los transparentes de ondjaki

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Lee, descarga y comparte un fragmento de Los transparentes, la nueva novela de Ondjaki. Conoce la literatura africana.

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Published by arrangement with Literarische Agentur Mertin Inh. Nicole Witt e. K., Frankfurt am Main, Germany.

Derechos reservaDos

© 2012 Ondjaki© 2014 Editorial Almadía S.C. Matriz: Avenida Independencia 1001-Altos Col. Centro, C.P. 68000 Oaxaca de Juárez, Oaxaca Dirección fiscal: Monterrey 153, Colonia Roma Norte, Delegación Cuauhtémoc, C.P. 06700, México, D.F. © 2014 De la traducción: Ana María García Iglesias

www.almadia.com.mxwww.facebook.com/editorialalmadia@Almadia_Edit

Primera edición: octubre de 2014

IsBN: 978-607-411-171-2

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento.

Impreso y hecho en México.

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ondjakilos transparentesTraducido por ana María García iGlesias

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para renata y para michel l

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acabó el tiempo de recordar

lloro al día siguiente

las cosas que debería llorar hoy

[de la nota arrugada de Odonato]

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–al menos dime de qué color es ese fuego…el Ciego habló dirigiéndose a la mano del muchacho

que le sujetaba el cuerpo por el brazo, ambos con el mie-do de permanecer quietos para no ser engullidos por las enormes lenguas de fuego que salían del suelo persi-guiendo el cielo de Luanda

–si supiera explicar el color del fuego, abuelo, sería un poeta de esos que dicen poemas

con la voz hipnotizada, el VendedorDeConchas acom-pañaba las tendencias de la temperatura y guiaba al Cie-go entre caminos más o menos seguros, por los que el agua, que chorreaba de las tuberías reventadas, hacía de pasillo para quien se atrevía a caminar entre la selva de llamaradas que el viento azotaba

–te pido a ti que mires porque tienes las vistas abier-tas. yo lo siento en la piel, pero también quiero imaginar el color de ese fuego

el Ciego parecía implorar con una voz acostumbrada a dar más órdenes que caricias, el VendedorDeConchas

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sintió que era una falta de respeto no responder a esa duda tan concreta que pedía, con una voz de cariño, una sencilla información cromática

aunque difícil y tal vez imposibleel muchacho sacó de su interior unas lágrimas calien-

tes que lo llevaran hasta la infancia, porque era allí, en ese reino desprevenido de pensamientos, en el que podría nacer una respuesta florida, viva y fiel a lo que veía

–no me dejes morir sin saber cuál es el color de esa luz caliente

las llamaradas gritaban con fuerza e incluso un ciego de ver podía sentir una sensación amarilla que invocaba memorias: del pescado a la brasa con frijoles en aceite de palma, de un sol caliente de playa al mediodía, o del día en que el ácido de la batería le robó la animación de ver el mundo

–abuelo, estoy esperando una voz de niño para darle una respuesta

vista de cerca o de lejos, la noche era una trenza de negrura y retiro, la piel de un bicho nocturno gotean-do lodo por el cuerpo; había estrellas que brillaban tí-midamente en el cielo y un letargo de cierto aire de mar, conchas que crujían en la arena con el calor exce-sivo y cuerpos de personas en incineración involuntaria; y la ciudad, sonámbula, lloraba sin que la luna la co- bijara

el Ciego hizo que sus labios temblaran con una son-risa triste

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–no tardes, muchacho, que nuestra vida ya está casi asada

las nubes a lo lejos, el sol ausente, las madres gritan-do por sus hijos y los hijos ciegos sin ver la luz fatua de esa ciudad que transpiraba bajo el manto encarnizado, preparándose para recibir en la piel una profunda noche oscura, como sólo el fuego puede enseñar

