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PARTICIPACIÓN INFORMADA EN CLÍNICAE INVESTIGACIÓN BIOMÉDICALas múltiples facetas de la decisión

y el consentimiento informados

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PARTICIPACIÓN INFORMADA EN CLÍNICAE INVESTIGACIÓN BIOMÉDICALas múltiples facetas de la decisión

y el consentimiento informados

Miguel KottowUniversidad de Chile

Red Latinoamericana y del Caribe de bioéticaUNESCO

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Publicado en 2007 por:Organización de las Naciones Unidas para la Educación,la Ciencia y la Cultura, UNESCOy Universidad Nacional de Colombia

Bajo la dirección de Alya SaadaConsejera Regional de Ciencias Sociales y Humanas

© UNESCO 2007www.unescomexico.orgwww.redbioeticaunesco.org.mx

© Universidad Nacional de Colombia

ISBN: 978-958-701-833-2

Genoveva KeyeuxRevisión científica

Portada: Artwork Design Gráfico

Unibiblos, Universidad Nacional de Colombia

Revisión de estilo: María José Díaz-Granados MarínDiagramación: Ana Rita Rodríguez

Preparación editorial e impresiónUniversidad Nacional de Colombia, UnibiblosAndrés Sicard Currea, [email protected]

Impreso en Colombia

Catalogación en la publicación Universidad Nacional de Colombia

Kottow, MiguelParticipación informada en clínica e investigación biomédica : las

múltiples facetas de la decisión y el consentimiento informados / MiguelKottow. – Bogotá : UNESCO.Red Latinoamericana y del Caribe de Bioética : Universidad Nacional deColombia, 2007

162 p.

ISBN : 978-958-701-833-2

1. Bioética 2. Ética médica 3 Médico y paciente 4. Responsabilidad médicolegal

CDD-21 174.957 / 2007

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CONTENIDO

Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9

Introducción. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15

Autonomía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19

Relación médico-paciente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 30

Relación investigador-probando . . . . . . . . . . . . . . . 34

Paternalismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37

Vulnerabilidad y empoderamiento . . . . . . . . . . . . . 43

Medicina objetiva y consentimiento informado . . . 49

Método científico e información . . . . . . . . . . . . . . . 52

Interacciones biomédicas:¿contratos o pactos? . . . 57

La responsabilidad líquida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63

Deliberación y juridización . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 69

Competencia mental . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 75

Consentimiento informado:aspectos generales . . . 82

La decisión informada en clínica . . . . . . . . . . . . . . 89

El consentimiento informado en investigación . . . 95

Decisiones ampliadasy consentimientos indirectos . . . . . . . . . . . . . . . . . 98

Consentimiento sobreseído . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 105

Disentimiento informado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 110

La solicitud informada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 113

Brechas culturales. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 116

Participación informada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 119

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Comités de ética y el proceso de información . . . . 123

Coerción y explotación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 129

La persuasión mediante incentivos . . . . . . . . . . . . 137

La información administrada . . . . . . . . . . . . . . . . . 144

Críticas al consentimiento informado . . . . . . . . . . 148

Epílogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 155

Referencias bibliográficas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 159

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PRÓLOGO

La noción de consentimiento informado es un principiofundamental de la ética médica basado en el concepto deautonomía de la persona. Tras los experimentos inhuma-nos y degradantes en seres humanos presos en los camposde concentración nazi, el Tribunal de Nuremberg mostró lanecesidad del consentimiento informado en el campo de lainvestigación biomédica.

En este marco se proclamó el principio del consenti-miento informado en el Código de Nuremberg en 1947, elprimer documento ético fundamental de alcance interna-cional. La primera regla dice:

El consentimiento voluntario del sujeto humano es absoluta-mente esencial. Esto quiere decir que la persona involucradadebe tener capacidad legal para dar su consentimiento; debe es-tar situada de tal forma que le permita ejercer su libertad de es-coger, sin la intervención de cualquier otro elemento de fuerza,fraude, engaño, coacción o algún otro factor posterior para obli-gar a coercer, y debe tener el suficiente conocimiento y compren-sión de los elementos para permitirle tomar una decisióncorrecta1.

Desde entonces, la noción de consentimiento infor-mado fue tomando cada vez más importancia no sola-mente en el campo de la relación médico-paciente, sino

1 Código de Nuremberg, 1947, artículo 1.

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también en el campo de la investigación científica con su-jetos humanos.

Cabe subrayar que los avances de la investigación cien-tífica y tecnológica biomédica han generado la necesidad dedefinir marcos legales cada vez más precisos y contextuali-zados, que permitan la protección de los derechos del pa-ciente en el campo de la medicina, así como la de losprobandos en casos de investigación biomédica.

El consentimiento informado está estrictamente rela-cionado con el concepto de autonomía, como lo explica Mi-guel Kottow, autor de este libro. Este concepto tiene susraíces culturales definidas y ocupa una posición crucial enla ética. Se encuentra en el fundamento de la DeclaraciónUniversal de los Derechos Humanos (1948) y está estrecha-mente relacionado con el concepto de la dignidad humana,como lo expresa el artículo 3 de la Declaración Universal deBioética y Derechos Humanos de la UNESCO proclamadapor unanimidad en París, Francia, en noviembre de 2005,por la Conferencia General de la UNESCO2. “Se habrán derespetar plenamente la dignidad humana y las libertadesfundamentales”.

Un número importante de instrumentos normativosinternacionales fueron elaborados para responder a estanecesidad, de los cuales se puede mencionar el PactoInternacional de Derechos Civiles y Políticos adoptadopor las Naciones Unidas en 1966, específicamente el ar-tículo 7; la Declaración de Helsinki de la Asociación Mé-dica Mundial sobre los principios éticos aplicables a lainvestigación médica con seres humanos, adoptada en

10 PARTICIPACIÓN INFORMADA EN CLÍNICA

2 Disponible en www.unesco.org/bioethics

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1966 y modificada en 1975, 1983, 1989, 1996 y 2000, asícomo la Convención sobre los Derechos Humanos y laBiomedicina del Consejo Europeo, aprobada en 1997 y vi-gente con sus protocolos adicionales desde 1999. Más es-pecíficamente, la Declaración Universal sobre GenomaHumano y Derechos Humanos, adoptada por la Confe-rencia General de la UNESCO en 1997 y por la AsambleaGeneral de las Naciones Unidas en 1998, trata del con-sentimiento en el artículo 6:

Toda intervención médica preventiva, diagnóstica y terapéuticasólo habrá de llevarse a cabo previo consentimiento libre e infor-mado de la persona interesada, basado en la información ade-cuada. Cuando proceda, el consentimiento debería ser expreso yla persona interesada podrá revocarlo en todo momento y porcualquier motivo, sin que esto entrañe para ella desventaja operjuicio alguno3.

Actualmente el Consentimiento vuelve a ser objeto dediversas interpretaciones, de discusiones contradictorias yde publicaciones variadas. Esto se explica por los interesesdiscordantes y opuestos de los actores sociales involucra-dos en la problemática.

Frente a esta situación, se encomendó al Comité Interna-cional de Bioética (CIB) de la UNESCO, que reúne a expertosrepresentativos de la comunidad internacional, un estudio so-bre el consentimiento informado. El CIB tiene como funciónreflexionar sobre todos los problemas éticos fundamentalessuscitados por los adelantos científicos y tecnológicos, y susaplicaciones en las ciencias de la vida, para definir un marcoético universal común en materia de bioética. El estudio men-cionado fue presentado en la 14ª Sesión del CIB que tuvo lu-

PRÓLOGO 11

3 Disponible en http://portal.unesco.org

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gar del 17 al 19 de mayo de 2007 en Nairobi, Kenya. Sucontenido pone en evidencia la complejidad del asunto que in-cluye dimensiones éticas, técnicas, metodológicas, políticas,económicas y culturales, como se puede observar en la si-guiente lista de preguntas que se propone responder el estu-dio, y que también son abordadas en el presente texto:

– ¿Por qué el consentimiento es un principio fundamen-tal en bioética?

– ¿Cómo se debe obtener el consentimiento?

– ¿Cuáles son los elementos principales del consenti-miento?

– ¿Cuáles son los aspectos más importantes de la infor-mación otorgada?

– ¿Cuáles son las diferentes formas de expresión delconsentimiento?

– ¿Cuáles son las características más importantes delconsentimiento en materia de investigación biomédi-ca/clínica?

– ¿Habrá excepciones en cuanto a los procesos de obten-ción del consentimiento en caso de investigación epi-demiológica?

– ¿Cuáles son los ejemplos de intervención de salud pú-blica efectuados sin el consentimiento de los indivi-duos?

– ¿Cuáles son las características más importantes delconsentimiento en caso de donación de órganos, de te-jidos y de células?

– ¿Cuáles son los procedimientos a seguir en cuanto apersonas en estado de incapacidad de consentir?

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– ¿Es justificable realizar experimentos científicos enpersonas incapaces de expresar su consentimiento?

– ¿Cómo puede depender del contexto económico lapráctica del consentimiento?

– ¿Cómo influyen en el consentimiento los contextos so-cioculturales?

Este libro, cuarto de la serie de publicaciones científicasde la Redbioética/UNESCO4, también pretende clarificareste tema crucial y poner en evidencia las distintas posicio-nes en cuanto al consentimiento informado, así como los in-tereses que lo motivan. Su objetivo no es tanto participar enuna polémica ya bastante compleja y a veces incomprensi-ble para la opinión pública en general, sino contribuir a so-cializar el tema y ponerlo al alcance de un público que vamás allá del círculo restringido de los “especialistas”. Esdecir, a las personas, grupos de personas, asociaciones de lasociedad civil y a todos a los que les concierne, ya sea comopacientes o como personas participantes en investigacionesbiomédicas, a fin de darles los elementos de informaciónque les permitan decidir libremente, sabiendo los riesgosque pueden correr, así como sus derechos a los beneficioseventuales de la investigación en la cual participan. Ponede relieve la necesidad de establecer nuevas normas confor-mes a las evoluciones tecnológicas y biomédicas, así como alas transformaciones socioculturales derivadas, con el obje-tivo central de proteger los derechos y las libertades funda-mentales de la persona humana, particularmente laspersonas vulnerables.

PRÓLOGO 13

4 www.redbioeticaunesco.org.mx

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Esperamos contribuir con esta publicación a una mejorinformación al público y a la divulgación de los conocimien-tos necesarios hoy en día para todo ciudadano.

Alya Saada

Consejera Regional

para las Ciencias Sociales

y Humanas

UNESCO México

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INTRODUCCIÓN

Una opinión sostenida por un buen número de profesiona-les de la salud, así como por algunos académicos de las hu-manidades médicas, es que la bioética se ha de preocuparesencialmente de la relación médico-paciente, donde el con-sentimiento informado ocupa a su vez una posición central.Uno de los brotes más fecundos de la bioética ha sido la con-quista de los derechos del paciente y el reconocimiento desu autonomía. A. Hellegers, fundador del Kennedy Institu-te for Ethics, planteó como su tarea primordial recuperarpara el paciente la dignidad y el respeto de ser tratado comopersona, valores crecientemente opacados por el desarrollode una medicina altamente tecnificada.

El consentimiento informado da expresión a la autono-mía de los individuos o, en un contexto más acotado, haceposible la capacidad de decisión del paciente en el acto mé-dico, así como la anuencia esclarecida del probando paraparticipar en investigaciones biomédicas. Es importantereconocer estos ámbitos, el clínico y el científico, por cuantoel concepto y la práctica del consentimiento informado hantenido una evolución muy diversa en cada uno de ellos. Elanálisis del consentimiento informado en el encuentro clí-nico ha de distinguirse claramente del ambiente de recluta-miento de probandos para la investigación con sereshumanos.

Un error frecuente ha sido tratar el consentimiento in-formado como si fuese siempre un mismo proceso, sin tener

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en cuenta los contextos en que se practica. Este lumping oconflación de diversas instancias con fines de simplifica-ción pretende bajarle el perfil de importancia y transformarel consentimiento informado en un mero trámite, muchasveces recurriendo a un formulario estándar. La tendenciaanalítica inversa, el splitting o desagregación del consenti-miento según el entorno social en que es requerido preten-de, por otro camino, una desvalorización similar al restarletoda dimensión general y vaciarlo de sustancia, para dejar-lo en mera fórmula de aceptación de algunos aspectos pun-tuales del momento. Para evitar ambas distorsiones,procede este texto a tratar en forma separada la autonomíacomo atributo, su ejercicio como facultad, y la competenciamental en cuanto requerimiento antecedente, todos ellosnecesarios para el despliegue de las decisiones informadasen el ámbito biomédico.

Lo que en un principio pareció una propuesta clara yunívoca destinada a respetar los intereses de pacientes yprobandos, ha sido materia de tantas polémicas y publica-ciones minuciosamente analíticas, que el tema del consen-timiento informado se aleja de su cometido ético original yrequiere un esclarecimiento a fondo en beneficio y protec-ción de los afectados. Muchas turbulencias académicas hanerosionado el concepto desde que hace apenas diez años seescribiese que: “[S]in mucha exageración, puede decirseque toda la ética médica no es sino una nota a pie de páginadel consentimiento informado” (Kuczewski 1996). Nadiehubiese creído hace algunos lustros que fuese preciso ela-borar un libro sobre el consentimiento informado y sustemáticas anexas; hodierno, en cambio, es imposible despa-char toda la deliberación pertinente en un artículo o pre-sentación a congreso. El Hastings Center Report presentóhace ya algunos años un catastro de todos los trabajos pu-

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blicados hasta la fecha en torno al consentimiento informa-do, recolectando 377 artículos que trataron el tema enforma empírica (Sugarman et ál. 1999). Lustro y medio mástarde, el número habrá aumentado sustancialmente, indi-cando que aquello que parece obvio e indiscutible –laautónoma, voluntaria e informada participación de los afec-tados en las prácticas biomédicas–, da motivo a discusionesy discrepancias según las cuales el consentimiento informa-do está lejos de ser una institución bioética reglada y estable.Todo lo contrario, aparece como una norma frágil, influen-ciable y sometida a potentes intereses establecidos, los ves-

ted interests que invaden los escenarios de la bioética.

En último análisis, las éticas aplicadas no pueden fun-cionar sin normas y mecanismos que fiscalicen su cumpli-miento. El control es necesario, mas no suficiente, ysolamente se valida desde la reflexión. La deliberación hade continuar, los problemas deben contribuir a la madura-ción moral de todos. Por otro lado, este texto no quiere au-mentar la confusión y la indecisión, sino depurar uninstrumento ético insustituible en la protección de pacien-tes y probandos mas, en última instancia, el esclarecimien-to tendrá que acompañarse de regulaciones.

Del derecho nos viene una observación que merece re-flexión: “Es sorprendente ver cómo el consentimiento esconsiderado, en materias bioéticas, como garante de la pro-tección de todos los intereses comprometidos, en tanto queen otros ámbitos (el derecho del trabajo o el derecho delconsumo, por ejemplo), hace tiempo que se reconocen susinsuficiencias, sobre todo en relación con marcadas desi-gualdades y dependencias” (Fabre-Magnan 2004: 209). Esde lamentar que los resguardos que se esperan del consen-timiento informado vayan sufriendo una progresiva ero-

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sión provocada por diversas instancias incluyendo labioética. Si bien el consentimiento es la manifestación in-dispensable de la autonomía, su presencia no es aval sufi-ciente de la moralidad de lo consentido. Sus componentesmorales han de ser desmenuzados, su centralidad necesitaratificación, el respeto por este instrumento de interacciónserá la vara que mida la calidad ética de quienes lo utilizan.

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AUTONOMÍA

ORÍGENES Y VIGENCIA

Al interés contemporáneo por la autonomía se le adscribencuatro raíces culturales, todas ellas posmedievales y culti-vadas por la modernidad: el humanismo que celebra al in-dividuo, el protestantismo que internaliza la experienciareligiosa, la emergencia del capitalismo con su acentuaciónde la iniciativa personal, y la instauración del pensamientodemocrático con el advenimiento del discurso sobre los de-rechos ciudadanos. Rousseau fue quien introdujo la auto-nomía en la filosofía política cuando puso al inicio de supensamiento la libertad natural del ser humano, expresadacomo voluntad individual, pero incapaz por sí sola de sol-ventar los avatares de la existencia. El ser humano necesi-ta ingresar a una comunidad de individuos dispuestos aarmonizar la autonomía de cada uno en una voluntad co-mún, la cual ha de ser puesta en manos de un organismogestor, el soberano que elabora una voluntad general, su-puesta representante de todos los individuos, pero que ine-vitablemente diluye y erosiona lo que fue la voluntadsingular de cada participante. Con El contrato social quedainaugurada una contradicción que no abandonará más a lacultura occidental, cuyos esquemas políticos se polarizanentre cautelar la autonomía de los individuos, y convocar alas fuerzas cívicas y estatales a fin de ordenar la sociedadde un modo productivo y equitativo, aunque sea a costa dela libertad de cada uno.

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La teología de la Edad Media se había interesado mar-cadamente por la libertad del ser humano –su libre albe-drío–, caracterizándola, al decir de santo Tomás, como lafacultad de elegir dentro de las limitaciones ontológicas dela persona humana. La libertad, piensa la teología, es esen-cialmente metafísica, ligada a la trascendencia. Una visiónde esta naturaleza no se sostiene fuera del ámbito teologal,pero deja entrever la tendencia a ir desligando al individuode normas que restringen su rango de decisiones.

El desarrollo de discursos de origen teológico, político,social, psicológico y ético produjo una multiplicidad de sig-nificaciones, desde la idea de independencia hasta la de au-tonomía, pasando por el libre albedrío y la libertad. El usotiende a hablar de independencia para los procesos nacio-nales de desvinculación de poderes coloniales, y a usar pre-ferentemente los conceptos de libertad en relación confuerzas políticas, reservando el concepto de autonomíapara el ser humano con respecto a su ámbito de decisiones,que es también el directamente relacionado con el tema delconsentimiento informado.

“Las ideas que componen la autonomía –derechos indi-viduales, libertad de elección, privacidad, independencia,libertad de interferencias externas– están investidas degran legitimidad moral” (Gaylin y Jennings 1996: 72). Esposible discrepar con la lista presentada, concordando noobstante con la complejidad de la autonomía. Estos auto-res, aunque estrechamente ligados a la bioética, llegan aconclusiones difícilmente asimilables en la deliberación so-bre consentimiento informado:

Nuestro argumento es que la autonomía funciona mejor en la es-fera política, donde protege al individuo de los abusos de poderestatal. Pero cuando se la extiende al dominio de la vida cívica yfamiliar, tratando toda relación como una relación de poder, la

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autonomía frecuentemente lleva a conclusiones moralmente cie-gas e inapropiadas (p. 75).

De ser así, las personas limitadas en el ejercicio de suautonomía quedarían desprotegidas en las interaccionesbiomédicas, que son relaciones típicamente cívicas.

Las definiciones de autonomía se centran esencialmen-te en el autogobierno: autonomía es “la regla personal delyo libre tanto de interferencias controladoras por otroscomo de limitaciones psicológicas o físicas [que impidan de-cisiones significativas]… el individuo autónomo actúa li-bremente de acuerdo a un plan por él elegido” (Beauchampy Childress 1983: 59). “Para considerase autónoma, unapersona debe entenderse como soberana para decidir enqué creer y en ponderar razones alternativas para actuar”(Scanlon 1972, cit. en Gaylin y Jennings 1996: 31).

Kant argumenta que la autonomía moral es una sumi-sión a las leyes que el individuo ha hecho para sí. El hombreautónomo, en tanto es autónomo, no está sujeto a la volun-tad de otro. El énfasis que las diversas definiciones tienenen común, con excepción de la kantiana, reside en disecar lapalabra griega auto y nomos, para indicar que el individuoautónomo se da sus propias normas de acción; mas en estainterpretación hay una contradicción, pues una norma noes algo creado por uno y para sí, sino acordado por un grupode personas. Visto así, la autonomía no puede llegar a la te-mida autarquía (regirse a sí mismo) de la cual deriva laanarquía (falta de gobierno). El ser autónomo elige, libre-mente, de entre las reglas vigentes en su sociedad, pero lue-go cumple con las exigencias de las normas seleccionadas.El ciudadano autónomamente elige una actividad laboral,un estado civil, tener hijos, pertenecer a un club de bolos,ser bombero, pero luego ha de ser fiel a cada una de las nor-mas que estas elecciones implican. Tanto así, que si dos

AUTONOMÍA 21

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conjuntos de normas son incompatibles –no puede ser mé-dico de urgencias y bombero– deberá abandonar una de susselecciones, pues no está autorizado a modificarlas.

La autonomía tiene para Kant una posición crucial enla ética, señalando que la razón ha de orientarse hacia laacción, lo cual sucede a través de la voluntad. En la medidaque esta voluntad no se infecta de propuestas externas quepretendan domeñarla –voluntad heterónoma–, tendrá suinspiración en la propia razón y será autónoma. La autono-mía es, lo dice Kant, una propiedad de la voluntad que per-mite al individuo darse las reglas de acción, y es aquí dondeaparece el momento moral, que ha quedado olvidado. Aldarse sus propias normas de acción, la voluntad autónomaha de validar la probidad ética de estas normas buscandosu universalización. La autonomía kantiana es la cuna delas prescripciones éticas de validez general y no, como aho-ra pareciese, el ámbito donde cada uno determina su propiomodo y estilo de vida. La primera formulación del imperati-vo categórico rinde pleitesía tanto a la voluntad autónomacomo a la universalización. “Actúa de tal modo que tu nor-ma pudiese valer como ley universal”. La autonomía estáférreamente ligada a la ética por cuanto se ejerce en consi-deración y respeto de los demás.

Los individuos viven en sociedad y deben flexibilizar suautonomía para no lesionar a los otros y permitirles a todosdesplegar tanta autonomía como sea posible sin dañar nirestringir indebidamente a los demás. El ordenamiento so-cial ha de someterse a una soberanía central que dictaminaciertas normas insoslayables para proteger el bien común ypermitir el ejercicio equitativo de derechos ciudadanos, locual requiere así mismo que cada uno ajuste su autonomíapara cumplir con las normas cívicas vigentes.

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EL ESTATUS DE LA AUTONOMÍA

En fidelidad al pensamiento kantiano, la autonomía es unacaracterística tan esencialmente humana, que bien puedecatalogarse de atributo antropológico. En ese caso no es unprincipio ético, sino un modo de ser de lo humano. Ningúnser vivo no humano es autónomo, y no hay ser alguno que,teniendo la constitución humana madura, carezca de auto-nomía. En los albores de la bioética quedó propuesto que laautonomía es un principio bioético, es decir, que es una guíade acción, lo cual fue enfáticamente negado por otros. Algu-nos, como el Informe Belmont, hablaron de respeto por laspersonas, una formulación que se ha venido repitiendo sinque se vea muy clara su sinonimia con autonomía. “El sen-tido más rico y probablemente el más importante de auto-nomía sea en América la noción de que es una libertadnegativa” (Gaylin y Jennings 1996: 44). Esta cita trae al ta-pete la distinción de I. Berlin de libertad negativa –libre decoerciones– y libertad positiva –libre para actuar–. El textode Berlin está empotrado en el ambiente de Guerra Fría delos años sesenta, y se refiere en lo esencial a la relación delindividuo con el poder político. Ciertamente, estar libre decoerciones es condición existencial fundamental, pero en elmundo contemporáneo existen, al lado de coerciones, losimpedimentos o las limitaciones, lo que Sen denomina lafalta de empoderamiento. Una serie de autores han señala-do que no basta con liberar a los desposeídos de coerciones ylimitaciones, es preciso ofrecerles apoyo y protección paraque logren situarse en posición de empoderamiento social ypolítico (Sen 2000).

Algunas voces esclarecidas hicieron notar que si bien elconflicto inicial de otorgar fuerza conceptual a la autonomíaera una estrategia necesaria para desmontar la tradicional

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tendencia al paternalismo médico, no debía extremarse elculto de la autonomía porque la libertad humana sólo tienesentido si está relacionada con la sociedad en que se vive.Todo individuo es miembro de una comunidad y su autono-mía debe preocuparse del bien común sin dejar de ser autó-nomo, de modo que el principio de autonomía no es deliberación sino de compromiso y responsabilidad (Veatch1984). Sólo así, anidada en lo social, puede considerarse laautonomía como un principio ético sin reducirla a ser susten-to psicológico y estratégico para el bienestar del individuo.

El concepto de autonomía como autodeterminación creauna serie de distorsiones en la vida social contemporánea.Por una parte, hay una tendencia a entender la autonomíacomo una liberación, una caducidad de compromisos y res-ponsabilidades, un vuelco hacia la competitividad, la con-quista de oportunidades sociales, el posicionamientofavorable en el mercado. Por otro lado, al haber reducidosus agendas de servicios y resguardos, los Estados naciona-les entregan al ciudadano la administración de sus propioscuidados, seguros, coberturas. El individuo ha ganado enautonomía pues depende menos del Estado que antes, peroun número importante de los miembros de las comunidadesha perdido en cobertura y amparo, cayendo en la exclusiónsocial. Efectos negativos de esta naturaleza son productode divorciar la autonomía individual del bien común social.

Un acto autónomo ha de cumplir tres condiciones (Fa-den y Beauchamp 1986): ser intencionado, ser cabalmentecomprendido por el agente –incluyendo la naturaleza delacto y sus posibles consecuencias–, así como estar libre detoda influencia controladora. El consentimiento o la deci-sión informada se consideran actos cuya autonomía depen-de del cumplimiento de los tres puntos indicados. Como en

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tantos otros aspectos de la vida social, la autonomía indivi-dual se da en forma muy diversa entre pudientes y despo-seídos, lo que ha llevado a proponer que las personas tienendiverso grado de autonomía. Es un error antropológico y fi-losófico cuantificar la autonomía. Primero, por cuanto esun atributo del ser humano, y como tal no se puede dar porparcialidades; segundo, porque si la autonomía es el gozne dela ética, no puede entenderse que haya quienes tienen mayoro menor capacidad de participar en la vida moral. Resultaofensivo e injustificado dictaminar que ciertas personas sonmenos autónomas que otras, a menos que sea por razonesbiológicas –niños pequeños, personas con deterioro mentalprofundo, afecciones degenerativas neurológicas o de la se-nescencia–. Lo que aparentemente son desniveles de auto-nomía debe entenderse como variaciones en el ejercicio deella. Hay individuos que por deficiencias económicas, educa-cionales, de posicionamiento social, tienen menos acceso acubrir sus necesidades y desarrollar su existencia por estarrestringidos en las posibilidades de ejercer su autonomía. Ellenguaje liberal habla de desigualdad de oportunidades, enla visión de Sen padecen de un desempoderamiento políticoy social. Las restricciones del ejercicio de autonomía son ex-ternas al individuo, son producidas por abusos de poder, co-lonialismos, paternalismos, discriminaciones y, por ende,son removibles.

