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INSTITUTO DE HISTORIA Y CULTURA NAVAL
XI JORNADAS
DE
HISTORIA MARÍTIMA
MARTÍN FERNANDEZ DE
NAVARRETE
EL MARINO HISTORIADOR
(1765 - 1844)
CICLO DE CONFERENCIAS - NOVIEMBRE 1994
CUADERNOS MONOGRÁFICOS DEL INSTITUTO
DE HISTORIA Y CULTURA NAVAL - N° 24
MADRID, 1995
Imprime:
ASTRALON S.L. C/ Duque de Sesto, 7.
28009 Madrid
Depósito Legal: M. 16.854-1983.
ISSN-0212-467X
ÑIPO: 098-88-027-8
SUMARIO
Págs.
Presentación y recuerdo sobre la personalidad de D. Martín
Fernández de Navarrete, por Francisco Fernández de
Navarrete, Marqués de Legarda 5
La España que conoció Navarrete, por Vicente PalacioAttard o
Fernández Navarrete, Marino, por José Cervera Pery 17
Fernández Navarrete y la Historia de los Descubrimientos,por Carlos Seco Serrano 25
La colección Fernández de Navarrete del Museo Naval, porDolores Higueras Rodríguez 35
Fernández de Navarrete, Académico de la Historia, porGonzalo Anes y Alvarez de Castrillón 6 1
PRESENTACIÓN Y RECUERDO
SOBRE LA PERSONALIDAD DE
D. MARTÍN FERNÁNDEZ DE
NAVARRETE
Francisco FERNÁNDEZ DE NAVARRETE
Marqués de Legarda
Como descendiente directo de Martín Fernández de Navarrete y
Jiménez de Tejada, y custodio celoso de la casa que le vio nacer y de
los libros y papeles que tanto amó, quiero dar traslado en nombre de
toda la familia al Instituto de Historia y Cultura Naval, en la persona
de su Director, almirante José Ignacio González-Aller, de nuestra
gratitud por la organización de estos actos conmemorativos del 150
aniversario de la muerte de nuestro antepasado.
Quiero hacer extensivo nuestro agradecimiento a Dolores Hi
gueras, jefe de Conservación e Investigación del Museo Naval y al
coronel, Jorge Juan Guillen, activo impulsor de la idea de este home
naje y digno émulo de su ilustre padre, almirante Julio Guillen Tato,
organizador de los brillantes actos del primer centenario y el más apa
sionado de los biógrafos de Don Martín. Mención especial merecen
también los eruditos conferenciantes que, a través de sus intervencio
nes, glosarán la figura de Navarrete, marino, académico, historiador
y literato.
Nos acompañan en esta sala, algunos de los recuerdos persona
les de D. Martín, cartas de algunos personajes célebres, libros raros e
incunables de su biblioteca, condecoraciones, casaca de Consejero de
Estado que utilizó en su visita a la Reina Cristina en 1833, con la nota
manuscrita «Pro memorias» cuidadosamente guardada en una de las
bocamangas, y tres retratos de distintas épocas de su vida, amén de
otras curiosidades. Destaca el retrato pintado por Vicente López en
1837, cuando contaba Navarrete 71 años de edad. De excelente factu
ra, su autor quedó muy complacido de la calidad de su obra, como lo
demuestra la carta que se encuentra entre los documentos expuestos,
dirigida a D. Martín, en solicitud de autorización para incluir su re
trato en la exposición que organizó el Marqués de Pontejos en 1838.
Fue D. Martín miembro de las tres Academias existentes en su
tiempo antes de cumplir los 35 años, y la impronta académica le acom
pañó hasta su muerte. Por ello no sorprende que fuera Vicente López
el elegido por Navarrete para perpetuar su efigie, ya que en su opi-
nión, es el que mejor personificaba el espíritu académico como fiel
depositario de las ideas estéticas de Mengs.
El cuadro tiene una dedicatoria muy expresiva: «Excmo. Sr.
D. Martín Fernández de Navarrete. Su apasionado amigo Vicente López».
Son una constante en la vida de Navarrete, reflejada en la abun
dante correspondencia que archivó cuidadosamente, las demostracio
nes de afecto de cuantos tuvieron la oportunidad de conocerle y tratar
le, dada su extraordinaria personalidad.De sus virtudes humanas, dice su nieto, Francisco Fernández de
Navarrete en la biografía que escribió pocos años después de la muer
te de su abuelo, que era «exacto en el cumplimiento de sus deberes,
religioso sin afectación, modesto, dulce y probo hasta el extremo. Nuncaapeteció los honores y condecoraciones porque nunca creyó merecer
los. En el amor que tenía a las ciencias, jamás mediaron miras intere
sadas; las amaba por sí solas y, por el patriótico anhelo de que Españatuviese parte en su fomento, las cultivaba sin que presidiesen a sus
estudios, ni la ambición de gloria ni el deseo de lucro; a cuantos lebuscaban comunicaba a manos llenas sus noticias... y de las obras que
escribió no sacó más que gastos originados de la correspondencia y
copias de manuscritos, pues siempre cedió con desprendimiento su
propiedad a los cuerpos literarios a que pertenecía. De su probidad,da una prueba el que habiendo obtenido elevados puestos en que le
era fácil enriquecerse, murió sin dejar más bienes a sus hijos que elmodesto haber que heredó de sus mayores y la dote de su esposa».
Julio Guillen, al llevar a cabo el inventario de los papeles perte
necientes a Navarrrete en el archivo de Ábalos, se asombra de la riqueza y diversidad del epistolario: «D. Martín debió de ser de una
simpatía desbordante y su inteligencia y carácter curioso y despierto,
le hicieron tener un círculo de amistades siempre en aumento, que
sorprende tanto por el número como por la categoría de éstos». Y en
su disertación con motivo de los actos del primer centenario, mencio
na textualmente «el profundo cariño que despierta en mí cuanto con
D. Martín se relaciona, es fruto, no de trasnochado compañerismo,
sino del conocimiento que de su gigantesca figura he adquirido al ma
nejar, casi cotidianamente, sus libros y papeles desde hace muchosaños en esta casa, cuyo lugar más noble -la Biblioteca- preside su
sonrisa de viejecito bueno y sabio».Durante el verano de 1944, Dalmiro de la Válgoma, secreta
rio de la Real Academia Española, compartió con el almirante Guillen,
muchas horas de investigación y estudio en el archivo de Abalos.
Allí pudo recoger numerosos datos para su trabajo sobre el linaje y
el blasón de Navarrete como homenaje a su memoria en el centena
rio de su muerte. Con su personalísimo estilo, escribe en el prólo
go: «D. Martín Fernández de Navarrete, hombre modesto si no tímido ante los humanos honores, imbuido quizá, de aquellos certe
ros consejos que al príncipe diera ascendiente suyo sobre la distri
bución de las mercedes -exacto en saber justificar en las dádivas su
liberalidad y en los premios su justicia-» «...y termina diciendo:«Son estos renglones como un apagado eco, todo él colmado de
fervor hacia la suma figura evocada, perfil lujoso en la magna galería de siluetas ilustres de la vieja Armada del Rey, uno de los mejo
res frisos con que, por la gracia de Dios, eternamente se decoranuestra general, espaciosa historia».
Para seguir enmarcando el perfil humano de D. Martín, es inte
resante recoger la mención que hace Armando Cotarelo Valledor, en
el discurso que pronunció en los salones del Museo Naval, en la con
memoración del primer centenario de su muerte. Se refiere a su plan
de vida y a sus costumbres desde que, nombrado bibliotecario perpe
tuo de la Academia Española en 1 817, se trasladó a la calle de Valverde,
donde residió más de 27 años y donde exhaló su último suspiro.
«Don Martín tiene el secreto de alargar las horas. Gran madrugador
(se levanta a las cinco de la mañana), disciplinado en el vivir, él mismo
nos dejó una curiosa ordenación de su tiempo, la hallaba para todo. No
se apura nunca pero trabaja siempre. Por las mañanas escribe, por las
tardes pasea y mientras pasea medita sobre lo que ha escrito y sobre lo
que piensa escribir. Festinaré lente, avanzar poco a poco pero con asi
duidad, es la divisa de este laborador sempiterno, hombre de su época
que sorbe rapé y toma chocolate, que oye misa diaria y hace medita
ción espiritual a las noches, que, vivo de genio, sabe reprimirse y, apa
cible y sonriente, tiene para todos palabras halagüeñas y, generoso de
sí mismo tiene para todos también consejos y enseñanzas. Con que to
dos le buscan, le estiman y le acatan».
Y la cita continúa: «Porque no era Don Martín el sabio uraño
que se atrinchera en su torre de marfil... gustaba de las tertulias y las
visitas, del conversar ameno y vagaroso y frecuentaba del trato de
sabios y aristócratas. Bien criado por noble, cortés por marino, puli
do por viajero, discreto por sabio, ameno por culto, lucía en los salo
nes, siendo grato a las damas, como educado en otros tiempos... Por
estas cualidades solía ocuparle la Academia en actos de cumplido y
ceremonia... Compareciendo en su nombre muchas veces ante el trono».
Para completar este recorrido sobre la personalidad humana de
Martín Fernández de Navarrete a través de los comentarios de algu
nos de sus biógrafos, nada me parece más oportuno que mencionar la
acertada referencia que hace Carlos Seco Serrano en su introducción
a la edición de las obras de Martín Fernández de Navarrete, de la
biblioteca de Autores Españoles. Dice refiriéndose a la descripción
que hace Don Martín de las «altas prendas y virtudes del corazón, de
Cervantes» que «al describirnos en su biografía en la persona del Príncipede los ingenios las virtudes y cualidades que lo habían convertido en
su héroe, no hizo otra cosa que trasladarnos con fidelidad su propio
autorretrato: supo como verdadero filósofo cristiano, ser religioso y
timorato sin superstición, celoso de la creencia y del culto sin fana
tismo, amante de su patria y de sus paisanos sin preocupación, va-
líente y alentado en la guerra sin presunción ni temeridad, generoso y
caritativo sin ostentación, agradecido con extremo, pero sin abatimien
to ni adulación; ingenuo y sencillo hasta apreciar tanto que le advirtiesensus errores como le alabasen sus aciertos; moderado e indulgente con
sus émulos, habiendo contestado a sus sátiras e invectivas sin descu
brirlos ni herir a sus personas; y finalmente, jamás vendió ni prostituyó su pluma al favor ni al interés, jamás la tiñó con la sangre ni eldeshonor de sus prójimos, jamás la usó sino para el bien y la felicidad
de sus semejantes».
Don Martín merece el homenaje y el recuerdo que hoy le dedi
camos. Como Francisco Sánchez Cantón señala «la fama postuma
suele ser avara con los hombres cuya vida transcurrió en el sosiego dela investigación histórica». El propio Navarrete se lamenta de que la
posteridad es con frecuencia poco generosa con la memoria de «aque
llos bienhechores del género humano que han trabajado, o en aliviarsus necesidades por medio de invenciones útiles, o en extender las
facultades de su entendimiento por medio de indagaciones asiduas y
continuado afán en el estudio y observación de la naturaleza».
Indudablemente, D. Martín es uno de estos bienhechores de la
humanidad. Muchas gracias.
LA ESPAÑA QUE CONOCIÓ
NAVARRETE
Vicente PALACIO ATTARD
De la Real Academia de la Historia
En el archivo de la Real Academia de la Historia se conserva el
memorial, fechado el 28 de agosto de 1800, que Martín Fernández de
Navarrete, capitán de navio, elevó a dicha Academia solicitando se le
nombrara miembro del referido Instituto, en calidad de «Académico
Supernumerario». Fundaba su pretensión en serle necesario el apoyo
corporativo para poder «coordinar y publicar» la colección de docu
mentos históricos de la Marina Española que, en cumplimiento de la
Orden del Rey, había venido reuniendo desde finales del año 1789
hasta el de 1794. Había reunido hasta entonces, en efecto, 44 volúme
nes «de las más importantes relaciones de nuestros viajes y descubri
mientos ultramarinos, de combates y expediciones de mar y otras no
menos útiles para ilustrar la historia de la nación y de las colonias»,
por decirlo con sus propias palabras.
Alegaba también que por sus diversas ocupaciones no le era po
sible culminar su trabajo «por las circunstancias del tiempo, que no
le han permitido dar a las ilustraciones y apuntes que tiene recogidos
con aquel objeto, el orden y corrección que necesitan para salir a luz».
Acompañaba su solicitud con una «memoria crítica» sobre la relación
apócrifa de un antiguo navegante español (que lo era Lorenzo Ferrer
Maldonado) acerca de la búsqueda del paso del noroeste.
La solicitud de Fernández de Navarrete fue informada
preceptivamente por el Censor de la Academia, José de Guevara
Vasconcelos, el 11 de septiembre, invocando los numerosos méritos,
por lo que «no se le ofrece al Censor reparo en que la Academia acce
da a su solicitud, sino que le parece que la Academia hará una buena
adquisición admitiéndole en la clase de supernumerario». Otro pre
ceptivo informe, efectuado como «revisor» por Francisco Martínez
Marina, encomiaba también el trabajo crítico sobre la relación de Ferrer
Maldonado.
Cumplidos los trámites y con tales avales, Fernández de Navarrete
fue elegido miembro de la Academia de la Historia. Según la certifi
cación del acta expedida por el Secretario de la Corporación, Antonio
Capmany, de 28 de septiembre, se procedió a la votación secreta en la
Junta ordinaria anterior, con el resultado expuesto. Tenía entonces
nuestro personaje 35 años de edad.
El 10 de octubre siguiente leyó Don Martín su discurso de in-
greso sobre los «progresos que ha tenido en España el Arte de Nave
gar», que había recibido la previa aprobación preceptiva de otro Ilus
tre Historiador, Juan Pérez Villamil. Así quedaban consagradas sus
dos grandes vocaciones: la de marino y la de historiador. El discurso
de ingreso como académico numerario lo leyó el 19 de mayo de 1815.
En la Real Academia de la Historia, como es sabido, llegó a desempe
ñar la Dirección de la misma desde el 25 de noviembre de 1825 hasta
su fallecimiento, casi por 20 años.
LA ESPAÑA DE LOS ILUSTRADOS
La vida de nuestro Marino Historiador discurre a lo largo de
más de tres cuartos de siglo y la España que él dejaba al morir en casi
nada se parecía a la que le había visto nacer. Es el tiempo en que la
España del Antiguo Régimen se extingue en un lento proceso históri
co, mientras el titubeante advenimiento de la Monarquía Liberal se
consolida por fin. Los cuatro reinados que llegó a conocer marcan las
etapas de esa imagen cambiante de España.
Cuando Fernández de Navarrete nace estaba en todo su apogeo
la España de Carlos III, es decir, la de las reformas ilustradas. Carlos
III fue siempre muy celoso de su poder como monarca absolutista, sin
hacer dejación de su autoridad que, por otra parte, entonces nadie
discutía. Incluso quienes participaban de ideas roussonianas, consi
deraban que sólo desde la propia Monarquía absolutista podía surgir
el instrumento del cambio.
Ese es el caso de León del Arroyal, autor de unas conocidas y
comentadas «Cartas al Conde de Lerena» en las que explicaba el apo
yo a la monarquía reformadora del absolutismo ilustrado: «Yo bien sé
que el poder omnímodo de la monarquía se expone a los males más
terribles, pero también reconozco que los males envejecidos de la nuestra
sólo pueden ser curados por el poder omnímodo». El mérito de Carlos
III que no le han solido regatear los historiadores, está en haberse
rodeado de ministros por lo general competentes, en quienes depositó
su confianza y a quienes dejó hacer, sosteniéndolos contra las faccio
nes cortesanas opuestas a las reformas. Los historiadores no han soli
do percatarse de esos dos mundos diferentes y mal avenidos que ro
deaban a aquel Rey, que no cayó en la trampa de sus intrigas. Pero
algunos diplomáticos acreditados en Madrid, lo percibieron muy bien.
Un agudo italiano al servicio de Austria, Piero Paolo Giusti, en un
informe remitido al canciller Kaunitz en 1780 se expresaba así «las
tinieblas y las luces son alternativamente los principios que rigen en
la Corte y en el Ministerio», pero el Rey siempre sostiene al Gobierno
consiguiendo que sus criterios ilustrados no fueran derrotados por las
tinieblas cortesanas.
Aunque la figura política de Carlos III no sea brillante, esa fue
una lección de buen sentido mantenida durante muchos años con ca-
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liada modestia. Tampoco la personalidad humana de aquel monarca
resulta deslumbradora. No tenía dotes extraordinarias para el trato
humano, aunque fue bondadoso y afable, pero siempre distante, como
nos lo describe su primer biógrafo y gentil hombre de cámara, Gaspar
Fernández de los Ríos, Conde de Fernán Núñez. No quiso atribuirse
aureolas de héroe militar, aunque de joven demostró valor cuando hubo
de tomar parte en acciones bélicas. Dicen que siendo un muchacho de
17 años, cuando alguien le preguntó con qué epíteto le gustaría pasar
a la historia, declaró: «con el de sabio». No es tampoco con este nom
bre con el que le distingue la Historia, que le reconoce en cambio los
atributos de la «Áurea mediócritas» en la que él prefirió instalarse.
Así este hombre metódico y rutinario hasta la exageración en su vida
diaria y en la distribución de su tiempo a lo largo del año, lo mismo
que en sus comidas monótonas o en el uso de los mismos vestidos,
nos ofrece la paradoja de haber sido el motor y el eje de la Monarquía
Reformadora, y se ha ganado con todo merecimiento el título de «Rey
de los Ilustrados». Su reinado es la mejor comprobación de que para
ser un buen monarca no hay que poseer virtudes extraordinarias, sino
la voluntad firme de que las cosas se hagan bien y el sentido de la
responsabilidad al servicio de la Corona como institución vinculada
al pueblo.
La infancia y la primera juventud de Fernández de Navarrete
discurrió en aquella España que trataba de potenciar los recursos eco
nómicos, dando prioridad al sector agrario en las directrices de
Campomanes y de Floridablanca, y también a los intercambios co
merciales en las provincias del Imperio o desarrollando el tráfico ma
rítimo en el Atlántico Europeo y en el Mediterráneo. Una España que
con suerte varia, trataba de ponerse a cubierto de agresiones exterio
res, restableciendo un equilibrio en las fuerzas marítimas, que sería
destruido, en el siguiente reinado, en la Batalla de Trafalgar. Una España
que ponía su confianza en la educación como la vía más segura para
abrir paso a una mentalidad moderna, tanto en los niveles elementa
les, con la creación de escuelas de primeras letras y artes útiles, como
en el alto nivel universitario, con la reforma de los colegios mayores,
que resultó menos afortunada de lo que previeron sus principales pro
motores, el ministro Roda, el obispo Beltrán y el erudito Pérez Bayer.
«Dadme la escuela y una generación y habré cambiado al país» de
cían al unísono Campomanes, Jovellanos y Cabarrús, con el optimis
mo educativo que caracterizó en Europa a los hombres del siglo XVIII.
Una España que lograba una relativa movilización social en el empe
ño de modernizarse, de lo que dan testimonio algunas de las Socieda
des de Amigos del País entonces creadas.
En el «Elogio de Carlos III» que Jovellanos pronunció en la Real
Sociedad Económica Matritense de Amigos del País, pocas semanas
antes del fallecimiento del monarca, después de enumerar los benefi
cios de su reinado, continuaba aseverando que no se ocultaba a la
sabiduría del Rey «que las leyes más bien meditadas no bastan de
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ordinario para traer la prosperidad... Carlos previo que nada podía ha
cer en favor de su nación si antes no le infundía aquel espíritu de quien
enteramente pende su perfección». ¿Qué espíritu era ése? Jovellanos
lo sintetiza con estas palabras: «Ciencias útiles, principios económi
cos, espíritu general de ilustración». Es decir, tres capítulos que se
encierran en uno: La Reforma del Ordenamiento Cultural y de las men
talidades como presupuesto indispensable para hacer efectivos los re
sultados de una nueva actividad económica que proporcionase a Espa
ña la abundancia de bienes y con ella el bienestar.
En la España de Carlos III existió el propósito, peculiar de to
dos los ilustrados europeos, de proyectar el estudio de las ciencias
sociales principalmente sobre la economía y sobre la historia. El jo
ven ilustrado que era Fernández de Navarrete vivió aquel ambiente y
sintió desde edad muy temprana el interés por la historia, además de
los estudios científicos. La historia no debía reducirse a curiosidades
eruditas ni apologías retóricas, sino que abarcaba la comprensión del
quehacer colectivo de la comunidad de gentes y tierras de España,
como ocurría con las empresas marítimas de los españoles.
Sin embargo, en aquel tiempo el esfuerzo ilustrado se centró en
promover la recuperación económica, incidiendo sobre los instrumentos
productivos y las mentalidades, porque en España existía un inci
piente espíritu empresarial, ahogado por los prepuestos mentales de
un estilo de vida aristocrático. Fernández de Navarrete no era ajeno a
este ambiente. Muy pronto perteneció como miembro de número a la
Real Sociedad Económica Matritense, y su discurso de ingreso leído
el 29 de enero de 1791, versó «sobre los progresos que puede adquirir
la Economía política con la aplicación de las ciencias exactas y natu
rales», tema que sintonizaba muy bien con el espíritu de aquella épo
ca.
Al considerar en su conjunto la España carlotercista y el refor-
mismo entonces llevado a cabo, los historiadores proponen opiniones
dispares, y ponen unos el acento en los aciertos y otros en los fraca
sos. En mi opinión no es correcto plantearse en términos de éxito o
fracaso el reformismo carlotercista, en especial en lo que se refiere al
tema económico. Hablar de fracaso o de éxito exigiría poder determi
nar, siquiera por aproximación fundada, el desarrollo potencial sus
ceptible de alcanzar aquella economía, y compararlo con el que al
canzó en la realidad. Y este conocimiento resulta imposible.
En cambio, lo que sí podemos afirmar sin riesgo de equivocar
nos es que al final de aquel reinado parecían existir expectativas fa
vorables para proseguir las reformas necesarias. Y sin embargo, aquel
horizonte de paz exterior y de discusión ordenada interior se turbó
muy pronto, de modo inesperado, al sobrevenir la gran tormenta que,
en 1789 desencadenó la Revolución Francesa, coincidiendo casi con
exactitud cronológica con el advenimiento del nuevo reinado de Car
los IV en España.
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DE LA REFORMA A LA REVOLUCIÓNLA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA NACIONAL
Las turbulencias de aquellos años, la desaparición de los hom
bres de Gobierno del tiempo de Carlos III, la dejación de poder del
nuevo monarca en favor de Godoy, el mal ejemplo de la Corte, los
nuevos conflictos bélicos, alternativamente contra la Convención Fran
cesa, contra Inglaterra o Portugal, ofrecen una imagen muy distinta
de España en comparación con el reinado anterior. Todavía en algu
nos momentos parecen prolongarse los destellos epigonales del Des
potismo Ilustrado, como en los planes educativos de Godoy, o en los
intentos de imponer un estilo y un modelo al teatro, en un ejemplo
supino de los disparates a que puede llegar la pretensión de una cul
tura dirigida gubernativamente.
En otros momentos resurgen, con el temor a la Revolución, los
planteamientos inmovilistas, mientras en la Universidad de Salamanca,
abierta al contacto con el mundo intelectual europeo, se preparaba la
generación de los «doceañistas» futuros, que harían más tarde la Cons
titución de Cádiz.
Nadie escapaba en España a la tensión de los nuevos tiempos,
hasta que se produce el gran estallido de la Guerra de la Independen
cia. La invasión napoleónica abre en la historia de España una nueva
y decisiva etapa. En 1808 se derrumba el andamiaje del Antiguo Ré
gimen, y para llenar el vacío de poder ocasionado se ofrecen dos al
ternativas: la propuesta por Napoleón, que se autoproclama el refor
mador que España necesita, en el manifiesto de Bayona, al que sigue
la designación de José I y la constitución decretada en aquella ciu
dad; y la que propugnan la «nación en armas» y los doceañistas de
Cádiz.
