meditaciones i-iii, descartes

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Jaime García Muñoz DESCARTES, “Meditaciones metafísicas” (I-III) René Descartes, pretende en este texto reestructurar los fundamentos de la ciencia por no incurrir de nuevo en el mismo error: basarse en premisas falsas que tiran por tierra todo conocimiento relacionado con él. Es así como emprende una odisea filosófica en búsqueda del rigor. para ello inicia como propedéutica falsear todo lo que sabía hasta ahora, lo cual, en su totalidad, es inviable, inabarcable más que nada. Por ello lo que se dispone a hacer es someter sólo los fundamentos de aquello al más puro escepticismo y aprovechar el más mínimo resquicio para desecharlos y seguir adelante, intentando dar con la “roca madre” de la filosofía. Sin considerarse un loco (enajenado mental, esquizofrénico) totalmente ajeno a la realidad en la que vive como aclara justo después, decide dudar en primer lugar, ya en la primera de estas meditaciones, de los sentidos, aquella instancia en la que se basa la mayoría de cosas que ha podido comprobar pero que sin embargo ya le han engañado alguna vez. Además, pese a que se pueda dudar del color de un objeto, por poner un ejemplo de cualidad física perceptible, también se puede dudar de sí, considerándonos muy seguros de estar sentados, o de pie, o viendo como llueve durante un día nublado, en realidad, debido a la nitidez de algunos estados oníricos, no podemos distinguir con total claridad la experiencia real, la vigilia, frente a un sueño. Sin embargo, suponiendo que estamos imbuidos en una realidad quimérica, no podríamos imaginar de otra forma a la que realmente existe por ejemplo una mano (se puede imaginar con menos dedos, de otros colores, tamaño, etc. Aun así conservaría unas características esenciales), o, acudiendo a algo más evidente aún, las verdades matemáticas. Soñemos o no, 2+1=3 siempre será cierto. Manifestando su hipótesis sobre la existencia de Dios –la cual retomará más adelante, en la tercera meditación–, Descartes

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Análisis de las tres primera Meditaciones Metafísicas de Descartes, el padre del racionalismo moderno.

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Page 1: MEDITACIONES  I-III, DESCARTES

Jaime García Muñoz

DESCARTES, “Meditaciones metafísicas” (I-III)

René Descartes, pretende en este texto reestructurar los fundamentos de la ciencia por no incurrir de nuevo en el mismo error: basarse en premisas falsas que tiran por tierra todo conocimiento relacionado con él. Es así como emprende una odisea filosófica en búsqueda del rigor. para ello inicia como propedéutica falsear todo lo que sabía hasta ahora, lo cual, en su totalidad, es inviable, inabarcable más que nada. Por ello lo que se dispone a hacer es someter sólo los fundamentos de aquello al más puro escepticismo y aprovechar el más mínimo resquicio para desecharlos y seguir adelante, intentando dar con la “roca madre” de la filosofía.

Sin considerarse un loco (enajenado mental, esquizofrénico) totalmente ajeno a la realidad en la que vive como aclara justo después, decide dudar en primer lugar, ya en la primera de estas meditaciones, de los sentidos, aquella instancia en la que se basa la mayoría de cosas que ha podido comprobar pero que sin embargo ya le han engañado alguna vez. Además, pese a que se pueda dudar del color de un objeto, por poner un ejemplo de cualidad física perceptible, también se puede dudar de sí, considerándonos muy seguros de estar sentados, o de pie, o viendo como llueve durante un día nublado, en realidad, debido a la nitidez de algunos estados oníricos, no podemos distinguir con total claridad la experiencia real, la vigilia, frente a un sueño. Sin embargo, suponiendo que estamos imbuidos en una realidad quimérica, no podríamos imaginar de otra forma a la que realmente existe por ejemplo una mano (se puede imaginar con menos dedos, de otros colores, tamaño, etc. Aun así conservaría unas características esenciales), o, acudiendo a algo más evidente aún, las verdades matemáticas. Soñemos o no, 2+1=3 siempre será cierto.

