los trotskismos internacionales en mÉxico 1958-2000 - oscar de pablo

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A LA IZQUIERDA DEL MARGEN: LOS TROTSKISMOS INTERNACIONALES EN MÉXICO 1958-2000 ____________________ ÓSCAR DE PABLO Alfonso Peralta, Álvaro Zamora, Melitón Hernández y José Ramón García, asesinados por su militancia trotskista. A los que siguen su lucha. LA ÚLTIMA ADVERTENCIA Empecemos por definir “trotskismo”. Si bien esta pal abra remite a la reivindicación de la persona de León Trotsky, el trotskismo como tendencia debe significar algo más específi- co. Tratándose de un político y un pensador cuyas concepcio- nes más importantes evolucionaron significativamente a lo largo de su vida, es imposible que la reivindicación de todos y cada uno de sus escritos (en ocasiones contradictorios) pueda ser tomada como definición de trotskismo. Más bien, el trots- kismo es una creación colectiva históricamente desarrollada: en su sentido más preciso, es la tendencia que se ubica, me- diante su práctica política objetiva, en la tradición de los cua- tro primeros congresos de la Internacional Comunista, la fun- dación de la Cuarta Internacional, y la posiciones adoptadas por ésta al menos hasta la década de 1950, antes de iniciar el ciclo de las grandes escisiones. Dentro del universo del movimiento comunista, este “cuartainternacionalismo”, que por convención llamamos trotskismo, se distingue centralmente por dos elementos pro- gramáticos: En primer lugar, la teoría-programa de la “revolu- ción permanente”, desarrollada por Trotsky desde 1905, apl i- cada a la relación entre los procesos revolucionarios del mun- do capitalista con sus muy diversos grados de desarrollo; y en segundo lugar, una posición distinguible frente a la Unión Soviética burocratizada, que combina el llamado a la defensa militar incondicional de ésta, en tanto “Estado obrero”, con una tajante oposición revolucionaria al gobierno burocrático. Para efectos de este estudio, sin embargo, usaré el término trotskismo en una acepción algo menos precisa, pero más manejable, por ser más popularmente aceptada: llamaré trots- kista sencillamente a toda tendencia política que haya escogi- do describirse a sí misma como tal. Ésta, pues, es una historia de las tendencias que se auto-denominaban trotskistas, inde- pendientemente de su grado de consistencia real con la tradi- ción de Trotsky. Durante la segunda mitad del siglo XX, la autodefinición de una organización dada como trotskista significó su inclu- sión en una cierta cultura política, es decir, a un conjunto de referencias históricas en común; referencias que, sin embargo, fueron puestas al servicio de líneas políticas muy disímiles. La teoría de la revolución permanente sirvió para justificar prácti- cas radicalmente distintas respecto a los procesos de liberación nacional del mundo neocolonial y el mundo capitalista atrasa- do en general. Por su parte, la posición defensista, pero fuer- temente crítica, frente a la Unión Soviética fue interpretada de maneras variables por los distintos grupos en las distintas coyunturas. Si bien, desde el punto de vista de la moral y de las moti- vaciones subjetivas, nada tengo que reprochar a mis protago- nistas, a los que en todo caso en general admiro y respeto personalmente, he buscado un cierto énfasis en las contradic- ciones programáticas que existieron entre los diversos grupos, así como entre estos y el modelo clásico de trotskismo. Natu- ralmente, por su propia naturaleza, ningún estudio político puede ser del todo neutral. La historia de todo movimiento revolucionario fuera del poder es necesariamente la historia de sus problemas. El tono de este trabajo es, pues, altamente crítico, pero de ello no debe desprenderse la noción de que considero esta historia como un experimento fútil o fallido. Gracias al trabajo de varias gene- raciones de militantes, el nombre de trotskismo implica hoy una serie de elevados valores políticos, y si describo a mis protagonistas con una luz tan severa es en buena medida por lo alto de los estándares que su propia tradición ha fijado. Ésta es una historia de errores y de problemas, pero también es un homenaje a los hombres y las mujeres que decidieron enfren- tarlos. * * * Centrada en las posiciones políticas y organizativas de los diversos grupos, ésta podría describirse como una “historia de las ideas”. Sin embargo, ninguna historia de las ideas políticas tiene sentido si no se ubica en un contexto humano. Desde el punto de vista sociológico, la composición del movimiento que trato rara vez abarcó a hombres y mujeres fuera de una estrecha franja de intelectuales radicalizados, en general muy jóvenes, cuya integración en la vida productiva y social del país se daba principalmente a través de su activismo político y, en algunos casos, de su quehacer intelectual. Esto no quiere decir que su trabajo político no se haya desarrollado en otros medios, en particular el del movimiento obrero. En el caso específico del movimiento estudiado, no es muy prove- choso detenerse demasiado en la descripción estadística de la composición social de los pequeños grupos, en general más significativos por sus ideas que por su tamaño. Del mismo modo, la preocupación que enfrentan los in- vestigadores cuando se narra la historia de partidos políticos de no centrarse más de la cuenta en las ideas y posiciones de los círculos dirigentes olvidando a la base militante, carece en este caso de aplicación, en virtud del reducido tamaño que en general tuvieron estos grupos. En su punto más alto (mediados de la década de 1980), el partido trotskista más numeroso, el PRT, llegó a contar una militancia de unas 3 mil personas, mientras que en ese mismo periodo, el partido de izquierda más grande (el PSUM) recla- maba una militancia 20 veces mayor. 1 Durante la mayor parte de la historia, sin embargo, la militancia de los grupos trotskis- tas se contó en unas pocas decenas de activistas. En cambio, el contexto político exterior, tanto nacional como internacional, sí fue ampliamente diverso durante el periodo estudiado y siempre tuvo un impacto determinante en las posiciones que estudio, por lo que habrá de ser una refe- rencia constante. La proyección de los grandes acontecimien- tos políticos, tal como se refractó en la mente de los militantes 1 B. Carr, La izquierda mexicana a través del siglo XX, Era México, 1996

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Sobre el trotskismo en mexico y las tendencias

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Page 1: LOS TROTSKISMOS INTERNACIONALES EN MÉXICO 1958-2000 - Oscar de Pablo

A LA IZQUIERDA DEL MARGEN:

LOS TROTSKISMOS INTERNACIONALES EN MÉXICO

1958-2000

____________________

ÓSCAR DE PABLO

Alfonso Peralta, Álvaro Zamora,

Melitón Hernández y José Ramón García,

asesinados por su militancia trotskista.

A los que siguen su lucha.

LA ÚLTIMA ADVERTENCIA

Empecemos por definir “trotskismo”. Si bien esta palabra

remite a la reivindicación de la persona de León Trotsky, el

trotskismo como tendencia debe significar algo más específi-

co. Tratándose de un político y un pensador cuyas concepcio-

nes más importantes evolucionaron significativamente a lo

largo de su vida, es imposible que la reivindicación de todos y

cada uno de sus escritos (en ocasiones contradictorios) pueda

ser tomada como definición de trotskismo. Más bien, el trots-

kismo es una creación colectiva históricamente desarrollada:

en su sentido más preciso, es la tendencia que se ubica, me-

diante su práctica política objetiva, en la tradición de los cua-

tro primeros congresos de la Internacional Comunista, la fun-

dación de la Cuarta Internacional, y la posiciones adoptadas

por ésta al menos hasta la década de 1950, antes de iniciar el

ciclo de las grandes escisiones.

Dentro del universo del movimiento comunista, este

“cuartainternacionalismo”, que por convención llamamos

trotskismo, se distingue centralmente por dos elementos pro-

gramáticos: En primer lugar, la teoría-programa de la “revolu-

ción permanente”, desarrollada por Trotsky desde 1905, apli-

cada a la relación entre los procesos revolucionarios del mun-

do capitalista con sus muy diversos grados de desarrollo; y en

segundo lugar, una posición distinguible frente a la Unión

Soviética burocratizada, que combina el llamado a la defensa

militar incondicional de ésta, en tanto “Estado obrero”, con

una tajante oposición revolucionaria al gobierno burocrático.

Para efectos de este estudio, sin embargo, usaré el término

trotskismo en una acepción algo menos precisa, pero más

manejable, por ser más popularmente aceptada: llamaré trots-

kista sencillamente a toda tendencia política que haya escogi-

do describirse a sí misma como tal. Ésta, pues, es una historia

de las tendencias que se auto-denominaban trotskistas, inde-

pendientemente de su grado de consistencia real con la tradi-

ción de Trotsky.

Durante la segunda mitad del siglo XX, la autodefinición

de una organización dada como trotskista significó su inclu-

sión en una cierta cultura política, es decir, a un conjunto de

referencias históricas en común; referencias que, sin embargo,

fueron puestas al servicio de líneas políticas muy disímiles. La

teoría de la revolución permanente sirvió para justificar prácti-

cas radicalmente distintas respecto a los procesos de liberación

nacional del mundo neocolonial y el mundo capitalista atrasa-

do en general. Por su parte, la posición defensista, pero fuer-

temente crítica, frente a la Unión Soviética fue interpretada de

maneras variables por los distintos grupos en las distintas

coyunturas.

Si bien, desde el punto de vista de la moral y de las moti-

vaciones subjetivas, nada tengo que reprochar a mis protago-

nistas, a los que en todo caso en general admiro y respeto

personalmente, he buscado un cierto énfasis en las contradic-

ciones programáticas que existieron entre los diversos grupos,

así como entre estos y el modelo clásico de trotskismo. Natu-

ralmente, por su propia naturaleza, ningún estudio político

puede ser del todo neutral.

La historia de todo movimiento revolucionario fuera del

poder es necesariamente la historia de sus problemas. El tono

de este trabajo es, pues, altamente crítico, pero de ello no debe

desprenderse la noción de que considero esta historia como un

experimento fútil o fallido. Gracias al trabajo de varias gene-

raciones de militantes, el nombre de trotskismo implica hoy

una serie de elevados valores políticos, y si describo a mis

protagonistas con una luz tan severa es en buena medida por lo

alto de los estándares que su propia tradición ha fijado. Ésta es

una historia de errores y de problemas, pero también es un

homenaje a los hombres y las mujeres que decidieron enfren-

tarlos.

* * *

Centrada en las posiciones políticas y organizativas de los

diversos grupos, ésta podría describirse como una “historia de

las ideas”. Sin embargo, ninguna historia de las ideas políticas

tiene sentido si no se ubica en un contexto humano.

Desde el punto de vista sociológico, la composición del

movimiento que trato rara vez abarcó a hombres y mujeres

fuera de una estrecha franja de intelectuales radicalizados, en

general muy jóvenes, cuya integración en la vida productiva y

social del país se daba principalmente a través de su activismo

político y, en algunos casos, de su quehacer intelectual. Esto

no quiere decir que su trabajo político no se haya desarrollado

en otros medios, en particular el del movimiento obrero. En el

caso específico del movimiento estudiado, no es muy prove-

choso detenerse demasiado en la descripción estadística de la

composición social de los pequeños grupos, en general más

significativos por sus ideas que por su tamaño.

Del mismo modo, la preocupación que enfrentan los in-

vestigadores cuando se narra la historia de partidos políticos

de no centrarse más de la cuenta en las ideas y posiciones de

los círculos dirigentes olvidando a la base militante, carece en

este caso de aplicación, en virtud del reducido tamaño que en

general tuvieron estos grupos.

En su punto más alto (mediados de la década de 1980), el

partido trotskista más numeroso, el PRT, llegó a contar una

militancia de unas 3 mil personas, mientras que en ese mismo

periodo, el partido de izquierda más grande (el PSUM) recla-

maba una militancia 20 veces mayor.1 Durante la mayor parte

de la historia, sin embargo, la militancia de los grupos trotskis-

tas se contó en unas pocas decenas de activistas.

En cambio, el contexto político exterior, tanto nacional

como internacional, sí fue ampliamente diverso durante el

periodo estudiado y siempre tuvo un impacto determinante en

las posiciones que estudio, por lo que habrá de ser una refe-

rencia constante. La proyección de los grandes acontecimien-

tos políticos, tal como se refractó en la mente de los militantes

1 B. Carr, La izquierda mexicana a través del siglo XX, Era

México, 1996

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trotskistas, puede servir incluso como una forma de compren-

der el impacto que esos acontecimientos tuvieron más gene-

ralmente en los intelectuales de izquierda de la época, en Mé-

xico e internacionalmente.

* * *

¿Por qué precisamente la segunda mitad del siglo XX? ¿Se

trata sólo de una cifra redonda?

Desde el punto de vista organizativo y humano, el “pri-

mer ciclo” del trotskismo mexicano, el de la época de Trotsky,

se disolvió a lo largo de la década de 1940, mientras que el

segundo, con un conjunto de protagonistas casi enteramente

nuevo, no apareció sino hasta el final de la siguiente década.

Entre uno y otro ciclo existe lo que Robert Alexander llamó

“The hiatus of the 1950’s”.2 Así pues, la delimitación cronoló-

gica de este trabajo es menos arbitraria de lo que podría pare-

cer, pues corresponde a grandes rasgos al segundo ciclo del

trotskismo mexicano, marcado por la continuidad de la parti-

cipación de algunos protagonistas colectivos, e incluso indivi-

duales; una continuidad que no volvería a romperse, ni siquie-

ra tras la gigantesca crisis de la izquierda que comenzó a fina-

les de los años ochenta.

Así pues, el presente trabajo abarca desde los anteceden-

tes inmediatos de la fundación del POR (T) a finales de los años

cincuenta, hasta la huelga de la UNAM y las elecciones que

marcaron la caída del PRI en el año 2000.

Ésta es una extensión temporal demasiado amplia para

realizar un estudio exhaustivo, pero hacer un corte que limitara

más su ámbito temporal dejaría necesariamente incompleto

alguno de los aspectos del relato. Acaso el único momento en

el que un corte que no hubiera resultado del todo arbitrario

hubiera sido el periodo de 1988-92, en el que la izquierda

independiente, y con ella el trotskismo, sufrió una reducción

cualitativa como resultado de la caída del “bloque socialista”,

por un lado, y la aparición del neo-cardenismo en el terreno

nacional mexicano, por el otro. Sin embargo, me interesaba

enfatizar específicamente la precaria pero innegable continui-

dad que se mantuvo entre el trotskismo anterior a ese momen-

to y el que existió a partir de entonces, un fenómeno poco

estudiado por los académicos y poco conocido por los militan-

tes trotskistas de entonces y de ahora. En este sentido, me

pareció que sería útil extender la delimitación de este estudio

unos doce años después de 1988, de manera tal que proporcio-

ne una idea de cómo quedó estabilizado el movimiento des-

pués de los grandes cambios que lo sacudieron.

En este trabajo me limito a trazar un esbozo esquemático

y no una visión exhaustiva de los sucesos que año con año

marcaron la vida de los militantes trotskistas.

* * *

Si bien la más estable de las tendencias trotskistas mexi-

canas, y la que sin duda llegó a ser más numerosa, fue la co-

rriente encarnada sucesivamente en la primera LOM, el GCI y

el PRT (afiliada mexicana a una de las muchas tendencias

internacionales que reclamó el título de “Cuarta Internacio-

2 “El hiato de los años 1950s”. Robert J. Alexander, Trotsky-

ism in Latin, Hoover Institution Press, Stanford, 1973

nal”), los protagonistas de este relato son todas las diversas

corrientes y organizaciones trotskistas en la medida en que

alcanzaron una personalidad política distinguible, aún cuando

en algunos casos se trate de tendencias numéricamente insigni-

ficantes. La especificidad ideológica de cada tendencia es el

tema central de este trabajo. En esa media, resulta imposible

hacer una historia estrechamente nacional de las ideas políticas

trotskistas, dado que la gran mayoría de las organizaciones

descritas fueron encarnaciones mexicanas de tendencias inter-

nacionales bien definidas.

Así pues, este trabajo puede leerse ya sea como una histo-

ria de la izquierda mexicana a través de uno de sus componen-

tes (el trotskista) o, mejor aun, como una historia de las ten-

dencias internacionales del trotskismo a partir de uno de los

países en los que éstas trabajaron. En ese sentido, México

tiene el raro privilegio de haber visto a la mayoría de estas

tendencias operar en la realidad concreta.

Aunque procuré centrar este estudio en el contenido polí-

tico e ideológico de las tendencias organizadas, en algunos

casos hube de limitarme a dar cuenta de los cambios organiza-

tivos visibles, pues su contenido político no siempre resulta

transparente a los ojos externos.

Cuando la personalidad individual de alguna de las figu-

ras influyentes se puede leer con claridad a partir de su historia

política, no rechacé una cierta valoración de estas personalida-

des, lo cual contribuyó a proporcionar una cara reconocible a

los protagonistas y a darle cierta amenidad a la historia. A fin

de cuentas, es una historia de seres humanos. Respecto al

método marxista de hacer historia, León Trotsky escribió

alguna vez: “No es nuestro propósito, ni mucho menos, negar

la importancia que lo personal tiene en la mecánica del proce-

so histórico, ni la influencia del factor fortuito en lo perso-

nal.”3 Este trabajo es justamente una historia de lo que Trotsky

llamó “lo personal”.

* * *

A lo largo del trabajo usaré la terminología marxista

convencional y en particular la usada por el movimiento trots-

kista. Estoy consciente de que actualmente ésta no es la termi-

nología convencional en la descripción política, pero explicar-

la con detalle excede los alcances de este trabajo. Además

recurriré a otros términos políticos descriptivos menos preci-

sos que sí es necesario definir: en particular, los términos

“derecha” e “izquierda”.

Cuando uso el término izquierda como sustantivo absolu-

to (si digo que la izquierda mexicana hizo esto o aquello), me

refiero al conjunto de tendencias políticas cuyo fin último

ostensible es la superación del capitalismo a favor de alguna

forma de colectivismo, independientemente de sus diversos

medios (desde los socialistas parlamentarios hasta los anar-

quistas, pasando por las distintas versiones del movimiento

comunista). Cuando, con más frecuencia, uso los términos

“derecha” e “izquierda” en forma relativa dentro de la política

general de un país y no sólo aplicados a cierta franja (por

ejemplo: el PRD está a la izquierda del PRI, que a su vez está a

la izquierda del PAN, etc...) me refiero a lo cerca o lejos que

3 Trotsky, Historia de la Revolución Rusa,(1930) ed. Juan

Pablos, México, 19

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cada tendencia pueda estar de la primera acepción que llamé

absoluta. Finalmente, cuando use estos términos en forma

relativa pero aplicados a corrientes dentro de la “izquierda” no

me refiero al grado de violencia física o verbal a que recurran,

sino a su relación ideológica con el status quo social en el que

viven, siendo más “izquierdistas” los que demuestren estar

más alienados del orden ideológico existente, y más “derechis-

tas” los más dispuestos a adaptarse a éste. Así pues, el estali-

nismo, con su visión del “socialismo en un solo país” y la

“coexistencia pacífica” con el orden imperialista mundial está

fundamentalmente a la derecha del trotskismo, aun cuando

aquel halla sido notorio por su uso generalizado de la violencia

física en la persecución de sus fines. Del mismo, el recurso de

la vía armada no es izquierdista per se.

Dentro del movimiento trotskista en particular, las co-

rrientes que se hallan más a la “derecha” son en este sentido

las más abiertas adaptarse no sólo a los valores de la sociedad

capitalista directamente, sino también a los de medios del

movimiento social en los que operan, mientras que los más

“izquierdistas”, son aquellos se ciñen más estrechamente a su

propio perfil político como trotskistas, especialmente a sus

aspectos más controvertidos, como la revolución socialista y la

dictadura del proletariado.

El término “ultra-izquierdismo” implica un juicio subjeti-

vo de quien ha ido “demasiado lejos” en su izquierdismo, y no

lo usaré sino entrecomillado, cuando reporte la opinión de

terceros. Términos valorativos como “oportunismo” y “secta-

rismo” han sido ampliamente usados en las polémicas, pero yo

no recurriré a ellos salvo en la pequeña medida en la que den

cuenta de realidades objetivas: no como características de un

sujeto sino de la relación entre dos sujetos: “Oportunismo” es

el término peyorativo que se usa para denunciar a las tenden-

cias que, dentro de la izquierda, se encuentran a la derecha del

observador. Por su parte, el término “sectarismo”, aunque

frecuentemente se asocia con el de “ultra-izquierdismo” en

tanto se aplica a grupos alienados del resto del movimiento

social, se refiere específicamente a una forma organizativa

relativamente cerrada (con respecto a la preferible para el

observador) que puede servir a diversas posturas políticas, no

sólo a las más “izquierdistas”. La historia del trotskismo mexi-

cano incluye algunos ejemplos de esto.

I

EL PRINCIPIO ERA EL CAOS

(1958-1962)

A mediados de los años cincuenta, el trotskismo como fuerza

organizada no existía en México, pese a ser el país donde León

Trotsky había vivido los últimos años de su vida y donde ha-

bía escrito varios de sus libros más importantes.

Para entonces, Rosalío Negrete (ingeniosa traducción cas-

tellana de Russell Blackwell), el militante estadounidense que

había impulsado la fundación del trotskismo mexicano dentro

y fuera del Partido Comunista, había abandonado el marxismo

para convertirse en anarquista; el célebre Diego Rivera había

roto violentamente con Trotsky para regresar al estalinismo.

La propia Natalia Sedova, viuda de Trotsky, había abandonado

la Cuarta Internacional tras la Segunda Guerra Mundial recha-

zando la postura de defensa incondicional de la URSS.

La primera generación de trotskistas mexicanos había

logrado una influencia marginal en el movimiento obrero

durante la guerra, pero poco después, dividida desde 1945

entre el grupo de Luciano Galicia y el de Octavio Fernández,

fue perdiendo sus raíces en la clase obrera y se fue disgregan-

do. Para 1948, ambas alas habían perdido contacto con la

Cuarta Internacional y poco después dejaron de existir en

forma organizada.4 Algunos de sus militantes, como Rafael

Galván, harían una importante carrera en el movimiento obre-

ro y la izquierda, pero no bajo la bandera específica del trots-

kismo.5 Otros, como los líderes Luciano Galicia y Octavio

Fernández, conservarían su “trotskismo” como ideología indi-

vidual sin militar en ningún grupo. Otros más, como Félix

Ibarra, César Nicolás Molina y Fausto Dávila mantendrían una

relación activa de simpatía y enseñanza con la siguiente gene-

ración de trotskistas mexicanos.

En su último año de vida, León Trotsky había generado

una descripción original de los gobiernos del mundo “neo-

colonial”, y en particular el de México, según la cual el peso

social relativamente débil de la clase burguesa nacional (tanto

frente a su propia población como frente al imperialismo ex-

tranjero), forzaba a los gobiernos a compensar ese defecto

estructural adquiriendo una férreo control sobre el resto de las

clases sociales, especialmente la clase obrera, lo que llamó

“bonapartismo sui generis”6. En virtud de esta caracterización,

Trotsky anticipó que (a menos que los trotskistas lograran la

dirección de los sindicatos) el gobierno mexicano tendería a

incorporar más y más al movimiento sindical a su propia esfe-

ra, aplastando en el camino la democracia sindical.

Si bien esta propensión había iniciado durante la vida del

propio Trotsky, bajo el gobierno de Cárdenas y la dirección

sindical de Lombardo, para los años cincuenta, 20 años des-

pués de formulado, su pronóstico se había cumplido como una

maldición. A principios de los años cincuenta personajes como

Fidel Velásquez y los llamados líderes “charros” habían adqui-

rido el control de la CTM, purgado a los cuadros izquierdistas,

suprimido la democracia sindical y subordinado a los sindica-

tos al partido de Estado, el PRI.

Vale la pena detenerse brevemente para discutir las razo-

nes subyacentes de la decadencia y dispersión del primer ciclo

del trotskismo mexicano. La primera de estas razones tiene

que ver con el firme control que el Estado mexicano mantuvo

sobre el movimiento obrero, tal como Trotsky había previsto.

En sus dos fases (primero bajo el estalinismo y después direc-

tamente bajo el PRI) este control corporativismo cumplió efi-

cazmente la función de impedir manifestaciones de política

obrera independiente, negándole al trotskismo su base natural.

En el ámbito ideológico, este fenómeno se expresó a dos

niveles. En el mundo oficial, el anticomunismo macartista,

4 El recuento más exhaustivo del primer ciclo del trotskismo

mexicano se encuentra en Gall, Olivia, Trotsky en México,

Era, México 1991. 5 Según Alexander (op. cit.), a mediados de los años cincuenta

apareció una revista semi-trotskista dirigida por el líder elec-

tricista Rafael Galván, llamada ¿Qué Hacer? 6 Ver: Trotsky, “Los sindicatos en la era de la decadencia

imperialista” (1940)

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4

4

importado de EE.UU. para al armar a los gobiernos capitalis-

tas en la guerra fría, ayudó a inocular a sectores de la clase

media y la población en general contra las ideas del marxismo.

Más fundamentalmente, en el seno del movimiento obrero, el

arraigado nacionalismo de la izquierda mexicana también

contribuyó a aislar y disgregar a las fuerzas de la Cuarta Inter-

nacional.

Sin embargo, las condiciones objetivas para la existencia

de una tendencia proletaria que no sólo fuera socialista, sino

que se ubicara incluso a la izquierda del comunismo soviético

oficial, no sólo no dejaron de existir en esa década, sino que en

cierto modo se hicieron más propicias. Durante toda la primera

mitad del siglo, el país desarrolló una poderosa clase obrera

industrial concentrada en la Ciudad de México y otros centros

urbanos importantes, que además reunían universidades y

otros centros de estudio masivos. Al mismo tiempo, tal como

Trotsky había previsto, la burguesía nacional no logró desarro-

llarse hasta el punto de general un régimen liberal-democrático

estable ante sus propias masas ni independiente frente al impe-

rialismo.

Sin embargo, los factores arriba mencionados no sólo

rompieron la continuidad del trotskismo nacional, sino que

golpearon a todas las expresiones políticas del movimiento

obrero.

En esa época, prácticamente toda la izquierda mexicana

organizada –dominada por el PCM, y el lombardista Partido

Popular (PP)-- compartía el esquema estalinista de la revolu-

ción “por etapas” y en particular participaba del proyecto

nacionalista de la “Unidad Nacional”, que culminó con el

apoyo electoral al candidato oficial Miguel Alemán en 1946.

Esta lealtad al sistema no impidió que, durante la década de

los cincuenta, el PCM siguiera siendo víctima de una represión

estatal feroz y constante por parte de un gobierno que por su

propia naturaleza no podía tolerar ninguna alternativa política

entre el movimiento popular. Así, por el efecto combinado de

sus propias contradicciones y de la feroz represión policíaca,

el Partido Comunista entró en crisis, de manera que entre 1952

y 1957 sus organizaciones de base perdieron dos terceras par-

tes de su militancia.7

Cuando, a finales de los años cincuenta, los violentos

combates de la insurgencia obrera (ferrocarrilera y magisterial,

entre otros) sacudieron al país, los partidos de izquierda tradi-

cional asesoraron a estos movimientos y participaron en ellos:

de hecho, sus cuadros en los gremios fueron los líderes natura-

les de estas luchas. Paradójicamente, sin embargo, su estallido

no encajaba en absoluto con su rígido esquema reformista y de

hecho los había tomado por sorpresa. Su apoyo al gobierno

priísta y su concepción conciliadora de “unidad a toda costa”

con el movimiento sindical oficial les había impedido proveer

una verdadera dirección política revolucionaria.

El más pro gobiernista y “leal” de estos partidos era sin

duda el Partido Popular, fundado y dirigido por el antiguo

líder de la CTM, Vicente Lombardo Toledano.

7 Carr, op.cit.

Lombardo era un político para quien el socialismo era

“la prolongación y extensión del capitalismo de Estado”8 y

que, sin llamarse a sí mismo comunista, se había mantenido

fiel al estalinismo soviético. Como es bien sabido, Lombardo

había sido el más poderoso de los enemigos de Trotsky en

México.9

Sin embargo, a diferencia del PCM, su partido en esa épo-

ca distaba mucho de ser monolítico. Según lo describe Barry

Carr en Historia de la izquierda mexicana a través del siglo

XX:

El Partido Popular atrajo inicialmente a miembros de una

amplia gama de círculos progresistas y de izquierda. Muchos

antiguos comunistas se unieron a él, incluidos José Revueltas,

Diego Rivera, Enrique Ramírez y Ramírez, Rafael Carrillo y

Vicente Fuentes Díaz. Se les sumó una amplia gama de socia-

listas no afiliados a ningún partido, como el agrónomo Manuel

Mesa, Narciso Bassols, Víctor Manuel Villaseñor, el doctor

Jorge Carrión, Manuel Marcué Pardiñas, y activistas del mo-

vimiento obrero como Alejandro Carrillo, el organizador cam-

pesino sonorense Jacinto López y el diputado federal Vidal

Díaz Muñoz, un político veracruzano que encabezaba la Fede-

ración Nacional de Trabajadores del Azúcar. Curiosamente, el

Partido Popular también atrajo a un cierto número de antico-

munistas [...].

La presencia de tan diversas tendencias dentro del PP era

posible porque la vaga postura que adoptaba el partido admitía

muy diversas interpretaciones de sus fines. El resultado fueron

disputas enconadas. 10

Debido en gran parte a la militancia de estos cuadros no

estrictamente lombardistas, el PP cobró una gran importancia

en la izquierda de finales de los años cuarenta y principios de

los años cincuenta. El líder campesino sonorense Jacinto Ló-

pez, por ejemplo, llegó a ser uno de los dirigentes principales

de la federación sindical UGOCM (el intento de la izquierda de

crear una alternativa radical a la CTM), hasta que fue arrestado

en 1958 junto con el líder magisterial comunista Othón Sala-

zar. En virtud de esta diversidad, el PP de ese entonces se con-

virtió en un semillero de las más diversas corrientes izquier-

distas. Incluso el primer intento de organizar un movimiento

guerrillero castrista durante los años sesenta (la toma del cuar-

tel Madera en Chihuahua en 1965) estuvo organizado por

antiguos militantes del PP.11

Acaso estos factores expliquen la aparente paradoja de

que fuera justamente en el Partido Popular de Lombardo, o

para ser más precisos, en su organización juvenil, la Juventud

Popular (JP), donde se originó el primer núcleo trotskista me-

xicano del segundo ciclo.

Así pues, en pleno auge de la insurgencia ferrocarrilera,

un grupo de jóvenes cuadros de la Juventud Popular en la

Ciudad de México se desilusionaron del papel que el PP y los

8 citado en idem

9 ver: Gall, op. cit.

10 Idem

11 Idem

Page 5: LOS TROTSKISMOS INTERNACIONALES EN MÉXICO 1958-2000 - Oscar de Pablo

5

5

demás partidos de la izquierda tradicional habían desempeña-

do y decidieron que no querían volver a oír hablar de lombar-

dismo. Entre estos jóvenes izquierdistas estaban Felipe Galván

y el sonorense Francisco Xavier Navarrete, que había sido el

ayudante personal de Jacinto López. El caso es que, en algún

momento de 1958, se separaron de la Juventud Popular para

formar un grupo propio basado en una interpretación más

radical del marxismo-leninismo, declarándose trotskistas.

Aunque esta conversión no fue compartida por todos los mili-

tantes de la JP, sí incluyó a su núcleo activo, de forma tal que,

tras la escisión, la juventud lombardista perdió su viabilidad, y

dejó de existir por el siguiente periodo.

En su evolución a la izquierda, los jóvenes líderes de la JP

entraron en contacto con un hombre llamado Vidal Solís, un

cuadro michoacano del PCM que, al igual que otros militantes

comunistas de todo el mundo, pocos años antes había roto con

el estalinismo bajo el impacto del XX Congreso del PCUS y la

Revolución Húngara de 1956, para acercarse al trotskismo.

Gracias a los contactos de Vidal, los miembros de la JP

trabaron relación con veteranos militantes de la época de

Trotsky, como los obreros telefonistas Roberto M. Abelleyra y

el oaxaqueño Félix Ibarra, que durante la última década habían

conservado su política trotskista en estado latente, sin encar-

nación organizativa propia. Ibarra, nacido en 1912, había sido

uno de los líderes fundadores del trotskismo mexicano, y, para

los años cincuenta, había llegado a ser una de las figuras más

importantes en el ala izquierda del sindicato telefonista.12

De

esta generación también formaba parte el doctor Fausto Dávila

Solís que, pocos años antes, en la ciudad petrolera de Poza

Rica, había ganado unas elecciones municipales como candi-

dato “independiente”, pero no había podido ocupar el cargo

pues el cacique priísta le robó la elección.13

Después de intentar sin mucho éxito contagiar su entu-

siasmo a los viejos ex militantes, para entonces ya demasiado

cansados para comenzar de nuevo, y tras estudiar algunos de

los principales libros de Trotsky, Vidal y los militantes de la JP

buscaron el ingreso al movimiento trotskista mundial y a fina-

les de 1958 entraron en contacto con el Buró Latinoamericano

de la Cuarta Internacional, o más bien, de su versión “pablis-

ta”.

¿CUÁL IV INTERNACIONAL?

Para 1958, el movimiento trotskista internacional llevaba

más de cinco años dividido en dos alas, ambas reclamando el

manto de la Cuarta Internacional. Por un lado, estaba la mayo-

ría dirigida por el griego Michel Pablo (M. Raptis) en torno al

Secretariado Internacional, y por el otro, el llamado Comité

Internacional, dirigido por el poderoso SWP estadounidense de

James P. Cannon, y algunos elementos de las secciones britá-

nica y francesa.

12

Según Alexander (op. cit.), Felipe Galván también había

formado parte del trotskismo de la generación anterior. Por

razones elementales de edad, esto no es verosímil. 13

Ibid. Todavía hoy existen en Poza Rica una colonia y un

hospital que llevan el nombre del doctor Fausto Dávila Solís.

Ideológicamente, ambas corrientes partían de maneras

distintas de interpretar los sucesos internacionales que siguie-

ron a la Segunda Guerra Mundial y que el trotskismo clásico

no había previsto, como la extensión del “bloque soviético”

más allá de la URSS y la abolición del capitalismo en Europa

del Este y en China.

Desde 1951, el Secretariado Internacional pablista defen-

día la tesis de que las nuevas circunstancias mundiales eran

totalmente distintas a las anteriores. Según esta corriente, en el

nuevo contexto, los movimientos de izquierda no trotskista

podían despeñar un papel “aproximadamente revolucionario”.

Por tanto, los trotskistas internacionalmente debían unirse a las

corrientes estalinistas y de liberación nacional para impulsar-

las en dirección del marxismo revolucionario genuino, al que,

según se alegaba, estaban objetivamente predispuestas, espe-

cialmente en el mundo neo-colonial. Según esta perspectiva,

mantener la independencia organizativa del trotskismo no era

tan necesario como lo había sido en tiempos de Trotsky.

Los “antipablistas”, por su parte, en línea con el trotskis-

mo ortodoxo, no acertaban a caracterizar con claridad lo que

había pasado en Europa del Este y China –en algunos casos,

negándose a reconocer las revoluciones sociales que habían

ocurrido--, pero en cambio estaban convencidos de la necesi-

dad de mantener la independencia organizativa de la Cuarta

Internacional y sus secciones.

En 1952, desde su puesto de secretario general de la In-

ternacional, Michel Pablo instruyó a la sección francesa a que

ingresara en el Partido Comunista, e hizo expulsar a los líderes

de la sección que se negaron a obedecerlo. La escisión se ge-

neralizó un año después, cuando el ala antipablista de la Inter-

nacional (y especialmente el partido estadounidense) se solida-

rizó con los militantes franceses expulsados y organizó junto a

ellos el llamado Comité Internacional con plena independencia

organizativa.

El Secretariado Internacional pablista conservó en su

campo a una de las principales figuras intelectuales del trots-

kismo europeo, Ernest Mandel, y también contaba con el Buró

Latinoamericano, dirigido por uno de los partidarios más ex-

tremos de la versión pablista del trotskismo, el argentino J.

Posadas. Por su parte, el francés Pierre Lambert y el argentino

Nahuel Moreno, entre otros, se quedaron con el Comité Inter-

nacional dirigido por el SWP. Más adelante nos detendremos

en cada uno de estos personajes, pues todos ellos, de muy

diversas maneras, habrían de desempeñar un papel importante

en la historia del trotskismo mexicano.

Volvamos, pues, al caso mexicano.

Fue mediante Posadas –líder del Buró Latinoamericano,

fiel al bando pablista-- que los jóvenes militantes de la JP en-

traron en contacto con el movimiento trotskista mundial. Du-

rante algunos meses, las reuniones y discusiones con el Buró

fueron afinando cada vez más la cultura política trotskista de

los militantes mexicanos, que adoptaron el nombre de Partido

Obrero Revolucionario (trotskista) –POR (T)–.

Page 6: LOS TROTSKISMOS INTERNACIONALES EN MÉXICO 1958-2000 - Oscar de Pablo

6

6

El órgano de propaganda del grupo fue bautizado Voz

Obrera, la primera publicación trotskista mexicana del segun-

do ciclo, que habría de continuar existiendo por más de veinti-

cinco años.

Sin embargo, a lo largo del proceso de fundación del nue-

vo partido y de su integración al movimiento mundial, uno de

los cuadros más fogueados provenientes de la JP, Francisco

Xavier Navarrete, empezó a desconfiar de la personalidad

autoritaria e inestable de Posadas, así como de su versión del

trotskismo, y decidió conservarse al margen del grupo, mante-

niendo, al menos por el momento, una actitud individual de

expectativa.

Sin embargo, la defección de Navarrete no detuvo el pro-

ceso, y los lazos entre el grupo mexicano y la Internacional se

fueron estrechando. En 1960, ya fundado el POR(T), Felipe

Galván fue enviado como delegado mexicano de la Cuarta

Internacional al Festival de la Juventud de la Habana, Cuba,

donde pudo ver la realidad de la joven dirección revoluciona-

ria cubana, y donde fue acusado, junto con los otros delegados

trotskistas, de ser agente de la CIA por los estalinistas cubanos.

A partir de su regreso, Galván sería uno de los principales

líderes del grupo. Poco después, en 1961, el VI Congreso

mundial del ala pablista de la Cuarta Internacional reconoció

formalmente al POR (T) como su sección mexicana. Este grupo

estaba destinado a escribir, pocos años más tarde, un capítulo

heroico y trágico en la historia del trotskismo mexicano, pero

una década después desaparecería víctima de la represión

estatal y de sus propias concepciones políticas.

Fue precisamente Francisco Xavier Navarrete, el único de

los cuadros de la escisión trotskista de la JP que se había nega-

do a entablar contacto con el movimiento trotskista internacio-

nal, quien propició la fundación de la corriente que llegó a ser

la más importante del trotskismo mexicano posterior, tanto en

términos numéricos como de continuidad humana: la que más

tarde sería asociada con el “Secretariado Unificado”.

La historia de este grupo empezó cuando Navarrete entró

en contacto con el joven estudiante de Ciencias Políticas Ma-

nuel Aguilar Mora. Dada la permanencia ininterrumpida de

este último en la historia del movimiento trotskista mexicano

hasta el final del siglo XX y más allá, vale la pena detenerse

en su biografía.

Perteneciente a una generación más joven que los militan-

tes mencionados hasta ahora, Manuel Aguilar Mora nació en

Chihuahua en 1939, en el seno de una familia de clase media.

A mediados de los años cuarenta, su familia emigró a la Ciu-

dad de México trayendo consigo a un Manuel de siete años y a

su hermano David, un año menor.14

En 1958, Manuel entró a estudiar la carrera de Ingeniería

en la UNAM. Ese año, la reubicación del campus en la recién

abierta Ciudad Universitaria --en el entonces lejano sur de la

14

Un hermano varios años más joven, Jorge, habría de conver-

tirse en un célebre ensayista, narrador y poeta.

ciudad--, provocó el movimiento estudiantil llamado “de los

camiones”, centrado en la exigencia estudiantil de medios

accesibles para desplazarse a la universidad. Este movimiento

sorprendió al joven chihuahuense en el primer año de la carre-

ra y lo puso en contacto con la política. Fue ahí que tuvo noti-

cias del explosivo movimiento ferrocarrilero que estaba siendo

brutalmente reprimido. Rápidamente, el muchacho abandonó

la ingeniería y se trasladó, en calidad de oyente, a la escuela de

Ciencias Políticas.

En enero de 1959, el triunfo de la Revolución Cubana sa-

cudió a la juventud de toda América Latina y dio una nueva

vitalidad a la izquierda. Revolucionarios cubanos recién sali-

dos de la clandestinidad fueron invitados ese mismo enero a

dar conferencias sobre su revolución en la escuela de Ciencias

Políticas, que entonces dirigía el intelectual izquierdista Pablo

González Casanova. Los textos clásicos marxistas formaban

parte central del programa de estudios.

Manuel Aguilar Mora y todo su círculo de amigos se de-

clararon admiradores de la Revolución Cubana, y la mayoría

ingresó a la sección juvenil del Partido Comunista. Manuel,

sin embargo, desconfiaba del PCM dado lo que había oído decir

sobre las atrocidades del estalinismo soviético. En cambio,

junto con su hermano David y otros amigos, publicó un pas-

quín estudiantil independiente con el curioso título de El de-

magogo.

En esa época, estudiaba en la escuela de Ciencias Políti-

cas Francisco Xavier Navarrete, ya de treinta y tantos años, el

único miembro de la escisión de la JP que se había negado a

unirse al grupo de Posadas, pero que no había perdido el im-

pulso de adherirse a un grupo trotskista. Así, no bien se enteró

Navarrete de que había en su propia escuela un grupito iz-

quierdista de estudiantes independientes, fue a buscar a Agui-

lar Mora. Cuando notó su acento norteño (Aguilar Mora era de

Chihuahua y Navarrete de Sonora), le preguntó provocadora-

mente si además de “pocho yanqui” era “pocho soviético”.

Como el joven le respondiera que ninguna de las dos, Navarre-

te puso en sus manos una copia de La revolución traicionada,

el libro de Trotsky que explica la naturaleza y la degeneración

de la Revolución Rusa.15

La lectura de esta obra seminal no podía sino impresionar

a los jóvenes activistas, que no tardaron en declararse trotskis-

tas y en formar una nueva organización en torno a Navarrete:

la Liga Estudiantil Marxista, que meses más tarde habría de

cambiar su nombre por el de Liga Obrera Marxista (LOM).16

Fuera de Navarrete, estos jóvenes activistas apenas tenían

noticia de la existencia del POR. Años después, Aguilar Mora

recordaría:

15

Entrevista con M. Aguilar Mora, diciembre de 2005 16

Según Alexander (op. cit.), el cambio de nombre ocurrió tras

un intento de unificarse con el POR que este último detuvo.

Según este autor, la LOM representaba en México al movi-

miento “antipablista” mundial. En realidad, como se verá el

contacto de esta organización con el movimiento mundial

comenzó cuando ya el SWP se orientaba a la fusión con el

Secretariado Internacional pablista.

Page 7: LOS TROTSKISMOS INTERNACIONALES EN MÉXICO 1958-2000 - Oscar de Pablo

7

7

En 1959, cuando se fundó la Liga Obrera Marxista,

la decena de estudiantes radicales que nos reunimos

para organizarla no éramos más que el jirón utópico de

una idea cuyas expresiones organizativas, después del

asesinato de León Trotsky en Coyoacán en 1940, ha-

bían fracasado en nuestro país.17

Además de Navarrete y los hermanos Aguilar Mora, la

Liga incluía a Moisés Lozano, Carol de Swam y Rafael To-

rres. Poco después, ingresaron varios jóvenes estudiantes de

las facultades de Filosofía y Letras y Ciencias Políticas, que

desempeñarían un papel protagónico en esta historia: Luis

Vásquez, Ana María López,18

Emilio Brodziak Amaya, Eunice

Campirán y Carlos Sevilla. Este último habría de convertirse,

en los siguientes años, en el colaborador más estrecho de Ma-

nuel Aguilar Mora al frente de su tendencia.

Con estos recursos, la LOM logró incluso editar varios li-

bros de Trotsky y una publicación estacional, El Obrero Mili-

tante. En esta época, Manuel Aguilar Mora, que en los si-

guientes años usaría el seudónimo “A. Alday”, usaba el pelo

cortísimo, algo totalmente inverosímil en un estudiante trots-

kista de los años sesenta, lo que le valió el apodo de “el pelón”

con el que en ciertos medios habría de ser conocido en adelan-

te.

La situación de asilamiento nacional de la LOM no habría

de durar mucho tiempo. A finales de 1961, Joseph Hansen,

quien fuera secretario de Trotsky y quien entonces era uno de

los principales dirigentes del Socialist Workers Party (SWP)

estadounidense, pasó por México como parte de una gira por

América Latina. En su paso por el país, el estadounidense

entró en contacto con los militantes de la LOM y les informó

que en ese momento su partido estaba iniciando un curso de

reagrupamiento con el Secretariado Internacional pablista,

sobre la base de su común apoyo a la dirección cubana.

Vale la pena explicar este giro. El SWP había dirigido el

lado antipablista en la escisión de 1953, que insistía en la

independencia del trotskismo frente a otros movimientos de

izquierda. Sin embargo, el curso cada vez más radical de la

Revolución Cubana –que había sido dirigida por un movi-

miento guerrillero que poco o nada tenía que ver ni con el

contenido de clase, ni con la ideología, ni con la forma organi-

zativa que postulaba el trotskismo-- parecía estar confirmando

la teoría de Pablo. De este modo, el SWP, ahora dirigido por el

líder sindical Farell Dobbs y por Hansen, estaba a punto de

abandonar el Comité Internacional “antipablista” y de unirse a

su rival, el Secretariado Internacional, ya para entonces dirigi-

do por Livio Maitan y Ernest Mandel.19

El documento que el

17

Aguilar Mora, Manuel, Huellas del porvenir, 1968-1988,

Juan Pablos Editor, México 1989 18

Otra Ana María López, homónima de ésta, fue conocida en

medios izquierdistas como dirigente campesina en Sonora y

compañera de Carlos Ferra. No confundir. 19

Michel Pablo, que entonces estaba preso por sus actividades

a favor de la independencia argelina, más tarde se opondría a

la reunificación y se escindiría, creando en 1965 su propia

SWP elaboró para justificar su giro, titulado “Hacia la pronta

reunificación del trotskismo mundial”, explicaba sucintamente

esta convergencia:

En su evolución hacia el marxismo revolucionario, el Mo-

vimiento 26 de Julio sentó una pauta que ahora sirve de ejem-

plo para varios países.20

La inminente reunificación no fue la única noticia sobre

realineamientos internacionales que Hansen venía a trasmitir.