Napoleón, escéptico religioso, no podía considerarse ejecutor
de una misión providencial. Pero incurrió en el error, secularizado en
los tiempos modernos, de quienes (ya sean hombres, grupos o ideolo
gías) están convencidos de poseer el sentido y la dirección de la his
toria. Por eso, convencido de su destino, seguro de sí mismo, dueño
del futuro, Napoleón hizo un llamamiento para que los españoles se
unieran a él. La respuesta popular fue la guerra, que se convirtió así
en el gran catalizador del patriotismo español, en un gran fundente
nacional de las tierras y de los hombres de España. Hubo también
algunos españoles de la minoría ilustrada que vacilaron o fueron «afran
cesados». Fernández de Navarrete rechazó los cargos que le ofreció
el Rey intruso y halló refugio en los Estudios de San Isidro, hasta que
marchó a Cádiz en 1812.
Durante los años que siguieron a la invasión napoleónica, la guerra
fue, como cantaron los versos de Quintana «nombre tremendo, ahora
sublime único asilo y sacrosanto escudo». Guerra terrible, cuyos «de
sastres inmortalizó Goya con sus grabados, por la crueldad de la lu
cha implacable y por las calamidades añadidas, como «el hambre de
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1812», de la que también Goya quiso dejarnos un testimonio gráfico
en otros 17 aguafuertes, además del que consagró el cuadro académi
co de Aparicio, premiado por la Real Academia de San Fernando. Pero
guerra sublime, en la que el pueblo español luchaba por la supervi
vencia y daba ejemplo a una Europa hasta entonces atemorizada y
temida.
Pero las alteraciones en la vida social española, durante los años
finales del siglo XVIII y durante los primeros del siglo XIX y muy
principalmente durante la Guerra de la Independencia, tuvieron un
impacto en la mentalidad colectiva, que se reflejó en el abandono de
muchos valores aristocráticos antiguos, y en la aceptación de otros
más propios de las clases medias que irrumpían en la sociedad. Este
fenómeno, que naturalmente fue captado por los costumbristas de la
época, se refleja incluso en los documentos administrativos. En un
informe del Capitán General de Cataluña en 1814, que lo era Javier
Castaños, el vencedor de Bailen, en un expediente sobre la pretendi
da matriculación obligatoria de los comerciantes de Barcelona en la
Junta de Comercio de aquella ciudad, se puede leer lo siguiente: «el
uso de la espada, que en el año 1763 (en que se fundó la Junta del
Comercio) era peculiar de los nobles y de los graduados en Facultad
Mayor, y que se concedió a los matriculados; el tratamiento de «Don»
que se daba en los cargos y demás anejos a la matrícula y aún cierta
consideración (social) que adquirían en el público, ere un sistema lo
bastante poderoso para que todo comerciante acreditado aspirase a la
matrícula. Pero en el espacio de medio siglo han variado enteramente
las opiniones y la idea: ya no se hace uso de la espada, se prodiga el
tratamiento de «Don», de que algunas clases de nobleza no gozaba, y
parece que se hace alarde de despreciar lo que antes no era aprecia
do».
LOS VAIVENES DEL ABSOLUTISMO Y DEL LIBERALISMO
Después de la Guerra de la Independencia, Martín Fernández de
Navarrete, ya en su edad madura, hubo de vivir el largo período toda
vía del reinado de Fernando VII, con los vaivenes del constitucionalismo
al neoabsolutismo, y en Europa los de la Santa Alianza y las Revolu
ciones Liberales, mientras en América Continental se arriaban las ban
deras españolas del antiguo Imperio, y en la España peninsular esta
llaban con violencia los conflictos políticos internos, al iniciarse la
época de los pronunciamientos y el primer conato de Guerra Civil,
sostenida por la Regencia de Urgell contra los gobiernos del Trienio
constitucional. Es verdad que, en medio de las alteraciones del tiem
po, la vida académica seguía su curso, y en ella encontró Fernández
de Navarrete la satisfacción de ser elegido director de la Real Acade
mia de la Historia, cargo para el que sería reelegido en los sucesivos
períodos trienales reglamentarios, hasta que en el desempeño de ese
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cargo le halló la muerte, cuando se iniciaba el reinado personal deIsabel II.
El régimen liberal había de consolidarse durante la menor edadde Isabel II, pero a costa de la guerra civil carlista, que tan hondahuella dejó en nuestro siglo XIX. Fernández de Navarrete vivió aquel
período y aún tuvo participación en el proceso político iniciado con
la aprobación del Estatuto Real, como miembro que fue en 1834 del
Estamento de Proceres, aquella romántica invención con la que Martínez
de la Rosa quiso disfrazar unas Cortes bicamerales, como punto deequilibrio entre el radicalismo de quienes ya empezaban a llamarse a
sí mismos progresistas y el moderantismo de los liberales que pretendían tender la mano a todos los realistas fieles a la Reina.
Al final de la guerra carlista, como es bien sabido, Espartero
capitalizó su victoria y la adhesión de ciertos sectores progresistas y
militares, que se consideraban ellos mismos «el pueblo militar», y
consiguió así elevarse hasta la alta magistratura de la Regencia, su
plantando a la Reina madre. Pero otro pronunciamiento puso fin a sugobierno y dio paso, en mayo de 1844, al primer Gobierno Narváez,
con el que se inicia la década moderada, durante la cual España, tras
el largo y agitado período precedente, llevó a cabo la necesaria crea
ción de las nuevas estructuras institucionales y administrativas de laMonarquía Constitucional, que habían de formar el marco político deuna nueva España.
Era la España de las clases medias, que emergía con tímido em
puje. Fernández de Navarrete no llegó a conocer el análisis sociológi
co de la guerra carlista que hiciera Jaime Balmes pocos meses des
pués del fallecimiento de nuestro marino historiador. Balmes acertó a
explicar que el sentido profundo de lo que había luchado en aquella
guerra había sido la sociedad antigua, con sus tradiciones, sus creen
cias, su anquilosado aparato institucional, por un lado; y por otro, la
sociedad nueva, con el gusto por las innovaciones, con sus tendencias
secularizadoras y la prioridad de los intereses materiales.
Pero sí pudo escuchar, en las lecciones del Ateneo pronunciadaspor Alcalá Galiano, la apología triunfal de la nueva sociedad y de las
clases medias, que eran motivo de exaltación de los doctrinarios liberales: «en un siglo mercantil y literario como el presente - decía el
tribuno doctrinario - es preciso que las clases medias dominen, por
que en ellas reside la fuerza material y no corta parte de la moral; y
donde reside la fuerza está con ella el poder social, y allí debe estar'elpoder político». Ahora bien, las débiles clases medias españolas, fá
cilmente enriquecidas por las especulaciones de la desamortización,y que se creían ricas (aunque el Marqués de Salamanca dijera despec
tivamente aquello de que en España había una docena de ricos, unoscentenares que tenían para un median pasar y diez millones de pobres
que no tenían donde caerse muertos), las débiles clases medias tuvie
ron que apoyarse en las espadas para asegurar ese poder político ape
tecido. Tampoco tenían capacidad ni recursos financieros para que
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España pudiera seguir el ritmo de la llamada Revolución Industrial,
que por entonces triunfaba en los países más avanzados de nuestra
vecindad geográfica y cultural. Escasez de capitales, escasez de ma
terias primas, escasez de iniciativa empresarial y una cierta desidia
popular por el trabajo, se conjuntaron para que la España liberal na
ciente, que se asomaba al horizonte de la era del ferrocarril, aparecie
ra alicorta e incapaz de levantar el vuelo.
Todo había cambiado durante los años en que le tocó vivir a
Martín Fernández de Navarrete. La estructura política de la Monar
quía, los componentes de la sociedad, la apertura a las nuevas activi
dades de la vida económica, los hábitos y las costumbres, sobre todo
en los medios urbanos, cambios de los que Larra había dado un cáus
tico testimonio. Al final de su vida Fernández de Navarrete pudo co
nocer una España en la que los gustos literarios proclamaban el triun
fo del romanticismo, y se perdía en la lejanía del recuerdo el clasicis
mo predominante en los años de su juventud. Precisamente en 1844,
el año de la muerte de D. Martín, se estrenaba el «Don Juan Tenorio»
de Zorrilla, la obra que si no la más excelsa de la literatura de su
tiempo, es la que durante siglo y medio ha dado testimonio en los
escenarios españoles de las pulsiones emocionales de su época.
La no corta vida de Fernández de Navarrete le perrütió conocer
la aceleración del tiempo histórico de una España que dejaba atrás el
protagonismo del hombre pausado de la razón, para abrxr un camino
en libertad al hombre nuevo del sentimiento y de la pasión. Instalado
en la Torre de Marfil de su doble vocación académica, Fernández de
Navarrete fue testigo de las convulsiones de España entre el ayer y el
mañana.
El 15 de diciembre de 1843 leyó Fernández de Navarrete el dis
curso en que, como en anteriores ocasiones análogas, rendía cuentas
como director de las actividades académicas durante el trienio ante
rior, antes de procederse a la reelección del cargo. Aquélla había de
ser una de sus últimas intervenciones académicas y lamentaba el re
traso de los trabajos corporativos «que -decía- por su naturaleza ne
cesitan de tiempos sosegados y tranquilos para sus cultivos, y de su
estímulo y protección de los Gobiernos para su progreso y prosperi
dad: circunstancias que no se hallan entre las repetidas y tumultuosas
revoluciones» de los últimos tiempos.
Un gran historiador llamó a Fernández de Navarrete «el último
enciclopedista» por su vario y extenso saber. En verdad fue el último
ilustrado del siglo XVIII que sobrevivió en las aguas tormentosas de
la primera mitad del siglo XIX.
16
FERNÁNDEZ DE NAVARRETE,
MARINO
José CERVERA PERY
Director de la Revista de Historia Naval
En la vida de Martín Fernández de Navarrete hay un claro y alec
cionador ejemplo de un hombre dedicado a la insigne misión de ser
vir a la patria desde el honroso oficio del marino de la Real Armada,
pero su vinculación a la historia, la dimensión de su cultura y profun
didad de pensamiento hace que este compromiso con las armas no se
realice de una forma simplemente ordenancista, rutinaria o anodina,
sino con toda la entrega que implica su ejercicio continuado en
simbiótica simultaneidad con el quehacer de la pluma y la impronta
de su erudición, no sólo en los momentos duros y gloriosos de la gue
rra caliente, sino también en los períodos en que la paz permite el
balance oscuro y a veces ignorado de la superación en el esfuerzo, de
aquí que a los ciento cincuenta años de su fallecimiento, la personali
dad de Fernández de Navarrete siga irradiando una influencia directa
en el talante y gestión de los marinos ilustrados.
A Fernández de Navarrete se le ha contemplado desde muy di
versas perspectivas, pero siempre enfocado a su trayectoria de histo
riador, erudito, literato o polígrafo, dejando en un plano secundario
no pocas veces, su condición de marino, con olvido que es desde este
noble oficio donde se proyecta a sus tareas culturales, y a fe que en su
hoja de servicios profesionales pueden encontrarse situaciones más
que convincentes que avalan tal condición, pues se encuentra inmer
so en todos los eventos bélicos navales más importantes de los últi
mos veinte años del siglo XVIII. Primero a las órdenes de Luis de
Córdoba, después a las de Mazarredo, más tarde bajo la dirección de
Ciscar y por último con Lángara que le distinguiría con su afecto y
protección hasta el extremo de nombrarlo su secretario durante su
permanencia como Ministro de Marina. Pero no adelantemos aconte
cimientos.
Mazarredo, Ciscar, Lángara; prototipos de marinos ilustrados en
una trascendente nómina de personalidades del siglo de las luces. No
es por tanto extraño que Fernández de Navarrete, que ya había inicia
do en su primera juventud su vocación literaria publicando dos cartas
en el periódico madrileño «El Censor» y un elogio postumo a la muerte
del Conde de Peñaflorida, siguiese aguas de sus esclarecidos maes
tros. Porque en el marino ilustrado su gestión se define en una exce
lente obra de artesanía científica o cultural compatible -y en algunos
casos consecuencia- de la misión profesional que tienen encomenda-
17
da, manteniéndose una armonía equilibrada con cada individuo situa
do en el lugar que le corresponde, perfectamente encajado y prepara
do adecuadamente para cumplir su fin. Así, las críticas que formulan
a los propios soportes básicos de la Marina, no plantean su desvincu
lación o su abandono, sino que por el contrario buscan fórmulas de
mejoría y saneamiento que ellos mismos captan y conciben, incluso
si es preciso, incorporando los elementos necesarios de novedad que
hagan posible su asentamiento. Y es lógico que aunque constaten sus
defectos, no podrán concebir una marina marginada o secundaria en
sus planteamientos, y por eso anhelan la recuperación de su papel
esencial. Cierto que en muchos casos pretenden corregir zahiriendo o
fustigando alzándose contra lo anodino y lo mediocre, pero ello no
será más que la expresión sin reparo de su amor a la Institución.
Los marinos ilustrados estructuran sus propios esquemas que ha
brán más tarde de desarrollar en tareas de revisión y reorganización,
depurando, agilizando, sustituyendo, revitalizando..., estableciendo
desde causa a efectos una escala de valores en los que descansan los
resultados y consecuencias de la revitalización, porque estos marinos
-y esto parece incuestionable- tenían una visión panorámica muy
globalizada de los problemas nacionales, lo que implicaba un objeti
vo de fusión y coherencia de las diversas partes del todo, porque como
ha escrito el ilustre Palacio Attard, «hasta los más acérrimos defenso
res del tradicionalismo no desdeñaron nunca el progreso material y
las ventajas introducidas en el siglo por los adelantos de la técnica yla ciencia Europea».
El marino ilustrado y -Fernández de Navarrete lo es «cum lau
de»-, posee ante nada espíritu de misión, tal vez conciencia de su des
tino histórico, y aunque parezca contradictorio, no es político, en el
sentido que habrán de serlo muchos de sus legatarios del siglo XIX.
No hacen política, ya que en ella no se puede ir de espontáneo sino
que es preciso poseer una formación profunda y sacarle un buen uso.
Nuestros marinos la tienen pero no la aplican. Les basta con moverse
en el ambiente militar, sin desdeñar por ello su formación intelectual
y científica de la que en su momento habrán de dar cumplida prueba.
Hay además un sentimiento que enraiza estos hombres en profundi
dad como notas distintivas de una preocupación común. Les duele
España y con España les duele la Marina que es medio esencial para
su engrandecimiento. Lo saben y lo asumen desde una actitud perso
nal en la que prima un raro sentido de búsqueda de perfección corpo
rativa. Tal vez influya en sus líneas de conducta las frases de
Campomanes de que «una nación vigilante y despierta, cuyo pueblo
esté instruido y ocupado en las artes de la guerra y la paz, mientras
permanezca unido a tales máximas, no tiene que recelar de sus enemigos».
El escritor militar'o marino, está inmerso en el ambiente litera
rio de su tiempo y es influenciado por él. Por ello sus ideas y formas
de expresión estarán atemperadas a sus formas y modos dominantes.
IX
Ideas que siempre requieren ser confirmadas con una actuación en
experiencia, ya sea práctica o teórica, condiciones que concurren ple
namente en la fecunda tarea investigadora y esclarecedora de Fernández
de Navarrete, en aquellos trabajos de largísimos títulos y enjundiosa
gramática que conforman su trayectoria intelectual, y al que puede
aplicársele las cualidades del escritor militar que Baltasar Gracián
señalaba: «sutileza en el pensar, elegancia en el decir, artificio en el
descubrir y profundidad en el declarar». El lenguaje directo de Don
Martín, a tono, muchas veces con el laconismo de una orden de ope
raciones, la metódica exposición y la claridad, son características de
su estilo, un estilo «quintaesenciado» de rasgos inconfundibles.
De aquí que para el análisis de la trayectoria profesional de
Fernández de Navarrete, no sea preciso acudir a la hipérbole o a la
retórica. Para que haya retórica en una semblanza es preciso que haya
énfasis en el modelo, y Fernández de Navarrete es todo lo contrario al
énfasis. El seguimiento de su hoja de servicios como miembro de la
Real Armada, pide una prosa sencilla y sin retruécanos; su conducta
disciplinada y consecuente rechaza las palabras hiperbolizadas y ex
cluye cualquier signo de adulación.
Sigamos con el Fernández de Navarrete marino y sus actuacio
nes en el marco de lo profesional. Cuando sienta plaza en Ferrol como
guardiamarina en la Real Compañía de aquel departamento, aún reina
Carlos III y se mantienen los vestigios de una marina fuerte y presti
giosa. En el año siguiente se embarca en el navio San Pablo de la
escuadra de Luis de Córdoba realizando la campaña del Canal de la
Mancha. Tiene sólo 16 años pero el alma templada en la rudeza de la
vida a bordo. Son años de lucha contra Inglaterra, de la reconquista
de Menorca por el Duque de Crillón al frente de una expedición de
12.000 hombres y del cerco y ataque a Gibraltar, con aquellas bate
rías flotantes del francés D'Arcon de las que se pensaban podían ren
dir la plaza y de las lanchas cañoneras de Barceló, que surgieron un
mayor efecto, aunque de nuevo la escuadra inglesa pudo abastecer la
ciudad. En esta importante acción tomó parte Fernández de Navarrete
como Guardiamarina en unión de su íntimo amigo y compañero de
graduación Vargas Ponce, otro de los marinos, escritores e investiga
dores de alcurnia que está pidiendo también a gritos una revisión de
su vida y su obra y un justo homenaje a una y otra.
A comienzos de 1783 se firmó la paz con Inglaterra en el Trata
do de Versalles y Fernández de Navarrete ya ascendido a alférez de
fragata disfrutó de una licencia en Vascongadas para reponer su que
brantada salud. Pero en 1784 ya está de nuevo a bordo de la fragata
«Santa Catalina» con la que realizó varios cruceros de curso por el
Mediterráneo y una misión diplomática en Argel a las órdenes de
Mazarredo. La política de Carlos III y sus ministros se orientaba a
aminorar las piraterías de marroquíes y berberiscos, contrarrestados
por otra parte por las acciones de la flota española que suponía un
constante y notorio peligro para las costas norteafricanas. La expedi-
19
ción y ataque de Barceló en julio de 1874 puso en evidencia las difi
cultades para el entendimiento aunque finalmente y aún en tiempos
de Carlos III, se llegó al mismo.
En 1786 Navarrete fue nombrado ayudante de la Compañía de
Guardiamarinas de Cartagena, completando su formación científica
bajo la dirección de D. Gabriel Ciscar, intensificando sus estudios en
las matemáticas superiores, la astronomía, la navegación y el arte na
val, lo que no le impidió colaborar en el Semanario Literario de
Cartagena donde publicó artículos y poesías. Desde su nombramiento
como teniente de fragata recibió el encargo de investigar sobre la Marina
Española comenzando por la biblioteca recién creada por el Ministro
Valdés en la isla de León, así como extendiendo sus investigaciones a
la Biblioteca Nacional de Madrid y otras de la corte y diversos mo
nasterios así como archivos particulares, pero no es éste el aspecto
que tratamos en esta comunicación.
Hay un paréntesis hasta 1793 en que Don Martín permanece ajeno
a las cubiertas de los buques y al fulgor de los combates. Son años en
que consagrado a su labor de investigación históricas se le admite
como socio de número en la Sociedad Económica de Amigos del País
de Madrid, y los de su ingreso en la Real Academia de la Lengua y la
de Nobles Artes de San Fernando. El almirante Martínez Valverde
que ha trazado con excelente capacidad de síntesis su biografía en la
Enciclopedia del Mar, dice que «las corporaciones científicas y lite
rarias se disputaban tenerlo entre sus miembros». En su discurso de
ingreso en la Academia de la Lengua trató sobre la formación y pro
greso del idioma castellano y sobre la necesidad que tienen la orato
ria y la poesía del conocimiento de las voces técnicas y facultativas.
Con ello no perdía de vista el lenguaje y los modismos marineros de
los que llegaría a ser un consumado intérprete.
En 1793 se declara la guerra entre España y Francia a conse
cuencia de los excesos de la Revolución que culminan con la ejecu1
ción de Luis XVI (primo de nuestro Carlos IV) en la guillotina. Du
rante buena parte del siglo, los pactos de familia han convertido a
España y Francia en aliadas de su lucha tradicional y secular contra
Inglaterra, pero ahora se quiebra esta alianza, aunque más tarde de
nuevo volverá a concertarse, nada menos que con los mismos revolu
cionarios a los que ahora se combate. Pero la guerra de 1793, tiene
sobre todo el aspecto de cruzada antirrevolucionaria contra los exce
sos de la Convención y comienza bien para nuestras armas. La cam
paña de ese año es favorable para los generales Ricardos y Caro, que
repasaban con éxito la frontera oriental y occidental de los Pirineos,
pero en la de 1794 las circunstancias varían y van cayendo en manos
francesas Figueras, Puig Cerda, Irún, San Sebastián, Bilbao y Vitoria,
llegando a cruzar los franceses el Puente de Miranda de Ebro. Fernández
de Navarrete había pedido al Rey volver al servicio activo de las ar
mas, pero se le dijo en principio que continuase al cuidado de las
letras en las que cumplidamente se desenvolvía. Una mayor insisten-
20
cia por su parte le valió su vuelta a bordo de la fragata «Santa Catali
na», transbordando más tarde al navio «Concepción» perteneciente a
la escuadra del general Lángara, su amigo y protector. Lángara reunió
bajo su mando los barcos que traía Gravina desde Ferrol para reforzar
a la del océano empleada en las operaciones del Rosellón y en el so
corro a los realistas franceses de Tolón en el que también participa la
flota inglesa del almirante Hood. En el encarnizado duelo artillero
entre lanchas cañoneras y buques ingleses y españoles contra las ba
terías en tierra del ejército de la Convención, destaca la pericia de un
joven oficial de artillería, Napoleón Bonaparte y el navio español «San
Juan Nepomuceno» conoció de sus impactos en la defensa de la plaza,
arsenal y puerto de Tolón contra los ataques de las fuerzas revolucio
narias los aliados realizaron audaces salidas, distinguiéndose en todo
las fuerzas de Marina, pues marineros y artilleros de la escuadra de
Lángara son los que clavan las piezas, destruyen las cureñas e inutili
zan las municiones de los republicanos. La situación sin embargo se
hará crítica para los aliados al haber conseguido los convencionales
siguiendo los inteligentes planes de Napoleón, llevar sus baterías para
batir los fondeaderos de la escuadra aliada, de tal modo que su per
manencia en ellas, siendo la base de su fuerza embarcada, se hacía
del todo punto imposible. Pero Gravina que se resistía a abandonar el
Tolón, propone valientemente un contraataque mandado personalmente
por él mismo y herido como estaba, amarrado a la silla de su caballo.
De todas las vicisitudes de esta campaña y del reembarque alia
do, dará cuenta Fernández de Navarrete, comisionado para tal efecto,
en la Corte de San Ildefonso y ascendido a capitán de fragata, es nom
brado ayudante primero de la escuadra y secretario de su Comandan
cia General. En tan importantes puestos toma parte en marzo de 1794
en el bloqueo de la escuadra francesa en el puerto de Rosas, ascen
diendo a capitán de navio por los méritos contraídos en tal campaña,
en las que tanto destacó la estrategia naval de Federico Gravina.