Manifestando su hipótesis sobre la existencia de Dios –la cual retomará más adelante, en la tercera meditación–, Descartes se permite dudar hasta de su voluntad, pensando si no es víctima del perverso influjo de tal ser que le hace comprender absolutamente todo de una manera adulterada, confusa. Alguien con el poder de Dios puede incluso alterar las matemáticas. “Pensaré que el cielo, el aire, la tierra, los colores, las figuras, los sonidos y las demás cosas exteriores, no son sino ilusiones y ensueños, de los que él se sirve para atrapar mi credulidad. Me consideraré a mí mismo como sin manos, sin ojos, sin carne, ni sangre, sin sentido alguno, y creyendo falsamente que tengo todo eso.”

En la segunda meditación, estancado en este nihilismo epistemológico, se concluye todo el proceso anterior al decir que todo lo que hay en el mundo es dubitable. Sin embargo, es a partir de aquí donde

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culmina y acaba el proceso de la duda metódica: hallando el cogito. Mientras se esté pensando, sea engañados por el “genio maligno”, o se esté dudando, sobre tal ficción de todo lo que se nos representa mentalmente, se existe en ese justo y preciso instante. “Yo soy” del mismo modo que se afirma, estemos equivocados o no, garantiza de forma implícita y necesaria que “yo existo”.

Procede después a explicar que, sabiendo que es (ego sum) no sabe qué es exactamente (él mismo). Y sabiendo que toda su vida la recuerda con un cuerpo que interacciona con el resto de la materia ya que, al fin de al cabo posee sus misma propiedades: figura y una extensión espacial que sólo un cuerpo a la vez puede ocupar en un mismo momento. Sin embargo, ese cuerpo se diferencia de un cadáver en que es movido por un anima, un principio motor que lo permite funcionar. Nutrirse, andar, sentir y pensar son los atributos del alma, y sólo este último es indisociable del espíritu, pues, suponiendo que no tenemos cuerpo, todo tipo de sensibilidad perceptiva o emotiva carecen de sustento. Es así como podemos distinguir entre res extensa (el cuerpo y toda la realidad material) y res cogitans (sustancia pensante, Yo). El alma queda ligada de forma esencial al pensamiento, y, recordando que ya s eha dudado de todo lo demás, Descartes acaba asumiendo el solipsismo con el nacimiento del sujeto (sólo se puede tener certeza sobre los pensamientos –afirmar, negar, entender, dudar– y pasiones del alma –querer, imaginar, sentir, y demás e infinitos verbos volutivos–.

Pensar sobre “los cuerpos que tocamos y vemos”, si un cuerpo (p.e. un pedazo de cera como el propio autor propone) posee unas características (olor, tacto, forma...) y al someterse a cambios dichas características desaparecen, lo que en realidad aprehendemos de tal objeto no es información sensorial, pues si esta es variable no es la esencia del objeto. La intuición por tanto que evoque tal objeto, para ser una intuición válida, ha de ser intelectual, y tal intuición consiste en que sometida a unas u otras circunstancias, la cera sigue siendo la misma. Pese a que pudiésemos volver a dudar sobre si tal objeto es de cera, o existe si quiera, tal y como interactuamos con él, inferimos indirectamente que existimos en tanto interacciona con nuestro entendimiento. Así pues, el propio Descartes dice: “todas las razones que sirven para conocer y concebir la naturaleza de la cera, o de cualquier otro cuerpo, prueban aún mejor la naturaleza de mi espíritu”. Ya en la tercera meditación, y a partir de esto último, podemos aseverar que “son verdaderas todas las cosas que concebimos muy clara y distintamente”.

