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LOS CORSARIOS BERBERISCOS
Grabado alemán de los dos hermanos Barbarroja
Stanley Lane-Poole
Los Corsarios
R E N A C I M I E N T O
C O L E C C I Ó N
I S L A D E L A T O R T U G A
BerberiscosPrólogo de Justo Cuño Bonito
Traducción de Vicente Corbi
© 2011. Editorial Renacimiento © Prólogo: Justo Cuño Bonito
Depósito Legal: S. 27-2011 ISBN: 978-84-8472-606-7Impreso en España ISBN eBook: 978-84-8472-676-0 Printed in Spain
Diseño de cubierta: Equipo Renacimiento, sobre una obra de Lieve Pietersz Verschuir
Traducción de Vicente Corbi revisada por Victoria León Varela
Esta obra ha sido publicada con una subvención de la Dirección General del Libro, Archivos y Bibliotecas del Ministerio de Cultura, para su préstamo público en Bibliotecas Públicas, de acuerdo con lo previsto en
el artículo 37.2 de la Ley de Propiedad Intelectual
7
PRÓLOGO
EL MUNDO AL REVÉS
O resulta extraño que al orientalista
y arqueólogo victoriano Stanley Lane-
Poole (1854-1931) le resultase increíble
(y sin embargo así fue), que durante
tres siglos (entre el XVI y el XVIII) el
todopoderoso poder marítimo europeo
se mantuviese acobardado y humilla-
do por un grupo de piratas («insolentes
salvajes», pág. 223) que mantuvieron hostilizado el comercio
de las potencias europeas, manchado su honor y rapiñando
gran parte de sus pueblos costeros. Europa, el paradigma
más elevado de civilización y de desarrollo tecnológico y mi-
litar (particularmente la Inglaterra imperial de la época de
Lane-Poole), aparece en Los corsarios berberiscos sometida a
un «error servil» (pág. 224) frente al facinerosismo de Túnez y
Argel. Mientras, los más altos estrategas europeos de la épo-
ca, concebían y deshechaban fantásticas estratagemas que
invariablemente concluían con la compra en buen oro y ar-
mamento militar, de inmunidad, de tratados comerciales, de,
8
en suma, la paz y tranquilidad que los piratas berberiscos
les sustraían. Inglaterra, Holanda, Francia, Suecia, las ciu-
dades italianas, España y Malta sometidas a las pasiones y
caprichosas voluntades de un bey o un bajá nacido de entre
el pueblo, elegido por la soldadesca y destinado a tratar con
nobles cónsules y almirantes enviados por los monarcas más
poderosos del mundo.
El libro de Lane-Poole es una búsqueda tenaz para inten-
tar explicar la persistente humillación de los humilladores
por unos bandidos a los que el autor ni siquiera dota del en-
noblecimiento con que adorna a los egipcios en su libro Egypt,
(1881) o a los moros de la península ibérica en The Story of the
Moors in Spain (1886).
Heredero de una posición ético política que avalaba el ex-
pansionismo occidental respaldando un discutible ideal civi-
lizador critica, sin embargo, livianamente el núcleo civiliza-
demasiado proclive a atacar a sus semejantes» (pág. 23)1. La
barbarie vista como una actitud mental en nombre de la cual
se relega a los salvajes o los bárbaros al exterior de la huma-
nidad tal y como posteriormente analizaría Levi Strauss. En el
caso de Lane-Poole el carácter periférico no lo da tanto el ori-
gen social como la estructura política. Un estado centralizado
1. «Caractère des “barbares”: Ces monstres, ces démons, qu’a-t-on exac-tement á leur reprocher? Une “brutalité” allant de la simple rusticité jusqu’á une animalité totales; leur paresse; leur avarice, leur rapacité; de être incons-tants, remuants, inquiets leur instabilité, en somme. Mais leurs défauts, ma-
et la cruauté». Turbet-Delof, Guy. L’Afrique Barbaresque Dans La Littérature Française Aux XVI et XVII Siécles. Librairie Droz, Genéve, 1973 (pág. 76).