Al mismo tiempo, conforme el SWP se acercaba al Secretariado

Internacional, el argentino Posadas estaba a punto de separarse

de él junto con todo su “Buró Latinoamericano” (al que en

adelante Posadas presentaría como “la Cuarta Internacional”).

Como exponente extremo del pablismo, Posadas desconfiaba

de toda dirigencia que no se centrara en el “Tercer mundo”,

pues consideraba que los obreros del mundo industrializado ya

se habían aburguesado y en adelante sólo los países del mundo

neocolonial generarían oportunidades revolucionarias.

Así pues, lo que Hansen venía a proponer a la LOM mexi-

cana era que entrara en contacto con el SWP y con el movi-

miento trotskista mundial que pronto se reunificaría, ahora que

Posadas se había hecho a un lado. Navarrete, que desconfiaba

enormemente del argentino, esta vez aceptó entablar contactos

internacionales.

Durante los meses siguientes, la relación entre la LOM y el

SWP se fue haciendo más estrecha, y para mediados de 1963 el

grupo mexicano fue invitado a mandar un delegado al congre-

so de reunificación del que resultaría el llamado Secretariado

Unificado (S.U.) “de la Cuarta Internacional”, que tuvo lugar

en la pequeña ciudad italiana de Frascatti, cerca de Roma.

El delegado elegido por la LOM fue Manuel Aguilar Mora.

En ese congreso, y en el subsiguiente viaje a Nueva York, el

joven chihuahuense entró en contacto con la mayoría de las

grandes figuras mundiales del trotskismo de entonces. Para el

II Congreso del Secretariado Unificado (el VIII para los que

venían del Secretariado Internacional) de 1965, la LOM fue

reconocida oficialmente como su sección mexicana.21

En ade-

lante, el grupo sería el afiliado mexicano del Secretariado

Unificado, y Aguilar Mora su principal enlace con el resto del

mundo.

Por su parte, cuando Posadas se escindió en 1962, el POR

(T) mexicano se mantuvo fiel a su padrino internacional, y se

convirtió en la sección mexicana de su Buró Latinoamericano,

ahora auto-nombrado “Cuarta Internacional”. Como tal, el

grupo mexicano colaboró con la producción y la distribución

de la Revista Marxista Latinoamericana, órgano internacional

del posadismo, al mismo tiempo que producía su propio perió-

dico nacional, el Voz Obrera.

organización internacional rival. Esa tendencia fue una de las

pocas que no tuvo nunca un afiliado mexicano 20

Declaración del Comité Político de SWP, 1 de marzo de

1963 21

Alexander, op. cit.

Page 8: LOS TROTSKISMOS INTERNACIONALES EN MÉXICO 1958-2000 - Oscar de Pablo

8

8

Ambos grupos siguieron existiendo independientemente,

compitiendo por el manto del trotskismo y enfrascándose en

polémicas frecuentes.

II

LOS PROFETAS ARMADOS (1963-1967)

En 1963 David Aguilar Mora estudiaba economía, formaba

parte de la LOM22

y del incipiente moviendo estudiantil y era,

según lo recuerda su hermano mayor Manuel, un joven precoz,

inteligente y sobre todo muy valeroso, una cualidad que sub-

raya con la siguiente anécdota:

En una manifestación universitaria de esos años, el rector

Ignacio Chávez, odiado por los activistas estudiantiles de

izquierda, encontró a David al frente de los manifestantes y lo

confrontó, exigiéndole que le mostrara su credencial para

demostrar que realmente era estudiante de la UNAM. Altivo,

David le respondió que lo haría con gusto, si él antes le mos-

traba su credencial de rector, con lo que arrancó la ovación de

los demás manifestantes.23

Pronto, el joven militante tendría

ocasión de demostrar su valentía en circunstancias mucho más

dramáticas.

En 1963, David Aguilar Mora conoció a un joven guate-

malteco llamado Francisco Amado Granados, que estudiaba en

su misma facultad y se dedicaba a los negocios. Sin embargo,

estas ocupaciones eran en realidad parte de una cubierta. Gra-

nados operaba en México como enlace de la guerrilla de su

país.24

La condición clandestina de Granados no le impidió en-

trar en contacto con el movimiento izquierdista del país hués-

ped, y revelarle su verdadera función. Así, en las discusiones

universitarias, el enviado de la guerrilla no tardó en captar la

atención de David.

En esa misma época, el propio Posadas estaba en México

asesorando al POR(T), y también él fue presentado a Granados,

al que con el tiempo logró ganar para su causa. A su vez, por

razones que discutiré más adelante, Posadas empezó a acari-

ciar la idea participar con su partido en la lucha armada gua-

temalteca.

Para David, entonces militante de la LOM, la perspectiva

de militar en un movimiento armado bajo la bandera del trots-

kismo, combinada con la presencia carismática de un líder

internacional como Posadas, tuvo un poderoso efecto, de ma-

nera que cuando Granados ingresó al POR (T), él también deci-

dió hacerlo. Para ello hubo romper con la LOM, dirigida por

Navarrete y por su hermano Manuel, a cuyos miembros empe-

22

Según Barry Carr (op. cit.), David también formaba parte de

un importante colectivo estudiantil de izquierda en la facultad

de economía, llamado Grupo Linterna. Según Manuel Aguilar

Mora, el nombre de este grupo era Rojo y Negro. 23

Entrevista con M. Aguilar Mora, diciembre de 2005 24

Según Alexander (op. cit), en ese punto Granados era el

representante personal de Fidel Castro en la guerrilla guate-

malteca. Su fuente fue el excomunista guatemalteco Carlos

Manuel Pellecer. No es posible verificar esta afirmación.

zó a considerar como intelectuales diletantes y poco serios.

Así, con apenas 23 años, David Aguilar Mora quedó, junto

con Felipe Galván y Vidal Solís, al frente del grupo posadista

y al poco tiempo se convirtió en editor del periódico Voz

Obrera. Para entonces, con varias decenas de militantes, el

POR doblaba el tamaño de la LOM.

Poco antes, David había salido de la casa paterna para ca-

sarse con la toluqueña Eunice Campirán Villicaña. Ambos

jóvenes se habían sido cuadros muy activos de la LOM hasta

ese momento, cuando, ante la seducción de participar en un

proyecto internacionalista de lucha armada, ambos se pasaron

a las filas del POR (T).

En la elección de David Aguilar Mora por el posadismo, -

-una decisión que lo separaría para siempre de su hermano--,

bien pudo haber influido una cierta afinidad de personalidad, y

no sólo un acuerdo programático. Los militantes del POR, en

general menos jóvenes, de extracción más plebeya y menos

“intelectual”, eran conocidos por su disciplina, su solemnidad,

su desconfianza del academicismo, y su abnegación. Más tarde

habrían de demostrar un heroísmo incuestionable, pero tam-

bién una clara disposición a defender celosamente los dogmas

más descabellados por cuestión de disciplina partidista; una

manera de hacer política que con el tiempo quedaría asociada

más con el maoísmo que con el trotskismo.

En este sentido, la militancia del POR (T) llevaba la marca

aplastante de la personalidad de su dirigente internacional, el

argentino Homero Cristali, mejor conocido por su nombre de

partido, J. Posadas (1912-1981). Vale la pena, pues, detenerse

en este personaje.

Durante su juventud en los años 20, Cristali fue futbolista

profesional en el equipo estudiantil de la Plata (e incluso llegó

a figurar en las tarjetas coleccionables); en los años treinta fue

carpintero y activista sindical; en los años cuartea, ya bajo el

seudónimo de Posadas, dirigía un grupo trotskista en la ciudad

de Córdoba, y para los cincuenta llegó a ser líder del Buró

Latinoamericano de la Cuarta Internacional pablista. Como

hemos visto, para los años siguientes ya dirigía su propia ver-

sión de la “Cuarta Internacional”.

Solemne, enérgico, demagógico y carente de sentido del

humor, Posadas no rechazaba el trabajo duro, pero tampoco

los excesos del culto a la personalidad. Según el trotskista

argentino Liborio Justo, era capaz de sostener discusiones

acaloradas por varias horas, venciendo la resistencia de sus

adversarios.25

Incapaz de redactar, había copiado de Trotsky el

hábito de dictar sus “escritos” a una grabadora, sólo que sin

mucha preparación ni mucha coherencia, consiguiendo así

darles una cualidad espontánea y oral, si bien bastante poco

25

Alexander, op. cit.

Page 9: LOS TROTSKISMOS INTERNACIONALES EN MÉXICO 1958-2000 - Oscar de Pablo

9

9

articulada y difícil de seguir. No es difícil encontrar en ellos

ejemplos de humor involuntario.

El contenido de estos “escritos” era en cambio notable por

su capacidad de exponer las predicciones más extraordinarias

como si se enunciara una ley física probada e incontestable, y

por un optimismo ciertamente impresionista pero capaz de

cautivar la imaginación de quién cayera bajo su influjo. El

estilo es el hombre.

Siempre dispuesto a utilizar sus “orígenes proletarios”

como argumento de autoridad, especialmente ante sus partida-

rios provenientes de la intelectualidad acomodada,26

con un

largo cabello canoso y lacio, Posadas recordaba a todo mexi-

cano la apariencia física atribuida al cura Hidalgo. Su muy

especial carisma y sus poses radicales le permitieron conquis-

tar la lealtad a toda prueba de pequeños grupos en muchos

países, incluyendo a individuos mucho más dotados que él

mismo; individuos honestos y abnegados, muchos de ellos

brillantes, que estaban dispuestos a dar la vida por la causa de

la revolución obrera y el socialismo, pero que en cambio eran

incapaces de cuestionar las más descabelladas proposiciones

de su líder, a quien rendían un verdadero culto. De hecho, sus

partidarios llevaban consigo una grabadora incluso a las comi-

das para captar las “geniales” conversaciones del maestro, que

podían versar sobre los más diversos temas y a veces eran

publicadas como folletos.27

Basta leer los documentos publi-

cados en la Revista Marxista Latinoamericana para darse

cuenta que esto no es una exageración. Por ejemplo, al final de

un informe típico del Comité Central de la sección italiana de

los años sesenta, leemos:

“¡Viva el camarada Posadas, la expresión más elevada

del marxismo en esta época, organizador y dirigente de la

Cuarta Internacional, y continuador del pensamiento, tarea

y función histórica de Marx, Engels, Lenin y Trotsky!”28

Como veremos más adelante, tanto en el programa políti-

co como en el estilo personal, Posadas era en muchos sentidos

una versión exagerada y caricaturizada de Michel Pablo. Una

de las posturas más controvertidas y características del posa-

dismo consistía en llamar a los Estados obreros de China y la

URSS a comenzar una guerra nuclear “preventiva” contra el

imperialismo estadounidense. De ese modo, según Posadas, la

revolución mundial no podría triunfar sin pasar por la incine-

ración indiscriminada de la población civil estadounidense.

El Buró Latinoamericano era el resultado de una militan-

cia abnegada y un líder trastornado. De este material estaba

formado el POR en los años sesenta cuando se embarcó en la

empresa más ambiciosa de su historia: su incorporación a la

guerrilla guatemalteca de Marco Antonio Yon Sosa, la única

ocasión en la que un grupo trotskista mexicano se involucró

directamente con la lucha armada.

26

Entrevista con Carlos Sevilla, febrero de 2003 27

Según Carlos Ferra, ése fue el caso de un folleto que recogía

una extensa disertación que Posadas había dado en una escuela

de cuadros de los años sesenta sobre “los perros y los gatos”. 28

RML no. 13, julio de 1967

Como señalé antes, el contacto de los posadistas mexi-

canos con la guerrilla guatemalteca inició alrededor de 1963,

por medio del reclutamiento de Francisco Amado Granados,

que al momento de entrar en contacto con el POR residía en la

Ciudad de México en calidad de enlace internacional de la

guerrilla.29

La amante y mecenas de Granados, Alicia Echeve-

rría, quien años antes fuera la novia juvenil y la confidente del

poeta Jorge Cuesta, cuenta en sus memorias cómo ella y “Pa-

co” (Granados) conocieron a los jóvenes militantes del POR y

cómo éstos, en el proceso de reclutar a Granados, los invitaron

a participar en una escuela de cuadros que el partido organizó

en una casona que habían alquilado en Cuernavaca:

Permanecimos dos semanas reunidos, un grupo

como de 20 personas entre hombres y mujeres, estu-

diando, leyendo los diarios para analizar la situación

internacional y escuchando conferencias que nos daban

los dirigentes del partido. Había algunos sudamericanos

que tenían varios años de experiencia partidaria y que

nos dirigían las actividades. Fue una experiencia extra-

ordinaria por el orden y el respeto que imperaba; todas

las tareas, incluyendo las de cocinar y limpieza, se ha-

cían por comisiones formadas sin distinción de sexo. No

se presentaban coqueteos entre muchachas y mucha-

chos; había un gran sentido de convivencia, de entrega

total [...]. Esta experiencia con ellos fue muy provecho-

sa para implantar más tarde la misma disciplina y recti-

tud en nuestro movimiento guerrillero.30

Los recuerdos de Alicia Echeverría son punzantemente

frívolos (más adelante habla de cómo les preparaba coq au vin

a los prisioneros de la guerrilla), pero no dejan de tener cierto

interés para dar una idea de la apariencia que el POR presenta-

ba ante los ojos de personas ajenas al movimiento. Pese a la

sincera admiración de la autora, el pasaje citado refuerza la

fama que el posadismo tenía entre la izquierda en cuanto a su

puritanismo en lo referente a enviados desde Cuba a la revista

estadounidense Monthly Review de Paul Sweezy durante la

“crisis de octubre” de 1962. Estos militantes llegaron a Gua-

temala con la intención no de fundar una sección guatemalteca

independiente, sino de unirse a las FAR e influenciarlas con su

programa.

Así pues, el POR (T) mexicano, la sección de una interna-

cional trotskista en una sociedad muy dinámica y más o menos

industrializada cuestiones sexuales, un ascetismo que era pre-

sentado como una forma de abnegación revolucionaria. Por

otra parte, la referencia a los experimentados dirigentes sud-

americanos sugiere la presencia de “comisarios” de la Interna-

cional en aquella escuela de cuadros, uruguayos o argentinos,

como Oscar Fernández Burno, Guillermo Almeyra o el propio

Posadas.

29

Alexander (op. cit. )afirma que el contacto de los posadistas

con la guerrilla inició en 1962 por medio de un grupo de exi-

liados guatemaltecos que había pasado por la LOM para des-

pués unirse al POR. No me ha sido posible encontrar más

referencias sobre este grupo. 30

Echeverría, Alicia, De burguesa a guerrillera, Joaquín Mor-

tiz, México, 1986

Page 10: LOS TROTSKISMOS INTERNACIONALES EN MÉXICO 1958-2000 - Oscar de Pablo

10

10

El hecho es que, en 1963, el guerrillero guatemalteco

Francisco Granados conoció a los militantes del POR en Méxi-

co, se impresionó con sus conocimientos y su abnegación y

fue ganado a su política.

Es necesario discutir brevemente la naturaleza política de

la guerrilla guatemalteca en el momento en que los posadistas

entraron en contacto con ella.

Al principios de los años sesenta, Guatemala estaba sumi-

da en una brutal dictadura militar apoyada por Estados Unidos

que en 1954 había derrocado al régimen progresista de Jacobo

Arbenz. El 13 de noviembre de 1960, militares nacionalistas

de izquierda como Marco Antonio Yon Sosa, Luis Augusto

Turcios Lima y Augusto Vicente Loarca intentaron derrocar a

la dictadura pro-yanqui e iniciaron un movimiento armado

nombrado como la fecha de su insurrección, pero fracasaron y

se vieron forzados a esconderse. Para 1962, el estalinista Par-

tido Guatemalteco del Trabajo (PGT), asociado con las direc-

ciones cubana y soviética, había decidido apoyar al movimien-

to armado, suministrándole una dirección política. De esa

fusión nacieron en 1962 las llamadas Fuerzas Armadas Revo-

lucionarias (FAR), en las que el ex teniente Yon Sosa conservó

el mando militar.

Impactado por la experiencia del golpe de estado de 1954,

el PGT fue uno de los pocos PCs latinoamericanos en adoptar la

táctica armada, pero sin que esto alterara su visión estratégica

general “etapista”. Así, la línea militar de este partido, y en

consecuencia de las FAR, consistía en organizar fuerzas guerri-

lleras sobre la base de un programa nacional-democrático

amplio, sin ninguna referencia explícita al socialismo, para

conservar el apoyo del ala “antiimperialista” de la burguesía

nacional. En ese sentido, era una aplicación típica del esquema

estalinista de revolución democrática primero, revolución

socialista después, con la particularidad de que en Guatemala

incluso esta fase democrática requería un movimiento clandes-

tino y armado.

Al mismo tiempo, el PGT garantizaba la adhesión de la

guerrilla a su línea política por medios no solamente ideológi-

cos, pues, mediante sus “redes solidarias”, el partido monopo-

lizaba el acceso al apoyo en las ciudades y en el extranjero, y

con él a los fondos y a las municiones, por lo que los líderes

militares del movimiento armado debían mantenerse discipli-

nados a su línea.

La participación de los posadistas en la guerrilla habría de

cambiar esa orientación. En 1964, Francisco Granados, entu-

siasta y recién ganado al posadismo, se mudó de vuelta a Gua-

temala para reincorporarse a la guerrilla en calidad de coman-

dante del frente urbano. Entonces el POR mexicano decidió

aprovechar este contacto y mandar a Guatemala a gran parte

de su dirección, incluyendo a David Aguilar Mora, editor de

Voz Obrera, a Felipe Galván y a Evaristo Aldana, entre

otros.31

A ellos se sumaron en Guatemala cuadros internacio-

nales del Buró Latinoamericano, como el periodista argentino

Adolfo Gilly, que para entonces ya era famoso internacional-

31

Según Adolfo Gilly, (“Guerrilla, programa y partido en

Guatemala” No.3, abril-junio de 1978.) “Así se incorporaron a

la guerrilla guatemalteca, entre 1963 y 1965, por lo menos

cinco dirigentes del trotskismo mexicano”

mente por sus artículos como la mexicana, prácticamente

decidió disolverse en una guerrilla campesina, entonces ani-

mada por un programa democrático-nacionalista, en un peque-

ño país vecino que apenas tenía una clase obrera significativa,

todo ello sin dejar de predicar la importancia de los conceptos

fundamentales del trotskismo tradicional: la necesidad del

“Partido”, la centralidad del proletariado, el internacionalismo,

la revolución permanente, etc.

Esta actitud contradictoria, que desgarró entre sus dos po-

los todo el trabajo de los posadistas en Guatemala, no era

resultado de una maniobra hipócrita por parte del POR, sino

que se desprendía de la concepción programática de Posadas y

de su entendimiento particular de la revolución permanente.

En el siguiente apartado desarrollaré este punto.

Volvamos, pues, a Guatemala. Gracias a su eficiente tra-

bajo en los sectores de propaganda, contactos internacionales

y retaguardia urbana, los cuadros mexicanos del POR estable-

cidos en Guatemala lograron influenciar a Yon Sosa y partici-

par en la dirección de su movimiento. Más aun, con su capaci-

dad para el trabajo político urbano y sus contactos internacio-

nales, los trotskistas brindaron a la guerrilla medios de acceso

alternativos a fondos y municiones que antes sólo podía con-

seguir a través del PGT.

La influencia de los militantes del POR (T) cristalizó orga-

nizativamente en julio de 1964, cuando Yon Sosa y Loarca

rompieron políticamente con las FAR (cuya dirección política

retenía el PGT) para fundar una guerrilla propia bajo los auspi-

cios políticos de los posadistas. La nueva guerrilla de Yon

Sosa retomó el nombre de Movimiento Revolucionario 13 de

Noviembre (MR-13), título de la organización que había cons-

tituido el núcleo central de las guerrillas hasta la fundación de

las FAR en 1962, y que, como vimos, fue nombrada así para

honrar la fecha de un intento de golpe militar nacionalista.

Su línea política, que ahora sí reivindicaba explícitamente

al socialismo como su fin, fue una de las primeras en encarnar

muchos de los aspectos del programa que en adelante sería

conocido como “guevarismo”. Se trataba de una versión más

radical de la línea castrista oficial, según la cual, las guerrillas

debían estar conformadas por la vanguardia revolucionaria y

abiertamente socialista, cumpliendo la función de dirección

política en lugar de un partido de masas.

El documento que codificó la evolución del grupo de Yon

Sosa fue la llamada “Declaración de la Sierra de las Minas”,

aprobada en diciembre de 1964 en el campamento guerrillero

de Las Orquídeas. Así, en 1964 y 1965 el MR-13 publicó el

periódico Revolución Proletaria, que llegó a salir con una

frecuencia quincenal y cuya línea expresaba íntegramente la

política de la “Cuarta internacional” posadista. Felipe Galván

fue encargado de la importante misión de introducir armas

para la guerrilla, hasta que en 1965 fue capturado por el ejérci-

to guatemalteco y encarcelado.

Naturalmente, la guerrilla exigió de los posadistas mexi-

canos toda su energía y abnegación. Ese mismo año, David

Aguilar Mora fue capturado por las autoridades mexicanas en

Page 11: LOS TROTSKISMOS INTERNACIONALES EN MÉXICO 1958-2000 - Oscar de Pablo

11

11

Tapachula, Chiapas, y trasladado a los sótanos de Gobernación

en la Ciudad de México, donde fue retenido por unos días y

donde los agentes mexicanos los torturaron a manera de “ad-

vertencia”.

Sin embargo, la advertencia no tuvo efecto, e inmediata-

mente el joven activista volvió a Guatemala para reincorporar-

se a la guerrilla. Esta vez, el POR aprobó enviar junto con él a

su esposa, Eunice Campirán.

Así pues, el MR-13 no sólo había roto con la línea de apo-

yo a la “burguesía nacionalista” que sostenía el PGT, sino que

era co-dirigido por cuadros trotskistas e incluso se atrevía a

endosar un periódico abiertamente trotskista.32

Este logro

inusitado se lo explicaba Adolfo Gilly al mundo entero desde

las páginas del Monthly Review, con el que seguía colaborando

desde Guatemala, así como las de otras publicaciones izquier-

distas de amplia difusión, como el famoso semanario Marcha

de Montevideo. La perspectiva del posadismo de unirse a la

guerrilla nacionalista para participar en su evolución al socia-

lismo proletario e internacionalista –al que estaba objetiva-

mente predispuesta-- parecía estar realizándose al pie de la

letra.

Mientras tanto, en México, el POR tuvo que formar una

nueva dirección en torno a cuadros menos experimentados,

como Francisco Colmenares. Al mismo tiempo, el prestigio

que el partido había adquirido en su propio país debido a su

heroico trabajo en Guatemala le permitió desarrollar una

membresía de cerca de un centenar de militantes, concentrados

en la Ciudad de México y el puerto petrolero de Poza Rica.33

Como hemos visto, sólo el sector más avanzado de la

guerrilla guatemalteca aceptó la tutela trotskista, pues el resto

se mantuvo fiel a su línea anterior. Así, sustituyendo a Yon

Sosa al frente de lo que quedó de las FAR, (“las segundas

FAR”), quedó su antiguo segundo, Luis Augusto Turcios Lima,

que no se consideraba a sí mismo comunista, pero era más

disciplinado a la línea del PGT y de Fidel Castro.

Expresando fielmente su programa de “revolución por

etapas”, aun en medio de la más feroz represión estatal, esta

ala seguiría apoyando electoralmente al candidato capitalista

que considerara representante de la “burguesía progresista”,

como fue el caso con el “liberal” Julio Cesar Méndez Monte-

negro en las elecciones de 1966.

Ese año marcaría una derrota decisiva para ambas alas de

la guerrilla, pero especialmente para los trotskistas de proce-

dencia mexicana.

El primer golpe que recibieron los posadistas ese año fue

de naturaleza política y vino desde la isla de Cuba. En su men-

saje a la Conferencia Tricontinental --una reunión internacio-

nal de los movimientos de liberación del mundo neocolonial--

de enero de 1966, Fidel Castro, en su calidad de líder moral

del movimiento guerrillero latinoamericano, recurrió al viejo

32

. Idem 33

Entrevista con Carlos Ferra, enero de 2006

estilo estalinista al atacar explícitamente al trotskismo co-

mo un “vulgar instrumento del imperialismo y de la reacción”.

En particular, sus ataques estaban dirigidos a los posadistas del

POR cubano (que se encontraban proscritos en la isla) y a la

relación del MR-13 guatemalteco con los posadistas mexica-

nos.

Las declaraciones de Castro, internacionalmente muy di-

fundidas, pusieron una presión extraordinaria sobre Yon Sosa

para que se deshiciera de sus asesores trotskistas y volviera a

disciplinarse a la línea del PGT.34

En esa época, la contradicción entre la línea guevarista

avant la lettre del Buró Latinoamericano, y su violenta hostili-

dad reciproca hacia la persona y el régimen de Fidel Castro se

tradujo en una extraña convicción en la mente de Posadas: la

certeza absoluta y un tanto paranoica de que Castro había

mandado matar o al menos encarcelar al Che Guevara, segu-

ramente porque éste se había vuelto trotskista. Sólo así se

explicaba la súbita ausencia del famoso guerrillero en el go-

bierno cubano. En realidad, en ese punto, el Che se encontraba

asesorando guerrilleros en el Congo. Esto no impidió que los

partidarios de Posadas se hicieran famosos en el mundo entero

por defender la teoría del asesinato del Che por Fidel, como si

fuera una cuestión de principio, incluso después de la verdade-

ra muerte de Guevara en octubre de 1967 a manos del ejército

boliviano.

Fuera de Guatemala, las declaraciones anti-trotskistas de

Fidel Castro en la Tricontinental tuvieron el efecto de aislar a

los miembros del Buró Latinoamericano dentro de la izquier-

da, dejándolos más vulnerables a la represión estatal. Ni las

heroicas muertes de los cuadros posadistas pudieron contra-

rrestar la calumnia castrista de ser “agentes del imperialismo”.

Incluso la otra organización trotskista que operaba en

México --la LOM, dirigida por el hermano de David, Manuel

Aguilar Mora-- volvió la espalda a los posadistas bajo el ata-

que de Castro. Como hemos visto, este grupo formaba parte

del Secretariado Unificado, un bloque internacional entre los

mandelistas europeos y el SWP estadounidense formado sobre

la base de su común admiración a la dirección cubana. Así

pues, en 1966 el Secretariado Unificado dirigió una carta

abierta a Fidel Castro (publicada México en abril por la LOM)

en la que, lejos de solidarizarse con la Internacional de Posa-

das, se deslindaba de ella, e informaba al comandante que su

organización, y no la de los posadistas, era la verdadera encar-

nación del trotskismo, por lo que sus ataques en la Triconti-

nental estaban terminológicamente equivocados:

Ud. sabe que las posiciones irresponsables de este

grupo [sc. el Buró Latinoamericano posadista] no son

34

La andanada de Castro contra el MR-13 obedecía en buena

medida a un cambio en la relación de fuerzas política dentro

de la dirección cubana: el ala más radical, representada por el

Che Guevara, había perdido influencia, y los castristas ponían

todo su énfasis en el movimiento de masas meramente “pro-

gresistas” por sobre los focos de vanguardia, modelo represen-

tado por la guerrilla de Yon Sosa, entre otras.

Page 12: LOS TROTSKISMOS INTERNACIONALES EN MÉXICO 1958-2000 - Oscar de Pablo

12

12

en lo más mínimo las posiciones de la Cuarta Interna-

cional.35

Apenas unos meses después, cayó un segundo golpe, mu-

cho más dramático, sobre los militantes del POR. En un mons-

truoso operativo antiguerrillero conocido como “el crimen de

los 28” llevado a cabo durante los primeros días de marzo de

1966 con el fin de decapitar tanto a las FAR y al PGT como al

MR-13, Francisco Amado Granados y Eunice Campirán, entre

otros, fueron apresados en la ciudad de Zacapa, torturados

salvajemente y asesinados por el ejército guatemalteco. Esta

criminal ofensiva por parte del ejército --que comenzó gracias

a la traición de un miembro del PGT a la embajada norteameri-

cana36

-- incluyó también la ejecución de dirigentes como el

secretario del PGT Víctor Manuel Gutiérrez y parientes cerca-

nos de Yon Sosa, como Iris Yon Cerna y Carlos Sosa, así

como a un hermano del futuro dirigente de las FAR, César

Montes. Estos militantes, asesinados bajo el gobierno del

coronel Peralta Azurdia, fueron los primeros de la larga lista

de desaparecidos por la sangrienta guerra sucia guatemalteca.

David Aguilar Mora, que estaba desaparecido desde el di-

ciembre anterior, según se supo después, también había sido

asesinado. Los cuerpos fueron arrojados al mar en aviones

militares. David estaba por cumplir los 26 años y Eunice, que

estaba embarazada, tenía apenas 23.37

Ahora se sabe que David Aguilar Mora había sido ejecu-

tado en diciembre del 65, unas pocas semanas antes de que

Castro lo acusara, a él y a sus camaradas, de ser vulgares “ins-

trumentos del imperialismo”.

El hermano menor de David y futuro escritor, Jorge Agui-

lar Mora, y Ángel Campirán, padre de Eunice, se trasladaron a

Guatemala para inquirir por la suerte de los dos jóvenes y

tratar de salvarlos, pero no lograron nada. Según cuenta Jorge,

el embajador mexicano, cuyo nombre no registra, le dijo fran-

camente: “me importa una chingada lo que le pase a tu her-

mano”.38

Esta actitud descaradamente indiferente a la suerte de

dos ciudadanos mexicanos asesinados ilegalmente por un

gobierno extranjero correspondía a la del Estado mexicano,

pues no se trataba de ciudadanos comunes, sino de “subversi-

vos”.

Como hemos visto, sin embargo, este ambiente de repre-

sión exacerbada no impidió que el PGT y las FAR decidieran en

esas mismas semanas dar su apoyo electoral a Julio Cesar

Méndez Montenegro, que en los próximos años dirigiría la

represión con una brutalidad hasta el momento inusitada.

35

Cuarta Internacional No. 5, abril de 1966 36

Macías, Julio Cesar, La guerrilla fue mi camino 37

En marzo de 2003 la investigadora Ángeles Magdaleno hizo

público un informe policiaco de 1965 firmado por Fernando

Gutiérrez Barrios en el que se revela que el gobierno mexicano

estaba al tanto del secuestro de David Aguilar Mora desde

entonces, y que no hizo nada para obtener su liberación ni para

salvar su vida. Ver: Aguilar Mora, Manuel, “Un mexicano, el

primer desaparecido de América Latina,” revista Milenio, 29

de septiembre de 2003 38

Aguliar Mora Jorge, Una muerte sencilla, justa y eterna,

Era, México, 1990

El “crimen de los 28” y el mensaje de Castro a la Tricon-

tinental marcaron el fin del idilio de los posadistas y Yon

Sosa. Como mostraron los acontecimientos subsecuentes, la

evolución del MR-13 hacia el socialismo proletario no era tan

irreversible como se imaginaban los miembros del POR. En

realidad, esta evolución se explicaba por la autoridad personal

que los militantes trotskistas habían logrado en la dirección de

la guerrilla, y no fundamentalmente por una predisposición

objetiva o estructural de los guerrilleros al trotskismo.

Poco después, Galván, que había estado preso desde antes

del “crimen de los 28” --lo cual probablemente lo salvó de

caer ilegalmente ejecutado--, fue deportado de vuelta a Méxi-

co. Al poco tiempo abandonaría las filas del trotskismo y po-

cos años después, en enero de 1973, moriría en un oscuro

accidente aéreo junto al líder campesino priísta Alfredo V.

Bonfil, con quien Galván colaboraba entonces.39

En abril de 1966, con los principales dirigentes posadistas

muertos, presos o deportados, Yon Sosa y el resto de la direc-

ción del MR-13 finalmente cedieron ante la presión de Castro y

decidieron expulsar de sus filas a los trotskistas sobrevivien-

tes. El pretexto fue el supuesto descubrimiento de que Gilly

(que operaba bajo el seudónimo Tury), Granados, Aldana y

otros dos posadistas habían destinado parte de los fondos que

la guerrilla había obtenido en “impuestos forzosos a la burgue-

sía”, a su organización internacional sin la aprobación del

comandante Yon Sosa.

Para juzgar a los tres posadistas que seguían entre sus fi-

las (bajo los seudónimos de Tomás, Roberto y Evaristo [¿Al-

dana?]), la guerrilla constituyó un “tribunal popular” presidido

por el propio Yon Sosa, donde la sentencia de ejecución era

una posibilidad muy real. En lugar de negar los cargos, los

acusados explicaron su contenido político con un criterio in-

ternacionalista. Después de todo, la guerrilla y la Internacional

posadista estaban en plena solidaridad política, y designarle a

la segunda parte del dinero de la primera (y viceversa) era una

práctica común, o en todo caso, no era ningún crimen; estaban

destinando los recursos al mejor interés de la revolución gua-

temalteca y mundial.

Finalmente, el tribunal reconoció que los acusados no ha-

bían usado el dinero en provecho propio y los absolvió de ser

ejecutados, pero no aprobó sus fines políticos y decidió expul-

sarlos de sus filas y romper definitivamente con cualquier

versión del trotskismo.40

Según el recuento que doce años

39

Dado que Bonfil era un priísta disidente y muy popular, no

está descartado que su muerte no haya sido del todo “acciden-

tal”. Sería una triste paradoja que Galván, el ex guerrillero

trotskista que sobrevivió de milagro a la dictadura guatemalte-

ca, hubiera muerto asesinado por el gobierno mexicano poco

después de renunciar a la política radical y unirse al partido

oficial. 40

Según la versión oficial del movimiento guerrillero castrista

(y de la izquierda no trotskista en general), los acusados fue-

ron encontrados culpables de todos los cargos y sólo se salva-

ron de la ejecución gracias a la legendaria generosidad de Yon

Page 13: LOS TROTSKISMOS INTERNACIONALES EN MÉXICO 1958-2000 - Oscar de Pablo

13

13

después publicaría Adolfo Gilly en la revista Coyoacán, como

gesto de confianza personal, Yon Sosa les permitió a los acu-

sados conservar sus armas y hasta les pidió que colaboraran en

la redacción de una última declaración antes de escoltarlos de

vuelta a la frontera mexicana, lo que demuestra que la ruptura

ocurrió en medio de un ambiente de solidaridad y camaradería

de compañeros de armas.

En agosto de 1966, la otra organización trotskista mun-

dial, el Secretariado Unificado –rival de los posadistas-- publi-

có en su revista Cuarta Internacional un recuento de este

juicio y, sorprendentemente, declaró su “solidaridad incondi-

cional” no con los trotskistas expulsados, sino la purga política

de Yon Sosa.41

En todas estas polémicas, la prensa del S.U. frecuentemen-

te caracterizaba a la tendencia posadista como “secta ultra-

izquierdista”. Si bien es innegable que en su forma organizati-

va la tendencia posadista tenía muchas características eviden-

tes de una secta, la asunción de que estos rasgos organizativos

descansaban en una política subyacente “ultra-izquierdista” se

hacía un poco a la ligera y —aun desde el punto de vista de los

mandelistas— no resulta una descripción adecuada, como

quedaría demostrado en la actitud electoral del POR durante la

siguiente década, con la que esta tendencia demostró estar

muy a la derecha del S.U.

En medio de esta áspera polémica entre las dos tendencias

trotskistas, debió ser particularmente duro para Manuel Agui-

lar Mora enterarse de que su hermano menor, David, había

sido asesinado. El último encuentro entre los dos había termi-

nado, naturalmente, en una violenta discusión política. Como

hemos visto, en esa época el periódico que Manuel editaba se

distanciaba del trotskismo de los posadistas frente al ataque de

Castro como una mera “secta ultra-izquierdista” de “posicio-

nes irresponsables”.

Con los posadistas excluidos, el MR-13 inició su reacer-

camiento con el PGT y con las FAR castristas, ahora dirigidas

por el célebre César Montes (Macías).42

El periódico trotskista

del MR-13, Revolución Socialista, sencillamente dejó de apare-

cer conforme el movimiento se disciplinaba a la dirección

castrista. Ese mismo año, fatídico para todas las alas de la

guerrilla guatemalteca, Luis Augusto Turcios Lima había

muerto en un accidente automovilístico. Apenas cuatro años

después, en mayo de 1970, Yon Sosa caería asesinado en

Chiapas junto con su compañero indígena Socorro Sical,

cuando se dirigían al Distrito Federal para trasladar fondos de

la guerrilla a sus organizaciones solidarias. Aparentemente,

fueron ejecutados por oficiales del ejército mexicano que si-

Sosa. Véase por ejemplo La guerrilla fue mi camino de Julio

César Macías, o De burguesa a guerrillera de Alicia Echeve-

rría. 41

Alexader, op. cit. p. 211 42

Según el propio César Montes, su grupo recompensó con

una “fuerte cantidad de dinero” al grupo de Yon Sosa al ente-

rarse de que había expulsado a los trotskistas de sus filas.

Macías, La guerrilla fue mi camino Edisur, Guatemala, 1997

mularon un combate con la intención de quedarse con los

fondos.43

Para el posadismo mexicano, sin duda aquel abril de 1966

fue el mes más cruel. Mientras sus cuadros eran asesinados

por el ejército guatemalteco, estigmatizados por Castro y ex-

pulsados por sus camaradas del MR-13 en Guatemala, en el

propio México el gobierno de Díaz Ordaz arrestaba a ocho

dirigentes del POR, entre ellos al obrero argentino Oscar Fer-

nández Bruno, que militaba en el partido mexicano como

representante de la Internacional posadista, a su compañera

Teresa Confreta y al ya célebre Adolfo Gilly, que acababa de

llegar de Guatemala en una misión para obtener recursos para

la guerrilla.

Después de tres días de golpes y torturas, los detenidos

fueron acusados de conspirar para derrocar al gobierno, exclu-

sivamente sobre la base del programa político que defendían.

En sus declaraciones de defensa de 1966 y 1969,44

que más

tarde fueron publicados como parte de un libro, Gilly negaba

los cargos de conspiración, pero reivindicaba su militancia

revolucionaria, exponía sus principios internacionalistas y

volvía el proceso contra sus acusadores, amenazándolos vale-

rosamente con la revolución venidera:

Si es por el ‘delito’ de defender ese programa y

esas ideas que nos juzgan y nos han impuesto las sen-

tencias brutales que fija la sentencia del juez inferior,

les decimos que vamos a seguir cometiéndolo, dentro de

la cárcel y fuera de ella, y que por lo tanto deberán

condenarnos a cadena perpetua….

Por eso este juicio, como todo proceso a las ideas,

es un fracaso completo. Ustedes son los acusados y los

derrotados, no nosotros. ¡Vamos ganando, señores, va-

mos ganando en México y en todo el mundo, y ustedes

están vencidos! Ni con procesos, ni con cárceles, ni con

masacres ni con nada pueden detener o impedir esta

victoria futura de la revolución mexicana y mundial.45

Aprovechando el gran prestigio intelectual de Gilly, los

posadistas organizaron una campaña mundial para su defensa,

incluyendo cartas de protesta de varios destacados intelectua-

les, como Jean Paul Sartre, Bertrand Russell y, de manera muy

significativa, Octavio Paz.

Dada su abrumadora influencia sobre la vida cultural me-

xicana del periodo que abarca este trabajo, vale la pena dedi-

car aunque sea unas líneas a referir la relación de Octavio Paz

con el trotskismo.

El poeta mexicano siempre tuvo muy presente la referen-

cia de Trotsky como exponente del marxismo y como mártir

político, como lo atestigua por ejemplo la mención que hace

43

Ibid. 44

El que la sentencia fuera dictada finalmente en 1969, causó

la confusión de Robert Alexander (op. cit.), que implica equi-

vocadamente que Gilly y sus camaradas fueron apresados ese

año. 45

“Defensa política”, publicada en A. Gilly, Por todos los

caminos (1)

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14

14

de él en su célebre poema de 1957 “Piedra de sol”.46

El mane-

jo que hacía Trotsky de la dialéctica dejó una clara huella no

sólo en el pensamiento filosófico de Paz sino incluso en su

estilo literario. De hecho, Paz debía mucho de su concepción

política a su contacto temprano con medios intelectuales semi-

trotskistas, en torno personalidades como los surrealistas Bre-

ton y Peret y el escritor revolucionario Víctor Serge, que vivió

sus últimos años exiliado en México. El de estos intelectuales

era un “trotskismo” muy heterodoxo, de vena más bien “éti-

ca”, diletante aunque no por ello menos dramático, y acentua-

damente antiestalinista, hasta el grado de ser antisoviético.

Para Paz, que en su juventud simpatizó brevemente con el

comunismo oficial, ese contacto con la crítica radical al estali-

nismo fue curiosamente el punto de partida en una marcada

evolución liberalismo de derecha a partir de los años setenta.

Con todo, y pese a su cada vez más marcada hostilidad a

los movimientos de izquierda a partir de entonces y su acer-

camiento a la “cultura oficial”, Paz mantuvo un muy abierto

respeto intelectual por Trotsky y por algunos de sus seguido-

res, en particular por Adolfo Gilly. Éste a su vez le correspon-

dió con una franca admiración, lo que nunca impidió el expre-

sar sus cruciales diferencias de opinión. 47

Puede decirse mucho más de la influencia de Trotsky en

la vida intelectual mexicana vía Octavio Paz, pero eso nos

alejaría demasiado del tema de este trabajo. El hecho es que en

1966, mientras gente como el liberal Paz defendía elocuente-

mente a Gilly, la mayor parte de la izquierda organizada, in-

cluyendo al Secretariado Unificado, se mantuvo prácticamente

indiferente a la persecución de los posadistas. Gilly pasó seis

años en la cárcel de Lecumberri, antes de ser absuelto por un

tribunal pocos meses antes de completar la sentencia.

Tras el fin del episodio guatemalteco, y en medio de la

represión, el POR (T) perdió gran parte de su capacidad política

y naturalmente empezó a perder militantes. Con los fundado-

res ya viejos y parte de la dirección destruida por la represión

estatal, lo que quedó del partido tuvo que reorganizarse bajo la

dirección de Francisco Colmenares.

III

LOS TROTSKISTAS “A GOGÓ”

O LA INTERNACIONAL PABLISTA

DESPUÉS DE PABLO

(1964-1967)

Veamos brevemente cuál fue el destino de los otros trotskistas

mexicanos, los de la LOM, en ese mismo periodo.

Durante los años sesenta, la actividad de este grupo con-

trastaba en varios aspectos con la del resto de la izquierda

mexicana más tradicional, y no sólo en aspectos programáti-

cos. En primer lugar, giraba en torno a la propaganda, con la

producción de El Obrero Militante como su principal activi-

dad; en segundo lugar, el contenido de esta propaganda era

marcadamente distinto al del resto de la prensa izquierdista,

pues estaba dominado por artículos teóricos de alto nivel (fir-

46

Paz, Octavio Libertad bajo palabra, Ediciones Cátedra,

Madrid 1998 47

Ver: Paz, “Buorcracias celestes y terrestres” en El ogro

filantrópico, Joaquín Mortiz, México 1979.

mados por gente como George Novak, Joseph Hansen y

Ernest Mandel) que otras organizaciones no consideraban

“accesibles” para un público obrero, artículos que además eran

internacionales tanto en su origen como en su tema; finalmen-

te, era una organización dominada numéricamente por jóvenes

intelectuales, no por obreros.

Si bien, teóricamente, la organización mantenía una orien-

tación política ortodoxamente proletaria, en cuanto a composi-

ción sociológica la LOM fue una precursora de la cualidad

juvenil que habría de caracterizar a la “Nueva Izquierda” de

los años sesenta. Debido al trato distendido y fresco de Ma-

nuel Aguilar Mora y Carlos Sevilla, los solemnes miembros

del POR(T) los llamaban despectivamente “los trotskistas a

gogó”.

Si bien el contacto internacional de la LOM en esa época

se daba centralmente a través del SWP estadounidense, la di-

rección ideológica (y después también la dirección política

directa) del Secretariado Unificado recaía especialmente sobre

el grupo europeo en torno a Ernest Mandel, quien a partir de

entonces se convertiría en la figura internacional más influyen-

te en el trotskismo mexicano de la segunda mitad de siglo.

Dotado de una inteligencia sutil y de una erudición impre-

sionante, Ernest Mandel (1923-1995) fue conocido y admirado

muchísimo más allá del rango de los militantes de su tenden-

cia, e incluso más allá del trotskismo. Así, especialmente a

partir de mediados de la década de 1960, Mandel era bien

recibido tanto en las universidades latinoamericanas y euro-

peas como en las conferencias de planificación del gobierno

revolucionario cubano.48

Al mismo tiempo, esa misma fama lo

hacía el blanco personal más visible de la paranoia de los

gobiernos siempre que éstos se sentían amenazados. Para los

medios de comunicación derechistas, Mandel era la personifi-

cación misma de la “amenaza trotskista”, por lo que en dife-

rentes puntos encontró su ingreso prohibido en Estados Uni-

dos, la Unión Soviética, el este de Europa, Francia, Alemania

y España, cosa que sólo contribuyó a ampliar su fama.

Si bien no exento de orgullo personal, Mandel gozaba de

suficiente confianza en sí mismo como para no buscar dentro

de su propio movimiento una autoridad personal férrea como

la de Michel Pablo, Nahuel Moreno o Jack Barnes, ni mucho

menos como la de Posadas. A diferencia de estos líderes polí-

ticos carismáticos, Mandel era un pensador introvertido y de

difícil trato personal. En la dirección de su tendencia siempre

estuvo rodeado de un colectivo de individuos notables —como

el francés Pierre Frank (1906-1984) y el italiano Livio Maitan

(1923-2004)— por sobre el que él mismo no destacaba más

que como “el primero entre pares”. Fue en realidad este colec-

tivo el que siempre dirigió la tendencia a la que por conven-

ción llamo “mandelismo”.

Ideológicamente, Mandel se describía a sí mismo como

“marxista ortodoxo”.49

Una buena parte de sus escritos son

efectivamente exposiciones pedagógicas de las concepciones

económicas de Marx, de los análisis políticos de Trotsky,

etc.50

Para muchos, Mandel representaba la defensa a ultranza

48

Gilly, Adolfo “Ernest Mandel: memorias del olvido” en

Pasiones Cardinales Ediciones Cal y Arena, México 1995. 49

E. Mandel, Marxismo abierto 50

Las aportaciones originales de Mandel a la economía fueron

la teoría del “neocapitalismo” y el desarrollo de la noción de

Page 15: LOS TROTSKISMOS INTERNACIONALES EN MÉXICO 1958-2000 - Oscar de Pablo

15

15

de la centralidad de la clase obrera, la necesidad de un partido

de vanguardia, el internacionalismo, la lucha de clases; en

otras palabras, el socialismo del proletariado de los países

industrializados.51

Sin embargo, desde 1951 su carrera política estuvo mar-

cada por la contradicción entre sus ideas tradicionalmente

proletarias en lo teórico y las concesiones sistemáticas a orien-

taciones políticas “heterodoxas” que acababan marcando el

rumbo político real de la organización que él dirigía. Así,

Mandel fue el abogado “ortodoxo” de líneas políticas muy

separadas de la estrategia proletaria clásica, desde el entrismo

sui generis de Michel Pablo en la década de 1950 y el “van-

guardismo estudiantil” de la Nueva Izquierda en los años se-

senta, hasta el guerrillerismo impulsado por Livio Maitan en

los años setenta y la orientación electoralista en los ochenta.

