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Lusitanos y vettonesLos pueblos prerromanos en la actual

demarcación Beira Baixa – Alto Alentejo – Cáceres

Primitivo Javier Sanabria Marcos(Editor)

memorias 9

JUNTA DE EXTREMADURAConsejería de Cultura y Turismo

MUSEO DE CÁCERES

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Primera edición, septiembre 2009© de los textos: los autores© de esta edición:

Foto portada: Fragmento cerámico con representación de guerrero procedente del castro vettónde La Coraja. Segunda Edad del Hierro. Museo de Cáceres. Nº Inv. 53. Foto Museo de Cáceres.I.S.B.N.: 978-84-9852-191-7.Depósito Legal:CC-745-2009Imprime: Gráficas Hache. Cáceres

JUNTA DE EXTREMADURAConsejería de Cultura y TurismoMUSEO DE CÁCERES

JUNTA DE EXTREMADURAConsejería de Cultura y Turismo

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Lusitanos y vettonesLos pueblos prerromanos en la actual

demarcación Beira Baixa – Alto Alentejo – Cáceres

Primitivo Javier Sanabria Marcos(Editor)

memorias 9

Martín Almagro-Gorbea, Jesús Álvarez-Sanchís, Eduardo Sánchez-Moreno, F.J. López Fraile,D. Urbina Martínez, J. Morín de Pablos, M. Escolà Martínez, C. Fernández Calvo,

M. López Recio, C. Urquijo Álvarez de Toledo, Marcos Osório, Óscar López Jiménez,Victoria Martínez Calvo, Cristina Charro Lobato, Teresa Chapa Brunet, Juan Pereira Sieso,

César Pacheco Jiménez, Alberto Moraleda Olivares, Ana María Martín Bravo,Francisca Hernández Hernández, Eduardo Galán Domingo, Maria João Santos,

Sebastián Celestino Pérez, José Ángel Salgado Carmona,Rebeca Cazorla Martín, Luís Luís, Guillermo-Sven Reher Díez.

(Textos)

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Cuando el ejército del gobernador romano Lucio Caesio aceptó la rendicióndel pueblo Seano en el año 104 a. C., y al quedar perpetuado el acto en laplaca de bronce conocida como Deditio de Alcántara, puede decirse que laHistoria daba un paso esencial hacia el final de una era y el comienzo de laocupación romana. Bien es cierto que los romanos ya llevaban algunas décadasmoviéndose por el actual territorio extremeño, pero a partir de esos momentoses cuando todo parece indicar que se hallan en trance de desaparecer losúltimos restos del mundo lusitano y vettón que habían encontrado a su llegadaa lo que hoy es la provincia de Cáceres y su prolongación natural del AltoAlentejo y Beira Baixa, ya en Portugal.

En las últimas décadas, la Arqueología ha ido contrastando la informacióndada por las fuentes clásicas sobre la Etnología de esta zona peninsular,tratando de identificar el mundo lusitano y el mundo vettón que habíandelimitado Estrabón, Plinio y Ptolomeo, y especialmente el área de contactode ambas comunidades, difícil de definir. Efectivamente, aunque hayaelementos –como los verracos- que vienen siendo relacionados con el mundovettón, no es menos cierto que el registro arqueológico sigue apreciando lahomogeneidad de ambos pueblos, lusitanos y vettones, en aspectos como elhábitat en castros, su ocupación preferentemente ganadera o las costumbresfunerarias.

Tratando de contribuir al mejor conocimiento de ese mundo propio dela Segunda Edad del Hierro, que desapareció bajo el empuje militar de Roma,los museos de Cáceres y Castelo Branco organizaron a finales de 2007 unasinteresantes jornadas en las que se quiso poner al día los conocimientos quelos equipos investigadores de ambos lados de la Raya han venido suministrandoy ampliando en las últimas décadas. La ocasión sirvió no sólo para esaactualización del estado de la cuestión, sino también para estrechar los lazosexistentes entre los dos museos y sus respectivas asociaciones de amigos,que se encuentran entre las más activas e importantes del área fronteriza.De hecho, las sesiones fueron itinerantes y se complementaron con visitasguiadas a las secciones arqueológicas tanto del Museo Francisco TavaresProença Júnior de Castelo Branco como del Museo de Cáceres.

En aquella ocasión, especialistas españoles y portugueses pusieron sobrela mesa aspectos esenciales de aquellos momentos finales de la Protohistoriaen nuestra zona rayana. Pudimos hacernos idea del marco general deconocimiento de estos dos pueblos gracias a la aportación de uno de losmáximos especialistas de la Prehistoria peninsular, como es el catedráticoMartín Almagro Gorbea, y también pudimos acercarnos a la importancia delfactor orientalizante, es decir, la raigambre cultural en la Primera Edad delHierro, en la formación de lusitanos y vettones de la mano de SebastiánCelestino, investigador del Instituto de Arqueología de Mérida.

Prólogo

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Profesionales del lado español profundizaron en el universo vettón y suidentidad como pueblo frente a la interpretación que nos transmiten las fuentesromanas, como hizo el profesor Sánchez Moreno, o nos mostraron la evolucióndel hábitat a partir de las pequeñas aldeas que fueron muchos de sus castroshasta llegar a alcanzar en algunos casos concretos un volumen homologablecon el fenómeno urbano, como pudimos comprobar en la intervención delprofesor Álvarez Sanchís. Por su parte, el equipo dirigido por la profesoraFrancisca Hernández expuso el análisis global del conocido asentamiento deVillasviejas del Tamuja (Botija), yacimiento en el que han trabajado duranteaños y del que disponemos gracias a ello de una completa documentación.

El mundo lusitano fue objeto de intervenciones de investigadores dellado portugués, como la ofrecida por al arqueólogo Marcos Osório, que secentró en la cuenca del Alto Côa, sin que faltaran aportaciones muy interesantessobre el límite norte del mundo lusitano-vettón y su contacto con los astures,tema que abordó el profesor Sande Lemos, o la fundamental presentación dela investigadora Maria João Santos, que trató de contrastar los datosarqueológicos con las fuentes clásicas referidas a los dos pueblos que nosocupan. Y esencial resultó también la intervención de Ana Mª Martín,estudiando los castros de la cuenca del Tajo en Extremadura, que ha abordadoen su tesis doctoral y que están en el embrión de lo que habrá de ser laprovincia lusitana de los romanos.

El conjunto de estos trabajos, y de las comunicaciones que también sepresentaron, forma ahora una publicación que debe considerarse ya comoimprescindible para todos los interesados en la Protohistoria de Extremaduray de Portugal, y en los inicios de la ocupación romana de la Península Ibérica.Como se señaló antes, se trata de una iniciativa compartida por institucionesextremeñas y portuguesas, y constituye un excelente ejemplo de superaciónde todo tipo de limitaciones para acceder de manera conjunta a un mejorconocimiento de un pasado común, que forma parte sin duda de ese sustratocultural que compartimos los pueblos peninsulares actualesindependientemente de las diferencias que, obviamente, existen entrenosotros.

Confiamos en la utilidad de la publicación y hacemos votos para queesta tan traída y llevada colaboración transfronteriza, en la que Extremaduralleva empeñada más de dos décadas, siga dando frutos de tan alto interéscomo el libro que el lector tiene en sus manos.

Leonor Flores RabazoConsejera de Cultura y Turismo de la Junta de Extremadura

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El actual territorio que hoy ocupan la provincia de Cáceres y la Beira Baixa yAlto Alentejo, en suelo portugués, constituía hace cerca de 2.500 años unaparte fundamental de la futura área de explotación y asentamiento de unaspoblaciones que las fuentes clásicas grecolatinas nos transmitieron con elnombre de lusitanos y vetones. Más difícil de valorar es el grado de identificaciónde estas comunidades prerromanas hispanas con los pueblos citados, es decir,el reconocimiento por parte de estos populi de un sentimiento de pertenenciay rasgos culturales propios diferenciadores respecto a otros grupos. Por otrolado, el etnónimo de vetones y lusitanos con el que los romanos identifican demanera general a estas poblaciones, también ha servido para confundir yenmarañar realidades muy distintas dentro de unas sociedades que,irremediablemente, verán alterados sus patrones de conducta y su evolucióninterna tras el dramático contacto y definitiva confrontación con el poderimperialista romano. Abordar desde una perspectiva común el estudio deestos dos grupos étnicos, siempre nos pareció una acertada decisión de caraa conocer un poco más acerca de la etnogénesis, formación y posteriordesarrollo de unas sociedades con unos estrechos lazos de proximidad.

Es por ello que, continuando con esta satisfactoria labor de colaboracióntransfronteriza que cada día más pone de manifiesto la estrecha relación quesiempre guardaron unos territorios que solamente una línea fronteriza separaen la actualidad, los directores del Museo de Cáceres, D. Juan M. ValadésSierra, y del Museo Francisco Tavares Proença Júnior de Castelo Branco, Dª.Aida Rechena, organizaron una reunión científica que analizara de maneraconjunta el estudio de Lusitanos y Vetones. Es de destacar la implicación delas Asociaciones de Amigos de los dos museos, representadas en estas jornadasen las figuras de sus respectivos presidentes, D. Demetrio González Núñez,de la Asociación Adaegina de Amigos del Museo de Cáceres, y Dª. BeneditaDuque Vieira, de la Sociedade dos Amigos do Museu Francisco Tavares ProençaJúnior, quienes con su generosa, entusiasta y activa participación hicieronfactible el encuentro. Con el claro objetivo de hacer realidad el propósitoinicial de compartir experiencias a uno y otro lado de la «raya», las sesionesse celebraron los días 22 y 23 de Octubre de 2007 en las sedes de los museosde Cáceres y Castelo Branco. Con el título, Lusitanos y vetones. Los pueblosprerromanos en la actual demarcación Beira Baixa-Alto Alentejo-Cáceres, eltrabajo que ahora presentamos es el resultado de dos intensos días de debate,que gracias a la iniciativa del Museo de Cáceres finalmente ve la luz.

El Museo de Cáceres tuvo el honor de contar en su sesión inaugural conla figura de uno de los más destacados especialistas de la protohistoriapeninsular, D. Martín Almagro Gorbea, quien a través de un profundo análisisde conjunto se centró en aspectos de gran relevancia como la etnogénesis, elsubstrato cultural y la definición de los territorios y límites de ambos gruposétnicos, destacando la necesidad de avanzar en los estudios interdisciplinares

Presentación

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para un mejor conocimiento de las etnias prerromanas de la Hispania antigua.En su intervención el profesor Eduardo Sánchez-Moreno reflexiona sobre elgrado de identidad cultural y cohesión étnica de unas poblaciones identificadascon el etnónimo de vetones, una sociedad de carácter pastoril y guerrero, conunos determinados rasgos culturales identitarios, caso de los verracos, peroque a su juicio la Vetonia como entidad política responde más bien a la idearomana de reorganización de un espacio conquistado en época augustea,más clarificador todavía, nos encontraríamos ante un caso de pars pro totopropio de la ordenatio romana, es decir, la extensión a todo un territorio delnombre de una de las tribus o pueblos (vetones) que lo conforma. El procesode cambio que transformó la sociedad vetona con el paso de la aldea hacialos grandes centros urbanos fuertemente amurallados oppida de finales de laEdad del Hierro, es analizado por el profesor Jesús Álvarez-Sanchís en base asu gran conocimiento del mundo de los grandes castros abulenses. Ana MartínBravo explicó el papel cultural de bisagra de los castros de la cuenca extremeñadel Tajo como espacio de tránsito en las relaciones Norte Sur y Este Oeste delOccidente peninsular durante todo el primer milenio a.C. A partir del análisisde los enclaves y principales manifestaciones artísticas del siglo V a.C. en laAlta Extremadura, Sebastián Celestino, José Ángel Salgado y Rebeca Cazorlarechazan la idea de una etapa en declive y propugnan que la intensificación yafianzamiento reconocible en aspectos demográficos, de asentamiento,tecnológicos y de intercambio a larga distancia, deben favorecer una opiniónmás real y optimista del período. No podían quedar fuera de este volumen losúltimos resultados del que, con toda probabilidad, es el más emblemáticocastro de la cuenca extremeña del Tajo, el poblado y las necrópolis deVillasviejas de Tamuja. En esta ocasión, el equipo formado por la profesoraFrancisca Hernández Hernández, Eduardo Galán y Ana Martín Bravo presentanun estudio global del asentamiento, incorporando los nuevos datos obtenidosde la prospección del entorno inmediato del castro y la lectura de la secuenciaevolutiva de sus diferentes necrópolis. Guillermo-Sven Reher Díez aborda demanera general las diversas estrategias de ocupación de los asentamientosde la cuenca baja del río Tajo durante la Segunda Edad del Hierro y la épocaaltoimperial para, con posterioridad, limitar el ámbito de estudio al río Alagóny la esquina Noroeste de la provincia de Cáceres.

Tres trabajos constituyen la aportación del área vetona del Occidentede la provincia de Toledo a estas jornadas. César Pacheco Jiménez y AlbertoMoraleda Olivares nos dieron a conocer un nuevo ejemplar de verracoprocedente de Lagartera, el cual viene a sumarse a otros cinco más procedentestodos ellos de la zona de la Campana de Oropesa. Francisco José LópezFraile, Dionisio Urbina, Jorge Morín et al., mostraron la utilidad de lasreconstrucciones 3D como una nueva herramienta metodológica más aplicableal campo de la arqueología, el caso concreto del Cerro de la Sierra de laEstrella sirvió de ejemplo. Cristina Charro Lobato, Teresa Chapa Brunet y

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Juan Pereira Sieso dieron a conocer los resultados de las últimas campañasde excavación en El Cerro de la Mesa.

El mundo vetón de la provincia de Salamanca se encuentra representadocon la aportación de Oscar López Jiménez y Victoria Martínez Calvo de lostrabajos de investigación que en los últimos años han venido desarrollandoen el clásico yacimiento del Cerro de El Berrueco. Fruto de este trabajo, es lapresentación por primera vez al público de los resultados de excavación de lanecrópolis de Los Tejares, una de las escasas necrópolis vetonas conocidasde la provincia de Salamanca.

Tradicionalmente el valle superior del río Côa, territorio que hoy ocupaprácticamente todo el municipio de Sabugal, se señala como un espacio defrontera política y territorial entre vetones y lusitanos. En su trabajo MarcosOsório aborda estas cuestiones siempre difíciles de establecer en arqueología.Luis Luis presentó sus últimos trabajos sobre el arte rupestre sidérico del BajoCôa, un tipo de manifestación artística desconocida para muchos hasta hacepoco tiempo. La cuestión étnica entre lusitanos y vetones es analizada porMaria João Santos confrontando los datos procedentes de la arqueología conlos que aportan las fuentes clásicas, con especial atención al mundo de lareligión.

Con esta nueva publicación el Museo de Cáceres en su empeño poracercar su pasado más reciente a la sociedad actual, apuesta una vez máspor la necesidad de dar continuidad a la celebración periódica de encuentrostransfronterizos como el que en esta ocasión acogió las jornadas sobre lusitanosy vetones. Estamos convencidos que la presente obra será de enorme utilidadpara cualquiera que desee conocer un poco más sobre las comunidades queocupaban la actual provincia de Cáceres y la Beira Baixa y Alto Alentejo antesde la llegada de los romanos, en este sentido, creemos que el presente volumenpor las razones antes expuestas pasará a ser una obra de referencia en añosvenideros.

Primitivo Javier Sanabria Marcos

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Índice

Presentación ......................................................................................................................................................................... 9

ESTUDIOS

1. Lusitanos y VettonesMartín Almagro-Gorbea .........................................................................................................................15

2. Antes de los Oppida. Los Vettones y la Edad del HierroJesús Álvarez-Sanchís ..............................................................................................................................45

3. Vetones y Vettonia: Etnicidad versus ordenatio romanaEduardo Sánchez-Moreno ......................................................................................................................65

4. El Castro de La Sierra de La Estrella (Toledo). Las reconstrucciones 3D,una herramienta para la investigación arqueológicaF.J. López Fraile, D. Urbina Martínez, J. Morín de Pablos, M. Escolà Martínez,C. Fernández Calvo, M. López Recio y C. Urquijo Álvarez de Toledo ........................................ 83

5. A Idade do Ferro no Alto Côa: os dados e as problemáticasMarcos Osório ............................................................................................................................................. 95

6. Nuevos resultados en la investigación de la Segunda Edad del Hierro en el Cerro deEl Berrueco (Salamanca): el poblado y la necrópolis prerromana de “Los Tejares”Óscar López Jiménez, Victoria Martínez Calvo ........................................................................... 117

7. Intervenciones arqueológicas en el Cerro de la Mesa (Alcolea de Tajo, Toledo).Campañas 2005-2007Cristina Charro Lobato, Teresa Chapa Brunet, Juan Pereira Sieso .................................... 131

8. Un nuevo ejemplar de escultura zoomorfa en la zona vetona toledana:El verraco de LagarteraCésar Pacheco Jiménez, Alberto Moraleda Olivares ................................................................ 141

9. Los castros de la cuenca extremeña del Tajo, bisagra entre lusitanos y vettonesAna María Martín Bravo ....................................................................................................................... 147

10. El proyecto Villasviejas de Tamuja.Análisis global de un asentamiento prerromanoFrancisca Hernández Hernández, Eduardo Galán Domingo,Ana María Martín Bravo ....................................................................................................................... 161

11. Lusitanos y Vettones en la Beira Interior portuguesa:La cuestión étnica en la encrucijada de la arqueología y los textos clásicosMaria João Santos ................................................................................................................................. 181

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12. El siglo V a.C. en la Alta ExtremaduraSebastián Celestino Pérez, José Ángel Salgado Carmona,Rebeca Cazorla Martín ......................................................................................................................... 197

13. “Per petras et per signos”. A arte rupestre do Vale do Côaenquanto construtora do espaço na Proto-históriaLuís Luís ..................................................................................................................................................... 213

14. Estrategias de asentamiento ante la romanización en la cuenca baja del TajoGuillermo-Sven Reher Díez ................................................................................................................ 241

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Los actuales estudios sobre la Hispaniaprerromana dedican creciente atención en estosaños a renovar los análisis sobre la Paleoetnologíade la Península Ibérica, basados en una concepciónmás rica y dinámica de la misma (Almagro-Gorbeay Ruiz Zapatero, eds., 1993).

Entre estos estudios, destaca las recientes yvaliosas síntesis dedicadas a Lusitanos y Vettones,pueblos que parecen estrechamente relacionadospor sus características etno-culturales y su ubica-ción geográfica, aunque su estudio siempre se harealizado por separado por causas más políticas ehistoriográficas que debidas a su identidad etno-histórica, lo que ha hecho que pasen desapercibi-das sus relaciones, de gran interés para compren-der los procesos de etnogénesis del Occidente deEuropa. Por ello, es de interés una visión interdis-ciplinar conjunta que contraponga la personalidaddel origen y desarrollo histórico de Lusitanos yVettones, valorando su cultura material, su socie-dad, sus costumbres, sus creencias y su lengua,dentro del desarrollo histórico de la Hispania Celtao indoeuropea.

Los Lusitanos son uno de los pueblos másfamosos de Hispania por su bravo enfrentamiento aRoma y han merecido numerosos estudios, desde J.Leite de Vasconcelos (1897, 1905, 1913) a A.Mendes Correa (1924), A. Schulten (1940) y, enfechas recientes, L. Pérez Vilatela (2000) y J. deAlarcão (2001), sin olvidar que en estos años sehan celebrado diversas exposiciones de gran éxitode público, como la gran exposición De Ulisses aViriato. O primeiro milènio a.C., celebrada enLisboa en 1996, a los que hay que añadir el interéspor sus orígenes de las obras de R. Vilaça (1995) yA. Mª. Martín Bravo (1999). No menos importantesson los valiosos estudios dedicados a los Vettones,desde el artículo pionero de J. M. Roldán (1968) alas valiosas síntesis de Jesús Álvarez-Sanchís(1999, 2003), Eduardo Sánchez Moreno (2000) yManuel Salinas de Frías (2001), hasta la reciente

Lusitanos y Vettones

Martín Almagro-GorbeaCatedrático de Prehistoria de la Universidad Complutense de Madrid

de J. Álvarez-Sanchís (ed.), Arqueología Vettona.La Meseta Occidental en la Edad del Hierro, Alcaláde Henares, 2009. Estas obras han contribuido aque sea uno de los pueblos prerromanos mejorconocidos, junto a exposiciones como la de Celtasy Vettones, organizada en Ávila el año 2001(Almagro-Gorbea et al., 2001) o la reciente de LosVettones (Álvarez-Sanchís, 2009), que evidencia elnotable interés que despiertan entre el granpúblico.

Territorio y límites.

Lusitanos y Vettones habitaban las tierras delCentro-Occidente de Hispania. Los Lusitanos habita-ban la antigua Lusitania, región de límites discutidosy que ofrecería lógicas variaciones diacrónicas desdela Edad del Bronce hasta la Romanización, aunque sesuele confundir con la Provincia Lusitania romana, asícomo limitarse a las referencias históricas de losLusitanos en los últimos siglos antes de la Era, lo queenmascara el territorio originario.

La antigua Lusitania corresponde a las tierrassilíceas del Occidente de la Península Ibérica, cuyonúcleo corresponde al Centro Interior de Portugal (Vi-laça, 1995, Martín Bravo, 1999), que, básicamente,corresponde a las Beiras y parte del Alto Alentejo yquizás de Trás-os-Montes y del Occidente de Salaman-ca y de la Extremadura española. Su delimitación laprecisan elementos lingüísticos, como las inscripcio-nes en Lusitano y antropónimos, teónimos y etnóni-mos relacionados, además de algunos elementos decultura material que indican el territorio ocupado porlos Lusitanos desde la Prehistoria.

Se conocen cinco inscripciones lusitanas que seextienden desde Ribeira da Venda, en Arranches,Portalegre, en el Alto Alentejo (Carneiro et al.,2008) y Arroyo de la Luz, en Cáceres, a Cabeço dasFraguas y Lamas de Moledo, cerca de Viseu(Untermann, 1997), si bien también pueden incluir-se una de las inscripciones de la Fonte do Idolo de

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Braga (Garrido et al., 2008: 23) y la de Mosteiro deRibeira, Orense (Olivares, 2002: 94), lo quedelimita una amplia zona desde el Tajo hasta másal Norte del Miño (Fig. 1). Esta zona coincide conlos teónimos característicos de las divinidades‘lusitanas’, que se extienden igualmente entre elinterfluvio Guadiana-Tajo y Galicia (Fig. 2), como

Bandua, Reue y Navia (Olivares, 2002: 75-ss., 85-ss.),mientras que Cosus ofrece ya una distribución másseptentrional, por la Beira y la Galicia litoral y la zonade León (Encarnação, 1975, Olivares, 2002: 67-ss.).La misma dispersión ofrecen algunos antropónimoscaracterísticos (Fig. 3), como Boutius, Camalus, Cami-ra, Caturo, Cilius, Maelo, Medamu, Pintamos, Rebu-

Figura 1. Extensión de la epigrafía lusitana desde el Tajo hasta el Miño y de los topónimos y etnónimos en P-.

Figura 2. Dispersión de las divinidades lusitanas (según, J.C. Olivares).

Figura 3. Dispersión de los antropónimos Boutius y Viriatus (según, J. Untermann y M.L. Albertos).

Martín Almagro-Gorbea

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rrus, Talavus, Tanginus, Tongius, Vegetus y Viriatus(Untermann, 1965: 72-ss., Albertos, 1983), junto aotros probables como Albinus y similares, Arquius,Aturus, Avitas, Balaesus, Caeno, Lovesius (Unter-mann, 1965: 47-50, 58-ss.), que corresponden a lazona II de Untermann (id., 19) y reflejan la mismacultura ‘lusitana’ que los teónimos señalados1.

Más difícil es identificar ‘fósiles guía’ de lacultura material lusitana, aunque algunos elementosmetalúrgicos son característicos de esa zona, comolas azuelas de tipo Monteagudo 20B, las hachas detalón 31C, 34A, 35A y 35B y 36C (Monteagudo, 1977,Senna-Martínez, 1995) y los cuencos de cerámica detipo Alpiarça (Senna-Martínez, 1993b, Vilaça, 1995: l.113-ss., 139, 225).

En consecuencia, la Lusitania prerromana seextendería desde el interfluvio Guadiana-Tajo por elSur, con su límite por el Este entre las provincias deToledo y Cáceres, hasta el Atlántico, aunque sunúcleo más característico no sobrepasa hacia elOriente la línea Astorga-Mérida señalada por Unter-mann (1987), que, además, corresponde básicamen-te a la Vía de la Plata, cuya incidencia parece haber

contribuido a la diferenciación etno-cultural de Lusita-nos y Vetones.

El territorio de los Lusitanos estaba articulado enpequeñas comarcas naturales, como los pueblosGalaicos y, también, los Vettones y Celtíberos. Lainscripción del puente de Alcántara (CIL II,760) hapermitido precisar la ubicación tribal de buena partede estos pueblos, en su mayoría enumerados siguien-do la vía romana que iba desde el Tajo hacia el Duero(Alarcão, 1988: 41): Igaeditani, Lancienses Oppidani,Talori, Interannienses, Colarni, Lancienses Transcudani,Aravi, Meidubrigenses, Arabigensis, Banienses, Paesu-res.

De los más de 20 populi conocidos, muchosofrecen etnónimos proto-celtas que corresponden alsubstrato de la Edad del Bronce, como los Paesures,Pallantienses, Selium, Elbocoris, Aeminium, Sallaecus,Ammaea, Lancienseses y Tapori (Lancienses) y quelingüísticamente se relacionan con los teónimos yantropónimos citados, mientras que otros ya ofrecenuna carácter más ‘céltico’, como los Arabrigenes,Interannienses, Meidubrigenes y, con dudas, losSeanoci (Alcántara) (Fig. 4), Transcudani, Vivemenses

1 Es interesante comprobar cómo los antropónimos con el sufijo -amo- parecen extenderse por la Hispania celta atlántica delcuadrante Noroeste (Untermann, 1965: 192), frente al sufijo en -geno- (id., 194), que corresponde con exactitud al área celtibéricay de su expansión, también documentada por los genitivos de plural de los grupos gentilicios.

Figura 4. Bronce de Alcántara con la deditio de los Seanoci.

Lusitanos y Vettones

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(Penhamajor) y Araducta (c. Coimbra?), que caberelacionarlos ya con teónimos como Bormanicus yantropónimos como Celsius y Ambatus de tipo celta.

Sin embargo, las fronteras de los Lusitanosvariaron a lo largo del tiempo con movimientos deexpansión y contracción, que sólo estudios detenidospueden precisar. A inicios de la Edad del Hierro, en elsiglo VII a.C., la colonización tartesia afectó a susáreas periféricas. En el Atlántico aparecen asentamien-tos como Tacubis y Conimbriga, nombre que suponeuna fundación de origen conio, mientras que Collipo ylos Turduli Veteres (Mela III,8; Plin. NH, IV,130)corresponden a los tartesio-turdetanos, como Laepo ylos Turduli Barduli (Plin. NH, IV,118) en el interior,desde la Vía de la Plata. En fechas posteriores, a partirdel siglo V a.C., esa presión desaparece sustituida porla de los Célticos y Vettones desde el Este, por lo quela frontera se fue desplazando sucesivamente hasta elAlmonte y después al Salor y lo mismo pudo ocurrir enTrás-os-Montes. Sin embargo, a partir del siglo II a.C.se advierte un movimiento en sentido contrario, alpresionar los Lusitanos sobre Vettones y Célticos y, enespecial, sobre Túrdulos y Turdetanos, como conse-cuencia de su desarrollo demográfico y socio-culturalhacia estructuras ya urbanas por influjo de los pueblosaledaños. Esta presión de los Lusitanos explica suintensa actividad guerrera en los últimos siglos antesde la Era, frenada por Roma, que fijó finalmente lasfronteras.

*

Frente a los Lusitanos, los Vettones vivíanasentados en las zonas occidentales de Hispania, acaballo del Sistema Central, en las abruptas zonasgraníticas del Suroeste de la Meseta Norte y delOccidente de la Meseta Sur y Extremadura. Estastierras silíceas en las que predominan dehesas ypastos de gran riqueza para la ganadería y tambiénricos recursos metalúrgicos, con ocasionales relievesabruptos por la erosión diferencial causada por ríosencajados, condicionaron en buena medida la orien-tación ganadera de la cultura vettona y le dieron sumarcada personalidad (Álvarez-Sanchís, 2003, Sán-chez Moreno, 2000), en un medio ambiente queera la continuidad del de Lusitania.

Los Vettones vivían a caballo del SistemaCentral, desde el Duero por el Norte hasta incluirlas sierras de Guadalupe por el Sur, dondellegaron a avanzar hasta el Guadiana. Los límitesque ofrecen los autores clásicos en ocasionesresultan contradictorios, pues varían según lasdistintas fuentes, que reflejan variaciones a lolargo del tiempo y zonas fronterizas cuya etnici-dad sería mixta, con fenómenos de interetnicidad“en mosaico” que darían lugar a mestizajes conel paso del tiempo, hechos más frecuentes de loque reflejan los datos históricos y arqueológicos(Fig. 5).

Figura 5. Topónimos Vettones (• = proto-celtas, + = celtas, * = conios y tartésicos): 1)Ocelon (Zamora?); 2) Bletissama (Ledesma);3) Salmantica (Salamanca); 4) Obila (Ávila);5) Ulaca (Solosancho; =Deobriga?); 6) Senti-ce (Pedrosillo de los Aires?); 7) Polibedenses(Huebra-Yecla?); 8) Cottaiobriga (¿junto al ríoCôa?); 9) Lancia Oppidana (Sierra de Gata? ode la Estrella?); 10) Lancia Trascudana (Valledel Côa?); 11) Mirobriga (Ciudad Rodrigo);12) Urunia (Fuenteguinaldo); 13) Capara(Ventas de Cáparra); 14) Lama (El Berrocali-llo?, Plasencia); 15) El Raso de Candelada;16) Caesarobriga (Talavera de la Reina); 17)Augustobriga (Talavera la Vieja); 18) Alea(Alia, Guadalupe); 19) Turgalium (Trujillo);20) Laconimurgi (Navalvillar de Pela); 21)Lacipaea (N. de Medellín?).

Martín Almagro-Gorbea

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Los límites de los Vettones los precisan laspoblaciones citadas por Ptolomeo en el siglo II deJ.C., a las que cabe añadir algunas otras conocidas(Roldán, 1968, Tovar, 1976, TIR K-29 y J-29, GarcíaAlonso, 2003: 119-ss. y 447). Estas poblacionesson Ocelon (si es distinta de Ocelo Duri, Zamora),Cottaeobriga (¿junto al río Côa?), Salmantica(Salamanca), Bletisa (Ledesma), Mirobriga (CiudadRodrigo), Lancia Oppidana (en las estribacionesoccidentales de la Sierra de Gata?), Capara (Ventasde Cáparra), Turgalium (Trujillo), Cauria (Coria,que ya sería lusitana) y Manliana (¿Santibañez elBajo?), en el Valle del Alagón, Lama (entre Bañosde Montemayor y Plasencia), Augustobriga (Talave-ra la Vieja), Laconimurgi (Navalvillar de Pela), Alea(Alia, cerca de Guadalupe?), Deobriga (Ptol. II,5,7,quizás Ulaca?) y Obila (Ávila).

Como ocurre con los Lusitanos, los Vettonesofrecen diferentes populi como unidades socio-políticas desde la Edad del Bronce asentados enlas distintas comarcas histórico-naturales, contro-ladas por los oppida surgidos en la Edad delHierro. El cuadro resultante permite distinguir tresgrandes áreas en la Vettonia: los Vettones septen-trionales al Norte del Sistema Central, eran másafines a los Vacceos; los meridionales, al Sur,resultan más próximos a los Lusitanos e incluso alos Conios del Suroeste; una tercera zona, depersonalidad propia, es la conformada por lastierras abulenses.

Los Vettones septentrionales incluirían Miro-briga (Ciudad Rodrigo) e Urunia (Irueña, enFuenteguinaldo), que controlarían el valle delÁgueda y el Campo de Argañán, quizás losLancienses Trascudani, en el Valle del Côa, losLancienses Oppidani (Ptol. II,5,7), probablementeen las estribaciones occidentales de la Sierra deGata o en la Sierra de la Estrella, ya en Portugal encontacto con los Lusitanos, Sentice (quizás enDueña de Abajo, Pedrosillo de los Aires, al Sur deSalamanca?), Salmantica, que controlaría el BajoTormes y el Campo Charro y, quizás, La Armuña, yBletissama, cabeza del llamado Campo de Ledes-ma, más los Polibedenses (quizás en la zona del ríoHuebra y Yecla, Salamanca). La zona más orientalofrece su propia personalidad con los oppida de laSierra de Ávila y el Valle del Amblés, que debió

quedar controlado, de forma sucesiva, por Sancho-rreja, Ulaca (Deobriga?) y, finalmente, por Obila(Ávila), que marca la frontera con la zona vettonaseptentrional y los territorios Vacceos del Campode Arévalo.

Entre los Vettones meridionales cabe incluirCapara, que controlaba el Alto Alagón y lapenillanura al Norte del Tajo, frente a la ya lusitanaCauria (Coria), que controlaría el Bajo Alagón y lasHurdes, Turgalium (Trujillo), cabeza de la Penilla-nura de Cáceres, quizás la desconocida Lama (Ptol.II,5,7), situada entre Baños de Montemayor yPlasencia2, y el oppidum del Raso de Candelada, denombre prerromano desconocido, que controlaríala Vera, el Valle del Tiétar y los pastos veraniegosdel Sistema Central, mientras Augustobriga (Tala-vera la Vieja) controlaría el Campo Arañuelo yCaesarobriga (Talavera de la Reina) las mejoresvegas del Valle del Tajo. Alea (Alía, Guadalupe)quizás fuera capital de la Sierra de Guadalupe yLacimurgi (Navalvillar de Pela), controlaría LasVilluercas y el camino del Guadiana hacia losoretanos pasando por Sisapo, poblaciones limítro-fes que originariamente no eran vettonas. Además,queda por conocer las poblaciones y nombres decomarcas como La Almuña y el Sayago.

En consecuencia, los Vettones quizás pene-trarían por el Noroeste en Trás-os-Montes, por elSureste, limitarían con los Carpetanos y por el Surllegarían hasta el Guadiana, ocupando las tierrasoccidentales de la actual provincia de Toledo apartir de la Sierra de San Vicente. Ya en la cuencadel Guadiana, limitarían con los Oretanos de lazona de Sisapo (Almadén). Por ello, sus límitesllegarían hasta Lacimurgi, en Navalvillar de Pela(CIL II,5068, Tovar, 1976: 175-ss., TIR J-29: 96-ss.), población de origen probablemente conio(Almagro-Gorbea et al., 2008) limítrofe entreLusitania y Beturia (Ramírez Sádaba, 1994) y entrela Bética y la Vettonia (Álvarez-Sanchís, 2003:325), pues Plinio (III,14) la incluye entre lasceltitas de la Bética y Ptolomeo (II,5,7) la conside-ra vettona y hasta la Mirobriga túrdula (Plin. NH.III,14, Ptol. II,4,10, Tovar, 1974: 96).

Más difícil es trazar sus límites occidentales,pero debieron extenderse por la parte oriental de

2 Lama quizás corresponda al importante castro del Berrocalillo (Rio-Miranda e Iglesias, 2003), que controla el Valle del Jerte y elimportante nudo de comunicaciones que supone su unión con la Vía de la Plata y el paso hacia la Vera.

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la provincia de Cáceres hasta la penillanuracacereña, en la que estarían en contacto con losLusitanos, con una variación cultural apenasperceptible, produciéndose fenómenos de interet-nicidad, como se constata en Arroyo de la Luz,donde han aparecido dos inscripciones lusitanas ytambién un característico verraco vettón. Además,Vettones y Lusitanos debieron tener una fuerteafinidad de substrato, lo que hace más difíciltrazar sus límites, que debieron cambiar con eltiempo, pues las cerámicas a peine parecendetenerse hacia el río Almonte (Álvarez-Sanchís,2003: fig. 143a), mientras que los verracos llega-ron hasta el río Salor, lo que indica el control detoda la Penillanura Cacereña (id., fig. 86 y 143b).Además, Ptolomeo (II,5,3 y 5,7) incluye Cauria(Coria), Norba Cesarea (Cáceres) y Metellinum(Medellín) en la Lusitania, lo que pudiera reflejarcambios ocurridos ya bajo la dominación romana.

La aguda observación de Plinio de que losCélticos se diferenciaban por sus sacra, lengua ynombres de sus oppida también permite distinguiren la Vettonia los elementos del substrato próximoa los Lusitanios de los llegados de la Celtiberia. Delos etnónimos Vettones, unos corresponden alsubstrato originario de la Edad del Bronce, afín al“lusitano” o “proto-celta”, al que debió añadirseuna creciente incorporación de elementos celtíbe-ros. Vettones de nombre proto-céltico son Bletisa oBletisama (TIR K-29: 32), Capara (García Alonso,2003: 123), Lama (García Alonso, 2003: 125),Obila (García Alonso, 2003: 125), los Polibedenses(Tovar, 1976: 248), Salmantica o Helmantica (To-var, 1976: 245-ss., García Alonso, 2003: 120),Turgalium (Tovar, 1976: 234), Urania y Ulaca (RuizZapatero, 2005), que ha conservado hasta hoy sunombre prerromano, lo que no excluye que fuera laantigua Deobriga, de situación desconocida (Álva-rez-Sanchís, 2003: 120, n. 97).

Otros nombres pueden considerarse propia-mente célticos, como Augustobriga (García Alon-so, 2003: 121, 296), Caesarobriga, Cottaeobriga(García Alonso, 2003: 119), Deobriga (García

Alonso, 2003: 124, 293), Lancia Oppidana (GarcíaAlonso, 2003: 119), Ocelon (Sánchez Moreno,2000: 36, García Alonso, 2003: 121), Mirobriga(TIR J-29: 74, García Alonso, 2003: 98, etc.) ySentice (TIR K-30: 210, García Alonso, 2003:272-ss.), por lo que se relacionan con elementosculturales de origen celtibérico, como el rito decremación en urna, la estructura gentilicia docu-mentada por los genitivos de plural, nuevas armasy elementos de estatus, como las fíbulas de caballito(Almagro-Gorbea y Torres, 1999: 57-ss.) y nuevasdivinidades, como Vaelicus y Ataecina (Olivares,2001). También el etnónimo Vettones correspondea gentes de estirpe “celtibérica”, que debieronimponerse sobre el variado mosaico de pueblospreexistente a juzgar por los populi que conforma-ban la etnia vettona (Almagro-Gorbea, 2009)3.

Tampoco hay que olvidar que algunas pobla-ciones vettonas meridionales ofrecen nombresconio-tartesios, como Lacimurgi o Laconimurgi(García Alonso, 2003: 124, Almagro-Gorbea et al.,2008) y tartesios, como Lippos y Lacipaea (ibi-dem), hecho que indica la expansión de losVettones hacia áreas meridionales colonizadas portartesios en los siglos VII y VI a.C.. Tambiénexisten importantes poblaciones cuyo nombre anti-guo es desconocido, como El Berrueco, que se haquerido identificar con Ocelon, Sanchorreja, ElRaso de Candelada y los castros del Yeltes y elHuebra, quizás pertenecientes a los citados Polibe-denses4.

La onomástica de los Vettones ofrece unpanorama parecido al de su toponimia. Hayantropónimos propios, como Pellus, Tancinus (Un-termann, 1965: 146, 170-ss.), otros utilizados en laVettonia que son Lusitanos, pues se extiendenhasta el Sur de la Gallaecia, como Albinus, Albura,Boutius, Camalus, Vegetus, etc. (id., 47-ss., 49-ss.,72-ss., 85-ss., 185-ss.), lo que confirma las interre-laciones entre estas tierras del Occidente deHispania. Otros nombres, como Doviterus, Pinta-mos, Reburrus, Turaius, Vironus, son comunes conlos Astures y Vacceos (id., 106-ss., 147-ss., 155-ss.,

3 Vettones es un etnónimo de muy probable etimología céltica, que se ha relacionado con la raíz *wegh-, “mover”, por lo quesignificaría “Los que se mueven”, “Los nómadas”, aunque Tito Livio (XXXV,7,6) ofrece la versión Vectones, que derivaría de la raíz*vek-ti-, *uiktâ, “lucha” y *veik-, “fuerza hostil”, “energía hostil” (Pokorny, 1958: 1128). Los nombres derivados de esta raíz sonfrecuentes en la antroponimia celta, pero no en Hispania (Albertos, 1966: 244), salvo Vetto, cognomen que se concentraprecisamente en Extremadura (Abascal, 1994: 543-ss., AA.VV, 2003: 339, mapa 324, Almagro-Gorbea, 2008).4 También existe una población de nombre romano, Manliana (¿Santibañez el Bajo?, Valle del Alagón; cf. García Alonso, 2003: 123),indicio de la romanización de los Vettones en época de Ptolomeo.

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177-ss., 191-ss.), Magilus, con los Vacceos (id., 131-ss.). Por el contrario, la elevada presencia de losantropónimos como Ambatus y Celtius confirma laceltización señalada: Ambatus (id., 51-ss.) resultafrecuente en Vettonia, pero no en Lusitania, dondees más característico el nombre Celsius (id., 98-ss.),que indicaría la presencia de celtas y, al mismotiempo, su distinción de los Lusitanos locales menosceltizados y también son comunes con otros pueblosde la Meseta Ablondus, Acco, Ambatus, Amma,Capito (id., 41-ss., 43-ss., 51-ss., 53-ss., 89-ss.).

Con la frontera que indican los antropónimoscoinciden los genitivos de plural de los “motes”familiares gentilicios (Almagro-Gorbea, 1999), queindican la descendencia de un antepasado comúnque identificaba a todos sus descendientes durantevarias generaciones (González, 1986, Beltrán, 1988).Los gentilicios más occidentales aparecen en Villarde Pedroso del Campo Arañuelo, Villar de Plasenciay Cerezo, en el Alto Alagón (Olivares, 2001: 61), enla Vettonia oriental, pero no alcanzan Lusitania niGallaecia. En consecuencia, aunque la antroponimiano revela directamente la lengua hablada, Vettonesy Lusitanos debieron hablar lenguas emparentadascon el “Lusitano” (Tovar, 1985, Gorrochategui, 1987,Prosper 2002), aunque los Vettones ofrecen unproceso de celtización progresiva a partir del siglo Va.C..

Los límites de los Vettones se pueden confir-mar con los datos que ofrece la arqueología, graciasa la dispersión de las características esculturas zoomor-fas de “verracos” (Álvarez-Sanchís, 2003) y con suscaracterísticas “cerámicas a peine” (id., 83-ss.), quedenotan relaciones estrechas con otros pueblos delValle del Duero, como Vacceos e, incluso, Celtíbe-ros (Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís, 2002). Estosmateriales indican el progresivo avance de losVettones hacia el Oeste y el Sur a lo largo deltiempo, seguramente relacionado con la presión delos Celtici (Berrocal, 1993), quienes, según indicaexpresamente Plinio (III,13-14: Celticos a Celtibe-ros ex Lusitania advenisse manifestum est sacris,lingua, oppidorum vocabulis, quae congnominibusin Betica distinguuntur…), eran originarios de laCeltiberia y, a través de Lusitania, llegaron aestablecerse en la Beturia, situada entre el Alente-

jo portugués y la Baja Extremadura española, en lasegunda mitad del siglo V a.C. (Almagro-Gorbea etal., 2008).

El substrato cultural.

Los Lusitanos constituyen una de las etniasmás interesantes de Europa Occidental, no tantopor su cultura material, sino por la pervivencia deelementos muy arcaicos, entre ellos su lengua, en la‘isla cultural’ que constituye el finis terrae de laAntigüedad que era el Occidente de Hispania. Enesta zona los cambios culturales y lingüísticos seproducen de forma más espaciada, por lo que sedetectan mejor que en las zonas centrales, demayor dinamismo y evolución y cambio máscomplejos5. El interés de estas ‘islas culturales’ enlos estudios de Protohistoria de Europa es eviden-te, aunque requieren un trabajo interdisciplinar deLingüística, Historia escrita y Etnohistoria, Antro-pología y Paleogenética. El arcaísmo de la lengua‘lusitana’, apenas documentada por 5 inscripcio-nes y alguna palabra suelta en inscripcioneslatinas (Prósper, 2002, Carneiro et al., 2008), esclave para comprender el origen de las lenguasindoeuropeas de Europa Occidental, dada susituación intermedia entre las lenguas celtas eitálicas, lo que denota su proximidad a un antiguoestrato indoeuropeo. Este hecho lo confirmanreferencias de Posidonios, Estrabón y otros auto-res clásicos sobre la ‘arcaica’ sociedad lusitana,que mantuvo tradiciones que hoy se debenatribuir a la Edad del Bronce, hecho casi sinparangón en la Europa Occidental. El mismopanorama confirma su religión, con elementosanteriores a la religión celta de la Edad del Hierro,ya que refleja un estadio arcaico de la religiónindoeuropea de Europa Occidental del que arran-can la religión celta e itálica en un proceso similaral que reflejan la lengua.

Esta región geográfica ofrece un substratosocio-cultural del Bronce Atlántico (Ruiz-Gálvez, 1998,Cunliffe, 2001), con una economía ganadera arcaicade guerreros-pastores indoeuropeos, basada en ladefensa de los ganados, el control de vías y zonas depastos y la producción metalúrgica de estaño y oro.

5 La tendencia retardataria de las áreas ocupadas por los Lusitanos no es exclusiva de la Antigüedad, pues Martín Dumiense (Decorrect. rust.) indica cómo en esta ‘isla cultural’ se conservaban en la Edad Media costumbres muy arcaicas, hasta el drástico cambioimpuesto por la mecanización del campo, la televisión y la emigración, con la consiguiente apertura al exterior y ruptura cultural.

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La secuencia cultural (Vilaça, 1995, Cardoso, 2007: 325-ss.) indica la perduración de elementos campaniformesa inicios del II milenio a.C., como alabardas tipo‘Carrapatas’ y espadas de lengüeta plana, armasdocumentadas en depósitos rituales en rocas, cuevas yaguas y en estelas de jefes ‘heroizados’. Al desaparecerlas fortificaciones calcolíticas hasta el Duero (Cardoso,2007: 266-ss.) se supone una ocupación discontinua delterritorio, como en otras culturas atlánticas de la Edaddel Bronce, que debió iniciarse en el Campaniforme.Existen tumbas en cista de tradición campaniforme (id.,320-ss.), pero los ritos funerarios, mal conocidos comoen otras regiones atlánticas, pudieran relacionarse conbronces depositados en las aguas (Torbrügger, 1971,Bradley, 1990, Ruiz-Gálvez, ed., 1995: 25-ss., Vilaça,2006), hasta que, en la segunda mitad del II milenioa.C., aparece el rito de cremación.

A fines del II milenio a.C. aparecen los másantiguos ‘castros’ que indican asentamientos enaltura para proteger viviendas familiares (Martins yJorge, 1992, Vilaça, 1995) y controlar el territorio,reducido al valle circundante y sus vías de comunica-ción, con una organización social simple pero jerar-quizada (Almagro-Gorbea, 1994: 20-ss.). Este cambiosupone una ocupación más estable del territorio yuna creciente presión demográfica y mayor conflicti-vidad para controlar pastos y los recursos metalúrgi-cos de los intercambios atlánticos (Vilaça, 1995, id.,2007), economía que favorecía la organización socialjerarquizada que evidencian las estelas de guerreros(Celestino, 2001) con objetos de prestigio, comoarmas y elementos de banquete (Almagro-Gorbea,1998).

A partir de la Edad del Hierro, en la primeramitad del I milenio a.C., desaparece la circulación deobjetos del Bronce Atlántico y se consolida la CulturaCastreña (da Silva, 2007; etc.), al mismo tiempo queaumentan los contactos mediterráneos por la Vía dela Plata en el interior y por vía marítima atlántica,contactos que facilitan en áreas periféricas, como elOccidente de la Meseta, la etnogénesis de losVettones, y en las costas atlánticas y el valle delGuadiana, habitado por los Conios, la colonizacióntartesia (Almagro-Gorbea et al., 2008).

La arqueología confirma la continuidad y aisla-miento relativo del hábitat lusitano castreño, quemantuvo una lengua primitiva el ‘Lusitano’ y costum-bres, estructuras sociales y creencias de gran arcaísmorecogidas por Posidonios y transmitidas por Estrabón(III,3,7), situación que cambia a partir del siglo II a.C.,

a medida del avance de Roma de Sur a Norte. LosLusitanos meridionales, más próximos al mundourbano por su contacto con los tartesios, ofrecen lasprimeras desigualdades sociales transmitidas por he-rencia, como documentan los tesoros argénteos,indicio de la formación de una élite plutocrática, comoAstolpas, el rico suegro de Viriato (Diod. 33,7) ysurgen ‘caudillos estatales’, como Cauceno o Viriato(vid. infra), capaces de organizar ejércitos numerosos.Pero en el Noroeste, la Gallaecia mantuvo su arcaísmohasta la Romanización en época imperial, cuando laCultura Castreña alcanza su auge económico y suapogeo, tras generalizarse el hierro, el torno dealfarero y aparecer territorios jerarquizados en torno apoblados centrales proto-urbanos, las citanias o cibda-des, equivalentes a los oppida de la Meseta (da Silva,1986: 33-ss, Almagro-Gorbea, 1994: 41-ss.), a los quese asocian las estatuas de guerreros ‘galaico-lusitanos’(da Silva, 1986: 291-ss., Schattner, ed., 2003) y losprimeros santuarios domésticos (da Silva, 1986: 299,lám. 22 y 132), que documentan la llegada del sistemagentilicio.

A pesar de su relativo aislamiento, a iniciosde la Edad del Bronce aparecen estelas antropo-morfas que monumentalizan un nuevo conceptodel poder y reflejan una concepción mítica delantepasado heroizado, como la de Longroiva(Almagro, 1966: 109, Cardoso, 2007: fig. 260) yotras de tipo atlántico, como las de Chaves yFaiôes (Almeida y Jorge, 1980), Bouça (Sanches yJorge, 1987: 80), San Joâo de Ver (Jorge y Jorge,1987), San Martinho (Ferreira, 2004: 159-166) ylas de la zona del Sur de Salamanca (Almagro-Gorbea, 1994: f. 1). Esta ideología de guerrerosheroizados prosigue y dio origen a los ejemplaresmás antiguos de las estelas de guerrero delSuroeste, que aparecen en la Beira interior. Lasestelas de Fóios y Baraçal (Curado, 1984, id. 1986,Gomes, 1995), junto a la de Meimâo en la zona deRiba-Côa (Almagro, 1966: f. 32), indican la exten-sión de este elemento tan representativo desdeLusitania hacia áreas meridionales de Extremaduray el Suroeste (Galán, 1993: f. 5). Las estelas másantiguas ofrecen escudo de escotadura en V entreespada y lanza (Almagro-Gorbea, 1977: 163-ss.) yla de Baraçal (Curado, 1984, Cardoso, 2007: fig.320) está tallada en relieve, como las losasalentejanas (Schubart, 1975), mientras que la deFóios (Curado, 1986) ofrece una espada de un solofilo y un escudo de escotadura en U que acentúasu personalidad.

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Las innovaciones metalúrgicas ofrecen nuevasarmas e instrumentos, como hachas y azuelas(Monteagudo, 1977, Senna-Martínez, 1995) y cerámi-ca de tipo Alpiarça (Senna-Martínez, 1993b, Vilaça,1995: l. 113-ss., 139, 225). A fines del II milenio a.C.llegan estímulos proto-orientalizantes, que introducenasadores articulados, fíbulas de codo y cuchillos dehierro (Almagro-Gorbea, 1998, Vilaça, 2007), mien-tras que posteriormente llegan fíbulas de dobleresorte y cerámicas de retícula bruñida interna(Vilaça, 1995: f. 40) y pintadas de tipo ‘Carambolo’(id., f. 41), aunque faltan las de tipo ‘Medellín’, que sípenetran hasta la zona de Ledesma (Benet et al.,1991) siguiendo la Vía de la Plata, lo que indica elaislamiento de la Lusitania entre la costa abierta a loscontactos atlánticos y la Meseta abierta por la Vía dela Plata al Golfo de Cádiz (Almagro-Gorbea, 2008, id.et al., 2008).

Los Lusitanos forman parte de un substratoatlántico común con los Vettones, Vacceos y Asturesde las tierras meseteñas y, en especial, con los‘Galaicos’ del Norte del Duero, considerados parte dela Lusitania como da a entender Estrabón (III,3,3) yconfirman la Arqueología y la Lingüística. Sin embargo,a estas tierras lusitanas apenas llegan cerámicas deCogotas I de la Meseta (Abarquero, 2005: 203-ss. fig.89), ni de Soto de Medinilla en el Bronce Final e iniciosdel Hierro (Romero Carnicero et al., 1993), ni lasposteriores cerámicas a peine que alcanzan Zamora ySalamanca (Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís, 2002), nilos verracos, que caracterizan a los Vettones ypenetran por Trás-os-Montes (Álvarez-Sanchís, 2003),lo que indica una frontera etno-cultural entre Vacceosy Lusitanos muy antigua, que se mantuvo hasta losúltimos siglos a.C., pues tampoco penetran las fíbulasde caballito extendidas por toda la Meseta y Extrema-dura relacionadas con la expansión celtibérica y eldesarrollo del sistema gentilicio (Almagro-Gorbea yTorres, 1999). Sin embargo, los tesoros de Guiães yMonsanto de Beira en el siglo II a.C. evidencianinflujos de los tesoros vacceos de plata (Delibes et al.,1996), pero los tesoros de Chão de Lamas y Viseu,aunque parecen vinculados al Noroeste (Raddatz,1969: l. 93, 2), ofrecen su propia personalidad, por loque constituyen un grupo de ‘argentería lusitana’ alque cabe atribuir también la interesante fíbula deMonsanto de Beira (Raddatz, 1969: 279, lám. 94,Ferreira, 2004: 169, nº 82).

Estas gentes castreñas lusitanas (da Silva,1986: 267-ss., Almagro-Gorbea, 1993) explotaban latierra y la ganadería según una tradición comunaldesde la Edad del Bronce, como los Vacceos (Diod.V,34,3) y otras comunidades tradicionales de laPenínsula Ibérica (Costa, 1981: 339-ss.), en especialde las áreas occidentales, como el Campo de Aliste(Zamora), donde los terrenos laborables se trabaja-ban comunalmente, haciendo una rozada anual(Costa, 1983: 147-ss.), en la que hombres y mujeresaraban, segaban y pastoreaban, según la tradición deeste antiguo substrato cultural proto-céltico (Alma-gro-Gorbea, 1993: 141-ss.)6. Estas costumbres ances-trales, basadas en la propiedad común de las tierrasdistribuidas por sorteos periódicos (d’Arbois de Juva-inville, 1887), son comparables a las documentadasen otros pueblos indoeuropeos, como dorios (MacDo-well, 1986: 89-ss.), los celtas de Irlanda (Meitzen,1895: 214-ss.), Escocia y Gales (id., 211), el mir delos eslavos (Costa, 1983: 173-174), los germanos,organizados por clanes y parentelas (César, b.G.6,22,2: gentibus cognatibusque), sistema anterior alos clanes gentilicios y a la propiedad privada de latierra.

Las mujeres hacían la labor de la casa y delcampo (Estrabón III,4,17), como entre los Cán-tabros, cuyas hijas recibían la herencia (la casa yel huerto), mientras los hombres, la dote (elganado y aperos), sistema que recuerda el de losPictos, entre los que la herencia se transmitía através de las mujeres y no de los hombres(d’Arbois de Juvainville, 1981: 173). Este contexto,erróneamente considerado como matriarcado, loprecisa Justino (44,3,7): feminae res domesticasagrorumque administrant, ipsi armis rapinis ser-viunt (las mujeres se ocupan de la tierra y la casamientras que los hombres se dedican a la guerra ylas razzias), lo que permite reconstruir la divisiónde funciones entre hombre y mujer en aquellasociedad de pastores-guerreros, en la que laactividad varonil era la ganadería, la caza, laguerra y las razzias de ganado, como en otrasculturas célticas arcaicas, como los fionna de lospoemas épicos irlandeses (McCone, 1986).

Este contexto explica la alusión al origo de losLusitano-Galaicos, claramente diferenciado del mun-do celtibérico y sus zonas de influencia. Untermann

6 También en Entrerríos, a orillas del Limia, el concejo de vecinos ejercía la ganadería en común por el sistema de vecera y los camposse “distribuyen en suertes cada año entre las familias, sembrando y recolectando en común, dividiéndose el producto de cada suerte,lo que parece ser continuidad del régimen agrario vacceo” (Costa, 1983: 151).

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(1987) señaló una teórica línea de Mérida a Astorgaque marca una frontera: al oriente aparecen genitivosde plural (González, 1986, Beltrán, 1988) de ‘gentili-cios’ o epítetos de clanes familiares (Almagro-Gorbea,1994: 50), mientras que al Occidente aparece elsigno), cuya interpretación más verosímil es la de loscastella7 o castros que articulaban la sociedad y suterritorio, bien documentados por la Arqueología(Albertos, 1975, id. 1988, Pereira, 1982, Carballo,1993, Almagro-Gorbea, 1994), protegidos por suspropias divinidades específicas, como Aetobrigus,Lanobrigae o Band(ua) Araugel(ensis), representadacomo Fortuna-Tyché, por ser la divinidad de toda lacolectividad (Blanco, 1959, de Hoz, 1986: 39-ss.,García Fernández-Albalat, 1990: 112-ss., 123-ss.). Enconsecuencia, la citada distinción onomástica confir-ma la diferente organización social del substrato‘proto-celta’ conservado en el Occidente respecto alas poblaciones ‘celtiberizadas’ que se extendieronpaulatinamente por toda la Hispania indoeuropeadesde las altas tierras del Oriente de la Meseta y elSistema Ibérico (Almagro-Gorbea, 1992: 390-ss.,Almagro-Gorbea y Lorrio, 1987: 115).

Estas gentes ofrecían una primitiva estructuraguerrera de base pastoril, con castros fortificados ypequeñas bandas de guerreros dedicados al pillaje.Los conflictos serían entre poblados vecinos, resuel-tos por medio de emboscadas y guerrillas, junto a lalucha de campeones que evidencian espadas comolas de Castelo Bom, Guarda (Nunes y Rodríguez,1957) o Vila Mayor, Sabugal (Coffyn, 1985: f. 11,1),que indican que el combate individual estaba gene-ralizado al inicio del Bronce Final.

Esta sociedad guerrera conservaría costumbresancestrales, como estar organizada en clases deedad y en fratrías, estructura social que implicabatambién la diferenciación de roles por sexos y explicaque conservara tradiciones rituales de origen indoeu-ropeo, como las ‘saunas’ y ritos vinculados a peñas ydepósitos de armas procedentes del substrato cultu-ral atlántico.

Su ideología y vida guerrera la comparaEstrabón (III,3,6) con la de los lacedemonios, puescomían por orden de edad y timé o prestigio (Str.III,3,7), como los galos (Ateneo 4,152), rito deconvivialidad que trasluce clases de edad, como losdorios en Grecia (MacDowell, 1986: 113-ss.) y las

primitivas curias de Roma. Apiano (Ib. 71), Diodoro(33,21) y Estrabón (III,3,7) refieren que los guerrerosrealizaban juegos gimnásticos, combates rituales y enla guerra “cantan peanes cuando atacan” (Diod.V,34), como los lacedemonios (Tucíd. 5,69,2; 5,70),los curetes de Creta, los salios de Roma y Veyes(Aen. 7, 723-4), los guerreros de la India védica(Brelich, 1962: 34), etc., cánticos conservados enritos de iniciación (Jeanmaire, 1939, Brelich, 1962:53). Estrabón transmite su anacrónica panoplia,formada por una pequeña rodela cóncava sinabrazadera ni asa, corazas de lino, cascos de cuero,puñal y dardos, haciendo explícita referencia a lanzas“con puntas de bronce”, (Strab. III,3,6: tinès dèdórati chrôntai ‘epidoratídes dè chálkeai), que confir-ma la perduración de estas costumbres de la Edaddel Bronce en ritos iniciáticos, como los salios deRoma (Martínez Pinna, 1981: 128-ss.). La lanza seríasu arma esencial, como entre dorios (de dôry, asta),lacedemonios (Tirteo, frag. 5,6 y 19,13 W), que sólocuando ésta se rompía usaban la espada (id. 11,30y 34; Herod. 7,225,3), quirites romanos (Massa-Pairault, 1986: 31-ss.), ióvies òstatir (iuvenes hastatio ‘jóvenes lanceros’) de Gubio (Prosdocimi, 1984:VIIa, 49-50, 212-213) o gaesati celtas (de gaesum,lanza), uso que explica topónimos y etnónimoshispanos como Lancia (Floro, Epit. II,33), Lanciensesastures (Plin. IV,118) y Lancienses Oppidani yTranscudani (Alarcão, 2001: 295-ss.), derivados delancea, palabra de origen celta hispano (‘lusitano’),según indica Varrón (ll. XV,30,7).

Los jóvenes en edad militar, la iuventus,formaban grupos dedicados a la caza, la razzia y laguerra (Diodoro V,34,6) en territorios alejados de supoblado para probar su valor antes de ser admitidosen la sociedad, además de servir para regular elexcedente demográfico y permitir el enriquecimientopersonal con el botín, generalmente ganado. Estasfratrías guerreras (García Fernández-Albalat, 1990,Ciprés, 1990, Peralta, 1991), practicaban una vida delatrones, con ritos iniciáticos y costumbres como elver sacrum y las razzias, como Rómulo y Remo yCaeculus en el antiguo Lacio, forma de vida propia desociedades pastoriles-guerreras preurbanas. Diodoro(V,34,6) precisa que “los que en edad viril carecen defortuna y destacan por su fuerza física y valor ... conlas armas se reúnen en las montañas y formanejércitos, recorren Iberia y amontonan riquezas por

7 Este signo) también se ha considerado alusión a las cognationes o syngéneia, grupos de parentesco matrilineales documentados porEstrabón (III,3,7 y III,4,17.18) y por inscripciones (da Silva, 1986: 267-ss., Pereira 1993, Rodríguez Colmenero, 1997: 181-ss.).

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medio del robo” y Estrabón (III,3,5) señala que “enla región entre el Tajo y el país de los Ártabros(Lusitania) habitan unas treinta tribus... la mayorparte de éstas han renunciado a vivir de la tierra yse dedican al pillaje, luchando constantemente entresí y cruzando el Tajo para atacar a pueblos vecinos”,siendo su zona de correrías las regiones occidentales,Beturia, Vettonia y Gallaecia (Ap. Ib. 56-57, 67-70;Orosio 5,5,12), hasta que Roma acabó con su génerode vida. Su carácter primitivo explica su resistencia almundo más civilizado, aunque las áreas ruralesmantuvieron su cultura más allá del Imperio Romano,como evidencia el testimonio de San Martín de Braga(De correc. rust.), pues algunas formas de vida hanperdurado desde época medieval hasta nuestros días,como lo testimonian los ritos en determinadas peñasoriginarios del mundo proto-celta mantenidos hastala actualidad (vid. infra).

Este tipo de organización guerrera pregentilicia escomparable a las fratrías de otros pueblos indoeuropeos(Benveniste, 1969, 1: 222-ss., McCone, 1986, id. 1987)originarias de la Edad del Bronce y anteriores a la orga-nización urbana, cuya tradición pervivió en el campo ri-tual e iniciático (Almagro-Gorbea y Álvarez-Sanchís,1993). Guerreros de este tipo eran los Harii germanos(Tac. Germ. 43) y la épica celta describe bandas de gue-rreros infernales, como los sihsluagh, dependientes deLug y de Ogmios, divinidades relacionadas con el MásAllá y los fianna del Ciclo de Finn, el más antiguo de laépica irlandesa, anterior a la realeza (McCone, 1986,García Fernández-Albalat, 1990: 207-ss.). Estas fratríaso bandas estarían dirigidas por un jefe carismático o dux(id., 1990: 109-ss.), el individuo más poderoso, dotadode propiedades heroicas sobrenaturales como los gue-rreros representados en las estelas lusitanas y el mismoFionn, jefe de los fionna, héroe de infancia extraordina-ria relacionado con el sidh o Más Allá, desposado con laTierra y dotado de fuerzas mágicas. Al dux se unían porla devotio (Ap., Ib. 71; Livio 25,17,4; id. 38,21), docu-mentada entre los Vettones (Ap., Ib. 56-57, 67-69), tra-dición característica de este substrato que perdura hastaViriato (García Fernández-Albalat, 1990: 238-ss.) y Ser-torio (Etienne, 1974).

La personalidad de la Lusitania la confirmanlos datos lingüísticos. El ‘Lusitano’, acertado nombredado a su lengua, se documenta en cinco inscripcio-nes en alfabeto latino de época romana halladas enArranches, Arroyo de la Luz, Cabeço das Fraguas yLamas de Moledo, más otros raros testimonios,como las de Fonte do Idolo de Braga y Monsanto deRibeira (vid. supra).

El Lusitano es una lengua indoeuropeaoccidental antigua, diferente de las lenguascélticas conocidas y más próxima a las itálicas.Conserva la p- inicial, procedente de *p- indoeu-ropea, que la diferencia de las lenguas celtas s.e.por ser un arcaísmo anterior a la pérdida de la/p/ inicial e intervocálica en las lenguas celtas, p-inicial que subsiste en el topónimo páramo (Unter-mann, 1997a, Ballester, 2004), en hidrónimos comoPalantia o Pisoraca, en etnónimos como los Paesuriy Pallantienses Lusitanos, los Praestamarici Galai-cos, los Polibedenses y Bletissama entre losVettones, los Pelendones entre los Celtíberos y enantropónimos como Pintius-Pintamus o Pissoracus(Untermann, 1965: 19, Albertos, 1983: 867-ss.,Villar, 1994) y en el teónimo lusitano Pala (id.,1995, Prósper, 2002: 43-ss.). Además, el Lusitanoha perdido la semivocal w > Ø ante vocal (*owila> *ovila > *ofila > *ohila > oila ‘oveja’) como elantiguo Irlandés, lo que no ocurre en Celtibéricoy lo aproxima al mundo atlántico. Además, elLusitano se relaciona con lenguas itálicas por laetimología de teónimos y vocablos como Cossue(Consus latín), Segia (Seia latín), Iovea(i) (Ioviaen marrucino), Pala (Pales latina), comaiam(gomia, umbro), porcom (cerdo, en latín por-cum), taurom (toro, en latín taurum), oila<*owila(oveja, en latín ovis, ovicula), además delablativo en -id y la copulativa arcaica inde (Villar,1995, Prosper, 2002: 355-ss.).

Por ello, la clasificación del Lusitano es contro-vertida. Unos lingüistas la excluyen de las lenguasceltas al considerar que Lusitano y Celta seríanlenguas indoeuropeas próximas y hermanas (Tovar,1960: 112-ss., id. 1985, Schmidt, 1985, de Hoz, 1983,Gorrochategui, 1987, Villar, 1991, Prósper, 2002, deBernardo, 2002). Pero otros autores la considerancéltica (Untermann, 1987: 67-ss., id., 1997a, Prosdoci-mi, 1989, Ballester, 2004), lo que avala la etimologíade los antropónimos, topónimos y teónimos y elcarácter celta de los pueblos indoeuropeos deOccidente. Además, este substrato lingüístico seextiende por un amplio cuadrante NW de Hispania encoincidencia con otros elementos culturales comodepósitos de bronces en ríos y peñas rituales, lo queindica un mismo sistema cultural ya establecido en laEdad del Bronce, que cabe considerar como ‘protocélti-co’.

La personalidad de los Lusitanos la confirmansus antropónimos (vid. supra), pero, además, losnombres extendidos desde Celtiberia a la Vettonia

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apenas penetran en Lusitania, como Ambatus, Calae-tus, Segontius o Tritius (Untermann, 1965, Albertos,1973, id. 1983, Abascal, 1994, AAVV, 2003), lo querefleja la misma frontera que marca la ausencia enLusitania de los genitivos de plural (González, 1986,Almagro-Gorbea, 1993: f. 6B) y las fíbulas de caballito(Almagro-Gorbea y Torres, 1999) de las élites gentili-cias celtibéricas.

La relación entre todos estos elementos cultu-rales indica que los Lusitanos proceden de un arcaicosubstrato indoeuropeo común a celtas e itálicos quedebió diferenciarse en fecha muy antigua, probable-mente en el III milenio a.C., antes de la formación delas restantes lenguas célticas, lo que explicaría loselementos celtas e itálicos comunes que ofrece y sucarácter indoeuropeo arcaico, conservado hasta laromanización en las aisladas regiones occidentales deHispania, sin llegar a ser eliminada por la expansiónde la Cultura Celtibérica8.

A este substrato corresponde también unareligión indoeuropea muy arcaica, cuyos elementosse relacionan con la religión celta y algunos teónimosy ritos, con la itálica. Sus divinidades eran muyprimitivas, pues parecen numeres bi- o asexuadosque suponen una concepción pre-antropomorfa ca-racterística de los dioses celtas (Kruta, 2000: 575).

Sus testimonios epigráficos, en ocasiones ensantuarios rupestres, aparecen al Occidente de lalínea Astorga-Mérida (Untermann, 1985, id. 1987,Olivares, 2002, Prósper, 2002) y entre ellos cabeseñalar a Bandua, Cossus, Navia, Coronus, Reve,

Pala, Trebaruna, etc,. La inscripción de Cabeço dasFráguas9 recoge un antiguo ritual ancestral muyarcaico, comparable al suoevetaurilium romano y alsautramani indio, inscripción situada en la cumbre deun castro amurallado en un elevado cerro graníticocon una cueva para ritos iniciáticos (Pires, 1995: 92-93), que recuerda el caso de Ulaca entre los Vettones(Álvarez-Sanchís, 2003).

Sin embargo, los ritos funerarios lusitanosapenas se conocen (Cardoso, 2007: 383-ss.), comoes característico en este substrato ideológico, frentea la cremación de los Campos de Urnas y las culturasceltibéricas (Lorrio, 2005), aunque en Occidente sedocumentan algunos casos anteriores (Cruz, 1997,Cardoso, 2007: 388-ss.). Dichos ritos funerarios sepodrían relacionar con divinidades acuáticas y depó-sitos de armas en las aguas (Ruiz-Gálvez, 1995: 25-ss., Almagro-Gorbea, 1996), propias del substratoatlántico (Torbrügge, 1971, Bradley, 1990), queperduraron hasta época romana (Suetonio, Galba,7,12), pues el agua era el acceso al Más Allá(Almagro-Gorbea y Gran Aymerich, 1991: 219-ss.,Green, 1992: 223-ss.), lo que explica mitos como elrío del Olvido (Limia), considerado el paso al Infierno(Strab. III,3,5; Sil.It. 1,236; id. 16,476-7; Liv. Per. 55;Floro, 1,33,12; Ap. Ib. 74; Plut. Quest. Rom. 34; Plin.N.H. 4,115; etc.).

También son característicos de dicho substratoreligioso ritos relacionados con peñas, como ‘altares’ detipo Ulaca (Almagro-Gorbea y Jiménez, 2000) (Fig. 6),‘saunas’ (Fig. 7), que confirman la referencia de

8 Esta hipótesis explicaría la perduración en la Meseta de algunos elementos de dicho substrato, como ritos en peñas, saunas,topónimos, etnónimos y antropónimos en P-, etc., y permite comprender las afinidades de los pueblos del centro de Hispania,incluidos los Celtíberos, Carpetanos, Vacceos, Turmogos, Vettones, Pelendones y Berones con los del Occidente, Lusitanos y Galaicosy con los del Norte, Astures, Cántabros, Autrigones, Caristios y Bárdulos (Almagro-Gorbea, 1993).9 oilam Trebopala inde porcom Laebo comaiam iccona Loiminna oilam usseam Trebarune indi taurom ifadem Reue (Tovar, 1985, Prósper,2002: 41-ss.).

Figura 6. Altares rupestres de Rocha da Mina (Redondo, Évora) y de Ulaca (Ávila).

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Estrabón (III,3,6) a los ritos iniciáticos guerreros dedichas gentes (Almagro-Gorbea y Álvarez-Sanchís,1993) y ‘piedras de responsos’ (Fig. 8), relacionadascon los Lares Viales, característicos de la Hispaniacelta, que ilustran sus creencias en el Más Allá(Almagro-Gorbea, 2006) y que se extienden por todoel cuadrante Noroeste (id., 1996), hasta Axtroki enGuipúzcoa (id., 1974: 87) y Peñalba de Villastar en elSistema Ibérico (Marco, 1986: 746, lám. 1-4) lo quecoincide con los elementos culturales y lingüísticosseñalados.

Las fratrías de los Lusitanos conservaban losritos de iniciación propios de su sociedad guerrera.Estrabón (III,3,6) alude a comidas frugales, como enlas curias romanas (D.H. II,23,2) y a baños secos desudor con piedras candentes seguidos de inmersiónen agua fría y de unciones de grasa10, identificadoscon las ‘pedras formosas’ de la Gallaecia, que lleganhasta Ulaca en la Vettonia (Almagro-Gorbea yÁlvarez-Sanchís, 1993). Estos pastores-guerreros tam-bién practicaban sacrificios sangrientos. Estrabón(III,3,7) narra que hacían hecatombes y sacrificaban

Figura 7. Saunas rupestres de Tongobriga y de Ulaca.

Figura 8. Peñas onfálicas de ‘Rocha das Enamorados’ (Reguengos) y del ‘Canto de los Responsos’ (Ulaca).

10 Estas prácticas iniciáticas hacían invencible al joven guerrero, como Aquiles al ser bañado por Tetis (Dumézil, 1977: 575) o Cuchúlain,tras su baño iniciático, pues estos baños otorgaban la invulnerabilidad y el furor guerrero, rito que ofrece amplios paralelos en pueblosdel Norte y Este de Europa, así como entre itálicos y celtas (Almagro-Gorbea y Álvarez-Sanchís, 1993).

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chivos, prisioneros y caballos a una divinidad guerreraque identifica con Ares y que aparece como Marte enla epigrafía romana asociado a las divinidadesancestrales Cossus, Reve, etc. (Encarnaçao, 1975,Olivares, 2002). Estos sacrificios, en ocasiones deprisioneros (Estrabón III,3,6; Plut., Quest.Rom. 88),permitían adivinar el porvenir (Dumiense, De correct.rust. 8), y en Bletisama, Ledesma, se sacrificaba a unhombre y un caballo para firmar la paz (Livio, per. 48;cf. de Hoz, 1986: 48).

Este fondo religioso tan primitivo ofrece parale-los en el mundo céltico (García Fernández-Albalat,1990: 236, 339, 403) e itálico (Prósper, 2002), comoconfirma su etimología, pero los principales teónimosidentificados, como Bandua, Cosus, Navia son de tipocéltico (Unterman, 1985, Olivares, 2002), aunquepróximos al fondo religioso indoeuropeo y másarcaicos que los dioses conocidos de los celtas, comoBormanicus, mientras que Toudadicoe (Olivares,2002: 77-ss. y 94) es un epíteto que se identifica conTeutates, la divinidad suprema de los celtas, asociadaa Crougiai¸ que ya Schmoll (1959: 40) interpretócomo ‘altar’ por su semejanza con el irlandés crúach.

Etnogénesis de Lusitanos y Vettones.

El análisis comparado de los teóricos procesosde etnogénesis que diferenciaron a Lusitanos deVettones desde un substrato etno-cultural bastantesimilar permite plantear interesantes hipótesis sobresu origen. Las características señaladas se relacionancon un mismo sistema cultural, que caracteriza a losLusitanos, pero hay que avanzar en el problema desu origen y de cuándo y cómo se han indoeuropei-zado las regiones atlánticas y, en general, la antiguaHispania.

Arqueología y Lingüística documentan las inte-resantes características etno-culturales de los pueblosdel Occidente (da Silva, 1986, Martins, 1990, Alarcâo,1992, Martins y Jorge, 1992, Vilaça, 1995), que yaatrajeron en la Antigüedad la atención de Posidoniosy Estrabón (III,3), quienes consideraron dichaspoblaciones las más primitivas de Hispania, hechomal interpretado como un tópico (Bermejo, 1983),pues reflejan restos ancestrales de enorme interéspara los estudios protohistóricos.

Los Lusitano-Galaicos que habitaban las regio-nes occidentales y otros pueblos del Norte deHispania, alejados de las corrientes civilizadoras delMediterráneo, mantuvieron gracias a sus formas de

vida ancestrales refractarias al mundo civilizado de laAntigüedad un substrato ‘protocéltico’ que es comúna Lusitanos, Galaicos, Vacceos, Vettones, Cántabros,Astures, Turmogos y Pelendones (Almagro-Gorbea,1992, 1996). La investigación actual de dicho substra-to obliga a interpretar conjuntamente datos arqueo-lógicos, lingüísticos, religiosos y las referencias histó-ricas y etno-arqueológicas, pues sólo en conjunto secomprende su sistema cultural y su etnogénesis. Lacultura material de dicho substrato refleja tradicionesdel Bronce Atlántico y elementos lingüísticos yreligiosos de tipo indoeuropeo muy arcaicos, caracte-rísticos de la Edad del Bronce, a lo que deben su granpersonalidad, aunque perdurarán hasta la Edad delHierro, en algún caso con paralelos en el mundocéltico más evolucionado (Almagro-Gorbea, 1992).

La secuencia arqueológica del cuadrante No-roeste de Hispania no ofrece indicios de discontinui-dad atribuibles a la llegada de nuevas gentes antesde los Campos de Urnas del Noreste, por lo que loselementos indoeuropeos señalados deben considerar-se anteriores a dicha cultura, como confirma larelación de su substrato con el Bronce Atlántico. Estehecho descarta movimientos humanos masivos, nodocumentados en el registro arqueológico, puesapenas se perciben cambios culturales notables a lolargo de la Edad del Bronce. Esta continuidad parececoherente con la pervivencia del substrato indoeuro-peo arcaico ‘protocéltico’ en la organización social, lalengua y la religión desde la Edad del Bronce.

