, aún hoy legible tras ser restaurada, en la pared del gabinete contiguo a su biblioteca, el caballero Michel de Montaigne «se retiró por completo al seno de las doctas vírgenes [las Mu-sas]» con la intención de consagrar «a su libertad, tranquilidad y ocio» los aposentos que había acondicionado en una antigua torre de su residencia. Probablemente en torno a ese año comienza la redacción de los Ensayos, que verán sucesivas ediciones de 1580 a 1588 (bibliografía, 1.4 a 1.7). Preparaba el escritor una edición notablemente aumentada de la totalidad de la obra cuando le sobreviene la muerte en 1592. Poco después, en 1595, se publica, al cuidado de su ahijada, la erudita Marie de Gournay, una «edi-ción póstuma» (EP) que instaurará la tradición textual de los Ensayos du-rante casi tres siglos (bibl., 1.8).

Hacia mediados del xix, el texto de los Ensayos vuelve a moverse cuando recobra interés para los especialistas un documento excepcional: el ejemplar de la edición de 1588, conservado en la Biblioteca Municipal de Burdeos, que Montaigne utilizó a modo de borrador para preparar la siguiente edición. consistió su método en llenar los márgenes de ese ejemplar con una masa de anotaciones, de su puño y letra, que incremen-tan en un tercio el volumen total de la obra. Este libro, conocido como el «ejemplar de Burdeos» (EB), ve afianzada su autoridad textual con la llamada «edición municipal» realizada por Fortunat Strowski de 1906 a 1933 (bibl., 2.1); a su vez, esta publicación monumental sirvió de base a la edición de Pierre villey (bibl., 2.4), que, una vez depurada, fijó el ca-non textual dominante a lo largo de la segunda mitad del siglo xx. El problema es que, si bien el texto impreso en la EP y el resultante de in-corporar las modificaciones del EB a la edición de 1588 coinciden mayo-ritariamente, existen entre ellos considerables divergencias. La EP pre-senta retoques, cambios de orden en algunos párrafos, variaciones de énfasis, leves supresiones o adiciones que matizan lo dicho; además, agre-ga segmentos perdidos (sobre todo en los lugares donde el EB fue guillo-

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tinado por un encuadernador del siglo xvii o xviii), uno de ellos muy ex-tenso, y altera la estructura al desplazar un largo capítulo del libro i (el que hasta 1588 era xiv pasa a ser xl).

Pero la oscilación entre el EB y la EP cobra nuevo impulso en los años ochenta del siglo pasado cuando el profesor Michel Simonin, desarro-llando las tesis de los británicos Sayce y Maskell, postula la existencia de una segunda copia de los Ensayos, hoy perdida, que habría servido de texto definitivo a los impresores de la EP. Esta nueva perspectiva dará lugar a una sucesión de aportaciones y contrarréplicas que, protagoniza-da sobre todo por el propio Simonin y André Tournon, se prolonga hasta finales del siglo5. con arreglo a la teoría adoptada por Simonin y bajo su dirección, se inicia una nueva edición para la prestigiosa Bibliothèque de la Pléiade, pero el crítico fallece prematuramente, de modo que la prime-ra plasmación tangible de esa línea crítica será la edición dirigida por Jean céard y publicada en 2001 (bibl., 2.26). después, el 9 de febrero de 2002, la Biblioteca nacional de Francia organiza, bajo el título «Los dos rostros de los Ensayos», un debate en el que participan André Tour-non y Jean céard, respectivos valedores del EB y de la EP, con sendas comunicaciones muy esclarecedoras6.

En junio de 2007, el equipo que había proseguido el proyecto de Simonin publica la nueva edición de la Pléiade (bibl., 2.28), en cuyas pá-ginas introductorias, para sustentar la autoridad del texto de la EP, se ar- ticula un sistema de conjeturas que, además de ser bastante sofisticado, se presenta con tintes mucho más categóricos. En resumen, postulan los editores no solo «un segundo ejemplar anotado, que ofrecía una correc-ción sistemática del texto de 1588 e incorporaba las últimas intervencio-nes del autor», sino, además, a partir de ese imaginado ejemplar, una igualmente imaginada «copia legible y puesta en limpio que Montaigne

5 claude Blum et André Tournon (eds.), Éditer les Essais de Montaigne : Actes du colloque tenu à l’Université Paris IV-Sorbonne les 27 et 28 janvier 1995, Paris: Honoré champion, 1998; Michel Simonin, «Montaigne, son éditeur et le correcteur devant l’exemplaire de Bordeaux des Essais», Travaux de Littérature, 11 (1998), pp. 75-93; André Tournon, «L’Exemplaire et la copie», BSAM, 13-14 (1999), pp. 71-77; Michel Simonin, «L’Exem-plaire et l’édition posthume», BSAM, 17-19 (2000), pp. 121-129; André Tournon, «Ré-ponses», BSAM, 17-19 (2000), pp. 129-131.6 André Tournon, «du bon usage de l’édition posthume des Essais», BSAM, 29-30 (2003), págs. 77-91; Jean céard, «Montaigne et ses lecteurs: l’édition de 1595», ibidem, págs. 93-106.