las lenguas y las llamaradas del infierno distendido en una caminata visceral de animal cansado, redondo y resoluto, que huye del cazador con el deseo renovado de ir más lejos, de quemar más, de causar más ardor y, ex-hausto, de buscar la quema de cuerpos que pierden el rit-mo humano; armonía respirada, manos que acariciaban cabellos y cráneos alegres en una ciudad en la que, du-rante siglos, el amor había descubierto, entre brumas de brutalidad,

algún que otro corazón en el que habitar–abuelo, ¿cuál era la pregunta?la ciudad ensangrentada, desde sus raíces hasta lo alto

de los edificios, se veía forzada a inclinarse hacia la muer-te, y las flechas que anunciaban su fallecimiento no eran flechas secas sino dardos llameantes que su cuerpo, con rugidos, acogía como un destino adivinado

y el anciano repitió su discurso desesperado–dime de qué color es ese fuego…

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Odonato escuchó la voz del fuegolo vio crecer en los árboles y en las casas, y recordó

los juegos de la infancia, en la que el fuego estaba hecho de bellos trazos de pólvora robada en la tienda de su pa-drastro, dibujos laberínticos con una fina cantidad en el suelo, y después un fósforo que incendiaba el peligroso juego hasta que un día, por curiosidad y determinación, decidió probar con un pequeño sendero en la palma de su mano izquierda. sin dudarlo, encendió la piel y el dolor: era esa la marca que ahora acariciaba mientras un fuego mayor consumía la ciudad en una gigantesca danza de amarillos que resonaba en el cielo

el fuego rugíaOdonato ya no tenía fuerzas para dibujar con los la-

bios un gesto mínimo de asombro, o ni siquiera una sen-cilla sonrisa, la temperatura le llegaba al alma y los ojos le ardían por dentro

al final llorar no tenía nada que ver con las lágrimas, se trataba más del metamorfosear de movimientos inter-nos, el alma tenía paredes, texturas porosas que las voces y las memorias podían cambiar

–Xilisbaba… –miró sus manos, pero no las vio– ¿dón-de estás, mi amor?

en el primer piso del edificio, Xilisbaba se había en-charcado el cuerpo con agua para protegerse del fuego, respiraba con dificultad y tosía despacio, como si no qui-siera emitir ruidos

en la mano apretaba un pequeño pedazo de sisal, imi-

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tando al que su marido tenía atado en el tobillo izquier-do; el sudor y los movimientos de Xilisbaba deshacían la cuerda en hilachos empapados que después le cubrían los pies, los demás la miraban guiándose por los ruidos y por la imagen ondulante de sus cabellos

afuera, gritaban voces humanaslas manos de las mujeres se atrajeron con un gesto

delicado, casi secreto, más para compartir recelos que temperaturas

MaríaConFuerza sintió que debía invocar otras fuer-zas para aplacar las lágrimas de su comadre

en el rostro de Xilisbaba las lágrimas escurrían en caudales regulares, MaríaConFuerza intentó mirar su ca- ra y le adivinó los rasgos –escarpas de sal–, presintió su tristeza liberada por el aire, quiso tomarle el pulso, pero el bombeo del corazón de Xilisbaba, que pensaba en su marido aislado en la parte superior del edificio, era ape-nas un silencioso murmullo de venas

–María… quiero ver a mi marido por última vez… para hablarle de las cosas que una se calla toda la vida

la mano de MaríaConFuerza presionó la de Xilisbaba como consuelo, y esta se dejó resbalar apoyando en la pared sus ropas, sus zapatos, su cabello y su alma

–tranquila, comadre, el fuego es como el viento, grita mucho, pero tiene una voz pequeñita

el Edificio tenía siete pisos y respiraba como una en-tidad viva

era necesario saber sus secretos, las características

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útiles o desagradables de sus corrientes de aire, el fun-cionamiento de sus cañerías antiguas, los escalones y las puertas que no daban a ningún parte. varios bandidos habían probado en su propia piel las consecuencias de ese maldito laberinto de pasadizos comunicantes que tenían comportamientos autónomos, e incluso sus habitantes in-tentaban respetar cada esquina, cada pared y cada hueco de escaleras

en el primer piso las tuberías reventadas y una tremen-da oscuridad desanimaban a los distraídos y a los intrusos

el agua abundaba, incesante, y servía para múltiples finalidades, de allí salía el agua para todo el edificio, para el negocio de la venta por cubo y para el lavado de la ropa y de los carros,

la AbuelaKunjikise era una de las pocas que atravesa-ba el inundado territorio sin mojarse los pies y sin haber probado nunca la tendencia a resbalar