Otro nuevo buque, el «Reina Luisa», es el habitáculo de Fernández
de Navarrete que en su trayectoria profesional continúa la campaña
ante las costas de Cataluña, evitando que los franceses puedan refor
zar su ejército y al ser nombrado Lángara capitán general del Depar
tamento de Cádiz, lo incorpora de inmediato a su secretaría. En Cádiz
conocen las noticias de la firma de la Paz de Basilea, que tanto refor
zó la posición de Godoy y en Cádiz saben también de la declaración
de guerra a Inglaterra, que aunque aliada con España en la lucha
contra la Convención, seguía mostrando su hostilidad hacia la nave
gación y posesiones españolas en Américas. Es interesante consignar
que España empezó esta guerra con un despliegue general de fuerzas
en todos los teatros de operaciones, utilizando para ello las capacida
des de sus más distinguidos marinos. Álava fue a Filipinas con supequeña escuadra; Solano, Marqués del Socorro estaba en el Golfo de
Méjico; Aristizabal en las Antillas; en América Central entre Cartagena
y Trinidad patrullaba la escuadra de Sebastián Ruiz de Apodaca, Lán-
21
gara volvía a mandar la escuadra del océano y Morales la del Medite
rráneo, mientras que navios sueltos y embarcaciones menores ocupa
ban puntos concretos como Montevideo, Guayaquil y San Blas. En
total se armaron casi 150 buques, un tercio de los cuales fueron na
vios de línea y otros tantos fragatas. El esfuerzo es impresionante.
Hay que reconocerlo y no tiene paralelo en la historia de España.
De esta campaña es el famoso combate del cabo de San Vicente
(14 de febrero de 1797) y la pérdida de Trinidad 5 días más tarde, en
la que no salen bien paradas las fuerzas navales españolas, pero Lán
gara es Ministro de Marina desde finales de 1796 y Fernández de
Navarrete sigue con él como ayudante y en la plaza de oficial tercero
de la Secretaría, donde presta también su colaboración a los planes
que se proyectan de reforma y reorganización de la Aranda. Lángara
será quien recogerá las ideas de Valdés y Malaespina, de crear un
depósito hidrográfico, precisamente en ese año de 1797 y Espinosa,
Bauza, Fernández de Navarrete y otros hombres de reconocida com
petencia se encargan de la dirección de este establecimiento de carác
ter científico pero de connotaciones prácticas inmediatas.
La Paz de Amiens en 1802 coge ya a Fernández de Navarrete
entre sus legajos y manuscritos, y toda la variopinta cartacoteca del
Depósito Hidrográfico. Ya en 1800 ha sido admitido como Académi
co de la Historia versando su discurso de ingreso sobre el arte de na
vegar en España. Precisamente en la Real Academia de la Historia,
última de las tres academias oficiales de la época en la que ingresa,
es donde tiene una actuación más brillante y destacada -y seguramen
te se nos hablará con mayor autoridad de ello a lo largo de este ciclo-
, siendo director desde 1825 hasta 1844, año de su muerte. No vamos
a traer aquí los copiosísimos frutos de su obra como historiador, por
que seguimos situados en su trayectoria como marino.
Y dentro de ella, en las vísperas de la invasión francesa, fue
nombrado ministro contador fiscal del Supremo Tribunal del Almi
rantazgo, creado en ese año por Godoy y del que era obra predilec
ta. Los sucesos del 2 de mayo madrileño le cogieron desempeñan
do tal destino, pero se negó a presentar juramento al rey intruso,
que no obstante a instancia de Mazarredo -afrancesado para bien
de España, (y de esto habría mucho que hablar)- intentó atraerlo a
su causa nombrándolo Consejero de Estado e Intendente de Mari
na, cargos que naturalmente no aceptó, justificando su negativa al
juramento con estas hermosas frases: «En estas circunstancias todo
lo que puede exigirse de mí es que sea un ciudadano pacífico, y
bajo estas consideraciones renuncio a todos los empleos que pue
dan forzarme a ir contra estos principios de honor, de patriotismo y
de sana moral».
A fines de 1812 logró escapar de Madrid, después de sufrir toda
serie de ingratitudes y vejaciones y presentado en Sevilla y Cádiz, sus
Juntas le encomendaron diferentes trabajos históricos, y en 1814 ex
pulsados ya los franceses, vuelve a Madrid, siendo el encargado por
22
la Real Academia Española de la redacción del mensaje de felicitación
elevado al regreso de Fernando VII.
En el sexenio absolutista que va desde la vuelta de Valencay al
alzamiento de Riego, y en el trienio constitucional, Fernández de
Navarrete está de lleno consagrado a sus tareas de investigación his
tórica y literaria, pero al revocarse en 1823 el régimen liberal y tener
que emigrar el director del Depósito Hidrográfico Felipe Bauza, per
seguido por la reacción, para dar a aquel organismo un carácter apolí
tico y que siguiera desempeñando su importante labor, fue nombrado
director Fernández de Navarrete que había sido uno de sus fundado
res como es sabido. Aceptó el cargo significando que quería hacerlo
con carácter interino, esperando que calmadas las aguas de la situa
ción política pudiera volver Bauza a ocuparlo y sólo lo aceptó en pro
piedad una vez que Bauza falleció en Londres. Ya el Depósito
Hidrográfico va a ser el soporte de sus últimos pasos profesionales,
pero íntimamente ligado a los demás trabajos de su copiosa produc
ción. Con su salud seriamente quebrantada acudía diariamente al De
pósito Hidrográfico, pues incansable en su actitud solía repetir que
«el hombre ha nacido para el trabajo y no pudiendo trabajar debe morir».
Y la muerte le sorprendió, con las alforjas totalmente llenas y la pará
bola evangélica de los talentos, ampliamente superada. Del legado de
su obra y el espíritu constructivo sobre la que se cimienta nos habla
rán los siguientes ilustres conferenciantes.
De cómo trabajó en la historia de los descubrimientos, posible
mente su obra fundamental, de cómo esa colección de viajes que hi
cieron los españoles desde fines del siglo XV, constituye unos de los
tesoros más estimables de este Museo Naval, y cuál fue su auténtica y
valiosa aportación a la Real Academia de la Historia que con tanto
acierto dirigió. Toda esta materia programada en este ciclo, os llevará
al conocimiento de su auténtica figura en conferencias, a buen segu
ro, de mucha mayor altura que la que ahora habéis tenido la amabili
dad de escucharme. A mí sólo me queda para terminar, recordar la
frase de Jean Sarraiel de que «gracias al esfuerzo gigantesco de un
puñado de hombres ilustrados y resueltos, que con todas las fuerzas
de su espíritu y todo el impulso de su corazón, quisieron dar prospe
ridad y dicha, cultura y dignidad a su patria, ésta conoció de días
esplendorosos». A esta generación de escogidos, perteneció el mari
no Fernández de Navarrete.
FERNÁNDEZ DE NAVARRETE Y
LA HISTORIA DE LOS
DESCUBRIMIENTOS
Carlos SECO SERRANO
De la Real Academia de la Historia
Si yo hubiera de definir en dos trazos la fascinante personalidad
de Fernández de Navarrete aludiría, en primer lugar, a su mesura ideo
lógica - la «mesura» castellana es el mejor equivalente del «seny»
catalán: es la virtud del equilibrio, de la ecuanimidad; el polo opues
to al arrebato, a la «rauxa».- Por otra parte, subrayaría su esencial
vertiente intelectual: Navarrete encarna, por encima de todo, la ima
gen del sabio. Su mesura es una réplica a los trágicos desgarramientos
con que se inicia nuestro siglo XIX; su dedicación a la ciencia le libe
ra de una inmersión personal en la lucha entre hermanos.
Nacido en los primeros años del gobierno de Carlos III, él es el
benjamín de aquella extraordinaria generación ilustrada que culmina
en la última década del gran reinado, y que quedará ofuscada, como
en reserva expectante, al iniciarse el de Carlos IV simultáneamente
con el estallido de la gran Revolución en Francia. Como Jovellanos,
Don Martín supera en su comportamiento y en su obra la antítesis
reacción-revolución que iba a caracterizar el trágico despliegue de
nuestra época contemporánea. Sin renunciar a sus ideales -la libera
ción del hombre por la cultura- Martín Fernández de Navarrete se
desmarca, luego, del núcleo afrancesado -ciego ante la realidad ocul
ta tras el presunto «redentorismo» que enmascara la ambición de
Bonaparte-. Sumido en su labor intelectual rehuye, años después,
implicarse en el retroceso reaccionario que siguió a la guerra de la
Independencia. Y poco más tarde atravesaría el «trienio» en circuns
tancias semejantes -colaboración sin identificación-. Su liberalismo
tenía ante todo un sentido moral que se avenía tan mal con los exce
sos revolucionarios como con el inmovilismo de la pura reacción. Su
consideración universal -tanto en el plano de los hombres de ciencia
como en el de los artífices de una España nueva, a partir de 1834-
corona adecuadamente, al final de sus días, una trayectoria vital que
sólo cabe calificar de modélica.
De ilustre familia riojana, que había dado ya nombres relevan
tes a la historia patria -conviene al menos recordar el de Don Pedro,
Almirante General de la Armada del mar Océano-, Don Martín nace
en la villa de Ábalos -solar de su linaje- en la noche del 8 al 9 dediciembre de 1765. La nobleza le llega tanto por línea paterna como
por la materna: si su padre, D. Francisco Antonio, era caballero de
Calatrava, el hermano de su madre, Pedro Antonio Jiménez de Tejada,
fue maestre de la Soberana Orden de Malta; y él mismo quedaría vin
culado a ésta, cuando apenas tenía tres años, en calidad de paje de su
ilustre tío. A los doce años figuraba ya como caballero de Justicia de
la misma Orden, lo que parecía predestinarle, de haber seguido esta
senda, al celibato.
Un año antes -en 1776- había ingresado D. Martín en el Real
Seminario de Vergara, que, por cierto, había sido fundado -parece un
símbolo- en 1765, fecha de su nacimiento. Es bien conocido lo que
significó, como plataforma de cultura moderna y cosmopolita, este
centro, verdadero exponente de los ideales ilustrados carlotercistas;
y cuanto hizo, desde su fundación, para poner en contacto a sus alum
nos con la ciencia pura, tal como se cultivaba en los enclaves univer
sitarios más avanzados de Europa. Navarrete mantuvo siempre un afecto
y gratitud bien justificados a sus maestros del Seminario; entre los
que es preciso destacar a Lorenzo de Beniatúa Iriarte, sobrino del
célebre fabulista: sería éste uno de los primeros enlaces de Don Mar
tín con la élite ilustrada de la Corte. Por lo demás, él mismo daría
lustre al Seminario como su alumno más brillante.
Precisamente el hecho de que en 1779 -a sus catorce años- obtu
viera el Premio Extraordinario en las Juntas celebradas por la Real
Sociedad Vascongada de Amigos del País en el mes de julio, decidió
a sus padres a destinarle a la áspera, pero selectísima, carrera de ma
rino: su aprovechamiento en Ciencias Exactas y experimentales era
el mejor bagaje para introducirle en uno de los círculos profesionales
más exigentes y rigurosos en cuanto a la formación requerida a sus
seguidores. Guardia marina en el departamento del Ferrol, en 1780,
su jefe más inmediato -como teniente de la Real Compañía- se llama
Francisco de Paula Jovellanos: es hermano del ilustre D. Gaspar. Con
cluido el primer Curso -que incluye la formación en pilotaje o nave
gación y la maniobra naval-, Don Martín se embarca en el navio San
Pablo, que manda el capitán Luis Muñoz.
Oportunidad insospechada: sus primeras prácticas en el mar co
inciden con la guerra contra los ingleses -segunda aplicación del Ter
cer Pacto de Familia-. La campaña naval, desarrollada en el Medite
rráneo y en torno a Gibraltar es como la fachada europea de la guerra
de Ultramar, la que propicia la emancipación de los futuros Estados
Unidos. Pero no voy a detenerme en la primera experiencia bélica del
joven riojano, ya que a esta importante faceta de su biografía se ha
referido ya, en el presente ciclo de conferencias, y con su reconocida
competencia, mi admirado amigo José Cervera Pery: sólo diré que la
guerra naval, como sus campañas literarias y científicas, nos mues
tran a un Navarrete con el mismo espíritu de eficaz entusiasmo -en
este caso, estimulado por limpio patriotismo- que es característica de
D. Martín en todos sus caminos. Cuando la guerra prácticamente ha
terminado, es promovido a alférez de fragata, a finales de 1782 -casi
26
un niño: frisa los diecisiete años de edad-. En enero de 1783 se firma la
paz de Versalles.
Se abre entonces para él un paréntesis en la Corte, que le vincu
lará definitivamente a los círculos intelectuales con los que ya ha to
mado contacto a través de su maestro Iriarte. Se vivía por entonces en
Madrid una polémica literaria entre la tradición barroca y el
neoclasicismo. D. Martín se suma desde luego a este segundo frente;
y se hace notar por su travieso panfleto contra García de la Huerta,
brillante epígono de los grandes dramaturgos del siglo XVII. Cuando
el alférez de fragata es destinado al departamento de Cartagena, en
enero de 1784, no se rompen sus vínculos con los ilustrados de esta
espuma intelectual carlotercista: colabora en El Censor y en El Me
morial Literario; y publica por entonces su Elogio postumo del Conde
de Peñaflorida, verdadera proclama ilustrada, en la que «las luces» y
la filosofía se contraponen al «fanatismo» y la superstición; y se exal
ta al «ciudadano útil» frente al guerrero destructor de Imperios. «En
los triunfos del guerrero -afirma Don Martín, en un texto que transpa-
renta lecturas de Voltaire- gime la Humanidad oprimida por los hom
bres; en los del ciudadano sólo debe gemir la envidia después que
queda asegurada la felicidad del ciudadano. Por esto... la memoria de
nuestro director (Peñaflorida) nos debe ser más apreciable y clara que
la de Alejandro y Carlos XII...».
Pero estas gratas expansiones literarias no entorpecen el cami
no de su dedicación profesional y de su formación técnica. El memo
rable curso de Estudios Sublimes que en Cartagena dirige Gabriel Ciscar,
y que Navarrete sigue con otros trece oficiales, es el espaldarazo de
su carrera: sólo ocho oficiales llegarán al final, en febrero de 1789.
Fernández de Navarrete pronuncia entonces una brillante disertación
sobre Astronomía física: pero el esfuerzo ha sido tal, que la salud del
joven marino se resiente: y ha de intercalar un paréntesis de descanso
en su hogar riojano.
En octubre de este mismo año 1789 -crucial en la historia del
mundo- Don Martín recibe el encargo que marcará definitivamente su
porvenir. Por R.O. del día 15 se le comisiona para recorrer los archi
vos de Sevilla, Simancas y El Escorial: debe allegar materiales docu
mentales a fin de formar una biblioteca de la Ciencia Naval, bajo la
dirección del capitán de fragata José Mendoza y Ríos. Del ilustrado
juvenil e ingenioso, del marino abnegado y valiente iba a surgir la
figura del sabio investigador: la figura que nos representa la imagina
ción siempre que pensamos en Martín Fernández de Navarrete. A esta
época -primeros años del reinado de Carlos IV- corresponde la ci
mentación de su prestigio científico, que le valdrá el remoquete cari
ñoso de «Merlín de los papeles» y le abrirá las puertas de las Acade
mias.
Pero hay un acontecimiento que desde Francia afecta ya a toda
Europa: la Revolución ha llegado a su extremo; en enero de 1793 ha
sido decapitado Luis XVI. España -esta vez del brazo de Inglaterra-
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rompe la casi secular alianza con Francia, roto el Pacto de Familia de
manera tan cruenta. El Terror alimentado por Marat y Robespierre
provoca en D. Martín una honda reacción; difícilmente puede recono
cer en el desorden revolucionario la consecuencia de unas ideas en
las que su propio ser intelectual se ha formado. Pero esa reacción no
supone rechazo a las convicciones liberales que son ya inseparables
de su entidad moral. Pudo decir, como Jovellanos: «¿Porque ellos sean
frenéticos seremos nosotros estúpidos?». Sin renunciar, pues, al espí
ritu de la Ilustración -que cree traicionado por el Terror-, su forma
ción histórica, ahora respaldada por la erudición más exigente, des
pierta en él una saludable desconfianza respecto a los filósofos que
abominaron de la «barbarie» pretérita tratando de cimentar en entelequias
racionalistas la bienaventuranza terrena futura, y logrando sólo con
sus doctrinas provocar un retroceso de la humanidad hacia el salva
jismo más sanguinario. «¿Será comparable Hernán Cortés con
Robespierre, Pizarro con Marat? ¿Quiénes serán en ese paralelo los
monstruos sedientos de oro y sangre...?», escribirá años adelante, en
el prólogo a su obra magna.
Pero no se trata sólo de una reacción intelectual: como marino,
le llama ante todo el deber de servir en la guerra. Aunque reacio al
principio a sus instancias, el ministro Valdés acaba cediendo a ellas:
el 16 de junio, Navarrete embarca en la isla del León, en la fragata
Santa Sabina, para pasar luego al navio Concepción, mandado por el
brigadier Santisteban, y que forma parte de la gran escuadra del te
niente general Lángara. Por las mismas razones que antes aduje, no
voy a prestar atención a esta nueva experiencia bélica de Don Martín,
en la que su papel es siempre eficaz y destacado, según refleja su
rápida promoción escalafonal: el 15 de septiembre de 1794 es capitán
de fragata; al terminar la guerra, capitán de navio.
En todo caso, la paz de Basilea, firmada en 1795, sólo supone
un breve paréntesis de tregua, seguido muy de cerca por el tratado de
San Ildefonso con la República francesa y por una nueva ruptura con
Inglaterra; se reanuda la política de los Pactos de Familia, pero en
forma equívoca -porque se trata ahora de una «alianza contra natura»
entre la Monarquía más tradicional de Europa y la República regicida,
aunque ésta haya entrado en la fase transaccionista del Directorio, ya
cerrada la etapa del Terror-. Sólo en la primera fase de esta guerra
participa Don Martín: un crucero por el Mediterráneo en persecución
de la escuadra británica. Pero cuando, el 20 de diciembre de 1796, las
naves españolas retornan a Cartagena, Fernández de Navarrete, sin
sospecharlo, está poniendo fin a sus actividades profesionales como
marino. Lángara ha sido nombrado ministro; y se lleva con él al joven
capitán de navio, de cuyos valiosos servicios no quiere prescindir.
Los diez años que siguen van a ser, para nuestro héroe, de fun
ción estrictamente burocrática: primero, como secretario particular
del ministro Lángara: oficial tercero segundo, y oficial tercero prime
ro, en el Ministerio; con un trabajo servido a la perfección, y que él
alterna con la tarea investigadora, nuevamente emprendida en los ar
chivos de Madrid y en el de El Escorial. Su asentamiento en la Corte
será ya definitivo, en el hogar que acaba de fundar al contraer matri
monio con la dama murciana Manuela de Paz y Gaitero, «infanzona,
modesta y señora», tal como la define Válgoma; «señora apreciable
por sus talentos e inestimables cualidades, que hicieron el encanto de
la vida de su esposo y fueron reconocidas por cuantos la trataron»,
según el testimonio de su nieto Don Francisco.
Ni siquiera afecta a esta feliz estabilidad de Don Martín el cese
de Lángara en el Ministerio; el nuevo ministro, Antonio Cornel, sólo
acepta el cargo porque sabe que en él contará con auxiliares tan va
liosos como Navarrete. El cual es, a principios de 1803, oficial mayor
de la Secretaría de Marina. Cuatro años después, cuando Godoy es
creado almirante y procede a organizar el Supremo Tribunal del Al
mirantazgo, Don Martín es designado contador fiscal del nuevo orga
nismo. En esta sobresaliente posición le sorprenderán los aconteci
mientos de la primavera de 1808.
La tremenda conmoción iniciada en mayo es, como sabemos muy
bien, la réplica nacional a la invasión francesa. «Los españoles, en
masa, se comportaron como un hombre de honor», reconocería Napoleón,
evocando aquellos días, ya en su confiamiento de Santa Elena. Pero
esa coyuntura patriótica implicaba una crisis interna, que traía en su
seno la semilla de la guerra civil, en el plano de las minorías selectas.
Un sector social -el de los afrancesados políticos- creyó, de buena fe,
en la ficción bonapartista: el legalismo de las abdicaciones de Bayona,
como simple cambio de dinastía que iba a abrir el país a su definitiva
regeneración, entroncando con la dorada época ilustrada que había
sido colapsada tras los acontecimientos de 1793. Pero junto a estos
«afrancesados políticos» se alzaban los «afrancesados ideológicos»,los
liberales, que, precisamente porque se identificaban con el credo de
la Revolución, no podían aceptar la sumisión a Francia: la pérdida de
la libertad nacional, tan sagrada para ellos como la libertad política.
El despótico imperio bonapartista suscitaba en los liberales un recha
zo a muerte.
Por su formación, por su vinculación intelectual, Navarrete po
día haberse incluido en el primer sector -el de los afrancesados-, en el
que formaban todos sus amigos, empezando por el almirante Mazarredo.
Pero su actitud coincidió con la de Jovellanos, reacio a dejarse enga
ñar. Su situación le retiene en Madrid; pero se niega a aceptar cargo
alguno bajo la administración afrancesada. Cuando el nuevo ministro
de Marina, Mazarredo, le requiere para que preste juramento a José
Bonaparte, Don Martín contesta: «Repugna a mi conciencia y al dere
cho natural contribuir a la muerte de mis padres, hermanos, parientes
y, en fin, al de toda mi nación, ligándome a una causa que ésta resiste
con las armas en la mano. En tales circunstancias todo lo que se pue
de exigir de mí es que sea un ciudadano pacífico, y bajo estas consi
deraciones renuncio a todos los empleos que pueden forzarme a ir
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contra estos principios de honor, de patriotismo y de sana moral». Ob
sérvese que Don Martín no se suma a los unos ni a los otros; se reduce
a ser un «ciudadano pacífico». Utilizando una terminología de nuestro
tiempo, podríamos decir que Navarrete, sin ser un colaboracionista,
dista mucho de ser un miembro de la resistencia. Sin duda, porque ve
en la contienda lo que tiene de guerra civil: no quiere contribuir a la
muerte de los suyos; ni en un campo ni en otro. Pese a las repetidas
instancias de Mazarredo, se niega a aceptar las dignidades de conseje
ro de Estado y de intendente de Marina. Únicamente se aviene a «echaruna mano» y durante un solo curso, en los Reales Estudios de San Isi
dro.
Hay que convenir en que, por otra parte, le hubiera sido muy
difícil escapar de Madrid después del 2 de Mayo; y que, liberada la
capital después de Bailen, no tardó en caer bajo la segunda invasión
francesa, llevada a cabo ahora sin disimulos legalistas: como acción
de conquista. De hecho, hasta la segunda liberación, en 1812, no aban
dona Don Martín la capital. «Fue la primera proposición que tuve»,
subrayaría luego en su nota autobiográfica.
No se libró, en todo caso, de un expediente de depuración, largo
y enojoso, al regreso de Fernando VII. Se resolvió favorablemente,
pero el rey aceptó su renuncia al cargo de consejero del Almirantaz
go. Don Martín optó por eludir posibles persecuciones de quienes,
simplemente, le envidiaban y querían aprovechar la coyuntura para
hundirle: caso prototípico de las guerras civiles. Y buscó el olvido en
su amado retiro familiar de Ávalos. Pero era demasiado notoria suvalía como para tolerar este voluntario eclipse. Su designación de se
cretario de la Real Academia de San Fernando - en mayo de 1815- le
crearía un nuevo y grato vínculo con la Corte.
En adelante, sólo este tipo de afanes y distinciones -puramente
intelectuales y académicas- le sacan a la luz en medio de las turbu
lencias políticas. Durante el trienio liberal se le reclama en las Cortes
para el desempeño de la Comisión de Marina; pero no utiliza su posi
ción más que en beneficio de la cultura. Don Martín, atenido a una
ecuanimidad auténticamente liberal, rehuye encuadramientos políti
cos porque no logra identificarse con ningún extremismo, él que es
todo comprensión y generosidad. No deja de sorprendernos que nadie
como Fernando VII sepa valorar y definir su perfil ideológico. Cuan
do en 1823 sobreviene la liquidación del famoso trienio -la dura re
presión con que se inicia la llamada «década ominosa»-, uno de los
proscritos que se ven obligados a emigrar es Felipe Bauza, ilustre
director del Depósito Hidrográfico. Vacante aquel puesto, el Ministro
de Marina, Luís de Salazar, no vacila en proponer, para ocuparlo, el
nombre de Don Martín. Fernando VII reacciona con viveza: «¡Navarrete
es liberal!», exclama. Pero al momento rectifica: «Pero es liberal como
deberíamos serlo todos...» Y firma el nombramiento.