AUTONOMÍA Y BIOÉTICA

La autonomía ingresó a la bioética a través del Informe Bel-mont como el respeto por las personas con sus dos facetas:los individuos como agentes autónomos capaces de delibe-rar sobre sus metas personales y actuar en concordancia

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con esa reflexión; y las personas de autonomía disminuidaque requieren protección. Pocos años después se elabora ladoctrina de los cuatro principios, en la cual la autonomía esinsistentemente definida como autogobierno, dando unaimpresión, por muchos reclamada, de indebida predomi-nancia entre los principios de la tétrada de Georgetown. Seha reconocido que el tempestuoso ingreso de la autonomía ala naciente bioética tenía como meta desarticular loselementos de paternalismo que infectaban a la medicinadesde los tiempos de Hipócrates. Los inicios de la bioética in-tentaron liberar a los enfermos del autoritarismo que emanade la medicina sofisticada que aplica sus potentes instru-mentos diagnósticos y terapéuticos a costa de desconocer losderechos del paciente. Los conflictos de la época reflejan lanecesidad de enfrentar los avances de la medicina con unanálisis de valores: así se dio en el Comité de asignación dediálisis en Seattle (1962), la publicación de HK Beecher so-bre transgresiones morales en la investigación biomédica(1966), el caso Karen Ann Quinlan (1976) y el debate sobreestado vegetativo persistente, los inicios de la medicina deltransplante, y la necesidad de definir la muerte.

Diversas distorsiones aparecen en el ámbito sanitarioal establecer el principio de autonomía con excesiva rigidez.Por lo pronto, se dificulta generar un programa de sanidadpública, pues la exacerbada autonomía de cada uno atomi-za los acuerdos y se niega a hacer sacrificio alguno en arasdel bien común; por otro lado, el médico tenderá a rechazartoda responsabilidad frente a un paciente autónomo queasume todas las decisiones médicas de su caso. La interac-ción médico-paciente queda vaciada de su contenido ético altransformarse en una relación contractual.

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El protagonismo de la autonomía se fue volviendo con-tra sí mismo, pues todos los afectados por acciones biomédi-cas –clínicas, programas de salud pública, protocolos deinvestigación– comenzaron a sufrir las consecuencias deser autónomos, tanto en términos de alterar esquemas clá-sicos de funcionamiento, como en un aumento de responsa-bilidad, una reducción de la protección y una tendencia arelaciones contractuales. La autonomía irrestricta erosio-na la protección de los pacientes y probandos, pero tambiénobstaculiza a los agentes en la persecución de sus metas. Labioética comenzó a minar la inviolabilidad de la autonomía,el discurso fue perdiendo claridad y precisión, los detracto-res mezclaron críticas a la autonomía, a la competenciamental y a la manutención del consentimiento informado.La celebración de la autonomía les parece disgregante a al-gunos pensadores (Morison 1984), pues impide la forma-ción de pensamientos éticos concordantes y la creación deconsensos para acometer tareas sociales comunes. El len-guaje de derechos y obligaciones que subyace al funciona-miento de una sociedad decente o justa, quedaría sin piso sise acepta la supremacía de la autonomía individual (Ca-llahan 1984). Son múltiples los trabajos que devalúan laautonomía, como si los seres humanos dispusiesen de exce-sos de libertad, desconociendo que, pese a los efectos secun-darios indeseados, el ejercicio de autonomía sigue siendoun puntal ético esencial en la protección de pacientes, pro-bandos y comunidades (Kottow 2004).

Si se admite que la autonomía es un atributo intrínsecoal ser humano, que lo define qua miembro de la especie, nopodrán aceptarse coartaciones de ella y menos aún, que ob-servadores externos se vean autorizados a cuestionar o li-mitar la autonomía de un prójimo. Su ejercicio, sinembargo, justamente por tratarse de un rasgo fundamental

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de la persona, debe someterse a ponderación ética, al igualque todo actuar humano. La exigencia moral clásica de nopermitir que la autonomía de unos infrinja la libertad deotros, mantiene su validez pero es insuficiente. Hay situacio-nes en las que se ejerce la autonomía sin tomar responsabili-dad por las consecuencias –donación de espermatozoides–,otras en que la prosecución del propio beneficio no toma enconsideración las opciones de otros –apropiación de recur-sos sanitarios– (Callahan 1996). La autonomía individualha de administrarse con precaución cuando podría produciruna sumatoria de consecuencias sociales indeseables, aun-que más importante que la agregación, es la especificidadde los efectos sociales (Veatch 1996).

La imbricación de autonomía personal con dimensiónsocial es de especial relevancia para el Tercer Mundo, don-de las sociedades mantienen equilibrios inestables, desi-gualdades persistentes, dependencias restrictivas y otraslimitaciones que no deben ser agravadas por tensiones in-debidas al ejercicio de autonomía. Los numerosos debatesque sugieren reducir, desconocer, condicionar o, de algúnotro modo, manipular el ejercicio de autonomía de las per-sonas, atentan lesivamente contra la estructura ética delconsentimiento informado.

• El interés por la autonomía del individuo proviene del con-tractualismo social y la secularización de la modernidad.

• En las prácticas biomédicas, el respeto por la autonomía re-leva al tradicional paternalismo médico.

• Autonomía se define como la capacidad de decidir y ac-tuar según normas propias pero socialmente válidas.

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• Kant estableció que la voluntad autónoma se volvía éticacuando tendía a elaborar reglas de conducta universaliza-bles.

• La autonomía es un atributo antropológico, inherente atodo ser humano.

• El ejercicio de la autonomía puede estar coartado por fac-tores internos o externos.

• Los ciudadanos dependen más de su autonomía a medidaque el Estado reduce sus funciones.

• La mayor dependencia de la propia autonomía genera in-seguridades y desprotecciones.

• La autonomía sólo puede operar si ancla en lo social, y enmuchas culturas esta inscripción social es más fundamen-tal que el libre albedrío individual.

• El movimiento hacia el reforzamiento de la autonomía enlas prácticas médicas se nutre del desencantamiento con latecnociencia, del énfasis en la responsabilidad individual, ydel racionamiento en las coberturas que obligan a la auto-gestión.

• La autonomía ingresa a la bioética como respeto por laspersonas –Informe Belmont– y principio –principialismo–,donde es sometida a permanente polémica.

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RELACIÓN MÉDICO-PACIENTE

En el pensamiento médico de todos los tiempos ha sido cen-tral la relación que se establece entre sufriente y terapeu-ta. Con excepción de la protomedicina chamánica, en que elmédico-chamán realizaba sus rituales terapéuticos en au-sencia del paciente y aun sin conocerlo, ha sido nuclear queel médico conozca, examine y actúe sobre el paciente parasanarlo. Hubo excepciones, como los médicos medievalesque diagnosticaban y daban indicaciones a distancia por te-mor a contagiarse en tiempos de peste, y se cuenta del emi-nente T. Sydenham, que recibía consultas intermediadaspor cartas, a las que daba respuesta docta y prescriptivapor el mismo medio. Pero en general, la relación entre mé-dicos y pacientes ha sido fundamentalmente estable, el mé-dico concedía su tiempo y su saber a un enfermo que debíaser sumiso y obediente. Existieron excepciones, ilustradaspor las peripecias de Paracelso que era perseguido por larealeza y la nobleza insatisfecha con sus ministraciones. Laautoridad médica se formalizó y consolidó en el siglo XIX,cuando la medicina recibió el estatus de profesión.

La tradicional estabilidad se rompió cuando la refle-xión ético-médica develó que el encuentro clínico podíadarse de diversas modalidades (Szasz y Hollender 1956).La forma clásica es el paternalismo, en que tanto el pa-ciente como su terapeuta aceptan la diferencia de conoci-mientos y capacidad de decisión que permiten al médicoactuar en nombre del enfermo, supuestamente sabiendocómo beneficiarlo mejor. En el modelo paternalista el con-

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sentimiento es no informado, incluso no solicitado porquese presume implícitamente otorgado.

Con el rescate de los derechos del paciente iniciado porla vertiente clínica de la bioética, la relación se transformaen una de carácter contractual: el paciente solicita y pagapor servicios que el médico proporciona desde su saber. Ellenguaje jurídico aún conserva este modelo contractual, ca-racterizándolo como virtual. Las partes contratantes aco-tan claramente las responsabilidades, y de las expectativasfrustradas del paciente nace el juicio de mala práctica. Elconsentimiento que opera en esta modalidad es específico ylimitado a la prestación médica solicitada.

La forma contractual de relación entre médico y pacientefracasa por cuanto la medicina está demasiado plagada deincertidumbres, probabilidades y efectos inesperados que nopueden ser plasmados en un documento; además, puede te-ner efectos contrarios a lo deseado: desconfianza del pacien-te que no sabe si recibirá lo negociado, y del médico temerosopor la queja permanente del paciente insatisfecho.

De este modo nace el modelo participativo, en que cadaparte entra en una relación de confianza y cooperación, enun clima propicio a un consentimiento informado genuino:el médico, proporcionando toda la información pertinenteque posee, el paciente tomando su decisión entre las alter-nativas planteadas, en general pero no necesariamenteconcordando con las indicaciones médicas. Así, el encuen-tro clínico se transforma de contractual en un compromisode mutuo respeto y cuidado.

Transcurridos varios lustros de deliberación bioética sepresentó una nueva perspectiva más ajustada al estado ac-tual de la discusión. Emanuel y Emanuel (1992) reconocencuatro modelos de encuentro clínico que no provienen de la

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observación empírica sino de un análisis teórico. Comienzancon el esquema paternalista, obsoleto y en general rechaza-do pero que algunos creen poder rescatar en situaciones clí-nicas excepcionales. En segundo término se da el modoinformativo, con la disposición a intercambiar informacio-nes fácticas, pero carente de compromiso personal, sin ofre-cer asesoría y sin asumir responsabilidad, todo lo contrario,puesto que el paciente recibe toda la información disponibleque le permite tomar en forma independiente decisionespertinentes y hacerse cargo de las consecuencias. Las for-mas más complejas y completas de relación médico-pacienteson la interpretativa y la deliberativa, donde se desarrollauna interlocución activa de la cual se espera culmine en unconsenso. La relación interpretativa otorga la informacióny asiste al paciente en la comprensión de los datos a la luzde sus valores. El modo más completo de relación entre mé-dico y paciente es el deliberativo, en el cual se entabla undiálogo donde el médico actúa como amigo y orientadorpara ayudar al paciente a jerarquizar los valores en juego,aunque con el peligro, señalan los críticos, de rescatar un pa-ternalismo residual.

Efectivamente, en el modelo de Emanuel y Emanuel sedetecta un paternalismo encubierto, palpable incluso en lamás interactiva de las relaciones, donde la deliberación su-pone una participación paritaria de pacientes y profesiona-les sanitarios: “No sólo indica el médico al paciente lo quepodría hacer sino que, conociendo al paciente y deseando lomejor para él, el médico indica lo que el paciente debierahacer, cuáles decisiones de terapia médica serían admira-bles” (Emmanuel y Emmanuel 1992: 2222). Hay una ten-dencia oculta a hacer valer la opinión del médico, ademásde que se valora moralmente el consenso como “admirable”.

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Los estudios que exploran las preferencias de los pa-cientes con respecto al tipo de encuentro clínico deseado sonde resultados muy dispersos. En general puede decirse quelas personas más jóvenes y con niveles más altos de educa-ción, tienden a ser más autónomas y participativas en elproceso de decisión informada. Algunos investigadores en-cuentran una leve predominancia de autonomía entre lasmujeres, pero la diferencia de género se encontró en compa-raciones de patologías diferentes (Kaplan et ál. 2002). Laconclusión más importante es que las preferencias de rela-ción médico-paciente dependen en gran medida de la perso-nalidad de los interlocutores, lo que hace recomendable laactitud participativa que podría revertir a paternalista si elpaciente así lo deseara.

• Desde el nacimiento de la bioética hay tendencias a reem-plazar la relación médico-paciente paternalista por mode-los más paritarios.

• Una forma de relación médico-paciente intermediaria en-tre paternalista y participativa es el modelo contractual.

• El contractualismo presupone igualdad de los interlocuto-res, lo cual no ocurre entre médico y paciente, ni entre in-vestigador y probando.

• Los encuentros clínicos éticamente más depurados siguenel modelo participativo o el modelo deliberativo.

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RELACIÓN INVESTIGADOR-PROBANDO

Aun cuando no es raro que en las investigaciones clínicas elmédico tratante actúe como investigador y el paciente sevuelva probando, hay no obstante una sequía total deobservaciones y proposiciones sobre la relación entre cientí-ficos y sujetos de investigación. Debido a este silencio con-ceptual, el instrumento de acuerdo, que es el consentimientoinformado, ha sufrido distorsiones que le convierten en pun-to central de análisis y de rectificaciones por parte de los co-mités de bioética en investigación. Por lo pronto no hay unainterlocución claramente establecida entre un equipo de in-vestigadores y una cohorte de probandos, ni hay intenciónalguna por crear un clima de confianza y mutuo beneficio,como se pretende en el encuentro clínico.

En el fragor de la polémica en torno a la ética de la in-vestigación en seres humanos, exacerbada tanto en la pre-paración de la Declaración de Helsinki (Edinburgh, 2000)como después de su promulgación, hubo publicaciones don-de investigadores de prestigio declaraban que en el seno deun estudio clínico ellos no tenían responsabilidad algunapor el probando en cuanto paciente. Según esta postura, se-ría error frecuente creer que la ética clínica continúa siendoválida en el curso de una investigación, donde la responsa-bilidad moral frente al probando se restringe a evitar losriesgos. Los investigadores se han esforzado por no generaruna relación fiduciaria entre científicos y probandos, sinoen reducirla a las condiciones y especificaciones del proto-colo de estudio: “En investigación clínica, en contraste [con

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medicina clínica], hay una probable divergencia entre losintereses de los investigadores y aquellos de los pacientesvoluntarios, incluso cuando el investigador actúa concompleta integridad” (Miller y Brody 2003: 21).

La postura contraria, que sugiere una relación máspersonal y comprometida en las investigaciones biomédi-cas, proviene inicialmente de Beecher quien, sin embargo,muestra una relación ambigua en su evaluación moral delos investigadores. Su famoso artículo denunciatorio acu-saba a los investigadores de la soberbia ética que les per-mitía poner a los probandos en riesgo por el presunto biensocial que se iba a obtener por el estudio, actitud que seinspira en “el particularmente pernicioso mito de que losfines justifican los medios. Un estudio es ético o no lo esdesde sus inicios. No se vuelve ético meramente por produ-cir información valiosa” (Beecher 1966: 1360). Al mismotiempo, en vez de proponer controles éticos más estrictos,Beecher sugería que la única protección efectiva para lossujetos de investigación provenía de investigadores de sóli-da formación y con buenas intenciones. El primer artículodel Código de Nüremberg también invocaba la responsabi-lidad ética directa del investigador, pero la historia ha sidoinfiel a ese llamado. Siendo intrínseco a la actividad cientí-fica que la relación investigador-probando sea objetiva eimpersonal, cobra especial importancia que el consenti-miento informado, al inaugurar esta relación, sea éticamen-te intachable.

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• La relación investigador-probando carece del carácter per-sonal y cercano que se espera del encuentro clínico.

• Esta relación es de tipo contractual a pesar de los importan-tes desniveles de poder entre investigadores e individuosreclutados.

• La interacción de investigador y probando no está llamadaa generar beneficios mutuos, sino a sesgar en favor dequienes patrocinan e investigan.

• Los investigadores distinguen entre ética clínica y éticade investigación, y sólo se hacen responsables por estaúltima.

• Ha sido propuesto como ideal que el investigador tengalas cualidades morales que hagan superfluo el controlético.

• La tendencia histórica es a establecer controles éticoscada vez más estrictos a fin de proteger a los probandos,pero esta intención está siendo debilitada por algunosbioeticistas.

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PATERNALISMO

Uno de los propósitos iniciales de la bioética fue eliminar larelación paternalista que desde siempre ha comandado las in-teracciones entre médicos y pacientes, pese a lo cual ha sidodifícil convencer a la profesión médica de que una actitud pa-ternalista no es compatible con la autonomía del enfermo. Enrealidad, el respeto por la autonomía es antagónico con el pa-ternalismo, que se define como la asunción de decisiones ennombre de una persona y por su propio bien, independien-temente de que ella tenga la competencia para hacerlo.

Se reconoce un paternalismo justificado, blando o pro-tector, y una forma autoritaria, impositiva, no justificada.La variante justificada se da cuando un agente asume lasdecisiones por un sujeto que carece de la competencia men-tal necesaria para ello; ese paternalismo se legitima te-niendo en la mira los mejores intereses del protegido. Elcaso paradigmático es el padre que cuida los intereses de suhijo, desplegando un paternalismo protector, o paternali-dad, ejercido solamente en las situaciones y por el tiemponecesario; el padre deja de tomar decisiones por su hijo amedida que éste madura y se vuelve competente. Cuandoun individuo competente toma decisiones que únicamenteson lesivas a sus propios intereses, y aunque contraríe lasrecomendaciones que recibe, no hay lugar para lainterferencia paternalista so pena de poner en entredichoel significado de respeto a la autonomía de las personas.

En el paternalismo autoritario, el agente impone suscriterios a pesar de que el afectado es competente para to-

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mar sus propias decisiones. Aunque el paternalista afirmeestar actuando en beneficio del sujeto, esta pretensión esfalaz por cuanto desconocer su competencia mental ya esun acto de maleficencia. No obstante, el paternalismo auto-ritario, en principio no justificado, tiene algunas instanciasque lo validan: una es cuando la autonomía individual debeser limitada para cumplir tareas que el individuo deseapero que no es capaz de realizar por sí solo. Ser pasajero deun avión obliga a aceptar ciertas restricciones a la voluntadautónoma que son inherentes a la utilización de un servicioque no sería posible solventar individualmente. En segun-do término, la autonomía puede ser inhibida en forma fuer-temente paternalista cuando el individuo toma decisionescuyas consecuencias es incapaz de afrontar, como ocurre enla tan comentada obligación de usar casco de motorista ocinturón de seguridad. Si sufre un accidente, tanto másgrave si no lleva casco, habrá de recibir cuidados de urgen-cia y eventualmente rehabilitación con cargo a la manopública (Dworkin 1972). Igualmente aceptable es el pater-nalismo autoritario ejercido para impedir que las decisio-nes y los actos de una persona sean lesivas para terceros opara el bien común.

PATERNALISMO EN MEDICINA

El argumento médico a favor del paternalismo es que la en-fermedad tiene una fuerte carga emotiva, así como distor-siones en la percepción de la realidad, que impiden alpaciente, casi por definición, ejercer razonablemente su au-tonomía. En segundo término, continúa la argumentación,el paciente no puede llegar a poseer toda la informaciónpertinente a su enfermedad como para tomar decisiones

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relevantes. Mientras más compleja se vuelve la medicina,mayor es la distancia cognitiva entre agente y afectado, porlo cual el paternalismo médico sería componente indispen-sable para una buena y eficiente relación clínica.

Obviamente, estas dos razones son sesgadas y de nin-gún modo exculpatorias del paternalismo médico. Sin ne-gar el impacto que las enfermedades pueden producir en laexistencia de los individuos, cursan en su mayoría con unsensorio y una competencia mental inalterados. Para lasexcepciones –enfermedades neurológicas, afecciones concompromiso de la conciencia, estados de dolor y angustiaextremos–, es posible que el afectado no pueda ejercer suautonomía, pero hay diversas instancias sucedáneas queoperan antes del paternalismo médico.

Por otro lado, el paternalismo médico tiende a infiltrar-se en la relación médico-paciente en formas que oblicua-mente invaden la autonomía del paciente, entre las cualesse ha destacado el ocultamiento de la verdad, y la aplicacióninconsulta de medios ordinarios o extraordinarios o, másampliamente, la conducta del médico frente al proceso demuerte del paciente. El médico es reacio a develar diagnós-ticos o pronósticos nefastos, y suele esconder la verdadfrente al paciente aduciendo que quiere evitarle una reac-ción depresiva mayor. Es esta una violación flagrante de laautonomía del paciente, quien queda desinformado e impo-sibilitado de tomar las decisiones que su estado clínico y susituación existencial pudiesen requerir, situación que sóloes aceptable si el enfermo expresamente ha dicho que noquiere conocer el eventual resultado negativo de los exáme-nes (Vandeveer 1980). Aún así, este pomposamente deno-minado derecho a no saber, no podrá ser respetado por elmédico si el desconocimiento pone en peligro a otros, comopor ejemplo la detección de seropositividad al VIH.

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Hacia el final de la vida, el paciente muchas veces es ca-lificado de incompetente, despojado de su autonomía y so-metido a decisiones paternalistas, siendo víctima deobstinación terapéutica contra su voluntad, desatendiendola inutilidad de estos esfuerzos. Si el enfermo solicita lasuspensión del tratamiento, sólo se le concede si no pone enriesgo inminente su vida residual; y si va más allá y solicitaayuda para abreviar el proceso de muerte y anticipar su fin,se encuentra con una rotunda negativa. La utilización demedidas ordinarias o extraordinarias hacia el final de lavida suele ser presentada como una decisión técnica quedebe tomar el médico, ocultando sus componentes morales(Buchanan 1978), negando sus aspectos existenciales, yrechazando la capacidad de decisión del paciente.

Todo el concepto del consentimiento informado, tanto enmedicina terapéutica como en investigaciones biomédicas,se derrumba si se concede al médico la potestad de ejercerpaternalismo según sus propios criterios y en desconoci-miento de la competencia mental del paciente/probando o suadecuada representación cuando es incompetente. El pater-nalismo es el gran enemigo del consentimiento informado,instaurándose después de un apresurado diagnóstico, infor-mal y arbitrario de incompetencia mental, y arrogándose larepresentatividad de los pacientes presuntamente incapa-ces de captar informaciones y tomar decisiones clínicas.

Lo señalado no obsta para que las decisiones autóno-mas puedan ser compartidas y delegadas. Observación co-tidiana es que el paciente voluntariamente solicite almédico asumir las decisiones apropiadas a la situación clí-nica, recreando así la figura paternalista que la bioética in-tenta eliminar. La legitimidad de traspasar esta capacidadde decisión depende del cumplimiento de dos condiciones.

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Primero, tiene que estar precedida por una informacióncompleta y adecuada, destinada a permitir al paciente unacabal comprensión de su situación médica y de las alterna-tivas de acción existentes. Segundo, el paciente ha de deci-dir unívocamente que prefiere entregar la decisión almédico, de manera que el paternalismo resultante seaproducto de una decisión libre e informada del enfermo.

Desde la antropología viene una sugerencia pronósticaque cree vislumbrar la evolución de tres rasgos culturalesque inclinarán la balanza hacia una reducción del paterna-lismo médico: 1) el desencantamiento con la tecnociencia ycon los logros de la medicina altamente instrumentalizada;2) el énfasis en la responsabilidad individual por llevar es-tilos de vida saludables, y 3) la necesidad de racionar re-cursos cada vez más escasos (Abernethy 1991). Desde lapublicación de ese trabajo se han ido cumpliendo en granmedida estos pronósticos, pero el efecto más notorio de loscambios culturales no ha sido desincentivar el paternalis-mo y fomentar la autonomía de los pacientes sino más bienprecipitarlos a una desprotección social y pérdida de cober-turas médicas.

• Paternalismo es la toma de decisiones por otro individuosin considerar que éste es autónomo.

• El paternalismo protector toma decisiones por el otro allídonde éste no tiene desarrollada la autonomía.

• El paternalismo autoritario impone sus criterios a despe-cho de la autonomía que pudiese ejercer el afectado.

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• El paternalismo fuerte sólo se justifica si una persona cum-ple una tarea que otro le solicita y que requiere una con-ducta disciplinada –ser pasajero de un avión–.

• El paternalismo autoritario se justifica si una persona adop-ta conductas cuyas consecuencias no puede afrontar–usar casco o cinturón de seguridad–.

• El paternalismo autoritario puede ser necesario para evitardecisiones que dañarán a terceros.

• El paternalismo médico aún persiste en muchas instanciascomo la administración de la veracidad y en la decisión so-bre tratamientos ordinarios o extraordinarios.

• El concepto ético del consentimiento informado depen-de de la abolición de todo paternalismo médico injustifi-cado.

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VULNERABILIDAD Y EMPODERAMIENTO

El concepto de vulnerabilidad se ha infiltrado tanto en losfundamentos como en la retórica de la bioética. El pensa-miento europeo, mostrando una fisonomía principialista,ofrece cuatro principios fundamentales, uno de los cualeses la vulnerabilidad. En rigor se trata de un atributo antro-pológico, pues el ser humano es biológica y existencialmen-te frágil, su vida es un proyecto en permanente riesgo defracasar. Esta vulnerabilidad universal es en parte paliadapor el orden social basado en los derechos humanos, que in-tenta reducir las incertidumbres y los peligros inherentes ala vida (Kottow 2003). Reich (2003) sugiere que la vulnera-bilidad es uno de los tópicos más fundamentales de la bioé-tica del futuro.

Insistentemente se tilda de vulnerables a personas quepor algún motivo no están a la altura mental, biológica o so-cial de lo que se considera un promedio normal. Las muje-res son vulnerables porque son discriminadas, los niñosporque les falta madurez mental, los pobres por carecer deeducación, los homosexuales por ejercer una sexualidadriesgosa. Lo que se está diciendo es que estas personas sondesmedradas, en cierta medida minusválidas, lesionadasen su empoderamiento, es decir, que han sufrido algúndaño que les resta capacidades consideradas normales. Sonindividuos que han perdido la frágil pero íntegra cualidadde vulnerables, pues están dañados y son vulnerados, locual los hace especialmente susceptibles y predispuestos adaños adicionales.

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Al usar vulnerabilidad en forma laxa, tanto para el serhumano en cuanto tal como para las personas lesionadas,suele soslayarse que éstas son personas desmedradas, de-bilitadas, frente a las cuales es preciso desarrollar progra-mas generales y específicos de reparación. Cuando losinvestigadores quieren usar probandos vulnerados queellos denominan vulnerables, están escamoteando el deberde ayudar a los lesionados a salir de su desmedro, puestoque desean incorporarlos a un estudio que significará ries-gos, tanto más probables para poblaciones vulneradas ysusceptibles de daños adicionales. Al respecto se vienen de-sarrollando dos doctrinas antagónicas. Una, denominadaproteccionista, cree necesario preocuparse de que los “vul-nerables” no sean sometidos a riesgos, o que reciban protec-ción adicional dada su vulneración. La otra posición,representada cada vez con más fuerza por los investigado-res del primer mundo, prefiere un “inclusivismo” que incor-pora a los así llamados “vulnerables” sin prodigarlesprivilegios de protección. Esta diversidad de actitud se re-fleja en las diferentes prácticas de reclutamiento de pro-bandos y de obtención del consentimiento informado, sobretodo con el traslado de las investigaciones a países donde lapoblación sufre de una serie de vulneraciones que la predis-ponen a riesgos y lesiones. Los investigadores reconocen lavulnerabilidad de las personas pero no la necesidad decuidar y resguardarlas, cuando en realidad se trata depoblaciones vulneradas, desempoderadas, especialmentesusceptibles a los riesgos de una investigación y, por tanto,necesitadas de protección adicional.

