madre trinidad de la santa madre iglesia · rriendo mi iglesia amada, mi iglesia madre, mi iglesia...

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99 7-4-1978 BARRENDEROS EN LA IGLESIA Hoy, penetrada del coeterno e infinito pen- samiento, iluminada con la luz de lo Alto, he recibido una nueva sorpresa en mi vida…; ¡una nueva conciencia, aún más profunda, de mi vo- cación, de mi misión en la Iglesia con cuantos, para ayudarla, el Amor Infinito me ha dado! En un abrir y cerrar de ojos, un rayo de luz de la Eterna Sabiduría me penetró, como con la agudeza de una espada afilada, en lo más recóndito y profundo de la médula del espíri- tu. Y, por el centelleo de su iluminación, me hizo vivir, en un instante, el transcurrir de to- dos los tiempos…, de todos los siglos…; con la contemplación nueva y sorprendente de la Santa Iglesia de Dios, como el único Camino que nos conduce, por Cristo y bajo el cobijo y amparo de la maternidad de Nuestra Señora de Pentecostés, Madre de la Iglesia, hacia la Casa del Padre. ¡¡Y me vi, de pronto, con una escoba ba- rriendo la Iglesia mía…!! ¡Instante de sorpresa, refulgente de luz que invadió mi alma con una dulce y sabrosa vi- vencia…! Quedé cargada como la atmósfera de Paseo de la Dirección, 5. 28039 Madrid Imprime: Fareso, S.A. Depósito Legal: M. 20.665-2008 ISBN: 978-84-612-4191-0 (Librería-Espiritualidad) Santa Sede : Congregación para el Clero www.clerus.org www.laobradelaiglesia.org [email protected] E-mail: infor Tel. 91.435.41.45 Tel. 06.551.46.44 quez, 88 Via Vigna due Torri, 90 C/. Veláz MADRID - 28006 ROMA - 00149 LA OBRA DE LA IGLESIA © 2008 LA OBRA DE LA IGLESIA DICIÓN 2ª E Madrid, 2-2-2005 Vicario General Joaquín Iniesta Calvo-Zataráin Imprímase: Censor edo Viña, Julio Sagr Nihil obstat: El misterio de la fe dado en sabiduría amorosa" "Luz en la noche. Extracto del libro: Fundadora de La Obra de la Iglesia Madre Trinidad de la Santa Madre Iglesia

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7-4-1978

BARRENDEROS EN LA IGLESIA

Hoy, penetrada del coeterno e infinito pen-samiento, iluminada con la luz de lo Alto, herecibido una nueva sorpresa en mi vida…; ¡unanueva conciencia, aún más profunda, de mi vo-cación, de mi misión en la Iglesia con cuantos,para ayudarla, el Amor Infinito me ha dado!

En un abrir y cerrar de ojos, un rayo de luzde la Eterna Sabiduría me penetró, como conla agudeza de una espada afilada, en lo másrecóndito y profundo de la médula del espíri-tu. Y, por el centelleo de su iluminación, mehizo vivir, en un instante, el transcurrir de to-dos los tiempos…, de todos los siglos…; conla contemplación nueva y sorprendente de laSanta Iglesia de Dios, como el único Caminoque nos conduce, por Cristo y bajo el cobijo yamparo de la maternidad de Nuestra Señora dePentecostés, Madre de la Iglesia, hacia la Casadel Padre.

¡¡Y me vi, de pronto, con una escoba ba-rriendo la Iglesia mía…!!