En todo caso, a la muerte de Fernando VII, se abre por fin el
camino hacia la libertad. Don Martín aparece entonces, en la última
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fase de su vida, como un punto de referencia para los moderados. Ocu
pa el cargo de consejero de Estado en los primeros días de la Regencia.
Cuando Martínez de la Rosa pone la primera piedra de la nueva era
con su célebre Estatuto, Fernández de Navarrete figura como procer
del Reino en el estamento alto: es significativo que llegue a las Cor
tes de la mano de Martínez de la Rosa, temperamento tan equilibrado
como el suyo, en la coyuntura política en que se quiso, bajo fórmulas
moderadas y eclécticas -con poca fortuna, por supuesto- iniciar a los
españoles en la senda de un templado liberalismo. Pero es que ya, por
entonces, contar con D. Martín es lo mismo que prestigiar a las insti
tuciones. Aprobada la Constitución de 1837, La Rioja le designa como
senador en todas las legislaturas, hasta su muerte: obligado reconoci
miento a sus esfuerzos en pro de la prosperidad de su provincia, des
de la secretaría de la diputación en Corte de la Sociedad Riojana, que
él desempeñó durante más de 20 años.
En la fase final de su vida le absorben, sobre todo -junto a la
elaboración de su obra magna- las actividades académicas: secreta
rio de la de San Fernando hasta 1834; censor, tesorero y por último
director de la de la Historia; bibliotecario de la Española. En el
local ocupado por esta última -en la calle de Valverde- tendría su
residencia hasta su muerte. Si la memorable colección de Viajes se
enmarca en las actividades de Don Martín para la de la Historia, en
la Española a él se debería la elaboración de una nueva Ortografía
-no una edición más, la octava, sino una Ortografía que pudiéra
mos llamar revolucionaria, por cuanto añade y renueva a todas las
anteriores-. Y hay que añadir, sobre todo, su monumental biografía
de Cervantes, que marcó un hito en los estudios sobre el Príncipe
de los Ingenios.
Hasta su muerte -ya al filo de los ochenta años-. D. Martín con
servaría el ritmo de su laboriosidad incansable. Cuando alguien le
aconsejó que se cuidase más y desatendiese un poco sus trabajos múl
tiples, replicó: «El hombre ha nacido para el trabajo, y no pudiendo
trabajar, debe morirse». Don Martín había llegado a convertir en ra
zón y estímulo de su vida este cumplimiento, casi heroico, del deber:
en verdad heroico, pues había de ocasionarle la muerte. «Acudiendo
diariamente al Depósito Hidrográfico -cuenta su nieto D. Francisco-,
sin arredrarle los rigores de las estaciones, contrajo un catarro cróni
co pulmonar que, agravándose de resultas de los primeros fríos de
otoño, le condujo al sepulcro, después de una penosa agonía, el 8 de
octubre de 1844, estando ya en los setenta y nueve años de su vida».
La extensa obra de Martín Fernández de Navarrete refleja ejem
plarmente lo que supuso el movimiento ilustrado, como curiosidad
fructífera y sensibilidad abierta a todos los sectores de la ciencia, del
arte, de la literatura; una curiosidad y una sensibilidad sólo satisfe
chas mediante su inabarcable labor erudita: desde la biografía de
Cervantes al estudio de las Cruzadas, desde la Biblioteca Marítima a
la Colección de los viajes. Pero sin duda es esta última la que ha in-
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mortalizado el nombre de Navarrete, porque fue al mismo tiempo una
culminación y una apertura de caminos.En la famosa Colección voy, pues, a concentrar mi atención, ya
que difícilmente podría hallarse trabajo tan vinculado a la vida de unescritor como lo está la obra a que me refiero con la de D. Martín.Iniciada en 1789, dará su fruto granado treinta y cinco años después,a lo largo de tres fases que responden a su vez a tres sucesivos propó
sitos.La primera -de 1789 a 1795- sigue la consigna dictada por el
ministro Valdés: acarrear toda clase de materiales de archivo con vistas a la creación del Museo y Biblioteca Naval de San Carlos. La segunda llega, con paréntesis, hasta 1808. Vargas Ponce había presen
tado al Ministerio un complicadísimo plan para escribir la historia dela Marina Española; el general José Valera, al informarlo por ordendel Rey, cree oportuno su desglose, limitando la labor de Vargas a laparte militar y política, y encomendando a otros especialistas la his
toria de la ciencia náutica, la de la arquitectura naval, etc. Y a Navarrete,
desde luego, la «coordinación y publicación» de nuestros antiguos viajes
de descubrimiento.
El trabajo dedicado a este propósito no supone para D. Martínrenunciar al primero -el allegamiento de documentación, que le habíapermitido ya reunir un copiosísimo y rico material-. El traumáticoparéntesis abierto en 1808, si bien supone el naufragio del plan deVargas Ponce y de Valera, no impide a Navarrete, liberado por sus
renuncias a cargos y dignidades, continuar su trabajo de archivo, cen
trado ahora en el área madrileña -sobre todo en la Biblioteca de laReal Academia de la Historia, donde se guardaban ya los fondos de lallamada Colección Muñoz-. Aunque el paréntesis a que he aludido no
se cierra con el fin de la guerra, sino que se prolonga a lo largo de laprimera mitad del reinado de Fernando VII, vuelve a reanudarse, en
su tercera y definitiva fase, a partir de 1823, cuando D. Martín esdesignado director del Depósito Hidrográfico. «Habiéndose dignadoel Rey nuestro Señor -nos refiere el propio D. Martín- confiarnos ladirección interina del llamado Depósito Hidrográfico, creímos que
uno de los medios de corresponder a su soberana confianza, y de acreditarle nuestra gratitud, era el de aplicarnos a una tarea en que veíamos enlazados los derechos del trono y la gloria nacionales sobre bases y documentos irrebatibles». En cierto modo se trata, pues, de unhomenaje a Fernando VII; pero, sobre todo, el esfuerzo de D. Martínapunta una réplica, «desde la Historia», al desmoronamiento de lasHispanias de Ultramar: y en este sentido no deja de ser significativo
que los dos primeros tomos de esta magna obra aparezcan en 1825 -lafecha marcada simbólicamente por la batalla de Ayacucho-. Volveré
sobre ello.La aparición de la «Colección de los viajes y descubrimientos
que hicieron por mar los españoles desde fines del siglo XV», cuya
publicación se prolongaría en varios tramos -1829, aparición del ter-
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cer volumen; 1837, la del cuarto y quinto-, a lo largo de doce años
áureos para la ciencia española, marca una profunda y fundamental divisoria en la Historia de la historiografía hispanoamericana. Hasta ella,la única base de cuanto se escribía sobre los viajes de descubrimiento^a partir de Colón, lo constituyeron las crónicas. Robertson, por ejemplo, utilizó todas las fuentes conocidas en su tiempo, y su «History ofthe Discovery and Settlement of América» (1777) tuvo, en este sentido, el carácter de un compendio exhaustivo: culminó un ciclo. PeroNavarrete hizo envejecer, de golpe, esta obra, con el cúmulo de documentos desconocidos que los cinco volúmenes de su Colección contenían. Es cierto que ya en 1779 se había proyectado una gran Historiadel Nuevo Mundo que debía realizarse con material de archivos. Peroel colosal esfuerzo de Juan Bautista Muñoz, encargado de llevarla a lapráctica, no pasó del primer tomo de su «Vida del Almirante», queparadójicamente adolece del defecto de carecer de toda clase de documentos y notas justificativas, precisamente porque su autor reservaba
éstas para un segundo volumen, que quedaría sólo a medio concluir, ysin publicar. El acervo documental atesorado por Muñoz en la RealAcademia de la Historia fue, por cierto, una de las bases del trabajo deNavarrete, pero no la única: ya hemos visto cómo trabajó desde 1789en el allegamiento de fuentes documentales; trabajo culminante con elhallazgo, en el archivo del Infantado, de los Diarios del primer y deltercer viajes de Colón, conservados en manuscritos del Padre Las Casas; hallazgo que, por sí sólo, se hubiera bastado a hacer célebre el
nombre de Navarrete, y que antes que nadie pudo utilizar el propioMuñoz: porque el intercambio en los avances y descubrimientos de unoy otro sabio es un caso ejemplar de solidaridad intelectual.
Se comprende la expectación que en todo el mundo científico europeo suscitó la obra de Navarrete. Merece la pena citar a este respec
to, una vez más, el elogio de Humboldt: «Esta obra de Martín Fernández
de Navarrete, emprendida en vastas proporciones y redactada en todassus partes con sana crítica, es uno de los monumentos históricos más
importantes de los tiempos modernos».No le fueron en zaga los extremos encomiásticos del Vizconde de Santarem, que miraba a D. Martín
como su mentor y maestro. Todavía en 1892, el gran año del centenario
-cuarto centenario- colombino, afirmaba Finke que «este monumento
de gigantesca erudición» seguirá siendo siempre «ii.aispensable al historiador». En nuestros días, cuando el ciclo de las grandes series documentales sobre el Descubrimiento -cuyo segundo jalón fue, precisa
mente en 1892, la «Raccolta colombiana» publicada en Italia- ha dado
cima a la monumental «Colección documental del Descubrimiento»,de nuevo se ha rendido homenaje al precedente navarretiano en el excelente prólogo de Ramón Ezquerra y en la gran Introducción de Pérezde Tudela.
Pero es necesario subrayar que la obra de Navarrete, aparte suvalor específico y objetivo, supuso, en los días en que vio la luz, según antes advertíamos, un conmovedor esfuerzo reivindicativo cuan-
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do hacía crisis el Imperio español en América. D. Martín no podía detener el curso de la Historia; pero sí oponer un mentís rotundo a cuantos pretendían amparar y justificar la revolución de allende el Océanocon un falseamiento de la acción española en el Nuevo Continente. Estefondo polémico añade a la obra de D. Martín una virtud de la que care
cía la gran «Historia del Almirante» iniciada por Juan Bautista Muñoz,en quien se ha echado de menos, dentro de su perfección clásica, latotal carencia de emoción: le falta, como escribe Ballesteros, «el sagrado fuego pasional». Mas en Navarrete, ese «sagrado fuego» no significa, en modo alguno, un fallo en el maravilloso equilibrio de su pensamiento: lo que él opone a las exageraciones e invectivas de lospolemistas de un extremo, no es la contrapartida en el extremo opues
to" es, limpia y sencillamente, la verdad depositada en las huellas venerables del pasado. Estaba muy reciente -puesto que se publicó en1818- la obra del italiano Bossi: un libro rebosante de odio contra España, y tan poco conocedor de nuestra Historia, y aún de nuestra geo
grafía que confunde nada menos que el reino de Granada con el deNavarra y da por capital de España, en tiempos de los Reyes Católicos, a Madrid. «Tales desafueros -escribe Menéndez Pelayo- no eran
posibles ya después de la «Colección de los viajes y descubrimientos»,
a la cual comenzaron a acudir, como a fuente purísima, cuantos que
rían saber a ciencia cierta lo que por tanto tiempo habían embrollado la
fantasía y la calumnia». .Al cabo de siglo y medio, la obra a que acabo de referirme -la
«Colección documental del Descubrimiento»- ha venido a significar
lo mismo: tras los fastos del V Centenario, que pasaron como de puntillas por lo propiamente histórico, abrumados bajo la ola de desprestigio lanzada por la disparatada imputación de genocidio en que se
quiso resumir la ingente labor de España en América, la Real Academia de la Historia contrapuso un esfuerzo de investigación objetivacon el Congreso de Historia del Descubrimiento celebrado en Madridy Sevilla a finales de 1991. Y ahora, tres años más tarde, la publicación de la «Colección Documental del Descubrimiento» viene a ser, a
un mismo tiempo, última consecuencia de la tarea científica yreivindicativa de Martín Fernández de Navarrete, y homenaje inesperado al gran sabio, al publicarse en el 150 aniversario de su muerte,
que ahora conmemoramos.
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LA COLECCIÓN
FERNÁNDEZ DE NAVARRETEDEL MUSEO NAVAL
Dolores HIGUERAS RODRÍGUEZ
Jefe de Conservación e Investigación del Museo Naval
Es para mí orgullo y satisfacción poder colaborar hoy, con mispalabras, a presentar a ustedes uno Je los aspectos más valiosos de laobra de Martín Fernández de Navarrete. Su figura inspira a diario nuestrotrabajo y esta institución que él colaboró a crear, a finales del sigloXVIII, conserva con respeto una parte significativa de su obra comoinvestigador e historiador.
Cientos de las páginas manuscritas que hoy conserva el MuseoNaval o se custodian en el Archivo General de Marina Alvaro de Bazán,lo son de D. Martín, con su letra pulcra, elegante, igual y menuda; taninvariable al paso del tiempo que como señala Guillen ' «años antes demorir, sus escritos podían confundirse con los del antiguo caballeroGuardiamarina» .
Mi satisfacción es doble porque en esta hermosa aventura científica y cultural en la que Martín Fernández de Navarrete es figura protagonista, están involucrados, de una manera u otra, todas las grandes
figuras de la Marina ilustrada, período apasionante y atractivo de nuestroúltimo renacimiento marítimo, al que he dedicado 25 años de mi vidaprofesional.
Como tantas aventuras prodigiosas, de este último tercio delsiglo XVIII, la aventura intelectual a la que es llamado nuestro joven Martín (a la sazón con 25 años). Se inicia con una propuestaelevada a Antonio Valdés por José Mendoza y Ríos el 20 de septiembre de 17872.
Esta propuesta la encabeza Mendoza con la siguiente frase «elapoyo que encuentra en V.S. todo lo que se encamina al bien, me llevan
a presentarle una idea en que creo concurren, el mío particular y miutilidad en el servicio [...]».
Esta frase inicial es muy representativa del aprecio de Mendozapor la voluntad y la eficacia que Valdés había desarrollado en sus Ministerios, en apoyo decidido de una profunda renovación científi-
1. Guillen, Julio Fernando: «Cómo y porqué se formó la colección de manuscritos de
«Fernández de Navarrete». Madrid. Instituto Histórico de Marina, 1946. pp. XVIII.
2. Archivo General de Marina Alvaro de Bazán. Sección Archivo Histórico, legajo
4.834. Comisiones en el extranjero de José Mendoza y Ríos.
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ca de la Armada, proyecto trascendental en el que hay que reconocer
a Valdés protagonismo indudable.Algo más adelante Mendoza le dice a Valdés en su propuesta lo
siguiente: . .«Después de muchos años de estudio de las ciencias exactas, siento
la necesidad del trato de los hombres grandes que residen en las Academias extranjeras V.E. reconocerá que algunas palabras de los maestros del Arte pueden perfeccionar y despertar ideas que no se tendrían,a costa de mucho tiempo de penoso estudio. Pero a ésta se añade otraventaja no menos considerable. El que aspira a una verdadera utilidad,
busca los conocimientos teóricos para aplicarlos al uso de la sociedady ésta es una obligación que en el hombre de carrera, se contrae a losasuntos prácticos propios de su instituto. Mas, cómo podrá conseguir
lo sin haber examinado el estado de las demás naciones en el mismoramo Por falta de estas luces, podría trabajar años enteros para llegara un resultado que le pareciese adelantamiento y sólo fuese un paso,
andado con mucha anticipación en otra parte [...]».Utilitarismo y europeísmo, he aquí ya reunidas las dos ideas ca
pitales que impulsan a esta generación de marinos-científicos que van
a llevar a España a su última y definitiva aventura como gran potencia
marítima en América y en el Pacífico.Con esta inquieta idea en su ánimo, Mendoza prosigue exponien
do al inteligente Ministro los beneficios que se seguirían de un viajesuyo por Europa «para adquirir» dice «una completa instrucción delverdadero estado de la Marina en Europa tanto en teórica como en practica,
fuerza, y sistema interior y político».A estos fines añade Mendoza el estudio de la química experi
mental, la metalurgia y la mineralogía, ciencias, dice poco cultivadas
en España.A esta primer propuesta sigue un prolijo y extenso «plan de via
je» que Mendoza eleva a Valdés el 28 de febrero de 1788 \ animadopor la rápida contestación de Valdés a su primera propuesta, que, en
orden reservada de 21 de septiembre (un día después de la propuesta
de Mendoza) le ordena «la formación de un plan de viaje» más extenso
V pormenorizado.
En este nuevo y extenso plan de febrero del 88, Mendoza intro
duce nuevos elementos que interesan a nuestro proyecto.
1.- Propone como compañero de viaje a José Lanz para desarrollar
sus posibilidades ya prometedoras como matemático.2 - Insinúa que este viaje «de estudios» por Europa debería propiciarse
para otros oficiales de Marina prometedores en el estudio de las cien-
3. Archivo General de Marina Alvaro de Bazán. Sección Archivo Histórico. Legajo
4.835. Comisiones en el extranjero de José Mendoza y Ríos.
36
cias (Estudios mayores) 4 «2 ó 3 oficiales para estudiar en París» dice«las ciencias en que no pueden formarse con tanta facilidad y perfección en España [...]».
3.- Señala a continuación la necesidad de abordar un «Derrotero General de las Costas de Europa» bajo la dirección de un sujeto queuniformice todos los trabajos y los adorne con los correspondientes discursos y noticias generales.
4.- En cuarto lugar manifiesta, ya con toda claridad que la principalfinalidad de su viaje será la pintura del actual estado de la Marina Europea bajo dos puntos de vista:
A) La Armada Naval de cada nación, en sí.
B) La Marina considerada políticamente.
Ambos puntos de vista importantes y complementarios le permitirán valorar dice, desde la ilustración y práctica en que se halle laeducación de sus oficiales o la averiguación de sus efectivos reales; alsistema de construcción naval y estado de sus arsenales, hasta el desarrollo industrial y el Gobierno político y la relación entre la Marina deGuerra y la Mercante.
5.- Como objetivo prioritario presenta también Mendoza «Reunir unacolección de tablas necesarias o útiles en la navegación» para su publicación.
6.- Señalando, a continuación, como muy necesaria, «la adquisiciónde un buen maestro instrumentario, capaz de formar otros a su vez y deestablecer en la nación este ramo de industria, sin el cual -dice- mendigaremos siempre los medios más necesarios para ejecutar con aciertolos viajes marítimos 5».
Sin duda Mendoza es ya plenamente consciente de la importanciadecisiva de los nuevos cronómetros marinos que están siendo ya adquiridos en Londres y utilizados por la Armada Española.
7.- Por último manifiesta la necesidad imperiosa de destinar a estacomisión un escribiente que además sea buen dibujante para que copielos documentos y dibuje los planos que considere útiles para su comisión.
Como puede verse Mendoza propone a Valdés desarrollar, entres años, por una parte, un examen exhaustivo del desarrollo científico-marítimo de las potencias europeas y una evaluación de sufuerza real.
Por otra, crear la infraestructura científica y tecnológica que permita a España ponerse a la altura de las más desarrolladas y potentesmarinas europeas.
Mendoza, esboza a Valdés un proyecto, sin duda atractivo al
4. Mendoza, menciona expresamente a Francisco Ciscar y en todo caso dice, debe
consultarse a Cipriano Vimercati, Director de la Academia de Guardiamarinas para que señalelos discípulos más relevantes.
5. Mendoza propone que vaya con él Juan Martínez, hijo del instrumentario del Arsenalde Cádiz, para formarse en París y sobre todo en Londres.
3 7
Ministro sabio. Un proyecto característico de la actividadcientíficailustrada: el europeísmo y el utilitarismo, encuadrados en unesquema «institucionalizado» para garantizar continuidad y fluidez ala comunicación entre «actividad científica» y «poder político '». Cien
cia europea al servicio de un fin práctico que era además útil, a losintereses del Estado. Tan útil, que esta ciencia ilustrada eficaz e inteligentemente dirigida a la renovación profunda de la Armada impulsa laúltima gran expansión marítima española y potencia la presencia política española en la América ultramarina y el Pacífico haciendo posibleque en España se recupere la soberanía marítima cedida años antes, a
ingleses, franceses y holandeses.En este ambicioso plan de renovación y en esta inteligente polí
tica naval van a comprometerse todos los grandes marinos de la época Jorge Juan, Romero y Landa, Vigodet, Rovira, Mazarredo, Alcalá-Galiano Córdoba, Tofiño, Várela y Ulloa, Moraleda y Montero,Oyarvide, Bodega y Cuadra, Bauza, Espinosa y Tello, Malaspina,Bustamante, Cevallos, Navarro -Marqués de la Victoria-, Mor de Fuentes, Lardizabal, O'Scalan, Vimercati, Ciscar, Sanz de Barutell, VargasPonce, Mendoza y Ríos y nuestro Martín Fernández de Navarrete en
tre otros muchos.Desde diversos ámbitos como: nuevos planes de estudios para
la formación de los oficiales; organización de expediciones científico-marítimas; modernos levantamientos cartográficos con cronómetros;
planes de construcción naval; escuelas de ingeniería; hospitales; ycomisiones de adquisición de instrumentos y libros científicos en elextranjero o copia de documentos para escribir la definitiva historiamarítima de España. Todos concurrían a un mismo fin, informar alEstado para propiciar un Gobierno más útil y más poderoso.
Como resultado del proyecto presentado por Mendoza a Valdés,
Francisco Gil y Lemos -al que Valdés solicita opinión- 7 plantea alMinistro la creación de una academia de ciencias de Marina en Cádiz,para que'«este proyecto (el de Mendoza) tenga la debida consistenciay produzca las ventajas que la nación necesita.
Gil y Lemos; ilustrado como el propio Valdés propone traer «doso tres profesores extranjeros de conocida reputación en la europa para
que sirvan de apoyo y crédito a la nueva academia que será el únicomedio de que estos estudios tengan el alto concepto que merecen y se
continúen por largo tiempo».
6. Véase: Higueras Rodríguez, Ma Dolores: «El marino ilustrado y las Expedicio
nes Científicas» II Jornadas de Historia Marítima: «La Marina de la Ilustración». Cuader
nos monográficos del Instituto de Historia y Cultura Naval n° 2. Madrid 1989.
7. Carta de Francisco Gil y Lemos a Antonio Valdés informándole a cerca del plan
propuesto por Mendoza y Ríos. 17 de abril de 1788. Archivo General de Marina Alvaro de
Bazán. Sección Archivo Histórico. Leg. 4.835. Comisiones de Mendoza en el extranjero.
38
Nuevamente se pone de manifiesto la preocupación ilustrada por«garantizar» la adquisición de conocimientos mediante lainstitucionalización. En este punto enlazamos directamente con lascomisiones para acopiar manuscritos relativos a la Marina que hoynos ocupa, pues el siguiente proyecto que viene a unirse a la con
centración en Cádiz de un número ya relevante de instituciones,desde las que se pretendían apoyar el progreso científico ilustrado,'va a ser la creación de una gran Biblioteca de Marina donde pudieran reunirse para la formación de los oficiales «cuantos manuscritos inéditos pudieran encontrarse tanto en los archivos del Reinocomo en los particulares que pudieran ser útiles a la proyectadahistoria de la Marina».
Este proyecto asociado por Valdés al ya propuesto por Mendozay Ríos se le encarga asimismo a este capitán de fragata sevillano,cultísimo, como nos dice Guillen, que ante* de partir para su proyectado viaje por Europa propone a Valdés:^ que se comisione avarios oficiales de marina con suficiente vagaje de humanidades queacopien para la Biblioteca proyectada, cuantos manuscritos inéditos se pudieran localizar, tanto en los Archivos del Peino como en
los de los particulares que pudieran interesar para redactar una historia de la Marina que sirva luego tanto para servir a la ciirio»Maddel erudito, cuanto a ilustrar a los comandantes de buques en susviajes de exploración».