9
-
paña mahometana ejemplo de un estado civilizado e ilustra-
do alrededor del Guadiana y del Guadalquivir y ejemplo para
toda Europa; donde las matemáticas, astronomía, botánica,
las tierra berberiscas inhóspitas, pedregosas y constreñidas
por los desiertos, sólo al estrecho pie de las montañas, con
poderes locales débiles y de bajos orígenes, ofrecían un escue-
to brevete civilizador: en Yerba, las viñas, olivos, almendros,
albaricoques e higos junto con verdes campos abastecían la
ciudad, pero ¿Qué más se podía pedir a una tierra que iba a
convertirse en nido de piratas? (Los Corsarios Berberiscos, pág.
32). Por ello, mientras para los historiadores ibéricos la gue-
rra en el Atlántico fue ilegal e ilegítima por ser la de la lucha
de españoles y portugueses por expulsar de unos territorios
propios (de pertenencia jurisdiccionalmente avalada por bula
papal), a ingleses, holandeses y franceses, simples piratas que
atentaban contra el mismísimo ordenamiento jurisdiccional de
Dios, para la historiografía europea, unánimemente, la guerra
del Mediterráneo fue una guerra legítima que representó la
ancestral batalla entre el cristianismo y el islam2.
Lucha contra la incesante rapiña de unos bajos corsarios
berberiscos, que conocedores de su poder y su capacidad de
controlar las voluntades de los más altos dignatarios euro-
peos, se llegaban a ufanar de sus humildes orígenes como el
dey Mohamed espetó en 1720 al cónsul francés: «Mi hermano
2. Feijoo, Ramiro. Corsarios Berberiscos. Belacqva y Carroggio, Barce-lona, 2003
10
vendió patas de oveja y mi padre vendió lenguas de vaca, pero
se habrían avergonzado de poner a la venta una lengua de
tan poco valor como la tuya» (pág. 229, nota 80) o humillaban
la altanería de los nobles europeos obligándoles en la corte a
quitarse los zapatos, la espada y besar con una reverencia la
mano del dey3.
Lane-Poole elabora una imagen vívida y apasionante de tres
siglos de historia del mediterráneo a través de un relato ame-
no pero al tiempo, sólido y bien estructurado que rescata para
3
Barbarroja, su hermano, le hizo marinero, dándole la fusta que mandase. Y después que perdió el brazo en Bugía le hizo teniente de sus navíos, y de Ar-gel cuando fue a Tremecén… (…) Qué hombre Dragut era: Dragut era de Xa-rabalac, una aldea en la (A)natolia. Anduvo de paje de un capitán corsario, del cual lo hubo Haradin Barbarroja. A cabo de mucho tiempo fue capitán de una galeota, siendo ya Barbarroja Bajá (…)» López de Gómara, Francisco. Guerras de Mar. En Solá, Emilio. Barbarroja, Dragut y Alí Bajá, señores de la frontera mediterránea. En Sánchez Fernández, Ana (Coord.). II Congreso Internacional de Estudios Históricos: El Mediterráneo, un mar de piratas y corsarios. Ayuntamiento de Santa Pola, 2002, pág. 121 y ss. «Si Jeredín Bar-barroja fue el gran marino del mundo islámico mediterráneo en los años de Carlos V y Andrea Doria, Alí Bajá… lo es de la época de Felipe II y de Juan de Austria. Su biografía, como la de los Barbarroja, también contiene todos
“cultura popular”, el hombre pobre que por su esfuerzo y fortuna… accede a gobernar un territorio y un colectivo humano notable, de nuevo una suerte de “príncipe nuevo”. Calabrés de origen humilde…, era barquero y pescador cuando fue hecho cautivo por el corsario griego Ali Amet, quien lo tuvo mu-chos años de galeote…». Solá, Emilio. Cervantes y la Berbería. Cervantes, mundo turco berberisco y servicios secretos en la época de Felipe II. Fondo de Cultura Económica, Madrid, 1995. En Solá, Emilio. Barbarroja, Dragut y Alí Bajá, señores de la frontera mediterránea. Sánchez Fernández, Ana (Coord.). II Congreso Internacional de Estudios Históricos: El Mediterráneo, un mar de piratas y corsarios. Ayuntamiento de Santa Pola, 2002, pág. 126
11
la historia el mayor poder ante el cual las potencias europeas
tuvieron que enfrentarse y, en innumerables ocasiones, clau-
dicar. El poder de la valentía, de la pasión, del desespero y de
la tenacidad de un grupo de desarrapados obstinados en su
actividad pirática: «mientras los cristianos con sus galeras se
hallaban descansando, haciendo sonar sus trompetas en los
puertos y muy entretenidos en sus placeres, pasando día y
noche en banquetes y juegos de cartas y dados, los corsarios
atravesaban los mares de este a oeste sin el menor temor,
como libres y absolutos soberanos de los mismos» (pág. 179).