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mandó establecer» y que «contenía el único texto auténtico de los Ensayos»7. Ahorraré al lector objeciones y deliberaciones: doctores tiene la filología francesa. La nueva edición de la Pléiade es un hito en la tradi-ción editorial de Montaigne: tiene la enorme utilidad de ser auténtica-mente crítica y de consignar todas las variantes, amén de ampliar de ma-nera notable la anotación de las fuentes; pero pecan, como mínimo, de inexactitud sus promotores al subrayar la supuesta novedad y pureza del texto que establece8. La reacción del medio editorial español resuena, a su vez, con ecos sospechosamente unánimes, y en ellos se arropa la difusión de la última traducción castellana completa de los Ensayos pu-blicada hasta hoy (bibl., 3.22), en cuyo prólogo el crítico Antoine com-pagnon pinta como poco menos que definitivas las tesis de céard y Simo-nin y entona, con gesto algo parcial, un supuesto vuelco de la filología a favor de la EP. Bien elocuente es su conclusión, pues reconoce que, para conferir autoridad a ese texto, «bastaba con forjar la hipótesis de que se basó en una copia establecida por Montaigne que contenía sus últimas anotaciones»9. Y forja es, ciertamente.

Ante la imposibilidad de suspender el juicio en este dilema, como tal vez habría deseado Montaigne, opté por adherirme al buen uso que pro-pugnaba André Tournon y que, en definitiva, consiste en otorgar la prima-cía al EB y considerar la EP como una segunda imagen complementaria. Para acomodar esta síntesis, adopté el texto de villey-Saulnier (bibl., 2.13),

7 Traduzco de Jean Balsamo, «Le destin éditorial des Essais (1580-1598)», texto prelimi-nar a Michel de Montaigne, Les Essais, éd. établie par Jean Balsamo, Michel Magnien et catherine Magnien-Simonin, Paris: Gallimard («Bibliothèque de la Pléiade»), 2007, págs. liii-liv.8 Una pluma ilustre de Francia contribuyó de inmediato a este ensalzamiento: Marc Fu-maroli, «Montaigne, retour aux sources», Le Monde des Livres, 15-6-2007, pág. 3. La reseña de Fumaroli fue publicada poco después, traducida al castellano y bajo el título de «La vida como un ensayo», en ABC Cultural, 28-7-2007, pág. 4. Pero este texto de los Ensayos es, en definitiva, el que se leyó durante casi tres siglos; además, pese a estar muy cuidado, no care-ce de errores, algunos graves, como este: combien [por condition] accomodable» (ed. cit., pág. 402, grafía antigua).9 Antoine compagnon, «Montaigne hoy», prólogo a Michel de Montaigne, Los ensayos según la edición de 1595 de Marie de Gournay, edición y traducción de Jordi Bayod Brau, Barcelona: Acantilado, 2007, 1ª reimpr., pág. xvii. Esta traducción, publicada en noviembre de 2007, no pudo seguir la edición Pléiade, que había salido a luz apenas cinco meses antes; siguió presumiblemente (y su anotación lo confirma) la edición de Jean céard publicada en 2001.

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corrigiendo sus evidentes erratas, e incorporé al original, señalándolos en nota, los segmentos de importancia añadidos por la EP, pero no sus reto-ques de pormenor. Según este criterio fue concluida la traducción. Entre-tanto, tras nuevas argumentaciones académicas10, se publica en italia, en edición bilingüe (bibl., 2.31), una versión consolidada del texto de los Ensayos que a finales de los años noventa había establecido André Tour-non (bibl., 2.23). En su introducción al volumen, sale Tournon nuevamen-te al paso, con toda contundencia, de la hipótesis en que se fundamenta la tan publicitada vigencia de la EP:

la hipótesis que se plantea actualmente, según la cual la edición de 1595 sería conforme a una copia supervisada y aprobada por Montaigne (reduciendo el Ejemplar de Burdeos a una «copia en sucio»), no resiste a la crítica […]: es imposible imaginar, sin el mínimo documento de apoyo, que el escritor hu-biera mandado suprimir o alterar, contrariamente a las instrucciones por él mismo impartidas, miles de retoques que había inscrito minuciosamente en la supuesta copia en sucio. Si la copia de que disponían los tipógrafos de L’Angelier [el impresor de 1595] incluía tan solo la mitad de esos retoques, excepto los más significativos, es que no había sido supervisada por el autor y, por lo tanto, no contaba con su garantía; si los incluía todos, los editores no se atuvieron a ellos. En ambos casos, la versión impresa en 1595 no puede con-siderarse fiel11.