Moreno (2001) reseña tres periodos cronológicos para elproteccionismo. Desde la promulgación del Código de Nü-remberg y hasta fines de los años setenta se ejerce un pro-teccionismo suave, que entrega gran parte de la protección

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de los probandos al criterio de científicos supuestamentevirtuosos. A la luz de una serie de accidentes sanitarios y deinvestigación biomédica –Talidomide, Tuskeegee Valley,Willowbrook, Brooklyn Hospital–, varias publicaciones de-nunciatorias –Beecher (1959), Beecher (1966), Mitford(1973)– motivaron medidas destinadas a instaurar un pro-teccionismo moderado que respeta el virtuosismo personaldel investigador, pero lo considera insuficiente para asegu-rar el resguardo de los probandos. Al filo del cambio de siglose propende por un proteccionismo fuerte que instala meca-nismos de control por desconfiar de la probidad y del buencriterio de los investigadores en la protección de los proban-dos. La definición de proteccionismo fuerte es delatora: “Laesencia del proteccionismo fuerte es la minimización de ladiscreción de los investigadores clínicos en orientar su con-ducta con relación a probandos humanos” (Moreno 2001:10). En realidad, el objetivo de todo proteccionismo es res-guardar, no coartar discrecionalidad, para contrarrestar latendencia de los investigadores biomédicos a más bien de-sestimar la autonomía de pacientes y probandos (Kottow2004), y a reducir su protección: “La última pieza de eviden-cia de que el péndulo ha virado, es la rescisión del consenti-miento informado para investigaciones en situaciones deemergencia, según normado por reglamentación federal en1996” (Mastroianni y Kahn 2001: 26). Y concluyen los auto-res: “Existe amplia evidencia que incluso en ambientes queenfatizan la protección, se producen serias falencias en elproceso de consentimiento informado, los sujetos estánpermanentemente confundidos acerca de la distinciónentre investigación y cuidados clínicos, así como sobre losbeneficios que pudiesen recibir por participar en estudios”(p. 27).

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Las ambigüedades que emanan del uso poco cuidadosodel término “vulnerabilidad”, se subsanan en gran medidaal adoptar la nomenclatura de A. Sen en relación con lo quedenomina empoderamiento. Sen comienza por negar quepobreza sea solamente carencia material, y la define comoun déficit de libertad para ejercer capacidades en la consecu-ción de una vida materialmente protegida y abierta al cum-plimiento de ciertos anhelos. Quienes están en condicionesde actuar libremente son empoderados, es decir, disponendel poder necesario para participar de las oportunidadesque su sociedad brinda. Los desmedrados, carentes de em-poderamiento, son desempoderados, serían los mal llama-dos “vulnerables” que debiesen ser vistos como vulnerados.En la visión de Sen queda muy claro que los desempodera-dos padecen de algún déficit existencial que toda sociedadjusta o decente debe intentar subsanar mediante la organi-zación de instituciones sociales terapéuticas que otorguena los desposeídos lo necesario para empoderarlos, lo cual hade suceder a nivel tanto social como político. En ello coinci-de con la filósofa británica O. O’Neill, quien habla de vulne-rabilidad esencial y vulnerabilidad especial, esta últimacomo un estado de franca vulneración que requiere ayudasocial para ser subsanada.

El embate contra el proteccionismo fuerte consiste en ne-gar que los “vulnerables” tengan deficiencias de autonomía.Mas, si se reconoce que estos “vulnerables” son vulnerados,habrá que aceptar la posibilidad de que su vulneración pu-diese afectar el ejercicio de su autonomía, de modo que eldiagnóstico de vulneración y el de incapacidad de decidirson independientes, y no permiten colegir a priori si vulne-ración siempre se acompaña de disautonomía o, a la inver-sa, acaso no hay relación entre ambos como quisieran losinclusivistas: “es difícil entender por qué personas en esos

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grupos [los enfermos, los senescentes, los económica o edu-cacionalmente desaventajados] sean descartados como “vul-nerables” y más limitados en sus elecciones acerca departicipar en investigaciones que los no vulnerables” (Rho-des 2005: 14).

Es fundamental para la bioética reconocer que lo livia-na y erróneamente denominado vulnerabilidad es un esta-do de menoscabo frente al cual una sociedad ecuánimetiene la obligación de reaccionar terapéuticamente. Cadavez que se busque incorporar a estas personas vulneradasen un programa de investigación, es indispensable hacersecargo de los cuidados y las protecciones especiales querequieren precisamente porque están en un estado de lesióny pérdida de capacidades. Para los comités de bioética quetrabajan en nombre de la ética de investigación, ha de serpreocupación impostergable que los individuos y las po-blaciones desempoderadas, de ser invitadas a incorporar-se a estudios, reciban un procedimiento de consentimientoinformado tanto más acucioso, y que de ningún modo oculteque son personas singularmente susceptibles a sufrir daños.No se puede hacer suficiente énfasis en este aspecto, en con-sideración a que la investigación tiende a enquistarse cadavez más en países más pobres, con poblaciones privadas ydesmedradas.

• La vulnerabilidad es un rasgo antropológico universal queseñala la fragilidad biológica y existencial del ser humano.

• Los individuos y las poblaciones que sufren algún desme-dro han pasado de la categoría de vulnerables a vulnera-dos.

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• Los vulnerados padecen de daños y privaciones que losvuelven más susceptibles y predispuestos a daños adicio-nales.

• La justicia social solicita para los vulnerados la organiza-ción de instituciones sociales específicas que palien o re-muevan los desmedros que sufren.

• Cuando investigadores se proponen reclutar probandosde países pobres los denominan vulnerables pero debie-ran reconocerlos como vulnerados y requirentes de cuida-dos especiales.

• En la ética de la investigación se distingue la tendencia“proteccionista” que solicita cuidados y protecciones es-peciales para personas vulneradas que serán probandos, ylos “inclusivistas” que consideran a todo ser humano aptopara ser probando.

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MEDICINA OBJETIVAY CONSENTIMIENTO INFORMADO

ALCANCES Y LÍMITESDE LA INFORMACIÓN BIOMÉDICA

La información médica es expresable en probabilidadespero no en certezas, lo cual enturbia la llamada decisión in-formada, por cuanto lo que se puede ofrecer al paciente estáplagado de incertidumbres. El saber médico es de tipo in-ductivo-estadístico, es decir, se basa en probabilidades másque en certezas. Los conocimientos “científicos” que elmédico posee, amén de imprecisos, suelen provenir de me-dios ambientales y sociales distantes, su extrapolación esotro factor de incertidumbre. La medicina basada en eviden-cia no mejora esta situación, pues también ella no puede ha-blar sino de probabilidades, quedando impredecible en quégrupo probabilístico caerá el individuo. Aunque quisiera ser-lo, la medicina no es una ciencia, porque su objetivo no es elconocimiento general sino la acción terapéutica singular. Eldiagnóstico no es conocimiento certero sino presunción hipo-tética, es doxa (opinión) antes que episteme (conocimiento).

Entre datos biomédicos salpicados de incertidumbres yprobabilidades por un lado, y requerimientos de una infor-mación acabada que permita al paciente tomar decisionesfundadas por el otro, hay desencuentros insalvables. Lasciencias médicas jamás podrán presentar información cer-tera que permita predecir el determinismo de los eventos

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biológicos y patológicos consecuentes a la alternativa de ac-ción que se elija. Si bien la investigación biomédica enri-quece el caudal de conocimientos, amplía también lavisibilidad de interacciones y relaciones de extrema comple-jidad. La búsqueda de la causa vera de las enfermedades queen el siglo XIX inspirara a los investigadores, ha dado paso ala multicausalidad patogénica que se escapa a una compren-sión determinista, a la asignación de responsabilidades, y alas especificaciones de riesgos.

La mayoría de los médicos no ajustan sus acciones a losdatos empíricos de la medicina basada en evidencia, sinoque aplican la intuición, la experiencia, la empatía con elpaciente, el conocimiento de condicionantes locales comomoduladores no cuantificables, produciéndose una diver-gencia entre el lenguaje de la experiencia clínica y el de lasciencias. No están dadas las condiciones para entablar rela-ciones contractuales y adoptar compromisos vinculantesentre los agentes sanitarios y los sujetos que requieren susservicios, siendo tanto más necesarios los resguardos éticosdestinados a proteger a los participantes. El consentimien-to informado se hace cargo de que los datos científicos nosean centrales en las prácticas biomédicas; su función esancilar desaconsejando el cobijo en falsas seguridades.

Los límites objetivos que puede tener el procedimientode la decisión informada no autorizan para eximir de su uti-lización. Aunque funciona en un ámbito de incertidumbre,el médico aplica a su mejor entender los conocimientos queposee y, del mismo modo, si bien no es posible informar deun modo exhaustivo, es impositivo llevar el proceso de in-formación lo más acabadamente posible, conscientes deque los residuos ignotos son inevitables y quedan paliados

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por la confianza técnica y moral que el paciente deposita enel médico.

• Las incertidumbres de la medicina han impulsado el desa-rrollo de la medicina basada en evidencia.

• El rigor de la detección y la certeza de los resultados au-mentan con las técnicas de investigación biomédica, perotienen aplicaciones prácticas limitadas.

• Para el paciente individual, la evidencia científica propor-ciona un aumento muy discreto de información cierta, yaque los estudios se hacen en cohortes que entregan resul-tados probabilísticos.

• Los conocimientos médicos alcanzados en forma de evi-dencia no justifican abandonar el procedimiento de la de-cisión informada, pues el paciente sigue teniendo quedecidir entre beneficios inciertos y riesgos poco conoci-dos.

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MÉTODO CIENTÍFICO E INFORMACIÓN

Cursa entre los investigadores la queja de que el consenti-miento informado no puede ser genuino por cuanto los suje-tos no entienden los rudimentos del método científico, nosiendo capaces de asimilar conceptos como randomización,placebo, grupo control, equiponderación. Sin entrar en lasnutridas polémicas sobre la legitimidad ética de estas di-versas estrategias experimentales, es necesario ver su in-fluencia sobre el proceso de información al probando. En loesencial no se trata de entender significaciones, más bienjuegan factores de confusión como las dudas que aquejan alos investigadores: acaso están usando legítimamente estosinstrumentos, acaso pueden convencer a los sujetos deaceptar los riesgos inherentes a su aplicación e, increíble-mente, el hecho de que no haya acuerdo sobre algunos deestos términos.

No es difícil explicar lo que es la randomización, pero esposible que el probando tenga dificultades en aceptar queen forma aleatoria pueda recibir un tratamiento mediocre ouno promisorio. Muchos protocolos se niegan a aceptar queuna distribución randomizada no es legítima cuando lasalternativas son demostradamente de muy diverso valorterapéutico, porque condena al grupo control a ser subme-dicado. En situación similar se encuentran los estudios querecurren al placebo a sabiendas que, salvo excepciones, eluso de sustancias inertes como control es éticamente pros-crito. Tampoco aquí hay problemas conceptuales muy com-plejos y el probando fácilmente entenderá la lógica, pero no

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la ética, de recibir en forma aleatoria la droga promisoriaen estudio o una sustancia inactiva. En un estudio clínico,en que el probando es un paciente que necesita tratamientopara su enfermedad, le resulta incomprensible ser someti-do a un 50% de probabilidades de quedar sin terapia.

Cuando la Declaración de Helsinki requiere que la in-vestigación de una nueva terapia se haga comparando conlo mejor existente, está protegiendo a los sujetos del estudioa fin de que ninguno quede submedicado, aun cuando esaexigencia le esté dificultando el trabajo a los investigado-res. La visión del paciente es exactamente la misma, enten-diendo que se investiguen progresos terapéuticos, pero no acosta de reducir sus cuidados a menos de lo que tendría sino ingresa al estudio.

Las dificultades de obtener un consentimiento genuina-mente informado no residen en explicar racionalmente estosprocedimientos de investigación, sino en lograr que el pro-bando, en conocimiento cabal de lo que significan, encuentreplausible participar con indudable riesgo de desmejorar sutratamiento médico. Tratándose de proposiciones que sim-plemente no debieran ser incorporadas a estudios clínicoséticamente solventes, incluirlas en un procedimiento deconsentimiento informado es tan impropio como proponerriesgos desmedidos. Es labor del Comité de Bioética enInvestigación velar porque no se preparen protocolos conestrategias que han sido rechazadas como poco éticas, demodo que el probando no se vea en la disyuntiva de aprobarlo inaceptable, sea por desconocimiento, por creer en supresunta contribución a la ciencia, o porque es tentado conbeneficios sustanciosos.

El concepto de equiponderación (equipoise) requiere unanálisis propio, desde luego porque hay muy diversas ma-

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neras de entenderlo, y porque su valoración también esfluctuante. La idea de equiponderación fue introducida porFried y elaborada por Friedman, en un intento de protegera los pacientes de investigaciones que los ponen en riesgosin tener justificación heurística y, por ende, sin beneficioterapéutico alguno. Existen múltiples definiciones del tér-mino, que no hacen más que ilustrar el uso arbitrario querecibe. En lo fundamental, se refiere a situaciones clínicascon más de una opción terapéutica, sin que la lege artis

haya determinado sus méritos comparativos, ni provengade la comunidad médica una opinión que dirima el valor re-lativo de cada alternativa. Es la situación en la que congran entusiasmo la industria farmacéutica intenta introdu-cir un nuevo agente a fin de alcanzar una participación en elmercado, y que se ilustra en la proliferación de agentesanti-inflamatorios no esteroidales que tienen escasas dife-rencias de efecto terapéutico, riesgos, costos o tolerancia. Eslo que M. Angell (2004) ha denominado las me too drugs (“yotambién quiero entrar al mercado”).

Hay investigadores que rechazan la equiponderacióncomo un error conceptual que pondría coto a investigacio-nes que se tildarían de innecesarias, lo cual es efectiva-mente el objetivo original del concepto. Curiosamente,hay otros que consideran fundamental que la equiponde-ración exista en ciertas condiciones, precisamente cuandono es posible obtener un consentimiento informado: “Enescenarios de emergencia… debe existir una equipondera-ción clínica –la ausencia de consenso acerca de los méritoscomparativos de las intervenciones a probar. En esos ca-sos, el sujeto no queda perjudicado por ser reclutado [al es-tudio]” (Emanuel et ál. 2000: 2707). Para evaluar estaaseveración es conveniente distinguir la equiponderacióntolerable –las opciones divergen pero no son adversarias–,

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de la equiponderación insostenible –las opiniones discre-pan y se contradicen mutuamente– (Kottow 2005). La for-ma tolerable hace superflua la investigación y no justificael riesgo adicional para un sujeto ya muy vulnerado por suemergencia clínica. La equiponderación insostenible, encambio, necesita ser dirimida porque algunas de las opcio-nes, o todas, están perjudicando a los pacientes. En estasegunda variante puede ser defendible proceder sin con-sentimiento informado cuando es inalcanzable, conside-rando que el estudio se hace en beneficio de los sujetosincorporados.

Toda esta polémica no puede ser dirimida en las situa-ciones prácticas de consentimiento informado en ausenciade competencia mental, la reflexión debiendo ser llevada alterreno de la bioética. En investigaciones con sujetos com-petentes, el investigador no debe proponer sino riesgos ra-zonables que serán aquilatados por el probando; cuandofalta competencia mental, el investigador ha de ser máscuidadoso y sólo contemplar estudios con riesgo mínimo ybeneficios probables. En ambas situaciones, la definición yvaloración de equiponderación debe ser depurada teórica-mente, para asegurar la calidad ética del estudio antes deenfrentar los avatares del consentimiento mismo o paraactuar con justificación en ausencia de competencia.

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• Los requerimientos del método científico no deben ir acosta de aumentar los riesgos de los probandos.

• Si el establecimiento de grupos control con submedica-ción o con placebos no es éticamente correcto, tampocodebe llegar a ser materia de un consentimiento informado.

• La equiponderación es evaluada diversamente entre los in-vestigadores. Su objetivo original es proteger a los sujetosde investigaciones superfluas.

• El valor de la equiponderación en un determinado proto-colo ha de ser dirimido durante su elaboración o en el Co-mité de Bioética, antes de proceder a la obtención delconsentimiento informado.

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INTERACCIONES BIOMÉDICAS:¿CONTRATOS O PACTOS?

La filosofía política del siglo XVII –Rousseau, Hobbes– de-sarrolló la ficción del contrato social entre ciudadanos igua-les y competentes para entrar con plena autonomía asituaciones de compromiso contractual. Este pensamientode tipo contractual se ha mantenido en el ideario político li-beral, y ha inspirado gran parte de la doctrina bioética.

Los nuevos modelos basan el encuentro clínico en una re-lación contractual. También la juridización de la medicinafavorece una relación de contrato, donde cada parte reconoceobligaciones y los límites de mutuas responsabilidades. Laexigencia de preparar un documento de consentimiento in-formado que será firmado por ambas partes es característi-ca de un pensamiento contractual.

Precisamente porque pretende lo inalcanzable, es queel contrato médico es una farsa. La medicina se rodea de de-masiados imponderables como para deslindar responsabi-lidades en la acción terapéutica: el médico no puedeanticipar los resultados ni los inconvenientes que habrápara alcanzarlos; el paciente está en situación constreñidadonde tiene que aceptar los costos cualesquiera sean su ca-pacidad de tolerancia y resistencia a efectos indeseados; suautonomía muchas veces es ejercida sólo pro forma.

Es preciso recordar que los componentes del enfermar,de la medicina y del encuentro clínico van más allá de locognitivo y lo pragmático. La dimensión existencial del en-fermo, la presencia como persona y no como mero cuerpo re-

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parable, el encargo terapéutico que es personal y no sólotécnico, el componente fiduciario de la relación, en fin, todoel complejo de valores personales y culturales que partici-pan en la práctica médica y son estudiados por la antropolo-gía médica, están destinados a sobrepasar lo contractual ydar paso a un pacto que es un compromiso mutuo deexcelencia (Kottow y Bustos 2005).

El contrato se basa en normas y leyes, el pacto es una re-lación fiduciaria cuyo lenguaje se acerca notoriamente alteológico, sin que por ello pierda plausibilidad en un mundosecular. La idea del pacto deja en evidencia que la visióncontractual es limitada e insuficiente a menos que se imbu-ya de un aspecto fiduciario. Mientras más se acerca a la for-ma de pacto, menos elementos contractuales requiere larelación médico-paciente, lo cual significa que el clima nor-mativo en el cual se desarrolla el consentimiento informadoconstituye la respuesta defensiva a una deficiencia en estarelación.

En la entrega de un paciente a los cuidados médicos, yde un probando a los procedimientos del investigador, sub-yace una dosis fuerte de confianza en que serán protegidosen lo fundamental y beneficiados en lo posible. Diversos es-tudios muestran que el procedimiento y la documentacióndel consentimiento informado pierden importancia para elpaciente/probando por cuanto supone que el análisis deriesgos y beneficios ya ha sido realizado en su nombre (Chil-dress 2000). Tanto más acucioso sería el trabajo previo delComité de Bioética en Investigación, y tanto más completohabría de ser el procedimiento de consentimiento informa-do si las otras instancias no hubiesen cumplido con unaponderación acabada de los riesgos y beneficios del estudio.

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La filósofa británica O. O’Neill dedicó las prestigiosasConferencias Reith de 2002 a “La cuestión de la confianza”[2002], resaltando su importancia social y lamentando almismo tiempo que el desmoronamiento del Estado y la re-ducción de sus funciones cívicas de protección sean la causade que vivamos en la intranquilidad y desconfianza de so-ciedades de riesgo. En buena medida la desconfianza se ali-menta del indebido énfasis que se ha puesto en una culturade los derechos que son difíciles de hacer cumplir, cuando lourgente es establecer agendas de deberes en los cuales sepueda confiar. La desconfianza emponzoña las relacionessociales y, como antídoto, O’Neill propone una purificacióndel consentimiento informado basada en el intercambio in-formativo que ocurre en toda transacción de bienes o servi-cios. Este consentimiento puede falsamente fomentar laautonomía en la medida que invita a la irracionalidad de ladecisión espontánea a cambio de una decisión deliberada lacual, a su vez, necesita la obtención de información a partirde fuentes confiables. Debemos juzgar por nosotros dóndedepositar nuestra confianza, es decir, la confianza precedea la información y anida en un fondo fiduciario que cuentacon la veracidad y la buena voluntad de los interlocutores.

Figuras señeras de la ética médica, especialmente PaulRamsey y Edmund Pellegrino, han fundamentado sus en-señanzas en la idea de que la relación médico-paciente noes de tipo contractual. No puede ni debe serlo porque ambaspartes son desiguales en su poder y porque la enfermedadtiene como componente infaltable la menesterosidad, la ae-

gritudo (Rothschuh 1975); el paciente sabe que depende delministrador o terapeuta, y éste por su parte entiende queasume una responsabilidad de cuidados y preocupación porel necesitado. Más que un contrato, Ramsey prefiere refe-

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rirse a un pacto en que cada uno pone lo mejor de sí hacien-do abstracción de la retribución.

En ese sentido se desarrolló el pensamiento pionero deP. Ramsey en la bioética, que fundamenta las relacioneshumanas –y por ende también el encuentro clínico– en unpacto de fidelidad que se expresa en cuidados y en lealtad.El pacto se aleja de la fría legalidad del contrato y pone cotoa la importancia del consentimiento informado:

Aprendí tiempo atrás que, si los médicos informasen a sus pa-cientes con exacerbado detalle acerca de cada riesgo en un trata-miento médicamente indicado y si, a objeto de obtener un“consentimiento informado” pleno, tendrían que explicar con elmismo detalle cada uno de los riesgos de no consentir al trata-miento propuesto, el resultado sería provocar una parálisis dedecisión en los pacientes (Ramsey 2002: 219).

El consentimiento informado es un procedimiento falibleque requiere anidar en un clima de confianza y mutua leal-tad, y que se valida tanto en la relación terapéutica como en lacientífica: “El principio de consentimiento informado es unaaseveración de fidelidad entre un hombre que realiza procedi-mientos médicos y un hombre en quien se realizan” (Ramsey1970: 5). Estos pensamientos, expresados en los albores de labioética, sólo mantienen su vigencia en la medida en que lamedicina no caiga en pragmatismos, mercantilismos, admi-nistraciones orientadas hacia el lucro y pérdida de los res-guardos ciudadanos por reducción de las funciones delEstado.

La práctica médica no puede evitar que aun con las me-jores intenciones de informar a un paciente esclarecido,queden dudas e incertidumbres, de manera que el pacienteterminará por tomar decisiones de consecuencias inciertas,por lo que ha de añadir una dosis de confianza en que el mé-dico velará por el mejor resultado posible. Esta confianza

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debe darse tanto a nivel técnico de que procederá según lege

artis, como moral de que los intereses del paciente seránprioritarios y no se descuidará alcanzar los resultados másbeneficiosos para él.

En la relación entre investigadores y probandos, máslaxa e indeterminada que el encuentro clínico, tiene menorpresencia el elemento de confianza:

Como ya hemos indicado, los investigadores también deben leal-tad a la tarea científica, no siendo fiduciarios de la salud de lossujetos. En el modelo investigador-como-puro-científico, la me-táfora legal principal es el contrato; los investigadores debenproveer solamente aquellos cuidados que voluntariamente ha-yan acordado proveer, no habiendo imperativo moral para queentreguen cuidados adicionales (Richardson y Belsky 2004: 27).

Lo paradójico es que esta relación tan estrictamente con-tractual no se acompaña de los elementos protectores que pu-diesen ser legalmente requeridos. Los probandos entran enuna relación contractual asimétrica donde aceptan recibircuidados limitados y someterse a ciertos riesgos, pero no tie-nen recurso legal en caso de sentir que han sido abusados. Elconsentimiento informado se basa en una relación contrac-tual que presume negociar condiciones y variables conocidas.Mas, como los conocimientos biomédicos son indeterminados,será necesario complementar el consentimiento informadocontractual con una fuerte base fiduciaria, toda vez que el in-vestigador obtiene lo solicitado –la participación del proban-do–, pero el sujeto de investigación se debate en una zona grisde riesgos desconocidos y beneficios inciertos.

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• Dada la cultura de sesgo contractual que prima en la mo-dernidad, y la pretensión de la medicina por hablar un len-guaje científico de precisiones y certezas, hay una fuertetendencia a considerar el encuentro clínico como una rela-ción contractual.

• La estructura cognitiva de la medicina sólo le permite ha-cer aseveraciones probabilísticas, porque no alcanza cer-tezas deterministas.

• La enfermedad es mucho más que un desorden biológico,es una vivencia existencial en la cual inciden las propuestasterapéuticas del médico.

• La relación fiduciaria que puede hacerse cargo de estas di-versas dimensiones del enfermar se plasma en un pactomás que en un contrato.

• El paciente toma una decisión informada pero en incerti-dumbre, por lo que debe poder suplir la decisión poniendosu confianza en la destreza técnica y la probidad moral delmédico.

• El consentimiento informado en investigación está carga-do de incertidumbres y asimetrías, siendo de especial im-portancia la incorporación del elemento fiduciario.

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LA RESPONSABILIDAD LÍQUIDA

Fue el sociólogo Z. Bauman quien, al escribir sobre la mo-dernidad, la tildó de líquida por cuanto había perdido suscontornos y sus rasgos característicos. De ser la almendrade la ética, la responsabilidad ha pasado a ser una monedacorriente, tan gastada por el manoseo conceptual, y porende líquida, que es difícil de reconocer y más difícil aún deasignar.

El concepto clásico de responsabilidad es que todo agen-te debe hacerse cargo de las consecuencias de sus decisio-nes y actos ante todo en la medida en que afectan a otros. Esla responsabilidad ex post, donde el demandante de respon-sabilidad es quien fue afectado por el acto, aun cuando ade-más puede haber un llamado social y uno legal a laresponsabilidad. Hans Jonas, en su libro El principio res-

ponsabilidad, desarrolló la inquietante idea de actuar res-ponsablemente con miras a posibles futuros efectos y, enforma paradigmática, llamó a la tecnociencia a frenar suafán expansionista por los riesgos de consecuencias negati-vas para futuras generaciones, esbozando con ello la figurade la responsabilidad ex ante.