Desde inicios del siglo XVI fueron los amos del mediterrá-
neo e incluso del atlántico y dueños ocasionales del comer-
cio interior y del exterior que llegaba del este desde la re-
cién descubierta América y del oeste de las viejas Esmirna
y Alejandría. En Inglaterra llegaron a saquear Baltimore en
el condado de Cork4; en España la costa andaluza y el Cádiz
que recogía el oro y las joyas de Indias; y Génova y Venecia,
Córcega, Cerdeña y Mallorca padecieron incesantemente su
voracidad. Cristianos triunfadores en la tierra pero humilla-
dos en la mar como relataría Prudencio de Sandoval en su
Historia de la vida y hechos del emperador Carlos V (Madrid,
1955): «Diferentes corrían las cosas en el agua: porque de Áfri-
4. «The small Turkish raids in our waters took place in time of war fol-
and commerce by the three regencies was probably less than that we suf-fered from the single port of Dunkirk. The total number of Britons captured or enslaved was only a fraction of the number alleged to have been sold into slavery by Cromwell alone». Yonge, C.D. The Naval History of Great Britain.London, 1983, en Fisher, Godfrey. Barbary Legend. War, Trade and Piracy in North Africa 1414-1830. Oxford University Press, 1957.
12
ca salían tantos corsarios que no se podía navegar ni vivir en
las costas de España».
Stanley Lane-Poole intenta explicar el porqué del auge de
la piratería en el norte de África desde el siglo XVI relacionán-
dolo con la caída de Granada y la expulsión de los moriscos.
Desde los piratas cristianos del siglo XIV hasta el predominio
de los moriscos y desde las primeras acciones caóticas de
éstos, hasta el control y dirección de los capitanes lesbios
Aruj y Kheyr-ed-Din Barbarroja, fueron los tiempos de las
luchas entre los titanes oceánicos Andrea y Giacomo Doria,
Juan de Austria, Dragut, Salih, Sinan, el «cachidiablo» Aydin,
Suleyman y Carlos V, Francisco I y Enrique VIII en un medi-
terráneo convertido en un inmenso lago turco donde Génova
y Venecia, humilladas (pág. 74), habían perdido para siempre
su hegemonía.
Y, precisamente, la pérdida del honor y el cuestionamiento
de su hegemonía, explican la cruel acción de Carlos V contra
Túnez en 1535 cuando las imperiales y mercenarias tropas
alemanas, italianas y españolas saquearon la ciudad asesi-
nando indiscriminadamente y convirtiendo las calles en ma-
taderos (pág. 78) mientras el gran visir Ibrahim conquistaba
Bagdad y Tebriz «a la cabeza de salvajes tropas asiáticas sin
molestar una sola casa o ser humano alguno» (pág. 89).
Y como la historia social, bélica o política transcurre para-
-
gico, el auge del predominio turco en el mediterráneo no sólo
es la constatación de su empuje militar sino también de su
desarrollo tecnológico: «El período de la supremacía marina de
los turcos arranca del invierno que Khey-ed-Din pasó en sus
astilleros» (pág. 83 -
13
cimiento tecnológico y éste junto con los moriscos expulsados
de Castilla y los cristianos (voluntarios o esclavos) franceses,
griegos, calabreses, venecianos, napolitanos, húngaros o cor-
sos pusieron en pie de marcha la marina más poderosa de su
tiempo. Si bien los turcos no participaron habitualmente en
la construcción de los buques, sí integraron su dotación ar-
mada junto con moriscos y jenízaros otomanos en proporción
de dos hombres por cada remo esclavo cristiano (pág. 193).