El culto a las peñas se documenta ya desde elCampaniforme en Peñatú y en Fraga da Pena (Valera,2007: lám. 5,2-3), en el Bronce Final en Axtroki y enla Edad del Hierro en Ulaca y Peñalba de Villastar,siempre asociado al culto solar (Almagro-Gorbea,1996a) y también los depósitos de armas en cuevasy peñas aparecen ya en el Bronce Atlántico Antiguoy Medio y prosiguen hasta el Bronce Final en lasaguas (Almagro-Gorbea, 1996a, Vilaça, 2006), por loque su origen se remonta igualmente al Campanifor-me, como confirman los depósitos con armascampaniformes evolucionadas, como alabardas detipo ‘Carrapatas’, puñales, espadas cortas y puntas dePalmela (Harrison, 1974, Almagro-Gorbea, 1976). Lamisma continuidad y origen ofrecen las estelas deguerrero, cuyos ejemplares más antiguos son delCampaniforme evolucionado, como la de Longroiva(Almagro, 1966: 108, lám. 30, Cardoso, 2007: 337),aunque prosigan a lo largo de toda la Edad delBronce, en la que documentan la continuidad yevolución de las élites guerreras (Vilaça, 1995: 402-

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ss., Almagro-Gorbea, 1997: 208, Celestino, 2001),cuyo origen se remonta al Campaniforme, cuandoaparecen las primeras tumbas con ajuar característicode ‘guerrero’. En consecuencia, el origen del substra-to cultural lusitano procedería del Campaniforme, loque explicaría las características de la Edad delBronce de los elementos analizados.

Por otra parte, la dispersión de las armas en lasaguas y de las peñas rituales desde el Campaniformecoincide con el substrato lingüístico ‘lusitano’ queconservó la p- inicial, como documenta la palabrapáramo. Esta coincidencia se repite en las ‘piedras deresponsos’ relacionadas con los Lares viales y en las‘saunas castreñas’ asociadas a ritos iniciáticos deguerreros armados con lanzas de ‘punta de bronce’(Estrabón III,3,6; cf. Almagro-Gorbea y Álvarez-Sanchís, 1993), coincidencia que confirma que estaestrecha asociación de elementos lingüísticos, ideoló-gicos y sociales señalados corresponde a un mismosistema cultural muy arcaico cuyos elementos ar-queológicos de la Edad del Bronce permiten fecharlos lingüísticos, sociales y religiosos asociados.

El origen de este substrato cultural caracterís-tico de pleno Bronce Atlántico se rastrea desde elCampaniforme (Gallay, 2001, Kruta, 2000: 123-ss.,Brun, 2006, Almagro-Gorbea 2008, e.p.), aunquealgunos elementos sólo se documenten en el BronceFinal. Este substrato cultural polimorfo se extiendepor todo el cuadrante Noroeste de Hispania, desde elAtlántico hasta el Guadalquivir y el Sistema Ibérico,incluida la Celtiberia, donde aparecen algunos ele-mentos arcaicos en menor proporción por ser restosdel substrato en vías de desaparición al desarrollarsela Cultura Celtibérica.

Las características, continuidad y dispersiónconjunta de los elementos de este substrato obligan aconsiderarlo ‘protocelta’ (Almagro-Gorbea, 1996) yexplica las afinidades entre los pueblos del Centro,Occidente y Norte de Hispania hasta los procesos deetnogénesis de la Edad del Hierro, cuando pasó a serabsorbido al surgir y expandirse a partir del siglo Va.C. la Cultura Celtibérica con elementos originarios delos Campos de Urnas (Lorrio, 2005), en un procesoparalelo a las migraciones celtas por Europa. Por ello,estos avances en el conocimiento de los procesos deetnogénesis del II milenio a.C. en la Península Ibéricapermite comprender mejor la indoeuropeización deEuropa Occidental, pues la lengua celta queda fechadaen la Edad del Bronce por los más antiguos elementosarqueológicos relacionados con dicha lengua.

En el Noroeste de la Península Ibérica elLusitano, aunque fechado en el siglo I de JC., procedede esta tradición del Bronce Atlántico, que se remontahasta el Campaniforme, lo que supone que suaparición en la Península Ibérica es anterior al 2000a.C.. Esa cronología indica que el tronco común celto-itálico del que procede se fecha en el III milenio a.C.,c. 2500 a.C., lo que supondría para el Antiguo Europeouna fecha aún anterior, sin precisar más cuando se hapodido desprender del proto-indoeuropeo, aunqueparece lógico que fuera antes del 3000 a.C..

Los celtas de Irlanda pueden explicarse conuna hipótesis semejante. El Irlandés actual procededel Celta Goidélico sin solución de continuidad,documentado desde el siglo V de J.C.. Sin embargo,sus ciclos mitológicos son anteriores y alguno, comoel de Cuchúlain hace referencia a yacimientosarqueológicos como Emain Macha, corte del reino delUlster, documentado desde el Bronce Final, c. 900a.C. (Raftery, 1994: 75), aunque prosiguió hasta laEdad del Hierro, por lo que los mitos épicos celtasreferentes al mismo arrancan, al menos, al BronceFinal Atlántico (1400-700 a.C.). Además, la ausenciade ruptura en la secuencia cultural de Irlanda durantela Edad del Bronce permite sostener que la presenciacelta se remonta, al menos, al Bronce Atlántico, c.1800-1400 a.C. (Waddel, 1995), lo que de nuevoapunta al Campaniforme como tronco ‘protocelta’común, como ocurre en la Península Ibérica.

En el Norte de Italia, por el contrario, lapresencia de gentes de habla celta se remontaría alBronce Reciente (c. 1400 a.C.), pues el ‘Leponcio’(Lejeune, 1971, Prosdocimi, 1989a, Eska, 1998),relacionado con el Celto-ligur, corresponde a laCultura de Golaseca (900-450 a.C.) de los celtasinsubres (Kruta, 2000: 684), que derivan directamen-te de la Cultura de Canegrate, un grupo de Camposde Urnas desgajado de Europa Central hacia el 1400-1200 a.C. (De Marinis, 1988, id., 1991). Este hechoconfirma el carácter celta de la Cultura de losCampos de Urnas en Centroeuropa y de la Cultura delos Túmulos (1800-1400 a.C.), que constituye suinmediato precedente, así como de las culturas deHallstatt (750-500 a.C.) y de La Tène (500-50 a.C.),cuya relación con los celtas ya es segura por lasreferencias de Herodoto y la expansión de los galos,cuya lengua se documenta desde el siglo III a.C. enlas Galias y aún antes en Italia. Pero, a su vez, laCultura de Campos de Urnas (1400-750 a.C.) enCentroeuropa procede sin solución de continuidad,por lo que también esta última se atribuye a celtas

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o ‘protoceltas’, lo que de nuevo lleva a que elCampaniforme sea el tronco común de todas laslenguas y grupos ‘protoceltas’ de la Edad del Bronceen Europa Occidental.

La Cultura de los Campos de Urnas (1400-750a.C.) se extendió por el Noreste de la PenínsulaIbérica a partir del 1200 a.C. y, desde el Valle delEbro, algunos grupos alcanzaron la Celtiberia a finesdel II milenio a.C.. Con estos elementos culturales seha relacionado la aparición de la cultura y la lenguaceltibéricas (Ruiz Zapatero y Lorrio, 1999), aunque laCultura Celtibérica se debió formar hacia el 600 a.C.y llega sin solución hasta época romana, cuando,desde el siglo III al I de JC. se documenta elCeltibérico, legua celta asociada a la Cultura Celtibé-rica (Lorrio, 2005), cultura que se expandió sobre elanterior substrato del Bronce Atlántico, proceso quecomprueba, de forma indirecta, la mayor antigüedadde éste y, en consecuencia, la etnogénesis y lacronología propuestas.

Todos los indicios apuntan a que el troncocomún ‘protocelta’ se relacionaría con la expansión delCampaniforme, mientras que los distintos grupos‘protoceltas’ señalados deben relacionarse con elorigen de las distintas lenguas documentadas en laEdad del Hierro, cuyo origen común se remonta a la

Edad del Bronce en el II milenio a.C.. Esta cronologíaes claramente anterior a la mantenida tradicionalmen-te para los celtas identificados exclusivamente con lasculturas de Hallstatt y La Tène, pero, además deajustarse a los datos arqueológicos y culturales,supone que el proceso de etnogénesis de los celtas fueparalelo al de otros pueblos indoeuropeos comogriegos, germanos o itálicos, documentados al menosdesde el II milenio a.C., que en esas fechas ya seconsideran plenamente formados, aunque aquí se useel término ‘protocelta’ para limar susceptibilidades.

Esta interpretación rechaza definitivamente comoobsoleta la llegada inicial de los Celtas a Hispania, lasIslas Británicas y otras áreas del Atlántico a partir dela Edad del Hierro desde las culturas centroeuropeasde Hallstatt y de La Tène o, como mucho, desde losCampos de Urnas del Bronce Final, como ya admitenalgunos autores (de Hoz 1992, De Bernardo, 2002:97), pues el Bronce Atlántico corresponde a gentesceltas que no derivan de dichas culturas centroeuro-peas (Almagro-Gorbea, 1995, Waddel, 1995), nisiquiera de la anterior Cultura de los Túmulos,contemporánea al Bronce Atlántico, lo que de nuevoapunta a que sea el Campaniforme el primersubstrato ‘protocelta’ común a todas las áreasseñaladas, incluidas las Islas Británicas (Fig. 9).

Figura 9. Origen de la etnogénesis de los celtas (sobre mapa de los celtas de P.M. Duval, modificado).

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El final del largo proceso de etnogénesis de losLusitanos se conoce mejor. La expansión de losCeltíberos hacia Occidente queda documentada portopónimos en Seg- y en -briga, por antropónimosrelacionados y por los genitivos de plural queacentúan la personalidad de los Vettones, expansiónque alcanzó su apogeo ya con la presencia de Roma,que la cortó bruscamente. Esta expansión suponíauna nueva estructura socio-ideológica, gentilicia yclientelar con el consiguiente abandono paulatino delas estructuras sociales ancestrales de la Edad delBronce conservado en las zonas más occidentales,como Lusitania. Este proceso explica el carácter‘protocelta’ arcaico, próximo al substrato indoeuro-peo, de dichas regiones (Almagro-Gorbea, 1993), deacuerdo con la visión de Estrabón (III,3,7), queconsideró a sus poblaciones las más primitivas deHispania, reflejo de su mayor arcaísmo, frente a losCeltíberos, que dicho autor ya considera togâtoi ocivilizados (Str. III,2,15; 4,20).

Las Guerras Lusitanas representan la fasefinal de este proceso milenario. Los Lusitanos a partirdel II a.C. desarrollan federaciones o symmachíai concaudillos electos, como Césaro, Púnico y el mismoViriato, lo que les permitía presionar y extendersehacia el Sur, contrarrestando las presiones recibidasen el siglo V a.C. de Vacceos y Célticos, presionadosa su vez por los Celtíberos. Esta expansión lusitanatraspasó la cuenca del Guadiana, su frontera desde elPeríodo Orientalizante, y alcanzaba el valle delGuadalquivir en el momento de su mayor pujanza,que coincide con su enfrentamiento a Roma.

Al margen de episodios famosos que transmi-ten las fuentes clásicas, esta expansión lusitanaevidencia su evolución desde bandas de latronescon un armamento y organización primitiva de laEdad del Bronce, mantenida en áreas septentriona-les (Strab. III,3,5-7; Diod. V,34,6), hacia unejército organizado, como el de Viriato, capaz deasimilar las tácticas de guerra romanas, aunqueadoptaran su tradición de adaptarse al terreno y la‘guerra de guerrillas’, en la que han sido uno de losmejores ejemplos en la Historia. De forma paralelaevolucionó la sociedad y el sistema político. Viriatono es ya un ‘pastor-guerrero’ de la Edad delBronce, pues su estrategia contra un enemigo

mucho más poderoso, su capacidad de organizar ymandar grandes contingentes y su dominio sobreciudades en un amplio territorio supone que losLusitanos estaban conformando entidades estata-les semejantes a las de Turdetanos y Celtíberos,con symmachíai o confederaciones que Romaabortó en su fase formativa por el peligro que paraella suponían. Viriato11 constituye un precedente deSertorio y, por ello, sin este ensayo frustrado, esdifícil imaginar el inicio de las Guerras de Sertorioapenas dos generaciones después en esa mismazona de Hispania, guerra que ya se enmarca en lasluchas civiles de Roma, circunstancias que permi-ten comprender el papel de la Lusitania en losduros procesos bélicos de conquista de Hispania ycómo se inició su romanización.

*

Frente al ámbito Lusitano aislado y próximoal mundo atlántico, los Vettones son un puebloafín, pero con una celticidad más evidente, aunquetodavía no bien analizada, pues su proceso forma-tivo es difícil y normalmente se elude, aunque sesuelen incluir entre los pueblos celtas sin abordarla relación con éstos. Como toda etnia, losVettones debe considerarse resultado de un proce-so de acumulación diacrónica de múltiples elemen-tos culturales y étnicos, como las fibras queconforman una cuerda, lo que explica sus hetero-géneas características culturales y ayuda a com-prender su proceso formativo y sus semejanzas ydiferencias con otros pueblos próximos, comoLusitano-Galaicos, Vacceos y Celtíberos.

Los Vettones parecen forman parte delconglomerado integrado por Lusitano-Galaicos y,en menor modo, los Vacceos y Astures, querefleja un substrato común y que conforman unconjunto de pueblos prerromanos que cabe consi-derar como ‘celtas’ a juzgar por su culturamaterial, lengua e ideología, según las costum-bres que refieren las fuentes históricas. Lacartografía de estos elementos culturales socialesy creencias comunes permiten reconstruir unamplio territorio en el Noroeste de la PenínsulaIbérica que corresponden a la misma tradición o“substrato” etno-cultural.

11 Viriato no representa el final de este proceso de evolución socio-política de los Lusitanos. La elección de Sertorio como jefe el80 a.C. (Plut. Ser. 10) y sus actuaciones hasta el final de las Guerras Civiles indican que, tras neutralizar Roma a los Celtíberos,los Lusitanos eran el pueblo más combativo de Hispania por haber alcanzado una organización cuasiestatal, capaz de enfrentarsecon eficacia a un ejército tan poderoso como el romano.

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Además, parte de sus características parecenrelacionadas con su control de dos ejes decomunicación de gran interés estratégico y deapertura al exterior de las regiones occidentales.Uno era la Vía de la Plata, por la que llegabanlos estímulos del mundo mediterráneo a travésde los tartesios. Otra era la doble vía que uníade Este a Oeste la Meseta con las regiones delAtlántico a ambos lados del Sistema Central yque, por el Valle del Amblés y el del Jerte,llegaba hasta el Alentejo. Es la vía que debieronseguir los Celtici (Berrocal, 1993), originarios dela Meseta, que, tras pasar por Lusitania, seasentaron en la Beturia, según indica Plinio(III,13-14), por lo que cabe denominarla como“Vía Céltica”. Sin embargo, a pesar de su celtici-dad, estas gentes no deben considerarse Celtíbe-ros, pues los Vettones ofrecen un origen y procesoformativo distinto, que conformó su personalidadetno-cultural.

Los Vettones corresponden al conglomeradode pueblos que puede considerarse “protoceltas”12,como sus vecinos los Lusitanos, pues sus raícesproceden del Bronce Atlántico, que se extendió porlas regiones occidentales de la Península Ibérica yque ofrece afinidades con otras regiones delOccidente de Europa, cuyo origen se retrotrae al IImilenio a.C. y, probablemente, a la Cultura delVaso Campaniforme del III milenio a.C. que seexpandió por toda Europa Occidental y que parececorresponder a una sociedad indoeuropea arcaica ajuzgar por sus características.

Este substrato protocelta de la Edad delBronce se caracteriza por una metalurgia deinstrumentos y armas de bronce atlántica, asociadaa cerámicas incisas y excisas de tipo Proto-Cogotasy Cogotas I, extendido por la Meseta en la segundamitad del II milenio a.C. (Abarquero, 2005), en lasque parecen rastrearse tradiciones campaniformes.Las áreas de difusión de estos elementos arqueo-lógicos coinciden con otros elementos culturalesdocumentados por la arqueología y la etnología,como “saunas rituales”, “altares rupestres” y “pie-dras de responsos” en berrocales. A su vez, lalingüística, documenta este mismo substrato “pro-tocelta” en antropónimos y topónimos como la

palabra “páramo” (Ballester, 2004), coincidenciaque lleva a deducir que pertenecen a una mismacultura, cuya cronología precisan los elementosarqueológicos citados para los lingüísticos y cultu-rales relacionados, lo que data todo este sistemacultural a partir del II milenio a.C..

La diferenciación de los Vettones se inicia yaen su tradición de Cogotas I y a partir de inicios delI milenio a.C. con la Cultura de Soto de Medinilla(Romero Carnicero et al., 1993), que se extendiópor buena parte del Valle del Duero y que secaracteriza por poblados de casas redondas deadobe, con cerámicas lisas cuyas formas ofrecenalgunas relaciones con los Campos de Urnas, perosin su característico rito de cremación en urna,aunque mantuvieron una metalurgia de tradiciónatlántica del Bronce Final (Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís, 2002), sin excluir la llegada de nuevasgentes con la Cultura de Soto de Medinilla.

Al evolucionar la Cultura de Soto de Medinillase generalizaron por el Valle del Duero cerámicasdecoradas con técnicas de incisión e impresión quecorresponden a un tronco etno-cultural “vacceo-vettón” desarrollado tras el Bronce Final a inicios dela Edad del Hierro, probablemente en los siglos VIIIy VII a.C. en las áreas occidentales y centrales dela Meseta, que se diferencia de los Celtíberos de laszonas orientales. Este hecho indicaría un origencomún para Vacceos y Vettones, quienes, desdemediados del I milenio a.C. a lo largo de la Edad delHierro hasta la conquista romana en el siglo II a.C.se diversificaron al orientarse los Vacceos de lasllanuras del Duero hacia una cultura agrícolacerealista, mientras que los Vettones lo hacían haciauna cultura ganadera en las tierras silíceas occiden-tales. Los Vacceos del Valle del Duero ofrecencerámicas con decoración inciso-impresa que, por suinfluencia, llegan hasta los Celtíberos de la MesetaNorte, frente a las cerámicas a peine que a partirdel siglo V a.C. permiten diferenciar la Cultura de losVettones (Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís, 2002).

De forma paralela a su especialización socio-económica ganadera, este substrato celta básica-mente “atlántico”, a partir de fines del II e iniciosde I milenio a.C., se vio alterado por la llegada deinflujos “mediterráneos”, que penetraron muy pron-

12 Este término “protocelta” distingue estos celtas atlánticos de los celtas de Europa Central de los Campos de Urnas, Hallstatt yLa Tène, que explican la etnogénesis de los “Galos” o “Celtas” centroeuropeos conocidos a través de los historiadores griegos yromanos. El filum céltico centroeuropeo de los Campos de Urnas alcanzó la Península Ibérica y contribuyó a la formación de losCeltíberos, asentados en las zonas orientales de la Meseta (Ruiz Zapatero y Lorrio, 1999).

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to por estas tierras occidentales a través de lallamada “Vía de la Plata” (Almagro-Gorbea, 2008),camino natural que, desde la Prehistoria (Galány Ruiz-Gálvez, 2001), unía todas las tierras delOccidente de la Península Ibérica de Sur a Norte,desde el Golfo de Cádiz hasta Asturias y Galicia,tierras ricas en metales como oro y estaño ytambién en ganado (AA.VV, 2008). Esta víaexplica el mayor desarrollo cultural de la Vettoniarespecto a otros pueblos célticos, como Vacceos,Lusitanos y Galaicos del substrato atlántico y losCeltíberos del substrato de los Campos de Urnas.

Por la Vía de la Plata se expandieron hastaAndalucía los guerreros pastores representadosen las “estelas Extremeñas” del Bronce Final(Galán, 1993, Celestino, 2001), elementos queno llegan a la Vettonia, ya entonces diferenciadade la Lusitania, donde dichas estelas parecentener su origen. La apertura al exterior de losVettones la confirman importaciones orientalizan-tes tartesias debidas a la expansión colonial deTartessos (Almagro-Gorbea et al., 2008) hasta laVettonia y la Meseta Norte, como evidencianimportaciones, topónimos como Lippos y antropó-nimos como los Turduli Barduli (Plin. 4,118, PérezVilatela, 2000: 211-ss.), asentados en estaszonas de la Meseta.

Estos contactos se inician en el BronceFinal, a fines del II milenio a.C., con los primeroselementos mediterráneos llegados al Occidentede la Península Ibérica, seguramente en inter-cambio por materias primas como oro y estaño,como documenta el cuenco de bronce precolonialasociado a dos pesados torques de oro delTesoro de Berzocana, en Cáceres (Almagro-Gorbea, 1977: 243-ss.) y, otros elementos “pre-coloniales” como las fíbulas de arco “de lira” y decodo del Cerro de El Berrueco en Salamanca(Fabián, 1987) y azuelas, escoplos y una navajade afeitar de hierro que constituyen los primerosobjetos de este metal en el Occidente de laPenínsula Ibérica, en un contexto de la Culturade Cogotas I de Sanchorreja (Almagro-Gorbea,1993).

Los contactos de la Vettonia con Tartessosse intensifican en el I milenio a.C.. Desde lacuenca del Guadiana, colonizada por poblacionestartésicas como Medellín-Conisturgis (Almagro-Gor-bea et al., 2008), se inició una aculturación de lacuenca del Tajo, como indica la estela epigráfica de

Almoroquí en Cáceres, enterramientos de mujeres“tartesias” de Aliseda, Sierra de Santa Cruz yTalavera la Vieja, en Cáceres (Martín Bravo 1999:114-ss.), y de Casa del Carpio y Las Fraguas, enToledo (Pereira, 1989), el heroon de Torrejón deAbajo, en la Penillanura Cacereña (Jiménez, 2002:246-ss.) y las importaciones de figuras etruscas debronce y de vasos de vidrio para perfumes de lasnecrópolis de la Vera (Fernández Gómez, 1986:821-ss., Celestino, ed., 1999). Estos influjos expli-can oppida orientalizantes que serían colonias ofactorías de gentes tartesias del Guadiana, comoAugustobriga, en Talavera la Vieja, o el Cerro de laMesa, cerca de Puente del Arzobispo (Martín Bravo1999: 106-ss., Jiménez Ávila, ed., 2006).

Al Norte del Sistema Central las importacio-nes orientalizantes son escasas, pero se conocenjarros de bronce, como el de Coca (Blázquez,1975: lám. 12B), son habituales las fíbulas dedoble resorte por todo el Occidente de la Meseta,asociadas al comercio de tejidos y el hierro y segeneralizan cerámicas orientalizantes, como las delCerro de San Pelayo, Ledesma, Salamanca, y LaAldehuela, Zamora (López Jiménez y Benet, 2005,Santos Villaseñor, 2005, Blanco y Pérez Ortiz,2005). Con estos objetos llegaban nuevas ideasdesde los centros urbanos de Tartessos, lo queexplica que los Vettones ofrezcan una culturamás desarrollada que los restantes pueblos deHispania, con la excepción de Tartessos y losiberos de la costa mediterránea. Los grandespoblados de El Berrueco y Sanchorreja se amura-llan poco después del 600 a.C. (González Tablas,1990) y constituyen verdaderos oppida que jerar-quizaban el territorio como centros etno-políti-cos, lo que denota un proceso de transformaciónde las unidades étnicas originarias de la Edad delBronce hacia ciudades-estado, con élites quecontrolaban los principales puntos de paso, enun claro avance hacia una sociedad más comple-ja y estructurada.

En estos contactos meridionales los Vetto-nes adoptaron la escultura de toros desde elmundo turdetano, como evidencian las ranurasparalelas de los cuellos y la disposición frontal delos más “arcaicos” (Álvarez-Sanchís, 2003: 215-ss.), inspirados en prototipos orientalizantes (Cha-pa, 1980: 795-ss.). Broches de cinturón y fíbulasindican nuevas modas de vestir, y se introdujeronritos para el banquete y el sacrificio, a juzgar porel uso de cuchillos afalcatados, asadores, jarros

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y “braserillos” de bronce (Jiménez, 2002, Torres,2002), que denotan que sus élites se inspirabanen las tartesias. Nuevas creencias religiosasllegaban desde el ámbito fenicio y tartesio, comoindican las figuras de bronce de Astart de ElBerrueco (Fig. 10) (Jiménez, 2002: 294-ss.),identificadas con sus propias divinidades celtas(Almagro-Gorbea, 2005), como pudo ser Ataeci-na, divinidad de los Célticos cuyo santuarioestaba en Santa Lucía del Trampal, al Sur de laVettonia. Estos cambios se verían favorecidos porlos matrimonios exógamos documentados porajuares de mujeres tartesias en territorio vettón(vid. supra), que reflejan alianzas extraterritoria-les para facilitar el comercio, contactos con losque se introducirían nuevas ideas favoreciendo elcambio cultural (Martín Bravo, 1998, JiménezÁvila, ed., 2006).

También desde fines del II milenio a.C.,probablemente por las áreas pastoriles del SistemaCentral, debieron llegar hasta el Occidente de laMeseta y el Atlántico pequeños grupos de gentesceltas originarias de la Cultura de los Campos deUrnas establecidas por el Noreste de la PenínsulaIbérica y el Valle del Ebro, que se asentaron en lasaltas tierras del Sistema Ibérico y del Oriente de laMeseta, donde, en contacto con el substrato

anterior, dieron lugar a los Celtíberos (Ruiz Zapate-ro y Lorrio, 1999), derivados de los Campos deUrnas como indican su cultura, lingüística e ideolo-gía. Su tradición pastoril guerrera asociada al usodel hierro, difundido por fenicios y griegos desde lacosta mediterránea a partir del siglo VII a.C., quepermitió conformar una cultura guerrera muyjerarquizada y de gran fuerza expansiva, que, deforma paulatina, a partir del siglo VI a.C. seextendió sobre otros pueblos periféricos, hacia elValle del Ebro, el País Vasco y el centro de laMeseta (Lorrio, 2005).

Sus tradiciones ganaderas explican su prefe-rencia por las zonas occidentales, utilizando la “VíaCéltica” citada del Sistema Central. De este modo,desde mediados del I milenio a.C., las poblacionesde tradición atlántica de la Vettonia sufrieron unacreciente ‘celtiberización’ o “receltización” desde elmundo celtibérico, proceso extendido de Este aOeste que fue ganando intensidad a lo largo deltiempo hasta que Roma cortó la expansión de losCeltíberos.

Este proceso de etnogénesis permite explicarqué elementos de los Vettones proceden delsubstrato atlántico y cuáles del mundo celtibérico.Los Lusitano-Galaicos del extremo Occidente de laPenínsula Ibérica conservaron mejor la tradición

Figura 10. Bronces orientalizantes de Astart procedentes de El Berrueco (Salamanca).

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del Bronce Atlántico hasta que comenzaron a llegarhasta ellos los primeros influjos del mundo celtibé-rico desde las regiones occidentales de la Mesetacuando ya se había producido la presencia romana.Por el contrario, los Vettones, más próximos a losCeltíberos, aún conservaban ritos comunes a losLusitano-Galaicos como las saunas (Almagro-Gor-bea y Álvarez-Sanchís, 1991) y “piedras de respon-sos” (Almagro-Gorbea, 2006) como en el oppidumde Ulaca, creencias con interesantes paralelosindoeuropeos en el mundo celta atlántico y en elfolklore de la Meseta, pero ya habían perdidobuena parte de dicha tradición cultural del BronceAtlántico. A esa misma tradición corresponde elubicar las necrópolis al Suroeste del poblado, comoen el Raso de Candelada (Fernández Gómez, 1986:529), La Osera en relación al oppidum de Mesa deMiranda y en Tamusia (Álvarez-Sanchís, 2003: 172,fig. 67-68), costumbre también documentada entreCeltíberos (Lorrio, 2005: fig. 41,1) y tartesios(Almagro-Gorbea et al., 2008) relacionada con elviaje de las ánimas al Más Allá siguiendo la víaastral del curso del Sol y la Vía Láctea, documen-tadas en la Hispania Celta (Alonso Romero, 1997,Almagro-Gorbea, 2006: 27). Al mismo substratodebe atribuirse el rito de depositar armas en lasaguas, quizás al arrojarse el cadáver cremado a lasaguas para llegar al Más Allá, como el conservadoen la India hasta nuestros días, hipótesis queexplicaría la función de los “depósitos” de armasdel Bronce Final en lechos de ríos y lagunas como

ajuares arrojados con el muerto en su viaje al MásAllá (Torbrügger 1971, Bradley, 1990: 102-103,Ruiz-Gálvez, 1995: 25), ritos que explican lafrecuente ubicación de las necrópolis en zonasinundables de un río (Almagro-Gorbea et al., 2008).

A estos elementos que conforman la perso-nalidad vettona se añaden a partir del siglo V a.C.nuevos influjos llegados del mundo “celtibérico”,entre los que destaca el rito funerario de crema-ción en una urna con deposición de las armas. Estecambio ritual revela la expansión de una nuevaideología socio-política basada en la creencia de un“héroe” fundador protector de la familia, rito quesupone una estructura social gentilicia guerrera,como es frecuente entre sociedades pastoriles, queevolucionó hacia estructuras clientelares cada vezmás estables y amplias, cuya huella pudiera verseen las fíbulas de caballito (Fig. 11a), que se hanatribuido a élites ecuestres gentilicias que contro-laban una sociedad cada vez más compleja (Alma-gro-Gorbea y Torres, 1999: 57-ss.), capaz dedesarrollo urbano. Este cambio se asocia a nuevosantropónimos, como Ambatus, Celtius, y los quecontienen elementos en -genos y -maro- (Unter-mann, 1965, Albertos, 1983) y a divinidadesvettonas como Vaelico y Toga, Ilurbeda y Tritiaecio,ésta con un apelativo característico de la deidad deun grupo gentilicio (Olivares, 2002) y, quizásAtaecina, (vid. infra), cuya extensión coincide,aproximadamente, con la de los verracos13 y conlos genitivos de plural de las organizaciones

13 Los verracos (Alvarez-Sanchís, 2003) no parecen proceder del ámbito celtibérico a pesar de ser el cerdo esencial en la dieta(Almagro-Gorbea, 1995) y de estar presente en la religión y en la mitología celta (Green, 1992: 44-ss.), por lo que los ritos vettonesrelacionados con este animal deben proceder del substrato ‘lusitano’ o del ‘vacceo-vettón’, como indican las fíbulas de cerdito (BlancoFreijeiro, 1988, Cabanes y Cerdeño, 1994), probablemente por representar ‘númenes’ protectores de los prados comunales y de losganados, hasta convertirse en sus fases más avanzadas en símbolos funerarios al ser utilizados como sepulturas (id. 280) dado surelación con el mundo ctónico.

Figura 11a – 11b. Dispersión de las fíbulas de caballito y de los gentilicios.

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familiares de tipo gentilicio (Fig. 11b) en el CampoArañuelo, Plasencia y el Alto Alagón (Olivares,2001: 61), que ya no llegan a la Lusitania ni a laGallaecia, por lo que los elementos arqueológicos,lingüísticos y folklóricos citados marcan la fronteraque permite diferenciar a los Vettones de losrestantes pueblos del substrato “proto-celta” de laEdad del Bronce y precisar su mayor celticidad.

En consecuencia, el proceso de etnogénesis delos Vettones se habría iniciado ya a finales del II mi-lenio a.C. y se intensificó a lo largo del I, hasta al-canzar su plenitud en el siglo V a.C., cuando se “re-celtiza” con la llegada de elementos celtibéricos. Esinteresante que este proceso es paralelo a las migra-ciones celtas que en las mismas fechas se extiendenpor toda Europa y al asentamiento en la Beturia delos Celticos “procedentes de Celtiberia desde Lusita-nia” (Plinio 3,13), que contribuyeron a sumar a Tar-tessos en la grave crisis en la que desaparece de laHistoria (Almagro-Gorbea et al., 2008). Esta expan-sión céltica hacia las áreas meridionales invirtió latendencia de los influjos tartesios Sur a Norte ydebió beneficiarse de la crisis de Tartessos, expan-sión en la que los Vettones conquistarían y acaba-rían por absorber poblaciones de origen tartesio,como Lacimurgi, hasta ser a su vez presionadospor la creciente presión de los Lusitanos cuandoéstos aumentaron su desarrollo socio-cultural y sucapacidad de acción.

*

Como conclusión de este análisis de conjuntode Lusitanos y Vettones resulta patente el interés delestudio interdisciplinar de las etnias prerromanas y la

necesidad de reflexionar sobre la conveniencia deaplicar la metodología aplicada a los estudios de laProtohistoria, que requieren contrastar los datos queofrecen Arqueología, Lingüística, Historia Antigua,Historia de las Religiones y de la Etnoarqueologíapracticada con sentido histórico como el mejormétodo para reconstruir con objetividad y amplitudde criterios la formación y evolución de todos estoscampos de estudio señalados.

La comparación entre Lusitanos y Vettonesrealizada, además de contrastar sus peculiaridades yprecisar aspectos importantes del proceso de etnogé-nesis que ha conformado la antigua Hispania, contri-buye a conocer mejor el origen del mundo celta y dela expansión indo-europea por Europa Occidental.

Lusitanos y vettones ofrecen una larga ycompleja tradición cultural en buena parte común,heredada de una tradición atlántica de la Edad delBronce cuya estructura territorial y socio-política nosería muy distinta entre Lusitano-Galaicos y Vetto-nes, como evidencia su medio ambiente y susprocesos paralelos de etnogénesis (Fig. 12), aunque,en los últimos siglos de la misma, se observa unacreciente diferenciación en la estructura y evolu-ción cultural de ambos pueblos, acentuada en laEdad del Hierro cuando los Vettones, en mayorcontacto con pueblos vecinos, ofrecen un origenparalelo a los Vacceos más la asimilación deelementos orientalizantes en el siglo VI a.C. y laaparición, sobre la tradición pastoril guerreraatlántica, de influjos celtibéricos hasta alcanzarformas de vida urbana prácticamente ya con lapresencia de Roma.

Figura 12. El castro de Cabeço das Fraguas y el oppidum de Ulaca,poblaciones lusitana y vettona relacionadas con santuarios ancestrales.

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Jesús Álvarez-SanchísDepartamento de Prehistoria Universidad Complutense de Madrid

Resumen

En los dos siglos previos al cambio de Era, sedesarrollaron en Europa grandes centros fortificadosy en este período quedaron fijados muchos de losmodelos sociales y económicos que caracterizaríanla cultura europea hasta el final del medievo. El de-sarrollo de estas comunidades se vio beneficiado delas crecientes necesidades que tenía Roma de meta-les, materias primas y esclavos. Las investigacionesllevadas a cabo en el interior de estos centros siguensiendo muy escasas y a menudo resulta difícil preci-sar su evolución. No todos los oppida fueron funda-ciones contemporáneas de la conquista romana. Ladocumentación arqueológica demuestra la existen-cia de asentamientos que ya eran centros importan-tes a comienzos de la Segunda Edad del Hierro eimplican que el comercio inter-regional ya era un fac-tor básico en la época. Este texto aborda el procesode cambio de las pequeñas comunidades del primermilenio a.C. de la Meseta occidental, a la aparición deformas sociales más complejas tipificadas por los gran-des asentamientos fortificados, los oppida de finalesde la Edad del Hierro.

Introducción.

Los últimos años de la prehistoria europea fue-ron una época de grandes cambios. El modelo deasentamiento predominante de pequeñas granjas yaldeas dio paso a la aparición de grandes centrosfortificados, sitios excepcionales que han sido consi-derados como las primeras ciudades del continente.Los vettones y otros pueblos que habitaron el Oestede la Península Ibérica en los siglos inmediatos a laconquista romana, fueron testigos directos de estoscambios. Esta región proporciona una importantísimadocumentación arqueológica sobre las sociedades ga-naderas que allí habitaron y su papel en la formaciónde las primeras ciudades.

Sólo una pequeña porción de vettones vivía enlos oppida, nombre latino que reciben estos centros

(Kornemann, 1942, Büchsenschutz, 1988, Collis,1984), los mayores de los cuales, como Ulaca, LaMesa de Miranda, El Raso o Salamanca, probable-mente alcanzaron poblaciones entre las 800 y las1500 personas (Álvarez-Sanchís, 1999). La mayoríade los vettones vivían en pequeñas aldeas de menosde cincuenta personas. Estos sitios carecían de forti-ficaciones y estructuras complejas y sus habitantesdebían pasar la mayor parte del tiempo trabajandolas tierras del entorno y produciendo comida.

La tecnología de subsistencia y los cambios enel carácter y la tipología de los asentamientos puedeentenderse mejor en relación a las necesidades quetenía Roma de metales, materias primas y esclavos(Cunliffe, 1998). Se está sin embargo menos de acuer-do en las razones de la formación de los centros dela Segunda Edad del Hierro, los oppida de los dosúltimos siglos antes de Cristo (Wells, 2002, Fichtl,2000, Ralston, 2006). De algunos pequeños asenta-mientos se conocen los primeros momentos de ins-talación, pero la evolución de estas comunidadeshacia otras más grandes y complejas no está clara.Centraré mi atención en el sector central de la pro-vincia de Ávila, aunque trataré también los asenta-mientos de otros lugares de la Meseta occidentalcuando lo crea necesario.

De aldeas a ciudades.

Desde el siglo IV a.C. las comunidades vettonasvienen proporcionando numerosas pruebas de la pro-ducción de hierro, de la fundición de bronce, de lafabricación de cerámica, de la confección de tejidos,de la talla en piedra, así como evidencias de produc-ción agrícola y de almacenamiento de alimentos agran escala. Este proceso también se detecta en losajuares de las tumbas, donde una parte de las ar-mas, bronces y cerámicas halladas demuestran laexistencia de intercambios comerciales con otraspoblaciones de la Meseta y el desplazamiento de pro-ductos a grandes distancias, varias generaciones

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antes de la llegada de los romanos a estas tierras.Hay, por tanto, indicios arqueológicos de una crecienteindustrialización entre las comunidades vettonas conanterioridad a la conquista.

La topografía del valle del Amblés, en el centrode la provincia de Ávila, donde hay que destacar unaimportante ocupación humana desde los tiempos fina-les de la Edad del Bronce, ofrece contrastes muy signi-ficativos en los modelos de asentamiento (Álvarez-San-chís, 2003: 28-29). En líneas generales puede hablarsede dos zonas de distribución de yacimientos, por unlado los rebordes montañosos que circundan el valle,erizados de rocas graníticas, con buenos recursos ga-naderos y que agrupan a la mayor parte de los castrosfortificados: Las Cogotas (Cardeñosa), La Mesa de Mi-randa (Chamartín de la Sierra), Ulaca (Solosancho) ySanchorreja. Por otro, las zonas llanas próximas a lavega del río Adaja, ocupadas por yacimientos no amu-rallados y de escasa entidad. Del mismo modo, aunqueconocemos de manera bastante precaria las líneas ge-nerales del poblamiento -faltan prospecciones sistemá-ticas que aborden cómo se estructuran los yacimientoscontemporáneos de menor categoría- hacia este mis-mo momento diversas aldeas fortificadas se distribu-yen en las estribaciones meridionales de la Sierra deGredos, a lo largo del valle del Tiétar -Escarabajosa

(Sta. María del Tiétar), Berrocal (Arenas de San Pe-dro), Castillejo de Chilla (Candeleda), Pajares (Villanuevade la Vera), El Raso (Candeleda)- lo que podría hacer-nos suponer que se está dando un nivel de respuestarelativamente similar.

Una parte de los yacimientos abulenses de la Pri-mera Edad del Hierro -con vasijas y otros materialesarqueológicos bien encuadrables en la cultura del Soto(Fabián, 1999)- desaparecen en el transcurso del sigloV a.C.. El esplendor del castro de Sanchorreja se diluyeprobablemente en estas fechas (González-Tablas, 2005),aunque durante un tiempo pudo persistir una ocupa-ción más esporádica, acorde tal vez con los distintosrecintos amurallados del asentamiento. Algunos frag-mentos cerámicos y objetos de bronce también danpie a sospechar de la existencia de una ocupación hu-mana anterior en el castro de Las Cogotas y en losalrededores de El Raso, pero, los poblados que paulati-namente emergen desde el siglo IV a.C. en la regiónson, en su inmensa mayoría, hábitats de nueva planta(Álvarez-Sanchís, 2003: 27-ss.). Unos pocos se con-vertirán en importantes centros de actividad social,política y económica a finales de la Edad del Hierro.Por sus implicaciones arqueológicas, son especial-mente interesantes los casos de La Mesa de Miranday Las Cogotas.

Figura 1. Castro de Las Cogotas (Cardeñosa, Ávila) y embalse, en primer término.

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Figura 2. Entrada principal, en forma de embudo, del castro de Las Cogotas.

El castro de Las Cogotas (Cardeñosa, Ávila).

Las Cogotas es un poblado amurallado de laEdad del Hierro que se encuentra a unos 6 kms. alSuroeste de la localidad de Cardeñosa, junto al ríoAdaja, en el extremo de la estribación más orientalde la sierra de Ávila y con una cota máxima de 1.156metros. Ocupa una pequeña elevación natural delterreno, con dos llamativos berrocales de granito re-dondeados, a los que debe el nombre (Fig. 1). Elpoblado consta de dos recintos fortificados, uno altoo acrópolis y otro bajo considerado como encerrade-ro de ganados, con tres entradas en cada uno deellos, más compleja y elaborada la principal del re-cinto superior. Los ejes máximos del poblado son deunos 455 metros por algo más de 310 metros, lo queda una superficie intramuros cercana a las 14,5 ha..Aunque el poblado fortificado pertenece a la Edaddel Hierro, algunos materiales de la acrópolis indicanuna ocupación previa a finales de la Edad del Bron-ce.

Entre 1927 y 1931 se realizan las primeras ex-cavaciones sistemáticas en el castro y el cementerio,

dirigidas por Juan Cabré (1930 y 1932). A finales delos años 1980 el sitio fue objeto de nuevas excava-ciones, al construirse un embalse que afectaba a partedel yacimiento (Mariné y Ruiz Zapatero, 1988). Laimportancia del lugar radica en que desde los traba-jos de Cabré ha servido para definir dos importantesgrupos arqueológicos de la Prehistoria reciente delcentro de España (Ruiz Zapatero, 2004). Por un ladola fase del Bronce Final (1200-850 a.C.), que ha ser-vido para la denominación de esta etapa en la Mese-ta como grupo Cogotas I, y por otro lado la ocupa-ción de la Segunda Edad del Hierro (450-50 a.C.),que ha dado nombre a una cultura, Cogotas II, quese extiende por el Sur del centro de la cuenca delDuero.

El poblado de finales de la Edad del Bronceque ocupó una parte del yacimiento de Las Cogotasnos resulta desconocido. Las excavaciones antiguassólo documentaron las cerámicas con decoraciónexcisa y de boquique y un hacha plana de bronceque debieron estar en pequeñas chozas o cabañasque no se han identificado. Tras algunos siglos dedesocupación, en la Segunda Edad del Hierro y apro-

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vechando una horquilla fluvial, se levantaron los dosrecintos amurallados que hoy se ven. El superior oacrópolis ocupa la cumbre en torno a las dos crestasgraníticas y el inferior se extiende hacia el Este y elSur aprovechando una plataforma con poca pendien-te. La muralla es de mampostería de granito, se adap-ta a la topografía buscando los canchales y presentaen el sector Norte, el de más fácil acceso, una seriede engrosamientos a modo de bastiones, delante delos cuales se levantaron campos de piedras hincadaspara dificultar el ataque a la muralla.

El poblado tiene seis puertas, tal vez hubo al-guna más no identificada, y la principal en el lienzoseptentrional tiene forma de embudo para mejorarla defensa (Fig. 2). Parece que existió un camino deronda, empedrado, que ceñido a la muralla recorríapor el interior quizás todo el perímetro del poblado.Las excavaciones antiguas no reflejaron todas lasviviendas excavadas, y sólo resultan identificablesaquellas que se adosaron a la muralla junto a la puerta

principal y alguna que aprovechó afloramientos degranito (Fig. 3). No existió un plan urbanístico concalles y las casas se debieron distribuir adaptándosea la topografía y buscando las zonas más llanas. Al-gunas casas se construyeron fuera de la muralla. Lostrabajos antiguos no documentaron con detalle lascasas, que fueron rectangulares de grandes dimen-siones (entre 20 y 30 metros de largo por 7 metrosde ancho), con divisiones internas y el empleo deadobes de forma estandarizada (40 x 20 x 10 cms.)como se ha comprobado en las excavaciones másrecientes (Álvarez-Sanchís, 1999: 156-157). Otro datonovedoso de estos trabajos ha sido la localización,en el sector meridional del segundo recinto, de unazona de servicios colectivos e industriales que inclu-yó, al menos, un importante alfar o taller destinadoa la elaboración de productos cerámicos, con unaproducción que seguramente iría más allá del ámbi-to doméstico, y un gran basurero de hasta 3 metrosde potencia estratigráfica (Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís, 1995).

Figura 3. Planta de las viviendas excavadas por Cabré en Las Cogotas, junto a la entrada principal de primer recinto.

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Gracias a los vasos y recipientes hallados, sa-bemos que el alfar de Las Cogotas funcionaba en elsiglo II a.C., y que en esa época abarcaba un extensocomplejo de dependencias y hornos que ocupaban algomás de 300 m2. Los hornos eran de tipo sencillo de unasola cámara. Anexo al taller existía una gran depen-dencia que debió servir de almacén de productos aca-bados y como secadero de adobes para la construcciónde casas y otras estructuras. Toda la cerámica recupe-rada en el alfar fue realizada a torno y ofrece una varia-dísima colección de vasos, copas, cuencos, botellas yembudos (Fig. 4). Actividad que debió requerir espe-cialistas, una producción estandarizada y una distribu-ción de los productos cerámicos fuera del poblado.

El vertedero de Las Cogotas se formó en pocotiempo pero su finalidad es difícil de determinar. Mu-chos castros de la Edad del Hierro crecieron de tamañoen esta época porque su riqueza debida a las manufac-turas y al comercio atraía a gentes de las zonas dealrededor. Y, lógicamente, cuanta más gente se con-centrara en estos sitios, más industrias, más producto-res de alimentos y más viviendas se hacían necesariospara poder alimentarlos y alojarlos. Por otro lado, elpeso específico de la ganadería en estas tierras no hacedescabellada la posibilidad de mercados de ganado oreuniones de la población para transacciones comer-ciales y esparcimiento (Álvarez-Sanchís, 2003: 131-137).Semejantes reuniones contribuirían a esparcir restosde comida y otros detritus, incluyendo cerámica rota yhuesos de animales. La acumulación de huesos en elbasurero de Las Cogotas podría apuntar en esta direc-

ción. En algunos sondeos se encontraron hogares yhuellas de acuñamientos de postes. Estos restos sugie-ren estructuras ligeras y no de larga y continuada ocu-pación que apoyarían la idea.

La fundación de la muralla del segundo recintoes contemporánea a la construcción del alfar, pero, almismo tiempo, la existencia de un basurero que seencontró debajo de la primera demuestra que antesde la construcción del taller y las defensas ya existíaalgún tipo de actividad industrial en esa zona. Por tanto,en la secuencia de ocupación del poblado de Las Cogo-tas parece que hubo un primer momento (siglos IV-IIIa.C.) sólo con el recinto superior amurallado y activida-des secundarias en la explanada o arrabal situada alSuroeste, y un segundo momento (s. II a.C.) en el quese decide amurallar este sector. Lo interesante, en defi-nitiva, es comprobar la toma de decisión para esta-blecer una serie de actividades especializadas e in-cluirlas dentro del recinto fortificado de la ciudad. Todoesto ha venido a matizar la interpretación de Cabré,que imaginó este segundo recinto amurallado con lafunción de guardar ganado, la principal fuente de ri-queza de estas comunidades, aunque esta idea tam-poco puede desecharse por completo para otras áreasdel recinto. En resumen, el poblado ofrece una clarazonación con residencia diferenciada por los ajuaresdomésticos entre la acrópolis y el recinto inferior, pro-bablemente las élites viviendo en el primero y la ma-yoría de la población en el segundo y en las viviendasextramuros. Además, la zona con el alfar y el granbasurero implica un uso diferenciado del espacio.

Figura 4. Cerámicas, con defecto de cocción, halladas en el alfar de Las Cogotas(Fotografía, Mario Torquemada. Museo Arqueológico Regional de Madrid).

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A unos 200 metros hacia el Norte de la puertaprincipal del castro y bien a la vista se encontraba lanecrópolis (Fig. 5). Cabré excavó 1469 tumbas de in-cineración, de las que sólo 224 presentaron ajuaresfunerarios (Cabré, 1932). Los enterramientos estabanrepartidos en cuatro zonas bien diferenciadas queparecen responder a líneas de descendencia de gru-pos de parentesco. Las urnas, conteniendo las ceni-zas, se depositaban con el ajuar en hoyos practicadosa escasa profundidad, calzándolas y tapándolas conpiedras o, incluso, con otras vasijas. Otras veces seempleaban estelas de piedra -todavía se conservanen el mismo lugar- para señalar una o varias tumbas.Los ajuares funerarios permiten distinguir en la ne-crópolis cinco rangos distintos (Castro, 1986): 1) éli-tes ecuestres con elementos de prestigio: arreos decaballo, espadas y/o cuchillos, escudos y adornos conincrustaciones de plata; 2) guerreros, individuos conalgunas armas (lanzas y cuchillos) y artesanos (espe-cialmente con punzones); 3) gente con adornos debronce como fíbulas, cuentas de collar y otros; 4) gentecon fusayolas, urnas decoradas y algún anillo y 5) elresto de tumbas sin ajuar (casi un 85% del total), lamasa de población campesina, entre los que podría

haber individuos sin condición libre como sugieren al-gunas fuentes de época griega. El cementerio parecereflejar así una comunidad -estimada en unos 250habitantes (Álvarez-Sanchís y Ruiz Zapatero, 2001)-con diferencias sociales bien marcadas, al menos enlos siglos IV y III a.C., que es cuando se fecha conseguridad el cementerio.

El castro de La Mesa de Miranda(Chamartín, Ávila).

La Mesa de Miranda, donde se emplaza el po-blado fortificado del mismo nombre, es un extensocerro amesetado y escarpado, ubicado estratégica-mente en la confluencia de los ríos Matapeces y Ri-hondo, a 1145 metros de altitud y 26 kms. al Oestede Ávila. Domina desde lo alto un extenso territorio,que limita al Norte con las tierras llanas y agrícolasdel valle del Duero, y al Sur con las primeras estriba-ciones de la sierra de Ávila, un paisaje caracterizadopor la aparición de grandes canchales graníticos ytierras de pastos, lo que ha servido para resaltar elcarácter ganadero de las poblaciones de la Edad delHierro asentadas en la zona.

Figura 5. Necrópolis de Las Cogotas y estelas, en primer término.

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Es uno de los grandes oppida vettones de laMeseta occidental. Fue descubierto en 1930 y exca-vado por Juan Cabré, su hija Encarnación Cabré yAntonio Molinero entre 1932 y 1945. Los trabajosarqueológicos se centraron fundamentalmente en sufamosa necrópolis, conocida como La Osera, y enparte de las murallas (Cabré et al., 1950). Muchotiempo después, entre 1999 y el 2004, se han lleva-do a cabo puntuales investigaciones y trabajos depuesta en valor (Fabián, 2004, 2005). El yacimientoconserva una espectacular arquitectura defensiva(Álvarez-Sanchís, 2007). Queda protegido por unamuralla de piedra de más de 2,8 kms., dividida entres recintos yuxtapuestos con torres y bastiones queencierran una superficie cercana a las 30 hectáreas.

El primer recinto es el más antiguo, el más inte-rior y el más protegido, y se halla al Norte del yaci-miento. Tiene una superficie de 11,5 ha. y forma aproxi-madamente rectangular. Se trata de un lienzo básica-mente rectilíneo, compuesto por un aparejo de pie-dras en seco colocadas a espejo formando hiladas (Fig.6). Constituye una verdadera acrópolis, con viviendasde piedra de planta rectangular y un camino de ronda

alrededor de la muralla. El recorrido hasta el extremoNorte del castro permite apreciar su estratégica situa-ción, protegido por dos profundos valles y controlan-do el paso a la sierra desde las llanuras del Duero. Seha especulado con la posibilidad de que amplios espa-cios de los otros recintos se destinaran a pastos y guar-dar ganado. No en vano, del interior y de los alrededoresproceden varias esculturas de piedra que representantoros y cerdos. Se distinguen dos partes: la murallapropiamente dicha y una ante muralla (Fig. 7), es decir,una especie de escalón externo a menor altura que,unido al foso y al campo de piedras hincadas, compo-nían los sistemas defensivos complementarios (Fabián,2005: 47). Delante de todo este frente Sur se levantóun campo de piedras hincadas, de más de 100 metrosde longitud, que en la zona de las puertas era muchomás profuso (Fig. 8). Estas lajas de piedra, a menudopuntiagudas y enterradas en el suelo, crean una su-perficie de difícil acceso y desenvolvimiento, tanto parala caballería como para la infantería. En La Mesa deMiranda los hubo también en la zona extramuros delsegundo recinto, aunque sin duda el más imponentees el que queda por delante del primer recinto.

Figura 6. Detalle de uno de los bastiones junto a la entrada del primer recinto del castrode La Mesa de Miranda (Chamartín, Ávila).

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Figura 7. Vista general del foso, muralla y ante muralla del primer recinto del castro de La Mesa de Miranda.

Figura 8. Campo de piedras hincadas del castro de La Mesa de Miranda. Al fondo, muralla del primer recinto.

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El segundo recinto estuvo también totalmenterodeado de murallas, cerrando una superficie de algomás de siete hectáreas. Tuvo al menos dos entra-das, una por el Suroeste y otra por el Sur, ésta últimadefendida por una gran torre de planta circular cuyaconstrucción utiliza el mismo sistema de muralla yante muralla que veíamos en el lienzo Sur del primerrecinto. Sin embargo esta misma torre, en la carainterna, tiene un vistoso aparejo de sillares ciclópeos(Fabián, 2005: 42-43). Esta diferente factura en al-gunas zonas de la muralla, y la propia disposición delfoso y las piedras hincadas del primer recinto, per-mite plantear un momento posterior en el tiempo.

El tercer recinto tiene una superficie de 10,5hectáreas y es rectangular. Su muralla, de 5 metrosde ancho y de carácter ciclópeo, reforzada en algunospuntos con torres cuadradas, se pierde por el Norte aliniciarse la pendiente que cae abruptamente al arroyode Rihondo. Tuvo tres puertas, cada una de ellas dedistinta envergadura. La más importante es la puertameridional. Se trata de un pasillo de casi 12 metros delargo por 4,70 metros de ancho, formado por la mura-lla y lo que Molinero y Cabré llamaron en su día “Cuer-po de Guardia” (Molinero, 1933: 430-433, Cabré etal., 1950: 29-32). El Cuerpo de Guardia es un lienzorectilíneo exento, que remata en dos torres cuadran-gulares en los extremos. Toda la estructura estabacompuesta en ambas caras por un zócalo de piedrasciclópeas de distinta factura y, con objeto de macizar-lo, un relleno de piedras de corte irregular más menu-

das. El tercer recinto es, con toda seguridad, poste-rior a los dos primeros. Una prueba inequívoca, ade-más de la distinta factura del aparejo como hemosvisto, es el hecho de que parte de la necrópolis que-dara dentro del tercer recinto. Los túmulos circularesde piedra que se aprecian inmediatos a la cara inte-rior del flanco Sur, son claros indicadores de la inva-sión de la necrópolis por parte de la muralla (Fig. 9).

La secuencia temporal del castro parece ha-ber sido la misma que el orden de denominación:los dos primeros recintos se levantaron en el trans-curso de los siglos IV y III a.C., que es cuando sefecha básicamente la necrópolis de incineración (Ál-varez-Sanchís, 1999: 161). A éstos se adosaría untercero, cuyas necesidades defensivas debieron serproporcionales a la inestabilidad de la época, segu-ramente en los siglos II-I a.C., en el contexto de lasguerras con Roma (Martín Valls, 1986-87: 81-82).El trazado rectilíneo de los paramentos, la tendenciaa la planta quebrada y los referidos torreones, biendispuestos para la defensa de la entrada principal,son rasgos característicos de la arquitectura militardurante la conquista romana de Hispania (Martín Vallsy Esparza, 1992), y contrastan con el sistema cons-tructivo de los dos primeros recintos, con lienzos con-tinuos y aparejo de piedras más pequeñas como tam-bién se aprecia en el vecino castro de Las Cogotas. Laausencia de materiales romanos marcaría, en todocaso, el final de la ocupación del poblado en tornoal siglo I a.C..

Figura 9. Túmulos funerarios de la necrópolis de La Osera, junto a la cara interior dela muralla del tercer recinto del poblado.

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La necrópolis de La Osera, famosa por su ex-tensión y sus ajuares metálicos -2230 sepulturas ymás de 5000 piezas recuperadas- se localiza en unagran explanada al Sur de las puertas principales delasentamiento, a unos 350 metros al exterior de lalínea que forman las murallas del primer recinto y aunos 100 metros del segundo. Es uno de los cemen-terios más grandes y mejor conocidos de la SegundaEdad del Hierro en la Península Ibérica. Fue excava-do por Cabré en su totalidad, aunque sólo se publicóuna parte (Cabré et al., 1950). Su trabajo permitiódocumentar algo más de 2.100 sepulturas en hoyo,muchas de ellas sin protección o protegidas por unapequeña laja de piedra, y 60 túmulos y encachadosde piedra de distinto tamaño (2-6 metros de diáme-tro) y forma (oval, circular, cuadrangular), que ence-rraban varias urnas. En el interior de las vasijas, comoen Las Cogotas, además de las cremaciones se de-positaron pequeños objetos de adorno personal. Enel caso de que estos objetos fueran armamento máscomplejo o grandes piezas, se colocaban entoncesalrededor de la urna, a veces inutilizándolos con an-terioridad al enterramiento. La erección de algunostúmulos encima de los restos incinerados, como una

especie de hito bien visible, sugiere, tal vez, que elmuerto había sido un importante ancestro que debíaser recordado por las generaciones futuras. Algunostúmulos estaban vacíos, habiendo sido interpretadoscomo cenotafios, es decir, ofrendas a personas muer-tas lejos de su tierra de origen, a cuya alma se lereserva y dedica un lugar entre los suyos.

Los enterramientos de La Osera se distribuyenen seis zonas, claramente separadas entre sí porespacios estériles. Como en la necrópolis de Las Co-gotas, este patrón no responde a distintos momen-tos cronológicos ni a diferencias de los ajuares, sinoal tipo de organización familiar de los vettones (Ál-varez-Sanchís, 2003: 81-ss.). Se ha debatido muchosu significado. Parece que las áreas funerarias estánreflejando un sistema de descendencia lineal en losgrupos familiares cuya economía se basaba en elcontrol de diferentes medios de producción, que nopodemos precisar, y que se enterraban separadamen-te para reforzar simbólicamente sus derechos. Esdecir, es muy posible que cada una de las zonas enlas que se dividía la necrópolis correspondiese a cadauno de los clanes o linajes que vivía en el poblado.

Figura 10. Necrópolis prerromanas del Oeste de la Meseta y tumbas excavadas a partir de losdatos publicados (Álvarez-Sanchís, 2003).

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La necrópolis fue utilizada con seguridad du-rante los siglos IV y III a.C.. Las cerámicas más an-tiguas se elaboraban a mano y se decoraban conincisiones o impresiones. En la fase final del cemen-terio aparecen las cerámicas pintadas fabricadas atorno. Los ajuares funerarios incluían también espa-das de antenas, puñales, lanzas, escudos, brochesde cinturón, recipientes de bronce, fíbulas, joyas yadornos, así como objetos ibéricos de importación,algunas espadas de La Tène, cerámicas griegas y deCampania. Reflejan, por tanto, una extensa red derelaciones comerciales con los pueblos de la Mesetay del Sur de la Península Ibérica, además de la pros-peridad de la comunidad que residía en el castro,que se ha estimado en torno a 400-500 habitantes(Álvarez-Sanchís y Ruiz Zapatero, 2001: 65).

Cementerios y asentamientos:la sociedad vettona.

Los ajuares recuperados en los cementerios deLas Cogotas, La Osera y sus homólogos de El Raso(Candeleda) y Alcántara (Fernández Gómez, 1986,1997, Esteban Ortega et al., 1988), han sido funda-mentales para sistematizar el armamento de tipo celtay la panoplia guerrera en España (Fig. 10). Distintascombinaciones parecen reflejar grupos sociales den-tro de la casta militar: desde sepulturas de guerreroextraordinariamente ricas con panoplias completasque incluyen espada, escudo, una pareja de lanzas yarreos de caballo (Fig. 11), hasta otras -la mayoría-que únicamente llevan armas de asta, es decir, elequipo básico del infante ligero. La sociedad vettonade la Segunda Edad del Hierro era una sociedad des-igual, una sociedad liderada por una aristocracia po-seedora de caballos y armas suntuarias que marca-ba su posición frente a un grupo de guerreros más

amplio con una panoplia más sencilla (Martín Valls,1986-87: 78, Álvarez-Sanchís, 2003: 86-92).

Teniendo en cuenta las tumbas de estos equites ylas tumbas de guerrero sin elementos de atalaje, la pro-porción teórica jinete/infante sería aproximadamente de1/4 en Las Cogotas y 1/6 en La Osera, similar a la pro-porción que se daba entre otras poblaciones célticas yentre los propios celtíberos. Lo que está claro es el im-portante papel de esta clase aristocrática ecuestre, esen-cial para comprender el creciente desarrollo de los oppi-da hacia estructuras de tipo urbano (Fig. 12). Cierta gra-dación también parece factible en las tumbas quepodríamos considerar femeninas, unas pocas con ri-cos elementos de adorno (brazaletes, collares, fíbu-las, broches) y otras con ajuares más pobres. Es ver-dad que no tenemos buenos datos para representarcon precisión las comunidades vettonas. Las necrópo-lis abulenses reflejan una fuerte jerarquización a par-tir de las disimetrías de los ajuares funerarios, peronuestra información queda reducida a lo que sabe-mos de sus élites (Ruiz Zapatero, 2007). En cualquiercaso, hay que tener en cuenta que la inmensa mayo-ría de las tumbas contenían muy pocos objetos o nin-guno, y que sólo unas pocas contenían muchos. Haypocos enterramientos que se puedan relacionar conhombres y mujeres dedicados al trabajo industrial(metalurgia, alfarería, curtido de pieles, trabajo de lapiedra y la madera, etc,.), pero sin duda alguna exis-tieron especialistas como evidencian las herramientashalladas en contextos domésticos de los oppida (Fig.13). Muchos agricultores pueden haber sido artesa-nos a tiempo parcial, e incluso unos pocos en los me-ses de invierno podían embarcarse en pequeñas aven-turas comerciales. A pesar de todo, una estimaciónrazonable es que cuatro de cada cinco tumbas sólocontenían cenizas o la urna cineraria; éstas corres-ponderían a los individuos más humildes.

Figura 11. Ajuar de la sepultura de guerrero nº 270 de lazona VI de la necrópolis de La Osera (Fotografía, MarioTorquemada. Museo Arqueológico Regional de Madrid).

Figura 12. Iconografía del jinete a caballo en los castrosvettones de Las Cogotas (1-2) y La Coraja,

en Aldeacentenera (3) (Álvarez-Sanchís, 1999).

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Si los elementos de los ajuares parecen teneruna carga simbólica y social evidente, la localización delas tumbas y su complejidad constructiva serían otroclaro elemento de distinción social y de relaciones depoder. Por ejemplo, el levantamiento intencionado dealgunos túmulos de La Osera para depositar nuevastumbas en su interior da idea de la reutilización de es-tas estructuras, proporcionando un dato interesante nosólo de cronología relativa sino de posibles relacionesparentales. La transmisión hereditaria de los bienes pudoincluir también un espacio funerario reservado para losmiembros de cada linaje. En relación a estas personasse relacionarían distintos niveles de riqueza, en los quecabe entrever una red de familias y tal vez clientes.Algunas estructuras del cementerio pudieron tenerun significado astrológico. Investigaciones recienteshan valorado la disposición in situ de varias estelasde piedra que fueron utilizadas por los pobladorespara señalar cada una de las zonas en que se dividíael cementerio (Baquedano y Escorza, 1998). Pareceque funcionaron como marcadores de los días másimportantes del año (solsticios de verano e inviernoy fiestas célticas). La distribución de las estelas pa-rece estar asimismo aludiendo a la constelación deOrión en el cielo nocturno, en la época en que fue“diseñada” y usada la necrópolis, lo que refuerza laidea de un sacerdocio institucionalizado entre losvettones.

también el trabajo en los talleres de los oppida y unacierta especialización. En la provincia de Ávila, loscentros fortificados parecen ocupar la cumbre de unpatrón de poblamiento jerarquizado que tenía pordebajo pequeñas aldeas y granjas aisladas (Álvarez-Sanchís, 2003: 45-47). Generalmente estas últimasse asentaban cerca de los ríos, carecían de fortifica-ciones y sus habitantes debían pasar la mayor partedel tiempo produciendo comida. Desconocemos mu-chas cosas de estos pequeños sitios. Se trataría deltipo de asentamiento más numeroso y constituiríabuena parte del tejido de la población rural, pero,como en muchos otros ámbitos, asentamientos deesta categoría apenas se han excavado y el esfuerzoe interés de los arqueólogos se ha dirigido a los si-tios mayores al resultar más rentables en términosde investigación. En algunos casos, como en el valledel Amblés, sus diferencias con los oppida se hantenido en cuenta a partir de dos referentes. De unaparte, los territorios de explotación, que en los sitiospequeños revelan una fuerte orientación agrícola puesse emplazan en el fondo del valle con ricos suelosaluviales. Los oppida presentan, por el contrario, unaorientación ganadera si se atiende a la topografía ycalidad de los suelos. De otra, las funciones de losoppida y los pequeños asentamientos. Los primerosse individualizan porque desarrollaron actividadesindustriales -bien documentado en el alfar de LasCogotas-, estuvieron implicados en redes de inter-cambio -como evidencian las armas de las necrópo-lis y algunas importaciones- y estuvieron fuertemen-te fortificados.

La configuración del poblamiento en la provin-cia de Salamanca y su secuencia cultural ofrece unavisión bastante más compleja (id., 2003: 47-49). Losasentamientos inmediatos al valle del Tormes -Cerrode San Vicente en la misma capital, Ledesma, LasParedejas, etc,.- no albergan ninguna duda sobre lacontinuidad del poblamiento, al menos desde el sigloVII a.C. en adelante. Sin embargo, en las penillanurasoccidentales de la provincia las evidencias son todavíademasiado tenues para esas fechas. Hay que recono-cer que faltan excavaciones y estratigrafías, y segura-mente el desarrollo “urbano” de los castros pudo ha-ber influido en el arrasamiento de estructuras másendebles de épocas precedentes, pero por ahora elfenómeno es demasiado general como para conside-rarlo producto de la casualidad. El apogeo de los po-blados fortificados en esta parte de la provincia ha dellevarse a la Segunda Edad del Hierro (Fig. 14-15).Ahora es cuando se desarrollan Yecla la Vieja (Yecla

La concentración de estos objetos en yacimien-tos específicos demuestra, por tanto, lugares de in-tercambio a nivel de élites y momentos de auge enla cultura material. La obtención de excedentes ali-menticios para acceder con facilidad a las redes deintercambio habría conducido a una expansión delsector agropecuario. Estos excedentes favorecerían

Figura 13. Azadón, azuela, pico, martillo y punteroprocedentes de las viviendas del castro de Las Cogotas

(Fotografía, Mario Torquemada.Museo Arqueológico Regional de Madrid).

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de Yeltes), Las Merchanas (Lumbrales), Irueña (Fuen-teguinaldo), La Plaza (Gallegos de Argañán), Saldea-na, ... Los territorios de explotación ponen de relie-ve cómo los poblados están orientados hacia el apro-vechamiento de recursos ganaderos. También exis-ten importantes minas de hierro, cobre y estaño enlos alrededores. Hasta qué punto la vitalización delpoblamiento en este sector se relaciona con la explo-tación minera del territorio es algo que queda aún pordilucidar (Salinas, 1992-93), pero lo cierto es que re-presentan una estrategia de ocupación muy particu-lar, con núcleos pequeños -la mayoría por debajo delas 5 hectáreas- poderosamente amurallados (fosos,

torres, piedras hincadas) y un significativo nivel deconcentración que desentona del conjunto, faltandode manera general asentamientos de inferior cate-goría, como granjas y pequeñas aldeas.

Esta diversidad de formas de poblamiento enla Meseta occidental parece expresar, sin duda, di-versidad de organizaciones sociales y económicas.Los territorios de explotación de los oppida, las pe-queñas explotaciones rurales, los sitios especializa-dos y sus presuntas actividades y funciones indicanclaramente que las diferencias entre las poblacio-nes de unos y otros debieron existir sin duda algu-na.

Figura 14. Campo de piedras hincadas del castro de Saldeana (Salamanca).

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Figura 15. Muralla y piedras hincadas del castro de Yecla la Vieja (Yecla de Yeltes, Salamanca).

Los vettones y sus símbolos.

Podemos también relacionar el desarrollo delos oppida con parcelaciones importantes en el pai-saje que incluyen esas relaciones de poder. Voy areferirme, en primer lugar, a la ubicación de los fa-mosos verracos, singulares efigies de granito querepresentan toros y cerdos. El área de dispersión deestas esculturas abarca las tierras occidentales de laMeseta, Extremadura y la región portuguesa de Tras-os-Montes, es decir, coinciden en una gran parte conel territorio que las fuentes antiguas adjudican a losvettones históricos.

Sabemos de la existencia de grupos de dos omás esculturas de mediano y gran tamaño, entre 1,50y 2,50 metros de longitud, hallados en las inmedia-ciones de las puertas de los castros vettones de Ávi-la y Salamanca (Fig. 16). Unos pocos verracos deLas Cogotas, La Mesa de Miranda, Las Merchanas(Lumbrales), Irueña (Fuenteguinaldo), Gallegos deArgañán o la misma Salamanca -recuérdese el fa-moso toro del puente romano- tienen como denomi-nador común su relación con accesos y recintos, dato

que permite plantear una función apotropaica, comodefensoras del poblado y el ganado (Álvarez-San-chís, 2003: 56-58). El reciente hallazgo en la base dela torre Norte de la puerta de San Vicente, en lasmurallas de Ávila, de un verraco de 1,70 metros delongitud tallado in situ en la misma piedra, sobre elsubstrato geológico de la ciudad, confirma lo dicho(Martínez Lillo y Murillo, 2003: 280-283). La talla ofre-ce los rasgos naturalistas propios de los grandes cer-dos de piedra realizados a finales de la Edad del Hie-rro -mandíbulas en resalte, extremidades anterioresy posteriores bien representadas, pezuñas- de losque se conocen varios ejemplos en el interior de laciudad y en los castros de alrededor. Esta esculturaservía de cimiento de una primitiva torre romana quetenía su entrada por el mismo lugar que ahora tienela puerta actual, aunque aquella era más ancha. Escasi seguro que la estatua estuviese a la vista enépoca romana, pero tampoco hay que descartar queflanqueara el acceso a lo que debió ser el primitivocastro prerromano del siglo I a.C., tal vez con la sim-bología característica del guardián protector de laciudad (Álvarez-Sanchís, 2008: 169-170).

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Debieron existir más fórmulas de representa-ción y disposición de las esculturas en relación a puer-tas, murallas y recintos, que simbolizarían mágica ysocialmente a los grupos residentes, pero carece-mos de la información arqueológica necesaria paracompletar este panorama. Sin embargo, apenas el20% de las cuatrocientas esculturas conocidas seasocia realmente a un poblado o se halló en torno aél. La localización de estas figuras en el paisaje esimportante a la hora de abordar su significado, y re-cientes investigaciones van en esa dirección (Álva-rez-Sanchís, 1999: 281-294, 2003: 59-63, Ruiz Za-patero y Álvarez-Sanchís, 2008).

Figura 16. Escultura de verraco de Gallegos de Argañán (Salamanca). Se conserva en el Museo de Salamanca.

Sabemos que una parte muy importante de losverracos fueron esculpidos entre mediados del sigloIV a.C. y el siglo I a.C.. Existen indicios claros de quelos mejores pastos de los valles y las fuentes de aguamás próximas fueron referenciados en el paisaje dela época mediante la erección de estas esculturas,que se distribuyen en áreas próximas a los asenta-mientos pero sin asociaciones aparentes a estructu-

tir de bloques de granito de varias toneladas de peso,tendría más sentido desde este punto de vista. Estesería el caso del toro abulense de Villanueva del Cam-pillo (Fig. 17), una de las esculturas más grandesconocidas en el Occidente de Europa, de dimensio-nes excepcionales (2,50 metros de longitud por 2,43metros de altura) y estratégicamente ubicado en laentrada al valle del Amblés por el puerto de Villatoro,

ras o áreas de actividad específica. Además estossitios tienen unas visibilidades en su entorno muyaltas, es decir, parece que se buscaron deliberada-mente puntos en el paisaje que resultaran fácilmen-te identificables. La idea de considerar a los verracoscomo delimitadores de áreas de propiedad se co-rresponde muy bien con el tipo de sociedad jerarqui-zada que se observa en los cementerios excavadosde La Mesa de Miranda y Las Cogotas, con una aris-tocracia que probablemente basaría parte de su ri-queza en la posesión de cabezas de ganado mayor.La fuerte inversión de trabajo que supone la labra deestas esculturas, a menudo de gran tamaño y a par-

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en una de las zonas más ricas en prados naturales,únicos disponibles en los períodos críticos del año.

El conjunto escultórico de Villanueva del Campi-llo se sitúa en el extremo septentrional de una granhoya muy rica en pastos y con abundantes manantia-les (Álvarez-Sanchís y Ruiz Zapatero, 1999). La escul-tura ocupa el lugar más visible de la hoya según seaccede desde el puerto, a una altitud en torno a los1.400 metros. Ofrecen unas excelentes condiciones devisibilidad desde el Sur y el Este, es decir desde dondese accede más fácilmente a la hoya. Es más, en ejesvisuales cada 30º se ha comprobado que la visibilidaddel gran toro de piedra, que se reprodujo con una lige-ra estructura de madera recubierta de tela gris como elgranito de la zona, era real a distancias que oscilabanentre los 1.800 y 2.000 metros. Distancias en las que

Figura 17. Escultura de toro de Villanueva del Campillo (Ávila), una vez restaurada.Se conserva en la plaza del pueblo de la citada localidad.

se puede ver a un grupo pequeño de vacas en movi-miento. El gran tamaño de la escultura -el bloque degranito original superaría las 15 toneladas- absoluta-mente única en el conjunto de la estatuaria vettona,hace muy sugestivo relacionar este tamaño excepcio-

na desde una perspectiva arqueológica necesitamosdos cosas: primero, que surgiera una identidad degrupo en el pasado, básicamente un reconocimientoconsciente de diferencia en oposición a otros, y se-gundo, que ese grupo utilizara símbolos para marcar

nal con su posición de entrada y acceso al valle delAmblés. En otras palabras, un referente visual para los“extraños” que accedieran al valle, de la riqueza de lascomunidades vettonas del Amblés. La creación de estemonumento fue un episodio importante y sin duda jugóun papel activo dentro de un sistema social todavíamás amplio. Es un símbolo del poder de quien lo erigióy garantiza la identificación de un grupo humano con elterritorio que ocupa.

Uno no puede dejar de preguntarse si las ideassobre la identidad de los pueblos prehistóricos quenos precedieron fueron una realidad o simplementeuna creación de los historiadores romanos. Por esocuando hablamos de identidad étnica, habría quereflexionar primero acerca de las muchas clases deidentidad que existen. Para abordar la etnicidad vetto-

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los límites étnicos que puedan ser susceptibles deuna identificación arqueológica (Álvarez-Sanchís,2004). Una observación interesante que afecta a loscementerios y asentamientos de la Meseta españolaha sido la búsqueda de patrones decorativos especí-ficos en las cerámicas llamadas comúnmente “a pei-ne”, así denominadas por la decoración incisa que seconsigue mediante la presión de un peine sobre lapasta tierna de la cerámica.

Las cerámicas a peine se remontan al siglo VIa.C., en poblados asociados a la cultura del Soto deMedinilla en el centro y occidente de la cuenca delDuero (Delibes y Romero, 1992). Con posterioridad,entre el 400 y el 200 a.C., las cerámicas alcanzan suplenitud y máxima extensión geográfica, cubriendola práctica totalidad del valle del Duero. Se han plan-teado distintos niveles de análisis según las técnicas,los motivos, las formas de los recipientes y el con-texto de hallazgo. La coincidencia entre las produc-ciones incisas del ámbito vettón y un gusto más acu-sado por las cerámicas impresas o inciso-impresasen las comunidades vacceas y celtibéricas tiene sufi-ciente entidad para acreditar lo dicho. Si los artesa-nos de las comunidades vettonas, vacceas y arévacasdesarrollaron esquemas decorativos distintos, ello po-dría ser un buen reflejo del deseo de estos especialis-tas, y de los grupos que representan, de demostrar suidentidad y etnicidad a través de símbolos visuales (RuizZapatero y Álvarez-Sanchís, 2002). Probablemente lasdecoraciones reproducen estampados de telas que serelacionarían con otros elementos accesorios del ves-tuario personal y del armamento, pero sin duda la iden-tificación de estos motivos revela que existió algunaforma de separación intencional entre ciudades quehabitaban un mismo territorio.

Las necrópolis de Las Cogotas y La Mesa deMiranda apenas distan entre sí 20 kms. en línea rec-ta. Pero un exhaustivo análisis de las decoracionesde las cerámicas a peine depositadas en los ajuares,demuestra diferencias muy marcadas a nivel de asen-tamiento. Unos pocos motivos son compartidos enambos asentamientos -como las típicas series inci-sas de bandas en zig-zag-, pero los más importantes-series de cestería y de sogueado- son casi exclusi-vos a nivel de sitio. El descubrimiento de motivosdecorativos normalizados revela que existió algunaforma de separación intencional entre ciudades queocupaban el mismo valle (Álvarez-Sanchís, 1999: 303-305). En otras palabras, las identidades estilísticascerámicas deben ser la expresión de identidades so-ciales, de comunidades que se diferencian y recono-

cen como distintas, pero compartiendo la misma tra-dición cerámica y decorativa. Lo mismo podría decir-se del ritual funerario. Coincide en los aspectos bási-cos de la cremación pero ofrece costumbres distin-tas, como lo demuestra el uso de estructuras tumu-lares y ajuares con abundantes ofrendas en La Mesade Miranda, frente al cementerio vecino, con cam-pos de estelas y una sola urna en cada tumba. Deser así, podemos encontrarnos con que por debajode una agrupación étnica bien definida geográfica-mente, existen poblados con un poder de decisiónque se empieza a revelar independiente.