En efecto Valdés comisiona a José de Vargas Ponce; a Juan Sanzde Barutell y a Martín Fernández de Navarrete. Con tan sólo 25 añosnuestro Martín recibe la siguiente Real Orden 8:
«Determinada por el Rey la formación de una Biblioteca de laCiencia Naval bajo la dirección del capitán de fragata jOaéd' Mendozay Ríos, ha resuelto S.M. que se reúnan en ella cuantos M.S.S -lativosa marina existan en los Archivos de Sevilla, Simancas, y . RealMonasterio, habiéndose servido comisionar a V.M. para que pasv 'los,los reconozca y saque copias de dichos documentos; pues S.h tápersuadido de que el celo, aplicación e inteligencia de V.M. correspe -derá la confianza de este encargo.
Para los viajes de V.M. su subsistencia y pago de un Escribientele ha consignado S.M. el doble sueldo de un empleo y además se leabonarán todos los goces de embarcado. Lo cual comunico a V.M. parasu inteligencia y Gobierno mientras le remito la instrucción para la ejecución de sus trabajos Dios guarde a V.M. muchos años San Lorenzo15 de octubre 1789 V
Esta R.O. de Valdés de 15 de octubre de 1789 va acompañada deotra comunicándole, ese mismo día al Conde de Floridablanca la comisión del joven Martín a Simancas y al Escorial y a la Secretaría deIndias lo mismo «por lo tocante a Sevilla».
8. Archivo General de Marina «Alvaro de Bazán» Sección Histórico. Leg. 4.835.
9. A.G.M. Alvaro de Bazán. Sección Histórico. Leg. 4.835.
39
Se inicia aquí un proceso cuya dinámica es siempre rapidísima es evidente que el «asunto» interesa a Valdés y la burocraciaactúa durante muchos años activa y eficazmente 10. Así puede seguirse en la voluminosa documentación conservada en el ArchivoGeneral de Marina como, durante los casi siete años que dura lacomisión de Fernández de Navarrete, las respuestas a sus peticio
nes o a sus solicitudes son atendidas con muy pocas fechas, a vecestan sólo dos días, por el sabio Ministro. Esta agilidad burocrática
caracterizará todo el proyecto.El mismo 15 de octubre de 1789 en que se comisiona a D. Mar
tín- Valdés vigila con adecuadas instrucciones que se le ayude en loque sea menester, ordena a Mendoza y Ríos que «forme y remita lasinstrucciones para los trabajos de Navarrete "».
Mientras Mendoza redacta las instrucciones solicitadas por Valdés,
Fernández de Navarrete acusa recibo del oficio del Ministro '2 y agradece al Rey su elección considerando es «fruto de sus estudios» quedebe dice D. Martín enteramente a S.M. que proporciona «conocimientos
e instrucción» en todos los ramos a la juventud de su Real Armada.Recordemos que por ese entonces Fernández de Navarrete cursaba losacreditados y durísimos «Estudios Mayores», en Cartagena, bajo la di
rección de Gabrjel de Ciscar.El 28 de octubre, 13 días después de recibir la orden de Valdés,
Mendoza y Ríos envía sus instrucciones 1? para la Comisión de D. Martín
que dicen lo siguiente: ,«Como el acopio de manuscritos españoles, relativos a Mari
na deben concurrir a formar la Biblioteca de que estoy encargado,importa que V.M. me entere con frecuencia del estado de sus trabajos para que cotejados con los míos, le prevenga de todas partes,cuanto sea conducente para el mejor desempeño de nuestros res
pectivos objetos.En consecuencia de ello me notificará V.M. de cuatro en cuatro
meses el número y clase de noticias recogidas en cada Archivo, indicándome además en lo posible la importancia y número de las restantes A este parte cuadrimestre, indispensable aunque nada ocurra, agregara
V.M. cuantos pensamientos útiles le dicten su sagacidad y noticias ad
quiridas.
10. La Comisión se extiende desde el 1 5.10.1 789 a 3.7.1 795 en que queda «disuelta»
definitivamente.
1 1 A.G.M. Alvaro de Bazán. Sección Histórico. Leg. 4.835.
12. Oficio de Fernández de Navarrete a Valdés acusando recibo de la R.O. del Rey.
Abalos 26.10.1789. A.G.M. Alvaro de Bazán. Histórico. Leg. 4.835.
1 3. Los oficios de remisión están en A.G.M. Alvaro Bazán. Histórico Leg. 4.835: las
instrucciones propiamente dichas en el Archivo Particular de los Legarda en Ábalos.
40
Para que de ningún modo se malogren los frutos de su importante
trabajo, ni queden frustradas las ideas de la Superioridad por el sinies
tro uso que alguno pudiera hacer de tales documentos, es de suma im
portancia que no se vulgaricen sus noticias, y V.M. deberá informarse
una obligación de que ninguna copia salga de sus manos por pretexto
alguno, y de no satisfacer la curiosidad de otros sujetos que la de aqué
llos que autorice orden superior. Y en consecuencia representará V.M.
a la vía reservada sobre cualquier orden que se le dé por otro conducto,
relativo a manifestar Papel alguno.
Cuando el volumen de Papeles recogidos haga indispensable su
remesa a la Isla de León, los remitirá V.M. a D. Fermín de Sesma, a
quien prevendrá con un oficio procurando evitar todo extravío. Puede
ocurrir que la importancia de Manuscritos acopiados, o la precisión
que V.M. tenga de transferirse a otro Pueblo en busca de nuevos Do
cumentos, le obliguen a dirigir a la Isla de León los recogidos aun
cuando no sean en gran número y en semejante caso la practicará V.M.
con las mismas formalidades y prevenciones expuestas.
En los Archivos de Sevilla de su primer destino, y en los demás
que recorra sucesivamente principiará V.M. por la copia de los docu
mentos más modernos de nuestros días, y por gradación descenderá
V.M. de la época más moderna a la antigua más inmediata.
No pudiendo esto hacerse por este orden hasta que V.M. haya
clasificado todos los más documentos del Archivo para lo cual se ne
cesita tiempo, y éste pudiera entre tanto emplearse en adelantar las
copias, e ir avanzando la comisión; podrá V.M. hacerlo así en tales
circunstancias; pero volviendo luego a tomar el hilo cronológico, pres
crito para el buen orden de sus trabajos, observando así el espíritu de
este encargo, aunque las dichas u otras iguales circunstancias le ha
yan obligado a apartarse de lo literal en beneficio de la misma Comi
sión. Las demás prevenciones particulares sobre esto mismo las iré
comunicando a V.M. cuando los Partes cuadrimestrales me vayan dando
a conocer el estado individual de su trabajo.
Como los Papeles de diversos Ramos de Marina se presentarán
indistintamente a su vista, importa que V.M. guarde una orden conve
niente en su acopio. A este fin los ordenará V.M. por artículos, por
ejemplo arsenales: deben reunirse todas las providencias análogas a
su creación y progresos, así como la noticia de sus Jefes particulares,
Maestros de construcción, estableciendo de Maestranza, etc.
Las expediciones marítimas emprendidas por el Estado y ejecu
tadas, por cuerpo en forma de Armada, merecen un lugar distinto de
las empresas particulares, y en unas y otras deben distinguirse y reco
gerse separadamente las noticias de guerra de las de los viajes y des
cubrimientos. En estos singularmente debe V.M. poner cuidado en que
formen cuerpo separado los emprendidos por orden o autoridad Real,
de los practicados por el espíritu de novedad y descubridor de solos
Particulares.
Por el mismo modo debe V.M. ordenar todo lo perteneciente a la
4]
creación y estado de los cuerpos militares de Marina, de Pilotos y Ma
trículas; observando recoger en cada uno de estos artículos separada
mente las ordenanzas de su particular gobierno, y las preeminencias
otorgadas a cada uno en los diversos tiempos.
La inquisición de todos estos documentos lo conducirá a V.M.
naturalmente a los establecimientos de cuerpos o Escuelas Científi
cas, relativas a la construcción y Pilotaje, y cada uno de estos ra
mos deberá incluir separadamente lo que le pertenezca, como el
número y clase de sus maestros, y las demás constituciones que
observasen y que den a conocer el estado y naturaleza del Estable
cimiento.
El curso de sus trabajos lo guiará V.M. a la noticia de los Escri
tores de la Facultad en sus distintos ramos. Y en su consecuencia pro
curará V.M. adquirir ejemplares de todas las obras Nacionales relati
vas a Marina, y si éstas residiesen en manos de particulares, tratará
V.M. amistosamente con ellos sobre el asunto, y dará cuenta a la su
perioridad por si algo hubiere que vencer acerca de los precios o con
diciones que exijan.
Todos los establecimientos de comercio, formación de compa
ñías y privilegios otorgados en unos tiempos, y derogados en otros,
deben reunirse en artículo separado, y referir a él, según vayan ocu
rriendo, los establecimientos de guardacostas, y demás providencias
dadas para sus progresos y frustrar los contrabandos.
La Marina de la Corona de Aragón, tan respetable antiguamente
en el mediterráneo, merece en la recolección de sus Manuscritos un
lugar tan distinto del perteneciente a los de Castilla, como el que te
nían sus leyes y Gobiernos. Por consiguiente formará V.M. de dichas
noticias un Cuerpo de artículos separados. Para el efecto se informará
a V.M. de los lugares que contengan dichas noticias. Y a fin de obte
ner las licencias necesarias para registrar aquellos Archivos, como
cualesquiera otros que V.M. se le ocurran, me manifestara V.M. lo
que pensare, para representar a la Superioridad lo conveniente debe
resultar de lo que convengamos.
De todos los Papeles formará V.M. un índice prolijo, que pueda
servir para su misma colocación y posterior uso en la Biblioteca.
En cada copia pondrá V.M. sus referencias al original con toda
la exactitud conveniente para encontrarlo con facilidad siempre que
se ofrezca, y además añadirá V.M. su firma para autorizarla y no lopondrá V.M. hasta haber hecho el cotejo de las copias con sus origi
nales.
Dios guarde a Vm.ms.as.
Madrid y Ocbre. 28 de 1789.
José Mendoza y Ríos».
Mientras tanto y a requerimiento de Valdés, Fernández de
Navarrete elabora un completo informe acerca de los papeles relativos a la Marina y donde pudieran localizarse los relativos a cada épo
ca. Es realmente sorprendente la contundencia y erudición desplega-
42
da en el escrito por el joven D. Martín dedicado hasta entonces y tan
sólo, que se sepa, a sus estudios14.
El informe dice así:
«Las diversas constituciones de gobierno y reforma que ha pade
cido la Marina Española en los cuatro últimos siglos ha originado tal
dispersión en los Papeles relativos a Marina que con dificultad pueden
servir para la Instrucción del aplicado Marino.
El descubrimiento de la América llenó nuestro Gobierno tanto de
este asunto que por cuidar de él casi todos los demás se desatendían.
Consiguientemente el poder de la Marina hacia el Océano, que tantos
siglos se había mantenido sin salir del estrecho de Gibraltar. Las miras
políticas cambiaron; el espíritu de descubierta y conquista, los anhelos
de aprovecharlas hicieron producir ricas flotas y mantener numerosas
armadas para custodiarlas y emprender nuevos y arriesgados viajes.
De aquí la Armada de Barlovento la del la Avería, la del Sur, la de
Filipinas, etc. Y de aquí aquel gobierno en la Marina privativa del Consejo
de Indias en el cual se ventilaban todos los asuntos pertenecientes a
ella, y se fomentaban los descubrimientos científicos que podían
enriquecerla. Acaso mucho tiempo antes que la Inglaterra erigiese su
Almirantazgo y su Junta de Longitudes que con tanta pródiga magnifi
cencia ha ofrecido y dado cuantiosos premios a los que han adelantado
este ramo de Navegación se habían presentando ya en el Consejo de
Indias los N.N. los trabajos náuticos intentando resolver los problemas
difíciles de la Aguja fija y de la Longitud estimulados de los premios
ofrecidos por aquel Tribunal y por la munificencia de Felipe II. Estos
trabajos científicos en unos tiempos en que se carecían de tantas luces
matemáticas y física sin que aún con las de nuestro siglo han formado
el escollo de los Matemáticos y tormentos de los Navegantes, deben
ser apreciables y es natural que parasen entre los demás papeles co
rrespondientes a aquel consejo.
También el de Guerra tuvo a su cargo el Gobierno de la Marina si
bien en uno y otro había una Junta llamada de Armadas, compuesta de ex
perimentados oficiales y Ministros de Marina. Tengo presente que sobre
construcción de Buques hubo diversas determinaciones en esta Junta hacia
los años de 1606 y que repitiéndose las tentativas se hicieron nuevas Juntas
en 1611, 1618 y como en la construcción no obraba la Mecánica, ni el cala
do las tentativas eran infructuosas, deslizándose acaso de uno en otro ye
rro. De esta y otras determinaciones acaso habrá noticia en el Archivo de
Guerra o en la Secretaría de Estado de ella.
Entre la copiosa colección de M.SS. de su Biblioteca Real, exis
ten varios relativos a Marina y sé que por los años de 1768 se preguntó
a nombre de ella al Comisario Manuel Zalvide por la ordenanza de
1567 sería útilísimo que se franqueasen estos papeles para copiarlos
por la Biblioteca de Marina.
14. Documento actualmente en el Archivo Particular de los Marqueses de Legarda en
Ábalos.
43
Cuando el Consulado de Mar de Barcelona ha sido la norma y
pauta por todos los de su especie en Europa, cuando nuestro Pedro
Medina fue el primero que redujo a Arte metódico su navegación y
¿no debemos esperar hallar entre estos venerables depósitos de nues
tra antigüedad, hallazgos útiles que olvidados por nuestra incuria sirvan
todos de gloria a otras naciones que se jacten de tales descubrimien
tos?.
El descuido con que se han mirado los papeles ha producido
otro daño. Las almonedas, de un Ministro, de un hombre aplicado, de
un estudio presentando muchos de estos apreciables documentos al
arbitrio del comprador, cargaban los embajadores extranjeros con los
que juzgaban más útiles y esta es la causa de que en Inglaterra apa
rezcan cada día monumentos españoles del siglo XV y XVI. Conven
dría prevenir esto a Mendoza para que indague el poder de algunos
mientras sus viajes.
Cuando León Pinelo escribía su Biblioteca Náutica existían mu
chos Papeles Marítimos en poder de particulares, de los cuales poseía
muchos el Sr. Barcia, Consejero de Castilla. La librería de este sabio
Magistrado pasó al convento de Benedictinos de S. Martín de. esta
Corte, y es natural que también los M.SS. Sería importante hacer esa
averiguación, y sacar de unas manos muertas unos bienes de cuya cir
culación se debe prometer tanto incremento en los estudios de nues
tras antigüedades Marítimas.
Como la recolección, reconocimiento copias y confrontacio
nes de estos M.SS. con las circunstancias que expresa la Instruc
ción requiere más auxilios que los que se me consignaron en la RealOrden de 15 de octubre creo de mi obligación solicitar desde ahora
nuevos auxilios y a lo menos dos escribientes más; y a fin de que la
Instrucción que va a ofrecer la ejecución de la misma comisión que
de refundida en el cuerpo de la Armada, me parece oportuno que
estos escribientes fuesen del Cuerpo del Ministerio de Marina, ele
gidos de buena conducta y aplicación y que puestos a mis órdenes
para copiar los M.SS. ya reconocidos por mí, se les atendiese el
trabajo de esta comisión para sus ascensos sucesivos según el es
mero que indicarían los informes que sobre ellos pasaría ya a su
respectivo Jefe.
Éstas son las reflexiones y noticias sobre papeles de Marina que
puedo ofrecer al juicio de V.E sólo como fruto de mi curiosidad. La
comisión de que V.E. me ha encargado nuevamente para el reconoci
miento de los principales Archivos del Reino, me dará otras luces y
conocimientos que podré exponer a V.E. en otra comisión sin tanto
riesgo de equivocarme. En lo que seguramente no lo habrá será en
manifestar a V.E. desde ahora que sus sabias y oportunas providen
cias para la metódica recolección de estos Papeles interesantes al paso
que los liberta en lo sucesivo de la lastimosa dispersión que han pare
cido, van a ofrecer su instrucción a multitud de Profesores Marinos y
a hacer circular sus conocimientos sólo hasta ahora depositados en la
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lobreguez de un Archivo que perpetuado en sí la utilidad del estableci
miento, sea un monumento eterno erigido a la grata memoria del Mi
nistro que lo fomentó».
Es evidente, a la vista del escrito, que el sabio Valdés ha elegido
con cuidado y ha acertado nuevamente como tantas otras veces en su
juicio.
Fernández de Navarrete comienza su comisión con algunos re
trasos debidos a alteraciones de su salud pero entre junio y septiem
bre de 1790 produce dos nuevos documentos que demuestran que se
halla ya impuesto en sus nuevas tareas y gestando lo que serán impor
tantes resultados finales de su comisión, además de la magnífica co
lección documental, el Diccionario y la Biblioteca Marítima.
En el primero de los documentos citados D. Martín redacta «una
indicación de la forma -dice- en que comprendo se pueden ejecutar
los índices de M.SS. en las Contadurías Principales de los Departa
mentos de Marina 15 ».
Proyecto este que, secundado por Valdés se pondrá en marcha
en mayo de 1791 con órdenes precisas a los Intendentes de las conta
durías principales de Cádiz, Ferrol y Cartagena l6. En este sentido
Navarrete, había solicitado a Valdés que los índices levantados en los
departamentos contuvieran relación prolija de todas las Reales Orde
nes, Títulos, Despachos, Cédulas, Instrucciones y Asientos, conser
vados para «no duplicar la copia de los ya existentes».
En su «indicación acerca de los índices» redactada meses antes,
el 11 de junio de 1790 señalaba para los mismos orden cronológico y
ajuste a los siguientes artículos: Astilleros y Arsenales; Armamentos
y Escuadras; Expediciones Marítimas; Cuerpos de Marina; Escuelas
Científicas; Escritores de Marina y Establecimientos de Comercio.
La actual Colección Fernández de Navarrete responde, en todo,
a esta estructura proyectada en 1790, apenas iniciada su comisión, lo
que indica a mi entender que D. Martín poseía ya conocimientos pro
fundos y bien jerarquizados.
El otro documento del que hablábamos de 12 de septiembre de
1790 es a mi modo de ver también relevantísimo. En él se dice entre
otras cosas: n
15. Este documento tiene fecha de 11 de junio de 1790, lo redacta Fernández de
Navarrete en Madrid y actualmente se custodia en el A.G.M. Alvaro de Bazán. Histórico.
Leg. 4.835.
16. En 18 de mayo de 1791 eran intendentes Joaquín Gutiérrez de Ruvalcava en
Cádiz; Diego Quevedo en Cartagena y Máximo Du-Boucher en Ferrol: la extensa docu
mentación que dichas órdenes generaron se custodia en A.G.M. Alvaro de Bazán. Secc.
Histórico Leg. 4.835.
17. Es oficio de Fernández de Navarrete a Valdés de 12 de septiembre de 1790
A.G.M. Alvaro Bazán. Histórico. Leg. 4.835.
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«Excmo. Sr.
El incremento que va tomando el acopio de Papeles Marítimos
que voy reconociendo entre los M.SS. de la Biblioteca Real; el para
dero de otros varios que he indagado entre los que existen en la Bi
blioteca de San Isidro El Real, en la del Excmo. Sr. Duque de Medinaceli,
Archivo del Excmo. Sr. Marqués de Santa Cruz, etc. además de otros
copiosos depósitos sumamente apreciables, que me avisan de algunas
Provincias del Reino, con especialidad de San Sebastián van, dando
tal amplitud a este ramo de mi comisión que es preciso parezcan me
nores, en la misma razón de este acrecentamiento, los medios con
quese avanza en ella, o muy lentos los pasos con atención a los mu
chísimos que restan. A esta consideración puedo desde luego agregar
las que me va haciendo palpar la experiencia en lo que se ha trabaja
do y trabaja actualmente. La rareza de los caracteres y formas de le
tras, las frecuentes cifras desusadas hoy, la malísima y viciosa orto
grafía de cuando no había sistema constante de ella y los términos
técnicos de Marina anticuados, con otras circunstancias análogas a
los papeles antiguos, hacen caminar en las copias con suma pausa y
lentitud, deteniendo a los copiantes para leer y penetrar el sentido de
lo que han de escribir, y consultarme sus dudas; sin que aun esto bas
te para que su impericia no les haga incurrir en otros yei ~os que inuti
lizan alguna vez las copias, cuando se advierten en las prolijas con
frontaciones que se hacen. Esto manifiesta desde luego que los escri
bientes para una comisión tal, no pueden ser escribientes meramente
copiantes y de uso común, y la práctica en otras ocasiones semejantes
ha acreditado esta verdad antes de ahora. Además de esta calidad,
necesitase aumentar en el día su número; y V.E. podrá determinar en
vista de las reflexiones expuestas, si será más oportuno elegir algún
Meritorio más o si tomarlos aquí ajusfándolos por un tanto diario. Si
V.E. se inclina a lo primero no puedo dejar de proponerle desde ahora
al Meritorio del Departamento de Cartagena Joseph Bazterrechea en
quien, según informes de aquel contador Principal concurren circuns
tancias para el desempeño y actitud para progresar en la comisión.
Dos trabajos útiles y apreciables ofrece esta comisión por sí misma
y he emprendido desde luego, como análogos al cabal desempeño de
ella, o a las ventajas de que puede ser susceptible. Uno es la adquisi
ción de exóticas y anticuadas voces náuticas, que siendo preciso defi
nir y aclarar al fin de los M.SS. copiados, para inteligencia de cada
uno, como desusados hoy día la mayor parte voy acopiándolas al tiempo
de las confrontaciones, y buscando después su verdadera definición,
y según el sentido a que se aplica ya según su etimología o derivación
en los Diccionarios a que pueden corresponder, habiendo muchas de
origen portugués, pues como esta Nación emprendió en los siglos XV
y XVI tantas navegaciones nuevas, y llegó a ser no menos experimen
tada que famosa en la Náutica, aumentó igualmente la nomenclatura
de esta facultad, teniendo la gloria de que muchos términos fuesen
adaptados por la Marina Española. Insensiblemente, al fin de la Co-
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misión habré recogido gran copia de estas voces autorizadas por los
mismos Autores y escritos que se copian y por lo mismo de mayor aprecio
para enriquecer el Diccionario Náutica que espera la Marina de la pro
tección con que V.E. mira todos los ramos de su ilustración y cultura.
El otro trabajo es la formación de una Biblioteca Marítima Española
que a la noticia de las obras impresas y M.SS. en los varios ramos de
nuestra facultad, añade el mérito o análisis de cada una, y las memo
rias relativas a Autores con aquella concisión peculiar de esta clase de
obras Bibliográficas: conocimientos que debiendo adquirirlos yo en el
reconocimiento de los M.SS. y en la elección de los impresos para feliz
desempeño de mi obligación, y no siendo posible adquirirlos sino en
unos viajes y registros como los míos, puedo facilitarlos en esta obra,
excusando a otros las materiales fatigas que costará su formación para
instruirse en este ramo de nuestra Literatura, y cuyo trabajo puede mi
rarse con más propio complemento de las tareas de mis actuales encar
gos.
Como la colección de Obras Marítimas de nuestros antiguos Es
pañoles debe concurrir en la Biblioteca no sólo como fuentes de doctri
na para la juventud aplicada de la Real Armada, sino como monumen
tos de unas glorias literarias de que en Europa éramos en su tiempo los
únicos depositarios, voy procurando, con arreglo a las Instrucciones,
comprar cuantas se me presentan; pero como esto no suele ser regular
en unas obras extremamente raras, cuya adquisición suele ser más efecto
de la casualidad que del más exquisito esmero en inquirirlas, me ha
ocurrido hacer presente a V.E. que hallándose en la Armada muchos
oficiales curiosos a quienes sus viajes a diversas ciudades ha propor
cionado el logro de muchos de estos Autores antiguos que tanto esca
sean, y quedando regularmente obras tan singulares por muerte de sus
dueños expuestas a una dispersión o mal empleo, ya en Almonedas, o
ya mal compradas de quienes no saben apreciarlas, se pudiera encar
gar desde luego a los Mayores Generales que en falleciendo cualquier
oficial se formase inventario exacto de todos sus libros, para que remi
tidos a la vía reservada se pudiesen aprovechar para la Biblioteca aquellos
que se juzgasen de mayor estima y consideración: providencia que por
ser según el espíritu del artículo 12 Tit. 6 Trat. 6 de las Ordenanzas de
la Armada, que manda recoger cuidadosamente todos los Papeles que
se encontrasen de la profesión del difunto, o que tengan conexión con
el Real servicio, no podrá menos de merecer la aprobación de V.E. y
más cuando así se lograrán acopiar por mucho menos precio obras que
de otro modo no lo tienen, por la excesiva estimación que les da su
escasez misma.