no solo el análisis de Tournon viene a confirmar el criterio en que se había basado la elección del original para esta traducción, sino que, además, la muy cuidada edición italiana invita a adoptar a posteriori ese original, cuya grafía Tournon ha modernizado además sin menoscabo alguno para la tex-tura del francés de la época. Así las cosas, y una vez tomada la decisión de publicar, por primera vez en el mundo hispánico, una edición bilingüe de los Ensayos, he acometido la tarea de revisar la totalidad de la traduc-

10 Por ejemplo en un coloquio organizado para celebrar el centenario de la Société Interna-tionale des Amis de Montaigne (Toulouse, 6 a 8 de junio de 2012).11 Traduzco de André Tournon, «Per leggere gli Essais», introducción a Saggi, traduzione di Fausta Garavini, note di André Tournon, testo francese a fronte a cura di André Tour-non, Milano: Bompiani, 2012, págs. xliv-xlv.

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ción para ceñirla a ese texto riguroso. Las consecuencias de esa labor son las siguientes.

Tournon asume, como casi todos los editores modernos, la libertad y la responsabilidad de aplicar una segmentación en párrafos inexistente en las ediciones originales, pero necesaria para organizar una lectura estructura-da actual. Es una práctica que el lector reconocerá en la edición de nues-tros clásicos. incorporo esos cortes, aunque muchas veces no coinciden con mi interpretación de la secuencia de cada capítulo. En un único caso, he juzgado indispensable añadir un corte más.

Puesto que ya lo hace el original francés, no se señalan en la traducción los estratos cronológicos del texto, indicación útil para seguir la pista de las sucesivas etapas de su redacción, pero que tiene el efecto de descomponer visualmente la continuidad de una obra que, al fin y al cabo, el autor quería unitaria: «Mi libro es siempre uno» (iii, ix). Esa estratificación se indica en el texto francés de la siguiente forma: [a] para las ediciones de 1580 y 1582; o [a1] y [a2] cuando el texto de estas dos ediciones difiere; [b] para la edi-ción de 1588; [c] para las adiciones manuscritas del EB; y, dentro de estas, se indican entre ángulos (< >) los segmentos amputados por la guillotina del encuadernador, que Tournon restituye acudiendo a la EP o mediante conjetura, y que por lo tanto son para él de autenticidad dudosa. cuando alguna adición de la EP tiene interés y Tournon no la incorpora al texto, la transcribo en nota.

Las numerosísimas citas literales (mayoritariamente latinas, unas dece-nas griegas e italianas, un puñado francesas) se incorporan al texto castella-no únicamente traducidas y se distinguen en cursiva. El lector puede con-sultar en el texto francés las versiones originales, transcritas al cuidado de Tournon, pero también puede ver en mi versión los lugares de las citas en que hay fragmentos elididos (marcados con […]), así como enterarse en mis notas de las inadvertencias o manipulaciones en que incurren Mon-taigne o sus impresores al transcribirlas. cuando Montaigne traduce la cita antes o después de transcribirla, traduzco además su versión solo si es lo bastante libre para que el matiz aporte algo al texto; cuando no es así, y poner dos traducciones seguidas de una misma cita resultaría redundante, lo señalo en nota.

Pese a la meticulosidad con que Tournon revisó, con arreglo a un crite-rio de restitución, la puntuación de los Ensayos, he actuado con amplio margen de libertad en este aspecto, del que depende en buena medida la

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coherencia interna de la traducción. Por la misma razón se adapta a la ne-cesidad el uso de los signos de interrogación y admiración, las comillas, los paréntesis y los guiones. En este orden de cosas, corrijo los nombres pro-pios transcritos de manera errática en el original, pero anoto la discrepan-cia cuando se trata de una confusión entre nombres distintos. Y corrijo asimismo unas pocas erratas en el texto francés.