En resumen, de la lectura de estos últimos da-tos pueden extraerse algunas consideraciones relati-vas al problema que plantea la relación etnia-ciu-dad, y que debemos situar desde un punto de vistaarqueológico con anterioridad a la llegada de Roma:(1) la existencia de una población de la Edad delHierro en el Oeste de la Meseta, que se correspondecon el territorio histórico de los vettones que testi-monian las fuentes romanas, (2) un segundo rangovertebrado en agrupaciones tribales menores queconfluyen en valles y comarcas específicas, con unpatrón de ocupación social y económico también es-pecífico, (3) una última categoría vinculada a losoppida como elementos jerarquizadores del territo-rio, que empiezan a ofrecer rasgos de comunidadesque se diferencian y reconocen como distintas, perocompartiendo idéntica cultura material.

Las comunidades vettonas que se articularon entorno a los oppida, reordenaron el paisaje y controla-ron los campos de cultivo y los pastos de sus territorioscircundantes. Las causas que pudieron incidir en laemergencia de estos sitios excepcionales fueron di-versas: control político del territorio y de las rutas decomercio, proximidad a determinados recursos na-turales, etc,.. En cualquier caso, los conflictos arma-dos, conflictos que probablemente tengan mucho quever con la formación de etnias y estados, estuvierondetrás de este acontecimiento. El nivel de desarrollosocial y económico alcanzado favorecería situacio-nes conflictivas entre comunidades próximas. La pro-liferación de asentamientos fortificados y los camposde piedras hincadas -un fenómeno que exigió la in-versión de importantes recursos naturales y huma-nos (Esparza, 2003, Ruiz Zapatero, 2003)- encajabastante bien con el panorama descrito. Existe, comohemos visto, una amplia evidencia que testimonia eneste momento la importancia del armamento, del gue-rrero individual y de su estatus en la sociedad. Los equi-pos militares de los cementerios vettones coinciden en

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lo básico con el registro conocido en los cementeriosvacceos, celtibéricos y de otros pueblos del interior. Hastacierto punto, esto sugiere que las distintas élites de laMeseta estaban en contacto y supone la existencia deuna “ideología guerrera” compartida (Lorrio y Ruiz Za-patero, 2005). Un desarrollo social y económico deestas características favorecería una situación con-flictiva y un fuerte nivel de competencia entre laspoblaciones a nivel de sitio y de comarca. En estecontexto es fácil entender entonces el énfasis en labúsqueda de emplazamientos defensivos y la cons-

trucción de torres, murallas, fosos y piedras hinca-das.

Desconocemos qué criterios han llevado a es-coger una u otra fórmula defensiva, pero el hechomás sobresaliente es que algunos poblados vettonesestán empezando a comportarse como importantescentros urbanos, y eso, de algún modo, implica unriesgo en la estructura tribal del territorio. A comien-zos del siglo II a.C. el sistema socio-económico ha-bía alcanzado tal grado de complejidad, que la trans-formación parecía inevitable.

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Vetones y Vettonia: Etnicidad versus ordenatio romana*

Eduardo Sánchez-MorenoDepartamento de Historia Antigua de la Universidad Autónoma de Madrid

Resumen

Las siguientes líneas proponen una reflexiónsobre el grado de identidad cultural y cohesión étnicade las poblaciones que identificamos con el etnónimovetones (ουεττωνεζ /vettones en la transmisión de lasfuentes grecolatinas). En primer lugar atendiendo asu estadio prerromano o formativo de la Edad del Hie-rro, para seguidamente abordar la definición de laVettonia, su demarcación territorial, como espacio et-nopolítico del Occidente hispano. ¿Responden estasgentes y su región a un proceso de identidad y apro-piación endógeno, a una realidad indígena, o son másbien el resultado de una construcción romana, de unaparticular ordenación del espacio conquistado?.

Los vetones constituyen el ethnos más orientalcomprendido en los límites de la Lusitania romana. Elescrutinio de las fuentes (básicamente la enumera-ción de pueblos en vecindad geográfica, por parte deEstrabón y Plinio, y las ciudades de adscripción veto-na que recoge Tolomeo a mediados del siglo II d.C.) yciertos indicadores arqueológicos (distribución de ve-rracos, castros, cerámicas peinadas y manufacturasmetálicas, fundamentalmente) llevan a relacionar a

los vetones con un extenso territorio a ambos ladosdel Sistema Central. Un espacio tradicionalmente cir-cunscrito a las actuales provincias de Ávila y Salamanca-hasta la ribera zamorana del Duero y los valles delÁgueda y el Côa en los confines de la Beira portugue-sa-, el sector oriental de la provincia de Cáceres, eloccidente toledano y los límites del Guadiana central.Según las fuentes los vetones comparten frontera conlos vacceos al Norte, astures al Noreste, lusitanos alOeste, célticos y túrdulos al Sur, oretanos al Sureste,carpetanos al Este y quizá con los arévacos hacia elNoreste (Roldán, 1968-69: 100-106, Sánchez-More-no, 1994). Pero hay que tener en cuenta las impreci-siones y anacronismos en la proyección literaria de losterritoria de la Hispania antigua, sujeta a las directri-ces del imperialismo romano, en cuyo discurso se in-serta como instrumento de propaganda y alteridad(Plácido, 1987-88, Ciprés y Cruz Andreotti, 1998, engeneral Clarke, 1999). E igualmente deben recono-cerse las dificultades en la definición política de esasunidades de población dentro de unas coordenadasespacio-temporales objetivables. Volveré sobre am-bos aspectos más adelante (Fig. 1).

* Expreso mi agradecimiento a los organizadores de estas Jornadas de Arqueología, una oportuna iniciativa para acercarnos transfron-terizamente al mundo de vetones y lusitanos. Ambas entidades poblaban 2.500 años atrás las tierras de Beira baixa, alto Alentejo yCáceres, unidas en medioambiente y tradiciones culturales. En la Antigüedad no existían las fronteras estatales que hoy nos identificany sitúan, por lo que es conjuntamente, a ambos lados de la raya, como debe abordarse la actualización científica de nuestros -tambiéncompartidos- pueblos prerromanos. Este trabajo se enmarca en el Proyecto de Investigación HAR2008-02612 financiado por el Ministe-rio de Ciencia e Innovación.

Figura 1. Delimitación aproximada del territorio vetón y localización de los principales asentamientos(según, J. Álvarez-Sanchís, 2001: 260).

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En lo que a la etnogénesis de estas poblacio-nes se refiere, su punto de arranque suele estable-cerse, no sin dudas, en la cultura de Cogotas I delBronce Medio-Final, a partir de ciertos indicios decontinuidad poblacional y la filiación de elementosde cultura material, en particular de algunos reper-torios cerámicos (Álvarez-Sanchís, 1999: 37-61). Encualquier caso su proceso formativo se afianza másclaramente en el Hierro Antiguo con un poblamientocastreño paralelo al horizonte Soto de Medinilla delDuero central (Delibes et al., 1995: 59-88, Fernán-dez-Posse, 1998: 46-55, 141-155), que, aun sujeto amatices, podemos definir como estadio protovetón(Álvarez-Sanchís, 2003a, Sánchez-Moreno, 2000a:199-204). En estos “siglos oscuros” -VIII-V a.C.- seconfigura un sustrato cultural que al menos lingüísti-camente cabe considerar indoeuropeo según cons-tata el posterior registro onomástico de la región(García Alonso, 2001). Pero el Hierro Antiguo esmomento en el que se reciben también importantesinfluencias orientalizantes a través del viejo caminode la Plata y los vados del Tajo (Martín Bravo, 1998),hasta el punto de constituir -lo que será luego laVetonia- un hinterland septentrional de Tarteso (Sán-chez-Moreno, 2000a: 193-199, Rodríguez Díaz y En-ríquez, 2001: 137-189). A este respecto y en el con-texto de las relaciones comerciales con los activoscentros del Sur, conviene subrayar el papel suminis-trador de recursos naturales (metales, ganado, co-sechas) y humanos de las regiones comprendidasentre el Guadiana y el Duero, y la aculturación resul-tante de lo mismo. Este sustrato orientalizante y otrasestrategias culturales explican el sabor “iberizante”de algunas manifestaciones de la arqueología veto-na: recipientes de bronce, producciones orfebres,cerámicas pintadas, grafitos en escritura meridional,etc. (Barril y Galán, 2007). A partir del siglo V a.C.,con el desarrollo de las periferias tras el ocaso tarté-sico y la reorientación interregional que la continua,arraiga en el interfluvio Tajo-Duero un patrón de asen-tamiento cuyo hábitat más expresivo son los núcleosfortificados o castros (en general, Almagro Gorbea,1994, 1995, Martín Bravo, 1999: 131-218, cfr. Berro-cal y Moret, 2007). Éstos se emplazan en laderas,piedemontes y riberos, sobre posiciones preeminen-tes y con buenas condiciones para el control de terri-torios y caminos. Algunos son de nueva planta y otros,preexistentes desde el Bronce Final, se potencian conla llegada de nuevos grupos en procesos de concen-tración y presión territorial. Alrededor de los castrosse disponen en ocasiones asentamientos menores y

dispersos (aldeas, caseríos) que señalan una jerar-quización del poblamiento en respuesta a factoresestratégico-defensivos y con vistas al aprovechamien-to económico del medio. Y como es bien sabido, afinales de la Edad del Hierro, coincidiendo con el avan-ce de púnicos y romanos por el interior peninsular,algunos castros se convierten en lugares centrales uoppida, esto es, en núcleos urbanos mayores dota-dos de sólidas defensas y con poblaciones que supe-rarían el millar de personas. Los oppida abulensesde Ulaca (Solosancho), Mesa de Miranda (Chamartínde la Sierra) o El Raso (Candelada), con superficiescomprendidas entre 20-60 ha., representan los me-jores ejemplos (Álvarez-Sanchís, 1999: 111-168, Gon-zález-Tablas, 2001) (Fig.2-3).

Figura 2. Cuadro-secuenciade la etnogénesis del territorio vetón

(según, J. Álvarez-Sanchís, 1999: 331, fig. 145).

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Las gentes vetonas conforman una sociedadque desde una clasificación cultural podemos definircomo “guerrera y pastoril”, lo que en realidad no esuna singularidad sino un lenguaje común de la Pro-tohistoria (Ciprés, 1993: 135-159, Gracia, 2003: 43-94). Pero, ciertamente, la riqueza ganadera y el ca-riz guerrero son rasgos definitorios de la identidadvetona, en especial de sus elites rectoras, pues laposesión de rebaños es fuente de poder y la osten-tación de armas y sus implicaciones un indicador deestatus (Sánchez-Moreno, e.p.). Estas comunidadesse organizan en territorios políticos de distinto tama-ño articulados por un castro u oppidum, capital ysede de las instituciones civiles y religiosas. Comoponen de manifiesto las necrópolis de cremación paralos siglos IV-II a.C., a la cabeza de las comunidadesvetonas (compuestas por grupos familiares de dis-tinto rango) se sitúan aristocracias guerreras quebasan su poder en el control de los recursos econó-micos -sustancialmente ganaderos, como indican loscélebres verracos-, en las relaciones establecidas conotras regiones y en estrategias de dominio ideológi-co y coercitivo sobre su grupo. En efecto, en mo-

mentos plenos de la Edad del Hierro una parte im-portante de la información sobre la estructura socialprocede de las necrópolis de cremación (Ruiz Zapa-tero, 2007); de entre ellas las más célebres y mejorestudiadas son las abulenses de Las Cogotas (Car-deñosa), La Osera (Chamartín de la Sierra) y El Raso(Candelada), clásicas de la arqueología vetona (Ál-varez-Sanchís, 1999: 169-172, 295-308, Sánchez-Moreno, 2000a: 87-106, Baquedano, 2007). Organi-zadas en sectores funerarios que obedecen a agru-pamientos familiares amplios, en ellas el acceso alespacio funerario es selectivo; con otras palabras:no está enterrada toda la población, sólo los indivi-duos de derecho y por ello privilegiados. La forma-ción de estos cementerios en paralelo al afianzamien-to de los poblados a los que se vinculan como espa-cio de sus muertos, y su uso temporal (desde finesdel siglo V hasta fines del II a.C. grosso modo) seña-lan una adscripción al territorio, una definitiva se-dentarización y por ende un nexo de identidad espa-cial y colectiva en estas poblaciones. Las elites tie-nen su refrendo en las tumbas de mayor riqueza,que incluyen panoplias militares, instrumental equi-

Figura 3. Muralla y entrada meridional del oppidum vetón de El Raso (Candeleda, Ávila) (Fotografía, E. Sánchez-Moreno).

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no y bienes de prestigio, y se señalan con estelas,empedrados y pequeños túmulos. Asimismo su por-te guerrero es advertido por las fuentes literarias alsignificar el auxilio que los jefes vetones prestan apueblos vecinos amenazados por el avance primerode cartagineses y luego de romanos, constituyendouna suerte de confederaciones militares (Liv. 35.7.8y 22.8) o participando del lado de Viriato en las gue-rras lusitanas a mediados del siglo II a.C. (App., Iber.56) (vide infra) (Fig. 4).

Los vetones antes de Roma: elementos deidentidad en la Meseta occidental durante

la Edad del Hierro.

Es hora de preguntarnos por el grado de iden-tidad de estas gentes. Por los rasgos que, en su caso,permitan deducir un auto-reconocimiento o “concien-cia étnica”: la que lleva a los observadores griegos yromanos desplazados a la Península a singularizar y/o diferenciar a los vettones de los restantes populihispanos.

Permítaseme en este punto un par de reflexio-nes sobre la etnicidad en el debate de las identida-des de la Hispania prerromana, un tema de notableactualidad (Cruz Andreotti y Mora, 2004). Los con-ceptos “etnia” o “pueblo” no son categorías absolu-tas como hacen pensar las fuentes al alumbrar a lasgentes paleohispanas como realidades fijas o atem-porales (Gómez Fraile, 2001: 72), sino procesos di-námicos y situacionales en constante construcción.La antropología y la sociología demuestran hoy quela etnicidad es un complejo agente en movimientoque nada tiene que ver con un decálogo biológico nimucho menos racial (por ello invariable o inmóvil),como se asumía en el siglo XIX. Ni siquiera algo que

Figura 4. Modelo gráfico de la sociedad vetonaa finales de la Edad del Hierro

(según, G. Ruiz Zapatero, 2007: 71, fig. 3).

tenga constatación directa con una cultura arqueo-lógica, como pensara V. Gordon Childe con su exito-sa propuesta de los círculos culturales. Al contrario,la etnicidad es una construcción subjetiva que res-ponde a determinadas percepciones, coyunturas ymanipulaciones (Banks, 1996, Jenkins, 1997, Jones,1997, Lucy, 2005). Y que además se puede verificarde distinta forma, por ejemplo internamente (porparte del grupo protagonista) o desde fuera (por partede otro, foráneamente); de manera consciente (mo-vido por alguna motivación) o inconscientemente (sinintencionalidad manifiesta); en el propio tiempo delos protagonistas o a posteriori, etc.. Supone, portanto, un interesantísimo objeto de estudio en tantofenómeno histórico (revisión del pasado) pero tam-bién historiográfico (revisión de las maneras en quese ha leído el pasado desde distintos presentes) (Gra-ves-Brown et al., 1996, Hutchinson y Smith, 1996,Smith, 2004).

Podemos definir la etnicidad como la identifi-cación propia o externa de un grupo amplio de po-blación sobre presunciones básicas como son, en-tre otras, un origen y descendencia común -ciertoso inventados-, un territorio familiar, una afinidad lin-güística y una diferenciación cultural percibida o tra-zada por oposición a otros con los que se coexiste opretende diferenciarse (Shennan, 1989: 14, Jones,1997: XIII). Por tanto la etnicidad y sus formas deexpresión son resultado de una interacción: una en-tidad existe sólo en contraste con otra hasta el pun-to de venir frecuentemente definida desde fuera,de ser la percepción de un “yo” frente a un “otro”.La conciencia de un grupo por marcar su identidad(y diferencia) frente a otros es algo que opera acti-vamente en momentos de contacto cultural y stresssociopolítico, manifiestamente en la Edad del Hie-rro y durante la conquista romana (Jones, 1997:129-135, Woolf, 1997, Cunliffe, 1998, Wells, 1998,2001). Los miembros de una comunidad -en mi opi-nión, más concretamente, los grupos de poder- ha-cen expresión de su identidad de forma voluntariao predeterminada a través de medios y comporta-mientos, lo que J. Hall siguiendo al antropólogoHorowitz denomina indicios y criterios (Hall, 1997:20-26). Algunos de ellos serían ritos y creencias,formas de ocupación del espacio, tradiciones y le-yes, usos onomásticos, atuendo personal, estilosdecorativos, instituciones y emblemas, himnos yepopeyas…, que pueden preservarse o no en losregistros informativos.

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La cultura material y las formas de ocupa-ción y demarcación del espacio verificables arqueo-lógicamente, connotan una identidad en funciónde la relación cambiante que un individuo o grupoestablece con los objetos que utiliza y con los ám-bitos que ocupa, dotándolos de determinados sen-tidos que sólo el análisis del contexto en el que seinsertan permite restituir. El punto de partida esconsiderar la cultura material como lenguaje decomunicación no verbal. O dicho de otra manera,el objeto (y determinados lugares) como expresio-nes de una interacción social. Por eso mismo losgrupos humanos comunican su identidad a travésde símbolos materiales a los que se otorga un sen-tido emblemático (Hall, 1997: 133-134, 1998: 267).En algunos casos, cuando se trata de protagonis-tas colectivos más o menos cohesionados, ciertosrepertorios materiales pueden entenderse comouna suerte de marcadores colectivos que rastrea-rían acaso una categoría étnica o identidad supra-local compartida. Lo que vendría dado no tanto enel objeto en sí como en el uso que se le da en elcurso de una interacción social: la cerámica en larelación con el más allá al depositarse como ofrendafuneraria; las armas en las relaciones entre indivi-duos como símbolos de autoridad; el verraco en larelación con el paisaje como hito protector y terri-torial…, entre otros ejemplos. O de interaccionessobre el espacio, como las que tienen lugar en san-tuarios fronterizos y de convergencia del ámbitovetón, como he propuesto para el lugar de Posto-loboso en Candelada (Ávila) o la Sierra de San Vi-cente en las proximidades de Talavera de la Reina(Toledo) (Sánchez-Moreno, 2007: 132-143), o enla propia práctica trashumante a cuyo amparo seestablecen nexos de hospitalidad, regulaciones eintercambios entre grupos interregionales que im-plican de una u otra forma procesos de identidad(Sánchez-Moreno, 2001a, Renfrew 2002). Se tra-ta, por tanto, de acceder a los comportamientosde grupo a través del particular manejo que sehaga de la cultura material y de la asignación deespacios históricos; mecanismos que, en un análi-sis contextual conjunto pueden llegar a maniobrarestrategias de identidad.

En este sentido y para el caso de los vetonespre-romanos podemos señalar algunos elementoso “marcadores” materiales que singularizarían a dis-tinto nivel patrones de identidad en la Edad del Hie-rro. Me centraré en tres casos.

1) Estilos cerámicos.

Las producciones cerámicas con decoraciónincisa “a peine” son altamente representativas delterritorio vetón (Hernández, 1981, Álvarez-Sanchís,1999: 198-202, Sánchez-Moreno, 2000a: 110-113),aunque no exclusivas pues desde el siglo VI a.C.se documentan en el valle central del Duero y re-giones próximas: los posteriores territorios vacceo,astur, arévaco y carpetano, además del vetón (Gar-cía-Soto y de la Rosa, 1990, Delibes et al., 1995:112-113, Sanz, 1999). Trabajos recientes como losde J. Álvarez-Sanchís y G. Ruiz Zapatero para elámbito vetón (Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís,2002: 265-270, Álvarez-Sanchís, 2003b: 95-97), olos de C. Sanz Mínguez para el vacceo (Sanz, 1998:245-272), sugieren una diferenciación de estilos ovariantes decorativas relacionables con gruposetno-regionales a partir del siglo IV a.C., momen-to de expansión de estas cerámicas. Así, los moti-vos exclusivamente incisos (particularmente con larepresentación de cesterías formadas por bandasde rombos) son predominantes en los yacimientosvetones, mientras que los de carácter mixto com-binando incisión e impresión (con temas más sen-cillos en espiguilla y línea de puntos) tienen mayorrepresentación en los ámbitos vacceo y arévaco. Aescala intrarregional podrían observarse patroneslocales con la preferencia de unos motivos (y va-riantes de peine) frente a otros: así, dentro delespacio vetón las cesterías son las predominantesen Las Cogotas, los almendrados en El Raso y lossogueados en La Osera (Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís, 2002: 268-269). Se trataría en definitivade diferencias estilísticas tanto a nivel comarcalcomo de asentamiento, que transferirían señas deidentidad formal o externa por parte de individuosy grupos; esto es, “marcadores móviles” expresa-dos en las relaciones individuales, familiares e in-terregionales -en las que operan las cerámicas- através de la visualización de ornamentos y su sim-bología, teniendo en cuenta además que las deco-raciones cerámicas podrían inspirarse en tejidos yotros elementos de la indumentaria personal (Fig.5-7).

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2) Manufacturas metálicas:Recipientes de bronce.

Junto a los estilos decorativos, el predominiode determinadas manufacturas de elaboración aveces costosa y empleadas en contextos específi-cos, también anunciaría patrones de identidad ensus usuarios. Un ejemplo en este sentido es el delos recipientes de bronce, muy representativos delas necrópolis vetonas de Sanchorreja, La Osera yPajares. En las tres abundan calderos y los objetosque solemos llamar “braserillos”, que también sehan definido como pátenas, aguamaniles o calde-rillos con asas (Cuadrado, 1966, González-Tablaset al., 1991-92, Caldentey et al., 1996, Ruiz de Arbu-lo, 1996, Celestino, 1999: 78-79, 102-104). Estosrecipientes se integran en los ajuares con una fun-ción ritual relacionada con la libación funeraria o,más pragmáticamente, con la realización de ban-quetes y prácticas hospitalarias de reafirmaciónsocial. Así, es posible que se emplearan para ser-vir comidas más o menos elaboradas, para el lava-do de manos en la recepción del huésped o como

dones diplomáticos o “símbolos de acercamiento”según he propuesto en otro lugar (Sánchez-More-no, 1998: 434, 703-706). La asociación de los “bra-serillos” a asadores, parrillas y otros instrumentosrelacionados con el fuego (manifiestamente en lasnecrópolis de Las Cogotas y La Osera; Kurtz, 1982)apoyaría una función comensal o de banquete. Alaparecer en tumbas ricas que incluyen panopliasguerreras, se trataría de objetos de rango o bie-nes de prestigio (los “braserillos” más antiguos sonimportados y de filiación orientalizante; JiménezÁvila, 2002: 103-138) propios de las elites. Marca-rían, así pues, una identidad funcional verificadaen las ceremonias exclusivas de los grupos privile-giados, sean banquetes u otras, en las que se em-plearon tales vajillas antes de su amortización fu-neraria. Y ello parece tener especial arraigo en lasaristocracias vetonas de los siglos V-IV a.C., que

Figura 5. Variantes en los estilos decorativosde las cerámicas “a peine” y distribución segúnasentamientos vetones de la provincia de Ávila

(según, J. Álvarez-Sanchís, 1999: 305, fig. 135).

Figura 6. Vaso con decoración “a peine” y motivosimpresos procedente del castro de Las Cogotas (Carde-ñosa, Ávila) (Fotografía, Museo Arqueológico Nacional).

Figura 7. Urna con decoración “a peine” y rosetasestampadas procedente de la necrópolis de La Osera

(Chamartín de la Sierra, Ávila): zona VI, sepultura 220(Fotografía, Museo Arqueológico Nacional).

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fundamentan parte de su poder en las relacionese intercambios mantenidos con el mundo ibérico(Sánchez-Moreno, 1998: 525-533, Barril y Galán,2007), contexto en el cual cabe entender la recep-ción de recipientes de bronce de origen meridio-nal.

Un caso significado es el de la necrópolis dePajares (Villanueva de la Vera, Cáceres) (Celesti-no, 1999). En ella se reconoce un particular tipode urna de bronce batido, con chapas roblonadasmuy finas y de forma troncocónica, el llamado “tipoPajares” (Celestino, 1999: 72-78, 101-102). Sóloen el sector II de esta necrópolis se han encontra-do hasta 10 ejemplares en tumbas por lo demássencillas y con ajuares modestos. Se desprendede lo mismo un particular uso funerario de alcancefamiliar o gentilicio para los siglos V-IV a.C., mo-mento en que se datan los enterramientos de estesector (Celestino, 1999: 85-91). Y por tanto unaidentidad funeraria, también funcional, expresadaen la predilección por un contenedor cinerario quehacen dichos grupos familiares. Ello respondería aunas motivaciones concretas difíciles de desentra-ñar, cuando no irrecuperables, que en cualquiercaso devendrían y transmitirían una concienciacompartida (Fig. 8).

Figura 8. Conjunto de urnas de bronce procedentes de lanecrópolis II de Pajares (Villanueva de la Vera, Cáceres)

(Fotografía, S. Celestino Pérez).

3) Verracos.

Una de las creaciones más representativa delos vetones, los populares verracos, condensan mag-níficamente el peso de la ganadería en sus creenciasy formas de vida. Las toscas esculturas de toros ysuidos deben entenderse como hitos protectores deterritorios, poblaciones y cabañas domésticas (Álva-rez-Sanchís, 1994, 1999: 215-294, 2007, Sánchez-Moreno, 2000a: 138-146), si bien con un simbolismopolivalente que impide interpretar unívocamente losmás de cuatrocientos ejemplares conocidos entre elsiglo IV a.C. y tiempos altoimperiales. Al igual que sumorfología (tipo) y conceptualización (significado),la función de los zoomorfos se reelabora con el tiem-po. Los ejemplares más antiguos sugieren, parece,un sentido territorial y apotropaico como marcado-res de pastos, poblados y caminos sobre el paisajecultural de la Edad del Hierro (Álvarez-Sanchís, 1998,2007). Sin menoscabo de otras lecturas, los zoomor-fos son un icono de identidad espacial o etnicidad(Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís, 2002: 263-265):la que opera sobre comunidades extendidas sobreun territorio. Pero además los verracos representanuna de las mejores expresiones del poder de las eli-tes vetonas dueñas de pastos y rebaños, convirtién-dose en emblemas de los señores del ganado y laguerra (Ruiz-Gálvez, 2001: 216, Álvarez Sanchís,2003b: 49-55, Sánchez-Moreno, 2006: 61-64). Acor-de con lo idea que vengo defendiendo (la progresiónde la identidad colectiva a partir del papel motriz delos jefes; Sánchez-Moreno, e.p.), los verracos tradu-cirían inicialmente el poder individual de los jerarcasfamiliares (los propietarios de pastos y rebaños) paraacabar convirtiéndose en un emblema de grupo (lacomunidad o habitantes del castro que se identificabajo este atributo zoomorfo, que es al tiempo sosténeconómico y expresión del poder de las elites). Estoúltimo, el constituir una suerte de imagen heráldicaprotectora de la comunidad, de la propia ciudad ysus gentes, cabe aplicarse al verraco descubierto enla primavera de 1999 en el nivel inferior de la Puertade San Vicente, en la muralla de Ávila (GutiérrezRobledo, 1999, Martínez Lillo y Murillo, 2003). Unhallazgo excepcional al tratarse de un verraco talla-do in situ, esculpido directamente en la roca naturale integrado en el primigenio recinto de la ciudad,marcando la entrada de una puerta o vano. Sin quepueda confirmarse todavía si Ávila es una fundaciónex novo del siglo I a.C., con gentes desplazadas delos castros de alrededor, o un asentamiento indígenapreexistente (Centeno y Quintana, 2003) (Fig. 9-11).

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Figura 9. Verraco del castro de Las Cogotas (Cardeñosa, Ávila), en la actualidad en una plaza de Ávila(Fotografía, E. Sánchez-Moreno).

Figura 10. Detalle de los Toros de Guisando (Ávila)(Fotografía, E. Sánchez-Moreno).

Figura 11. Verraco hallado in situen la Puerta de San Vicente de la muralla de Ávila

(Fotografía, S. Martínez Lillo y J.I. Murillo).

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En definitiva, de la observación de estos ele-mentos cabe concluir que la relación entre repertoriosmateriales, sus usos funcionales y simbólicos y la cons-trucción de identidades colectivas, es una interesantevía en la que hay que seguir profundizando.

La Vettonia como espacio etno-político:¿una construcción romana?.

El nombre de ουεττωνεζ (en griego), vettones(en latín), es transmitido por primera vez en las fuen-tes a finales del siglo III a.C., con el alumbramientode los pueblos de la Meseta a raíz de la expediciónde Aníbal a tierras del Duero en el 220 a.C. (Sán-chez-Moreno, 2000b, 2008). Tras la Segunda GuerraPúnica, de la mano del largo proceso de anexión yexplotación de las tierras hispanas por parte de laRepública romana (Roldán y Wulff, 2001), se exten-derá el empleo de éste y otros etnónimos del Occi-dente hispano al tiempo que los conquistadores vanteniendo constancia de las diversas unidades de po-blación indígena. Las primeras incursiones romanasen el territorio de los vetones se producen a iniciosdel siglo II a.C. con las expediciones de los goberna-dores Fulvio Nobilior hasta el Tajo (193-192 a.C.) yPostumio Albino hasta el Duero (180-179 a.C.). Perono es hasta el final de las guerras lusitanas cuando,con las campañas de Servilio Cepión (139 a.C.) y sobretodo Junio Bruto (138 a.C.), el primero en arribar alpaís galaico, las tierras ocupadas por los vetones seintegran en los límites de la Hispania Ulterior (Sayas,1993: 216-220, de Francisco, 1996: 70-75, Roldán,1997: 212). Un dominio romano más teórico que realpues la pacificación plena del territorio no se logra,superada la inestabilidad del episodio sertoriano (82-72 a.C.), hasta el gobierno de César. Primero comoquaestor (69 a.C.) y más tarde como pretor de laUlterior (61-60 a.C.), el brillante general y hábil polí-tico que es César desarrolla en Lusitania una laborque combina el sometimiento de últimas poblacio-nes levantiscas -obligadas a establecerse en el llano-con la promoción jurídica y la potenciación urbana.

Por su parte, el corónimo Vettonia, como terri-torio de adscripción de los vettones, es posterior yhasta cierto punto artificial, consignándose proba-blemente en los últimos años del siglo I a.C. en elcontexto de la reorganización administrativa llevadaa cabo por Augusto. Es bien sabido que éste último,princeps triunfante sobre cántabros y astures (29-19a.C.), concluida en Hispania una conquista que sehabía prolongado por dos siglos, es el encargado de

reorganizar los espacios provinciales y asentar lasbases ideológicas de la romanización en Occidente(MacMullen, 2000, Holland, 2004, Everitt, 2008). Porlo que, aun tratándose de un epíteto no constatadoen los documentos antiguos, podemos considerar aAugusto como verdadero pater Hispaniarum (Gómez-Pantoja, 2008). Y es precisamente en este horizontede la pax augusta en el que hay que leer los datos deEstrabón (Salinas, 1998, Clarke, 1999: 281-328),nuestra principal fuente para el conocimiento de lasetnias hispanas (Cruz Andreotti, 1999, García Quin-tela, 2007a, 2007b).

Ahora bien, la visión que las fuentes clásicasdan de los pueblos hispanos responde a la observa-ción externa, a la lectura sesgada, que los autoresgrecorromanos proyectan desde el prisma del cho-que cultural. Y en una situación además determinan-te como es la conquista romana de la Península Ibé-rica, con el progresivo avance de las legiones. Romatraerá consigo no sólo la reestructuración de la terri-torialidad indígena, sino la reelaboración por partede los conquistadores de una imagen estereotipadade los conquistados. Los otros, los bárbaros. Bastarácomo ejemplo un gráfico pasaje estraboniano a pro-pósito de los vetones, que dicho sea de paso pareceestar tomado de las viñetas de Astérix, lo que avalapor igual la genialidad de R. Gosciny y A. Uderzo y subuen conocimiento de las fuentes históricas (vanRoyen y van der Vegt, 1999):

“Y que los vetones, cuando al entrar por prime-ra vez en un campamento romano, al ver a al-gunos de los oficiales yendo y viniendo por lascalles paseándose, creyeron que era locura ylos condujeron a las tiendas, como si tuvieranque o permanecer tranquilamente sentados ocombatir” (Strab., 3.4.16).

“¡Están locos estos romanos!” hubiera sido larespuesta de Obélix (Feuerhahn, 1996). Entre la anéc-dota costumbrista y la caracterización estereotipadadel bárbaro (Sánchez-Moreno, 2000a: 38-39), la es-tampa de estos vetones que no saben sino dormir oguerrear es el resultado de la simplificación de con-ductas contrapuestas a los parámetros clásicos; sinembargo un ejercicio de decodificación nos permiti-ría recuperar algo del contexto originario en el quese crea y luego distorsiona esa imagen: el contextode las jefaturas guerreras de la Edad del Hierro y,dentro del mismo, hábitos como el banquete aristo-crático, la guerra o los retos personales como for-mas de afirmación social (Fig. 12-13).

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Así pues, historiográficamente hablando, ac-cedemos al paisaje étnico de Hispania a través delos ojos de Roma. ¿La idea que los vetones tuvieronde sí mismos -si tuvieron conciencia de identidadcomo grupo- coincide con la que transmiten los his-toriadores antiguos? Muy probablemente no. El cua-dro que los clásicos brindan de las agrestes genteshispanas es subjetivo (la visión del otro), selectivo(no están todos los pueblos que son, o al menos nocon igual consideración) y predominantemente tar-

dío. La mayor parte de las noticias son del tiempode la conquista, cuando escribe Polibio (mediadosdel siglo II a.C.), y algo más tarde Estrabón y Dio-doro de Sicilia (fines del siglo I a.C.) (Salinas, 1999);mientras que las relaciones geográficas de Plinio yTolomeo corresponde ya a la organización adminis-trativa altoimperial, por lo que conllevan una trans-formación del marco indígena (Guerra, 1995, Gó-mez Fraile, 1997, García Alonso, 2002). Desconoce-mos además los criterios últimos que emplearon los

Figura 12. Imagen de Iberia y sus pueblos a partir de los datos de Estrabón (finales del siglo I a.C.)(según, P. Ciprés, 1993: fig. 2, basado en F. Lasserre, 1966).

Figura 13. Mapa del poblamiento prerromano (territorios étnicos y lingüisticos) hacia el 200 a.C. (según L. Fraga daSilva, Associação Campo Arqueológico de Tavira, Portugal: http://www.arkeotavira.com/Mapas/Iberia/Populi.pdf).

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autores antiguos para enumerar pueblos y tierras,y, como veremos seguidamente, tampoco sabemosmucho sobre la génesis y transmisión de los etnóni-mos. Todo ello hace que un sector de la investiga-ción actual considere que el mapa étnico que tra-zan las fuentes responda más a una constructio ro-mana que a la realidad indígena (Gómez Fraile,2001: 79-80, Plácido, 2004: 16). En este sentido,no se trataría de marcos étnicos sino de espacioscaracterizados por ciertos rasgos geográficos o et-nográficos (“las gentes que habitan junto a tal río”,“en torno al pueblo o lugar de tal nombre”), adver-tidos desde fuera, que Roma eleva ad hoc a la cate-goría de territorios históricos. Sin embargo, conmatices pertinentes y asumiendo incluso que lasetnias en su sentido nominal surjan del choque conRoma, parece lógico pensar que estamos ante pro-cesos avanzados de configuración étnica y defini-ción político-territorial susceptibles de reconocerseen una serie de indicadores a lo largo de la Edaddel Hierro, en la línea de los analizados para el casode los vetones. Siendo precisamente con la acciónde Roma en Iberia cuando estas entidades se con-vierten en “sujetos históricos” al consignarse en lahistoriografía clásica. Hablamos entonces de veto-nes, lusitanos o vacceos como si de imágenes fijasse tratara… El mismo retrato estereotipado e infini-to que los cómics de Astérix dibujan del galo, elgermano, el griego o el egipcio como arquetiposetnográficos.

Volviendo al etnónimo vettones, poco sabemosde su etimología y origen. Parece derivar de un tér-mino paleohispánico indoeuropeo, acaso precelta olusitano como sugiere J. Untermann (1992: 29-32,cfr. García Alonso, 2006: 91-93), reelaborado en sutranscripción greco-latina. Significaría ello que esta-mos ante un elemento endógeno y por tanto conalguna connotación identitaria, que sin embargo des-conocemos en su significado y aplicación originarias,alusivo a las gentes reconocidas luego como vetto-nes. No hay que descartar sin embargo que esa de-nominación, aun en lenguaje indígena, podría venirdada desde fuera por un pueblo vecino a nuestrosprotagonistas en un contexto de enfrentamiento oenemistad, lo que incidiría en una calificación nega-tiva o peyorativa de los vetones. Está comprobadoque, frecuentemente, los etnónimos derivan de an-tropónimos (nombres de héroes fundadores o reyesepónimos, reales o míticos) o de denominacionesgenéricas del tipo “los primeros”, “los antiguos”, “losvalientes”, “los hombres”, “los libres”…, sin excluirse

algunas derivaciones toponomásticas (nombres deríos, montañas u otros parajes naturales de referen-cia). En no pocos casos los calificativos étnicos aludi-rían a las elites dirigentes, que son quienes en unprimer momento lideran y maniobran los procesosde identidad colectiva. Así, presentándose como va-ledores de la comunidad, los jefes guerreros cohe-sionan, definiéndola desde su propia caracterizaciónideológica, la etnicidad de las gentes sobre las quese imponen, inspirando con frecuencia su propio nom-bre colectivo. A fin de cuentas el poder es identidady la identidad cubre el poder. Para los vetones se hanpropuesto etimologías en este sentido, hipotéticaspero ilustrativas. Así por ejemplo, A.M. Canto plan-tea una relación con el griego étos y el latín vetus,por lo que los vetones serían algo así como “los vie-jos, los antiguos” (Canto, 1995: 155). Por su parteM. Salinas, a partir de los trabajos de M.L. Albertos(1966: 244), entiende el radical vect- con el signifi-cado de “lucha, hostilidad, guerra” en varias lenguasceltas, para proponer que los vetones serían “los lu-chadores, los hombres de la guerra” (Salinas, 2001:38-39, cfr. Tovar, 1976: 202). En similar línea, J.L.García Alonso defiende una etimología céltica paravettones a partir de la raíz confluyente vect-/vict-,sugiriendo el contenido semántico de “los guerre-ros”, “los saqueadores” o incluso “los viajeros” (Gar-cía Alonso, 2006: 93) (Fig. 14).

Figura 14. Recreación de un jefe guerrero vetón y suarmamento a partir del ajuar de una sepultura de la

necrópolis de Las Cogotas (Cardeñosa, Ávila)(según, G. Ruiz Zapatero).

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Por otra parte, y esto es un aspecto relevante,la presión de púnicos y desde el siglo II a.C. en ade-lante de romanos, representa un factor de inestabili-dad en las poblaciones de la Meseta occidental, queforzosamente reaccionan. La dinamización política seagudiza en momentos de stress como el provocadopor el imperialismo romano, fenómeno que se su-perpone y matiza la etnogénesis final de las comuni-dades de la Edad del Hierro (Almagro Gorbea y RuizZapatero, 1992). Así pues, en este contexto se ma-niobran conciencias o procesos de etnicidad verifica-bles por ejemplo en la aparición de confederacionesde pueblos indígenas frente a Roma, en la emergen-cia de régulos al mando de ejércitos ciudadanos o enla expansión del mercenariado. Suficientemente ilus-trativos, dos ejemplos bastarán para el caso de losvetones. En primer lugar la coalición militar de veto-nes, celtíberos y vacceos en ayuda de los habitantesde Toletum, ante el avance de las tropas de MarcoFulvio, pretor de la Ulterior, en dos campañas sucesi-vas, 193 y 192 a.C. (Liv. 35.7.8 y 35.22.8); una coa-lición que recuerda muy de cerca el frente panmese-teño de vacceos, carpetanos y olcades que una ge-neración antes había plantado cara a Aníbal en unvado sobre el Tajo, al regreso de la campaña delcartaginés al país vacceo (Polib. 3.13.5-14; Liv. 21.5.1-17) (Sánchez-Moreno, 2001b, 2008). En segundo lu-gar, el auxilio prolongado que a lo largo del siglo IIa.C. algunos jefes vetones prestan a los lusitanos, yparticularmente a Viriato, en su lucha contra Roma(App. Iber., 56 y 58). En suma, es en este horizontede atomización política e inestabilidad provocado porla conquista romana, en el que las fuentes alumbranel engranaje étnico de las comunidades prerroma-nas.

Hacia un balance final.

Llegados a este punto podemos concluir que laVettonia histórica (el dilatado espacio que hoy ocupaparte de Castilla-León, Extremadura y la raya portu-guesa), como sujeto territorial, correspondió más auna reorganización provincial altoimperial, una ela-boración literaria y postrera como recientemente seha sugerido (López Jiménez, 2004), que a los límitespolíticos de un estado unitario o entidad prerromana

global (Bonnaud, 2002). Como en el caso de Lusita-nia, Asturia o Callaecia, este último perfectamenteestudiado por G. Pereira (1992), estaríamos ante uncaso más de pars pro toto propio de la ordenatioterritorial romana. Esto es, la denominación de unamplio territorio a partir de la extensión del nombrede una de las tribus que lo pueblan (los vettones),en un momento -la época augustea- en que los es-pacios indígenas se redefinen en el nuevo orden im-pulsado por el princeps. En particular la definitivacreación de la provincia Hispania Ulterior Lusitania,en la que se integran los vetones, probablemente noantes del 15 a.C. como sugiere el edicto de El Bierzocon la mención a la provincia transduriana (Sánchez-Palencia y Mangas, 2000, Grau y Hoyas, 2001, cfr.Pérez Vilatela, 2000). Tiempo después en Lusitaniase reconocían dos distritos fiscales o subunidadesterritoriales, Lusitania et Vettonia, la segunda corres-pondiente a la zona oriental de la provincia, segúndeducen las inscripciones que mencionan a procura-tores de tal adscripción (Roldán, 1968-69: 80, 98-100, Bonnaud, 2001: 14-16). El mantenimiento deesos corónimos en la circunscripción administrativadel siglo III d.C., fecha de alguna de estas inscripcio-nes, denota el arraigo de aquellas añejas demarca-ciones prerromanas. Una idiosincrasia étnica queigualmente corrobora en época altoimperial el cuer-po auxiliar de caballería, operativo en Britania, inte-grado por contingente de origen vetón: el Ala Hispa-norum Vettonum civium romanorum, atestiguadoepigráficamente (Albertos, 1979, Le Roux, 1982: 93-96).

Sin embargo, la artificialidad de una Vettoniaabsoluta no invalida a mi juicio la existencia dentrode aquel espacio de comunidades políticas (castros,oppida, luego civitates) copartícipes de rasgos cultu-rales y funcionales. Comunidades en las que, comoseñalan los verracos y otros indicadores, son reco-nocibles procesos y expresiones de identidad com-partida a lo largo del I milenio a.C.. Obviamente se-gún tiempos, circunstancias y agentes. Por ello mis-mo considero legítimo que los investigadores siga-mos preguntándonos por “la identidad de los veto-nes”, bien entendiendo que se trata de una percep-ción globalizadora, plural, cambiante y en buena parteexógena.

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Departamento de Arqueología, Paleontología y Recursos Culturales.Auditores de Energía y Medioambiente, S.A.

El Castro de La Sierra de La Estrella (Toledo).Las reconstrucciones 3D,

una herramienta para la investigación arqueológica

El paisaje de la Sierra de La Estrella.

La zona de estudio se localiza al Sur de El Puentedel Arzobispo, localidad a partir de la cual el río Tajoabandona su sinuoso discurrir por los terrenos de lla-nura y se encaja en una sucesión de fracturas que po-sibilitaron la creación de un rosario de presas y embal-ses y que ya no abandona hasta sobrepasar las tierrasportuguesas, al Oeste. Dicha zona se incluye, pues,dentro del sector Noroccidental de la comarca toledanade La Jara. Es éste un territorio que marca la transiciónentre la amplia franja que representa la Fosa del Tajo,al Norte, y las bajas elevaciones que suponen en suconjunto todas las sierras y serretas (algunas de lasmás antiguas de todo el territorio peninsular) al Sur yal Oeste: los Montes de Toledo y Las Villuercas. Dehecho, las cotas de Sierra Ancha y Sierra Aguda de LaEstrella representan los primeros hitos fisiográficos deestos conjuntos montañosos continuos, según nos des-plazamos hacia el Sur desde la depresión del río Tajoatravesando la penillanura precedente. Desde estoshitos del relieve toledano Occidental se vislumbra haciael Norte, la vasta Serranía de Gredos, en el sector Occi-dental del Sistema Central, una vez superados la de-presión del Tajo, la penillanura que supone la comarcanatural de Los Llanos de Oropesa, y finalmente la co-marca de La Vera, con el río Tiétar como eje principal.

Se trata de un territorio eminentemente forestaly ganadero que durante muchos siglos ha sufrido laactuación desordenada del hombre en forma de apro-vechamientos agrícolas marginales, la utilización delrecurso maderero y consiguiente degradación de losbosques naturales y potenciación de las masas conti-nuas de matorral. En la actualidad, muchos de los es-pacios más interesantes de la comarca muestran unaspecto de formaciones seminaturales domesticadasen forma de dehesas de encinas.

Junto a estos usos productivistas ancestrales,generadores de una economía de subsistencia que per-

dura hasta nuestros días, han entrado a formar partedel paisaje en épocas recientes otras actividades hu-manas más agresivas con el medio receptor, caso de laapertura de pistas y caminos forestales, la creación decarreteras, la proliferación de los tendidos eléctricos, elanegamiento de vastas superficies para la creación deembalses, la puesta en práctica agrícola de superficiescon fines de regadío, etc.. Aún así, este territorio man-tiene buena parte de su aspecto forestal gracias a laclara vocación ganadera de los pastizales de dehesa ylos matorrales.

La Segunda Edad del Hierro en elsector Suroeste de la provincia de Toledo.

Los Vetones en las fuentes clásicas.

El conocimiento de la Edad del Hierro en la re-gión Occidental de la provincia toledana es todavíamuy precario. Las intervenciones arqueológicas sereducen a unas campañas de excavación en ArroyoManzanas sólo parcialmente publicadas (Moreno Arras-tio, 1990: 275-308), esporádicas prospecciones comola del presente estudio o publicaciones de hallazgoscasuales.

Se deben a Jiménez de Gregorio la mayor par-te de las noticias (Jiménez de Gregorio, 1992: 5-38),aunque sea necesario matizar la adscripción culturalde varias de ellas. Entre los hallazgos casuales siem-pre han tenido una especial predilección las escultu-ras zoomorfas o verracos.

Estos elementos han servido para delimitar lastierras asignadas a los pueblos vetones de las fuentesclásicas, especialmente para diferenciarlos de los car-petanos, situados más al Este (González-Conde, 1986:87-93), postura que se avala en época romana con elestablecimiento de los límites entre las provincias Lusi-tania y Tarraconense, que grosso modo corresponde-rían con la delimitación anterior.

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En la Segunda Edad del Hierro la zona fue habi-tada por el pueblo vetón. El hábitat se construye a cier-ta altura, formando los llamados “castros” amuralla-dos, como en Arroyo Manzanas o el Cerro de La Mesa,situado en Alcolea de Tajo, junto a la presa de Azután(Almagro Gorbea, Cano Martín y Ortega Blanco, 1999,Ortega y Del Valle, 2004). Otras muestras de esta cul-tura son los “verracos”, esculturas de granito que re-presentan cerdos o jabalíes, localizados cerca de caña-das ganaderas y en zonas de pastos de Aldeanueva deBarbarroya, Alcaudete de la Jara, Las Herencias y Alco-lea de Tajo, al Norte del Tajo, algunos ejemplares con-servados en la finca de El Bercial de San Rafael (GómezDíaz y Santos Sánchez, 1998: 71-96).

Aunque la mayoría de los autores inciden en laimportancia fundamental de la ganadería no hay queolvidar tampoco la extraordinaria riqueza mineral deestas comarcas. Para otras zonas extremeñas se haconstatado una relación directa entre asentamientosamurallados y torres con vetas de hierro primero ymenas de galenas argentíferas ya en tiempos de Serto-rio y César (Ortiz y Rodríguez Díaz, 1998). Algunos denosotros realizamos hace tiempo un acercamiento eneste sentido (Urbina Martínez, 1994), poniendo de re-lieve la gran riqueza metalífera en minerales de hierro,cobre, plata y oro. Concretamente en la Sierra Anchaexisten menas de hierro, cobre y plata. La existenciade unos moldes de fundición en Arroyo Manzanas conuna cronología de inicios de la Edad del Hierro, los ha-llazgos casuales de jarros tartésicos o enterramientosprincipescos como la Tumba del Carpio (Fernández Mi-randa y Pereira, 1992: 57-94, Pereira Sieso y ÁlvaroReguera, 1990), permiten bosquejar unos influjos orien-talizantes que se suponen ligados a la explotación deesos recursos minerales.

Los vetones están escasamente documentadosen las fuentes antiguas. Las referencias geográficas deEstrabón o Plinio son de carácter general y los empla-zan al Norte u Oeste de los carpetanos, junto al Tajo yal Norte del Sistema Central (Roldán Hervás, 1968-1969:73-106). Una cita (Nepote, Hamilcar, 4, 2) los hace res-ponsables de la muerte de Amílcar, confirmando la lle-gada de los púnicos al Tajo: “hic cum in Italiam belluminferre mediatretur; nono anno postquam in Hispaniamvenerat, in proelio pugnans adversus Vettones occisusest”.

Sea como fuere no vuelven a aparecer hasta lasguerras de las legiones romanas contra Toledo, dondeactúan en unión de carpetanos y celtíberos (Livio 35, 7,8): “(M. Fulvius) apud Toletum oppidum cum Vacceis

Vectonisque et Celtiberis signis collatis dimicavit exerci-tum earum gentium fudit fugavitque regem Hilernumvivum cepit”. Estos ataques se enmarcan como opera-ciones menores dentro de una política todavía tímidade ampliación del territorio conquistado, en nuestro casohasta el Sistema Central. Hay que notar que aunque esen el año 197 a.C. cuando Roma establece las dos pro-vincias Citerior y Ulterior, Toledo aparece todavía deforma confusa situada en una u otra. Marco Fulvio llegadesde el Oeste, tomando contacto con los vetones queaparecen ahora en los escenarios de guerra, y quizápor ello Livio ponga Toledo en la Ulterior. Todo pareceindicar que se trata del primer contacto con tierras delinterior, allende Sierra Morena, en donde los conoci-mientos geográficos y etnológicos de los romanos sonescasos y poco fiables.

Más importantes y sistemáticas parecen las cam-pañas del año siguiente, iniciadas ahora por Fulvio des-de el territorio de los oretanos. Fulvio marchó contralos oretanos y, después de conquistar dos potentes ciu-dades, Noliba y Cusibis, avanzó hasta el río Tajo. Allíestá Toledo, pequeña ciudad, pero bien defendida porsu emplazamiento. Durante el asedio de la ciudad llegóun gran contingente de vetones en ayuda de los sitia-dos. Fulvio luchó contra ellos con éxito en una batallacampal y, tras dispersar a los vetones, tomó Toledo conmáquinas de asalto (Livio 35, 22, 8): “Toletum ibi parvaurbs erat, sed loco munito eam cum oppugnaret, Vec-tonum magnus exercitus Toletatis subsidio venit cumiis signis collatis prospere pugnavit et fusis Vectonibusoperibus Toletum cepit” (Roldán Hervás, 1968-1969:77).

En el 185 a.C. los ejércitos romanos operan denuevo en el valle medio del Tajo. Ese mismo año lospretores en España, C. Calpurnio y L. Quinctio, habíandejado sus campamentos de invierno a principios de laprimavera, uniendo sus tropas en Beturia para mar-char a Carpetania. No lejos de las ciudades de Dipo yToledo comenzó la lucha (Livio, 34, 30): “…cum primovere ex hibernis copias eductas in Baeturia iunxisset, inCarpetaniam, ubi hostium castra erant, progressi sunt-communi animo consilioque parati rem gerere. Haudprocul Dipone et Toleto urbibus inter pabulatores pug-na orta est,…”. Aunque se han realizado intentos porubicar esta Dipo al Occidente de Toledo, los textos per-miten pocas precisiones geográficas.

A partir de este momento los vetones se diluyenen las fuentes y no volverán a aparecer hasta que, demanos de Apiano (Ibéricas, 10, 56), sepamos que seunen a las bandas de lusitanos capitaneados por Púni-

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co: “Por el mismo tiempo otro pueblo de los iberosindependientes que se llamaban lusitanos, llevando aPúnico como caudillo, saquearon las tierras sometidasa los romanos y pusieron en fuga a un ejército…Despuésde atacarles, Púnico bajó hasta el Océano, incorporó asu ejército a los vettones…” (Roldán Hervás, 1968-1969:77). Ya estaban presentes en las primeras luchas deMarco Atilio (Apiano, 10, 58) contra los lusitanos: “…Mar-co Atilio quien, cayendo sobre los lusitanos, mató aunos 700 de ellos y destruyó su mayor ciudad Oxtra-ca… y entre ellos estaban algunos de los vettones, pue-blo vecino de los lusitanos” (Roldán Hervás, 1968-1969:77), que se sucederán después con Galba y Lúculo, yserán a la postre el germen del levantamiento de Viria-to.

El célebre caudillo lusitano se moverá por tierrasabruptas a propósito para su táctica de golpes de mano,en ciudades como Tríbola, Bécor y el famoso refugiodel Monte de Venus: “Viriato penetró sin temor algunoen Carpetania, que era un país rico y se dedicó a de-vastarla hasta que Cayo Plaucio llegó de Roma con diezmil soldados de infantería y mil trescientos jinetes. En-tonces Viriato de nuevo fingió que huía y Plaucio man-dó en su persecución a unos 4.000 hombres, a los cua-les Viriato, volviendo sobre sus pasos, dio muerte aexcepción de unos pocos. Cruzó el río Tajo y acampóen un monte cubierto de olivos, llamado monte de Ve-nus. (Ib. 64)”.

Reconstrucciones infográficas 3D aplicadas ala II Edad del Hierro.

Una vez planteada la hipótesis que relaciona losrestos arqueológicos existentes en el alto de la Sierrade La Estrella con la época de la II Edad del Hierro se

propuso la elaboración de una reconstrucción del terre-no en 3D y de los muros del yacimiento para poderofrecer una visión general del conjunto y su relacióncon el paisaje. La posible interpretación de los restoscomo un castro vetón incidía en la importancia de larelación del potente cercado triple con su ubicaciónespacial en altura (Fig. 1). De esta manera, se puedeevaluar, gracias a las diferentes vistas del modelado3D, si encaja con las pautas de poblamiento de la épo-ca: dimensiones, visualización, sistema defensivo, cap-tación de recursos básicos, etc..

El primer paso consiste en obtener curvas denivel del terreno objeto de estudio. Estas curvas con-tienen información de coordenadas UTM, de tal ma-nera que se puede precisar su ubicación exacta entres dimensiones. Una vez recreado el curvado delterreno se puede crear una malla que sirva de basepara insertar imágenes: ortofotografías, topográfi-cos, colores por altimetría, etc.. El resultado es unmodelo del terreno que se puede observar desdecualquier punto requerido y que sirve de base pasala inserción de las reconstrucciones de elementosarqueológicos.

En este caso, al mallado del terreno, con unafuerte pendiente, se le ha añadido la reconstrucción delos muros de los tres cercados geminados documenta-dos en prospección. La potencia de los muros de pie-dra oscila entre 1 y 2 metros de espesor según el cer-cado. Para la reconstrucción de los muros se establecióuna medida única de 4 metros de altura. Se estableceuna altura estandarizada teniendo en cuenta las carac-terísticas de la estructura: una altura elevada si se in-terpreta como murallas vetonas o de menores dimen-siones si se trata de un cercado de tipo ganadero etno-gráfico.

Figura 1. Vista general del yacimiento de la Sierra de la Estrella y detalle de los muros.

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Los elementos arqueológicos recreados deben seradaptados al curvado de base (Fig. 2-3). Este principioes muy importante, ya que las dimensiones de la plan-ta, y en ocasiones de los alzados, no deben verse des-virtuadas por las inclinaciones del espacio. Los cerca-dos del cerro de La Estrella se acomodan a las marca-das diferencias de cota.

El empleo de la Infografía a la hora de reconstruirelementos arqueológicos resulta una herramienta muyútil para la investigación científica. Los modelos de 3Dpermiten añadir datos e información valiosa para con-trastar teorías, visualizando de manera virtual la repre-sentación de las hipótesis. La documentación gráfica tra-dicional, como el dibujo y la fotografía se ve enriquecida,

Figura 2. Reconstrucción 3D del cercado geminado y adaptación al terreno.

Figura 3. Detalle modelo con ortofoto y curvado.

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hasta el punto de ofrecer en pocas imágenes la mismainformación plasmada en varias páginas escritas.

Un caso que podría servir de ejemplo es el de lainfografía realizada para la reconstrucción del yacimientodel Cerro de La Gavia (Villa de Vallecas, Madrid). Esteyacimiento arqueológico se corresponde con un pobla-miento en alto de la Edad del Hierro II excavado prác-ticamente en su totalidad. Igualmente, se decidió ha-cer una reconstrucción virtual del poblado, contandopara ello con una completa planimetría de todas lasestructuras murarias excavadas. La documentación rea-lizada contaba con una gran cantidad de estructurasde vivienda estructuradas en torno a dos calles y adap-tadas plenamente a la pequeña mesa del alto del Cerrode La Gavia. En este caso estaba bien constatada laexistencia de un amplio poblamiento en el tiempo re-

presentada por estructuras de habitación, pero no sepudo documentar la presencia de las murallas del re-cinto, que posiblemente existieron pero no nos quedanevidencias debido a la erosión y la acción antrópica.

El procedimiento de creación del modelo fue muysimilar al de la sierra de La Estrella. Se creó una mallade terreno del Cerro de La Gavia y se adaptó la plantadel yacimiento, con la reconstrucción de las estructu-ras habitacionales (Fig. 4). Éstas se reprodujeron deforma consecuente con los resultados de la excava-ción arqueológica. La documentación perfilaba una ar-quitectura bien definida y repetida: zócalos de piedra,recrecidos en adobe y techumbres de material pere-cedero (dispuestos al menos a 35º-45º de inclinaciónpor problemas de perdurabilidad según estudios et-nográficos).

Figura 4. Infografía del yacimiento arqueológico del Cerro de La Gavia.

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La infografía del Cerro de La Gavia tiene la venta-ja, frente al dibujo tradicional (Fig. 5), de la represen-tación de todas las vistas posibles: desde el cielo, des-de el valle, desde una calle, etc,.. Por otro lado, permi-te dimensionar a escala cómo pudo ser el paisaje urba-no de este poblamiento protohistórico. Este punto sedemuestra fundamental para interpretar cuestionesbásicas como entidad poblacional o ubicación estraté-gica entre otros. De esta manera, el modelo de 3D

dibuja un poblamiento reducido de entre 30-40 fami-lias, que contrasta por ejemplo con otras interpretacio-nes del mismo hábitat que nos muestran un poblamientode más de 100 viviendas (Fig. 6), imprimiendo un ca-rácter mucho más urbano que el que seguramente exis-tió (y todas las connotaciones socioeconómicas queimplica).

Por último, cabría señalar la importancia de larepresentación en 3D como instrumento útil para la

Figura 5. Ejemplo dibujo tradicional. Cerro de La Gavia (Dibujo, Enrique Navarro).

Figura 6. Reconstrucción errónea del Cerro de La Gavia.

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investigación arqueológica en relación con la modeliza-ción de patrones microespaciales. Si bien hemos pre-sentado ejemplos de yacimientos de la Edad del Hierromeseteños que se podrían enmarcar en un tipo de re-presentación de espacios grandes o macroespaciales,creemos que puede resultar interesante el análisis in-fográfico de elementos arqueológicos de una menorescala espacial. Estos espacios pueden ser el interiorde estructuras de vivienda, donde puede ser trascen-dente la propia ubicación de los restos arqueológicosdocumentados en la fase de excavación. Así, se pue-den determinar de forma precisa las áreas de trabajo,de cocina o de descanso. Además, la propia arquitectu-ra de las estructuras funcionales puede quedar defini-da por medio de la reconstrucción infográfica. En estesentido, el tipo de materiales empleados se definenpor medio de la excavación y la analítica (piedra, ma-deras, revocos, estucos, techumbres, etc.) pero la dis-posición de las mismas tiene muchas posibilidades, perosólo unas pocas funcionan arquitectónicamente. Lastechumbres vegetales de la época, por ejemplo, debenllevar una inclinación bastante marcada, que afecta demanera decisiva a las dimensiones de las estructurasígneas, la potencia de los muros o el tipo de materialesempleados.

Las reconstrucciones de estructuras de hábitatde dos yacimientos de la Edad del Hierro pueden resul-tar de ejemplo: una gran cabaña de Las Camas (Vi-

llaverde Bajo, Madrid) y una vivienda de La Guirnalda(Quer, Guadalajara).

El yacimiento de Las Camas, adscrito cronocultu-ralmente a la denominada Edad del Hierro I, destacapor la documentación de una gran cabaña de unos 30metros de longitud en su parte conservada. La recons-trucción de la misma se llevó a cabo a partir de losagujeros de poste, los materiales arqueológicos y losresultados de las analíticas efectuadas. La planta de losagujeros de poste permitió definir el perímetro de lacabaña, destacando un frente principal de postes rec-tangulares, configurando una fachada de entrada. En-tre los materiales arqueológicos destacan los restos derevocos de barro, con las improntas de un entramadovegetal que serviría de muro perimetral. Además, al-gunos de estos bloques de pared conservan vestigiosdel antiguo enlucido blanco que mostraba la cabaña.Por último, gracias a las analíticas se determinó la exis-tencia de pino, empleado para los postes de madera, yde retama y tallo de cereal, empleados para la cons-trucción de la techumbre.

Una vez definidos la planta y los materiales, sedeterminó la disposición y las dimensiones de los ele-mentos sustentantes y sustentados. La utilización degrandes postes centrales de 6 metros de altura queda-ba precisada por la altura de la puerta, determinada en1,8 metros (Fig. 7). El resultado se puede apreciar a

Figura 7. Planta, fotografía aérea y reconstrucción 3D de una cabaña (Las Camas).

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Figura 8. Vistas oblicuas de Infografía de una cabaña (Las Camas).

primera vista en cualquier toma del 3D, con una edifi-cación imponente con una fachada principal, que segu-ramente estaría decorada, aunque no se ha represen-tado (Fig. 8).

Para concluir, presentamos la infografía de unavivienda de ámbito rural del yacimiento de La Guirnal-da. Este emplazamiento de la II Edad del Hierro inclu-ye una de las mejores muestras de estructuras de vi-vienda, con gran cantidad de elementos en su interior

conservados in situ. Un estudio microespacial puederesultar muy interesante para la interpretación del tipode funcionalidad y distribución interna de la viviendaprotohistórica de carácter rural.

En la infografía se reconstruyó, además de losmuros de adobe sin zócalo y la techumbre vegetal,una serie de materiales que se documentaron duran-te la excavación (Fig. 9). Entre éstos destacan dosmolinos de granito, dos hogares, doce pesas de telar,

Figura 9. Infografía vivienda de La Guirnalda: exterior e interior.

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ocho vasos cerámicos casi completos y un banco co-rrido construido en arcilla. Si atendemos a la disposi-ción de todos estos elementos encontramos dos zo-nas bien diferenciadas. Por un lado, la zona derechacon un área de trabajo en torno a un hogar y delimita-da por el banco dispuesto en “U”. En esta zona seubicaría un telar y varios vasos cerámicos (Fig. 10).Por otro lado, la zona izquierda inmediatamente al

entrar por la puerta queda definida como un espaciode molienda, donde se sitúan los molinos y varios con-tenedores cerámicos con una función previsiblementede almacenaje (Fig. 11). Además, en el fondo de esteespacio se ha documentado otro hogar, aunque talvez pudiera incluirse en un tercer espacio, de descan-so, separado por algún tipo de barrera perecederaque no se ha conservado.

Figura 10. Detalle área de trabajo doméstico.

Figura 11. Detalle espacio de molienda.

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Reflexiones arqueológicas y etnológicassobre “El Castro de La Estrella”.

El castro de la Sierra de La Estrella es citado comotal por primera vez por Jiménez de Gregorio (1989),quien en 1992 cita: “Nuestro lugar se llamó hasta fina-les del siglo XVIII El Estrella, que significa “el castillo”.Había que localizarle, y al fin le encontramos en la cús-pide de la sierra hoy llamada de La Estrella, pero lacima sigue llamándose sólo Estrella. Aquí se ubica unagrande cerca, de espesos y anchos muros y dentro deella se ven unas construcciones circulares cubiertas porfalsas bóvedas. Estamos ante uno de los castros másextensos y mejor conservados de la zona, con sus co-rrespondientes citanias” (Jiménez de Gregorio: 15).

Anteriormente diversos autores identificaron ellugar con el despoblado musulmán de Vascos.

El “castro de la Sierra de la Estrella” es incorpo-rado a los planos de Álvarez-Sanchís en sus trabajossobre los vettones (Álvarez-Sanchís, 1999), asignándo-le el rol de lugar secundario dependiente de otros en-claves centrales, que en este caso estaría situado en elsolar de las antiguas Talaveras: Talavera de la Reina yTalavera la Vieja. Sin embargo, no existen datos queavalen la existencia de castros de la Edad del Hierro enninguna de las dos Talaveras. Es dudoso para Talaverala Vieja y está comprobada la fundación ex novo enépoca romana de Talavera de la Reina (Urbina, 2000).

A pesar de ello, las consideraciones sobre lascaracterísticas formales de sus tres recintos murados,nos llevaron a incluir el recinto de la Sierra de La Estre-lla como un enclave de la II Edad del Hierro en unapublicación anterior (Morín et al., 2002, 2005).

No obstante, ante la falta de evidencias tangiblessobre la adscripción cronológica del castro de la Sierrade la Estrella, y ante el temor de encontrarnos ante un“espejismo” similar al ocurrido en otros lugares comoen el toledano cerro del Castillo de Mora, citado erró-neamente en varias publicaciones por M. Almagro Gor-bea como enclave de la II Edad del Hierro (AlmagroGorbea, 1976-78), y con motivo de la realización deuna modelización 3D de los recintos murados de LaEstrella, procedimos a realizar un estudio detallado delas evidencias.

No ha sido posible hallar ningún tipo de resto ensuperficie que permita asignar los restos de la sierra aun momento cronológico determinado. Por su parte, elexamen de las evidencias constructivas, nos permitiódescubrir una serie de construcciones ahuecadas en elgrueso de los muros del primer recinto. Estas construc-ciones son de planta pseudocircular, con bóveda poraproximación de hiladas, y tan sólo la puerta baja yestrecha presenta unas piedras algo retocadas a modode quicios y dintel.

Una encuesta realizada entre los más viejos delvecino lugar de La Estrella, nos informó de que las ha-bitaciones o huecos en los muros son conocidos allícomo “chiveras”, o recintos en donde se encerraban lascabras pequeñas y recién nacidas para protegerlas delfrío. Los habitantes de La Estrella nos confirmaron queel lugar de la sierra había sido utilizado hasta hace unos50 años como encerradero de ganado, especialmentecabras, que aprovechaban la hierba en verano, y sehabían ido construyendo refugios para los chivos y cer-cas para las cabras en función de las necesidades decada momento. Preguntados sobre la antigüedad delos recintos, manifestaron desconocer su origen, aun-que lo suponían muy antiguo, ya que sus padres y susabuelos lo habían conocido en el mismo estado, y nohabía noticia de la época de su construcción que supo-nían de una antigüedad de varios siglos.

Ante este cúmulo de informaciones de carácteretnológico y la ausencia de evidencias arqueológicas,parece lo más prudente dejar de considerar a los recin-tos de la Sierra de La Estrella como pertenecientes aun castro de la II Edad del Hierro, y entenderlo comoencerraderos de ganado de varios siglos de antigüe-dad. La escasa variabilidad constructiva a lo largo deltiempo de unas paredes de piedra unidas a hueso, haceinviable una asignación cronológica concreta tan sólosobre la base tipológica de las paredes. A pesar detodo, creemos que la modelización 3D no pierde nadade su interés, ya que tanto la tipología y los detalles dela construcción, como el emplazamiento y la planta delos recintos, se acercan a modelos conocidos para loscastros vettones, como los de Cogotas, Sanchorreja ola Mesa de Miranda.

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Resumo

Na região do vale superior do rio Côa conhe-cem-se testemunhos de intensa ocupação durante aIdade do Ferro. Aqui tem sido tradicionalmente assi-nalada a fronteira entre os Lusitanos e os Vetões.Analisando a tipologia de assentamento dos povoa-dos, observam-se algumas diferenças entre os queocupam os relevos periféricos da margem esquerdado rio Côa e os que se distribuem pela plataformamesetenha, do lado contrário do rio. Esta disparida-de reflecte-se na sua malha de povoamento e nasrespectivas áreas de influência, observando-se zo-nas de maior densidade populacional intercaladas poráreas menos habitadas.

Ao nível da cultura material, em especial dacerâmica, parece haver também algumas diferençasentre assentamentos orientais e ocidentais, nomea-damente no tocante às influências culturais e às téc-nicas decorativas empregues. O que parece ser co-mum e talvez característico destas gentes proto-his-tóricas do Alto Côa é a abundância de recipienteslisos e sem traços morfológicos e decorativos pró-prios.

I.

A questão da fronteira entre Lusitanos e Ve-tões é uma das problemáticas de investigação maisaliciantes no território do actual Município do Sabu-gal, que integra praticamente todo o vale superiordo rio Côa, na denominada região da “Beira Mese-tenha” (Fig. 1), onde os investigadores situam a fron-teira ocidental dos Vetões, que classificam como amais difícil de traçar.

Analisando a geomorfologia da região, verifi-camos que o Alto Côa se integra ainda na superfícieda Meseta Peninsular, dadas as suas característicasplanálticas, de paisagem suave e monótona, somen-te quebrada pelos vales do Côa e seus afluentes –oque terá condicionado obrigatoriamente o povoamen-

Marcos OsórioArqueólogo do Município do Sabugal

A Idade do Ferro no Alto Côa: os dados e as problemáticas

to proto-histórico. Esta grande unidade geográficatermina apenas nos elevados relevos que fazem aseparação entre as linhas de água da bacia hidro-gráfica do rio Côa e a bacia do rio Zêzere, dandolugar à depressão da Cova da Beira, sendo essa tran-sição marcada por relevos bastante elevados e deíngremes vertentes, separados por vales encaixados.

Em anteriores publicações tentámos reunir al-guns contributos para o estudo do I milénio a.C. nestaregião (Osório, 2005a, 2008a), caracterizando as suaspopulações e estabelecendo algumas conjecturassobre os seus âmbitos territoriais. Importava agoraaprofundar, com maior detalhe, as questões relati-vas aos limites culturais e territoriais destas comuni-dades da Idade do Ferro na bacia superior do rioCôa, propondo algumas hipóteses de trabalho, como recurso a diversos métodos de análise espacial eaos dados proporcionados pelo espólio cerâmico re-colhido em prospecção e escavação. Estamos cien-tes de que não possuímos informação suficiente paraa resolução desta problemática, pois os dados nãosão abundantes, ainda são poucos os sítios escava-dos, são escassos os materiais com cronologias pre-cisas e não possuímos quaisquer datações absolu-tas.

Da listagem de estações arqueológicas proto-históricas do Alto Côa, excluímos para esta nova abor-dagem todas aquelas que estão atestadas com cro-nologia recuada à Idade do Bronze Final e reduzi-mos o grupo a 19 núcleos populacionais, o que “nãotraduz, necessariamente, uma perda de importânciadas populações que aqui viveram nesse período”(Vilaça, 2008: 48), bem pelo contrário, demonstrauma ocupação cadenciada e homogénea do territó-rio.

Presumindo que estamos numa zona de fron-teira entre dois grandes grupos populacionais da Ida-de do Ferro, olhando para o mapa de distribuiçãodestes povoados pelo vale superior do rio Côa (Fig.2), verificamos que não é fácil assinalar qualquer lin-

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ha que distinga aqueles que poderão ser lusitanosdos que seriam vetões.

Se recorrermos aos únicos elementos culturaisconhecidos nesta região, que sejam facilmente inte-gráveis em cada uma destas duas comunidades, cons-tatamos que, no topo de um dos povoados ociden-tais do Alto Côa, conhece-se um dos mais famosostestemunhos lusitanos -a inscrição rupestre do Ca-beço das Fráguas (Fig. 8)- uma rara epígrafe votivagravada com caracteres latinos, mas redigida numalíngua indígena, convencionalmente designada por‘lusitana’, descrevendo uma oferenda de vários ani-mais a divindades indígenas, algures no século IId.C. –um tipo de sacrifício, com raízes indo-europeias,conhecido entre os romanos por suovetaurilia (To-var, 1985, Curado, 1989).

Por outro lado, o mais próximo indicador depovoamento vetão fica apenas a 9 kms. da fronteiraluso-espanhola e a 17 kms. para leste do povoadodo Sabugal Velho –referimo-nos a Irueña (Fuente-guinaldo, Ciudad Rodrigo), um grande assentamen-to de 12 hectares, sobranceiro ao rio Águeda, ondeforam encontrados dois verracos (Maluquer de Mo-tes, 1956: 63). Mais a Norte, em Castelo Mendo (Al-meida), aproximadamente a 13 kms. do nosso po-voado mais setentrional, num esporão com boas con-dições naturais de defesa, na margem esquerda dorio Côa, conhecem-se também duas esculturas zo-omorfas (Fig. 8), associadas a materiais datáveisdesde o Bronze Final até à Época Romana (Bonn-aud, 2002: 179 e 196, Perestrelo, 2004: 33), ondeprovavelmente habitou também uma comunidadevetona.

Com base nestas referências fixas, cremos queessa delimitação deverá ocorrer algures pelo centrodesta região e, por isso, será descabido considerar aSerra da Estrela como o limite ocidental dos Vetões(Roldán Hervas, 1968-69: 88) ou, pelo contrário,pensar que o Alto Côa possa ser totalmente lusitano,coincidindo a estrema ocidental dos Vetões com opovoado de Irueña (Roldán Hervas, 1968-69: 105,Salinas de Frías, 1986: 21, Sayas Abengoechea eLópez Melero, 1991: 79) (Fig. 8).

Portanto, a questão que nos propusemos ave-riguar era saber se o território do Alto Côa estariacompletamente integrado nos vetões ou se, pelocontrário, seria berço de gentes lusitanas, ou ainda,se a sua eventual fronteira cultural passaria pelo in-terior desta região. Acreditamos que esta será a hi-pótese mais provável, em função dos dados disponí-

veis. Mas, infelizmente, nas estações arqueológicasda Proto-história recente do Alto Côa, faltam maistestemunhos de inquestionável classificação vetona,empregues por alguns autores na definição do terri-tório dos Vetões (Álvarez-Sanchís, 2004: 301): comoos verracos, as pedras fincadas, as gravuras no pa-ramento das muralhas, a cerâmica a peine ou até asreferências epigráficas a gentilidades. O achado dequalquer um destes testemunhos seria um interes-sante indicador cultural na resolução desta proble-mática.

Assim sendo, seria esse limite coincidente como degrau topográfico que marca o fim da MesetaPeninsular, a poente, em cujas linhas de altura sesituam alguns destes povoados da Idade do Ferro?.Ou seria o rio Côa a baliza entre lusitanos e vetões,como tem sido tradicionalmente apontado por váriosautores (Roldán Hervas, 1968-69: 104, Salinas deFrias, 1986: 21, Álvarez-Sanchís: 1997: 36, OlivaresPedreño, 2001: 58, Bonnaud, 2002: 179)?.

II.

Comecemos esta reflexão por um dos elemen-tos essenciais na caracterização dos núcleos popula-cionais que é a tipologia dos assentamentos. Verifi-camos que, na área nascente do território, os povoa-dos ocupam os escassos relevos residuais existen-tes, pouco elevados e destacados da superfície pla-náltica, correspondendo geralmente a topos de ma-ciços quartzíticos ou a esporões topográficos sobran-ceiros às principais linhas de água e, em casos pon-tuais, também se enumeram alguns povoados aber-tos, em pequenas colinas sem quaisquer defesasnaturais. Estes assentamentos possuem reduzida vi-sibilidade entre si, dada a escassa altimetria, estan-do alguns praticamente encaixados e dissimuladosnos suaves vales dos afluentes do Côa (Fig. 2).

Pelo contrário, na parte ocidental do território,os povoados ocupam os topos dos principais relevosque marcam as fronteiras naturais, tal como sucedeem outras serranias da Beira Baixa (Vilaça, 2004:47) ou do Alto Mondego (Pereira, 2003: 350). Todosestes sítios habitados caracterizam-se pela sua ele-vada altitude (entre 700 a 1000 metros), pelas abun-dantes defesas naturais, por um comando acentua-do e por declives com valores superiores a 25%. Sãouma referência constante na paisagem, sendo avis-tados de qualquer ponto da região, estabelecendo-se como verdadeiros símbolos territoriais, omnipre-

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sentes nas populações; e detêm uma forte intervisi-bilidade, que advinha um permanente contacto vi-sual.

Conhecendo esta disparidade na morfologiatopográfica dos assentamentos proto-históricos doAlto Côa, julgámos oportuno analisar como se re-flectem estas diferentes soluções de povoamento nasrespectivas áreas de influência.

Apesar de se conhecerem diversas propostasde análise de povoamento, considerámos interessantea aplicação dos métodos de formação de territóriosteóricos desenvolvidos por Davidson & Bailey e tam-bém o exercício dos Polígonos de Thiessen.

No primeiro caso (Davidson e Bailey, 1984), aanálise das áreas de influência de um povoado, defi-nidas pela contabilização dos tempos de marcha des-de o habitat para a periferia, é um exercício que pos-sibilita a percepção da possível extensão máxima deterritório afecto a esse núcleo populacional, bemcomo do tipo de actividade empreendida e das áreasque se pretendiam explorar colocando-se naqueleponto. Este método permite ainda estabelecer con-jecturas sobre a contemporaneidade entre dois po-voados vizinhos.

Nas I Jornadas de Património de Belmonte apre-sentámos a aplicação preliminar deste método, ape-nas nos assentamentos populacionais situados natransição da Meseta para a Cova da Beira, com vistaà caracterização da rede de povoamento local (Osó-rio, 2008a: 59 e 61). O gráfico resultante mostrouque não se verificavam quaisquer sobreposições dasáreas de 30 minutos de marcha dos povoados, maseram frequentes nas marchas de 1 hora, não respei-tando as áreas máximas dos núcleos vizinhos. Cons-tatou-se que os territórios dos povoados se encon-travam bem encaixados com os adjacentes e rara-mente eram entremeados de extensões vazias.