Los navíos turcos se deslizaban por el agua mediterránea
con la mayor gracilidad y en el mayor orden: la limpieza y
el ahorro de espacio caracterizaba la organización interna de
una naves en las que no se permitía movimiento alguno salvo
cuando era necesario para el avance y defensa de la nave. Y
constituyendo el poderoso motor que impulsaba la expansión
del imperio, no sólo la tecnología bélica asumida, sobre todo
una inmensa cantidad de mano de obra llegada con las presas
de los navíos cristianos: éstos, convertidos en esclavos (25.000
en Argel en 1634)5, no sólo mantuvieron el comercio interno y
desarrollaron el trabajo doméstico de las ciudades berberis-
cas, además, fueron la fuerza motor de sus remos esclavizado-
res en las victoriosas galeras, galeazas y cocas turcas cuando
se enfrentaban a los navíos cristianos que iban a liberarlos.
5. «Indeed, if we consider the entire 250 years over which corsair slaving
soon exceeds a million (…) Pierre Dan estimated that between 1605 and 1634
the Algerians took over 600 ships worth “more than twenty million” (livres); the 80 french merchant ships they captured between 1628 and 1635 were valued at 4.752.000 livres; likewise, ransoming 1.006 slaves from Algiers in 1768 cost the French Trinitarians 3.500.000 livres». Davis, Robert C. Chris-tian Slaves, Muslim Masters. White Slavery in the Mediterranean, The Bar-bary Coast, And Italy, 1500-1800, Palgrave Macmillan, 2004 (págs. 23 y 25).
14
Ni siquiera el emperador cristiano fue capaz de someter
bajo su autoridad la majestuosa maquinaria ofensiva turca:
Mallorca, Apulia, Corfú, Butrinto, Naros, Paros o Paxoí su-
cumbieron al talento estratégico de Barbarroja, mientras otra
Suleyman batallaba en Moldavia.
Que las hazañas y el renombre de las acciones bélicas del
imperio turco hayan llegado tan nítidamente a nuestros días,
se debe al genio militar de Barbarroja quien, por sí mismo,
alcanzó una fama imperecedera. En el tiempo de los grandes
estrategas él fue el rey y los doblegó a todos. En su apabu-
llante tránsito dejó atrás la fama de los Doria, la inexpugna-
la respetabilidad de Niza. Tras él, sus diáconos y con ellos el
incendio incesante del sur de Europa. Se jugaba desde 1535
la batalla de los descendientes y como en el caso de los fun-
dadores, los Doria parecían abocados al fracaso. Reinaba el
Reïs Dragut sobre el mediterráneo y caían uno a uno, todos
los puestos avanzados de España en África (pág. 119), inclui-
do «el antídoto natural de Malta», Trípoli que había estado
bajo el dominio de los caballeros de San Juan6. Y tras Dragut,
Ochiali, Piali y Alí y con éstos la devastación del Adriático.
6. «As the front line of Christian hostility against Moslem naval power, the Order’s navy was quite effective in the seventeenth century. Although it had its fair share of disasters when galleys were captured or shipwrecked, the overall balance of victories was certainly in the Order’s favour. But in
-portance». Earle, Peter. Corsairs of Malta and Barbary. Sidgwick&Jackson, London, 1970, pág. 105.
15
bastardo ganaría un momentáneo triunfo para las galeras de
«la Religión»: Juan de Austria comandante de los Cardona,
Colonna, Bazán y Giovanni Andrea Doria liquidaba en Le-
panto (1571
quedó replegada y briosa sólo para su propia defensa.
El postbarbarrojismo supuso el retorno a un Mediterráneo
cristiano donde sólo el capitán bajá Ochili ofreció una míni-
ma y fugaz resistencia en un Magrib plegado sobre sí mismo
como consecuencia de una fuerte inestabilidad política inter-
inicio de los esporádicos golpes a las potencias comerciales de
Europa a través de acciones rápidas emprendidas con ligeras
naves incapaces de enfrentarse a los grandes navíos de gue-
rra europeos. Aún así y pese a su escasa relevancia política y
a su mínimo arsenal ofensivo aún mantuvieron su amenaza
sobre el comercio europeo hasta el protectorado francés.