Su biografía personal ilumina varios aspectos del movi-

miento trotskista internacional que vale la pena repasar. Hijo

de judíos alemanes exiliados, Ernest Mandel fue criado en

Bélgica y durante la II Guerra Mundial se unió al movimiento

trotskista en compañía de su amigo y maestro Abram León, el

brillante teórico marxista de la cuestión judía. En París, el

joven Mandel trabajó estrechamente con Michel Pablo, que ya

entonces era el principal dirigente organizativo de la Cuarta

Internacional. Sobre su relación con el joven belga en esta

época, 50 años después Pablo recordaba:

Él [sc. Mandel] vivía en Bruselas y venía clandes-

tinamente a París para nuestras reuniones. Ahí se que-

daba en nuestra casa y después regresaba a Bruselas.

Tenía hacía mí sentimientos como hacia un padre, y yo

hacia él sentimientos como hacia un hijo espiritual. Yo

estaba muy orgulloso de la adhesión de Mandel a la

Cuarta Internacional.52

Hacia el final de la guerra, Abram León y Ernest Mandel,

ambos judíos y trotskistas, fueron capturados por los nazis.

León murió poco después en un campo de exterminio, pero,

gracias a la solidaridad inesperada de un soldado alemán se-

cretamente socialista, Mandel logró escapar y sobrevivió.

En esa época, una buena parte de la dirección trotskista

europea de la generación anterior fue exterminada por la ac-

ción conjunta del estalinismo y el nazi-fascismo, por lo que, a

diferencia de lo que ocurría en Estados Unidos, la continuidad

del trotskismo quedó sobre los hombros de militantes relati-

vamente jóvenes como Pablo y Mandel.

Para 1950, Ernest Mandel ya era conocido como “el escri-

tor más brillante de la internacional”.53

Cuando en 1951 Pablo

presentó su documento “¿A dónde vamos?”, donde hablaba de

una época de carácter radicalmente nuevo y planteaba la nece-

sidad de disolver las secciones trotskistas en los movimientos

más amplios (los partidos estalinistas en particular), el ortodo-

xo Mandel, conocido como “Germain”, fue el primero en

oponerse. Como respuesta a Pablo, escribió un documento

las “ondas largas” del economista soviético Kondratiev dentro

de la concepción trotskista. 51

En su artículo “Memorias del olvido”, A. Gilly contrasta la

concepción de Mandel con la de Pablo, que asocia más con las

luchas de liberación nacional de las masas neo-coloniales. 52

Citado en A. Gilly “Memorias del olvido” 53

Faver-Bleibtreu, carta a Ernest Germain (julio de 1951)

conocido como las “Diez tesis” que no lo atacaba explíci-

tamente, pero sí afirmaba la perspectiva que el secretario gene-

ral quería revisar: la necesidad de construir partidos trotskistas

independientes.

Con sus “Diez tesis”, Germain buscaba convencer a su

maestro Pablo, no romper con él. Así, ante la negativa del

Secretariado Internacional de adoptar sus tesis, prefirió aban-

donar su crítica y abocarse a defender la línea oficial. Con el

apoyo de Germain, Pablo logró consolidar su mayoría en la

Secretariado Internacional. Desde entonces, el belga fue el

mejor defensor de lo que sería conocido como “pablismo”.

Como hemos visto, en 1963 el Secretariado Internacional

se reunificó con el SWP estadounidense y otros grupos alrede-

dor del mundo para formar el “Secretariado Unificado de la

Cuarta Internacional”. La base de la reunificación fue el giro a

la izquierda de la Revolución Cubana, que de algún modo

pareció dar la razón a Pablo sobre el potencial revolucionario

de las luchas de liberación nacional, incluso cuando estuvieran

dirigidas por movimientos no trotskistas. Sin embargo, el

propio Michel Pablo (que estaba preso y había sido sustituido

en el cargo de secretario general por el italiano Livio Maitan)

no aceptó la reunificación y al salir de la cárcel optó por sepa-

rarse de la Internacional e irse a Argelia para asesorar al go-

bierno nacionalista de Ben Bella.

Esta vez, sin embargo, la mayoría de la dirección interna-

cional no siguió al griego; tampoco su “hijo espiritual” Man-

del. A partir de entonces, éste se vio a sí mismo ubicado como

el dirigente más acreditado de la nueva organización, con la

que sería asociado hasta el final de sus días: el Secretariado

Unificado.

En el ámbito de la teoría económica, durante los años cin-

cuenta y sesenta Mandel desarrolló la doctrina de las “ondas

largas” basada en la obra del economista soviético Krondatiev.

Entre otras cosas, esta teoría buscaba explicar por qué no ha-

bía grandes luchas obreras en ese periodo y tendía a justificar

en términos “objetivos” una orientación al estudiantado radi-

cal, muy en voga en esa época. Según escribía Mandel:

El ciclo largo que comenzó con la Segunda Guerra

Mundial, y en el que nos encontramos todavía –

digamos el ciclo 1940-1965, o 1940-1970—, está carac-

terizado en cambio por la expansión, que facilitó las

negociaciones entre la clase obrera y la burguesía. Así

se presentó la posibilidad de consolidar el régimen

acordando concesiones con los trabajadores.54

La masiva participación obrera en el mayo francés de

1968 confirmaría que la “onda larga ascendente” del capita-

lismo y con ella la época del llamado “vanguardismo estudian-

til”, había terminado.

Pero volvamos al grupo mexicano, que entonces se man-

tenía parcialmente ajeno a estas teorías, y que conservaba una

orientación teórica enteramente pro-obrera, si bien en la prac-

tica reprensaba justamente esa orientación hacia la “vanguar-

dia estudiantil” de la Nueva Izquierda.

Conforme el grupo crecía, la composición sociológica de

la LOM se volvió incluso más marcadamente estudiantil, con-

tando entre sus miembros a unas cuarenta personas de las

54

E. Mandel, Introducción a la teoría económica marxista

Ediciones Era, México 1969)

Page 16: LOS TROTSKISMOS INTERNACIONALES EN MÉXICO 1958-2000 - Oscar de Pablo

16

16

cuales sólo cerca una docena eran obreros (todos ellos electri-

cistas). Esto preocupaba al veterano líder Francisco Xavier

Navarrete, cuyos escrúpulos doctrinales le impedían dirigir

una organización tan “pequeñoburguesa”. Así, en 1964, Nava-

rrete propuso una curiosa solución organizativa: para impedir

que el origen sociológico de la militancia afectara negativa-

mente el programa de la organización, los miembros de origen

genuinamente proletario tendrían voto doble en las delibera-

ciones de la Liga. “Alday” (Manuel Aguilar Mora), que mili-

taba en la célula donde estaban concentrados la mayoría de los

obreros, estuvo entre los que votaron a favor de la medida.

Sin embargo, la mayoría de la organización estaba com-

puesta de estudiantes que, dirigidos por Carlos Sevilla, se

negaron a ser reducidos a militantes de segunda clase, y en

1965 la escisión estalló. Tras pensarlo mejor, Manuel Aguilar

Mora se apresuró a reunirse con Sevilla y la mayoría “estu-

diantil” de la Liga, mientras Navarrete se quedaba con los

cuadros obreros. También Rafael Torres, Luis Vásquez y su

compañera Ana María López quedaron unidos al grupo obre-

rista que, como veremos más adelante, inmediatamente entra-

ría en contacto con una tendencia internacional rival, dirigida

por Gerry Healy y Pierre Lambert.

Tras la escisión, ambos grupos conservaron el nombre

LOM, si bien el ala estudiantil comenzó a usarlo cada vez me-

nos y para 1968 ya lo había abandonado del todo.

DON QUIJOTE Y SANCHO CRUZAN LA FRONTERA

En los años que siguieron a la escisión, el contacto del

partido estadounidense con sus jóvenes correligionarios mexi-

canos se hizo necesariamente más estrecho. En 1966 y 1967

dos jóvenes latinos y miembros del SWP estadounidense, Da-

niel Camejo y Ricardo Hernández, cruzaron la frontera mexi-

cana y entraron en contacto con la LOM de Aguilar Mora y

Carlos Sevilla. Sin embargo, tanto sus motivaciones respecti-

vas como sus personalidades políticas eran totalmente diferen-

tes, así como las razones por las que el uno y el otro fueron

relevantes en la historia del trotskismo mexicano.

Daniel Camejo era el hijo mayor de un próspero empresa-

rio venezolano radicado en Estados Unidos. Junto con su her-

mano menor, Peter (o Pedro), había formado parte del equipo

olímpico venezolano del aristocrático deporte de las regatas.

Sin embargo, ambos hermanos tenían ideas políticas muy

distintas a las de su familia y su clase, y eran también miem-

bros del Socialist Workers Party trotskista, que también ope-

raba en las universidades de élite.

A mediados de los años sesenta, Daniel Camejo vino a

México movido por su idealismo, ansioso de participar en el

movimiento revolucionario latinoamericano, y rápidamente

entró en contacto con la LOM, contraparte mexicana de su

propio partido. Grande debió ser su desilusión cuando encon-

tró que el grupo estaba dedicado principalmente a la propa-

ganda marxista y no a la conspiración ni a la guerra de guerri-

llas. Así, desoyendo los consejos de sus camaradas mexicanos,

“Danny” Camejo insistió en actuar independientemente de la

LOM y participar en la organización de un grupo armado en

torno a la figura del periodista de origen español Víctor

Rico Galán, aun cuando éste no fuera trotskista.55

Sin embargo, antes de que el grupo armado pudiera con-

cretarse, en agosto de 1966 la policía allanó los locales de la

organización donde militaba Rico Galán y lo detuvo junto con

varias decenas de partidarios. Meses después, el propio Daniel

Camejo fue capturado y encarcelado en Lecumberri. Su her-

mano menor, Pedro, que pronto se convertiría en uno de los

cuadros dirigentes principales del SWP estadounidense, vino a

México como parte de la campaña de su partido por liberar a

Daniel, pero no tuvo éxito y fue deportado de vuelta a Estados

Unidos. Curiosamente, Pedro Camejo sería en la siguiente

década uno de los principales impugnadores teóricos de la vía

guerrillera en el movimiento trotskista internacional.

Si bien los posadistas como Gilly y Fernández Bruno, así

como Rico Galán y algunos de sus partidarios, ya se encontra-

ban en Lecumberri desde un año antes, para cuando Camejo

fue capturado, la gran masa de presos políticos estaba aun por

venir. Junto con todos ellos, el joven idealista de origen vene-

zolano seguiría preso durante los siguientes cuatro años.

Ricardo Hernández, por su parte, era un mexicano de fa-

milia humilde de la comarca lagunera que había emigrado a

Estados Unidos poco antes. Viviendo en Nueva York, también

Hernández había ingresado al SWP, que entonces era uno de

los partidos de izquierda más numerosos y bien organizados.

En 1967, cuando la Guerra de Vietnam empezaba a ponerse

difícil para el imperialismo estadounidense y la amenaza de la

conscripción se cernía sobre la juventud trabajadora, el joven

emigrante decidió que era momento de dejar Estados Unidos y

regresar a su país de origen. Si Daniel Camejo había entrado a

México con la intención de empuñar las armas, Ricardo Her-

nández lo hizo precisamente para evitarlo.

El partido estadounidense le había dado la dirección del

domicilio de Aguilar Mora en la Ciudad de México, y le había

recomendado que entrara en contacto con este “veterano trots-

kista”. Acostumbrado al SWP, donde el promedio de edad de la

dirección rondaba los sesenta años, Hernández no esperaba

que el “veterano trotskista” tuviera su misma edad, y cuando

Aguilar Mora abrió la puerta, el recién llegado Hernández

preguntó si su padre no estaba en casa.

Hernández era un joven muy despierto y astuto, si bien

completamente pragmático. Sin ninguna formación académi-

ca, tampoco a él le gustó el perfil intelectual de sus camaradas

mexicanos, pero aún así se quedo en la LOM. A diferencia de

Dany Camejo, que abandonó la política izquierdista poco

después de salir de la cárcel, Hernández se quedó y con el

tiempo habría de desempeñar un papel clave en la historia del

trotskismo mexicano y sus sucesivas escisiones.

IV

PARÉNTESIS:

LA REVOLUCIÓN INTERRUMPIDA DE GILLY

Pocos pensadores influenciaron tanto el destino del segundo

ciclo del trotskismo mexicano como Adofo Gilly. La interven-

ción decisiva de sus escritos dio forma a este movimiento en

55

Según Alexander (op. cit.), Rico Galán había coqueteado

con el POR (t) en 1962, pero no había llegado a unirse, debido

a los escrupulos doctrinarios del partido.

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dos de sus momentos clave, los momentos en que más direc-

tamente estuvo determinado por el curso objetivo de la histo-

ria: su etapa heroica de los años sesenta y su disolución masi-

va en al nacionalismo cardenista en 1988. Sin separarse de sus

concepciones propias, que en el fondo se mantuvieron intactas,

en ambas circunstancias Gilly pudo convertirse en el vocero

de tendencias históricas aparentemente contradictorias. En este

capítulo discutiré su aportación a la tendencia trotskista en ese

primer momento clave: el de la formación de la cultura políti-

ca de sus cuadros en medio de la represión estatal y los gran-

des movimientos estudiantiles y guerrilleros de finales de los

años sesenta.

Nacido en Buenos Aires en 1928, con una formación aca-

démica y unas inquietudes intelectuales sofisticadas que abar-

caban desde la historiografía hasta la poesía contemporánea,

Adolfo Gilly era un posadista bastante atípico. Proveniente del

Partido Socialista argentino, se había unido al trotskismo a

finales de la década de 1940 mediante la tendencia posadista,

sobre todo por que, en aquella época, la otra tendencia trots-

kista de Argentina (la de Nahuel Moreno) insistía en una línea

intransigente de hostilidad al peronismo.

Sin embargo, el grupo de Posadas atraía en general a

obreros sin ningún contacto anterior con la cultura universal,

gente que aprendería a confiar ciegamente en su líder por

deberle a él su contacto con el mundo intelectual y con la

historia. En este sentido, Gilly contrastaba fuertemente con sus

camaradas. Tal vez fuera precisamente su carácter excepcional

dentro de su tendencia lo que paradójicamente le permitió

convertirse en su mejor representante y vocero. Su estilo lite-

rario —brillante y aforístico pero no frívolo— no puede sino

recordar al que caracterizaba la pluma de León Trotsky, a

quien en este aspecto Gilly lograba emular con bastante éxito.

Así, estando preso en la cárcel de Lecumberri, fue Gilly

quien produjo entre 1966 y 1970, en la forma de un libro de

historia de la Revolución Mexicana, la mejor expresión teórica

de su tendencia: La revolución interrumpida, un libro muy

superior a cualquier cosa que haya podido dictar el propio

Posadas, y una de las principales aportaciones del trotskismo a

la izquierda mexicana específicamente.56

La concepción de la revolución permanente que compar-

tían los posadistas con todo el bloque pablista (pero que tam-

bién influenció de diversos modos al SWP, a Mandel y a Mo-

reno) no era la de un programa subjetivo de la vanguardia

proletaria, sino más bien la descripción una tendencia objetiva

que inexorablemente destinaba a los movimientos nacionales y

democráticos del campesinado y del pueblo en general a evo-

lucionar en dirección del socialismo internacionalista. En este

sentido, pude llamarse “objetiva”.

Esta concepción, que se desarrolló sobre todo a partir de

las experiencias de Yugoslavia, China, Cuba y Vietnam, ubi-

caba en los propios procesos nacionales de las masas de estos

56

Otra aportación teórica, quizá más importante, fue la carac-

terización del gobierno mexicano post revolucionario como

“bonapartismo sui géneris”. Si bien esta concepción fue difun-

dida y desarrollada enérgicamente por trotskistas como Agui-

lar Mora, en realidad es una aportación del trotskismo clásico,

originada en el propio León Trotsky en trabajos como “Los

sindicatos en el era de la decadencia imperialista” (1940). Por

ello, lidiar con esto supera los alcances de este trabajo.

países, donde no hubo un proletariado movilizado indepen-

dientemente ni una vanguardia leninista (i.e. trotskista), la

capacidad de trascender la mentalidad democrático-

nacionalista y así crear Estados obreros.

Las frecuentes confrontaciones de los movimientos na-

cionales y democráticos con las burguesías locales del mundo

neo colonial (que salpican toda la historia del siglo XX) eran

contadas como confirmaciones positivas de la revolución

permanente, aun cuando el proletariado y su vanguardia no

figuraran en la imagen. En algunos casos, las direcciones que

llevaban estos movimientos a la confrontación con el orden

burgués (como el Movimiento 26 de julio) eran, pues, descri-

tas como “trotskistas inconscientes”, una categoría en sí mis-

ma contradictoria y sin embargo típica en esta concepción de

la revolución permanente.

Vista con la ventaja de la retrospectiva histórica, parece

evidente que esta concepción “objetiva” abstraía estas revolu-

ciones sociales del contexto mundial marcado por la existencia

de la Unión Soviética que, con sus gigantescas capacidades

industriales y militares, desempeñaba el papel de polo de

atracción contrapuesto al imperialismo: un Estado obrero que,

siendo el primero del mundo, no pudo surgir más que de una

revolución obrera dirigida por una vanguardia leninista. Para

los defensores de esta perspectiva “objetiva”, las característi-

cas episódicas del mundo de la Guerra Fría eran las caracterís-

ticas fundamentales del mundo capitalista en general. Por ello,

la percepción de las revoluciones china, cubana y vietnamita

de la que partía esta concepción fue caracterizada por sus

críticos como impresionista.

Un ejemplo práctico de esta concepción fue la experiencia

del POR mexicano de David Aguilar Mora y sus camaradas en

la guerrilla guatemalteca. Al sumarse a ella, los posadistas se

basaban en la convicción de que el experimentar en carne

propia los límites de la lucha por la emancipación nacional

dentro del marco meramente nacionalista-burgués, predisponía

a los movimientos campesinos como el de Yon Sosa a una

evolución hacia la lucha anticapitalista y por la dictadura del

proletariado. La vinculación de las aspiraciones democrático-

nacionales de la guerrilla campesina con un programa socialis-

ta era vista como una aplicación positiva de la teoría de la

revolución permanente de Trotsky.

Correspondientemente, de su experiencia guatemalteca al

lado de antiguos militares como Yon Sosa, los posadistas

concluyeron que cuando la invasión imperialista ocurriera en

toda Latinoamérica (una de las “infalibles” predicciones de

Posadas que nunca se verificaron), el nacionalismo desempe-

ñaría un papel progresista al obligar a sectores de las fuerzas

armadas (burguesas) de los países latinoamericanos a ponerse

del lado de los revolucionarios con tal de defender la soberanía

nacional pisoteada por los invasores yankis. Contra lo que

pudiera esperarse, a fuerza de abnegación militante, durante

los años sesenta el POR (T) mexicano tuvo cierto éxito en reclu-

tar a algunos de éstos oficiales nacionalistas —incluso a un

coronel en activo del ejército mexicano— cuyos conocimien-

tos aprovecharon para asesorar a la guerrilla guatemalteca.57

Para esta corriente, en vez de un programa consciente,

subjetivo, que la vanguardia marxista debía llevar a la clase

obrera, la revolución permanente era más bien la predicción

57

Entrevista con Carlos Ferra.

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teórica de una tendencia histórica objetiva e ineludible a la que

los movimientos democrático-nacionales estaban destinados

por las condiciones estructurales de la era del imperialismo,

independientemente del programa de su dirección e incluso de

su composición de clase. En otras palabras, todo aquel que

luchara por la emancipación nacional tarde o temprano sería

forzado por las circunstancias a luchar contra el sistema capi-

talista y por el socialismo.

Desde una óptica específicamente latinoamericana, el po-

sadismo presentaba con rasgos aún más acentuados la tenden-

cia general del pablismo a atribuirle una importancia decisiva

a las luchas nacionales de las masas del Tercer Mundo, inde-

pendientemente del programa que las dirigiera.

La revolución interrumpida de Gilly no fue ni la única ni

la primera exposición de esta concepción, pero sin duda fue la

más lúcida, al menos en el ámbito latinoamericano. En esta

obra la atribución de un potencial socialista a la dinámica

interna del movimiento campesino como una aplicación posi-

tiva de la revolución permanente encuentra una de sus expre-

siones más claras, especialmente en su capítulo “La comuna

de Morelos”, dedicada al desarrollo del zapatismo entre 1914

y 1917.

La tesis central del libro, el carácter “interrumpido” de la

revolución mexicana en su supuesta evolución hacia el socia-

lismo (evolución que puede ser retomada donde se quedó

gracias a la memoria colectiva del pueblo mexicano), parte de

dos ejes sumamente ilustrativos de la concepción “objetiva” de

la revolución permanente. El primero es la atribución de una

memoria política consciente a las masas mexicanas (sin nin-

guna especificidad de clase) de su propia capacidad militar

frente al Estado burgués, independientemente de la existencia

o inexistencia de un partido obrero de vanguardia; el segundo,

y más importante, es la identificación del zapatismo como

agente de la revolución permanente.

El primero de estos ejes constata el profundo arraigo po-

pular que ha tenido la memoria de los dirigentes campesinos, y

concluye que el hecho de que generales populares hayan lo-

grado grandes hazañas militares contra los ejércitos profesio-

nales de la burguesía (con la División del Norte de Villa des-

truyendo el ejército huertista en Zacatecas como su punto más

alto) es para las masas una fuente de confianza en sí mismas e

incluso de conciencia de clase, una fuente que la futura revo-

lución obrera va a contar como una importante arma en su

arsenal. El partido de vanguardia no es necesario como “me-

moria histórica” del proletariado.

El segundo eje es más audaz. Para Gilly, cuando los ejér-

citos constitucionalistas (burgueses) concentraron su capaci-

dad militar en destruir a la División del Norte a partir de 1914,

el zapatismo tuvo un cierto respiro militar que le permitió

realizar su proyecto social aunque fuera sólo en el territorio de

Morelos. Pese a que el libro está lleno de referencias a la nece-

sidad de una dirección proletaria y ejemplos del carácter nece-

sariamente limitado de la lucha campesina, el capítulo referido

concluye que el contexto mundial permitió que la dirección

zapatista diera el salto hacia una perspectiva anticapitalista e

internacionalista, e incluso construyera un Estado obrero a

escala local, históricamente comparable con la Comuna de

París (que Marx describió como la primera dictadura del pro-

letariado), como un antecedente temprano de las revoluciones

china y vietnamita. Según el autor, las premisas de este proce-

so fueron, en primer lugar, la apertura de la época de las

revoluciones sociales (cuyo inicio marcó la revolución rusa de

1905), y en segundo lugar, la existencia de obreros industriales

en los ingenios azucareros de Morelos que el zapatismo ex-

propió (aunque nunca se dice si estos obreros estaban organi-

zados como tales, o si sus números eran significativos dentro

del ejército zapatista).

Pero la identificación del zapatismo con la revolución

permanente no ocurre sólo en el plano de lo objetivo, sino

también en el plano de las ideas. Refiriéndose a un escrito de

Zapata, Gilly dice: “Difícil es hallar en la revolución mexicana

una expresión superior, en el terreno de las ideas, de la ley del

desarrollo desigual y combinado y del carácter permanente de

la revolución.” En particular, el pasaje se refiere a una carta

que el dirigente campesino escribió a uno de sus partidarios en

el extranjero en febrero de 1918 saludando con entusiasmo, y

en términos muy cercanos a los del comunismo, la revolución

rusa. Así, aun cuando Gilly no usa esa fórmula, aquí se des-

prende que Zapata fue el primero de los “trotskistas incons-

cientes”. Lo difícil es hallar una expresión superior, en el te-

rreno de las ideas, de la concepción “objetiva” de la revolu-

ción permanente.

Gilly reconoce que, independientemente de su derrota mi-

litar, a lo largo de 1918 el zapatismo volvió a caer dentro de la

órbita de la política burguesa, representada dentro de la direc-

ción zapatista por Gildardo Magaña. Este “retroceso” plantea

la pregunta de si en verdad en algún punto el zapatismo estuvo

de hecho intrínsecamente destinado a salir de esta órbita.

Cuando Gilly empezó a trabajar en esta obra, necesariamente

tuvo que tener en mente su propia experiencia en Guatemala, y

el intento de hacer que la guerrilla de Yon Sosa trascendiera la

órbita de la política burguesa.

Inmediatamente tras la aparición de La revolución inte-

rrumpida, intelectuales no trotskistas como Octavio Paz y

Carlos Monsivais advirtieron que sería un libro importante.

Como señalé antes, la influencia del libro, y en particular de su

conclusión, trascendió por mucho a la tendencia posadista,

conquistando prácticamente todo el espectro del trotskismo

mexicano y gran parte de la izquierda.

El mandelismo, en sus distintas encarnaciones organizati-

vas, se suscribió explícitamente a esta interpretación. Así, el

primer número del Bandera Roja del GCI mandelista de 1972

incluyó una reseña muy favorable del libro, firmada por Lu-

cinda Nava.

Los morenistas (que nunca tuvieron aprecio alguno por

Gilly e incluso lo anatemizaron en la década de 1980 como “el

Lombardo Toledano del trotskismo”) también tomaron de La

revolución interrumpida el núcleo de su análisis de la revolu-

ción mexicana. Todavía en 1992, el periódico del morenista

POS escribía:

Sin saberlo, los campesinos mexicanos se colocaban

en este momento en la vanguardia de la revolución en el

mundo. Es un hecho que ha quedado registrado en la

memoria histórica de las masas, un hecho que debemos

recordar siempre, pues muestra la posibilidad de que un

pueblo organizado y decidido ponga en jaque a la bur-

guesía y al gobierno y tome el poder en este país.

La LTS, una escisión de izquierda del morenismo, escribía

en 1998 que una segunda revolución mexicana debía “concluir

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la revolución anticapitalista iniciada en 1910 (interrumpida

por el triunfo del ala carrancista sobre los ejércitos de Villa y

Zapata...)”, yendo más lejos que el propio Gilly al atribuir la

“interrupción” de la revolución a factores meramente milita-

res. En el mismo sentido, el Grupo Internacionalista, supues-

tamente muy crítico de la obra, escribía en 1999:

El PRI... es el partido de los terratenientes norteños

que asesinaron a los dirigentes campesinos y plebeyos

radicales Emiliano Zapata y Francisco Villa, poniendo

fin a la revolución antes de que pudiera convertirse en

una revolución social plenamente desarrollada.

La obra de Gilly, que nació como una codificación de la

concepción posadista de la revolución mexicana, logró ser

mucho más que eso. El posadismo como tendencia organizada

se desintegró a mediados de la década de 1970, pero mediante

el vehículo de La revolución interrumpida, su concepción de

la revolución mexicana sobrevivió, encarnada en casi todas las

demás tendencias del trotskismo mexicano e incluso en otras

tendencias de la izquierda no-trotskista.

Ahora bien, ¿hasta qué punto corresponde esta concep-

ción, tal y como se expresa en los ejes de la tesis de Gilly, a

una continuación del leninismo clásico y a la teoría original de

la revolución permanente en Trotsky aplicada a la historia de

México? En un pie de página, Gilly cita un pasaje de “Tres

concepciones de la revolución rusa” (1940), una de las exposi-

ciones más acabadas de la teoría de la revolución permanente,

en el que Trotsky dice que “el marxismo nunca dio un carácter

absoluto a su estimación del campesinado como clase no so-

cialista [...]. La historia no ha explorado hasta el fondo estas

posibilidades”, implicando que el autor endosaba la idea del

potencial socialista del campesinado.

Esta cita, que Trotsky escribió para defenderse de la acu-

sación recurrente de que su teoría “despreciaba” al campesina-

do, retiene un carácter algebraico. La evaluación positiva que

el propio Trotsky hacía de las capacidades del campesinado en

la revolución socialista, siempre las subordinan a la existencia

de un proletariado movilizado y conciente, es decir, forjado en

torno a una vanguardia marxista. Por ejemplo, en su Crítica al

programa de la Internacional Comunista de 1927 (considera-

do el documento fundacional del trotskismo) Trotsky escribió,

hablando sobre la China neocolonial:

En los países capitalistas, las organizaciones que se

dicen partidos campesinos constituyen, en realidad,

una variedad de los partidos burgueses. Todo cam-

pesino que no adopte el punto de vista del proleta-

rio abandonando el punto de vista del propietario

será inevitablemente arrastrado, en cuestiones fun-

damentales de la política, por la burguesía.

Los escritos de Trotsky en general, al lidiar con la revolu-

ción permanente, incluyen frecuentes pasajes en este sentido.

Independientemente del heroísmo y la honestidad personal de

sus dirigentes, en ausencia de un proletariado movilizado

independientemente, el campesinado no puede trascender la

política burguesa y se ve forzado a aceptar la dirección de una

u otra ala de la burguesía.

¿Cómo explicar entonces el caso de las revoluciones chi-

na, cubana y vietnamita sin abandonar estas nociones? No se

podía afirmar que en estos casos el proletariado dirigido por

un partido bolchevique, en el sentido clásico de estos tér-

minos, fuera un factor independiente; pero tampoco se podía

negar que estas fueron revoluciones sociales que acabaron con

la dominación burguesa. ¿No fueron, pues, estas experiencias,

como argumenta implícitamente el libro de Gilly, una confir-

mación de la concepción pablista u “objetiva” de la revolución

permanente? Ésta es, ciertamente, una pregunta difícil, y al

menos en México, ningún teórico trotskista pudo dar en ese

punto una respuesta alternativa a la de Gilly.

V

LECCIONES DE OCTUBRE

(1968-1969)

A mediados del año 1968, como parte de un fenómeno mun-

dial, la radicalización juvenil que había estado desarrollándose

a lo largo de la década cristalizó en México en el estallido de

un movimiento estudiantil de masas que en el mes de octubre

sería cruelmente reprimido.

Esta súbita radicalización estudiantil tomó por sorpresa a

los partidos de la izquierda tradicional. El Partido Popular

Socialista de Lombardo Toledano se opuso francamente al

movimiento estudiantil y tras el 2 de octubre llegó al extremo

grotesco de celebrar su represión. Por su parte, las organiza-

ciones juveniles del Partido Comunista atravesaban por una

acentuada crisis, y el partido pudo mantener una muy relativa

hegemonía en el estudiantado sólo mediante la lucha continua

contra el ala izquierda del movimiento, repeliendo con ello a

varios jóvenes de impulsos más revolucionarios.

Estas circunstancias crearon un terreno fértil para las nue-

vas organizaciones más radicales, jóvenes y dinámicas que

operaban a la izquierda del PCM, y entre ellas, las trotskistas.

Como hemos visto, sin embargo, el posadista POR se encontra-

ba diezmando por la represión sufrida tanto en México como

en Guatemala y no estaba en condiciones para aprovechar la

radicalización juvenil. El papel de sus principales cuadros se

redujo a organizar la recepción solidaria de la nueva y masiva

ola de presos políticos en Lecumberri. Más aún, su propio

programa, que entre otras cosas insistía en que Fidel había

matado al Che, les restaba bastante credibilidad.58

En cambio, la otra tendencia trotskista, el ala estudianil de

la vieja LOM (los “mandelistas”), no podía estar mejor situada.

En esa época, el núcleo activo de esa organización estaba

compuesto de jóvenes intelectuales como Manuel Aguilar

Mora y Carlos Sevilla que militaban en la Facultad de Filoso-

fía y Letras y la de Ciencias Políticas de la UNAM. A partir de

la escisión de 1966, este grupo había ido abandonando el

nombre LOM conforme se disolvía en sucesivos bloques estu-

diantiles de corta vida, como la “Unión Nacional de Estudian-

tes Revolucionarios” y más tarde la “Juventud Marxista Revo-

lucionaria”, a lado de tendencias radicales no trotskistas.

58

En Los días y los años, Luis González de Alba recuerda

cómo en la cárcel los militantes posadistas se distinguían por

esa afirmación, y agrega que parecían haber copiado el acento

argentino de su gurú Posadas. En realidad, tanto Fernández

Bruno como Gilly eran argentinos.

Page 20: LOS TROTSKISMOS INTERNACIONALES EN MÉXICO 1958-2000 - Oscar de Pablo

20

20

La masiva huelga estudiantil de 1968 era el tipo de mo-

vimiento de “nuevas vanguardias de masas” al que la tenden-

cia mandelista dirigía sus esperanzas internacionalmente. No

es extraño, pues, que con el estallido del movimiento estudian-

til este grupo prácticamente se haya disuelto una vez más, al

menos por un par de meses, conforme sus cuadros dedicaban

la totalidad de sus energías políticas a su militancia en el Co-

mité de Lucha de su facultad. Tanto el estallido del movimien-

to estudiantil como su desarrollo y su súbita represión obliga-

ron al ala estudiantil de la vieja LOM a transformar radicalmen-

te su forma organizativa.

El primer intento importante de estos trotskistas de resuci-

tar en una organización política en 1968 fue el proyecto del

Movimiento Comunista Independiente (MCI), en torno a la

figura del famoso escritor comunista José Revueltas. Su obje-

tivo no era fundar un partido específicamente trotskista que

buscara regirse por las normas del centralismo democrático,

sino simplemente unificar a todas las fuerzas marxistas “a la

izquierda del PC” que tuvieran la perspectiva de construir un

partido obrero.

Si bien no se trata de una figura específica del trotskismo,

dada su intervención en el curso de este relato, vale la pena

detenerse un momento en la biografía política de José Revuel-

tas.

Novelista y guionista brillante, aficionado al tequila y

dueño de un sentido del humor amargo y legendario, Revuel-

tas fue sin duda el escritor mexicano del siglo XX cuya rela-

ción con la izquierda revolucionaria fue más orgánica. Nacido

en 1914 en Durango, Revueltas había acumulado una historia

prestigiosa y larga de prisiones y sacrificio militante. También

había mantenido una turbulenta trayectoria de continuas ruptu-

ras y reconciliaciones con la línea oficial del Partido Comunis-

ta: siendo aún adolescente y militante de la Juventud Comu-

nista, en los años 20 había simpatizado brevemente con la

Oposición de Izquierda trotskista, un curso que la primera de

sus muchas prisiones interrumpió. Más tarde, en 1943 fue

expulsado por primera vez del Partido Comunista a causa del

contenido crítico de su novela Los días terrenales. Entonces

entró a la órbita de Lombardo Toledano y en 1948 fue funda-

dor del Partido Popular. En 1955 fue readmitido al Partido

Comunista, pero sólo para fundar en su seno una corriente

disidente, lo que trajo consigo su segunda expulsión en 1960;

entonces militó brevemente en el POCM, un partido formado

por dirigentes comunistas destacados que habían sido expulsa-

dos y que políticamente no se diferenciaba en nada del PCM.

Finalmente, en 1962 rompió definitivamente con la órbita

política del Partido Comunista para fundar la Liga Leninista

Espartaco (LLE), con el famoso texto Ensayo sobre un proleta-

riado sin cabeza como su declaración programática.

En esa época, su crítica al PCM, al que acusaba de “inexis-

tencia histórica” como vanguardia del proletariado, no se ba-

saba en ninguna forma de trotskismo, sino meramente en una

interpretación más radical de la línea oficial soviética “deses-

talinizada” a partir del XX Congreso del PCUS bajo Nikita

Jrushov.59

59

En el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión

Soviética de 1956, Nikita Jrushov presentó un informe “secre-

to” en el que denunciaba los peores excesos estalinistas y

especialmente la noción de culto a la personalidad, y rehabili-

Pese a su extraña historia de asociaciones organizati-

vas, en los años sesenta Revueltas gozaba de un justificado

prestigio militante e intelectual. Cuando en 1962 el escritor

presentó su Liga Leninista Espartaco grupo en la Facultad de

Ciencias Políticas, el joven Manuel Aguilar Mora de la LOM

estuvo entre los asistentes. De hecho, el Ensayo fue reseñado

de manera crítica pero en general favorable en las páginas de

El Obrero Militante (el órgano de la LOM), y según Aguilar

Mora, ahí empezó una amistad “no sólo política” con Revuel-

tas.60

Pese a la línea jrushovista y opuesta a la teoría de la revo-

lución permanente del Ensayo, Aguilar Mora habría de descri-

birlo años después como “el libro marxista más importante

escrito en México antes de 1968”.61

Para 1963, la mayoría de los miembros de la LLE (como

Enrique González Rojo y el poeta Jaime Labastida) habían

comenzado una evolución hacia el comunismo agrario de la

Revolución China. Revueltas (seguido a su vez por el poeta

Eduardo Lizalde y un pequeño núcleo de partidarios) se opuso

a este giro, exigió el derecho a criticarlo públicamente y en

consecuencia fue expulsado. Lo que quedó de la LLE (rebauti-

zada Liga Comunista Espartaco) se convertiría en un semillero

de las varias tendencias que en adelante conformaron el

maoísmo mexicano.

Como resultado de su expulsión del grupo que él mismo

había fundado un año antes, el escritor empezó a alejarse ideo-

lógicamente de la dirigencia soviética neo-estalinista y a acer-

case tangencialmente, por medio de sus contactos amistosos

con Aguilar Mora, al trotskismo. Un testimonio de esta evolu-

ción es su novela de 1964 Los errores, donde denuncia con

gran elocuencia la violencia asesina del estalinismo.

Al mismo tiempo, en esa época, a sus influencias filosófi-

cas existencialistas se sumó la influencia de Marcusse y la

Nueva Izquierda, orientada al estudiantado radical. Tal vez por

ello, en 1968 Revueltas fue uno de los poquísimos veteranos

de la izquierda en entender la significación del movimiento

estudiantil, y el único capacitado para fundirse orgánicamente

con él.

Así, el escritor entró en el movimiento con cuatro puntos

programáticos bien claros: primero, oponerse al PCM desde la

izquierda; segundo, oponerse al maoísmo campesino desde

una perspectiva pro-obrera; tercero, plantear la necesidad de

forjar un partido proletario en México; y cuarto, la necesidad

de una nueva Internacional. Sin un programa exhaustivo fuera

de estos puntos, su perspectiva era reunir a todos los grupos

marxistas que estuvieran de acuerdo con esto en un Movi-

miento Comunista Independiente, teniendo en mente en parti-

cular a los trotskistas de la vieja LOM, ahora agrupados en

torno al Comité de Lucha de Filosofía y Letras. Curiosamente,

Revueltas descartaba al POR posadista contándolo entre gru-

púsculos destinados a desaparecer con el primer reflujo del

taba a varios bolcheviques asesinados por Stalin (sin incluir a

Trotsky). Este Congreso fue también el origen de la pugna

sino-soviética. 60

Aguilar Mora, Huellas del porvenir 61

Ibíd. Es dudoso que esta afirmación de Aguilar Mora tomara

en cuenta que los últimos libros de Trotsky fueron “escritos en

México antes de 1968”.

Page 21: LOS TROTSKISMOS INTERNACIONALES EN MÉXICO 1958-2000 - Oscar de Pablo

21

21

movimiento.62

Para ser justos, hay que decir que en este punto

su predicción se equivocó.

Naturalmente, Aguilar Mora y sus camaradas respondie-

ron con todo su entusiasmo al llamado del escritor. La idea de

Revueltas coincidía con la concepción estratégica del mande-

lismo de ese entonces, que buscaba un instrumento organizati-

vo para agrupar a la “nueva vanguardia estudiantil”, aún pres-

cindiendo de la “etiqueta” de trotskismo. Además, como escri-

bió posteriormente Aguilar Mora:

Un grupúsculo trotskista que iniciaba su lucha

contra enormes obstáculos, ¿cómo no iba quedarse

pasmado ante una personalidad como Revueltas que de

repente decidía unirse a él para emprender la recons-

trucción del movimiento revolucionario?63

Así, el 19 de septiembre de 1968, en pleno movimiento

estudiantil y apenas unas horas antes de que el ejército ocupara

Ciudad Universitaria, unos 30 activistas se reunieron en un

salón de la torre de humanidades, que la huelga había puesto

en manos de los activistas estudiantiles, para darle vida al MCI.

Entre los asistentes estaban, además de los trotskistas como

Aguilar Mora, Carlos Sevilla y su hermano Enrique, y los

partidarios de Revueltas como Roberto Escudero, figuras diri-

gentes del movimiento en la Facultad, como Luis González de

Alba.

Al poco tiempo de terminada la sesión, el ejército entró a

Ciudad Universitaria y arrestó a más de mil activistas, entre

ellos a Carlos Sevilla. Aguilar Mora se salvó milagrosamente,

pues acababa de dejar Ciudad Universitaria cuando el ejército

entró. En los meses siguientes, la represión estatal escaló hasta

el punto de destruir al movimiento estudiantil, incluyendo la

brutal matanza del 2 de octubre. Por ejemplo, el hermano

menor de los Aguilar Mora, Jorge, que era delgado del Cole-

gio de México al CNH, fue encarcelado el mismo 2 de octubre.

También el profesor universitario y antiguo trotskista César

Nicolás Molina fue apresado en ese periodo. Muchos de los

partidarios del MCI tuvieron que esconderse, mientras que

otros, como González de Alba y el propio Revueltas, cayeron

presos. Escudero tuvo que huir clandestinamente a Chile. En

esos meses, la represión del Estado mexicano alcanzó el grado

más alto de su historia reciente, acercándose brevemente a las

dictaduras militares latinoamericanas.

Así pues, la base para un movimiento amplio como el

proyectado quedó destruida por la represión. En tales condi-

ciones sólo era posible construir un grupo más pequeño y

cohesionado con un programa político en común. Así, en

enero de 1969, con muchos de sus inspiradores aún presos o

escondidos, 13 activistas estudiantiles de entre los que habían

estado en la reunión del 19 de septiembre se reunieron nueva-

mente, esta vez para formar el Grupo Comunista Internaciona-

lista (GCI). Entre ellos estaban, además de Aguilar Mora, Al-

fonso Peralta (que seguiría desempeñando un papel central en

el trotskismo mexicano hasta su asesinato en 1977) y Alfonso

Molina, apodado “El ronco”. El cambio del sustantivo “Mo-

vimiento” por el de “Grupo” revela el giro hacia un proyecto

62

J. Revueltas “Un movimiento, una bandera, una revolución”

(1968) 63

Aguilar Mora, op. cit.

menos amplio aunque más sólido. En el nuevo grupo, la

hegemonía ideológica de los trotskistas era clara.

Desde la cárcel, por su parte, José Revueltas también se

contó entre los fundadores del GCI, e incluso escribió un entu-

siasta saludo al IX Congreso del S.U., que tuvo lugar en esas

mismas fechas.64

En su celda de Lecumberri, Revueltas colgó

un enorme póster con el retrato de Trotsky. Sin embargo, no

puede afirmarse que Revueltas se haya considerado nunca un

“trotskista”. En realidad, el viejo escritor seguía concibiendo

que la misión del nuevo grupo, más que encarnar organizati-

vamente las ideas del trotskismo en específico, era fusionar a

todas las distintas fuerzas marxistas independientes tanto de

Moscú como de Pekín. En particular, Revueltas concebía al

GCI no como un partido, sino como un bloque entre su propia

corriente, el “espartaquismo primitivo”, como la llamaba él,

cuya expresión programática era el Ensayo de 1962, y el trots-

kismo del S.U. En efecto, esta concepción de “bloque” corres-

pondía con el discurso de los mandelistas.

Sin embargo, esto no pasaba, ni podía pasar, de discurso.

En la práctica, Aguilar Mora, Sevilla, Peralta y sus camaradas,

bajo las condiciones de la clandestinidad, hicieron a un lado a

los “espartaquistas primitivos” y, según la percepción de Re-

vueltas, que seguía preso, lo conservaron a él como un “san-

tón” muy útil en términos de prestigio pero sin ningún medio

para influenciar políticamente al grupo.65

Además, en la cárcel

Revueltas tuvo fuertes roces personales con Carlos Sevilla,

que tenía una personalidad brillante pero difícil de aguantar.

Así que a su salida de la cárcel en 1971, Revueltas se separó

del GCI, ya estando gravemente enfermo. A partir de entonces,

el escritor se fue distanciando cada vez más del leninismo

como forma de organización y el GCI sobrevivió como el re-

presentante específico del S.U. en México.66

El órgano de la nueva organización trotskista era una mo-

desta publicación mecanografiada llamada La Internacional

que el grupo reproducía en la casa particular de Emilio Amaya

en Ciudad Satélite.67

Como hemos visto, el GCI había nacido en 1969 tras el

masivo movimiento estudiantil pero también bajo condiciones

excepcionalmente difíciles de represión estatal, lo que marcó

su primer año de existencia. En esa época, el grupo publicó en

La Internacional las declaraciones de defensa legal de varios

presos políticos notables (como Revueltas, Raúl Álvarez Garín

y Eduardo Valle “el Búho”), una edición mimeografiada y

semi-clandestina de cuatro mil ejemplares que sin embargo se

agotó en pocas semanas.

A partir de 1971, la represión amainó, pero la politización

de los jóvenes universitarios siguió desarrollándose, y el grupo

pudo ampliar considerablemente sus capacidades técnicas y

organizativas.68

Entre 1971 y 72 Carlos Sevilla, Daniel Came-

jo, Adolfo Gilly y los demás presos políticos finalmente fue-

64

Publicada en J. Revueltas, 68: juventud y revolución 65

En estos términos se queja Revueltas en una carta del 25 de

octubre de 1971 66

Alexander (Op. cit ) consigna equivocadamente que César

Nicolás Molina era uno de los principales líderes del GCI. En

realidad no era sino un simpatizante. 67

Umbral, octubre de 1999. 68

Sin embargo, Carlos Sevilla y Daniel Camejo abandonarían

el partido al poco tiempo.

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22

ron liberados. Los trotskistas habían sido los primeros en en-

trar a la cárcel y ahora eran los últimos en salir.

En mayo de 1971 el GCI celebró su primer congreso para

discutir la manera de seguir aprovechando al máximo su cre-

ciente influencia en el movimiento estudiantil universitario.69

En esa época, el contacto del grupo mexicano con la interna-

cional se hizo más estrecho y continuo, de manera que en el X

Congreso Mundial de 1971 el GCI fue oficialmente reconocido

como sección simpatizante del Secretariado Unificado “de la

Cuarta Internacional”.