Os povoados demonstravam também uma no-tável equidistância, numa malha cerrada, parecendodispor-se emparceirados, frente a frente, de oestepara leste –um posicionamento estratégico pensadopara o controlo visual do território imediato, sobre-tudo dos corredores de penetração da planície parao planalto mesetenho, que se efectuam neste senti-do, mutuamente acessíveis em 30 a 40 minutos demarcha.

Nesse trabalho, recorremos a outra operaçãobastante útil na análise do povoamento, especial-mente daqueles núcleos populacionais cuja impor-

tância advém da sua destacada posição altimétrica –que são as viewshed ou bacias de visão, e apresen-támos um exercício exemplificativo com o povoadodo São Cornélio (a 960 metros de altitude), que aquimostramos na figura 3, onde se assinalaram a verdeas áreas que são visíveis desde o topo deste castro.Constatámos que daí se avistavam perfeitamentetodos os restantes sítios habitados, em torno, ex-cepto o Sabugal, e que os outros núcleos populacio-nais também tinham presente o próprio São Corné-lio, que constitui, juntamente com as Fráguas, a re-ferência visual mais importante para as populaçõesdo Alto Côa e da Cova da Beira.

Acreditamos que este contacto visual perma-nente entre os povoados evidencia a existência delaços de solidariedade, sobretudo em caso de ameaçae de defesa mútua, sendo um dos motivos que terápresidido a ocupação destes locais, intencionalmen-te colocados em campos de visão comuns, como meiode coesão e provando a sua afinidade étnica (Vilaça,2004: 47).

Na altura, reparámos que o povoado do Sabu-gal, situado mais para nascente, achava-se relativa-mente distanciado deste conjunto de núcleos castre-jos e era-lhes completamente invisível, parecendonão estar aí integrado, mas pertencendo a outra redecomunitária.

Por isso, para esta apresentação, estendemosa aplicação destes exercícios a todo o Alto Côa, abran-gendo agora os povoados orientais (Fig. 5), de for-ma a verificar se existem as mesmas interacçõesdetectadas a poente ou se ocorrem diferenças ób-vias de ocupação do espaço.

A conclusão que tiramos da análise do novomapa alargado dos tempos de marcha é que paranascente existem duas realidades ocupacionais dis-tintas:

a) Junto ao rio Côa, os povoados possuemamplos territórios de marcha e encontram-se relati-vamente distanciados entre si. O Sabugal é mesmoo mais isolado, constituindo uma ilha no meio dasredes de povoamento detectáveis. Portanto, o mes-mo afastamento que este manifestava em relaçãoaos castros ocidentais ocorre também com os nú-cleos orientais. Os restantes três povoados desta faixamédia do Alto Côa colidem tangencialmente nos seuslimites de 1 hora de marcha, estando, mesmo assim,bastante autonomizados, com áreas de exploraçãosuficientemente encaixadas e não sobrepostas.

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b) Depois, mais para nascente, observa-se umanova rede de povoamento de organizada proximida-de, onde os territórios também colidem e se sobre-põem nos 30 a 45 minutos de caminhada, não con-seguindo ter 1 hora de marcha de território próprio,nem respeitando as áreas de influência máxima dospovoados vizinhos. Contudo, nota-se uma disposiçãoespacial distinta da observada a ocidente, concen-trando-se os assentamentos em cadeia, ao longo dasduas principais ribeiras afluentes da margem direitado rio Côa, que correm no sentido Sul/Norte. Nãoexistem espaços vazios entre os assentamentos, aocontrário do que sucede na área central onde se no-tam grandes áreas desabitadas.

Fizemos a mesma operação de viewshed oubacia de visão para a área oriental do Alto Côa, colo-cando o ponto de observação num dos relevos masdestacados na paisagem –o Sabugal Velho, situadonum bastião setentrional da serra de Aldeia Velha, a1019 m de altitude. Uma saliência que é visualizadapor todo o Alto Côa e que parece ser dos povoadosmais importantes (como veremos adiante). No gráfi-co resultante (Fig. 4), constatamos que este castrotinha contacto visual com todos os povoados do ladonascente (até Caria Talaia), mas não avistava nen-hum a ocidente (devido a um outeiro que lhe cobre avisão), excepto o elevadíssimo cabeço de São Cor-nélio. Por outro lado, confirma-se que o Sabugal Vel-ho também não tinha contacto visual com a comuni-dade que habitava o Sabugal.

Ora, estes gráficos parecem demonstrar a exis-tência de duas áreas de intensa proximidade huma-na, com sintomas de forte espírito comunitário, nasextremidades poente e nascente do Alto Côa –umacom inclinação para a depressão da Cova da Beira ea outra com ligações topográficas à Meseta: o queparece contradizer a ideia de que as terras dos Ve-tões eram caracterizadas por menor densidade depovoamento, ao contrário das áreas propriamentelusitanas (Martín, 1996: 59). O que falta, provavel-mente, é detectar os povoados abertos de planície,que nesta região mesetenha seriam, seguramente,frequentes, embora mais difíceis de identificar emtrabalhos de prospecção.

Estas duas malhas de povoamento estão con-sideravelmente separadas entre si, estabelecendo-se no meio delas, talvez no limite das terras explora-das por ambas, alguns povoados mais isolados eperiféricos, em especial o Sabugal.

Reforçando esta ideia de que o povoado do

Sabugal constitui um centro populacional intermédioentre duas importantes redes de organização étnica,merece particular atenção uma ara votiva dedicadaà divindade indígena de Arentia Equotulaicense (Cu-rado, 1984, 1988), que aqui foi descoberta, podendoeste epíteto latinizado denunciar o primitivo nomedo Sabugal –Equotule (Osório, 2006: 90), a partir dabase *Ekwo-tullo, que foi apontado recentemente porBlanca Prósper (2002: 120-121) e por Pedro Carval-ho, como estando “relacionado com o topónimo lati-no meditullium, com o significado de terra intermé-dia (ou zona interior ou central de um território)”(Carvalho, 2008: 79).

Nesta análise espacial do povoamento do AltoCôa, recorremos também ao método dos Polígonosde Thiessen, fazendo passar alinhamentos rectilíneospelos pontos intermédios entre os diversos povoa-dos, resultando em territórios de contorno poligonal.Apesar deste exercício não produzir mais do que umaaproximação teórica à forma e tamanho dos territó-rios desses núcleos, sendo por isso muito criticado,observando o mapa resultante da sua aplicação nes-ta região, verificamos a disposição regular dos sítiose a relativa equidistância evidenciada pela maioriados povoados, destacando-se apenas os polígonosassinalados na zona da Beira-Côa pela sua maior di-mensão em relação aos das extremidades (Fig. 6).

Por outro lado, atentando nas respectivas mal-has geométricas percebemos que o tipo de atracçãoque terá condicionado a distribuição espacial das duascomunidades mais extremadas é um recurso linear(sobre o assunto ver Cerrillo Martín de Cáceres, 1990:55-59). Na parte ocidental, a atracção comum aosassentamentos seriam as vias que atravessavam aregião, pois nelas circulava especialmente o metal(Vilaça, 2000: 33), enquanto que na parte oriental, orecurso condutor seriam as linhas de água e as res-pectivas veigas para cultivo e para pastagem do gado.Estas distintas organizações e formas de exploraçãodo território teriam obrigatoriamente implicações aonível económico e sugerem que os povoados orien-tais estariam mais inclinados para a actividade agro-pecuária, em detrimento da componente mineira ecomercial dos assentamentos ocidentais.

Quanto à possível concordância entre estamarcação geométrica e os acidentes geográficos doAlto Côa, frequente em outras aplicações que fize-mos deste exercício nesta mesma região (Osório,2006: 93-94 e mapa III), nesta situação, ela é inexis-tente. Não se observa, por exemplo, nenhum limite

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poligonal coincidente com o rio Côa, nem com osrelevos que marcam a separação das bacias hidro-gráficas. Isto reforça a nossa opinião (Osório, 2008:49-50) de que estamos a procurar, demasiadamen-te, fronteiras para os povos proto-históricos em bali-zas naturais que apenas fizeram sentido nas divisõesprovinciais e municipais da época romana e medie-val. No Alto Côa, alguns povoados localizam-se exac-tamente em cima das linhas de fronteira natural apon-tadas para estas comunidades e não nos parece cre-dível que as áreas de influência desses assentamen-tos proto-históricos estivessem restringidas a essesobstáculos fronteiriços.

Agora, por fim, confrontando directamente ospolígonos com as áreas de influência de Davidson &Bailey (Fig. 7), chegamos à conclusão que nas zonasde povoamento apertado os limites dos polígonoscoincidem com as manchas de 30 minutos de mar-cha, enquanto que na região intermédia os territó-rios teóricos obtidos pelo método de Thiessen supe-ram grandemente o tempo de marcha máximo. Por-tanto, em áreas de povoamento espaçado, os tem-pos de marcha definem sempre territórios inferioresaos obtidos pelos polígonos de Thiessen, enquantoque no povoamento concentrado as áreas poligonaissão sempre inferiores aos territórios máximos dostempos de marcha.

Concluindo, estas metodologias de análise te-rritorial insinuam, conjuntamente, que uma eventualfronteira étnica e cultural entre as referidas comuni-dades pré-romanas deveria situar-se nas terras cen-trais da Beira-Côa. Porém, com base na análise des-te mapa (Fig. 7), não é possível definir se o pontoexacto de passagem dessa eventual raia seria a poen-te ou a nascente do amplo território do povoado doSabugal, nem a qual entidade estariam filiados osresidentes de Equotule.

III.

Vamos agora incidir a nossa reflexão nos ma-teriais arqueológicos, em especial nas cerâmicas,intentando obter outros indicadores para a resoluçãodesta problemática. A análise do espólio arqueológi-co tem sido esquecida nos estudos de caracterizaçãodos Lusitanos e Vetões, especialmente na definiçãodos respectivos limites territoriais, em detrimento daexaustiva interpretação das fontes clássicas (ver Rol-dán Hervas, 1968-69 e Bonnaud, 2002) e das re-ferências epigráficas (ver Olivares Pedreño, 2000-

2001, 2001, Alarcão, 2001). Todavia, é possível «acer-carse a la etnicidad del pasado a través de la culturamaterial” e verificar como esta se comporta na defi-nição dos grupos étnicos, procurando aqueles indi-cadores materiais que melhor possam caracterizardeterminada comunidade (Álvarez-Sanchís, 2004: 301e 313). Apesar de difícil e discutível, esta é uma abor-dagem que devia ser explorada mais aprofundada-mente, pois a cultura material tem um papel activona criação das solidariedades sociais (Alarcão, 2001:294).

A questão que se coloca é se existirão, ao nívelda cerâmica, determinadas particularidades que pos-sibilitem a distinção entre as duas comunidades con-finantes na região.

No Alto Côa, entre os povoados da Proto-histó-ria recente, dos quais possuímos dados proporciona-dos por escavação, destaca-se o Sabugal. As trêsintervenções arqueológicas realizadas no centro his-tórico desta cidade –junto à cerca medieval, na áreado actual Museu Lapidário e no interior do castelo,permitiram atestar uma presença humana do Calco-lítico à Idade do Ferro, obtendo-se espólio e teste-munhos de estruturas que comprovam a existênciade um extenso núcleo de povoamento abrangendo otopo e a encosta nascente.

Entre os resultados mais destacáveis, encon-tra-se o nível de ocupação descoberto na intervençãodo Museu Lapidário, assinalado por uma estruturade combustão, com uma base rectangular de barrocozido, sobre a qual era aceso o fogo, bem como osrestos de um pavimento de barro e de um buraco deposte estruturado de um habitat da Idade do Ferro(Osório, 2005a: 41-42 e 55). Infelizmente, as movi-mentações de terra provocadas pela construção damuralha medieval, destruíram este nível de ocupação,sobretudo a estratigrafia de abandono, mas entre osníveis de entulhamento da vala fundacional destaconstrução militar apareceu espólio de boa qualida-de, nomeadamente cerâmicas de fabrico manual, commotivos penteados e estampilhados (Fig. 10).

Em posteriores escavações realizadas no inte-rior do Castelo, obtivemos novos vestígios habitacio-nais da Idade do Ferro. Aí, sob estratos alto-medie-vais, identificou-se a parede de um edifício de plantaquadrangular e um nível de circulação de terra pisa-da, onde havia outra base de barro rectangular deuma lareira, semelhante à identificada na encostanascente. Esta estrutura doméstica estava associa-

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da a uma mó circular e a um conjunto de cerâmicasde fabrico manual ou a torno, mas de formas sim-ples e lisas, sem quaisquer elementos morfológicosou decorativos característicos (Osório, 2005a: 42 e55-56).

Tratando-se de simples sondagens de diagnós-tico, as informações obtidas sobre as estruturas ha-bitacionais e a organização do espaço deste povoa-do são pouco abrangentes. No entanto, ficámos asaber que persistem algumas técnicas e materiaisde construção, já empregues anteriormente –as ba-ses de lareira, os pavimentos de barro e as estrutu-ras de apoio da cobertura com postes de madeira(Vilaça, 2008: 48).

Outro local bem conhecido, fruto de intensasescavações, é o Sabugal Velho. A intervenção con-cluiu que se tratava de uma aldeia medieval fortifica-da, dos séculos XII-XIII, com a malha urbana bempreservada, e que, sob este aglomerado leonês, per-duravam ainda níveis de ocupação mais antigos, querecuavam à Idade do Ferro.

A insuficiente área escavada e a destruiçãoprovocada pela presença medieval, impedem-nos deconhecer melhor o urbanismo do povoado proto-his-tórico e de perceber a sua extensão máxima, contu-do foi ainda possível estudar os restos da muralhacastreja que circunda o espaço habitado. Era umaedificação de alvenaria sólida e maciça, com umatécnica construtiva análoga a muitas outras fortifi-cações mesetenhas (Osório, 2005b: 89). As investi-gações permitiram concluir que havia uma entrada apoente (posteriormente entaipada na fase medieval),feita pela simples interrupção e discordância do traça-do defensivo, formando uma entrada não directa,oblíqua e dissimulada, apetrechada ainda com umtorreão e com socalcos defensivos (Osório, 2005b:89 e 99, fig. 16). É também na Meseta espanholaque encontramos os principais paralelos arquitectó-nicos desta solução militar (Maluquer de Motes, 1958:24).

Nas várias sondagens realizadas na estaçãoarqueológica, só foi possível identificar restos de duasedificações da Idade do Ferro, associados a mate-riais de datação correspondente (Fig. 13). Detectou-se a parede de um edifício de planta quadrangularencostado à face interna da muralha, solução quetambém se observa no mundo mesetenho; e nasescavações abertas no centro do povoado, sob asparedes de um grande edifício medieval, identificou-se um alinhamento curvilíneo de uma típica casa cir-

cular castreja, com cerca de 6 m de diâmetro e comum átrio da entrada (Osório, 2005a: 43 e 56-57).Concluiu-se que o urbanismo castrejo do SabugalVelho era composto por dois tipos de edifícios: deplanta circular e rectangular.

Nestas sondagens e nos extensos entulhamen-tos detectados na zona da muralha recolheu-se abun-dante espólio, como os dois cadinhos de cerâmica,as contas de colar, o pendente de xisto, a fíbula debronze de tipo Acebuchal (séculos VII-VI a.C.) e oescopro de bronze de secção quadrangular (Osório,2005a: 65, 2008b: 60-62), semelhante a outros jádescobertos nesta região (Vilaça, 1995: 85-86); paraalém da abundante cerâmica que caracteriza a cul-tura material do Sabugal Velho e lhe atribui o enqua-dramento cronológico (Osório, 2008b: 55-57).

Apesar de tudo, estes resultados mostram quese quisermos recorrer ao espólio cerâmico para es-tabelecer uma distinção entre o povoamento vetão eo lusitano, teremos ainda inúmeras dificuldades. Pri-meiro, devido ao desequilíbrio patente entre a gran-de quantidade de informação proveniente da esca-vação de três estações arqueológicas, em contrapontoaos escassos dados recolhidos em prospecção noresto da região. Segundo, porque não temos umavisão uniforme do território, pois existe maior volu-me informativo procedente da zona oriental do AltoCôa, enquanto escasseia o conhecimento dos mate-riais cerâmicos recolhidos nos núcleos de povoamentoocidental.

Outro obstáculo do recurso à cerâmica para estareflexão é que determinadas morfologias e deco-rações que mais facilmente permitiriam caracterizaras comunidades do Alto Côa e definir as suas afini-dades culturais, são pouco representativas. Os úni-cos exemplares cerâmicos que exibem decoração, dosmilhares de fragmentos recolhidos nas escavaçõesdo Sabugal Velho e do Sabugal, resumem-se a umasescassas peças com decoração maioritariamente es-tampilhada e penteada (Fig. 10), que já foram estu-dadas e publicadas anteriormente (Osório 2005a: 40-49, 2008b: 55-56). Esta amostra atesta, porém, umanítida proveniência mesetenha, fruto de contactoscontinuados com os centros populacionais vetões ouda existência de fortes laços de parentesco étnico ecultural.

Destacamos os exemplares decorados com es-tampilhas de semicírculos concêntricos, porque esteé, até agora, o único motivo repetido nestes doispovoados, para além dos círculos concêntricos e dos

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ornitomorfos recolhidos apenas no Sabugal (que es-tão presentes por exemplo em Soto de Medinilla,Padilla del Duero e Simancas) (Osório e Santos, 2003:382). Sabendo que a ornamentação é feita sobrecerâmica manual, podemos dar-lhe um enquadra-mento mais antigo, com paralelos recuados à I Ida-de do Ferro (Osório e Santos, 2003: 382).

A outra decoração aqui presente -a cerâmica apeine, com paralelos em Cogotas II e Sanchorreja,comum desde o Ferro Antigo (Osório e Santos, 2003:379) -tem sido considerada pelos investigadores daProto-história da Meseta como um forte “marcadormóvil de la etnicidad” (Álvarez-Sanchís, 2004: 312),que não ultrapassará os limites do território vetão.No entanto, ainda se desconhece com exactidão aextensão máxima da mancha de difusão das cerâmi-cas a peine para ocidente: Poderemos esperar a suapresença nos castros que ocupam a orla do rebordoda Meseta como a Serra d’Opa, o São Cornélio ou asFráguas?. E não poderão chegar estas cerâmicas, depouca expressividade, a áreas periféricas, por via dastrocas comerciais, ampliando exageradamente a suaárea de difusão?. Assim, talvez não possamos reco-rrer a esta cerâmica como uma verdadeira marcaétnica.

A inexistência de um conjunto cerâmico comtraços morfológicos ou decorativos próprios e exclu-sivos é um dos factos mais destacáveis das comuni-dades do Alto Côa. Denota-se uma tendência, quepoderá ser confirmada com o incremento das esca-vações na Beira Interior, para uma relativa pobrezadecorativa da cerâmica durante a Idade do Ferro,em comparação com os períodos cronológicos ante-riores. Os exemplares decorados correspondem ameros fenómenos residuais na totalidade do espóliorecolhido. No caso do Sabugal Velho, verificamos que,dos 1635 fragmentos inventariados, relativos à ocu-pação do sítio durante o I milénio a.C., 78% são defabrico manual e apenas 1% apresenta decoração –os fragmentos que aqui mostramos na figura 10, comnítida inspiração mesetenha. Esta ausência sugere apresumível inexistência de produções locais decora-das e o recurso à importação dos únicos exemplaresdecorados.

Talvez a falta de preocupações decorativas naprodução cerâmica das comunidades lusitanas pos-sa constituir uma das características diferenciadorasentre estes dois povos. Julgamos que os Lusitanosnão deveriam ter uma cultura material própria e dis-tinta dos povos circundantes, pois não são detec-

táveis impulsos criativos inovadores, designadamen-te nos fabricos cerâmicos, mas um certo conserva-dorismo, patente na sobrevivência de processos defabrico e acabamento seculares (Carvalho, 2007: 57-58). As peças mais emblemáticas do seu espólio cerâ-mico eram adquiridas por importação, vindas daMeseta ou da Beira Alta, provavelmente em troca doproduto da mineração. Não eram, portanto, comuni-dades totalmente fechadas a outros mundos, masos impulsos externos chegariam com pouca intensi-dade (Carvalho, 2007: 56). Pedro Carvalho alertoujá, anteriormente, que essa ausência, juntamentecom o arcaísmo e monotonia das formas e fabricos,poderiam ser a particularidade que os caracterizava(Carvalho, 2007: 58).

Do ponto de vista tecnológico, a cerâmica ma-nual não decorada identificada nesta região, em es-pecial nas escavações do Sabugal e do Sabugal Vel-ho (Fig. 11), caracteriza-se pelas pastas grosseiras,com abundante desengordurante, maioritariamentede cozedura redutora, com superfícies rugosas, semqualquer tipo de acabamento cuidado, para além dealgum alisamento ou de ligeiro cepilhado superficial.As tonalidades são escuras, variando entre os cas-tanhos, avermelhados e acinzentados.

A morfologia é sempre bastante simples, semquaisquer artifícios ornamentais. As formas mais fre-quentes são os recipientes globulares, mas tambémse registam potes cilíndricos, troncocónicos e bitron-cocónicos, de perfil em “S”, com colos estranguladosou convexos, ou mesmo colos pouco desenvolvidos.Os bordos são direitos, extrovertidos ou quebrados,sendo os lábios sempre arredondados, engrossadosou direitos, pontualmente com decoração incisa ouimpressa. Alguns potes podem ter uma ou duas asasverticais, geralmente de secção oval ou de fita; e osfundos são sempre planos.

No Sabugal Velho, a gritante escassez de moti-vos decorativos nas peças manuais, que permitiriacaracterizar as produções cerâmicas, é recompensa-da com um bom lote de fragmentos cerâmicos defabrico a torno, de cozedura oxidante, com pastasmuito finas e depuradas, com superfícies externasbastante porosas, mas por vezes compactas e alisa-das, de tonalidade esbranquiçada, creme, castanhaclara ou alaranjada, maioritariamente lisas ou pon-tualmente pintadas (embora mal conservada). É umgrupo que se destaca pela sua cor, pela reduzidaespessura, por um bom acabamento e pelo sommetálico característico.

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Este conjunto de peças cerâmicas é compostode alguns tipos comuns (Fig. 12). Por um lado, oscuencos ou taças de morfologia tulipiforme, com sua-ve perfil em “S”, bordo extrovertido e lábio aponta-do. Uma destas taças de carena alta conserva aindaos restos de pintura em bandas horizontais de engo-be de cor vínica. Por outro lado, enumeram-se gran-des recipientes globulares, de colo pouco desenvol-vido, moldurado ou não, com bordos em aba ou emforma de “cabeça de pato”: pelo lábio duplamentebiselado e ressalto para encaixe de tampa. Tambémse enumeram grandes potes ovóides, sem colo, ecom bordos bastante extrovertidos e lábio direito;ou potes com colos estreitos e bordos extrovertidos,praticamente em aba e lábios arredondados ou apon-tados; ou pequenos potes troncocónicos, sem colo ebordos em aba, com lábio arredondado ou aponta-do. Há ainda a enumerar, alguns pequenos vasos ci-líndricos com bordos ligeiramente extrovertidos. Nãopodemos associar nenhum dos fundos obtidos a umadestas formas, mas verificamos que são planos (porvezes com pé alto) ou côncavos (com umbo central).Também identificámos o fragmento do pé de umacopa.

No Sabugal Velho, este constitui o conjuntocerâmico mais homogéneo e melhor representado,ainda por cima, mais fácil de datar do que a cerâmi-ca manual lisa ou as restantes formas de fabrico atorno. Foram inventariados 340 fragmentos deste tipode produção, dos quais 62 exemplares proporcionamforma. Estatisticamente, esta cerâmica fina corres-ponde a cerca de 20% de toda a cerâmica proto-histórica do povoado e foi principalmente recolhidanas sondagens onde foram descobertos os únicostestemunhos habitacionais e os restos da muralhacastreja (Fig. 13).

Se tivéssemos que definir o melhor indicadormaterial da comunidade da Idade do Ferro residenteno Sabugal Velho, seria esta cerâmica fina torneada.Porque não é meramente residual, mas, pelo contrá-rio, aparece em significativa quantidade e represen-tatividade, denunciando o afluxo ao local de peçasprovenientes de contactos estreitos e frequentes comoutras regiões exógenas.

Sendo uma cerâmica com origem em áreasmeridionais da península, cuja datação mais antigarecua ao final do séc. V a.C., só poderia ser canaliza-da por rotas comerciais, seguindo os eixos naturaisde comunicação, vindos de sul, que entravam pelosistema central e que, por sua vez, se difundiam edistribuíam em leque pela área de povoamento ve-tão. A facilidade de travessia do território meseten-ho permitia a difusão destas influências culturais ex-ternas por toda a região, até às zonas periféricas.

Esta cerâmica interessa para esta discussãoporque, para além do Sabugal Velho, já apareceu,até agora, em outros 3 povoados orientais do AltoCôa –no Sabugal, em Vilar Maior1 e nos Castelos deOzendo (aqui somente no decurso de trabalhos deprospecção). Infelizmente, não são conhecidas pu-blicações para o território português que registem oachado deste tipo de cerâmica em outros locais daBeira Interior. Mas, julgamos que estes exemplaresconstituem, para já, o testemunho mais ocidentalconhecido e agora publicado, pois os dados obtidosna bibliografia disponível provêm sobretudo de re-giões mais orientais e meridionais, em relação aovale do Côa.

Estas cerâmicas não foram, até agora, identifi-cadas em núcleos de povoamento da fachada oci-dental do Alto Côa, apesar destes não terem sidoainda devidamente escavados, e têm aparecido es-pecialmente nos povoados da área oriental. Somen-te procedendo a escavações intensivas na franja oci-dental desta região, que clarifiquem a sua presençaou não2, poderemos estipular a área máxima de di-fusão deste indicador material e empregá-lo comoeventual elemento caracterizador das comunidadesda Idade do Ferro da Meseta, em contraponto aospopuli lusitanos.

De facto, se o panorama geral em todo o AltoCôa é a abundância de cerâmica manual sem deco-ração, a única distinção, a este nível, nesta região, éque os povoados orientais apresentam cerâmicas fi-nas e torneadas, de proveniência meridional.

1 Os trabalhos arqueológicos que estão actualmente a desenrolar-se nesta povoação, possibilitaram a recolha de outro bom conjunto decerâmicas deste tipo, apresentando alguns exemplares decoração pintada, ultrapassando já o número de fragmentos exumados noSabugal Velho.2 Aguardamos com entusiasmo a publicação dos resultados das várias campanhas de escavação realizadas no Cabeço das Fráguas, emespecial das cerâmicas recolhidas, que poderão reforçar ou refutar algumas das nossas propostas apresentadas.

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Conclusão.

Os métodos de análise territorial aplicados nestaregião permitiram detectar uma dualidade de redesde povoamento, com áreas intermédias de caráctertransitório e talvez fronteiriço. Mas, é através de al-gumas evidências construtivas e especialmente dacerâmica que parece adivinhar-se uma nítida dife-renciação entre os povoados do rebordo da Meseta/Cova da Beira e os núcleos de povoamento planálti-co.

Apesar de alguns autores renunciarem a ideiade fronteira entre estas duas “etnias”, a análise ar-queológica demonstra que existem algumas dife-renças entre elas, não obstante as influências recí-procas sentidas (Alarcão, 2001: 295). O exemplo maisflagrante é sem dúvida a cerâmica mesetenha emeridional que chega aos povoados orientais do AltoCôa e as soluções arquitectónicas defensivas que aíse propagam, por oposição a um vazio destes ele-mentos e a um conservadorismo da cerâmica, despi-da de ornamentação e especificidades próprias, queimpera nos cabeços inóspitos e naturalmente defen-didos do rebordo da meseta.

Teremos conseguido, nestas linhas, estabele-cer alguns traços de distinção entre as comunidadesafectas aos Lusitanos e aos Vetões?. Situar-se-iaentão no Alto Côa a sua fronteira?. Cremos que sim.Todavia, apesar da tendência dos investigadores emapontar o Côa como esse limite, julgamos que esterio, que no seu curso até ao Sabugal não é mais doque uma pequena ribeira semelhante aos restantesafluentes do Alto Côa, nunca terá constituído qual-quer tipo de fronteira para povos pré-romanos, emespecial nesta bacia superior, ao contrário do BaixoCôa (ver Luís, no prelo). Ainda para mais, quandocomprovamos que o assentamento vetão de CasteloMendo, já referido anteriormente, fica situado do ladopoente deste mesmo rio.

Por outro lado, verificamos que os povoadosdo Sabugal e de Caria Talaia ficam situados em cimada linha do Côa (Fig. 2), e, sendo o rio facilmentetransposto a vau nesses locais, seria impensável quea sua influência ficasse confinada à berma ribeirinhae não se estendesse para as óptimas terras da outramargem do rio.

Talvez as dificuldades que deparamos na horade definir uma raia bem marcada entre estes doispovos se prendam com o facto de serem mais assemelhanças entre eles que as diferenças, fruto das

prováveis semelhanças ao nível linguístico e das es-treitas relações existentes entre ambos, atestadasnas fontes clássicas (Álvarez-Sanchís, 2004: 308).Portanto, é possível que a fronteira ocidental dosVetões com os Lusitanos fosse muito difusa e marca-da por terras inabitadas.

Contudo, havendo essa delimitação fronteiriça,ela tinha que passar algures, não pelos relevos quemarcam o fim da bacia hidrográfica do Côa, nempelo próprio rio Côa, mas por uma terra de ninguémque ficaria entre os territórios de marcha dos povoa-dos junto ao Côa e os situados nos relevos da extre-ma ocidental.

Por isso, acreditamos que entre o limite da áreade influência do Sabugal e os territórios de explo-ração dos povoados mais ocidentais, onde não seconhecem mais habitats proto-históricos, passariaalgures, uma linha divisória convencional entre osLusitanos e os Vetões (Fig. 8). É nesses terrenos,afastados dos núcleos de povoamento e provavel-mente não explorados, que poderemos imaginar umafronteira, não assinalada por marcos ou cruzes napedra, mas bastante maleável. Os indivíduos sabe-riam perfeitamente que estavam em terras alheiasquando saíam da sua área de influência e do âmbitovisual da respectiva comunidade de povoados. Ape-nas isto seria suficiente para delimitar mutuamentegentes diferentes e vizinhas, pois tudo se resumia aocontrolo imediato do território, não obstante a exis-tência de algumas pontuais referências simbólicasna paisagem.

O São Cornélio, sendo o povoado que ficavaimediatamente defronte do Sabugal, mas cujo terri-tório não colidia com este, pertenceria a uma comu-nidade diferente (Fig. 9). A sua ampla visibilidade ealcance visual desde a Cova da Beira seriam factoresde adesão étnica ao populus dessa região. Este as-sentamento integrava-se numa cadeia de povoamen-to que se abria para poente, onde os territórios demarcha dos povoados colidem, possuem uma estu-penda intervisibilidade e apresentam a mesma tipo-logia de assentamento (Osório, 2008a: 49), afastan-do-se nitidamente do mundo planáltico do vale doCôa e seus afluentes mesetenhos, onde imperamhabitats com escassa intervisibilidade, sem vínculospaisagísticos, pouco elevados e com maior recurso asoluções defensivas complexas.

Tendo em consideração estes argumentos e,em especial, a análise arqueológica, então o Sabu-

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Marcos Osório

gal pertenceria a estas comunidades orientais e se-ria o estabelecimento fronteiriço com os lusitanos,no limite ocidental dos vetões, a 30 kms. do povoadode Irueña (Fig. 9), constituindo uma espécie de en-treposto económico e cultural.

E se assim fosse, confirmar-se-ia, também, aproposta de que nas zonas de fronteira se localiza-vam, frequentemente, povoados de grandes dimen-sões (Vilaça, 2004: 52). Pois, a grande extensão deterritório abarcada numa 1 hora de marcha, em par-te devido à suavidade da topografia envolvente, pare-

cem conceder-lhe alguma importância, já anunciadapelos materiais arqueológicos exumados nas esca-vações (Osório, 2005a: 42 e 46) e pela extensão daárea de vestígios.

São estes os dados e as problemáticas quenorteiam a investigação proto-histórica no Alto Côa,que esperamos em breve ampliar com novos teste-munhos que confirmem ou refutem estas conside-rações, através dos trabalhos arqueológicos previs-tos em outros povoados deste território.

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A Idade do Ferro no Alto Côa: os dados e as problemáticas

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Figura 1. Localização da região do Alto Côa no mapa de Portugal.

Figura 2. Mapa dos povoados do Alto Côa com provável ocupação durante a Idade do Ferro.

Marcos Osório

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Figura 3. Viewshed ou bacia de visão do povoado de São Cornélio.

Figura 4. Viewshed ou bacia de visão do povoado do Sabugal Velho.

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Figura 5. Mancha das áreas de influência dos povoados do Alto Côa.

Figura 6. Aplicação do método dos Polígonos de Thiessen nos povoados deste território.

Marcos Osório

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Figura 7. Confronto dos resultados obtidos pelos métodos de Davidson & Bailey e dos Polígonos de Thiessen.

Figura 8. Confronto dos limites naturais com as áreas de influência dos povoados, nesta região do Alto Côa.

A Idade do Ferro no Alto Côa: os dados e as problemáticas

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Figura 9. Proposta de delimitação entre Lusitanos e Vetões no território do Alto Côa,assinalada na carta de relevo com a marcação das áreas de influência dos povoados.

Figura 10. Representação dos escassos exemplares cerâmicos decorados,recolhidos nas escavações de dois povoados do Alto Côa.

Marcos Osório

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Figura 11. Principais formas dos recipientes cerâmicos lisos descobertos no povoado do Sabugal Velho.

A Idade do Ferro no Alto Côa: os dados e as problemáticas

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Figura 12. Representação de alguns exemplares cerâmicos do povoado do Sabugal Velho,de fabrico a torno, de pastas finas e claras, de importação meridional.

Marcos Osório

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Figura 13. Plantas do sector I e III do povoado do Sabugal Velho, com a identificação das sondagens de proveniênciadas cerâmicas finas meridionais, contabilizando a quantidade de fragmentos recolhidos.

A Idade do Ferro no Alto Côa: os dados e as problemáticas

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Resumen

El “Occidente vetón” es clave en el estudio delas dinámicas de formación cultural de los pueblos dela Segunda Edad del Hierro, principalmente por susituación de vía de comunicación vertical en esta par-te de la Península Ibérica. En esta zona, el MacizoCentral supone una barrera, pero también funcionacomo eje en el que ambas vertientes son mutuo es-pejo de los avatares históricos a los que se vieronsometidas, así como de su recíproca influencia. Deesta forma, los particulares procesos desarrollados enCáceres y la Beira Baixa se encuentran íntimamenteligados a un marco regional, más amplio, en el que seincluyen las áreas de Salamanca y la Beira Alta.

En este contexto, el Cerro de El Berrueco es unpunto de referencia ineludible que articula las comu-nicaciones en el eje Cáceres-Salamanca-Ávila y supo-ne un ejemplo de los contactos sociales, culturales ytecnológicos de estos grupos a diferentes escalas. Porello, entre los diversos yacimientos que componen laZona Arqueológica, el sitio de “Los Tejares” ha tenidotanta significación. Los estudios realizados entre 2003y 2006 han proporcionado gran cantidad de informa-ción, entre ella el descubrimiento, en 2005, de las pri-meras evidencias de una necrópolis asociada al po-blado.

El propósito de éste trabajo es presentar losresultados de las investigaciones hasta ahora desa-rrolladas, ampliando el conocimiento general de laEdad del Hierro en la zona e incluir “Los Tejares”entre las escasas necrópolis de lo que se conoce como“mundo vetón”.

Introducción.

Desde el año 2003, bajo la denominación delProyecto Berrueco, se vienen desarrollando una se-rie de trabajos de investigación y catalogación de los

Nuevos resultados en la investigación de la Segunda Edad delHierro en el Cerro de El Berrueco (Salamanca): el poblado y la

necrópolis prerromana de “Los Tejares”

Óscar López JiménezVictoria Martínez Calvo

Arqueólogos

diversos elementos comprendidos dentro de la am-plia extensión que forma la Zona Arqueológica.

Este enclave, recurrente en la bibliografía ar-queológica, se sitúa en la vertiente Norte del pie deGredos, en el Alto Tormes Salmantino. La gran molegranítica que le da nombre se yergue a una altura de1.540 metros sobre el entorno de una llanura de al-rededor de 800 metros, en la cual es perfectamentevisible desde kilómetros a la redonda. Especialmen-te desde la salida de los pasos naturales de las sie-rras, como desde lo alto del puerto de Villatoro, enÁvila; desde el cruce de Cuatro Calzadas, a pocoskilómetros de Salamanca capital; o a la salida delramal de la cañada del Puerto del Pico. Desde sucumbre se dominan el Alto Tormes, el valle del Cor-neja, toda la comarca del piedemonte de Gredos y lasalida oriental de la Sierra de Béjar (Fig.1).

El Cerro de El Berrueco comenzó siendo consi-derado un solo yacimiento en los primeros trabajos,desde finales del siglo XIX hasta las intervencionesdel Padre César Morán en los años veinte. Las prime-ras noticias sobre El Berrueco surgen por la apariciónde las placas de bronce conocidas como las “diosasaladas” (Ballesteros, 1896: 56, Riaño, 1899: 124-126).La pormenorizada descripción de este hallazgo fueampliamente conocida por la comunidad científica yEl Berrueco pasó a encontrarse entre los lugares cita-dos en la bibliografía científica de la época.

En este momento también se interesan poreste lugar y sus materiales algunos de los más pro-minentes científicos de su tiempo, como es el casode Fidel Fita (1920: 361) o García y Bellido (1923).Sin embargo, el primero en acercarse hasta el lugara hacer una evaluación del que entonces se pensa-ba era un solo yacimiento es Manuel Gómez More-no, durante la recopilación de datos realizada en1905 para el Catálogo Monumental (Gómez More-no, 1967).

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Óscar López Jiménez, Victoria Martínez Calvo

La primera investigación de importancia en elcerro la desarrolla César Morán, profesor del colegiode los Agustinos, quien en 1918, durante una visitaal lugar, recoge una importante cantidad de materia-les que publica al año siguiente (Morán, 1919: 119),realizando entre 1919 y 1921 una serie de campañasde excavación en la zona.

Los trabajos de Morán son muy precisos en loque se refiere a la descripción física del sitio, susrecursos naturales y la importancia de las comuni-caciones (Morán, 1921: 11-13). Para él, todo el con-junto es una sola unidad que pertenecería a unagran ciudad, cuyo poblamiento comenzaría en lostiempos neolíticos hasta época romana, rodeada por“... una muralla [...] separándose de la montaña enunos puntos más y otros menos de 500 a 1000metros” (Morán, 1921: 4) que englobaría todo elcerro.

Gracias a él tenemos también noticias de laubicación original de los verracos que ahora se en-

cuentran en El Tejado y Puente del Congosto (Mo-rán, 1921: 5).

Uno de los más interesantes trabajos de Mo-rán es la recopilación minuciosa de todas las noti-cias procedentes de hallazgos en el pueblo y la pre-ocupación por contrastar su procedencia del cerro.Entre ellos destaca un aro de bronce con lo queMorán (1921: 14) describe como “caracteres alfa-betiformes; de un lado la letra A repetida y yuxta-puesta de tal modo que resulta una M con dos tra-vesaños; de otro la misma figura pero sin travesañoen la A de la derecha“. Esto ofrece una cierta con-sistencia a otros recientes hallazgos epigráficos rea-lizados por el equipo del Proyecto Berrueco en lazona de Los Tejares.

Es especialmente interesante la colección demonedas que Morán presenta en este trabajo. Aun-que no especifica su procedencia exacta sabemosque una “importante” cantidad de ellas han sidorecuperadas por él mismo y otras provienen de gen-

Figura 1. Mapa de situación.

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Nuevos resultados en la investigación de la Segunda Edad del Hierro en el Cerro de El Berrueco (Salamanca)...

tes del pueblo que se las donó (Morán, 1921: 8)(Fig. 2).

La investigación da un gran paso adelante conlos trabajos de Juan Maluquer de Motes, quien en1950 se plantea una revisión de la Prehistoria sal-mantina y a raíz de esto se enfrenta a la evidenciarecopilada por Morán, lo que despierta su interés porel Cerro del Berrueco. Es entonces, al estudiar lascolecciones provenientes de la zona y, especialmen-te la colección Ibáñez, cuando por primera vez seplantea la posibilidad de encontrarse ante un con-junto de yacimientos.

Las excavaciones de Maluquer comienzan en1953 y se prolongan en forma de cortas campañashasta 1956. En la publicación de este trabajo (Malu-quer de Motes, 1958) se aprecia la diferenciación yade casi todos los grandes yacimientos actualmenteconocidos: La Mariselva, El Cancho Enamorado, LosTejares, La Dehesa y Santa Lucía (refiriéndose a LasParedejas).

Por primera vez se define el cerro como unconjunto: “En lo sucesivo el nombre de Berruecodeberá reservarse como sinónimo de región o zonaarqueológica, no de un yacimiento. En realidad [...]el Cerro del Berrueco constituye un centro ideal derefugio y a la vez dispersión de poblaciones, de gran-dísimo interés; es decir, que constituye una verda-

dera unidad geopolítica” (Maluquer de Motes, 1958:12).

Otra buena parte del trabajo se centra en larecopilación de colecciones de objetos y su estudiocon gran profusión de detalles (Maluquer de Motes,1958: 101-115), ampliando enormemente el catálo-go de materiales hallados en el cerro. Aquí se dan aconocer importantes piezas de las colecciones PérezOlleros, Ibáñez o parte de la colección Morán con-servada en Salamanca.

Con la publicación de este libro queda ya biensentada la clara separación de los diferentes lugaresde asentamiento alrededor del cerro. Los materialesapuntan a varios momentos claramente representa-dos, como el Calcolítico pre-campaniforme, BronceFinal tipo Cogotas I, elementos de metalurgia clara-mente orientalizantes, influencias de tipo ibérico yuna notable presencia de cerámicas que se denomi-narían más tarde Cogotas II. La concentración deestos elementos tampoco es aleatoria, sino que vie-ne a marcar diferentes áreas de asentamiento paracada época.

Después de los trabajos de Maluquer, el cerroqueda definitivamente marcado como un lugar dereferencia en la arqueología de la zona occidental dela Península. Sin embargo, no se volverán a realizartrabajos en esta zona hasta los años 80.

Figura 2. Tabla de monedas de Los Tejares de la colección Morán y dos nuevos hallazgos de monedas de Cástulo.

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Óscar López Jiménez, Victoria Martínez Calvo

Entre tanto, los hallazgos siguen produciéndo-se y, a mediados de los años 70, Piñel (1976) publicauna de las piezas más interesantes procedentes delcerro realizada en oro. Se trata de una arracada ha-llada en superficie correspondiente al sitio de LasParedejas.

Otras piezas de cierta singularidad van volvien-do a ser estudiadas en esta época, como la fíbula dearco de violín que publica Delibes de Castro (1981) yque, en este caso, se vincula a influencias centroeu-ropeas venidas a través de la Meseta Central.

A principios de los años 80 Francisco Fabiánrealiza una campaña de excavación en uno de lospuntos menos conocidos hasta ese momento comoera el yacimiento de Paleolítico Superior de La Dehe-sa (Fabián, 1984-1985, 1985, 1986, 1997), en la la-dera baja de la parte meridional del complejo graní-tico. Este lugar había sido ya señalado por el PadreVicente Belda, profesor del Colegio de los PadresReparadores de Alba de Tormes, en los años 70.

La secuencia presente en la zona se extiendeentonces desde el Paleolítico Superior hasta épocamoderna, siendo un conjunto arqueológico de los máscompletos y complejos que ofrece una oportunidadúnica para el estudio de la formación de los paisajesantiguos.

Hoy, tras varios años realizando trabajos deprospección, sondeos, sistematizando información ycolecciones de materiales, se han definido nueveyacimientos principales, seis de ocupación temporalen el entorno y diversos hallazgos aislados entre losque contamos verracos, tumbas antropomorfas o di-verso material mueble, en un entorno que supera lapropia extensión del cerro.

La II Edad del Hierro en el Cerro deEl Berrueco.

Los Tejares es el topónimo que denomina unazona al pie del cerro, en su vertiente meridional, si-tuada en una vaguada protegida por farallones deroca granítica. Su orientación Sur, en las cercaníasdel Arroyo del Colmenar, indica su vocación de rela-ción con la Sierra de Gredos y el Alto Tormes.

Los hallazgos recuperados en este lugar y susalrededores remiten a momentos avanzados de laEdad del Hierro, con profusión de material cerámico,metálico y presencia de otros elementos como vi-drios, ornamentos, etc,.. Las concentraciones de

materiales se extienden por una zona muy amplia,calculándose la superficie real del asentamientoaproximadamente en 16 ha.

El yacimiento no se sitúa en una zona promi-nente o elevada, ni con especial interés en la defen-sa o control del territorio, pese a la disponibilidad delugares apropiados en el terreno. Apenas quedantampoco evidencias de la muralla, probablementedestruida desde sus cimientos.

Este sitio no había sido antes objeto de unaintervención sistematizada, siendo tan sólo un puntode referencia para los hallazgos de monedas, figuri-tas de bronce o armas de los trabajos de Maluquer oMorán.

Hay que relacionar también este asentamientocon la presencia, igualmente, del “toro” situado ori-ginalmente en El Hontanar, una pequeña colina do-minando el camino a la salida al Sur de Los Tejares.Este ejemplar, recuperado de las tapias de la fincadenominada “prado del toro” hoy se encuentra en elpueblo de El Tejado.

Escalas de análisis del yacimiento.

La cantidad, extensión y diversidad de los yaci-mientos que, a priori, se esperaba encontrar en laZAB motivó una primera fase de planificación de in-tervenciones que se ajustaran a las necesidades ycaracterísticas de cada sitio. Los Tejares es uno delos más accesibles, con mayor superficie y un regis-tro material amplio y abundante. En este caso, no sehabían realizado en la zona trabajos anteriores y nose conocían más que noticias de los hallazgos casua-les o los expolios de los detectoristas que se hancebado en la zona. Por todo ello, se planteó una se-cuencia de intervenciones que supusieran mínimaafección con la obtención de la máxima información.

a) Topografía.

Uno de los trabajos de documentación necesa-rios era tener la morfología del terreno, sobre la queubicar los registros y analizar los datos de conforma-ción y alteración en superficie. Esta es una base detrabajo útil y necesaria que refleja, por ejemplo, da-tos interesantes sobre algunas cuestiones importan-tes como la existencia de una pequeña muralla lon-gitudinal que hoy se encuentra totalmente perdida.Otro dato apuntado por las primeras lecturas son lastrazas de algunos posibles accesos al poblado, así

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Nuevos resultados en la investigación de la Segunda Edad del Hierro en el Cerro de El Berrueco (Salamanca)...

como las cotas de arroyadas y torrenteras que per-miten el cálculo de los arrastres de material que se-rán clave a la hora de realizar otros trabajos.

El levantamiento se realiza con tecnología GPSen modo RTK con precisión centimétrica utilizandodos receptores SR530 de Leica.

b) Microprospección.

La aplicación de esta técnica responde a unanecesidad de concretar con la mayor certeza posiblela naturaleza de este yacimiento, utilizando inicial-mente sólo métodos de documentación off-site.

Como base de trabajo se ha tomado el mapacatastral de la diputación de Salamanca a Escala1:3000 que sitúa las parcelas correspondientes a lazona donde se ubica el yacimiento. Estas parcelasson, en la actualidad, propiedad de vecinos de ElTejado, y corresponden en su totalidad al Polígono 1del Inventario del Servicio Catastral de la Diputaciónde Salamanca en este término municipal.

Tras analizar las evidencias recuperadas poranteriores trabajos y después de varias inspeccio-nes al terreno se planteó un sistema de aplicaciónde módulos más o menos estables con recogida sis-

temática de material y de datos generales de su-perficie correspondientes a morfología, procesos ero-sivos visibles, visibilidad del terreno, disposición delos materiales, estado de los materiales, etc... Eltrabajo de prospección se plantea mediante el usode las parcelas agrícolas actuales con una subdivi-sión en unidades de prospección de 30x30 metros,ajustadas en cada caso a las necesidades del terre-no y documentadas así en su ficha individualizada.Dentro de cada una de estas unidades se utiliza unequipo de 3 prospectores por unidad de prospec-ción hasta barrer el 100% de la superficie de cadauna.

Una vez finalizada cada unidad se rellena lasdos fichas correspondientes que recogen, por un lado,los datos morfológicos y, por otro, los de materiales.En estas fichas se recogen los aspectos que caracte-rizan a cada unidad y cada parcela y se resaltan loselementos más representativos de su aspecto for-mal, estado del terreno, procesos geológicos, altera-ciones, características del material, acumulacionesreconocibles, o piezas más reseñables. El materiales cuantificado y situado en el espacio separando losdiferentes tipos reconocibles en los apartados dise-ñados en la ficha. Tras ello se trasladan los datos aun plano de dispersión (Fig. 3).

Figura 3. Mapa de resultados de micro-prospección.

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Óscar López Jiménez, Victoria Martínez Calvo

Vista la disposición del terreno, el asentamien-to parece que ocupó una meseta más o menos llana,con pendiente que desciende en dirección N-NO a S-SE y N-S; protegida por el Norte por la altura delcerro y la mayor elevación de la llanura situada enesta zona y por el Sur y Este por los afloramientosrocosos. La superficie así enmarcada ocuparía aproxi-madamente unas 17 ha.

El cómputo final de unidades de microprospec-ción necesarias para delimitar y definir el tipo deyacimiento es de 37 parcelas, subdivididas a su vezen 183 unidades de prospección.

El análisis pormenorizado de los elementos quecomponen el registro de superficie ofrece, particu-larmente en este caso con una evidencia previa untanto ambigua, un acercamiento a la determinaciónde la cronología, tamaño real del yacimiento, situa-ción más concreta, dispersión de material, tipo deasociaciones de materiales, o ciertos procesos postde-posicionales.

Esta fase de trabajo permitió redefinir las ca-racterísticas del yacimiento, evaluar las posibilida-des reales de posteriores intervenciones y crear unmapa orientativo basado en hallazgos de superficie.

La enorme cantidad de materiales recuperadossólo en esta intervención superó los 15.000. Éstos son,en su mayoría restos cerámicos con bastantes altera-ciones, rodados y fragmentados, sobre todo aquellosque aparecen en las zonas de mayor erosión.

Entre las cerámicas abundan las formas inde-terminadas, aunque se pudo reunir un importanterepertorio de cerámicas tipo Cogotas II. La tenden-cia general del material es a un equilibrio entre fabri-cación a torno y a mano, levemente inclinada haciaesta última, con pastas groseras y cocciones reduc-toras sin decoración, fondos planos y todo tipo derecipientes y tamaños.

Junto a estos datos generales hay que remar-car las cerámicas a torno oxidante, en alguna oca-sión con trazas de pintura en uno o varios colores.Estos materiales llevaron el grueso del yacimiento acontextos de siglo III-I a. C. (Álvarez-Sanchís, 1999,Sánchez Moreno, 2000) siguiendo paralelos en yaci-mientos conocidos, como la fase final de Las Cogo-tas, el Teso de las Catedrales de Salamanca, La Mesade Miranda, etc...

Otro elemento que apareció en gran númeroeran los molinos circulares, en todos los casos frac-

turados y que se documentan en los amontonamien-tos de piedras, denotando una intensa y continuadaactividad agrícola.

En menor proporción, pero también relativa-mente abundantes fueron las torteras o fusayolas,distribuidas prácticamente en su totalidad por la zonaNorte del área de concentración. Los tipos que apa-recen son variados, aunque siempre dentro de unamisma forma, sección cónica o bicónica con perfora-ción vertical central y en ocasiones decorada en laparte inferior. Entre ellas destaca una con un grafitotambién en su superficie inferior.

Haciendo referencia al epígrafe que porta el frag-mento, conviene señalar algunos datos de interés. Enprimer lugar la aparición de una línea de pautado quese “incide”, y sobre la que luego se escribe. Por deba-jo de la línea de pautado aparecen algunos trazos quedeben interpretarse como elementos epigráficos. Enun primer lugar aparece el signo N seguido de unainterpunción de las constituidas por un trazo continuoy, por último, un tercer signo que aparece incompletotanto por la propia fractura de la pieza como por laerosión en los bordes. La reconstrucción que puedeofrecerse para este último signo es: u. Su lectura portanto sería: “n / u”, correspondiendo al signario pa-leohispánico. A pesar de que no existían hasta el mo-mento inscripciones prerromanas en Salamanca nopermite aventurar nada sobre la escritura entre estosgrupos, ya que es una evidencia sobre un objeto “por-table”. Por otra parte, es difícil cualquier adscripcióncronológica cerrada, aunque el margen a manejar seríael de los siglos II a.C.-I d.C., muy coherente con elresto del registro (Fig. 4).

c) Barrido electromagnético.

Los resultados de esta primera intervención de-cidieron al equipo a incluir un sistema de detecciónelectromagnética que pudiera ofrecer alguna indica-ción de los puntos de mayor potencial arqueológico,estructuras conservadas, etc... De esta manera, y gra-cias a la colaboración de la universidad británica deReading, se realizó un barrido de la zona nuclear delpoblado, con un sistema electromagnético de alta ve-locidad que permitiera cubrir una superficie tan am-plia en poco tiempo.

En los resultados de estos estudios se pudie-ron observar algunas evidencias morfológicas queofrecían nuevos indicios sobre la configuración delasentamiento.

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Por una parte, las lecturas menos conductivasen algunos sectores, siguen ciertos patrones queparecían indicar la presencia de una posible traza demuralla, coincidiendo con algunos saltos en la topo-grafía y la existencia sobre el terreno de un bancalde inusual grosor reaprovechando una base de pie-dra de grandes dimensiones.

Por otra parte, el analista de las lecturas, indi-có un patrón de pequeñas alteraciones de rango muysimilar al entorno inmediato, pero con un patrón nonatural en la zona suroriental del área. Éstas se en-contrarían, si las hipótesis sobre el límite del yaci-miento eran correctas, justamente a la salida de éste,en una zona donde la microprospección había arro-jado registros de material muy altos.

Gracias a ello se planteó la siguiente fase deintervención que sería la de los sondeos diagnósti-cos (Fig. 5).

d) Sondeos diagnósticos.

Sobre los resultados de los trabajos previos y,principalmente guiados por la geofísica, se plantea-ron dos sondeos de control en la zona. El primero deellos serviría para controlar la interferencia de lasarroyadas subterráneas y su efecto de arrastre ydestrucción, además de corroborar que las medicio-nes efectuadas correspondían a esta anomalía. El

segundo tenía como objetivo comprobar otro génerode anomalías que se habían establecido como “po-siblemente antrópicas”. Para ello se marcaron variaszonas potenciales de las que se eligió el punto deno-minado S4 para abrir un área de 5x5 metros. Estepunto se encuentra situado en la zona meridional delyacimiento, correspondiendo al lugar donde la geofí-sica marcara las secuencias de alteraciones leves perocon un patrón de continuidad.

La excavación de ambos sondeos fue positiva,localizando en S1 un grupo de canales soterrados dearroyada difusa y en S4 una serie de estructuras ymateriales que indicaban la existencia de una necró-polis de finales de la Edad del Hierro así como evi-dencias de episodios relacionados con la historia delpoblado.

La Necrópolis de Los Tejares.

El sondeo 4 se situó en la zona inferior del áreade máxima concentración, dentro de la parcela 401del Polígono 1, en las coordenadas centrales UTM283978-4481210 (WGS84). Se seleccionó un espa-cio amplio, de 5x5 metros, ya que se trataba de si-tuar una medida producida por las lecturas del sen-sor electromagnético, el cual puede acumular un cier-to margen de error que en los peores casos puedeser de hasta medio metro.

Figura 4. Gráficos de Los Tejares.

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Ya desde la retirada del nivel vegetal la canti-dad de material comenzó a ser muy relevante. Lasecuencia estratigráfica, que a continuación será co-mentada con detalle, revelaría más de lo que cabíaesperar en un primer momento.

Secuencia estratigráfica.

El primer momento claramente representadoen estratigrafía corresponde con un paquete estrati-gráfico de gran potencia que incluye elementos ma-teriales de todo tipo. Destaca una gran representa-ción de fíbulas, de torrecilla, de doble pie vuelto, anu-lares; apliques de bronce y de hierro; restos de cerá-mica procedentes de todos los ámbitos; restos ani-males; vidrio; elementos de adorno; fragmentos dearmas; e incluso restos de algunas laminitas de oro;fusayolas y pesas de telar; restos de adobes quema-dos; así como diversos fragmentos de molinos circu-lares y manuales y piedras de diverso tamaño.

Todo ello se encontraba alojado en un entorno

ceniciento, muy orgánico y de un color notablemen-te oscuro, con profusión de carbones, cuya potenciaoscilaba entre los 20 y 35 centímetros. Se interpretócomo un nivel de destrucción rápida y violenta.

Por debajo de esta primera fase, se puedenobservan claros cambios sedimentarios, aparecien-do a una cota más alta acumulaciones de piedras detamaño mediano y grande cuya disposición, si bienno parecía formar parte de estructura alguna, si mos-traba un origen antrópico.

Al encontrar dentro de la preparación de estapequeña cubierta tumular una urna situada de pie yrestos de otros depósitos similares, el contexto co-menzó a tomar forma como espacio funerario, co-rrespondiente a los tipos documentados en otras ne-crópolis del momento, cuyo caso más cercano puedeser la del Raso de Candeleda (Fernández Gómez,1997).

La urna, recuperada casi entera, mostraba uncontexto funerario típico, con algunas peculiaridades.Con un repertorio muy sencillo, compuesto tan sólo

Figura 5. Mapa del subsuelo.

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por una punta de venablo situada dentro del reci-piente junto a restos de madera y hueso quemados;lo más llamativo se encuentra en el contexto inme-diato. Alrededor de ella se documenta una serie deimprontas de tipo vegetal, realizadas sobre un recu-brimiento arcilloso aplicado ex profeso y sobre el quedebió de reposar la urna en algún tipo de esterilla.En este espacio, se recuperaron los restos de 30 as-trágalos de ovicáprido, algunos expuestos al calorpero, en general bien conservados (Fig. 6).

Como hemos indicado, este recipiente se si-tuaba sobre otro, roto en el sitio al introducir esteúltimo y los restos de un tercero, lo que indica unacontinuidad y una intención, pero también una ritua-lidad particular.

Este túmulo con sus incineraciones se encuen-tra situado en la parte más meridional del sondeo,amortizando en gran parte todo un nivel inferior.

Una vez levantado este estrato, se comenzó adocumentar una distribución mucho más horizontaldel material, que ya había reducido sustancialmentesu cantidad al superar el nivel de destrucción.

Infrapuestas y amortizadas por esta estructura

comienzan a descubrirse una serie de preparados dearcilla muy rubefactada, excavados en la base dedisgregación de los granitos y en cuya superficie apa-recen algunos materiales selectos de especial valor.Se trata de, al menos, cuatro estructuras, predis-puestas de forma alineada (Fig. 7-8).

Sus medidas son variables, hasta donde se hapodido ver ya que casi todas están dentro de algúnperfil por alguno de sus lados, pero atendiendo a lasmedidas de la que se ha podido ver y excavar porcompleto se trataría de unos lechos de aproximada-mente 1,60 x 1,50 metros.

La estructura es preparada excavando en el te-rreno natural, en el que se inscribe un cuadrado quese rellena de piedras de mediano tamaño. En esterelleno de piedras se acondiciona un lugar para de-positar una vasija de pie. Este hecho se constata entres de las cuatro estructuras vistas. Esta vasija que-da así semi-enterrada en la superficie que luego seráexpuesta al fuego, como demuestran las cenizas, larubefacción y el estado de los materiales recupera-dos.

Estos materiales son variados y se pueden

Figura 6. Planta del Túmulo A de Los Tejares y conjunto de la Tumba 1.

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Óscar López Jiménez, Victoria Martínez Calvo

encontrar restos de diversos usos consecutivos. Dela estructura 440 proviene un vaso con decoración apeine de tipo Sanchorreja, con motivos solares en elfondo y de sogueado en la pared (Álvarez-Sanchís,1999: 305) que remiten a elementos típicos de LasCogotas.

De la estructura paralela, la 442, proviene unaplique de bronce que representa una cabeza de diosaHator. La fábrica es de bastante buena calidad y en-cuentra sus paralelos más cercanos en la encontrada

en Sanchorreja (Álvarez-Sanchís, 1999: 76). En lamisma zona se recuperaron otros diversos fragmen-tos de bronce, agujas, láminas y otros apliques sinmás identificación posible.

Algo diferente es el material procedente de laestructura 412, situada en paralelo pero hacia el Oestecon respecto a las otras tres. En esta zona se recu-peró una urna fragmentada, a torno, oxidante, deexcelente factura y con decoración de semicírculosconcéntricos. Debajo de ella, en la superficie del le-

Figura 7. Plano de estructuras de cremación.

Figura 8. Proceso de excavación de las estructuras de incineración.

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cho de incineración, se encontraba un elemento sin-gular. Se trata de una cadena formada por pequeñasplaquitas de bronce ensambladas sobre ejes. Estosvan enganchados a dos únicas terminaciones en ojal.Sobre la primera se encajan dos placas planas rec-tangulares de bronce con un pasador del mismomaterial, a estas otras tres, y así hasta un númerode seis, donde vuelven a disminuir hasta dar origenal otro extremo con otro ojal para enganchar.

Aun por debajo de esta estructura 412 existeuna evidencia de otro nivel inferior. Se trata de unapequeña fosa que queda en más de la mitad de sudiámetro cubierta por ella. Como cobertura originalse podía apreciar un molino completo montado enposición de molienda (meta y catilus uno sobre laotra) y una meta tapando un lateral (Fig.9).

Conclusiones.

Las investigaciones desarrolladas a lo largo deestos años en el entorno del Cerro de El Berruecohan producido algunos importantes avances en elconocimiento de la secuencia del poblamiento de estazona.

Los datos aquí presentados han de ser por fuer-

za breves, pero sus connotaciones a nivel de inter-pretación social y antropológica merecen ser desa-rrolladas más profusamente.

El “castro” de Los Tejares se ha dibujado comoun lugar completamente atípico en el panorama dela Edad del Hierro en su zona. En contra de todanorma se trata de un lugar en el llano, que ademásno tiene, desde donde se encuentra, dominio directode su propio paisaje.

Sin embargo, una sociedad como la que se re-fleja en el registro arqueológico, organizada, con unaimportante inversión en la producción y proceso desus bases de subsistencia, controlaban un entornomucho más amplio del que la topografía nos señala.Sus relaciones comerciales, la presencia de elemen-tos materiales, tecnológicos y económicos exógenos,como las monedas, la escritura ibérica, los bronces,etc.., son una herencia secular consolidada desde, almenos, el Bronce Final.

Este asentamiento debió de ser muy activo ensus relaciones sociales y comerciales, pero éstas nollegan a desarrollarse más allá del siglo I a.C.. Curio-samente, todo el material de los conjuntos recupe-rados en las diferentes campañas de trabajo nos in-dica que este es el momento clave en el que termina

Figura 9. Secuencia completa del sondeo 4.

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la ocupación de este poblado. No existen materialesromanos de época imperial, tan sólo las evidenciasde las monedas, todas anteriores a Augusto o la fí-bula “legionaria” (de tipo Neuheim), de dotación paralas tropas romanas a finales de la República.

Este hecho, sumado a la potencia evidente deun nivel de destrucción muy marcado en la estrati-grafía, hace pensar en la posibilidad de una destruc-ción programada y sistemática, lo que explicaría lafalta de evidencias del alzado del amurallamiento.

De ser así, tan sólo un poder como el de Romapodría haber efectuado una destrucción de este tipoevitando además que se volviera a habitar el lugardespués. Esta hipótesis puede cobrar fuerza al en-tender este momento del cambio de Era como el deuna importante reubicación de poblaciones en la zonaen relación directa a la Vía de la Plata.

En cuanto a la aparición de la necrópolis, pare-ce cumplir con un patrón más propio del mundo abu-lense central, ya que, hasta la fecha, los castros delOccidente no tienen registro funerario ninguno do-cumentado. Se trata de una ubicación a las afuerasde la ciudad, de ritual de incineración en urna, delque tenemos pocas evidencias más por ahora.

Sí es cierto que la aparición de estructuras queparecen indicar una extrema preparación de estosprobables “ustrina” es algo inusual. Se trata de re-

ceptáculos cuadrados, excavados, rellenos con pie-dra y luego rematados con tierra arcillosa para crearuna superficie. Su construcción es un trabajo cuida-do y planificado en el que los espacios son importan-tes y tienen vocación de perdurabilidad.

Los materiales demuestran que la exposiciónal calor directo se realizaba con los propios objetosde valor, que en parte quedaban allí, como suele serhabitual. Esto ha permitido establecer una secuen-cia de uso en la zona, ya que vemos mezclados ma-teriales muy tardíos con elementos claramente ar-caizantes. Estas estructuras debieron estar en fun-cionamiento desde el siglo IV o III hasta cerca delsiglo I a.C..

Su posterior amortización sólo indica la necesi-dad de espacio organizado y, por lo tanto, el enormepotencial que todavía espera bajo estos campos.

Hay que tener en cuenta que todo nuestro co-nocimiento sobre este contexto arqueológico provie-ne de un único sondeo de 5x5 metros. Pese a queexisten numerosos datos generales sobre este yaci-miento es imprescindible obtener visiones más am-plias y mejor dibujadas de estos contextos. Hastaentonces, tan sólo podemos hacer un breve apunte,de tipo preliminar, en el que los resultados obtenidosgeneran muchas más preguntas que respuestas. Sóloel desarrollo de posteriores investigaciones puedepermitir arrojar algo más de luz a este respecto.

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Óscar López Jiménez, Victoria Martínez Calvo

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Resumen

El Cerro de la Mesa es un poblado con ocupa-ción vettona situado en la margen derecha del Tajo,al pie del embalse de Azután. Las últimas campañasde excavación se han centrado en la zona Surestedel recinto. Como resultado de las excavaciones sehan documentado diversos espacios de actividad do-méstica, y se ha recopilado información exhaustivapara una futura reconstrucción de las actividades yusos económicos, así como del aprovechamiento delentorno. En este trabajo se realiza una presentaciónde las aproximaciones metodológicas aplicadas enlas intervenciones arqueológicas.

Introducción.

El Cerro de la Mesa se encuentra en el términomunicipal de Alcolea de Tajo, cercano a El Bercial,ambas localidades en el Oeste de la provincia de To-ledo y muy próximas a la provincia de Cáceres. Elyacimiento se encuentra situado en el margen dere-cho del río Tajo, junto al embalse de Azután, en lazona de confluencia de este río con uno de sus afluen-tes, el Huso (Chapa y Pereira, 2006, Chapa, Pereiraet al., 2007).

La construcción del embalse de Azután en losaños sesenta supuso una gran transformación tantodel yacimiento como de su entorno inmediato. Loscambios en el entorno fueron los derivados del movi-miento de tierra y la construcción de estructuras parala presa e infraestructuras complementarias, talescomo las carreteras de acceso y el tendido eléctrico.Con posterioridad se construyeron otras infraestruc-turas relacionadas con el plan de regadío de la zonade Alcolea, una pequeña presa en la Dehesa de Ber-cial de San Rafael, al Noreste del yacimiento, consus correspondientes acequias que enlazan con una

Cristina Charro LobatoDepartamento de Prehistoria de la Universidad Complutense de Madrid

Teresa Chapa BrunetDepartamento de Prehistoria de la Universidad Complutense de Madrid

Juan Pereira SiesoFacultad de Humanidades de Toledo de la Universidad de Castilla-La Mancha

Intervenciones arqueológicas en el Cerro de la Mesa (Alcolea de Tajo, Toledo). Campañas 2005-2007

central de bombeo impulsora de los riegos a orillasdel pantano.

Las transformaciones que ha sufrido el yaci-miento se pueden resumir en los puntos siguientes:

- Los movimientos de tierra necesarios para laconstrucción de la presa afectaron a las estruc-turas de gran parte de la extensión original delpoblado.

- Gran parte del área extramuros ha quedadocubierta por las aguas. Sobre ésta se realizóuna repoblación con pinos, por lo que en laactualidad la única superficie que puede consi-derarse conservada es la que se encuentra va-llada, de aproximadamente 1,5 Ha.

- La elevación de la cota del curso de agua hasupuesto el enmascaramiento de la posición dedominio que el Cerro tenía sobre el inmediatovado del Tajo, denominado Puente Pinos, hoyen día desaparecido bajo las aguas del panta-no. Actualmente la diferencia entre la cota delagua y la de la zona más alta del yacimiento esde escasos 25 metros, mientras que con ante-rioridad a la construcción del embalse supera-ría los 40 metros (Fig. 1).

En 1991, durante la realización de las obrasrelacionadas con el regadío, se descubrió parte dellienzo Sur de la muralla. A partir de entonces se rea-lizaron los primeros sondeos y fue declarada comoárea arqueológica. En los trabajos arqueológicos rea-lizados se halló un nivel de poblamiento anterior alde la Segunda Edad del Hierro, que contaba con unamuralla con torres defensivas rectangulares y semi-circulares de hasta 8 metros de espesor. En el áreaexcavada correspondiente a la última fase de ocupa-ción del yacimiento fueron documentadas una seriede construcciones relacionadas con diversas activi-

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Cristina Charro Lobato, Teresa Chapa Brunet, Juan Pereira Sieso

dades económicas domésticas: telares, zona de al-macenaje de grano, e incluso una posible forja (Or-tega Blanco y del Valle Gutiérrez, 2004), así como unanillo de plata con iconografía de caballo (AlmagroGorbea, Cano Martín et al., 1999) (Fig. 2).

Contexto.

El río Tajo ha supuesto una línea divisoria na-tural para todas las poblaciones que han habitado en

sus inmediaciones. Sus vados han sido de gran im-portancia para las comunicaciones, por lo que sucontrol era un recurso estratégico indispensable. Prue-ba de ello es que los asentamientos humanos a lolargo de la historia se han situado junto a las zonasvadeables del río. Precisamente es en estos vadosde los ríos del Tajo Medio donde se localizan los es-pacios que presentan una mayor continuidad de ocu-pación, desde finales del segundo milenio a.C. hastala presencia romana, como se testimonia en los si-

Figura 1. Vista del Cerro de la Mesa y su entorno.

Figura 2. Vista aérea del área excavada hasta el año 2004.

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Intervenciones arqueológicas en el Cerro de la Mesa (Alcolea de Tajo, Toledo). Campañas 2005-2007

Figura 3. Plano del área de excavación.

tios de Calera de Fuentidueña (Azután), El Carpio(Belvís de la Jara) o Arroyo Manzanas (Las Heren-cias). Estos sitios presentan unas características co-munes con respecto a su emplazamiento, que se si-túa en zonas elevadas y llanas del terreno, normal-mente en tierras potencialmente cultivables.

Testimonio del poblamiento de la Edad del Hie-rro son los castros situados en la zona de la Sierra deSan Vicente, como el de Castillo de Bayuela, que cuentacon restos de edificaciones en el interior del recintomurado (Rodríguez Almeida, 1955: 266-268, VVAA,1998: 309). Otros presumibles asentamientos castre-ños de los que sólo se tienen referencias por prospec-ción o materiales superficiales están en Aldeanuevade Barbarroya, Aldeanueva de San Bartolomé, El Al-mendral de la Cañada, Belvís de la Jara, Calera y Cho-zas, Cebolla, Estrella de la Jara, La Hinojosa de SanVicente, Mohedas de la Jara, Navalcán, Los Navaluci-llos, Oropesa, La Corchuela, El Robledo del Mazo yTalavera de la Reina (Castelo Ruano y Sánchez More-no, 1995: 324, Sánchez Moreno, 2000: 74).

Todos estos asentamientos se enmarcan crono-lógica y territorialmente en el ámbito vettón, si bienen el valle medio del Tajo el número de sitios propia-mente vettones conocidos es aún escaso, reducidos ados: Arroyo Manzanas en Las Herencias y El Cerro dela Mesa en Alcolea de Tajo. En el área inmediata aéste último se encuentran varias esculturas de verra-cos: el hipotético ejemplar de las Casas de El Rincón yel verraco doble de la finca de El Bercial de los Frailes,

ambos en el término municipal de Alcolea de Tajo (Ál-varez-Sanchís, 1993: 160, 1999: 363-364, Gómez Díazy Santos Sánchez, 1998: 73-75, Jiménez de Gregorio,1989, 1992: 8, López Monteagudo, 1989: 101, Ra-món y Fernández Oxea, 1959: 119-120).

Relacionada probablemente con el vado, y enlas inmediaciones del Cerro de la Mesa, se conservaparte de una calzada romana que comunicaría Augus-tobriga (Talavera La Vieja, bajo el Embalse de Valde-cañas) con Toletum (Moreno Arrastio, 1990: 294).

Intervenciones arqueológicas desarrolladas.

El plan de trabajos arqueológicos tenía comoobjetivos prioritarios la documentación, restauracióny estudio de los hallazgos producidos durante el pro-ceso de excavación, así como el análisis de la situa-ción de las zonas excavadas con vistas a la toma demedidas para su protección y conservación futuras,del que aquí se presenta un breve resumen.

Excavaciones.

Durante la campaña de 2005 se realizaron unaserie de sondeos estratigráficos con el objetivo deobtener información tanto del sector intramuros comoextramuros. Estos sondeos son los referidos comoCortes 2, 3, 4 y 5 en la memoria de intervención(Fig. 3).

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Cristina Charro Lobato, Teresa Chapa Brunet, Juan Pereira Sieso

En la plataforma superior del Cerro se planteóuna excavación en área denominada Corte 1 que hasido objeto de un cuidadoso tratamiento de tipo mi-croespacial. Las preguntas que se pretendían con-testar estaban relacionadas con las característicasconstructivas de las estructuras, sus usos y distribu-ción de los espacios; así como su relación con losmateriales y diferentes estructuras hallados en suinterior, funcionalidades y tipos. Los trabajos de ex-cavación se completaron con las tareas destinadas acumplimentar los protocolos analíticos destinados aproporcionar una reconstrucción de la secuencia pa-leoambiental y de aprovechamiento económico delyacimiento.

Elementos comunes.

La construcción fue realizada mediante un zó-calo de piedras de granito de gran tamaño bastanteregulares y alzados de adobe; la cubierta y otros ele-mentos estructurales (pies derechos, posibles entra-mados, etc.) estarían construidos con madera. Losrestos de barro con improntas pertenecen a los man-teados que recubren la cubierta vegetal. Los derrum-bes de adobes corresponden a los alzados de la cons-trucción formados por adobes trabados con barro, obien por tapial. Sabemos que estos adobes teníanun grosor de entre 8 y 12 cms., siendo lo más común10 cms., y algunos alcanzarían dimensiones de hasta24 x 20 x 10 cms., y 33 x 17 x 11 cms..

Las divisiones internas de las estancias se rea-lizarían con muros de tapial o bien con entramadosde madera u otros elementos orgánicos que no handejado restos, a excepción de la viga carbonizadaque encontramos en el extremo de un muro de ta-pial. La aparición de algunos clavos de sección cua-drada puede estar relacionada con elementos desujeción de estas estructuras perecederas.

Todos los muros del interior de las casas estánrevestidos por una capa de barro decantado con ungrosor variable entre 1 y 3 cms. aproximadamente,probablemente enlucidos con cal por los restos en-contrados. En ambas hemos encontrado los murosque las delimitan al Este y al Oeste, pero aún nohemos encontrado el cierre de los mismos.

Los suelos están formados por una capa de tie-rra arcillosa compactada por el constante apisona-do, que se reforzaba cada cierto tiempo con nuevascapas de tierra, compuestas en algunos casos poralguna proporción de cal.

Estas casas están compuestas por una estan-cia con un hogar en el centro, que presentan variaspiedras de granito alrededor de forma casi circular,una de ellas orientada al Norte del hogar. El hogar,como ya se había documentado en otros sectoresdel poblado, está formado por un nivel de base decantos de cuarcita que se recubren con una capa dearcilla endurecida por la acción del fuego.

Los materiales que se han recogido están rela-cionados con todo el proceso doméstico de produc-ción y elaboración de alimentos: desde hoces hastagrandes recipientes de almacenaje de semillas, asícomo molinos de vaivén. La cerámica es abundante,a mano y a torno, oxidante y reductora, tosca y deparedes finas. Se encuentran también materiales re-lacionados con el trabajo artesanal tales como tije-ras, picos, clavos o pinzas; o con la elaboración deproductos textiles como las pesas de telar, las fusa-yolas y las agujas de bronce (Fig. 4).

Figura 4. Pesa de telar.

En ambas casas se han recogido restos de fau-na, algunos relacionados con los empedrados, queprobablemente corresponderían a pequeños corra-les para tener el ganado menor dentro de la casa.Queda pendiente un estudio arqueozoológico paradeterminar qué especies son las que se encuentranen los niveles documentados, y si están relacionadascon la vida doméstica y hábitos de consumo de loshabitantes de las casas, para poder comprobar lashipótesis aquí planteadas.

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Aspectos diferentes.

La Casa 1 sufrió un incendio que causó la com-bustión y posterior caída de la cubierta, y el derrumbede los muros perimetrales. Pertenece a la última fasede ocupación del yacimiento, donde la sucesión deniveles nos indicaba las etapas de la destrucción delinmueble: la combustión de los elementos de maderay otros elementos orgánicos (cestería, tejidos, etc.)sobre el suelo darían lugar al primer incendio y a laformación de un nivel de cenizas más finas situadodirectamente sobre el suelo de la estancia. La excava-ción nos ha podido confirmar cómo ese incendio seprodujo cuando esta estancia estaba en pleno uso yde ello son testigos los restos de semillas carboniza-das relacionadas con los vasos cerámicos. Posterior-mente al abandono de la casa se produjo el derrumbede la totalidad de las estructuras, conservándose úni-camente en su sitio los zócalos de piedra (Fig. 5).

El hallazgo de una serie de recipientes de grancapacidad, varios de ellos alineados, asociados a res-tos de cereales y legumbres parecía apoyar la hipó-tesis de que la estancia era usada como almacén deproductos de la cosecha. Además se podía interpre-tar que cada uno de estos vasos estaba destinado aun contenido específico aunque únicamente en dosde ellos se habían podido relacionar directamenteambos.