Sería frecuentísimo con este método el multiplicar en diversos
inventarios o espolios una misma clase de obras; pero además de que
semejante multiplicidad enriquecía la Biblioteca con variadas edicio
nes de una misma obra, se podrían beneficiar o vender las duplicadas
de una misma edición, reservando de éstas la de mejor encuademación
y trato para el uso general de la Biblioteca.
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Para dar principio a ésta con un pie de selectas obras, en verifica
ción de la idea propuesta, se podrían ceder o agregar para aquel útil
establecimiento, las que existen de las Testamentarías del Excmo. Sr.
Basilio Fr. Julián de Arriaga, Jorge Juan y Manuel Zalvide, que ade
más de ahorrar este gasto a la Real Hacienda, están actualmente sin
uso alguno en el Archivo de la Secretaría.
Con los M.SS. como ya está determinado por el expresado art. de
ordenanza se podría observar un orden semejante clasificándolos des
de luego para colocarlos en el lugar de la Biblioteca, o Sala de M.SS.
adonde pertenezcan. Son muchos los oficiales que no sólo en Derrotas
y Diarios de sus mismos viajes y comisiones, sino en Apuntaciones
sueltas, hayan extendido observaciones propias sobre algunos puntos
de la facultad. Un Director o Maestro de Guardia-Marinas, un Ingenie
ro o Constructor, un oficial Piloto, otro marinero o Táctico suministra
rán útiles M.SS. sobre estos ramos de su particular aplicación, que
además del carácter de originales, tendrán por nuestros sucesores todo
el aprecio que les dé la ancianidad que vayan adquiriendo. Como será
factible lograr alguna vez entre estos espolios de M.SS. una que otra
colección de Papeles antiguos, será este acaso de sumo valor para la
Biblioteca, que deberá reservarlos con aprecio aunque entre la colec
ción metódica de que estoy encargado se halle copiado aijuno de aque
llos documentos.
Tales son los medios que me parecen obvios y acertados para
el logro fácil y económico de la parte de la Biblioteca que está a mi
cargo; y creería faltar a mi obligación se ahogasen todos los impul
sos de mi celo dirigidos a la mejora de aquel establecimiento y al
eficaz expediente de mi comisión. V.E. rectificará mis ideas, y les
dará la aplicación que juzgue más conveniente al acierto que tan
vivamente deseo.
Dios guarde a V.E. ms. as.
Madrid a 12 de septiembre de 1790».
Nuevamente la celeridad burocrática sorprende, tan sólo 8 días
después Valdés IR concede todo lo solicitado:
1) Un cualificado meritorio del Ministerio (José de Basterrechea)
para que lo ayude en las copias.
2) Que pasen a la propuesta Biblioteca de Marina, los libros de
mérito de los oficiales difuntos; iniciándose este precioso depósito con
las Bibliotecas de Julián de Arriaga, Jorge Juan y Manuel Zalvide.
18. El oficio de Valdés es de 20 de septiembre de 1790. A.G.M. Alvaro de Bazán.
Histórico. Leg. 4.835.
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Entre octubre de 1790 y diciembre de 1791, Fernández de Navarrete
acopia M.SS. en El Escorial, la Casa de Santa Cruz; la Biblioteca de
San Isidro; los Archivos de temporalidades y las bibliotecas de los jesuítas
expulsos y propone revisar los archivos de la Casa de Alba19. Abruma
do por la tarea todavía pendiente, Fernández de Navarrete escribe de
nuevo a Valdés 20 exigiendo que José Vargas Ponce entregue los M.SS.
que retiene para sí, de los copiados en El Escorial en anteriores comi
siones por cuenta de S.M. Así, en tono de gran indignación, poco habi
tual en D. Martín, dice a Valdes:
«He asistido varios días después de mis horas de Biblioteca al
Archivo de la Secretaría del Despacho Universal de Marina para
ver si permanecían en él los documentos que en otras ocasiones se
hubiesen copiado en aquel Real Sitio con algún fin particular. Pero
aunque, en efecto, hay noticias de que se trajeron algunos años pa
sados (...) no ha aparecido allí papel alguno (...). Según he sabido
días ha, existen en poder del teniente de navio José de Vargas y
Ponce que fue comisionado para recogerlos, y habiéndole yo insi
nuado antes de ahora me los franquease para reconocerlos antes de
marchar al Escorial se me ha desentendido o negado siempre y como
tales documentos acopiados por cuenta del Rey, no deben servir
para que un individuo particular se aproveche clandestinamente del
trabajo de otros y de las noticias recogidas para la instrucción ge
neral del Cuerpo. Pido a V.E. que todos los manuscritos que aún
tiene tantos tiempos ha José de Vargas, se restituyan al Archivo de
la Secretaría de Marina a donde pertenecen (...) para reconocerlos
yo en él y no duplicar unas mismas copias en El Escorial con gastos
superfluos de la Real Hacienda».
Poco a poco las dificultades de comisión tan compleja, se van
poniendo de manifiesto y el 29 de diciembre de 1791 Fernández de
Navarrete escribe a Valdés acerca de las dificultades que plantea la
copia de M.SS. en lenguas extranjeras que hace preciso emplear «tem
poralmente» escribientes cualificados.
La amplia documentación conservada nos acerca de forma prolija
y minuciosa a las tareas de D. Martín y evidencian una vez y otra el
apoyo incondicional de Valdés al proyecto. Proyecto que adquiere cada
vez características más claramente políticas. El 28 de enero de 1792
Mendoza y Ríos escribe a Valdés, desde París 2I solicitando se envíen
las instrucciones de Fernández de Navarrete a México para que Arca-
dio Pineda que revisa los archivos de aquel virreinato por comisión de
Alejandro Malaspina, copie, al mismo tiempo, para la Biblioteca de
Marina los M.SS. que considere útiles.
19. Toda la documentación relacionada por estas comisiones se conserva igualmente
en A.G.M. Alvaro de Bazán. Histórico. Leg. 4.835.
20. Escrito, 16 de agosto de 1791. A.G.M. Alvaro de Bazán. Histórico. Leg. 4.835
21. AGM. Alvaro Bazán. Histórico. Leg. 4.835.
49
El proyecto alcanza a los virreinatos y se solicita de Malaspina,
comisionado por el Rey para dirigir la más importante empresa maríti-
mo-científica española del siglo que colabore desde América en el gran
proyecto institucional ilustrado que se desarrolla en España. No olvi
demos que todo es una misma empresa; que Malaspina amigo perso
nal de Valdés e ilustrado como aquél, lleva consigo lo mejor de la ofi
cialidad ilustrada del momento y representa de forma especialmente
relevante la nueva política estatal de renovación científica e informa
ción universal para utilidad de un estado cada vez más poderoso. El
círculo se cierra. En abril de 1788 22 Francisco Gil y Lemos, consulta
do por Valdés, acerca de la utilidad del plan propuesto por Mendoza y
Ríos había contestado al Ministro que le parecía útilísimo que se per
feccionasen los estudios sublimes (mayores) con el viaje al extranjero
propuesto por Mendoza y dice textualmente:
«Estos oficiales necesitarán de otro de mayor graduación que
los dirija y acompañe en los viajes, viva con ellos en París y esté a la
mira de su conducta y aprovechamiento. Este oficial debería ser de
aire noble en su porte, despejo natural y distinguido nacimiento, para
que pueda presentarse con franqueza, a los soberanos, Ministros y
Embajadores y tratar con ellos cuanto fuere relativo al exacto cum
plimiento de su comisión y no omito decir a V.E. que entre los oficia
les que conozco Alejandro Malaspina me parece a propósito para el
desempeño de este encargo». 23
Sin duda Gil y Lemos amigo personal de Malaspina buscaba en
tonces (1788) para éste acomodo acorde con sus virtudes y capacida
des, al regreso de su primer viaje mundial con la Astrea, buque de la
compañía de Filipinas. Tiempo tendría D. Francisco (nombrado algo
después Virrey de Perú) de ayudar a su buen amigo en su 2o y defini
tivo viaje mundial con las corbetas Descubierta y Atrevida.
Pero D. Martín tuvo también importante protagonismo en la em
presa Malaspiniana, ya que la copia del documento de Ferrer Maldonado,
hallado por él en su comisión en el Archivo de los Duques de Infantado
y la traducción de la memoria del académico Mr. Buache sobre el
paso del NO. provocarán que a partir de este momento, y por orden
expresa de Valdés, sea la averiguación del paso NW objetivo priorita
rio de investigación para las corbetas del Rey Descubierta y Atrevida
que al mando de Malaspina y Bustamante se hallan en esos momentos
navegando hacia Acapulco.
Nada escapa al inteligente Valdés y todo concurre para que el
estado refuerce su poder mediante una «buena» y «útil» información.
22. Oficio del Bailio D. Fracisco Gil y Lemos a Valdés de 17 de abril de 1788.
A.G.M. Alvaro Bazán. Histórico. Comisión de José Mendoza y Ríos en el extranjero.
Leg. 4.834.
23. Fernández de Navarrete a Valdés, 21 de diciembre de 1790. A.G.M. Alvaro
Bazán. Histórico. Leg. 4.835.
50
Pero sigamos con los útiles afanes de D. Martín. En enero de
1792 solicita nuevos auxilios de escribientes «mercenarios» , dos más
que naturalmente le son concedidos, de inmediato, por Valdés. Así como
que se solicite al virrey del Perú que se examinen los archivos del
virreinato para la Biblioteca de Marina de Cádiz24. En septiembre de
1792 Fernández de Navarrete propone a Valdés25 la creación de un
Archivo General de Marina «a imitación» dice del Archivo General
de Indias.
«Excmo. Señor:
Como el ramo de M.SS. de mi cargo forma por su naturaleza
una parte tan esencial del Museo y Biblioteca de Marina creo de mi
obligación no sólo exponer a V.E. cuantos medios me parecen oportu
nos de acopiar tan apreciables documentos, sino los que contribuyen
a perpetuar este establecimiento evitando en lo sucesivo la lastimosa
dispersión que se nota actualmente en todos los papeles relativos a
nuestro cuerpo. Para esto me ha parecido, dice D. Martín, que a imi
tación del Archivo General de Indias establecido en Sevilla con los
papeles de todos los Archivos Generales y los ya anticuados de todas
las oficinas de aquel Ministerio, se podría ordenar en el Museo de la
Isla un Archivo General de Marina que aunque no tan copioso como
el de Indias no sería por esto menos útil y provechoso.
Los índices solicitados por mí con tanto ahínco de los Papelesantiguos existentes en las contadurías de nuestros Departamentos han
venido o diminutos como el de la Isla o confusos como el del Ferrol
no han parecido tenido efecto como ha sucedido en Cartagena. De
todos modos ellos dan idea de la confusión y desorden que hay en el
Depósito de tales documentos como que no dicen por sus materias y
antigüedad relación directa con el instituto actual de nuestras conta
durías. En el índice de Cádiz no vienen expresados los Papeles que setrasladaron allí por orden del Rey el año de 1769 del convento de S.
Francisco de aquella ciudad y contenían documentos desde el siglo
XVI hasta principios de éste, los cuales por mal colocados y descui
dados empezaban a perderse por la polilla y humedad en el año de
1778. Del Ferrol sólo ha servido un discurso historiando los varios
ramos de Marina fundado en los documentos que allí hay, pero sin
expresar éstos en forma de índice como se quería. De Cartagena noha venido noticia aún porque siendo mucha la antigüedad y el número
de aquellos papeles y cortos los medios para su arreglo, no han podi
do aún ordenarlos ni siquiera para dar la noticia de los que ya se con
servan. De cuya confusión se debe colegir que nunca podrán tener
estos Papeles en uso provechoso en los Depósitos en que se hallan.
24. La comunicación de Valdés al Virrey es de 25 de febrero de 1792.
25. Fernández de Navarrete a Valdés. 10 de septiembre de 1792. A.G.M. Alvaro de
Bazán. Histórico. Leg. 4.835.
51
Por estas razones he creído deber exponer a V.E. que todos los
Papeles que existan en las contadurías de Marina anteriores al año de
1750 (exceptuando en estos todos los de Cuenta y razón) podrían arre
glarse por inventario para trasladarse al Archivo General de Marina
donde deben existir todos los demás que se encontrasen en los demás
Archivos del Reino. Arreglados allí por materias cronológicamente
serían de un uso común y de una utilidad general para los individuos
de la Armada. Allí encontraría el Historiador todas las noticias y an
tigüedades Marítimas, el Piloto podría consultar los Derroteros que
hubiesen de facilitar sus navegaciones, el joven Militar hallaría estí
mulos de valor y animosidad en los célebres Marinos que le han pre
cedido y todos en fin disfrutarían provechosamente esta colección de
documentos gloriosa por sí misma al cuerpo de la Marina Española.
De la Secretaría misma del estado y del Despacho universal de
V.E. podrían trasladarse al cabo de ciertas épocas aquellos Papeles
que no siendo útiles como antecedentes para los asuntos del día sólo
sirviesen de empacho aún para el sencillo orden de que debe haber en
los Archivos de la Secretaría. En este número podían entrar las colec
ciones de M.SS. de Jorge Juan, de Manuel Zaldive y todas las demás
que por fallecimiento de algunos Oficiales curiosos se pudiesen ad
quirir con tanta ventaja del Archivo General y de la Biblioteca.
La dotación de uno o dos Archiveros para tener arreglado el Ar
chivo General, dar las noticias que se les pidiesen o las certificacio
nes que se solicitasen, nunca sería un gasto de consideración si se
advierte que desembarazadas las contadurías de tanto papel inútil ne
cesitarían menos Individuos para custodiar los que restasen en ellas.
Tales son los medios que creo oportunos para formar una colec
ción copiosa de M.SS. de Mar que produzcan las utilidades que ahora
no se pueden esperar y que queden a salvo de la injuria de los tiempos
y como perpetuos testimonios de las glorias de la Marina española.
Si V.E. aprobase esta propuesta, entonces el arreglo y ordenan
zas para el Archivo podrían completar la idea con que deseo cooperar
por mi parte al logro de los útiles establecimientos que V.E. fomenta
con tanta utilidad del cuerpo de la Armada.
Dios guarde a V.E. ms. as.
S. Ildefonso 10 de septiembre de 1792».
D. Martín, incansable va completando su proyecto, adquiere li
bros para la Biblioteca, en conventos y archivos privados, los hace
traer del extranjero, los traslada de las bibliotecas de los oficiales
difuntos o los extrae de las de los jesuítas expulsos.
El 3 de febrero de 1793 ha reunido ya 24 volúmenes y antes de
partir para iniciar su comisión en Sevilla pide a Valdés que queden
encajonados una vez rectados los índices, en el Archivo de la Secre
taría de Marina en Madrid, para evitar su extravío en la Carraca.
El 3 de abril de 1793 en plena comisión en el Archivo de Indias
D. Martín solicita a Valdés destino militar vista la declaración de la
52
guerra que acaba el Rey de publicar contra Francia26 «yo ciertamente
no puedo graduar en la situación presente de las cosas, la importancia
de este destino respecto al que me ofrece mi profesión marinera y mi
litar».
Sin embargo el Rey sólo seis días después ordena a Fernández de
Navarrete que permanezca en su comisión de copia de M.SS. para la
Biblioteca de Cádiz.
Resuelto este asunto se entrega D. Martín, nuevamente, con el
ardor acostumbrado a su comisión y en una humorística carta a Valdés
de 4 de mayo de 1793 se lamenta de que:
«En la oficina de este Archivo General de Indias son pocas las
horas diarias de trabajo, pues sólo llegan a 5, no hay oficina las
tardes de todos los sábados del año, ni en los dos meses y medio
del verano y reducen de las horas de trabajo con cualquier motivo
como los toros.
A esas alturas D. Martín que tiene ya 6 escribientes contratados
7 u 8 horas diarias y manifiesta a Valdés el grave quebranto en horas
de trabajo y sueldos perdidos por esta situación.
El 4 de junio de 1793 Valdés ordena a Fernández de Navarrete
que se «transfiera al Departamento de la Isla» (Cádiz) dejando instruc
ciones precisas para que continúen los trabajos de copia en Sevilla.
Consecuencia de esta orden es «la Instrucción que en virtud de Real
Orden de 4 de junio de este año dejo a los escribientes de mi comisión
y en particular a Josef de Basterrechea a quien por mi parte la encar-
go.27
Ia.- En cuanto a la uniformidad en el método del trabajo, de la orto
grafía, del modo de tratar los M.SS. y otros varios puntos particulares,
se observará puntualísimamente la Instrucción que tengo dada desde el
15 de octubre de 1791.
2a.- En el Archivo de Indias se continuará el reconocimiento por los
papeles traídos de Simancas como los más antiguos e importantes, y
así éstos, como todos los demás que se copien se reunirán en clases
particulares, como viajes, descubrimientos, derroteros, Flotas, Corsarios,
Armadas de la Carrera de las Indias, de Barlovento, de la mar del Sur,
Asuntos facultativos, escuelas Náuticas, contratación, ordenanzas, re
glamentos, etc. Cuya distribución se observará también en los índices
cuadrimestres que se me pasen.
3a.- Se atenderá con predilección a los viajes y relaciones de descu
brimientos por mar, y otras noticias hidrográficas que se copiarán a la
letra con prolijidad y exactitud. A ellas se unirán copias o extractos
26. Fernández de Navarrete a Valdés. Sevilla 3 de abril de 1793. A.G.M. Alvaro Bazán.
Histórico. Leg. 4.835.
27. Esta instrucción y sus oficios de remisión en AGM. Alvaro de Bazán. Histórico.
Leg. 4.835.
53
de aquellos papeles sueltos que contengan alguna circunstancia de
estas expediciones; pero se expresarán con distinción las que hubieren
sido hechas con orden, o autoridad Real, de las que se hubieren
comprendido por sólo el espíritu de novedad, o interés de los parti
culares.
4a.- En todos los demás ramos es muy delicada la elección de los
papeles, con especialidad cuando son en tanto número como en el
Archivo General de Indias porque requiere mucho juicio y discerni
miento y una instrucción basta de la Historia, y de la bibliografía para
poder conocer la importancia de unos papeles, el poco aprecio que
merecen otros, la fe que se les debe dar, si por acaso se han impreso
alguna vez y otras noticias de esta especie, sin las cuales es muy aven
turado el buen desempeño de este encargo, porque sucederá, o copiar
papeles que sean comunes por la prensa, o estimar en mucho lo que
acaso no merezca atención alguna, o dar crédito a relaciones apócri
fas, lo cual alargaría infructuosamente el Servicio del Rey con gastos
superfluos en la comisión por una ignorancia o ineptitud.
5a.- Deberán reunirse todos los legajos del Archivo que traten de una
misma materia: de corsarios v.g. y haciendo copiar de ellos las relacio
nes que parezcan más importantes, se cuidará de extractar por años
todos los demás testimonios e informaciones, que para un objeto senci
llo y de pocas palabras suelen ocupar un gran proceso.
6a.- Para que no se malogren los frutos que la Superioridad se ha
propuesto de esta colección de manuscritos, es de suma importancia
que no se vulgaricen sus noticias para lo cual deberá procederse con
la mayor reserva custodiándolos mucho, y cuidando no se saquen de
ellos segundas copias ni que salgan por pretexto alguno de manos de
Josef Basterrechea, que se encargará de guardarlos procurando tam
bién no satisfacer la curiosidad de otros sujetos, que la de aquéllos
que autorice orden superior y en consecuencia se me avisará sobre
cualquier orden que se presente por otro conducto relativa a manifes
tar papel alguno.
7a.- Las horas de Archivo serán siempre cuatro por la mañana, y dos
por la tarde; pero por la situación de la Lonja, y los excesivos calores
del verano, no habrá oficina por las tardes desde el 15 de junio hasta
el 31 de agosto; pero se procurará que en los meses de primavera y
otoño, en que las tardes son aún largas y benignas, se trabajen tres
horas para compensar las pérdidas en el verano. No habrá mas días
feriados que los festivos de precisa obligación.
8a.- Cada cuatro meses enviarán el índice duplicado de todo lo trabajado, y se me dará parte del número de cuadernillos trabajados por
cada uno, y cuanto ocurra relativo a la comisión.
9a.- El arreglo de los manuscritos: sus copias, confrontaciones y re
conocimientos, correrá a cargo de Josef de Basterrechea por hallarse
más enterado de mis ideas en estos puntos; pero para darme los partes
sobre los demás escribientes, arreglo de horas de trabajo y todo lo
demás que ocurra, deberá proceder siempre de acuerdo con Félix
54
Hernández Garriga, a quien su celo, aplicación, exactitud y buena con
ducta hacen acreedor a esta distinguida consideración.
10a.- Habiendo de quedar encargado Basterrechea de todos los manus
critos, de sus copias, confrontaciones, etc., llevará una cuenta particu
lar del gasto de las resmas de papel y otros que se ofrezcan para que
pueda abonársele todo cuando yo vuelva.
11a.- En el acopio de los papeles del Colegio de San Telmo se proce
derá con la distinción que he prescrito antes de ahora, dividiendo aque
llos documentos en tres épocas: Ia Desde la conquista de Sevilla en
que se estableció la cofradía o hermandad de los Mareantes, hasta el
año de 1569, en que se hicieron las ordenanzas de su nuevo arreglo.
2a Desde aquel año hasta el de 1681 en que se fundó el actual Cole
gio, y se trasladó la cofradía y universidad, desde Triana, al otro lado
del río, y 3a Desde la fundación del Colegio hasta nuestros días.
12a.- Se procurará distribuir los trabajos a los escritores según su ap
titud y capacidad, encargando a los que escriban con más cuidado y
exactitud los de mayor importancia: Los latinos a Sarmiento, y así los
demás. También se cuidarán de copiar los planos y diseños a que ha
gan referencia los manuscritos copiados.
13a.- Copiado el manuscrito, se confrontará con el original por
Basterrechea ayudado de otro de los escribientes; nunca por sí sólo,
como se ha hecho en otras veces en mis ausencias por que no cabe en
este método exactitud, y hecha la confrontación con esmero y proliji
dad, y corregidas las faltas que se notaren en la copia, se pondrá al fin
de ellas las referencias al original, su paradero, época, autor, etc. y la
fecha de aquel día, pero se dejará sin firmar, para que yo pueda hacer
lo cuando vuelva, en la revisión que vaya haciendo en las copias sa
cadas en mi ausencia.
14a.- Como hay muchos papeles que entre otras materias extrañas pueden
incluir alguna noticia particular y curiosa de marina o de los Escrito
res de esta Facultad, y de sus Célebres Generales, y Hombres de mar,
etc., se tendrá para estos casos un libro, o cuaderno en blanco, donde
apuntar estas noticias por el mismo orden de materias expresado en el
artículo 2o y siempre se anotará en tales apuntaciones el manuscrito
de donde son sacadas, su época, autor y paradero.
15a.- Igual cuidado se tendrá al tiempo de las confrontaciones, en se
ñalar con dos puntos al margen de los manuscritos, particularmente
en los viajes, derroteros, y papeles facultativos, todas las voces de la
facultad, anticuadas u otras extrañas que usaren para poder yo des
pués formar largos catálogos de ellas, y aumentar el Diccionario anti
guo de nuestra facultad, que tengo empezado, con tan buenas autori
dades.