En octubre de ese año, el grupo lanzó su propio frente es-

pecíficamente estudiantil, la Juventud Marxista Revoluciona-

ria, que en octubre de 1971 incluso publicó su propia revista,

El Virus Rojo. Fue en esa época que ingresaron muchos de los

futuros cuadros dirigentes de esa tendencia, como Edgard

Sánchez, Jaime González, Margarito Montes, Sergio Rodrí-

guez y Lucinda Nava. También Olivia Gall, que con el tiempo

sería la principal historiadora del trotskismo mexicano de la

primera generación, ingresó entonces. Incluso antiguos cua-

dros del POR (T) posadista, como el activista estudiantil sono-

rense Carlos Ferra, se unieron al GCI en esos años.

Estos recursos se reflejaron en un significativo cambio en

la prensa del GCI. Pese a haber existido en años de intensa

represión estatal, para 1972 su publicación teórica y propa-

gandística La Internacional había llegado a los 21 números y

ya resultaba insuficiente para el trabajo del grupo. Así, a me-

diados de 1972 se añadió a La Internacional una segunda

publicación regular, de aparición más frecuente y destinada a

fines de agitación: el periódico tabloide Bandera Roja.70

Sin embargo, la euforia no habría de durar mucho, ya que

poco después el GCI se vería desgarrado por una escisión. A

consecuencia de esto, el grupo mexicano no alcanzaría el sta-

tus de sección plena del Secretariado Unificado sino hasta la

fundación del PRT en 1976.

VI

LA CRÍTICA DE LAS ARMAS

VS. LAS ARMAS DE LA CRÍTICA

(1971-1975)

Durante la pascua de 1969, el Secretariado Unificado “de la

Cuarta Internacional” (S.U.) celebró en Europa su IX Congreso

Mundial (III desde la reunificación).71

Entre los presidentes

honorarios de este congreso mundial estaban, junto al célebre

dirigente campesino Hugo Blanco, preso en el Perú, Carlos

Sevilla y Daniel Camejo que se encontraban presos en

Lecumberri.

En México y en todo el mundo, la radicalización juvenil

masiva producida directa o indirectamente por la Revolución

Cubana y la Guerra de Vietnam había permitido a las seccio-

nes del S.U. crecer exponencialmente desde mediados de los

años sesenta. En 1968, el Mayo francés y el crecimiento sin

69

Rouge, junio de 1971 70

Trejo Delarbre, Raúl La prensa marginal Ed. El caballito,

México, 1991 71

Según una versión publica de la época que R. Alexander

recoge, el Congreso tuvo lugar en Austria. Sin embargo, en

realidad se llevó a cabo en Italia.

precedentes de la sección francesa, la Ligue Communiste

Revolutionarie dirigida por Pierre Frank y por los jóvenes

cuadros del movimiento estudiantil, Alain Krivine y Daniel

Bensaïd, movieron el centro de gravedad de la Internacional

de Estados Unidos a Europa. La dirección del GCI mexicano,

representada por Aguilar Mora, empezó a tratar directamente

con dirigentes como Ernest Mandel y Livio Maitan y ya no

sólo con los del SWP estadounidense.

A escala internacional, el año de 1968 había marcado un

punto de inflexión en la izquierda. En particular, la participa-

ción masiva de la clase obrera en el Mayo francés había infun-

dido una nueva vitalidad en la concepción estratégica de la

“centralidad del proletariado”. Hasta ese momento, un sector

de la izquierda de la década de 1960 había estado dominada

por la noción ecléctica del “vanguardismo estudiantil” que

caracterizaba a la llamada Nueva Izquierda. A partir de 1968,

sin embargo, muchos de los jóvenes que a lo largo de la déca-

da habían sido activistas estudiantiles, empezaron a mirar de

nuevo hacia el marxismo ortodoxo en la teoría y hacia el tra-

bajo sindical en la práctica. En México, esta tendencia sentó

las bases de la llamada “insurgencia sindical” de los años

setenta. Las aventuras de los activistas estudiantiles metidos a

organizadores obreros fueron narradas por el escritor y antiguo

activista estudiantil Paco Ignacio Taibo II.72

Andando el tiempo, el propio Ernest Mandel tuvo que re-

conocer que su esquema del “neocapitalismo” (en el que el

desarrollo estable del capitalismo en expansión dificultaba la

lucha revolucionaria del proletariado), ya no se aplicaba des-

pués de 1968, y sustituyó el término por el de “capitalismo

tardío”. La “curva larga ascendente” de la posguerra había

dado paso a una “curva larga descendente”,73

en la que la

lucha obrera volvía a estar a la orden del día. Más que de un

cambio económico real, el giro en la concepción de Mandel

partía del reavivamiento de las luchas de la izquierda en este

periodo y en particular de la reaparición de la clase obrera

industrial como factor político dentro de éstas. A decir verdad,

ninguna corriente izquierdista estaba en mejor poción de apro-

vechar esta evolución que el trotskismo, caracterizado por su

valoración ortodoxamente marxista del proletariado.

Sin embargo, en el momento de su IX Congreso a princi-

pios de 1969, el Secretariado Unificado estaba mirando a otro

lado. Fue en ese congreso que el S.U. aprobó su controversial

giro histórico para sus secciones latinoamericanas: la adopción

de la vía guerrillera.

Desde un año antes, el dirigente italiano Livio Maitan ve-

nía proponiendo la estrategia guerrillera para Bolivia y otros

países latinoamericanos, basado en la premisa de que la lucha

armada era la única respuesta posible al recrudecimiento de la

represión estatal que sufrían esos países. Más aún, argumenta-

ba Maitan, esas mismas condiciones de represión imposibilita-

ban que la lucha armada iniciara en las ciudades. Según escri-

bía el italiano, “Esto significa, más concretamente, que el

método de la guerrilla, comenzando por las zonas rurales,

72

Ver su serie de cuentos Doña Eustolia blandió el cuchillo

cebollero y El retorno de la verdadera araña. 73

E. Mandel El capitalismo tardío Ediciones Era, México,

1979

Page 23: LOS TROTSKISMOS INTERNACIONALES EN MÉXICO 1958-2000 - Oscar de Pablo

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23

sigue siendo el método correcto.”74

Según él, la Internacional

en ese periodo se construiría en torno a Bolivia. Según se

reporta, en las sesiones del congreso del S.U. de 1969, Maitan

predecía que el siguiente Congreso mundial se realizaría desde

el poder estatal en La Paz.75

Sin llegar a estos excesos de entusiasmo, Mandel y Pierre

Frank se sumaron a la propuesta de Maitán, que pronto exten-

dió su análisis y sus conclusiones a todo el resto de la región.

Así, uno de los pasajes de la “Resolución sobre América Lati-

na” del IX Congreso, leía:

Aún en el caso de los países que estarán entre los

primeros en vivir grandes movilizaciones y conflictos de

clases en las ciudades, la guerra civil adoptará las múlti-

ples formas de la lucha armada, en las que el eje princi-

pal durante todo un periodo será la guerra de guerrillas

rural...

En general, el giro guerrillero correspondía a la orienta-

ción mandelista de buscar “nuevas vanguardias de masas”,

particularmente entre los jóvenes radicalizados a partir de los

movimientos estudiantiles de 1968. En este sentido, como notó

el propio Mandel, la resolución del IX Congreso representaba

un paso más en el mismo sentido del III Congreso de 1951 (en

el que Michel Pablo había presentado sus planes de “entrismo

profundo” en los movimientos de masas no trotskistas) 76

.

De este modo, siguiendo la línea del Congreso Mundial, a

partir de 1969 las principales secciones latinoamericanas del

S.U. se sumaron a las organizaciones armadas guevaristas de

sus países o ayudaron a fundar nuevas. Así, la sección bolivia-

na se integró al ELN, la sección chilena ayudó a fundar el MIR,

y la sección argentina creó ella misma el ERP.

En México, el recién fundado GCI también aceptó for-

malmente los lineamientos del IX Congreso y los defendió

ardorosamente en su prensa, pero, a diferencia de las otras

secciones, en los hechos se abstuvo de aplicar la línea que

había votado, es decir, no se constituyó en grupo armado. La

ausencia en México de un movimiento guerrillero que estuvie-

ra dispuesto a hacer trabajo común con trotskistas y la limita-

ción de recursos organizativos del GCI para crear una guerrilla

propia se combinaron con una cierta renuencia empírica a

llevar a cabo esta línea. Según Aguilar Mora, Ernest Mandel

en persona les comunicó que, dado el pequeño tamaño del

grupo mexicano, “no era necesario” que llevara a cabo esta

línea, cosa que los militantes mexicanos aceptaron de buen

grado.77

El giro guerrillero impulsado en este congreso por Maitan

y Mandel no había sido unánimemente aceptado. El SWP, que

en esa época dirigía un influyente movimiento amplio contra

74

L. Maitan, “Experiences and perspectives of the armed

struggle in Bolivia” Intercontinental press No. 28, septiembre

de 1968. 75

“Secretariado Unificado: Hacia la 2 ½ Interncional” en

Spartacist en español No. 6, julio de 1978. En adelante no

faltó quien le endilgara al líder italiano el apodo de “Bolivio”

Maitan. 76

E. Mandel “El lugar del IX Congreso Mundial en la historia

de la Cuarta Internacional” (1969) 77

Entrevista de M. Aguilar Mora con el autor, diciembre de

2005

la guerra de Vietnam y contaba con mantener su legalidad y

su respetabilidad en el medio del liberalismo pacifista, se opu-

so enérgicamente a la adopción de la táctica guerrillera en

América Latina.

A lo largo de los años, el partido americano había conser-

vado un perfil político propio, estable y bien definido, pero no

inmutable. Dada su relativa estabilidad, el SWP había consti-

tuido siempre el centro de una tendencia de peso internacional

en la que es necesario detenerse.

Desde su fundación en los años treinta hasta finales de la

década de 1950, el SWP estadounidense, dirigido por el legen-

dario líder obrero James P. Cannon, no sólo era una de las

secciones numéricamente más fuertes del trotskismo mundial

y la más enraizada en la clase obrera de su país, sino también

la más estable políticamente y la más firme en su ortodoxia

ideológica. Cuando ocurrió la escisión de 1953, el SWP fue el

dirigente natural del bando antipablista.

Sin embargo, a partir de 1959 esto empezó a cambiar. El

impacto negativo del anticomunismo macartista, primero y la

seducción de la impresionante Revolución Cubana a sesenta

millas del “mounstro imoperialista” después, junto con el

necesario relevo generacional, contribuyeron a debilitar las

convicciones ortodoxas de este partido, y para 1963, el SWP

aceptó la reunificación con los herederos de Michel Pablo. En

este mismo periodo, el ya anciano Cannon cedió la dirección

al líder sindical Farrell Dobbs y al teórico Joseph Hansen.

Ambos contaban con el aura de autoridad de haber colaborado

personalmente con Trotsky en México y Hansen incluso de

haber vivido con él en la casona de Coyoacán en calidad de

secretario.

A partir de entonces, el partido mantuvo coherentemente

una evolución hacia la conciliación con fuerzas no trotskistas

(especialmente la dirección castrista de la revolución cubana,

y, en el plano nacional, el movimiento pacifista y liberal en

EE.UU.). Para finales de los años sesenta, el partido ya se ubi-

caba en lo que a grandes rasgos podría llamarse el ala derecha

del Secretariado Unificado y del movimiento trotskista mun-

dial.

Representado en el IX Congreso mundial de 1969 por Jo-

seph Hansen, el SWP se alió con un ala de la sección argentina,

el grupo de Nahuel Moreno (que, como veremos más tarde,

también se oponía al giro guerrillero en su propio país), y

juntos formaron una fracción minoritaria interna, la Fracción

Leninista Trotskista (FLT). La dirección mayoritaria de Man-

del, Maitan y Frank, respondió creando su propia fracción

interna, la Tendencia Mayoritaria Internacional (TMI).

Ideológicamente, la FLT recurría a argumentos más orto-

doxamente marxistas, pero se basaba en una política más con-

servadora. Para sus militantes, el problema de la adaptación al

guevarismo por parte de la TMI no era tanto su rechazo a la

centralidad del proletariado o a la independencia organizativa

del trotskismo, sino sobre todo el “ultraizquierdismo”, es de-

cir, la incapacidad de reconocer el supuesto potencial demo-

crático de las burguesías latinoamericanas.78

En todo caso, a escala internacional ambas fracciones ac-

cedieron a trabajar dentro de un marco organizativo común, e

instruyeron a sus partidarios a mantenerse unidos en cada

78

Ver, por ejemplo, N. Moreno, Un documento escandaloso

(1974)

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24

24

sección nacional. Sin embargo, la fuerte tensión entre ambos

programas hizo que en varios países las secciones del S.U. se

escindieran en dos organizaciones separadas. Ese fue el caso

de Argentina, Australia, Canadá, España... y México.

Volvamos, pues, al terreno mexicano. En esos años ha-

bían entrado al GCI, junto con muchos otros cuadros jóvenes,

Jaime González y su compañera Cristina Rivas, que llegaron a

dirigir la organización juvenil y su periódico, el Virus Rojo. En

el GCI entablaron una estrecha colaboración política con Ri-

cardo Hernández, y por medio de su persona entraron en con-

tacto con la tradición y la política del SWP estadounidense, y

fueron ganados a ellas.

Jaime González había sido recultado al GCI en 1969, sien-

do líder estudiantil en la Preparatoria No. 4, precisamente por

la célula “León Trotsky” que dirigía Ricardo Hernández. En

1971 fue enviado, junto Alfonso Peralta y Jorge del Valle,79

a

participar en una reunión educativa del SWP en Oberlin, Esta-

dos Unidos, para después viajar a conocer el centro del partido

en Nueva York. Joven inteligente y bilingüe, González no

tuvo dificultad en adentrarse en la vida del SWP y encontrar

una clara afinidad intelectual con sus cuadros. En adelante,

mantendría una admiración constante por el movimiento trots-

kista estadounidense. El pragmático Hernández, por su parte,

no sólo había militado personalmente en el SWP, sino que

rechazaba orgánicamente las aventuras idealistas e inciertas

como la lucha guerrillera.

En un contexto de radicalización juvenil masiva y fáciles

éxitos organizativos, en el que la revolución parecía cosa del

futuro próximo, los militantes de ambas tendencias sentían que

no había tiempo que perder y debían desarrollar públicamente

su línea con la mayor prontitud. Así, en octubre de 1972, unos

15 militantes, cuadros de la Juventud Marxista Revolucionaria

y partidarios de la FLT, se reunieron en el departamento de

Hernández en la colonia Condesa y decidieron separarse del

GCI. Además de Hernández, González y Rivas, entre ellos

estaban otros militantes jóvenes, como Ismael Contreras, Te-

lésforo Nava y Mariano Elías. Inmediatamente, los escindidos

procedieron a la fundación de una nueva organización trotskis-

ta rival del GCI, la Liga Socialista (LS).

Pese a involucrar inicialmente a sólo 15 personas, la rele-

vancia de esta ruptura quedaría de manifiesto al poco tiempo,

ya que en los cuatro años siguientes ambos grupos habrían de

crecer cualitativamente. A diferencia de los grupos más doc-

trinarios como la LOM lambertista y el POR posadista, el GCI y

la LS, políticamente flexibles y enraizadas en el medio univer-

sitario, lograron intersecar efectivamente la radicalización

estudiantil de ese periodo, de manera que para cuando terminó

su proceso de reunificación en 1977, su militancia sumada

superaba el millar.

Así pues, la LS representaba en México a la FLT, la oposi-

ción internacional que, como hemos visto, agrupaba central-

mente al SWP estadounidense y a la corriente argentina de

Moreno en contraposición a la Tendencia Mayoritaria Interna-

cional dirigida por los europeos Mandel, Maitan y Frank.

Contraviniendo el acuerdo de sus respectivas tendencias inter-

79

Jorge del Valle, entonces militante del GCI, adquiriría noto-

riedad mucho después de haber abandonado el movimiento

trotskista, como vocero de la Secretaria de Gobernación frente

al movimiento zapatista en 1994.

nacionales, los partidarios de Gonzáles y Hernández habían

roto pública y organizativamente con los de Aguilar Mora y

Alfonso Peralta. Según reconocen retrospectivamente y en

forma unánime los protagonistas de la escisión, unos y otros

eran demasiado “jóvenes e inexperimentados” para poder

convivir en una misma organización con gente de orientación

política tan distinta. En realidad, lo que estos jóvenes intenta-

ban era en tomar más en serio sus propias posiciones que sus

respectivas corrientes internacionales.

Así, reflejando en México las proclividades políticas de

sus respectivas tendencias internacionales, el GCI se orientó

hacia la búsqueda de una “nueva vanguardia de masas” entre

la juventud radicalizada e influenciada por el guevarismo,

mientras la LS intentaba implantarse en medios sindicales y

académicos más apacibles. Al escindirse, la LS se quedó con el

periódico juvenil del GCI, Virus rojo, pero en septiembre de

1973 decidió cambiar el nombre de su prensa, ya que, según

su último número, Virus rojo “era un nombre demasiado secta-

rio... además su tamaño ya era insuficiente”.80

En su lugar apareció El Socialista, “destinado a defender

los intereses de la clase obrera”. Tanto el título como el cinti-

llo habían sido tomados de un periódico obrero mexicano de

1871, casi exactamente un siglo antes.81

Incluso en este cam-

bio trivial se refleja un distanciamiento del radicalismo estri-

dente y juvenil del GCI. En esos años, la LS fue la primera

organización trotskista en superar los hábitos de clandestini-

dad y en aprovechar la nueva realidad menos represiva abrien-

do un local público en la calle de Bucarelli.

Por su parte, el GCI, cuyo rápido crecimiento continuó en

los siguientes años, generó paralelamente al Bandera Roja una

serie de publicaciones dirigidas a áreas específicas de su traba-

jo estudiantil, como El detonador, aparecida 1972 como relevo

del Virus Rojo para los CCHs, La hoja roja, aparecida en julio

de 1973 para el CCH Azcapozalco, y el Topo Rojo aparecido en

septiembre para la Preparatoria Popular. 82

En 1973, el GCI reclutó al joven maestro sonorense

Carlos Ferra, que a mediados de los años sesenta había milita-

do en el POR (T) posadista y que para entonces había regresado

a su lejana Hermosillo, donde dirigía el grupo universitario en

torno a la revista Prefacio. Gracias a al ingreso de Ferra y su

grupo, el GCI pudo desempeñar un papel sumamente promi-

nente en el movimiento estudiantil sonorense de ese año, que

movilizó a la mayoría del estudiantado de la región hasta que

fue brutalmente reprimido en el mes de septiembre. En todo el

estado, el terror derechista se desató en forma de encarcela-

mientos, secuestros y tortura. El 50 por ciento de la planta

docente de la Universidad del estado fue purgada, incluyendo

a Ferra, que ante el acoso policiaco se vio de obligado a mu-

darse de regreso al DF.83

Sin embargo, la autoridad y los con-

tactos adquiridos durante el movimiento le permitieron al GCI

(y después al PRT) mantener una presencia constante en el

estado de Sonora hasta los años noventa, e incluso usar a su

local sonorense como base para extender su influencia en otras

ciudades del noroeste del país.

80

Trejo, Op. cit. 81

Ibid. 82

Ibid. 83

Entrevista con Carlos Ferra, enero de 2006

Page 25: LOS TROTSKISMOS INTERNACIONALES EN MÉXICO 1958-2000 - Oscar de Pablo

25

25

Como vimos, el GCI conservaba en sus filas a quienes

aceptaban teóricamente la línea pro-guerrillera del IX Congre-

so, pero al mismo tiempo reconocía que no tenía las capacida-

des para llevarla a cabo en ese momento. Todos en el GCI

estaban de acuerdo con la línea estratégica general, pero pron-

to surgieron diferencias sobre la mejor manera de llevarla a

cabo. Así, conforme el grupo seguía reclutando jóvenes, un ala

de la dirección, dirigida por Sergio Rodríguez Lascano y su

compañera Lucinda Nava, llegó a la conclusión de que era

momento de pasar a la acción y en 1974 fundaron dentro del

GCI la llamada “Tendencia Combate” para impulsar al grupo a

unirse a la guerrilla de Lucio Cabañas.

Cuando la mayoría dirigida por Aguilar Mora y Peralta

rechazó esta iniciativa, Rodríguez y Nava se escindieron con

una decena de partidarios para fundar un periódico propio

orientado a la participación en la guerrilla, sin abandonar sus

posiciones en el activismo estudiantil y sindical. Dado que el

GCI ya había lanzado publicaciones con los títulos de Bandera

Roja, El Virus Rojo, La Hoja Roja y hasta El Topo Rojo, la

nueva revista recibió simplemente el llamativo titulo de Ro-

jo.84

Sin embargo, ese mismo diciembre, antes de que este

nuevo grupo trotskista pudiera concretar su contacto con la

guerrilla, Lucio Cabañas fue asesinado por el ejército y su

guerrilla prácticamente dispersada. Dadas las circunstancias,

una vez más, todos podían estar de acuerdo en que la oportu-

nidad de poner en práctica la línea guerrillera en México se

había cerrado, de manera que en pocos meses los partidarios

de Rodríguez y Nava pidieron su reunificación con el GCI.

Como organización independiente, la tendencia “combate” y

su periódico Rojo apenas sobrevivieron el año 1975.

VII

PARÉNTESIS: LOS LAMBERTISTAS

Hasta ahora hemos dejado de lado el destino del ala obrerista

de la vieja LOM, y para retomarlo es preciso volver unos cuan-

tos años en el tiempo.

Como hemos visto, en 1964-65 un ala dirigida por Fran-

cisco Xavier Navarrete, Rafael Torres, Luis Vásquez y su

pareja Ana María López conservó al puñado de militantes

obreros y se separó del grueso de la organización, compuesta

por “estudiantes pequeñoburgueses” dirigidos por Carlos Sevi-

lla y Aguilar Mora. Por un breve periodo, ambos grupos con-

servaron el nombre LOM, pero el ala estudiantil empezó a

usarlo cada vez menos, hasta abandonarlo totalmente y dar

lugar al GCI en 1969, y el ala obrerista pudo quedarse definiti-

vamente con el viejo nombre.

Al momento de la escisión, tal como cabría esperar, el

S.U. dio su endoso a grupo estudiantil, mucho más dinámico y

numeroso. En vista de esto, el ala de Navarrete entró en con-

tacto con la tendencia internacional rival, el Comité Interna-

cional, centrado en la Socialist Labour League (SLL) británica

de Gerry Healy y la Organization Communiste Inernationaliste

(OCI) francesa de Pierre Lambert.

Su contacto con esta tendencia había empezado años

atrás, cuando el célebre historiador trotskista Pierre Broué

(miembro de la OCI) vino a México para tratar de ganar a la

84

Este título era una traducción directa del famoso periódico

de la LCR francesa, Rouge.

LOM al Comité Internacional, sin conseguirlo. Cuando re-

conocieron que su rompimiento con el S.U. era inminente, sin

embargo, Navarrete y Vásquez recurrieron al contacto de

Broué y entablaron relaciones con la OCI. Después de todo, el

grupo mexicano era ideológicamente más afín a la ortodoxia

obrera del Comité Internacional que a la “revisionista” orien-

tación estudiantil del S.U.

Para 1970, la LOM mexicana fue aceptada como sección

del Comité Internacional.85

Según la descripción peyorativa de

Joseph Hansen, la LOM de Navarrete y Vásquez se convirtió en

esos años “un pequeño grupo en México cuya actividad ha

sido el proporcionar artículos ocasionales a [el periódico hea-

lista británico] Workers Press”.86

En esa época, Francisco Xavier Navarrete, ya cuarentón,

se retiró de la política y regresó a su natal Sonora (donde se

dedicó a dar clases y, a título individual, se opuso al movi-

miento estudiantil pro-trotskista de 1973), y Luis Vásquez

quedó al mando de la LOM. En adelante, Vásquez sería el re-

presentante continuo del lambertismo en México.

Durante el masivo movimiento de 1968, los escrúpulos

obreristas del grupo le impidieron participar en forma signifi-

cativa en él. Sin embargo, durante los siguientes años, la nue-

va LOM lambertista logró una modesta base estudiantil en el

IPN, que le permitió una cierta participación en el movimiento

universitario de 1971 y en las protestas subsecuentes contra la

brutal represión del 10 de junio.

En 1970 había aparecido una publicación auspiciada por

la LOM, el Boletín obrero, con el cintillo “tribuna de discusión

de los trabajadores”. El Boletín empezó siendo una publica-

ción mimeografiada de 16 páginas; más tarde aumentó su

tamaño a 24 páginas y mejoró sus ilustraciones, y, reflejando

el desarrollo de la Liga, para 1974 ya salía en prensa plana y

tamaño tabloide.87

Más tarde, la LOM cambió el nombre de su

prensa por el de Tribuna Obrera, con el que habría de mante-

nerse hasta la segunda mitad de los años ochenta.

Durante la primera mitad de los años setenta, el grupo al-

canzó una militancia de varios cientos, con trabajo en el DF,

Chipas y un importante local de varias docenas de militantes

en Poza Rica, Veracruz, donde la Liga retomó el trabajo que el

antiguo trotskista Fausto Dávila Solís había llevado a cabo

entre los obreros petroleros en los años cincuenta y sesenta.

Sin llegar a igualar en tamaño a las organizaciones más

grandes como el GCI y la LS, la tendencia lambertista habría de

sobrevivir dentro del espectro del trotskismo mexicano duran-

te todo el resto del siglo, primero como LOM y, después de un

breve “entrismo” en el PRT, como OST. Vale la pena, pues,

explicar someramente la trayectoria y características ideológi-

cas distintivas de esta tendencia internacional.

Nacido en 1920, Pierre Boussel, mejor conocido como

Lambert, era a sus 32 años el responsable del trabajo sindical

de la sección francesa de la Cuarta Internacional. Como hemos

visto, a principios de los años cincuenta, el secretario general

de la Internacional, Michel Pablo, expulsó a la mayoría de los

líderes del grupo francés —incluyendo a Lambert— por su

85

Intercontienetal Press, 22 de noviembre de 1971 86

citado en R. Alexander, Op. cit 87

En su libro La prensa marginal, Raúl Trejo escoge el caso

del Boletín Obrero de la LOM para ejemplificar el desarrollo

técnico de las publicaciones izquierdistas.

Page 26: LOS TROTSKISMOS INTERNACIONALES EN MÉXICO 1958-2000 - Oscar de Pablo

26

26

oposición a la estrategia del “entrismo sui generis” en el Parti-

do Comunista. En este punto, Lambert y sus camaradas podían

considerarse un verdadero símbolo para todos aquellos que

defendían la independencia organizativa del trotskismo.

Para 1954, Lambert ya era el dirigente principal de su or-

ganización, y como tal se unió con la SLL británica de Gerry

Healy y el SWP estadounidense de Cannon para fundar el Co-

mité Internacional “anti-pablista”. En 1963, cuando los esta-

dounidenses desertaron del CI y se reunificaron con los mande-

listas para formar el Secretariado Unificado, Lambert y Healy

quedaron como los líderes indiscutibles del Comité Interna-

cional.

Durante los años sesenta, el CI de Healy y Lambert conso-

lidó su influencia en Latinoamérica mediante el poderoso POR

boliviano de Guillermo Lora y el incipiente grupo de Jorge

Altamira en Argentina. Estos grupos tendían a defender su

independencia nacional furiosamente y, especialmente Lora, a

impulsar un curso semi-nacionalista basado en un supuesto

“excepcionalismo boliviano”. Esto era algo que Lambert podía

soportar, pero no así el autoritario Healy. Así, en 1971 Healy

también rompió con Lambert, oponiéndose a la actitud nacio-

nalista de Lora. Por un breve periodo, el francés compartió la

dirección de lo que quedaba del Comité Internacional con

Lora y con Altamira, pero estos también terminaron por rom-

per con Lambert para formar sus propias corrientes indepen-

dientes entre 1972 y 1973.

Lo más notable de la historia de la tendencia lambertista

—que llegó a incluir entre su colectivo de dirección a figuras

intelectuales destacadas como Pierre Brué, Stephan Just y Jean

Jaques Marie— fue su pronunciada evolución hacia la dere-

cha, evolución que se profundizó conforme este colectivo en

trono a Lambert se fue quedando solo a la cabeza de su movi-

miento y la OCI francesa se fue convirtiendo en el centro indis-

cutible de su “Internacional”.

En 1969, esta corriente adoptó la noción del “frente unido

estratégico”88

con los grandes partidos obreros tradicionales,

según la cual, el llamado por un “gobierno obrero” (i.e. del

Partido Socialista) resumía todas las demandas del Programa

de Transición.89

En esa época pasó por sus filas quien muchos

años después llegaría a ser líder del Partido Socialista y primer

ministro de la república francesa, Lionel Jospin.

En el plano internacional, los rasgos más distintivos de es-

ta corriente fueron su ambivalencia teórica al describir los

nuevos Estados obreros (calificando a Cuba hasta 1979 como

“estado capitalista fantasma”90

y aferrándose a la vieja caracte-

rización de Europa del Este como “estados burgueses en pro-

ceso de asimilación a la Unión Soviética”) y su teoría de que

toda la Guerra Fría no era más que una pantalla que escondía

una demonológica “Santa Alianza Contrarrevolucionaria ba-

88

El frente unido había sido parte del arsenal leninista desde el

II Congreso de la Comintern, pero era concebido como una

táctica, i.e. un recurso cuya viabilidad y aplicación varía de

acuerdo a las circunstancias concretas. La noción del frente

unido estratégico, en cambio, hacía de este recurso un punto

programático indispensable en toda la etapa histórica, inde-

pendientemente de las circunstancias particulares. 89

Correspondence Internationale, octubre de 1972 90

La Verité No. 588, septiembre de 1979

sada en el orden mundial establecido en Yalta y Posdam”

entre los imperialistas occidentales y la Unión Soviética.91

En noviembre de 1975, las secciones latinoamericanas

que aun quedaban en el Comité Internacional lambertista

(incluyendo a la LOM mexicana) celebraron una II Conferencia

regional en la que hicieron explícito su llamado a construir una

internacional basada ya no en el Programa de Transición ni en

el trotskismo, sino en una vaga “unidad antiimperialista”.

Así, para mediados de la década de 1970, esta corriente ya

estaba fuertemente asociada con el apoyo más abierto a la

socialdemocracia europea, el obrerismo economicista estrecho

y también con una hostilidad obsesiva hacia todo lo que oliera

a estalinismo (incluyendo a los Estados obreros y a las revolu-

ciones sociales). La OCI de Lambert se distinguió por su apoyo

electoral incondicional al Partido Socialista francés de Fran-

cois Mitterrand (incluso en la primera vuelta de las elecciones)

y sus críticas al Partido Comunista como “instrumento de

Moscú y [el presidente conservador] Giscard” por atreverse a

postular candidatos propios.

La paradoja de esta trayectoria reside en que fueron los

mismos rasgos de personalidad política de Lambert que en el

contexto de la lucha de 1951-53, lo ubicaron en la extrema

izquierda del trotskismo (su odio viceral al estalinismo y su

disposición a la independencia de su sección nacional) los que

a partir de la década de 1970 lo colocaban en la extrema dere-

cha.

En México, la ausencia de un partido socialdemócrata de

masas análogo al francés forzó a la LOM de Luis Vásquez a

orientar su “frente unido estratégico” exclusivamente al mo-

vimiento sindical. Es difícil seguir la vida política de esta

organización, ya que su prensa se presentaba como un órgano

más del movimiento sindical y no como el periódico de un

grupo político trotskista con posiciones definidas. Característi-

camente, Tribuna Obrera, lo mismo que su futura reencarna-

ción, El Trabajo, se describía a sí mismo en su cintillo como

una “tribuna libre” de discusión de los trabajadores.

A mediados de los años setenta, Lambert llegó a estar po-

líticamente muy cerca de la fracción del S.U. dirigida por el

SWP. Ambas tendencias compartían un enfoque conservador

basado en el trabajo sindical y la participación electoral, así

como un fuerte rechazo a los desplantes de radicalismo (espe-

cialmente la adopción de la “vía guerrillera”) de la tendencia

mayoritaria del S.U. En 1973, la tendencia lambertista cambió

su caracterización histórica del SWP de “centrista” a “trotskis-

ta” y, en 1974, aconsejó a sus partidarios que se unieran a la

fracción internacional dirigida por el SWP. En octubre de ese

mismo año, Pierre Lambert y otros dirigentes de su tendencia

celebraron una reunión con la dirigencia estadounidense. No

es de extrañar, pues, que en la crisis revolucionaria portuguesa

de 1975-76 ambas tendencias se alinearan en apoyo al Partido

Socialista de Mario Soares, aún cuando éste representaba

también el lado del anticomunismo socialdemócrata.

En México, la LOM también se acercó brevemente a la LS

de Jaime González y Cristina Rivas. De hecho, todo un grupo

de militantes en torno a Rafael Torres abandonó la LOM en

1977 para unirse a la FBL y, con ella, al PRT. Esta orientación

no sería sino la primera de una sucesión de alianzas tempora-

91

citado en “Hijo de Perón cohabita con hijo de Mitterrand”,

Spartacist en español No. 10

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27

les de los lambertistas con una u otra fracción del Secretariado

Unificado en México. Como veremos, entre 1980 y 1982, lo

que quedó de la LOM colaboró estrechamente con el POS more-

nista y en 1987 se decidió a ingresar finalmente al PRT, pero

sólo para abandonarlo tras la debacle de 1991.

En realidad, pese a sus alianzas coyunturales con otras

tendencias trotskistas y pese a su renuencia a presentarse pú-

blicamente como una tendencia política bien definida, Luis

Vásquez y sus camaradas nunca disolvieron su grupo ni per-

dieron contacto con la tendencia internacional lambertista.

Tras su salida del PRT en 1991, el grupo asumió el nombre de

Organización Socialista de los Trabajadores (OST), con el que

sobrevivió durante todo el resto del siglo.

VIII

TRES CONCEPCIONES DEL SECRETARIADO UNIFICADO

(1975-76)

Si las tendencias políticas son, más que un conjunto de posi-

ciones, un método de pensamiento, en ninguna corriente esto

es tan evidente como en el morenismo de los años sesenta y

setenta. Y es que las posiciones de esta tendencia fueron tan

violentamente contradictorias entre sí, tan distintas de una

situación a otra, que el morenismo ha quedado asociado con

un método de respuesta, conscientemente empírico, a las di-

versas circunstancias, más que con una línea política única. El

propio Nahuel Moreno lo justificaba así: “el mayor acierto de

un bolchevique es reconocer cuándo debe cambiar una carac-

terización y una línea política que los hechos han demostrado

equivocadas.”92

Es posible que las opiniones de sus oponentes

sean más reveladoras sobre la verdadera naturaleza de esta

tendencia. Un historiador trotskista argentino de una tendencia

opuesta (altamirista) lo describe así:

Moreno, sin llegar a abjurar de su etiqueta original,

protagonizó una tendencia política que simbolizó (in-

cluso internacionalmente) el gangsterismo y la duplici-

dad políticas.93

Hugo Miguel Berssano (1924-1987), mejor conocido co-

mo Nahuel Moreno, fundó y dirigió una de las tendencias más

extendidas en el trotskismo latinoamericano, así como un

partido nacional argentino que en algún momento llegó a ser la

organización trotskista más numerosa del mundo. Intuitivo y

bien informado, mentalmente ágil y muy hábil para las manio-

bras tácticas, con un poderoso sentido del propósito y una gran

imaginación para las fórmulas evocativas, pero sin la sutileza

ni el rigor intelectual de Mandel, Moreno siempre desarrolló

sus concepciones teóricas originales guiado muy conciente-

mente por sus intereses políticos del momento. Esa fue su

mayor fuerza y su mayor debilidad. Su gran flexibilidad tácti-

ca y la intensa fuerza de voluntad con la que perseguía sus

92

N. Moreno, Un documento escandaloso (1974). Este docu-

mento, presentado al X Congreso del SU como una polémica

con E. Mandel, fue de algún modo el resumen de las posturas

del morenismo en ese periodo. 93

Coggiola, Osvaldo Historia del trotskismo en la Argentina

(1960-1985), CEAL, Buenos Aires, 1986

fines políticos se reflejaban en una enorme confianza en la

validez de sus propias concepciones. Esta confianza –típica de

los líderes trotskistas— no estaba en el caso de Moreno limi-

tada por escrúpulos como la honestidad ante las masas y el

rigor analítico, principios que en general habían caracterizado

al movimiento trotskista.

El estilo audaz de Moreno tenía el mérito de enfatizar los

aspectos más controvertidos, novedosos o inverosímiles de su

pensamiento. Sin llegar a los excesos de Posadas, Moreno

cultivó dentro de su tendencia una enorme autoridad personal

y no evitó cierto culto a su personalidad,94

lo que le ayudó a

justificar las más violentas oscilaciones en su línea política.

Moreno tampoco dejó de utilizar su autoridad para opinar

en sus escritos sobre los temas más distantes de la estrategia

revolucionaria, como las relaciones de amor y amistad entre

los militantes, o la teoría de Jean Piaget como paralela de la

Revolución Permanente en pedagogía.95

La referencia al

gangsterismo tampoco es gratuita, ya que sus partidarios inter-

nacionalmente no despreciaron la violencia física como auxi-

liar en el combate polémico, incluso dentro del movimiento

trotskista. Si bien los partidarios del británico Healy fueron

conocidos por su disposición a usar la violencia física contra

sus oponentes políticos, dentro del trotskismo latinoamericano

el recurso del gangsterismo como arma polémica era algo

inusitado, fuera de la corriente morenista.

Resumamos pues la zigzagueante trayectoria de esta ten-

dencia hasta 1975, el año en que apareció su primera encarna-

ción mexicana.

El primer grupo de Moreno se formó en Buenos Aires a

principios de la década de 1940 y en los siguientes años fue

conocido en Argentina por declarar que el peronismo era el

más reaccionario de los regímenes que hubiera sufrido ese

país. Sin embargo, a partir de 1952, este grupo, dio un giro de

180 grados y se convirtió en el más entusiasta de los partida-

rios “trotskistas” de Perón. En 1955, Moreno fundó la revista

Palabra Obrera, que se presentaba como un “órgano del pero-

nismo obrero revolucionario”, “bajo la disciplina del general

Perón y del consejo superior peronista”.

En cuanto a alineaciones internacionales, Moreno estuvo

entre los primeros partidarios de Michel Pablo en la escisión

de 1953. Sin embargo, en ese momento Pablo prefirió darle el

status de sección argentina oficial al grupo de Posadas, a quien

consideraba más fiel. Resentido, Moreno rompió con Pablo y

se sumó al Comité Internacional “antipablista” de Cannon,

94

En su presentación de 1989 a Un documento escandaloso,

los editores afirman: “Nahuel Moreno, fallecido en 1987, fue

el máximo dirigente y fundador de la más dinámica de las

corrientes trotskistas existentes... y del más grande partido

trotskista del mundo... Sólo cabe agregar que este trabajo se

convirtió en un manual para la construcción de partidos trots-

kistas enraizados en la clase obrera en decenas de países, y su

impacto en el trotskismo mundial, sobre todo en el latinoame-

ricano, fue de tal magnitud que también se le conoce fami-

liarmente como ‘El Morenazo’” (El partido y la revolución,

ed. Antidoto 1989). En sus últimos años, sus partidarios lo

llamaban “el viejo”, apodo con el que había sido conocido

Trotsky dentro de su movimiento. 95

N. Moreno, Lógica marxista y ciencias modernas (Antidoto,

1986)

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28

28

Healy y Lambert. Fue como miembro del Comité Internacio-

nal que Moreno dirigió su primera sub-organización a escala

latinoamericana, el Secretariado Latinoamericano del Trots-

kismo Ortodoxo, fundado en 1957 como una especie de ten-

dencia interna del CI con una posición radicalmente antipablis-

ta.96

Sin embargo, su “trotskismo ortodoxo” y su antipablismo

radical no duraron mucho. Impresionado por la Revolución

Cubana de 1959, Moreno siguió al SWP estadounidense en su

reunificación con la tendencia de Mandel y la creación del

Secretariado Unificado en 1963 sobre la base de su apoyo

político al castrismo. Para entonces Posadas se había escindido

del Secretariado Internacional pablista para crear su propia

corriente internacional, y Moreno vio el camino libre para ser

el dirigente regional incontestable de la Cuarta Internacional

en América Latina.

Así, durante los años sesenta, la tendencia morenista for-

mó parte del S.U., y como tal adoptó la postura de alabanza a

la vía guerrillera y a la dirección cubana. En 1962 Moreno

escribía:

El maosetunismo o teoría de la guerra de guerrillas

es la refracción particular en el campo de la teoría de la

actual etapa de la revolución mundial.[...] [Hay

que]sintetizar la teoría y el programa general correcto

(trotskista) con la teoría y el programa particular co-

rrecto (maosetunista o castrista).97

Con esta lógica, en 1964 el grupo de Moreno en Argenti-

na se fusionó con el FRIP, un grupo nacionalista-guevarista

dirigido por Mario Roberto Santucho, para crear el PRT argen-

tino. Todavía en septiembre de 1968, la prensa morenista

reimprimía orgullosamente y a escala internacional un docu-

mento de 1961 en el que Moreno proclamaba:

Si en el pasado el sindicato fue nuestro vehículo

organizativo para plantear la cuestión del poder, hoy

día la OLAS [sc. la coalición latinoamericana de organi-

zaciones armadas impulsada por Cuba], con sus orga-

nizaciones de combate nacionales para la lucha arma-

da, es el único vehículo organizativo para el poder.98

Entre 1968 y 1969, sin embargo, cuando Santucho dio los

primeros pasos para transformar al partido en un verdadero

ejército guerrillero, la tendencia de Moreno —que, pese a

todas sus exhortaciones, no estaba dispuesta a tomar las ar-

mas— rompió con la mayoría pro-guerrillera del PRT. Desgra-

ciadamente para Moreno, esto coincidió con el IX Congreso

Mundial del S.U. y su adopción de la estrategia guerrillera a

escala latinoamericana. Así que, una vez más, la Internacional

tomó lado con el rival de Moreno y otorgó el estatus de sec-

ción oficial al PRT de Santucho.

Desairado, Moreno denunció el “revisionismo” de la di-

rección internacional en Europa y en la lucha fraccional que

ocurrió dentro del S.U. se sumó a la facción del SWP —la

96

N. Moreno, “Prólogo de 1985 a ‘Un documento escandalo-

so’, en El Internacioanlismo y las internacionales, Ediciones

Uníos, México, 1997 97

N. Moreno, La revolución latinoamericana (1962) 98

N. Moreno “La revolución latinoamericana, Argentina y

nuestras tareas” Estrategia No. 7, septiembre de 1968

FLT— en contra del giro hacia la lucha armada. El grupo de

Moreno coincidía con los estadounidenses en su postulación

de un activismo obrero y parlamentario más ortodoxo, pero

también más conservador.

En esa época, en el terreno nacional, Moreno inició un

marcado giro hacia la política electoral, pacífica e institucio-

nal. A finales de 1971, su tendencia se unió a un ala del viejo

partido socialdemócrata, dirigida por Juan Carlos Coral, para

formar el Partido Socialista de los Trabajadores (PST), que en

los próximos años sería el centro de su tendencia internacio-

nal. Con una hábil maniobra política, Moreno logró el registro

electoral legal para su partido y así lo convirtió en un instru-

mento que le permitiría aprovechar la radicalización de las

grandes luchas obreras de principios de los años setenta. Esto

hizo del PST uno de los partidos más numerosos y de más

arraigo obrero del trotskismo mundial, lo que no pudo sino

incrementar internacionalmente la autoridad de Moreno.

Ideológicamente, sin embargo, esto significó un acentua-

do giro a la derecha. En esta época encontramos a la prensa

morenista, que unos años antes cantaba las glorias del gueva-

rismo, abogando por la “continuidad del gobierno”99

de Isabe-

lita Perón, defendiendo la “institucionalización”100

y argumen-

tando que sus antiguos camaradas, los guerrilleros del

PRT/ERP, eran los causantes de la militarización de la política

argentina, siendo los terroristas ultra derechistas de la AAA su

“réplica”.101

En todo este giro, el SWP estadounidense fue el defensor

internacional de Moreno, ya que este enfoque institucional y

pacífico de su política correspondía plenamente con el que

mantenían los estadounidenses en su propia actividad en el

movimiento contra la guerra de Vietnam. Del mismo modo,

los escritos de Moreno de entre 1969 y 1975, se refieren fre-

cuentemente a la superioridad histórica del SWP, a su continui-

dad con el trotskismo clásico y a la sabiduría de sus líderes

como Hansen y Peter Camejo.

Sin embargo, el bloque con los estadounidenses que la

tendencia morenista había conservado desde su origen (juntos

fundaron el Comité Internacional en los años cincuenta, juntos

regresaron a fundar el S.U. en los años sesenta y juntos dirigían

la FTL en los años setenta) empezó a resquebrajarse en 1975.

Como hemos visto, el SWP mantenía un curso conservador

políticamente definido y estable, mientras que el morenismo

no seguía un rumbo único. Acaso esto respondiera en parte a

la relativa estabilidad de la vida política estadounidense en

contraste con el accidentado y extremoso contexto latinoame-

ricano y argentino en particular.

A partir de 1974-75, el recrudecimiento de la represión en

Argentina bajo Isabelita Perón y su funesto ministro José Ló-

pez Rega fue cerrando las posibilidades de la política legal y

parlamentaria, y, en esa medida, la tendencia morenista inició

un nuevo giro a la izquierda, rebasando en ciertos aspectos

incluso a la mayoría mandelista. En 1976, con el golpe militar

de Videla, las posibilidades de lucha parlamentaria terminaron

de cerrarse y el propio Moreno tuvo que huir de la Argentina

99

J. Coral, “Esto dijimos en la multisectorial”, Avanzada So-

cialista, 15 de octubre de 1974 100

Avanzada Socialista, 4 de julio de 1974 101

“Declaración del CE del PST a la multisectorial”AS, 10 de

octubre de 1974

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29

29

para establecerse en Colombia, y con ello perdió contacto con

la base local de su política “institucional”.

También en sus posiciones internacionales, esto se reflejó

en un pronunciado giro a la izquierda. En particular, Moreno

denunció tajantemente las posiciones del SWP de suavidad con

la socialdemocracia (Portugal) o de neutralidad frente al impe-

rialismo (Angola),102

sin dejar de criticar desde la izquierda la

suavidad de Mandel con los estalinistas (Portugal) y su ambi-

güedad con los eurocomunistas.