A este hecho se añadía la ausencia casi totalde restos óseos y de vajilla fina entre los hallazgoscerámicos, ya que la mayoría se trataba de cerá-mica de almacenaje acompañada de algunos res-tos de cerámica de cocina. Sobresalía entre otrosel hallazgo de dos vasos fenestrados así como va-rios fragmentos de urnas de orejetas perforadas(Fig. 6).

Figura 5. Casa 1.

Figura 6. Vaso fenestrado.

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La estancia aportó algunos materiales atípicosdentro de un almacén, tales como dos vasos fenes-trados más, un hacha de piedra pulimentada y unahoz de hierro con improntas de espigas de cereal,asociados más comúnmente a espacios de caráctercultual.

Durante la campaña de 2007 se amplió el áreade excavación hasta los 125 m², y se ha podido do-cumentar que ese almacén corresponde en realidada una estancia de una casa que ocupa unos 50 m²,adosada a otra casa que presenta la misma estruc-tura y dimensiones, pero que, a diferencia de la pri-mera, no ardió. Probablemente sea esa la razón dela escasez de material encontrado (Fig. 7).

Se han documentado diferentes estructuras deadobe en crudo, sobre todo a nivel de suelo, comoes el caso de un muro de ladrillos de adobe, uno deellos endurecido, o un muro de tapial.

El suelo de esta casa estaría compuesto porvarias capas, producto probablemente de constan-tes reformas para mejorar y aplanar la superficie delpiso.

Los materiales, como se ha dicho, son esca-sos, reducidos a fragmentos de cerámica a mano y

Figura 7. Casa 2.

torno, algunos elementos metálicos, restos de fau-na, y sólo hemos podido documentar tres conjuntoscerámicos, sólo uno de ellos completo. Se han en-contrado varias pesas de telar y algunas fusayolas,así como un fragmento de aguja de bronce asociadaa ellas.

En resumen, nos encontramos ante dos casassemejantes en su estructura, pero diferentes en suscondiciones de abandono y destrucción, lo que pro-vocó una diferente evidencia material arqueológicaen cada una.

Otras intervenciones.

Se han llevado a cabo diversos trabajos de res-tauración, conservación y clasificación de material ar-queológico de forma paralela a la excavación, asícomo de toma de muestras para diferentes análisis.

En primer lugar se ha llevado a cabo una lim-pieza superficial de todos los fragmentos cerámicosextraídos. Algunos conjuntos cerámicos han podidoser reconstruidos en su totalidad o en gran parte, yaque se han encontrado un gran número de fragmen-tos.

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Figura 8. Máquina de flotación empleada.

Para la extracción de objetos metálicos visible-mente deteriorados, se procedió a engasarlos pre-viamente, para que no resultasen rotos durante sulevantamiento. Tras ser levantados, se guardaron entela porosa y permeable, de fibra sintética.

Se intervino asimismo en la consolidación delos revestimientos de las estructuras de adobe y ta-pial, debido a sus delicadas condiciones de conser-vación. Para ello, tras una limpieza superficial de lazona a tratar, retirando la tierra que se había dejadosin excavar alrededor como protección, se realizaronunas primeras inyecciones con alcohol para compro-bar la porosidad del material tratado. Una vez com-probada, se procedió a la inyección de una disolu-

ción de Vinavil azul NPC al 15%, que demostró unbuen resultado de consolidación a corto plazo.

De forma paralela a la excavación se ha reali-zado la flotación del sedimento retirado con el obje-tivo de recoger muestras que sirviesen para análisisarqueobotánico (Fig. 8).

Uno de los agentes que más afectan a la con-servación de las estructuras excavadas es la exposi-ción al aire libre, por lo que suponen las condicionesatmosféricas y los agentes bióticos. El deterioro delas estructuras es cada vez más acusado. En ello in-ciden tanto las lluvias, que provocan derrumbes enlos perfiles y muros, como las plantas y árboles quecon sus raíces alteran estructuras (Fig. 9).

Figura 9. Encina que introduce sus raíces en uno de los bastiones de la muralla.

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Otro agente de deterioro es el introducido porlos animales, que excavan sus madrigueras en zonasen que la tierra es poco compacta, realizando túne-les que provocan derrumbes. Asimismo, otro agentebiótico de importancia son las hormigas, que con sushormigueros alteran de manera muy importante lasunidades estratigráficas objeto de excavación.

A estos factores debemos unir la presencia deuna zona techada que fue concebida como medidade protección de uno de los bastiones de la muralla.En la actualidad es insuficiente ya que por una partecumple su cometido, pero por otra supone un verti-do adicional de agua que con su caída provoca unafuerte erosión.

Es necesario plantear medidas de preservaciónde las estructuras excavadas de modo que se puedafrenar su deterioro sin dificultar las tareas arqueoló-gicas. Como medida inmediata para conservar en elmejor estado posible las estructuras excavadas, alfinalizar la excavación se ha procedido a tapar todoslos cortes realizados. El sistema que se ha utilizadoes la cubrición en varias capas, la primera con mallade geotextil, la segunda compuesta por sacos de ar-lita (bolitas de arcilla expandida). Sobre ésta, unasegunda capa de geotextil, que se cubrió finalmentecon tierra cribada procedente de la excavación. Porel momento resulta el sistema más eficaz de los quehan sido probados.

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César Pacheco JiménezAlberto Moraleda Olivares

Arqueólogos

Introducción.1

Nos parece muy apropiado presentar a los co-legas del mundo científico, en el seno de estas Jor-nadas de Arqueología sobre Lusitanos y Vetones, unnuevo ejemplar de escultura zoomorfa localizadadentro del área vetona toledana. El interés que sus-cita este tipo de representaciones, y la trascenden-cia para explicar procesos culturales en la zona noslleva a incluir la difusión de la nueva pieza en esteforo.

En las labores de prospección para elaborar laCarta Arqueológica de Lagartera hemos tenido laoportunidad de localizar un nuevo ejemplar inéditode verraco2; pieza escultórica zoomorfa que viene aengrosar el rico repertorio que se ha ido conforman-do en la provincia de Toledo, sobre todo en la parteoccidental que estuvo bajo el influjo cultural de losvetones (Gómez y Santos, 1998).

El verraco estaba formando parte de un grupode piedras de granito recogidas y agrupadas en unextremo de una finca cercana al arroyo de FuenteEmpedrada, al Norte del casco urbano de Lagartera,dentro de la finca del Cortijo del Verdugo. Su ubica-ción lógicamente no era la original, como suele su-ceder con la mayoría de los verracos o toros catalo-gados. Gracias a la información que nos proporcio-naron los dueños de la finca, pudimos saber que laescultura fue hallada en un pequeño cerro o lomasituada a unos 1.100 metros al Suroeste de la casade la finca, en la margen izquierda del Arroyo delCharco de la Tinaja. Un promontorio que reúne bue-nas características topográficas de visibilidad. En suentorno se ha detectado la presencia de asentamien-tos de la Edad del Bronce y de época tardoantigua,

Un nuevo ejemplar de escultura zoomorfa en la zona vetonatoledana: El verraco de Lagartera

pero no así restos de hábitats que puedan relacio-narse con la Edad del Hierro. Esta ausencia de po-blados en la zona nos sugiere algunas conclusiones:

— Que determinados verracos o zoomorfos quese hallan aislados no tienen la misma finalidad quelos encontrados in situ en zonas de acceso o en lasentradas de poblados (castros u oppidum). En nues-tro caso, estamos ante un monumento que cumpleun valor testimonial y simbólico del control de pastospor parte de la población pastoril a la que se vincula.

— Que estas comunidades no siempre tienensus hábitats en las cercanías o proximidades del puntodonde instalan o colocan las esculturas, y sí más biensupone un uso terminal de los mismos, como indica-dores del territorio objeto de control, o dependien-tes del carácter caminero que las rutas de trasiegoganadero adquirían.

— No es extraño, por tanto, constatar la falta deyacimientos arqueológicos del Hierro II o de los pri-meros tiempos de la ocupación romana con poblaciónindígena, en el entorno de ubicación original de losverracos. Si bien es cierto, que cabe la posibilidad,que la arqueología pueda ir demostrando presuntasocupaciones de enclaves del Bronce durante la etapaprerromana, aspecto éste que tendría que demostrarsecon el estudio sistemático de estos yacimientos.

A pesar de ello, teniendo en cuenta los antece-dentes que tenemos de la cultura de los verracos enla comarca de Talavera (Gómez y Santos, 1998), yen el Campo Arañuelo, tanto toledano como cacere-ño (González Cordero, Alvarado y Barroso, 1988), laaparición de este nuevo verraco nos ofrece un pano-rama más completo del fenómeno en el Occidentetoledano, y por tanto del extremeño oriental.

1 El verraco ha sido dado a conocer en otro trabajo anterior (Moraleda y Pacheco, 2006).2 La existencia de este verraco nos fue revelada por el arqueólogo de la Comunidad de Madrid, D. Fernando Velasco, a quien agradece-mos su valiosa información.

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César Pacheco Jiménez, Alberto Moraleda Olivares

Descripción.

Se trata de una escultura de cerdo3 de tiponaturalista en posición estática realizada sobre unbloque de granito. Mide 1,30 metros de largo desdeel morro hasta el inicio de los cuartos traseros, 0,68metros de altura máxima conservada (parte trasera)y 0,46 metros en la zona de cuello-cara.

Aún, a pesar de ser una pieza incompleta, algu-nos rasgos anatómicos están bien diferenciados: ellabrado de las extremidades que se encuentran muti-ladas, en particular las paletillas o jamones de los cuar-tos delanteros, dan sensación de volumen a la pieza.

Por lo que respecta a las extremidades trase-ras, sólo se aprecia el inicio de los jamones en lazona del lomo y vientre. El lomo presenta una super-ficie plana y alisada remarcándose la línea de lasextremidades delanteras.

En ambos lados del cuello presenta un graba-do en forma de “T” de unos 10 cms. de largo y enposición lateral; asímismo, en el frontal del morro selocaliza un pequeño orificio de 10 cms. de profundi-dad y 4 cms. de diámetro, cuyo significado podríaestar relacionado con la reutilización de esta escul-tura en época posterior, para encajar algún objetometálico.

El resto de los elementos anatómicos (cara,ojos, mandíbula, pezuñas, rabo, etc..) o bien, no seencuentran reflejados al ser una escultura incomple-ta, o bien no se aprecian en la misma. Tampoco po-see la plataforma o peana de sustentación que nor-malmente estas esculturas suelen llevar.

Además de los elementos anteriormente seña-lados, esta escultura tiene un gran interés por pre-sentar restos de una inscripción en el costado dere-cho, entre los jamones de las extremidades traserasy delanteras. Se encuentra en muy mal estado deconservación, apreciándose con dificultad algunasletras de la misma. La inscripción, realizada con letracapital rústica, se dispone al menos en tres líneas, ycomo hipótesis de trabajo planteamos la siguientepropuesta:

1ª. [[I D I I]]AM.

2ª. I I [.] C S.

3ª. [.]C I L.

En cuanto a la tipología, el verraco de Lagarte-ra se encuadra dentro del Tipo I y II (Álvarez-San-chís, 1999) que se caracterizan por ser esculturas degrandes dimensiones (entre 1,50 y 2,15 metros) ymedianas (entre 0,80 y 1,50 metros) y una talla cui-dada de características naturalistas.

Interpretación arqueológica.

Nos hallamos ante un ejemplo más del fenó-meno de la tradicionalmente llamada “cultura de losverracos”, concepto que hemos de supeditar, en todocaso, a la producción escultórica del ámbito celta pe-ninsular, y en lo que a nuestra zona se refiere, a lacultura vetona. Los ejemplares localizados en la Cam-pana de Oropesa son abundantes y de diferentestipologías:

— Oropesa, casa de Valdepalacios, verraco conuna letra V grabada (Gómez y Santos, 1998: nº 15,Álvarez-Sanchís, 1999: nº 275, Ramón y FernándezOxea, 1959: 118, López Monteagudo, 1989: 103 yJiménez de Gregorio, 1950).

— Calzada de Oropesa, en la finca El Ejido (Ra-món y Fernández Oxea, 1959, López Monteagudo,1989:101-102, Gómez y Santos, 1998: nº 7, Álvarez-Sanchís, 1999: nº 265).

— Torralba de Oropesa: uno en la Calle SantaAna, actualmente dentro de una casa particular. Co-nocido desde antiguo, tiene una inscripción en sucostado derecho cuya lectura a partir de G. Alföldy,reproduce López Monteagudo: “Caco Turi (filio)/ Tan-cinus, lib(ertus), pat(rono)/p(onendum) c(urauit)”,(Ceán Bermúdez, 1832: 119, López de Ayala, 1959:355-356, López Monteagudo, 1989: 105, Gómez ySantos, 1998: nº 27, Álvarez-Sanchís, 1999: nº 286).

El segundo, de gran tamaño, junto a la iglesia,y con numerosas cazoletas en su lomo (Ceán Ber-múdez, 1832: 119, López de Ayala, 1959: 356, Ló-pez Monteagudo, 1989: 104, Gómez y Santos, 1998:nº 28, Álvarez-Sanchís, 1999: nº 284).

El tercero, en la plaza mayor, que sólo conser-va la parte delantera (López de Ayala, 1959: 356,López Monteagudo, 1989: 104-105, Gómez y San-tos, 1998: nº 29, Álvarez-Sanchís, 1999: nº 285).

Álvarez-Sanchís menciona un cuarto verracoque procedía de Torralba y se llevó a la finca Valde-

3 No se descarta que pueda tratarse de una figura de toro a juzgar por la papada que se observa bajo la cabeza del animal, que leaproxima más a modelos similares.

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Un nuevo ejemplar de escultura zoomorfa en la zona vetona toledana: El verraco de Lagartera

palacios en el término de El Torrico, hoy desapareci-do (Álvarez-Sanchís, 1999: nº 287).

Este ejemplar de verraco, al igual que la in-mensa mayoría de los localizados hasta el momento,se encuentra fuera de contexto arqueológico defini-do, lo que dificulta bastante su interpretación (Cas-telo y Sánchez, 1995: 325).

No entraremos aquí en el análisis de las diver-sas teorías que se han argumentado para explicarestas esculturas y su posible funcionalidad, que vandesde el cometido de demarcación territorial, de víasganaderas o pastos (Álvarez-Sanchís, 1990, 1993),las adscripciones mágico religiosas, de culto a estosanimales (verracos o toros), de protección de la co-munidad y su territorio, hasta el carácter funerarioque algunas piezas tienen por su vinculación a tum-bas, asumiendo funciones de cupae en necrópolisromanas (López Monteagudo, 1989, Álvarez-Sanchís,1999: 274, citando a Maluquer)4.

Sin ser este el momento de dar una finalidad alverraco que aquí presentamos, es obvio que nosencontramos ante un caso de un zoomorfo que hapodido tener un uso diferente a lo largo del tiempo.En primer lugar, como representación animal vincu-lada a las comunidades pastoriles vetonas que des-de las estribaciones meridionales de la Sierra de Gre-dos (caso del castro de El Raso de Candeleda), po-dían controlar mediante la itinerancia ganadera lospastos de las llanuras y terrenos alomados del Cam-po Arañuelo convertidos en dehesas de encinar y al-cornoque en la etapa histórica.

La pieza fue posteriormente utilizada para elmundo funerario en la etapa de romanización y deconsolidación de rasgos culturales latinos, según de-ducimos de su inscripción. El proceso de reutilizaciónque se observa en el mismo está en sintonía conotros muchos ejemplares (López Monteagudo, 1989:123-ss), y en cierta manera con el proceso de apro-piación posterior de determinados monumentos an-tiguos: caso de algunas estelas de guerrero del Bronce

Final como la de Ibahernando (Cáceres) que tieneuna inscripción funeraria romana tapando algunosde los elementos de la panoplia guerrera5.

Pero no terminaría ahí su reiterado uso a juz-gar por el orificio que hemos detectado en el hocicodel animal. Cavidad que nos sugiere el uso de algu-na barra o aplique de hierro, lo que implicaría que lapieza, probablemente ya seccionada en su parte tra-sera, hubiera sido colocada en posición enhiesta parala instalación de un hito o cruz. Proceso que induda-blemente habría que adscribir a época moderna (s.XVII-XVIII). Paralelos de este tipo de usos sacros losencontramos en la comarca en un fuste de columnagranítico que se asienta en los verracos geminadosde la finca El Bercial de San Rafael (Alcolea de Tajo,Toledo), con la funcionalidad de una cruz o humilla-dero. Pasando, pues, de ser figuras representativasde las comunidades vetonas esencialmente ganade-ras, a convertirse en componentes externos y expre-sivos de un monumento funerario de la poblaciónindígena bajo la inculturación romana; y finalmente,como recurso para sacralización del campo y de loscaminos con el uso de la presunta cruz.

Desgraciadamente la muestra epigráfica quese encuentra en el verraco de Lagartera está en muymal estado, característica muy común en estas es-culturas como ya apuntó López Monteagudo, y tansólo nos permite transcribir algunas de las letras delas varias líneas que parece presentar. Con estos in-dicios nos parece arriesgado proponer cualquier tipode lectura coherente de esta inscripción. Confiamosque cuando el zoomorfo se deposite en un lugar de-finitivo del ámbito municipal de Lagartera6, podamosacometer el estudio pormenorizado de este intere-sante ejemplar. Asímismo, en la interpretación for-mal y disposición original de la pieza hemos de apun-tar que la propuesta reflejada en el croquis, es sólouna hipótesis morfológica, dado que la posición yestado en el que se encuentra no nos permite tenermucha más información de la misma.

4 Maluquer de Motes, J. (1954): “Pueblos celtas”, en, Menéndez Pidal, R. (dir), Historia de España. Madrid, tomo I, vol. 3: 104.5 Almagro Basch, M. (1966): Las estelas decoradas del suroeste peninsular, Madrid: 92, Celestino Pérez, S. (2001): Estelas de guerreroy estelas diademadas. Barcelona: 342.6 En estos momentos la escultura se encuentra en dependencias municipales de Lagartera a la espera de su definitivo depósito en elmuseo municipal.

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César Pacheco Jiménez, Alberto Moraleda Olivares

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Figura 1. Mapa ubicación original del verraco.

Figura 2. Mapa ubicación original del verraco, en detalle.

Figura 3. Mapa dispersión de verracos.

Un nuevo ejemplar de escultura zoomorfa en la zona vetona toledana: El verraco de Lagartera

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Introducción.

Los castros de la Alta Extremadura, situadosen torno a la encajonada cuenca del Tajo, se con-figuran culturalmente como un espacio bisagra, unárea de tránsito entre las tierras al Sur y el Norte,al Este y el Oeste del Occidente de la Penínsuladurante el I milenio a.C., que delimita perfecta-mente por el Sur el territorio de los vettones. Sinembargo, en los últimos años, se viene conside-rando a los castros extremeños como parte inte-grada en el territorio vettón (Álvarez-Sanchís, 1999:122), acuñándose para esta zona el término de“vettones meridionales”. Frente a esta tendenciade la investigación, queremos poner de manifiestoque, en torno a la cuenca extremeña del Tajo, vi-vieron unas gentes que nos dejaron un registroarqueológico diferente al de los pueblos estricta-mente vettones, de igual forma que también sediferencian de otros pueblos tales como carpeta-nos o túrdulos. Eso es precisamente lo que vamosa tratar de poner de manifiesto en estas páginas,apoyándonos en el conjunto de manifestacionesculturales que muestran los yacimientos del áreaextremeña.

Para ello es fundamental mirar con especialatención al medio natural donde vivieron estas gen-tes y a los accidentes geográficos que les rodea-ron. Hoy día, los enormes logros que nuestra so-ciedad ha conseguido en los medios de transpor-tes nos permiten movernos con tal facilidad, sal-vando las dificultades del terreno, que han dejadode ser una barrera real en nuestra vida y en nues-tros desplazamientos, por lo que los accidentesgeográficos pasan ante nuestros ojos casi sin lla-mar la atención. No debemos dejarnos caer en elerror de aplicar ese mismo esquema a nuestra in-vestigación sobre el pasado, obviando que antesno fue así. Por ello, este trabajo intenta hacer unalectura de los yacimientos desde el paisaje, aten-

Ana María Martín BravoDepartamento de Documentación del Museo Nacional del Prado

Los castros de la cuenca extremeña del Tajo,bisagra entre lusitanos y vettones

diendo a la ubicación y emplazamiento de cadauno de ellos, a su visibilidad o invisibilidad desdeel entorno y, ante todo, a llamar la atención sobrela especial importancia que la orografía tiene en ladelimitación de diferentes áreas culturales, comoen este caso son la zona vettona y la de los cas-tros extremeños del Tajo. Tengo que decir que losmuchos años que he vivido en esta tierra me hanfacilitado enormemente esta observación y que losinnumerables viajes desde la penillanura cacereñahasta otros puntos de la Meseta me ayudaron atrasladar esa realidad sobre el mapa.

Desde que inicié mi investigación vengo in-sistiendo en que su demarcación en la cuenca ex-tremeña del Tajo no es casual, sino que obedece auna delimitación que se amolda a las característi-cas de este área geográfica, ya que está bordeadaal Norte por las estribaciones del Sistema Central,especialmente la Sierra de Gredos, las Villuercaspor el Este y elevaciones menores por el Sur, comola Sierra de San Pedro (Martín Bravo, 1999: 25,2001: 210). Estas barreras no fueron un obstáculoinfranqueable, pero sí una dificultad importantepara las comunicaciones Norte-Sur, que obligó abuscar las zonas de puertos para salvarla y en esaszonas será, precisamente, donde encontremos máselementos de contacto entre las gentes de un ladoy de otro.

Visto cuál es el marco espacial donde vamosa fijarnos, pasaremos a describir qué datos nosproporcionan los yacimientos, realizando una lec-tura desde el final del II milenio hasta la romani-zación. Destacaremos cuál fue la evolución delpatrón de poblamiento hasta quedar definitivamen-te fijado en la aparición de los castros y las pecu-liaridades de su cultura material, cuáles los rasgosde evolución propia y cuáles los influjos que sefueron percibiendo en esta zona del interior penin-sular a lo largo de todo el I milenio a.C., llegados

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Ana María Martín Bravo

desde los diferentes ámbitos culturales, dependien-do de cada coyuntura histórica (Fig. 1).

El Bronce Final y la transicióna la Edad del Hierro.

Ya desde finales del segundo milenio y princi-pios del primero, se percibe de forma clara la dife-renciación en el registro arqueológico entre las tie-rras a un lado y otro del Sistema Central.

Al Norte de la Sierra de Gredos, el solar tradi-cionalmente atribuido a los vettones estuvo ocupadopor las gentes que los investigadores denominamoscon el nombre de “Cogotas I”. Se conocen un cente-nar de yacimientos habitados por ellos, que se ca-racterizan por ser pequeños poblados de cabañas enzonas montañosas o en llano, en los que ocasional-mente se practicaron enterramientos de inhumación

Figura 1. Influencias recibidas en la cuenca extremeña del Tajo durante el I milenio a. C.: 1) Bronce Final. Dispersión delas cerámicas de Cogotas I (·), cerámicas con decoración bruñida en el interior (o) y hachas de talón o de apéndiceslaterales; 2) Hierro Inicial. Distribución de los poblados orientalizantes (·), objetos orientalizantes (*) y enterramientosfemeninos con elementos orientalizantes junto a poblados indígenas, observándose la graduación de las influencias desdeel progresivo atenuamiento de las influencias desde el Guadiana Medio hacia el Norte; 3) Hierro Pleno. Cerámicaspintadas llegadas desde el Sureste en el siglo IV a. C. y armas celtibéricas llegadas a finales del siglo III y el siglo II a. C..

en fosa. Pero el elemento que mejor caracteriza aestas gentes es el uso de una cerámica decoradacon unos motivos incisos, excisos o de boquique queles diferencian de otros grupos culturales. Tan carac-terísticas y llamativas son estas decoraciones que seles ha prestado una atención demasiado grande endetrimento de otros rasgos que puedan caracterizara la gente que los fabricaron, pero es cierto son unoselementos de enorme utilidad para delimitar la zonadonde estuvieron presentes y donde no. En este sen-tido, el mapa de dispersión de las cerámicas de Co-gotas I elaborado por Álvarez-Sanchís (1999: 47) paraanalizar el substrato del mundo vettón muestra cla-ramente un vacío rotundo al Sur de Gredos, señalan-do este investigador que allí está el límite Sur Occi-dental de estas gentes. Interesa el dato porque vol-veremos a encontrarnos este mismo límite en otrasmanifestaciones posteriores, como las decoracionesa peine que son tan características de los vettones.

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Al Sur de Gredos, por el contrario, nos encon-tramos con unas gentes cuyo registro arqueológicodifiere absolutamente del de Cogotas I. Los yacimien-tos de finales de la Edad del Bronce se caracterizanpor estar situados en sierras o en los puntos más ele-vados del paisaje. Se ocuparon en este momento lu-gares de extraordinario carácter defensivo, con empi-nadas laderas como defensa natural, que tienen encomún el destacar sobre el paisaje. De hecho, hemosobservado que la elección de los emplazamientos es-tuvo más condicionada por la búsqueda de sitios quedestacaran sobre su entorno que por la defensa. Elver y, sobre todo, el ser vistos desde lejos es la pautaque determinó dónde se construyeron el 53% de lospoblados de este momento (Martín Bravo, 1999: 47).Hemos podido comprobar que no se habitaron algu-nas plataformas naturales de esas mismas serrezue-las, que ofrecían prácticamente la misma defensa na-tural y son más fáciles para habitar, pero que se ca-muflan en el perfil de las sierras, optando intenciona-damente por instalar el poblado en el punto que másdestaca. Buen ejemplo de ello son los poblados de la

Figura. 2. Mapa de yacimientos ocupados durante el Bronce Final: 1. La cueva de Boquique (Plasencia); 2. Cueva deMaltravieso (Cáceres); 3. Cueva del Conejar (Cáceres); 4. Cueva del Escobar (Cabañas del Castillo); 5. Cueva de la Era(Montánchez); 6. San Cristóbal (Logrosán); 7. El Castillejo (Salvatierra de Santiago-Robledillo de Trujillo); 8. San Cristóbal(Valdemorales); 9. Sierra de Santa Cruz (Sta. Cruz de la Sierra); 10. Castillejos (Plasenzuela); 11. El Risco (Sierra deFuentes); 12. La Montaña (Cáceres); 13. Hallazgo aislado en El Castillejo (Casar de Cáceres); 14. La Muralla del Aguijónde Pantoja (Trujillo); 15. El Castillejo (Santiago del Campo); 16. El Castillo (Cabeza Bellosa); 17. Canchal del Moro (Guijode Sta. Bárbara); 18. Pasto Común (Navas del Madroño); 19. Cabeza de Araya (Navas del Madroño); 20. La Muralla(Alcántara); 21. Castillejo (Villa del Rey); 22. El Cofre (Valencia de Alcántara); 23. Virgen de la Cabeza (Valencia deAlcántara); 24. La Cabeza del Buey (Santiago de Alcántara); 25. Sâo Martinho (Castelo Branco); 26. Alegrios (Idanha-a-Nova); 27. Moreirinha (Idanha-a-Nova); 28. Monte do Frade (Penamacor).

Virgen de la Cabeza de Valencia de Alcántara o el deCabeza del Buey de Santiago de Alcántara, sitios abrup-tos elevados sobre su entorno, El Risco de Sierra deFuentes o el pico de La Montaña de Cáceres, cada unoen un extremo del crestón de la sierra, que se divisandesde la llanura cacereña. El Castillejo de Salvatierrade Santiago y San Cristóbal de Logrosán, montes islasde empinadas laderas. Pasto Común, sobre la Sierra deSanto Domingo de Navas del Madroño, es uno de lospuntos más elevados de su entorno y desde él se domi-na el curso de la rivera de Araya y también sobre elmismo curso se levanta la Cabeza de Araya, sobre unaserrezuela que domina los llanos de Brozas. El mismomodelo se observa en los poblados de Alegrios, Montedo Frade y Moreirinha en la Beira portuguesa (Vilaça,1995) situados en los puntos más relevantes del perfilde la sierra, en los que se constata fácilmente lo queseñalábamos más arriba, que se dejaron sin habitaralgunas plataformas que reúnen la misma defensa na-tural y, en cambio, tendrían condiciones de habitabili-dad más fáciles, al estar más resguardadas y ser me-nos abruptas (Fig. 2).

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Por tanto, la búsqueda de lugares adecuadospara ubicar el poblado no está condicionada única-mente a la defensa natural, no fue ese el requisitoimprescindible. Además de la defensa natural, todoscoinciden en ocupar sitios que son referencias en elpaisaje, un punto al que necesariamente se dirige lavista, tanto si están situados en orografías de sierracomo en cerros aislados en la penillanura, donde ladefensa natural no estaba garantizada.

El patrón de poblamiento se completa con otrostipos de enclaves, situados cerca de los ríos e, inclu-so, algunas cuevas que han deparado interesantesmateriales de este momento, como Valcorchero, lacueva del Conejar de Cáceres, la cueva del Escobarde Cabañas del Castillo o la de la Era de Montán-chez, que representan en la actualidad el 17% de loslugares de hábitat documentados en este momento.El 20% restante está representado por poblados si-tuados en promontorios junto a los ríos, con buenasdefensas naturales pero poco destacados sobre elpaisaje. Además de este registro de poblados cono-cidos, pensamos que debieron existir en este mo-mento asentamientos en llano que son el contrapun-to de los lugares en alto, difíciles de documentar peroque sí vamos conociendo en momentos un poco pos-teriores.

Entre los objetos que se han podido recuperaren estos poblados vamos a destacar las cerámicas,que son el conjunto más numeroso de evidenciasque han llegado hasta nosotros. Su análisis nos con-firma lo que ya dijimos al recordar cómo eran las queaparecían en el solar de los futuros vettones. No apa-recen las típicas cerámicas de Cogotas I y, en cam-bio, la tónica dominante es la ausencia de decora-ción. El porcentaje de fragmentos decorados oscilaentre el 1 y el 5% en los poblados excavados en laBeira (Vilaça, 1995: 277), pero sí son muy numero-sas las superficies bruñidas de los recipientes y lasdecoraciones “a cepillo”, incluso entre los materialesque hemos recuperado en prospección. Se documen-tan algunas incisiones o impresiones, aunque el re-pertorio de formas se limita a líneas rectas u obli-cuas, aspas, espigas o zig-zags. En menor medidaestán presentes las decoraciones tipo “Lapa do Fumo”,que a veces se asocian a decoraciones interiores bru-ñidas características del mundo tartésico, que se hanpodido documentar en los yacimientos excavados porVilaça en la Beira y que, a nuestro juicio, son unclaro exponente de cómo se están recibiendo en estemomento influjos externos desde el Centro de Por-

tugal y desde el Sur de la Península, que son asimila-dos por estas gentes y transformados en nuevos re-pertorios decorativos que se aprecian en toda estazona de la cuenca extremeña del Tajo, consecuenciade la privilegiada situación que ocupa entre el Su-roeste y el Centro de Portugal, dos zonas de eviden-te dinamismo cultural en este momento (Fig. 1,1).

A los poblados y las cerámicas hay que añadirlos elementos metálicos, por ser los que mejor nosinforman de cuáles fueron las zonas con las que semantuvieron más contactos. El armamento y las ha-chas son los útiles que mejor conocemos, a los quehay que sumar un número cada vez más elevado deotros objetos relacionados con el trabajo del cuero,de la madera, la piedra o el metal. Las hachas nosproporcionan un interesante mapa de dispersión,porque muestran fuertes conexiones con el Centro yNorte de Portugal, mostrando la vinculación con esazona y, desde allí, con la más lejana fachada atlánti-ca, desde donde nos llegan ecos muy tenues a tra-vés del registro arqueológico, aunque a veces nossorprende con hallazgos como el del ámbar del Bál-tico recuperado en el poblado de Moreirinha, en laBeira (Beck y Vilaça, 1995: 212). En cambio, esostipos apenas aparecen al Norte de Gredos, marcan-do su metalurgia un panorama muy diferente, mu-cho más vinculado con el que se presenta en la Me-seta Norte. Incluso la composición de los broncesnos aporta datos que redundan más en ese carácterde zona bisagra entre una zona y otra, ya que re-cuerda a la composición que presentan los broncesde la Ría de Huelva, pero las cantidades de estaño yplomo son superiores a las que aparecen allí y, por elcontrario, son inferiores a las que se han detectadoen las piezas analizadas hasta la fecha en la MesetaNorte o el área gallega (Martín y Galán, 1998: fig.5). Hay que recordar que existen algunas piezas ex-cepcionales, como la pátera de Berzocana, que nosestán informando de que también están llegandoproductos de lujo desde el Mediterráneo (AlmagroGorbea, 2007: 39), a lo que hay que añadir los obje-tos de hierro que se van conociendo en pobladosocupados hacia el cambio de milenio. Todo eso nospone de manifiesto de forma más evidente lo que yaveíamos al analizar las cerámicas, es decir, que seestán recibiendo importantes influjos desde el Cen-tro de Portugal y que, a medida que avance el I mi-lenio, esos contactos irán rarificándose en favor delos que lleguen desde el Suroeste, pasando esta zonade ser el hinterland del área atlántica a serlo de lazona tartésica.

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A todo este conjunto de manifestaciones sesuman otras no menos significativas como las este-las de guerreros. Cabe destacar que, en torno a lacuenca extremeña del Tajo, aparecen las estelas queno llevan representado al individuo, lo cual da unacoherencia geográfica a este grupo frente a las queaparecen en la zona del Guadiana o el Guadalquivir.Los objetos representados en ellas ponen de relie-ve la misma confluencia de manifestaciones cultu-rales a las que hemos hecho alusión al analizar lacerámica o la metalurgia, lo cual nos permite volvera destacar que el cruce de influjos que se estánrecibiendo en esta zona es lo que le confiere perso-nalidad, en buena manera vinculada a su situacióngeográfica. También se están percibiendo esas in-fluencias en otras zonas colindantes, pero con unagraduación diferente, ya que al Norte de Gredos lasmanifestaciones llegadas desde el Sur se reducende forma importante, de la misma manera que su-

cede con los influjos atlánticos, que en la Mesetason muy tenues.

Hierro Inicial.

A partir del siglo VIII a.C. se observa que mu-chos de los poblados del Bronce Final se abandonan.Los poblados en sierras reducen su presencia hastaun 36% del total de los emplazamientos documenta-dos en la Alta Extremadura durante nuestros traba-jos de prospección. Aunque estos datos no puedenconsiderarse cifras exactas, sí son un claro indicio decambio en el patrón de asentamiento. Es significati-vo que ahora se empiecen a ocupar de forma signifi-cativa los espigones fluviales, que representan un25%; los cerros aislados, que suponen un 11% yque se constate, por primera vez, que casi un 29%de los asentamientos localizados correspondan apoblados en llano (Fig. 3).

Figura 3. Mapa de yacimientos habitados durante el Hierro Inicial: A) Yacimientos que ya estuvieron ocupados en elBronce Final. B) Castros del Hierro Inicial. C) Yacimientos sin amurallar del Hierro Inicial: 1. Periñuelo (Ceclavín); 2. Peñasdel Castillejo (Acehuche); 3. Castillón de Abajo (Alcántara); 4. La Muralla (Alcántara); 5. Los Manchones (Mata de Alcántara);6. Cerro de Mariperales (Navas del Madroño); 7. Holguín (Brozas), 8. Lagarteras (Alcántara); 9. La Atalaya (Brozas); 10.El Espadañal (Alcántara); 11. El Castillón de Baños (Minas del Salor, Membrío); 12. Castillejo de la Natera (Membrío); 13.La Cabeza del Buey (Santiago de Alcántara); 14. Virgen de la Cabeza (Valencia de Alcántara); 15. El Aljibe (Aliseda); 16.El Risco (Sierra de Fuentes); 17. El Torrejón de Abajo (Sierra de Fuentes); 18. Pasto Común (Navas del Madroño); 19. LosCastillones de Araya (Garrovillas); 20. La Silleta (Cañaveral); 21. Cancho de la Porra (Mirabel); 22. Necrópolis de Pajares;23. La Muralla (Valdehúncar); 24. Yacimiento del vado de Talavera la Vieja; 25. Almoroquí (Madroñera); 26. San Cristóbal(Logrosán); 27. Sierra de Santa Cruz (Sta. Cruz de la Sierra); 28. San Cristóbal (Valdemorales).

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La sustitución de los poblados en alturas porlos sitios junto al borde de los ríos es fundamen-tal para entender los cambios que se están pro-duciendo en la sociedad, porque lleva consigo uncambio importante en la relación del hombre consu entorno. Los sitios ocupados durante el Bron-ce Final se veían desde muchísima distancia a sualrededor al ocupar puntos que son hitos en elpaisaje, mientras que los poblados que se ubicanjunto a los ríos pasan absolutamente desaperci-bidos. Esta paulatina transformación de los pa-trones de asentamiento coincidió con la apariciónde los primeros recintos defensivos, aunque al-gunas de estas primeras murallas aparecieron ensitios que ya estuvieron ocupados durante el Bron-ce Final. Por tanto, hay que destacar que no exis-tió discontinuidad ni cambios bruscos en la socie-dad, sino una paulatina transformación, paralelaa la llegada de nuevas influencias desde el mun-do tartésico. Hallazgos tan significativos como eltesoro de Aliseda, identificado por Ruiz-Gálvez(1992) como el enterramiento de una mujer lle-gada desde el Suroeste para emparentar con laélite local, o la localización del enterramiento fe-menino de la Sierra de Santa Cruz (Martín Bravo,1998), cuyos restos se depositaron junto a unasexcepcionales urnas a chardon similares a las uti-lizadas también por mujeres en necrópolis tarté-sicas como Setefilla, confirman la suposición deRuiz-Gálvez y nos testimonian el importante pa-pel como zona de paso que está adquiriendo lazona del Tajo, entre la orientalizada zona del Gua-diana y las tierras al Norte de Gredos. Si bien entorno al Guadiana se observa una profunda asi-milación de su población a las tradiciones orien-talizantes, no ocurrió lo mismo en torno a la cuen-ca del Tajo. De hecho, durante toda la primeramitad de este milenio, continuarán llegando ob-jetos orientalizantes a poblados que no lo son,que mantienen su lento proceso de evolución in-terna en su patrón de asentamiento, en su cerá-mica o en sus producciones metalúrgicas con supropio tempo. Tan sólo asentamientos como elde Talavera la Vieja o El Torrejón de Abajo pue-den ser considerados enclaves de carácter orien-talizante en un territorio que no lo fue, controlan-do lugares de paso como es el vado del río. Nues-tro examen del yacimiento de Talavera la Viejanos reveló la existencia de una necrópolis similara la de Medellín (Martín Bravo, 1999: 93), datoque acaba de confirmar la publicación de un im-

portante conjunto de piezas procedentes de allí(Jiménez Ávila, 2006). En cambio, los elementosautóctonos aparecen en el cercano castro de LaMuralla de Valdehúncar, castro que sí responde ala tradición local. Lo mismo puede decirse del si-tio de El Torrejón de Abajo, frente al cual se le-vanta el castro de El Risco. En cualquier caso, sínos demuestran que existió una graduación delos contactos de Sur hacia el Norte y que la líneadel Tajo (Fig. 1,2) y después la Sierra de Gredosson barreras que provocan su atenuamiento (Al-magro Gorbea, 2007: 40).

El Hierro Pleno.El patrón de asentamiento.

Durante el siglo V a.C. siguieron mantenién-dose los contactos con la zona del Guadiana, don-de destacaba la pujanza de algunos centros comoCancho Roano y, a través de ella, con el Suroeste,pero ya a partir de esa fecha se observa una reali-dad arqueológica distinta que refleja un panoramasocial diferente. Si volvemos a mirar al patrón deasentamiento percibimos una consolidación del fe-nómeno castreño en emplazamientos situados so-bre la encajonada cuenca de los ríos, que suponenahora la mitad del total de los poblados documen-tados (Fig. 4). Por tanto, ahora el control visualsobre el entorno ha pasado a ser un aspecto se-cundario. No sólo no se divisa la penillanura desdela mayoría de los castros, sino que además estossitios no son divisados hasta que prácticamenteno se llega muy cerca de ellos, por lo que hemosutilizado en otras ocasiones la expresión de queestán “camuflados en el paisaje” (Martín Bravo,1999: 204). Para ofrecer un dato que nos sirva dereferencia, destacaremos que desde los emplaza-mientos en sierras o cerros aislados nosotros po-díamos ver una distancia de entre 20 a 30 kms.,mientras que desde los poblados que están juntoa los ríos generalmente no se superan los 2 kms.de dominio visual. En definitiva, se ha perdido domi-nio visual sobre el entorno y visibilidad en el paisa-je.

En cambio, se ha ganado en accesibilidad, por-que aunque se sitúan en cerros o espigones sobre elrío, protegidos por empinadas laderas en al menostres de sus lados, es evidente que estos sitios tuvie-ron muchísima menor altura que los poblados en sie-rras de principios del milenio. El estudio de todas laspendientes que rodean a los yacimientos de esta eta-

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pa (Martín Bravo, 1999: 203) revela que, en la ma-yoría de los castros sobre el río, la pendiente se sitúaen torno al 20%, descendiendo hasta el 10% en cas-tros situados sobre cerros aislados en la llanura yaumentando hasta el 40% en aquellos situados enpuntos a pie de sierra. En cualquier caso, el porcen-taje está muy lejos del que caracterizaba a los in-accesibles sitios de períodos anteriores, desapare-ciendo ya definitivamente la tónica que dominó du-rante el Bronce Final y Hierro I de pendientes supe-riores al 20%.

De forma paralela, se observa un fuerte refor-zamiento de los sistemas defensivos de los castros.

Pensamos que el abandono de los puntos destaca-dos del paisaje es un fenómeno íntimamente rela-cionado con el auge de esas importantísimas mura-llas que caracterizan al Hierro Pleno. Lo que se ob-serva a lo largo de todo este milenio es que se con-solida el fenómeno del asentamiento estable, pro-ceso que se inicia durante el Hierro Inicial, momen-to en el que probablemente el poblado se convirtióen un elemento de delimitación territorial, por loque se ocuparon los sitios más destacados del pai-saje, con excepcional defensa natural, comenzandoel proceso de amurallamiento. Con el discurrir delos siglos se han ido levantando murallas cada vez

Figura 4. Mapa de yacimientos ocupados durante el Hierro Pleno: 1. Alto del Moro (Idanha-a-Velha); 2. Sâo Martinho(Castelo Branco); 3. Los Castelos (Herrera de Alcántara); 4. El Cofre (Valencia de Alcántara); 5. El Alburrel (Valencia deAlcántara); 6. El Jardinero (Valencia de Alcántara); 7. Castillejo de la Natera (Membrío); 8. El Castillejo de Gutiérrez(Alcántara); 9. El Castillón de Baños (Minas del Salor, Membrío); 10. Morros de la Novillada (Alcántara); 11. El Castillejo dela Orden (Alcántara); 12. El Castillejo (Villa del Rey); 13. El Periñuelo (Ceclavín); 14. El Zamarril (Portaje); 15. El Castillejo(Santa Cruz de Paniagua); 16. El Berrocalillo (Plasencia); 17. Villavieja (Casas del Castañar); 18. El Castilejo (Aldeanuevade la Vera); 19. El Camocho (Malpartida de Plasencia); 20. Castillejo de Valdecañas (Almaraz); 21. Castro desembocaduradel Tiétar; 22. Cáceres Viejo (Sierra de Sta. Marina, Cañaveral); 23. Cerro del Castillo (La Torrecilla, Talaván); 24. Castillonesde Araya (Garrovillas); 25. El Castillejo (Santiago del Campo); 26. El Castillejo (Casar de Cáceres); 27. La Muralla delAguijón de Pantoja (Trujillo); 28. Castrejón, Santa Ana (Monroy); 29. Villasviejas del Azuquén de la Villeta (Trujillo); 30. LaBurra (Torrejón El Rubio); 31. El Castejón del Pardal (Trujillo); 32. El Castillejo de La Coraja (Torrecilla-Aldeacentenera);33. Castillejo de la Hoya (Aldeacentenera); 34. Cerro de la Torre (Retamosa); 35. La Dehesilla (Berzocana); 36. El Castillejodel Castañar (Castañar de Ibor); 37. Castillejo de la Navilla (Navatrasierra); 38. El Castrejón (Berzocana); 39. Valdeagudo(Garciaz); 40. El Castrejón (Alía); 41. Cerro de San Cristóbal (Logrosán); 42. Castillejo (Herguijuela); 43. Villasviejas delTamuja (Botija); 44. Sierra de Santa Cruz; 45. Castillejo de Estena (Cáceres); 46. El Aljibe (Aliseda); 47. El Castillejo deSansueña (Cáceres); 48. El Torrejón (Valencia de Alcántara); 49. Necrópolis de Alconétar (Garrovillas).

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más consistentes, menos dependientes de la oro-grafía del terreno gracias a un mayor dominio delas técnicas de construcción, que permitieron levan-tar paramentos de piedra de un trazado complejo.A partir del siglo V, el castro ya no necesita ser divi-sado desde lejos para ejercer de cabeza visible delpoblamiento, pues la presencia de la muralla ya esel elemento diferenciador, al mismo tiempo quegarantiza la seguridad de sus habitantes de unaforma mucho más eficaz de lo que lo hacían en lasetapas anteriores. En términos de porcentajes, seconstata que el 54% de los castros documentadosen esta región ocupan cerros junto a los cauces delos ríos, que le proporcionan también buena defen-sa natural, pero son mucho más accesibles, contra-rrestando esa mayor accesibilidad con su fuerte sis-tema defensivo.

La forma, el tamaño y la dispersión de estoscastros es uno de los rasgos que los diferencia deforma notoria de aquellos otros que se levantaron alNorte de Gredos. Ahora sí estamos hablando ya deque el patrón de asentamiento que caracterizó a losvettones no es el mismo que existió en las tierras alSur del Gredos. Frente al modelo de grandes oppidabien documentado en las tierras de Ávila y Salaman-ca (Álvarez-Sanchís, en este mismo volumen), entorno al Tajo y sus afluentes se desarrolló una red depequeños poblados, de entre 1 y 2 hectáreas, que sedistribuyeron el espacio de forma homogénea, sien-do paradigmático el cauce del río Almonte, que nosmuestra los castros separados por espacios regula-res de aproximadamente 5 kilómetros. En cambio,existen amplios espacios de penillanura casi vacíos,donde únicamente se construyeron unos pocos cas-tros ocupando esas zonas, de mayor tamaño que losdel de ribero, posiblemente funcionando como cabe-zas visibles de ese territorio. Tan sólo en la zona Norte,próxima a los puntos de comunicación con el áreavettona, se construyó un gran oppidum, de propor-ciones y ubicación similar a los vettones, como fue elde Villasviejas de Casas del Castañar, de unas 40hectáreas, controlando el Valle del Jerte, precisamen-te poniendo de manifiesto esa asimilación típica deáreas de fronteras.

Sistemas defensivos.

Los datos que hemos podido recoger de la ob-servación directa de las murallas nos permiten unascuantas reflexiones:

Las murallas se erigieron sobre el terreno quehabía sido previamente allanado, preparando con tie-rra y piedra una superficie estable sobre la que le-vantar los muros, como se observa especialmenteen laderas con fuertes pendientes, como el Castillejode la Orden o cualquier otro de similar emplazamien-to, para evitar su deslizamiento. En algunos casosen que la roca afloraba, se observa que se talló paraobtener una superficie plana sobre la que construirel paramento y no se embutió directamente en elmuro como sucedía en las primeras murallas de ini-cios del I milenio y aún durante el Hierro Inicial. Losparamentos se levantaron en la mayoría de los casoscon la piedra que afloraba en el entorno, salvo algu-nos casos excepcionales, como son los bastionesmonumentales de acceso a los castros de Villasvie-jas del Tamuja y El Castillejo del Casar de Cáceres,en el Jardinero y en algún paramento del castro deLa Burra, que utilizan en parte de su sistema defen-sivo una piedra diferente a la que brinda el medio,aunque en el resto del trazado defensivo de estosdos sitios sí se empleó la piedra del lugar. Diferentees el caso del Castillejo de la Orden, donde se obser-va que se emplearon piedras de granito en el interiorde la muralla de pizarra, no para ser vistos sino paradar solidez a los muros defensivos.

La técnica de construcción de los paramentosse caracteriza por utilizar grandes piedras en las ca-ras externas, colocadas en forma de seudo soga ytizón, y piedras más pequeñas en el interior, tambiénformando hileras, pero unidas con barro. Las dife-rencias entre unas murallas y otras vienen marcadaspor el mayor o menor uso de la tierra o el barro en elinterior de los paramentos. Es excepcional el casodel castro de El Pardal, en el que prácticamente todoel muro es de tierra. En otras murallas se recurrió aluso del barro con piedras de pequeño tamaño pararellenar el espacio interno entre los dos paramentosexternos, pero lo habitual es que no se aprecien casidiferencias entre la parte de fuera y de dentro delmuro. Un rasgo común a la inmensa mayoría de lasmurallas es el tener la cara exterior ataludada. Delos 26 castros en los que se conservaba una alturasuficiente para observar si eran rectos o en talud,sólo en 4 se constató que los muros fueran rectos yen otros 3, alternaban los paramentos rectos con otrosen talud. Entre estos últimos merece la pena desta-car el caso del castro de La Burra, que tiene la mayorparte del trazado de la muralla en talud, utilizandoparamentos rectos en el recinto más externo, quequizá sea de cronología más reciente que el resto.

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Los castros de la cuenca extremeña del Tajo, bisagra entre lusitanos y vettones

Las zonas de acceso presentan diferentes so-luciones técnicas para ofrecer una mayor protecciónen estos puntos. Uno de los tipos más representadoses el de un sencillo vano con los laterales engrosa-dos para darles mayor consistencia, si bien es ver-dad que este tipo se fue relegando a las zonas másalejadas de la puerta principal, utilizándose en losaccesos secundarios. Se han documentado tambiénpuertas en esviaje en 4 castros, puertas flanqueadaspor bastiones circulares en otros 3, pero la soluciónpor la que se optó en la mayoría de los casos fue lade proteger la puerta por fuertes bastiones de formairregular, amoldándose a la topografía de cada sitio,llegando en algunos casos a alcanzar 13 metros deanchura. Los bastiones cuadrangulares son muy es-casos en las zonas de acceso, ya que tan sólo se handocumentado en la entrada al castro del Castillo deLa Torrecilla y en la del Castillejo de la Orden.

Mención aparte merece los torreones, que noson un engrosamiento de la muralla sino un cuerpodestacado de ella. Destacan por su monumentalidadel del Castillejo del Casar de Cáceres, el torreón exen-to del Aguijón de Pantoja o el del Castillejo de Valde-cañas, todos ellos de planta circular. Aún más inusua-les son los torreones cuadrangulares, que se handocumentado en el castro de Villasviejas del Tamu-ja, en el del Pardal, en el de La Dehesilla, en Valde-agudo y en La Burra.

Las defensas de los castros se complementa-ron abriendo fosos en las zonas de acceso, que sehan documentado aproximadamente en una terceraparte de ellos. En cambio, no hemos visto en ningu-no de los castros extremeños piedras hincadas, ras-go que los diferencia de los vettones.

Otras evidencias de cultura material:ausencia de cerámicas a peine y rarificación

de la escultura zoomorfa.

La cerámica es otro elemento significativo paraconocer los contactos entre unas zonas y otras. Lageneralización del uso del torno se produjo ya desdeel siglo V a.C., por influencia de los asentamientosorientalizantes de la cuenca del Guadiana, de hecho,buena parte del repertorio cerámico del siglo IV a.C.conocido en los castros tiene formas que recuerdana las que aparecen en los niveles post-orientalizan-tes del poblado de Medellín. Mención especial mere-cen las decoraciones con motivos en rojo, que apa-recen en Medellín a principios del siglo V a.C. (Alma-

gro Gorbea y Martín Bravo, 1994: 100), llegados desdeel valle del Guadalquivir o la zona oretana, poniendode manifiesto que el mayor auge del mundo ibéricoa partir de este momento provoca que las relacionesse orienten hacia esa zona en detrimento de los con-tactos con el Suroeste peninsular (Fig. 1,3). Las ce-rámicas pintadas aparecen especialmente en los cas-tros extremeños de la zona Este de la cuenca delTajo, donde también había sido más notable la pre-sencia del mundo orientalizante y allí representan un20 y 25% sobre el total de la cerámica en los yaci-mientos excavados (Cabello, 1991-92), apareciendoincluso en el material de superficie recogido al pros-pectar el castro de La Burra o El Aguijón de Pantoja.Un ejemplo excepcional es el castro de Villasviejas ysu necrópolis de El Mercadillo (Hernández y Galán,1996). En cambio, prácticamente no aparecen loscaracterísticos motivos a peine del área vettona. Supresencia se reduce a una urna con motivos ondula-dos a peine en la necrópolis de La Coraja y una vasi-ja con aspas realizadas clavando las púas de un pei-ne en Villasviejas del Tamuja. Únicamente dos ejem-plos dentro del amplio conjunto de cerámicas quehan deparado los castros excavados o prospectados.

En esa misma dirección apunta la presencia deesculturas zoomorfas en la cuenca del Tajo, intere-sante manifestación cultural del pueblo vettón y cuyaaparición en este territorio al Sur de Gredos contri-buye a reforzar la visión de zona de transición entrela Meseta y los influjos llegados desde el mundo ibé-rico. Los ejemplos más característicos de verracosen la provincia de Cáceres aparecen en los corredo-res naturales de paso a través de Gredos o bien porel Este de la cuenca, en Talavera la Vieja, donde an-tes vimos que estuvo el yacimiento orientalizante quecontrolaba este vado. Algunos de los ejemplares quese citan habitualmente más alejados, como los deCáceres, Alcántara o Arroyo de la Luz, no hemospodido confirmarlos a pesar del amplio trabajo decampo que hemos llevado a cabo en esa zona (Mar-tín Bravo, 1999: 242). El fragmento de hocico delMuseo de Marvâo (Portugal), se parece más a unaescultura ibérica que a un verraco. Todo ello vuelve aponer de manifiesto que en torno a la cuenca extre-meña del Tajo se conjugaron rasgos de diferenteaportación, llegados desde las zonas con más pujan-za en cada momento, pero la superposición de losmapas de dispersión de las cerámicas a peine y delos verracos muestra de forma evidente que la cuen-ca del Tajo no se integró en el área vettona.

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Hacia el siglo III a.C. las aportaciones culturalesdel mundo ibérico se debilitan y, en su lugar, el regis-tro arqueológico nos muestra elementos de claro raízceltibérica. De allí proceden elementos tan significati-vos como las fíbulas de caballito, de las que se cono-cen 3 ejemplares en la provincia de Cáceres, los pu-ñales biglobulares, la espada de La Tène de Villasvie-jas del Tamuja, los vasos de plata con epigrafía celti-bérica de Castelo Branco o el 65% de la masa mone-tal publicada hasta la fecha. En este sentido, el análi-sis de las necrópolis de Villasviejas del Tamuja es ro-tundo, poniendo de manifiesto esa sustitución de losinflujos llegados desde el mundo ibérico por otros pro-cedentes de la Celtiberia (Hernández y Galán, 1996:125), sin perder el sabor local de sus cerámicas, queen nada se asemejan a las que aparecen en los ajua-res de la necrópolis vettonas. Ello y la aparición demonedas celtibéricas han llevado a Burillo a señalarque debió producirse una “emigración celtibérica alterritorio extremeño” (2007: 381) que vincula con laexplotación de los recursos mineros en la segundamitad del siglo II a.C. en la zona extremeña. Tenemosque decir que ninguna evidencia apunta en ese senti-do en el castro de Villasviejas, donde el estudio de lasevidencias mineras señala claramente a la etapa ro-mana y no a etapas prerromanas. En cambio, hay querecordar que precisamente en el 104 a.C. se firmó ladeditio del castro del Castillejo de la Orden de Alcán-tara, lo que nos confirma que en esa época se vivía enpleno proceso de guerras contra Roma. De hecho, elanálisis de conjunto del numerario recogido en los cas-tros extremeños parece vinculado claramente a facto-res bélicos. Las monedas más antiguas llegan a estastierras a fines del siglo III a.C., vinculadas al fenóme-no del reclutamiento durante la II Guerra Púnica (Mar-tín Bravo, 1995). Posteriormente, desciende el núme-ro de monedas documentadas en los castros, quevuelve a aumentar de forma notable hacia los años120-100 a.C., años en los que se estaba produciendola conquista de este territorio por las tropas romanas,y en la década de los 70, coincidiendo con las GuerrasSertorianas (Martín Bravo, 1999: 246), momento enel que se emitieron las monedas de Tamusia, contex-to que explica mucho mejor la aparición de la masamonetal que el de la minería.

Conclusiones: Los castros extremeños,bisagra entre Lusitanos y Vettones.

La lectura del registro arqueológico que hemosexpuesto en las páginas anteriores, unida a una aten-

ción especial al paisaje, a los accidentes del terreno,nos muestra cómo es posible avanzar en la delimita-ción del mosaico de pueblos de finales de la Edad delHierro, cuyos nombres a veces conocemos a travésde los escritos grecorromanos. Con este trabajo que-remos contribuir a dejar claro cómo, en el caso delos castros de la cuenca extremeña del Tajo, existeun importante factor geográfico, como son las estri-baciones occidentales del Sistema Central, que nopuede ser obviado al estudiar a las sociedades pre-históricas, porque ha ejercido de barrera natural des-de entonces hasta ahora. Los contactos tuvieron quellevarse a cabo a través de las zonas de paso másfavorables y ello explicará que sea en torno a esospuntos donde aparezcan elementos comunes de unaszonas y de otra.

A finales de la Edad del Bronce, el registro ar-queológico de la cuenca extremeña del Tajo pone demanifiesto que nada tiene que ver con la cultura deCogotas I, que se extiende desde la cuenca del Due-ro hasta Gredos, ya que no se documentan en losyacimientos extremeños ninguno de sus elementoscaracterísticos. En cambio, las piezas metálicas apa-recidas en la provincia de Cáceres tienen sus mejo-res paralelos en el Centro de Portugal, lo que nosdeja entrever que hasta aquí sí llegaron los contac-tos con el área atlántica (Fig 1,1). Ya hemos señala-do en otras ocasiones que esta zona se sitúa en elextremo de lo que Coffyn denominaba “grupo lusita-no” de la metalurgia atlántica (1985: 228), siendo elárea altoextremeña la zona más alejada a la que lle-garon estas piezas. Ello no extraña si recordamosque también el patrón de asentamiento del Centrode Portugal, estudiado por Senna-Martínez (1996)se caracteriza por la existencia de una red de pobla-dos situados en sierras desde donde se divisa unamplio territorio delimitado por accidentes natura-les, que muestran una distribución del asentamientosemejante al que caracteriza a la cuenca extremeñadel Tajo.

En torno a la cuenca del Guadiana, en cambio,tanto el patrón de asentamiento como el registromaterial de finales de la Edad del Bronce presentanunas características diferencias respecto a la cuencadel Tajo, porque toda aquella zona se muestra clara-mente relacionada con el Suroeste. Aunque tambiénen la zona del Guadiana destaquen los poblados enalto (Pavón, 1995), su patrón de asentamiento esmucho más diversificado que el de la cuenca del Tajoy los elementos metálicos que se han recuperado,

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además de las cerámicas, nos revelan los fuertescontactos con el Bronce Final tartésico, que fuerondebilitándose a medida que se avanza hacia el Nor-te.

Hacia el siglo IX-VIII a.C., en la cuenca del Tajose percibe la disminución de objetos llegados desdeel Atlántico en favor de la cada vez mayor presenciade elementos venidos desde el Suroeste. En el mar-co del fuerte auge que estaba viviendo el mundotartésico, la cuenca del Guadiana quedará plenamenteintegrada en el ámbito orientalizante, debilitándoseese proceso a medida que se aleja de ella (AlmagroGorbea, 2007: 39). El único asentamiento conocidode carácter orientalizante es el de Talavera la Vieja,junto al vado del mismo nombre, la última zona depaso del Tajo antes de encajonarse a su paso porExtremadura, a lo que hay que añadir el aún pococonocido yacimiento del Torrejón de Abajo. El restode las evidencias tartésicas localizadas en torno a lacuenca del Tajo han aparecido en yacimientos queno son orientalizantes, sino asentamientos en sitiosaltos, con buena defensa natural, que continúan elmodelo de ocupación del espacio del Bronce Final,pero añadiendo un elemento nuevo: la muralla. Du-rante todo el Hierro Inicial asistiremos a un lentoproceso de sustitución de los lugares relevantes delpaisaje en favor de sitios menos destacados, peroamurallados, que culminará en la segunda mitad delmilenio con la aparición de los castros. En todos es-tos cambios es determinante la llegada de esas in-fluencias nuevas desde el Sur y que desde el Guadia-na van a ir difundiéndose hacia la Meseta atravesan-do la cuenca del Tajo (Fig 1,2). De ahí la importanciafundamental de los puntos de puertos y vados, pre-cisamente donde se concentran los hallazgos orien-talizantes de diferente naturaleza, incluida la presen-cia de enterramientos femeninos de carácter tartési-co en poblados que no lo son, pero que son puntospor donde aún hoy discurren los caminos por los quese pasa para desplazarse desde el Sur hacia la Me-seta, como Aliseda o especialmente la Sierra de San-ta Cruz. A través de ellos se canalizó el comerciotartésico, siguiendo rutas naturales que desde fina-les de la Edad del Bronce surcaron el área extreme-ña, atenuando su influencia hasta convertirse, al pasarlas sierras del Sistema Central, en “ecos del Medite-rráneo” (Barril y Galán, 2007).

El panorama en las tierras de la actual Ávila ySalamanca durante el Hierro Inicial es diferente alque acabamos de ver en torno a la cuenca extreme-ña del Tajo. En lo que había sido el solar de las po-

blaciones de Cogotas I vamos a ver aparecer pobla-dos de casas circulares de adobes de las gentes delSoto, pero que no se documentan en las tierras sal-mantinas ni abulenses. Precisamente allí, continua-ron poblados situados en alto junto a otros que bus-can sitios en llano, con diferente arquitectura domés-tica y patrón de asentamiento a los del Soto, perocon una metalurgia y una cerámica decorada común,que no aparece en el Tajo, volviéndose a poner demanifiesto que las estribaciones del Sistema Centralcontinúan ejerciendo de demarcador cultural.

Volviendo nuestra mirada hacia el Este, preci-samente hacia el Centro de la cuenca del Tajo a supaso por las tierras toledanas, el panorama cam-bia, como también lo hace el paisaje. El Tajo, en elcentro de su cuenca, discurre por unos terrenos ter-ciarios de amplias vegas, donde no existen impor-tantes barreras naturales. En la cuenca media delTajo, los últimos trabajos sobre la Carpetania hanpuesto de manifiesto que durante el Hierro Inicialexistieron “asentamientos en llano, sin preocupa-ciones defensivas, de pequeña superficie y que sedisponen cerca de cursos de agua secundarios” (Ur-bina, 2007: 196). Estas tierras también recibieronla llegada de influjos tartésicos, como demuestra elenterramiento del Carpio de Tajo y posiblementede las Fraguas, situados a unos 40 kms. hacia elEste del yacimiento orientalizante de Talavera laVieja, pero los yacimientos como Arroyo Manzanas(Moreno, 1995) o El Royo, sin amurallar, muestranuna realidad diferente a la que hemos descrito parael área extremeña.

Peor conocemos la zona del Centro de Portu-gal y la Beira, donde sabemos que los poblados delBronce Final se abandonan hacia finales del siglo IXa.C. (Vilaça, 1995: 375). Los mapas de dispersión deobjetos orientalizantes muestran su ausencia aquí,concentrándose en el litoral atlántico, donde los da-tos nos indican que se difundió el comercio tartésico,quedando el interior al margen de esa dinámica.

A mediados del siglo V a.C., se observa ya queel fenómeno castreño en la cuenca extremeña delTajo cristaliza en un modelo de ocupación del territo-rio donde el castro sobre el río es el protagonista. Lamayoría de los castros del Hierro Inicial, que aúnestaban asentados en sitios prominentes del paisa-je, dejan de estar habitados y se sustituyen por otrosque surgen a orillas de los principales afluentes delTajo, principalmente el Almonte y el Salor, mostran-do un patrón homogéneo de distribución y de tama-

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ño, en el que sólo algunos superan la media de 2 ha.Han perdido visibilidad sobre el entorno y no desta-can en el paisaje, pero están rodeados de un fuertesistema defensivo que les confiere carta de natura-leza. Lo que queremos resaltar en esta reflexión fi-nal es que este patrón es diferente al que muestranlos castros típicamente vettones, por tamaño, por susistema defensivo y, sobre todo, por la forma de im-plantarse en el territorio. A ello hay que añadir queel registro material también muestra diferencias no-tables, que son especialmente significativas si nosfijamos en los que son sus elementos más caracte-rísticos, como son las cerámicas a peine y la escultu-ra zoomorfa. Las decoraciones a peine del área vetto-na están ausentes en los castros extremeños, salvoalgunas excepciones como los dos ejemplares de Vi-llasviejas que, analizadas en el conjunto de la cerá-mica del yacimiento, muestran que son piezas dife-renciadas y ajenas a las locales. La escultura zoomorfade piedra aparece en torno a dos zonas claras: una,aquellas que facilitan el paso de la Sierra de Gredosa través del Jerte y, la otra, la zona de contacto entrela encajonada cuenca extremeña del Tajo y las tie-rras toledanas, por donde se accede a la Mesetabordeando la Sierra de Gredos. El otro punto dondese concentran estas esculturas es Villasviejas delTamuja, cuyo registro arqueológico muestra unasrelaciones con el mundo ibérico en el siglo IV a.C. ycon el celtibérico ya en el II a.C. que la diferencianotablemente de la dinámica cultural de los castrosvettones (ver Hernández, Martín y Galán en estemismo volumen). El resto de ejemplares próximos ala zona de Alcántara que se vienen citando en losúltimos años son considerados ejemplares dudosospor Álvarez-Sanchís (1999: 223) y desde luego noso-tros no hemos podido documentarlos en nuestro tra-bajo de campo (Martín Bravo, 1999: 242).

La superposición del mapa de dispersión de losverracos y de las cerámicas a peine muestra cómose distribuyen por las actuales provincias de Sala-manca, Ávila, Zamora y parte de Toledo, encontrán-dose las esculturas cacereñas en el reborde de esazona, precisamente apareciendo en las áreas de con-tacto entre ellas, añadiendo aquí rasgos propios dela escultura meridional. Estos mapas han sido suge-rentemente utilizados para aunar arqueología y etni-cidad y tratar de delimitar el territorio vettón (RuizZapatero y Álvarez-Sanchís, 2002: 267), pero no hantenido suficientemente en cuenta ni las peculiarida-des de los patrones de asentamiento ni las barrerasnaturales. Trazar el límite del área vettona sin contar

con este factor y apoyar la zona de frontera en sen-tido inverso al que la geografía marca no puede ayu-dar a delimitar grupos culturales del pasado, al me-nos en zonas que efectivamente sí tuvieron elemen-tos del paisaje tan relevantes como son las estriba-ciones del Sistema Central.

Es posible que en esas delimitaciones de et-nias estén subyaciendo las informaciones que noshan trasmitido los escritores romanos, especialmen-te la lista de ciudades recogida por Ptolomeo, queterminaron utilizando lo étnico en aras de la admi-nistración romana. Para contrarrestar esa visión yade época romana, en este trabajo hemos queridohacer una lectura del registro arqueológico a lo largodel todo el I milenio a.C., sin separar esos datos dela observación del medio. Todo ello apunta a que lasbarreras montañosas que bordean a la cuenca ex-tremeña fueron un elemento que marcaron un límitea la expansión de los grupos de Cogotas I ya en elBronce Final, un importante factor de atenuación delos contactos con el Suroeste durante el Hierro Ini-cial, una línea que apenas llegaron a rebasar las ce-rámicas a peines. No fueron barreras insalvables ylos contactos existieron siempre, como ya hemos idoviendo que ponen de manifiesto diferentes hallazgosque jalonan las zonas de pasos naturales, siendo lospropios verracos una prueba de coexistencia de ma-nifestaciones culturales en las zonas de contacto. Poreso insistimos en que las barreras naturales debie-ron actuar en la antigüedad para separar a gruposhumanos con diferente identidad étnica, como ya hanpuesto de manifiesto Sayas y Melero (1991: 79).

A fines del siglo III y durante el siglo II a.C.,aparecen en el registro arqueológico elementos declara raíz celtibérica, especialmente algunas armas ylas monedas. Estos hallazgos han inclinado las últi-mas teorías interpretativas a considerar que las gen-tes que se enterraron en las necrópolis del Romazalde Villasviejas eran celtíberos fruto de una “emigra-ción celtibérica al territorio extremeño” (Burillo, 2007:381). Volvemos a encontrar, por tanto, que la aten-ción preferente que se presta a ciertos elementos dela cultura material, sean los verracos en un caso seanlas monedas celtibéricas en otro, determina el consi-derar a estas gentes vinculadas a los vettones o a losceltíberos, perdiendo de vista el resto de manifesta-ciones que realmente define a los castros de la cuencaextremeña del Tajo.

Puesto que en los trabajos que se reúnen eneste volumen se va a tratar de delimitar dónde habi-taron los lusitanos y dónde los vettones, no quere-

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mos terminar sin referirnos a esta cuestión. Si nues-tra lectura del registro arqueológico muestra una claradiferencia de los castros extremeños respecto a losgrupos vettones, también frente a los poblados de lacuenca media del Tajo a su paso por las tierras tole-danas y a las gentes de la cuenca del Guadiana, quedapendiente señalar quiénes fueron entonces los quevivieron en torno a la cuenca extremeña del Tajo.Partiendo de la idea ya generalmente admitida deque bajo los etnónimos que nos trasmiten los escri-tores grecorromanos subyacen grupos muy diferen-tes, nos parece apropiado recordar las palabras deWeels, en su libro The Barbarians Speak, señalandoque la observación del registro arqueológico de fina-les de la Edad del Hierro pone de manifiesto que no

todos los pueblos prerromanos se pueden englobaren las tribus que nos mencionan las fuentes greco-rromanas (1999: 33). Puesto que el análisis de esasfuentes ya ha sido acertadamente revisado por Pé-rez Vilatela, quién nos advertía de no caer en el errorde considerar esos etnónimos como realidades geo-gráficas inamovibles (2000: 19) nosotros no vamosa volver sobre él, pero sí finalizaremos poniendo derelieve que esta región, que los escritores romanosconsideraron a caballo entre lusitanos y vettones, conevidentes elementos comunes a una y otra, por ha-ber tenido procesos culturales semejantes, debió estarhabitada por diferentes populi que el mismo Estra-bón nos dice que no fueron “dignos de mención porsu pequeñez y poca importancia” (Est. III, 3, 3).

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Ana María Martín Bravo

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Resumen

La larga secuencia de trabajos realizados en elcastro de Villasviejas del Tamuja durante más de trein-ta años, sus tres necrópolis y su entorno inmediato,permite realizar una primera síntesis del origen, de-sarrollo y desaparición de un gran asentamiento pre-rromano en la Alta Extremadura.

Una visión completa del proceso evolutivo deVillasviejas permite replantear su enmarque tradi-cional dentro del ámbito vettón, proponiéndose unmarco más flexible, en el que diferentes influenciasen diferentes momentos dieron lugar a un desarrollomuy distinto al del mundo vettón al Norte de la Sie-rra de Gredos.

Introducción.

En estos últimos años estamos constatando ungran interés por los vettones que se pone de mani-fiesto en la realización de varias exposiciones consus correspondientes catálogos. También se han pu-blicado diversos estudios generales o parciales so-bre el tema. Interés que, por otra parte, no ha idoacompañado de un registro arqueológico sustancial-mente nuevo, imprescindible a la hora de ampliar yprofundizar en el conocimiento de cada una de estascomunidades incluidas tradicionalmente en el terri-torio vettón. Nos estamos refiriendo a que muchosde los datos que se están utilizando proceden deexcavaciones antiguas que no han sido contrastadascon trabajos de campo recientes y con metodologíaactualizada.

Pensamos que es muy oportuno que, dentrode estas Jornadas sobre Vettones y Lusitanos, pre-sentemos los principales avances de nuestra investi-gación en el conjunto arqueológico de Villasviejas,algunos de los cuales ya apuntamos en las Jornadas

El proyecto Villasviejas de Tamuja.Análisis global de un asentamiento prerromano

Francisca Hernández HernándezDepartamento de Prehistoria de la Universidad Complutense de Madrid

Eduardo Galán DomingoDepartamento de Prehistoria del Museo Arqueológico Nacional

Ana María Martín BravoDepartamento de Documentación del Museo Nacional del Prado

Arqueológicas del año 2001, que aún no han sidopublicadas. Nuestra exposición se va a centrar entres aspectos:

1. El poblado, con el objeto de definir sus ca-racterísticas generales y su relación con elentorno, aportando los resultados de lasprospecciones arqueológicas que durantevarias campañas se llevaron a cabo en elentorno del poblado.

2. La necrópolis de El Mercadillo y El RomazalII, con el fin de conocer el ritual de enterra-miento y el contexto cultural de los primeroshabitantes de Villasviejas.

3. La necrópolis de El Romazal I, cuyos datosnos ofrecen el desarrollo y las transforma-ciones que la comunidad del poblado de Vi-llasviejas ha experimentado a lo largo deltiempo, coincidiendo precisamente con elcomienzo de la conquista romana del terri-torio comprendido entre las cuencas de losríos Tajo y Guadiana y que supuso finalmen-te el abandono, de forma pacífica, por partede sus habitantes de este poblado.

El Castro de Villasviejas del Tamujay su entorno.

Villasviejas del Tamuja es el castro más emble-mático de la cuenca extremeña del Tajo debido aque es el único del que se conoce el registro arqueo-lógico del poblado y de las necrópolis. La larga tra-yectoria de estudios dedicados a él nos permitencontar con datos exhaustivos tanto de las viviendas(Hernández et al., 1989) como de sus enterramien-tos (Hernández y Galán, 1996). Este hecho, unido aque los materiales aparecidos en él son especialmentesignificativos, lo convierte en un punto de referencia

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para interpretar las relaciones de los castros del áreaextremeña con otros pueblos, especialmente con losvettones.

El recinto fortificado se sitúa en un promonto-rio rodeado en varios de sus lados por el río Tamujay por otro pequeño arroyo, que han labrado una la-dera abrupta que protege al poblado por sus flan-cos. Sin embargo, el emplazamiento no destaca so-bre el paisaje de penillanura que lo rodea, siguiendola tónica general de otros poblados contemporáneosdel área extremeña, en los que es habitual no perci-bir el poblado amurallado hasta que prácticamenteno se llega delante de él (Fig. 1).

La muralla rodea dos plataformas amesetadasque se comunican por un estrecho pasillo, dando lu-gar a que existan dos recintos, llamados “A”, el máspróximo al río y “B”, el recinto más externo, a lo quehay que añadir la presencia de fosos tallados en laroca en la zona de acceso. El trazado se amolda a latopografía, pero como suele ser habitual ya en estaépoca, predominan los tramos rectos. Resulta de sumo

interés mencionar que la técnica de construcción delas murallas no es la misma en todo su perímetro,porque este dato nos permite conocer la evoluciónde las estrategias defensivas y de monumentalidadde las murallas castreñas. Gran parte del trazado dela muralla y especialmente todos los tramos próxi-mos al río, protegidos por la defensa que le brindalas laderas, cuentan con unos paramentos construi-dos con lajas de pizarra de gran tamaño, unidos contierra en su interior, que no difiere de la técnica em-pleada en los otros castros de la región.

Frente a este tipo de técnica constructiva des-taca la que se utiliza para levantar los paramentosde la zona de acceso al castro y de algunos de susbastiones. Se sustituye la pizarra por el granito ylas lajas obtenidas de forma más o menos irregularen la pizarra por los bloques tallados de forma re-gular en el granito. Por tanto, se asiste no sólo a uncambio en las técnicas de construcción sino a ladeliberada sustitución de la materia pétrea que brin-da el entorno por otro material que hay que aca-

Figura 1. Vista aérea del Castro de Villasviejas del Tamuja desde el Sur.

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rrear desde más lejos y que hasta ese momento nose había empleado en el castro. Aunque no se co-nocen cuáles fueron las canteras de aprovisiona-miento del granito, es fácil imaginar que se acudióal batolito de Plasenzuela, que comienza a aflorar a1 km. del castro extendiéndose hasta varios kiló-metros de distancia.

Se han realizado varias campañas de excava-ción en diferentes puntos de la muralla que nos per-miten hacer algunas constataciones sobre la crono-logía de los recintos defensivos (Fig. 2). F. Hernán-dez excavó junto a la muralla del Recinto “B”, sacan-do a la luz un buen paramento de granito, aunqueningún material ayuda a fecharlo. Sí se documentóque, junto a la cara interna de la muralla, se adosa-ron viviendas de pizarra que lo dejaban oculto, cosaque no parece lógica, a menos que esas viviendas seadosaran en un momento posterior, cuando ya lamuralla hubiera perdido su significado. En esas es-tancias aparecieron materiales de época romana queconfirman esa impresión. También se intervino enotro de los puntos interesantes del sistema defensi-vo del castro, el torreón del Recinto “A”, pero los re-sultados obtenidos no permiten conocer su cronolo-gía. También se constató que se adosaron viviendasen las que aparecen ánforas romanas, por lo quetambién en esta zona parecen corresponder dichasestructuras adosadas con los momentos finales de lavida del castro.

Otras excavaciones sobre la muralla fueron rea-lizadas por Mª.I. Ongil. No se llegó a publicar la me-moria de esta intervención y, por tanto, los datos seconocen muy parcialmente (1991: 247 y ss.), peromerece la pena extraer algunas conclusiones. Seexcavó en dos puntos del Recinto “A”, donde la mu-

ralla es totalmente de pizarra. En el Sector NW salie-ron a la luz varias dependencias domésticas muypróximas a la muralla, pero que no estaban adosa-das a ella. La excavación permite conocer que exis-tieron tres fases de remodelación de estas casas,casi sin variar el trazado, pero superponiendo murosmodernos sobre los más antiguos. La fase más anti-gua se asienta sobre la roca y se selló en el siglo IIIa.C., según indica la autora basándose en la presen-cia de cerámica Campaniense A en ese nivel. Porencima se colocó el suelo de otra vivienda que debióestar en uso en el siglo II a.C., puesto que en ella serecogieron Campanieses C o D. Por último, se evi-dencia que se remodelan nuevamente las casas en-tre finales del siglo II y principios del I a.C. y, para loque a nosotros nos interesa, destaca el hecho deque en esa última fase las estancias domésticasapoyan encima del relleno de la muralla, utilizán-dola como plataforma para construir las casas. Estedato es de sumo interés porque, de ser cierta lafecha y esta lectura de la excavación, está indi-cando que a comienzos del siglo I a.C. la murallase ha transformado, ha perdido su carácter defen-sivo y las construcciones se apoyan encima de ella.