16a.- Sobre todo encargo la buena armonía que debe haber entre to
dos los compañeros, la paz y orden que debe reinar, y la buena crian
za y blandura, aún en las reprensiones a que alguno se hiciere acree
dor. Igual cuidado y esmero se observará en la correspondencia y tra
to con los oficiales del Archivo, procurando no dar lugar a enredos y
55
disensiones que desunen las voluntades y turban el buen servicio del
Rey. Encargo a todos el más exacto y puntal cumplimiento de estas
advertencias, como que deseo el mejor servicio del Rey y desempeño
de la comisión, y espero que cada uno se esmerará por su parte en
complacerme en esto, llenando los deberes de su obligación.
Sevilla a 12 de junio de 1793».
Este documento es revelador respecto a los criterios acuñados
por Fernández Navarrete en una fase muy avanzada ya de su proyec
to.
Es evidente que Basterrechea, su más antiguo colaborador es su
hombre de confianza y no lo defraudará logrando continuar sin tro
piezos la comisión de Sevilla. Así lo reconoce D. Martín generosa
mente, en oficio dirigido a Valdés desde Cartagena el 28 de septiem
bre de 1793 haciéndole notar «el esmero con que han trabajado D.
Josef de Basterrechea y demás subalternos, aun después de mi ausen
cia de allí, como acredita el copioso número de papeles que se han
recogido a pesar de la cruda estación de estío de aquella ciudad» (Se
refiere Fernández Navarrete al período abril a septiembre de 1793).
En junio de 1794 Fernández Navarrete, embarcado en el navio
Reina Luisa propone a Valdés a la vista de las interesantísimas noti
cias de viajes españoles del siglo XVI y XVII que van saliendo en
Indias, publicar una colección de ellos; publicación que sería, dice,
tan gloriosa a la nación como útil a la marina.
El 9 de diciembre de 1794, siempre desde el Reina Luisa ahora
surto en la bahía de Cádiz, comunica a Valdés que son ya 14 volúme
nes los acopiados en Sevilla, donde además del Archivo General de
Indias se han revisado los archivos de los conventos de San Pablo y
San José; la Biblioteca de San Acasio, la del Conde de Águila, La
Cartuja y algunos otros monasterios.
El 29 de julio nuevamente desde el navio Reina Luisa surto aho
ra en el Puerto de Mahón, 2Í< Fernández de Navarrete acusa recibo de
la decisión real de disolver su comisión de copia de MSS. e informa
reservadamente de los méritos del personal a sus órdenes a lo largo
de los años pasados. Son éstos José Basterrechea; Félix Hernández
Garriga; Miguel Sarmiento; Cipriano Suárez; Joaquín Tinao y José
Miguel Martínez Abad.
En el único documento de carácter económico que he logrado
localizar, fechado el 16 de octubre de 1795, en la Isla de León, se
declaran gastados en distintos capítulos: resmas de papel; cintas para
los tomos; cartones; libros (entre los que se reseña la Hidrografía de
Andrés de Poza de 1585 -actualmente en el Museo Naval- por la que
pagó diez reales) cajones y transporte la cantidad de 656 reales entre
junio de 1794 y 16 de octubre de 1795 fecha de este documento.
Los acontecimientos finales de esta historia se pueden resumir
brevemente.
Suspendida oficialmente la comisión de Copia de MSS. por R.O.
de fecha 16 de junio de 1795, Fernández de Navarrete continúa en su
Sí,
destino militar, siendo reclamado poco después por Lángara recién nom
brado ministro de Marina, como nombre de confianza de su secretaría.
D. Martín regresa a Madrid con este nuevo destino dejando deposita
dos los legajos acopiados durante su comisión, 44 en total, según nos
dice él mismo, en la Academia de Guardiamarinas de Cádiz.
Creado finalmente el Depósito Hidrográfico en Madrid, las co
lecciones de D. Martín se envían a él, donde sufren con la francesada,
importante riesgo de ser sacados a Francia, por lo cual una vez retira
das las tropas francesas de Madrid, Felipe Bauza es comisionado para
trasladar a Cádiz en 1812 todo lo que pudiera salvarse del Archivo de
la Secretaría de Marina y del Depósito Hidrográfico. Con todo este
material viaja también, la colección de Manuscritos de Fernández
Navarrete.
Cuando de nuevo las colecciones regresan al Depósito Hidrográfico
de Madrid D. Martín solicita con firmeza se reclamen a Bauza sus
colecciones de MSS. para depositarlas en la Secretaría de Marina.
El último informe redactado por D. Martín respecto a sus colec
ciones de Mss. es de 1824 29 y lo redacta a petición del Secretario de
Estado y Despacho de Marina para retomar la redacción de la Histo
ria de la Marina Española con arreglo a lo mandado en la R.O. de la
Regencia de 10 de agosto de 1823.
Con inmenso y riguroso trabajo rastrea D. Martín hasta el últi
mo de los documentos copiados en las comisiones ordenadas por Valdés,
en su día; las suyas propias que reclamaba al Depósito Hidrográfico;
las de las de Vargas Ponce, depositadas en la Real Academia de la
Historia; las comisiones en Barcelona y Simancas de Sanz de Barutell;
las de Zalvide; la Correspondencia mandada copiar por él mismo en
los archivos privados de Santa Cruz, Alba e Infantado; las coleccio
nes de Pedro de Leyva relativas a galeras.
De todo ello levanta inventarios e índices, comprueba de nuevo
copias y las organiza en materias homogéneas.
D. Martín Fernández de Navarrete representa, como pocos, el
espíritu de esa acrisolada estirpe de marinos-científicos sabios, tole
rantes y útiles. Hombres templados y buenos profesionales en la mar
y en tierra, historiadores, antropólogos, lingüistas, dibujantes o lo que
fuera menester para dejar testimonio de su profundo interés por el
hombre y por el conocimiento universal.
28.- Fernández de Navarrete a Valdés, 29 de julio de 1795. AGM. Alvaro Bazán.
Histórico. Leg. 4.835.
29. Informe de D. Martín Fernández de Navarrete al Excmo. Sr. Secretario de
Estado y Despacho de Marina para el reconocimiento y ordenación de documentos para
seguir la Historia de la Marina Española, en virtud de R.O. de la Regencia del Reino de 10
de Agosto de 1823. AGM. Alvaro de Bazán. Exp. Personal de D. Martín Fernández Navarrete.
57
Mucho debemos a esta generación de grandes marinos que hizo
posible entonces, una España de nuevo grande en la mar. Una España
marinera, sabia y tolerante cuya identidad y pasada grandeza es posi
ble rescatar hoy del olvido, gracias al testimonio de los manuscritos
que tan apasionadamente nos legaron.
En ellos trabajó incansablemente D.Martín hasta el día de su
muerte, a las 5 de la tarde del 8 de octubre de 184430. Inmerso en su
gran pasión por la historia marítima de España aún tuvo tiempo de
impulsar otra de sus grandes ilusiones: la Colección de Documentos
Inéditos para la historia de España junto a Miguel Salva y Pedro Sainz
de Baranda. Estos ilustres historiadores nos muestran 3I que cuando
le presentaron a D. Martín (acabando ya sus días) el tercer volumen
de esta colección exclamó «Trescientos habían de ser y que los viera
yo en mi librería porque sin estas publicaciones nunca tendremos his
toria de España».
Preclara frase la de D. Martín. Desde aquí rendimos homenaje a
su memoria pues él precisamente con sus recopilaciones documenta
les y sus excelentes publicaciones rescató una parte importantísima
de la Historia de esa España que tanto amó.
30. Parte de defunción extendido por D. Pedro Regalado Ruiz en San Ildefonso, 23
de octubre de 1844. AGM. Alvaro Bazán. Exp. Personal de D. Martín Fernández Navarrete.
"La muerte se produjo a las 5,15 de la tarde del día 8 de octubre en la calle Val verde n° 26
cuarto 2o, a consecuencia de un catarro crónico pulmonar".
31. Pedro Sainz de Baranda y Miguel Salva. Colección de Documentos Inéditos.
Vol. VI pp. 9.
58
COLECCIÓN FERNANDEZ DE NAVARRETE EN EL MUSEO NA
VAL DE MADRID
[Sig. MSS. 10 a 42] 32 volúmenes, dos de ellos de índices de época
que recogen 2521 documentos relativos a las siguientes materias y años:
- Pilotaje: Derroteros s. XVI-XVII
- Relaciones de Viajes y descubrimientos 1492-1690
- Instrucciones, ordenanzas, títulos, etc. 1541-1670
- Sucesos marítimos del siglo XVI en los
mares de Europa 1537-1620
- Navegaciones, combates, y otros sucesos 1621-1719
- Asientos y proyectos 1533-1725
- Asuntos varios-pesca 1441-1723
- Despachos e Instrucciones 1625-1706
- Expediciones y combates 1601-1670
- Descubrimientos de Indias 1419-1773
- Flotas. Instrucciones para viaje.Incidentes 1518-1755
- Corsarios: asaltos de poblaciones, robos,
presas, etc. 1 537-1655
- Corsarios: asaltos de poblaciones en el
Mar del Sur 1579-1682
- Defensa de puertos en América y navegación
de ríos 1544-1638
- Asuntos Varios 1452-1574
- Relaciones de batallas y otros sucesos navales 1640-1718
- Descubrimientos s.XVI-XVII
A estos 32 volúmenes del cuerpo principal de la Colección
Fernández Navarrete hay que unir 13 volúmenes de correspondencia y
relaciones copiadas y recogidas igualmente en la comisión de D. Mar
tín y que también se conserva en el Museo Naval de Madrid.
VOLÚMENES DE CORRESPONDENCIA Y RELACIONES S. XVI-
XVII DE LA COLECCIÓN FERNÁNDEZ NAVARRETE EN ELMUSEO NAVAL
[Sig. MSS. 496 a 508]
- Cartas de los Reyes a los Duques de Medinasidonia
3 vol. s.XVI
- Cartas a D. Alvaro de Bazán. 1 vol. 1527-1567
- Cartas al Marqués de Santa Cruz.l vol. 1563-1579
- Cartas a D. García de Toledo. 3 vol. 1548-1574
- Cartas a D. Pedro de Toledo. 1 vol. 1591-1625
- Cartas a D. Fabrique de Toledo. 1 vol. 1611-1634
- Relaciones relativas a D. Juan de Austria. 1 vol. s. XVI
59
BIBLIOGRAFÍA
1946 índice de la Colección de Documentos de Fernández de Navarreteque posee el Museo Naval de Madrid. Vicente Vela. Prólogo Ju
lio Guillen. Madrid. Instituto Histórico de Marina. C.S.I.C. 1946.
1971 Reproducción facsimilar de toda la colección por la Editorial
KRAUS-THOMSON. 40 volúmenes. Liechtensteinl97 1.
DOCUMENTACIÓN ORIGINAL UTILIZADA
- Expediente personal de D. Martín Fernández de Navarrete. Archivo
Alvaro de Bazán. Viso del Marqués.
- Depósito Hidrográfico. Asuntos Particulares. Legajo de D. Martín
Fernández de Navarrete. Archivo Alvaro de Bazán. Viso del Mar
qués.
- Sección Histórico. Legajo 4.834. Comisiones de D. José Mendoza y
Ríos en el extranjero para acopio de información científica. Archi
vo Alvaro de Bazán. Viso del Marqués.
- Sección Histórico. Legajo 4.835. Comisiones de D. Martín Fernández
de Navarrete, D. Vargas Ponce y D. Sanz y Barutell para acopio de
documentos relativos a marina en los archivos españoles. Archivo
Alvaro de Bazán. Viso del Marqués.
- Colección Documental Fernández Navarrete. Museo Naval de Ma
drid. MSS. 10 a 42 a MSS. 496 a 508.
60
FERNANDEZ DE NAVARRETE,
ACADÉMICO DE LA HISTORIA
Gonzalo ANES Y ALVAREZ DE CASTRILLON
De la Real Academia de la Historia
Don Martín Fernández de Navarrete fue ilustre marino e histo
riador. La explicación de ambas vocaciones se encuentra en dónde y
cómo se educó. Tuvo la suerte de que sus padres le enviaran, cuando
tenía doce años, al Real Seminario de Vergara, fundado por la Real
Sociedad Vascongada de Amigos del País. Mientras en las escuelas y
universidades se seguían aplicando los viejos métodos de enseñanza
fundados en la filosofía escolástica, en el seminario de Vergara se
enseñaban Física y Matemáticas y los alumnos oían a sus profesores
que el conocimiento tenía que estar fundado en la observación y en la
experiencia. Jovellanos se quejaba al hablar de las escuelas públicas
en las que se había educado en su niñez, de que hubiese «malogrado
en ellas mucho tiempo». Su biógrafo Cean recoge esta queja al seña
lar que Jovellanos había seguido, en su infancia, el «oscuro e intrin
cado método de la escuela escolástica». El mismo Jovellanos, cuando
se refiere a su paso por la Universidad, sentirá haber perdido el tiem
po inútilmente:
«¡Cuánto tiempo perdido en estudios estériles!,
¡Cuánto afán, cuántas tareas vanamente empleadas en libros in
útiles!»
Cuando fue nombrado Alcalde del Crimen de la Real Audiencia
de Sevilla, en 1767, a los veinte años, reconocerá haber entrado «en
la jurisprudencia sin más preparación que una lógica bárbara y una
metafísica estéril y confusa». En Sevilla, Jovellanos comenzará a asistir
a la tertulia de Olavide. Allí oirá hablar de agricultura, de cultivos,
de ganados, de economía política. Para poder participar en las con
versaciones de la tertulia tendrá que someterse a un plan de lecturas:
se pondrá a estudiar. En la tertulia del asistente de Sevilla conocerá a
Gracia de Olavide, a Francisco Bruna, a Martín de Ulloa, hermano de
Antonio y el autor de las famosas Noticias secretas de América. ¡Que
diferente formación la de los hermanos Ulloa!. En 1740, Bernardo
de Ulloa, en la «ofrenda» que hace a Su Majestad de la obra Restable
cimiento de las fábricas y comercio español se enorgullece de tener
tres de sus seis hijos varones en el Real Servicio: el mayor, Antonio,
por sus conocimientos de matemáticas y astronomía, participaba en
las observaciones astronómicas para la medición del meridiano con
los miembros de la Academia de Ciencias de París. Era teniente de
navio. Los otros dos hijos de Bernardo eran cadetes en el Regimiento
61
de Infantería de Castilla y se aplicaban al estudio de las matemáticas
en la Academia Real de Barcelona.
A mediados del siglo XVIII, se consideraba urgente mejorar la
marina y el ejército. Don Zenón de Somodevilla, Marqués de la Ense
nada, dirá que la marina que había habido en España hasta entonces
había sido «apariencia», por carecer de arsenales, ordenanzas, méto
do, disciplina. Y Jorge Juan será consciente de que, en España, «el
arte de construir» había tenido la desgracia «de caer siempre en ma
nos de un mero practicón, que por no tener luces de geometría ni me
cánica» ignoraba «las propiedades de las líneas de fuerza». Cuando
no era así, la construcción naval la dirigía «un gran teórico» que no
sabía lo que eran «las furias de la mar».
La construcción naval, en arsenales, favorecía el trabajo espe
cializado, con el consiguiente aumento de la eficacia. La forma, el
tamaño de cada pieza, para que fuesen los adecuados, exigía conoci
mientos de geometría, y de dibujo técnico. Para todo ello, era obliga
do que colaborasen marinos y técnicos, lo que exigió mejorar la for
mación de unos y de otros. Jorge Juan y Antonio de Ulloa viajaron a
Francia para conocer las nuevas técnicas allí aplicadas, y también para
contratar especialistas. Arsenales y fomento de la marina exigieron
mejorar la formación de los marinos y la enseñanza técnica.
Veamos cómo se prepara Martín Fernández de Navarrete para
recibir las enseñanzas prácticas que se daban a los marinos de su tiempo.
EL REAL SEMINARIO DE VERGARA
Ignoro las razones por las que don Martín fue enviado a educar
se en el Real Seminario de Vergara. Quizá amistad de familia con
alguno de los miembros de la Real Sociedad Vascongada y, sin duda,
el hecho de que el padre de don Martín fuera hombre ilustrado. El
caso es que don Martín, en Vergara, recibió enseñanzas de Álgebra,
Trigonometría, Principios de Cálculo integral y diferencial y Física
experimental. Fueron profesores suyos, en estas materias Fausto de
Elhuyar y Chavano y Alejandro Mas, discípulo de Bails. Además, en
el Real establecimiento de Vergara recibió enseñanzas de latín, fran
cés, dibujo, literatura, música y baile. Sabemos que uno de sus maes
tros en Vergara, Juan Lorenzo de Benitúa Iriarte, le presentó a su tío,
el fabulista Tomás. Tenemos también noticia de que don Martín y otros
compañeros suyos, alumnos del Real Seminario de Vergara, hicieron
una composición, en latín y en castellano, en elogio del Poema de la
música, de Tomás de Iriarte.
En el Real Seminario de Vergara, además de a las ciencias úti
les, se prestaba especial atención a las humanidades. Peñaflorida era
gran amante de la música: «habíale merecido -señalará el propio don
Martín, cuando hizo el elogio fúnebre del Conde en 1782-, un estudio
62
particular en su infancia», y tenía por ella «un aprecio singular aun en
la edad adulta». Y, en ese Elogio, don Martín -que tenía 17 años cuando lo escribió- señalará que podía haber quienes juzgasen «por nimiedades unos estudios que en la Antigüedad formaban una gran parte dela política, y que eran reputados por precisos en un hombre ilustre yloables en cualquier ciudadano». La música, para los vascongados «ami
gos del país», estuvo presente desde sus primeras tertulias, y hubo deestarlo también en las enseñanzas que se daban en el Real Seminariode Vergara.
Aunque corresponde a años posteriores a los que pasó don Mar
tín en el Real establecimiento de Vergara, creo de interés referir algo
de cómo era la vida en aquel centro. Me voy a valer del diario deJovellanos, escrito el 28 de agosto de 1791, cuando visitó las tierrasvascongadas. Jovellanos observará que «las camas, los dormitorios, el
tinelo o comedor, todo está limpio». Advertirá que los niños están aseados,aunque «llevan todos su pelo», cosa que desaprueba. Le parece que,
«en general, tienen aire bastante suelto». Entonces la enseñanza se re
ducía a primeras letras, Latinidad, propiedad y retórica, matemáticas(dos cátedras) la última «de sublimes». A los dieciocho años, los
seminaristas pasaban a la clase de académicos: «salen por la noche;
concurren los días festivos a las tertulias, donde bailan hasta las nueve,
que es la hora de la cena». Y Jovellanos continúa su relato: «asistimos
al concierto que se tiene todos los días festivos, de cuatro a cinco en el
verano, y de siete a ocho en invierno. Se tocan unas sonatas de Pleyel:
hay un buen fogot; tocaban seis seminaristas con los maestros, por la
tarde fueron a divertirse al juego de la pelota». Jovellanos se sorprenderá de la alegría de la gente en aquellas tierras vascongadas. El lunes
once de noviembre de 1797, día de San Martín, «todo el pueblo rebosa
en alegría». «Hay baile público en la plaza. ¡Que bulla! ¡Que alegría!».
La vista de ese espectáculo le «llena de placer»: «el pito y el tamboril,
los gritos de regocijo y fiesta, los cohetes, la zambra y la inocente grescaque se ve y oye por todas partes, penetra en el corazón mas sensible».
De cuanto observa en ese viaje con el pensamiento de ilustrarse para
aplicar nuevas ideas en el Real Instituto Asturiano que tiene en el pen
samiento, parece como si sólo esa alegría le hubiera impresionado. Y
es la que querría conseguir en Gijón: «¡Dichoso yo -dirá- si lograse
trasladar esta sencilla institución a mi país, en la plaza del nuevo insti
tuto, empezando en los alumnos! Veremos».
En este escenario vascongado transcurrieron los años de forma
ción de don Martín Fernández de Navarrete. Allí aprendió a cultivar
las ciencias útiles y allí se impregnó de las ideas y del vocabulario
del siglo de las luces: a los diecisiete años, en el Elogio al Conde de
Peñaflorida, verá en la Filosofía la mejor forma de terminar con la
superstición y el fanatismo, de modo que «disipando los fantasmas
del error y del temor» muestre a los hombres el camino por donde
deben conducirse, para libertarse del principio «a donde se encaminaban».
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Como brillante alumno del seminario de Vergara, don Martín obtiene premio extraordinario en las juntas de julio de 1779. En el Elogiopostumo del Conde de Peñaflorida mostrará don Martín su agradeci
miento a los maestros de Vergara. Y lo expresará así:«Si a vosotros soy deudor de mis luces, y si algún día me es
permitido aspirar a alguna gloria, sois vosotros los que me habéis abiertoel camino. Mi vista mira aún los lugares donde vuestros sufragios hananimado mi juventud, y mi corazón reconoce en vosotros los presi
dentes que le han dirigido con sus consejos».El éxito de don Martín en Vergara quizá inclinara a su padre a
que emprendiera la carrera de marino. En 1780, entró comoGuardiamarina en la plaza de El Ferrol. Sobre Martín Fernándezde Navarrete como marino, habló en este ciclo de conferencias elCoronel Auditor don José Cervera Pery, y a cuanto él dijo me remito. Yo trataré ahora de presentar a don Martín Fernández de Navarrete
como hombre del siglo de las luces, amigo de Tomás de Iriarte, deMeléndez Valdés, de Moratín, de Jovellanos, de Vargas Ponce, delBarón de Humboldt. La correspondencia mantenida entre don Mar
tín y Jovellanos es interesante, al respecto, aunque sean pocas lascartas cruzadas entre ambos. El 10 de mayo de 1796 don Martínenvía carta a Jovellanos manifestándole que ha leído «conespecialísimo gusto» el Informe sobre la ley agraria. Dice haberhablado de él, con entusiasmo, a Vargas Ponce y que se lo ha dadoa leer a «varios curiosos, por cuyas manos anda corriendo». Añadeque todos le dan «mil gracias por haberles dado a conocer una obrade tanto mérito y de consecuencias tan provechosas al bien generalde la nación». Don Martín se complace del «aprecio universal» quemerece el Informe, y de los conocimientos que su lectura difunde«entre lo hechicero de su estilo», pues, como se ve, valora la elegancia con la que el Informe está escrito. Jovellanos escribirá a donMartín, desde Gijon, el 24 de octubre de 1797, comentándole que
acaba de ser nombrado embajador en Rusia: «¿ha visto usted, -ledice- mayor extravagancia que la de querer hacer de un pobre filósofo un embajador?». Se considera «arruinado, asesinado». Y ana-
de: «usted conoce cuanto pierdo en mi dulce vida». Sea lo que fuese de su vida en el futuro -concluye- «yo seré siempre su fino ytierno amigo». El nombramiento de embajador no era otra cosa que
preparar el camino para que no sorprendiera tanto que Jovellanos
pasase a desempeñar la Secretaría de Gracia y Justicia. Con Saavedraen la de Hacienda, se pensaba que podría ser posible una reforma
modernizadora de las instituciones, promovida por la Corona.
Don Martín había publicado, años antes -1791- un librito titula
do Progresos que puede adquirir la economía política con la aplicación de las ciencias exactas y naturales. Como muestra de su actitudilustrada, pienso que interesa referir lo que escribió sobre los mayorazgos en ese libro: «los mayorazgos -dirá- porción distinguida de lanobleza y del poder del Estado, se hacían tan gravosos y perjudiciales
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por la calidad de sus enormes caudales vinculados, como por la altanera ociosidad en que vivían, y por el fiero desdén con que miraban a los
agentes propios de los beneficios que disfrutaban con aprecio. Debien
do por su autoridad influir en la cultura y alivio del pueblo, sólo contri
buían con su ejemplo a perpetuarse en su adormecimiento, y a arraigarlas envejecidas preocupaciones que se oponían a su mismo interés yprosperidad».