Sólo Estados Unidos y sólo después de varias humillantes
derrotas logró dañar (que no reducir) Trípoli con la que aca-
18057. La relativa
victoria de Estados Unidos derribó el mito de la imbatibili-
dad corsaria y los europeos se aprestaron para la revancha.
7. «When Commodore Morris with three frigates and the Enterprise dropped in at Tunis, February 22, 1803, the United States consul there owed 34,000
Unis Ben Unis (…) Yusuf greeted him (Morris) affably enough. Why, yes, Yu-suf war more than willing to talk about peace. He would consent to sign a treaty of peace for a mere $250.000 cash down, plus all his expenses in the war that was now more than two years old, plus also a promise of $20.000 a
The Wars in Barbary. Arab Piracy and the Birth of the United States Navy. Crown Publishers Inc, New York, 1971 (págs. 82 y 83).
16
En Argel, los ingleses arrasaron la ciudad en 1816 lanzando
Exmouth que escribió que «La batalla fue librada entre un
puñado de británicos que luchaban por la noble causa de la
cristiandad, y una horda de fanáticos agrupados alrededor
de su ciudad (…)» y donde «Prevaleció la causa de Dios y la
humanidad» (pág. 263).
A partir de entonces «la civilización» se posesionó del terri-
torio: Francia ocupó Argel en 1830 haciendo de la historia de
Argelia «un rosario de absurdas brutalidades, violaciones de
compromisos sagrados, inhumanas masacres…» (pág. 269)
mientras los insurgentes comandados por Abd-el-Kadir re-
clamaban su independencia. De igual modo también Francia
sometió al orgulloso bey de Túnez y reinició tras la rapiña de
Carlos V (pág. 88) otro reinado más de terror civilizatorio: la
sangre, el robo y la anarquía incorporaron la antigua gua-
rida de los corsarios berberiscos «al redil de la civilización»
(pág. 274).
JUSTO CUÑO BONITO
Sevilla, 6 de diciembre de 2010
INTRODUCCIÓN
19
I
LA VENGANZA DE LOS MORISCOS
URANTE más de tres siglos, las naciones
comerciantes de Europa tuvieron que
sufrir para ejercer el comercio o verse
obligadas a ceder sus ganancias a los
piratas. Desde los tiempos en que Bar-
Carlos V hasta comienzos de nuestro
siglo, cuando los piratas argelinos ob-
tenían su botín bajo los cañones, por así decirlo, de todas las
y en ellos dictaron sus leyes. Sólo la creación de las grandes
marinas de guerra permanentes de la actualidad pudo para-
lizarlos; y sólo la conquista de sus privilegiadas posiciones en
las costas pudo haberlos eliminado por completo. A lo largo de
esos tres siglos impusieron el chantaje a todos cuantos tuvie-
ron intereses comerciales en el Mediterráneo. Los venecianos,
genoveses y pisanos de tiempos más antiguos, así como los
ingleses, franceses, holandeses, daneses, suecos y gobiernos
americanos de épocas más inmediatas han buscado la segu-
20
ridad mediante el pago de tributos regulares o la entrega pe-
riódica de costosos regalos. El castigo de cualquier resistencia
de esclavos cristianos en los baños de Argel atestiguaban las
consecuencias de una política independiente. En tanto las
naciones europeas continuaron luchando entre sí en lugar de
presentar un frente común contra el enemigo, tuvieron que
soportar tales humillaciones. Mientras que un ataque cor-
sario sobre España favoreciera la política francesa; mientras
los holandeses, recelosos de otros estados, pudieran declarar
que Argel les era necesaria, no había posibilidad de eliminar
-
leónicas cuando las potencias se pusieran de acuerdo, en el
Congreso de Aquisgrán de 1818, para actuar juntas en aras
de eliminar al azote del Cristianismo. Y ni siquiera entonces
se logró demasiado hasta que Francia combinó la expansión
territorial con el papel
Hubo piratas en el Mediterráneo mucho antes de que los
turcos iniciaran el comercio; en realidad, desde que empeza-
ron a construir barcos, los hombres debieron darse cuenta de
las posibilidades que estos brindaban para el saqueo. La ex-