El otro punto excavado es el que se denominóSector NE, en el que se intervino directamente so-bre los paramentos de muralla, documentándoseque a finales del siglo II o comienzos del I a.C.,existían también en este punto estructuras que apo-yaban sobre la muralla. Para ello se creó un nivelde relleno, conseguido con importantes aportacio-nes de tierra y material de otros puntos del castro,que contenía materiales del siglo IV a.C., y que trans-formaron la muralla en una plataforma para cons-truir encima.

Figura 2. Paramentos de pizarra (A) y de granito (B) correspondientes a las diferentes fases de la muralla.

A B

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En conjunto, los datos no nos indican cuándose empezaron a construir las murallas pero sí cuálfue su evolución y su momento final. El examen deltrazado de la muralla y de sus paramentos nos su-giere que aquellos que son de pizarra correspondena los que debió tener el castro en sus fases inicialesy durante buena parte de su existencia. Sólo en al-gún momento, que aún no podemos precisar, se de-cidió reforzar la zona de acceso con unos paramen-tos marcadamente diferentes del resto, por materia-les y por técnica, que de alguna manera monumen-talizan la entrada al castro y le añaden algún ele-mento emblemático como el bastión cuadrangular.El fenómeno no es exclusivo de Villasviejas, sino quese observa algo similar en los otros grandes castrosde la cuenca del Tajo, como El Castillejo del Casar deCáceres, con un ingente bastión, también de para-mento cuadrangular de granito, que destaca así mis-mo del resto de la muralla de pizarra. En ese mismocontexto, y para entender que se asistió a un fenó-meno generalizado de reforzamiento de los accesoscitaremos el impresionante castro de La Burra, en elque no se recurrió a un cambio de materia pétreapara reforzar sus murallas, pero sí se tapió la puertade acceso y se abrió una nueva de mucha mayorenvergadura y con bastiones a los lados. Sí se puededecir algo nuevo respecto al momento final de estossistemas defensivos, ya que los datos de Villasviejasapuntan a que a comienzos del siglo I a.C. el castroasiste a un proceso de construcción de nuevas vi-viendas que amortizan las murallas. Lo más signifi-cativo del registro material de ese momento es lapresencia de materiales romanos en las casas, sinque se haya perdido nada de la tradición local (Her-nández, 1993).

Además de conocer las murallas, los primerosaños de trabajos en el castro estuvieron dedicados adocumentar sus viviendas y el urbanismo (Hernán-dez et al., 1989: 77 y ss.). Se excavaron varias es-tructuras domésticas, que depararon un material pocosignificativo, pero los datos proporcionados poste-riormente por el estudio de las diferentes necrópolis,nos han permitido la reinterpretación del poblado. Elconjunto de habitaciones documentadas nos revelaque existieron núcleos de viviendas adosadas, sepa-rados unos de otros por espacios vacíos, a modo decalles. La planta de las casas es de forma rectangu-lar dividida en estancias por muros interiores demenor consistencia que los exteriores, variando deforma notable el tamaño de las estancias excavadas.Todas están realizadas utilizando la pizarra y unién-

dola con barro. En una de las estancias se pudierondocumentar, en el centro, unas piedras colocadas enforma de círculo que debieron servir para sujetar unaviga de madera en la que apoyaría la techumbre. Loshogares parecen situarse junto a alguno de los mu-ros.

La excavación puso al descubierto la superpo-sición de muros a diferente profundidad, que, a laluz de los nuevos datos, podemos identificar condos momentos diferentes dentro de la evolución delcastro. Las casas del nivel inferior están cimenta-das sobre la roca y se corresponden con los mate-riales más antiguos documentados. Sobre ellos selevantó otro nivel de viviendas, apoyadas sobre lasmás antiguas, aunque con un trazado ligeramentediferente. Posiblemente, se corresponden al nivelen el que aparecen las monedas íbero romanas, queseñala una fecha del siglo II-I a.C.. Lo significativoes que la remodelación de las viviendas se hizomanteniendo en líneas generales el trazado de lafase anterior, por lo que muchos muros se superpo-nen y que la cronología aportada por las monedasapunta hacia la misma época en la que se estabanremodelando también las casas que apoyaron so-bre la muralla.

Conocidas las peculiaridades internas del cas-tro, se planteó continuar la línea de investigaciónmás allá del recinto fortificado, dedicando variosaños a excavar primero en la necrópolis del Merca-dillo y posteriormente en la del Romazal I y II. Estohizo que nuestra visión del conjunto arqueológicose proyectara hacia una zona que excede con mu-cho la del propio poblado. Ello nos llevó, de formacasi natural, a preguntarnos cómo estaba configu-rada esa zona que rodea al castro y cuál fue la rela-ción directa del recinto fortificado con su entorno,ese mismo entorno en el que habíamos visto ir cam-biando de ubicación las necrópolis. Para avanzar enesa dirección no sólo fue necesario ampliar el mar-co de análisis fuera del propio castro, sino cambiarel método de trabajo, introduciendo la prospecciónjunto a la excavación.

La Prospección del Entorno del Castroy sus resultados.

La localización de las necrópolis del Romazal Iy II a una distancia de aproximadamente un kiló-metro del castro nos llevó a considerar al territorioque lo envuelve como un elemento más del conjun-

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to arqueológico, a familiarizarnos con el conceptode que estas gentes dejaron una profunda huellano sólo dentro del recinto amurallado, sino en eseespacio extramuros del que, hasta entonces, sóloconocíamos las necrópolis, pero que preveíamosfuertemente interrelacionado con Villasviejas. Losdatos de excavación evidencian una secuencia deocupación de cuatro siglos, en los que se apreciancambios tanto en el registro material como en lasprácticas funerarias, pero no alteraciones bruscasen el castro. Por tanto, faltaba por conocer si eseproceso de cambios podía documentarse tambiénen el entorno. Además, pretendíamos ir más allápara buscar también testimonios de ocupación an-teriores y posteriores al propio castro. En definitiva,se planteó un proyecto orientado a conocer las pau-tas del poblamiento en este espacio durante todo elI milenio a.C. y la época romana, con el fin de po-der documentar cuál fue el tipo de asentamientosque existió en esa misma zona antes de levantarseVillasviejas, cuál fue el que existió mientras el cas-tro estuvo ocupado y cuándo y cómo fue abando-nado y sustituido por otros tipos de hábitat.

Era imprescindible realizar una prospección in-tensiva y de cobertura total que nos permitiera co-nocer el registro arqueológico con precisión, pero senos planteaba proceder primero a delimitar qué áreaconsiderábamos como espacio en el que se podríaleer la interrelación inmediata del castro con su en-torno. Como ya hemos señalado en otros trabajos, ladiscusión sobre este punto es de vital importanciapara el proyecto, puesto que de esa consideraciónvan a derivar nuestros resultados. En nuestro caso,consideramos que, para analizar el marco espacialdonde se decidió construir el castro y para conocerla influencia que él irradia de forma directa sobre elespacio que lo rodea, habría que trazar un círculoteórico de 1,5 kms., en el que Villasviejas ocuparía elcentro.

La metodología de prospección elegida ha sidola de cobertura total, puesto que es un espacio re-lativamente pequeño y del que se pretende cono-cer su registro arqueológico con el mayor grado deprecisión posible. Se decidió llevar a cabo la pros-pección siguiendo el modelo teórico de áreas con-céntricas a partir del poblado, constituyendo el cas-tro el punto central. Dado que no existen fuertespendientes en esta zona, no se ha considerado ne-cesario plantear deformaciones isocrónicas sobre loscírculos teóricos, los cuales se configuraron en una

referencia permanente para el desarrollo de los tra-bajos de prospección.

De esta forma, el trabajo de campo completose llevó a cabo en 4 fases. La primera estuvo dedica-da a inspeccionar el círculo de 1 km. de radio alrede-dor de Villasviejas del Tamuja, terminando la cam-paña antes de haber podido finalizarlo por completo.La segunda se dedicó a prospectar lo que faltaba deese círculo y a iniciar por el Sur el siguiente anillo de0,5 kms. La tercera y cuarta campaña tuvieron porobjetivo completar la prospección del terreno situa-do en un radio de 1,5 kms. en torno a Villasviejas.Además, queremos señalar que, durante la últimafase, se dedicó un tiempo a revisar todos y cada unode los yacimientos localizados, para verificar su co-rrecta ubicación. Para ello ha sido de gran ayuda lautilización de un G.P.S., que permite obtener unaposición de los yacimientos sobre el mapa de granfiabilidad.

Los resultados obtenidos nos permiten, co-nocer la secuencia de ocupación de este espaciodurante el I milenio a.C.. Las evidencias más anti-guas localizadas son hábitats abiertos del HierroInicial, separados entre ellos por unos 700 metrosde distancia. Están situados en un terreno prácti-camente llano, justo en la línea que marca la rup-tura entre la penillanura y la ladera hacia el cursodel río Tamuja. Ambos sitios debieron ser de esca-sas proporciones, ya que sus restos aparecen dis-persos por una superficie muy pequeña, puesto queocupan una extensión de poco más o menos 25metros de diámetro. Esto explica que, prácticamen-te, hubieran pasado desapercibidos para la inves-tigación hasta fechas recientes. Las cerámicas re-cuperadas pertenecieron a grandes recipientes, conparedes rectas y rematadas en bordes simples, quepresentaban las superficies exteriores bruñidas,otras veces espatuladas o alisadas y algunas conescobillados, destacando de entre todo el materialun molde de arenisca para realizar una varilla me-tálica.

A partir de mediados del milenio, el registroarqueológico se incrementa de forma notable, coin-cidiendo con la aparición del castro. Aparte del re-cinto fortificado y las tres necrópolis, la prospecciónha revelado que existen 13 yacimientos más quefueron contemporáneos al castro, aunque la ocupa-ción de cada uno de ellos sin duda fue mucho máscorta de lo que lo fue la del castro, que es el ele-mento estable en la configuración del patrón de

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asentamiento durante el Hierro Pleno (Fig. 3). To-dos ellos se caracterizan por ser pequeños enclavesabiertos, de pequeñas dimensiones, que en algu-nos casos se situaron en mesetas junto al cauce delrío, repitiendo el modelo de emplazamiento del cas-tro, aunque en otros casos se ocuparan suaves re-saltes en el terreno de la penillanura. Hay que des-tacar que 11 de estos hábitats se sitúan a menosde 0,5 kms. del recinto fortificado y tan sólo 2 estánligeramente más separados, pero a menos de 1 km.(Fig. 4). Cuatro de esos yacimientos se sitúan alSur del Tamuja, sobre la misma margen del río enla que se encuentra el castro, y el resto están sobrela margen contraria. En todos ellos se ha recogido,en superficie, material cerámico suficiente como paraseñalar que estos sitios parecen corresponder a lu-gares de hábitat, descartándose que fueran otrasnecrópolis.

Algunos de estos poblados abiertos ofrecieronmaterial de superficie lo suficientemente significati-vo como para poder precisar, grosso modo, su cro-nología. Se diferencian, de forma nítida, aquellos quehan deparado cerámicas anaranjadas finas, en algu-nos casos con pie indicado o bordes en forma depico de ánade, que apuntan hacia cronologías delsiglo IV-III a.C., de aquellos otros en los que apare-ce como material característico cerámica común ode almacenamiento, cuya datación se enmarca yadel siglo III a.C. en adelante.

En otros casos, el material cerámico se limita acerámicas toscas, de tonos marrones o rojizos, peroaparecen otros indicadores interesantes, como el ha-llazgo de un fragmento de escoria en el yacimiento 36y un machacador de piedra en el 35, puesto que qui-zás pudiera ser un indicio de la funcionalidad de estosenclaves, tal vez sitios dedicados a trabajar el metal.

Figura 3. Resultado de la prospección del entorno del castro: localizaciones del Hierro Pleno.

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Otra importante constatación que la pros-pección nos ha revelado es que se ocupó el enclaveamesetado que está justo enfrente del castro, sobrela otra orilla del río Tamuja. Entre el material recogi-do en superficie destaca un pequeño recipiente conpie anular y bordes de recipientes en forma de picode ánade, característicos de los momentos antiguosde Villasviejas y, por tanto, indica la ocupación si-multánea del poblado fortificado y la meseta que estájusto enfrente. Interesa el dato para nuestra recapi-tulación final sobre los orígenes del castro porque,tal vez, estemos asistiendo a un fenómeno de ocu-pación simultánea de emplazamientos de similarescaracterísticas en una misma zona. De este modo,sería uno de ellos el que finalmente se erigió en nú-cleo fortificado, ejerciendo de cabeza visible de unpatrón de asentamiento en el que convivió con lospequeños asentamientos abiertos dispersos en suentorno.

Hacia finales del siglo I a.C. se documenta yaun nuevo tipo de asentamiento que rompe con elpatrón de la Edad del Hierro: los asentamientos rura-

les romanos. El total de asentamientos de épocaromana documentados asciende a 14, cuya crono-logía abarca desde el cambio de era hasta la épocabajoimperial. La prospección nos ha permitido co-nocer que en este momento, además, aparece enesta área otro tipo de evidencias, como son los po-zos de minas e ingentes acumulaciones de escoriascon los restos del trabajo del mineral, que ponen demanifiesto que en esta zona se llevó a cabo unadestacada actividad minera. Los pozos o bocas deminas están tallados en la pizarra a cielo abierto ensu mayoría, aunque también existen algunas gale-rías en forma de pasillo en los que se benefició elmineral.

Hemos de señalar que la identificación de lospozos a cielo abierto resulta difícil, porque suelenser de pequeñas dimensiones que, con el paso deltiempo, han quedado sepultados o se encuentrancamuflados para evitar accidentes. Por tanto, he-mos optado por considerar yacimientos tan sóloaquellos que se pueden identificar sin ningún tipo

Figura 4. Resultado de la prospección del entorno del castro: hallazgos de todas las épocas.

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de dudas, lo que nos ha deparado un total de unatreintena. La datación de estas extracciones mine-ras es incuestionable, porque han aparecido nume-rosos fragmentos de tégulas en los alrededores delas minas, generalmente poco rodadas. Esto nosdemuestra que no deben ser arrastres de los yaci-mientos próximos, que se encuentran separadosentre ellos por pequeñas vaguadas que dificultan ladispersión del material de superficie. Parece, másbien, un indicio de que hubo pequeñas construccio-nes de época romana muy cerca de las bocas deextracción.

El registro de la actividad minera se completacon la localización de las zonas donde se acumula-ron los residuos sobrantes del beneficio del metal.Hemos localizados 5 áreas donde se llevarían a caboesas tareas, todas ellas situadas muy cerca del ríoTamuja, precisamente en una de las zonas más lla-nas del cauce y que, por tanto, ofrecen una mejoraccesibilidad al agua.

El Dr. Salvador Rovira (MAN) está analizandomuestras de las escorias recogidas durante la pros-pección, tanto las de época romana como las queaparecieron en los asentamientos extramuros de laEdad del Hierro. Dado que estos análisis están aúnen curso, sólo podemos afirmar el dato de que elmineral explotado en época romana fue el plomo. Apartir del Bajo imperio, las evidencias arqueológi-cas desaparecen de esta zona, no volviéndose a do-cumentar la presencia humana hasta fines de la EdadMedia o comienzos de la Moderna, momento en el

que este espacio comienza a ser utilizado como de-hesa boyal del municipio de Botija.

La necrópolis de El Mercadillo y la primerafase de ocupación del castro de Villasviejas

del Tamuja.

A mediados de los años 80 del pasado siglo,las excavaciones centradas en el poblado dieronpaso al estudio de los contextos funerarios ubica-dos en su entorno. El trabajo se centró, en primerlugar, en la necrópolis localizada en el lugar cono-cido por los habitantes del pueblo como “El Merca-dillo”, una zona llana y alta, situada en línea rectaa unas pocas centenas de metros de la entrada alcastro. Si bien en este momento probablemente elcastro estaba ocupado solo en su zona Norte oRecinto “A”.

La necrópolis de El Mercadillo ya fue objeto deuna memoria de excavación (Hernández y Galán,1996), por lo que sólo subrayaremos aquí algunos desus aspectos esenciales. Se trata de un yacimientomuy claro en cuanto a su lectura estratigráfica. Lastumbas se excavaron en el sustrato geológico de base,en su mayor parte en hoyos profundos y bien trabaja-dos, en los que encajaba perfectamente la urna fune-raria. En el centro del área funeraria se encontraronuna serie de estructuras de piedra, concentradas enun espacio reducido, que indudablemente dotaban devisibilidad al conjunto (Fig. 5). Las tumbas localizadasalrededor de este foco central se encuentran más

Figura 5. Estructuras tumulares de piedra de la necrópolis de El Mercadillo (Botija, Cáceres).

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dispersas, aunque a menudo se distinguen subgru-pos, formados por la cercanía de unos pocos enterra-mientos. En total se localizaron 44 enterramientos,dos de ellos dobles y uno más que contenía los restoscremados de una mujer adulta y un individuo infantilde corta edad. El conjunto se ajusta a una lectura deordenación concéntrica del espacio funerario, en elcual parece haberse producido la deposición de unúnico grupo humano. Por tanto, podemos hablar deuna necrópolis mononuclear.

Los enterramientos no se superponen en nin-gún caso, lo que parece mostrar un horizonte crono-lógico bastante homogéneo. Sólo en la zona Surestedel área excavada se localizan abundantes materia-les revueltos de cronología tardía, incluyendo algu-nos de clara filiación romana, sin que guarden rela-ción alguna con el espacio funerario, amortizadomucho tiempo antes.

Lo sorprendente de la necrópolis de El Merca-dillo viene dado por la composición de sus ajuaresfunerarios, que presentan un predominio abrumadorde la cerámica a torno y además de tipología genéri-camente “ibérica” (Fig. 6). No lo decimos sólo por laapariencia general del material, sino que además suscaracterísticas específicas aproximan el material acontextos propiamente ibéricos, siendo algunos muyposiblemente importados, caso tal vez de los platos

y de los pequeños vasos carenados de barniz rojo.Es cierto, sin embargo, que junto a este materialdominante coexisten otros elementos que denuncianuna tradición propia de la región, como los vasos amano y quemadores, ampliamente difundidos en eloccidente peninsular y en especial en el Suroeste(vide. Berrocal, 1992, 1994).

Otro aspecto llamativo del registro material deEl Mercadillo es la limitada representación del arma-mento, estando constituidos los ajuares fundamen-talmente por vasos de ofrendas y complementos ta-les como fíbulas anulares y fusayolas, junto a algunacuenta de collar y un único arete amorcillado de oro.

Finalmente, es interesante hacer referencia alanálisis antropológico de los restos hallados, por-que en parte puede ayudar a explicar las caracte-rísticas de esta necrópolis. Los estudios realizadospor el Profesor Reverte (UCM) sobre los restos, re-lativamente abundantes en muchos de los casos,reflejan el neto predominio de individuos femeni-nos, junto a algunos infantiles y juveniles y muypocos varones adultos. Las mujeres dominan el es-pacio central de la necrópolis con las estructuraspétreas, aunque justo en el centro, uno de los tú-mulos más pequeños alberga a un varón de edadmadura. Otro individuo masculino, aunque joven,llevaba en su ajuar la única arma clara localizada

Figura 6. Fotografía y dibujo de la urna y ajuar de la tumba 34 de la necrópolis deEl Mercadillo (Botija, Cáceres). Siglo IV a.C..

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en la necrópolis (Hernández y Galán, 1996: 92-96,Reverte, 1996: 135 y ss.).

Una lectura sugerente de los datos es la posi-bilidad de ligar esta estructura del cementerio a unperíodo formativo del castro, en el que la agregacióna través de redes de parentesco forzadas por inter-cambio de mujeres podría tener sentido, dando lu-gar a procesos de agregación social y política (Her-nández y Galán, 1996: 106-109).

La excavación de El Mercadillo nos indujo avolver a analizar los materiales procedentes del nivelinferior del castro, existiendo un evidente paralelis-mo a través del cual podemos establecer nuevas lí-neas de estudio. Como ya se ha dicho, las primerasviviendas del castro apoyan directamente en el sus-trato. Entre sus restos y en el material de relleno deestructuras posteriores, como el torreón del Recinto“A”, se encontraron abundantes cerámicas pintadasy de barniz rojo, y también otras estampilladas y pin-tadas, así como algunos pequeños testimonios de lapresencia de vasos áticos de figuras rojas. Natural-mente estos materiales corresponden a la cerámicamás destacada en un contexto que presenta, igual-mente, numerosos ejemplos de mantenimiento detradiciones regionales anteriores, en un porcentajebastante superior al de la necrópolis.

La dispersión de los materiales característicosde esta primera fase en el castro y en El Mercadillonos lleva a buscar sus paralelos formales y posiblesinfluencias culturales en la Meseta Sur y la Alta An-dalucía, es decir, en el ámbito oretano. Es ese elámbito más próximo en el que menudean las cerá-micas de barniz rojo ibéricas (Cuadrado 1969, 1991,Fernández, 1987), así como las cerámicas pintadas ycaracterísticas producciones estampilladas como lascerámicas tipo “Valdepeñas” (Esteban, 2000), quecompletan un panorama que ya se intuía desde haceaños (Ruiz y Nocete, 1981, Rodríguez, 1989), y pa-rece indudable que se trata del camino lógico parainterpretar la presencia de cerámicas griegas en laAlta Extremadura (Jiménez y Ortega, 2004, Sanz yGalán, 2007: 29).

El impacto de estos materiales en la Alta Ex-tremadura en este período, nos lleva a considerarque el proceso de etnogénesis de las poblacionesde la Segunda Edad del Hierro en la penillanura ex-tremeña fue notablemente diferente al que tuvolugar en el mundo vettón, tal y como se ha plantea-do hasta ahora (Álvarez-Sanchís, 1999), y que, portanto, el proceso de “vettonización” de estas gen-

tes, si realmente tuvo lugar antes de la romaniza-ción, deberá analizarse desde un nuevo punto devista (Martín Bravo, 1999 y en este mismo volu-men).

La necrópolis de El Romazal II.

La necrópolis de El Romazal II, la última des-cubierta y aún sólo muy parcialmente conocida, pa-rece corresponder al momento inmediatamente pos-terior a la de El Mercadillo, y podría situarse grossomodo a lo largo del siglo III a.C.. Sus característicaspresentan una mezcla de rasgos entre ésta y la pos-terior de El Romazal I. Por un lado, se mantienen losenterramientos en hoyos genéricamente bien hechosy profundos, en los que se encaja toda la urna y suajuar. Igualmente detectamos una presencia impor-tante de cerámicas pintadas y se sigue documentan-do el uso de cuencos como tapaderas (Fig. 7). Demomento, no hemos descubierto ninguna estructuravisible que haga pensar que se repite aquí el ele-mento tumular presente en El Mercadillo, aunque noes descartable por completo dado el estado incipien-te de estudio de este yacimiento. Sin embargo, otrascaracterísticas nos hablan de una mayor aproxima-ción al conjunto funerario de El Romazal I. En primerlugar, su propia localización, alejada del poblado yposiblemente invisible desde el mismo. Por otra par-te, la aparición de formas abiertas entre las urnas yel menor tamaño genérico de éstas respecto a las deEl Mercadillo, marcan también un punto de discre-pancia con ésta.

Finalmente, cabría hablar de las pervivenciasde este componente meridional en la propia necró-polis de el Romazal I, donde elementos como loskalathos empleados como urnas en los enterramien-tos 135 y 231, o los restos de dos umbos de escudode tipo La Tène hispano, cuya distribución geográfi-ca, sin embargo, es en la Península Ibérica netamentemeridional (Hernández et al., e.p.). Estos objetosreflejan el mantenimiento de unos contactos que sonmucho más difícilmente perceptibles al Norte de Gre-dos (Barril y Galán, 2007), y que subrayan las dife-rencias con el mundo vettón “clásico” de las tierrasde Ávila y Salamanca.

La Necrópolis de El Romazal I.

La necrópolis de El Romazal I se encuentra si-tuada al Este del poblado, concretamente en la ver-tiente oriental de una loma. Dista del poblado aproxi-

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El proyecto Villasviejas de Tamuja. Análisis global de un asentamiento prerromano

Figura 7. Dibujo del ajuar del enterramiento 6 de la necrópolis de El Romazal II (Plasenzuela, Cáceres). Siglo III a.C..

madamente un kilómetro en línea recta, siendo difí-cil el acceso desde el mismo debido a la pronunciadapendiente del terreno y a la inexistencia de un cami-no que conduzca directamente al espacio funerario.Es fácil pensar que, durante el momento de uso dela necrópolis, hubiera un camino que se ha perdidocon el tiempo. En la actualidad se llega con más faci-lidad desde el municipio de Plasenzuela a la zona denecrópolis ubicada en la vertiente más suave, desdedonde se pierde la visión del poblado. La necrópolispresenta un estado de conservación bastante defi-ciente debido a diversos factores: la escasa potenciadel terreno, su ubicación en pendiente y el hecho deque estas tierras estuvieran cultivadas, sufriendo laacción del arado (Fig. 8). Todos estos condicionan-tes han afectado a determinados contextos como lodemuestran la gran fragmentación que presentanalgunas urnas o la presencia de elementos de ajuarfuera de contexto.

El Romazal I representa la fase final de ocupa-ción del castro considerándose, desde el punto devista cronológico, la tercera necrópolis indígena (Her-nández, 1991, Hernández y Galán, 1996). La exis-tencia de varias necrópolis se ha documentado enotros yacimientos peninsulares, como en el caso deUxama donde se han hallado varias necrópolis, dosde ellas indígenas, la de Viñas de Portuguí y Fuente-laraña, ubicadas en lugares diferentes que distanentre sí un kilómetro y medio (Campano y Sanz, 1990,García Merino, 2002, Fuentes, 2004).

El Romazal I va a continuar con el mismo ritualde enterramiento, aunque se observan cambios quereflejan las transformaciones internas de la sociedad.Ahora la propia estructura de la tumba experimentamodificaciones puesto que las urnas se colocan ensomeros rebajes artificiales de la pizarra o inclusoaprovechando oquedades naturales, quedando el re-cipiente bastante desprotegido, hecho que se intenta

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paliar colocando pequeñas piedras alrededor de laurna. Las urnas de gran tamaño de El Mercadillo sesustituyen por otras de menores dimensiones, care-ciendo de cubiertas salvo algunas excepciones, y losrestos óseos de cremación son muy escasos. Este fe-nómeno es frecuente en otras necrópolis coetáneasdel territorio vacceo observándose en ellas una dismi-nución de los restos óseos o incluso una ausencia to-tal de los mismos. Algunos autores lo explican comouna evolución del propio ritual (Sanz et al., 1993).

Respecto a la colocación de los ajuares no existeuna norma concreta, va a depender del tamaño ycaracterísticas de los elementos. Las piezas peque-ñas, como vasitos, fusayolas, anillos o fíbulas, sue-len aparecer en el interior de las urnas, mientras quelas armas, unas veces se depositan a su lado, otrasaparecen hincadas y no faltan los casos en que secolocan encima del propio contenedor.

Desde las primeras campañas de excavaciónse comprobó la existencia de zonas en las que seapreciaba una gran concentración de tumbas frentea otras que estaban vacías o con algún enterramien-

to aislado. Pensamos que este hecho obedece a unaplanificación del espacio funerario. En cada una deestas áreas se destacan tumbas con elementos deprestigio, que son el punto de referencia a la hora deir depositando los siguientes enterramientos y quemantienen entre sí relaciones de parentesco. En al-gunas zonas faltan las tumbas de prestigio y, en sulugar, el referente lo constituyen urnas sin ajuares,algunas de ellas de gran belleza tanto por su formacomo por el tratamiento de la superficie mediantebruñido. Cada una de estas zonas debió funcionarsimultáneamente y estaban reservadas a los miem-bros de un mismo linaje que deseaban perpetuar suslazos después de la muerte.

Las Urnas.

En esta necrópolis las urnas representan el ele-mento de identificación de cada una de las tumbas, aexcepción del enterramiento 22 que carece de ella. Ala hora de elaborar una tipología, tenemos que partirdel hecho que, casi una cuarta parte de ellas, se hanhallado muy fragmentadas y, en muchos casos, sólo

Figura 8. Vista general de la necrópolis de El Romazal I (Plasenzuela, Cáceres).

Francisca Hernández Hernández, Eduardo Galán Domingo, Ana María Martín Bravo

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ha aparecido el tercio inferior, por lo que es difícil co-nocer su morfología. Sin embargo, un 75% han podi-do ser reconstruidas a pesar de su fragmentación. Dehecho, se han diferenciado 8 tipos, siendo el más fre-cuente el de la urna de perfil en “S”, de pasta anaran-jada, desgrasantes finos y cuya superficie externa con-serva restos de engobe. Algunos ejemplares debierontener decoración pintada, como se observa en deter-minadas piezas. El segundo tipo más representado loconstituye las ollas de cerámica común, cocidas a fue-go reductor y, en consecuencia, son de tonalidadesoscuras y superficies rugosas. Otros modelos identifi-cados son los cuencos-altos, los de perfil acampana-do, los de forma de botella, los que adoptan un perfilsingular, los cuencos a mano y los de tipología roma-na. Los paralelos para algunos de estos tipos, sobretodo los de perfil en “S”, los cuencos-altos y los deperfil acampanado, se encuentran en necrópolis de laMeseta Norte como Ucero (García-Soto, 1990) y Fuen-telaraña (Campano y Sanz, 1990), entre otros.

Ajuares cerámicos.

Algunas urnas contienen como ajuar un únicovaso cerámico de pequeñas dimensiones, predomi-nando los de perfil acampanado, aunque también sehan documentado los vasitos bitroncocónicos de tipoibérico, bien representados en El Mercadillo.

Determinadas tumbas aparecen identificadaspor un conjunto de vasos que se corresponden conlos tipos de las urnas: cuencos-altos, ollas comunes,de perfil en “S”. Si, en un primer momento, nos re-sultó difícil su interpretación, pudimos comprobar quela presencia de estos conjuntos era frecuente en al-gunas necrópolis del territorio vacceo, como en Ca-rralaceña (Sanz et al., 1993) y en Las Ruedas (Sanz,1997), si bien en estos casos tienen un significadomuy claro al estar asociados con restos faunísticos,formando parte del ritual funerario. En El Romazalno se ha encontrado ningún resto de fauna, por loque su presencia puede explicarse como un tipo deajuar que adopta un determinado grupo de perso-nas que busca diferenciarse y que, además, excluyeotros tipos de ajuares dado que nunca se encuen-tran asociados a elementos metálicos.

Otros ajuares.

Aproximadamente algo más del 30% de losenterramientos contienen ajuares no cerámicos. Dehecho, el 15,81% contienen un único elemento, poco

representativo, como una fíbula, una fusayola, etc.,considerándose como tumbas pobres. Sin embargo,si por algo se conoce y se caracteriza El Romazal I,es por la presencia de ajuares de guerrero, aunquesu presencia solamente se ha constatado en el15,44% de las tumbas.

Los elementos hallados consisten en armasofensivas: espadas, puñales y puntas de lanza o pie-zas relacionadas con ellas como los tahalíes. Entrelas armas defensivas prácticamente la única repre-sentación son los escudos con dos modelos diferen-tes. A ellos hay que añadir los arreos de caballo queaparecen asociados a tumbas que destacan por suriqueza o por su singularidad.

Algunas de estas piezas, como las espadas, apesar de considerarse armas de gran prestigio, notienen una representación significativa ni están aso-ciadas a tumbas ricas. Se han documentado tresejemplares, uno de antenas atrofiadas y dos de LaTène. La primera procede de la tumba 43, es de pe-queñas dimensiones puesto que apenas alcanza 32cms. de longitud y, más bien, podría considerarse unpuñal largo. Por sus características formales es difícilincluirla dentro de la tipología establecida para estetipo de armas, pudiéndose considerar como una pie-za híbrida. Conserva restos de decoración damas-quinada de plata, al igual que muchos ejemplaresmeseteños. Aparece asociada a dos puntas de lanzay un tahalí (Fig. 9).

Los dos ejemplares de espadas de La Tènecorresponden a un modelo tardío de hoja ancha. Lade la tumba 36 mide 85,5 cms. de longitud y se hahallado con dos puntas de lanza y un cuchillo, ade-más de una urna de borde acampanado. La segundacorresponde al enterramiento 145, es de menoresdimensiones que la anterior pues tiene una longitudde 69,5 cms. y su enmarque está rematado por unapéndice circular. Aparece acompañada por una fí-bula.

El puñal es el arma más frecuente en esta ne-crópolis y el que está asociado, generalmente, a aque-llas tumbas que contienen un mayor número de ele-mentos que podemos calificar como tumbas ricas.Se han diferenciado dos tipos. El más representadoes el biglobular o dobleglobular. Es de hoja triangu-lar y se caracteriza por tener una doble chapa metá-lica que recubre la parte superior de la hoja y la es-piga central de la misma. En algunos ejemplares elpomo está decorado con láminas de bronce con de-coración grabada. Las vainas de estos ejemplares

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Figura 9. Enterramiento 43 de la necrópolis de El Romazal I.

Francisca Hernández Hernández, Eduardo Galán Domingo, Ana María Martín Bravo

son de distinto tipo, pudiendo estar realizadas enbronce o hierro y, en algunos ejemplares, las de hie-rro llevan incorporadas placas de bronce. Respecto alos sistemas de suspensión se han diferenciado lasque llevan argollas y las de asas.

El segundo tipo es de hoja pistiliforme y espigade sección cuadrangular, el pomo sería enteramenteorgánico, razón por la que desconocemos su forma.En el Romazal I se conocen pocos ejemplares, aun-que se han hallado paralelos en la necrópolis de Ucero(Soria) (García-Soto, 1990) y en el ejemplar proce-dente de la Dehesa del Rosarito (Cáceres), sin con-texto conocido, y que actualmente se encuentra enel Museo Arqueológico Provincial de Badajoz (Enrí-quez, 1981).

Las puntas de lanza son bastante abundantesy constituyen un elemento imprescindible en la pa-noplia del guerrero. Pueden aparecer junto a espa-das o puñales o, en ocasiones, como arma principalasociada a tijeras, cuchillos, fíbulas o tahalíes. Sue-len definirse según su tamaño y morfología, de for-ma que se han documentado diversos tipos inclu-yendo las piezas macizas o puntas de dardo, asocia-das al armamento romano en la Península ibérica.

El armamento defensivo se reduce a la pre-sencia de escudos. Predomina el umbo de perfilcónico con varias acanaladuras en el cuerpo, rema-tado en un botón. Completaría el escudo la piezade material orgánico que no se ha conservado, launión de ambas partes se realizaría a través de re-maches de cabeza plana. Es significativo que estetipo de umbo aparece documentado en varias tum-bas como tapadera de las urnas y como único ele-mento de ajuar. Este modelo corresponde al tipocircular o caetra, uno de los más frecuentes en elterritorio peninsular. El segundo es el conocido comoscutum, de forma oblonga y de tipo celta (Fig. 10).Es de doble valva y aparece documentado única-mente en las tumbas 126 y 134. En el primer caso,asociado a dos puntas de lanza y, en el segundo, aun puñal biglobular, que no corresponden a las tum-bas más ricas de la necrópolis. Hemos encontradoescasos paralelos en la Península ibérica, todos ellosen territorio ibérico como Pozo Moro (Alcalá-Zamo-ra, 2003), Villaricos (Almagro Gorbea, 1984) y ElCigarralejo (Quesada, 2005).

Dentro del conjunto de los ajuares destacan, porsu singularidad, los que proceden de las tumbas 22 y231. La primera de ellas es la que ha proporcionado el

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ajuar más rico de toda la necrópolis, al contener unpuñal biglobular y un arreo de caballo bastante com-pleto con camas anulares, muserola, diversas piezasde atalaje -argollas, hebillas, pasadores, discos-, dospuntas de lanza, un cuchillo afalcatado, un regatón,una lezna y dos fíbulas. Además, es el único enterra-miento que carece de urna y, en su lugar, el contene-dor es un hoyo perfectamente realizado donde se handepositado los restos de cremación y todas las piezasde ajuar perfectamente encajadas en él.

Por su parte, la 231 cuenta con pocos elemen-tos, pero algunos de ellos tienen un carácter excep-cional. Ha proporcionado un bocado de caballo condos camas rectas y barra frontal, la embocadura estáformada por discos en hierro y bronce y por dos ele-mentos curvos de bronce destinados a recibir las rien-das. Sin embargo, la pieza más singular es la fronta-lera de estilo itálico, realizada en bronce, que resultade una gran belleza (Fig. 11).

La importancia de este hallazgo reside en quees la única pieza de este tipo en España, que apa-rece documentada en un contexto conocido. Se

conocen otros tres ejemplares, uno de ellos publi-cado por Siret (1908) procedente de Villaricos, peroen un contexto revuelto. El segundo pertenece ala colección Vives, publicado por García y Bellido(1993), quien le asigna una procedencia navarra yel tercero figura en la colección Saavedra y se des-conoce su origen. Estos dos últimos ejemplares seencuentran en los fondos del Museo ArqueológicoNacional. El ajuar se completa con un juego deestrígilos en hierro con aro de unión en bronce, uncuchillo afalcatado y restos de cañas de vaina. Laurna es de tipo kalathos, de pasta gris.

Los estrígilos, al igual que la frontalera, consti-tuyen un elemento novedoso en este yacimiento y sonescasos los paralelos que encontramos en territoriopeninsular. Se conoce un aro de este tipo procedentedel yacimiento de Azaila (Beltrán, 1976: 170) en uncontexto iberorromano que al autor clasificó como unposible torques. Más tarde, Ulbert publicó el conjuntoprocedente del campamento romano de Cáceres elViejo (1984: 72 y 74), datado en el primer cuarto delsiglo I a.C.. Un estudio reciente de José Ignacio de la

Figura 10. Umbo bivalvo de escudo, tipo La Tène “hispánico”, del enterramiento 126 de la necrópolis de El Romazal I.

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Torre y Ricardo Berzosa (2002: figs.7 y 9) ha identifi-cado un aro de suspensión de estrígilos procedentede la necrópolis de Viñas de Portuguí, excavada porMorenas de Tejada durante los años 1915-1916. Di-chos materiales se encuentran dispersos entre el Mu-seo Arqueológico Nacional, Museo Arqueológico deBarcelona y el Museo del Ejército de Madrid. Es eneste último museo precisamente donde se conservael aro de estrígilos, que según los autores del estudiocorrespondería a la fase celtíbero-romana de dichanecrópolis. También se han documentado los estrígi-los en contextos plenamente romanos, concretamen-te en la necrópolis de la calle Quart de Valencia, en lafase romano-republicana antigua, datada en el sigloII a.C. (Alapont et al., 1998: 37 y 39). La presencia deesta pieza de carácter helenizante según algunos au-

tores (García y Guérin, 2002), tiene un origen itálico,concretamente procede de las regiones de Etruria yMagna Grecia, puesto que son las que han gozado deuna gran tradición helénica.

Las características de la necrópolis de El Ro-mazal I y la presencia de algunos elementos de ajuarevidencian las transformaciones que se están llevan-do a cabo en la sociedad y que se reflejan en cam-bios en el ritual funerario y en la sustitución progre-siva de elementos de prestigio como las armas porotros, tal como se constata en la tumba 231. Se estáiniciando el proceso de romanización de todo esteterritorio que en el poblado de Villasviejas quedóabortado como consecuencia de la política de orga-nización territorial romana que optó por la creaciónde colonias en lugares próximos.

Figura 11. Testera en bronce de tipo itálico, procedente del enterramiento 231 de la necrópolis de El Romazal I.

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El poblado de Villasviejas, desde sus comien-zos, ofrece un bagaje cultural cuyas referencias nosremiten al mundo ibérico, con una cultura perfecta-mente consolidada en el siglo V a.C.. Se confirma laexistencia de influencias procedentes de la Alta An-dalucía y de la Meseta Sur, concretamente de los te-rritorios de los Carpetanos y Oretanos, que van adeterminar la fase inicial del poblado y de la necró-polis de El Mercadillo. Estos contactos con el ámbitoibérico van a irse debilitando gradualmente, quedandoalgunos elementos testimoniales como se observatodavía en El Romazal I.

Son escasos los datos que tenemos de El Ro-mazal II, pues su estudio nos proporcionaría unasecuencia completa sobre la estructura social de estacomunidad. Esperamos contar con los recursos eco-nómicos necesarios para llevarlo a cabo. La necrópo-lis de El Romazal I nos ha brindado la oportunidadde conocer mejor la fase final del poblado de Villas-viejas, incluso nos ha ayudado a reinterpretar algu-nas estructuras y la evolución del propio castro. Si ElMercadillo representa la estructura social de un gru-po dominante, El Romazal I refleja la existencia devarios núcleos o grupos de linaje que se ha ido con-figurando, quizás como consecuencia de la coyuntu-ra bélica.

Se trata de una necrópolis indígena, con pre-sencia de elementos romanos. El registro arqueo-lógico y el propio ritual de enterramiento reflejanlos cambios sociales que se están produciendo enel seno de esta comunidad como consecuencia delas guerras lusitanas. Ahora las relaciones se man-tienen con los pueblos de la Meseta Norte, sobretodo con los celtíberos con quien les une un senti-miento común de lucha contra el invasor. Contac-tos que se observan en el diseño de las urnas, enla tipología de las armas, etc.. Igualmente existenparalelos para algunas piezas en el campamentode Cáceres el Viejo. El momento final del pobladoy de El Romazal I hemos de situarlo en la primeramitad del siglo I a.C., coincidiendo con el procesode reorganización del territorio llevado a cabo porlos romanos. Es significativo que el río Tamuja pa-sase de ser el centro del territorio político de estegrupo en la Edad del Hierro, a servir de línea divi-soria entre los territorios de las ciudades romanasde Norba y Turgalium. Los habitantes de Villasvie-jas parecen haber abandonado pacíficamente estelugar para asentarse en otros próximos bajo elpoder político de Roma.

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Diferentes análisis realizados.

Para finalizar, conviene hacer referencia a unaserie de análisis que son el resultado de la proyeccióninterdisciplinar de este proyecto y que completan elestudio de este conjunto arqueológico. Destacamoslos siguientes:

a) Análisis faunísticos del poblado realizadospor un equipo de la Facultad de Biológicasde la Universidad Complutense de Madrid.

b) Análisis de las cremaciones llevadas a cabopor el Dr. Reverte de la Universidad Com-plutense de Madrid.

c) Análisis palinológicos efectuados por el equi-po del C.S.I.C, dirigidos por la Dra. Pilar Ló-pez.

d) Análisis de paleodieta dirigidos por el Dr.Gonzalo Trancho, de la Facultad de Biológi-cas, de la Universidad Complutense de Ma-drid.

e) Análisis de restos de actividad minera, es-tudiados por el Dr. Salvador Rovira, conser-vador del Museo Arqueológico Nacional.

Conclusiones finales.

Tradicionalmente se ha venido incluyendo alpoblado de Villasviejas dentro del territorio vettón, sibien ya en un área marginal del mismo, teniendo comobase la presencia de esculturas de verracos, principalfósil-guía a la hora de delimitar dicho territorio. Sinembargo, el registro arqueológico de Villasviejas vie-ne a demostrar que son más los elementos que losdiferencian que los que tienen en común.

En efecto, el asentamiento de Villasviejas secrea “ex novo” en el siglo IV a.C.. La elección de estelugar supone una ruptura con el patrón de asenta-miento anterior, que prefieren lugares altos con granvisibilidad, mientras que en este momento van a uti-lizar una nueva estrategia no tanto en función deuna mayor o menor visibilidad, sino en el intento deasegurar su permanencia en el territorio, hecho queexplica el reforzamiento de su sistema defensivo uti-lizando nuevas técnicas constructivas. Este modelode emplazamiento es consecuencia de los cambiossociales que se producen en el siglo V a.C. coinci-diendo con el momento final del período orientali-zante y la configuración de los distintos pueblos den-tro del territorio peninsular.

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Actualmente existe un interés por parte delmunicipio de Botija de poner en valor este conjuntopara potenciar el turismo cultural en la zona. Sinembargo, la adecuada presentación al publico de unsitio arqueológico sólo es factible partiendo de unainvestigación amplia y rigurosa de todas sus estruc-turas arqueológicas: poblado y necrópolis, así como

de su entorno, con el fin de conocer la forma de vidade esta comunidad. Conseguir esta visión global esasegurar la única vía de futuro para que este patri-monio que hemos heredado sea rentable desde elpunto de vista social, cultural y científico y, en conse-cuencia, podamos transmitirlo a las generacionesfuturas.

Francisca Hernández Hernández, Eduardo Galán Domingo, Ana María Martín Bravo

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Resumen

En el marco de las dificultades que siempreplantea la clasificación étnica de los pueblos prerro-manos, se pretende analizar la pertinencia de las de-signaciones étnicas de Lusitanos y Vettones, a tra-vés de la confrontación del registro arqueológico conlos textos clásicos, en lo que concierne al ámbito re-ligioso, en particular.

Se intenta sistematizar los datos disponibles queindican la singularidad del territorio formado por laBeira Interior portuguesa y el Occidente de la pro-vincia de Cáceres, frente al contexto vetón, discu-tiendo la posibilidad de corresponder aquella regióna un grupo menor individualizado del gran etnos Ve-tón.

*

La identificación de los grupos étnicos de laHispania antigua y sus respectivos territorios, es,desde hace tiempo, una preocupación constante enla historiografía peninsular, enfrentada por numero-sas dificultades. En ese marco se sitúa la cuestión delos Lusitanos y los Vettones.

La conciencia del territorio formado por la BeiraInterior portuguesa y el Occidente de la provinciade Cáceres como un “todo indiviso” en el ámbitoreligioso (Salinas de Frías, 2001: 151-152), reflejalas coincidencias toponímicas, gentilicias y onomás-ticas aquí identificadas (Guerra, 1998: 805-808) ycuestiona seriamente los límites tradicionalmenteaceptados entre territorio lusitano y vetón, en ge-neral, ubicados en torno a la actual frontera luso-española (Vasconcelos, 1910: 324, Cortez, 1953:506, Almeida, 1956: 232, Hurtado de San Antonio,1976: 614, Tovar, 1976: 253, Blanco Freijeiro, 1977:36, Melena, 1985: 511, Vaz, 1976: 456, Alarcão,

Lusitanos y Vettones en la Beira Interior portuguesa:La cuestión étnica en la encrucijada de la arqueología

y los textos clásicos

Maria João SantosInstituto Arqueológico Alemán de Madrid

1988: 41, Tranoy, 1990: 18, Garcia, 1991: 116, Gue-rra, 1995: 109).

Esto supone, desde luego, un problema: a pe-sar de la cada vez más evidente continuidad lingüís-tica, teonímica y onomástica, la cultura material ates-tigua de forma muy clara una marcada diferenciaentre dos realidades: por un lado, los Vettones, comouna entidad étnica en apariencia bien individualiza-da en el plano material, manifiesta en el horizontede Cogotas II, por sus cerámicas, sus ricos ajuaresfunerarios, sus núcleos habitacionales y su caracte-rística escultura zoomorfa (Álvarez-Sanchís, 1999), ypor otro lado, una entidad casi abstracta e imposiblede individualizar en lo que concierne a la culturamaterial, habitualmente designada como “Lusitanos”.Sin embargo, sí parece evidente la correspondenciade la mayor parte del territorio cacereño al ámbitovetón, falta todavía por aclarar a qué etnias corres-pondían los territorios inmediatamente al Occidente,tradicionalmente vinculados a un supuesto etnosLusitano.

Conocemos, asimismo, todavía muy poco sobrela realidad arqueológica de la Edad del Hierro en laBeira Interior portuguesa, por oposición al núcleo ve-tón, si bien algunos trabajos recientes han contribui-do para aclarar ya varios aspectos. De lo que se cono-ce, la Edad del Hierro en la Beira Interior parece ha-ber sido caracterizada, ante todo, por un poblamientode altura, ubicado en sitios con condiciones naturalesde defensa, aunque no siempre con murallas. En loreferente a las estructuras habitacionales, domina laplanta circular o elíptica en oposición a la característi-ca planta rectangular vetona, y los conjuntos cerámi-cos evidencian rasgos arcaizantes, en la tradición delBronce Final, no obstante se reconocen ciertos para-lelos formales respecto a las producciones mesete-ñas. Sin embargo, no se identifica nada parecido a losricos ajuares funerarios Vettones, ni a los imponentescastros de piedras hincadas.

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Esta situación suele ser explicada por la ubica-ción marginal de estos territorios con relación a lasnuevas redes comerciales que por entonces se im-ponen a partir del litoral, desde el Sur y el Occidente(Senna-Martinez, 1995: 72, Martín Bravo, 1999: 129).Tras la decadencia de las redes de intercambio delBronce Final, parece que el inicio de la Edad del Hie-rro fue señalado por un desarrollo regionalista, se-gún la tradición anterior de cada área y el distintogrado de asimilación de las nuevas influencias cultu-rales (Martín Bravo, 1999: 130).

Cierto es que este escenario ha conducido nosólo a fijar fronteras entre los presuntos étnicos lusi-tano y vetón, sino también ha llevado a algunos au-tores a considerar la inexistencia de una auténticaEdad del Hierro en la Beira Interior (Vilaça, 1995:423), perspectiva que, no obstante, ya sea la Herda-de da Cachouça, en Idanha-a-Nova (Vilaça y Basílio,2000: 39-47), sean los hallazgos recientes del Sabu-gal Velho1 han matizado fuertemente, con la identifi-cación de la típica cerámica peñada e impresa detipo meseteño, además de la presencia de edifica-ciones rectangulares e incluso estructuras de mura-lla análogas a las fortificaciones vetonas, en SabugalVelho, lo que vuelve a plantear la cuestión de loslímites territoriales. También rompiendo este hiato,parece estar el Cabeço das Fráguas, donde hemospodido identificar una ocupación de la Edad del Hie-rro, actualmente en estudio.

Las dificultades manifiestas en el registro ar-queológico en lo que concierne a la distinción entreLusitanos y Vettones reflejan, por otro lado, la mis-ma problemática en los textos clásicos.

La referencia más antigua al nombre Lusitaniaestá registrada en Polibio (10, 7,4), en cuanto a laubicación del ejército cartaginés2. Sin embargo, lagran mayoría de las ocurrencias literarias y epigráfi-cas apenas hace referencia a la circunscripción ad-ministrativa romana creada en el 27 a.C.; en estesentido, lusitano es únicamente aquel que es de laprovincia de la Lusitania (Guerra, 1998: 815).

Una marcada línea de investigación defendióla ubicación del territorio lusitano y de Viriato en la

región entre el Duero y el Tajo y, en concreto, entorno a la Serra da Estrela, de donde habrían partidolas operaciones de guerrilla descritas en los textos.No obstante, el carácter erróneo de esta hipótesis esperfectamente claro hoy en día, pues sería, desdeluego, estratégicamente imposible conducir accionesguerrilleras en Córdoba, a partir del centro de Portu-gal (Guerra, 1998: 817-818).

Resulta interesante recordar que Apiano reco-noce, en el Occidente peninsular, además de los Lu-sitanos, únicamente los Cónios (Hisp., 57-58, 68) ylos Vettones (Hisp., 58, 70), refiriéndose aún en elextremo NW, a los Galaicos (Hisp., 70); pero, en cam-bio, no refiere a los Célticos, desde hace mucho es-tablecidos en la región donde ocurren varios de losepisodios que él mismo relata. Esta omisión es ge-neralmente justificada por la suposición de que losCélticos se quedaran, en realidad, incluidos en ladesignación genérica de Lusitanos (Pérez Vilatela,1993: 422, 2000: 73, Guerra, 1998: 816).

Esta hipótesis es, sobre todo, notable al dar-nos cuenta de que los autores griegos pre-augús-teos se refieren a una Lusitania más meridional quela descrita por Estrabón. Así ocurre en Polibio (34, 8,1-4), lo cual incluye, entre los productos de la Lusita-nia, el atún y el vino y, por lo tanto, la extensióninequívocamente meridional de su territorio (PérezVilatela, 1993: 425). La presencia de Lusitanos alSur del Tajo está, de todas formas, bien documenta-da en las fuentes clásicas3, siendo asimismo intere-sante señalar la existencia, en la Baja Andalucía, deregistros epigráficos como Luso, Luxia, Lusia, Luxi-mius y Luxania (Pérez Vilatela, 2000: 73-74).

Del mismo modo, puede haber ocurrido tam-bién la episódica asimilación de los Vettones en ladesignación genérica de Lusitanos por parte de losautores clásicos. Eventualmente revelador de estasituación, como ha indicado Bonnaud (2002: 186),podría ser el hecho de que, después de la conquistade Toletum por los Romanos, los Vettones no seanmás mencionados en los textos hasta el inicio de lasGuerras Lusitanas, cuando vuelven a ser referidos,para desaparecer una vez más, durante el episodiode Viriato.

1 Vide Marcos Osório da Silva, en esta misma publicación.2 La Ora Marítima de Avieno refiere (196-8), por primera vez, a los Luci como etnónimo, que posteriormente vendría a ser interpretadocomo el origen de Lusi-tano. Es, sin embargo, más verosímil, como Berthelot (1934: 70) subraya, la forma de la edición princeps deltopónimo Lucus y su derivación latina Lucenses.3 Especialmente en Ptolomeo (Geo., II, 5, 9), Orósio (Hist. 4, 21, 10) y Apiano (Hisp., 57).

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Esta situación puede ser interpretada según dosperspectivas: la efectiva suspensión de las hostilida-des por parte de los Vettones durante ese período,sin embargo, algo que se supondría estar más claroen los textos, pues sería una muestra del triunfo deRoma en la pacificación de las comunidades indíge-nas que habría que celebrar; o, a cambio, la posibili-dad de que los Vettones quedaran en realidad inclui-dos en la designación genérica de Lusitanos4, sobretodo en el marco de un contexto bélico, en el cualademás se puede apreciar, a veces, la alianza devarios pueblos5.

El hecho de que, en los textos, Lusitanos yVettones aparezcan simultáneamente, no excluye estaposibilidad, siendo, desde luego, bien conocidas lasdificultades de caracterización étnica de los autoresclásicos. Al hablar de Vettones y Lusitanos, podríanen realidad, referirse, supongamos, a los Vettonesen la cualidad del mayor grupo lusitano, conjugandoen la designación Lusitanos, todos los demás gru-pos, en su opinión pertenecientes a este gran étnico,pero que resultarían particularmente difíciles de in-dividualizar al observador externo. La presunta vin-culación de los Vettones a los Lusitanos parece ade-más manifiesta en la referencia a una provincia Lusi-tania et Vetonia6, contemporánea de la organizaciónterritorial de Augusto (Guerra, 1998: 802), la cual,según Roldán Hervás (1969: 98) y Pérez Vilatela(2000: 232-233), correspondería a dos distritos fis-cales distintos.

Teniendo en cuenta los datos actualmente co-nocidos, parece que el concepto inicial de Lusitania,en si mismo muy abstracto, se hace cada vez másamplio, a la vez que avanza la conquista del territo-rio, con la asimilación de las regiones entre el Tajo yel Duero e incluso la Callaecia (Estrabão, Geo., 3, 3,3). Es así que Décimo Junio Bruto, el Galaico, es nom-brado por Estrabón como el “vencedor de los lusita-nos” (Geo., 3, 3, 2-3). Como Guerra (1998: 820) su-braya, “não subsistem dúvidas sobre a grande abran-gência da designação étnica Lusitani nas fontes mais

antigas”. La formación de la Província Ulterior Lusita-nia representaría, pues, el desenlace de todo esteproceso, en lo que sería conscientemente una desig-nación artificial (Guerra, 1998: 821).

La primera referencia a los Vettones está pre-sente en el texto de Tito Livio (21, 5, 2), respecto asu ofensiva conjunta con los Vacceos y los Celtíberoscontra el ejército romano liderado por el pretor M.Fluvio, después de lo que apenas aparecen en las“Guerras Lusitanas” de Apiano. La alusión al territo-rio Vetón, surge por otro lado, en los textos de Estra-bón, Plinio y Ptolomeo, los cuales coinciden en sutrazado general. Según Estrabón (Geo., 3, 1, 6; 3, 4,12; 3, 3, 1-3), su territorio estaba delimitado al Nor-te por el Duero, era atravesado por el río Tajo y con-finaba con el de los Lusitanos, los Carpetanos, losVacceos y los Celtiberos. Plinio (3, 19; 4, 112; 4, 116)describe, por su parte, una región comprendida en-tre los ríos Duero y Tajo, que confrontaba con losCarpetanos, los Astures y los Lusitanos. La informa-ción de Ptolomeo (Geo., II, 5, 9) es, en cambio, lamás detallada, incluyendo el nombre de las principa-les ciudades vetonas y sus coordenadas relativas:Lancia Oppidana, Cottaeobriga, Salmantica, Augus-tobriga, Ocelum, Capara, Manliana, Laconimurgi,Deobriga, Obila y Lama.

Yuxtaponiendo los textos clásicos y los datosepigráficos y arqueológicos, el territorio vetón pare-cía corresponder, así, a las provincias de Salamanca,Ávila y a la mitad Oriental de Cáceres (Roldán Her-vás, 1968-69: 100-106, Álvarez-Sanchís, 1999: 324-327, Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís, 2002: 259-260).Roldán Hervás (1968-69: 100-106), propone inclusofijar la frontera Occidental con los Lusitanos en elcurso del río Côa, lo que vendría a influir fuertemen-te en la investigación posterior7.

Es así que (Álvarez-Sanchís, 1999: 324-327, RuizZapatero y Alvarez-Sanchís, 2002: 259-260) garanti-za que el registro arqueológico traduce de forma cla-ra la frontera entre Vettones y Lusitanos, confinadaa los ríos Côa y Águeda: sea los poblados fortificados

4 Lo que ha sido sugerido también por Salinas de Frías (2001a: 19).5 Los Vettones coaligados con los Vacceos y los Celtíberos entre el 193-192 a.C. (Livio, 35, 7,6; 22,5); las incursiones de Lusitanos yVettones en la Beturia relatadas por Apiano (Iber., 56-57) o el hecho de que, no siendo posible atacar a los Lusitanos, Servilio Cepióndecida atacar a los Vettones y Galaicos en el 139 a.C. (idem, Iber., 70), lo que parece sugerirlos como aliados de los Lusitanos.6 CIL II 484, 485, 1178, 1267, CIL VI 31856.7 A partir de una tradición que remonta al siglo XVI (Resende, 1593: 78-79, Leão, 1610: 38, Brito, 1690: 126-127) se suele suponer queel actual río Côa se nombraba como Cuda en la Antigüedad, por lo cual la referencia a transcudani, nombraría a los que están allá delCuda. Así que, según la perspectiva, los Lancienses Transcudani o eran ubicados al Este del río Côa (Cortez, 1953:506, Almeida,1956:232, Hurtado de San Antonio, 1976: 614, Melena, 1985: 511, Tranoy, 1990: 18) o al Occidente del mismo (Vasconcelos, 1910:324, Tovar, 1976: 253, Blanco Freijeiro, 1977: 36, Vaz, 1986: 456, Alarcão, 1988b: 41, 1988c: 45, García, 1991: 116, Guerra, 1995:109).

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que se distribuyen en el Occidente de la provincia deSalamanca desde Nuestra Señora del Castillo, Pere-na, hasta Irueña, Fuenteginaldo; sea la distribuciónde la característica “cerámica peñada” y de la escul-tura zoomórfica, parecen corresponder, grosso modo,a los límites referidos por los autores clásicos (Fig.1). Incluso los verracos identificados en las regionesmás occidentales de este territorio8, dice el mismoautor, no sobrepasan estos ríos, resultando tambiéninteresante que las inscripciones en lengua lusitanamás orientales no sobrepasen Arroyo de la Luz (RuizZapatero y Álvarez-Sanchís, 2002: 260).

La frontera difusa con los Lusitanos, al Occi-dente, es explicada por Ruiz Zapatero y Álvarez-San-chís (idem: 270), sin embargo, por el “carácter emi-nentemente ganadero de ambos pueblos y las fuer-tes relaciones entre ambos que encontramos en lasfuentes clásicas, a lo que habría que sumar el hechode que probablemente los propios Vettones habla-

8 Como son las piezas de Almofala y Castelo Mendo, en la Beira Alta o las de Barquilla y La Redonda, en Salamanca.9 Como sea Silo Angeiti Maguacum, hallada en territorio de los Lancienses.

ran lusitano”. Esta frontera borrosa es, en realidad,algo que tener en cuenta, pues precisamente su ca-rácter indefinido sugiere otra realidad.

De hecho, no sólo los dos verracos actualmen-te en la puerta de entrada de Castelo Mendo (Rodri-gues, 1958: 394, Perestrelo, 2003: 206) y el verracode Paredes da Beira (Bonnaud, 2002: 179) estánubicados en la orilla Occidental del río Côa, contra-riamente a lo afirmado por Álvarez-Sanchís (1999:324), al igual que los verracos de Valencia de Alcán-tara y de Marvão, sino también se atestiguan entida-des gentilicas en genitivo del plural, típicas del terri-torio vetón, en Teixoso (Vasconcelos, 1934: 25-28)9

y Castelo Branco, algo muy importante en la medidaen que refleja la identidad étnica (Guerra, 1998: 803).Pero más interesante aún es la existencia comproba-da, en esta región, de los Lancienses Oppidani,formalmente relacionada con la designación a

, referida por Ptolomeo (Geo., II, 5, 9)

Figura 1. Límites del territorio vetón, según la distribución de sus característicosrasgos culturales, propuestos por Álvarez-Sanchís (1999).

ΟππιδαναΛαγκια

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entre las ciudades vetonas, y que Roldán Hervás(1968-69: 100-106), al igual que Ruiz Zapatero yÁlvarez-Sanchís (2002: 259) no dudan en situar enla Serra da Estrela. Salinas de Frías (2001a: 47),

por su parte, no duda que la ciudad de Lancia Oppi-dana era limítrofe con los Igaeditani, aunque man-tenga la tradicional frontera en el curso del actualrío Côa (Fig. 2).

Figura 2. Localización de todas las referencias conocidas a Lancienses y sus variantes: 1. Ponte de Navia, Ourense,LANCI(ocum) DOMO VACOECI (ILER 6340); 2. Lara de los Infantes, Burgos, OPIDANI F(ilio) (CIL II 2875); 3. Trício,Burgos, LANCIEN[SI] Soldado da Legião VII Gemini (CIL II 2889); 4. Isona, Barcelona, L(ucius) LICIN(ius) OPPIDANVS(CIL II 4462, AE, 1987: 732); 5. Zaragoza, C(aius) . V(etius) LANCIA(nus) (Albertos Firmat, 1966: 128); 6. Tarragona,LANCIEN(si) Convent(um) Asturum (CIL II 4223, ILER 1550); Tarragona OP[P]IDAN[O] (Alföldy, 1975: 317, nº. 631); 7.Caldas de Vizela, Guimarães, LANCIENSIS TRAQVDANVS (ILER 5354); 8. Torre de Almofala, Figueira de Castelo Rodrigo,LANCIENSES TRASCV/DANI (Brito, 1690: 126-127, 385, Jordão, 1859: 150, nº. 335); 9. Quinta de São Domingos, Guar-da, VICANI OCEL]E]N]SE]S (FE, 69, 310.2); 10. Nuñomoral, Cáceres, LANCIENSIS OPPITANVS (Beltrán Lloris, 1973: 20-22); 11. Conimbriga, Condeixa-a-Velha, DECVR(iones) TRANSCVDANI (CIL II 40); 12. Lameira, Vale Formoso, Belmonte,PATER/ PATRIE II L(ancia?) O(ppidana?), marco miliário (Belo, 1964: 132-135, HAE 2412, Beltrán Lloris, 1960: 41-44);13. Idanha-a-Velha, LANCIENSIS (ILER 5351, HAE 1083); Idanha-a-Velha, LANCIE(n)SI OPPIDANO (ILER 5355, HAE1081); Idanha-a-Velha, LANC(iensi) OPPIDANAE (ILER 5356, HAE 1088); Idanha-a-Velha, [LA]NCIENSI OPPIDAN[O](Corte-Real y Encarnação, 1990, FE 153); 14. Plasencia, Cáceres, LANCIE(n)SIS (HEp, 1989: 180); 15. Lousa, CasteloBranco, LANCIVS (García, 1984: 113, nº. 33); 16. Montalvão, Nisa, LANCI (IRCP 699, HEp, 1989: 687); 17. Alcántara,Cáceres, LANCIENSES OPPIDANI (CIL II 760); Alcántara, Cáceres, LANCIENSES TRANSCVDANI (CIL II 760); Alcántara,Cáceres, LANCIA . IN . LVSIT(ania) . SUPRA TAGVM .ET . SARCINVM (Hurtado de San Antonio, 1976: 610-611, Jordão,1859: 132, nº. 300); 18. Malamoneda, Toledo, LANCIOCVM (CIL II 3088; ILER 5479); 19. Cáceres, TAPORVS LANCIEN-SIS, de lectura dudosa (CIL II 950); 20. Trujillo, Cáceres, LANCI (AE, 1977: 396); 21. Madroñera, Cáceres, LANCIVS (AE,1977: 419); 22. Alía, Cáceres, LANCIENS(I) (CPILC, 42); 23. Plasenzuela, Cáceres, LANCIVS (ILER 112, HAE 1393); 24.Puerto de Santa Cruz, Cáceres, LANCIVS (AE, 1977: 416); 25. Logrosán, Cáceres, LANCIENS(I) (ILER 5353); 26. Abertu-ra, Cáceres, LANCIVS (Gamallo Barranco y Gimeno Pascual, 1990: 278); 27. Mérida, LANC(iensi) OPP(idana) (ILER 5512);Mérida, OPP(idana) (CIL II 585); Mérida, LANC(iensi) TRANSC(udano) (CIL II 5261, HEp, 1990: 36); Mérida, C(aius)LANCIVS IVLIANVS (CIL II 573, ILER 4244); 28. Salvador, Penamacor, terminus augustalis inter Lanc(ienses) Opp(idanos)et Igaeditanos (CIL II 460); 29. Peroviseu, Fundão, terminus augustalis inter Lancienses et Igaeditanos (Vaz, 1977:27-29).

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Sin embargo, esta cuestión ha sido desde siem-pre, muy controvertida. La única referencia incues-tionable al nombre Lancienses la encontramos enPlinio, respecto a los oppida stipendiaria de Lusita-nia. No obstante, en el mismo texto, Plinio (Nat. Hist.,4, 118) se refiere además a los Ocelenses Lancien-ses (Guerra, 1995: 86), lo que resulta algo polémico,sobre todo al confrontar la realidad epigráfica. Unanota adicional de complicación es la existencia deotra Lancia, referida por los autores clásicos en terri-torio astur y comprobada además por la epigrafía10.

No obstante, la casi totalidad de las referencias a losLancienses, en cuanto entidad étnica y respecto asus derivaciones en la formación de antropónimoscon el mismo radical, prefigura una distribución geo-gráfica espantosamente coherente, centrada en losterritorios de la Beira Interior y la provincia de Cáce-res, como se puede apreciar en el mapa de la figura3 (Fig. 3). De hecho, están documentadas cinco re-ferencias genéricas respecto a los Lancienses11; tresa los Lancienses Transcudani12; nueve a los Lancien-ses Oppidani, siete de las cuales seguras13; y tres

10 LANCIEN(si) Convent(um) Asturum (CIL II 4223, ILER 1550), proveniente de Tarragona. Claro que tenemos de tener siempre encuenta los desplazamientos de individuos, como es el caso del dedicante de una inscripción en la Panonia Superior que se identificacomo hijo de Veninius y lanciense (CIL III 4227); sin embargo, las inscripciones que más seguramente se parecen relacionar con laLancia astur son apenas un total de cuatro: las dos de Tarragona (CIL II 4223, Alföldy, 1975: 317), la de Malamoneda, en Toledo (CILII 3088) y la de Ponte de Navia, en Orense (ILER 6340).11 Con la excepción del Lancien[si], soldado de la Legión VII Gemini atestiguado en Trício, Burgos (CIL II 2889), muy posiblementecorrespondiente a la Lancia Astur; tenemos Lanciensis en Idanha-a-Velha (Almeida, 1956: 160, HAE 1083); el terminus augustalis interLancienses et Igaeditanos, en Peroviseu, Fundão (Vaz, 1977: 27-29); en Plasencia, Cáceres, el de LANCIE(n)SIS (HEp, 1989: 180); enLogrosán, Cáceres: LANCIENS(I) (ILER 5353) y Alia, Cáceres: LANCIENS(I) (CPILC, 42).12 Lanc(iensis) Transc(udani) en Mérida (CIL II 5621, HEp 2, 36), Lancienses Transcudani en el Puente de Alcántara (CIL II 760) yLanciensis Transqudanus, de Caldas de Vizela, Guimarães (EE VIII 112).13 Lancienses Oppidani en el Puente de Alcántara (CIL II 760), [La]nciensi Oppidan[o] (FE 153), Lanc(iensi) Oppidanae (Almeida, 1956:165), Lancie<n>si Oppidano (Almeida, 1956: 159, AEp 1961: 360, AEp 1967: 147), las tres de Idanha-a-Velha; terminus augustalisinter Lanc(ienses) Opp(idanos) et Igaeditanos, de Salvador, Penamacor (CIL II 460); Lanciensi Oppitano de Cáceres (AEp 1977: 385);Lanc(iensis) Opp(idana) de Mérida (García Iglesias, 1973: 392-3); las dudosas restituciones Lanc(ia)[Opp(idana)?] de Villalba, Villamiel(AEp 1985: 541) y L(ancia) O(ppidana) de un marco miliario de Lameira, Belmonte (Belo, 1960: 41-44).

Figura 3. Mapa general de los territorios teóricos deLancienses e Igaeditanos, frente a los de los Vettones, conforme los testimonios epigráficos.

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que nombran a los Ocelenses14 (Guerra, 2007: 167).

Resulta, pues, que los individuos tienden a iden-tificar su origen añadiéndole siempre los calificativosde Oppidani o de Transcudani, pero, ojo, jamás lo deOcelenses (Guerra, 2007: 168-169). Tenemos en Pli-nio la referencia a Lancienses y Ocelenses Lancien-ses y, en cambio, en los documentos epigráficos, lasformas Lancienses Oppidani y Lancienses Transcu-dani. Teniendo en cuenta la comprobada equivalen-cia lingüística del indígena ocelum al latino oppidum(Guerra, 1998: 804, 2007: 167, Prósper, 2002: 110)y que los antiguos geógrafos no tendrían como sa-ber que, en este finis terrarum, el indígena ocelumconcernía al nombre latino oficial de oppidum (Gue-rra, 2007: 171), los Ocelenses Lancienses menciona-dos por Plinio corresponderían, por lo tanto, más biena los Lancienses Oppidani de las fuentes epigráficas,posibilidad que gana en consistencia con la presen-cia, en su territorio teórico (Ferro, Covilhã), de losepítetos Ocelaecus/Ocelaeca, relativos al par de di-vinidades Arentius/ Arentia.

No obstante las dificultades de ubicación quesuponen las coordenadas ptolemaicas15, el registroepigráfico permite comprobar, así, la presencia, enla Beira Interior, de un populus nombrado como Lan-cienses Oppidani, formalmente coincidente con lapresunta vettona de Ptolomeo(Geo. II, 5, 9).

En el mismo ámbito habrá, muy posiblemente,que considerar los Lancienses Transcudani, pues unapartición de los Lancienses entre Vettones y Lusita-nos sería más bien una consecuencia de la divisiónadministrativa romana, como se puede deducir ade-más del texto mismo de Plinio que no menciona a losLancienses Transcudani (Guerra, 1998: 805, PérezVilatela, 2000b: 226, Bonnaud, 2002: 17916). Es hoyen día generalmente aceptado que transcudani nose reporta al actual curso del río Côa17, sino al sepa-rador territorial que constituyen la Serra da Malcata

y las estribaciones orientales de la Serra da Estrela(Curado, 1988-94: 216, 224, Silva, 2006: 96, Guerra,2007: 173). García Alonso (2003: 119) señala que,muy posiblemente, Lancia Oppidana estuviera cercade Monsanto, siendo de suponer Lancia Transcuda-na, más hacia el Norte, en el área de Sabugal. Másrecientemente, Guerra (2007: 176-177), revisandotodos los datos conocidos, ubica los Lancienses Trans-cudani en Póvoa do Mileu, Guarda y los LanciensesOppidani en Belmonte (idem: 186-199). De todasformas, aún según Guerra (1998: 807), no existen,de hecho, “grandes dúvidas sobre o facto de os Lan-cienses e por inerência, os Vetões, ocuparem umterritório que se estende a Norte dos Igaeditani”18.

También en el plano lingüístico y religioso pa-rece existir una marcada continuidad. Resulta muyinteresante, en este ámbito, detenernos en la ins-cripción del Cabeço das Fráguas (Guarda), donde sereúnen, a la vez, un conjunto de divinidades queimporta analizar.

Situado a cerca de 15 kms. al Sur de la ciudadde Guarda, en la Quinta de São Domingos, el Cabeçodas Fráguas es, con 1015 metros de altitud, un im-ponente promontorio granítico fuertemente desta-cado en el paisaje, con excelentes condiciones natu-rales de defensa. En la cumbre, se abre un amplioespacio aplanado y enteramente rodeado por aflora-mientos graníticos, entre los cuales se aprecia confacilidad una línea de muralla que encierra este es-pacio, donde se sitúa la inscripción.

El texto está profundamente grabado en unaroca aplanada y a ras del suelo, orientada al Nacien-te (Fig. 4), presentando su canto inferior derechofracturado por la acción de un buscador de tesorosen la década de 1940, afectando el final de la l.719. Eltexto epigráfico, que podemos situar en algún mo-mento del siglo I. a.C., presenta un ductus grosero eirregular, pero sin dificultades de lectura, excepto latercera forma de la l.2, más erosionada20, la cual

14 Arant[i]a Ocella[e]ca et Arantio [O]celaeco de Ferro, Covilhã (García, 1991: 11); y eventualmente otro, respecto a los vicaniOcel[o]n[e]nses (FE, 69: 310.2, Fernandes et al., 2006: 185-191).15 Revisadas desde una perspectiva muy interesante por Ocejo Herrero (1993: 58-81).16 Bonnaud (2002: 179) señala igualmente que el Duero no parece haber constituido un verdadero obstáculo entre dos populi, comomuestra la presencia de verracos en la orilla occidental.17 De hecho, no puede documentarse una evolución cuda>côa y asimismo en los documentos más antiguos conocidos no hay nada quesugiera una relación entre el actual hidrónimo y cuda: un texto de 1145 indica et fluvium, qui vocatur Coam (apud Machado, 1993: 427);en el foral de Castelo Mendo, tenemos et quomodo intrat Vallongum in Coam (Portugalia Monumenta Historica: 568 apud Correia, 1992:277); en 1182 se refiere la Foz de Cola (apud Machado, 1993: 427); y en el Foral de Vila do Touro se dice et de alia parte per rivolumde cola (Portugalia Monumenta Historica: 568 apud Correia, 1992: 292).18 También Lomas (1988: 92) se basa en la referencia a los Lancienses Oppidani para sugerir la extensión del territorio vetón hasta lapendiente Oriental de la Serra da Estrela, al igual que Pérez Vilatela (2000b: 226) y Bonnaud (2002: 179).19 Vide Patricio Curado (1989: 350).20 Forma tradicionalmente interpretada como Laebo (Tovar, 1985: 232-25420, Curado, 1989: 350).

Λαγκια Οππιδανα

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Untermann (1997: 757) corrigió como Labbo, que eslo que efectivamente está grabado.

El hecho de presentarse el texto enteramenteen hispánico occidental, comúnmente nombradocomo lusitano, hace su interpretación desde luegodifícil y controvertida, y, desde su primera publica-ción en 1943 (Almeida, 1943: 112), han sido mu-chas las traducciones ya propuestas (Santos, 2006:42-48, 2007: 180-186). Seguramente, se refiere acinco ofrendas animales destinadas a cinco o inclu-so seis divinidades: Trebopala recibe una oveja;Labbo un cerdo; Iccona (y?) Loiminna una comaiam(“una oveja preñada”?)21; Trebarune recibe una ove-ja calificada de usseam (“de calidad”)22; y, por últi-mo, Reve Tre[.] recibe un toro ifadem (“semen-tal”?)23. El carácter ritual del texto parece eviden-

te24, pareciendo reflejar a una liturgia intenciona-damente expresada a través de la utilización denominativos y dativos, y de su articulación median-te dos conjunciones copulativas indi, que definenvarias etapas de consagración: 1. a Trebopala y aLaebo; 2. a Iccona [y?] Loiminna; 3. a Trebarune yReve. Resulta interesante observar que, en el tex-to, las ofrendas adjetivadas son destinadas única-mente a Trebarune y Reve, las divinidades de ma-yor extensión cultual entre todas las nombradas,respectivamente, una oilam usseam y un tauromifadem, lo que parece subrayar su distinción inten-cional respecto a las demás.

Poco podemos saber en concreto sobre el ca-rácter de estas divinidades, pero su distribución geo-gráfica, resulta, sin embargo, particularmente suge-

21 Prósper (2002: 53-55).22 Búa Carballo (1997: 324) y Untermann (2002: 69).23 Tovar (1985: 244), Untermann (2002: 70) y Santos (2007: 186).24 Es, de hecho, más verosímil considerar los tres primeros teónimos en nominativo. Si, por un lado, la aparente incompatibilidadsintáctica queda, así, inmediatamente solucionada, sin necesidad de conjeturar raros particularismos del dativo indígena (Tovar, 1985:237-238) ni una evolución niveladora de los paradigmas de dativo en indoeuropeo occidental (Villar Liébana, 2001: 253-254), nitampoco de buscar soluciones alternativas, intentando encuadrar la semántica textual en eventuales casos de ablativo (Búa Carballo,1997: 326). Por otro lado, no sería tan extravagante que en un texto de marcado carácter ritual y no sujeto al formulario típico latino,las divinidades implicadas aparezcan, las primeras, en nominativo y las demás, enfáticamente en dativo, tal vez según un ordencreciente de importancia (Santos, 2006: 42-48, 2007: 180-186).

Figura 4. Inscripción rupestre en hispánico occidental del Cabeço das Fráguas (Instituto Arqueológico Alemán, Madrid).

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rente en cuanto a la problemática étnica que hemosvenido tratando.