–esto es un río –decía, siempre en umbundu–1 sólo faltan los peces y los caimanes

la anciana había llegado a Luanda unos días después de la muerte de la verdadera madre de Xilisbaba y, sin poder aguantar de hambre, irrumpió en la ceremonia fú-nebre confesando entre lágrimas la urgencia de su ne-cesidad, pidió perdón por su actitud y, marcando el uso definitivo de un umbundu cerrado, miró a Xilisbaba en el fondo de los ojos y dijo

1 Lengua de Angola.

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–puedo rezar por la muerte de quien ha muerto. mi voz llega hasta el otro lado…

Xilisbaba, que ya sabía leer la vida por su lado más verdadero, acogió a la anciana con un vaso de vino tinto, le cedió su lugar, pidió que trajeran un plato de comida con el mejor calulú2 y tuvo el cuidado de avisar para que no sirvieran funji3 de mezcla, porque aquella señora era como ella, necesitaba harina de maíz para aguantar las locuras y los ritmos de Luanda

–tu madre se está riendo –dijo la anciana–mi madre ahora eres tú –respondió Xilisbabadurante el funeral, y después de contraer varias deu-

das para que la señora tuviera la merecida comida y be- bida en su honor, Odonato adelgazó más allá de los lími-tes normales de la penuria

Xilisbaba notó que su marido se volvía más silencioso, hablaba con sus hijos, comentaba asuntos banales con los vecinos, buscaba trabajo y ajustaba las pilas de la radio que ya no daban energía a pesar de los baños de sol,

pero todos sus gestos, cuando caminaba por la ma-ñana, se rascaba la cabeza mientras leía el periódico que había encontrado en la calle, se vestía o se desperezaba, todos esos gestos ya no producían ningún ruido

la mujer comprendió que, de cierto modo, era el mari-do el que estaba verdaderamente de luto

2 Plato típico de Luanda, a base de pescado seco o carne seca, tomate, ajo, boniato, espinacas, calabaza y aceite de palma.3 Harina de mandioca cocida.

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Ondjaki nació en Luanda, Angola, en 1977. Estudió sociología en la Universidad de Lisboa. Entre sus obras destacan los poemas de Actu sanguíneu (2000), los cuentos de Momentos de aqui (2001), el libro infantil A bicicleta que tinha bigodes (2011) y las novelas Quantas madrugadas tem a noite (2004) y Buenos días, camaradas (Almadía, 2003). Escribe además dramaturgia y guiones cinematográficos. Ha recibido numerosos reconocimientos, entre ellos el Prémio Sagrada Esperança 2004 en Angola, el Prémio António Paulouro 2005 en Portugal y el Grinzane para África 2008, en la categoría de mejor autor joven. En 2012, el diario británico The Guardian lo mencionó como uno de los cinco escritores africanos más relevantes. Sus libros se han traducido al francés, italiano, alemán, inglés, serbio, polaco y sueco. En umbundú, la lengua nacional angoleña, Ondjaki significa “guerrero”.

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se terminó de imprimir

y encuadernar el 30 de octubre de 2014,

en los talleres de Litográfica Ingramex,

Centeno 162, Colonia Granjas Esmeralda,

Delegación Iztapalapa, México, D.F.

Para su composición tipográfica se emplearon las familias Bell Centennial y Steelfish de 11:14, 37:37 y 30:30. El diseño es de Alejandro Magallanes.

El cuidado de la edición estuvo a cargo de Karina Simpson. La impresión de los interiores se realizó sobre papel Cultural de 75 gramos

y el tiraje consta de tres mil ejemplares.

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