un primer ejemplo que los griegos de todos los tiempos se han
distinguido en emular por tierra y mar. Los musulmanes, en
cambio, tardaron algún tiempo en acostumbrarse a los pe-
ligros de las profundidades. Al principio se maravillaron en
extremo de «aquellos que salen al mar en barcos, y hacen
su negocio en aguas profundas», pero no se apresuraron a
imitarlos. En los primeros tiempos de la conquista de Egipto,
el califa Omar escribió a su general preguntándole cómo era
21
el mar, a lo que Amr respondió: «El mar es una bestia enor-
me sobre la que los estúpidos cabalgan como gusanos sobre
troncos». Y entonces el prudente califa dio la orden de que
ningún musulmán pudiera viajar en tan ingobernable ele-
mento sin su permiso. Sin embargo, pronto se hizo evidente
que si los musulmanes querían mantenerse a la par de sus
vecinos (aún más si querían apoderarse de lo que pertene-
cía a esos vecinos) debían aprender a navegar; y en el siglo
primero de la Hégira, vemos al califa Abd-el-Melik dar ins-
trucciones a su lugarteniente en África para utilizar Túnez
momento, los gobernantes mahometanos de la costa berbe-
risca nunca carecieron de barcos de algún tipo. Los príncipes
aglabíes partieron de Túnez para hacerse con Sicilia, Cerdeña
Abderramán, el gran califa de Córdoba, en una proporción
de doscientos navíos por bando. Los almohades poseían una
sus ejércitos a España, y sus sucesores en África del Nor-
te, aunque menos poderosos, fueron casi siempre capaces de
-
vos como comerciales.
Durante la Edad Media, las relaciones entre los gobernan-
tes de la costa berberisca –los reyes de Túnez, Tremecén, Fez,
etc.– y las naciones comerciantes de la cristiandad fueron cor-
diales y justas. Los tratados muestran que ambas partes es-
taban de acuerdo en denunciar y (hasta donde fuera posible)
suprimir la piratería y estimular el comercio mutuo. No fue
-
ciones cambiaron, y he aquí la forma en que sucedió.
22
Cuando la sabiduría de
Fernando e Isabel decidió
la expatriación de los mo-
riscos españoles, no se tuvo
en cuenta el riesgo de una
posible venganza de los exi-
liados1. En cuanto Granada
cayó, miles de musulmanes
desesperados abandonaron
la tierra que durante sete-
cientos años había sido su
hogar y, negándose a vivir
bajo el yugo español, cruza-
ron el Estrecho hacia Áfri-
ca, donde se establecieron
en varios puntos fuertes, tales como Cherchel, Orán, y, sobre
todo, Argel, de donde hasta entonces apenas se había oído
hablar. Tan pronto como los moriscos desterrados se hubie-
ron establecido en sus nuevos asentamientos, hicieron lo que
todos habrían hecho en su lugar: llevar la guerra al país de
su opresor. Enfrentarse a los españoles en campo abierto re-
sultaba imposible por su reducido número; pero en el mar, su
de la ansiada represalia.
La ciencia, la tradición y la observación nos dicen que el
presa. Gracias a su fuerza o ingenio superior, dio muerte o
cazó con trampas sus medios de subsistencia. El hombre civi-
1. Véase S. Lane Poole, The Story of the Moors in Spain, 232-280.
GALEÓN DEL SIGLO QUINCE
(Jurien de la Gravière)
23
lizado, en cambio, deja las formas más burdas del asesinato a
una clase profesional y, cuando mata, eleva su pasatiempo al
-
bilidad y la emoción de la incertidumbre y el riesgo. Aun así,
el hombre civilizado sigue siendo demasiado proclive a atacar
a sus semejantes, aunque ya raras veces de la manera bru-
tal de sus ancestros. Se aprovecha de la inteligencia inferior,
de la debilidad de carácter, de la codicia y del instinto lúdico
de la humanidad. Cuando lo hace a gran escala se le llama
-
dor es a un tiempo tan antiguo y universal, que el lector, que
es, por supuesto, del todo inocente de tan censurables con-
ductas, debe, no obstante, hacer un esfuerzo para entender
las delicias del robo considerado como una de las bellas artes.