El manejo del tema de la responsabilidad en medicinaes extraordinariamente complejo y se ha visto complicadoaún más con el desarrollo de la doctrina del consentimientoinformado. Tradicionalmente, el agente sanitario es res-ponsable del daño que provoca por negligencia o incompe-tencia, pero no por un mal resultado si ha actuado lege

artis. La primera gran modificación en este esquema se

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produce con la introducción del consentimiento informadocomo parte constitutiva del encuentro clínico y del protoco-lo de investigación con seres humanos. Pacientes y proban-dos ahora reclaman responsabilidad por los resultados,efectos secundarios, complicaciones, aun cuando ocurrandurante la práctica proba de la medicina o la investigación.El agente actuó lege artis, no fue negligente ni incompeten-te en lo técnico, pero sí lo fue en el manejo del consentimien-to porque omitió anticipar el riesgo ocurrido, cuyoconocimiento previo pudiese haber hecho desistir al pacien-te o probando. La responsabilidad se ha trasladado desde laprestancia técnica a la probidad informativa.

La reacción del mundo biomédico fue transformar elconsentimiento informado en una herramienta defensivamanipulada de tal modo que evitase baches informativoscríticos. Lo importante no es el esclarecimiento ni el benefi-cio del paciente o probando, ni la evitación de daños, sino laeliminación del factor sorpresa para que el sujeto aceptecualquier eventual lesión como inevitable y anunciada.Esta nueva motivación se transparenta así mismo en la im-portancia dada al documento de consentimiento por sobrela información verbal, con miras a proteger judicialmenteal investigador. La pericia del informante reside en dar su-ficiente información para evitar sorpresas, pero no hacerlatan exhaustiva como para ahuyentar al paciente/probandocon un catálogo alarmante de riesgos.

Más allá de la estrategia de evitar toda desinformaciónnegligente que pudiese ser reclamada, se produce un se-gundo efecto de descarga de responsabilidad. Si los riesgosson informados y aceptados, las consecuencias negativasson responsabilidad de quien las aceptó y no de su autor.Implícita en esta conclusión hay una distorsión de la idea

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de riesgo. El paciente/probando podrá asumir conse-cuencias negativas que conoce, pero es inherente al conceptode riesgo no conocer su magnitud ni la probabilidad de queocurra. Sobre todo en medicina, los factores de incertidum-bre abundan, tanto más si se trata de investigación biomédi-ca que, por definición, opera en lo ignoto. En consecuencia,la información sobre riesgos es siempre incompleta e incier-ta, mal se le puede pedir al paciente/probando que los acep-te y asuma la responsabilidad de su decisión. Los riesgossiguen siendo responsabilidad de quien los ocasiona y, auncuando no corresponda aplicar el código penal o el civil, sídebiera persistir el deber ético de subsanar o paliar los efec-tos indeseados que ocurran.

Pese a la ingente literatura al respecto, ha de quedar enfirme que el consentimiento informado no es un instrumen-to que modifica las responsabilidades en el encuentro clíni-co o en la investigación con seres humanos. La lege artis delmédico se ha enriquecido con la probidad en obtener con-sentimiento informado sin callar posibles efectos negati-vos. Mas, aunque los haya mencionado, cuando ocurre unpercance anticipado el agente sanitario no queda eximidode subsanar o paliarlo.

AUTORRESPONSABILIDAD

Durante el reinado de la medicina paternalista el médicosolía descargar parte de su responsabilidad en el comporta-miento adecuado del paciente, dictaminando severas medi-das de reposo, dieta, ejercicios, y conminando al paciente aobedecer y contribuir a la curación. El sociólogo T. Parsons(1958) diseñó el rol del paciente, que incluía “la obligacióndel enfermo y de los miembros de su familia, de cooperar

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con las instituciones competentes en sus esfuerzos por ayu-darle al paciente en su curación”. Obligación que incluye in-tentar la prevención de enfermedad donde ello sea posible.

Reconocida la estrecha relación entre pobreza y enfer-medad, existe la tentación de culpar a los desposeídos porsus enfermedades. En un trazado histórico, Leichter (2003)detecta épocas en que la cultura prevalente toma acendra-dos rasgos individualistas y se inclina con especial fervorpor asignar a los individuos la responsabilidad por su esta-do de salud porque se alimentan mal, abusan de sustanciastóxicas o tienen, en general, un estilo de vida patogénico. Avuelta de siglo se conjugan diversos factores para intensifi-car el recurso a la autorresponsabilidad: desconfianza en lacapacidad curativa de la medicina, aumento del gasto médi-co, desmoronamiento de los servicios públicos de atenciónmédica, reducción de coberturas y encarecimiento de segu-ros médicos.

La autorresponsabilidad comienza con un concepto dela etiopatogenia de una enfermedad en la cual se presumedetectar un factor conductual voluntario de la persona. Enel ambiente de multicausalidad que actualmente rodea lapatogénesis, la selección de un factor causal controlable, laponderación de su importancia en relación con los demásfactores, y la correspondiente asignación de responsabili-dad moral obedecen más a una decisión que a un descubri-miento científico (Yoder 2002). En buena medida, laresponsabilidad moral precede e inspira la responsabilidadcausal y no, como pudiese creerse, a la inversa, lo cual sien-ta un escenario de posibles discriminaciones contra ciertasformas de conducta.

La asignación de autorresponsabilidad se basa en evi-dencia científica discutible y discutida, restándole legitimi-

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dad moral a las medidas preventivas de orden impositivo,así como a las negativas en dar cobertura por enfermedadesque supuestamente el afectado podría haber prevenido. ElInstituto Nacional de Salud y Excelencia Clínica (NICE,Reino Unido) viene de hacer una recomendación ambiguafrente a afecciones autoinfligidas, a las cuales no se les debenegar tratamiento, pero si la causa autoinfligida tiene inje-rencia en la evolución de la enfermedad o en la efectividadterapéutica, esa causa deberá ser tomada en consideración(Holm 2006).

Al penetrar la autorresponsabilidad en la evaluación desituaciones clínicas, también tendrá un fuerte impacto sobrela comunicación entre paciente y médico, y en su influenciasobre el proceso de decisión informada. Del paciente debe te-merse una tendencia a no reconocer conductas consideradaspatogénicas, de la medicina vendrá una estrategia que asu-me sólo parcialmente los cuidados y los costos del enfermar.La información clínica pierde su función de enlace comuni-cacional entre agente sanitario y paciente, transformándosemás bien en una estrategia defensiva utilizada por cada par-te en cautela de sus intereses.

• Elemento crucial de toda ética es que el agente debe ha-cerse responsable por las consecuencias de sus actos: res-ponsabilidad ex post.

• La ética propuesta por Jonas para el control de la tecno-ciencia es una responsabilidad ex ante.

• Tradicionalmente la responsabilidad del médico se refierea la probidad de su actuar, no a los resultados de su ges-tión.

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• En la actualidad, un procedimiento defectuoso de consen-timiento informado puede llevar a procesos judiciales porresultados inesperadamente malos.

• El consentimiento informado no debe usarse para redistri-buir responsabilidades.

• El énfasis en la autonomía de los individuos ha traído consi-go un aumento de la imputación de autorresponsabilidad.

• La prevención de enfermedades y la cobertura médicadescargan sus tareas en la conducta autorresponsable delas personas.

• La manipulación de responsabilidades sanitarias entorpe-ce la comunicación entre médico y paciente.

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DELIBERACIÓN Y JURIDIZACIÓN

Desde que Max Weber distinguiese la racionalidad teleoló-gica de la racionalidad valórica, y Habermas retomara eltema diferenciando la razón instrumental de la razón co-municativa, ha habido una permanente pugna entre la bús-queda de soluciones a problemas y la búsqueda de sentido.El giro pragmático ha preferido abocarse a enfrentar losproblemas emergentes, en vez de ir en pos de incógnitas. Sereconocen dos modos de enfrentar problemas bioéticos: elenfoque dilemático que analiza alternativas para decidir elmejor modo de alcanzar los fines propuestos, y el enfoqueproblemático, preferentemente preocupado por los mediosy por lo procedimental que por las conclusiones y los fines(Gracia 2001; Kottow 2005a). El problem-solving, el algo-ritmo, la solución del caso y de la situación, han tomadopreeminencia sobre las propuestas procedimentales segúnlas cuales los problemas no son universales pero los modosideales de abordarlos sí. Sustancialmente estos diversosprocedimientos no difieren tanto entre sí, todos están abo-cados a la “necesidad moderna de reconocer a todos los par-ticipantes en los discursos prácticos como interlocutoresválidos” (Lorda 2002: 41). La pugna entre pragmatismo yreflexión ha sido una constante trágica en la bioética some-tida a tensión entre los actores sociales que buscan la apli-cación práctica y los cultores del humanismo que aboganpor el esclarecimiento de horizonte amplio.

El reciente interés de la bioética por la deliberaciónconstituye un aggiornamento de las ideas aristotélicas en

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torno a la prudencia de juicio –phronesis– alimentada porla deliberación –boúleusis– en situaciones de incertidum-bre. No cabe duda que la deliberación es la vía real paraabordar la res publica a nivel de política, de legislación, denormas y regulaciones sociales, evitando el autoritarismo yla imposición de dogmas. Desde el terreno público se hapropuesto que “para tomar decisiones clínicas por un pa-ciente individual, el médico práctico debe especificar yequilibrar los fines de la medicina. Mas este proceso ocurreen un marco construido a partir de concepciones éticas quehan sido elaboradas por la filosofía política. La medicina esun campo dentro de la filosofía política” (Emanuel 1991:23). Polemizar con estas ideas excedería los límites del pre-sente trabajo, pero es necesario dejar planteadas dos du-das: ¿es el encuentro clínico un escenario adecuado paradeliberar, o debe más bien entenderse como caracterizadopor urgencias pragmáticas? Y, segundo, ¿es realmente im-putable al paciente y al probando aceptar que lo importanteson los medios analizados por la deliberación y no los finesque buscan las disciplinas biomédicas? En última instan-cia, a lo que va la bioética en general y el consentimiento in-formado en particular, es a dar prestancia moral al actomédico y al proyecto de investigación, solidez ética que setraduce en proteger y beneficiar a pacientes y probandos enun marco respetuoso de su individualidad y autonomía. Esimprobable que el hic et nunc sea adecuadamente servidopor la deliberación, cuya prestancia requiere estar libre detodo apremio. La deliberación tiene su lugar, mas no es enel fragor de la práctica sino que ha de precederla.

Por cuanto la respuesta a estas interrogantes no cae delleno en la deliberación, es que en el debate en torno al con-sentimiento informado se enfrentan tres fuerzas que ya semiden en el ámbito más general de la bioética: la morali-

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dad, la instrumentalización y la juridización. La primeraestá representada en un pensamiento final del trabajo deSimón Lorda (2002: 62): “Sólo si empezamos a entendernuestras obligaciones morales, y nuestro crecimiento mo-ral, en ese marco de referencia colectivo, podremos avanzarhacia un mayor respeto de los pacientes como personas”. Entanto ello no ocurra, si es que llega a ocurrir, habrá de con-fiarse en instrumentos –comités de ética–, y controles –comi-siones ministeriales, comisiones nacionales– así como en laprotección jurídica del consentimiento informado y sus pro-tagonistas. En última instancia, sería inevitable recurrir adictaminar jurídicamente los conflictos que no hayan logra-do una resolución ética apropiada.

La jurisprudencia no ha tenido mayores dificultades encalificar la relación entre médico y paciente como un con-trato, lo cual facilita precisamente la juridización de estarelación y la tipificación de sus falencias. Los jurisconsultosse apoyan en un sentencia francesa de 1936 que establece elcarácter contractual de la relación, contrato en el cual elmédico asume la responsabilidad de cuidar al paciente se-gún su mejor saber y en concordancia con la lege artis. Estaobligación contractual genera una responsabilidad sancio-nable incluso en caso de “violación involuntaria”. Desde lolegal, el contrato es “sinalagmático” –una redundancia queratifica su carácter contractual–, obligando al médico aprestar los cuidados requeridos por el paciente, en tantoéste asume el deber de remunerar al profesional y de no ir“en contra de las prescripciones médicas” (Paillas 1995). Elcontrato es inuitio personnae, vale decir, unilateralmenterescindible, lo cual le resta fortaleza ética ante todo en casode discrepancias.

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Una juridización que se despoja de criterios éticos tienereducidas posibilidades de florecer más allá de cláusulas ynormas: el médico ofreciendo su saber pero no su persona,el paciente adquiriendo un servicio sin componente fiducia-rio. En el encuentro clínico así concebido falta la incorpora-ción de la dimensión existencial que se compromete en todoenfermar y en todo esfuerzo terapéutico, y que juega un pa-pel tan importante en las decisiones que el enfermo ha detomar con base en la información que recolecta.

El excurso hacia la juridización del consentimiento in-formado se basa en la extensa normativa española, acucio-samente comentada por Carlos María Romeo Casabona(2002), cuyas reflexiones tienen validez más allá de los lí-mites geográficos. La ley española autoriza al paciente anegarse a procedimientos médicos aunque ello vaya en de-trimento de su salud o de su vida. En tres situaciones nopuede ejercer esta negativa: cuando afectaría el bien públi-co, cuando está impedido de tomar decisiones, cuando la ur-gencia de la situación no permite dilación. El respeto de laautonomía se extiende a la aceptación de los testamentosvitales o voluntades anticipadas, así como a cumplir los de-seos expresados por el paciente aunque pierda la concien-cia. Igualmente, se acepta la decisión de pacientes que seniegan por sus convicciones a tratamientos incluso vital-mente necesarios –Testigos de Jehová–, aunque esta últi-ma instancia ha sido motivo de largas disputas jurídicasfrente a las cuales el Tribunal Supremo dictamina que “Eladulto capaz puede enfrentar su objeción de conciencia altratamiento médico, debiéndose respetar su decisión, salvoque con ello ponga en peligro derechos o intereses ajenos,lesione la salud pública u otros bienes que exigen especialprotección”. Con lo cual queda determinado que los padresno pueden negar tratamiento a su hijo aduciendo motivos

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religiosos, siendo relevados de la patria potestad cuando suejercicio daña al niño. La legislación trata de cautelar la au-tonomía de las personas, pero también se preocupa de la res-ponsabilidad del médico frente a situaciones de peligro vital,lo que ha llevado a diversas lecturas y al protagonismo de lajurisprudencia para dictar sentencia caso a caso.

Cuando el paciente carece de la competencia para to-mar una decisión médica, queda proscrita cualquier inter-vención que no sea en su beneficio. El proceso de decisiónpasa a los representantes legales, en segunda instancia alos allegados y, entre éstos, a quienes conviven con el pa-ciente. Si faltasen estas instancias, se puede proceder a unconsentimiento presunto, siempre que no haya evidencia al-guna de lo que el paciente hubiese preferido. La informaciónentregada al paciente ha de ser suficiente pero no excesiva,so pena de desorientarlo con demasiados datos. La interpre-tación de la ley contempla excepciones, como el llamado pri-vilegio terapéutico, en que el médico considera necesarioaplazar o dosificar la información para no interferir con elproceso de mejoría.

Algunos comentarios sociológicos cuestionan la efecti-vidad de esta legislación, pero no cabe duda de que la in-tención del legislador ha sido cautelar al máximo laautonomía del individuo, en tanto con ello no se dañe a ter-ceros inocentes. Estas protecciones legales son fundamen-tales, porque el clima propicio a la deliberación, a laparticipación, al predominio de la razón comunicativa la-mentablemente queda en el papel y no resiste las presio-nes pragmáticas y los intereses establecidos que siempregeneran brechas de poder pero, por eso mismo, necesitanser permanentemente sometidos a análisis.

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• Existe la tradicional distinción entre racionalidad teleológi-ca –razón pragmática– y racionalidad valórica –razón co-municativa–.

• En bioética se reconocen los enfoques dilemático-pragmá-tico y problemático-deliberativo.

• Estas grandes corrientes se plasman en el consentimientoinformado en tres momentos: la eticidad o fondo cultural,la instrumentalización o búsqueda de decisiones pragmáti-cas apropiadas, y la juridización o control social y legal dela probidad de las prácticas biomédicas.

• La juridización del consentimiento informado lleva a ratifi-car la autonomía del paciente para tomar las decisionesque estime adecuadas para su propia vida.

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COMPETENCIA MENTAL

El proceso del consentimiento informado presupone auto-nomía, pero ambos no son isomorfos. Si bien se precisa unaautonomía operativa para participar en el proceso de con-sentimiento informado, es obvio que la autonomía es másextensa que la puntual capacidad de entrar en un procesointeractivo con los agentes sanitarios. Tampoco es posiblehomologar autonomía y competencia mental. Si bien la per-sona autónoma suele ser competente y viceversa, se datambién la situación de individuos coartados en su autono-mía, por enfermedad o invalidez, pero que mantienen unacompetencia mental intacta; o se puede dar el caso de indi-viduos autónomos que por una falla de personalidad tomandecisiones imprudentes que no son aceptadas como mental-mente competentes. Una disociación entre autonomía ycompetencia ocurre cuando un individuo autónomo se debedesempeñar en un medio lingüístico o cultural que le es fo-ráneo, presentando aparentes deficiencias de competenciatanto para comprender como para expresarse, lo cual puedeconstituir severas barreras y distorsiones en situaciones deconsentimiento informado.

Por ende se discurrió que, siendo la autonomía un atri-buto no cuantificable del ser humano en cuanto racional,era razonable medir la competencia mental cuando hubieseduda sobre la capacidad de ejercer la autonomía, toda vezque no podría darse un procedimiento cabal de consenti-miento informado en ausencia de competencia mental. Lacompetencia mental no sólo significa capacidad racional

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sino además ha de ejercerse en forma razonable, es decir,conforme al sentido común, una cláusula que le ha devueltoal agente sanitario la autoridad de ejercer decisiones pater-nalistas cuando le parece conveniente. Durante muchotiempo la negativa del paciente a someterse a ciertos trata-mientos fue considerada como no razonable y obviada me-diante recurso a la opinión de allegados, hasta que la Cartade Derechos del Paciente (Estados Unidos, 1973) establecióque la negativa al tratamiento, aunque significase riesgovital, pero siempre que no violase la ley, era su prerrogativalegítima. Aun hoy, las ideas, tentativas y acciones suicidasson consideradas producto de una competencia mental alte-rada por depresión, y es actitud casi rutinaria que los deseosdel paciente hacia el término de su vida no sean respetadoscomo manifestaciones autónomas de una persona mental-mente competente. En el campo de la pediatría se dan seve-ros desacuerdos sobre la competencia mental de un niñopara tomar y hacer valer sus decisiones terapéuticas, espe-cialmente si el niño disiente de la recomendación médica.

Hay muchos modos de entender la competencia mental,y el tema ha nutrido pertinazmente la literatura bioética,sin llegar a esclarecimientos generalmente aceptados. Enmuchas propuestas quedan resabios más o menos ocultosde paternalismo, y la convicción de que las sugerencias delmédico son suficientemente razonables para contar con laanuencia del paciente: “Mientras el paciente no haga o digaalgo extraño y acepte el tratamiento recomendado por laprofesión médica, no surgirán dudas sobre su competencia”(Drane 1985: 17). Este lenguaje remite a la era prebioética,en que el respeto por el paciente dependía de su sumisiónfrente al médico: “Cuando un adulto asiente a lo que seconsidera apropiado y racional, puede presumirse que escompetente” (p. 18).

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Drane ha presentado una “escala deslizante” que con-templa niveles de exigencias de competencia correlaciona-dos con la severidad de la situación y las alternativas que sedebe elegir, que va desde el contexto menos crítico que re-quiere un estado de alerta y asentimiento, pasando por unnivel medio exigente de comprensión y capacidad de deci-sión, hasta el caso más crítico frente al cual la competenciamental debe incluir la capacidad de ponderar rigurosamen-te las alternativas con sus consecuencias. Cuando las situa-ciones clínicas no albergan mayor riesgo y claramente seproponen cautelar los mejores intereses del paciente, no sepresentan problemas de competencia ya que el paciente ra-zonablemente acepta lo propuesto y no tiene motivos parapreferir alternativas. Un nivel de mayor complejidad clíni-ca se da cuando el diagnóstico es claro pero las opciones detratamiento son de riesgo o limitadas en su efectividad. Elproceso de información y consentimiento es más complejo,pero también aquí la “competencia en tanto capacidad decomprender opciones puede ser conciliada con la decisiónde dejar que un médico confiable elija el mejor tratamiento”(Drane 1985: 20). Finalmente, este modelo de la escala fluc-tuante contempla un análisis muy crítico de la competenciamental cuando la situación clínica enfrenta “decisiones te-rapéuticas que son muy peligrosas y contravienen la racio-nalidad tanto profesional como pública” (p. 20). Es difícilimaginar situaciones en que la gravedad del cuadro clínicoy lo crítico de las decisiones por tomar sean de por síelementos de juicio para ponderar la competencia mental,cuya insuficiencia quedaría prácticamente demostrada siel paciente toma una decisión contraria a la recomendaciónmédica.

El respeto por la autonomía del paciente consistiría enaceptar si éste elige lo que no es beneficioso, o rechaza lo

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aparentemente favorable, pero el esquema de Drane espoco propicio a esta interpretación. De todo este complejoanálisis queda la impresión de que el médico sigue siendo elárbitro que decide sobre la competencia del paciente, ha-ciendo valer como competente al que acata las sugerenciasclínicas propuestas.

En Estados Unidos una Comisión Nacional propició uncriterio fluido:

En la medida que en una intervención aumentan riesgos o bene-ficios, también debe incrementarse el nivel de habilidad requeri-do de un juicio competente para aprobar o rechazar laintervención; en tanto las consecuencias para el bienestar sonmenos substanciales, debe disminuir el nivel de capacidad com-petente requerido (Faden y Beauchamps 1986: 292-293).

Una vez más asoma el paternalismo de evaluar para elsujeto los niveles de bienestar y capacidad mental que sedebe requerir.

El esquema de Drane es el más complejo entre las eva-luaciones informales de competencia mental. Para Pelle-grino (1991), la ponderación de competencia ha de moversea lo largo de un eje que contrapone beneficencia y autono-mía, ambos principios enmarcados en “una visión holísticadel bien del paciente”. Si lo beneficioso es competentementeaprobado por el paciente, se da una situación óptima deconsentimiento. En caso contrario, el principio rector serála beneficencia, que contempla la prosecución o restituciónde la autonomía del paciente. El predominio de la benefi-cencia, aun cuando respetuoso de la autonomía, tiende acuestionar la competencia de cualquier decisión que parez-ca discrepar con la sugerencia médica, o atentar contra lossupuestos mejores intereses del paciente. Esta tónica se re-pite en todas las evaluaciones informales de competencia,donde priman las impresiones del médico sin recurso a un

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diagnóstico más estructurado. Veatch cuestiona que bene-ficiar al paciente siempre sea lo primordial, y desautoriza,por ejemplo, la información sesgada y equívoca con la quese pretende evitarle angustias y depresiones. La veracidady el cumplimiento de promesas debieran obligar al médico ano mentir so pretexto de que puede predecir las reaccionesnegativas del enfermo. El respeto por la autonomía es unbien superior a la cautela de la tranquilidad emocional(Veatch 2000).

La competencia mental no es una función psíquicaglobal, las personas pudiendo ser competentes en ciertasáreas y carecer de criterio en otras. En un lenguaje másfilosófico pero igualmente informal, Pincoffs (1991) su-giere tres condiciones para aceptar que el paciente escompetente:

• Que pertenezca a la categoría de individuos reconoci-dos como competentes, lo cual excluye a lactantes,personas en coma, los débiles mentales profundos.

• Que no tenga constreñimientos internos o externos.

• Que razone en forma adecuada.

Las apreciaciones personales y subjetivas de compe-tencia mental son éticamente sospechosas y jurídicamen-te discutibles y, ante todo, son producto de impresionesescasamente fundadas. Muchos clínicos se sienten incó-modos con la determinación informal y eventualmente ar-bitraria de competencia mental, en especial porque setiende a homologar competencia con decisión médicamenterazonable. Son los psiquiatras quienes preferentementehan sido encargados de evaluar la competencia mental, seacomo complemento de situaciones clínicas poco claras, o seapor encargo judicial en juicios de mala práctica. Se ha dis-cutido una cantidad de criterios objetivos que miden com-

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petencia con base en la funcionalidad del paciente y no delos contenidos de su decisión. Una evaluación objetiva con-templa:

• Ser capaz de entender la información que se le propor-ciona.

• Entender que se encuentra en un proceso de decisión.

• Entender las consecuencias de las alternativas queenfrenta.

• Alcanzar decisiones coherentes con su biografía.

La falta de objetividad que rodea todas las disquisicio-nes y prácticas relacionadas con competencia mental sehace notar por la diversa manera como se enfrenta en clíni-ca y en investigación. Para el médico es tentador adoptaruna actitud paternalista y negarle competencia mental aun paciente que da señales de discrepar con lo propuesto.Para el investigador, en cambio, es más cómodo incorporarprobandos con competencia mental reducida, que estén lla-nos a aceptar las condiciones del estudio sin mayor cuestio-namiento: “Ninguna razón obvia permite presumir que elconsentimiento informado sea una consideración primariaen la conducta en ética de la investigación, o que brindarprotección a grupos clasificados como 'vulnerables' sea larespuesta a toda pregunta ética concerniente a la investi-gación” (Rhodes 2005: 25). Una postura tan indiferente alconsentimiento informado, sobre todo de los vulnerados, nopodría sostenerse en el ámbito clínico, aunque la literaturabioética trae algunos ejemplos escalofriantes: “En el casode vender u obsequiar productos médicos no aprobados, nohay justificación moral para prevenir estas transaccionessi el individuo decide autónomamente participar en ellas,aun cuando no esté tan informado como algunos opositoreslo quisieran” (Cooley 2000: 437).

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• La autonomía es la facultad de darse normas de conduc-ta propias. La competencia es la capacidad de raciocinioy deliberación para tomar decisiones adecuadas.

• Es práctica médica usual considerar competente a quienacepta las propuestas que la medicina sugiere como bené-ficas.

• Los pacientes que disienten de las propuestas médicascaen en la sospecha de ser mentalmente incompetentes.

• La competencia mental se puede evaluar por métodos in-formales, con el riesgo de prejuzgar la capacidad de racio-cinio de acuerdo con los contenidos y no con lafuncionalidad.

• La evaluación de competencia mental por métodos forma-les pondera cuatro aspectos: captación de información,comprensión de alternativas, capacidad de decisión enconcordancia con sus valores, comprensión de las conse-cuencias de lo decidido.