3. anotación

La idea de anotar con cierta exhaustividad los Ensayos, novedosa cuando se concibió para esta traducción, obedece a un deseo y a una premisa: el deseo de poner ante los ojos del lector el tejido intertextual del libro, de hacerle oír el permanente diálogo que Montaigne entabla con su tiempo y con los tiempos pasados, dándole las claves de esa intrincada red de com-plicidades, voces y comercios; la premisa de que la exploración de las fuen-tes y los ecos de la escritura de Montaigne es una labor colectiva que se ha ido ampliando y aquilatando con el tiempo y en la que cada investigador, francés o extranjero, hace su aportación propia.

Se anotan, en primer lugar, las citas literales. En las versiones de poesía clásica, se ha hecho un esfuerzo singular y, que yo sepa, sin precedentes en nuestra lengua: mantener la forma del verso, con métrica regular castella-na. Se honra así uno de los géneros predilectos de Montaigne y se ofrece al lector la posibilidad de apreciar la presencia del verso por contraste con la prosa. Este criterio se ha llevado al extremo –creo que no irrelevante– de mantener un único tipo de verso en cada obra: la mayoría se vierte en ale-jandrinos, pero, por ejemplo, las odas de Horacio, los poemas de catulo o las sátiras de Juvenal sonarán en endecasílabos, los epigramas de Marcial en octosílabos, etc. Es esta, en realidad, una forma de otorgar a la poesía, aun vicariamente o a modo de trampantojo, el protagonismo de que goza en el original.

Se anotan también las fuentes «ocultas»: préstamos y ecos de autores clásicos, casos y ejemplos extraídos de florilegios y libros de historia anti-guos y contemporáneos, materiales que Montaigne parafrasea y utiliza constantemente sin citar su origen. Entre las fuentes, casi todas ellas con-sultadas por el autor en su biblioteca privada, destacan algunas: cicerón, Séneca y Plutarco, para las reflexiones morales y filosóficas; Maquiavelo,

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castiglione, Bouchet, Gentillet, para la teoría política; las polianteas del xvi (Tixier, Ricchieri, Mexía, entre otros), para todo tipo de anécdotas; San Agustín, para las cuestiones teológicas; Platón y Aristóteles, entre los anti-guos, y las recopilaciones de Erasmo y Justo Lipsio, entre los modernos, para los preceptos morales y sociales; Aulo Gelio y valerio Máximo, para los ejemplos de la antigüedad; Tácito y Suetonio, para la historia de Roma; Heródoto y Plinio, para las noticias exóticas de otras zonas del mundo; diógenes Laercio, para los sucesos de las vidas de los filósofos; López de Gómara y Fonseca, para la información sobre el nuevo Mundo; Froissart, Guicciardini y los hermanos du Bellay, para los ejemplos de la historia eu-ropea reciente. Y muchos otros: cronistas que dan testimonio de sucesos de la antigüedad; tratadistas contemporáneos que hablan de filosofía, de historia, de medicina, de la exploración y conquista de América, de la vida y costumbres de los turcos...12

Otras notas recogen información geográfica, histórica y biográfica; otras apuntan en un sentido cultural: ideología de la época o aspectos que pueden resultar interesantes para el lector hispánico; otras se fijan en ele-mentos de contenido o expresión cuyo esclarecimiento es necesario para la entera comprensión del texto: referencias internas, oscuridades de sentido, datos lingüísticos; otras, en fin, remiten a otros lugares de los Ensayos o a otras notas del volumen, para hacer posible una lectura integral de la obra y facilitar una imagen de su trabazón interna en cuanto a la recurrencia o las modulaciones de determinados motivos.

con todo ello no se trata de ofrecer al lector erudición en un sentido amplificador, tampoco interpretativo, aunque algunas notas adquieran necesariamente ese cariz. La cuestión estriba más bien en que el texto

12 Respecto de estos dos primeros grupos de notas, cabe añadir algunos detalles. no se consigna el título cuando es una sola la obra conservada de ese autor. cuando las citas cons-tan de varios versos, se indica únicamente el primero de la serie; en los lugares de prosa, solo el primer segmento, a menos que el pasaje sea muy extenso. Los títulos de la antigüedad grecolatina, común acervo de la cultura occidental, se citan traducidos al castellano, pero los de la literatura neolatina renacentista se mantienen en latín para evitar confusiones; to-dos los demás títulos se citan en su lengua original. Siempre que se indica entre paréntesis la traducción presumiblemente utilizada por Montaigne, esta se entiende hecha al francés, salvo que se indique otra lengua. Se han excluido ciertas convenciones de cita bibliográfica habituales en la literatura erudita, por entender que, en una obra tan extensa, es preferible que cada nota ofrezca una información esencial y autosuficiente.