Algunos cínicos habrá que nos digan que la única razón por
la que no todos somos ladrones es porque no tenemos el valor
la depravación natural o el pecado original, para hacer que
-
dad ilícita antes que trabajar honradamente. Y aquí tenemos
la respuesta: es precisamente el riesgo, la incertidumbre, el
peligro, el sentido de la habilidad o el ingenio superior lo que
atrae al espíritu aventurero, la pasión por el deporte que está
implantada en la vasta mayoría de la humanidad.
Todos estos alicientes, y aún más, atraían a nuestros pira-
tas moriscos. Hombres bravos y audaces, ya habían demos-
trado a menudo su valor en sus luchas con los españoles o
en sus correrías marítimas y acoso a las costas cristianas
tal vez de Cerdeña o Provenza; pero ahora perseguían una
meta más atractiva que cualquiera de las anteriores, la justa
24
venganza de aquellos que los habían desterrado de su hogar
arrojándolos a la deriva para buscar nuevo anclaje en alguna
otra parte del mundo –una Guerra Santa contra los asesinos
de sus parientes y amigos, contra los blasfemadores de su
sagrada fe–. ¿Qué mayor júbilo que el de recorrer las playas
de Argel en el ligero bergantín y tripularlo para cruzar aguas
españolas? El pequeño buque no tendrá más de diez remos
por banda, cada uno movido por un hombre que sabe luchar
además de remar –pues no hay lugar a bordo del para
marineros inexpertos–. Pero si hay viento favorable, apenas
será necesario; la gran vela latina en su mástil atravesará
las aguas que separan la costa africana de las islas Balea-
res, donde es preciso estar alerta ante la posible presencia
de galeones españoles o quizás de una polacra italiana. Des-
plazando poca agua, un pequeño escuadrón de bergantines
puede ser arrimado a casi cualquier ensenada o permanecer
oculto tras una roca hasta que el enemigo se ponga a la vista.
Entonces se sacan los remos, unas rápidas paladas durante
disparando su primera andanada. Luego viene el abordaje, la
refriega cuerpo a cuerpo, una última y desesperada resisten-
cia en la popa bajo el toldo del capitán, y la presa ha caído.
Los prisioneros son encadenados, sube a bordo la tripulación,
y todos regresan triunfantes a Argel, donde se les recibe entre
aclamaciones.
Pero también pudiera tratarse de un ataque a las costas
de su amada Andalucía. En ese caso los pequeños navíos se
ocultan entre las rocas, o incluso se entierran en la arena, y
los piratas avanzan tierra adentro hasta alguno de los pue-
blos que tan bien conocen, cuya pérdida jamás dejarán de
25
llorar. Todavía conservan muchos amigos en España deseo-
sos de ayudarles contra el opresor que los esconden cuando
son sorprendidos. Los españoles se despiertan con sobresal-
to y enseguida son implacablemente silenciados a punta de
espada; sus esposas e hijas son raptadas por los invasores;
todo lo valioso es arrasado; y pronto los bandidos navegan
alegremente de regreso a Argel, cargados con el botín y los
cautivos, y a menudo con alguno de los perseguidos supervi-
vientes de su propia raza, quienes agradecidos vuelven junto
a sus iguales en el nuevo país. Descargar tal venganza sobre
los españoles añade un verdadero aliciente a la vida.
Pero aun a pesar de su habilidad y rapidez, de sus cono-
cimientos de las costas y la ayuda de sus compatriotas en
tierra seguía existiendo el peligro de ser capturados. A veces
sus bergantines se topaban
-
peraban una víctima fácil, y
entonces se volvían las tor-
nas, teniendo que honrar el
triunfo de sus captores, y
durante años, tal vez para
siempre, ocupar los bancos
de una galera veneciana o
genovesa con pesados grille-
tes tirando de los remos del
-
do a verdaderos creyentes y
contemplando hasta la sa-
ciedad los verdugones que
el látigo mantiene frescos CARABELA DEL SIGLO QUINCE
(Jurien de la Gravière)
26
en la espalda del compañero de enfrente. Pero el riesgo aña-
día sabor a la vida del corsario, y el cautivo podía a menudo
esperar la posibilidad de ser rescatado por los suyos.