Fue en 1975, justo antes de que comenzara el giro hacia la

izquierda de Moreno, que apareció en México la primera en-

carnación organizativa del morenismo, a saber: la Tendencia

Militante de la LS. La encarnación mexicana de la corriente

morenista —dirigida originalmente por Ricardo Hernández,

luego por Telésforo Nava, después por Mariano Elías y final-

mente por Cuauhtémoc Ruiz— habría de ser un elemento

constante y dinámico en el trotskismo por todo el resto del

siglo XX.

Como hemos visto, desde su origen en 1972 y hasta 1975,

la LS había sido la organización de los partidarios mexicanos

de la fracción internacional que tenían en común el SWP y el

PST de Moreno, con el primero en la dirección.

En 1975, justo en la época en la que el bloque empezaba a

quebrarse, se mudó a México por unos meses un importante

cuadro morenista argentino, Eugenio Greco,103

e incluso Mo-

reno mismo pasó por el país para influenciar la política trots-

kista mexicana. Para ese punto, uno de los líderes fundadores

de la LS, Ricardo Hernández, estaba descontento con la direc-

ción del SWP, que aparentemente no lo tomaba en cuanta tanto

como él hubiera querido, y con la asesoría de Greco fundó una

fracción interna morenista dentro de la LS, la llamada “Ten-

dencia Militante” (TM).

Además de Hernández y Greco, esta tendencia incluía a

militantes como Telésforo Nava, Mariano Elías y Augusto

León.

Si a escala internacional el morenismo había roto con el

SWP desde una posición notablemente más izquierdista, en

México no era el caso. La TM de Hernández denunciaba a la

dirección encabezada por González y Rivas no por algún car-

go de capitular a tal o cual fuerza, sino por su “propagandismo

abstracto” y por estar compuesta de lo que Hernández llamaba

“profesores rojos”. A cambio, proponía un giro enérgico hacia

el “trabajo de masas” y un reacercamiento con la organización

trotskista más grande, el GCI.

La situación al interior de la LS se complicó a finales de

1975, cuando Cristina Rivas y Jaime González permitieron

que se filtraran al Comité Central de la Liga rumores infunda-

102

En la “Revolución de los claveles” de 1975 el SWP impul-

só a su sección afiliada que apoyara, con un criterio meramen-

te democrático, al anticomunista Partido Socialista de Mario

Soares, mientras que la mayoría mandelista pedía apoyar al

Movimiento de las Fuerzas Armadas, influenciado por los

estalinistas. Moreno los criticó a ambos. En Angola, el SWP

sostuvo que el MPLA y UNITA eran dos fuerzas igualmente

progresistas, aún cuando esta última contaba con el respaldo

norteamericano y sudafricano. Moreno sostuvo que había que

darle apoyo militar exclusivamente al MPLA. 103

En los años ochenta, Greco llegaría a ser el dirigente nacio-

nal del MAS argentino, la masiva organización morenista.

dos acerca de que Hernández era un agente infiltrado de la

policía. Esto enturbió la lucha política y naturalmente enfure-

ció a Hernández, pero también le permitió volver el fuego

polémico contra sus rivales, acusándolos, justificadamnete, de

calumniadores.

En poco tiempo y con la ayuda de Moreno y su embajador

Greco, Hernández y su TM consiguieron la mayoría de la Liga

y derrocaron a la dirección pro-SWP de González y Rivas. Un

nuevo Comité Central fue electo para reflejar la nueva mayo-

ría morenista en torno a Hernández, y un nuevo reglamento

organizativo fue aprobado. El fin de este cambio estatutario

era exigir que todos los militantes fueran “puestos a prueba”

por un mes; sólo si en este mes demostraban el nivel de “acti-

vismo” que exigía la nueva dirección morenista, podían que-

darse en la organización. Tal como se esperaba, el resultado

fue la purga de varios cuadros afines al SWP y la consolidación

de la dirección morenista en la LS: fue “el 18 Brumario” de

Ricardo Hernández.

La dirección depuesta, con muchos de sus partidarios ex-

cluidos de la Liga por las nuevas reglas, adoptó el nombre de

Fracción Bolchevique Leninista (FBL), y al poco tiempo se

declaró “fracción pública” y llevó su combate polémico a la

prensa, es decir, se escindió.104

El 31 de diciembre de 1975,

González, Rivas, Ismael Contreras y otros de sus partidarios

salieron del local de la LS cargando una máquina de escribir y

unas cuantas cajas de archivos. En pocos días ya estaban pro-

duciendo su propia revista, Clave, cuyo título honraba al de la

brillante revista teórica de la primera generación del trotskis-

mo mexicano. A partir de entonces, los miembros de la FBL

serían conocidos familiarmente como “los febelos”.

Por su parte, el cambio de dirección dentro de la LS

reorientó a la organización rumbo a los mandelistas del GCI,

pero también precipitó la escisión formal del bloque interna-

cional de Moreno y el SWP. Los morenistas se constituyeron

como una tendencia aparte en todo el mundo, la llamada Ten-

dencia Bolchevique (luego Fracción Bolchevique), sin salir del

marco organizativo común, infinitamente flexible, del Secreta-

riado Unificado.

Así, el viejo GCI mexicano quedó dividido en tres organi-

zaciones rivales, cada una con sus propias finanzas, su propia

organización y su propia prensa pública, y cada una adscrita a

una de las tendencias internacionales internas en las que estada

dividido el S.U., a saber: El GCI de Aguilar Mora y Alfonso

Peralta seguía leal a la mayoría mandelista; la LS había queda-

do en manos de Hernández y seguía al PST de Moreno; y la

FBL dirigida por González y Rivas seguía al SWP estadouniden-

se.

Esta situación, aunque no fue única, era sumamente para-

dójica, ya que según el acuerdo de sus respectivas tendencias

internacionales, las secciones debían trabajar en una sola or-

ganización unificada en cada país. Pese a las muy reales dife-

rencias políticas, la existencia separada de tres organizaciones

hostiles entre sí en México, pero afiliadas a la misma Interna-

cional (el S.U.), tenía mucho de malentendido y no estaba des-

tinada a durar. La ansiada reunificación habría de llevarse a

cabo entre 1976 y 1977, pero antes las organizaciones del

trotskismo mexicano hubieron de enfrentar, cada una a su

104

“Empate Mexicano” Spartacist en español No.11

Page 30: LOS TROTSKISMOS INTERNACIONALES EN MÉXICO 1958-2000 - Oscar de Pablo

30

30

manera, un reto político considerable: las elecciones presiden-

ciales.

TRES CONCEPCIONES DE

LA VOTACIÓN MEXICANA

Habiendo perdido a sus principales dirigentes nacionales

(David Aguilar Mora asesinado en Guatemala, Felipe Galván

muerto en un accidente aéreo, Almeyra y Fernández Bruno

deportados a Argentina y Adolfo Gilly exiliado en Europa),

durante la primera mitad de los setenta el POR (T) posadista de

Francisco Colmenares se había ido convirtiendo más y más en

una secta reducida y sin contacto alguno con la realidad. In-

cluso sus posiciones tácticas dependían cada vez más de los

excéntricos caprichos del ensoberbecido Posadas, que para

entonces vivía deportado en Italia tras haber sido apresado en

Montevideo en 1968.105

Fue a partir de esa época que Posadas

empezó a ser asociado internacionalmente con delirantes ideas

sobre OVNIs provenientes de avanzadas galaxias comunistas y

cosas por el estilo.

Así, para las elecciones de 1976, el POR(T), decidió llevar

hasta sus últimas consecuencias su línea histórica de confluen-

cia con el nacionalismo de los países latinoamericanos y llamó

nada menos que a votar por José López Portillo del PRI, el

partido que desde el gobierno había torturado y encarcelado a

sus camaradas apenas unos años antes.

El voto por el PRI, sorprendente en cualquier organización

que se considerara de izquierda, por no decir trotskista, convir-

tió al POR en una caricatura de sí mismo y marcó el final defi-

nitivo del posadismo como una tendencia viable dentro de la

izquierda mexicana. Hay que subrayar, sin embargo, que in-

cluso el apoyo electoral al PRI no fue fruto de un impulso ca-

rrerista por parte de los militantes mexicanos en busca de un

“hueso” en el gobierno de López Portillo, sino que fue una

aplicación consecuente (aunque caricaturizada) de su perspec-

tiva programática histórica. Ya en 1971, el grupo de Posadas

había apoyado electoralmente al “Frente Amplio” uruguayo.

La tragedia de los posadistas fue que su elevado idealismo

moral no descansaba en un programa revolucionario conse-

cuente, sino en la personalidad inestable de un caudillo.

Para finales de la década, incluso Colmenares se había re-

tirado de la política, y la militancia del partido se había redu-

cido a un solo miembro, un tal Alfonso Lizárraga Bernal, que,

con la abnegación proverbial de los posadistas, siguió publi-

cando algunos números más del Voz Obrera.106

Si bien López Portillo fue el único candidato oficialmente

registrado para las elecciones, ciertamente el apoyarlo no era

la opción más atractiva para el resto de las organizaciones

trotskistas. Las elecciones de 1976 fueron las primeras en la

historia de México en las que el Partido Comunista no era

ilegal desde 1946, y si bien no tenía registro oficial, sí estaba

en condiciones de presentar abiertamente una candidatura sin

105

Tras su arresto, Posadas fue públicamente identificado

como Homero Critali y hubo de encontrar su entrada vedada al

resto de América Latina. Su identificación ocurrió con la com-

plicidad del Partido Comunista uruguayo (ver: Alexander, Op.

Cit). 106

Entrevista con Carlos Ferra

registro. Su candidato fue el legendario líder ferrocarrilero

Valentín Campa.

Las elecciones de 1976 también fueron las únicas de la

historia contemporánea de México en las que el derechista PAN

no presentó candidato, lo que convirtió al Partido Comunista

en la segunda fuerza electoral del país, aún a pesar de su falta

de registro. Ese año el PCM logró la mayor audiencia nacional

desde su fundación en 1919, alcanzando casi un diez por cien-

to del voto.107

Su plataforma electoral llamaba a la nacionali-

zación de toda la industria básica y a eliminar los grandes

latifundios capitalistas para darle “la tierra a quién la trabaja”

y a “limitar la ganancia de los capitalistas” (no a eliminarla).

En la sección internacional, la plataforma proponía que Méxi-

co se uniera a la OPEP, llamaba “estados socialistas” a los

estados obreros y exigía su “coexistencia pacífica” con el

campo capitalista: elementos opuestos por el vértice al pro-

grama básico del trotskismo.

Si bien objetivamente la candidatura de Campa era sin

duda una alternativa política proletaria, su programa electoral

no era de ningún modo específicamente clasista. Como parte

su campaña, desde mediados de 1975 el PCM buscó expandir

su alcance electoral convocando a una coalición electoral

amplia de todos los partidos “democráticos” y que estuvieran

por la alianza de los obreros, los campesinos “y otros sectores

del pueblo”108

en una Coalición de la Izquierda. En una entre-

vista publicada internacionalmente, el secretario general del

partido, Arnoldo Martínez Verdugo, declaraba que entre las

fuerzas que su partido buscaba unir, estaban también los que

“estaban rejuveneciendo a la Iglesia”, “las fuerzas patrióticas y

democráticas dentro del ejército” e incluso algunos “hombres

de negocios progresistas”.109

Su convocatoria estaba lejos de

tener un carácter específicamente socialista u obrero y más

bien respondía a la concepción clásica del partido de perseguir

una “etapa democrática” de la revolución en México antes de

pensar en socialismo.

Lo que esta campaña tuvo de excepcional en la historia

del PCM era que por primera vez estaba dispuesto a aceptar

también a trotskistas en su coalición. Viniendo del mismo

partido que en 1940 había intentado asesinar Trotsky, esta

apertura era algo sin precedentes.110

En ese tiempo, el partido

daba sus primeros pasos en la dirección del llamado “euroco-

munismo”,111

es decir, el rechazo de su tradición estalinista

dura (y con ella de su adhesión formal al leninismo) a favor de

una perspectiva más liberal y más conciliadora con la demo-

cracia capitalista.

107

V. Campa, Mi testimonio, Ediciones de Cultura Popular,

México 1979 108

Intercontninental press (1 de marzo de 1976) 109

Ibid (31 de mayo de 1976) 110

En esa época, el propio Campa publicó sus memorias don-

de revelaba su propio papel en la época en la que Trotsky

estaba en México. Él se había opuesto a la línea oficial del

partido de aniquilamiento físico de Trotsky, proponiendo en su

lugar denunciarlo como agente contrarrevolucionario. Esta

“suavidad” le valió su expulsión del partido en 1940. 111

El eurocomunismo fue impulsado desde mediados de los

años setenta por partidos como el español y el italiano, siendo

Santiago Carrillo uno de sus principales exponentes.

Page 31: LOS TROTSKISMOS INTERNACIONALES EN MÉXICO 1958-2000 - Oscar de Pablo

31

31

¿Cómo respondieron los diversos grupos trotskistas a esta

situación que en tantos sentidos no tenía precedente?

Durante la primera mitad de la década, y a diferencia del

POR, los tres grupos afiliados a tendencias dentro del S.U. (el

GCI, la LS y la FBL) habían logrado intersecar exitosamente la

radicalización estudiantil y habían crecido mucho. A princi-

pios de 1976, el GCI había conseguido reunificarse con el gru-

po “combate” de Sergio Rodríguez Lascano que editaba el

periódico Rojo, y ahora cambiaba su nombre a Liga Comunis-

ta Internacionalista (LCI). De hecho, el sustantivo “grupo” ya

hacía mucho le quedaba chico a una organización tan desarro-

llada.

Con esta reunificación regresó a la organización Lucinda

Nava, que, gracias a su activismo sindical universitario, para

entonces había llegado a formar parte de la dirigencia del

recién formado sindicato de trabajadores de la UNAM.112

Para ese punto, dentro de tendencia internacional mande-

lista, el entusiasmo guerrillero había empezado a enfriarse en

vista del poco éxito obtenido con esa táctica en toda América

Latina.113

En su lugar se abría paso de manera cada vez más

evidente una orientación electoral hacia los grandes partidos

obreros parlamentarios. Así por ejemplo, en 1973 y 1974, la

LCR francesa (la organización insignia de los partidarios de la

TMI) había llamado a votar por la frentepopulista Unión de la

Izquierda de Mitterrand en la segunda vuelta (decisiva) de las

elecciones legislativas y presidenciales. En las elecciones

portuguesas de junio de 1976, Alain Krivine había llamado a

votar por el general Otelo Saravia de Carvalho, postulado por

el PC. Al mismo tiempo, en Italia, la sección del S.U. dirigida

por el mismísimo Livio Maitan no sólo apoyó electoralmente a

Democrazia Proletaria en las elecciones parlamentarias de

1976, sino que incluso presentó candidatos en su lista electo-

ral.114

Así, al llegar el momento de decidir qué posición tomar

respecto a las elecciones mexicanas, la LCI optó por la fórmula

de “apoyo crítico” al candidato del PCM, lanzando para esto un

“Frente de Izquierda Revolucionaria” que llamaba a votar por

Campa, pero aclarando que no compartía programa de la Coa-

lición de la Izquierda, al que calificaba de reformista.115

En cambio, la LS no se conformó con un “apoyo crítico” y

no sólo llamó a votar por Campa, sino que se integró a la lista

electoral del PCM y firmó con él una plataforma electoral con-

junta de 17 puntos. En este documento, que defendía la políti-

ca tradicional del PC, incluyendo la “coexistencia pacífica”, y

otros puntos de controversia con el trotskismo. La LS afirmaba

compartir con el partido de Campa sus “objetivos socialistas”

112

Curiosamente, en esta misma época Alfonso Peralta dirigía

una corriente opositora en el mismo sindicato. Ambos eran

miembros del Comité Político del PRT. Ver: José Wolden-

berg, Memoria de la izquierda, Cal y Arena, México 1998 113

En 1973, el PRT argentino de Roberto Santucho, ejemplo

del giro guerrillero del S.U., optó por romper definitivamente

con el trotskismo en cualquiera de sus variantes. Lo mismo

sucedió con el ELN boliviano y el MIR chileno. 114

Democrazia Proletaria se oponía al bloque del PC con la

Democracia Cristiana, pero le contraponía una versión más

izquierdista de frente popular, siguiendo el modelo de la “Uni-

dad Popular” chilena. 115

Bandera Roja, 17 de abril de 1976

y su “método revolucionario”. Este endoso explícito de la

política del adversario histórico del trotskismo dentro de la

izquierda fue la primera aplicación práctica de la promesa de

la nueva dirección de la LS de “ir a las masas”.

Por su parte, los “febelos” de González y Rivas, que poco

antes se habían visto arrojados fuera de la LS por Hernández y

su camarilla morenista, reaccionaron a la capitulación de sus

antiguos camaradas oponiéndole la táctica contraria, y se ne-

garon a brindarle a Campa ningún apoyo electoral.

El insólito bloque electoral de la LS morenista con el PCM

desató una polémica internacional dentro del S.U. y forzó a los

tres grupos a posponer temporalmente su ansiada reunifica-

ción. Discutiendo acaloradamente con un vocero de la FBL en

un mitin electoral de Campa, Ricardo Hernández le gritó: “¡el

Partido Comunista es más revolucionario que ustedes!”116

Considerando que, al menos nominalmente, la LS y la FBL

formaban parte de la misma organización, la afirmación de

Hernández era muy significativa. Para agravar las cosas, en

esa misma campaña, miembros de la FBL fueron físicamente

agredidos por golpeadores del Partido Comunista.

La LCI, fiel a la mayoría mandelista internacional, criticó

los “excesos” de la LS en su alianza con el PCM, pero sin per-

der de vista en ningún momento su curso hacia la reunifica-

ción, ocupando así una posición intermedia. Cuando, en una

reunión internacional celebrada el mes de julio, el SWP presen-

tó una moción para que el S.U. en su conjunto se distanciara de

la actitud electoral de la LS mexicana, los mandelistas se opu-

sieron y lograron que la moción no pasara.

Ante la acusación de haber firmado una plataforma que

llamaba a apoyar la “coexistencia pacífica”, la prensa de la LS

respondió sencillamente que: “La política exterior es el pro-

blema que menos le interesa a las masas en este momento.”117

Este tipo de argumentos, tan abiertamente opuestos al espíritu

del trotskismo, dieron a la LCI y, especialmente, a la FBL la

oportunidad de presentarse como una alternativa mucho más

principista a la LS.

Sin embargo, el hecho de que la primera también apoyara

electoralmente al PCM, aún acusándolo de “frentepopulista” y

“colaboracionista de clase”, y de que las tres pertenecieran a la

misma “internacional” debilitó mucho la fuerza de sus críticas,

cosa que a su vez no pasó desapercibida en las respuestas

polémicas de la LS.118

Es ilustrativo respecto a la naturaleza de las tendencias

que conformaban el S.U. el que los morenistas, que internacio-

nalmente mantenían la posición más claramente izquierdista

dentro del bloque, súbitamente se encontraran apoyando al

PCM con argumentos abiertamente oportunistas, mientras que

la FBL, ubicada en la derecha, pudiera representar la extrema

izquierda en el terreno concreto nacional. Como hemos visto,

la tendencia morenista internacionalmente se jactaba de su

firmeza ideológica contra el “eurocomunismo” y criticaba

duramente a Mandel por su ambigüedad en este punto. Sin

embargo, la valoración acrítica del eurocomunista PCM que

hacía Hernández en el terreno concreto (“¡el PCM es más revo-

lucionario que ustedes!”) era mucho más profunda y abierta

116

citado en “Empate mexicano”, Spartacist No. 11 117

Ibíd. 118

Ver, por ejemplo “Respuesta a un ensayo sobre el sectaris-

mo” de R. Hernández (citado en Ibíd.)

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32

que la de Mandel. En la práctica, la sección mexicana del

morenismo demostró ser capaz de actuar de manera radical-

mente opuesta a lo que predicaba su tendencia internacional en

el plano abstracto.

IX

LOS PROFETAS DESARMADOS

(1976-1979)

Entre 1972 y 1975, el trotskismo mexicano emprendió el que

habría de ser el proyecto editorial más ambicioso de su histo-

ria: la publicación de las obras escogidas de Trotsky en 23

tomos, en la editorial Juan Pablos. Usando traducciones acre-

ditadas (muchas de ellas a cargo de Andrés Nin o revisadas

por el propio Trotsky), la colección hizo disponible unos mil

ejemplares de varias de las obras más representativas de este

autor, con lo que se hizo un servicio considerable a la izquier-

da de habla hispana en su conjunto. A cargo de la edición

estuvo el profesor Cesar Nicolás Molina, que había sido mili-

tante trotskista en su juventud y que entonces era simpatizante

del GCI.

En cuanto a la selección de textos, hay un detalle que re-

sulta ilustrativo de las concepciones organizativas dominantes

en el trotskismo mexicano de ese entonces. El último tomo, el

número 23, es el libro de 1904, Nuestras tareas políticas, una

obra breve que corresponde al periodo juvenil y no-

bolchevique de Trotsky, que entonces se solidarizaba con los

mencheviques. La obra (que el autor dedicó a su “querido

maestro” de entonces, el líder menchevique Pavel P. Axelrod)

es una dura polémica contra Lenin y su concepción del partido

de vanguardia, que el propio autor habría de abrazar sólo a

partir de 1917.

Hay que señalar que durante el resto de su vida, Trotsky

nunca autorizó la reimpresión de Nuestras tareas políticas e

hizo claro, tanto en sus hechos políticos como en otros escri-

tos, que consideraba su contenido fundamentalmente equivo-

cado. Lo que resulta políticamente significativo, en el contexto

de 1975, no es tanto la publicación misma de la obra (que

innegablemente es un elemento importante para comprender la

biografía política e intelectual de Trotsky), sino la presenta-

ción editorial de la contraportada del libro. Lejos de explicar

en modo alguno la evolución del autor, esta presentación

anuncia Nuestras tareas políticas como la prueba de que

Trotsky nunca fue un “anti-leninista” (cosa que en realidad sí

fue, aunque temporalmente), y como una “lúcida crítica”, sin

distanciarse de ella en ningún sentido. La presentación reivin-

dica la personalidad moral intrínseca de Trotsky, pero no al

trotskismo entendido como el conjunto de ideas a las que llegó

el revolucionario ruso tras una larga evolución, particularmen-

te desde 1917.

¿En qué sentido es relevante esto para nuestra narración?

No olvidemos que en 1975 la principal meta organizativa que

se había planteado el GCI era la reunificación con distintas

corrientes “de extrema izquierda” dentro de un solo partido,

aún cuando estas no compartieran un programa político espe-

cífico; una perspectiva que recuerda más al Trotsky menche-

vique de 1904 que al Trotsky leninista de 1917 en adelante. En

esa misma época, Mandel declaraba:

...el verdadero debate no versa sobre las etiquetas,

el marco organizativo, los estatutos, las relaciones hu-

manas o referencias a un barbudo llamado León

Trotsky....

¿Qué importan las etiquetas? Si en la arena política

encontráramos fuerzas políticas que estuvieran de acuer-

do con nuestra orientación estratégica y táctica, y a

quienes les causaran repudio sólo el nombre y la refe-

rencia histórica, nos desharíamos de ellos en 24 horas... 119

Desarrollando esta misma noción en términos más forma-

les, en noviembre de ese mismo año Mandel explicaba a una

revista de izquierda española:

En mi opinión el futuro del movimiento revoluciona-

rio está en un tipo de organizaciones más amplias de las

que se definen como trotskistas. Agrupaciones que se

unifican, no obstante, con secciones de la Cuarta Inter-

nacional.120

Esto era la continuación consecuente de la perspectiva estraté-

gica que el mandelismo venía sosteniendo desde su origen en

los años cincuenta. En realidad, ésta fue la forma en la que

nació el MIR chileno en 1965, y también la perspectiva con la

que se fundó el GCI mexicano en 1969 como la fusión de los

mandelistas con el grupo de “espartaquistas primitivos” de

José Revueltas. En ninguno de los casos el bloque pudo durar.

En el MIR, los trotskistas quedaron en minoría frente a los

guevaristas y terminaron por ser excluidos. En el GCI, donde

los trotskistas constituían la mayoría dominante, fue Revueltas

el que decidió renunciar en 1971.

Para 1976, los grupos “no trotskistas” a los que se orien-

taba el S.U. eran sobre todo sindicalistas-revolucionarios y

“maoístas críticos” de Italia y otros países. En México, la LCI

revindicaba totalmente esta estrategia, pero por el momento

buscaba la unificación por lo menos con los grupos trotskistas

que pertenecían a su misma “internacional”.

FINALMENTE: EL PRT

Como hemos visto, el que el S.U. estuviera representado

en México por tres organizaciones separadas y rivales contra-

venía el acuerdo de sus respectivas tendencias internacionales.

Así, el estatus de sección plena de “la Cuarta Internacional”

sólo podría ser otorgado a una organización reunificada. Esto

sólo aumento la inmensa presión por la “unidad” que la propia

realidad nacional ya imponía. Desde 1975, cuando la tenden-

cia morenista logró la dirección de la LS, los documentos de

las organizaciones empezaron a hablar de la reunificación

como algo deseable, e incluso inminente. La escisión en la LS

en 1975-76 y las profundas diferencias que se manifestaron en

torno a la candidatura de Campa en las elecciones de ese ve-

rano lograron retrasar unos meses el proyecto de unidad, pero

no descarrilarlo.

119

Politique Hebdo, 10-16 de junio de 1976. Mandel emitió

esta declaración como parte de las pláticas que sostenía su

organización con el ala izquierda del PSU francés, encabezada

por su antiguo maestro, el mismísimo Michel Pablo. 120

Topo Viejo, noviembre de 1976

Page 33: LOS TROTSKISMOS INTERNACIONALES EN MÉXICO 1958-2000 - Oscar de Pablo

33

33

Así pues, el 18 de septiembre de 1976, apenas dos meses

después del final de la polémica campaña electoral, varios

cientos de militantes pertenecientes a la LCI y la LS se reunie-

ron en un auditorio de la vieja Facultad de Ciencias de la

UNAM para celebrar el congreso de fundación de un nuevo

partido unificado.

Operando todavía en condiciones de semi-clandestinidad,

los participantes no hicieron pública la ubicación del congreso,

y sólo días después organizaron un acto público en el Salón

Riviera, un popular club de baile tropical, para presentar pú-

blicamente el nuevo partido.

Las diferencias programáticas que separaban a los funda-

dores eran bien conocidas, y quizá por eso nadie pretendió

resolverlas en el Congreso mismo. Curiosamente, al final de la

reunión surgió una discusión inesperada y en cierto modo

trivial que sí tuvo que discutirse y resolverse ahí mismo, resul-

tando en el debate más memorable de la reunión: cómo llamar

a la nueva organización.

Insistiendo sobre la importancia de darle al partido un

nombre preciso en términos marxistas, Edgard Sánchez, del

GCI, propuso el nombre “Partido Obrero Comunista”, pero la

mayoría lo descartó: el siempre práctico Ricardo Hernández,

líder morenista de la LS, señaló mordazmente que de ningún

modo querían ser conocidos como “los POCos”. En su lugar

fue aprobado el nombre “paralelo”, pero menos cargado de

terminología marxista, de Partido Revolucionario de los Tra-

bajadores (PRT); no accidentalmente el mismo nombre de la

heroica pero malograda organización trotskista-guevarista de

Argentina.121

Siguiendo el viejo esquema mandelista de agrupar a toda

la “vanguardia amplia”, el PRT buscó desde el principio atraer

a distintas fuerzas de la “extrema izquierda” aún cuando estas

no reivindicaran específicamente al trotskismo. En palabras de

Aguilar Mora, el PRT

coronó el proyecto político de la corriente marxista re-

volucionaria históricamente vinculada al trotskismo, pero

aspira a desbordarse a otras corrientes revolucionarias que

se han fortalecido en el periodo [posterior a 1968].122

José Revueltas, que no sólo había roto con el GCI desde 1971,

sino que en los últimos años había repudiado el leninismo

como forma organizativa, fue invitado a asistir al congreso de

unificación, pero la muerte se lo impidió.

Del Bandera Roja del GCI, y El Socialista de la LS, nació

el periódico del PRT, Bandera Socialista, que combinaba sa-

lomónicamente los dos títulos anteriores. Manuel Aguilar

Mora y Augusto León, editores de los dos periódicos respecti-

vamente, pasaron a co-editar el nuevo periódico. Para el ór-

gano teórico, fue elegido el título de La Batalla. Es un título

curioso, ya que éste había sido el cabezal que en los años

treinta identificaba a la prensa del POUM de Andres Nin, un

partido “centrista” español con el que Trotsky había roto polí-

121

En una ponencia presentada 25 años después de la funda-

ción del PRT, Sánchez señala como este nombre era aceptable

tanto para los mandelistas como para los morenistas, ya que

alguna vez había sido el nombre de su organización común en

Argentina. La misma ponencia describe la audacia organizati-

va de Hernández pero también su ya conocido pragmatismo. 122

M. Aguilar Mora, Huellas del porvenir

ticamente en medio de las polémicas más ásperas. También

había sido el título de la efímera publicación de los partidarios

mexicanos del POUM en esa misma época, como el trotskista

disidente Gustavo de Anda.123

El que en 1976 el PRT escogiera

ese título para su revista teórica refleja la actitud ideológica-

mente laxa del partido, dispuesto a dejar atrás las viejas “eti-

quetas” y rencillas del trotskismo clásico.

Reflejando el hecho de que los mandelistas seguían sien-

do la mayoría indiscutible, el nuevo partido retomó la insignia

del GCI/LCI: la hoz y el martillo sostenidos paralelamente y

vistos de frente (como en la cima del monumento al trabajo de

Moscú). En todas las crónicas de la fusión hechas por mande-

listas, se hace referencia a la importancia que tuvieron la in-

ternacional “y especialmente el camarada Ernest Mandel” para

convencer a los mexicanos de la conveniencia de reunificarse

en una organización común.124

El artículo que anunció la fu-

sión en la prensa del Secretariado Unificado, dice: “pese a

genuinas diferencias políticas (especialmente en cuestiones

internacionales) pueden y deben unirse en una sola organiza-

ción que resuelva sus debates dentro del marco del centralismo

democrático”.125

Según el documento oficial de fusión, la ruptura de las

dos organizaciones se había debido a la inexperiencia organi-

zativa de sus cuadros. Ahora resultaba que las diferencias

nunca habían sido fundamentales y nada en cuanto a éstas

había cambiado desde entonces. Evidentemente, esto no era

del todo cierto. La unificación se había hecho posible en parte

gracias al abandono parcialde la “vía guerrillera” por parte de

la fracción mandelista. Sin esto, los morenistas difícilmente

hubieran aceptado unirse a una organización que podía man-

darlos a la sierra en cualquier momento. Sin embargo, esto fue

diplomáticamente ocultado.

Es muy ilustrativo que, como “presidente honorario” de la

reunión, haya sido elegido nada menos que Mario Roberto

Santucho, el guerrillero argentino que acababa de ser asesina-

do por la dictadura. Santucho había sido el líder y el símbolo

de la fracción guerrillerista con la que Moreno había roto en su

país. También es ilustrativo que la sala de la UNAM en la que

se llevó a cabo el congreso haya sido bautizada “Miguel Enrí-

quez”, en honor al líder asesinado del MIR chileno. Tanto En-

ríquez como Santucho habían sido acremente criticados por

Moreno (como “réplicas” de los terroristas de ultra derecha), y

después habían roto explícitamente con el S.U. y con el trots-

kismo en su conjunto. Sus respectivas organizaciones prácti-

camente habían desaparecido bajo la represión. Las dos expe-

riencias habían sido en su momento motivo de vergüenza y

frustración para la dirección internacional mandelista. Sin

embargo, para septiembre de 1976, tanto Enríquez como San-

tucho tenían una ventaja común que los hacía aceptables, en el

plano de los símbolos, tanto para los mandelistas como para

los morenistas: estaban muertos.

Paradójicamente, la consagración póstuma de los dos líde-

res guerrilleros marcó el final definitivo de la época guerrillera

123

Ver: Gall. O, op.cit. 124

Ver, por ejemplo, los comentarios de Sergio Rodríguez en

el XV aniversario del partido (citados en Bandera Socialista

No. 417), o los de Edgard Sánchez en el XXV aniversario.

(publicados en Carpeta de Izquierda No. 2) 125

Imprecor (21 de octubre de 1976)

Page 34: LOS TROTSKISMOS INTERNACIONALES EN MÉXICO 1958-2000 - Oscar de Pablo

34

34

del Secretariado Unificado. Aun cuando hubieran muerto

apenas unos meses atrás, ya no se les trataba como a compañe-

ros contemporáneos, sujetos de crítica, sino como a símbolos

míticos de una época pasada.

Al año siguiente, cuando los mandelistas hicieron explíci-

to su abandono definitivo de su línea pro-guerrillera (lo que

discutiré más adelante), el SWP decidió disolver su fracción

internacional y reunificarse formalmente con la mayoría. En

países como España, Australia y Canadá, donde ambas frac-

ciones tenían secciones aparte, éstas se fusionaron. En Méxi-

co, a las dos corrientes fundadoras del PRT (mandelistas y

morenistas) se unieron los “febelos” y una pequeña fracción

de la LOM que le era afín (la llamada Fracción Leninista Trots-

kista de Rafael Torres) que ya no veían razón para mantenerse

separadas. Con estas adhesiones, el recién fundado partido

superó el millar de militantes, un hecho sin precedentes en la

historia del trotskismo mexicano.

Nunca antes y nunca después habría en México semejante

concentración de tendencias trotskistas dentro de un marco

organizativo común. La diversidad ideológica no había sido

superada, ni mucho menos, pero había sido encapsulada con

éxito, si bien un tanto artificialmente, dentro de una sola gran

organización: el PRT.

EL FIN DEL GIRO GUERRILLERO

No hubo, sin embargo, mucho tiempo para festejar. El 12

mayo de 1977, cuando salía de un curso que impartía en el

CCH-Atzcapozalco, Alfonso Peralta, miembro fundador del

GCI y del PRT, fue asesinado a balazos. En esta ocasión no se

trataba del gobierno, ni de ninguna organización paramilitar

derechista, sino de una guerrilla urbana supuestamente “co-

munista”, la Liga 23 de Septiembre.

En la peor tradición estalinista, esa organización se había

propuesto exterminar a sus oponentes en la izquierda y espe-

cialmente a los odiados “troskos”. Peralta era un muy activo

militante sindical en Atzcapozalco y en esa posición había

atraído la atención y el odio del grupo armado. Este terrible

hecho de sangre subrayó de forma indeleble la absoluta impo-

sibilidad de que los trotskistas mexicanos participaran en el

movimiento guerrillero existente.

Desde mediados de los años setenta, el odio furioso de la

23 de Septiembre a los trotskistas obligaba a éstos a cuidarse

de los guerrilleros tanto o más que de la policía. Según recuer-

da Humberto Herrera, antiguo militante de la LS, cuando, sien-

do adolescente, se encontraba repartiendo El Socialista en una

fábrica en huelga, alrededor del año 1975, fue necesario que

un obrero lo protegiera diciendo que era su hijo cuando una

“patrulla” de la 23 de Septiembre se presentó en la planta con

ametralladoras para exigir que le entregaran a los trotskistas.

Gracias a la protección del obrero huelguista, el joven militan-

te salvó su vida.126

La muerte de Alfonso Perlata fue la única

causada por esta campaña asesina antitrotskista.

En todo caso, la orientación hacia las guerrillas latinoame-

ricanas que sostenía la mayoría mandelista internacional del

Secretariado Unificado estaba terminando por sus propias

razones. A finales de 1976 se produjo un documento llamado

126

Ver “La guerra sucia del capitalismo mexicano” en Espar-

taco No. 19, otoño-invierno de 2002

“Autocrítica sobre América Latina” que reconocía impor-

tantes “errores de análisis” en aquella concepción, a la que se

atribuían los fracasos de las secciones boliviana y argentina

del S.U. El viraje guerrillero era atribuido a una generación de

jóvenes militantes “sin gran madurez política, por su falta de

experiencia en el movimiento obrero”. Incluso se afirmaba que

los párrafos más extremos de la resolución de 1969 habían

sido redactados sólo para permitir que los guerrilleros del PRT

argentino de Santucho se adhirieran.

Una vez más, sin embargo, la autocrítica no se hacía des-

de la izquierda, ni preconizaba una vuelta a la estrategia prole-

taria independiente. Por el contrario, la autocrítica afirmaba

que se había partido de una sobreestimación del grado de ines-

tabilidad de los regímenes latinoamericanos y enfatizaba que

las lecciones positivas de Cuba (y más tarde añadirían las de

Nicaragua), que señalaban que las revoluciones no podían

iniciarse por pequeños “focos” armados, como se había consi-

derado en 1969, sino por el proceso “de masas”. Más aún, una

de las razones por la que la adopción del guevarismo en 1969

había sido equivocada, era que esté ya no representaba desde

al menos tres años antes la política oficial de Cuba:

Nuestra estimación de las relaciones de fuerza inter-

nas en la Habana, sobre la que se fundaban nuestras po-

siciones, era falsa…

La salida del Che de Cuba en 1966 reflejaba un cam-

bio cualitativo de dichas relaciones de fuerzas en el seno

de la dirección cubana. No lo comprendimos….127

Así pues, la autocrítica de los mandelistas no abandonaba su

apoyo político a Castro ni al castrismo. Por el contrario, la-

mentaba el habérsele separado demasiado al adoptar un gueva-

rismo que la propia dirección cubana había dejado atrás sin

que ellos se hubieran dado cuenta a tiempo.

Sólo el obstinado Livio Maitan siguió insistiendo en que

“las autocríticas necesarias se hicieron en los documentos del

X Congreso Mundial…”128

y no había por qué ir más allá. A

partir de entonces, Maitan cayó en desgracia dentro del S.U. y

abandonó el núcleo dirigente de lo que he llamado “mande-

lismo”.129

En cambio, la tendencia dirigida por el SWP recibió este

viraje con los brazos abiertos. Por fin se abandonaba explícita

y definitivamente la idea de emprender aventuras guerrilleras

de las que tanto incomodaban al SWP. Más aún, la nueva ver-

sión del castrismo, más oficial y más disciplinada, correspon-

día con su propia posición respecto a Cuba. Así, habiendo

zanjado su principal diferencia con el resto de la Internacional,

el SWP decidió disolver su facción internacional en su Conven-

ción Anual de agosto de 1977. A su vez, Mandel, que sabía

que sólo una Internacional unificada podría servir como el

polo de atracción para la “extrema izquierda” amplia que él

anhelaba, disolvió su propia fracción en noviembre.

127

“Autocrítica de la TMI sobre América Latina”, Boletín de

Polémica Internacional [del Bloque Socialista Colombiano]

No. 3 [sin fecha] 128

“Declaración de Livio”, Ibid 129

Tras la muerte de Frank en 1984, Krivine y Bensaïd entra-

ron como relevo al colectivo dirigente del Secretariado Unifi-

cado, a lado de Mandel.

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35

35

En México, como hemos visto, este proceso de cese de

hostilidades se tradujo en que los partidarios del SWP --

agrupados en la FBL de Jaime González y Cristina Rivas--

hicieran a un lado sus últimas reservas y se unieran también al

PRT, en el que ya coexistían las tendencias mandelista y more-

nista. Poco antes, la FBL había logrado atraerse a todo un nú-

cleo de militantes de la LOM lambertista en torno al veterano

Rafael Torres, que rompió con esa organización para unirse

junto con los “febelos” al PRT.

Poco después, incluso el antiguo vocero emblemático del

posadismo, Adolfo Gilly, al regresar a México del exilio ita-

liano en 1976, optó por unirse al PRT. Para entonces, Gilly

había roto con el delirante Posadas y con lo que quedaba de su

organización internacional. Esto no impidió que conservara su

propio perfil ideológico individual, más deudor de Pablo y de

Posadas que de Mandel.

Lejos de abandonar la concepción que antes llamé “obje-

tiva”, de la revolución permanente y de la política en general,

Gilly la asimiló más orgánicamente con el paso de los años.

Así, en retrospectiva, siguió reivindicando la noción de que las

guerrillas nacionalistas como la de Yon Sosa estaban estructu-

ralmente predispuestas a evolucionar al socialismo, y si criticó

la entrada del POR posadista en el MR-13 fue sólo en tanto el

grupo trotskista no se disolvió lo suficiente y siguió aferrado a

las concepciones literales del trotskismo, manteniendo un

perfil demasiado subjetivista: “buscando acelerar el proceso

interior del MR-13, y violentando en la práctica el ritmo y la

lógica según la cual se desarrollaba la comprensión socialista

y marxista de sus dirigentes y cuadros”.130

En un pasaje típico de su estilo y de su pensamiento,

siempre más atento a la dinámica objetiva de las masas que a

la política y programa de la vanguardia trotskista, en 1984

Gilly escribía sobre la guerra en el Salvador:

Las masas no se sublevan y se lanzan a sufrir los horro-

res de una guerra civil sólo porque sus dirigentes sean há-

biles, santos o mártires, sino porque ya no soportan más la

opresión, la humillación, la miseria y la infamia. Una re-

volución no se explica o justifica por lo que hagan o dejen

de hacer sus jefes, sino por esa rebelión de las masas.131

Otro importante ex posadista argentino, Guillermo Al-

meyra, que en los años sesenta había estado en contacto con el

POR(T) mexicano, también regresó al país en ese periodo132

y

entabló una relación de simpatía con el PRT, sin llegar a ingre-

sar. Así, con la desaparición del posadismo, el PRT quedó

como la organización incontestable de todas las tendencias

trotskistas de México. Sólo los exiguos restos de la LOM lam-

bertista continuaron una existencia organizativa independiente.

No debe creerse, sin embargo, que las diferencias políti-

cas entre las tendencias internas del PRT desaparecieron. Los

herederos del GCI mandelista constituyeron desde el principio

la mayoría dominante. Sus líderes eran Edgard Sánchez, Ser-

gio Rodríguez, Lucinda Nava, Hugo de la Cueva y Manuel

Aguilar Mora, el principal ideólogo y el enlace del partido con

130

Ver: “Guerrilla, programa y partido en Guatemala” publi-

cado en Coyoacán, No. 3, abril-junio de 1978. 131

“El suicidio de Marcial”, publicado en Nexos No.76, abril

de 1984

la Internacional. Los antiguos “febelos”, González y Rivas

también se integraron a esta corriente dominante.

Por su parte, Gilly construyó en torno a sí una tendencia

interna, junto con Hiram Nuñez, y Ricardo Pascoe, a grandes

rasgos a la izquierda de la dirección mandelista.133

Más que

una tendencia organizada, este grupo representaba una corrien-

te de pensamiento. A ella se sumó el historiador Arturo An-

guiano, que procedía del movimiento espartaquista de Revuel-

tas y que, sin llegar a considerarse del todo “trotskista” tam-

bién se había sumado al PRT. Sergio Rodríguez y Lucinda

Nava, herederos de la revista Rojo, formaban parte de la ten-

dencia dominante, pero coqueteaban con esta corriente. Desde

1977, el grupo de Gilly y Anguiano editó, dentro del marco

del Secretariado Unificado, su propia revista teórica a escala

regional, llamada Coyoacán. El cintillo de esta publicación,

“revista marxista latinoamericana”, implicaba en cierto modo

una reivindicación del pasado posadista de Gilly.

Finalmente, la corriente morenista originada en la LS, se

constituyó desde el momento de su entrada al PRT como Frac-

ción Bolchevique (FB),134

y se fue definiendo cada vez más

como una oposición interna minoritaria pero considerable --a

la izquierda de la dirección sobre cuestiones internacionales

como el eurocomunismo, Portugal y Angola, pero a la derecha

en cuestiones concretas de política doméstica-- con Ricardo

Hernández, Augusto León y Telésforo Nava en su dirección.

Esta fracción se basaba geográficamente en el cordón indus-

trial del Estado de México y en el campus de esa zona: el CCH-

Nahucalpan. La mayor parte de los cuadros morenistas poste-

riores fueron reclutados en esa escuela.

De hecho, la disolución de la facción internacional del

SWP en 1977 no hizo sino avivar el fuego polémico interno

entre la mayoría reunificada y la minoría morenista. En polé-

micas publicadas posteriormente, los mandelistas denunciaban

retrospectivamente el celo fraccional de la FB como una

reivindicación del maoísmo “en lo que se refiere al método de

querer resolver diferencias políticas al interior del partido

como si fueran diferencias de clase”.135

Uno no puede menos

que imaginarse que en la mente de los veteranos mandelistas

como Aguilar Mora, siempre abiertos de mente y relativamen-

te liberales, el estilo rígido y crispado de hacer política del

morenista típico de los años setenta pareciera como una repe-

tición del posadista de una década antes, si bien con conteni-

dos políticos y morales muy diferentes: los posadistas resulta-

ban odiosos precisamente por ser escrupulosos y puros como

monjes, mientras que los seguidores de Moreno (y su repre-

sentante mexicano, Hernández) representaban un grado de

pragmatismo inusitado en el movimiento trotskista.

A su vez, los morenistas denunciaron retrospectivamente

el celo fraccional de la dirección del partido, que, según ellos,

133

Una posición que caracterizó a este grupo a mediados de

los años ochenta fue su crítica a la posición del partido por la

cancelación de la deuda externa, por considerar que capitulaba

a la burguesía nacional, supeditaba la independencia política

de la clase obrera a criterios nacionalistas y era, por tanto,

“lombardista” Ver: Aguilar Mora, Huellas del porvenir. 134

Éste era el nombre de la tendencia morenista tanto nacional

como internacionalmente. 135

Introducción de 1983 del Boletín de Información política

No. 6 del PRT

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36

en 1978 llegó al extremo de buscar la expulsión de la regional

de Nauhcalpan, en la que los morenistas tenían la mayoría.136

En esa época, la izquierda nacional, y con ella el PRT, em-

pezó a dedicar la mayor parte de su atención al fenómeno

electoral. En 1977, el gobierno de López Portillo había apro-

bado una nueva ley electoral (conocida como la LOPPE) que

presentaba nuevas oportunidades legales para la izquierda. En

particular, el PCM obtuvo, ahora sí, el registro oficial por pri-

mera vez desde 1946. 137

Por ejemplo, la ley ya no incluía la

vieja prohibición de que los partidos mexicanos estuvieran

afiliados a organizaciones internacionales. Así, ante las elec-

ciones legislativas de 1979 el PRT y sus tendencias tuvieron

que volver a enfrentar la decisión de cómo participar.

A instancias de la fracción morenista en particular, el PRT

emprendió la campaña para conseguir su propio registro y

convocó mientras tanto al Partido Comunista a postular una

lista conjunta (o “polo obrero”), pero éste se negó a aceptar las

condiciones de la alianza, exigiendo un apoyo incondicional.