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tiene, como el mismo Montaigne reconoce, mucho de centón, de tejido hecho de retazos de toda procedencia. Su dilucidación configura una es-pecie de «mar de fondo» que queda ahí, dispuesto para que el lector se sumerja o no en él según su apetencia de profundizar, de empaparse. Las últimas ediciones han sistematizado y verificado muchos datos que es- taban incorrecta o insuficientemente referenciados en ediciones anterio-res. no obstante, en el largo curso de la investigación, he localizado otras carencias e inexactitudes de esa índole y referencias no detectadas con anterioridad.

4. traducir a Montaigne

Mal está que lo diga el propio traductor, pero debe de ser este uno de esos casos en que cabe dar por buena o casi buena la frase de Garcilaso de la vega: «…siendo a mi parecer tan dificultosa cosa traducir bien un libro como hacelle de nuevo»13. Las primeras traducciones de los Ensayos publi-cadas fueron la italiana de Girolamo naselli (Ferrara: 1590)14 y la inglesa de John Florio (Londres: 1603)15; a estas siguieron sendas traducciones a esas mismas lenguas a cargo de Girolamo canini d’Anghiari (venecia: 1633)16 y charles cotton (Londres: 1685-1686)17. La primera traducción castellana que se conserva, parcial tan solo (libro i), la realizó diego de cisneros en- tre 1634 y 1636 y habría de quedar inédita. Advierte en el prólogo el tra-ductor de las dificultades que entraña su proyecto:

En las experiencias que propaga, materias y assumptos que trata, no observa orden ni méthodo alguno de doctrina; antes de propósito huye y se divierte [se desvía], saltando de repente de unas cossas a otras quasi en cada capítulo, y haze galantería y se precia desta libertad y licentia que estiende también a las

13 Garcilaso de la vega, «A la muy manifica señora doña Geronima Palova de Almogavar», en Los quatro libros del cortesano compuestos en italiano por el conde Balthasar Castellon y agora nueuamente traduzidos en lengua castellana por Boscan, Barcelona: Pedro Montpezat, 1534, f. 3.14 http://gallica.bnf.fr/ark:/12148/bpt6k72203g15 https://scholarsbank.uoregon.edu/xmlui/handle/1794/76616 http://gallica.bnf.fr/ark:/12148/bpt6k72078t17 http://www.gutenberg.org/ebooks/3600

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palabras, phrasses y modos de hablar. [...] Todo lo dicho bien considerado, junto con la dificultad del lenguaje francés que usa, antiguo y desusado en gran parte, haze la traductión difficultosíssima. de manera que habiéndole intenta-do muchos hombres grandes y doctos en las lenguas italiana y española desis-tieron della o no pudieron hazer cosa que sirviesse.18

El propio cisneros indica que Baltasar de Zúñiga, embajador que fue en Francia y Flandes, tradujo algunos capítulos en un manuscrito ahora per-dido19. Además, pudieron haber existido anteriormente otras dos traduc-ciones, según refiere Fernando Bouza:

La existencia de una traducción del conjunto de la obra se deduce del inventa-rio de la biblioteca del tercer duque de Pastrana publicado por Trevor dad-son. Había en ella, en 1626, unos Ensayos y pruebas de Miguel de Montaña tra-ducido de francés en español. Y son tres libros, primera, segunda y tercera parte. Perdidos éstos por desgracia, sí se conservan sendas traducciones parciales: una completa del libro primero, la del citado diego de cisneros […] y una se-gunda versión de los diecinueve primeros ensayos del libro i que he localizado en la Biblioteca de Ajuda bajo el título de Pruebas de Miguel de Montaña […] con un texto plagado de lusitanismos […] el texto no deja duda sobre la condi-ción portuguesa del traductor. Es plausible que éste fuera Jerónimo de Ataide […]. En el inventario de su biblioteca (1634) aparecen unas Pruebas de Miguel de Montaña manuscritas y en castellano a las que se atribuye la materia de Polí-tica. Además, en ese inventario figuran también los Essais en francés y editados en 1595, es decir, la edición Gournay, precisamente la que se traduce en el códi-ce de Ajuda.20

18 diego de cisneros [1637], «discurso del traductor cerca de la persona del señor de Montaña y los libros de sus Experientias y varios discursos», apud Juan Marichal, art. cit., págs. 110-111. En la bibliografía puede el lector consultar las fichas completas de todas las traducciones al castellano.19 Ibidem, pág. 102.20 Fernando Bouza, «cuando era Montaña», ABC Cultural, 30-8-2008, pág. 6.