Sayas y López Melero (1991: 110), señalan que“hay una clara diferenciación entre las tierras veto-nas de las actuales provincias de Salamanca y Ávila,que proporcionan un mayor numero (…) y concen-tración (…) de unidades gentilicias y las tierras veto-nas cacereñas, con sólo cuatro casos seguros y geo-gráficamente dispersos. Por lo que hace al numerode teónimos, el panorama se invierte: las tierras ca-cereñas proporcionan más de 40 menciones de teó-nimos (…), mientras la provincia de Ávila apenas estárepresentada y la de Salamanca lo hace sólo en seiscasos”. Pero, esta específica realidad cacereña a lacual se refieren los autores, corresponde a la conti-nuidad de un fenómeno idénticamente atestiguadoen la Beira Interior. De hecho, como dice Salinas deFrías (2000: 139), “tanto desde el punto de vista delpoblamiento, como de la sociedad y de la religión, LaBeira portuguesa y la zona española contigua pre-sentan, durante la Antigüedad, una gran continui-dad y homogeneidad”.

Esta situación, que creo poder ser nombradamás bien como identidad, es sobre todo clara en loque respecta a la teonimia, siendo desde luego evi-dente que mientras divinidades como Reve, Nabiaey Ataecina están excluidas del territorio conformadopor la Beira Interior y el Occidente de la provincia deCáceres; Trebarune, el par Arantio/Arantia, Munidi ytambién Vortiaeco apenas están documentados aquí,según una distribución geográfica fuertemente co-herente (Fig. 5-11).

Verificamos, así, la existencia de Trebarune enCoria (AE 1952, 42-43, AE 1958, 17, ILER 942) y enCáparra, Oliva de Plasencia (AE 1967, 197, AE 1971,157), bien como una forma lingüísticamente equiva-lente a Trebopala en la secuencia Munidi Eberobri-gae Toudopalandaigae de la Ermita de San Gregorio,en Talaván (AE 1916, 8, HAE 1966-1969, 2393). Mu-nidi está, por su parte, atestiguada por lo menos unavez con seguridad en Monsanto, Idanha-a-Nova (HAE,1955-1956: 1065, AE 1967: 52, ILER 885). TambiénLoiminna, presente en el Cabeço das Fráguas, surgeen una de las inscripciones de Arroyo de la Luz (Mas-

Figura 5. Distribución de las dedicatorias a Reve.

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Figura 6. Conjunto de todas las dedicatorias conocidas a Nabiae y sus variantes.

Figura 7. Distribución geográfica de las inscripciones dedicadas a Ataecina, Ilurbeda Mentoviaeco y Tritiaeco: 1. Castillejode Martín Viejo, Salamanca; 2. Tejeda, Salamanca; 3. Segoyela, Salamanca; 4. Góis, Coimbra; 5. Sintra, Lisboa; 6 y 7.Malpartida de Cáceres, Cáceres; 8 y 9. Salvatierra de Santiago, Cáceres; 10. Herguijuela, Cáceres; 11. El Gordo, Cáceres;12. Caleruela, Toledo; 13. Talavera de la Reina, Toledo; 14. Saelices, Cuenca; 15-27. Alcuéscar, Cáceres; 28. La Garrida,Badajoz; 29-32. Mérida, Badajoz; 33. Medellín, Badajoz; 34. Salvatierra de los Barros, Badajoz; 35. Bienvenida, Badajoz;36. Beja, Portugal; 37. Torrenga, Cáceres; 38. Villalcampo, Zamora.

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Figura 8. Ubicación de las inscripciones consagradas a Trebarune.

Figura 9. Mapa de las dedicatorias a Arantio/a.

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Figura 10. Distribución geográfica de las dedicatorias a Erbine, Munidi, Quangeio, Salama y Togae.

Figura 11. Distribución de las dedicatorias a Vortiacio: 1. Carrazeda de Anciães, Bragança; 2. Meda, Guarda; 3. Sortelha,Sabugal; 4. Salgueiro, Fundão; 5. Penamacor, Castelo Branco; 6. Barca de Montehermoso, Montehermoso, Cáceres; 7.Cáparra, Cáceres; 8. Malpartida de Plasencia, Cáceres.

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deu, 1800: 630-631), aunque no se pueda concretarsu naturaleza teonímica en este caso específico. Alcontrario, no tenemos, hasta el momento, referen-cias a Ataecina, a Reve -con la excepción del textode Cabeço das Fráguas-; o a Nabiae, con tan sólouna dedicatoria en Sertã, Castelo Branco (CIL II5623), de todas formas ya apartado del territorio con-siderado. Sin embargo, también Ilurbeda (Fig. 7),con una distribución algo coherente en el territoriovetón, queda excluida del área considerada.

¿De que forma podemos, entonces, interpre-tar este escenario?. Queda clara, a partir de los da-tos analizados, la individualidad del territorio confor-mado por la Beira Interior y el Occidente de la pro-vincia de Cáceres, con rasgos familiares al mundovetón, pero que en realidad, no puede ser verdade-ramente incluido en su ámbito, conforme demuestrala cultura material. Tenemos, por otro lado, la refe-rencia ptolemaica a la vettona Lancia Oppidana, ubi-cada por el registro epigráfico en esta misma región.Es posible que la aparente identidad entre el mundovetón y este territorio, según la perspectiva del ob-servador extranjero que se acerca a las realidadesétnicas a través de todo un conjunto de informacio-nes de segunda mano, haya favorecido la inclusiónde Lancia Oppidana en la lista de ciudades vettonas

de Ptolomeo. De todas formas, lo que los datos dis-ponibles parecen apuntar, es un populus distinto, talvez parte del gran étnico vetón, teniendo en cuentala complejidad propia a las entidades étnicas.

Si este populus sería o no lusitano es algo, sinembargo, imposible de decir. Según Guerra (1998:825), el intento de identificación de una “etnia” lu-sitana queda clara en la frecuente alusión a unos“lusitanos propiamente dichos” en varios trabajoscientíficos, sin que se pueda todavía concretar estaalusión. De acuerdo con lo que sabemos hoy, la de-signación de Lusitani y su correspondiente toponí-mico, están, desde el punto de vista lingüístico, for-mados ya en época romana, por lo que tan inco-rrecto será hablar de una presunta “lengua lusita-na” -documentada además en prácticamente todoel Occidente peninsular hasta la antigua Callaecia-,como de una etnia Lusitana. Es muy posible que,bajo la designación general de “lusitanos”, los auto-res clásicos hiciesen ocasionalmente también refe-rencia a los Vettones, al igual que bajo la designa-ción de “vettones”, los textos se refieran a otrasrealidades étnicas con ellos aparentados, posible-mente el caso de las comunidades del territorio con-formado por la Beira Interior y el Occidente de laprovincia de Cáceres.

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Introducción.

Compartimentar la historia ha sido siempre unode los problemas a los que nos enfrentamos los his-toriadores, aún más si, como es el caso de la Proto-historia del interior peninsular, carecemos de fechaso hechos concretos en los que situar los hitos crono-lógicos hasta la llegada de las legiones romanas. Sinembargo, el registro material documentado median-te la arqueología es capaz de mostrarnos procesosde cambio más o menos rápidos, así como periodosde continuidad y crisis.

Una de las etapas que más personalidad ar-queológica ha adquirido en los últimos tiempos es ladenominada por primera vez por Almagro Gorbea(1977) como Periodo Orientalizante Tardío, periodoque comprende básicamente el siglo V a.C. en la zonaextremeña. Posteriormente, la denominación ha caí-do en desuso, siendo sustituida por Periodo Post-Orientalizante, acuñado también por Almagro Gor-bea (Almagro Gorbea y Martín Bravo, 1994). Estadenominación ha sido ampliamente utilizada paradefinir situaciones o procesos que tuvieron lugar enel s. V a.C., y así se habla de poblamiento Post-Orien-talizante (Jiménez Ávila y González Cordero, 1996),Toréutica Post-Orientalizante (Jiménez Ávila, 2002),contexto socio-económico Post-Orientalizante (Pavón,Rodríguez y Ortíz, 2000) o Época Post-Orientalizante(Jiménez Ávila, ed., 2008). Su uso está extendidotanto en la actual Extremadura como en la vecinaPortugal1, pero no por ello faltan los críticos con untérmino que genera cierta incertidumbre, tanto cro-nológica como conceptual (Celestino, 2005). Si nosceñimos a las fechas que históricamente cierran elPeriodo Orientalizante, a mediados del siglo VI a.C.,

El siglo V a.C. en la Alta Extremadura

Sebastián Celestino PérezInvestigador Científico del CSIC. Instituto de Arqueología-Mérida

José Ángel Salgado CarmonaRebeca Cazorla Martín

Becarios predoctorales I3P del CSIC. Instituto de Arqueología-Mérida

1 Por citar solamente algunos títulos, siendo mayoría los autores que han utilizado y continúan usando esta terminología.

la práctica totalidad de los hallazgos extremeños,salvo las fases más antiguas de Medellín y el Palo-mar de Oliva de Mérida, quedarían fuera de esteperiodo. Y si concebimos lo Orientalizante como laconsecuencia de la transmisión cultural mediterrá-nea en el ámbito indígena, parece que esta zona delinterior sigue, sin apenas variaciones pero con supropia personalidad, las pautas que antes se desa-rrollaron en el suroeste peninsular, por ello, parecemás lógico denominar a este periodo OrientalizanteTardío o Final para evitar la confusa definición dePost-Orientalizante, máxime cuando los objetos ar-queológicos, los rituales funerarios, los edificios pú-blicos o la arquitectura doméstica en nada difiere delos cánones conocidos con anterioridad al siglo VIa.C. en Tartessos.

La definición arqueológica de este término seempezó a llenar de contenido en la década de los 70del pasado siglo, especialmente con el hallazgo de lanecrópolis de Medellín, cuya Fase II corresponde coneste momento, y del sitio de Cancho Roano. Yaci-mientos paradigmáticos en el estudio de la Protohis-toria en la región. Posteriormente, la excavación delsitio de La Mata (Rodríguez Díaz. ed., 2004) y el es-tudio de otros túmulos similares (Jiménez Ávila, 1997,Rodríguez Díaz, ed., 1998) configuraron un panora-ma más rico y particular para el s. V a.C. en la BajaExtremadura.

Por su parte, las excavaciones llevadas a caboen la provincia de Cáceres, especialmente en el ha-llazgo de El Torrejón de Abajo y en la Cañada dePajares, y los sondeos en El Risco y la Sierra delAljibe durante la década de los 90, supusieron la di-ferenciación cada vez mayor con el panorama coetá-

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neo en la Baja Extremadura. A pesar del tiempo trans-currido desde la publicación de los hallazgos no sehan efectuado revisiones que analicen con ciertodetalle el panorama arqueológico del s. V a.C. en laAlta Extremadura (Fig. 1).

El Risco (Sierra de Fuentes, Cáceres).

El sitio arqueológico de El Risco se ubica enuna de las cimas de la Sierra de la Mosca, en susector meridional, con una altitud máxima de 664m.s.n.m., aunque parece que la zona habitable seestablece a unos 625 m.. Posee una superficie deunas 3,5 Ha.. Se encuentra definido por zonas amu-ralladas y desniveles muy acusados, que no necesi-tan de estructura defensiva alguna, como es la ver-tiente oriental. Sin embargo, en la vertiente occi-dental, menos pronunciada, se encuentran lienzosde muralla que alternan con escarpes rocosos. Lamuralla, de cronología no establecida, está realiza-da con pizarra en seco. En el interior de este perí-metro se localizan zonas llanas que son las que seocuparían por las estructuras de hábitat de formadispersa.

El sitio era conocido desde finales de los años80 del siglo XX por proceder de él una colección demateriales metálicos expoliados, que estaba en po-der de un particular, pero no se pudo excavar, concarácter de urgencia, hasta 1991 y 1993, interven-ciones llevadas a cabo desde el Departamento dePrehistoria de la Universidad de Extremadura

La excavación ha constatado la existencia devarios niveles de ocupación del asentamiento, prin-cipalmente de época calcolítica, la Fase I, del BronceFinal, Fase II y de época Orientalizante, Fase III (En-ríquez, Rodríguez y Pavón, 2001: 99-105). La conti-nuidad habitacional entre las tres fases no está cons-tatada, ni siquiera entre las Fases II y III, aunqueparece bastante probable que la población fuera yaprácticamente estable entre los siglos VIII y V a.C.(Enríquez, Rodríguez y Pavón, 2001: 103).

La Fase III se ha subdivido en dos subfases:IIIA y IIIB. La subfase IIIA, fechada entre los siglosVII y VI a.C. (Enríquez, Rodríguez y Pavón, 2001:92), es la que más entidad ocupacional tiene en elasentamiento, documentándose estructuras de ha-bitación de planta redondeada a base de piedras hin-cadas con un apoyo central para el poste que sos-tendría la cubierta.

La subfase IIIB apenas tiene constatación es-tratigráfica en las excavaciones, salvo en el Sector B,ubicado en uno de los accesos al poblado, donde selocaliza un muro, ¿una muralla tal vez?, y bolsadas dematerial en las que han desaparecido prácticamentelas reminiscencias cerámicas del Bronce Final, conmaterial a torno de “perfiles evolucionados”, que per-mitirían atisbar una fase fechada a lo largo del siglo Va.C. (Enríquez, Rodríguez y Pavón, 2001: 93), en cu-yos años finales el asentamiento se abandonaría. Aesta fase corresponderían los materiales de la colec-ción particular denominados como post-Orientalizan-tes (Jiménez Ávila y González Cordero, 1996). El úni-co elemento que se ha fechado por sus característicasformales y técnicas en el Periodo Orientalizante, másconcretamente en el s. VII a.C., es un soporte de bron-ce con forma de garra de felino que formaría parte deun thimiaterio (Jiménez Ávila y González Cordero,1996: 182). El resto de materiales son también debronce, habiéndose diferenciado diversas categoríasfuncionales. En primer lugar, estarían los elementosde vajilla, entre los que hay diferentes fragmentos delo que pudieron ser, al menos, dos jarros, uno decora-do con relieves de cabezas humanas. Son similares alos documentados en Cancho Roano, con base cóni-ca, cuerpo globular, boca ancha, asa calada y dos ore-jetas semicirculares en el borde. Como elemento devajilla también se ha incluido los fragmentos de un“braserillo” de tipo meridional, aunque más convenien-te sería agruparlo, junto al thimiaterio, en los elemen-tos rituales. Hay también restos de asadores, fecha-dos en los siglos VI-V a.C.. Como piezas de adornopersonal se ha destacado la presencia de tres fíbulas,dos anulares y un fragmento de doble resorte, y de unbroche de cinturón fechado en el s. V a.C.. Finalmen-te, completan el conjunto fragmentos de arreos decaballo, unas campanillas de bronce y unos platillosde balanza. Hay otras piezas documentadas, sólo pormedio de fotografías y dibujos que muestran, una se-rie de ponderales en bronce y plomo que se han su-puesto, por analogías formales, del mismo patrón quelos hallados en Cancho Roano (García-Bellido, 2003).Dentro de este conjunto también hay materiales nometálicos, en especial objetos de pasta vítrea, entrelos que se ha identificado un ungüentario y varios frag-mentos de cuentas de ensartar (Jiménez Ávila y Gon-zález Cordero, 1996: 184). Por lo tanto, aunque no sehalla documentado en la excavación una fase del Orien-talizante Final, por los materiales de esta colección,en su mayoría fechados en el s. V a.C., se puede afir-mar que El Risco estaría poblado en esta época.

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Sierra del Aljibe (Aliseda, Cáceres).

El sitio arqueológico de la Sierra del Aljibe sesitúa sobre una destacada elevación que se integraen la Sierra de San Pedro, divisoria de aguas entre elTajo y el Guadiana. El asentamiento se sitúa en lamitad oriental de la sierra, concentrándose los ha-llazgos de superficie por encima de la línea de los580 m., en la parte más alta de la elevación (Rodrí-guez y Pavón, 1999: 21). La superficie habitada seha estimado en unas cuatro Ha., localizado principal-mente en la ladera Nordeste, aún a pesar de su acu-sada pendiente, atenuada por la presencia de escar-pes artificiales, que pudieran ser recintos amuralla-dos o terrazas (Rodríguez y Pavón, 1999: 22), si bienel primer caso puede actuar estructuralmente comoel segundo.

El entorno está caracterizado por abundantesrecursos agropastoriles, cinegéticos y mineros, prin-cipalmente estaño y oro y, en menor medida, gale-nas argentíferas (Rodríguez y Pavón, 1999: 99). Elasentamiento está estratégicamente situado, sobrevarios puertos que comunican la penillanura con lasvegas bajas del Guadiana, como son el Puertollano,los Terreros y los Acehuches (Rodríguez, Enríquez yPavón, 1995: 44).

Sólo se ha realizado una campaña de excava-ción en el año 1995 a cargo del Área de Prehistoriade la Universidad de Extremadura. Se realizaron va-rios cortes o sondeos sobre los dos escarpes artifi-ciales con el fin de evaluar qué información se habíaperdido al trazar la pista de acceso a las antenas(Rodríguez y Pavón, 1999: 30).

La secuencia documentada comprende cuatrofases, desde el Bronce Final, Aliseda I, hasta el Orien-talizante Tardío, Aliseda III, la continuidad del hábi-tat parece segura, sin embargo, la última ocupacióndel sitio o Aliseda IV, de época romano-republicana,se realiza sobre un asentamiento abandonado hacíatiempo (Rodríguez y Pavón, 1999: 99-104).

La Fase III se identifica con el OrientalizanteTardío o, como los autores prefieren denominar, Post-Orientalizante, a lo largo del s. V. a.C.. Se trata deuna fase en la que a pesar de la “continuidad culturalrespecto a la precedente” (Rodríguez y Pavón, 1999:102), se observan sustanciales diferencias, entre ellasla constatación de elementos constructivos. Se tratade sendos muros transversales a la pendiente halla-dos en los dos cortes realizados. Se conservan sola-mente unas pocas hiladas realizadas con aparejo irre-

gular con ripios, con una anchura en torno al metro ymedio y sin cimentación alguna. En el Corte 1 el murose encontraba reforzado en ambas caras, interior yexterior, por dos paramentos de técnica algo máscuidada. Esta reforma se ha interpretado como unarefacción del muro tras su posible derrumbe parcial,supuestamente evidenciada por un derrumbe de pie-dras hallado hacia el exterior (Rodríguez y Pavón,1999: 35). La interpretación de estos muros es du-dosa, pudiendo ser tanto una muralla como un ban-cal de aterrazamiento (Rodríguez y Pavón, 1999: 71),aunque, como hemos dicho, la primera función noelimina la segunda. Respecto a los materiales halla-dos, aparte de algunos hallazgos líticos y de “esco-rias y fragmentos metálicos indefinidas” (Rodríguezy Pavón, 1999: 71), el material más abundante es lacerámica. Los porcentajes de cerámicas a mano y atorno varían respecto a la fase precedente, ya que lacerámica torneada alcanza el 33%, alcanzando enalgunos sectores el 40% (Rodríguez y Pavón, 1999:71).

Dentro de la producción oxidante hay que des-tacar la presencia de ánforas de tipo Ibérico. Final-mente, hay que valorar la presencia de un fragmen-to de copa ática, del tipo “Cástulo”, y la posible atri-bución a esta fase de un fragmento de ungüentariode vidrio polícromo (Rodríguez y Pavón, 1999: 77).

Los análisis antracológicos realizados para estafase demuestran un descenso del entorno de enci-nas y coscojas, así como la presencia por vez prime-ra de olivo. Es la época analizada en que la dehesapresenta sus índices más bajos, lo que se ha relacio-nado con un mayor aumento de la ganadería y laagricultura, en la que el trigo y la cebada desnudatuvieron especial importancia (Duque Espino, 2005:546-547).

Torrejón de Abajo (Cáceres).

El sitio arqueológico del Torrejón de Abajo sesitúa en una pequeña loma, algo elevada respecto ala zona circundante en las proximidades del río Gua-diloba (García-Hoz y Álvarez Rojas, 1991: 199).

La zona en la que se asienta se caracteriza porsu fuerte erosión debido a los cultivos y a la defores-tación, aunque el paisaje típico de la zona cuando lacobertura vegetal no se ha eliminado es el de dehe-sa. Destaca en la zona la presencia de acuíferos y laformación de filones o bolsadas metalíferas (García-Hoz, 1991: 457), que aunque explotadas en el pasa-

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do no presencian evidencias de su laboreo en épo-cas protohistóricas. Así mismo, la zona es atravesa-da por un cordel ganadero, llamado “Camino de Vi-nateros”, que une los vados de Medellín, sobre elGuadiana, con el de Alconetar, que permitía vadearel Tajo (García-Hoz y Álvarez Rojas, 1991: 199).

El hallazgo del sitio se produjo en Septiembrede 1988, cuando al realizar tareas agrícolas, los pro-pietarios de la finca encontraron una serie de bron-ces que trasladaron al Museo de Cáceres. La impor-tancia otorgada a los mismos determinó realizar unaexcavación de urgencia, realizada en febrero de 1989y dirigida por Antonio Álvarez Rojas, director delmuseo. Una segunda campaña tuvo lugar en octu-bre de ese mismo año, esta vez dirigida por García-Hoz. Dos nuevas campañas sucesivas se realizaronen 1997 dirigidas por José Ortega, sin que por elmomento se hayan publicado los resultados (Fig. 2).

Éstas excavaciones han demostrado la existen-cia de una serie de estructuras cuadrangulares ado-sadas entre sí, con una perfecta orientación cardi-nal, que sólo conservaban el zócalo de mamposteríade pizarra y un único nivel de circulación, todo ellosobre una acumulación de tierra de unos 10 cms.sobre la roca madre (García-Hoz y Álvarez Rojas,1991: 199).

Los espacios delimitados van decreciendo entamaño de Norte a Sur. El mayor, situado al Norte, esun espacio cuadrangular que está precedido en suflanco oriental por un área enlosada en la que seabre una oquedad en la zona anexa a la fachada. Seha definido como cuadrangular (García-Hoz y Álva-rez Rojas, 1991: 199), pero si el dibujo publicado escorrecto, podemos interpretar que la fosa posee for-ma de piel de bóvido extendida. El acceso a estaprimera estructura se realizaría por su lado Sur, peroal adosarse la estructura meridional se redefine unacceso acodado, abierto al Este. En su interior sedocumentó una serie de piedras planas, que se haninterpretado como apoyos de postes que sostendríanla cubierta (García-Hoz y Álvarez Rojas, 1991: 199),y junto al muro Este una zona de acumulación depiedras que delimitaban un espacio regular. Fue enesta zona donde se hallaron los bronces que supu-sieron el motivo de la excavación, en una zona en laque destacaban los restos de combustión. Así mis-mo, en la esquina Noroeste apareció una urna cerá-mica elaborada a mano y con ungulaciones en elcuello que contenía restos muy escasos de huesoscalcinados (García Hoz y Álvarez Rojas, 1991: 203).

El segundo espacio también es de planta rec-tangular. Se adosa al ámbito septentrional a travésde un recrecimiento del muro Sur de éste, desde elacceso hasta la esquina Suroeste. No están alinea-dos, sino que este segundo espacio se sitúa más haciael Este. En su interior tiene un poyo corrido adosadoa la pared Oeste, prolongándose ligeramente por loslaterales. El lado Sur posee una interrupción que locomunica con el siguiente espacio cuya funcionali-dad se ha puesto en duda.

Otro espacio se localiza al Sur de los anterio-res. Sus dimensiones son de 4 por 2 metros. Se ado-sa al espacio anterior reaprovechando el muro decierre Sur, por lo que el vano comunica las dos es-tancias. Tampoco es de la misma anchura, por loque tampoco coinciden sus lados menores. Sí ocurreesto con las estancias restantes, adosadas con lamisma técnica que la anterior. Se trata de dos estan-cias simétricas de 1 por 2 metros de las que sólo seha publicado la situada en la zona oriental, quedan-do la occidental inédita.

Los materiales hallados en las dos primerascampañas de excavación son en su mayor partecerámicos, pero no muy abundantes. Además nose distribuyen de forma homogénea por todas lasestancias, sino que están casi ausentes en la es-tancia septentrional y se concentran en las restan-tes (García-Hoz y Álvarez Rojas, 1991: 199). Sehan recuperado al menos cuarenta recipientes di-ferentes, la mayoría fabricados a torno lento, conpastas con desgrasantes gruesos, cocciones irre-gulares y acabados toscos, algunos con decoracio-nes incisas en el cuello y galbo. Son en su mayoríarecipientes de almacenaje que se han paralelizadocon los del horizonte Proto-Orientalizante de Me-dellín así como con los de Cancho Roano. Estosparalelos son, en nuestra opinión, más influencia-dos por una falta de estudio que por un paralelis-mo real, ya que el horizonte cronológico propues-to es excesivamente amplio y contrasta con la cor-ta vida que se supone tuvo el sitio (García-Hoz yÁlvarez Rojas, 1991: 203). Otras producciones lo-calizadas son las de la cerámica gris orientalizanteasí como acabados en engobe rojo, especialmentesobre cuencos y platos.

Así mismo, existen referencias a otros mate-riales (Rodríguez Díaz, 1994: 113, nota 3) fechadosen el s. VI a.C., aunque documentados en la fasefinal del edificio: un aríbalos de Naucrátis, un ala-bastrón, un infundíbulum o un despothes theron.

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No obstante, el material más destacado del si-tio corresponde a los bronces. Se trata de nueve pie-zas distintas que tienen en común su formación apartir de un grueso tubo hueco con diferentes rema-tes que permite entenderlos como apliques. Hay hastacinco tipos diferentes (Jiménez Ávila, 1998: 74), peroentre ellos destacan aquellos con remates zoomor-fos y antropomorfos. La unión de tres de los tipos,uno liso, uno zoomorfo y otro antropomorfo, forma-ría una esquina de un lecho o cama realizado enmateriales perecederos. Del conjunto destaca lasmarcas realizadas para el montaje de las diferentespiezas y los remates en forma de león y de esfinge(Jiménez Ávila, 1998: 82), aunque anteriormente sehabía identificado como Astarté (García-Hoz: 1991:460). Tampoco hay unanimidad al considerar tantoel origen como la cronología de estas piezas. García-Hoz cree que los bronces son productos de un tallerpeninsular indígena influido por las corrientes orien-tales, y fecha el conjunto a finales del s. VI a.C. (Gar-cía-Hoz, 1991: 460). Por su parte, Jiménez Ávila, fe-cha el conjunto, mediante paralelos, en el siglo VIIa.C., considerando su factura realizada por tallerescoloniales fenicios (Jiménez Ávila, 1998: 92). Por elcontexto arqueológico, especialmente por habersehallado junto a la urna con restos cremados, se hainterpretado que todos los bronces formarían partede un lecho funerario, aunque aparecieron junto aotros elementos metálicos como pequeños fragmen-tos de bronce y dos objetos de hierro en forma deregatones de gran tamaño (Jiménez-Ávila: 1998: 67).

Así pues, y teniendo en cuenta que para susprimeros excavadores los bronces eran de finales dels. VI, debemos entender que la vida del edificio es-taría entre esta fecha y finales del s. V a.C..

La interpretación general del sitio arqueológi-co tampoco está exenta de debate. La primera inter-pretación dada sobre el conjunto es la de un recintode culto, centrado en la habitación septentrional, conzonas de almacén. Esta hipótesis se basa en sus “pe-culiares características” constructivas y en la presen-cia del hoyo del enlosado, interpretado como unafavissa. La construcción estaría justificada por suubicación en una zona metalífera, aun a pesar deque no hay ni una sola evidencia de su explotación, ypor su proximidad a una vía de comunicación impor-tante, por lo que el santuario funcionaría como lugarde mercado o intercambio. Posteriormente, tras unacorta vida y sufrir una destrucción violenta, eviden-ciada según sus excavadores por la presencia de

derrumbes constructivos y carbones, el sitio se reuti-lizó como túmulo funerario, momento en que se de-positaría el lecho y la urna funeraria. La cronologíadel sitio se apoya exclusivamente en la fecha de losbronces, por lo que adquiere una relatividad eviden-te. Esta interpretación, como edificio sacro que ac-tuaba como centro de intercambios comerciales, hasido valorada por autores como Torres (2002: 314),quien destaca su función como santuario dinástico,lo que lo asimilaría al santuario de la Alcudia de El-che. Así mismo, Almagro Gorbea (2007) propone queel edificio en cuestión se tratara de un Heroon, unedificio de culto a los antepasados divinizados.

Por otra parte, Rodríguez Díaz (1994: 113), ba-sándose en las estructuras no publicadas, considera-das de habitación, cree que el conjunto formaría par-te de un pequeño hábitat estructurado en torno a unedificio de mayores proporciones con contenidos reli-giosos y económicos. Por lo tanto, considera que laactividad primordial era la de hábitat, sin que el as-pecto religioso o funerario fueran los más importan-tes. Sin embargo, considera que debido al pobre en-torno en el que se asienta y al tamaño del hábitat, laexistencia del sitio estaría condicionada por su cerca-nía a las vías de comunicación, que lo convertían enun enclave comercial que se relacionaría con núcleosde las cercanías, como el asentamiento de El Risco.

Por último, Jiménez Ávila propone otra hipóte-sis para el conjunto del Torrejón de Abajo (1998: 69-70). Parte de la dificultad que encuentra para articu-lar un sistema coherente de techado de las estructu-ras, especialmente de la habitación mayor. Así mis-mo, destaca la escasa “organicidad” de las estructu-ras, con los adosamientos de unas estructuras conotras que plantean la duda de si se puede entenderel conjunto como un verdadero edificio. Otro puntode discordia es la escasa cantidad de materiales ha-llados, que, a su juicio, no prueba que se trate de unespacio de hábitat. Para terminar, el carácter funera-rio del conjunto en su último momento de uso, asícomo los paralelos que otorgan algunas necrópolisdel Bajo Alentejo portugués y de la zona del Guadia-na, como El Jardal, le llevan a proponer el carácterexclusivamente funerario del sitio. El que éste seencuentre en el área de influencia de un asentamientocomo El Risco también le invita a pensar en esa fun-ción, ya que la gran mayoría de sitios cercanos aasentamientos son necrópolis, si bien olvida que tam-bién pueden ser santuarios y que el edificio en sí noes una necrópolis, sino en todo caso una tumba sin-gular completamente aislada.

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Tesoro de Serradilla (Serradilla, Cáceres).

Serradilla se localiza en las cercanías del Tajo,junto al Parque Natural de Monfragüe, lugar dondeel río se encajona y serpentea para atravesar las es-tribaciones de la Sierra de las Villuercas. Por el Nor-te, la localidad está rodeada de sierras que son atra-vesadas por arroyos, que han fracturado el paisajeformando hondas gargantas. Hacia el Sureste correel río Tajo, que corta la sierra por el Portillo de Peña-falcón, una imponente roca cuarcítica de paredesverticales. Hacia el Sur el paisaje se torna casi llanohasta llegar de nuevo al cauce del Tajo. Esta zonaestá dominada por la dehesa. El río hoy se muestraestancado y a una cota más alta de la original debi-do a la construcción de embalses aguas abajo, peroantes de que éstos se construyeran, una vez supera-do el Portillo de Peñafalcón, se ensanchaba y reman-saba formando una amplia vega con arenales y laisla de la Taheña. No obstante, la dificultad de pasoobligaba al uso de barcas, muy frecuentes en estazona.

El tesoro fue descubierto en 1965 por JuliánCardador Gómez, barquero de la localidad, en un oli-var de su propiedad llamado “del Chorlito”, un parajede gran pendiente con canchales cercano al pueblo,aunque este punto se ha puesto en duda (Celestinoy Blanco, 1999: 134). Las noticias del hallazgo rela-tan que se encontró escondido en una vasija de ba-rro que se rompió, sin que se pudiera recuperar nin-gún fragmento. El tesoro se conservó un tiempo enla casa del propietario de la finca, hasta que en suintento de venderlas en una joyería de Plasencia alertóa la policía. El tesoro pasó entonces a depósito delMuseo de Cáceres, donde actualmente se exhibe.

El hallazgo está formado por veinticuatro pie-zas de oro de 103 gramos de peso que se encontra-ban muy fragmentadas, lo que ha propiciado la hipó-tesis de que se tratara de una ocultación para suposterior fundido (Almagro Gorbea, 1977: 222). Estáformado por dos arracadas circulares; dos con cre-ciente y apéndice triangular de glóbulos formandoracimo; dos con creciente más ancho y apéndice si-milar a las anteriores; dos cadenas; un fragmentodecorado con cordoncillos; un fragmento de oro re-torcido; un cilindro de oro y siete placas trapezoida-les fragmentadas, una de ellas decorada con unacabeza de perfil sobre un doble prótomo de ave (Fig.3), las otras con motivos circulares y en forma debellota (Almagro Gorbea, 1977: 222-226, Perea,1990: 202, Celestino y Blanco, 2006: 146-149). Su

cronología se ha establecido a finales del VI o a lolargo del V a.C.. El lugar de hábitat contemporáneomás cercano lo encontramos a tres kms. al Noroes-te, el llamado Cancho de la Porra en Mirabel (MartínBravo, 1999: 96, 108).

El conjunto presenta una filiación indígena in-negable, pues a pesar de la incorporación de técni-cas de origen mediterráneo, ninguno de los típicostemas orientales aparece representado en las pie-zas. Presenta además todas las características de ladenominada Unidad de Producción de Estilo Surocci-dental, como los hilos sogueados para dar sensaciónde espigados, los triángulos de granulado, los hilosenrollados en solenoide, las grapas para asegurarlas placas, los colgantes de doble jaulilla, etc.; esdecir, una serie de características que definen por sísolas el peculiar estilo indígena.

La circunstancia de su hallazgo, así como eldeficiente estado de conservación que ofrecía, fue-ron el argumento que Almagro utilizó para conside-rarlas como un ocultamiento de fundidor, pero nadamás lejos de esa hipótesis, fundamentalmente por elescaso peso del conjunto. Parece más bien una ocul-tación practicada tras la amortización de un conjun-to de valor ritual, lo que justificaría el esmero enconservar el tema central de su iconografía a pesardel recorte a que fue sometida la pieza principal (Ce-lestino y Blanco, 2006: 148).

Cañada de Pajares(Villanueva de la Vera, Cáceres).

La finca de Pajares se sitúa al Sureste de Villa-nueva de la Vera, con una extensión de unas 200Ha.. Las prospecciones realizadas han evidenciadola existencia de al menos cinco necrópolis individua-lizadas y otros tres lugares de hábitat bien diferen-ciados. Las primeras se localizan en la parte baja dela finca, junto a diferentes cursos de agua, mientrasque los asentamientos ocupan zonas de media altu-ra, controlando ampliamente el valle (Celestino yMartín, 1999: 357, Celestino, 2008). En estas zonas,más aptas para el cultivo, se ha documentado abun-dante registro material. Su distribución es bastanteamplia, llegando a proponerse la hipótesis de que setratara de un hábitat disperso formado por peque-ñas granjas (González Cordero y otros, 1990: 133).

Las primeras noticias que se tienen del sitioarqueológico proceden del hallazgo de una de lasnecrópolis, denominada como Pajares I (González

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Cordero, 1999). En 1987 unas lluvias torrencialesdejaron al descubierto el borde de varias vasijas quefueron extraídas por el propietario de las tierras, D.Manuel Andrés González, quien se puso en contactocon el arqueólogo A. González Cordero y entregó laspiezas al Museo de Cáceres. Fruto de este hallazgoes la primera publicación relacionada con la finca(González Cordero y otros, 1990). Posteriormente,los continuados trabajos agrícolas y la riqueza ar-queológica de la finca llevaron al hallazgo de otrosobjetos, como una serie de piezas de orfebrería áurea,bronces, hierros, cerámica o adornos de pasta vítrea(González Cordero, Alvarado y Blanco, 1993: 250),que sirvieron como reclamo para el inicio de una se-rie de actuaciones arqueológicas en la finca (Celesti-no, ed., 1999), bien sistemáticas o de urgencia, yaque el uso del detector de metales por parte de losexpoliadores obligó a realizar una serie de excava-ciones para tratar de dilucidar el contexto de lo ex-poliado.

Se conocen cuatro zonas de hábitat que hansido excavas por diferentes motivos. La primera deellas o Zona 1 era una excavación de urgencia tras elexpolio de un recipiente ritual y una escudilla de bron-ce (Celestino y Martín, 1999: 360). Se documenta-ron dos fases de ocupación separadas por un nivelde abandono en las que predominaban los agujerosde poste, encanchados de piedra recubiertos de ar-cilla y restos de hogueras. Apenas apareció materialarqueológico, excepto el extraído por los furtivos, quese pudo documentar que estaba en un agujero, talvez a modo de ocultación. La interpretación del lu-gar es compleja, ya que a pesar de que con seguri-dad se trata de una zona de hábitat, no es seguroque los restos documentados se correspondan conuna vivienda. La Zona 2 se sitúa al Noreste de laprimera, y, al igual que ella, fue objeto de interven-ción tras haber sido expoliados cinco “braserillos” debronce. La excavación evidenció la existencia de agu-jeros, con variados tamaños y sin un orden aparen-te, que cortaban al menos a tres estratos. Las fosasposeían diferentes funciones, bien como basureros,bien como apoyos de poste o de otros elementosconstructivos en madera. Así mismo, uno de los agu-jeros, realizado en el estrato más moderno, sirviópara apilar y ocultar los “braserillos”. La inexistenciade niveles de uso o pavimentos ha llevado a plantearla existencia en esta zona de una estructura en altura,separada del suelo, tal vez con función de almacenajea modo de hórreo (Celestino y Martín, 1999: 362).

La última zona de hábitat, o Zona 3 se excavóen paralelo a la necrópolis II y tenía como objetivotratar de documentar el contexto en el que habíanaparecido los materiales áureos (González Cordero,Alvarado y Blanco, 1993, Blanco y Celestino, 1998).Se sitúa más al Sur que las anteriores, en una zonamás baja y algo alejada. En uno de los cortes sedocumentó una cabaña de planta oval semiexcava-da en la roca natural con un pavimento de tierra api-sonada. En el centro apareció un hogar circular y uncontenedor cerámico semienterrado en el suelo. Delsistema constructivo no se conoce más que el tapialque rellenaba la estructura, aunque se ha supuestoque existiría un zócalo de piedra. Otra cata deparó elhallazgo parcial de una estructura similar a la ante-rior. Sin embargo, posterior a su derrumbe se docu-mentó un potente nivel de incendio. A pesar del ha-llazgo de las placas de oro junto a este lugar de há-bitat, destaca la escasez de otros materiales dondeapenas se localizaron fragmentos cerámicos, por loque se deduce que el incendio se produjo tras sutotal abandono (Fig. 4).

Por último, en las campañas de 2000 y 2001,se excavó en área una superficie de 1000 metroscuadrados en la zona de donde procedía un calderode bronce recuperado años antes y donde se halló insitu una escudilla también de bronce. Se pudieronindividualizar hasta tres fases de la I Edad del Hierro(Celestino, 2008). La Fase I estaba constituida porseis unidades estratigráficas relacionadas con la cons-trucción de una cabaña ovalada situada en la zonameridional del área excavada. En el espacio interiorse documentaron tres agujeros de poste con los res-tos de las maderas carbonizados en su interior y laspiedras que los calzarían. La Fase II es la mejor do-cumentada por la complejidad de las construccionesque la conforma; destaca especialmente una cons-trucción de 11 x 5 metros a la que se asocian hasta51 unidades estratigráficas relacionadas tanto conlas actividades constructivas del complejo como consus diferentes momentos de uso. En la pared Nortede la construcción se practicó un vano de 1,20 me-tros por donde se accede al interior del edificio, puertaque estaba flanqueada por dos pequeñas estructu-ras rectangulares para reforzarla. Uno de los elemen-tos más significativos es el hogar rectangular que selevantó en el centro del espacio, construido con bas-tante esmero sobre un zócalo de piedras de granitosobre el que se aplicaron varias capas de arcilla rojamuy endurecidas por la continua combustión de laestructura (Fig. 5).

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El hogar, de 1,20 x 0,80 m., estaba rodeadopor una serie de agujeros de poste muy profundos yrellenos con grandes piedras de granito, lo que pare-ce abogar por la existencia de una cubierta pesada abase de vigas transversales. A pesar de la inexisten-cia de pavimentos, la dispersión por buena parte delespacio de un gran número de bellotas carboniza-das, permitió homogeneizar un suelo de uso realiza-do con tierra apisonada. Es muy posible que el ho-gar, dadas las anteriores circunstancias, tuviera comofunción principal el torrefactado de estos frutos, mien-tras que el resto del espacio parece claro que estuvodedicado a labores manufactureras, así al menosparece avalarlo el gran número de molederas y losmolinos barquiforme hallados o la cerámica de al-macén documentada. Tan sólo se pudo recuperar unfragmento de vaso decorado “a peine” y una pulserade bronce en el interior de uno de los agujeros deposte, tal vez relacionada con algún rito de funda-ción del complejo. La importancia de la bellota enesta época está muy bien atestiguada en otros yaci-mientos (Pereira y García Gómez, 2002), pero sor-prende la ingente cantidad recuperada en torno alhogar, máxime cuando parece que todo este espaciofue abandonado sistemáticamente, lo que justifica-ría la ausencia de materiales más significativos.

Todas las zonas de hábitat excavadas son abier-tas, de pequeño tamaño y carentes de defensas. Porotra parte, la existencia de diversas fases de ocupa-ción de sendas zonas se puede interpretar por laexistencia de abandonos temporales y su correspon-diente reutilización periódica, tal vez en determina-das épocas del año (Celestino y Martín, 1999: 363).El material arqueológico es similar en todas las zo-nas, con cerámica bruñida de pastas oscuras y deco-ración geométrica a peine. También se han halladoalgunos materiales importados, como cerámica ibé-rica pintada o cuentas de pasta vítrea. Finalmente,hay que destacar que los materiales metálicos, talescomo los recipientes rituales de bronce o las piezasde orfebrería áurea, estaban ocultos cerca o en laszonas de hábitat, por lo que se trataría de piezasrelacionadas con la vida de las gentes del poblado,probablemente ocultaciones, y no con sus necrópo-lis.

Las necrópolis documentadas en la finca dePajares son tres, aunque se conocen de forma des-igual y no todas han aportado la misma cantidad deinformación (Celestino, ed., 1999). La Necrópolis I(González Cordero y otros, 1990, González Cordero,

1999) se sitúa al pie de una colina, en tierras noaptas para el cultivo. Se documentaron diez enterra-mientos de cremación en urna que, en tres casos,eran de bronce roblonado. Las urnas se acompaña-ban del ajuar funerario, entre el que podemos en-contrar los elementos típicos de Cogotas II, aunquedestaca especialmente la aparición de treinta cuen-tas de collares, brazaletes y pendientes de pasta ví-trea azulada (González Cordero, 1999: 30).

La necrópolis II se excavó en dos fases, una deurgencia y otra sistemática (Celestino, Martín y Blan-co, 1999). Se asienta sobre una elevación natural degranito sobre una pequeña planicie enmarcada pordos arroyos, lo que lo asemeja a un túmulo artificial.A esto ayuda el hecho de que estuviera rebajado yregularizado por todas sus vertientes más abruptas.Así mismo, parece que el conjunto de la necrópolisse encontraba delimitada por piedras en los bordesde la elevación. La mayoría de enterramientos se lo-calizaban en la cima, que había sido despojada de lacobertura vegetal, aprovechando los huecos de laroca y cubiertos por un estrato de tierra. Es probableque al exterior contaran con una estela de piedracomo señalización. Se han documentado 27 depósi-tos de enterramientos de cremación en urna, que, aligual que en la anterior necrópolis, estaba realizadaen algunos casos por medio de finas placas de bron-ce roblonadas. Así mismo, también se constató lapresencia de “braserillos” o aguamaniles, como elque se encontraba utilizado a modo de tapadera enel llamado “conjunto previo 1” (Celestino, Martín yBlanco, 1999: 40, 78.). Al igual que la anterior ne-crópolis, la mayoría de la cerámica estaba realizadaa mano con las decoraciones típicas del mundo deCogotas II, complejo al que también se adscribe lacomposición de los ajuares, pero como también ocu-rre en El Raso, destaca la presencia de cuentas depasta vítrea. En una ofrenda aparecieron medio cen-tenar de cuentas pequeñas de color azul que debie-ron de pertenecer a algún collar.

La denominada Necrópolis III (Celestino y Mar-tín, 1999b), se localizó a tan sólo un centenar demetros de la Necrópolis II. No se ha excavado, por loque se conoce por los hallazgos de superficie. Seubica sobre una elevación de similares característi-cas a la anterior, pero de dimensiones aún mayores.Los enterramientos son de la misma cronología yrasgos materiales, pero destaca la aparición de unaclepsidra muy parecida a la hallada en el enterra-miento de Belvis de la Jara (Pereira, 2006).

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El siglo V a.C. en la Alta Extremadura

Por último, apuntar la gran homogeneidad quepresentan estas necrópolis en cuanto a sus respecti-vos ajuares. Destacan especialmente la relativa abun-dancia de urnas de bronce que, por las armas queacompañan a algunas de ellas, parecen correspon-derse con personajes masculinos. Así mismo, existecierta sincronía en los enterramientos, depositadosen un lapso de tiempo relativamente corto, desdemediados del s. V a inicios del s. IV a.C..

En cuanto a los materiales arqueológicos, yamén de los exhumados en los asentamientos y lasnecrópolis detectadas, existe una gran cantidad dematerial recogido en superficie a lo largo de toda lafinca. Entre éstos hay que valorar por su importanciaun conjunto de piezas aparecidas en la zona excava-da, donde se halló el conjunto áureo, que podría ava-lar la hipótesis de la existencia de un taller de orfe-bre en esta zona (González Cordero, Alvarado y Blan-co, 1993: 259). Se recogieron dos toberas de arcillaque formarían parte de un horno, varios punzones yagujas especialmente diseñadas para el trabajo degrabado repujado sobre planchas de metal, un platode una balanza, un carrete de trefilar fabricado enbes y un parahuso cilíndrico de arenisca con una es-cotadura sobre la que se enrollaban los hilos de me-tal para fabricar cadenetas.

El conjunto áureo de Pajares es uno de los úl-timos hallazgos de orfebrería orientalizante. La pri-mera placa fue publicada en 1993, mientras que lasegunda fue divulgada en 1998 (González Cordero,Alvarado y Blanco, 1993, Blanco y Celestino, 1998,Celestino y Blanco, 1999, de la Bandera, 1999). Elconjunto se compone de dos placas idénticas, un ele-mento de diadema, una chapita con rostro humanoy disco y una placa con decoración zoomorfa. Lasplacas desarrollan una decoración en la que desta-can los motivos en forma de piel de toro extendida,la crestería de palmetas y flores y los prótomos conuna cara humana repujada (Blanco y Celestino, 1998:63, Celestino y Blanco 2006: 140-145). Esta decora-ción, que invita a pensar en un carácter sacro paraestas piezas, parece estar reflejando un ciclo astralrelacionado con una cosmogonía indígena. La piezade diadema es casi idéntica a la documentada en latumba 78 del Sector B de Las Guijas, en Candeleda(Fernández Gómez, 1996), mientras que la chapa condecoración de rostro humano y disco parece que for-maba parte de algún colgante. Finalmente, la placacon decoración zoomorfa pudo formar parte de uncinturón de similares características al de Aliseda.

Especial mención merece la gran cantidad depiezas de pasta vítrea recogidas tanto en las excava-ciones como en superficie. Hay por lo menos 10 un-güentarios distintos, pero existen 20 fragmentos quepudieran corresponder a otros tantos recipientes.Sería el segundo lugar de la península, después deAmpurias, donde más ejemplares se habrían locali-zado (Jiménez Ávila, 1999: 142). Así mismo, hay másde trescientas cuentas de collar, de variados tipos:anulares de color azul, bitroncocónicas, oculadas,gallonadas o con incrustaciones tridimensionales.También sobresale el hallazgo de un colgante testi-forme, que sería el noveno hallado en la península,lo que evidencia su escasa circulación. Por último,destacar la presencia de copas griegas tipo Cástuloaparecidas en el entorno de las necrópolis, aunquefuera de contexto arqueológico (Sánchez Moreno,1999); el dato más relevante es sin duda la relativaprecisión cronológica que otorga al yacimiento en suconjunto, entre mediados del V y principios del IVa.C..

Conclusiones.

Con los datos expuestos, aunque parcos paraesta zona del valle del Tajo en su tramo extremeño,podemos concluir que hay dos tipos de asentamien-tos: aquellos que perviven desde etapas preceden-tes (El Risco, Sierra del Aljibe), que además son losque evidencian una mayor estabilidad en el pobla-miento, y los fundados a fines del s. VI o en el s. Va.C.: El Torrejón de Abajo y los poblados de la Caña-da de Pajares. Así mismo hay que destacar la orfe-brería característica de este momento, representadapor el hallazgo de Serradilla y el conjunto de Pajares.

Se ha querido ver en el s. V a.C. un “declive depoblaciones ancladas en estrategias territoriales yprincipios socioeconómicos que, aunque con signosevidentes de crisis y agotamiento, sólo muy puntual-mente autogeneran soluciones alternativas dentro deun ambiente de continuidad cultural” (Rodríguez yEnríquez, 2001: 199). Sin embargo, este “declive” esmás una apreciación basada en la posterioridad queen un análisis de la situación durante el siglo V; esdecir, la sociedad entró en declive a finales de la cen-turia, al igual que en otras zonas de la Baja Extrema-dura, pero nadie calificaría de “declive” las socieda-des que realizaron la escultura ibérica o, en el ámbi-to geográfico más cercano, las que levantaron Can-cho Roano o La Mata. Por lo tanto, la comparación

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con contextos ajenos a la cuenca del Tajo y no conlos cronológicamente anteriores es lo que lleva a tanpesimista calificación.

Si entramos a valorar los datos arqueológicosdisponibles, podemos comprobar una serie de cir-cunstancias que nos llevarán a defender el siglo Va.C. como una época en la que se afianzaron lasbases demográficas, el hábitat, la tecnología y lasrelaciones a larga distancia:

— La construcción de murallas en esta época,atestiguada en la Sierra del Aljibe y señalada comoprobable en El Risco, indica una mayor sedentariza-ción y preocupación por el asentamiento. Así mismo,el refuerzo detectado puede relacionarse con la ne-cesidad de mantener la obra. Es probable, y dada laexistencia de sitios en llanos sin defensas, que laconstrucción de la muralla se entienda como un re-ferente simbólico colectivo de la comunidad. No obs-tante, no es claro que todas las murallas detectadasen asentamientos del Hierro Antiguo de la regióncorrespondan a este momento (Martín Bravo, 1999).

— La creación ex-novo de asentamientos comoEl Torrejón de Abajo y los que se organizan en laCañada de Pajares, puede indicar tanto un aumentode población como una mayor preocupación por lasactividades agropecuarias, algo que también demues-tran las analíticas realizadas en la Sierra del Aljibe,hecho que también se constata en todo el Suroestepeninsular en esta misma época.

— La intensificación de los intercambios, evi-denciada por los objetos de pasta vítrea o las cerá-micas importadas ibéricas y griegas, puede ser unaconsecuencia de una mayor productividad agraria,que lleva aparejada el intercambio de los exceden-tes. Es de especial interés la concentración de pro-ductos importados en la zona del valle del Tiétar,donde no sólo encontramos un gran número de im-portaciones en la Cañada de Pajares, pues, en terri-torio abulense hay una gran concentración de im-portaciones exóticas en torno al sitio arqueológicode El Raso. En la necrópolis de Las Guijas (Fernán-dez Gómez, 1997a y b) se han encontrado numero-sos restos de cuentas de collar de pasta vítrea, un

ungüentario, y otro tipo de producciones locales re-lacionadas con las técnicas y motivos orientalizan-tes. Así mismo, destaca el hallazgo en el entorno deun pequeño aplique de bronce procedente de Etruriaque representa a una mujer reclinada fechada a fi-nales del s. VI o comienzos del V a.C. (Molinero, 1958,Fernández Gómez, 1972: 274-275, 1986: 479, 1990).Por otra parte, en la penillanura también encontra-mos restos que nos indican la llegada de objetos delujo a larga distancia, como los objetos de pasta ví-trea o las importaciones ibéricas de La Sierra del Al-jibe o los fragmentos de cerámica griega del siglo Va.C. encontrados en la necrópolis de El Castillejo dela Orden, donde hay varios fragmentos de copas grie-gas fechadas en el siglo V (Jiménez y Ortega, 2004),interpretadas como pervivencias, pero que sirven paraconstatar la llegada de productos de exportacióndesde el Mediterráneo hasta esta zona, evidentemen-te, a través del Guadiana.

— La mayor presencia de cerámica a torno enlos asentamientos es otra de las características deeste periodo. Habría que destacar la presencia de unmayor porcentaje de cerámica a torno en algunossitios, como es el caso de Talavera la Vieja. Sin em-bargo, sus peculiares características impiden unamayor comparación con otros sitios, ya que los ha-llazgos se suceden sin un contexto claro. Hay quereseñar que junto con el famoso tesoro se encontra-ron algunos platos de cerámica gris que son mayori-tariamente frecuentes en la Fase II de la necrópolisde Medellín (Salgado, 2006).

— En el plano de la iconografía, el siglo V senos presenta como un periodo en el que la cosmogo-nía de las poblaciones indígenas de la Alta Extrema-dura se plasma en placas y joyas de oro, lo que su-pone una pervivencia de las técnicas orientalizantespero con una nueva y rica visión iconográfica.

Por tanto, identificar el s.V a.C. con una épocade crisis o de declive en la Alta Extremadura está encontra de las evidencias arqueológicas, que nos mues-tran una población que evoluciona y se adapta a loscambios generales de todo el Suroeste peninsulartras la “crisis” de Tartessos.

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El siglo V a.C. en la Alta Extremadura

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El siglo V a.C. en la Alta Extremadura

Figura 1. Mapa con los sitios arqueológicos citados en el texto.

Figura 2. Planta del edificio de El Torrejón de Abajo (Origen, García-Hoz Rosales, Mª.C. y Álvarez Rojas, A., 1992).

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Figura 3. Iconografía del Tesoro de Serradilla. (Foto, V. Novillo).

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Figura 4. Cabaña circular de la Finca de Pajares.

Figura 5. Planta del espacio de habitación cuadrangular de la Finca de Pajares.

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Resumo

Para lá da arte paleolítica, o Vale do Côa apre-senta um conjunto notável de cronologia proto-his-tórica, ainda mal conhecido. Num texto anterior pro-curámos fazer um ponto da situação e apresentarpistas para a interpretação desta arte, a partir datemática de fronteira (Luís, no prelo).

Neste texto procuramos desenvolver este ca-minho interpretativo. Partindo da íntima relação en-tre esta arte e o espaço geográfico em que foi inscri-ta e de uma perspectiva de construção social dessemesmo espaço, atrevemo-nos a apresentar indíciospara a interpretação da sua iconografia, confrontan-do-a com outros exemplos de iconografia peninsular,as fontes clássicas e elementos da mitologia de raizcéltica.

Se não desejo o confronto

Posso defender o meu território

Com apenas um traço

Desenhado à sua volta.

Sun Tzu (séc. IV a.C.)

A obra de Alberto Carneiro1 suscita uma re-flexão particular sobre a condição da arte enquantocriação de uma evidência da natureza na construçãoda relação humana com o mundo.

Fernandes, 2001

“Per petras et per signos”.A arte rupestre do Vale do Côa enquanto construtora

do espaço na Proto-história*

Luís LuísParque Arqueológico do Vale do Côa

*O presente texto é a versão reformulada e desenvolvida de um outro, a publicar nas actas VII Congresso Internacional da AssociaçãoPortuguesa de Estudos Clássicos.1 Artista plástico português (1937-) promotor de uma arte ecológica.

Petrae.

A arte do Vale do Côa e Douro.

Em 1991 foram identificadas as primeiras gra-vuras rupestres do Vale do Côa no sítio da Canadado Inferno. Esse achado foi divulgado publicamenteapenas em Novembro de 1995, dando início a umaconhecida e exemplar polémica em torno da sua pre-servação, face à construção de uma estrutura de apro-veitamento hidroeléctrico, já em curso.

A importância destes vestígios, aliada a umaforte mobilização social e a uma conjuntura políticafavorável, possibilitou a sua preservação e posteriorclassificação como Monumento Nacional, em 1997, ePatrimónio da Humanidade, logo no ano seguinte.

No centro do debate estavam os extraordiná-rios motivos paleolíticos identificados nestas rochas,que operaram uma verdadeira “revolução coperni-ciana” no mundo da arte paleolítica (Zilhão, 1998:29).

Foi pois neste contexto que se verificou o iníciodo estudo da arte rupestre do Vale do Côa, que sevoltou quase exclusivamente para a arte paleolítica.Lentamente, foi-se contudo percebendo que paraalém da arte paleolítica, o curso final do rio Côa apre-senta um conjunto de vestígios, que, tendo a suaorigem e momento mais importante no PaleolíticoSuperior, chegam até ao século XX. A longa tradiçãoartística de representação nos painéis de xisto daregião tem passagens relevantes na Pré-história Re-cente, Idade do Ferro e depois nos séculos XVII aaos anos 60 do século XX.

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É curioso notar que, enquanto as equipas deinvestigação se ocupavam com o estudo dos nú-cleos mais importantes de arte paleolítica (Canadado Inferno, Ribeira de Piscos, Penascosa e Quintada Barca), onde os motivos do Ferro são residuais,alguns curiosos como José Pilério, se dedicavam àprospecção por sua conta, identificando alguns dosmais relevantes sítios de arte rupestre sidérica daregião (por ex. Vermelhosa e Vale de Cabrões). Es-tas descobertas de “homens, animais e símbolos, delinhas angulosas, com elevado grau de estilização”são noticiadas logo em 1995 e atribuídas à Idade doFerro (Rebanda, 1995: 14).

Podemos mesmo dizer que estes achados eramprevisíveis, face à descoberta em 1982 do primeiroconjunto de arte rupestre da região: o Vale da Casaou da Cerva. Identificado igualmente no contexto daconstrução da barragem do Pocinho, este núcleo si-tuava-se na margem esquerda do Douro, poucos qui-lómetros a jusante da foz do Côa. Tratava-se de umconjunto de 23 rochas localizadas num terraço flu-vial, com um importante conjunto de motivos pré eproto-históricos, gravados em superfícies horizontaissobranceiras ao rio (Baptista, 1983, 1983-84, 1986).Associado a estes vestígios identificou-se um con-junto de mamoas, cuja escavação sumária permitiua identificação de uma cista (Baptista, 1983: 67, fig.17), entretanto datada de entre 2.880 e 2.500 a.C.(Cruz, 1998: 160 e 162).

Depois de sumariamente estudado, este con-junto foi então submergido pela barragem do Pocin-ho. Nos anos 90, já no contexto da descoberta daarte paleolítica do Vale do Côa, voltaram-se a identi-ficar motivos sidéricos na região. Mas, apesar da suaimportância ela continua maioritariamente descon-hecida. Por razões várias, algumas delas compreen-síveis (Luís, 2005), as equipas do Centro Nacional deArte Rupestre e do Parque Arqueológico do Vale doCôa têm dirigido os seus esforços sobretudo para oshorizontes pré-históricos, mantendo-se este impor-tante conjunto artístico e o seu contexto arqueológi-co em grande medida desconhecido.

Em 1996 desenvolveu-se o projecto “Etched inTime” que visava o estudo do núcleo da Vermelhosa,um dos mais importantes conjuntos da Idade do Fe-rro, mas os resultados conhecidos limitam-se à pu-blicação de forma insuficiente de duas rochas (Fossatti,1996, Abreu et al., 2000). O Centro Nacional de ArteRupestre, entidade responsável pelo estúdio da arterupestre nacional, tem publicado alguns motivos, mas

de forma não sistemática. Este serviço, antes e de-pois da sua extinção e integração no Parque Arqueo-lógico do Vale do Côa, tem vindo a realizar um im-portante trabalho de prospecção (Baptista e Reis,2008 e no prelo) e levantamento de algumas rochase motivos sidéricos, ainda não publicado.

A sua publicação tem sido realizada de formanão sistemática e encontramo-la um pouco dispersa(Baptista, 1998, 1999, Baptista e Gomes, 1998, Bap-tista e Reis, 2008 e no prelo).

Os motivos da Idade do Ferro constituem jáhoje o segundo mais importante momento artísticodo vale, figurando em cerca de 300 rochas ao longodo vale (Mário Reis, comunicação pessoal).

Já noutro local analisámos a distribuição da artesidérica do Côa e as suas características gerais (Luís,no prelo), que aqui resumimos.

A unidade geográfica que denominamos porVale do Côa, mas que mais correctamente se cha-mará Baixo Côa, situa-se no limite ocidental da grandeunidade geomorfológica que é a Meseta ibérica (Fe-rreira, 1978: 8). Esta grande superfície de aplana-mento cede lugar aos planaltos centrais e à faixalitoral nas imediações do Côa e da falha Longroiva/Vilariça. Se a Norte, a Meseta continua um poucomais para Ocidente até ao Sabor, a Sul do Douro, o rioCôa, fortemente encaixado a jusante de Cidadelhe,funciona como uma fronteira natural, com escassospontos de passagem (Cordeiro e Rebelo, 1996: 13).Este rio funcionou mesmo como fronteira históricaentre os reinos de Portugal e de Leão e Castela até1498.

Consideramos pois que o curso final do rio Côafunciona como uma fronteira natural, dividindo duasgrandes unidades geomorfológicas. A presença dearte rupestre neste ponto não será por isso alheia aesse facto (Fig. 1).

Ampliando a área de análise, vamos verificarque as cerca de 300 rochas conhecidas se agrupamem mais de duas dezenas de núcleos ao longo dosúltimos 10 quilómetros do rio Côa, mas sobretudona zona da confluência deste com o Douro (Fig. 2).Aqui se localizam os mais importantes núcleos, comosejam: Foz do Côa, Vale de José Esteves, Vermelho-sa, Vale de Cabrões e Vale da Casa. Para termosideia da densidade desta arte, a prospecção siste-mática da Foz do Côa permitiu recentemente a iden-tificação de 66 novas rochas gravadas com motivossidéricos, face a 83 com motivos paleolíticos, que se

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Figura 1. Localização do Vale do Côa na Península Ibérica(No mapa surgem indicados os sítios referidos ao longo do texto).

Figura 2. Distribuição da arte rupestre sidérica do Vale do Côa(No mapa surgem indicados os sítios referidos ao longo do texto).

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mantêm assim mais numerosos (Baptista e Reis,2008: 68).

Se a distribuição geral desta arte se relacionacom os rios Côa e Douro e a confluência das águasde ambos, esta vinculação reforça-se ao nível daimplantação topográfica, que se expressa segundoquatro tipos distintos: 1) nas encostas de grandependente, voltadas para os rios Côa e Douro, desdeo planalto (c. 350 m) até ao nível actual do rio (c.120 m) (ex.: Foz do Côa); 2) nos cursos de águatemporários que levam as águas desde o planaltoaté aos rios, localmente chamados de canadas oucanados, mais (Vale de Cabrões) ou menos cavados(Vermelhosa); 3) na zona ribeirinha dos rios. Desteúltimo tipo, hoje apenas temos conhecimento do te-rraço fluvial Vale da Casa, identificado ainda antesda construção da barragem do Pocinho, que submer-giu o Douro e o Côa até à foz de Piscos. Todos osrestantes núcleos foram identificados posteriormen-te, pelo que não podemos hoje estabelecer uma re-lação directa com o leito do rio. No entanto, nos res-tantes núcleos, especialmente naqueles onde a artepaleolítica é maioritária, verifica-se a tendência ge-ral para a arte mais antiga se localizar junto do rio,enquanto a sidérica se distribui por zonas mais peri-féricas e a cotas mais elevadas.

A arte rupestre do Vale do Côa tem pois umaestreita vinculação com a água. Por um lado, elalocaliza-se junto ao curso de dois rios e sobretudona sua confluência. Por outro, ao nível da implan-tação topográfica, ela situa-se, em terraços fluviaisperiodicamente inundados ou nas encostas dos rios,especialmente ao longo das canadas, por onde co-rrem as águas das chuvas desde os planaltos atéaos rios.

Ao nível do suporte, com a excepção do Valeda Casa, todas as gravuras do Vale do Côa se inscre-vem nos típicos painéis verticais regionais, formadospelas diáclases do xisto, sobretudo da formação deDesejosa, mas também de Pinhão, inseridas no Su-per Grupo Douro-Beiras. No Vale da Casa, o substra-to é idêntico, mas, como estamos perante um te-rraço fluvial, aqui os painéis são horizontais, forma-dos pela acção erosiva das águas.

A técnica de gravação dos motivos sidéricos doVale do Côa e do Douro consiste quase exclusiva-mente na incisão fina. Os motivos foram gravadoscom o recurso a uma ponta fina, descrevendo assimuma incisão de tipo filiforme, pouco profunda. Nasua maioria, estas linhas encontram-se ainda pouco

patinadas, quando comparadas com as linhas da gra-vação paleolítica, cuja cor se confunde hoje com oresto da rocha.

Apesar do domínio esmagador desta técnica,notamos algumas variações. Por exemplo, na cenadas aves da rocha 3 da Vermelhosa, que adiante tra-taremos, verificamos uma incisão reiterada e maisprofunda que o habitual. A falcata da rocha 6 do Valeda Casa foi definida através de uma abrasão, comperfil em V, sendo um dos lados perpendicular à su-perfície da rocha, enquanto o outro forma com elaum ângulo agudo (Baptista, 1983: 59). As rochas 6,11 e 23 do Vale de Casa apresentam picotagens,mas, na primeira configuram um antropomorfo semi-esquemático, na segunda um conjunto de cornifor-mes e na terceira dois podomorfos, motivos que de-verão anteceder a restante iconografia que aqui ana-lisamos (Baptista, 1983: 60, 63 e 67).

Queremos analisar aqui esta arte a partir danoção de construção social do espaço.

O Homem no Espaço.

Para a Ciência, o espaço é uma das quantida-des fundamentais do Universo. O problema surgequanto procuramos defini-lo. Para lá das perspecti-vas da Física e da Filosofia, nas ciências sociais po-demos optar por dois pontos de vista distintos.

Numa perspectiva naturalista, definida pelaNova Geografia e seguida pela Nova Arqueologia, oespaço é uma dimensão abstracta, um contentor paraa actividade humana (Tilley, 1994: 9), o cenário deuma peça teatral (Mangado, 2006: 82), externo eneutral (Ingold, 2000: 189).

A perspectiva culturalista ou fenomenológicavem rejeitar esta visão, dizendo-nos que o espaço éum meio ou um veículo e não um contentor da acção,não podendo dela ser separado. Neste sentido, oespaço não existe sem actividade humana dentro.Ele é assim socialmente produzido (Tilley, 1994: 10).Os sentidos do espaço envolvem uma dimensão sub-jectiva e não podem ser compreendidos estando des-ligados das vidas e sentidos que lhe são atribuídospelos actores sociais. Esta experiência de espaçoenvolve o conceito de temporalidade, uma vez queos espaços são sempre criados, reproduzidos e trans-formados em relação a espaços previamente cons-truídos, fornecidos e estabelecidos no passado (Ti-lley, 1994: 11).

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Seguindo outros autores (Alarcão, 1996), jul-gamos que, uma vez mais, estas diferentes perspec-tivas do espaço, mais do que se oporem, se comple-mentam, permitindo diferentes níveis de análise deuma mesma realidade.

Consideramos aqui útil a distinção que JavierMangado (2006) fez entre três níveis de conceitosespaciais: espaço geográfico, território e paisagem.Os espaços geográficos são definidos pelas suas ca-racterísticas estritamente naturais, enquanto que noconceito de território entra já em campo a variávelantrópica. Os territórios são assim espaços de inte-racção social, que vão evoluindo de acordo com asociedade que os explora, em função das suas capa-cidades e necessidades (Mangado, 2006: 81-82). Aestas duas definições, que consideraríamos natura-listas, junta o autor a de paisagem. Define-a como apercepção do espaço geográfico e dos territórios, umaconstrução mental, individual ou colectiva (Manga-do, 2006: 82). Assim, a paisagem é uma imagemcultural (Daniels e Cosgrove, 1988: 1).

Esta definição de paisagem vai, até certo pon-to, de encontro à definição de espaço de Tilley e depaisagem de Ingold, que é entendida como um or-denamento cognitivo ou simbólico do espaço (Ingold,2000:188).

Onde as diferenças parecem ser insanáveis éno facto dos fenomenologistas rejeitarem esta pers-pectiva dual, que distingue sujeito e objecto, sentidoe substância. Para eles, a Natureza não é um subs-trato estranho e informe, à espera da imposição daordem humana (Ingold, 2000: 191).

Para além disso, estas definições discordam nofacto de uns considerarem que a realidade da paisa-gem é geralmente intangível arqueologicamente(Mangado, 2006: 82), enquanto que para outros “apaisagem conta -ou melhor é- a história” (Ingold,2000: 189)2. Na perspectiva “dwelling” (habitar) deIngold, a paisagem é um testemunho das vidas etrabalhos de gerações passadas, que a habitaram,deixando aí qualquer coisa delas: “O sentido está lápara ser descoberto na paisagem, se soubermos comolhe chegar. Cada característica é uma pista, uma cha-ve para o sentido, mais do que um veículo que otransporta” (Ingold, 2000: 208, itálico no original).

Mas então como se percebe arqueologicamen-te a paisagem?.

A Arte na Paisagem.

Sendo a paisagem uma forma pictórica de re-presentar, estruturar ou simbolizar o espaço, ela podeser materializada. Materializa-se em tinta numa tela,escrita no papel em terra, pedra, água ou vegetaçãono solo (Daniels e Cosgrove, 1988: 1).

Nas sociedades históricas, uma das formas depercebermos as diferentes concepções sobre o es-paço será a partir da escrita. O texto é um dos meiospara a compreensão do sentido conferido ao espaçopelos diferentes grupos humanos.

Por definição, quando tratamos de sociedadesproto-históricas teremos de recorrer à escrita dosoutros. O I milénio a.C. na Península Ibérica tem sidovisto como o resultado da confluência de duas tra-dições distintas: uma mediterrânica e outra conti-nental. Sem descodificar a escrita ibérica pré-latina,ficamos, por um lado com os registos clássicos con-temporâneos, não apenas dos geógrafos, mas tam-bém da literatura, expressão de uma mentalidadecomum. Do outro lado, temos os textos de origemcéltica, que, sendo medievais, se considera teremcristalizado uma tradição mitológica anterior.

Mas, como sempre, a escrita é só até certoponto esclarecedora, devendo ser confrontada comos vestígios materiais. De entre esses documentos,salientam-se os vestígios fósseis na paisagem e asestruturas de povoamento.

A arquitectura é a forma, por excelência, daintervenção humana no espaço. Mas, se na arquitec-tura os símbolos podem não ser evidentes, eles con-sistem na essência da arte gráfica. A representaçãoiconográfica pode ser uma das principais portas deacesso para o conhecimento das concepções das di-ferentes sociedades sobre o espaço.

Não tratamos aqui necessariamente de umarepresentação artística da paisagem, mas antes umapaisagem definida pela arte. É exactamente esta adiferença entre a arte paisagística (Landscape art) ea Land art, ou arte ecológica. A primeira é uma re-presentação da paisagem, geralmente de naturezaconservadora, como as expressas na Ceifa (1565) dePieter Bruegel, o Velho (Ingold, 2000), ou em RobertAndrews e a sua esposa Frances (1750), de ThomasGainsborough (Daniels e Cosgrove, 1988: 6).

2 A esta diferença de opiniões não estará alheio o facto de Javier Mangado ser especialista em arqueopetrologia em contextos paleolí-ticos e Tim Ingold um antropólogo social.

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Já o movimento artístico do século XX denomi-nado por Land art consiste numa intervenção na pai-sagem. Obra de arte e paisagem são uma e a mes-ma coisa. Como na obra de Alberto Carneiro, rein-ventam-se “os sentidos possíveis de uma apropriaçãoe transformação do natural pelo humano” (Fernan-des, 2001). Assistimos à domesticação da naturezapela arte. O espaço físico não é o contentor da obrade arte. Aquele é definido por esta. O espaço é omeio da criação.

A arte rupestre relaciona-se com esta perspec-tiva e tem assim um valor único para a compreensãodas concepções do espaço das diferentes populações.Pela sua própria natureza, ela expressa a intervençãodirecta de uma sociedade sobre o natural, humani-zando-o e ordenando-o, conferindo-lhe sentido pelaiconografia que apresenta.

Ao associar directamente a iconografia com oespaço físico, apresenta a vantagem perante outrasintervenções sobre a paisagem, como a erecçãomonumentos iconográficos (por ex. estelas), de, aindahoje, se conservar a relação original entre a expres-são humana e o espaço físico.

Tal como na actual arte ecológica, a relaçãoinextricável entre o símbolo e o suporte confere àarte rupestre um papel inigualável na compreensãodo espaço, nomeadamente numa perspectiva de fron-teira.

Quando falamos de espaço, teremos necessa-riamente de falar dos seus limites. Se a existência delimites do Universo é matéria de aceso debate entreos cientistas, é-nos difícil conceber espaços geográ-ficos, territórios e paisagens sem limites. A fronteiracorresponde ao limite entre o eu e o outro, entre oeu e o desconhecido.

Se o limes é uma delimitação fundiária, expre-ssando o confim entre dois campos, a frontaria é oterritório in fronte, ou seja as margens, que, tal comotermo germânico mark, designa a região periférica(Coelho, 2004: nota 2). A fronteira tem pois este duplosentido de confim e de frente. As margens e as fron-teiras separam, mas são também ponto de encontrocom o outro e o desconhecido.

Devido ao facto da arte rupestre expressar umarelação íntima entre acção humana e espaço, as fron-

teiras podem-se definir “per petras et per signos”, nanotável expressão de um documento de 1214 de umadoação de D. Afonso II à Ordem dos Templários, uti-lizado num outro texto sobre limites do território dosLusitanos (Alarcão, 2001: 299).

Noutro texto apresentámos uma perspectiva daarte sidérica do Vale do Côa a partir da noção defronteira (Luís, no prelo). Aí definimos três níveis deuma fronteira polissémica, que aqui resumimos: te-rritórios de povoados, territórios de populi e etnias eterritórios de vivos e mortos.

Dos três níveis, o pior definido, sobretudo pordesconhecimento do contexto arqueológico local, éo da interpretação desta arte como definidora doterritório do povoado. A arte rupestre podia aqui com-parar-se às estátuas de guerreiros galaicos no No-roeste (Lemos e Cruz, 2008: 16-17), ou às gravurasda muralha de Yecla de Yeltes (Álvarez-Sanchís, 2003:90), aqui bem próximas. As representações de gue-rreiros, armas, cavalos, que adiante detalharemos,defenderiam simbolicamente o povoado e o seu te-rritório, conferindo-lhe prestígio. Ao contrário dosexemplos atlânticos e mesetenhos, aqui o limite nãoseria o povoado em si, mas o seu território. O factode se verificar a inexistência de arte rupestre dentrodas áreas dos territórios de exploração de uma horados povoados de altura conhecidos em volta do BaixoCôa -Sra. do Castelo (Urros, Torre de Moncorvo) eCaliabria (Almendra, V. N. de Foz Côa)3-, parece apon-tar para esse facto. Surgiram recentemente duas pla-cas de arte móvel sidérica no Olival dos Telhões (Al-mendra), no sopé do Monte Calabre, antiga Calia-bria (Cosme, 2008), e no Paço (inédito), nas ime-diações do castelo medieval de Vila Nova de Foz Côa,um sítio com ocupação romana, mas cuja ocupaçãoprimitiva se desconhece. Estes achados, e sobretudoa sua distinta natureza em termos de suporte, tra-zem novos elementos de reflexão.

O segundo nível de fronteira situar-se-ia ao ní-vel de populi e etnias. Para isso, baseamo-nos so-bretudo na implantação desta arte rupestre numaregião entendida como uma fronteira natural, commaterialização histórica. O Côa, profundamente en-caixado no seu curso final, situa-se junto do fim daMeseta Ibérica, que a Norte do Douro avança umpouco para Ocidente. Ele parece corresponder a um

3 Os restantes povoados fortificados de altura da região, denunciados pela sua toponímia -Langobriga (Longroiva, Meda) (Guerra, 1998:176)-, vestígios materiais -Castelo dos Mouros (Cidadelhe, Pinhel) e Castelão (Escalhão, Figueira de Castelo Rodrigo)- ou ambos -MonteMeão/Coniumbriga (Curado, 1988-94)- estão ainda mais distantes dos núcleos gravados. Desconhecem-se outro tipo de vestígios depovoamento na região, nomeadamente junto aos núcleos de arte.

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trifinium entre populi conhecidos epigráficamente:Cobelci a oriente do Côa, Meidubrigenses, ou menosprovavlemente Aravi, a Ocidente, e Banienses a Nor-te do Douro. Por outro lado, o Côa coincide com olimite de marcadores étnicos dos Vetões, como a dis-tribuição dos berrões, de forma mais evidente, e dascerâmicas “a peine” e “Cogotas I”, de forma maisdifusa. Os Lusitanos seriam bons candidatos para aentidade a ocidente deste limite, embora estudosrecentes os coloquem mais a Sul (Alarcão, 2001). ANorte do Douro, poderiam confinar os territórios deAstures e Calaicos.

A arte rupestre do Côa seria assim o traço quese desenha em volta do território para o defender,quando não se deseja o conflito, nas palavras de SunTzu. Ela materializaria a ordem estabelecida, mar-cando um território neutro, inter-étnico, que, paraalém de separar, pode também unir, como pareceacontecer em santuários rupestres da região de Za-mora e Salamanca (Álvarez-Sanchís, 2004).

Essa união poderia estar relacionada com oterceiro nível de fronteira. Nesse trabalho que vimoscitando defendemos que a arte rupestre do Côa po-deria materializar uma fronteira entre vivos e mor-tos. Com o presente trabalho procuramos aprofun-dar esta ideia, baseando-nos na iconografia conhe-cida, buscando também as implicações sociais destaconstrução do espaço.

Signi.

A iconografia.

A iconografia é o estudo teórico e histórico daimagética simbólica (Daniels e Cosgrove, 1988: 1).O estudo iconográfico procura o sentido de uma obrade arte, colocando-a no seu contexto histórico e ana-lisando as ideias implicadas nas suas imagens. Asimagens são assim vistas como textos codificadosque podem ser decifrados no contexto cultural que oproduziu: “Todas as culturas tecem o seu mundo apartir de imagens e de símbolos” (Daniels e Cosgro-ve, 1988: 8).

Das cerca de 300 rochas já identificadas comarte rupestre de cronologia sidérica no Vale do Côa e

Douro, conhecemos o desenho de apenas oito ro-chas completas e um conjunto de desenhos e foto-grafias de motivos soltos de sete outras rochas.