Para los líderes del PCM, una alianza con el PRT, organización

con un peso nacional considerable, era sin duda más peligrosa

de lo que había sido su alianza con la antigua LS tres años

atrás. Finalmente, no hubo “polo obrero”.

El cómo responder a las condiciones que el Partido Co-

munista exigía fue una vez más motivo de polémica interna en

el PRT: Los morenistas se encontraron una vez más en la dere-

cha del partido sobre esta cuestión, impulsando el apoyo elec-

toral incondicional al PCM y criticando a los miembros de

mayoría mandelista como “sectarios ultra izquierdistas” por

ser demasiado renuentes a entrar en el bloque electoral.

En abril de 1979, dos meses antes de las elecciones y con

la oposición de la FB, el PRT convocó un congreso extraordina-

rio (el II Congreso) para dirimir las diferencias. En esta

reunión se decidió por escasa mayoría llamar a votar por los

candidatos del PCM, pero también, de manera indistinta, por

los de los partidos lombardistas de la “oposición leal”, el PST y

PPS.

La razón de este controvertido congreso fueron las dife-

rencias respecto a incluir o no a estos dos últimos partidos en

el apoyo electoral, por parte de un bloque minoritario com-

puesto por el pragmático Ricardo Hernández, que quería con-

vertir el apoyo electoral en un curso de unificación con el

Partido Comunista, y los “izquierdistas” Margarito Montes y

Arturo Anguiano, que aceptaban apoyar al Partido Comunista

pero no querían tener nada que ver con el lombardismo histó-

rico, tradicionalmente cercano a los gobiernos priístas.

Finalmente, en las elecciones, el PCM sí alcanzó una can-

tidad considerable de votos, a diferencia del PPS y el PST.

Después del episodio de las elecciones, Hernández, cono-

cido desde 1976 por su indiferencia a la división entre trots-

kismo y estalinismo, terminó por dejar el PRT con unos cuaren-

ta de sus partidarios para unirse al PCM en agosto de 1979,

abandonando para siempre al trotskismo en su conjunto. Res-

pondiendo a las críticas que le hacían sus antiguos camaradas,

Hernández se limitó a encogerse de hombros, declarando que

136

El socialista No. 1, 15 de enero de 1980 137

Ver:La reforma política y la izquierda Ed. Nuestro tiempo,

México 1979

leninismo y trotskismo no eran para él sino “concepciones

religiosas”.138

Desde luego, no todos los miembros de la fracción more-

nista siguieron a su antiguo líder. Al frente de los restos del

morenismo en el PRT quedó Telésforo Nava. Sin embargo,

como veremos, el fin del frágil bloque que mantenía a esta

corriente dentro del partido estaba muy próximo, ya que en el

mismo mes –agosto de 1979-- ocurrió en la cercana Nicaragua

un episodio de relevancia internacional que determinó la salida

de los morenistas del PRT mexicano y del S.U.; un episodio en

el que vale la pena detenerse.

X

LOS PROFETAS DESTERRADOS

(1979-82)

Hacia el comienzo de 1979, la victoria de la guerrilla del Fren-

te Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) nicaragüense

sobre la odiada dictadura pro-estadounidense de Anastasio

Somoza empezaba a convertirse en una certeza inminente, y la

atención de la izquierda mundial se concentró en Nicaragua.

Dentro del Secretariado Unificado, todo el mundo estaba de

acuerdo que este caso debía ser un foco del trabajo internacio-

nal, pero no todo el mundo estaba de acuerdo en la forma en

que este trabajo debía enfocarse. Estas diferencias habrían de

tener consecuencias decisivas en el S.U. y su sección mexica-

na.

La iniciativa más aventurada vino esta vez de Nahuel Mo-

reno. Desde su base en el exilio en Bogotá, la “Fracción Bol-

chevique” morenista organizó una brigada con unos setenta

militantes de varios países latinoamericanos para participar en

la ya inminente toma del poder sandinista, presentándola como

una continuación de la tradición proletaria de las brigadas

internacionales que intervinieron en la Guerra Civil española.

Curiosamente, el nombre que se eligió para el proyecto –

Brigada Simón Bolívar (BSB)— celebraba a una figura que

Karl Marx siempre detestó139

y reflejaba más un espíritu de

nacionalismo latinoamericano que de internacionalismo mar-

xista. El nombre parecía diseñado para no alienar a partidarios

ajenos al socialismo.

Así, con todo y uniformes verde olivo, los miembros de la

brigada comenzaron a entrar a Nicaragua vía Costa Rica. To-

davía no habían llegado los últimos miembros –provenientes

de EE.UU.— cuando los sandinistas tomaron el poder. Según

los recuentos escritos por morenistas, para entonces la BSB

había participado en combates contra el ejército somocista en

el sur del país, e incluso liberó el puerto atlántico de Blue-

fields. El hecho es que, tras la victoria militar sandinista, la

BSB se estableció en Managua como una fracción del ejército

guerrillero triunfante. Aparentemente, el verdadero fin de la

brigada era establecer en suelo nicaragüense una organización

trotskista que se opusiera desde la izquierda a la dirección del

138

Bandera Socialista. Hernández seguiría su carrera política

guiado por el más consistente pragmatismo fuera de la política

socialista. En 2000, llegó al extremo de apoyar el “voto útil”

por el candidato derechista Vicente Fox contra el PRI. 139

Ver su carta a Engels de febrero de 1858 o su contribución

a The New American Cyclopaedia de ese mismo año.

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37

37

FSLN pero que compartiera con ésta al menos una pequeña

porción del prestigio de haber participado en el derrocamiento

de Somoza.. Paradójicamente, la estrategia de Moreno para

oponerse al gobierno sandinista partía de mimetizar a su pro-

pio movimiento con los colores rojo y negro del propio sandi-

nismo.

Por su parte, la mayoría mandelista del S.U. y, aún en ma-

yor medida el SWP estadounidense, habían extendido a la di-

rección sandinista la misma actitud de apoyo político que

tenían hacia la dirección cubana. Por ello, desconfiaban de las

aventuras de la BSB de Moreno y no compartían en absoluto la

intención de implantar en Nicaragua una alternativa política

que rivalizara con el FSLN desde la izquierda. La labor de los

trotskistas, pensaban, era brindarle todo su apoyo al gobierno

revolucionario, asesorarlo para que se aproximara más al mar-

xismo y hacerle promoción en el resto del mundo. Como es-

cribieron los miembros del SWP Peter Camejo y Frank Murphy

en un artículo enviado desde Managua para el Militant esta-

dounidense (3 de septiembre):

La única manera en la que los marxistas revolucio-

narios de todo el mundo pueden ayudar al avance de la

revolución nicaragüense es si reconocen las capacidades

revolucionarias de esta dirección, si se identifican y

unen sus fuerzas con ella en la lucha por para defender y

extender la revolución.140

Si bien las facciones del S.U. habían tenido diferencias

cruciales a lo largo de los años sin fragmentarse, en este caso

la discrepancia afectaba directamente el destino de una opera-

ción militar en la que estaban comprometidos militantes more-

nistas, y la unión no podría aguantar una confrontación.

Finalmente, la crisis estalló en agosto de 1979, cuando la

BSB impulsó una marcha contra el gobierno sandinista de tres

mil obreros industriales en Managua. La manifestación, que

fue ampliamente cubierta por la prensa internacional, exigía

compensaciones económicas por la devastación de la guerra,

se oponía a los aspectos capitalistas de la “economía mixta”

que los sandinistas administraban y llamaba por el poder pro-

letario.141

En respuesta, durante los siguientes días, el gobierno

localizó a los militantes morenistas extranjeros, los arrestó y

los deportó a Panamá, donde la policía militar los encarceló y

sometió al nada amistoso trato que destinaba a sus presos

políticos.

Ante esto, el resto del S.U. respondió de distintas maneras.

La prensa de los mandelistas, centrada en Europa, si bien se

distanciaba de la aventura morenista, criticaba (camaraderil-

mente) al gobierno sandinista por la expulsión de los miem-

bros de la brigada.142

El SWP estadounidense, en cambio, iba

más lejos, concentrando su fuego exclusivamente sobre la BSB,

a la que caracterizó en una declaración de su Comité Político

como una “aventura sectaria”:

[E]sta grotesca idea –que gente de afuera puede

mediante maniobras capturar la dirección de la revolu-

140

Publicado en español en Perspectiva Mundial del 24 de

septiembre de 1979 141

Ver por ejemplo: Revista Time (3 de septiembre de 1979),

Washington Post (21 de agosto de 1979) 142

Resolución del Comité Central de la LCR publicada en

Rouge, 13-7 de septiembre de 1979

ción de aquellos que surgieron como sus dirigentes en

el curso de la lucha— no tiene nada que ver con el trots-

kismo, con el socialismo revolucionario.143

Un artículo del Militant calificaba la manifestación de

Managua como un “choque provocador”.144

Pero esto no fue

todo: según una carta que enviaron al Secretariado Unificado

desde Nicaragua tres partidarios lambertistas (dos miembros

dirigentes de la OST costarricense y uno de la LCR francesa) en

agosto de 1979, el “compañero Manuel [Aguilar Mora]”, que

también se encontraba en Managua, había recibido instruccio-

nes telefónicas explícitas de Camejo desde Estados Unidos de

aconsejar a las autoridades sandinistas que expulsaran a la

brigada e incluso de colaborar con la identificación de sus

líderes, los miembros de la tendencia morenista. Según este

recuento, Aguilar Mora cumplió con lo que se le pedía y de-

nunció a los brigadistas.

Esta carta, redactada en italiano, fue publicada inmedia-

tamente por los morenistas, quienes adoptaron esta versión sin

reservas. Se trata, evidentemente, de una acusación grave. Por

su parte, Aguilar Mora, en una entrevista con el autor, recono-

ció haber actuado en Nicaragua de acuerdo a la política del

SWP más que de la mayoría mandelista, pero negó terminante-

mente haber denunciado personalmente a nadie. De hecho,

cuando Aguilar Mora regresó a París, donde vivía en esa épo-

ca, Ernest Mandel lo reconvino acremente por haber tomado la

postura política del partido estadounidense y lo convenció de

que había que oponerse a la expulsión de la BSB.

En septiembre llegó a Nicaragua una delegación oficial

del S.U. que incluía al propio Camejo y a Barry Sheppard del

SWP, a Jean Pierre Beauvais de la LCR francesa y a Hugo Blan-

co de Perú, así como a Sergio Rodríguez del PRT. El fin de esta

delegación era mostrar la amistad del S.U. al gobierno del

FSLN. Orientada políticamente por Camejo, la delegación

adoptó la línea del SWP y la llevó incluso más lejos, recono-

ciéndole explícitamente al gobierno el derecho a expulsar a los

brigadistas. Según una declaración que entregaron a los sandi-

nistas, “la dirección del FSLN tenía razón al exigir a los miem-

bros no nicaragüenses de este grupo [sc. la BSB]...que abando-

naran el país.”145

Esto no puede sino recordar el caso de los posadistas que

en los años cincuenta formaban parte de la corriente de Michel

Pablo cuando ésta se negó a defender a los trotskistas chinos

encarcelados por Mao acusándolos de ser “refugiados de una

revolución”. Una década después, los propios posadistas se

encontraban presos en las cárceles cubanas y sus excamaradas

del Secretariado Unificado --incluyendo a la tendencia de

Moreno-- se negaban a defenderlos por idénticas razones. Del

mismo modo, eran ahora los morenistas quienes se encontra-

ban reprimidos por un gobierno de izquierda y sufrían la nega-

tiva del resto del S.U. a tomar su defensa. Si la historia se repi-

te, primero como tragedia y después como farsa, ¿en qué géne-

ro teatral se representaría la tercera vez?

143

CP del SWP, “Propaganda imperialista contra Nicaragua”,

21 de agosto. Reproducida en español en Perspectiva Mundial,

24 de septiembre de 1979 144

Militant, 31 de agosto de 1979 145

Perspectiva Mundial, 8 de octubre de 1979

Page 38: LOS TROTSKISMOS INTERNACIONALES EN MÉXICO 1958-2000 - Oscar de Pablo

38

38

El resultado fue, ahora sí, la escisión definitiva. Moreno y

sus partidarios abandonaron para siempre las secciones del

S.U. --incluyendo al PRT mexicano-- y formaron secciones

propias. En México, esto supuso la aparición de una nueva

organización que se reclamaba trotskista, dirigida por Telésfo-

ro Nava y Mariano Elías.

“La pregunta de por qué se rompió con el PRT recorre las

Fábricas, las Colonias, las Escuelas…” fueron las primeras

palabras, un tanto pretenciosas, del primer artículo del primer

número de El Socialista, aparecido el 15 de enero de 1980 con

Nava como editor responsable. El artículo daba cuenta de las

diferencias sobre Nicaragua y añadía sus propias quejas nacio-

nales a la dirección del PRT, en particular su supuesta falta de

disposición a formar bloques electorales con el Partido Comu-

nista. El cintillo del periódico era “por un partido obrero y

socialista”, y su emblema el dibujo estilizado de un puño. La

publicación, con ese título (retomado de la publicación de la

antigua LS) y ese emblema, habría de persistir durante todo el

resto del siglo. Ese mismo febrero, la nueva organización dejó

de llamar “por un partido obrero y socialista” y sencillamente

optó por hacerse llamar así: Partido Obrero Socialista (POS).

A escala internacional, tras su salida del S.U., la FB se en-

caminó a la creación de una Internacional morenista indepen-

diente. Sin embargo, antes de llegar a ese punto, Moreno in-

tentó una última alianza internacional, esta vez, contra todas

las expectativas, con el Comité Internacional de Reconstruc-

ción del francés Pierre Lambert.

Para entonces, como hemos visto, Lambert había perdido

a sus anteriores aliados –primero a Healy, y después a Lora y

Altamira— y no había logrado concretar sus intentos de acer-

camiento con el ala del S.U. dirigida por el SWP, debido entre

otras cosas a que el entusiasmo que los estadounidenses mos-

traban respecto al sandinismo avivó las viejas diferencias que

Lambert tenía con ellos respecto a Cuba. Su posición sobre

Nicaragua no era de apoyo político al FSLN, sino de crítica

desde la derecha, tanto por su estrategia militar ofensiva146

como por su acercamiento con el bloque soviético, al incluir a

demasiados miembros del Partido Socialista Nicaragüense (al

que describía como “sucursal nacional del Kremlin”) en el

gobierno resultante.147

La sección costarricense de los lamber-

tistas llegó al extremo de recoger en sus filas al renegado ex

sandinista Fausto Amador (medio hermano del fundador del

FSLN Carlos Fonseca Amador), a quien los sandinistas y el

propio Moreno habían denunciado por colaborar con el go-

bierno de Somoza.

Si bien Moreno se oponía al régimen sandinista desde la

izquierda, la realidad empírica era que ofrecía a los lambertis-

tas una atractiva alianza basada en la desconfianza al régimen

de Nicaragua y a las guerrillas latinoamericanas en general. El

caso de Amador era algo que Moreno podía perdonar fácil-

mente. Más aún, tanto Moreno como Lambert confiaban en

que el otro respetaría sus decisiones políticas mientras se limi-

taran a sus propios terrenos nacionales. Hasta ese momento,

los morenistas se presentaban internacionalmente como críti-

cos de izquierda a la dirección del S.U., (Portugal, Angola, el

eurocomunismo) mientras que los lambertistas, seguidores de

146

Amador, Fausto y Santiago, Sara ¿A dónde va Nicaragua?,

publicado por la OST en febrero de 1979 147

Informations Ouvirères, 8-23 de agosto de 1979

la socialdemocracia francesa, se ubicaban en todas estas

cuestiones en el extremo derecho, cerca del SWP. Así pues, las

otras tendencias del espectro denunciaron esta alianza como

“el bloque más podrido”, “matrimonio por conveniencia” etc.

Conscientes de las abismales diferencias que separaban a

sus corrientes, Moreno y Lambert acordaron un tipo de orga-

nización conjunta particular. En lugar de fusionarse como una

organización centralizada, se unieron en una federación en la

que las dos tendencias estaban representadas como tales: un

“comité paritario”. Como ni siquiera pudieron ponerse de

acuerdo sobre cómo nombrar la finalidad de este comité, deci-

dieron incorporar en el nombre las dos versiones, llamándolo

nada menos que “Comité Paritario por la Reconstrucción (Re-

organización) de la Cuarta Internacional”.148

En México, el

recién nacido POS produjo y distribuyó junto con los lambertis-

tas de la LOM de Luis Vásquez un folleto conjunto sobre Nica-

ragua, pero no se fusionó con ésta.

La primera (y única) campaña que el comité paritario lle-

gó a realizar fue en apoyo al movimiento Solidarność de Lech

Walesa en Polonia, pese a al contenido francamente procatóli-

co y anticomunista de éste. En esa época, ambas tendencias

convergían en al menos un elemento político fundamental: la

teoría del “Orden de Yalta”. Según esta concepción, que había

caracterizado por años la política de los lambertistas, la Unión

Soviética estalinizada y sus aliados no eran sino comparsas de

Estados Unidos en la dominación imperialista del mundo. No

era correcto, pues, tomar partido por los Estados obreros en la

contienda bipolar. Si para Lambert esta teoría significaba una

adaptación a la opinión “democrática” de la socialdemocracia

en los países imperialistas como Francia, para Moreno forma-

ba parte de su admiración a regímenes y movimientos nacio-

nalistas del Tercer Mundo, que en esa época aparecían cada

vez más distantes de la influencia soviética, y más cercanos a

tendencias como el fundamentalismo islámico.

La intervención soviética (que Moreno condenó furiosa-

mente) contra los “guerreros santos” en Afganistán y la llama-

da “Revolución Islámica” del Ayatola Jomeini en Irán (que en

cambio festejó con entusiasmo), amabas ocurridas en 1979,

marcaron el punto de inflexión en esta tendencia.149

Para 1981

Moreno ya tenía perfectamente claro que las fuerzas naciona-

listas del Tercer Mundo, aun cuando no tuvieran nada de obre-

ras o de socialistas, o por lo menos de democráticas o secula-

res, ocupaban en su escala de valores un lugar más alto que los

movimientos vinculados con la Unión Soviética o Cuba.150

En diciembre de 1980, Moreno y Lambert acordaron

cambiar el nombre de su bloque por Comité Internacional de

“la Cuarta Internacional” (¡las comillas incluidas!), posible-

mente para no quedar atrás del S.U., que desde su origen se

hacía llamar a sí mismo “la Cuarta Internacional”. Para expli-

148

Ver: Proyecto de Tesis para la Reorganización (reconstruc-

ción) de la Cuarta Internacional, Correspondencia Internacio-

nal, enero de 1981 149

Un fenómeno paralelo ocurrió en el campo del S.U. Si bien

no estaban del mismo modo motivados por el antisovietismo y

el nacionalismo tercermundista, SWP y, en menor grado, la

tendencia mandelista también apoyaron a Solidarność, toma-

ron lado con los “guerreros santos” en Afganistán y celebraron

la toma del poder por parte de Jomeini en Irán. 150

Correspondencia Internacional, septiembre de 1981

Page 39: LOS TROTSKISMOS INTERNACIONALES EN MÉXICO 1958-2000 - Oscar de Pablo

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39

car el cambio, Lambert fanfarroneaba: “En un año hemos dado

un salto adelante como jamás ha habido en la historia de la

Cuarta Internacional”, un salto que según él sólo podía compa-

rarse “con la formación de la III Internacional después de la

victoria de la Revolución Rusa”.151

Como era de esperarse, sin embargo, apenas unos nueve

meses después de este “salto adelante”, las diferencias políti-

cas disolvieron el bloque. Basado en el nacionalismo tercer-

mundista, Moreno no pudo tolerar el grado en el que la ten-

dencia de Lambert se acomodaba al partido socialista de Mit-

terrand, sobre todo después de que este llegara al gobierno en

1981. Después de todo, eso significaba apoyar descaradamente

al gobierno de un país imperialista del primer mundo. Para

febrero de 1982 Moreno afirmaba que la “adaptación a la

socialdemocracia” por parte de Lambert era “la mayor traición

de la historia del movimiento trotskista”152

y que su bloque no

había sido sino un frente sin principios.

Ahora sí, habiendo roto con todas las demás tendencias

del trotskismo mundial, Moreno creó su propia Internacional

independiente, a la que bautizó Liga Internacional de los Tra-

bajadores (LIT).

Por su parte, el Secretariado Unificado también manifestó

fisuras importantes entre los europeos seguidores de Mandel y

el SWP estadounidense. Así, el XI Congreso Mundial, celebra-

do en noviembre de 1979, siguió registrando diferencias cru-

ciales sobre Nicaragua, con los estadounidenses oponiéndose

incluso a las más leves críticas al gobierno sandinista. Tam-

bién sobre el Irán de Jomeini surgieron discrepancias, pues el

SWP quería impulsar la participación electoral de la sección

iraní, contra la voluntad de la mayoría (mandelista) y en medio

de una ola represiva contra la izquierda. Este bloque tampoco

estaba destinado a durar.

En enero de 1979, justo antes de que estallara la crisis ni-

caragüense que llevó a la escisión en el S.U., murió en Nueva

York el líder y símbolo de la continuidad política del SWP,

Joseph Hansen. A frente del partido quedó el impaciente Jack

Barnes, que se hizo cargo del SWP con mano de hierro y en los

siguientes años procedió a expulsar a toda voz disidente, in-

cluyendo a la gran mayoría de los veteranos de la época de

James Cannon, profundizando el curso derechista de la orga-

nización. Barnes no entendía por qué su partido tenía que

esforzarse en quedar bien con una tradición ideológica y con

un movimiento internacional que le estorbaban a cada paso y

finalmente, en un discurso público de 1982, anunció que su

partido renunciaba definitivamente a “ver la política a través

de la óptica de la revolución permanente” y por lo tanto al

título de trotskista. Esto significó la ruptura definitiva del SWP

con sus socios del S.U. y de hecho con cualquier asociado

internacional que reclamara el nombre de “trotskista”.

XI

151

citado en Critique Communiste, diciembre de 1981 152

Correo internacional No. 3, febrero de 1982

LOS TROTSKISTAS EN LA ERA DE LA DECADENCIA PROTEC-

CIONISTA

(1980-1987)

Entre enero de 1976 y mayo de 1985 el poder adquisitivo del

salario mexicano descendió en un espectacular 54.4 %153

e

inició un descenso continuo y pronunciado que ya no se de-

tendría en el resto del siglo. Bajo los gobiernos de Luis Eche-

verría y José López Portillo, el modelo de capitalismo protec-

cionista y regulado por el Estado que décadas antes había

producido el supuesto “milagro mexicano” terminó por

agotarse. Las elecciones de 1982 condujeron al gobierno

priísta de Miguel de la Madrid, el primero de los llamados

“neoliberales”.

Debido a la crisis económica relacionada con la deuda ex-

terna y con las falsas expectativas del gobierno en cuanto a los

réditos del petróleo, el nivel de vida de la población trabajado-

ra empezó a descender y los años ochenta fueron un hervidero

de dramáticas luchas sociales defensivas en todo México,

desde los damnificados del terremoto de 1985 hasta los estu-

diantes de la UNAM agrupados en torno al CEU.

Si bien estas luchas defensivas proporcionaron una base

social de masas que permitió a las organizaciones trotskistas

como el PRT y el POS mantener por un breve periodo un creci-

miento constante y orgánico, los años ochenta fueron también

años de reacción política y económica a escala mundial: las

sucesivas derrotas de los intentos revolucionarios en las déca-

das anteriores y el asenso de un núcleo de gobernantes dere-

chistas a posiciones clave (como Augusto Pinochet, Ronald

Reagan, Juan Pablo II y Margareth Thatcher) desde mediados

de los setenta, condicionó el triunfo del llamado monetarismo

o neoliberalismo, bajo cuya bandera los gobiernos capitalistas

de todo el mundo emprendieron una ofensiva general contra

las conquistas obreras ganadas en los años previos.

En este contexto, los ochenta también fueron años de

reacción ideológica entre la izquierda, y de descrédito de la

idea de la revolución social a favor de nociones defensivas. En

esos años, por ejemplo, el viejo PCM sufrió un proceso de

escisiones y fusiones que lo llevó a perder cada vez más su

personalidad política propia. En 1981 se fusionó con otros

cuatro grupos más pequeños para formar el PSUM, y en 1987

una vez más para formar el PMS, para luego disolverse en el

cardenismo. En todo el mundo, el programa de las organiza-

ciones izquierdistas también tendió a moverse a la derecha.

Ante la presión de la renovada guerra fría bajo Reagan, los

partidos comunistas de occidente abandonaron su defensa de

la revolución social y de la Unión Soviética en particular me-

diante esquemas como el “eurocomunismo”.

Esto se expresó también en el apoyo casi unánime de las

organizaciones autoproclamadas trotskistas a movimientos

anti-soviéticos sin pretensiones de izquierdismo como la resis-

tencia islámica en Afganistán o el movimiento “Solidaridad”

de Polonia, apadrinado por el derechista Papa Wojtila. Natu-

ralmente, estas circunstancias determinaron también la activi-

dad política del trotskismo mexicano de entonces.

Regresemos, pues, a la suerte de nuestros protagonistas.

153

Taller de indicadores económicos de la Facultad de Eco-

nomía de la UNAM, Ensayos vol. 2 No. 7, 1985

Page 40: LOS TROTSKISMOS INTERNACIONALES EN MÉXICO 1958-2000 - Oscar de Pablo

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40

Tras su espectacular salida del PRT en 1980, el POS more-

nista enfrentó una realidad más dura de lo que esperaba: sin el

apoyo del aparato del partido, la joven organización perdió la

mayor parte de la audiencia nacional que había tenido hasta

entonces, y también a muchos de sus cuadros fundadores,

entre ellos al propio Telésforo Nava, que, desilusionado, prefi-

rió ser cola de león que cabeza de ratón y regresó al PRT para

formar en su seno una pequeña corriente opositora. En su

reemplazo, como secretario general del POS quedó Mariano

Elías.

Pese a todo, tras el breve descalabro inicial, los ochenta

fueron años de crecimiento continuo para la organización

morenista. Fue en estos años, justo cuando el morenismo in-

ternacionalmente había completado su evolución ideológica,

que el POS mexicano desarrolló a la nueva capa de cuadros que

habrían de dirigir al partido en adelante, como Cuauhtémoc y

Xochiquetzal Ruiz (provenientes del bastión que esta tenden-

cia tenía en el CCH Nahucalpan).

Vale la pena dedicar unas líneas al desarrollo de la histo-

ria mundial y su efecto sobre la tendencia morenista interna-

cional. En ese mismo periodo, la dictadura argentina de Gal-

tieri empezó a tambalearse. En un esfuerzo por desviar la

lucha social y contando con la ayuda de Estados Unidos que

nunca se materializó, Galtieri lanzó la sangrienta Guerra de las

Malvinas contra Gran Bretaña (en la que por cierto, Moreno

llamó a tomar el lado de su patria), pero fue derrotado por el

imperialismo británico y la dictadura se desmoronó.

Así, el exilio colombiano de Moreno finalmente terminó.

A su regreso a Argentina, el caudillo fundó el Movimiento al

Socialismo (MAS), que en adelante sería el centro mundial de

la tendencia morenista. El MAS argentino siguió los pasos de

su antecesor, el PST, y en poco tiempo llegó a superarlo, trans-

formándose en la organización trotskista más numerosa del

mundo. Una vez más, esto sentó las bases de un nuevo giro del

morenismo hacia la política legal e institucional, lo que se

combinó con su cada vez más agudo antisovietismo.

En esa época la prensa del POS mexicano se enfocó sobre

todo en llamar por bloques electorales, especialmente con el

PRT y la LOM, pero también con otros grupos de izquierda más

grandes y no trotskistas. En las elecciones generales de 1982,

el POS llamó a votar tanto por el PRT como por el Partido Co-

munista (para entonces llamado PSUM), e incluso se integró a

las listas parlamentarias de este último --tal como había hecho

su antecesor morenista en 1976— lo que ésta vez le valió una

diputación, la primera en la historia del trotskismo mexicano,

si bien bajo el registro de su oponente histórico.

La culminación del repunte del POS llegó con el terremoto

del 19 de septiembre de 1985. En esa trágica fecha, el go-

bierno priísta de la Ciudad de México no logró reunir la inicia-

tiva suficiente para socorrer a los damnificados, y la tarea fue

emprendida espontáneamente por las organizaciones civiles,

los sindicatos y la izquierda. El POS pudo capitalizar el descon-

tento de las masas urbanas damnificadas mejor que ninguna

otra organización política izquierdista mediante la creación de

la Unión de Vecinos y Damnificados (UVyD), dirigida por

Alejandro Varas.

El POS también participó en coaliciones masivas en la

combativa ciudad de Juchitán, Oaxaca, con lo que logró una

participación destacada en las luchas sociales que siguieron

durante los años ochenta. Como consecuencia, el POS man-

tuvo una presencia constante en esa ciudad.

Por su parte, en el valle de México, en esos años el POS

mexicano sostuvo una orientación hacia las organizaciones

llamadas urbano-populares. En 1985, el partido llevó a cabo

una muy controvertida fusión con la dirigente barrial América

Abaroa, una lidereza de tipo “clintelar”. A principios de 1987,

tras la incorporación de nuevos colectivos obreros autonomra-

dos “zapatistas” en el Estado de México, como una concesión

a éstos, el POS cambió su nombre a Partido de los Trabajadores

Zapatistas (PTZ), e incluso publicó una convocatoria entre sus

militantes a mandar diseños para un nuevo logotipo para susti-

tuir a su famoso puño. El diseño ganador fue un retrato estili-

zado de Emiliano Zapata cruzado transversalmente por una

canana y un fusil (curiosamente, este diseño fue publicado

junto con la convocatoria al concurso, lo que nos hace pensar

que no llegaron muchos más diseños). Con ese nombre se

sumó en 1987 a la coalición electoral llamada Unidad Popular

en torno al PRT, de la que hablaré más adelante.

Con todo, el crecimiento del POS/PTZ en esos años nunca

llegó a compararse con el del PRT, que en ese mismo periodo

que siguió a la ruptura llegó a convertirse en lo más parecido a

un partido de masas que aparece en la historia del trotskismo

mexicano.

EL PRT: LA BELLE EPOQUE,

Desde principios de los setenta, el GCI había estado lu-

chando por romper la estrechez de su trabajo exclusivo en la

Ciudad de México y la zona industrial que la rodea, defecto

que había caracterizado al trotskismo mexicano desde tiempos

de Trotsky, y convertirse en un grupo realmente nacional. El

papel dirigente que el GCI había despeñado en el movimiento

estudiantil sonorense de 1973 permitió al grupo usar poste-

riormente su autoridad y sus contactos para extender la orga-

nización a Tijuana y Colima. Desde el DF asimismo hubo una

extensión a Morelos. El grupo de orientación pro-guerrillera,

Rojo, había hecho durante 1975 cierto trabajo en el estado de

Guerrero, generando una base de apoyo que luego le heredó al

PRT. Por su parte, desde 1972 la LS también se había extendido

a estados como Oaxaca y Puebla, de manera que la unificación

de 1976-77 produjo en el PRT un partido verdaderamente na-

cional que, si bien conservaba la dirección en la Ciudad de

México, seguía extendiéndose continuamente.154

En esa época, el PRT aportó a la izquierda mexicana su

propio entendimiento de las nociones teóricas del trotskismo.

Entre 1972 y 1980 Manuel Aguilar Mora publicó una serie de

ensayos sobre el llamado “bonapartismo sui generis” del ré-

gimen mexicano, en los que difundía y actualizaba la concep-

154

Por su parte, como hemos visto, el POS morenista mantenía

presencia en Oaxaca y la LOM lambertista en Veracruz y Chia-

pas. Notoriamente, la presencia nacional de las corrientes

trotskistas tendió a beneficiar las regiones poco desarrolladas

del sur, como Puebla Oaxaca, Chiapas y Guerrero, o del ex-

tremo noroeste, como Sonora, por sobre los centros industria-

les con concentraciones proletarias más importantes, como

Monterrey o Guadalajara, donde sólo existieron pequeños

grupos de existencia discontinua. El Distrito Federal y el Esta-

do de México fueron excepciones en este sentido.

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41

41

ción clásica trotskista, polemizaba con intelectuales de iz-

quierda no trotskistas como Arnaldo Córdova y exponía su

propia caracterización del México contemporáneo. Los ensa-

yos, publicados originalmente en diversos órganos del S.U.,

fueron editados en forma de libro en 1982155

con la ayuda de

otro intelectual miembro del PRT, Alejandro Gálvez.

Esta época correspondió con el desarrollo del partido co-

mo fuerza política considerable. Tras una serie de moviliza-

ciones, en junio de 1980 el PRT por fin consiguió el registro

oficial como partido político nacional. Por años, la tendencia

morenista había sido la principal impulsora de este registro,

que, paradójicamente, fue alcanzado apenas unos meses des-

pués de su salida del partido. Así, las elecciones presidenciales

de 1982 encontrarían por primera vez a un partido trotskista

oficialmente registrado y dispuesto a batirse en la arena electo-

ral bajo su propia bandera. De este modo, junto con otras or-

ganizaciones más pequeñas, en diciembre de 1981 el PRT lan-

zó la candidatura presidencial de Rosario Ibarra de Piedra, la

emblemática luchadora contra la represión.

Originaria de Monterrey, Ibarra no era militante del PRT

sino sólo simpatizante. Como es sabido, su participación en

política había iniciado tras la “desaparición” de su hijo Jesus

Piedra, cuadro de la guerrilla de la Liga 23 de Septiembre, en

1975. En agosto de 1978, Rosario Ibarra fundó el comité “Eu-

reka” y dirigió una ampliamente difundida huelga de hambre

frente a la Catedral de la Ciudad de México. Fue durante esa

huelga que inició su contacto con el PRT, que participó activa-

mente en el movimiento dirigido por Ibarra.156

Otra activista

contra la represión, Graciela Minjares, compañera de otro

guerrillero desaparecido, sí llegó a unirse al partido, en su caso

a la tendencia morenista.

Su postulación presidencial de 1982 no sólo constituyó la

primera vez que un partido trotskista presentaba una candida-

tura presidencial propia en la historia de México, sino también

la primera vez que una mujer era postulada para ese cargo.

Gracias a su participación en las elecciones, el PRT obtuvo

una importante audiencia en toda la republica y, de manera

aun más importante, un fuerte subsidio de fondos estatales que

le permitieron un crecimiento organizativo importante. Para

mantener el registro, el PRT debía alcanzar por lo menos un 1.5

% de la votación en las elecciones del 82, número que alcanzó

y superó ligeramente, lo que no le permitió acceder a la cáma-

ra de diputados pero sí conservar el registro de manera defini-

tiva. Para noviembre de 1984, un congreso nacional realizó

cambios en la estructura del partido reflejando el aumento de

su tamaño. Ahora la discusión ya no era sobre cómo hacer la

revolución –que en la época del GCI y la LS parecía inminen-

te— sino la preocupación, más modesta pero más realista, de

cómo organizar un verdadero partido de masas.

En esa época, Aguilar Mora pasaba la mitad del tiempo en

Europa, como vinculo del PRT con la Internacional. Mientras

tanto, la dirección del partido se diversificó, y personas como

Edgard Sánchez asumieron la responsabilidad dirigente. Naci-

do en Baja California, Sánchez era un hombre de grandes

proporciones físicas, barba y lentes oscuros, cuya imagen

155

Aguilar Mora, M. El bonapartismo mexicano, Juan Pablos,

Segunda edición, México 1984 156

Ver: Poniatowska, Elena, Fuerte es el silencio, Era México

1980

puede identificarse fácilmente en todas las fotografías del

trabajo de la organización a partir de esa época.

En este periodo, la prensa del PRT contó entre sus colabo-

radores a muchos destacados intelectuales de izquierda. En el

consejo de redacción de Bandera Socialista y La Batalla, el

órgano teórico dirigido por Lucinda Nava, figuraban, además

de Aguilar Mora y Gilly, el ex morenista Telésforo Nava,

Edgard Sánchez, el antropólogo Héctor Díaz Polanco y Sergio

Rodríguez Lascano, además de intelectuales simpatizantes

como Octavio Rodríguez Araujo y Guillermo Almeyra. El

propio Mandel se contaba entre los colaboradores internacio-

nales.

Según la vieja táctica de los partidos leninistas, varios

miembros de PRT de origen estudiantil fueron “implantados”

como obreros en la industria como una táctica consciente para

arraigar al partido en el movimiento proletario. La joven Patri-

cia Mercado, por ejemplo, trabajó brevemente en una fábrica

de Ciudad Sahagún. Incluso miembros importantes de la di-

rección, como el antiguo “febelo” Jaime González (que junto

con Héctor de la Cueva coordinaba el trabajo sindical del

partido) fueron implantados en la industria. González fue

obrero por varios años en la planta de electrodomésticos Kel-

vinator, donde llevó a cabo un eficiente trabajo político hasta

que fue despedido por participar en la dirección de un movi-

miento de huelga.

El PRT llegó a ganarse la simpatía de figuras notables me-

xicanas como el nieto de Trotsky, Esteban Volkow (que nunca

militó en una organización trotskista pero se mantuvo activo

en diversas formas honrando la memoria de su célebre abue-

lo), el pintor Vlady Kibalchich (hijo de Víctor Serge) y, por un

breve tiempo, el caricaturista Eduardo del Río “Rius”, que

incluso llegó a producir un libro sobre Trotsky. El célebre

caricaturista Rafael Barajas “el Fisgón” sí llegó a militar en el

PRT y posteriormente en el POS, pues pertenecía a la tendencia

morenista, lo mismo que poeta de origen argentino Eduardo

Mosches.

Durante los años ochenta, el PRT fue una de las secciones

más estables del Secretariado Unificado, y pudo dedicar mu-

chos de sus recursos al trabajo internacional, especialmente a

la región latinoamericana. De este modo, muchos de los cua-

dros internacionales del S.U. podían venir a México invitados

por el PRT, que también ayudaba a subsidiar el trabajo de las

secciones más pobres.

Aunque su organización de damnificados “Nueva Teno-

chtitlan” no pudo superar a la UVyD de los morenistas en el

ámbito del movimiento urbano, el PRT sí logró una influencia

considerable en la masiva huelga estudiantil del CEU de 1986-

87. La huelga había iniciado en oposición a los planes del

rector Jorge Carpizo tendientes a elitizar la UNAM y llegó a

movilizar a cientos de miles de estudiantes. Sin embargo, el

PSUM y los demás partidos de la izquierda tradicional no vie-

ron la huelga con buenos ojos. El PRT, en cambio, participó

intensamente y llegó a contar entre sus filas a uno de los prin-

cipales dirigentes estudiantiles, Antonio Santos. Los adversa-

rios derechistas del movimiento estudiantil incluso acusaban al

CEU de ser la misma cosa que el PRT.

Mujeres como Nellys Palomo, Patricia Mercado y Patria

Jiménez dirigían el trabajo que el partido llamaba “feminista”.

Por cierto, aunque con un enfoque sectoralista (sólo mujeres

en el trabajo de mujeres) y semi-liberal, el PRT tiene el mérito

Page 42: LOS TROTSKISMOS INTERNACIONALES EN MÉXICO 1958-2000 - Oscar de Pablo

42

42

de haber sido la primera organización marxista mexicana de

esa época en interesarse seriamente en la lucha contra la opre-

sión especial de la mujer, los homosexuales, etc. Para dar una

idea de lo significativo que era esto en una sociedad como la

mexicana de ese entonces, basta decir que en esa época, el

partido hegemónico en la izquierda, el PSUM, llegó a tener un

comité central de 75 miembros con sólo cuatro mujeres.157

En esa misma época, el PRT adquirió todo un edificio de

varios pisos en la esquina de Xola con Calzada de Tlalpan, en

la colonia Álamos.

Mientras tanto, el frente electoral del partido seguía desa-

rrollándose. Las elecciones parlamentarias de 1985 significa-

ron por primera vez el acceso del partido a la Cámara de dipu-

tados, en las personas de Ricardo Pascoe y Pedro Peñalosa,

entre otros. En febrero de 1987, el PRT logró su primer puesto

ejecutivo electo: el gobierno municipal de Xolalpan, en el

estado de Puebla. Los que antes soñaban con destruir al Estado

capitalista, ahora enfrentaban el desafío de administrarlo,

aunque fuera sólo a nivel local.

En mayo de ese mismo año, después de décadas de exis-

tencia independiente, la LOM lambertista, todavía dirigida por

Luis Vásquez y Ana María López, finalmente ingresó al PRT

como una fracción interna, llamada “Tendencia Cuarta Inter-

nacional”, sin abandonar su filiación a la internacional de

Lambert.

En junio, una escisión izquierdista escindida del PMT de

Heberto Castillo, llamada Corriente de Izquierda Revoluciona-

ria, también se sumó al PRT.

Incluso en las organizaciones campesinas, el dirigente pe-

rretista Margarito Montes y su “Coordinadora Nacional Plan

de Ayala” gozaban de cierta influencia, aunque quizá en parte

gracias a las prácticas clientelares de gestión ante el Estado.

Siendo joven, Montes había sido campesino en el valle

del Yaqui, en el noroeste del país, y a principios de los setenta

había sido becado por su ejido para estudiar agronomía en

Chapingo. Ahí había sido reclutado al GCI y con el tiempo fue

asignado por el partido a encargarse del trabajo campesino.

Gracias al trabajo de Montes en el frente rural, para su V Con-

greso, celebrado en el verano de 1987, el PRT había triplicado

su membresía desde el momento de su fundación (hasta alcan-

zar a cerca de tres mil militantes) y parecía estar en su mejor

momento.

Sin embargo, los años de dependencia de los triunfos

electorales y los consecuentes subsidios públicos tuvieron una

poderosa influencia domesticadora sobre la militancia y el

programa del partido. Las cuotas que los militantes aportaban

según la tradición leninista empezaron a parecer irrelevantes

frente a los sustanciosos subsidios electorales, y por lo tanto a

dejar de pagarse. Edgard Sánchez en particular estaba asocia-

do con la frase “las cuotas no sostienen al partido”, con la que

buscaba enfatizar la importancia de los subsidios.158

En un

balance presentado por el Comité Político para el congreso del

partido en julio de 1987, redactado en un tono general bastante

optimista, se admite, como de pasada:

157

Carr, Barry, op.cit. 158

No todos en la dirección del partido estaban satisfechos con

esta evolución. Carlos Ferra, descontento con el uso que daba

el partido a los fondos electorales, lo abandonó en 1983.

El ‘realismo político’ hace prisioneros a cada vez

más número de militantes y la perspectiva revoluciona-

ria se aleja paulatinamente. De repente muchos camara-

das piensan que todo nuestro futuro se juega en que si

perdemos el registro o no, o, aún más, muchos camara-

das están en este partido por su capacidad de gestión an-

te las autoridades.159

Ni los propios autores de este documento se imaginaban hasta

qué punto su caracterización daba en el clavo. Pronto habría

de hacerse dolorosamente evidente.

Es revelador considerar la evolución de los documentos

programáticos del partido. En la “Declaración de Principios”

del PRT publicada a principios de 1988, la dictadura del prole-

tariado y la revolución obrera no sólo no aparecían, sino que

eran tácitamente rechazadas: Usando el mismo argumento

contra la represión del Estado capitalista y contra la vía guerri-

llera (que tanto había apoyado el partido a principios de los

años setenta), el folleto explica que el PRT estaba “opuesto a

vías no pacíficas y no democráticas para la resolución de los

conflictos sociales y políticos”.160

Nadie en el partido pareció

percatarse de que su Declaración de Principios rechazaba

explícitamente la revolución social. En la “Breve historia del

PRT” publicada al final del mismo folleto, todo el énfasis se

pone en los logros electorales del partido y en su participación

en frentes amplios. Todo esto contrasta claramente con el tono

mucho más revolucionario del folleto de 1977 ¿Qué es el

PRT?161

.

Pero los subsidios electorales no fueron la única razón, ni

tampoco la principal, de esta evolución. Sociológicamente, el

partido también había cambiado. Desde 1985 y hasta el final

de la década, los cuadros que el PRT había implantando en la

industria y que habían logrado convertirse en verdaderos líde-

res obreros fueron perdiendo sus empleos por sus actividades

políticas, y el partido fue quedando aislado de la clase obrera.

Simultáneamente, el movimiento campesino de Montes había

logrado afiliar al partido a varios cientos de campesinos sobre

la base de una política clientelar, de manera que el PRT se fue

convirtiendo, de un partido de cuadros basado en la clase obre-

ra urbana, en un movimiento de gestión para demandas cam-

pesinas y populares. La lealtad incondicional que estos campe-

sinos mostraban por Montes (muchos sentían que le debían

favores vitales) le permitió asegurar una porción significativa

del voto de la militancia, lo que sus camaradas llamaban bro-

meando “la ola verde”.

Aun cuando el partido reclamaba tres mil miembros, el

núcleo de cuadros seguía constituido sólo de los cientos de

militantes que habían sido reclutados siendo estudiantes en la

época del GCI y la LS entre 1969 y 1976. Si bien en esos años

el PRT había aprovechado la eclosión del radicalismo juvenil

para llegar a ser un partido numéricamente significativo y

había tratado conscientemente, a veces con verdadero heroís-

mo, de usar a sus reclutas estudiantiles para hacerse de una

base de apoyo en la clase obrera, a escala social el férreo do-

minio de la ideología nacionalista no clasista sobre el proleta-

159

Documentos de discusión preparatoria del V Congreso del

PRT No. 5 160

folletos Bandera Socialista No. 39 161

folletos Bandera Socialista No. 9

Page 43: LOS TROTSKISMOS INTERNACIONALES EN MÉXICO 1958-2000 - Oscar de Pablo

43

43

riado no se rompió y sólo fue posible reclutar a un puñado de

obreros. En cambio, los muchos estudiantes que sí se habían

vuelto cuadros del partido, eran cada vez menos jóvenes y,

como intelectuales y profesionistas, estaban más integrados a

la sociedad capitalista a la que años antes habían declarado la

guerra.

En 1987, Manuel Aguilar Mora abandonó la dirección

central del partido por motivos familiares para irse a vivir a

Hermosillo, Sonora, sin dejar de pertenecer al Comité Central.

Cuando regresó, ocho años después, las cosas habían cambia-

do mucho.

Al acercarse las elecciones de 1988, el PRT decidió volver

a presentar a Rosario Ibarra como candidato presidencial, esta

vez en nombre de un frente electoral conjunto con los more-

nistas del PTZ, y otras organizaciones de lo que entonces se

hacía llamar “izquierda revolucionaria”, como los herede-

ros políticos de Genaro Vásquez, de la ACRN, y sobre todo los

maoístas de la OIR-LM, además de otras agrupaciones más

pequeñas (un tal Partido Humanista, por ejemplo).