¡Instante de sorpresa, refulgente de luz queinvadió mi alma con una dulce y sabrosa vi-vencia…! Quedé cargada como la atmósfera dePaseo de la Dirección, 5. 28039 Madrid

Imprime: Fareso, S.A.Depósito Legal: M. 20.665-2008ISBN: 978-84-612-4191-0

(Librería-Espiritualidad)Santa Sede: Congregación para el Clero www.clerus.org

[email protected]: infor

Tel. 91.435.41.45 Tel. 06.551.46.44 quez, 88 Via Vigna due Torri, 90C/. Veláz

MADRID - 28006 ROMA - 00149

LA OBRA DE LA IGLESIA

© 2008 LA OBRA DE LA IGLESIA

DICIÓN2ª EMadrid, 2-2-2005Vicario GeneralJoaquín Iniesta Calvo-ZataráinImprímase:

Censoredo Viña, Julio SagrNihil obstat:

El misterio de la fe dado en sabiduría amorosa""Luz en la noche.

Extracto del libro:

Fundadora de La Obra de la Iglesia

Madre Trinidad de la Santa Madre Iglesia

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con el Padre y el Espíritu Santo; el cual, con lailuminación de su Verdad, a través de la Iglesia,nos conduce a la Vida Eterna.

Robada y subyugada por la impronta delrayo de luz que había iluminado mi alma en elrelámpago refulgente del fuego de Dios lanza-do sobre mí con ímpetu encendido y brazo po-deroso; me puse, como de costumbre, a haceroración durante las prolongadas horas de unade mis mañanas.

Después de la Santa Misa, con Jesús dentrodel pecho, empecé a experimentar esa fuerzadel paso de Dios que me envuelve en sus bra-sas, penetrando mi entendimiento para que veae impulsando mi voluntad por su infinito que-rer para que hable;

y así vaya comunicando, del modo que pue-da –durante el tiempo de estos ratos de ora-ción en los cuales me experimento sumergidaen el silencio del misterio y totalmente tomadapor Dios– lo que, a través mía, con palabra defuego, en amorosa, sencilla y profunda sabidu-ría, Él quiere comunicar a los hombres.

Como el ímpetu del que me hace repetir en«Eco» su voluntad en la Iglesia y para la Iglesia,se iba apoderando progresiva y amorosamentede todo mi ser con la iluminación profunda-mente sencilla de la verdad que me invadía; lanecesidad de expresar mi vivencia se iba ha-ciendo, también, cada vez más impetuosa por la1 Cfr. Heb 1, 3.

electricidad en días de tormenta, como un vol-cán que necesita romper en erupciones, o comoel océano inmenso cuando, zarandeado por unmaremoto, se desborda por doquier inun-dándolo todo;

conteniendo el ímpetu arrollador que me in-vadía por la fuerza de la comunicación delInfinito, que, de manera sencilla pero con bra-zo potente, me impulsaba con mi grande esco-ba a barrer la Iglesia, para hacer limpieza en elladel modo eficaz que lo hace un barrendero, enla manera sencilla de una simple escoba.

¡Eficacia y sencillez!, ¡humildad y valentía!,¡claridad y limpieza!; llegando con mi escoba atodos los rincones, para dejarlos del modo queDios quería.

Y así el Camino luminoso que conduce a laEternidad quedara trasparente; espejo sin man-cilla en el cual el mismo Dios se mira y, en laesplendidez y brillantez de la trasparencia tras-cendente de su infinita y coeterna santidad, sereverbera en manifestación de sabiduría amo-rosa, clara y deslumbrante, en la profundidadde sus infinitas y coeternas pupilas, a los hom-bres que, viniendo detrás de nosotros, al mar-char en vertiginosa carrera por el destierro ha-cia el infinito Hogar, pudieran descubrir, en eseCamino lleno de luz, brillantez y resplande-ciente de claridad, el único camino, de verdad,que es Cristo, Resplandor del Sol divino, «Luzde Luz y Figura de la sustancia del Padre»1, uno

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Entendiendo que este Camino, como espejosin mancilla por el que habían pasado multitu-des incalculables de hombres; en el transcursode los tiempos y en el pasar de cada uno, ha-bía sido ¡tan ensuciado…!, ¡tan empañado…!,¡tan afeado…!, que a veces hasta grima dabapasar por él.

Camino al cual, normalmente, en nuestrocruzar, unos de una manera y otros de otra,¡empolvamos, afeamos, ensuciamos y mancha-mos…!