http://hemeroteca.abc.es/nav/navigate.exe/hemeroteca/madrid/cultu-ral/2008/08/30/006.html

El libro mencionado de Trevor dadson es Libros, lectores y lecturas: estudios sobre biblio-tecas particulares españolas del Siglo de Oro, Madrid: Arco/Libros, 1998. conviene matizar que la mención íntegra de la obra en el título de ese manuscrito perdido no implica necesa-riamente que la traducción fuera completa, pues el plan pudo titularse así y quedar inacaba-

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En cualquier caso, habría que esperar hasta 1899, nada menos, para ver publicada una primera traducción completa al castellano. La hizo el erudi-to constantino Román y Salamero (bibl., 3.5), no sin dejar también cons-tancia de la dificultad de la empresa en una larga e interesante introduc-ción: «interpretar y exteriorizar en otra lengua la viveza y el tono de un gran prosista; trasladar a ella, en el caso presente, todas las imágenes de que el libro de Montaigne está sembrado, es cosa casi imposible. Para conse-guirlo sería necesario sentir y pensar con la misma intensidad que el autor que se interpreta, cosa de que ningún traductor podrá jamás vanagloriarse»21. Román colmó, con concienzuda y castiza aplicación, un inexplicable vacío de nuestra cultura. Así lo entendía clarín en la reseña que publicó del li-bro: en efecto, se admira de que hasta ese momento «no se había publicado versión alguna española de uno de los libros más célebres y sustanciosos del mundo»; apunta que «Montaigne es entre nosotros mucho menos co-nocido de lo que merece»; considera al traductor «un hombre de mucho juicio, muy enterado de su asunto y de los afines, y además un escritor puro, sesudo, fuerte, natural»; y juzga que «su lenguaje, siempre correcto, español, sin escrúpulos de monja purista, ceñido fielmente al original, le conserva la naturalidad, sencillez y dignidad; ya que la gracia formal, inex-plicable, que en aquel socarrón serio y sincero se nota, no podía pasar de su francés personalísimo a nuestra lengua»22. inevitablemente, tales juicios han ido perdiendo vigencia.

después de la traducción de Román, reeditada en 1912, se publican varias traducciones parciales, pero ninguna completa hasta 1947, cuando ve la luz el primer volumen de la del traductor profesional Juan G. de Lua-ces, cuya publicación completa habría de dilatarse hasta 1963 por proble-mas con la censura franquista; en 1971 aparece la de Enrique Azcoaga, es-critor exiliado en México; y de 1985 a 1987 la de la docente Almudena Montojo (bibl., 3.9, 3.12 y 3.13). Todas ellas hacen aportaciones válidas, y todas resultan inadecuadas, por razones complejas que merecerían un es-tudio aparte. Así pues, era necesario renovar la lectura de los Ensayos con

do. También cabría conjeturar que dicho manuscrito perdido fuera precisamente el de Bal-tasar de Zúñiga (fallecido en 1622), según la noticia de diego de cisneros.21 constantino Román y Salamero, «introducción» a su traducción de los Ensayos de Mon-taigne, París: Garnier Hermanos, 1899, págs. xliv-xlvii.22 clarín, «Revista Literaria», Los Lunes de El Imparcial, 28-5-1900.

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una traducción moderna, rigurosa y capaz de suscitar interés literario, y con ese ánimo auspició en su día claudio Guillén el proyecto de la que ahora presento23. Y podemos colegir que esa necesidad fue percibida simul-táneamente desde distintos medios literarios y editoriales24. En efecto, en torno a los mismos años se ponen en marcha cuatro traducciones, a saber, esta que aquí se publica (largamente diferida por múltiples motivos) y otras tres: la de la filóloga Marie-José Lemarchand, cuya publicación, detenida con el libro i en 2005, queda definitivamente inconclusa25; la completa de Jordi Bayod, que ve la luz en 2007; y la del escritor chileno Pierre Jacomet, de la que se publicó el libro i en 2008 y póstumamente el libro ii en 200926. no he querido ser ciego a todo este trabajo previo o simultáneo, y en distin-tas fases de mi quehacer he cotejado, para contrastar pasajes específicos, diez traducciones integrales: las castellanas de Román, Luaces, Azcoaga, Montojo y Bayod; las inglesas de Florio, cotton, Frame (1957, reed. 2003) y Screech (1991, reed. 1993); y la italiana de Garavini (1966, reed. 2012).