La carrera del pirata, a pesar de sus riesgos, era próspera.
Los aventureros se enriquecían, y sus fortalezas en las costas
berberiscas se hicieron populosas y bien guarnecidas. Para
cuando los españoles empezaron a darse cuenta del peligro
que constituía dejar campar a sus anchas a tan problemáti-
cos vecinos, el mal tenía difícil cura. Durante veinte años los
moriscos desterrados habían gozado de impunidad mientras
las grandes galeras españolas permanecían obstinadamente
don Pedro Navarro fue enviado por el cardenal Jiménez de
Cisneros a pedir cuentas a los piratas. Sin mucho esfuerzo
de manera tan imperfecta, que logró imponer sus términos,
Obligando a los argelinos a jurar que abandonarían la pirate-
ría. Para asegurarse de que cumplirían su palabra, construyó
un poderoso fuerte, el «Peñón de Argel2», impidiendo así la
salida de sus barcos. Pero los moriscos tenían aún más de un
punto fuerte en los promontorios rocosos de Berbería, y ha-
biendo probado las delicias de perseguir españoles, no eran
2. Argel o Al-Gezaïr en árabe (las islas) se dice que toma su nombre de las islas de su bahía. Aunque, con mayor probabilidad, Al-Gezair sea la explicación de algún gramático del nombre Tzeyr o Tzier con el que los argelinos suelen designar a su ciudad y que sospecho se trata de una co-rrupción del nombre de la ciudad romana Caesarea (Augusta), que ocupó casi el mismo emplazamiento. Debemos señalar que los argelinos pronun-cian el gim fuerte, no Al-Jezair. Los europeos han escrito el nombre de muy distintas maneras: Arger, Argel, Argeir, Algel, etc. hasta el francés Alger o nuestro inglés Algiers.
27
muy proclives a reforma, especialmente cuando la disyuntiva
estaba entre ejercer la piratería o morir de hambre. Opta-
ron entonces por pedir a la fuerza, como los «caballeros de
los caminos». Y esperaron el momento oportuno, hasta que
el Peñón, e indiferentes al castigo y las consecuencias con
que les retribuirían los españoles, renunciaron a su lealtad y
buscaron aliados.
La ayuda no estaba lejos, pese a que en este caso implica-
ba supremacía. Los días de los piratas moriscos habían ter-
minado; desde ese momento podrían, y así lo hicieron, asaltar
triunfalmente y destruir a cañonazos naves españolas y ve-
necianas, pero sólo lo lograrían bajo el mando de sus aliados,
los corsarios turcos. Los moriscos les habían señalado el ca-
mino, y los corsarios no se hicieron rogar para seguirlos.
28
II
LA TIERRA DE LOS CORSARIOS
YA es hora de preguntarnos por qué tan amplio territorio pa-
recía estar completamente libre para que los corsarios lo ocu-
paran, territorio que además ofrecía casi todas las caracterís-
ticas que pudiera desear un pirata para el exitoso y seguro
respecta al clima y formación de la isla de Berbería, pues de
una isla se trata desde el punto de vista geológico, ésta es
en realidad parte de Europa, hacia la que históricamente ha
jugado un papel tan hostil. Los países que ahora conocemos
como Túnez, Argel y Marruecos emergieron repentinamente
como una isla con un lago relativamente pequeño que baña-
ba su costa septentrional y un enorme océano al sur (véase
el mapa). Ese océano es ahora el Sahra o Sahara, que los
ingenieros sueñan hoy con volver a inundar de agua salada
para formar de este modo un mar interior africano. El lago es
ahora el Mediterráneo, o más bien su cuenca occidental, ya
que sabemos que la isla de Berbería fue en otro tiempo casi
una península, unida por sus extremos a España y Sicilia,
y que sus Atlas conectaban Sierra Nevada y el Monte Etna.