¡Cuántos hombres han pasado por el cami-no de la Iglesia…! Todos y cada uno con susinnumerables pecados, con la concupiscenciade su carne, con la soberbia y ofuscación desus corazones entorpecidos por la torcedura desus pensamientos;

con sus modos y estilos personales, con elaferramiento a sus propios criterios…; con laofuscación de sus mentes oscurecidas, con lamala voluntad de sus corazones empecatados,que, en la insensatez de sus vidas entenebre-cidas, no les deja ver en el espejo transparen-te de la Iglesia la faz de Jesús «y Éste crucifica-do»2 que nos invita a seguirle, tras su aparentefracaso, mediante su resurrección gloriosa, a lasBodas eternas de Cristo con su Iglesia, bajo lafuerza y el ímpetu arrollador del Espíritu Santo.

Por lo que intentan enfrentarse con la san-tidad infinita y excelsa del mismo Dios, lleva-

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2 1 Cor 2, 2.

carga de conocimiento que el Entendimiento di-vino ponía en mi pobre y pequeñito entender.

Al mismo tiempo que todo mi ser experi-mentaba un desencajamiento entre el cuerpo yel alma; que, en descoyuntamiento, me ponecomo en una muerte espiritual, por la potenciade la fuerza del paso de Dios que me roba yme lanza por el arrullo de su vuelo en paso defuego impelida hacia Él.

Ya que, ante la experiencia que el naturalapercibe de lo sobrenatural, siendo dominadoy poseído por la brisa del ímpetu saboreablede la Divinidad, el cuerpo tiembla; y como per-diendo sus fuerzas físicas, apercibe, ante la cer-canía del Eterno, como un escalofrío de muer-te trocándose en vida sobrenatural; ya que lavida eterna trastoca a la terrena, haciéndola par-ticipar de lo sobrenatural del modo que, sóloquien lo vive, sabrá saberlo comprender en elsaboreo sagrado, sabroso y divinizante, para dealguna manera poderlo llegar a comunicar.

Saturada la médula del espíritu con la luzdel Amor Eterno; la penetración de su claridadme hacía, por la inflamación de su fuego cadavez más ardoroso, en los rayos de la infinitasabiduría, ir descubriendo el porqué de estanueva y profunda petición de Dios a mi alma.

Vi a la Iglesia como el Camino refulgente deluz, repleto de Divinidad, ¡recto, firme, seguro,claro, luminoso, transparente, inconmovible, in-tocable, incorruptible, invencible!, que condu-ce hacia la Casa del Padre.

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malolientes sobre el espejo sin mancilla dondeel mismo Dios, en la hermosura de su rostrodivino, se mira y se refleja en reverberación ma-jestuosa del esplendor de su gloria: la IglesiaSanta, Camino luminoso hacia la Eternidad.

Camino que tiene como Cabeza, con su co-rona de gloria, al Unigénito Hijo de Dios, elVerbo de la Vida Encarnado cubierto con unmanto real de sangre; quien, para conducirnosseguros hacia el encuentro del Gozo eterno, sehizo uno de nosotros, caminante, peregrino ydesterrado; y por el misterio de su Encarnación,vida, muerte y resurrección gloriosa, abrió consus cinco llagas los Portones suntuosos de laEternidad para introducirnos en el seno an-churoso de nuestro Padre Dios, cerrado por elpecado.

¡En el correr de los tiempos vi hombres contantos modos de manchar a la Iglesia al cruzarpor ella…! ¿Quién al pasar por un camino, sisiente necesidad, no escupe? ¿Quién no arrojatodo aquello sucio que le estorba? ¡Aun en élse dejan, muchas veces, ocultos, hasta los ex-crementos…!