La traducción que propongo, ahora ya sexta en orden entre las comple-tas en castellano, parte de un empeño que creo no plenamente asumido o logrado en ninguna de las precedentes, y es el de verter el texto, no solo con justeza y rigor, sino además partiendo de su comprensión cabal, pres-tando atención al detalle y a la secuencia subyacente a cada sucesión de ideas, interpolaciones y ejemplos, recuperando tanto la riqueza de su con-cepción como la energía de su discurso. El pensamiento de Montaigne,

23 Mi primera comunicación con claudio Guillén data de enero de 2002; el comienzo del trabajo de traducción, de septiembre de 2004. En 2005, calificaba Guillén la traducción de los Ensayos ya en curso, con mención del nombre de este traductor, como «proyecto que es una de las principales ilusiones de quien escribe estas líneas» (claudio Guillén, «Sueños y diseños de un director», Ínsula, 708 [2005], pág. 3). http://www.insula.es/sites/default/files/articulos_muestra/inSULA%20708.htm24 También en el ámbito catalán: hace pocos años concluyó la publicación de la primera traducción completa a esa lengua, realizada por vicente Alonso (Barcelona: Proa, 2006-2008, 3 vols.).25 cuando el propio García Gual, director de la colección editorial en que apareció esta primera entrega, la mencionaba al final de su reseña (art. cit, nota 3) como única contribu-ción de Lemarchand, venía con ello a admitir implícitamente que se había dado por clausu-rado el proyecto.26 Jacomet falleció el 28-8-2009. Su traducción de los Ensayos, publicada por una editorial propia que él mismo creó para ese fin, tiene una tirada reducida y se distribuye únicamente por internet. La página internet de la editorial, ahora desaparecida, no llegó a anunciar la pu-blicación del libro iii, de modo que esta traducción puede también darse por incompleta.

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vertido en una lengua francesa gramaticalmente no consolidada, avanza mediante quiebros, sinuosidades y digresiones. A menudo el autor piensa en latín y escribe en francés, por lo cual la construcción del periodo es con frecuencia oscura, y además el texto abunda en anacolutos. incumbe al traductor trasladar esa estructura en forma inteligible, sin por ello traicio-nar su agilidad, su vivacidad, haciendo visible el hilo conductor sin soslayar sus circunvoluciones. Se trata de transmitir los cambios de ritmo y de tono manteniendo siempre una doble perspectiva: la de la imagen total del capí-tulo (muchas veces entreverado de citas clásicas y casi siempre ensamblado mediante intervenciones separadas en el tiempo) y la específica de cada pasaje. Para ello, es preciso colmar las lagunas referenciales y despejar las elipsis, pero no en tal medida que dejen de reclamar del lector una partici-pación activa, constructiva. Es este un difícil equilibrio, y lo que prima es reproducir los torrentes y remansos con que discurre el texto francés. Montaigne escribe con desenvoltura, pero siempre con intensidad y con-centración de medios. Así, he buscado la fluidez, pero no a costa de «domesticar» un pensamiento que es esencialmente alternante, entre deli-berativo y provocador, que avanza a veces por aproximación o divagación, a veces por asaltos sucesivos que descubren nuevos y súbitos horizontes conceptuales. Entre tales cadencias del sentido, contrasta el detalle chusco con la reflexión sutil, la doctrina heredada con la insustituible experiencia personal, la incursión en una templada heterodoxia con un cordial apego a la tradición. como después había de hacer Unamuno siguiendo sus pasos, Montaigne lleva al lector a terrenos en los que no importa tanto la persua-sión como la comunión, y ello obedece a lo novedoso de su actitud litera-ria, que el crítico belga Paul de Man ha descrito en los siguientes términos:

Un hombre se sienta a su mesa de trabajo y escribe, sin tratar de comunicarse con nadie en particular, sin sentir la necesidad de expresar ningún sentimiento violento que le atormenta, sin desear explicarse ni justificarse moralmente a sus propios ojos, sin intento alguno de fabulación. […] La imagen que nos queda de los Ensayos es la de un hombre que se observa en el gratuito y fundamental-mente fútil acto de escribir»27.

27 Paul de Man, «Montaigne y la trascendencia» [1953], en Escritos críticos (1953-1978), edición e introducción de Lindsay Waters, traducción de Javier Yagüe Bosch, Madrid: vi-sor, 1996, pág. 91 (versión corregida aquí).

