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Editorial: El agua en bloque

Por: EDITORIAL | 7:07 p.m. | 24 de Mayo del 2012

El desarrollo sin control y sin planificación no puede poner en riesgo la captación y el suministro de agua, principal fuente de vida de la

humanidad.

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La disputa verbal que vienen sosteniendo el Distrito Capital y varios municipios vecinos por el suministro de agua potable es preocupante.

Ayer se vivió un nuevo capítulo con la confirmación del alcalde Gustavo Petro de que Bogotá no está dispuesta a seguir brindando ese

servicio a futuros desarrollos urbanísticos en la sabana, a menos que existan reglas de juego claras.

El asunto se remonta a la década de los 70, cuando, mediante distintos acuerdos, se estableció que la capital podría ofrecer el líquido a los

cascos urbanos de poblaciones anexas, como Chía, Cajicá, Mosquera, La Calera y Soacha, entre otras. Más adelante, ese beneficio se

extendió al perímetro urbano de dichos municipios.

Pero, por esa misma vía y sin mayores argumentos técnicos ni jurídicos, filiales de la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá

(EAAB) y particulares comenzaron a ampliar el suministro de agua a nuevos conjuntos residenciales e industriales, que en la última década

se han venido multiplicando a lo largo y ancho del norte y el occidente de la capital. Es lo que se conoce como la venta de agua en bloque,

que hoy beneficia a unas 600.000 personas.

Los alcaldes de dichas poblaciones y el propio gobernador de Cundinamarca advierten que la posición de Bogotá va en contra del

desarrollo de su actividad productiva, la generación de empleo y la inversión extranjera. Lo dicen en el entendido de que los nuevos

asentamientos humanos y empresariales mejoran sus finanzas al tiempo que los proyectan regionalmente.

Es comprensible la posición de los entes territoriales, máxime cuando se trata del acceso a un recurso vital y escaso, además de costoso.

Pero, en esta discusión -que vuelve a poner de presente la necesidad de avanzar en la conformación de un ente regional, que permita

competir globalmente y compartir recursos-, es oportuno reflexionar sobre lo que entraña la captación, manejo y disposición de un bien

natural y los efectos que sobre él tienen las actividades del hombre.

La Empresa de Acueducto de Bogotá ha hecho millonarios esfuerzos para asegurar que a 8 millones de habitantes no les falte el agua. Pero

tamaña responsabilidad se encuentra hoy amenazada por cuenta de que sus principales fuentes de abastecimiento -los ríos Bogotá y

Teusacá- están recibiendo cargas de materia orgánica, turbiedad y otros contaminantes que amenazan su tratamiento integral en un futuro

no lejano.

Parte de la explicación está en que los desechos de los nuevos complejos residenciales que se erigen más allá de las bocatomas del

Acueducto y los industriales se estarían vertiendo, sin mayor control de la CAR, en tales afluentes. Hoy, la calidad del agua que se debe

tratar para el consumo humano es muy inferior a la de hace apenas 12 años.

Otro de los riesgos de vender agua en bloque es que el Acueducto no tiene el control de la misma. No sabe cómo se transporta y se trata y

cuál es su destino final. Todo esto lo que devela es el enorme desorden político y administrativo existente. Y solo las partes involucradas,

con el concurso del Gobierno Nacional, están llamadas a que las cosas vuelvan a su cauce, por el bien de los municipios y sus expectativas,

del Acueducto, que debe velar por el suministro del agua en óptimas condiciones y por el entorno ambiental que la produce, y de la sana

coexistencia regional.

No se trata de frenar los planes de vivienda que se proyectan. El Acueducto tampoco puede suspender un servicio esencial para quienes hoy

lo reciben de manera indirecta. Pero es conveniente revisar con lupa la forma como se está haciendo a fin de evitar que se ponga en riesgo

el principal generador de vida de la humanidad.