• La competencia mental es más fácilmente cuestionada yreemplazada por actitudes paternalistas en contextos clíni-cos que en investigación.

• En investigación hay mayor indiferencia por la competen-cia mental de probandos, porque hay quienes estiman queno es motivo de inclusión o rechazo.

COMPETENCIA MENTAL 81

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CONSENTIMIENTO INFORMADO:ASPECTOS GENERALES

Poco esclarecimiento se puede esperar si publicaciones re-levantes no logran siquiera acordar la cronología del con-sentimiento informado. Según Emanuel et ál. (2004), elprocedimiento está en uso desde hace más de un siglo, entanto Veatch (1995) y Bhutta (2004) lo sitúan como de re-ciente introducción. Una primera aproximación formal seda con la Declaración de los Derechos del Paciente, promul-gada por la Asociación Americana de Hospitales (EstadosUnidos, 1973), a esas alturas siendo “un principio firme-mente establecido, mas precariamente llevado a efecto enla práctica” (Moreno 2001). Al lado de esta génesis puntualse ha sugerido que el consentimiento informado es unsubproducto que acompaña los grandes cambios políticosde la Modernidad, desde que el ciudadano asume con auto-nomía el gobierno de “su propia vida, sus propias creen-cias religiosas, sus propias convicciones políticas” (Lorda2002: 13). Esta visión ideológica ha tenido escasa traduc-ción práctica, porque el mismo hálito de autonomía que sepresume infundió a los probandos, contagió también a losagentes, sobre todo a los científicos que preferirían evitartodo control o interferencia ética en los criterios que aplicana su quehacer.

Llama la atención que las definiciones de consentimien-to informado son éticamente menos probas de lo deseabledesde la doctrina tendiente a reconocer al paciente plenosderechos a ejercer la autonomía en sus asuntos médicos:

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“El consentimiento informado se define por la disposicióndel paciente a aceptar sin coartación la intervención médi-ca, después de haber recibido información adecuada por elmédico acerca de la naturaleza de la intervención, sus ries-gos y beneficios, así como de las alternativas con susrespectivos riesgos y beneficios” (Jonson et ál. 1992: 41).

No muy diferente es la descripción siguiente (Faden yBeauchamp 1986: 275):

Una acción X constituye consentimiento informado porla persona P, para someterse a la intervención I si, y sólo si:

1. P reconoce una acabada información con respecto a I,

2. P comprende la información recibida,

3. P voluntariamente realiza X,

4. P es competente para realizar X, y

5. P consiente a I.

Ambas citas dejan entrever que lo deseado es un con-vencimiento consentido más que una decisión informada, ypor ello no es de extrañar que, si el convencimiento fracasay el paciente disiente, se piense en dudar de su competenciamental. Bioeticistas como Katz quisieran ver en el consen-timiento informado una instancia de decisión mutua entremédico y paciente, de lo cual está distante un procedimien-to cuya intención es convencer más que compartir.

La participación de pacientes y probandos en decisio-nes médicas y de investigación biomédica se ve sometidaa polémicas cada vez más acerbas. Una razón de ello esque se discute en bloque la decisión informada en clínica,el consentimiento informado en el reclutamiento de pro-bandos para estudios, y la participación informada de co-lectivos en los cuales se intenta realizar exploracionesepidemiológicas, sociológicas o genéticas. Otra causa de

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confusión es que el consentimiento informado es visto poralgunos como un procedimiento, otros lo evalúan como unprincipio, en tanto ciertos estudiosos consideran que esmateria de un casuismo que recolecta casos y situacio-nes, comparándolos con modelos paradigmáticos.

La autonomía es el sustrato moral de la Modernidad,tanto a nivel político como en prácticas sociales tales comola medicina. Al entender la autonomía como un atributo an-tropológico más que como un principio ético o bioético, se lequita el piso a pensar el consentimiento informado a su vezcomo un principio. Un rasgo antropológico no es un princi-pio ético, menos aún bioético, pero justamente por ser unelemento antropológico esencial no puede ser interferido ycoartado so pena de causar lesión, es decir, de ser malefi-cente. El principio moral operativo es entonces la no malefi-cencia entendida como el deber absoluto de respetar la libredeterminación del prójimo. La tradicional beneficencia pa-ternalista es una negligencia en cuanto desconoce la auto-nomía del beneficiado, pero esta negligencia toma carácterde maleficencia en tanto se opone activamente al libre des-pliegue de la autonomía, por ejemplo, negando informaciónnecesaria para una decisión cabalmente orientada. Con es-tos elementos Simón Lorda (2002) propone un consenti-miento informado de dos niveles. El nivel 1 (CI1) determinael deber absoluto de informar, presentar alternativas, su-gerir las indicaciones médicas más apropiadas, y dejar queel paciente decida libremente y en forma vinculante: “Poreso el consentimiento informado y, en general, la cuestiónde la participación de los usuarios en el proceso de toma dedecisiones sanitarias, no es un lujo exclusivo de sistemassanitarios desarrollados, sino una cuestión crucial decualquier sistema sanitario con pretensiones de equidad”(p. 28). Conclusión de capital importancia para países

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cuyas poblaciones menos educadas supuestamente puedenprescindir de ejercer su autonomía en actos médicos.

El consentimiento informado de nivel 2 (CI2) tiene pre-tensiones más ambiciosas tendientes a crear un clima departicipación activa más integrada que la mera decisión in-formada por cuanto apunta a la inclusión de los valores ydel proyecto existencial del paciente. Es lo que desde la an-tropología médica se ha entendido como la integración de labiografía del enfermo con su patografía (Kottow y Bustos2005). Si el CI1 es un deber absoluto, no negociable en lo éti-co y por ende jurídicamente exigible, el CI2 será unaaspiración máxima, que se puede fomentar y celebrar, perono exigir.

La distinción ya había sido presentada y extensamentediscutida por Faden y Beauchamp (1986), quienes propo-nen el consentimiento informado en un sentido1 y en unsentido2, el primero referido a la decisión informada toma-da por el paciente o probando, el segundo describiendo ladoctrina, las regulaciones y los requerimientos legales delprocedimiento de consentimiento informado. Si el poder ju-dicial elabora una normativa de consentimiento informado(sentido2) y la bioética analiza la relación agente/sujeto encuyo seno se desarrolla un proceso decisión informada (sen-tido1), será deseable que no contengan elementos mutua-mente contradictorios y que operen de tal modo que el CI1cuente con el apoyo de CI2, éste a su vez inspirándose en elfuncionamiento empírico de aquél. Exigencia esta que nosiempre se cumple, por cuando el consentimiento informadoen el sentido2 suele contemplar los intereses de las institu-ciones y reducir las exigencias del proceso en aras de unfuncionamiento más fluido. Es el típico conflicto que anidaen la ética de investigación, donde la institución científica

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cree necesario simplificar y aun manipular el consentimien-to para lograr un reclutamiento más eficaz de probandos.

El consentimiento informado es de enormes consecuen-cias, a veces vitales, por cuanto inaugura conductas médi-cas y de investigación, siendo improcedente reducirlo amero trámite esquemático y rutinario. El hecho de que des-pués de deliberaciones que se extienden por casi cuatro dé-cadas los acuerdos sobre el consentimiento informado seanmás precarios y contestados que en los inicios de la bioética,descarta que el mismo sea un procedimiento, del cual seesperaría una normativa clara, unívoca y de aplicaciónuniforme.

Tampoco parece plausible concederle el estatus de prin-cipio, puesto que precisamente se ha mostrado como impo-tente para servir de guía de acción moral en materiasmédicas y científicas, frecuentemente siendo desconocido orechazado. En clínica, el médico aún se siente como admi-nistrador legítimo de la verdad, y se la niega al pacientecuando estima que será mal tolerada, a pesar de la indesea-ble consecuencia de que, en ausencia de información veraz,el paciente no pueda tomar decisiones médicas informa-das. En investigación, donde los requerimientos de obte-ner consentimiento informado de todo probando sonexplícitos pero insuficientemente cumplidos, ocurren dis-torsiones en la información, y el investigador, como el mé-dico, tienden a minimizar riesgos y efectos indeseados.Una encuesta a 200 investigadores de países en desarrollorevela que un 40% de ellos no habían utilizado un consenti-miento informado escrito en sus más recientes estudios(Hyder y Wali 2006).

La aplicación del casuismo al consentimiento informa-do se enfrenta con tal diversidad de experiencias, narradas

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en forma tan personal, que dejan poca jurisprudencia paraenfrentar futuras situaciones. Sin embargo, se lee con pro-vecho las publicaciones que juntan gran cantidad de casosenfocados a los dilemas del consentimiento informado. Delos casos reseñados, más de un tercio es producto de un ma-nejo inadecuado de la información por parte de los agentes.Segundo en frecuencia es el consentimiento informado en elcontexto de competencias mentales presuntamente reduci-das pero que permitieron decisiones razonables, si bien con-trarias a la recomendación médica sin que ello significasedaños a terceros. Luego se observa un conglomerado hetero-géneo de casos donde tanto médicos como afectados no lo-gran llegar a una decisión, otros casos en que la situaciónno corresponde a un dilema dentro del ámbito del consenti-miento informado, o decisiones que son puestas en cuestiónpor ser indirectas: anticipadas, subrogadas. En suma, unainstitución frágil cuyo análisis parece más bien solazarsecon las insuficiencias y los fracasos que ofrecer sugerenciaspara su fortificación.

El lenguaje clínico se ha traicionado con la introduccióndel término compliance que, sin mayor traducción, es utili-zado por los clínicos para significar la disposición del pa-ciente a acatar las indicaciones que recibe. Compliance

significa aceptación, flexibilidad, ductilidad, anuencia de lapropia voluntad a la del médico, y es un concepto ilustrativode la perseverancia del paternalismo en medicina, que nohesita en considerar culposo al paciente cuya falta de disci-plina lo lleva a desacatar las indicaciones médicas recibi-das.

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• El consentimiento informado es una incorporación recien-te en la relación entre agente sanitario y paciente.

• Es una práctica central al encuentro clínico y a la investiga-ción con seres humanos, no un principio, un análogo de laautonomía, o un procedimiento esquemático.

• Consta de dos momentos o niveles: uno informativo y unoparticipativo.

• El paciente requiere tanta información como le sea necesa-ria para integrar su patografía con su biografía.

• El procedimiento de informar al paciente y respetar su de-cisión es complejo y está cargado de falencias.

• La información a probandos de investigación suele ser in-completa y desenfocada con respecto a los intereses delos sujetos: beneficios, riesgos, utilización de los datos ob-tenidos.

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LA DECISIÓN INFORMADA EN CLÍNICA

La medicina llega al último tercio del siglo XX con una largatrayectoria de paternalismo autoritario. Hay quienes sos-tienen que el gatillo más determinante para el nacimientode la bioética fue la intención de conquistar para el pacientela participación en los actos médicos que lo conciernen, yque fue este afán el que llevó a una valoración inicial excesi-va del principio de autonomía. Parecía deseable e ineludi-ble que el paciente tuviese toda la información posiblesobre su situación clínica y las alternativas de acción médi-ca, para que decidiese a cabalidad lo que debía hacerse. Pormuchas razones, siendo una de las principales la apariciónde la medicina administrada, se ha burocratizado el actomédico, dando escasa cabida a una relación médico-pacien-te personal y deliberada. La fragmentación de las prácticasmédicas transforma a la persona enferma en un portadorde órganos y funciones, desapareciendo la imagen biopsico-social que ya había sido preconizada antes de la apariciónde la bioética.

La tibieza en adoptar una doctrina de esclarecimientofrente al paciente se hace notar en el término “consenti-miento informado” que se otorgó al proceso de informaciónclínica, delatando que sigue valorándose la anuencia delpaciente a las sugerencias y preferencias del médico. Des-pués de recibir toda la información, se espera del pacienteque consienta a lo que el médico considera más apropiado.Sin embargo, si lo que el médico busca es un consentimien-to, tenderá a sesgar la información; una genuina anuencia

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sólo podría darse si el médico conoce tan bien al paciente,como para ofrecerle alternativas de acción que realmentecoincidan con sus intereses. Como estas condiciones no sedan, el proceso de información tendrá que ser lo más veraz,exhaustivo y objetivo posible para que el enfermo evalúe ytome sus decisiones en conocimiento (Veatch 1995).

Los problemas comienzan si el paciente decide no aca-tar lo sugerido por el médico, porque entonces arriesga serconsiderado poco razonable y se comienza a dudar de sucompetencia mental. Cuando la rebeldía del paciente lo lle-va a una alternativa que puede poner su vida en peligro, lainstitución hospitalaria tiende a recurrir al juez y a pedirun recurso de protección que permita intervenir según loscánones de la medicina, desoyendo la voz del afectado. Unproyecto de ley que se promulgará en breve en Chile, reco-noce al paciente el derecho de tomar decisiones médicasdiscrepantes salvo cuando ello pudiese ponerlo en peligrode muerte.

Limitaciones e impurezas como las descritas hacen acon-sejable modificar la clásica denominación de consentimientoinformado y reconocerle el carácter que debe tener, de unadecisión informada, reflejando así más adecuadamente quese trata de un proceso de ejercicio de autonomía. Defensoresdel paternalismo sostienen que los pacientes no tienen inte-rés en ejercer autonomía y prefieren delegar las decisionesclínicas a los médicos. No obstante, una doctrina de autono-mía amplia requerirá que el paciente primero se informe acabalidad y luego contemple, entre sus alternativas, la dele-gación al médico de las decisiones que se deben tomar.

El otro gran escollo a la aceptación incondicionada de ladecisión informada reside en la queja de que el paciente noestá en condiciones de entender los detalles de procesos fi-

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siopatológicos, así como de técnicas diagnósticas o terapéu-ticas que se le propone aplicar. Esa crítica es efectiva peroirrelevante porque al enfermo le interesan sólo los grandeslineamientos de su enfermedad, los mecanismos para evi-tarla, el pronóstico y las limitaciones que deberá tolerar se-gún la modalidad terapéutica elegida. El paciente necesitaimbricar su patografía en su biografía, pero eso no ocurre anivel molecular o enzimático. El énfasis, en cambio, debeestar en las posibles consecuencias negativas, sean compli-caciones, efectos secundarios, o riesgos que puedan incidiren su plan de vida. Las decisiones del enfermo deben darseen conocimiento de todos los posibles fracasos y, aun cuan-do no es labor grata para el médico anunciar eventualesefectos deletéreos, callarlos enturbia el encuentro clínico,desorienta al paciente, y es causal frecuente de acusacionesde mala práctica.

Los estudios psicológicos y sociológicos resaltan el sus-trato biológico de la autonomía, consistente en mantenerflexibilidad de alternativas en vista de las variaciones endemandas de adaptación al medioambiente natural y so-cial. El ejercicio de la autonomía influye sobre el curso clíni-co de la enfermedad del paciente: “Hay cuatro modosespecíficos en que la pasividad y la desesperanza impactannegativamente al paciente: la pasividad inclina hacia la de-presión psicológica, retarda la mejoría (incluyendo la inhi-bición de los esfuerzos de rehabilitación del paciente),exacerba los dolores, y debilita el sistema inmunológico”(Waller 2001: 586). La aplicación de la autonomía en la es-tructuración activa del encuentro clínico y en el desarrollode una voluntad de sanación contribuyen fuertemente a to-lerar los padecimientos y las limitaciones del enfermar, y aacelerar la recuperación. La importancia de la autonomíaen la sanación llega al punto en que una activa y rebelde

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noncompliance del paciente puede servirle como fuente deconfianza y fortaleza que le ayuda a dominar su enferme-dad. El terapeuta debe reconocer que el respeto a la autono-mía y su genuina incorporación participativa e informada alas decisiones médicas cumplen tanto un rol existencial yético, como también biológico.

Una variedad de estudios ha investigado el grado decaptación y memorización que el paciente retiene del proce-so de decisión informada y los resultados sugieren que elproceso es poco eficiente. Sin embargo, los argumentos tan-to empíricos como retóricos contra la información clínicacabal, pocas veces toman en cuenta que las fallas de comu-nicación pueden residir en el médico, en su desgano, su fal-ta de tiempo, y su habilidad pedagógica limitada. Paraganar en efectividad, el proceso informativo debe ser eva-luado y realizado desde la óptica del receptor y no, comosuele ocurrir, desde la visión del informante.

Diversos intentos han tratado de convertir la decisióninformada en un instrumento estructurado y confiable. Elprobablemente más conocido de los modelos habla de infor-mar en la medida que una persona razonable lo requeriríapara llegar a una decisión fundada, sugerencia que es pre-ferible al más tradicional criterio de práctica comunitaria,que simplemente requiere cumplir con los niveles de infor-mación clínica habituales en la comunidad. La norma de“persona razonable” transforma al paciente en un indivi-duo promedio, sin considerar que los requerimientos de in-formación son personales y variables. H. Brody (1989)propone un modelo que denomina de transparencia, en queel médico informa de acuerdo con su propio criterio de racio-nabilidad, pero deja abierto que el paciente plantee las du-das y preguntas que lo preocupen. Estos modelos, como

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también el de Gert, Culver y Clouser (1997), basados en lamoral común, tendrían como objetivo permitir al pacienteuna decisión esclarecida y evitar las consecuencias prácti-cas indeseables de una información incompleta. Una pro-puesta reciente habla del modelo de la evitación desorpresas, que lleva al paciente a un nivel de informacióndonde nada que no sea inesperado para el médico pudiesesorprender al paciente: los efectos negativos que el médicopuede prever deben ser dados a conocer al paciente (Gert2002). Bajo un nuevo ropaje, se está sugiriendo no callarriesgos de los que el médico está consciente.

Todas estas propuestas mantienen resabios de paterna-lismo, pues tratan de establecer desde la perspectiva del mé-dico lo que será una información adecuada. Al paciente leinteresa saber el impacto sobre su existencia de las diversasalternativas de tratamiento o de omisión, y la probabilidadde que las posibles consecuencias contempladas ocurran.

• La medicina es tradicionalmente paternalista, el médicodecide lo que es mejor para el paciente.

• El consentimiento informado conserva el carácter paterna-lista por cuanto el médico informa con la intención de queel paciente apruebe lo sugerido.

• La ruptura con el paternalismo consiste en que el pacientese informa y decide de acuerdo con sus valores e intereses:decisión informada.

• Si la decisión del paciente pone su vida en peligro, el médi-co tiende a solicitar apoyo judicial para tratar al pacientecontra su voluntad.

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• Los profesionales sanitarios aducen que el paciente nopuede entender todos los detalles técnicos y científicos.

• La bioética señala que el paciente sólo requiere informa-ción suficiente para imbricar la patografía en su biografía.

• Aun cuando la transmisión de datos y conocimientos mé-dicos en el contexto clínico pueda ser difícil, siempre seráposible entregar al paciente la información que toda perso-na razonable requiere para tomar decisiones.

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EL CONSENTIMIENTO INFORMADOEN INVESTIGACIÓN

Un protocolo de investigación se caracteriza por el rigormetodológico, que elimina en lo posible toda variable nocontrolada. Todos los pasos por seguir en la investigación,desde el reclutamiento de los probandos, las especificacio-nes técnicas de la recolección de información y la metodo-logía de investigación, el análisis estadístico y lapresentación de los resultados, son detallados en el pro-yecto y han de ser cumplidos fielmente. Solo así se asegurala validez interna del estudio. La participación de los pro-bandos debe ser igualmente rigurosa, de modo que su in-greso a la investigación significa un compromiso decumplimiento fidedigno de lo acordado. Cuando un indi-viduo es invitado a participar en una investigación bio-médica, su eventual aceptación es mediada por unconsentimiento informado, pues la única decisión quetoma es participar o marginarse, mas durante el estudiono tiene cabida decisión alguna salvo el retiro.

Después de estudiar exhaustivamente la literatura so-bre el tema “consentimiento informado” en estudios clíni-cos, Bhutta (2004) publica en el Boletín de la OrganizaciónMundial de la Salud un pequeño algoritmo que denomina“Marco conceptual para obtener consentimiento infor-mado”:

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El procedimiento de obtener un consentimiento infor-mado de candidatos a probandos presenta varios escollos,uno de los principales es que los investigadores no tienendemasiado interés en reclutar personas competentes y es-clarecidas, prefiriendo escudarse tras la aceptación de “po-blaciones vulnerables” a las que supuestamente no sepuede informar de manera cabal. Naturalmente, como setrata de personas voluntarias, el proceso de información in-tentará desperfilar los riesgos y efectos negativos para nodesincentivar a los candidatos. Por último, patrocinantes einvestigadores son reacios a comprometer beneficio alguno,en forma de compensaciones, retribuciones, beneficios te-rapéuticos posinvestigación. Se recurre a una diversidad deeufemismos como “beneficiar dentro de lo posible”, “reali-zar esfuerzos razonables” o prometer beneficios velada-mente, de manera que el probando genera expectativas queluego no se cumplen y son tildadas de “falacias terapéuti-cas”. Lo que aparenta ser una limitación de los sujetos de

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Discusión e interacción entre investigadoresy potenciales participantes

Entendimiento efectivo

Aceptación o rechazo

Acuerdo de participar Fin de contacto

Seguimiento

Provisión y participación del equipo de investigadorescon participantes y líderes comunitarios

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investigación para comprender el consentimiento informa-do es, en rigor, un proceso sesgado de información.

• El proceso informativo en investigación busca obtener elconsentimiento del sujeto a participar.

• Para dar un consentimiento informado genuino, el proban-do debe recibir información completa y veraz sobre losriesgos y efectos secundarios negativos.

• A diferencia de la decisión entre alternativas clínicas, elcandidato sólo consiente, o no, a participar en el estudio.

• Para no generar expectativas erróneas, el sujeto de investi-gación debe recibir información clara sobre beneficios rea-les, posibles o ausentes.

• El consentimiento debe ser totalmente voluntario, sin im-posiciones ni desinformaciones.

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DECISIONES AMPLIADASY CONSENTIMIENTOS INDIRECTOS

VOLUNTAD AMPLIADA

La familia es una instancia intermediaria entre individuo ysociedad, su protagonismo en las decisiones clínicas difiere endiversas culturas pero también de caso en caso. Hay acuerdoen que un paciente objetivamente reconocido como mental-mente incompetente requiere una representación legal ofamiliar. Es igualmente establecido que una persona com-petente puede tomar decisiones médicas sin estar obligadaa consultar a su familia, aun cuando se espera que lo haga sisu decisión la afectará. Muchas decisiones de tratamiento tie-nen consecuencias económicas y desencadenan en los allega-dos compromisos de cuidados de enfermería, por lo que seestima éticamente correcto involucrar a la familia en las deci-siones. En caso de discrepancias, no obstante, prima la volun-tad del enfermo en tanto es mentalmente competente.

La forma más natural de ampliar el proceso de decisio-nes clínicas es incorporar a la familia, aunque ello se vuelvemenos obvio a medida que la gran familia tradicional tien-de a fragmentarse y cede ante el grupo nuclear constituidopor acuerdos de convivencia más que por lazos civilmenteratificados. No obstante, persiste un rol para la familia enlas decisiones clínicas del paciente, donde ésta toma funcio-nes de interlocución y esclarecimiento (Kuczewski 1996), yeventualmente de representación cuando el paciente no

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puede ejercer su autonomía. Problemas más severos se pre-sentan cuando entre el paciente y su familia hay discrepan-cias en cuanto a las alternativas por elegir; en estos casos,la doctrina del consentimiento informando privilegia lasdecisiones del afectado, a pesar de lo cual algunos han dadomás importancia a los intereses familiares. Hardwig (1990)sostiene categóricamente que los intereses de la familiahan de tener por lo menos el mismo peso que los del pacien-te, la autonomía de ambas partes debe ser igualmente res-petada. Restringir la autonomía del paciente en favor desus allegados debilitaría el concepto básico de la decisióninformada, mas también es razonable entender esa autono-mía como comprometida en una red de relaciones familia-res con las que el enfermo constituye una comunidad encuyo seno los derechos individuales ceden el paso a intere-ses comunes. En última instancia, el paciente mantiene elprotagonismo de las decisiones médicas que lo atañen enmayor medida que a sus allegados. La participación de lafamilia es deseable pero no impositiva, requiriéndose, fi-nalmente, como en tantos otros dilemas, una madurez mo-ral que permita la interlocución de todos los afectados(Blustein 1993). Cuando la decisión del paciente significauna fuerte carga económica y de cuidados para la familia o, ala inversa, cuando la familia no está dispuesta a asumir yprivilegia decisiones que reducen las opciones de sobrevidadel paciente, se está ante dilemas que requieren buscar unequilibrio reflexivo en que el planteamiento de argumentosrazonables intenta llevar a un consenso parcial. Es éste unlenguaje mediante el cual Rawls y luego Daniels han suge-rido llegar a acuerdos cuando las posiciones fundamentalesson intransablemente discrepantes; en la misma direcciónapunta la insistencia europea en la deliberación.

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En individuos pertenecientes a culturas donde losvínculos familiares predominan sobre los intereses indivi-duales, la información clínica puede ser entregada a la fa-milia por ser ella quien toma las decisiones. Los fuertesmovimientos migratorios de los más recientes decenios po-nen en cuestión la fidelidad que las personas van conser-vando con las culturas de origen. Es difícil saber cuándo unpaciente delega las decisiones médicas a la familia por con-vicción auténtica –ha desarrollado sus valores sin indoctri-nación coercitiva–, y el médico tendrá incertidumbres ensaber a quién dirigirse para informar y conocer las decisio-nes. Lo más prudente será actuar siempre en presencia delpaciente, y aceptar las decisiones familiares solamente si elpaciente así lo expresa (Hyun 2002). De este modo se respe-ta la autonomía del afectado, entre cuyas decisiones puedeestar la de abrirse a la participación de otros.

DECISIÓN VICARIANTE

Inevitablemente se producen situaciones clínicas en lasque el paciente no puede ejercer su competencia para tomardecisiones, situación en que se cuenta con dos opciones:aceptar algún mecanismo de decisión vicariante apelando alos mejores intereses del paciente, o permitir que el agenteo su representante judicial, por ejemplo, dictamine deacuerdo con una norma general, cual podrá ser el estándardel mejor interés, o el estándar de lo razonable. El primercriterio es vago cuando los mejores intereses del pacienteson desconocidos o se presentan a través del filtro de terce-ras personas. El estándar de lo razonable también puedeestar distante de los valores del paciente pero, en ausenciade posibles confirmaciones, es una hipótesis plausible y

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DECISIONES AMPLIADAS Y CONSENTIMIENTOS INDIRECTOS 101

defendible. Lo más confiable sigue siendo la opinión de laspersonas que han convivido con éste, que conocen y supues-tamente reflejan fielmente sus deseos e intereses. Proble-mas mayores se suscitan cuando familiares igualmentecercanos opinan en forma discrepante, en ocasiones movi-dos por intereses o convicciones personales, en cuyo caso espreciso dirimir a través de una instancia neutral.