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Montaigne tiene un estilo único, anómalo, y él mismo nos dice que es cons-ciente de ello. Uno de sus epígonos tardíos, el estadounidense Emerson, lo caracterizó así: «no conozco libro que parezca menos escrito. Es el lengua-je de la conversación trasladado a un libro. cortad esas palabras y sangra-rán: son vasculares, están vivas»28. Ante ese organismo tan particular, he procedido por implantación, no por suplantación; es decir, creando un dis-curso de condición equivalente desde dentro de su propia contextura, no recreándolo desde fuera con arreglo a una determinada preferencia o a un estilo propio. He adoptado una lengua clásica, actual, evitando a un tiem-po tentaciones arcaizantes y modismos limitativos, pero buscando siempre recursos que reprodujeran idóneamente la riqueza de registros del origi-nal. En el plano léxico, he creído necesario no perder de vista el ámbito semántico del latín, cerciorarme de las acepciones antiguas en la lexicogra-fía contemporánea y aplicar soluciones diferentes adaptadas a cada con-texto, aun cuando el original sea en ocasiones reiterativo en su vocabulario. También es con frecuencia aparatoso y difuso en su sintaxis, pero una tra-ducción no puede permitirse el desaliño. He querido captar los chascarri-llos, los remoquetes, los coloquialismos, las parodias lingüísticas, las paro-nomasias, que son relativamente frecuentes y que los traductores suelen pasar por alto o dejar por imposibles: rasgos que salpican un estilo por lo común severo, pero a veces cargado de expresividad, como de electricidad. Pues esta escritura procede seriamente, pero sabe ceder al juego, a la reti-cencia, a la alusión; a veces parece bullir, a veces destila una dulce sere- nidad. A ello se añade algo que, según creo, pasa inadvertido en muchas traducciones: el Montaigne «físico», cuyo pensamiento vincula la abstrac-ción a elementos materiales. no siempre es fácil determinar si cada uso es consustancial al francés estándar del xvi, donde a veces es borrosa la fron-tera entre sentidos «rectos» y «figurados», o si por el contrario surge de una elección del escritor, pero no cabe desatender esa faceta sin detrimen-to. Sucede, por ejemplo, que, habiendo mencionado algo relacionado con los caballos, a partir de ese momento toda la materia léxica –quién sabe si de forma inconsciente– gira durante un tramo en la órbita del mundo equi-

28 Traduzco de Ralph Waldo Emerson, «Montaigne, or the sceptic» [1850], en The works, vol. I: Essays and Representative Men, edited by George Sampson, London: George Bell and Sons, 1908, pág. 447.

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no, de manera que se genera una continuidad de resonancias que es parte de la urdimbre del texto; así, cita un pasaje de virgilio que contiene la for-ma verbal immittit («desembridó», en sentido figurado para el acto de sol-tar las amarras de una flota); y acto seguido escribe brider («embridar»), término de equitación que utiliza, como es común en la época y en los En-sayos, en el sentido de «refrenar» las pasiones; después, en dos capítulos consecutivos, reaparece como un eco el verbo brider en diversos contextos; luego nos encontramos con la compleja expresión brides à veaux29; en el capítulo siguiente reaparece dos veces el término bride; y después se incor-pora ya al lenguaje habitual del libro. A estos fenómenos alude en parte Starobinski cuando habla de «un lenguaje a un tiempo abundante en metá-foras materiales, rico en efectos sonoros, perfectamente ágil y libre en su disposición»30.

Este traductor habrá logrado o no su propósito, y sin duda habrá co-metido errores, pero no ha escatimado esfuerzo ni tiempo: ha acometido una lectura minuciosa, que nunca se ha dado por vencida para desentrañar el sentido y la constitución de cada periodo, de cada frase; ha buscado la mejor correlación posible para la pluralidad de tesituras y espacios de pen-samiento que conforman estos geniales ensayos, primeros de ese nombre. En suma, ha reescrito en la lengua del lector lo que el autor va a proponerle desde sus primeras palabras: un libro de buena fe.

J.Y.B.

29 véanse al respecto notas 74, 75 y 220 del libro ii.30 Traduzco de Jean Starobinski, Montaigne en mouvement [1982], Paris: Gallimard, 1993, pág. 466.

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Título de la edición original: Essais de MontaigneTraducción del francés: Javier Yagüe Bosch

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Primera edición: noviembre 2014

© imprimerie nationale Editions/Actes Sud, 1997-1998© de la traducción, notas, introducción y bibliografía: Javier Yagüe, 2014

© Galaxia Gutenberg, S.L., 2014© para la edición club, círculo de Lectores, S.A., 2014

Preimpresión: Maria Garciaimpresión y encuadernación: Unigraf S.L.

iSBn Galaxia Gutenberg: 978-84-15472-65-0iSBn círculo de Lectores: 978-84-672-5383-2

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