Continuando en esta tercera meditación, Descartes se propone ahora encontrar la naturaleza de Dios, sea este maligno, benigno o inexistente. Para ello distingue entre las diferentes ideas. Por una parte están las ideas de cosas concretas (imágenes): centauro, cabra, etc. Se refieren siempre a objetos particulares del dominio de la realidad o de la imaginación. Por otra están las ideas de acciones: ideas relacionales, que dependen siempre de alguna otra cosa ya que en sí mismas son incompletas (querer algo, temer algo...). Estos últimos incluyen las voluntades y afecciones. Descartes añade al respecto de estos dos tipos de ideas lo siguiente:

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“Pues bien, por lo que toca a las ideas, si se las considera sólo en sí mismas, sin relación a ninguna otra cosa, no pueden ser llamadas con propiedad falsas; pues imagine yo una cabra o una quimera, tan verdad es que imagino la una como la otra. No es tampoco de temer que pueda hallarse falsedad en las afecciones o voluntades; pues aunque yo pueda desear cosas malas, o que nunca hayan existido, no es menos cierto por ello que yo las deseo”.Sabido esto, no se debe dudar tanto por la legitimidad de esas ideas,

sino por su origen. Hay ideas de procedencia externa e ideas innatas. Las primeras son todas aquellas ideas de objetos, pues parece persuadirnos la realidad de que algo es o no verdadero. hasta aquí, dice descartes, podrían todas asemejarse en cuanto a la manera en la que se presentan como algo externo a nosotros (sujetos). Sin embargo, hay ideas que presentan una mayor objetividad que otras, ya que pese a ser todas representaciones de lo real son distintas representaciones no sólo de diferentes objetos, sino que algunas sólo representan accidentes mientras que otras representan una mayor perfección, o la perfección en sí misma. Una de estas “ideas supremas” es Dios en su omnipotencia y eternidad. Aquí Descartes, al igual que Aristóteles –casualmente también para hablar de Dios como primer motor– se basa en la necesidad material para probar su existencia. Dice así: “debe haber por lo menos tanta realidad en la causa eficiente y total como en su efecto: pues ¿de dónde puede sacar el efecto su realidad, si no es de la causa? ¿Y cómo podría esa causa comunicársela, si no la tuviera ella misma?”. La conclusión a este planteamiento es que “no sólo que la nada no podría producir cosa alguna, sino que lo más perfecto, es decir, lo que contiene más realidad, no puede provenir de lo menos perfecto”. Se desecha que sea el sujeto quien elabora todo conocimiento del mundo como una representación subjetiva de lo real. Dios explica el origen del pensamiento no como una causa física (Dios creó al hombre. el hombre piensa), sino como el pensamiento que puso a rodar el nuestro y por tanto abarca absolutamente todo lo que está al alcance del entendimiento, porque todo lo que aspiramos a descubrir es todo aquello que ya contiene.

Ya que la idea de Dios no tiene una realidad formal (no existe, en principio, fuera de nuestra mente) pero sí objetiva , podemos concluir que Dios no es una idea adventicia (carecemos de experiencia directa con él), ni ficticia (no podemos basar nuestra imaginación mas que en algo previamente conocido aunque sea parcialmente). Por lo tanto, es una idea innata, y consecuentemente, Dios es otra sustancia (algo que tiene existencia por sí mismo) junto al Yo. El pensamiento, pese a ser autónomo del mundo, ha de tener una causa, y esa causa es Dios. El sujeto es res cogitans finita, mientras que Dios, ya que no hay nada más allá de él y Descartes parece compartir con los escolásticos el principio ex nihilo nihil fit, es res cogintans infinita. Es una necesidad lógica que de algo imperfecto, nosotros en tanto seres finitos, no pueda surgir la perfección. Por tal motivo es Dios quien garantiza la existencia de nosotros mismos y el mundo en tanto que, pese a haber dudado de todo, siempre se ha inclinado el sino de Descartes hacia una dirección: la de que aspiramos a conocer un mundo perfectamente alineado por causas y efectos en tanto sujetos racionales. De hecho, pese a asumir nuestra insignificancia y desconfianza ante el resto de cosas, el que el Yo haya sido creado a imagen y semejanza de Dios, otorga una cierta omnipotencia al ser humano. Por esto mismo, Descartes es el gran pensador humanista de la Época renacentista.