Trotsky decía que, si el estilo es el hombre, la terminolo-

gía política no sólo es el hombre, sino también el partido. El

nombre que el PRT y sus aliados escogieron para su coalición

fue nada menos que el del frente popular chileno de Salvador

Allende: la “Unidad Popular” de tan triste destino. Definiti-

vamente un mal augurio. Tal vez como gesto de buena volun-

tad con sus aliados de bloque, el PRT decidió sencillamente

quitar de su insignia las siglas de su nombre y poner en su

lugar la leyenda “Unidad Popular”. Con esa bandera desplega-

da llegó el PRT al año clave de 1988.

XIII

EL TROTSKISMO INTERRUMPIDO

(1987-1991)

En 1987, un nuevo elemento apareció en el ala izquierda de la

política burguesa nacional, alterando fundamentalmente la

gravitación en la que se movían los partidos que se revindica-

ban socialistas. Se trataba de la Corriente Democrática de

Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo que rompía con

el PRI oponiéndose a su giro neoliberal y reclamando una vuel-

ta al nacionalismo popular del viejo partido, una renovación de

su pacto histórico con el movimiento popular y una forma

organizativa realmente democrática.

Para una izquierda históricamente condicionada a pensar

que sólo sería viable un cambio dentro de los límites de la

política capitalista, la nueva corriente vino a ofrecer un “mal

menor” mejor que el que hubiera soñado nunca.

Una fuerte presión hacia una oposición unitaria de iz-

quierda (socialista o no) empezó a desarrollarse en el movi-

miento popular. En 1987, el Partido Comunista (para entonces

llamado PSUM) y el PMT del “socialista nacional” Heberto

Castillo se unieron en un Partido Mexicano Socialista (PMS),

para postular a éste último a la presidencia, pero contando con

una alianza con el recién creado Frente Democrático Nacional

(FDN) en torno a Cárdenas. La fusión entre el PSUM y el PMT y

la fundación del PMS no fueron en realidad sino un paso en la

dirección de la fusión total con el cardenismo. Esto a su vez

tuvo un poderoso efecto en los cuadros del PRT.

Un año antes, el partido había emprendido una orientación

hacia la fusión con el PMT, pues entonces este partido pasaba

por una fase “izquierdista”, que hicieron pensar a los perretis-

tas en la posibilidad de una fusión. Sin embargo, la fase duró

poco y una serie de actitudes de Heberto Castillo que lo aleja-

ron del PRT (como la inclusión del dirigente campesino Cesar

del Ángel en su dirección y su acercamiento al PSUM) hicieron

que la dirección mandelista se viera forzada a dar marcha atrás

y conformarse con una pequeña fracción izquierdista expulsa-

da del partido de Castillo en junio de 1987.

Sin embargo, dos fracciones minoritarias surgieron entre

los cuadros dirigentes del PRT argumentando por continuar del

curso de unificación, ahora con el recién formado PMS. Por un

lado estaban los diputados Ricardo Pascoe y Pedro Peñalosa,

que abogaban sencillamente por disolver al PRT dentro de un

solo gran partido de la izquierda. A su lado estaba la tendencia

de Adolfo Gilly, Arturo Anguiano y el antiguo líder morenista

y fundador del POS, Telésforo Nava, que criticaba a la direc-

ción mayoritaria por haber tenido ilusiones en el PMT, pero

también impulsaba la continuación del curso de fusión con el

PMS, si bien con argumentos un tanto más sofisticados.

Esta tendencia, heredera de la revista Coyoacán, se había

consolidado como oposición interna en 1985, criticando a la

dirección del partido desde la izquierda en torno a la cuestión

de la deuda externa y atribuyendo teóricamente un peso mayor

a la burguesía nacional, contra la línea de la mayoría de ver a

México como una mera semi-colonia del imperialismo. El

elemento que llevó a este grupo a la “derecha” del PRT y a

luchar por su disolución en un bloque con fuerzas de izquierda

no trotskistas y no socialistas fue su temprano entendimiento

de lo que ellos llamaban la “reestructuración del capitalismo”

y que más tarde sería conocido como globalización neoliberal.

Según su argumento, el ala tecnócrata de la burguesía se había

convertido en el enemigo principal, y aliarse con los defenso-

res del desarrollismo nacionalista (i.e. Cárdenas) se volvía

necesario.

A lo largo de 1987, las diferencias entre las minorías disi-

dentes y la dirección del PRT en torno a Edgard Sánchez y

Rodríguez Lascano se radicalizaron cada vez más. A princi-

pios de mayo Adolfo Gilly renunció al Comité Político del PRT

como respuesta al ambiente de hostilidad que la mayoría del

partido había desarrollado en su contra. La razón inmediata de

esta hostilidad había sido un hecho frívolo que sin embargo

adquiere significación a la luz de la historia subsiguiente:

Gilly había participado públicamente en una comida a la que

habían asistido Cárdenas y Muñoz Ledo.162

Otros importantes

líderes de la disidencia, como Anguiano, Pascoe y Peñaloza,

también renunciaron en ese periodo a sus puestos de dirección.

La argumentación política de Gilly a favor de una conver-

gencia con el FDN de Cárdenas se basaba también en el reco-

nocimiento de un hecho que la historia demostró como verídi-

co: el que la radicalización de la clase obrera no la llevaría

162

Modonessi, Massimo, La crisis histórica de la izquierda

socialista en México, Universidad Autónoma de la Ciudad de

México, México 2003

Page 44: LOS TROTSKISMOS INTERNACIONALES EN MÉXICO 1958-2000 - Oscar de Pablo

44

44

directamente al socialismo, sino que la volcaría en masa al

cardenismo nacionalista. En cuanto a la descripción de la

realidad externa, Gilly no se equivocaba.

Por su parte, la mayoría del partido, en lugar de reconocer

este hecho y plantear la necesidad de quedarse en minoría

dentro del movimiento obrero y enfrentar un periodo necesario

de asilamiento para preparar una futura independencia del

proletariado, se refugió en un optimismo que resultó bastante

fatuo, alegando que la masa del pueblo estaba a punto de al-

canzar una conciencia socialista y no cardenista. En el fondo,

este argumento no cuestionaba la premisa de Gilly de que el

partido debía amoldarse a la conciencia dominante entre el

proletariado en el próximo periodo, considerando la influencia

de masas como su fin último. Para ese punto, los trotskistas

mexicanos ya no tenían la fuerza interior necesaria para ser,

como quería Trotsky, pesimistas con la cabeza y optimistas

con el corazón.

Sin demasiada confianza en su argumento sobre la con-

ciencia de la clase obrera, Edgard Sánchez, a quien la mayoría

había nombrado su vocero fraccional, prefirió acusar a los

disidentes de violar el centralismo democrático del PRT por el

hecho de haber recurrido a la presa comercial para exponer sus

críticas al partido, como una provocación para ser sanciona-

dos.

Y de hecho lo fueron. En una reunión de tres días del

Comité Central iniciada el 5 de febrero de 1988, la dirigencia

del PRT decidió retirar a los voceros de la minoría de todos sus

cargos de representación pública del partido, argumentando

violaciones organizativas. Es notable que la respuesta de la

mayoría se centrara en este tipo de denuncias estatutarias y no

en una refutación política de las tendencias que buscaban

disolver al PRT. Lo que estaba en juego, sin embargo, no era

sólo la integridad organizativa del partido, sino la existencia

independiente del trotskismo y de toda la izquierda socialista

del país.

Desde el inicio mismo del año electoral, quedó claro que

la campaña de Cárdenas se convertía en un irresistible movi-

miento de masas. Esto aumentó la presión sobre toda la iz-

quierda socialista para sumarse a esa tendencia. Curiosamente,

Heberto Castillo (que deseaba ser el candidato conjunto de la

izquierda) y su partido, el PMS, ideológicamente más cercano

al nacionalismo cardenista y representante histórico de la iz-

quierda socialista moderada, resistió esta presión más tiempo

que otros grupos más pequeños, aun cuando éstos se ubicaran

en la llamada “extrema izquierda”. Esto se debía, en parte, a

que estos grupos electoralmente insignificantes, a diferencia

de Castillo, no tenían posibilidad de obtener provecho inme-

diato alguno de una candidatura socialista independiente.

Así, en febrero de 1988, la principal aliada del bloque del

PRT, la mayoría de la maoísta OIR-LM, centrada en los estados

de Durango y Nuevo León, rompió definitivamente con su

coalición electoral (la “Unidad Popular”) y se sumó también a

la campaña de Cárdenas, alegando que los trotskistas “hege-

monizaban” demasiado la coalición.163

En realidad, la coexis-

163

Ibid. El local del Valle de México de la OIR-LM, en torno

a Rosario Robles, mantuvo su alianza con el PRT hasta la

aparición del MAS. El resto de la organización, basada en los

estados de Nuevo León y Durango, en torno a Alberto Anaya,

daría origen al Partido del Trabajo en la década siguiente.

tencia en la UP de la OIR-LM maoísta con el PRT trotskista,

dos organizaciones de signo ideológico históricamente tan

opuesto, necesariamente estuvo marcada desde su origen por

una constante desconfianza mutua, reflejada en una gran can-

tidad de querellas organizativas para delimitar el territorio de

cada una dentro de la coalición.

Con un lenguaje tradicionalmente estalinista, el intelectual

maoísta Julio Mongel declaraba su alianza con el movimiento

cardenista un “frente popular”,164

en un sentido positivo, lo

que en la cultura política trotskista equivale a la peor de las

traiciones de clase.

La defección de los maoístas y la consecuente ruptura de

la UP, por un lado, y las medidas organizativas que la mayoría

llevó a cabo contra la disidencia en febrero, por el otro, preci-

pitaron la escisión dentro del PRT. Ese mismo mes, tanto la

fracción de Pascoe como la de Gilly rompieron definitivamen-

te con el partido. La escisión se hizo pública el 29 de febrero,

una fecha que sólo aparece en el calendario cada cuatro años,

pero que en 1988 fue decisiva para la historia del trotskismo

mexicano.

Uniéndose a otros grupos de la izquierda no trotskista a

los que el PRT se orientaba (la ACRN guerrerense y el local del

Valle de México de la OIR-LM), a lo largo del mes de marzo

los disidentes recién escindidos formaron el llamado Movi-

miento al Socialismo (MAS)165

y se adhirieron también a la

campaña de Cárdenas.

Orientada ideológicamente por Gilly, la recién nacida or-

ganización publicó su propio periódico, la Bola, a la que al

poco tiempo se sumó también la Organización Revolucionaria

Punto Crítico de Álvarez Garín. Estos grupos, que habían

conformado el medio político más próximo al PRT, ahora re-

nunciaban a apoyarlo en las elecciones para darle su apoyo a

Cárdenas.

El MAS, que tenía una importante base de apoyo en la

mayoría de la dirigencia del CEU de Antonio Santos, Imanol

Ordorika y Carlos Imaz (del ala radical de la dirección ceuista

nacería después la corriente En Lucha), organizó uno de los

mítines más importantes de la campaña de Cárdenas, el de

Ciudad Universitaria, significativamente realizado en contra

de la voluntad de las autoridades universitarias.

Aunque los dirigentes del MAS originalmente habían plan-

teado mantener una existencia organizativa propia dentro de lo

que más tarde sería el PRD para impulsarlo hacia posturas

“socialistas”, en su primer congreso fijaron los términos de su

disolución.166

Gilly, que desde su militancia posadista era

conocido por su valoración entusiasta del cardenismo original,

habría de convertirse en asesor personal de Cuauhtémoc Cár-

denas y uno de los ideólogos principales del neo-cardenismo.

Ricardo Pascoe fue nombrado jefe de comunicación social del

recién formado PRD.167

Arturo Anguiano, por su parte, que

164

Ver: Modonessi (op. cit.) 165

No confundir con el MAS argentino de Nahuel Moreno. 166

La formación del MAS de Gilly está descrita en el libro de

Manuel Aguilar Mora Las huellas del porvenir, así como en la

tesis de maestría de Massimo Modonessi, La crisis histórica

de la izquierda socialista en México. 167

Doce años después, Pascoe aceptaría colaborar con el go-

bierno de Fox como embajador en Cuba. Durante su gestión,

el gobierno mexicano emprendió la política más hostil a Cuba

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representaba la izquierda de la tendencia en torno a Gilly,

volvió a acercarse al PRT tras la disolución del MAS y en lo

sucesivo se mantuvo cercano al ala dirigida por Sergio Rodrí-

guez.

Con su integración a lo que más tarde sería el PRD, Gilly

daba un paso más en el sentido de la política pablista y posa-

dista, que siempre valoró más la participación en el movimien-

to de masas nacional y democrático que el mantener un perfil

independiente y específicamente trotskista o socialista. Para

esta concepción, como hemos visto, el potencial progresista

objetivo atribuido a los movimientos democrático-

nacionalistas era más importante que su contenido subjetivo o

ideológico, e incluso más importante que la existencia de una

vanguardia socialista independiente. Para usar el pasaje de

Gilly anteriormente citado, “una revolución no se explica [...]

por lo que sus jefes hagan o dejen de hacer, sino por esa rebe-

lión de las masas”.

Más aun, no puede descartarse que la valoración que Gilly

hacía de la “sabiduría histórica”, no del todo consciente, de las

masas, y consecuentemente de lo que él llamaba la dimensión

simbólica de la política, lo predispusiera a confiar en líderes

carismáticos hondamente arraigados en el imaginario de sus

seguidores, como Cuauhtémoc Cárdenas (y antes Posadas),

que en sí mismos no necesariamente eran más inteligentes o

meritorios que él mismo.168

En cierto modo, Gilly estaba repitiendo, doce años des-

pués, y sin la tutela del delirante Posadas, la trayectoria del

resto del POR (T) posadista, que en 1976 había decidido apoyar

electoralmente al PRI en nombre del nacionalismo. Una vez

más, se trataba de la culminación lógica de su perspectiva

teórica, y no de una “traición” en la búsqueda de prebendas

personales. La diferencia –que es una gran diferencia-- es que

mientras el POR del año ’76 ignoró la realidad externa de radi-

calización creciente de la izquierda y con su decisión se aisló

del resto del movimiento social, el MAS del año ‘88 estaba

representando una tendencia históricamente relevante, e inclu-

so dominante, de la izquierda: su auto-disolución en el carde-

nismo.

De hecho, el gigantesco mítin cardenista de Ciudad Uni-

versitaria organizado por el MAS fue uno de los factores que

aumentaron la presión sobre el PMS y Heberto Castillo para

que declinaran su candidatura a favor de Cárdenas, cosa que

finalmente hicieron en el mes de junio. Con este acto, la masa

de la izquierda socialista mexicana quedaba históricamente

disuelta en el nacionalismo cardenista.

Por su parte, lo que quedó PRT y de su bloque electoral

(en el que sólo se mantuvieron los morenistas del PTZ y otros

grupos aun más pequeños) no renunció a presentar a su candi-

data propia, pero no se atrevió a contraponerse frontalmente a

las grandes masas que apoyaban al FDN y describió ese apoyo

y más sumisa a Estados Unidos de la historia. Pascoe tuvo que

ser retirado de Cuba en un escándalo diplomático en 2002.

Pedro Peñaloza habría de convertirse en funcionario de la

PGR. 168

Según M. Aguilar Mora, Ernest Mandel solía decir que el

problema de Gilly era que se dejaba guiar por políticos mucho

menos valiosos que él mismo, refiriéndose tanto a Cárdenas

como, en retrospectiva, a Posadas.

como una dinámica “totalmente positiva”,169

refiriéndose al

cardenismo siempre como a una especie de mal menor. Lejos

de solucionar el aislamiento del partido, esta posición contra-

dictoria no hizo sino acentuarlo, y en las elecciones el PRT no

logró la cantidad de votos necesaria y perdió el registro.

El partido no había logrado explicarle a su propia audien-

cia por qué si Cárdenas era el “mal menor” era necesario votar

por el PRT. La mayoría de sus antiguos simpatizantes votó,

pues, por el FDN.

Como es sabido, tras las elecciones del 6 de julio, el go-

bierno priísta y su candidato Carlos Salinas se negaron a reco-

nocer el triunfo de Cárdenas. El PRT, vio en este ataque anti-

democrático la oportunidad de romper el aislamiento en el que

se encontraba y se unió a los cardenistas y a otras fuerzas

opositoras (no necesariamente izquierdistas) en un “Frente

Patriótico Nacional” en defensa del voto, gestionado con los

dirigentes del PRT por el propio Gilly. Con este bloque, esta

versión del trotskismo mexicano daba un paso más en direc-

ción de su disolución como partido socialista.

La misma presión de arriar la bendera roja para izar la

bandera amarilla del cardenismo, que Gilly había teorizado

conscientemente, era compartida inconscientemente por mu-

chos de los miembros del PRT. Hay que aclarar que el replie-

gue ideológico generalizado fue el resultado orgánico de su

concepción teórica previa y la erosión de su cultura política

trotskista, pero en general no estuvo condicionado por la trai-

ción, el arribismo, o la cobardía personales por parte de los

militantes. No fue un problema de corrupción moral.

Aun bajo la bandera de la defensa de la victoria electoral

cardenista, los militantes del PRT estaban dispuestos a dar la

vida por lo que ellos entendían como el interés de pueblo

oprimido. Así, por ejemplo, junio de 1988 dos miembros del

partido, Álvaro Zamora y Melitón Hernández, fueron asesina-

dos por matones gobiernistas en el estado de Puebla. Este

último era un veterano líder campesino indígena que había

llegado a ser candidato del PRT a diputado federal.170

Cuatro

meses después, el dirigente perretista de Morelos, José Ramón

García (que procedía de la tendencia lambertista), fue desapa-

recido y probablemente asesinado por el gobierno debido a su

actividad dirigente en el movimiento cardenista en contra del

fraude electoral en Cuautla.171

A lo largo de los siguientes

años, cientos de partidarios de Cárdenas, muchos de ellos

veteranos de la izquierda, sufrieron esta misma suerte.

Sin embargo, este grado de abnegación militante a lado de

“las masas cardenistas” no le sirvió al partido para crecer or-

ganizativamente. Todo lo contrario. La pérdida del subsidio

estatal significó para el PRT el inicio de la crisis más grande de

su historia, una crisis que acabaría siendo terminal. El partido

no sólo perdió mucha de su cohesión nacional, sino que una

cantidad importante de militantes lo abandonó en desbandada,

tal vez por efecto del propio discurso cada vez más pro-

cardenista de su partido, cuya existencia era presentada como

superflua, al menos por implicación. Bandera socialista y La

Batalla se volvieron enormemente infrecuentes y el partido

169

Sergio Rodriguez Lascano en entrevista con International

Viewpoint, 30 de mayo de 1988 170

La Jornada, 26 de junio de 1988 171

Bandera Socialista, año 2, no. 18, agosto de 2005

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46

como tal fue desapareciendo de las marchas y concentraciones

de la izquierda.

En diciembre de 1989, no viendo nada que ganar en el de-

rruido PRT, la fracción lambertista de Luis Vásquez y Ana

María López (que había luchado por que el partido se sumara

al FDN, pero no se habían escindido con el MAS) decidió aban-

donar el partido, rechazando abiertamente el concepto de par-

tido de vanguardia.172

Así se constituyó el Grupo Tribuna

Internacional, que al poco tiempo habría de adoptar el nombre

de Organización Socialista de los Trabajadores (OST), llamán-

dose a sí misma “sección mexicana de la Cuarta Internacional”

(la de Lambert) y publicando su propio órgano: El Trabajo. 173

Para las elecciones legislativas de 1991, las primeras en

las que el PRD competía como tal, el PRT hizo un último es-

fuerzo de participación electoral independiente y se alió con

los restos de las organizaciones de la izquierda que no habían

aceptado sumarse al cardenismo para conformar un Frente

Electoral Socialista, que sin embargo no logró ningún éxito.

Este fracaso, naturalmente, no hizo sino agravar la crisis, cu-

yas secuelas discutiré más adalente.

UNA VEZ MÁS, LOS MORENISTAS

Veamos cuál fue la suerte que corrieron los morenistas en

ese mismo periodo. Para ellos, el año de 1987 estuvo marcado

por un acontecimiento mil veces más importante que la diso-

lución en masa de la izquierda socialista mexicana en el na-

cionalismo cardenista. Se trata de la muerte en Argentina del

caudillo Nahuel Moreno. Decenas de miles de sus partidarios

se reunieron en Buenos Aires para conmemorar al “viejo

Nahuel”. Fundamentalmente, la autoridad sin paralelo que “el

viejo” tenía en su movimiento servía como elemento simbóli-

co para mantenerlo unido. Así, apenas un año después de su

muerte, el morenismo internacionalmente sufrió su primera

gran crisis y comenzó su largo calvario de escisiones.

En México, en enero de 1988, el PTZ expulsó de sus filas a

una veintena de militantes, que se había opuesto desde la iz-

quierda a la unificación del partido con una organización ba-

rrial populista, así como a la política de maniobras y alianzas

electorales que los morenistas seguían con respecto al PRT y

otras organizaciones, y en particular a su participación en la

“Unidad Popular”.

El grupo disidente incluía a Mario Caballero, Humberto

Herrera y un miembro de la dirección nacional del PTZ, Gerar-

do Vega. Siendo adolescente en los años setenta, Vega había

sido reclutado por la fracción morenista del PRT en el CCH

Nahucalpan. Antes de unirse al trotskismo, Vega había sido

maoísta, y tras su conversión había tenido que salir literalmen-

te huyendo de su escuela, pues los maoístas locales lo tenían

amenazado de cobrarle su “traición”.

Pero volvamos al año ‘88. El grupo expulsado constituyó

la Fracción Trotskista Revolucionaria, para retomar al poco

tiempo el nombre POS y la famosa insignia del puño (nombre e

172

PRT, Boletín interno de discusión e información No. 89 173

En las elecciones parlamentarias de 1991, la OST llamó a

votar por candidatos tanto del PRT como del PRD, e incluso

integró a sus candidatos a listas parlamentarias locales de éste

último, con lo que logró acceder al Congreso estatal de Chia-

pas.

insignia originales del PTZ, que esta organización había

abandonado un año antes). La nueva organización, reivindi-

cando un regreso al morenismo ortodoxo, no tardó en sacar un

órgano propio, una modesta publicación mimeografiada con el

título de Alternativa Socialista, editada por Vega. Durante la

campaña electoral del ‘88, el recién creado POS consideró en

un principio apoyar desde afuera al PRT, pero conforme la

campaña de Rosario Ibarra se fue convirtiendo en un auxiliar

de la de Cárdenas, los militantes de la organización decidieron

no participar.

Pronto, el POS entró en contacto con el PTS argentino, una

escisión izquierdista de medio millar de miembros que había

sido expulsada de la organización morenista oficial más o

menos al mismo tiempo que el POS mexicano, oponiéndose al

fatuo mesianismo nacional de la dirección de la LIT (que cada

año afirmaba la inminencia de la toma del poder en Argenti-

na). En junio de 1989, el POS mexicano y el PTS argentino

fundaron formalmente la Fracción Internacionalista, que, pese

a las expulsiones, todavía reclamaba su adhesión a la LIT mo-

renista.

La colaboración internacional con una organización mu-

cho más grande como lo era el PTS permitió a Vega y sus ca-

maradas una ampliación importante de sus capacidades técni-

cas y financieras, con lo que Alternativa Socialista pasó a

convertirse en un órgano más profesional, impreso a dos tin-

tas. Con el movimiento general a la derecha de todas las de-

más organizaciones que se reivindicaban trotskistas, el joven

POS quedó ubicado en el extremo izquierdo del espectro, al

menos por el momento. Como veremos más adelante, en el

futuro, este grupo habría de cambiar su nombre por el de LTS.

Con la muerte de Nahuel Moreno, la siempre variable

personalidad ideológica de los morenistas tenía que quedarse

fija, pero pronto fue claro que entre ellos no había un acuerdo

sobre cómo exactamente debía ser esa nueva y más estable

personalidad política.

XIV

EL RELEVO:

SU INTERNACIONAL Y LA NUESTRA

(1990)

A principios de 1990, cuando la decadencia del trots-

kismo mexicano parecía haber llegado a su punto culminante,

aparecieron en México dos nuevas y muy activas tendencias

trotskistas, ubicadas en los dos extremos del espectro.

Ese año apareció el primer número del periódico Militante,

presentando un llamativo encabezado rojo brillante. Se trataba

de la sección mexicana de la tendencia “Militante” internacio-

nal encabezada por el trotskista de origen sudafricano Ted

Grant. En 1950, cuando la IV Internacional todavía existía

como u movimiento unido e incuestionable, Grant (Isaac

Blank) había dirigido una escisión en el trotskismo británico

en oposición al “entrismo” en el partido laborista. Durante la

ruptura, el sudafricano adquirió una profunda hostilidad contra

el dirigente de entonces, Gerry Healy, y contra el estadouni-

dense James Cannon, la figura internacional más influyente de

esa época en las secciones de habla inglesa. Poco después,

Page 47: LOS TROTSKISMOS INTERNACIONALES EN MÉXICO 1958-2000 - Oscar de Pablo

47

47

tanto Cannon como Healy serían los líderes del Comité Inter-

nacional antipablista.

Así, pese a que su postura había sido contraria al entris-

mo, cuando Healy y Cannon se separaron del Secretariado

Internacional de Michel Pablo en 1953, Grant tomó lado con

éste último. Fue como parte de esta tendencia que diez años

después Grant estuvo entre los fundadores del Secretariado

Unificado.

Sin embargo, para mediados de los años sesenta su políti-

ca había adquirido un contenido distinguible y cada vez más

derechista, negando en general que las crisis revolucionarias

fueran posibles en el próximo periodo, especialmente en Eu-

ropa. En 1965, Grant rompió con la Internacional y lanzó su

propia tendencia en el ámbito británico, que poco a poco fue

adquiriendo un carácter internacional, conocida como tenden-

cia “Militante”.

Los elementos políticos característicos de esta corriente

eran un profundo pesimismo sobre la proximidad de oportuni-

dades revolucionarias, un total desprecio por las demás ten-

dencias del trotskismo (a las que Grant llamaba despectiva-

mente “las sectas”) y, sobre todo, la estrategia del “entrismo”

en los partidos obreros reformistas de masas, como el Partido

Laborista británico o el PSOE español. Esta muy particular

versión del “entrismo” se caracterizaba por su carácter perma-

nente, así como por su aplicación universal en todos y cada

uno de los países donde la tendencia Militante tuviera sección,

independientemente de las circunstancias particulares. Esta

situación forzaba a sus secciones afiliadas a adoptar posturas

sumamente conciliadoras en los distintos ámbitos nacionales,

mientras una cierta ortodoxia izquierdista se mantenía en sus

análisis históricos o internacionales a distancia.

En el México de principios de los años noventa, sin em-

bargo, no existía ningún partido obrero reformista de masas.

Así, a falta de algo mejor, el periódico Militante nació incrus-

tado en el PRD de Cuauhtémoc Cárdenas, que nunca tuvo la

pretensión de ser un partido “socialista” u “obrero”. Esto cons-

tituyó un paso más hacia la derecha de toda su tendencia inter-

nacional. Naturalmente, la descripción que el Militante hacía

del PRD en su conjunto excluía toda caracterización de clase,

reservando el término “burgués” a la “dirección actual” del

partido. Pese a esta contradicción, o tal vez precisamente gra-

cias a ella, la nueva tendencia habría de encontrar un suelo

fértil en México y habría de sobrevivir muchos años.

A lo largo de su historia subsiguiente en México, Militan-

te se mantuvo al margen de las maniobras de coalición y fu-

sión de las otras tendencias. El entusiasmo juvenil y la adhe-

sión a los símbolos y la terminología rojo brillante del trots-

kismo por parte de este grupo, si bien con un contenido políti-

co no muy ortodoxo en términos de la independencia de clase,

contrataba fuertemente con el estilo desmoralizado y gris que

el trotskismo mexicano había adquirido para entonces. El

nuevo grupo no estaba marcado por la historia nacional de

riñas familiares y frustración que determinaba a las otras ten-

dencias. Pero esto no era el caso sólo de los grantistas.

BAJO EL SIGNO DE ESPARTACO

Mientras el Militante nacía en el extremo derecho del es-

pectro trotskista, otra tendencia hasta entonces desconocida en

México aparecía en el extremo izquierdo. En 1989 apare-

cieron los primeros y muy modestos volantes firmados por el

Grupo Espartaquista de México (GEM), un pequeño núcleo de

cuadros internacionales dirigidos por un tal A. Negrete, de

procedencia estadounidense.174

Se trataba de una sección de la

Liga Comunista Internacional (LCI, antes tendencia Esparta-

quista internacional), originada en Estados Unidos a principios

de los sesenta. Si bien nunca pasó de tener un par de cientos de

militantes, al igual que el SWP, la Liga Espartaquista de

EE.UU. se mantuvo políticamente estable en el contexto esta-

dounidense a lo largo de sus varias décadas de existencia, lo

que le permitió constituirse en el centro de una tendencia in-

ternacional.

Esta muy particular tendencia se había originado en 1963

dentro del SWP en oposición al giro “pablista” que adoptó este

partido a raíz de la Revolución Cubana y desde entonces se

había caracterizado por un minucioso apego a la ortodoxia

trotskista, así como por haberse mantenido al margen de todas

las alianzas y bloques en los que habían participado las demás

tendencias internacionalmente en la década de los setenta.

Esto, junto con un estilo particularmente despiadado en las

polémicas y las caracterizaciones, le había ganado también

una fuerte reputación de sectarismo. En estas y otras cuestio-

nes, la tendencia reflejaba la afilada personalidad de su funda-

dor y líder histórico, el estadounidense James Robertson.

Los miembros de esta tendencia buscaban representar con

la mayor fidelidad los principios del trotskismo tradicional, y

de ahí derivaban un orgullo que los hacía difíciles de soportar

por el resto de la izquierda. A diferencia de los mandelistas y

los morenistas, los espartaquistas se guiaban por una doctrina

cerrada y bien definida que admitía pocas variaciones empíri-

cas: era su mayor virtud y también su mayor defecto. En esto,

su estilo recordaba al de los viejos posadistas: tajantes, abne-

gados y absolutamente seguros de tener la razón en todo, en

tanto no improvisaran y se apegaran a la doctrina.

Pero si en el plano del estilo moral y personal la confianza

de los espartaquistas en si mismos recordaba a los viejos posa-

distas, en el plano ideológico esta tendencia se encontraba en

el extremo opuesto de lo que antes llamé la concepción “obje-

tiva” de la revolución permanente que tan claramente caracte-

rizaba a los seguidores de Posadas. Para los espartaquistas, el

factor consciente o “subjetivo”, encarnado en un partido que

tuviera continuidad política y humana con la Revolución de

Octubre, era absolutamente crucial para futuras revoluciones.

La teoría de la revolución permanente era entendida, pues, no

como una descripción de la realidad, sino como un programa:

la vanguardia socialista debía orientarse sólo al proletariado

industrial incluso en los países neocoloniales, pues sólo éste

podría arrastrar tras de sí a los campesinos y el resto del pue-

blo oprimido. Esto exigía la más rigurosa independencia de

clase de los obreros, por lo que cualquier bloque de frente-

popular o incluso cualquier coalición política o electoral con

fuerzas obreras que tuvieran programas frente populistas (co-

mo los PCs) era una traición inconcebible. Más aun, por mucho

que esto la aislara, la vanguardia debía combatir sin ningún

174

Para fines de trabajo público había adoptado el mismo

seudónimo de Rosalío Negrete (Russel Blackwell), trotskista

estadounidense que propició la fundación del primer trotskis-

mo mexicano.

Page 48: LOS TROTSKISMOS INTERNACIONALES EN MÉXICO 1958-2000 - Oscar de Pablo

48

48

escrúpulo de diplomacia toda ilusión en la posibilidad de una

revolución democrática llevada a cabo al margen de un pro-

grama consecuentemente socialista, es decir, marxista, leninis-

ta y trotskista.

Como hemos visto, el triunfo de revoluciones sociales en

países como China, Cuba, etc. servía como demostración de la

concepción objetivista de la revolución permanente. Así lo

había comprendido Adolfo Gilly al argumentar su concepción

de la Revolución Interrumpida. A diferencia de los lambertis-

tas, los espartaquistas reconocieron desde el comienzo que

Cuba (y con ella los países de Europa del este, China, Vietnam

y Corea del Norte) se había convertido en un Estado obrero,

pero ¿cómo explicaban estos trotskistas ortodoxos que el capi-

talismo hubiera sido derrotado por ejércitos campesinos diri-

gidos por fuerzas políticas que de ningún modo podían carac-

terizarse como verdaderamente revolucionarias (es decir,

trotskistas)?

La explicación alternativa que produjo la tendencia espar-

taquista fue quizá su mayor aportación teórica al movimiento

trotskista. Incluso los altamiristas de la lejana Argentina (que

por lo demás odiaban a los espartaquistas) les reconocían este

mérito.175

Para resumir a grandes rasgos esta explicación, la

Guerra Fría y la existencia de una Unión Soviética (que sí fue

conseguida por una revolución proletaria ortodoxa) habían

abierto una ventana histórica excepcional en la que ejércitos

pequeño burgueses del tercer mundo (como el 26 de julio de

Castro), bajo circunstancias nacionales también excepcionales,

pudieron aplastar las relaciones de propiedad capitalista y

crear Estados obreros, pero no llevar a la clase obrera al poder

político, lo que se expresaba en la falta de democracia obrera.

Los resultados fueron, pues, Estados obreros degenerados,

cualitativamente similares a la URSS bajo Stalin y sus herede-

ros. De acuerdo al esquema trotskista desarrollado para el caso

soviético, estos Estados debían defenderse incondicionalmente

desde el punto de vista militar, pero al mismo tiempo había

que luchar por una revolución política proletaria que barriera

con sus direcciones estalinistas e implantara la democracia

obrera, conservando al mismo tiempo sus conquistas sociales.

Este análisis llevó a la tendencia espartaquista a mante-

nerse independiente de las direcciones cubana, china, soviética

etc. en los años sesenta, cuando Pablo preconizaba el apoyo

político total a ellas. Paradójicamente, fue también este análi-

sis el que los llevó a mantenerse firmes en la concepción de la

“defensa militar incondicional” a estos mismos Estados en los

años ochenta, cuando el resto de las organizaciones trotskistas

se encontraban apoyando los movimientos contrarrevoluciona-

rios democráticos o nacionales. Tal vez por esto los esparta-

quistas adoptaron el nombre de Liga Comunista Internacional

precisamente en la época en que la palabra “comunista” caía

fuera de moda incluso dentro de la izquierda radical. De la

docena de nuevas organizaciones trotskistas surgidas en Méxi-

co a partir de ese momento, ninguna otra adoptó esta palabra

en su nombre, prefiriendo en general la de “socialista”. De

manera concomitante a su concepción del mundo, la noción

organizativa de los espartaquistas correspondía al más rígido

leninismo, tal como fue codificado en los primeros congresos

de la Internacional Comunista para los grandes partidos afilia-

175

Coggiola, op. cit

dos, pero aplicado (con las inevitables exageraciones) a sus

pequeñísimos grupos nacionales de propaganda.

A principios de los años noventa, la tendencia esparta-

quista había sido prácticamente la única en el mundo que no

aplaudió en modo alguno ni prestó credenciales democráticas

a los movimientos pro-capitalistas que destruyeron a la Unión

Soviética y el bloque oriental, una posición ortodoxamente

trotskista que, sin embargo, en el medio del trotskismo mun-

dial de la época, le valió la acusación de filo-estalinista. De

hecho, en 1989 los espartaquistas habían intervenido fuerte-

mente en Alemania Oriental, con una línea que enfatizaba

como la tarea más urgente el oponerse a la reunificación capi-

talista.

Abordemos, pues, la historia de esta tendencia en el te-

rreno mexicano específicamente.

Como hemos visto, la época en que los espartaquistas en-

viaron representantes a México coincidió con el desplazamien-

to masivo de la izquierda mexicana --incluyendo a su compo-

nente trotskista-- de la política socialista independiente a la

órbita del nacionalismo cardenista. Este movimiento general a

la derecha dejó un vació político que los espartaquistas busca-

ron llenar, si bien a escala muy reducida.

Desde luego, no todos los trotskistas mexicanos habían

aceptado el giro a la derecha sin resistirse. El grupo trotskista

nacional que se mantenía más a la izquierda en ese momento

era la pequeña escisión del PTZ entonces llamada POS (después

LTS) en torno al periódico Alternativa Obrera, que entonces

acababa de encontrar aliados en el PTS argentino.

Al enterarse de que los espartaquistas tenían una represen-

tación en México, el PTS solicitó a sus afiliados mexicanos que

estudiaran sus posiciones, si bien más con el ánimo de cono-

cerlas para poder refutarlas polémicamente que con el de ex-

plorar la posibilidad de una fusión. Los encargados de llevar a

cabo este estudio fueron los dirigentes del grupo mexicano

Gerardo Vega y Humberto Herrera, ambos viejos cuadros del

morenismo. El primero, como hemos visto, había sido miem-

bro fundador y parte de la dirección nacional del PTZ y enton-

ces era el director de Alternativa Socialista, el periódico del

joven POS. Herrera, por su parte, había sido miembro de la

tendencia morenista desde sus orígenes en la LS, antes de la

fusión con el PRT, además tenía una larga historia de militancia

sindical como trabajador del aeropuerto y, por cierto, era el

esposo de Xochiquetzal Ruiz, cuadro dirigente del PTZ. A su

vez, Vega y Herrera mantenían desde tiempo atrás una estre-

cha relación política y personal.

La investigación tuvo un desenlace inesperado: tras un

estudio iniciado con ojos de hostilidad, Vega y Herrera fueron

ganados a las posiciones espartaquistas, especialmente en

cuanto a la defensa de los Estados obreros de Europa Oriental

y la evaluación que se hacía de su proceso de desintegración.

El PTS, con una visión característicamente morenista, sostenía

que los procesos anti estalinistas iniciados en 1988, y entonces

todavía en curso en esa región, eran revoluciones populares

progresistas, mientras que los espartaquistas veían en ellos

contrarrevoluciones sociales que reimplantarían el capitalismo

en Europa Oriental y la URSS y abrirían un periodo reacciona-

rio a escala mundial. Con el tiempo, por desgracia resultó que

los segundos tenían razón.

Así pues, el 20 de mayo de 1990, un pequeño grupo de

miembros dirigidos por Vega y Herrera presentaron una plata-

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49

forma de cuatro puntos sobre los Estados obreros, declarándo-

se como Fracción Trotskista (FT) dentro del POS. Eran cuadros

influyentes y constituían una buena porción de una organiza-

ción tan pequeña, pero no tenían el endoso internacional del

poderoso PTS argentino y sobre todo estaban rompiendo explí-

citamente con la arraigada tradición morenista. Por eso, ese

mismo día, con los consejos de un representante de la direc-

ción del PTS argentino, la reunión votó por expulsar sumaria-

mente a la FT acusando a sus miembros de ser “agentes espar-

taquistas” por sus posiciones políticas. No se presentó ninguna

acusación de haber roto la disciplina de la organización o de

haber violado estatuto alguno.

Apenas unas semanas después, el GEM y la FT publicaron

un folleto conjunto con los documentos de la lucha interna del

POS en el que la FT rechazaba la herencia del morenismo y

anunciaba su fusión con los espartaquistas.176

La adquisición de cuadros dirigentes nativos consolidó

definitivamente al GEM como sección mexicana del esparta-

quismo, con lo cual a finales de 1990 apareció el número uno

de la revista Espartaco, con un comité de redacción compues-

to por Negrete, Vega y Herrera. El nuevo grupo no sólo con-

trastaba con al resto de la izquierda por su política sino tam-

bién por la forma de su trabajo. Construido casi exclusivamen-

te en torno a su revista, que a su vez se apoyaba fuertemente

en traducciones de artículos internacionales de nivel semi-

teórico, el trabajo del grupo repetía con rasgos acentuados las

características que había tendido la LOM en los años sesenta.

Tras la virtual desaparición del PRT en 1988-91, el GEM

quedó siendo prácticamente el único grupo trotskista que le-

vantaba con prominencia los temas de la lucha por la libera-

ción de la mujer y otras cuestiones controvertidas relacionadas

con la sexualidad en el contexto de una izquierda que respeta-

ba los tabús que la conservadora sociedad mexicana imponía.

Por su parte, al frente del decapitado POS quedó Mario

Caballero, un trabajador postal no particularmente articulado.

Su periódico, Alternativa Socialista no dio explicación alguna

a sus lectores respecto a la escisión, aun cuando ésta había

sido verdaderamente catastrófica para las capacidades del

pequeño grupo. Aunque sólo Vega y Herrera terminaron por

unirse al GEM, algunos otros miembros dejaron la organización

junto a la FT y otros más se fueron saliendo a lo largo del si-

guiente año. Así, el POS quedó reducido a un puñado de cuatro

o cinco cuadros aislados como un apéndice de izquierda del

morenismo oficial. Como veremos más adelante, sólo después

de 1998 empezaría a romperse este aislamiento, y la organiza-

ción, para entonces rebautizada LTS, adquiriría un perfil políti-

co propio.

XIV

LA ERA DE LA ESCISIÓN PERMANENTE

(1991-1998)

La aparición del neo-cardanismo a la izquierda de la política

burguesa mexicana coincidió en el tiempo con la desaparición

de la Unión Soviética y el bloque “socialista” de Europa

Oriental. Millones de trabajadores, intelectuales y jóvenes de

todo el mundo aceptaron la propaganda imperialista de que

176

Boletín de la FT y el GEM Del morenismo al trotskismo—

La cuestión rusa a quemarropa (junio de 1990)

aquello era “la muerte del comunismo”. Esto marcó el

mayor punto de quiebre en la historia de la izquierda mundial

desde la Revolución de Octubre, y tuvo un poderoso efecto

desmoralizador y desorganizador del movimiento marxista en

todas su variantes. Si a la Revolución de Rusa de 1917 habían

seguido años de ascenso revolucionario expresado en la reali-

dad concreta de cada país, a la contrarrevolución siguieron

años de reacción y desorganización de la izquierda, incluyen-

do al trotskismo, que también se expresó en las distintas reali-

dades nacionales.

Con pocas excepciones, sin embargo, el movimiento

trotskista en un primer momento se negó a reconocer en ello

una derrota y de hecho celebró el contragolpe de Boris Yeltsin

que marcaba la caída de la URSS. Naturalmente, nadie fue tan

lejos en este sentido como la tendencia morenista, que desde

principios de los ochenta se caracterizaba por una marcada

estalinofobia. Para esta tendencia, el proceso de desintegración

del bloque soviético había significado “la derrota histórica del

frente conrtrarrevolucionario mundial”177

, y saludó el contra-

golpe de Yeltsin de 1991 que culminó la destrucción de la

URSS como “la Revolución de Agosto”.

Pero esta posición no fue de ningún modo única de los

morenistas. También la prensa internacional del Secretariado

Unificado llamó a “luchar a lado de Yeltsin”. En México,

Aguilar Mora, por ejemplo, escribió desde Sonora un artículo

en septiembre de 1991 sobre el contra golpe de Yeltsin al que

tituló elogiosamente “Tres días que siguen conmoviendo al

mundo”.178

Sin embargo, por debajo de las fanfarrias, en la

práctica concreta se fue imponiendo una realidad cada vez más

oscura.

La profunda crisis a la que entró el PRT a partir de 1988,

se vio agravada en 1991 por los pobres resultados que obtuvo

en las elecciones legislativas. Como hemos visto, el partido

desapreció de las manifestaciones de la izquierda y su prensa

se volvió cada vez más infrecuente (entre junio de 1990 y

diciembre de 1991 Bandera Socialista apareció una sola vez).

Habiendo perdido la costumbre de contar con las cuotas de los

militantes, el partido había llegado a depender enteramente en

los subsidios electorales, que ahora desaparecían.

El colapso organizativo estuvo acompañado de una pro-

funda crisis política. A este nivel, la desbandada perretista

tuvo dos grandes expresiones. En primer lugar, entre los acti-

vistas del movimiento “de masas” nació una marcada tenden-

cia a depender de los programas sociales del salinismo (como

PRONASOL) que llevó a una actitud de colaboración abierta con

el gobierno. Esta tendencia fue ejemplificada por la actuación

de la regional de Colima de entre 1988 y 1992, a la que la

propia dirección del partido acusaba de hacer parecer al PRT un

partido “palero del gobierno”, y por la participación del diri-

gente campesino Margarito Montes (el mismo que en el 79

había sido caracterizado como “ultraizquierdista”) en el “Ma-

nifiesto Campesino” del gobierno de Carlos Salinas, un docu-

mento en el que se avalaba la reforma constitucional que per-

mitía la compra de ejidos, revirtiendo con ello una conquista

histórica de la Revolución Mexicana, lo que naturalmente

produjo un escándalo dentro de la izquierda.179

Montes salió

177

Correo Internacional, junio de 1990 178

Bandera Socialista, 2 de septiembre de 1991 179

Espartaco No 4 “PRT: el oportunismo devora a sus hijos”

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50

50

del PRT inmediatamente y terminó por convertirse en un líder

campesino del PRI, con toda la corrupción y el gangsterismo

que eso implicaba.

En segundo lugar, inmediatamente tras la firma del “Ma-

nifiesto” salinista, estalló una escisión en el seno mismo de la

tendencia dirigente, partiéndola por la mitad. Una vez más, la

razón era la decadencia del partido tras la pérdida del registro

y la enorme presión de unirse al neo-cardenismo. Edgard Sán-

chez, el gigante barbón de aspecto bondadoso y lentes oscuros,

argumentó que había que seguir solicitando fondos estatales

aun cuando ya no se tuviera registro, cosa que el Estado mexi-

cano permitía e incluso favorecía mediante cierta combinación

de maniobras semi-legales. Ante el rechazo de la mayoría del

partido, Sánchez se alió con el antropólogo Héctor Díaz Po-

lanco y algunas figuras del aparato “feminista” del partido

(como Nellys Palomo y Patria Jiménez) y juntos decidieron

salir de la perplejidad e impulsaron una orientación más enér-

gica al PRD, rompiendo de hecho con la mayoría de la organi-

zación, pero sin abandonar el nombre “PRT”. Para las eleccio-

nes del 94, Sánchez obtendría una diputación bajo la planilla

del PRD, lo mismo que tres años después lograría Patria Jimé-

nez, que de este modo llegó a ser la primera legisladora mexi-

cana elegida sobre la base de su activismo en el movimiento

homosexual.