Ha sido una norma ética indiscutida que los seres huma-nos que no están en condiciones de ejercer autonomía para de-cidir su participación en estudios científicos sólo podrán serincorporados a protocolos terapéuticos, vale decir, a ensayosdonde se prueba algún agente médico que pudiese ser benefi-cioso para los probandos mismos. La Declaración de Helsinkicomenta e insiste en distinguir los estudios no terapéuticos delos terapéuticos. Como muchos otros aspectos de la investiga-ción, esta cláusula ética ha ido perdiendo vigor; muchos inves-tigadores abiertamente rechazan la distinción terapéutico/noterapéutico, de modo que los comités evaluadores se encuen-tran con protocolos que involucran a niños pequeños someti-dos a riesgos sin tener beneficio terapéutico alguno.

Demolida esta barrera erigida como protección de pro-bandos incompetentes, la bioética se abocó a la pregunta so-bre los riesgos que eran imputables a sujetos deinvestigación reclutados en ausencia de toda expresión desu voluntad. Los riesgos aceptables son “mínimos“, lo cualrequiere algunos malabarismos retóricos, como por ejem-plo, equiparar riesgo mínimo con el riesgo cotidiano decualquier persona, o con el nivel de riesgos que tienen exá-menes físicos o psicológicos practicados de rutina. Una re-ciente contribución habla de un estándar de participacióncaritativa. Siendo la incorporación a estudios biomédicosno terapéuticos un acto altruista, debiera aceptarse paralos probandos el mismo nivel de riesgo que tienen otras ac-

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tividades caritativas voluntariamente aceptadas (Wendler2005). Todas estas iniciativas, que le restan protección aseres humanos carentes de competencia mental, presentanla doble falacia de ser vagas en su planteamiento, y de com-parar actividades voluntariamente escogidas con recluta-mientos involuntarios y de personas vulneradas. No logranjustificar la inclusión involuntaria de sujetos de investiga-ción que estarán sometidos a algún riesgo sin beneficiarseen absoluto de su participación.

En un intento de hacer más eficaz el reclutamiento de pro-bandos, la bioética ha desarrollado una veta permisiva paraincorporar sujetos a las investigaciones, aunque presenten loque tradicionalmente y en muchas declaraciones interna-cionales se entiende como contraindicación. Estas corrientesautodenominadas inclusivistas llegan al extremo de consi-derar que todo ser humano puede, y debe, participar en in-vestigaciones. Una permisividad de tal magnitud se acercade manera peligrosa a situaciones cuya inmoralidad ha sidoclaramente condenada: los bárbaros experimentos del nazis-mo alemán, el protocolo de Tuskegee Valley1, el de Willow-brook2. Es menester fortificar la posición contraria, asíllamada proteccionista, que efectivamente se propone comometa evitar los abusos en aquellos probandos que por algúnmotivo no pueden tomar decisiones cabales o se encuentranen estado de privación que los hace especialmente suscepti-bles a daños y riesgos provenientes de la investigación.

Para quienes representan a individuos de competenciamental reducida deben en general valer dos premisas: au-torizar sólo investigaciones terapéuticas, es decir, que tie-nen el potencial de mejorar los cuidados médicos de estas

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1 Población negra con sífilis.2 Inoculación de virus de la hepatitis a niños con retardo mental.

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personas; y aceptar que únicamente sean sometidos a ries-gos mínimos debidamente definidos. Mientras más proba-ble y directamente necesario sea el beneficio esperable paralos probandos, más razonable será autorizar su incorpora-ción. Bajo el mismo criterio de protección, los protocolos de-ben proscribir aquellas estrategias de investigación queaumentan los riegos más allá del mínimo, como el uso deplacebos, la randomización a grupos con tratamientos dediversa efectividad, y los estudios que la equiponderaciónanticipa que serán superfluos.

La muy extensa polémica sobre la incorporación de pro-bandos incapaces de tomar decisiones ha decantado en unadivergencia de argumentos pragmáticos y éticos. Para elpunto de vista utilitarista, existe una amplia permisividadbasada en la obligación moral de todo ser humano de partici-par en investigaciones que traerán beneficios a futuro, unargumento sospechoso de autoritarismo al asignarle agen-cia moral a quien no puede ejercerla (Harris y Holm 2003).Desde la bioética se proponen cinco condiciones que se debencumplir para legitimar la inclusión de probandos no compe-tentes: 1) que el estudio sea terapéutico, es decir, de utilidadpara los sujetos participantes; 2) que los riesgos sean razo-nablemente menores que los beneficios; 3) que se estudie lamejor alternativa terapéutica para la situación crítica de losprobandos; 4) que la investigación no sea válidamente reali-zable en personas competentes; 5) que los controles éticosdel estudio hayan sido especialmente acuciosos.

• En intervenciones terapéuticas necesarias y benéficas, lafalta de decisión informada por incompetencia mental es

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suplida por la instancia que representa los mejores intere-ses del paciente.

• El reclutamiento de probandos carentes de competenciamental solo es legítimo para ensayos terapéuticos con be-neficios probables y riesgos mínimos.

• La inclusión de probandos incompetentes en estudios quebenefician a otros no son aceptables por una bioética pro-tectora, por cuanto somete a esos probandos a riesgos in-necesarios e inconsultos.

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CONSENTIMIENTO SOBRESEÍDO

Las situaciones de emergencia médica en que el paciente noestá en condiciones de recibir información y otorgar suaprobación, son médicamente tratadas de acuerdo con pau-tas establecidas y reconocidas. Cada cierto tiempo hay pro-puestas innovadoras que creen poder mejorar el pronósticodel paciente si introducen un elemento experimental en eltratamiento, como por ejemplo el uso de barbitúricos o laaplicación de hipotermia en individuos con severas lesionesencefálicas. La respuesta inmediata de los revisores éticosha sido el requerimiento de un consentimiento subrogante,pero los investigadores aducen que la “ventana de oportu-nidad“ para aplicar el agente experimental no deja tiempopara ubicar al representante quien, en vista de la inespera-da emergencia, probablemente no estaría en condiciones dedar un consentimiento razonable. Ambos son, obviamente,argumentos ad hoc que pretenden experimentar sin con-sentimiento. Un argumento adicional es que la exigenciadel consentimiento informado introduciría un sesgo social,por cuanto en las personas pobres es más difícil ubicar a unrepresentante. Una limitante legalmente impuesta ha sidoque en caso de autorizarse el sobreseimiento del consenti-miento, el protocolo no asigne de manera aleatoria a los pa-cientes al grupo activo o al control, eliminando de este modoun factor de incertidumbre y desprotección.

Las investigaciones en situaciones médicas de urgenciahan logrado cierto grado de legitimidad moral, aun cuandono acuerdo consensual, siempre que se cumplan dos condi-

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ciones: 1) que la introducción del agente experimental sóloagregue un riesgo mínimo al existente en el tratamiento derutina; 2) que el consentimiento informado sea sobreseídosólo si es impracticable (McCarthy 1995). Cuán cuestionablees esta política se deja ver por la presunción, del todo irreal,de la existencia de individuos que dejarían directrices antici-padas con respecto a una eventual participación en investi-gación: “Por ejemplo, se puede obtener evidencia de lapresencia de un individuo con respecto a investigaciones apartir de directrices anticipadas para ese efecto más que deun consentimiento informado concurrente” (Emmanuel etál. 2000: 2707). Posiblemente se confunda la situación delexperimento terapéutico en circunstancias críticas con eluso de procedimientos terapéuticos no probados en situacio-nes de emergencia que carecen de toda opción de tratamien-to. Frente a la alternativa de no tratar o de utilizar un agentepromisorio pero no probado, es plausible suponer la anuen-cia del paciente en peligro, pero ese consentimiento no es ex-trapolable a la situación experimental donde se comparandiversos regímenes terapéuticos.

Pacientes a pocos días de morir por insuficiencia cardia-ca han sido candidatos para la implantación experimentalde un corazón artificial. Algunos analistas creen inválido elconsentimiento informado obtenido de una persona crítica-mente enferma, otros sostienen que la mayoría de estos pa-cientes tienen la lucidez suficiente para entender que elmecanismo artificial tiene ciertas opciones de mejorar sucalidad de vida, aunque sea con riesgos. Frente a unamuerte inminente, la muerte por falla experimental puedeestimarse como un riesgo aceptable. Pese a lo dramático dela situación, y a la cantidad de suspicacias éticas que se pre-sentan, el experimento no parece ser condenable al menosdesde el ángulo del consentimiento informado, aunque ha-

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yan otras consideraciones éticas pendientes, mostrando asíque la aceptación voluntaria del paciente, siendo indispen-sable, no es sin embargo suficiente para avalar la correc-ción moral del procedimiento (Morreim 2006).

Es llamativo que los dos requerimientos propuestospara sobreseer el consentimiento en situaciones experi-mentales de emergencia apelan a un principio de no malefi-cencia y mencionan muy marginalmente, u omiten deltodo, la reflexión sobre los beneficios de esta investigación,que a su vez tiene dos facetas: 1) ¿es el tratamiento actual-mente indicado tan deficiente o incierto que sea preciso in-novar?; 2) ¿hay antecedentes científicos que justifican laintroducción del nuevo agente, a veces con enormes costosprotocolares (7,2 millones de dólares en el caso de la hipo-termia para trauma cerebral)? Se vuelve aquí al tan vapu-leado concepto de la equiponderación, es decir, de unasituación clínica donde los tratamientos disponibles sonequivalentes y una innovación requiere de algunos antece-dentes que hagan suponer una mejoría terapéutica sustan-cial, convergiendo de este modo con la exigencia de que losestudios clínicos en sujetos no competentes tienen que serterapéuticos para ellos.

VOLUNTAD DIFERIDA

Las decisiones anticipadas no han logrado estatus legal al-guno y encuentran muy variable aceptación en situacionesde ética médica. Como la voluntad del que cayó en incompe-tencia mental no puede ser conocida, su decisión históricase presta para interpretaciones que son meras opiniones,en las que se reflejan las convicciones de los agentes

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sanitarios, dando una vez más muestras de un paternalis-mo que no respeta la autonomía extemporánea delpaciente.

El contrato Ulises, que prevé episodios reversibles deincompetencia, es una de las formas menos definitivas deanticipar decisiones (Dresser 1984), usualmente emitidaspor personas con enfermedades mentales compensadas,pero que temen una nueva crisis en el futuro, para la cual fi-jan sus directrices anticipadamente. Las probabilidades dever respetadas estas indicaciones no son muy altas ya queen el momento de su aplicación el paciente está en fase decompetencia mental reducida y cuestionable, tentando asus terapeutas a la instauración de decisiones paternalistas.El riesgo de no saber respetado un contrato Ulises confirmaque no es un instrumento que salvaguarde la autodetermi-nación del afectado, pero el no respetarlo, a su vez, viola laautenticidad del paciente por cuanto desatiende los valoresque lo llevaron a planificar su futuro (Van Willigenburg2005).

Un modo más directo de anticipar decisiones médicas esel llamado testamento vital, en el que el individuo toma laprovisión de solicitar tratamientos u omisiones en un futu-ro en que pueda perder definitivamente la competenciamental, sea por enfermar de Alzheimer, sea por estar in-consciente o en coma, situaciones para las cuales pide noiniciar terapias agresivas ni ser tratado si las secuelas se-rán muy invalidantes, o respetar una orden de no resucitar.Los testamentos en vivo no tienen valor legal alguno,moralmente son muy cuestionados al esgrimirse la suposi-ción de que el paciente podría haber cambiado de opinióndesde que emitió el documento. El debate bioético consideraque desatender un testamento médico es una violación de la

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autonomía, que es incoherente con la legalidad de los testa-mentos patrimoniales y con el respeto de otras decisionesanticipadas como declararse donante de órganos.

• La familia tiene un rol participante o representativo en lasdecisiones clínicas.

• La importancia de la familia varía según las culturas.

• Cuando la decisión tiene que ser vicariante, prima algúncriterio objetivo: el de los supuestos intereses del paciente,el de los mejores intereses para él, o el estándar de razona-bilidad.

• La incorporación de sujetos no competentes a estudios clí-nicos debiera ocurrir sólo muy excepcionalmente.

• En esos casos, las decisiones representativas deben velarpor la reducción al mínimo de los riesgos.

• Los tratamientos de excepción no probados pueden utili-zarse sin consentimiento informado si se trata de la únicaopción terapéutica existente.

• Las personas intentan tomar decisiones clínicas anticipa-das mediante el testamento en vivo o directiva anticipada,un documento carente de fuerza legal y muy debatido ensu valor moral.

• España ha sido pionera en legalizar los testamentos envida, aunque su uso aún no es muy generalizado.

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DISENTIMIENTO INFORMADO

El proceso de lograr una decisión informada en situacionesclínicas no siempre termina en un asentimiento del pacien-te. Un traspaso logrado de información puede motivar el di-sentimiento del paciente por una diversidad de motivos quevan desde los psicológicos a los económicos, familiares oculturales, en vista de los cuales el médico ha de desistir dellevar a cabo el procedimiento diagnóstico o terapéuticopropuesto. En el Tercer Mundo suele ocurrir que la educa-ción occidental del médico dificulte el acceso cultural a per-sonas con raíces comunitarias cuyas relaciones sociales yfamiliares predominan en importancia sobre la autonomíapersonal. Una situación intracultural semejante ocurrecuando un Testigo de Jehová se niega a la transfusión desangre que el médico considera necesaria.

Más compleja es la situación del disentimiento cuandoafecta a terceros: niños pequeños cuyos padres rechazanpor motivos culturales o religiosos las recomendacionesmédicas, o mujeres embarazadas cuyo comportamiento ofalta de disciplina terapéutica pone en riesgo la vida delfeto. Juega aquí un rol fundamental el contexto cultural enque la situación se produce, según primen valores de auto-nomía, respeto por la vida, compromisos doctrinarios, rela-ciones interpersonales. La complejidad de estos dilemas, yla falta de una propuesta generalmente aceptable de solu-ción, han llevado a la actitud pasiva de aceptar estos disen-sos y sus consecuencias, inscrita en el fenómeno denominadoadiafórico, consistente en decretar la indiferencia ética frente

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a las decisiones que los afectados tomen en este ámbito (Bau-man 1995; Van Bogaert 2006).

Como se ha señalado, los pacientes discrepantes antetodo en situaciones clínicas críticas, son fácilmente tildadosde incompetentes; los profesionales y las institucionessanitarias tienden a confundir contenidos racionales pocorazonables con deficiencias en la capacidad de razonar,para luego revertir a conductas paternalistas. Cuando undisentimiento amenaza dañar a terceros puede ser resisti-do por el profesional sanitario cuyas recomendaciones hansido desechadas, en cuyo caso recurre a una instancia cole-giada como el Comité de Ética, o solicita al juez un recursode protección para el tercero en riesgo. Con ello posible-mente logre sobreseer el disentimiento, pero a riesgo de de-sencadenar en el plano social y familiar consecuencias alargo plazo que pondrán en duda la bondad ética de haberrevocado una decisión autónoma.

• El proceso de información puede terminar en un disenti-miento originado en causas familiares o culturales.

• Desde una perspectiva de paternalismo intransigente, eldisenso médicamente injustificado es infundadamente im-putado a una falla mental.

• Cuando el disenso proviene de una persona no competen-te, puede ser razonable recurrir a una tercera instancia–Comité de Ética, juez civil–.

• Es razonable desatender un disenso a fin de proteger a ter-ceros que serían dañados.

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• Aunque se logre vencer el disenso lesivo, son de temer re-criminaciones personales o culturales: rechazos sociales alTestigo de Jehová que recibe sangre.

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LA SOLICITUD INFORMADA

Hay situaciones clínicas que incitan al paciente a formularsolicitudes al equipo médico, que por lo general exceden o seextravían de las prácticas lege artis, o simplemente sobre-pasan lo que el médico está dispuesto a hacer. La fuerzamoral de estas solicitudes es diversamente enjuiciada, des-de considerar que los criterios médicos priman sobre los de-seos del paciente, hasta la postura de que entre médico ypaciente existe una situación contractual que comprometeal médico bajo el mandato moral de la “fidelidad a prome-sas” (Veatch 2003).

Entre las solicitudes informadas más frecuentes se en-cuentra el cese de esfuerzos terapéuticos o, a la inversa, laexigencia pertinaz de mantener regímenes terapéuticosque los médicos consideran inútiles. Otra solicitud informa-da –porque el paciente conoce su pronóstico y se ha hechocargo de la desesperanza terapéutica– es la eutanasia en for-ma de suicidio asistido. Todas estas solicitudes apelan al res-peto irrestricto por la decisión autónoma del paciente, perono consideran los aspectos éticos comprometidos. Sólo la so-licitud de suspensión de tratamientos suele ser aceptada,aunque la reticencia aumenta si la consecuencia podría serla aceleración del proceso de muerte. Solicitar tratamientosfútiles es violentar los criterios terapéuticos del médico y,además, reasignar recursos de un modo inequitativo, pueslo que se gaste en la pertinacia terapéutica faltará en otrasáreas de mejor rendimiento. En otras palabras, la solicitudde tratamientos irrestrictos es lesiva a terceros. En cambio,

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la solicitud de suicidio asistido –un mal nombre para la eu-tanasia activa– sólo tiene consecuencias para el solicitanteque serían dañinas porque atentan contra la propia auto-nomía que se está ejerciendo en forma destructiva. Acasoabandonar una vida que ha desembocado en sufrimiento,desesperanza y resistencia a las maniobras paliativas cons-tituye un daño que debe quedar, en última instancia, en laponderación del afectado. No es la teoría moral la que de-termina a priori lo que es lesivo sino, al contrario, la conno-tación moral se configura si el afectado decide asignarla(Safranek 1998). Los temas exceden con mucho los límitesde este texto, pero se trata de rescatar que una decisión quea primera vista parece inmoral podría, desde la óptica delque la toma, ser razonable y justificada.

A la luz de las polémicas que generan estas solicitudes in-formadas, los médicos reactivan su paternalismo y le nieganinformación al paciente con el objeto de no incitarlo a estas de-cisiones conflictivas. Lamentablemente, rehuir situacionescomplejas a costa de cercenar la capacidad de decisión de lospacientes no hace sino deteriorar aún más el ya frágil clima deconfianza entre agentes sanitarios y pacientes.

• La autonomía del paciente ha llevado a que presente solici-tudes de acción o de omisión a los profesionales sanitariosque lo cuidan.

• Algunos pacientes solicitan suspensión de tratamiento,otros desean continuar aunque los médicos opinan que setrataría de maniobras fútiles.

• La más controvertida de las solicitudes es la eutanasia.

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• Todas estas decisiones, si bien contrarias a la moral comúny al criterio médico, pudieran ser razonables y justificadasdesde la perspectiva del paciente solicitante.

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BRECHAS CULTURALES

Desde diversos ángulos, el proceso de consentimiento infor-mado ha estado en la mira de los críticos porque inevitable-mente habría una barrera comunicacional entre profesionalde la salud o investigador biomédico, y los pacientes o pro-bandos. Con toda probabilidad hay un desnivel educacionalentre un académico y los afectados, considerando que la po-blación de bajos recursos es más propensa a enfermar y re-querir servicios médicos, y que los sujetos de investigacionesbiomédicas se reclutan con creciente frecuencia entre po-blaciones de países del Tercer Mundo. En el caso de nacio-nes que no son anglófonas se produce una doble barrera delenguaje cuando investigadores del mundo anglosajón de-ben enfrentarse con la lengua oficial de un país –español,portugués, francés– y además, eventualmente con lenguasautóctonas cuando el estudio se hará con participación deuna etnia local. Las traducciones verbatim de documentosaclaratorios carecen de todo valor, pues hay términos técni-cos que existen en un idioma pero no en otro, o que arrastranuna carga connotativa tan alta que se producen severas dis-torsiones de significado en el traslado idiomático.

La desmedida importancia que se otorga al documentoque certifica el consentimiento informado, que debiera sóloser ratificatorio de un procedimiento de información y deci-sión amplio y esclarecido, ha llevado a presuponer la impo-sibilidad de obtener un consentimiento válido en países conaltas tasas de analfabetismo, así como en poblaciones de se-mianalfabetos –leen pero tienen comprensión limitada del

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texto–, e iletradas con niveles de cultura bajos, por cuantoestas personas no serían autónomas o al menos no podríandar expresión a su autonomía. Pero estas personas no sonincompetentes mentales, ni carecen de la capacidad decomprender, razonar y valorar; la evaluación de su compe-tencia para participar en un proceso de consentimientoinformado ha de basarse en los mismos criterios que en elcaso de personas más educadas (Luna 1995).

La forma más expedita, pero éticamente defectuosa, deobviar estas brechas culturales es ignorarlas y obtener elconsentimiento pro forma de sujetos que no son debidamen-te informados. Ello ocurre con cierta frecuencia, habiendosido detectado en estudios realizados con poblaciones vulne-radas del Tercer Mundo (Schüklenk 1998); en el mismo es-píritu, se ha propuesto respetar la supuesta autonomía depersonas que son incitadas a aceptar una droga de la cualno son informados y que ha sido rechazada en su país de ori-gen por ser potencialmente cancerígena (Cooley 2000).

Hay situaciones en las que la brecha colapsa por incapa-cidad del interlocutor, lo cual no otorga carta blanca a losagentes, sino que obliga a una interacción sucedánea queprovenga del mismo entorno cultural que el sujeto incompe-tente, con la cual, a su vez, posiblemente deba buscarse unconsenso entre perspectivas dispares. Si el agente sanitarioo el investigador estiman, a priori o en consideración de lascircunstancias, que el sujeto es incompetente, deberán bus-car decisiones vicariantes si la intervención es necesaria, oabstenerse de ella. Cuando la urgencia de la situación re-quiere intervención inmediata, el agente aplicará los mejo-res procedimientos existentes y sólo en ausencia de éstospodrá iniciar sin anuencia una terapia experimental, pero

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si el entorno cultural es hostil a la intervención, hará bienen no imponer sus criterios.

• La tendencia a trasladar investigaciones al Tercer Mundohace notorias las brechas culturales existentes.

• La forma documental del consentimiento informado resal-ta las diferencias culturales y de lenguaje.

• Una forma habitual pero éticamente impropia de obviarlas brechas culturales es ignorarlas y obtener un consenti-miento insuficientemente informado.

• Si la brecha informativa es infranqueable, la acción biomé-dica no debiera llevarse a efecto salvo excepciones califi-cadas, como beneficio directo e indudable paraprobandos y/o comunidad.

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PARTICIPACIÓN INFORMADA

La genética de poblaciones se encuentra con la dificultad deinvestigar en comunidades que de alguna forma deben serinformadas y de quienes se espera una aceptación del estu-dio para contar con una participación informada. A raíz deseveros desacuerdos que hicieron fracasar grandes pro-yectos de investigación en Chiapas, Tonga y otras comuni-dades, se viene discutiendo la forma más apropiada denegociar colectivamente y obtener un consentimiento infor-mado legítimo. Cuando los sujetos de investigación no sonindividuos sino colectivos o comunidades, puede ser difícilencontrar al interlocutor que ha de recibir la informaciónpara gestar el consentimiento válido de participar en el es-tudio. Mayor dificultad aún presenta la identificación de larepresentación legítima de la comunidad, que en ocasioneses múltiple y antagónica, unas autoridades negando la per-tinencia de otras.

La dificultad inicial es acotar la comunidad, ya que nosiempre coincide con una unidad geográfica, y puede tenermiembros dispersos e insertos en otras comunidades. El“sujeto” de investigación puede ser una familia cuyosmiembros están dispersos, puede ser una comunidad o unconjunto de etnias; también es posible que se identifiquecomo sujetos de investigación a personas que tienen algúnrasgo en común y, aun cuando no compartan intereses, severían afectadas por los resultados del estudio, hayan o noparticipado en él. Las encuestas de A. Kinsey sobre la se-xualidad de hombres y mujeres, aunque sólo abarcaron un

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universo acotado, derivaron en conclusiones extrapoladasa muchas personas que indirectamente se enteraron sobrecostumbres homosexuales, adúlteras, masturbatorias queestadísticamente se hicieron extensivas a ellas.

Es posible identificar al menos tres consecuencias quepueden afectar a una comunidad a raíz de investigacionesrealizadas en su seno. Lo más obvio es que los resultadospudiesen incitar conductas discriminatorias en lo social, enlo laboral, en la política de seguros. Un segundo efecto po-drá ser en el ámbito de los individuos, que modificarán suconducta de acuerdo con los conocimientos adquiridos,como sucede cuando una comunidad alberga muchos porta-dores de un gen recesivo que produciría una enfermedad se-vera si naciese un niño homocigoto –enfermedad de TaySachs en poblaciones de judíos ashkenazis–. Los tamizajesgenéticos en esos casos pueden modificar planes matrimo-niales o reproductivos. En tercer lugar, la comunidad pue-de ver alteradas sus creencias y su narrativa histórica si losestudios develaran que estaban en un error cultural (Davis2004). Diferentes culturas tienen diversas formas de enten-der enfermedades y sus causas, así como de confiar en medi-das terapéuticas locales. Etnias que mantienen vigentes susvalores culturales pueden tener un concepto propio de loque es conocimiento, y no compartir el espíritu positivistade los investigadores que los contactan.

Las dificultades que se presentan en obtener el consen-timiento de una comunidad para servir de escenario a unainvestigación se hacen notar sobre todo en la negociaciónrespecto a los efectos negativos y riesgos para la poblacióny, en forma tal vez aún más marcada, al discutir los benefi-cios que se espera obtener y su distribución.

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El procedimiento puede requerir una etapa de consul-ta para conocer las características y las necesidades de lacomunidad, y un consentimiento formal para desarrollarla investigación. Tanta más importancia se da a la consul-ta previa, en la cual se espera un intercambio de valoresculturales e intereses que faciliten la comprensión entrelas partes. La estructuración de estas consultas permiteelaborar cuatro metas éticas: a) depurar la protección dela comunidad mediante una precisa identificación de ries-gos y otros elementos negativos; b) resaltar y fomentar losbeneficios para la comunidad; c) legitimar las instanciaspolíticas que tomarán decisiones en nombre de la comuni-dad, y d) compartir las responsabilidades (Dickert y Su-garman 2005).

• La comunidad puede ser difícil de caracterizar e identificar.

• Se da con frecuencia la dificultad de reconocer a los inter-locutores representativos de la comunidad.

• Para reducir estos problemas se sugiere un periodo de con-sulta comunitaria para conocer mejor sus características.