Lo que más claro se grabó en mi alma eneste día centelleante de luz y de verdad, fue-ron estas dos cosas:

Que la Iglesia, como Camino luminoso quenos conduce a la Verdad y contiene la Vida,lleno de brillantez y hermosura, de santidad ymajestad divina y de plenitud, se encontrabatan cargada de miserias, ¡de podredumbre!, quedifícilmente se podía descubrir en ella la faz3 Jer 2, 20.

dos por la soberbia, la lujuria, la envidia, el ren-cor, ¡y por todo aquello que no es según Dios,e incluso contrario y hasta repelente a su infi-nita santidad!; y rebelándose descabelladamen-te contra Dios en enfrentamiento diabólico, ledicen: «no te serviré»3;

¡al Dios que les creó sólo y exclusivamentepara que le poseyeran, y los restauró median-te la Sangre del Cordero Inmaculado que qui-ta los pecados del mundo, derramada en el arade la cruz!

Pero todos pasaron…, y, al pasar, dejaron suhuella; huella que es más o menos marcada,más o menos sucia, en la medida y estado delos pies de los que pasan.

Vi también que los que eran más grandesen la Iglesia, llevaban unos zapatos mayores ymás pesados; y, si los tenían manchados, sushuellas eran más profundas y más dañinas…,¡dejando a la Iglesia más manchada y hastaagrietada!

Mientras que los que, en el bloque de losdemás, pasaban desapercibidos, la marcabancon menos huella, aunque también dejaban lasuya.

Entre unos y otros ¡la habían desfigurado,afeado, empolvado y manchado…!; profanan-do la santidad de Dios, al poner sus pisadas

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4 Is 62, 4.

na de verdes praderas y ricos y abundantes ma-nantiales, si no se cuida y limpia bien, aparece–no es que sea– sucia, abandonada, empolvada,empobrecida y hasta manchada. Y si esto lle-ga a prolongarse, y a una cosa tan aparente-mente sencilla como una huelga de barrenderosno se le hace caso, salen las ratas…, empiezana surgir las infecciones… ¡e incluso el cólera…!

Pobre Iglesia mía, tan hermosa, tan Señoray repleta con la misma Divinidad, ¡cubierta, através de los siglos, con ese barrizal malolien-te que le dejaron muchos de cuantos la cruza-ron, y especialmente los más grandotes…!

«Ya no te llamarán “Abandonada”, ni a tu tie-rra “Devastada”; a ti te llamarán “Mi Compla-cencia” y a tu tierra “Desposada”, porque el Se-ñor se complace en ti y tu tierra tendrá esposo»4.

¡Qué necesaria y qué impelida bajo la fuer-za del impulso divino me vi con mi escoba ba-rriendo mi Iglesia amada, mi Iglesia Madre, miIglesia santa, mi Iglesia mía…!

¡Qué misión más sencilla y más urgente lamía…! Cada día que pasa sin coger mi escobaeficazmente para barrer, colaboro a que la pes-te se propague más, enfermando a unos e in-cluso matando a otros con su contagio.

Comprendí que Dios me pedía, a mí y a midescendencia, que fuéramos tan sencillos, perotan eficaces, como la escoba de un barrendero.

hermosa de Cristo, divina y divinizante, en surepletura de Divinidad.

Y que los que más la habían manchado ydesfigurado, con peores consecuencias y másgrandes lacras, eran muchos de aquellos que,por haber ocupado en su pasar puestos másimportantes, de mayor responsabilidad y relie-ve, tenían los zapatos más grandes;

los cuales, si habían sido posados previa-mente en suciedades o estaban envueltos enpodredumbre, en su pisar y rozar por el cami-no resplandeciente y luminoso que es la Iglesiadejaban unas huellas muy sucias, muy grandes,muy marcadas y malolientes;

huellas que hasta hacían surcos y grietas enel Camino, impidiendo a otros correr gozosa-mente por él, sin tropezar, al fin añorado; y quehabían hecho de la Iglesia, aparentemente,como un basurero o estercolero.