Do Vale da Casa conhecemos os levantamen-tos das rochas 7 (Baptista, 1983: 59, fig. 4), 10 (Bap-tista, 1999: 175), 15 (Baptista, 1983: 62, fig. 11, 1983-84: est. III. 4) e 23 (Baptista, 1999: 181)4. Para alémdestes desenhos, foi também publicado um outroconjunto de motivos dispersos, como, por exemplo,fotografias de um conjunto de cavalos, um delesaparentemente montado (Baptista, 1983: 63, fig. 12,1999: 178-179), uma falcata embainhada (Baptista,1983: 64, fig. 14, 1999: 179) da rocha 6, pormeno-res de antropomorfos (Baptista, 1983: figs. 7 e 8),cavalos (Baptista, 1983: figs. 9 e 10) e uma falcata(Baptista, 1983: fig. 15) da rocha 10 e um pormenorda rocha 23 (Baptista, 1983: 63, fig. 13).

Conhecemos ainda o levantamento integral darocha 3 da Vermelhosa (Abreu et al., 2000: fig. 1)5,

4 É conhecido ainda o levantamento da rocha 11 do Vale da Casa, mas os seus motivos, um conjunto de corniformes esquemáticos, nãose integram na iconografia sidérica (Baptista, 1983: 67, fig. 16, 1999: 164-5).5 Os autores atribuíram a esta rocha o número 4. Neste texto seguimos a numeração atribuída pelo Centro Nacional de Arte Rupestre,publicada anteriormente em Baptista, 1999: 167.

Figura 3. Cavaleiro da rocha 1 da Vermelhosa[20x22 cms.].

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mas este levantamento não se nos afigura totalmen-te fidedigno, sobretudo quando confrontado com olevantamento da cena da monomaquia da mesmarocha levado a cabo pelo Centro Nacional de ArteRupestre (Baptista, 1999: 167). Os próprios autoresreconhecem as limitações dos métodos de levanta-mento empregues (Campos, 1996, Kolber, 1997). Paraalém do desenho da rocha e da cena da monoma-quia, conhecemos ainda pormenores de duas cenas,uma delas com um conjunto de antropomorfos (Abreuet al., 2000: fig. 5) e outra com uma cena de duasaves de rapina ou necrófagas, debicando um peixe(Abreu et al., 2000: fig. 8).

O mais conhecido motivo do Ferro é o cava-leiro da rocha 1 da Vermelhosa (Fig. 3). Este moti-vo foi inicialmente publicado como prova da anti-guidade da arte paleolítica do Côa, uma vez queas suas linhas pouco patinadas se sobrepõem aum cervídeo paleolítico (Carvalho, Zilhão e Aubry,1996: 27, Zilhão et al., 1997: 20, fig. 9, Zilhão,1998: 33, Baptista, 1999: 146-147). Apesar de nãoconhecermos o levantamento integral do painel,conhecemos ainda outro cavaleiro armado de lança(Baptista, 1999: 168-169), a que se associa umoutro com escudo e um quadrúpede (Abreu et al.,2000: fig. 7).

Do núcleo de Meijapão (Orgal), conhece-se umoutro cavaleiro armado de lança, ao qual se associaum segundo guerreiro igualmente armado de lança(Rebanda, 1995: fig. 11, Carvalho, Zilhão e Aubry,1996: 31).

Do núcleo de Vale de Cabrões conhecemosapenas dois motivos: um magnífico cavalo na rocha6 (Baptista, 1999: 170-171) e uma curiosa cena decoito posterior entre duas figuras ornitocéfalas narocha 3 (Baptista, 1999: 172-173).

Igualmente de cariz sexual, conhecemos umacena de quatro canídeos na rocha 1 do Alto da Bul-ha6 (Baptista, 1999: 176-7). Tratam-se de dois paresde cães que se encontram na fase terminal do coito,apresentando-se colados devido à erecção do bul-bus glandis dos pénis dos machos. Trata-se de umacaracterística típica do acasalamento entre cães elobos, que, desta forma, evitam a perda de sémen ese asseguram da fertilização pelo macho dominanteno seio da matilha.

No âmbito da publicação dos principais núcleosda arte paleolítica do Côa, foram publicadas três ro-chas que contêm motivos possivelmente sidéricos.Se o cervídeo da rocha 14 da Penascosa é um exem-plar notável, inquestionavelmente integrado no con-junto em análise, já os restantes motivos se apre-sentam mais duvidosos. Na Canada do Inferno, arocha 10B apresenta com única gravura um símboloestelar raiado que foi integrado na Idade do Ferro(Baptista e Gomes, 1998: 224 e 274). A mesma cro-nologia é indicada com reservas para um pentalfa eum triângulo inscritos na rocha 2 da Ribeira de Pis-cos (Baptista e Gomes, 1998: 309 e 320).

Finalmente, conhecemos ainda uma fotografiade um canídeo deitado, olhando para trás, prove-niente do Vale de José Esteves (Silva, 1995: 38).

O que conhecemos da arte sidérica do Vale doCôa é assim muito pouco e eventualmente poucorepresentativo. Encontramo-nos ainda numa fase pré-científica do estudo desta arte, pelo que se tornadifícil analisá-la. Ainda assim, movidos pela curiosi-dade científica e pela busca de respostas às ques-tões que se nos levantam, propomo-nos apresentaraqui algumas ideias. Partimos da rocha 10 do Valeda Casa, como exemplo paradigmático. Esta rochaapresenta uma profusão de gravuras sobrepostas quedesafiam a sua visibilidade e interpretação, mas queresumem a temática sidérica do Côa e Douro: figu-ras humanas, armas e animais. Estes três temaspodem surgir isolados ou associados em cenas. Assobreposições são frequentes, mas as figuras indivi-duais são geralmente perceptíveis no seu interior.

a) Os humanos.

Um dos motivos fundamentais desta arte é a fi-gura humana, sobretudo a figura do guerreiro. Estespodem surgir a pé ou a cavalo, sendo estes últimosrelativamente comuns. Um determinado número des-tas figuras são definidas por um ornitocefalismo (Ver-melhosa, 1 e 3) (Fig. 4). Esta característica, que surgetambém em figuras não guerreiras (Vale de Cabrões,3), apresenta relevantes paralelos com os diademas deMones (Piloña, Astúrias) (Marco Simón, 1994).

Os diademas de Mones consistem em setefragmentos de, pelo menos, dois diademas em ouro,

6 Esta rocha foi entretanto inserida no conjunto do Vale de José Esteves (Baptista e Reis, no prelo).

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descobertos em Mones no final do século XIX e quese encontram hoje distribuídos por vários museusespanhóis e franceses. Estes diademas, técnica eiconograficamente semelhantes, que presumivel-mente fariam parte do mesmo espólio funerário,apresentam um notável conjunto de figuras grava-do, que se afigura como a expressão simbólica dascrenças sobre o acesso ao Além, que se levaria acabo através do elemento aquático. Trata-se de umdos conjuntos mais significativos da iconografia in-dígena peninsular de cariz indo-europeu (Marco Si-món, 1994: 319).

Como veremos, a temática destes diademasaproxima-se em grande medida da arte rupestre doVale do Côa e Douro. Também aqui as figuras huma-nas, cavaleiros, infantes e outros, são representadascom cabeça de ave. Esta sua característica foi inter-pretada a partir de ideias de metamorfose na mito-logia céltica, que nos conta que os guerreiros mortosse transformavam em pássaros no Além (Marco Si-món, 1994: 340). Os pássaros cantores são elemen-tos distintivos do Além, localizado em duas ilhas, vi-sitado em vida pelo herói céltico Cúchulainn (MarcoSimón, 1994: nota 112).

Esta característica ornitocefálica surge tambémnum vaso de Numância, onde uma figura com estascaracterísticas segura os arreios de um cavalo, apre-sentando um pequeno bastão na outra mão, numacena que poderemos interpretar como ilustrando adoma de um cavalo (Quesada Sanz, 1997: 960, fig.64). Também em El Monastil, nos surge um cavaleirocom estas características, segurando uma lança (Po-veda Navarro e Uroz Rodríguez, 2007: 127, fig. 4).Estas duas figuras apresentam um olho de grandesdimensões que podemos relacionar com a grande fi-gura da rocha 3 da Vermelhosa, armada de escudo elança (Abreu et al., 2000: fig. 1). Finalmente, um vasode San Miguel de Llíria apresenta-nos uma complexacena aquática, com figuras igualmente com estas ca-racterísticas (Quesada Sanz, 1997: 944, fig. 2).

Igualmente ornitocefálicos, os guerreiros dosingular duelo representado na rocha 3 da Vermel-hosa são bastante elucidativos relativamente à pa-nóplia registada nas rochas do Côa. Aqui podemosobservar dois duelistas, armados de caetra e bran-dindo uma lança com dupla ponta, provida de nervu-ra central, que corresponderão à lâmina propriamentedita e ao conto da lança. Cada um deles já arremes-

Figura 4. Pormenor da cabeça do grande guerreiro da rocha 3 da Vermelhosa (linhas da figura realçadas a branco).

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sou uma primeira lança e prepara-se para lançar aseguinte (Fig. 5).

O guerreiro maior apresenta também à cinturaum objecto em forma de T, com a ponta triangular,cuja posição poderá remeter para um punhal ou es-pada. É no entanto interessante comparar este mo-tivo com um outro conjunto, identificado em Numân-cia, nomeadamente num monumento funerário da-tado do século I a.C., bem como algumas cerâmicasonde este grafema surge pintado ou gravado. A suainterpretação é discutida, mas Gabriel Sopeña inter-pretou-o como uma representação do martelo dodeus céltico Sucellus, o que golpeia bem, deus infer-nal, que empunhava um martelo, e cujo emblemaseria uma pele de lobo, a quem, segundo Jose MaríaBlázquez, aludirá também a estela de Zurita (Can-tabria). Esta interpretação não é contudo unânimeou pacífica (Alfayé Villa, 2003: 89, nota 90).

Ambos os guerreiros apresentam um penachoformado por oito linhas na zona da nuca, bem comoum largo motivo reticulado na zona do abdómen ecintura, que interpretamos como cinturão ou couraça.O maior dos dois apresenta ainda umas linhas emziguezague na zona dos gémeos, representando cné-mides de couro.

Os dois guerreiros apresentam-se nus da cin-tura para baixo, exibindo os seus respectivos falospor baixo de um saiote que lhes chega um poucoabaixo da cintura. A glande do falo do guerreiro maiorsurge com a forma de uma cabeça de cobra, comlíngua bífida. Este apresenta-se ainda ligado a umcavalo pelos arreios, que se prendem à sua couraçaou cinturão.

Trata-se de uma cena de grande riqueza infor-mativa, tanto a nível material como simbólico. Pode-remos confrontar o armamento aí representado comvestígios arqueológicos do armamento ibérico pré-romano, com a vantagem de termos aqui represen-tados elementos formados por materiais perecíveis,que geralmente não se preservam arqueologicamen-te, como a caetra, cnémides e couraça.

Já confrontámos esta cena com a passagemde Estrabão (Geografia, III, 3, 6) relativa ao arma-mento dos lusitanos (Luís, no prelo). Trata-se de umadescrição quase literal desta representação, com re-ferências aos vários dardos ou lanças de cada gue-rreiro, ao pequeno escudo circular, à couraça de lin-ho e às protecções para as pernas. Apenas as re-ferências ao punhal e aos capacetes ficam sob dúvi-da.

Figura 5. Monomaquia da rocha 3 da Vermelhosa [43x27 cms.], comparada com outros motivos peninsulares(contém elementos de Baptista, 1999: 167, Sopeña 2005: 375, Marco Simón, 2005: 327,

Álvarez-Sanchís, 2004: 310 e Sanmartí i Grego, 2008: fig. 10).

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A representação junto à cintura do guerreiromaior afasta-se um pouco do que conhecemos dospunhais. Já a identificação da cabeça em forma debico de pássaro com um capacete, elmo ou mesmomáscara (Baptista, 1999: 146, 167 e 173) nos pare-ce forçada. Como atrás vimos, julgamos estar pe-rante uma transformação física do guerreiro, quetoma esta forma. O penacho poderia ser relacionadocom outra passagem de Estrabão (Geografia, III, 3,6) que nos relata que os povos montanheses da Pe-nínsula, nomeadamente os lusitanos, deixariam cairo seu cabelo em grandes madeixas à maneira dasmulheres, prendendo-o sobre a testa antes da batal-ha. As figuras humanas dos diademas de Mones, paralá do bico de pássaro, apresentam três hastes deveado que foram relacionadas com Cernunnos, a di-vindade céltica do mundo inferior, também presenteno caldeirão de Gundestrup (Dinamarca), na arterupestre de Valcamonica (Itália) e num vaso numan-tino (Marco Simón, 1994: 333, Alfayé Villa, 2003: 77e segs.). Apesar disto, julgamos que, formalmente,o penacho dos duelistas do Côa não se poderá rela-cionar directamente com nenhum dos paralelos men-cionados.

Ao relacionarmos esta cena com as passagensde Estrabão relativas aos lusitanos não queremos atri-buir directamente esta representação a uma etniaespecífica, uma vez que esta temática surge repeti-damente na iconografia dos povos peninsulares pré-romanos.

Exemplo disso são as cenas de duelo presen-tes num vaso de Numância (Sopeña, 2005: 375), nocabo de punhal de Las Ruedas (Marco Simón, 2005:327) e no fecho de cinturão de La Osera (Álvarez-Sanchís, 2004: 310) ou na estela de Tona (Osona)(Sanmartí i Grego, 2008: fig. 10).

A temática da monomaquia tem larga tradiçãoliterária. Ela pode ser entendida de duas formas dis-tintas. Em primeiro lugar, o duelo é uma forma deevitar o combate generalizado entre dois exércitos.Recordemos a tentativa frustrada de evitar a guerrade Tróia, resolvendo-se a disputa por Helena atravésde um combate singular entre Páris (Alexandre) eMenalau, por intermediação de Aquiles.

“Ouvi de mim, Troianos e Aqueus de belascnémides, a palavra de Alexandre, por cau-sa de quem surgiu o conflito.Pois ele pede aos demais Troianos e a to-dos os Aqueus que deponham as armas na

terra provedora de dons, colocando-se nomeio, assim como Menelau dilecto de Ares,para combaterem por Helena e por tudo oque lhe pertence.e aquele dos dois que vencer e mostrar sero melhor, que esse leve para casa todas asriquezas e a mulher.Pela nossa parte, juraremos amizade comleais sacrifícios.”

Ilíada, III, 86-94(trad. Frederico Lourenço)

Esta tentativa de resolução de conflitos atra-vés de duelo surge também relatada nas guerras pe-ninsulares. Apiano (História de Roma, 6, 53) relata-nos que durante o cerco de Intercatia, em 151 a.C.,um bárbaro de esplêndida armadura se dedicou adirigir-se aos sitiantes, insultando-os e desafiando-os para o combate. Públio Cornélio Cipião Emilianoterá respondido ao desafio e, apesar da sua desvan-tagem em termos de porte, resolveu assim o cerco.

A natureza da prática do duelo é esclarecidano relato de Tito Lívio dos funerais do pai e tio do paiadoptivo daquele, Públio Cornélio Cipião, o Africano(Ab Urbe Condita, 28, 21). Por essa ocasião, foramorganizados em Cartago Nova combates em honrados mortos. Neles participaram homens livres, deforma gratuita, entre os quais estavam representan-tes dos príncipes aliados, guerreiros para honrar osseus generais mortos, outros por desejo de vitória eoutros ainda para resolver conflitos que não conse-guiam resolver de outra forma.

Os funerais de Públio e Cneu Cornélio Cipiãoforam assim palco de combates que explicitam esteduplo sentido do duelo, por um dado, a resolução deconflitos e, por outo, a homenagem ao chefe gue-rreiro morto, sempre entre homens livres e de pres-tígio, na dependência desse chefe.

Também o funeral de Viriato foi marcado porcombates. Conta-nos uma vez mais Apiano (Historiade Roma, 6, 75) que, enquanto incineravam o seucorpo esplendidamente vestido numa alta pira fune-rária, tropas de cavalaria e infantaria marchava emsua volta, cantando-lhe louvores. No final das exé-quias, a sua memória foi honrada através de comba-tes de gladiadores junto do seu túmulo.

A prática de combates durante as exéquias fú-nebres está aliás na origem dos espectáculos roma-

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nos de gladiadores. Este espectáculo será a cristali-zação do costume de origem etrusca, de obrigar pri-sioneiros e escravos a verter o seu sangue em honrados mortos (Lafaye, 1896). Isto parece ser distintodo costume peninsular, onde, a julgar pelos relatosde Apiano e Tito Lívio, os combates seriam exclusivoda aristocracia.

Esta prática ilustra a aceitação da morte peloguerreiro, a mais profunda e exigente das responsa-bilidades humanas (Olmos, 1996: 174). Os guerrei-ros combatem olhando-se e oferecem a sua morte.Este acto enobrece-os. Trata-se de uma acto típicodos aristoi. Os melhores trocam a prolongação deuma vida confortável, mas efémera, pela fama dura-doura na memória dos mortais. Por outro lado, elaafirma que a fidelidade do guerreiro face ao chefeultrapassa as fronteiras entre a vida e a morte (Ol-mos, 1996: 174).

A relação entre monomaquia e morte entre osbárbaros peninsulares tem um comprovativo arqueo-lógico, se tivermos em conta que, dos quatro parale-los iconográficos que acima apresentámos, dois de-les fazem parte de espólio funerário (Las Ruedas eLa Osera). Não sendo originalmente proveniente deum contexto funerário, o vaso numantino tambémpode ser relacionado com este mundo, se tivermosem conta a temática desta cerâmica, a que à frentevoltaremos.

Esta conotação da cena da rocha 3 da Vermel-hosa com a morte reforça-se ainda pelo facto deambos os combatentes se apresentarem despidos.Este facto, que ocorre igualmente nos diademas deMones, foi relacionado com a nudez ritual com queos guerreiros celtas se apresentariam na batalha,garantindo-lhes uma protecção sobrenatural. Elesmostrariam assim a sua falta de medo perante amorte, que era entendida apenas como o meio ca-minho de uma longa vida. Tal facto está ainda rela-cionado com as lendas irlandesas e escocesas quenos contam que o herói Cúchulainn, que conheceuem vida o mundo dos mortos, terá chegado nu acombate, carregando apenas as suas armas (MarcoSimón, 1994: 331 e nota 46).

Voltando ao armamento de que a cena do due-lo é exemplar em termos panóplia e sua utilização,notamos que cavaleiros e infantes apresentam ge-ralmente o mesmo equipamento básico: caetra elança ou dardo. Contudo, a tipologia das armas évariada, surgindo elas muitas vezes também isola-

das, de que é bom exemplo a rocha 10 do Vale daCasa (Fig. 6B).

Em termos de armamento ofensivo, já aquideixámos escrito que a lança ou dardo domina. To-mando esta rocha 10 como exemplo, identificamos17 lanças. Delas, apenas duas apresentam conto eapenas uma não apresenta nervura central. A pre-dominância desta arma e as suas características coin-cidem com o que conhecemos do registo arqueológi-co. A lança seria a arma por excelência dos povospré-romanos, sendo difícil precisar a sua cronologiadentro da II Idade do Ferro (Quesada Sanz, 1997).

Nesta rocha, as lanças encontram-se todas iso-ladas, com a excepção de um conjunto de três. Estefacto recorda-nos as estelas de Baixo Aragão e assuas representações de múltiplas lanças alinhadas.Algumas destas estelas apresentam iconografia comalguns paralelos com o Côa, como adiante veremos.

Aristóteles informa-nos que, entre os Iberos,se elevavam tantos “obeliscos” (obesliscoi), em tor-no da campa de um guerreiro, quantos inimigos estetivesse aniquilado em batalha (Política VII, 2, 11;1324b). Fernando Quesada Sanz (1997: 424-426)relaciona esta referência com os vestígios arqueoló-gicos e a iconografia das referidas estelas, concluin-do que o filósofo aludiria a uma prática antiga defincar as lanças ou suas pontas nas sepulturas, de-pois de queimadas na pira, sendo hoje difícil provarque o seu número fosse de facto idêntico ao númerode inimigos vencidos.

Algumas destas lanças do Côa apresentam ahaste ligeiramente dobrada, julgamos que por inabi-lidade do gravador. Caso diferente será o da rocha163 da Foz do Côa, onde o ângulo criado poderá defacto remeter para esta conhecida prática de inutili-zação das armas dos guerreiros após a sua morte(Baptista e Reis, 2008: 80).

A rocha 10 apresenta ainda quatro falcatas comempunhadura rectangular e se afastam dos tipos emforma de cabeça de ave e de cavalo. Para além des-tes exemplares, conhece-se uma outra falcata, apa-rentemente embainhada na rocha 6 do mesmo nú-cleo e provavelmente mais algumas na Foz do Côa(Baptista e Reis, 2008: 78-79). A falcata é uma armatipicamente ibérica, de lâmina curva, com provávelorigem mediterrânica, que surge na região da costadeste mar entre finais do século V, inícios do IV a.C.,e que terá chegado ao interior da península maistardiamente, perdurando até às guerras sertorianas

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Figura 6. Rocha 10 do Vale da Casa: A) Levantamento integral [65x110 cms.] (Baptista, 1999: 175); B) Individualizaçãodas armas; C) Individualização das figuras humanas; D) Individualização das figuras animais; E) Pormenor de

antropomorfo sobreposto por linhas horizontais; F) Pormenor de zoomorfo ligado a antropomorfo.

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(Quesada Sanz, 1997: 80-83). Para além de símbolode riqueza e poder associada ao guerreiro, a falcatasurge também como ex-voto em El Cigarrelejo eoutros santuários, com conotações sacrificiais (Que-sada Sanz, 1997: 167 e segs.).

A rocha 10 do Vale da Casa apresenta ainda agravura de uma espada, a única de que temos con-hecimento, eventualmente inserível nas versões lo-cais das espadas de folha recta de La Téne (Quesa-da Sanz, 1997). Surgem ainda figurados quatro pun-hais biglobulares em duas rochas da Foz do Côa,datados de entre o século III e I a.C. (Baptista eReis, 2008: 78). Tanto a espada como os punhaisparecem enquadrar-se em tipos comuns na Meseta.

Em termos de armamento defensivo, já aquifalámos da caetra, o pequeno escudo circular, geral-mente em madeira, com a excepção do umbo metá-lico. Estes escudos surgem geralmente de perfil, comoalgumas representações da cerâmica ibérica, mos-trando a sua concavidade e umbo, não devendo serconfundidos com arcos (Quesada Sanz, 1997: 466-467). Conhecem-se alguns exemplares apresentadosem perspectiva frontal, nomeadamente na rocha 10que vimos analisando, embora neste caso, por faltade associação evidente com um guerreiro, possa sertomado por um qualquer símbolo circular (Fig. 6A).Desconhecem-se representações de escudos ovais.

Também já aqui referimos as cnémides. Inter-pretámos as linhas em ziguezague na perna inferiorde um dos lutadores de rocha 3 da Vermelhosa comorepresentações destas protecções. A rocha 10 do Valeda Casa apresenta três figuras humanas desarma-das com linhas paralelas na zona dos tornozelos ejoelhos. Em dois casos, uma linha diagonal liga asextremidades opostas das linhas dos tornozelos, quepodem ser interpretadas como protecções para aspernas (Fig. 6C). Na Península, trata-se de um equi-pamento mais conhecido a partir da iconografia, so-bretudo a vascular ibérica, do que pelo registo mate-rial, uma vez que seriam comummente produzidasmatérias perecíveis, como o couro. O mesmo se podedizer das couraças e dos capacetes.

Neste último caso, é por vezes difícil distinguirse as representações remetem para capacetes oupenteados (Quesada Sanz, 1997: 568). A esse res-peito já nos referimos aos penachos que surgem emalgumas figuras ornitocefálicas.

Ainda na rocha 10 do Vale da Casa observam-se duas figuras que apresentam na cabeça aquiloque já foi interpretado como uma espécie de turban-te (Baptista, 1983: 60). Colocamos a hipótese depoder tratar-se de uma representação de capaceteem perspectiva frontal, correspondendo o semicírcu-lo que encima as figuras a um qualquer tipo de cristaou penacho que os ornamentaria (Fig. 6C). O caça-dor da rocha 23 do Vale da Casa apresenta uma ca-beça circular que é atravessada por uma linha queultrapassa a zona da testa, sugerindo uma pala7.

Sob a cena do duelo surge uma representaçãode uma figura com cabeça de pássaro que apresentaaquilo a que à primeira vista poderia ser interpreta-do como um capacete de cornos (Abreu et al., 2000:fig. 2) (Fig. 7). Contudo, a observação de uma se-gunda figura, um pouco acima neste mesmo painel,leva-nos a recusar esta interpretação. Esta segundafigura, que curiosamente não surge representada noúnico levantamento integral desta rocha publicado(Abreu et al., 2000: fig. 1), existe de facto e apre-senta os braços levantados segurando as linhas emS que lhe saem da cabeça. A posição dos braçosesclarece-nos que não estamos perante uma perso-nagem com chifres, mas antes uma personagem quetransporta um vaso ou caldeiro à cabeça.

Não julgamos, contudo, que por este facto setrate de uma figura feminina, uma vez que pelo me-nos uma delas apresenta características idênticas aosduelistas, notoriamente masculinos. Julgamos antesestar perante uma alusão ao “caldeirão da ressu-rreição”, tal como surge representado no diademade Mones, aí de maiores dimensões e transportadopela mão de personagens igualmente ornitocéfalas,tal como foram interpretados por Francisco MarcoSimón (1994). Estes objectos aludirão a uma asso-ciação à abundância e a à vida. Certas divindadesirlandesas possuíam recipientes deste tipo para pre-parar a cerveja dos “Imortais”. O mais famoso exem-plar deste tipo de objectos é o caldeirão de Gundes-trup. Estes “caldeiros de ressurreição” são assim con-tentores através dos quais se alcança a imortalidadee faz reviver os guerreiros mortos em combate, comoo exemplifica a mitologia galesa do Mabinogion (Mar-co Simón, 1994: 338-339).

Para além destas duas, surgem algumas outrasfiguras humanas que não poderemos classificar di-

7 Se se tratar de um capacete, algo que não será pacífico visto estarmos perante uma cena de caça e não de combate, esta represen-tação poder-se-ia comparar com os capacetes de tipo «Montefortino», sem o respectivo pináculo.

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rectamente como guerreiros. Entre estas poderíamosincluir a figuras humanas da rocha 10 do Vale daCasa, que não apresentam armas nas mãos. No en-tanto, se concordarmos com a interpretação acimade considerar os seus “turbantes” como capacetesde crista em perspectiva frontal e as linhas junto aosgémeos como cnémides, poderemos incluí-los tam-bém neste grupo. Para além disso, estas figuras en-contram-se associadas a um impressionante conjun-to de armas que figura neste mesmo painel, geral-mente representadas a uma escala maior.

Claramente não guerreiros serão as figurasidentificadas como orantes, que surgem nomeada-mente na zona esquerda da rocha 3 da Vermelhosa

(Abreu et al., 2000: fig. 5) e na Foz do Côa (rochas42 e 104), com as mãos levantadas para o alto (Bap-tista e Reis, 2008: 81-82).

Até ao momento, desconhecemos a existênciade qualquer figura claramente feminina, com a even-tual excepção da figura envolvida numa cena de coi-to posterior na rocha 3 de Vale de Cabrões. Aqui,uma figura ornitocefálica, exibindo o seu falo erecto,penetra uma outra figura com cabeça idêntica, braçosabertos sugerindo asas, mas apresentando uma per-na, cuja posição curvada, mas na sequência do tron-co, lhe confere características antropomórficas. Po-deremos estar aqui perante a única figura femininaconhecida até ao presente, mas a falta de outros

Figura 7. Figura com cabeça de pássaro transportando vaso na cabeça na rocha 3 da Vermelhosa(linhas da figura realçadas a branco) [escala em cms.].

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atributos físicos ou culturais reconhecidos a este gé-nero, não impossibilita a interpretação de se tratarde uma personagem masculina (Fig. 8).

b) Os animais.

As figuras zoomórficas parecem dominar emtermos de motivos, nomeadamente na Foz do Côa(Baptista e Reis, 2008: 80). No entanto, o bestiário éreduzido, sendo o cavalo a figura dominante, segui-da pelos canídeos e cervídeos. É contudo por vezesdifícil distinguir estas espécies, uma vez que as figu-ras não demonstram grande elaboração artística,revelando-se padronizadas e algo esquemáticas. Tra-tam-se geralmente de figuras de animais com gran-des orelhas, corpo comprido e patas pouco desen-volvidas. O que nos permite identificar a espécie épor vezes a sua associação com outras figuras, no-meadamente as humanas.

Os cavalos apresentam geralmente as caudascompridas, grandes orelhas, que lhes dão por vezesum aspecto asinino (rocha 10 do Vale da Casa), emuitas vezes não apresentam crina8 (Fig. 6D).

Para além disto, parecem ser animais de baixoporte, naturalmente ainda próximos dos seus ante-passados selvagens, de que o Przewalski é o únicoexemplo actual, não tendo ainda sofrido a selecção,realizada com fins militares, que conduziu aos cava-los esguios e com as longas patas actuais.

As montadas não apresentam sela ou estribos,reduzindo-se o seu equipamento aos arreios, repre-sentados por uma dupla linha ou linha em zigueza-gue, que liga as mãos do cavaleiro à boca da suamontada (Fig. 3).

Os cavalos surgem montados, associados aguerreiros, isolados, como é exemplo o belo cavaloda rocha 6 de Vale de Cabrões, ou em grupo (rocha10 do Vale de Casa).

Pelo seu contexto, o cavalo surge aqui associa-do não apenas às técnicas da guerra, mas tambémcomo um elemento de prestígio. Recentemente do-mesticado, a sua relação com a guerra é um atributode classe de quem o possui. Exemplo maior disso é ofacto do guerreiro maior da cena de combate da ro-cha 3 da Vermelhosa ter amarrado a si um cavalo.Num combate real, esta circunstância traria apenas

Figura 8. Cena de coito posterior na rocha 3 de Vale de Cabrões [8,5x9 cms.] (Baptista, 1999: 173).

8 A montada do cavaleiro ornitocéfalo da rocha 1 da Vermelhosa e um cavalo da rocha 139 da Foz do Côa (Baptista e Reis, 2008, fig. 10)são disto excepção.

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prejuízo para o combatente, que veria assim os seusmovimentos limitados. Desta forma, apenas se podeinterpretar esta associação como evidenciadora doestatuto do combatente, que curiosamente apresen-ta um maior tamanho que o seu adversário, o queconcorre para essa evidência, podendo também serinterpretado como um efeito de perspectiva.

Existe uma relação directa entre a represen-tação de cavaleiros armados e a heroificação de gue-rreiros mortos, aludindo à última viagem destes. Essarelação deverá ter origem pelo menos na I Idade doFerro, como o mostra a estela de Benaciate (Silves),uma das raras inscrições em escrita do Sudoeste queapresenta uma figura em relevo, neste caso um ca-valeiro, segurando as rédeas e apresentando umacuriosa cabeça, que recorda o bico de um pássaro(Gomes, 1990: 83-85)9. Estes exemplos de cavalei-

ros heroificados continuam até ao século I a.C. portoda a Península, desde a pintura e escultura ibéri-cas, às estelas de Baixo Aragão e Catalunha até aodiadema de Mones.

Os cervídeos são o segundo conjunto de ani-mais representados (Fig. 9). Tirando os machos e assuas evidentes hastes, são figuras por vezes difíceisde distinguir das restantes espécies, uma vez queseguem a mesma tipologia gráfica. Exemplo dissosão os cervídeos da rocha 10 do Vale da Casa queseguem exactamente o mesmo modelo dos cavalos,com as patas traseiras representadas em forma deferradura, distinguindo-se apenas pela cauda com-prida destes últimos (Fig. 6D). Assim, a cauda curtaserá um identificador das corças, como é exemplo abela corça da rocha 14 da Penascosa.

Figura 9. Cena de caça acompanhada de inscrição pré-latina na rocha 23 do Vale da Casa [103x150 cms.](Baptista, 1999: 181).

9 A outra única representação humana inscrita em estelas com epigrafia do Sudoeste, o guerreiro da estela I da Abóbada (Almodôvar),remete igualmente para a temática da heroificação dos guerreiros, que, nestes casos, é reforçada pelo seu claro contexto funerário. Esteguerreiro, que surge vestido com saiote, cinturão largo, armado com dois dardos, caetra e uma falcata, com gémeos pronunciados(Gomes, 1990: 83-5), tem fortes paralelos com algumas gravuras do Côa.

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O veado surge relacionado com a actividadearistocrática da caça, mas também como símbolo domundo inferior, nomeadamente com o deus célticoCernunnos, que surge representado com armaçõesde veado. Voltaremos a este animal ao analisarmosa cena de caça da rocha 23 do Vale da Casa.

Em termos de representações zoomórficas se-guem-se os canídeos. Uma vez mais a questão daidentificação se levanta. Se a sua associação à cenade caça atrás referida, os distingue claramente,noutros casos isso já não acontece. Por outro lado,mesmo identificando-os como canídeos, fica por ve-zes a dúvida se se tratam de animais domésticos ouselvagens. Em casos como o da cena de caça darocha 23 do Vale da Casa, é evidente o seu carácterdoméstico, reforçado aqui pelo facto de um dos ani-mais apresentar algo que se assemelha com umaarreio. Noutros casos, a ausência de humanos nascenas e as semelhanças entre os hábitos de ambosos estados de canídeos impossibilita uma certeza.São disso exemplo a cena de duplo acasalamento darocha 1 do Alto da Bulha, ou a cena de matilha darocha 88 da Foz do Côa (Baptista e Reis, 2008: 80).

Esta questão da identificação dos canídeoscomo domésticos ou selvagens não é despicienda,uma vez que os animais têm conotações distintas.Como vimos acima, o lobo pode ser relacionado como deus infernal céltico Sucellus, representado porexemplo com a estela de Zurita. Este animal trans-porta o devorado nas suas entranhas até ao OutroMundo, onde irá renascer (Olmos, 1996: 172). Já o

cão é um símbolo de prestígio do nobre. Guarda asua casa e acompanha-o em actividades exclusivasà sua condição, que o preparam para a guerra, comoa caça, como nos ilustra Xenofonte no Cynegeticus.Lembremo-nos da fidelidade de Argos, enquantoesperava o regresso do seu dono a Ítaca, sendo oprimeiro a identificá-lo. Mas este animal tem tam-bém uma conotação com a morte nomeadamentena tradição clássica, como é o caso de Cérbero, guar-dião do outro mundo. Exemplos há em que os cãesacompanhavam mesmo os seus donos na morte, ondeos continuavam a servir, como a incineração de Pá-troclo e dos seus cães (Ilíada, 23, 173-174) (Gomes,1990: 80). A mitologia céltica confere também a esteanimal um papel especial. O herói Cúchulainn, quevisitou o outro mundo em vida, deve o seu nome,que significa o cão de Culainn, ao facto de ter mortoo cão de guarda daquele em legítima defesa, dis-pondo-se depois por isso a guardar a sua casa (Mar-co Simón, 1994: nota 81). Estas duas esferas, a caçae a morte ligam-se, como adiante veremos.

Há depois um conjunto vasto de quadrúpedes,que, por falta de elementos identificadores ou decontexto elucidativo, são difíceis de interpretar.

Facilmente identificáveis são os animais repre-sentados na pequena cena já citada da rocha 3 daVermelhosa, sob a monomaquia (Fig. 10). Aí, duasaves, que podemos classificar como necrófagas pelasua silhueta, debicam um peixe, representado deforma esquemática.

Figura 10. Cena das aves e peixe na rocha 3 da Vermelhosa [c. 20x11 cms.], comparada com outros motivospeninsulares (contém elementos de Abreu et al., 2000: fig. 1, Lorrio, 1997, Marco Simón, 2005, Quesada Sanz, 1997).

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Uma vez mais esta cena apresenta grandessemelhanças com algumas figuras dos diademas deMones. Aí, por entre os cavaleiros, infantes e trans-portadores de caldeirões, surgem grandes peixes,interpretados como salmões e pequenas aves aquá-ticas com pequenos peixes no bico. Francisco MarcoSimón (1994: 335) interpreta as aves aquáticas como peixe no bico como símbolos ascensionais. O peixeé visto como um símbolo primordial, sendo-lhe porvezes atribuído uma significação psicopompa análo-ga ao golfinho no mundo greco-romano. Entre ospovos indo-europeus, o peixe é um símbolo da água,da fecundidade e da sabedoria. Atravessando os rios,distribui a chuva e controla a fecundidade. Já os pro-váveis salmões, tal como o javali, são depositáriosda sabedoria no Além. Eles são uma das formas emque se metamorfoseavam os deuses, expressando oespírito dos cursos de água (Marco Simón, 1994: 341).

No entanto, as aves da rocha 3 da Vermelhosanão se assemelham a aves aquáticas mas a necrófa-gas, como o abutre ou o grifo. Elas apresentam umasemelhança formal com as aves da estela de El Pa-lao (Alcañiz, Teruel). Nesta estela, para além da re-presentação de uma mão, podemos observar umacena, enquadrada entre duas molduras verticais on-duladas, onde, junto a um cavaleiro brandindo lançae caetra, jaz uma figura humana, cercada por trêsaves semelhantes às que analisamos, e um canídeodeitado10 (Sopeña, 2005: 383). Esta cena sugere aliásuma outra muito semelhante representada na rocha153 da Foz do Côa, onde igualmente a um cavaleiro,aqui com cabeça de forma de pássaro, armado delança, se associa uma segunda figura deitada e des-armada (Baptista e Reis, 2008: 83).

Apesar de fragmentada, a estela de Binéfar(Huesca), ou Vispesa, apresenta uma iconografiasemelhante. Uma inscrição pré-latina divide o supor-te em dois registos, emoldurando-os. No registo in-ferior percebe-se a imagem de um cavaleiro comescudo circular, brandindo a sua lança. No superior,figuram partes de corpos mutilados, junto de umaave e duas mãos direitas, semelhantes à de El Palao(Sanmartí i Grego, 2007: 246-247). A interpretaçãodesta estela dentro do conceito da heroicização nãoé contudo pacífica, tendo sido recentemente contes-tada (Alfayé Villa, 2004).

O peitoral de prata do Chão de Lamas (Coim-bra), hoje no Museo Arqueológico de Madrid, apre-senta também duas aves com as garras estendidas,ladeando duas cabeças barbadas inseridas em me-dalhões, associadas a três javalis e a uma possívelfigura humana sem membros, junto a uma caetra(Marco Simón, 2006: 329-331). Esta lunula encon-tra-se ainda decorada por um conjunto linhas ondu-ladas que se nos afiguram representar o elementoaquático termina com a forma de duas cabeças deserpente. Toda esta simbologia remete para o con-ceito de heroificação guerreira e a passagem para oOutro Mundo (Marco Simón, 2005: 330-331, Sope-ña, 2005: 381).

Finalmente, também a estela de Zurita apre-senta este tipo de representação. No registo supe-rior vemos dois guerreiros a pé armados com escudoe lança, possivelmente vestindo peles de lobo, e umcavalo não montado. No registo inferior, sob os pésdos guerreiros, vemos uma outra figura humana euma ave.

Para além das estelas, podemos relacionar estetema com a pintura vascular. Exemplo disso são tam-bém dois vasos numantinos idênticos, onde figurauma ave debicando sobre um guerreiro deitado (Que-sada Sanz, 1997: 960, n.º 65 e 66, Sopeña, 2005:381).

Finalmente, como que completando o ciclo, oabutre, desta feita claramente identificado pelo seubico, surge representado entre dois duelistas numvaso de Puntal dels Llops (Valência), associando-seassim a monomaquia a este animal relacionado coma morte (Quesada Sanz, 1997: 95, fig. 29, AraneguiGascó, 2007: fig. 13)11.

Apesar de não ser consensual (Alfayé Villa,2004), tem-se relacionado a representação destasaves com três passagens clássicas. Sílio Itálico (Pu-nica, 13, 470-471) diz-nos que entre os iberos, oscorpos eram devorados por um abutre sinistro. Nomesmo sentido é interpretada a passagem de Cláu-dio Eliano (De Natura Animalium, 10, 22), que preci-sa que este costume se destinava, entre os Vaceus,aos guerreiros valorosos que morriam em combate,sendo os abutres uma ave sagrada. Num sentido idên-tico, Pausânias (10, 22, 3) relata-nos que em 279

10 A rocha 7 e 18 do Vale de José Esteves apresentam igualmente canídeos deitados, semelhantes aos de El Palao e Tona, com aexcepção de terem a cabeça voltada para trás.11 De referir ainda também que, na estela de Tona, sob uma semelhante cena de duelo figura, desta feita, um canídeo deitado (Sanmartíi Grego, 2007: fig. 10).

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a.C., aquando da sua incursão sobre Delfos, os gau-leses fizeram o mesmo com os seus mortos, aban-donando-os no campo de batalha às aves necrófa-gas. A exposição dos corpos dos caídos em combateparece pois ter sido uma prática entre os povos cel-tas (Sopeña Genzor, 2004).

No caso do Côa, julgamos poder interpretar acena das aves e do peixe neste sentido. Tratando-seaparentemente de uma cena irracional, duas avesnecrófagas que se alimentam de um peixe, ela faz aligação entre o peixe como habitante dos rios e con-hecedor do Além, com os abutres que transportamos corpos até lá. Ela parece ligar as figuras de Monescom as restantes representações de necrofagia co-muns na Península Ibérica, num sobrecarregar a cenade indícios de um sentido funerário, que procuramexplicitá-la, como observamos aliás nas monomaquiasde Puntal dels Llops e da estela de Tona, que sãoacompanhadas, num registo inferior, por um abutree por um canídeo, respectivamente.

Num grupo à parte surgem os motivos serpen-tiformes, identificados em número de treze em dezrochas da Foz do Côa (Baptista e Reis, 2008: 76).Será discutível se se tratam de meras figuras geomé-tricas ou representações de ofídios. Essas dúvidasdissipam-se em dois casos. Na rocha 93 surge umexemplar com a boca aberta, enquanto na 139 sur-ge outro exemplar com típica cabeça de serpente eaquilo que foram interpretadas como duas “orelhas”ou a duplicação do “corno” da víbora-cornuda. A ser-pente cornuda está precisamente relacionada com odeus Cernunnos e surge representada com ele nocaldeirão de Gundestrup, juntamente com a árvore(Marco Simón, 1994: 339). A estes exemplares ha-verá a acrescentar o falo do duelista da rocha 3 daVermelhosa atrás referido e que apresenta uma glan-de em forma de cabeça de serpente em cuja pontafiguram duas linhas que sugerem uma língua bífidaou os cornos (Fig. 5).

No estado actual do conhecimento, nota-se noVale do Côa a ausência do touro, muitas vezes re-presentado na cerâmica ibérica e na estatuária. Te-mos conhecimento de apenas de dois duvidososexemplares nas rochas 23 e 177 da Foz do Côa. Talcomo o touro, o javali é uma figura muito relevanteno território limítrofe dos Vetões. Este animal, queapresenta também uma simbologia relacionada coma morte, enquanto detentor da sabedoria do Além(Marco Simón, 1994: 341), e que surge representa-do, por exemplo, junto da monomaquia do cabo de

punhal de Las Ruedas, está aparentemente ausentedos painéis de xisto do Côa e Douro.

Figuras como a esfinge ou os hipocampos, fur-to de uma mitologia mais erudita, de raiz mediterrâ-nica, estão também ausentes. Como ausentes estãoos motivos vegetalistas, como árvores, flores de ló-tus e outras metáforas florais, muito significativas naiconografia ibérica (Olmos, 1996: 168).

Para além símbolos geométricos das rochas 2da Ribeira de Piscos e 10B da Canada do Inferno,referidos acima, registem-se dois símbolos rectan-gulares preenchidos com linhas da rocha 10 do Valeda Casa e vários outros na Foz do Côa, nomeada-mente um em forma de trono na rocha 93 e outro narocha 5 dos Moinhos de Cima (Baptista e Reis, 2008:77, 83-84).

Finalmente, é digna de nota a provável inscriçãopré-latina da rocha 23 do Vale da Casa (Fig. 9). Le-vantada em condições precárias, durante o dia e re-correndo ao método bicromático, quando a subidada barragem do Pocinho ameaçava os trabalhos, esteconjunto de linhas que muito se assemelham a umainscrição, não foi até ao momento estudado de for-ma detalhada.

c) Interacção homem-animal.

Um dos temas fundamentais da temática daIdade do Ferro do Vale do Côa reside na relação en-tre Homem e Animal e na relação de dependênciadeste em relação àquele. Este é aliás um dos temasbase da iconografia vascular ibérica, onde o guerrei-ro surge como herói divinizado, como “domador-ci-vilizador” (Poveda Navarro e Uroz Rodríguez, 2007:136). Essa relação é explicitada sobretudo no temacavaleiro-cavalo.

Na arte do Côa, esse tema expressa-se poisfundamentalmente na imagem do cavaleiro armado,como aliás na restante iconografia ibérica, que serepete exaustivamente.

Refira-se contudo uma eventual cena de domade um cavalo, que julgamos identificar na rocha 10do Vale da Casa. Por entre as várias sobreposições,verifica-se que um dos quadrúpedes com cauda com-prida, possivelmente um cavalo, apresenta o seu fo-cinho atado por cinco voltas por uma linha que seliga ao braço de uma figura humana mal definida(Fig. 6F). Julgamos que esta cena se poderá fruste-mente comparar com outras pintadas na cerâmica

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ibérica, como em Monastil (Poveda Navarro e UrozRodríguez, 2007: 126-128, figs. 1 e 2) ou em Llíria(Aranegui Gascó, 2007: fig. 33).

O cavalo surge ainda como elemento funda-mental na caça. Na rocha 23 do Vale da Casa, umcavaleiro armado de lança persegue um grupo decervídeos, dominado por um macho de hastes exu-berantes (Fig. 9).

Xenofonte discorre sobre esta actividade aris-tocrática no Cynegeticus (9). Diz-nos que para caçarveados são necessários cães indianos. Fortes, pos-santes e com espírito. Descreve-nos depois a formade caçar enhos, espreitando-os no seu descanso edepois perseguindo-os com os cães. No caso dosveados adultos, recorre-se ao uso de laços (podos-trabai)12 e aos cães. Mas, mesmo quando o animalse encontra preso e acossado aconselha cuidado,sobretudo com os coices e armações dos machos,devendo-se ter o cuidado de o matar à distância,com dardos.

Esta descrição difere da cena da rocha 23 doVale da Casa. Contudo, a actividade da caça é “umsinal de fertilidade, de viagem e de combate, substi-tuindo, em termos estratégicos e psicológicos, a prin-cipal ocupação das élites (sic) militares, a guerra,conferindo-lhes estatuto e prestígio social” (Gomes,1990: 80).

Mas a actividade cinegética tem também umaconotação funerária (Gomes, 1990: 79), nomeada-mente a caça ao veado, pela sua relação com Cer-nunnos, o deus com hastes de cervídeo. Recorde-mos aqui uma passagem da mitologia galesa doMabinogion, que nos relata o encontro entre Pwyll eArawn, o rei de Annwn. Inadvertidamente, aqueleterá reclamado um veado que teria sido abatido pe-los cães do rei do Outro Mundo. Como compensaçãopela afronta, Pwyll foi obrigado a trocar identidadecom Arawn, tornando-se rei de Annwn, durante umano (Parker, 2003).

Esta cena apresenta-nos a participação deoutro animal que tem uma relação de dependênciacom o homem, o cão. Neste caso, um dos animaisapresenta uma espécie de açaime ou coleira, re-forçando esta relação de dependência. Já atrásmencionamos a relação entre os canídeos o podere a morte.

A iconologia.

Erwin Panofsky, o principal teorizador do mé-todo iconográfico, distinguiu dois níveis da análiseiconográfica. A análise iconográfica, num sentidoestrito, procura a identificação de símbolos conven-cionais, conscientemente inscritos. Já a um nível maisprofundo, a iconologia busca o “sentido intrínseco”das imagens, os princípios que lhes estão subjacen-tes e que definem uma determinada sociedade ougrupo (Daniels e Cosgrove, 1988: 2).

Todas as sociedades tecem o sentido do seumundo através de imagens e signos. (Daniels eCosgrove, 1988: 4). A arte sidérica do Vale do Côaé a expressão das crenças dos seus autores. Umavez descodificada, ela permitir-nos-á entrever asconcepções do espaço e do Mundo que estas socie-dades desenvolveram.

Apesar do carácter fragmentário e diminuto donosso conhecimento da arte rupestre sidérica do Valedo Côa, atrevemo-nos a apresentar um primeiro en-saio de interpretação iconológica. Para isso, conju-garemos aqui os seus motivos conhecidos, o seu su-porte e o escasso e indirecto conhecimento que te-mos da sociedade que a produziu.

Dos motivos atrás analisados e da sua compa-ração iconográfica com um vasto e heterogéneo con-junto da iconografia sidérica peninsular -sobretudoos diademas de Mones na sua interpretação por Fran-cisco Marco Simón, bem como alguns motivos da pin-tura vascular ibérica e numantina e das estelas doBaixo Aragão-, julgamos perceber uma mensagem.

A mensagem fala-nos de um caminho, de umaviagem: a catábase. A catábase é a descida do heróiaos infernos, como Héracles no seu décimo segundotrabalho, Orfeu em busca de Eurídice, Ulisses paraconsultar Tirésias sobre o caminho para casa ouEneias para pedir conselho a seu pai.

No caso da iconografia do Côa, como noutras,as imagens assinalam o ponto de separação e o es-paço de encontro entre mortos e vivos. Estamos noespaço limítrofe do Além. As imagens fixam a despe-dida e o caminho. O cavaleiro estará sempre a cava-lo. “A pedra constitui a supra-realidade de um temporitual parado, detido na representação” (Olmos, 1996:171). “A estela, o monumento, o documento icono-

12 Note-se que junto a esta cena surgem figurados dois podomorfos picotados, tidos por mais antigos. Estas representações, cujacronologia se discute, surgem também na epigrafia do Sudoeste, apresentando aí uma conotação funerária (Correia, 1996: 28).

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gráfico, representam portanto, com múltiplas varian-tes, o encontro de dois reinos” (Olmos, 1996: 171).São lugares de metáfora, e ambiguidade. A sepultu-ra é um lugar excepcional, onde se substituem ouencontram os territórios. Espaços de fronteira e en-contro entre dois mundos.

Nesta última viagem, mas da qual alguns têmconhecimento prévio, os guerreiros transformam-seem pássaros.

O caminho de acesso é através das águas.Neste sentido, o contexto imediato da arte do BaixoCôa e Douro não podia ser mais esclarecedor. Aqui,a água apresenta-se sob duas formas. Aos cursos deágua perene -Côa e Douro- afluem periodicamenteas águas das canadas, descendo as encostas deste aplataforma da extremidade ocidental da Meseta atéaos rios, após as chuvas. É em volta desses cursosde água perene e sazonal que se distribuem os pai-néis gravados (Fig. 11).

Plínio (História Natural, II, 220) assinala que,de acordo com Aristóteles, entre os bárbaros, nen-hum animal ou ser humano morria verdadeiramentese não fosse levado pela maré baixa do Oceano Gá-lico. Esta parece ser a materialização do mitema dapartida dos guerreiros mortos para o Outro Mundo,com o seu cavalo e panóplia. Este tema do fluxo erefluxo relacionado com a morte, ganha novo senti-do, se interpretarmos os peixes dos diademas deMones e da rocha 3 da Vermelhosa como salmões.Este animal nasce no rio, viaja até ao mar, regres-sando novamente ao seu local de nascimento paradesovar e morrer, servindo de alimento para os seusfilhos (Marco Simón, 1994: 342 e nota 112).

Importa assinalar que, para além de descidaao mundo dos mortos, a catábase pode significartambém a descida até à costa. O rio conduz assim,não apenas até à costa, mas até ao Outro Mundo, oque nos recorda a sugestiva geografia infernal daOdisseia:

Figura 11. Vista da zona final do Vale de José Esteves após chuvada, com a água correndo pela canada até ao Douro.

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“E quando atravessares a corrente do Oceano,Onde há uma praia baixa e os bosques de Perséfone,Grandes álamos e choupos que perdem seu fruto,aí deixa a nau junto do Oceano de redemoinhos profundos,e vai tu próprio para a mansão bolorenta de Hades.Aí para o Aqueronte fluem o Puriflegetontee o Cocito, que é afluente da Água Estígia;aí há uma rocha, onde confluem os rios retumbantes.”

Canto IX, 508-515(trad. Frederico Lourenço)

Num contexto mais próximo, citemos o fim daexpedição conjunta entre Túrdulos e Célticos, quetambém perderam o seu chefe, após a travessia dorio Limes, também chamado Letes (Estrabão, Geo-grafia, 3, 3, 5). O primeiro romano a atravessá-lo foiDécimo Júnio Bruto (Apiano, 6, 72), que teve gran-des dificuldades em convencer as suas tropas na tra-vessia do rio do Olvido (Tito Lívio, Ab Urbe Condita,55).

É um facto que, para além do contexto destaarte, a iconografia do Côa e Douro não parece reme-ter directamente para o meio aquático. Excepção feitaao peixe consumido pelas aves necrófagas. Para alémdesse motivo, um outro sugere-nos esta represen-tação da água. Na rocha 10 do Vale da Casa, porentre as sobreposições, uma das figuras humanassurge coberta por um conjunto de linhas paralelas(Fig. 6E). Representarão elas a água?. O facto des-ta, bem como as restantes figuras humanas destepainel -que não surgem associadas a este tipo delinhas-, apresentar os braços ondulados e despro-porcionais em relação ao corpo, poderia sugerir arepresentação de uma figura distorcida pela refra-cção da água.

Apesar do barco nos surgir numa cena de umavaso de San Miguel de Llíria com figuras estilistica-mente semelhantes às do Côa (Quesada Sanz, 1997:944, n.º 2), os veículos que o aristocrata usa paraaceder ao Outro Mundo são sobretudo o cavalo e ocarro. Tratam-se de veículos que ao mesmo tempotransportam e heroificam (Olmos, 1996: 172). O tro-no alado será outro veículo, como exemplifica a Damade Baza (Olmos, 1996: 171). O cavalo encontra-seprofusamente exemplificado na arte do Côa e, comovimos acima, o trono também poderá estar figurado.

O caminho heroificador levado a cabo pelo ca-valeiro implica um esforço, uma vontade, o controlodo homem sobre o seu destino (Olmos, 1996: 173).

Nesse caminho, ele é auxiliado por um conjunto deanimais, os psicopompos. Desde logo o cavalo, mastambém as aves, que juntamente com o lobo trans-portam o morto nas suas entranhas (Olmos, 1996:172). Em ambientes costeiros, o golfinho, amigo dohomem, acompanha-o na última viagem marinha,no interior, o peixe, nomeadamente o salmão, quesazonalmente sobe os rios, parece ocupar um lugaridêntico. Em zonas mais mediterrânicas, a esfinge,ameaça e protege, mas também transporta arreba-tadoramente o defunto (Olmos, 1996: 172).

Muito mais do que aceder ao mundo dos mor-tos, o objectivo último desta viagem é a heroificação,a glorificação das elites guerreiras, e com ela a ma-nutenção da ordem social para além da morte doindivíduo. A uma determinada base económica epolítica corresponde uma super-estrutura ideológicaexpressa por símbolos. Para John Berger, a ideologiada representação da paisagem inglesa no século XVIIIserviu para naturalizar, e assim mistificar, as relaçõesde propriedade (apud Daniels e Cosgrove, 1988: 7).Existe pois uma “política da paisagem”, que pode serexpressa na sua representação e construção.

A propósito do livro XI da Odisseia, Jung diz-nos que “a Nekyia não é uma queda no abismo des-trutiva puramente destrutiva e sem objectivo, masuma significativa katabasis eis antron, uma descidaaté à gruta da iniciação e do conhecimento secreto”(1966: 213).

Só o príncipe tem o privilégio de antever a suaprópria morte, e de, como memória, a relatar aosdemais. Só os heróis puderam contemplar em vida oespaço e os caminhos da morte (Olmos, 1996: 169-170), tomando caminhos que exigem conhecimentoprévio e privando com os deuses.

Experiencia-se assim uma “percepção anteci-pada da morte” (Olmos, 1996: 169). Esta iconogra-fia surge por vezes em “contextos de vivos”, servin-

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do como transmissora da ideologia da morte, dirigi-da exactamente para esses, e não para os mortos.Noutros casos a associação à morte é mais directa,fazendo parte do espólio funerário.

No caso do Côa, ao inscrever-se na pedra, bus-cando a eternidade, este sentido é atribuído ao na-tural. Ele é conferido à paisagem e passa a constituira ordem natural das coisas. Interpretamos assim aarte rupestre sidérica do Vale do Côa como um me-canismo de reprodução social. Ele não se inscreveapenas no espaço, mas define-o e confere-lhe senti-do.

Esta construção da paisagem serviu pois paradefinir e manter uma determinada ordem social, umadeterminada ideologia aristocrática de poder. É nes-se sentido que interpretamos as duas representaçõesde natureza sexual do Vale do Côa. O entumecimen-to do bulbus glandis dos canídeos da rocha 1 do Altoda Bulha impede a inseminação por outro membroda matilha que não o macho alfa (Fig. 12). De igualmodo, a cena de coito posterior da rocha 3 do Valede Cabrões, entre duas figuras com bico de pássaro,sugere a endogamia entre estes seres, sejam elesde género distinto, ou, até mais esclarecedoramen-te, se forem do mesmo.

Conclusão.

Estamos ainda numa fase muito incipiente dacompreensão da arte rupestre da Idade do Ferro doVale do Côa, por insuficiente documentação e re-flexão. No entanto, a sua indiscutível riqueza parecedesde já apontar caminhos para uma interpretação.

O que aqui quisemos trazer foi o esboço de umdesses caminhos, a partir da noção de construçãosocial do espaço. Para esta interpretação concorremo contexto físico da arte e o sentido da sua mensa-gem.

Consideramos estar perante um território defronteira (Fig. 13). Essa definição paisagística surgematerializada através da arte rupestre, enquantoespaço socialmente construído, que ganha sentidoatravés da sua relação com o espaço físico onde seinsere.

Procurámos justificar aqui porque considera-mos que a arte rupestre do Vale do Côa e Douropoderá materializar uma fronteira entre vivos e mor-tos. Essa julgamos ser a mensagem que nos é hojedada a perceber pela iconografia. Como aqui expu-semos, esta iconografia remete para a temática daheroificação das chefias guerreiras, através da na-

Figura 12. Cena pós-coital canina da rocha 1 do Alto da Bulha [13x10 cms.] (Baptista, 1999: 177).

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turalização de uma ideologia de poder, que se impõepara além da morte com o objectivo da reproduçãosocial.

Uma das questões em aberto continua a ser acronologia da sociedade que assim construiu o seuespaço. Se podemos radicar a temática da heroici-zação guerreira nas estelas do Bronze final, ela en-contra-se igualmente comprovada durante a I Ida-de do Ferro, nomeadamente através das duas este-las alentejanas referidas acima (Benaciate e Abó-bada I) (Gomes, 1990: 67-85). No entanto, a cro-nologia apontada para alguns dos paralelos aquitrazidos indica já momentos mais tardios, entre osséculos III-II e I a.C., ou até mesmo d.C., nomea-

damente a lunula de Chão de Lamas, os diademasde Mones (Marco Simón, 2006: 329 e 332), a cerâ-mica de Monastil (Poveda Navarro e Uroz Rodríguez,2007: 126), e Llíria (Aranegui Gascó, 2007: 173) eas estelas do Baixo Aragão e Catalunha (Sanmartí iGrego, 2007).

Até ao momento, apenas conseguimos ter umvislumbre de uma ideologia, de uma ordem social,mas, ao não conseguirmos encontrar arqueologica-mente os subordinados dessa ordem, aqueles cujavoz não ficou registada nas rochas do Vale do Côa,estamos a contribuir para a sua manutenção e per-petuação. Interessa pois sair da paisagem e acederao território e a todos os seus actores.

Figura 13. Proposta interpretativa para a arte sidérica do Côa enquanto território de fronteira.

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Resumen

Que la época romana “bajó a los indígenas alvalle” es cosa bien sabida. Sin embargo, rara vez seha enfocado este fenómeno desde un punto de vistatécnico y cuantitativo. En esta presentación se propo-ne una metodología y exponen los resultados con elfin de medir este fenómeno. En primer lugar, la des-aparición o pervivencia de asentamientos a través dela romanización puede alumbrar nuevos aspectos so-bre la estrategia de poblamiento en el mundo lusita-no-vetón, su relación con los vectores de romaniza-ción y vías de comunicación. Distintas formas de po-blamiento muestran una estrategia de macro-ocupa-ción del territorio cambiante e influenciada por facto-res no siempre tenidos en cuenta. Por otro lado, elestudio de la morfología y naturaleza del área de cap-tación de los asentamientos podría permitirnos cuan-tificar la intensidad de cambio en cuanto a estrategiade emplazamiento. Si es cierto que se “baja al valle”,cómo y hasta qué punto se puede hablar de nuevaestrategia, y no continuidad. Este artículo presentaun estudio falible, pero que puede ayudar a compren-der mejor un fenómeno que sabemos está allí, perono hemos acabado de aprehender.

Introducción.

Esta investigación1 tiene como objetivo com-prender la estrategia de emplazamiento utilizada enlos asentamientos de la cuenca baja del Tajo duran-te la segunda Edad del Hierro y la época altoimperial(ss. IV a.C.-I d.C.).

Estrategias de asentamiento ante la romanizaciónen la cuenca baja del Tajo

Guillermo-Sven Reher DíezEstructura Social y Territorio-Arqueología del Paisaje (CCHS, CSIC)

Este estudio abarcará dos perspectivas con me-todología y área de estudio distinta. La primera seráel estudio de los patrones de asentamiento a nivelmacroespacial. Estudiaremos la distribución y crono-logía de los lugares de población en todo el ámbitode estudio, y su relación con vectores de romaniza-ción, vías de comunicación y necesidades adminis-trativas.

La segunda perspectiva será un estudio deámbito más reducido, ya que me limitaré a estudiarlos asentamientos de la cuenca del río Alagón y laesquina Noroeste de la provincia de Cáceres. Dentrode esa zona, los núcleos de población serán estudia-dos microespacialmente, con el fin de caracterizar laestrategia de emplazamiento en cuanto a potenciali-dad defensiva y agrícola.

Ubicación de los asentamientos.

El problema principal en esta clase de estudioses la existencia de grandes lagunas geográficas ycronológicas que impiden abordar la problemáticaplanteada desde un punto de vista que podamos con-siderar completo. Otro problema es la falta de fiabi-lidad en muchas de las dataciones de ocupación delos asentamientos. Ya sea por la carencia de investi-gación arqueológica, o por la inexactitud a la hora dedatar el registro encontrado, nos encontramos anteotra dificultad a la hora de llevar a cabo el estudioplanteado (Fig. 1).

1 Realizada como Trabajo de Investigación con el fin de obtener el Diploma de Estudios Avanzados en el Departamento de HistoriaAntigua de la Universidad Complutense de Madrid. Se ampara en el disfrute de una beca FPI concedida por el Ministerio de Ciencia yTecnología (BES-2002-1650), dentro del proyecto “La formación de los paisajes antiguos en el occidente peninsular: estructuras socialesy territorio” (BHA2001-1680-C02), dirigido por Domingo Plácido Suárez y Francisco Javier Sánchez-Palencia Ramos, miembros del grupode investigación Estructura Social y Territorio-Arqueología del Paisaje sito en el Instituto de Historia del Consejo Superior de Investiga-ciones Científicas.

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Guillermo-Sven Reher Díez

Hierro II.

Los núcleos de población durante la segundaEdad del Hierro (aproximadamente ss. V-III a.C.) pre-sentan dos tipos básicos de emplazamiento. El prime-ro y más abundante es el “encajonamiento” dentro deun valle, con el asentamiento sobre un espolón ribe-reño bien defendido por todos los lados salvo por uno,el de acceso, defendido más fuertemente. El segundoes de tipo más antiguo, coronando un cerro.

La preponderancia de estos modelos es muynotable2. Sin embargo, sí hay excepciones. Destacanpor su carácter bastante diferente Olisippo y Scalla-bis, dos ciudades con un marcado carácter comercialcon fuertes influencias púnicas. Además, carecen deun registro arqueológico prerromano debidamenteconstatado, a pesar de ser núcleos documentalmen-te atestiguados para época prerromana. Por estasrazones, y dado que son asentamientos funcional ymorfológicamente distintos del resto de núcleos dela Edad del Hierro, han tenido que ser descartadosdel conjunto (Fig. 2).

Hierro Final/Romanización.

La época más fascinante en el estudio de losasentamientos es la época que combina el HierroFinal y la romanización inicial. El Hierro Final, HierroIII para algunos y simplemente el Hierro II tardíopara otros, se caracteriza ante todo por los cambiosque se producen en el tipo de asentamiento habita-do y en la aparición de influencia romana, ademásde la existencia de obras históricas clásicas tratandoeste periodo. Polibio es el autor más antiguo en men-cionar a los lusitanos3. El marco geográfico de estepueblo es muy diverso en los distintos autores, todoel debate en su entorno puede estudiarse de mane-ra completa y con detenimiento en la obra de PérezVilatela (2000). Sobre los vetones Plinio y Estrabónposteriormente los situaron en torno al Tajo (NH III,19 y IV, 113; Geog. III, 3, 1 y III, 3, 3), llegando porel Norte hasta el Duero (NH IV, 112; Geog. III, 3, 2 y4, 12).

El fenómeno principal asociable a esta épocaes el desarrollo de grandes oppida, castros de gran

2 El 52% de los castros cacereños coronan cerros, y el 44% son de tipo “ribereño” (Martín Bravo, 1999: 202-203).3 La cita más antigua es del 210 a.C. (X, 7, 4-5).

Figura 1. Área de trabajo y asentamientos estudiados.

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Estrategias de asentamiento ante la romanización en la cuenca baja del Tajo

Figura 2. Hierro II.

Figura 3. Hierro Final.

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extensión, cuya jerarquía en tamaño ha sido a vecesinterpretada como jerarquía político-administrativa(ver Collis, 1984, Woolf, 1993, Almagro Gorbea, 1994,concretamente en Extremadura Martín Bravo, 1999:265-270 y VVAA, 2000: 59-61). Sin embargo, estahipótesis no ha sido probada arqueológicamente4 ycarecemos de otras fuentes que apunten en esta di-rección (Fig. 3).

Los oppida, sin embargo, surgen en un perio-do de romanización que hace difícilmente discerni-ble su creación/ocupación en época prerromana oromana ya. Es por ello que el fin de la Edad del Hie-rro es indistinguible de la romanización. Para inten-tar clarificar este panorama se utilizó como criteriola presencia de material romano en la cerámica. Deesta manera se puede intentar distinguir aquellosasentamientos que llegaron a la romanización peroque no presentan muestras definitivas de haber cul-minado ese proceso (Fig. 4).

El principal efecto de la romanización en cuan-to a estrategias de poblamiento es la creación decivitates para articular el territorio. Éstas, que qui-

zá en parte seguían patrones étnicos preexisten-tes, eran en parte fundaciones siguiendo directri-ces romanas. Así, Cayo Julio César, propretor de laprovincia Ulterior, armó una expedición contra loshabitantes de las montañas con el fin de cumplir laorden de bajar a poblar la llanura (Cass. Dio XXX-VII, 52-53; Plut. Caes. 12). Es a partir de estemomento, el 61 a.C., en que empezamos a ver aRoma realmente ponerse a transformar el paisajede Lusitania. César fundó las colonias y municipiosde Scallabis, Norba Caesarina, y Olisippo en unproyecto de romanizar la administración, procesocontinuado por sus sucesores, y por este estudioen la siguiente sección.

Época altoimperial.

A la hora de estudiar los asentamientos ro-manos, el modelo de poblamiento, hemos procura-do no tener en cuenta un ámbito fundamental deéste: la explotación de los recursos. Hubo muchosnúcleos poblados y fortalecidos porque obedecían anecesidades de explotación minera o industrial.

Figura 4. Romanización.

4 Raros son los oppida que han sido excavados, y con escasos resultados, al contrario que otros castros mucho menores.

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Estrategias de asentamiento ante la romanización en la cuenca baja del Tajo

Hemos considerado que incluir estos asentamien-tos dentro de este estudio podía corromper los re-sultados. Por decirlo de otra manera, el poblamien-to que obedecía a necesidades especiales quedafuera del ámbito de nuestro estudio por tener unospatrones diferentes no homologables a épocas an-teriores.

Otros núcleos que han tenido que ser trata-dos con más delicadeza, o directamente descarta-dos, son las fundaciones militares y las mansio-nes. Las primeras, por estar sometidos a la mismaproblemática ya mencionada. Las segundas sólohan sido incluidas cuando tienen un poblamientoconstatado y una localización suficientemente pre-cisa (Fig. 5).

En época romana, con la llegada del Imperio,se da una “segunda romanización” en la que se pro-duce una oleada de abandonos de asentamientosdurante la segunda mitad del s. I a.C. y la primeramitad del I d.C.. Este fenómeno puede encajar den-tro del proceso de cristalización de la administra-ción provincial, y lo que ello suponía para los mo-dos de poblamiento tradicionales. Así, muchos nú-cleos de larga duración encuentran en el cambio de

Era su fin. Es en estos momentos cuando las víasde comunicación pasan a articular el territorio, sien-do ejes fundamentales en la vertebración de las ci-vitates. El resultado es un poblamiento más regularen su distribución, y comunicado mediante calza-das (Fig. 6).

El modelo de poblamiento:visión diacrónica.

La Edad del Hierro presentó un poblamientoen núcleos pequeños y de distribución regional-mente irregular. En ciertas zonas está arqueológi-camente atestiguado un poblamiento denso encuanto a número de asentamientos, que contrastacon amplias zonas de “hinterland” despoblado. Conel tiempo, y con el contacto con el imperialismoromano, se empezaron a desarrollar núcleos depoblación de mayor tamaño, y más visibles desdeel entorno.

Esta tendencia parece encajar perfectamentecon el efecto que la romanización tuvo en el pobla-miento. Los asentamientos empezaron a ser aban-donados en beneficio de otros nuevos. Finalmente,

Figura 5. Época romana.

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Figura 6. La Segunda romanización y fundaciones altoimperiales.

sobre el cambio de Era, fueron definitivamente aban-donados los viejos castros y cristalizó el nuevo siste-ma administrativo romano de las civitates. El resul-tado final es un poblamiento más regular, con unmayor interés en el control territorial marcado por lafalta de continuidad de patrones tradicionales.

Emplazamiento en la región del Alagón.

El emplazamiento como objeto de estudio:metodología.

Con el fin de realizar un estudio sobre la estra-tegia de emplazamiento de los asentamientos, he-mos optado por reducir el área de estudio en exten-sión, con el fin de evitar zonas con poblamiento “anor-mal”. Con este adjetivo nos referimos a aquellas re-giones con una densidad de núcleos fuera de la me-dia5. También se han evitado zonas con presencia deasentamientos problemáticos6. De esta manera plan-

teamos una región que consideramos representativadel área de estudio con el fin de lograr unos resulta-dos más óptimos (Fig. 7).

El estudio de emplazamiento se hace midiendotres factores:

• Visibilidad: tanto desde el asentamiento comode él. La visibilidad confiere el control de unterritorio, y simboliza el deseo de ejercer esecontrol.

• Perfil: del lugar del asentamiento dentro delcampo donde es visible. Es de suponer queel perfil cobra importancia simbólica y defen-siva desde aquellos lugares donde un asen-tamiento es ya visible.

• Recursos: potencialidad, tanto cuantitativa-mente como su tipo, de las tierras dentro desu entorno, explotables por la población delasentamiento.

5 Por ejemplo, Portalegre con demasiados pocos asentamientos, o la parte centro-sur de Cáceres, con demasiados asentamientosribereños. Consideramos que la región del Alagón reúne tanto una gran variedad de asentamientos, y una densidad coherente con elárea de estudio.6 Como ya se ha dicho antes, mansiones, asentamientos militares, comerciales, mineros e industriales.

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Estrategias de asentamiento ante la romanización en la cuenca baja del Tajo

Primero se analizan los factores físicos (visibili-dad y perfil), después su potencial de suelos, en lasiguiente sección, teniendo en cuenta pendiente ycalidad de suelos con el fin de conocer el potencialagrícola del lugar. Finalmente, utilizando las cronolo-gías de poblamiento de los asentamientos, podre-mos desarrollar una comparativa diacrónica, en laúltima sección.

Los factores físicos han sido medidos y presen-tados usando el Mapa Militar Digital de España (1997).Con ello se han desarrollado unas fichas de asenta-miento que son utilizadas para sacar conclusionesvaloradas utilizando los criterios enumerados a con-tinuación.

• Visibilidad: “buena” será aquella que cubramás de dos tercios de los dos kilómetros a laredonda, “regular” entre uno y dos, y “mala”solo uno.

• Pendiente: “buena” si predominan en las zo-nas más inmediatas al asentamiento las pen-dientes óptimas para el cultivo.

• “Defensa”: juzgado por el perfil y defensabi-lidad del emplazamiento (Fig. 8).

Esta ficha, utilizando la metodología propues-ta, da como resultado la siguiente valoración:

Visibilidad Buena

Pendiente Mala

Defensa Buena

Potencialidad de los suelos.

La calidad de los suelos se deriva de los estu-dios edafológicos de la región7, y de las conclusiones

Figura 7. Región del Alagón.

7 Para Cáceres sólo tenemos el Mapa de suelos de la provincia de Cáceres. Estudio agrobiológico. CSIC, 1970. En cambio, para Salaman-ca tenemos varias fuentes, como Los suelos de la provincia de Salamanca. Diputación Provincial de Salamanca. Salamanca, 1964; Mapade suelos de Castilla y León. Junta de Castilla y León; Mapas provinciales de suelos: Salamanca.

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Figura 8. Ficha del asentamiento de Cáceres Viejo (Cañaveral, Cáceres). En la parte superior se muestra la topografía,pendiente y visibilidad. En la parte inferior se ven los perfiles y un modelo en tres dimensiones del emplazamiento.

y recomendaciones en ellos contenidos. Naturalmen-te, se ha tenido que simplificar la valoración parahacer la medida homologable. Consideraremos quela calidad del suelo es “buena” si predominan (2/3 omás del radio de 2 kms.) los suelos buenos (Fig. 9).

Resultados.

Teniendo en cuenta todos los factores medi-dos, y siendo valorados como “malo/a”, “regular” y

“bueno/a”, se elabora la siguiente tabla. La columnade “potencialidad” se realiza con una escala de 0-2puntos y sumando los factores de pendiente y sue-los, en primer término, y después la potencialidadsumando, además, la visibilidad y la defensa. Así lo-gramos una valoración en cuanto a potencialidadagrícola, por un lado, y potencialidad colectiva, porotro.

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Estrategias de asentamiento ante la romanización en la cuenca baja del Tajo

Asentamiento Visibilidad Pendiente Suelos Potencialidad Defensa

Ad Lippos Buena Regular Buenos 3-5 Mala

Cáceres Viejo Buena Mala Regulares 1-5 Buena

Caelionicco Buena Buena Buenos 4-6 Mala

Capara Buena Buena Regulares 3-6 Regular

Castillo de las Moreras Buena Buena Regulares 3-6 Regular

Caurium Buena Regular Buenos 3-6 Regular

El Berrocalillo Regular Regular Buenos 3-5 Regular

El Castillejo Buena Mala Regulares 1-5 Buena

El Zamarril Regular Mala Regulares 1-4 Buena

La Muralla de Salvaleón Buena Buena Regulares 3-6 Regular

Lama Buena Buena Buenos 4-7 Regular

Morros de la Novillada Regular Regular Regulares 2-4 Regular

Portezuelo Buena Regular Regulares 2-4 Mala

Rusticiana Mala Buena Regulares 3-3 Mala

Villavieja Regular Mala Buenos 2-5 Buena

Figura 9. Suelos.

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En cuanto a las cronologías de los asentamien-tos, véase la tabla anterior y la figura 10. Recorde-mos que, siguiendo los criterios establecidos en laprimera parte, las etapas de romanización y repúbli-ca coinciden, únicamente distinguidas por si se tra-tan de fundaciones ex-novo o pervivencias anterio-res.

Conclusión.

La separación que hemos efectuado con ante-rioridad entre aquellos asentamientos romanizadosy las fundaciones republicanas cobra particular inte-rés ya que ilustra ese cambio en las estrategias deemplazamiento (Fig. 11).

Figura 10. Cronología de los asentamientos.

Hay una caída espectacular en el nivel de de-fensas naturales exigidas en la localización de asen-tamientos. Así mismo hay un aumento en potenciali-dad agrícola del entorno inmediato de los mismos.Observando con más detalle, vemos que el fenóme-no de “oppidización” supuso un aumento tanto en laimportancia de las defensas naturales como en la deuna proporción de suelos favorables para su explo-tación agrícola.

Como última observación, la importancia con-tinuada de la visibilidad en todas las épocas. Dichofenómeno constituye en sí mismo un tema muy inte-resante de estudio, ya que este factor parece signifi-car casi una condición sine qua non, el único coneste rango, a la hora de elegir emplazamiento.

Figura 11. Comparativa.

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TÍTULOS ANTERIORES DE ESTA COLECCIÓN

1. Maltravieso, el santuario extremeño de las manos. Por Sergio Ripoll López,Eduardo Ripoll Perelló e Hipólito Collado Giraldo. 1999 (Agotado)

2. Pinturas y grabados rupestres esquemáticos del Monumento Natural de losBarruecos. Malpartida de Cáceres. Por Mª Isabel Sauceda Pizarro. 2001(Agotado)

3. Epigrafía romana y cristiana del Museo de Cáceres. Por Julio Esteban Ortegay José Salas Martín. 2003

4. La colección de estampas del Museo de Cáceres. Por Juan Carrete Parrondo.2005

5. El conjunto orientalizante de Talavera la Vieja (Cáceres). Por Javier JiménezÁvila (Editor). 2006

6. Los primeros campesinos de la Raya. Aportaciones recientes al conocimientodel Neolítico y Calcolítico en Extremadura y Alentejo. Por Enrique CerrilloCuenca y Juan M. Valadés Sierra (Editores). 2007

7. Arqueología urbana en Cáceres. Investigaciones e intervenciones recientes enla ciudad de Cáceres y su entorno. Por Primitivo Javier Sanabria Marcos(Editor). 2008

8. Actas del Congreso El Mensaje de Maltravieso 50 años después (1956-2006).Por Primitivo Javier Sanabria Marcos (Editor). 2008

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