Mientras tanto, el resto del partido, dirigido por Sergio

Rodríguez Lascano, Lucinda Nava, y Héctor de la Cueva pre-

firió mantenerse a la expectativa, tratando de apegarse a los

principios del PRT. Sin embargo, la presión del cardenismo era

tal que también esta ala terminó por ceder, y el 19 de septiem-

bre de 1993 proclamó que se unía a la campaña del PRD para

las elecciones del próximo año. El siguiente número de Ban-

dera Socialista salió con el encabezado: “¡Muera el PRI! ¡Cár-

denas presidente!”.180

Hasta ahí llegó la existencia indepen-

diente del PRT como organización socialista. El partido tenía la

esperanza de corregir la posición autónoma que en las eleccio-

nes del ‘88 lo había aislado de un gigantesco movimiento de

masas, pero ya era demasiado tarde. Esta vez el cardenismo ya

no movilizaría, ni remotamente, el mismo grado de apoyo

popular.

Poco después, en medio de una crisis partidista cada vez

más profunda, Rodríguez Lascano fue retirado del Comité

Político del partido acusado de turbios manejos financieros.

Desde Sonora, Aguilar Mora exigía su expulsión del partido.

El primero de enero de 1994 salió a la luz pública con

gran estruendo la guerrilla neo-zapatista del EZLN, con un

discurso radical pero no marxista que ejercía un fuerte atracti-

vo en la nueva generación de activistas juveniles. Fue la pri-

mera rebelión popular del periodo postsoviético y se convirtió

en el único polo de radicalización masiva de la época, por lo

que naturalmente alteró una vez más el campo de gravitación

en el que se movía la izquierda mexicana. Ese mismo enero, el

Bandera Socialista apareció con una declaración del Comité

Político del PRT en solidaridad con los zapatistas, y la repro-

ducción de un comunicado del EZLN. Como el partido se había

sumado a la campaña del PRD, en la contraportada de ese mis-

mo número aparecía la declaración de Cuauhtémoc Cárdenas

sobre el levantamiento zapatista, en la que justificaba el esta-

180

La Jornada, 19 de septiembre de 1993 y Bandera Socialis-

ta octubre de 1993

llido pero también llamaba a evitar que se repitiera en otras

partes del país y subrayaba que sólo las elecciones podían

llevar a un cambio positivo. Ni la declaración de Cárdenas ni

la del PRT llamaban por el retiro del ejército de Chiapas.181

Fue Rodríguez Lascano, recién caído en desgracia, quien

en los siguientes meses propuso una salida a la crisis del PRT:

la disolución total del partido en el movimiento neo zapatista.

Mediante la persona de Rosario Ibarra, antigua candidata pre-

sidencial del PRT, Rodríguez Lascano había entrado en contac-

to con la Comandancia del EZLN y estaba en posición de su-

perar su propia crisis personal de autoridad convirtiéndose en

el principal promotor de la nueva orientación zapatista.

Así pues, el PRT, tradicionalmente acostumbrado a prome-

ter la fusión con “nuevas vanguardias de masas”, vio en esto la

oportunidad de cumplir su palabra y se dedicó a asesorar a los

zapatistas. Para ello, esta corriente abandonó el nombre de PRT

al grupo de Sánchez y con él la “etiqueta” de trotskista, de

marxista y de revolucionario, adoptando brevemente el nom-

bre transitorio de “Democracia Radical”. Para 1996, este gru-

po ayudaría a fundar el FZLN. Rodríguez Lascano habría de

convertirse en el director de la publicación zapatista Rebeldía.

Por su parte, el ala de Edgard Sánchez y Héctor Díaz Po-

lanco mantuvo sus vínculos organizativos y su perfil político

trotskista en estado semi-latente, para lo que fundó en no-

viembre de 1996 una organización paralela a su PRT, llamada

Convergencia Socialista, incluyendo también un puñado de

antiguos lombardistas. El evento tuvo lugar lejos de todo cen-

tro urbano o industrial, en el municipio indígena guerrerense

de Copalillo. El trotskismo latente de Convergencia Socialista

no impidió que el ex diputado Sánchez se mantuviera adherido

al PRD, gracias a lo cual, cuando Cuauhtémoc Cárdenas obtuvo

la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal en 1997, fue nom-

brado sub-delegado gubernamental en la delegación Benito

Juárez. Por su parte, Héctor Díaz Polanco se convirtió en di-

rector de la revista Memoria, heredera de los archivos del

antiguo Partido Comunista y órgano extraoficial de la izquier-

da perredista.

Sin embargo, no todos los dirigentes del PRT aceptaron la

renunciar a su vieja independencia política como socialistas.

En 1996 Manuel Aguilar Mora regresó de Hermosillo, y al

encontrar a su partido disuelto en el zapatismo no marxista,

decidió separarse para formar una nueva organización inde-

pendiente, reuniéndose con algunos viejos cuadros remanentes

de la izquierda no trotskista que tampoco aceptaron disolverse

en el PRD. Sin embargo, con la muerte de su prestigioso maes-

tro y amigo Ernest Mandel a principios de 1995, Aguilar Mora

perdió una buena parte de la autoridad de que gozaba entre sus

colaboradores y su nueva organización, llamada Liga de Uni-

dad Socialista (LUS), atrajo sólo a un puñado de sus antiguos

partidarios, entre ellos al académico clasicista Ricardo Martí-

nez Lacy y a Emilio B. Amaya,182

que entonces era activista

sindical del PRT y uno de los principales impulsores de la lla-

mada “Intersindical primero de mayo”. Curiosamente, pese a

su pequeño tamaño, la LUS reunió a veteranos militantes de

muchas de las corrientes trotskistas que conformaban al PRT,

como a los antiguos “febelos” Jaime González e Ismael Con-

treras, el antiguo lambertista Francisco Jiménez, e incluso al

181

Bandera Socialista, enero de 1994 182

Amaya falleció tres años después, en 1999

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51

51

veterano trotskista Félix Ibarra, que para entonces tenía 83

años, en calidad de miembro honorario. Como su nombre lo

indica, la LUS estuvo animada desde el principio por un ánimo

de conciliación entre todas las tendencias que se hubieran

negado a entrar en el PRD

Con Aguilar Mora a la cabeza, el grupo publicó su propia

revista, titulada Umbral, que habría de sobrevivir en adelante.

Para este punto, el Secretariado Unificado, ya sin Mandel,

tenía poco interés en darle su endoso a un grupo tan pequeño,

y prefirió conceder, salomónicamente, el estatus de secciones

“simpatizantes” tanto a Convergencia Socialista de Edgard

Sánchez como a la LUS. Esta última mantuvo una relación

especialmente estrecha con los mandeistas estadounidenses en

torno a Jeff Mackler que en 1983 se habían separado del SWP

ex trotskista de Jack Barnes en la costa Oeste para formar el

grupo Socialist Action, reivindicando una política más cercana

a la que históricamente había animado al SWP.

Pero regresemos a México y veamos lo que ocurrió en la

tendencia morenista en ese mismo periodo.

Durante la campaña electoral legislativa de 1991, el parti-

do morenista oficial, entonces llamado PTZ, llamó a no votar e

incluso denunció el electoralismo del PRT. Ésta era una posi-

ción izquierdista inusitada en la tendencia que por años había

estado fustigando al PRT por no ocuparse lo suficiente de cues-

tiones electorales.183

Tal vez por eso, tres de los principales

dirigentes morenistas (el ex secretario general del partido,

Mariano Elías; el dirigente de la UVyD, Alejandro Varas; y

Graciela Minjares, activista de los derechos humanos y anti-

gua compañera de un guerrillero desaparecido), se opusieron a

la abstención y negociaron con la dirección del PTZ la posibili-

dad de sacar un órgano propio con una línea electoral contraria

al abstencionismo de su partido.

Así el PTZ de Cuauhtémoc Ruiz se vio forzado a permitir

que estos disidentes electoralistas publicaran un periódico

propio, que contradijera la línea abstencionista oficial del

partido e impulsara las candidaturas de sus tres dirigentes

como parte de la planilla parlamentaria del PRT. El título que

Elías y su grupo escogieron para darse a conocer públicamente

fue nada menos que “Frente del Pueblo”,184

y el título de su

periódico fue De frente. Pese a la publicación de dos órganos

paralelos, las diferencias políticas entre la mayoría del PTZ,

dirigida por Cuauhtémoc Ruiz, y la nueva tendencia nunca

aparecieron en la prensa pública de ninguno de los dos grupos,

ya que, según fue pactado, ambos seguirían formando parte

del partido.

Sin embargo, en agosto de 1991 –un mes después de las

elecciones que tan pobres resultados trajeron a todos los trots-

183

No todas las críticas de los morenistas a la campaña del

PRT venían desde la izquierda. El PTZ también criticó el que

los mandelistas postularan como candidatos a activistas de

minorías sexuales controvertidas, supuestamente por estar esto

contrapuesto a un partido del proletariado. 184

El nombre le venía de un “frente” organizado por el MAS

argentino. Sin embargo, hasta ese momento, el término “frente

popular” o “frente del pueblo” significaba para la cultura polí-

tica trotskista un símbolo de la peor traición estalinista, de

acuerdo a la valoración que enfáticamente hizo en su época el

propio Trotsky. Para entonces, en al campo morenista esa

cultura política se encontraba claramente erosionada.

kistas que en ellas participaron-- el frágil acuerdo estalló, la

escisión fue formalizada y el partido se dividió casi por la

mitad. El grupo escindido, incluyendo también al académico

Raúl J. Lescas, mantuvo al “Frente del Pueblo” como una

organización amplia y fundó con el núcleo central de sus cua-

dros una nueva organización morenista, llamada Unidad Obre-

ra y Socialista, o ¡UníoS!, también con su propio periódico,

llamado Al Socialismo.

Al poco tiempo la nueva organización entró en contacto

con el MST argentino,185

que a su vez se había escindido del

MAS morenista partiéndolo por la mitad. Dado que la organi-

zación internacional morenista, la LIT, endosó a los grupos

mayoritarios de México y Argentina, en 1992 ¡UníoS! y el

MST argentino decidieron fundar junto con otros grupos afines

su propia “Internacional”, bautizada Corriente Internacional

Revolucionaria (CIR), reivindicando plenamente la herencia

del morenismo.186

Característicamente, el manifiesto de fun-

dación de la CIR, fechado el mismo año en que culminó la

destrucción del bloque soviético y cuando las fuerzas de la

izquierda mundial entraban en la peor crisis de la historia,

comenzaba afirmando: “Nos hallamos ante el mayor auge

revolucionario que vivió nunca la humanidad”.187

En realidad, ambos lados de la escisión habían heredado

un aspecto del legado del morenismo, aspectos que Moreno

había podido conciliar mientras vivía pero que en la nueva

realidad histórica resultaban incompatibles. El veterano diri-

gente Mariano Elías y su grupo encarnaban en México la habi-

lidad táctica y la flexibilidad pragmática que habían caracteri-

zado al morenismo histórico, especialmente en cuanto al apro-

vechamiento de coyunturas electorales, característica que

heredaron también sus aliados argentinos del MST. Por su

parte, Cuahtémoc Ruiz, un líder de consolidación más recien-

te, y lo que quedó del PTZ mexicano (y el MAS argentino),

representaban la identidad ideológica y doctrinal del morenis-

mo como se estabilizó en los años ochenta específicamente,

marcada en particular por una hostilidad a todo lo que oliera

remotamente a estalinismo. Si Ruiz representaba la doctrina

específica a la que había llegado Moreno al momento de su

muerte; Elías representaba su metodología orgánica.

Así, en las elecciones de 1994 ¡UníoS! apoyó, al igual que

el PRT, la candidatura de Cárdenas, mientras que el partido

morenista oficial llamó a anular el voto marcando la boleta

con las siglas del EZLN.

Poco después de esta escisión, el PTZ retomó su viejo

nombre, POS (conservando por un par de años la palabra “Za-

patista” tras un guión: “POS-Z”) y su viejo emblema del puño.

Esto obligó al “otro” POS, la pequeña y joven organización

185

El “Movimiento Socialista de los Trabajadores”, dirigido

por el líder morenista Luis Zamora, se separó del MAS argen-

tino en abril de 1992 con unos 2 mil militantes. Este grupo

enfatizaba la tradición morenista de flexibilidad en cuanto a

coaliciones electorales (por ejemplo con el PC) por sobre la

estalinifobia doctrinaria y también morenista del resto del

MAS. 186

La nueva tendencia se convirtió en la principal editorial de

los escritos de Moreno. 187

“La liquidación de la LIT (1992)”, en N. Moreno, El inter-

nacionalismo y las internacionales, Ediciones Uníos, México

1997

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52

52

dirigida por Mario Caballero, a cambiar su nombre por el de

Liga de Trabajadores por el Socialismo (LTS), en línea con el

nombre de sus aliados argentinos y un tanto más de acuerdo

con el tamaño reducido de su organización. Su periódico tam-

bién cambió de nombre, de Alternativa Socialista a Estrategia

Obrera.

Ese mismo año apreció en México el periódico Rojo y

Negro, un órgano de la escisión internacional del Militante

originada en 1991 y dirigida por el británico Peter Taaffe, el

Comité por una Internacional Obrera (CIO). Este nuevo perió-

dico, que se oponía al eterno entrismo de Militante en el PRD,

sólo llegó a publicar un par de números, pero el CIO continuó

teniendo una presencia latente en México mediante las estan-

cias en el país de cuadros internacionales, publicando ocasio-

nalmente materiales conjuntos con los morenistas de ¡UníoS!.

En 2001 apareció otra publicación taafista mexicana, Oposi-

ción Socialista, editada por Carlos Estrada, pero ésta tampoco

estaba destinada a durar más de un par de números.

En este periodo de desafíos inusitados y reajustes en el

panorama mundial y nacional, prácticamente ningún ala del

trotskismo mexicano se salvó de las escisiones. En general,

una escisión política no se explica por que un puñado de mili-

tantes traicionen de un día para otro sus viejas lealtades, en un

contexto social neutro, como a veces lo hacen parecer las

polémicas; en cambio, suele ser el mundo exterior el que se

altera. Así, en las circunstancias nuevas, las personalidades

políticas que antes convivían indiferenciadas en la misma

organización, se ven de pronto ubicadas en campos hostiles

entre sí. Cada bando se considera a sí mismo el heredero histó-

rico de la vieja formación y ve en la actitud del otro una trai-

ción inusitada e inexplicable. Independientemente de que un

bando acierte y el otro se equivoque, las razones del estallido

suelen encontrarse en los cambios del mundo exterior, no en el

aguante o la fibra moral intrínseca de unos o de otros. Las

escisiones no ocurren nunca en el vacío, ni en las condiciones

químicamente puras de un laboratorio, sino en la realidad

histórica y cambiante de la lucha social.

Ése fue el caso incluso de la pequeña y políticamente ho-

mogénea organización espartaquista, que al menos al exterior

proyectaba una imagen de unidad interna monolítica. Para

1995, el GEM había logrado reclutar a un pequeño pero sólido

núcleo de militantes, lo que a su vez le permitió aprovechar la

ola de radicalización juvenil originada con el levantamiento

zapatista, y ese año fundó su propia organización juvenil: la

Juventud Espartaquista. Así, a los cuadros internacionales que

fundaron el grupo se habían sumado no sólo los dirigentes

exmorentistas, sino también un par de jóvenes cuadros partida-

rios reclutados individualmente y una docena de jóvenes mili-

tantes de la Juventud. Sin embargo, cuando el grupo parecía en

su mejor momento, la escisión estalló.

En el verano 1996, Negrete, que hasta entonces había sido

el dirigente central del GEM desde su fundación en 1989-90, se

hizo expulsar de la tendencia espartaquista al adherirse a una

pequeña escisión internacional dirigida por Jan Norden, que

hasta entonces había sido uno de los dirigentes de la sección

estadounidense.

El catalizador de la ruptura de Negrete pudo haber sido su

situación personal dentro de la tendencia espartaquista. Meses

antes, en una reunión del 14 de abril, Negrete había sido aisla-

do dentro del grupo mexicano, acusado de caudillista por la

dirección internacional de la tendencia. Su compañera ha-

bía sido expulsada poco después, por declaraciones abierta-

mente hostiles a la organización. Enfrentado con la dirigencia

de la LCI y su sección mexicana, no tuvo nada de raro que

Negrete prefiriera sumarse al pequeño grupo de Norden, en el

que tenía asegurado un puesto dirigente. Así, tras sus respecti-

vas expulsiones, Negrete y su pareja se quedaron en Estados

Unidos para codirigir con Jan Norden una nueva corriente

trotskista, que adoptó el nombre de Internationalist Group, o

Grupo Internacionalista (GI). Por su parte, el resto del GEM no

siguió a su viejo dirigente y se mantuvo fiel a la tendencia

internacional, la LCI.

Un par de meses después, sin embargo, el estudiante de

filosofía Alberto Fonseca y otro joven militante fueron expul-

sados del GEM por declarar que preferían colaborar con su

antiguo dirigente, Negrete, y con su grupo, e inmediatamente

procedieron a establecer una filial mexicana del GI.

Tras la salida de Negrete y su pareja, la dirección del GEM

había quedado conformada en torno a los ex morenistas Ge-

rardo Vega y Humberto Herrera, cuadros de mucha experien-

cia en la política trotskista mexicana pero relativamente poca

en la corriente espartaquista. Si bien sólo cuatro militantes del

GEM se habían unido a la nueva tendencia (y sólo dos en Mé-

xico), varios otros de entre los jóvenes recién reclutados aban-

donaron la militancia en esa época y el grupo volvió a verse

reducido a una decena de militantes, casi todos con poca o

ninguna experiencia política previa.

Pero si el grupo espartaquista oficial enfrentó una situa-

ción difícil tras la escisión, las cosas fueron aun perores para el

nuevo “grupo” nordenista mexicano, que quedó integrado

prácticamente por un solo cuadro, Fonseca, que entonces con-

taba con unos 20 años. Pero esto no lo desanimó y desplegan-

do una gran energía empezó a publicar y distribuir su propia

publicación, El Internacionalista, y pronto empezó a reclutar

colaboradores, especialmente en la Facultad de Ciencias.

Por su parte, con la ayuda de su tendencia internacional,

la LCI, el GEM también siguió creciendo y reconstruyéndose

poco a poco188

y continuó publicando Espartaco unas tres

veces por año.

Ambos grupos provenían de una misma tradición y com-

partían la misma cultura política, marcadamente diferenciada

del resto del movimiento trotskista, por lo que el tono de su

propaganda siguió siendo relativamente parecido. Para ser

precisos, el pronunciado movimiento a la derecha del resto del

trotskismo así lo hacía sonar. Sin embargo, de manera poco

común, las diferencias entre ambas organizaciones fueron

hechas públicas en gran detalle y con gran estrépito en una

gran cantidad de extensas polémicas, siempre con el estilo

virulento del espartaquismo. En ausencia de una base de mili-

tancia capaz de generar verdadera influencia, las razones de la

escisión habían sido muy estrictamente ideológicas. Para re-

sumir en pocas palabras el contenido de las diferencias, el GI

sostenía que la conciencia del proletariado mundial no había

descendido fundamentalmente, y que la tarea de los revolucio-

narios era, tal como en la época de la Guerra Fría, actuar para

conseguir la dirección del movimiento obrero; el no hacerlo

era derrotista y abstencionista.

188

Por ejemplo, en diciembre de 1996 la JE reclutó al autor de

este trabajo.

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53

53

El GEM y el resto de la LCI, menos optimistas, argumenta-

ban que la caída de la URSS había producido un retroceso cua-

litativo en la mentalidad de las masas, por lo que era necesario

no sólo capturar su dirección, sino en primer lugar cambiar su

conciencia misma, y sólo mediante un paciente proceso de

propaganda se podía aspirar a la dirección del proletariado;

tratar de ganar la dirección de otro modo requeriría rebajar el

programa y sería oportunista.

En las instancias donde los fundadores del GI intentaron

poner en práctica su línea mediante una orientación fallida a

los ex estalinistas (Alemania) y la unificación con un grupo

sindical radicalizado (Brasil), los espartaquistas los acusaron

de oportunistas. Si bien en el caso de Alemania Norden no

logró nada, en Brasil sí logró conservar la adhesión del grupo

en la pequeña ciudad de Volta Redonda. Para su desgracia,

este grupo venía de una tradición estrechamente sindical, y en

la lucha por mantener el control del sindicato de trabajadores

municipales recurrió en eses meses a demandar a la organiza-

ción obrera, algo totalmente proscrito por los principios de ls

política trotskista. Cuando la demanda salió a la luz, meses el

grupo de Norden eligió ocultarla y justificarla. Una organiza-

ción internacional más grande y más estable políticamente

hubiera podido escindir al grupo brasileño quedándose sólo

con los elementos que repudiaran la demanda –por pocos que

fueran--, para ayudarlos fuertemente y construir una sección

brasileña, pero la pequeña y recién nacida “Internacional” de

Norden no podía darse ese lujo y tuvo que elegir entre perder a

sus nuevos aliados (lo que hubiera significado darle la razón

retrospectivamente a los espartaquistas) o comprometerse

incondicionalmente con ellos. Siendo Brasil el ejemplo de la

actitud ideológica que había justificado su escisión, los parti-

dario de Norden eligieron lo segundo, y convirtieron el caso

de Brasil en un modelo para su trabajo internacional suvsi-

guiente.

También en México, el desacuerdo básico respecto a la

conciencia de la clase obrera se reflejó en diversas cuestiones,

como la del PRD, al que el GI caracterizaba como un “frente

popular”, y el GEM simplemente como un partido nacionalista

burgués; o los sindicatos corporativistas, a los que el GI atri-

buía una naturaleza de clase burguesa y distinta a los sindica-

tos “independientes”, leales al PRD, a diferencia del GEM, que

seguía orientándose a las bases de todos los sindicatos. En

última instancia, estas diferencias se basaban en apreciaciones

distintas de la conciencia de la clase obrera y por lo tanto

de los obstáculos a superar por parte de los trotskistas.

El ciclo de rupturas no se detuvo ahí, y de hecho se fue

volviendo más oscuro y tortuoso. En 1997, ¡UníoS!, la esci-

sión electoralista del morenismo, se escindió a su vez, origi-

nándose la Unión de la Clase Trabajadora (UCLAT), que publi-

có su propio periódico, Opinión Socialista editado por Blanca

Estela Lujano. Las diferencias que llevaron a la separación con

¡UníoS! nunca fueron hechas públicas, así que sólo podemos

constatar un pronunciado cambio en cuanto a símbolos: En

vez de la vieja consigna marxista “¡uníos!” sobre fondo rojo,

el emblema de la nueva organización era nada menos que la

silueta del territorio nacional, una adopción explícita del na-

cionalismo que rompía agudamente con los valores del trots-

kismo tradicional. Internacionalmente, la UCLAT también con-

servó vínculos con el MST argentino y su corriente internacio-

nal, la CIR.

Para acabar de complicar las cosas, ese mismo año de

1997, un grupo de jóvenes llamado Liga de los Comunistas

apareció en la Ciudad de México reivindicando el programa de

transición y la revolución permanente. Poco después la Liga

desapareció tan misteriosamente como había aparecido. Algu-

nos de sus cuadros se dedicaron después al activismo estudian-

til en el colectivo “André Bretón” y la publicación No te abu-

rras, todavía con cierta adherencia ideológica al trotskismo.

Recapitulando, si al final de 1987 el movimiento trotskista

en México, capaz de movilizar a varios miles de militantes,

estaba dividido en sólo dos organizaciones ideológicamente

bien definidas (el PRT y el PTZ morenista), diez años después,

mucho más reducido (capaz de movilizar alrededor de un par

de centenares de militantes, cuando mucho), estaba dividido

en doce organizaciones. Este proceso de profunda atomización

organizativa es una medida del impacto que tuvieron en la

izquierda los cambios que sacudieron a México y al mundo en

esos años, en particular la destrucción del bloque soviético y el

surgimiento del neo-cardenismo y el neo-zapatismo en Méxi-

co.

XV

EN DEFENSA DE LA HUELGA

(1997-2000)

En el curso de los años noventa, la LTS y su mentor internacional, el PTS, fueron rompiendo cada vez más explícitamente con

la tradición teórica del morenismo ortodoxo para adoptar enfoques más izquierdistas, aunque sin dejar de reivindicar la mayor

parte de sus posiciones históricas concretas. Esta evolución fue la base política que permitió a la pequeña organización de

Mario Caballero salir de su aislamiento. En 1997 y 98, dos grupos estudiantiles pequeños pero dinámicos se acercaron a la

LTS, reforzando con ello su evolución ideológica independiente. El primero de estos colectivos estudiantiles era la Juventud

de Izquierda Socialista (JIS), conformada por estudiantes radicalizados de la ENEP Acatlán en torno a Sandra Romero. La

segunda era la agrupación ContraCorriente, fundada por jóvenes estudiantes del primer semestre de la facultad de derecho

interesados en el trotskismo, entre ellos Eric Hurtado.

Ambas agrupaciones publicaban sus modestas revistas mimeografiadas. Es dudoso que estos jóvenes reclutas supieran

hasta qué punto la LTS estaba necesitada de la transfusión de sangre nueva que ellos representaban, sin la que difícilmente

hubiera podido sobrevivir.

Aunque las dos organizaciones juveniles eran numéricamente pequeñas, su incorporación permitió a la LTS una participa-

ción importante en la cada vez más radical huelga estudiantil de 1999-2000, participación que se traduciría en un relativo

crecimiento.

En abril de 1999, los estudiantes de la UNAM iniciaron una huelga en contra de los planes del rector Francisco Barnés de

aumentar las cuotas (que hasta entonces habían sido simbólicas) y así elitizar la educación superior. Los huelguistas constitu-

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yeron el Consejo General de Huelga (CGH) y formularon un pliego de 6 demandas democratizadoras que iban más allá de la

defensa contra el alza de cuotas.

La huelga sólo se levantaría diez meses después, cuando la Policía Federal Preventiva ocupó el campus y encarceló a

cerca de 700 estudiantes reunidos en asamblea. Para entonces, sin embargo, el rector Barnés ya había sido depuesto y el pro-

yecto de alza de cuotas definitivamente abandonado. La huelga estudiantil fue la lucha social más importante desde el levan-

tamiento zapatista de 1994 y, a diferencia de éste, ocurrió en un contexto urbano y en contacto directo con la clase obrera.

El recuerdo colectivo de la huelga del 86 y sus frustrantes secuelas, en las que las conquistas del movimiento habían sido

vendidas por los dirigentes, ponía a los huelguistas en guardia contra los aspirantes a líderes moderados. Cuando en el verano

del 99 los cuadros estudiantiles del PRD llamaron a levantar la huelga, las asambleas del CGH rápidamente los aislaron y ex-

pulsaron. Cuando el gobierno perredista de la Ciudad de México reprimió una manifestación estudiantil en agosto (la primera

de muchas), la ruptura se hizo irreconciliable. Por eso ya nadie se sorprendió cuando, ya en enero de 2000, varios dirigentes

perredistas (incluyendo a la jefa de gobierno Rosario Robles, antigua maoísta e impulsora del MAS) apoyaron el plebiscito

impulsado por el rector De la Fuente, con el que se buscó legitimar el aplastamiento militar de la huelga en febrero.189

Perdido el apoyo del PRD, la condena del CGH por parte de los medios masivos de comunicación se hizo unánime. El tér-

mino “ultra”, originado en la izquierda moderada, se puso de moda hasta en la prensa derechista para atacar a los huelguistas,

ejemplificados por Alejandro Echevarría, el Mosh, uno de tantos militantes estudiantiles a quien los medios habían escogido

como el blanco simbólico de su santa ira. De hecho, el apoyo que la huelga había logrado en varios sindicatos (como el SME)

se fue perdiendo y el movimiento de fue extendiendo en un contexto de profundo asilamiento social.

Ante este ambiente de rechazo generalizado, el POS morenista, que en un principio había participado en la dirección de la

huelga como parte de un Bloque Universitario de Izquierda, también llamó a levantar la huelga en el mes de agosto y al ser

rechazado se sumó a la histeria contra los “ultras”. Así, por ejemplo, en una entrevista conjunta para la revista Proceso,190

el

dirigente estudiantil del POS Francisco Cruz Retama (más tarde apodado Pancho Pos) y el dirigente central del partido,

Cuauhtémoc Ruiz, no sólo denunciaron al Mosh y a los “ultras”, sino que afirmaron que el trotskismo había surgido como una

oposición democrática desde la derecha al “ultraizquierdismo” de Stalin (haciendo referencia al episodio del “tercer periodo”

estalinista).

En realidad, los métodos y la violencia estalinista estaban, según el análisis histórico de Trotsky, al servicio de privile-

gios burocráticos y de un programa concomitante de coexistencia con el orden capitalista mundial, que en los países neocolo-

niales adquiría la forma de la colaboración con la “burguesía progresista”. Por eso el trotskismo siempre se opuso a Stalin

desde la izquierda. Ninguno de los elementos enunciados tenía nada que ver con los errores de la dirigencia del movimiento

estudiantil y la acusación de “estalinista” al CGH no tenía mucha base.

El hecho es que lo único que consiguió el POS con esto fue aislarse de la nueva ola de radicalización juvenil. Cruz Reta-

ma, que hasta entonces había sido un activista popular en la facultad de Economía, fue inmediatamente estigmatizado como

“vendido” en el medio de los estudiantes radicales.

Por su parte, la LTS aprovechó los jóvenes que había reclutado de la JIS y de ContraCorriente, así como el vacío dejado

por el POS, para convertirse en un polo radical organizado, con autoridad en un sector del CGH, presencia en muchas escuelas

e incluso el control de algunas, como la ENEP-Acatlán un campus al que los estudiantes dieron el curioso apodo de “Campo

Krusty”.191

En la facultad de Filosofía y Letras, la LTS logró reclutar a varios de sus futuros cuadros y voceros juveniles, como

Aldo Santos y Ximena Mendoza.

El 11 de diciembre del 99, en plena huelga, la LTS y el GI, que también estaba participando activamente en el movimien-

to, dirigieron una manifestación hacia la embajada de Estados Unidos en protesta contra la represión en ese país, movilizando

sobre todo a grupos anarquistas o semianarquistas del sector izquierdo del CGH. La manifestación fue reprimida por la policía

capitalina y varios de sus participantes arrestados, pero la LTS aprovechó su papel dirigente en ella e incluso publicó por un

breve tiempo un pequeño boletín fotocopiado titulado 11 de diciembre. Los espartaquistas del GEM, con su línea fuertemente

anti-perredista, se concentraron en la producción y distribución de propaganda polémica, con lo que lograron una amplia

audiencia y un modesto crecimiento.

Estos grupos ya no tenían que competir con el viejo Partido Comunista, pero en cambio sí con otras organizaciones iz-

quierdistas no trotskistas que participaban en la dirección de la huelga, como el PCM-ML (estalinistas de línea dura, seguidores

del líder albanés Enver Hoxa) y la corriente estudiantilista En Lucha de Pita Carrasco y Javier Fernández, originada en el 87

como el ala izquierda y semi-maoísta del CEU, pero que ahora se encontraba en el centro político del CGH.

Mientras tanto, en el margen derecho del espectro del trotskismo y muy lejos de las asambleas de la huelga, para ese pun-

to el PRT (Convergancia Socialista) seguía adentro del PRD y conservaba sus cargos públicos en el gobierno de la Ciudad de

México, fuera de lo cual apenas tenía existencia pública propia.

189

Por cierto, una pequeña fracción del PRD, representada por Adolfo Gilly y otros dirigentes del viejo MAS se opuso públi-

camente a estas medidas de hostilidad a la huelga, pero no llegó a romper con el partido. 190

Proceso No. 1182, junio del 1999 191

El apodo hacer referencia a un episodio de Los Simpson en el que el payaso Krusty patrocina un infernal campamento de

verano para niños. El apodo empezó por el juego de palabras entre Trosky y Krusty. Ver: Rosas, María, Plebeyas Batallas,

Era, México 2001.

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55

55

Por su parte, organizaciones de creación más reciente como la LUS, la UCLAT y los taaffistas de la efímera publicación

Oposición Socialista no tenían militantes dentro de la base estudiantil, por lo que su punto de referencia era el conjunto del

movimiento social (en ese punto mucho menos radicalizado que el movimiento universitario) y no veían con buenos ojos que

la huelga siguiera prolongándose en condiciones de aislamiento después del otoño de 1999. Así pues, se sumaron a las acusa-

ciones de “ultra” y de “estalinista” que hacía el POS contra la huelga, y los poquísimos estudiantes que ganaron en este perio-

do fueron atraídos a ellos sobre la base de la oposición a la continuación de la huelga.

Militante, por su parte, intentó mantener una cierta audiencia entre los estudiantes radicalizados mediante la creación de

un Comité en Defensa de la Educación Pública (CEDEP), pero su membresía en el odiado PRD lo hacia blanco fácil de la crítica

de sus oponentes de izquierda. No puede decirse, sin embargo, que Militante se haya aislado de la generación joven. En reali-

dad, con o sin CEDEP, la juventud del PRD siguió siendo su fuente principal de reclutamiento, y no necesitó ganarse a estudian-

tes huelguistas. En general, ninguna de estas organizaciones creció considerablemente, y algunas de ellas, como el POS, inclu-

so se redujeron y aislaron.

¡UníoS!, por su parte, trató de combinar la crítica desde la derecha con la participación en el movimiento. En la misma

entrevista de Proceso arriba citada, Raúl Lescas afirmó bromeando: “no somos ni ultras ni moderados, sino todo lo contra-

rio”. Era una buena descripción. El resultado fue que el núcleo de jóvenes que ¡UníoS! había ganado en CCH-sur, desgarrado

entre la presión de apoyar la huelga y la disciplina a la línea política de su partido, terminó por rebelarse contra su organiza-

ción “adulta” y abandonar toda pretensión de trotskismo en favor de un activismo estudiantil simple y llano.

Los lambertistas de la OST, demasiado centrados en el trabajo sindical conservador y cotidiano como para atraer a los es-

tudiantes huelguistas, impulsaron en cambio, con bastante éxito, una modesta publicación juvenil llamada Juventud Revolu-

ción con el mismo programa pero con un tono muchísimo más juvenil e izquierdista que El Trabajo. Como de costumbre, los

vínculos de esta publicación con la OST eran bien conocidos, pero no explícitos.

En otoño de 1999, el veterano dirigente del GEM, Humberto Herrera, fue secuestrado afuera de su local partidista y tortu-

rado por 24 horas con claros fines de intimidación política; ese mismo día, el famoso Mosh sufría la misma suerte. Pero la

represión apenas empezaba.

El 6 de febrero de 2000, la Policía Federal Preventiva ocupó el campus universitario y, tal como ocurrió en 1968, arrestó

a todos los activistas presentes, que en este caso sumaban más de 700, incluidos varios cuadros trotskistas. Una buena parte

de la militancia de grupos pequeños como la LTS y el GI fue arrestada entonces, si bien sólo por pocos días.192

La brigada del

Grupo Espartaquista se salvó de milagro, pues apenas iba llegando cuando la policía ya había entrado, de modo que los veci-

nos pudieron advirtiere lo que estaba pasando y los militantes pudieron huir. En realidad, sin embargo, el haber evitado el

arresto sólo produjo desconfianza entre los activistas, y en adelante fue usado en los ataques polémicos del GI.

Desde luego, toda la izquierda, incluso la que había sido hostil a la dirección de la huelga y a su prolongación (incluyen-

do a varios grupos trotskistas) se solidarizó con los huelguistas estudiantiles en el contexto de la represión. En esta ocasión,

las movilizaciones contra los encarcelamientos abarcaron incluso a gran parte del PRD.

UNA VEZ MÁS, LAS ELECCIONES

Inmediatamente después de la huelga estudiantil, el ciclo de seis años que marca la historia política de México volvió a

cerrarse y la izquierda mexicana tuvo que enfrentar una vez más el proceso electoral: las primeras elecciones en las que el PRI

sería derrotado, pero no por la izquierda, sino por el derechista PAN de Vicente Fox, con el PRD en un lejano tercer lugar.

De las organizaciones trotskistas existentes, esta vez el PRT (prácticamente disuelto en la forma de Convergencia Socia-

lista), ¡UníoS! y Militante hicieron explícito su apoyo electoral al PRD; mientras que la LTS, el GEM y el GI mantuvieron su

oposición histórica a participar de ningún modo en las elecciones, argumentando que ningún partido representaba los intere-

ses de la clase obrera.

El fenómeno más curioso de esa campaña fue sin embargo el bloque “electoral” del POS morenista y la LUS, postulando la

candidatura sin registro de Manuel Aguilar Mora para presidente. El bloque, bautizado “Coalición Socialista”, buscaba afir-

mar que era posible una candidatura proletaria independiente y pretendía resucitar la vieja alianza del PRT de finales de los

años setenta, en la que mandelistas y morenistas convivían unidos pese a sus diferencias.

Sin embargo, para el año 2000 ambas organizaciones eran completamente insignificantes en términos electorales, pues

ninguna de las dos gozaba de una audiencia masiva entre la juventud.

Desde el punto de vista de la historia del trotskismo, lo curioso de esta coalición es que Aguilar Mora, a quien ahora se

postulaba para presidente de México, era el mismo hombre a quien los morenistas habían venido acusando desde 1980 de

delatar a sus camaradas de la Brigada Simón Bolívar ante el gobierno sandinista de Nicaragua, sin haber retirado jamás tan

grave acusación. Desde luego, el tema de la BSB, lejos de ser públicamente clarificado, estuvo convenientemente ausente en

los documentos y declaraciones de la coalición. Aparentemente, el POS ya no tomaba en serio su propia acusación, y en todo

caso no podía darse el lujo de ser rencoroso.

La “coalición” no tuvo manera de contar los votos recibidos, pero con toda seguridad no fueron muchos.

192

Un pequeño núcleo de líderes estudiantiles fue retenido en prisión durante varios meses, pero entre ellos no se encontraba

ningún trotskista.

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Poco después de las elecciones, el POS rompió la coalición argumentando desde la izquierda la suavidad de la LUS con re-

lación al zapatismo. Sin embargo, esta postura izquierdista resultó ser una fachada efímera típicamente morenista: tras la

victoria electoral del derechista PAN en 2000, el POS festejó el hecho nada menos que como una “revolución democrática”,

desconcertando a sus ex compañeros de coalición, a los que, poco antes, por mucho menos que eso, había acusado de oportu-

nistas.

Tiempo después, para unas elecciones locales en Juchitán, Oaxaca (donde aun mantenía una cierta presencia), el POS se

jactó de competir contra el PRD, pero utilizó para ello el registro electoral nada menos que del Partido Verde Ecologista, un

partido burgués notoriamente derechista que participaba en la coalición que había llevado a Fox al gobierno.

Un par de años después, el POS se escindió una última vez, reflejando en México otra de las muchas escisiones del more-

nismo internacional. El grupo separado, afiliado formal a lo que quedaba de la LIT, publicó un periódico llamado Socialismo

Ahora, con Enrique Santamaría al frente de su consejo editorial. Como de costumbre, el nuevo periódico apenas explicó sus

propios orígenes y los únicos motivos hechos públicos de su escisión fueron los supuestos abusos burocráticos del POS con su

disidencia, sin explicar para nada cuáles eran las diferencias políticas o ideológicas sostenidas por esa disidencia. Aparente-

mente, el grupo escindido se había opuesto, entre otras cosas, al bloque oaxaqueño con el Partido Verde.193

RESULTADOS Y PERSPECTIVAS

El agotamiento del modelo económico nacional-desarrollista que caracterizó al régimen mexicano entre 1936 y 1982 y su

sustitución por el modelo neoliberal a mediados de los años ochenta tuvo su reflejo político en 2000, con el ascenso al go-

bierno de Vicente Fox y el intento de suplantar el bonapartismo tradicional (que requería un alto grado de control sobre la

clase obrera por medio de la represión, el corporativismo y las concesiones) con un régimen liberal de derecha indiferente a la

clase obrera y apoyado exclusivamente en la socialmente débil clase empresarial.

Por profundas razones estructurales, era un intento que no podía triunfar. Más aun, la llamada “desaceleración” de la

economía estadounidense coincidió en el tiempo con este proyecto y contribuyó a frustrar la apuesta que sacrificaba el mer-

cado interno en aras de un esperado aumento masivo de la inversión extranjera.

El fracaso de este intento, condicionado por la realidad social mexicana, marcó el primer sexenio del siglo XXI y abrió

nuevas posibilidades objetivas para la disidencia radical de izquierda.

Años antes, como hemos visto, la caída de la Unión Soviética significó un retroceso de las fuerzas de la izquierda marxis-

ta a escala mundial. En México, desde 1988 se abrió una época de reducción constante de la militancia en las organizaciones

trotskistas, especialmente debido a la aparición del neo-cardenismo y posteriormente el neo-zapatismo.

Con estos antecedentes, la situación nacional en el sexenio de Fox condicionó el principio de un reavivamiento de la ex-

trema izquierda, que, sin embargo, partía de la situación de marginalidad más extrema. Dentro del trotskismo, los pequeños

grupos de la franja izquierda (el GEM, el GI, y sobre todo la LTS), que habían aprovechado la huelga de la UNAM, lograron un

cierto crecimiento, al menos en términos relativos a su reducido tamaño, y mantuvieron su promedio de edad por debajo de

los 30. En 2004 el GEM incluso anunció la apertura de un local en Monterrey.

Para 2004, sin embargo, el movimiento estudiantil se encontraba en franca retirada, y en cambio sectores de la clase tra-

bajadora –como los empleados del IMSS— iniciaban una resistencia contra los planes de austeridad del gobierno: eran los

primeros frutos del intento de implantar en México una democracia-liberal no bonapartista basada exclusivamente en los

empresarios. Las posibilidades de llevar a cabo trabajo sindical volvían poco a poco a abrirse.

Esto no quiere decir que nuestros protagonistas estuvieran bien situados para enfrentar este desafío. Tras la huelga de la

UNAM, los militantes mayores de 30 años que seguían en las organizaciones de esta nueva izquierda independiente, y en parti-

cular de su ala trotskista, podían contarse con los dedos de las manos. Así, en virtud de su edad, la abrumadora mayoría de los

militantes de este periodo fueron formados en una época en la que las nociones teóricas y políticas del marxismo se habían

vuelto tan infrecuentes e inaccesibles que sólo podían encontrarse en versiones superficiales y vulgarizadas, lo cual no pudo

sino degradar su cultura política.

A ello también contribuye la ruptura generacional tajante entre los jóvenes militantes actuales y la experiencia práctica de

las generaciones anteriores. Esta circunstancia hizo el presente trabajo particularmente difícil, pero es posible que, a pesar de

sus limitaciones, también lo haga particularmente útil.

Al mismo tiempo, existe un problema estructural considerablemente más difícil de resolver. Las continuas crisis econó-

micas nacionales del último cuarto del siglo XX, seguidas de la “desaceleración” mundial de los primeros años del XXI con-

dicionaron que la industria nacional dejara de expandirse y de hecho empezara a contraerse drásticamente. Grandes plantas

industriales cerraron a finales de la década de los noventa e incluso los obreros calificados empezaron a tener problemas para

conservar sus empleos. Esto privó a toda una nueva generación de jóvenes --incluyendo a los militantes trotskistas-- de acce-

so a empleos industriales estables. Si los hijos de los obreros no pueden acceder fácilmente a los empleos de sus padres, mu-

cho menos los jóvenes universitarios recién llegados al mundo de la industria que conforman a estas organizaciones. Así, si

por su parte hubo esfuerzos de “industrializar” a sus cuadros, estos esfuerzos no rindieron muchos frutos. Actualmente, esta

dificultad amenaza la existencia misma de la nueva generación de organizaciones trotskistas.

Durante los primeros años del siglo XXI, el EZLN por su parte, se fue distanciando empíricamente del PRD y la política

cardenista, culminando con la Sexta Declaración de la Selva Lacandona de 2005, la primera vez que una alternativa política,

193

Según declaró al autor en 2002 un vendedor callejero de Socialismo ahora

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independiente de los partidos capitalistas, ocupaba un espacio de masas a escala nacional desde 1988, lo que planteó nuevos

retos a los grupos trotskistas, que una vez más reaccionaron de maneras diversas.

SÓLO EL PRESENTE

Los partidos y movimientos políticos de la izquierda suelen escribir su propia historia cuando han conquistado una base

numerosa y estable (si no es que el poder estatal), de manera que su relato, desarrollado en forma teleológica, concluye fre-

cuentemente en un final feliz y prometedor. Hay siempre la tentación de presentar el momento actual como “el fin de la histo-

ria”. Toda la historia anterior se presenta como la preparación consciente de ese final, que corresponde al estado de cosas

existente en el momento en que la historia se escribe.

Ese no es el caso de esta historia, que termina en un estado de desorganización y caos, con más desafíos futuros que lo-

gros en su haber. En el México de los primeros años del siglo XXI, con sus grandes partidos políticos y sus agudas competen-

cias electorales, el trotskismo parece un mero conjunto de ideas con un arraigo social muy endeble y sin ninguna encarnación

organizativa considerable, una sombra apenas, un fantasma.

Desde el punto de vista teleológico, la enorme cantidad de pensamiento y energía política desplegada por los hombres y

mujeres que protagonizaron esta historia podría parecer un intento fracasado de construir una organización de masas que sólo

sirvió para demostrar que sus “etiquetas” eran inadecuadas. Quien vea ésta lucha como un proceso lineal no puede sino ob-

servar que termina en fracaso. Probablemente, en retrospectiva, muchos de sus protagonistas la vean precisamente así.

Sin embargo, he preferido verla como la historia de un esfuerzo por darle una continuidad humana y viviente a las

ideas de Lenin y Trotsky, sobre el fondo de un mundo irracional, objetivo y cambiante; una continuidad que, pese a todo,

sigue existiendo encarnada en organizaciones activas y vivientes. Es ahí, y no sólo en los libros, donde las ideas del trotskis-

mo existen y se desarrollan. Conservar esa continuidad y sobrevivir en las condiciones de la época narrada no es un logro

pequeño de estos militantes, y gracias a ellos el viejo fantasma sigue (como en 1848) recorriendo el mundo. Si esta historia no

tiene un final feliz, es en primer lugar porque el final no ha llegado.

Este fracaso, esta situación caótica y marginal del trotskismo, se presenta ante este movimiento como su largamente es-

perado siglo XXI, como su “futuro”, y le exige que se rinda. Esperemos que pueda responder igual que un siglo atrás: “No: tú

eres sólo el presente”.194

--Invierno de 2005-06, México DF

194

Trotsky, “Acerca del siglo XX y muchos otros temas” (1901),citado en Deutcher, Isaac, Trotsky, el profeta armado.