¡Cuánto entendí en poco tiempo, en el rayoluminoso que invadió mi ser penetrándome deamor y dolor…! De amor a la Iglesia, y de amar-gura por tenerla que contemplar de esta mane-ra. Pues, por la limitación y pequeñez de mipobre expresar, tenía que bajar de lo más altoa lo más bajo, para exponer con comparacio-nes rastreras las cosas más sublimes, más altasque el Señor, en aquella temporada, también meestaba comunicando y haciéndome vivir.

¡Oh lo que sucede en una ciudad cuandolos barrenderos se declaran en huelga…! Pormuy hermosa, luminosa y bonita que sea, lle-

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5 Ap 5, 8-10.

habían ido adhiriendo a la Iglesia; poniéndolatan desfigurada, que a veces llegaba a apare-cer, ante la mirada de los que no la conocenbien, como llena de putrefacción la que es laEsposa inmaculada de Dios y de su unigénitoHijo Jesucristo, el Cordero sin mancilla ante elcual «los cuatro vivientes y los veinticuatro an-cianos… teniendo cada uno su cítara y copasde oro llenas de los perfumes que son las ora-ciones de los santos, entonaron un cántico nue-vo: “Eres digno de tomar el libro y abrir sus se-llos, porque fuiste degollado, y con tu Sangrehas comprado para Dios hombres de toda tri-bu, lengua, pueblo y nación; has hecho de ellosuna dinastía sacerdotal, que sirva a Dios y rei-ne sobre la tierra”»5.

Cada siglo con sus épocas ha tenido sus cos-tumbres más o menos buenas, más o menosconfusas y tenebrosas; las cuales, por medio delos hombres que han ido pasando por la MadreIglesia, han dejado en ella sus huellas, con tan-ta diversidad de cosas extrañas que a veces di-fícilmente y a duras penas se la puede reco-nocer como la única Iglesia verdadera, fundadapor Cristo, cimentada en los Apóstoles y per-petuada durante todos los tiempos.

Ante todo esto, con la avidez del corazónde las madres, con la urgencia que Dios poníaen mis entrañas y con el fuego que me abra-saba en celos por la gloria de la Esposa de

Mi descendencia era la escoba, y yo la teníaque coger por su palo para barrer las sucieda-des con las que, en el transcurrir de los tiem-pos, la Iglesia había sido ensuciada y afeada.

Era necesario presentar la brillantez de sudivina hermosura, su belleza, su juventud y susantidad intocable, su inexhaustiva riqueza y sutrascendente y sugestiva virginidad intachable,ante la vista de los hombres.

Ya que el espejo sin mancilla, que yo vi queera la Iglesia, en el cual se mira, se manifiesta,se refleja y se nos comunica el mismo Dios, ensu donación amorosa por la participación de sumisma vida familiar y trinitaria, ¡estaba tan os-curecido!, que se había provocado una ola deconfusión por la nube tenebrosa de una nochecerrada que ponía a la Iglesia en un escalo-friante y doloroso Getsemaní.

Mientras entendía todo esto, me iba viendovehementemente impulsada por Dios, con migrande escoba, a barrer presurosamente y sindescanso la Iglesia de todas aquellas cosas hu-manas que, en el pasar de los tiempos, la ha-bían desfigurado ¡tanto, tanto…!, que muchosde los hombres llegan, en la ofuscación de latenebrosidad que nos envuelve, a serles indi-ferente o a preferir cualquier otro camino ensu peregrinar.

Ya que éste, no sólo se les presentaba lle-no de dificultades, sino aun de confusión y la-cras, con los estilos de cosas extrañas que se

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los tiempos en el espejo transparente y sin man-cilla, luminosísimo y resplandeciente de laMadre Iglesia, donde, tras la brillantez de su lu-minosidad se refleja, descubriéndose por la fazde Cristo, el rostro de Dios en ella…! Y si al-guno se siente humillado, no es de mi des-cendencia y, por lo tanto, no tiene parte con-migo; se puede marchar.

No quiero eneas de púas que arañan y ha-cen daño y ruido; sino eneas sencillas, flexi-bles, suaves, pero eficaces, que, todas unidas,formen una gran escoba tan ágil que pueda me-terse por todos los rincones, para que no que-de nada de polvo oculto en ningún sitio.