Tal institución le parecía a don Martín cosa del pasado. Gracias
al celo de los miembros de las sociedades de Amigos del País, «dando
impulso a la razón», pensaba que se había disipado «esta preocupación bárbara». «La filosofía -añade- ha graduado la estimación que
merece el asiduo trabajo del labrador y las faenas complicadas del
fabricante». Las frases que dedica don Martín a los mayorazgos se
fundan en el planteamiento ilustrado crítico de la propiedad vinculada y de la ociosidad de los titulares: en la instrucción para el gobierno de la Junta de Estado, se dirá que los mayorazgos cortos son semi
nario de ociosidad. Análoga opinión tienen Jovellanos y Cabarrús. Al
referirse a «la estimación que merece el asiduo trabajo» aludió don
Martín a la Real Cédula del 18 de marzo de 1783 por la que se declaraban honrados todos los oficios.
Si Martín Fernández de Navarrete era crítico de la propiedad
vinculada, resulta lógico que lo fuese también de la comunal o de la
que gestionase el gobierno. Conocemos sus opiniones sobre ello, por
el Informe que dio sobre los montes de Segura de la Sierra. Estos
montes eran de gran utilidad para la Marina. Había en el partido o
«provincia» de Segura de la Sierra setenta y ocho montes o sitios de
árboles, poblados de pinos salgareños, rodenos, carrascos y donceles.
Tenían también sabinas, robles, encinas, fresnos, álamos blancos y
negros, nogales. Se habían hecho en ellos cortas sin orden ni método,
comerciando los particulares con árboles como si fuesen de su pro
piedad. En 1746 se estableció en Segura una subdelegación especial
de la Superintendencia de Sevilla. En 1751, se agregó a la de Marina,
después de publicada la ordenanza de montes y de conocerse la rique
za maderera de los de Segura: en la parte que correspondía al depar
tamento de Cádiz, se contaron 24.386.042 árboles. De ellos, 2.121.140
eran útiles para la construcción naval. En la parte que correspondía a
Cartagena, se contaron 434.451.279 árboles, de los que 380.902.844
fueron considerados útiles para la Marina. En total, el número de ár
boles parece que ascendía, a mediados del siglo XVIII, a unos 405
millones. Entre 1785 y 1790, parece que la cifra se había reducido a
solo 260 millones. La mala administración de los ministerios de Ha
cienda, de Marina y de Interior parece que motivó la decadencia de
aquellos montes. El 25 de enero de 1811, el Ministro de Hacienda se
dirigió al Rey señalándole cual era la situación forestal de los montesde Segura. Don Martín Fernández de Navarrete informó en el expe
diente incoado sobre el régimen y administración de los montes de
Segura de la Sierra y de su provincia, en escrito fechado en Madrid el
65
12 de mayo de 1811. Concluyó que todas las ordenanzas, reglamentos
y autoridad eran insuficientes para conseguir la recuperación de los
montes. La experiencia -afirmaba- le permitía ver que el interés parti
cular habría de hacer prosperar aquella riqueza. Por ello, dictaminó a
favor de que los montes de Segura se dividiesen en suertes y que se
vendiesen a particulares. Piensa que esta medida habría de originar
un ensayo feliz para hacer lo mismo con las tierras comunales, que
tan poco producían -afirmaba- al no haber interés personal en su ex
plotación.
DON MARTÍN FERNÁNDEZ DE NAVARRETE SOLICITA INGRESAR EN LA REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA.
La Real Academia de la Historia, fue fundada en 1735 al apro
bar Su Majestad los estatutos que habrían de regir, en adelante, las
tareas de los contertulios que venían reuniéndose para tratar de asun
tos oscuros del pasado. Al aprobar los estatutos, Su Majestad conce
dió Su Real Protección a la nueva academia. Ésta pudo estar formadapor 24 numerarios y 24 supernumerarios para suplir, por antigüedad,
a los numerarios que se ausentasen por Real Servicio, y por honora
rios en numero indeterminado. Cuando ingresó don Martín en la aca
demia, hacía ocho años que ésta se gobernaba por nuevos estatutos:
los confirmados por Carlos IV en 1792, de los que fue autor Vargas
Ponce. Con ellos, la Corporación quiso «atarse ella misma las ma
nos» para que, en el futuro, no se las atase ninguna autoridad intrusa,
que quizá acatasen los académicos pusilánimes o egoístas.
Don Martín Fernández de Navarrete estuvo comisionado por Su
Majestad para visitar varios archivos generales y particulares del Reino.
El objeto era formar una colección metódica de los documentos que
interesan a la Historia de la Marina española. La comisión duró desde
fines del año 1789 hasta 1795. Fruto de su trabajo son los cuarenta y
cuatro volúmenes en folio en los que constan «las más importantes
relaciones de viajes y descubrimientos ultramarinos, de combates na
vales, expediciones marítimas y otras que no resultaban menos útiles
para ilustrar la Historia de la Nación y de sus colonias», y para dar
idea de los progresos del arte de navegar, en los que «tuvieron tan
gloriosa parte los españoles». Don Martín Fernández de Navarrete es
taba encargado, por Real Orden, de coordinar y publicar la colección
de documentos cuando se lo permitiesen sus muchas ocupaciones. Re
sultaba que éstas eran tantas que no le había sido posible, aún -y lo
expresa así el 28 de agosto de 1800- dar «a las ilustraciones y
apuntamientos» que tenía recogidos, el orden y la corrección que ne
cesitaban para que pudieran ver la luz pública.
Esta demora le había impedido solicitar su ingreso en la Real
Academia de la Historia, por haber «sofocado» sus deseos de dirigir-
66
se al Director de la misma para que fueran promovidos su elección y
nombramiento. Quería pertenecer a la Academia por ser entonces «uno
de los cuerpos más ilustrados de la Nación». El 28 de agosto de 1800,
don Martín Fernández de Navarrete se dirigió a la Real Academia de
la Historia solicitando ser admitido en ella. Esperaba, dentro de la
Corporación, beneficiarse del saber de los académicos para poder lle
var a cabo la publicación de los tomos que tenía preparados. Sólo en
el seno de la Real Academia, «y en medio de las sabias conferencias
de sus individuos» -expresará don Martín en su solicitud- «pudiera
encontrar aquellas luces y aquel juicioso discernimiento» que eran
indispensables para la continuación de los trabajos de que estaba en
cargado.
Los méritos con que creía contar para que se le admitiese en el
seno de la Academia era entonces -1800, y contaba 35 años de edad-
haber escrito sobre «la historia facultativa del Arte de navegar» y de
los autores que lo habían cultivado; las tentativas que la Corona ha
bía promovido «con generosos y cuantiosos premios para «encontrar
el método de observar la longitud en la mar», y otros asuntos análo
gos a éstos, «no menos importantes que nuevos». Presentaba estos
méritos a la Academia como «débiles muestras de su aplicación». Al
no estar este trabajo concluido, envió a la Academia una Disertación
histórico-crítica en que se examinaba la relación apócrifa de un anti
guo navegante español , a la que habrían pretendido dar entero crédi
to «algunos celebres geógrafos extranjeros, hasta mover el interés y
la curiosidad de las naciones marítimas a buscar en vano el paso del
noroeste de la América que se pretendía haber descubierto». Como,
además, creía don Martín que su aplicación no era desconocida por
parte de algunos académicos, esperaba que se le admitiera en el seno
de la Corporación. El Censor de la Academia, que lo era en 1800 el
ilustrado abate José de Guevara Vasconcelos, miembro preclaro de la
Real Sociedad de Amigos del País de Madrid y amigo de Jovellanos,
vio la solicitud de Martín Fernández de Navarrete y señaló que nadie
ignoraba la aplicación, mérito y juiciosa conducta del aspirante a
académico. Por ellos, había entrado en los cuerpos literarios y patrió
ticos de la Corte -la Real Academia Española y la Real Sociedad de
Amigos del País-, haciéndose, además, de su persona el «justo apre
cio» de que era acreedor. Añadiese a todo ello que, por entonces, re
sidía en Madrid. Era de esperar -señalaba Guevara Vasconcelos- que
pudiera continuar la Historia de la Marina que, en otro tiempo, había
comenzado la Academia, para lo que Martín Fernández de Navarrete
tenía tanta preparación, y «proporción por los documentos que en fuerza
de la Real Comisión» tenía recogidos. Por todo ello, manifestó el Censor
Guevara que no sólo no se le ofrecía reparo en que la Academia accediese
a la solicitud de don Martín, si no que, a su parecer, hacía «una buena
adquisición admitiéndole en la clase de supernumerario», al no poder
contar con «su continua asistencia y laboriosidad», por el conocimiento
que el Censor tenía de la «constante asiduidad» de don Martín en
67
otros Cuerpos. No obstante, la Academia habría de resolver lo que con
siderase más oportuno. El informe del Censor Guevara Vasconcelos es
de 11 de septiembre de 1800.
Después del preceptivo informe del Censor, era obligado oír, en
la Academia, el dictamen del experto nombrado para examinar y juz
gar la obra presentada por el candidato. La leyó, como revisor, el fa
moso Antonio de Capmany y de Montpalau, conocido por obras tales
como las famosas Memorias históricas sobre la marina, comercio y artes
de la antigua ciudad de Barcelona, publicadas en cuatro volúmenes,
en Madrid, entre 1779 y 1792. Capmany dictaminó lo que sigue:
«Como revisor de la Academia he leído con atención la obrita
presentada por Martín Fernández de Navarrete para ser admitido por
individuo de ella, titulada: Examen de la relación de Lorenzo Ferrer
Maldonado sobre el descubrimiento del estrecho de Anian, y noticia
de las principales expediciones hechas en busca de aquel paso de co
municación entre el Océano Atlántico y el mar del Sur. Las oportunas
reflexiones que hace su autor sobre el descubrimiento del nuevo mun
do e influjo de tan extraño acaecimiento en las costumbres, política y
gobierno del antiguo, el aire de novedad que ha sabido dar a todo su
razonamiento, la erudición crítica con que trata el principal asunto, y
las raras noticias, sumamente interesantes a la Historia de la marina
española, de que está sembrada esta memoria, la hacen muy apreciable
y digna de publicarse entre las de la Academia».
Capmany firmó el dictamen el 19 de septiembre de 1800.
En el libro mayor de actas de la Real Academia de la Historia
consta el acuerdo a que se llegó en la junta ordinaria del viernes 19 de
septiembre, de admitir a don Martín Fernández de Navarrete como su
pernumerario. Vieron la solicitud del interesado y el dictamen del Re
visor General de la Corporación y «hallándose ésta, por otra parte, cer
ciorada de la buena conducta, instrucción y aptitud del interesado para
servir al cuerpo», se acordó proceder a la votación secreta conforme a
lo que prevenían los estatutos1.
Don Martín fue elegido Académico en la clase de los supernume
rarios. Al aviso que recibía el académico electo, acompañaba copia cer
tificada del acuerdo, que servía de título en forma.
1. Para admitir académicos era preceptivo que el pretendiente presentara un memorial
o solicitud, al secretario. Este había de dar cuenta de ello en la sesión siguiente, para tomar la
orden de lo que debiera hacer. Si en la Academia se acordaba admitir el memorial, en la junta
inmediata habría de darse cuenta de él, remitiéndolo a informe del Censor. A la vista del infor
me, y previa "una pequeña conferencia", se procedía a la elección, mediante votos secretos, de
los que era necesario "tener la mayor parte, respecto de todos", ya fuese "sólo uno el preten
diente a la plaza vacante, ya muchos". El admitido, después de recibir el oportuno aviso del
secretario para que concurriese en la próxima academia, leía una oración gratulatoria. Artícu
los II y III de los estatutos, aprobados por Su Majestad el 18 de abril de 1738.
6g
Don Martín Fernández de Navarrete fue elegido Director de la
Academia el 25 de noviembre de 1825. Fue reelegido seis veces. Mu
rió siendo Director, el ocho de octubre de 1844. Residía entonces en
el número 26 de la calle Valverde, casa de la Real Academia Españo
la, de la que era decano y bibliotecario. Le tocó vivir las tribulacio
nes de los años de guerra, entre 1808 y 1814, el restablecimiento del
régimen absoluto, las esperanzas que se abrieron, en 1820, con el ré
gimen constitucional, las represiones posteriores al restablecimiento
del absolutismo en 1823 y, después de la muerte de Fernando VII, la
tragedia de la guerra civil. Desde noviembre de 1825, como Director
de la Academia, fomentó los trabajos de la corporación, fiel siempre
a proseguir las investigaciones en curso, a conservar y a aumentar las
colecciones documentales y arqueológicas y el monetario y a contes
tar a cuantas peticiones se le hicieron, mediante los oportunos infor
mes o dictámenes. Don Martín cumplió lo prescrito en el artículo XXXVI
de los estatutos vigentes durante sus años de director: en la última
sesión del tiempo por el que fue elegido -y reelegido seis veces por
tener la confianza de sus compañeros- presentó la correspondiente
memoria sobre «los proyectos y empresas literarias» de la corpora
ción y sobre lo concerniente a lo económico y gubernativo, con los
adelantos y mejoras. También expuso cuales eran las ideas y proyec
tos que pensaba aplicar en los correspondientes trienios. Los discur
sos pronunciados al terminar cada trienio se imprimieron a partir del
que concluyó con el año 1834. Están recopilados en un tomo el pro
nunciado el 28 de noviembre de ese año (impreso en Madrid, en 1835);
el de 24 de noviembre de 1837 (impreso en 1838); el de 27 de no
viembre de 1840 (Madrid, 1841) y el de 15 de diciembre de 1843
(Madrid, 1844).
En las Memorias de la Real Academia de la Historia publicadas
en 1852, se recordó que, en poco más de un año (entre junio de 1833
hasta julio de 1834) habían fallecido Francisco Martínez Marina; José
Sabau y Blanco; Diego Clemencín; Tomás González; Tomás González
Carvajal y Antonio Siles. Eran tiempos aquellos de guerra civil. El
conflicto armado acabó extendiéndose a todo el país, «arrancando a
todos de sus asientos, llamando los ánimos a las discusiones políti
cas, exaltando las pasiones». Era difícil, en aquellos tiempos, pensar
en otra cosa que en los peligros en que se estaba y en las dificultades
en que se vivía. Lo presente absorbía toda la atención: no había tiem
po ni sosiego para dedicarse al estudio de la Historia. En épocas tales
-se dice en las Memorias- «rómpese, al contrario, con ella y no se
vuelve a establecer la ley de continuidad hasta que han pasado, dejan
do añadido un nuevo eslabón en la cadena de los tiempos».
69
LA ACADEMIA DE LA HISTORIA EN EL TRIENIO QUE CON
CLUYE EN 1834
En el Discurso pronunciado por Martín Fernández de Navarrete
en junta de 28 de noviembre de 1834, aludió a «las calamidades públi
cas» del verano anterior.
En efecto: el cólera morbo asiático, «el terrible azote» se ha
bía difundido desde las orillas del Ganges hasta San Petersburgo.
Parece que, esta vez, siguió, en su avance, el curso de las grandes
vías fluviales. Desde Rusia, avanzó hacia el oeste por las orillas del
Báltico y acabo tocando en Inglaterra y en Francia. En el verano, el
mal «descargaba embravecido sobre la atribulada España». En Ma
drid, el populacho propaló que agentes jesuítas envenenaban las
fuentes. El origen de la especie estuvo en un enfrentamiento entre
un ex-sargento de los licenciados voluntarios realistas y algunos
miembros de la milicia urbana. Las turbas enardecidas penetraron
en los claustros de San Isidro y asesinaron a varios jesuítas. Hicie
ron lo mismo en Santo Tomás, San Francisco, la Merced, en donde
mataron a los frailes que encontraron y saquearon aquellos conven
tos. Las tropas que el general Martínez de San Martín envió a los
conventos llegaron siempre después del saqueo y de los asesinatos.
Sólo los conventos de San Gil, el Carmen y San Cayetano pudieron
ser protegidos a tiempo por la tropa. Nuevos brotes del tumulto, en
la noche, pusieron en peligro los conventos de Atocha, Santa Bár
bara, el Rosario, y el Seminario de Nobles (regentado por los jesuí
tas). Los disturbios del 17 de julio fueron seguidos de un ambiente
de terror por el cólera, y por haberse difundido las noticias de los
desmanes cometidos por las hordas urbanas. Las gentes huían de la
ciudad, sin otro límite en cuanto al número que el impuesto por la
falta de recursos y de medios de transporte.
La Real Academia de la Historia no quedó indemne de las al
teraciones. El director, Martín Fernández de Navarrete, aludió, en
su Discurso del 28 de noviembre, a las «graves y sensibles pérdi
das» sufridas por la corporación «aun dentro de su misma casa».
Apenas calmados los primeros temores y cuidados, los miembros
de la Academia, con su director, se reunieron en la sala de la espa
ñola para atender a la conservación del «cuerpo literario» de la His
toria. Martín Fernández de Navarrete, «tomando por base la obser
vancia de estatutos», en cuanto eran compatibles con la crítica si
tuación de entonces, se puso de acuerdo con Vicente González Arnao
y con Tomás González Carvajal, únicos numerarios que quedaban,
para exhortar a los demás compañeros no numerarios a que conclu
yeran cuanto antes las disertaciones o memorias en que estaban tra
bajando y que eran preceptivas para que pudieran ser promovidos a
la clase de miembros de número de la corporación.
El plan de trabajos que presentó Martín Fernández de Navarrete
70
para el trienio que comenzaba en enero de 1835 consistía en que laAcademia prosiguiera en la preparación de las Crónicas de los reyesFernando y Enrique IV para concluirlas y dar los textos a la imprenta;que continuaran los trabajos para proseguir la publicación de los cuadernos o Actas de las Cortes de Castilla; que, al estar concluido eltrabajo de publicar la parte legal de las obras del Rey Sabio, se continuara con las históricas, empezando por la Crónica General de España;que se continuara trabajando en la confección del índice de los manuscritos de la Academia, y que se examinasen con detenimiento las disertaciones o discursos que habrían de formar el tomo VIII de las Memorias de la Corporación. Cuando estas comisiones tuvieran adelantadossus trabajos, proponía el director que se emprendiese la edición de laHistoria Natural y General de las Indias2. Pensaba don Mar- tín queestas obras, aunque estaban el mayor número de ellas muy adelantadas, parecían ser las suficientes para ocupar a la Academia en el trienio que iba a comenzar.
TRIENIO QUE CONCLUYE EN 1840
El 27 de noviembre de 1840, pronunció don Martín nuevo discurso para dar cuenta de los trabajos hechos en la Academia y del programa que proponía para el trienio siguiente.
No había habido tranquilidad en los últimos tiempos para la Corporación. Los trabajos se resentían de la falta de sosiego. Se refiere aello el director Fernández de Navarrete, al comenzar su discurso:
«Los tiempos fatales de turbulencias civiles, cuando las opiniones y principios contradictorios, excitados por la ambición y la inmoralidad, luchan para trastornar la constitución y el gobierno de las naciones, no son propios ciertamente para cultivar aquellos estudios áridose ingratos que exigen la investigación de la verdad en los acontecimientos antiguos, y han de suministrar las lecciones de la experiencia,
habiendo de seguir las gastadas huellas, los deteriorados vestigios delos pasados siglos».
En efecto: en medio de las turbulencias políticas y de las discordias civiles, ¿cómo «examinar con juicio e imparcialidad» las tradiciones, los monumentos del pasado?». ¿Cómo «discernir los escritos auténticos de los apócrifos y fingidos, tal vez por la codicia y el interés,cuando no por la presunción y la vanidad de los hombres?». No bastaba «un entendimiento perspicaz» para utilizar la lógica y la crítica, lacronología y la geografía en el análisis histórico. Era necesario «unánimo tranquilo». También se precisaba la paz para la «profunda meditación», para «el maduro y detenido examen» que exigía la interpretación de las fuentes del conocimiento. Tal estudio no podía «emprenderse
2. Que publicó la Academia en 1851, con introducción y notas de José Amador de los Ríos.
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en medio de la exaltación de las pasiones y del agitado y continuo tras
torno de las instituciones humanas, fluctuando siempre los individuos
entre confianzas y recelos, entre esperanzas y conflictos», cuando faltaba también la seguridad para la conservación de bienes y propieda
des y hasta de la propia existencia. No obstante, la Academia continuóacrecentando sus colecciones y respondiendo a las consultas que se lehicieron, a pesar de que los tiempos fuesen poco favorables para ello.
Así lo reconoce el director, aunque también señala que, a pesar de lainseguridad general reinante, y de que haya perdido algunos de susbeneméritos individuos, ha acrecido sus fondos y publicado algunasobras de las que estaban en proyecto, a pesar de los escasos mediosdisponibles, en espera de que lleguen tiempos de sosiego y prosperidad. Entonces se podría recoger el fruto de la unión y fraternidad con
servadas en la corporación.
EL CARÁCTER, EL TEMPERAMENTO Y LA SABIDURÍA DEUN SUPERVIVIENTE
Sabemos, por quienes trataron a Martín Fernández de Navarrete,
que era de temperamento nervioso y genio violento, pero con «alma sinhiél», y de sensibilidad tan exquisita y tan extremadamente amable que
era imposible «conocerle sin amarle». Así nos lo describió su nietopreferido, Eustaquio Fernández de Navarrete en la necrología que pu
blicó, a la muerte de don Martín, en la Gaceta de Madrid de doce deoctubre de 1844. Señala, en ese escrito, que don Martín era de rectitudy probidad llevadas hasta la exageración; que jamas había pretendidonada; que siempre lo buscaron para todos los cargos que desempeñó.Quiso siempre difundir lo que sabía, facilitando notas y apuntes a losestudiosos, antes que lucir él sus conocimientos, por preferir propagar
la ciencia a su propia reputación como hombre de letras. Humboldt,Prescott, Washington Irving, y tantos hombres ilustres de su tiempo, leescucharon y siguieron sus consejos. También se los pidieron ministros, embajadores, y las gentes más encumbradas de la sociedad de sutiempo. Nunca se envaneció de ello: «con la misma amabilidad con que
recibía al magnate, abrazaba al último portero».
En la época de turbulencias y conmociones políticas que le tocó
vivir, fue menos conocido en España que fuera de ella. Su nieto pensa
ba que esto se debía al aturdimiento ocasionado por las revoluciones:la gente no tenía «tiempo de pararse a contemplar al sabio modesto»
que la ilustraba «desde su pacífico retiro».Fue, como Jovellanos, «enciclopédico sin ser enciclopedista».
Manuel Ballesteros Beretta lo consideró «el último de los enciclopedistas»en cuanto que, en su saber, rebasó los límites de una profesión dada.Fue amigo de los hombres más brillantes del Siglo de las Luces. Habiéndoles sobrevivido muchos años, acabó siendo «un viviente recuer-
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do de la feliz época literaria ya transcurrida». Su nieto le presenta a lamanera de «una columna que, permaneciendo en pie en medio de lasruinas de un gran templo, detiene las miradas del absorto viajero»
En las turbulencias de la guerra civil, hubo momentos en que tanto la Real Academia de la Historia como la Española estuvieron sólosostenidas por la sombra de don Martín. Tiempos de convulsiones revolucionarias y de quiebra de las instituciones, de las lealtades y de losvalores del Antiguo Régimen, en los que Martín Fernández de Navarreteera visto como un superviviente de aquella generación que deseaba cam
pos, pero sin sangre; transformaciones, pero con aquiescencias y conrenuncias voluntarias que habrían de ser resultado de las luces de lailustración.
En diciembre de 1844, Luis de Villanueva, rinde homenaje a modode oración necrológica, a don Martín, en el Semanario pintoresco es-panol. Describe lo que representaba para los hombres que vivían enlos anos próximos a la mitad del siglo XIX. Y se expresa así:
«Era, entre nosotros, una planta exótica, un hombre que perteneciendo en realidad a la sociedad antigua personificada en él era entrenosotros, un recuerdo vivo de nuestras glorias literarias, y una estatuamajestuosa y rica, que en medio de nuestra arruinada sociedad mirabacomo la roca de los mares, con ánimo tranquilo, el furor de las olas y laviolencia de los aquilones revolucionarios».
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