• Las investigaciones comunitarias pueden afectar a susmiembros si los resultados son utilizados discriminatoria-mente.

• La comunidad se puede ver afectada si se produce una dis-criminación colectiva.

• También afecta a la comunidad cuando los resultados de lainvestigación modifican las conductas de sus miembros.

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• La comunidad se puede ver desestabilizada si los estudiosrinden información que no es compatible con su cultura ysus normas sociales.

• En investigaciones comunitarias debiera obtenerse con-sentimiento informado de los individuos y de la comuni-dad.

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COMITÉS DE ÉTICAY EL PROCESO DE INFORMACIÓN

El llamado a cultivar el consentimiento informado comoelemento ético nuclear tanto en el encuentro clínico comoen la investigación con seres humanos, no suscitaría tandensa y persistente polvareda si tuviese buena aceptación yfluida aplicación. Tienen toda la razón quienes lamentanque el consentimiento informado no será más que un proce-dimiento desganada y deficientemente aplicado, en tantono se desarrolle la “sensibilidad sanitaria” que hace de lamedicina y de la investigación biomédica una actividad com-prometida con la legitimidad del otro, como lo vienen solici-tando las éticas dialógicas, las éticas comunicativas, laséticas de responsabilidad y el sentido común de la decencia.

No hay que olvidar, sin embargo, que la doctrina delconsentimiento informado, más que una propuesta, es unareparación. No nace de un movimiento hacia la excelenciaética, aunque ese sea su desideratum. Su origen es históri-co, es un llamado a abandonar el paternalismo y a recono-cer la obsolescencia de erigir brechas de poder entreagentes y afectados. Mantenidos durante siglos, los privile-gios y las comodidades del poder se abandonan con reticen-cia, concediendo una anuencia de mínimos salpicada deexcusas para resistir los aires renovados, y cayendo en lapueril práctica de no cumplir cuando nadie mira. La volun-tad de los probandos se ha quebrado en múltiples instan-cias desde que Nüremberg lo proscribiese en 1947. Pese auna profusa y esclarecida bioética académica se viola a dia-

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rio la autonomía de pacientes, como lo muestran las cre-cientes cifras de juicios por mala práctica, en su granmayoría instigados por negligencias de información.

Si efectivamente la autonomía es una conquista de laModernidad, llama la atención que sea acogida sólo parcial-mente por la medicina y por la investigación biomédica,donde los paternalismos han sido renuentes a presentar surenuncia. Legislación y jurisprudencia se han visto obliga-das a imponer el consentimiento informado y a penalizar suomisión o distorsión, cuando lo preferible hubiese sido querubricasen y perfeccionasen la participación paritariacomo una conquista ética por todos deseada.

A todas luces, la deliberación no es suficiente, y la llega-da de la sensibilidad sanitaria se encuentra postergada. Deallí que haya sido necesario introducir instancias de controlque fiscalicen y garanticen que los pacientes serán tratadosde conformidad con su autónoma e informada decisión, yque los probandos debidamente informados sólo serán re-clutados si esclarecida y voluntariamente se disponen aconsentir. Las tres instancias desarrolladas para velar porel mejor cumplimiento del consentimiento informado hansido: la reflexión bioética, la judicatura y los comités de éti-ca –hospitalaria y de investigación–.

El consentimiento informado es preocupación crucialde los comités de bioética en investigación, al punto que elanálisis de ese documento opaca la discusión de otros as-pectos del protocolo. El documento presentado al comitésuele contener una carta de consentimiento que el proban-do deberá firmar. Causal frecuente de rechazo por los comi-tés es que esta carta sea demasiado escueta y pocoinformativa o, a la inversa, contenga detalles técnicos queexceden la capacidad de comprensión de cualquier persona

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no experta, pero que no ayudan a elegir informadamente elcurso que se debe seguir. Como alternativa se ha sugeridoun consentimiento tipo para utilizar en cualquier investi-gación, lo cual constituye un menosprecio a la idea del con-sentimiento informado, que debiera ser específico y ad hoc

para cada situación clínica y para cualquier investigaciónbiomédica. En el mismo sentido son reprobables los formu-larios de consentimiento informado que debe firmar todapersona que se hospitaliza, un documento estándar quenada tiene de informativo ni de atingente a la patología delfirmante, ni tampoco tiene carácter de consentimiento yaque es requisito impuesto por la institución como condiciónpara acoger al enfermo.

Los comités han de exigir que el consentimiento conten-ga toda la información que pudiera ser relevante para el fir-mante, tanto en lo referente a beneficios o su ausencia,como ante todo en los posibles efectos secundarios negati-vos –complicaciones, riesgos–. Tarea regularmente olvida-da es la obligación de depurar el consentimiento informadode toda sugerencia poco ética y que no debiera siquieraserle planteada a los sujetos, como por ejemplo riesgosdesmedidos, negativas a cubrir indemnizaciones por da-ños provocados por la investigación, ofrecimientos de bene-ficios indebidos a poblaciones cautivas. Como el documentodebe ser el resultado de una comunicación personal y deta-llada, habría que pensar en fiscalizar esta interacción oralmediante testigos imparciales, grabación o filmación. Asímismo, se sugiere que el comité realice seguimientos du-rante el transcurso del estudio, verificando que efectiva-mente se cumplen los requerimientos éticos acordados.

Estas exigencias se cumplen cada vez menos. Los co-mités son víctimas de su popularidad, pues su obligada

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intercesión de evaluar sin excepciones todo protocolo deinvestigación con seres vivos los ha recargado de tal ma-nera de trabajo, que no logran cumplir sus tareas sinoprecipitadamente, tanto así que en diversas naciones se dis-cute la creación de organismos centrales que controlen las ac-tividades de los comités. No faltan, por otro lado, opinionesadversas como la de Koski (1999), emitida poco antes de sernombrado como Primer Director de la Office for Human Re-search Protections de Estados Unidos (Oficina de Proteccio-nes en Investigaciones Humanas): “En realidad, en el cursode sus estudios los investigadores están en mejor situaciónpara proteger los intereses de los probandos individuales, quelos IRB –Comités Institucionales de Investigación–”. En esemismo sentido se hace oír la opinión de que “[P]aradójicamen-te, el sentido personal de responsabilidad moral del investiga-dor se podría debilitar a medida que se intensifica el controloficial y pertinente del trabajo científico” (Moreno 2001: 17).La experiencia no avala esta perspectiva, ni tampoco al senti-do común le es plausible que las excelencias éticas solo flore-cen en ausencia de fiscalización.

Los comités no han logrado ser garantes suficientes deque pacientes y probandos accederán a un procedimientode consentimiento informado éticamente irreprochable.Tampoco cumplen un rol probatorio en caso de juicio, aun-que su presencia debiera obrar como un freno psicológico alexcesivo entusiasmo de entablar juicios de mala práctica.Personas con mucha experiencia en actividades de Comitéhan indicado sus falencias y la necesidad de mejorar sufuncionamiento (Macklin 2001).

La industria farmacéutica, que promueve y realizagran parte de los estudios biomédicos en seres humanos, hapreferido trasladar sus experimentos a países del Tercer

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Mundo, donde por una parte parece ser más fácil reclutarsujetos, mas por otra parte es preciso orientarse en diver-sas lenguas y culturas con las cuales puede ser difícil elabo-rar acuerdos y consentimientos informados. En más de unaocasión los investigadores promocionan sus planes y recu-rren a los medios de comunicación a fin de llevar a cabocampañas propagandísticas de reclutamiento, encontrán-dose con grados variables de oposición por parte de los co-mités de bioética en investigación, que cuestionan la éticade estas divulgaciones públicas (Kibby 2006). La industriafarmacéutica es partidaria de estas campañas por cuantoeducan a las personas, aceleran el reclutamiento y acortanel tiempo para llevar el producto al mercado. Sorprende alos promotores que los comités no tengan una línea ética alrespecto, puesto que fluctúan dentro de amplios márgenesde permisividad y rechazo, privilegiando la palabra impre-sa y repudiando la televisión, el correo electrónico o la invo-cación postal directa. Las objeciones presentadas por loscomités se estiman inconsistentes y arbitrarias. Lo intere-sante es que se refieren a los vehículos promocionalespero no abordan los contenidos ni analizan en qué medi-da los reclutamientos funcionan porque prometen o insi-núan beneficios, sin que se revise si las expectativas secumplen. Toda promoción tiene por objetivo manipular laopinión y tratar de modificar conductas, una campaña pú-blica de reclutamiento de sujetos de investigación enfatizamás la efectividad que la veracidad.

Error frecuente es homologar el consentimiento infor-mado a la firma de un formulario. Los comités son parcial-mente culpables, pues siempre requieren que en el protocolode investigación y en la ficha de ingreso al hospital haya unformulario, y muchas veces se hacen cómplices de elaborar, odar su conformidad a, un formulario tipo. El documento de

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consentimiento informado es necesario pero está lejos de sersuficiente. El fuerte del consentimiento es la informaciónpersonal, que luego ha de plasmarse en un consentimientoescrito ad hoc para la práctica en discusión, de modo que fielpero sucintamente refleje lo hablado. Los comités deben ve-lar porque no se cometa el error de atiborrar el documentocon detalles técnicos que no son materia del esclarecimientoentre agentes y afectados, y de dejar afuera los temores a losriesgos, las expectativas de beneficios, la búsqueda de con-fianza, el compromiso impositivo a los probandos. Cuando elprotocolo anuncia riesgos desproporcionados, beneficios in-debidos o utiliza métodos de investigación que son lesivos,corresponde al comité depurar estos elementos éticamentereprobables antes que sean presentados al paciente o pro-bando.

• Función básica de los comités de ética es velar por el co-rrecto proceder en la decisión informada en clínica y elconsentimiento informado en investigación.

• Los comités suelen analizar el documento de consentimien-to informado, pero carecen de oportunidad para revisar elprocedimiento de información tanto al inicio como duranteel transcurso de las prácticas médicas o de investigación.

• El recargo de trabajo de los comités ha llevado a despacharsus labores en forma apresurada e insuficiente.

• La incierta protección de pacientes y probandos produjoun cuestionamiento de los comités y la necesidad de esta-blecer instancias fiscalizadoras de sus funciones.

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COERCIÓN Y EXPLOTACIÓN

COERCIÓN

Fueron Ingelfinger (1972) y Jonas (1969) quienes primerollamaron la atención sobre las dificultades de atraer pro-bandos a investigaciones con seres humanos sin ejercercoerción. Las dificultades no han disminuido, y por parte delos bioeticistas se han presentado giros semánticos quebuscan redefinir la coerción para ocultarla mejor: ”Coer-ción incluye la amenaza de hacer irresistible una decisión”(Hawkins y Emanuel 2005). “Nuestra postura es que lacoerción no tiene cabida en el consentimiento informado(sentido1), basado en la premisa de que la coerción priva ala persona de elección autónoma y por ende es incompatiblecon el consentimiento informado” (Faden y Beauchamp1986: 339). Aparte de una cierta circularidad, la definiciónes dura, limitando las situaciones coercitivas, con el riesgode aceptar éticamente muchas instancias en que no se ejercecoerción de acuerdo con esta definición. Entre la fina percep-ción de coerción de Ingelfinger y de Jonas, y la rigurosamen-te restrictiva definición de escritos más recientes, parecierahaber una incompatibilidad que no es efectiva, por cuantose reconoce que existe la coerción en cuanto influencia deagentes sobre sujetos sometidos a “situaciones de roles in-hibidos” (p. 368). Los pacientes hospitalizados típicamentese encuentran convocados a expectativas de roles elabora-das por la institución, sin poder ejercer su autonomía enforma irrestricta. Es posible jerarquizar en orden

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descendente la influencia restrictiva sobre la autonomía depacientes y probandos:

COERCIÓN

MANIPULACIÓN

- de opciones

- de información

- psicológica

PERSUASIÓN

De la definición estricta se deduce que sólo habrá coer-ción si el agente ejerce una amenaza tan temible que la per-sona no ve otra opción que ceder a lo solicitado para evitarlas consecuencias nefastas anunciadas. En virtud de lacoerción ejercida, el sujeto pierde el ejercicio de su autono-mía, las decisiones pasan a ser controladas por el agente.Una descripción tan inflexible dará la razón a todos los queinfluyen sobre decisiones de pacientes sin creerse culpablesde coerción por no proferir amenazas.

Los pacientes están vulnerados por su enfermedad y porel entorno disciplinado del hospital, encontrándose en situa-ción coercitiva, es decir, viven el ejercicio de su autonomíacomo limitado y externamente dirigido. Se argumenta que siestas situaciones fuesen realmente coercitivas los pacientespor definición no dispondrían de autonomía alguna. Portanto, más que coercitivas sus condiciones serían “extrema-damente difíciles”, permitiendo aseverar que “no es efecti-vo que reclutar para investigación a sujetos enfermos seacoercitivo, aun si la enfermedad los ha vuelto incapaces dedecisiones racionales” (Hawkins y Emanuel 2005: 17). En

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virtud de estas sesgadas reflexiones se pretende funda-mentar una vasta cohorte de prácticas invasivas de la auto-nomía de pacientes y probandos, que serían éticamentepermisivas por no ejercer coerción, con el consiguiente per-juicio para poblaciones vulneradas que perderían otro ele-mento de protección.

Lo manipulable que es el concepto de coerción se hacever en las diversas opiniones que suscita el médico dispues-to a dejar de cuidar al paciente que es renuente a participaren un estudio: “si un médico investigador amenaza conabandonar al paciente o negarle un tratamiento rutinariorequerido a menos que el paciente ingrese a un estudio,esto sería claramente una coerción” (Hawkins y Emanuel2005: 19). En el mismo número del Hastings Center Report,otro autor estima como éticamente legítimo negarle trata-miento a un paciente que rehúsa entrar en una investiga-ción: “la sociedad ya acepta la idea de que la participaciónde pacientes en el logro de una meta social importante, pue-de en ocasiones condicionar el acceso del paciente a cuida-dos médicos”. Y, algunas líneas más adelante: “Si se recibetratamiento médico, continúa siendo una opción. Como op-ción, su obtención podría ser condicionada a la disposicióndel paciente a participar en investigaciones médicas”(Orentlicher 2005: 24). El autor se congratula de que su pro-puesta es “menos coercitiva” que la presentada pocos añosantes proponiendo eliminar el procedimiento de consenti-miento informado en estudios que comparan tratamientosya establecidos (Truog et ál. 1999).

Si no corresponde hablar de coerción cuando el consenti-miento informado se desarrolla con el mantenimiento deuna autonomía aunque sea residual, será menester ponde-rar con más rigor ético las formas no coercitivas de in-

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fluencia sobre pacientes. Cada vez que el investigadordistorsiona la información o ejerce algún tipo de presiónpara que el sujeto modifique la decisión que habría tomadodesde el ejercicio ponderado de su libre voluntad, se estáviolando el espíritu del consentimiento informado y cohi-biendo indebidamente la autonomía del paciente. Este tipode interferencia se ha definido como manipulación: “es todainfluencia intencional y exitosa sobre una persona, utili-zando medios no coercitivos para modificar las opcionesdisponibles, o modificando en forma no persuasiva las per-cepciones que la persona tiene de esas opciones” (Faden yBeauchamp 1986: 354). Desde la perspectiva de los afec-tados que son influidos para que modifiquen su decisión enfavor de la versión del agente, el atropello ético al proceso deconsentimiento informado es muy similar entre coerción ymanipulación, siendo igualmente condenable si el informan-te manipula las opciones, la información, las emociones ypercepciones del paciente, o desdeña traducir apropiada-mente su información al enfrentar culturas diversas a lasuya.

El modo menos agresivo de ejercer influencia a travésdel proceso de consentimiento o decisión informada es lapersuasión, entendida como “el empeño intencional y exito-so de apelar a la razón para inducir a una persona a aceptarlibremente –como si fuesen propias– las creencias, actitu-des, valores, intenciones o acciones propugnadas por elagente que persuade” (Faden y Beauchamp 1986: 347).Interferencias retóricas de esta naturaleza son estimadaspor algunos como un modo de limitar la autonomía de lossujetos que apenas se distingue de la coerción, pero otrosestiman que la persuasión es necesaria, el profesional queno la ejerce falta a su deber de orientar a los individuos quehan de tomar decisiones razonables. Incluidas en esta labor

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persuasiva están las advertencias y la anticipación depronósticos desfavorables que, por no ser amenazas sinoaclaraciones, no calificarían como coerción.

Al desmenuzar los conceptos se intenta depurarlos deconnotaciones éticas negativas, pero permanece una desa-zón frente a cualquier intento de movilizar la reflexión y ladecisión de pacientes y probandos más allá del espontáneoejercicio de su autonomía. El meollo de las decisiones infor-madas sigue siendo un acopio neutro, completo y relevantede información que el paciente o probando aquilata en elmarco de sus intereses y valores, para emerger con una de-cisión acorde con su persona y sus circunstancias existen-ciales. El énfasis en la razón como medio persuasivo esengañoso pues recurre a una facultad que se encuentra di-versamente desarrollada en las personas y complementadapor consideraciones no racionales como emociones, expe-riencia, interacción con allegados, empatía con el informan-te. La calidad ética de la persuasión mediante incentivosdepende de la claridad y veracidad de la información, asícomo de la proporcionalidad entre las cargas que soportaráel probando y los beneficios que por ello recibirá.

EXPLOTACIÓN

“Explotación es la distribución no equitativa de beneficios ycargas que emergen de una transacción” (Hawkins y Ema-nuel 2005: 19). Más parece una definición de injusticia quede explotación, que es superada por una caracterizaciónmás completa: “Hay explotación cuando individuos o insti-tuciones poderosas o ricas se aprovechan de la pobreza, laprivación o la dependencia de otros utilizándolos para suspropios fines [los de los ricos y poderosos] sin proporcionar

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beneficios compensatorios a los individuos o grupos menospoderosos o desaventajados” (Macklin 2004: 101-102). Res-nick (2003) ve explotación cuando una de las partes es da-ñada, tratada injustamente, o se le falta el debido respeto.Una definición tal vez demasiado inespecífica, propone que“explotación incluye sacar provecho de otro” (De Castro1995). Son numerosas las instancias en que las investiga-ciones llevadas a cabo en países con poblaciones pobrescaen en explotación en el sentido de dañar y negar benefi-cios a los más débiles que participan en investigaciones quesignificarán importantes ventajas para los investigadoresy los patrocinantes. En relación con el consentimiento in-formado se producen dos posibles instancias de explota-ción: cuando el reclutamiento no ha sido obtenido en formaclaramente voluntaria, y cuando a los probandos se les nie-gan ciertos beneficios sobre todo con relación a los trata-mientos que están en estudio.

Algunos bioeticistas piensan que la explotación y aun eldaño a los probandos de una investigación no necesaria-mente serían faltas a la ética: “Un experimento que daña aun sujeto humano puede ser ético si el sujeto ha consentidoa una investigación que se espera pueda beneficiar a otrospacientes o a la ciencia médica” (Resnick 2003: 243). Tole-rar una explotación porque ha sido consentida es una formade coerción basada en una solicitud inmoderada de altruis-mo, y en una distorsión de la información, ya que los benefi-cios a terceros son altamente inciertos, en cambio losriesgos para los probandos son reales. El discurso sobre ex-plotación es bifronte, al indicar que “[P]or el hecho de ponera algunas personas en riesgo de daño por el bien de otros, lainvestigación clínica tiene el potencial de explotar a sujetoshumanos” (Emanuel et ál. 2000). Pero al mismo tiempo seniega que estas instancias sean necesariamente explota-

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ciones. Discutible es acaso pueda haber explotación no in-tencionada, una figura que permitiría dañar al otroobteniendo a su costa provechos abusivos, sin que ello fueseéticamente condenable. Habitual pero no necesariamente,la explotación implica daño para el más débil, pero tambiénpuede ser explotado al negarle los beneficios que le corres-ponden. En el contexto de una investigación habrá explota-ción si las compensaciones por participar son demasiadoexiguas, pero también, según algunos, si las compensacio-nes ofrecidas son tan desproporcionadas que el individuono tendría otra opción que aceptar. Pero el sujeto que libre-mente acepta una compensación alta por ingresar a una in-vestigación riesgosa está ejerciendo su autonomía, y lafalta ética está en quienes diseñaron un protocolo de altoriesgo y pretenden encubrirlo con una buena paga. Científi-cos deficientemente entrenados serían explotadores pero, enrigor, la ignorancia no es falta de ética, pero sí lo es que lasinstituciones alberguen y los comités de ética no controlen aestos investigadores, permitiendo que su ineptitud ponga enriesgo adicional a los sujetos de investigación.

“Razón importante para distinguir investigación de te-rapia, es para recalcar que la investigación clínica tiene unpotencial inherente para explotar a los participantes de lainvestigación” (Miller y Brody 2003: 21). La formulación esvaga y no deja entrever si constituye una crítica o un inge-nuo reconocimiento de la cercanía entre investigación conseres humanos y explotación. De todos modos, en el consen-timiento informado se tiende a ocultar la veta intrínseca deexplotación que mancha las investigaciones con seres hu-manos, violando los fundamentos de la bioética, amén dedesconocer el imperativo categórico kantiano que proscribeutilizar a los seres humanos sólo como medios para finesajenos a ellos.

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• Tanto pacientes como probandos vulnerados son pobla-ciones cautivas por las dependencias que presentan.

• Un elemento coercitivo adicional es el uso sesgado de lainformación, que muchas veces es incompleta o incom-prensible.

• Negarle atención médica al paciente que rechaza partici-par en un estudio es un caso flagrante de coerción.

• La “falacia terapéutica” –creer que se recibirán beneficiosmédicos por participar en una investigación– es tan fre-cuente que cabe sospechar sea inducida por los investiga-dores informantes.

• La explotación ocurre cada vez que una cohorte de pro-bandos participa en investigaciones sin recibir compensa-ciones o beneficios adecuados.

• El consentimiento informado sirve de instrumento de ex-plotación cuando la información es ambigua o nugatoriaen relación con riesgos y beneficios.

• Aunque se reconoce que ser sujeto de investigación parabeneficio de otros es en sí una explotación, subsiste en lapráctica una marcada insensibilidad al respecto.

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LA PERSUASIÓN MEDIANTE INCENTIVOS

Al mismo tiempo que la industria biomédica entraba a lide-rar en la liga de las grandes empresas lucrativas, y que losservicios médicos se volvían crecientemente onerosos, sedesarrolló entre los teóricos de la bioética un acendrado pu-dor por el pago a donantes de órganos y a probandos de in-vestigaciones. Si bien se reconoce, con reticencias, laposibilidad de pequeñas compensaciones por los gastos ylas molestias en que incurren los sujetos en quienes se in-vestiga, ha habido un rechazo general a una remuneraciónpor servicios, aduciendo que ello genera la figura éticamen-te sospechosa de los incentivos indebidos. La idea es que siuna persona se ve impelida por su pobreza a ser probandoremunerado, no estaría ejerciendo su libre voluntad sinoque actuaría bajo imposición de sus circunstancias. Y la se-lección de probandos quedaría sesgada hacia una poblaciónmarcada por sus privaciones.

La argumentación es discutible en varios aspectos. Co-mienza por olvidar el trabajo ya clásico del sociólogo R. Tit-muss, quien comprobó que el comportamiento y ladisposición de donantes de sangre son del todo iguales enEstados Unidos, donde la donación es pagada, comparadacon Gran Bretaña donde es gratuita. Si ingresar a un estu-dio fuese remunerado, los candidatos no tendrían por quéser únicamente los más pobres, pues el pago por serviciospuede interesar a muchas y muy diversas personas.

Hawkins y Emanuel (2005) se refieren a alicientes in-debidos como “bienes genuinos en cantidades indecente-

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mente grandes”, una formulación que es al mismo tiemposubjetiva y poco realista. En estas supuestas situaciones, elconsentimiento informado queda sesgado por el deseo departicipar a toda costa, aceptando riesgos tal vez inmodera-dos, con tal de percibir el incentivo ofrecido. Pero un proto-colo no debiera contener riesgos tan elevados que soloserían aceptados si los incentivos son sustanciosos. Inco-rrecto, así mismo, es el aliciente ofrecido a probandosdependientes, en donde la inmoralidad consiste en otorgarun beneficio –una calificación académica, una promoción la-boral, una reducción de sentencia carcelaria– como una pre-benda impropia a cambio de participar en un estudio. Poreste motivo, se aconseja no recurrir a poblaciones cautivasque son personas dependientes que podrían poner sus espe-ranzas en recibir prebendas que aliviasen su dependencia.

Lo perverso de un incentivo excesivamente tentador re-sidiría en incitar al sujeto a aceptar en contra de su auténti-ca convicción. Indebidos son los incentivos relacionados conlas dependencias del sujeto o que intentan persuadirlo paraque acepte un riesgo excesivamente severo, un protocolodegradante o contra el cual el probando tiene una marcadaaversión (Grant y Sugarman 2004). Pero un protocolo conalguna de estas características, ¿acaso no es éticamentereprobable con o sin incentivos acompañantes?

De manera solapada se presenta, últimamente con reno-vados bríos, un incentivo indebido disfrazado de altruismocomunitario. La investigación biomédica es promulgadacomo un bien común, el conocimiento como una dádiva a lahumanidad, y el beneficio social se presenta como potencia-do por el beneficio terapéutico que tendrán los enfermos enel futuro. Este lenguaje rapsódico pierde buena parte de suencanto y credibilidad al recordar la cláusula 90/10 según

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la cual el 90% de los recursos de investigación biomédica seconcentran en estudiar problemas sanitarios que interesanal 10% más pudiente de la humanidad. En segundo térmi-no, Angell (2004) ha hecho ver que la mayor parte de las in-vestigaciones farmacológicas se dedican a desarrollar me

too drugs, que son agentes farmacéuticos que repiten el es-pectro de acción de lo ya existente, y cuya finalidad no esotra que conquistar con fines de lucro un segmento del mer-cado consumidor de medicamentos. No se está investigan-do mayoritariamente en aras de solucionar problemassanitarios masivos prevalentes en poblaciones pobres, demodo que obtener consentimiento informado so pretexto decooperar con un bien social resulta ser un engaño avaladopor propuestas poco creíbles: “Cuando tales procedimientosde investigación [intervenciones que implican riesgos paraprobandos y que no se contempla compensar mediante be-neficios] son necesarios para generar información válida,los riesgos se justifican por los beneficios sociales a obtenercon la generación de conocimientos biomédicos” (Miller2005: 35). Aun si legítimamente se estuviese investigandoen pro del bien común, el apelar a fines comunitarios es de-masiado vago para justificar el potencial sacrificio de pro-bandos reclutados, terminando por ser una débil excusapara incorporar sujetos sin asegurarles beneficios directosy negándoles todo incentivo.