Hijos de mi corazón, tenéis que andar conalpargatas, para que, al pasar, no hagáis dañoa la Iglesia, por la suavidad de vuestros pies,en el silencio y sencillez de los pobres que nodejan sus huellas por la sutileza del rozar desu caminar.

¡¿Cuántas veces os he repetido que tenemosque andar por la Iglesia sin hacer ruido, comocon alpargatas, y tan desapercibidos que no seos sienta…?! ¡Con cuánta necesidad hoy os lovuelvo a repetir!

Hijos de mi corazón, ¿y si después de haberbarrido y dejado limpia a la Iglesia de cuantoha ido cayendo sobre ella en el transcurso deltiempo; con cuanto Dios nos ha comunicadopara manifestarlo, siendo testimonios vivos y vi-vificantes en medio del mundo, con nuestra pa-labra hecha vida, como simples pero eficaces

Cristo, mi Iglesia santa, recordé a mis hijos ysurgió a mi mente: ¿Serán todos tan sencillos ytan humildes que estén dispuestos a ser con-migo en el seno de la Iglesia escobas para ba-rrer? ¿O podrá alguno sentirse humillado antetal consideración…?

El que esto sienta no puede ser mi descen-dencia, porque no tiene la capacidad eficaz queDios me pide para barrer la Iglesia, siendo con-migo instrumento de limpieza y, tal vez, por elmodo humillante de escoba, como Cristo, irri-sión y mofa de cuantos nos rodean.

Fue tanta la eficacia que vi en la escoba, queme sentí impelida a cogerla; y tan grande susencillez, que me experimenté robada y cauti-vada por ella. ¡Cómo comprendí nuevamenteque Dios se comunica a los pequeños y que,a través de estos instrumentos sencillos, Él sehace eficaz en manifestación esplendorosa desu gloria!

Hijos del alma, un deseo surgió en lo másprofundo de mi corazón: instintivamente que-ría ser la última parte de las eneas de la esco-ba, la que más directamente se pusiera en con-tacto con el escombro, con la basura quehabían dejado en los rincones de la Iglesia…Pero mi vocación no era ser enea, era empu-ñar la escoba con su palo; y las eneas eran loshijos de la gran promesa que Dios hizo a mialma; por lo cual repetía entre llanto:

¡Hijos, ayudadme a ayudar a la Iglesia; a ba-rrer la basura que ha caído en el transcurrir de

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7 Mt 11, 27. 8 Mt 11, 25; 19, 14; cfr. Mc 9, 36; Mt 10, 24; Jn 13, 5.

ción en que hoy se encuentra la Madre Iglesia,tienes que ser pequeño. Los Pescadores de Ga-lilea fueron los instrumentos que Cristo esco-gió para fundarla.

¿Quieres ser tú, hijo del alma, conmigo, ins-trumento que me ayude a barrer de la Iglesiatodo aquello que no es según Dios, para queasí se manifieste en ella la riqueza de sus mis-terios…?

«Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquéla quien el Hijo se lo quiere manifestar»7. Y elHijo, manifestación explicativa de la voluntaddel Padre, lleno de júbilo exclama: «¡Gracias tedoy, Padre, porque ocultaste estas cosas a lossabios y entendidos y se las revelaste a los pe-queñitos…!»; «Dejad que los niños se acerquena mí…»; «Y Jesús los abrazaba…»; «No es demayor condición el discípulo que el Maes-tro…»; «Y les lavó los pies…»8.

¿Recuerdas, hijo del alma, que tú sólo tienesque ser túnica…?; ¿que hay que hacer comouna revolución cristiana dentro de la Iglesia,porque la vida de Dios es para todos sus hijos;y que el Seno del Padre está abierto esperan-do su llenura…?