El incentivo es una oferta material para convencer auna persona de que tome la decisión de actuar de un deter-minado modo. En ese sentido, es siempre una manipula-ción, y se entiende que la idea de incentivos haya sidocuestionada por su aparente cercanía a la coerción. Pero silos incentivos se entienden desde la perspectiva del recep-tor, vienen a ser un pago por su disposición a participar enuna investigación. Aparece la sugerencia de hablar de un

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jornal mínimo, idea que otros rechazan por cuanto implica-ría la constitución de un mercado y la incorporación a la le-gislación laboral (Anderson y Weijer 2002), desplegándoseuna compleja deliberación que trasluce una falta de disposi-ción a conceder recompensas materiales a los probandos.

Voces favorables a los incentivos para probandos sugie-ren que es aceptable toda oferta de beneficios que sea bien-venida por el solicitado. La oferta será coercitiva si el sujetotuviese que vencer motivos inamovibles para aceptarla,pero será buenamente persuasiva si no le parece irresistible.Es obligación del agente sugerir solamente aquellos benefi-cios que sean bien acogidos o fácilmente resistibles por losprobandos, para no caer fuera de los marcos éticamente per-misibles.

Bajo el pretexto de beneficiar a la sociedad han apare-cido diversas iniciativas que pretenden ir más allá, nosólo lesionando la información del consentimiento, sinoejerciendo algún grado de presión para reclutar proban-dos, o abiertamente violando el elemento de la voluntad alsugerir que la participación en investigaciones debiera serobligatoria, del mismo modo que lo son los impuestos que laciudadanía paga: “a la luz de nuestra apreciación de la vul-nerabilidad humana a lesiones y enfermedades, y nuestroaprecio del valor de la investigación clínica, las personasrazonables debieran endosar políticas que hacen de la par-ticipación en investigaciones un deber social” (Rhodes2005: 15). En lo formal, el argumento es otra instancia deviolación del imperativo categórico kantiano que proscribedesdeñar los fines de las personas y utilizarlas sólo comomedios. En lo sustancial, el argumento utilitarista del biensocial cae en dos transgresiones éticas: una, hacer compul-siva la participación, con lo que se acerca volens nolens a los

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abusos develados en Nüremberg, la otra es engañar sobrelas presuntas bondades de las investigaciones, sometiendoasí a excesiva tensión el motivo de sacrificio celebrado porla tradición judeo-cristiana (Donagan 1977).

“La mayoría de ellos [los médicos] concuerdan que esigualmente inaceptable reclutar sujetos de experimenta-ción mediante recurso a la decepción, sea tergiversando oreteniendo información que estos sujetos pudiesen conside-rar de importancia” (Donagan 1977: 325). Esta aseveraciónaparece publicada en uno de los primeros números de unaprestigiosa revista de medicina y filosofía, y sin embargoestá siendo cuestionada treinta años más tarde, como si lafunción de la bioética no fuese esclarecer y proteger, sinocuestionar consensos alcanzados y volver la deliberación so-bre sí misma hasta la esterilidad. Para los bioeticistas delTercer Mundo, es de extrema importancia reconocer estosintentos por desvirtuar la vocación protectora de la bioética,aplicados al nuevo terreno de la investigación internacional,donde abundan poblaciones vulneradas, susceptibles e in-defensas que necesitan ser amparadas por una bioética queprivilegie la ecuanimidad sobre la utilidad y la justiciasobre el poder.

El énfasis en manipular y ocultar los elementos negati-vos de un procedimiento médico o de una investigación bio-médica a fin de inclinar a los sujetos hacia decisionespreferidas por los agentes, tiene su complemento en elempleo de la persuasión mediante incentivos. En contra delos incentivos se aducen dos argumentos: los ya discutidosbeneficios indebidos y la falacia terapéutica.

Por encuestas se ha podido mostrar que las personas in-variablemente participan en estudios biomédicos con la ex-pectativa de obtener algún beneficio de orden terapéutico

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tanto durante la investigación como posteriormente, si ellofuese médicamente necesario. Los investigadores insistenen que estas esperanzas son infundadas y de ningunamanera fomentadas en el proceso de reclutamiento de pro-bandos. Los patrocinadores, por su parte, aducen que los cos-tos de mantener terapias a largo plazo son excesivos. Sinembargo, las expectativas incumplidas ocurren con tantafrecuencia que cabe suponerlas insinuadas por una informa-ción sesgada y ambigua que despierta las esperanzas delprobando de que obtendrá beneficios terapéuticos, sobretodo cuando muchos pacientes no se resignan a creer quesus médicos los reclutarán para una investigación que lospone en riesgo sin ofrecerles ventaja terapéutica alguna. Eltérmino “falacia terapéutica” –también confusamente lla-mada obligación terapéutica (Miller y Brody 2003)– es unafórmula desdeñosa usada por los investigadores para re-chazar las expectativas de ecuanimidad de los probandospor seguir recibiendo los agentes terapéuticos cuya utilidades establecida por las investigaciones en que participan(Shaffer et ál. 2006). Los pacientes con enfermedades incu-rables y avanzadas que entran a un estudio sobre una mo-dalidad terapéutica no quieren dejar de probar esta últimaoportunidad en la cual es natural, y no falaz, que pongansus esperanzas residuales.

• El mundo científico tiende a rechazar los incentivos parasujetos de investigación.

• Aduce que el probando podría entrar al estudio por latentación del incentivo y no conforme a su voluntad au-tónoma.

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• Indebidos son los protocolos con riesgos excesivos o ele-mentos que violan las convicciones del probando y queéste, desde su pobreza, pudiese aceptar por los incentivosofrecidos.

• La investigación biomédica se presenta equívocamentecomo motivada por el bien común, que se pretende sea unincentivo suficiente para los probandos.

• No es éticamente sustentable la retórica de convencer alprobando de que ingrese al estudio por el bien común dela sociedad, pues los estudios suelen tener por meta satisfa-cer intereses corporativos.

• El incentivo de participar en el bien común ha llevado a lainaceptable propuesta de hacer obligatoria la participa-ción como sujetos de investigación.

• La supuesta participación en el bien común, cuando elgrueso de las investigaciones obedece a intereses corpo-rativos, es deceptoria y por ende moralmente reprobable.

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LA INFORMACIÓN ADMINISTRADA

La medicina se ha convertido en una de las más vastas ylucrativas empresas del mundo contemporáneo. Asegurado-ras, clínicas, la industria farmacéutica, los creadores y fabri-cantes de instrumentos médicos están todos activamenteocupando el mercado y causando aumentos inflacionarios delos costos médicos, que vacían las arcas institucionales, lasfiscales y las particulares. En este verdadero carnaval deservicios médicos se entremezclan tanto afanes terapéuti-cos legítimos como también una creciente medicina deside-rativa que pone en cuestión los fines del quehacer médico yla ética de su consecución. La medicina está sufriendo ungiro económico, en ningún ámbito tan visible como en lamedicina administrada, aquella donde el gran capital esdueño de la institución prestadora y entrega la administra-ción de su funcionamiento a economistas y especialistas engestión.

Un factor fundamental para mantener buenos márge-nes de ganancias es preocuparse de la contención de costos.Por otro lado, la economía médica sabe que el 70% de losgastos de salud son producidos en el acto médico por deci-siones diagnósticas y terapéuticas. Contener los costos sig-nifica educar a los médicos para que reduzcan y abaratensus prestaciones. Se fiscaliza la frecuencia con que solicitanexámenes de alto costo, y se determina que su recetario seafrugal. También la administración de servicios médicos pú-blicos se encuentra imposibilitada de cumplir sus metas envista de la explosión de costos. “A los médicos se les dice que

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una ética centrada en el paciente puede ser excesivamenteestrecha, por lo que se encuentran participando en unaserie de esfuerzos por limitar los cuidados médicos en arasde contener los costos” (Angell 1987).

El impacto de la medicina administrada es enorme y hadado lugar a una vasta producción académica. La razónpara abordar el tema en el presente contexto, es que el pro-fesional de la salud recibe instrucciones muy precisas sobrelas alternativas que puede discutir con el paciente y las quepuede ofrecerle. Amparado por contratos muchas veces leo-ninos pero legalmente válidos por cuanto son aceptados porlas partes, el escenario de la medicina administrada recurrea maniobras de franca distorsión de información con fre-cuentes ribetes de coerción y explotación, tanto de los pa-cientes como de los profesionales proveedores de atenciónmédica.

Punto preliminar es que el consentimiento informadoobtenido en la medicina administrada permite irradiar losdatos del paciente mucho más allá del encuentro clínico,volviéndose accesibles para compañías aseguradoras, pro-veedores de materiales médicos, industria farmacéutica,planificadores y economistas. El elemento confidencial delconsentimiento informado queda lesionado en formas queen parte son inevitables y legítimas, pero en parte tambiénson invasivas e impertinentes (Bloche 1997).

En su afán por contener costos, la medicina administra-da elaboró una cláusula mordaza que prohibía a los médicosinstitucionales ofrecer ciertas modalidades diagnósticas yterapéuticas que la administración no estaba dispuesta a fi-nanciar, proscribiendo así mismo la recomendación de in-terconsultas con especialistas con los cuales no habíaconvenio de atención. Si bien la indignación pública logró la

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eliminación de esta cláusula en los contratos médicos, per-siste aun hoy el acuerdo tácito de que el médico sólo ofrece-rá aquello que esté incluido en el plan de cobertura delpaciente. En muchas instancias el médico no está autorizadoa discutir las limitaciones de cobertura que la administrado-ra médica impone, ni a emitir opiniones negativas sobre laempresa médica o sobre el sistema de medicina administra-da en general, con lo cual la información entregada por elmédico es incompleta y pierde sentido la obligación de obte-ner del paciente un consentimiento efectivamente informa-do (Faden 1997).

En la medicina administrada se produce algo similar a loque macula la ética de investigación. Proveedores de aten-ción médica y patrocinadores de investigaciones distinguenentre “lo mejor disponible” y “lo mejor probadamente efecti-vo existente”. En el encuentro clínico administrado, el médi-co debe ofrecer sólo las alternativas que la instituciónmantiene disponibles y callar la existencia de opciones talvez mejores pero a las que el plan médico del paciente no ac-cede. Lo que se administra no sólo son alternativas médicassino la información correspondiente.

Considerando que el consentimiento informado es unflujo bilateral de información en el que el paciente propor-ciona datos que el médico requiere para evaluar mejor elcaso, quien a su vez entrega alternativas de diagnóstico ytratamiento que el paciente debe seleccionar, ocurre queambos componentes son distorsionados en el seno de la me-dicina administrada. La administración tiende a automati-zar la información clínica y almacenarla en redes de ampliadistribución y fácil acceso, con lo cual el factor de confiden-cialidad queda severamente erosionado. A la inversa, la in-formación entregada al paciente se enmarca dentro de las

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políticas de costos de la empresa médica. Ambas tendenciasson restrictivas de la autonomía del paciente y no sevislumbran mecanismos eficientes para corregirlas (Gostin1997).

• La expansión de la medicina administrada ha llevado a unaburocratización extramédica de la decisión informada.

• Para contener costos, los médicos deben reducir las ofer-tas diagnósticas y terapéuticas a lo disponible, sin informaral paciente de estas restricciones.

• La confidencialidad de los datos clínicos se vuelve frágil ypermeable en la medicina administrada, que comparte in-formación con otras corporaciones.

• La autonomía del paciente queda coartada porque recibeinformación incompleta, y porque sus datos no tienen ga-rantía de resguardo confidencial.

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CRÍTICAS AL CONSENTIMIENTO INFORMADO

La literatura bioética se ve salpicada por posturas que obje-tan la centralidad otorgada al consentimiento informado.Mucho menos se habría escrito de existir consenso sobre lofundamental que es respetar la autonomía de las personasque deben, o están dispuestas a, participar en el quehacerbiomédico terapéutico y científico. Si tanto se habla, no espara reforzar sino con la intención de cuestionar y debilitarel consentimiento, rebuscando excepciones y limitaciones aeste procedimiento bioético fundamental en la relación en-tre agentes biomédicos y sujetos. Revisando estos trabajos,Simón Lorda (2002) ha reunido, por cierto que sin hacerseparte de ellas, las críticas en siete proposiciones:

• Es una invasión de la sociedad en la actividad médica.

• Es una imposición a pacientes que no desean ejercerla.

• Es una actividad inútil por cuanto el paciente no lograentender la información.

• La información intranquiliza innecesariamente al pa-ciente.

• El paciente reacciona con una ampliación o exacerba-ción de su sintomatología.

• Aumenta la resistencia y la negativa de los pacientesa aceptar lo propuesto.

• Complica y extiende el encuentro clínico más allá de lorazonable.

El grueso de estas críticas no se sustenta empíricamen-te, otras son observaciones ciertas –aumento de rechazos a

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propuestas médicas, mayor tiempo invertido en informar–,pero no descalifican el procedimiento. Tal vez la más severade las críticas sea aquella que considera al consentimientoinformado como inútil, pero la consecuencia no es eliminar-lo sino mejorar sustancialmente la capacidad explicativa yde información del médico.

Más que analizar el procedimiento del consentimientoinformado, la filósofa Sissela Bok se ha interesado por eluso éticamente inapropiado que de él se hace. Los científi-cos enfatizan desde hace mucho tiempo la necesidad de serveraces en la comunicación de los resultados de sus investi-gaciones, pero “el llamado a la escrupulosa honestidad consujetos humanos ha sido sustancialmente menos insisten-te” (Bok 1995: 2). Los científicos supuestamente investiganen busca de la verdad, pero de manera paradójica están dis-puestos a tergiversarla y oscurecerla; aunque se trate dedistorsiones menores, éstas alteran el clima fiduciarioentre las personas, y lesionan la confianza en la veracidadcomo institución social.

La figura del consentimiento informado es de carácterético, jurídico y, por último, también pertinente a la filoso-fía de la medicina. Su militancia en varias disciplinas y di-versas prácticas biomédicas, hacen al consentimientovulnerable a la crítica como formulación teórica y en supráctica. La mayoría de estas críticas son provincianas ymanchadas por resabios de un paternalismo que se recono-ce en retirada. Otras provienen de investigadores y sus ase-sores bioéticos, empeñados en facilitar el reclutamiento yen desmontar los resguardos éticos de los probandos, pa-sando por un debilitamiento del consentimiento informado.Rara vez formuladas, en cambio, son las preguntas de fon-do: ¿ha mejorado la calidad del acto médico merced al cum-

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plimiento del consentimiento informado? ¿Mejoraría lacalidad ética de las investigaciones biomédicas y la protec-ción de probandos con un procedimiento de reclutamientode probidad garantizada? No hay una respuesta unívoca,por cierto, pero es importante plantearse la pregunta paraevitar una injustificada complacencia al pensar el consenti-miento informado como la cuestión ética esencial de la me-dicina y la investigación biomédica, con lo cual sudepuración y cumplimiento serían al mismo tiempo la equí-voca y exclusiva coronación de lo moralmente requerido. Elconsentimiento informado en medicina clínica es un elemen-to indispensable, pero no suficiente, que no exime a todo pro-fesional de la atención sanitaria de ser prudente,responsable, protector, confiable, empático y veraz.

El consentimiento informado en investigaciones biomé-dicas ha sido no sólo criticado sino rechazado con diversosargumentos. También aquí se aduce que el probando no po-dría entender los detalles del método científico, lo cual esefectivo pero irrelevante. Lo que el sujeto requiere saberson los riesgos que corre y los beneficios que puede esperar.Los comités de bioética en investigación insisten en que unbuen documento de consentimiento elimina un factor im-portante de transgresión ética al impedir la incorporacióninvoluntaria o desinformada de sujetos sobre todo ya vulne-rados. Con ello, sin embargo, no se hace sino controlar unposible traspié moral, no necesariamente el más importan-te y ni siquiera en forma definitiva. Si el sujeto es informa-do de los riesgos en que incurre y de la falta de beneficiosque deberá aceptar, todavía no queda asegurado que losriesgos posibles sean razonables ni, cosa fundamental, quelos investigadores harán todo lo posible por evitarlos o pa-liar sus efectos si se presentan. Todas las demás incógnitasmorales no quedan siquiera abordadas en el proceso de in-

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formación, como por ejemplo, si el número estadísticamen-te representativo de probandos se ajusta al mínimo y, portanto, evita que más sujetos de los necesarios entren al es-tudio; si hay un conflicto de intereses que pudiese llevar auna distorsión de los resultados haciendo que la participa-ción del sujeto fuese una manipulación. El procedimientode la aprobación informada del probando no puede cuidartodos estos aspectos. Es el Comité de Bioética en Investiga-ciones el que ha de velar por la moral de todo lo concernientea un protocolo, de manera que el probando se enfrente con unproceso de esclarecimiento veraz, éticamente acreditado ytotalmente transparente en cuanto a los compromisos y lasconsecuencias de su participación.

Lo antedicho recalca que el proceso de decisión informa-da en clínica, y de participación informada en investigacio-nes con seres humanos son ambos perfectibles, pero quemuchas críticas debieran enfocarse sobre las falencias en lapráctica del consentimiento, y no tanto sobre su vigor éticoy fundamento teórico. Desde la bioética, sobre todo si pro-viene del Tercer Mundo, tiene que emanar el rechazo a todointento de debilitar el ejercicio de autonomía de personasque, como pacientes necesitados o como probandos vulnera-dos, participan en prácticas biomédicas cuyo imperativocategórico ha de ser beneficiar y no dañar.

No basta promulgar códigos y declaraciones en torno atemas bioéticos, es necesario utilizar un lenguaje más claro ycomprometido, bregar por su reconocimiento y controlar suaplicación. El lenguaje de estos documentos es en gran medi-da neutral y vago, abierto a márgenes de tolerancia en loscriterios e interpretaciones por los agentes. Posiblementeello sea inevitable, pero también es preciso reconocer que su

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función de regulación queda desmedrada, y que las diferen-tes lecturas flexibilizan en demasía las normas éticas.

Diversos documentos preparados por entidades regula-doras importantes han presentado textos sobre consenti-miento informado o, al menos, le han dedicado especialatención en el contexto de otros temas bioéticos. No siendoobjetivo de este acápite criticar los escritos en curso, sólo secomentan algunos aspectos que indican la inestabilidad deltema y la tendencia a deconstruir sus aspectos conflictivosutilizando un lenguaje conciliador pero que, lamentable-mente, difumina las exigencias a los agentes investigadoresy profesionales biomédicos, y tiende a reducir la proteccióndebida a pacientes y probandos. No parecerá tan injustifica-da esta opinión si se recuerda que los sesenta años transcu-rridos desde Nüremberg no han logrado establecer uncuerpo moral consensual y efectivo lo suficientemente ro-busto para evitar investigaciones éticamente reprobablescomo Tuskegee, Willowbrook y, muy recientemente, el usode placebos y sub-medicaciones en mujeres embarazadasVIH positivas.

Aparece la recomendación de identificar en el consenti-miento informado cualquier procedimiento que sea experi-mental, lo que parece redundante porque las investigacionesson por naturaleza experimentales y, si no lo son, podrían serrechazadas por superfluas. Hay una tendencia a tolerar el so-breseimiento del consentimiento cuando éste no puede serdado y el investigador se propone hacer un estudio de riesgosmínimos, todo esto presentado con cierta vaguedad y la pre-sunción de que los investigadores actúan con criterio, buenavoluntad y respeto por las necesidades de los pacientesinermes que están siendo incorporados como probandos.Algunos presentan el problemático y en general proscrito

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uso de placebos eufemísticamente como una alternativa detratamiento de sostén sin tratamiento específico para la en-fermedad, lo cual es información equívoca. La informaciónsobre beneficios también es sesgada, aceptando dejarabierto “acaso habrá” tratamiento y seguro médico en casode riesgos más que mínimos, lo cual indudablemente es unaconcesión a los organizadores de la investigación a costa deuna notoria incertidumbre de protección para los proban-dos. En cambio, continúa reclamándose que ofrecer “recom-pensas financieras inapropiadas” es sinónimo de coerción.

Aun cuando hay acuerdo en que el formulario del con-sentimiento informado no es sino la manifestación visiblede un proceso de esclarecimiento más completo, aparece lasugerencia de aceptar la firma del documento medianteuna cruz cuando el probando es analfabeto, en circunstan-cias en las que por definición no ha podido leer lo que firma.Estos son cumplimientos pro forma en que investigadores ypatrocinantes se benefician del clima pragmático y positi-vista que domina las prácticas biomédicas y que, infortuna-damente, está encontrando apoyo en un buen número debioeticistas olvidados de su cometido primario por defendery proteger a los pacientes, a los probandos, a los niños, a losvulnerados.

• El consentimiento informado ha sido criticado porque res-ta autoridad y confiabilidad al médico.

• Somete al paciente a tensiones cognitivas y emotivas.

• Agrava subjetiva y objetivamente el malestar del pacien-te.

• Complica el encuentro clínico.

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• La mayoría de las críticas son opiniones sin fundamentoempírico.

• Buena parte de las deficiencias del consentimiento infor-mado se deben a escasa dedicación del médico.

• No obstante sus críticas, la decisión informada es elementonecesario pero no suficiente en medicina clínica.

• Las críticas al consentimiento informado son aún más acer-bas en la investigación con seres humanos.

• Estas críticas carecen de justificación, pues el pacientedebe consentir de manera informada a ingresar en un estu-dio que le significa riesgos sin necesariamente otorgarlebeneficios.

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EPÍLOGO

Los epílogos son sospechosos. Añaden precipitadamente loque no fue expresado en el texto o se sobrevaloran preten-diendo ser el broche de oro que lo antedicho no fue capaz sesellar.

Hay dos modos de abordar temas tan acotados como elconsentimiento informado, sea especificando la doctrina vi-gente, dictando normas sobre su cumplimiento, y desple-gando reformas consideradas necesarias. El producto finales una clara orientación sobre lo que es y lo que debe ser.Una segunda posibilidad consiste en explorar el campoanalizando lo mucho que se ha dicho sobre el tema, paraterminar en un fresco donde todo se encuentra pero nadadestaca, y donde el lector es provisto de un mapa, pero no debrújula orientadora.

El presente texto ha preferido esta segunda vía porcuanto las posturas dogmáticas o las supuestas experticiasson, en bioética, altamente sospechosas. Las polémicas di-cen tanto sobre las ideas como sobre sus cultores y, en eltema del consentimiento informado, las complejidades hansido introducidas en prosecución de intereses y posturasmuy definidas. La función del consentimiento informado,tanto en clínica como en investigación, es proteger a pa-cientes y probandos de riesgos ignotos o innecesarios, y delabuso de su condición de dependientes, cautivos, vulnera-dos. Esta protección incluye asumir la defensa de los bene-ficios que corresponden, sean de orden terapéutico y decuidados por la condición de desmedro que los probandos

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puedan tener, sea por la necesidad de otorgarles beneficiospor su generosa participación o por sus necesidades posin-vestigacionales.

El consentimiento informado y el ejercicio de la autono-mía en que se fundamenta, sufren de influencias erosivastanto en clínica como en investigación. El paternalismo mé-dico es alimentado por el énfasis en lo económico, que entre-ga decisiones clínicas a los gestores sanitarios encargadosde velar por la contención de costos y la salvaguardia del lu-cro. La investigación obedece básicamente a intereses demercado como lo demuestra la preponderancia de investi-gaciones redundantes y la estrategia de invertir más enestudios que apuntan a productos lucrativos que a investi-gar en áreas necesitadas de vacunas y otros agentes debajo costo. Paternalismo médico y pragmatismo científicofuncionan mejor en climas de autoridad y contratos, dondeel pacto, la relación fiduciaria, el compromiso de participa-ción obstaculizan la lubricada efectividad de la razón ins-trumental. Internet da a conocer a través de publicacionesmédicas de órganos mediáticos las prácticas del outsour-

cing que llevan a estudios masivos en países del TercerMundo, donde el uso de placebos y la falta de consentimien-to informado desacatan las normas éticas internacional-mente reconocidas.

La función de la bioética ha de ser ante todo la protec-ción de los débiles y la instalación de procedimientos quedefiendan sus derechos y ayuden a lograr para ellos elempoderamiento social y político que requieren para in-sertarse en la sociedad y desarrollar el proyecto de vidaque deseen. El consentimiento informado es uno de los so-portes éticos de protección con el cual pacientes y sujetosde investigación deben poder contar para contrarrestar la

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EPÍLOGO 157

marginación social, la orfandad estatal y la desigualdadsocioeconómica. Al desmenuzar la polémica en torno alconsentimiento informado, este texto se ha propuesto de-nunciar como éticamente defectuosos todos los intentos deconstreñir el ejercicio de la autonomía y de debilitar las de-cisiones voluntarias y esclarecidas de las personas. Nadietiene el derecho de coartar la autonomía de otros, salvoque se trate de evitar daños a terceros o al bien común, y espreciso velar por el proceso límpido e imparcial de la infor-mación biomédica, a fin de que los afectados tomen sus de-cisiones en conocimiento y en libertad.

Sea este epílogo también el resumen de lo que el textoha pretendido dilucidar:

• El paciente debe disponer de toda la información queprecise para tomar una decisión frente a las alternati-vas médicas que se le presentan.

• El sujeto de investigación debe estar informado de to-dos los riesgos y beneficios del estudio en el que con-sentirá participar.

• Las personas reconocidas como vulneradas sólo debe-rían incorporarse a estudios si se remueve o palia suvulneración.

• Las personas vulneradas, incluyendo los niños y losenfermos, sólo deberían participar en estudios clíni-cos terapéuticos que permiten esperar beneficios di-rectos para ellos con riesgos aceptables.

• Pacientes y probandos son competentes para tomardecisiones en tanto no se demuestre de manera feha-ciente que no ejercen cabalmente la autonomía.

• Los consentimientos vicariantes deben provenir derepresentantes legítimos para decidir en forma con-gruente lo que cabe suponer que decidiría el afectado.

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• Los incompetentes mentales y las personas incons-cientes, en estado de emergencia clínica, sólo puedenser reclutados para estudios con riesgos mínimos yque muestran expectativas de beneficiarles.

• Las participaciones colectivas deben ser dadas porrepresentantes aceptados de una comunidad identi-ficada.

• Los guardianes morales (comités de ética clínica y co-mités de bioética en investigación) de las relacionesentre agentes biomédicos y sujetos –enfermos, pro-bandos– deben mantenerse vigilantes ante todo brotede coerción o explotación.

• Los alicientes sólo son coercitivos cuando motivanla aceptación de un protocolo éticamente defectuo-so, o se dan en situaciones de dependencia de los su-jetos frente a los profesionales biomédicos que losconvocan.

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decisión y el consentimiento

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DE COLOMBIA, UNIBIBLOS, con untiraje de 1.000 ejemplaresBogotá, D.C., Colombia

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