Y recuerdas ¿cómo las entrañas desgarradasde la Iglesia están reclamando la vuelta de loshijos que se marcharon de su regazo de Ma-dre, dejándola desgajada y cubierta con un velo

escobas; también fuéramos bayetas, y así lle-gáramos a poderle dar cera, abrillantándola, pa-ra que Dios, al mirarse en ella, por la transpa-rencia de su limpieza y brillantez se nos re-flejara tan maravillosamente que, atraídos porla hermosura de la Divinidad, los hombres vie-ran el rostro de Dios en la Iglesia y vinieranpresurosos al Camino límpido y transparente,lleno de la verdadera justicia y paz, de amor,de gozo y de verdad…?

Los más pequeños, los más sencillos, seréis,conmigo, los más útiles en este oficio de ba-rrenderos que nos ha sido encomendado hoypor Dios en el seno de la Iglesia.

Hijos de mi alma-Iglesia, es necesario quela iluminación del misterio que, desde Dios, enpetición amorosa y al mismo tiempo clamoro-sa, nos ha sido transmitido, vaya dejando tam-bién su huella en nuestro pasar por la Iglesia.

Pero, ¿cómo podrá ser esto con la eficaciaque el mismo Dios quiere, en medio de la den-sa nube de confusión, materialismo y concu-piscencias que están cayendo continuamentesobre la Iglesia, poniéndola en el desamparoescalofriante de un terrible Getsemaní?

Si quieres que resplandezca su rostro bellí-simo, que corran los hombres por su Camino,atraídos por «el olor de sus perfumes, que sonmás suaves que el vino»6, para embriagarse delnéctar riquísimo de la Divinidad; en esta situa-

6 Ct 1, 3. 2.

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9 Mt 26, 66; Mc 15, 13. 10 Jn 13, 8.

grita también ahora despiadadamente a la Igle-sia: «¡Reo es de muerte…! ¡Crucifícala…!»9.

Hijo, te quiero muy pequeño, muy sencillo;tan ágil como una túnica y tan humilde comola enea de mi escoba:

Si quieres ser mi descendencia, ya sabes lagrandeza que te ofrezco. Y si esto te humilla,hijo de mi corazón, puedes marcharte, «no tie-nes parte conmigo…»10.

La Iglesia surgirá mañana con lo que, uni-dos en la cruz de Cristo, hechos uno con nues-tros Obispos queridos, cimentados en la Rocade Pedro y, con ellos, bajo la luz, el impulsoy la fuerza del Espíritu Santo, hagamos hoy,para la auténtica, verdadera y esencial renova-ción de la Iglesia.

de luto por no habérseles descubierto su ros-tro bellísimo y luminoso, repleto de Divi-nidad…?

¿Recuerdas cuando me pidió ayuda tirada entierra, llorosa, jadeante y encorvada, con el ros-tro envuelto en lágrimas…? ¿Y la nube de con-fusión que la envuelve…?

¿Recuerdas la situación de sus Columnas, delos Ángeles de las diversas Iglesias, y cuántasveces te he dicho que Dios está ardiendo encelos por la gloria de su Amada…?

¿Y la voluntad de Aquél que, con mandatoseternos, nos ha enviado tan sólo para ayudara la Iglesia, presentándola tal cual es y, así, glo-rificarle…?

¡Y todo cuanto ya bien conoces, y yo, departe de Dios, secretamente te he contado bajoel sigilo y el secreto que no podrás manifestara cara descubierta hasta después de mi muer-te; siendo cuanto conoces el secreto más sa-grado, más sellado y lacrado de tu corazón,como parte de mi descendencia, miembro deLa Obra de la Iglesia…!

¿¡Cómo podrán, los que intentan reformar laIglesia, conseguirlo presentando un Cristo hu-mano y sin Divinidad!?

Como, en la vida de Jesús, los ojos altane-ros y el corazón orgulloso no fueron capacesde ver en la faz de Cristo al Verbo Infinito y lecondujeron al patíbulo; así los ojos altaneros yel corazón orgulloso, bajo la insidia diabólica,

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