localidades de las rutas educativas en la provincia de sevilla

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SEVILLA

Hubo un tiempo en que Sevilla se convirtió en reflejo brillante de las conquistas perpetradas más allá del Atlántico por los Reyes Católicos. Pero antes, la capital hispalense ya ostentaba una destacada posición en el mapa de al-Andalus.

En ocasiones, se dice que las grandes ciudades son aquellas que dejan entrever claramente el paso de los siglos a lo largo y ancho de sus calles. Y Sevilla es, sin duda, una de esas urbes. En cada una de sus esquinas y muchas de sus enrevesadas travesías se puede palpar una historia repleta de momentos de esplendor y grandeza, que comenzaron mucho tiempo atrás. Las crónicas recuerdan cómo el mítico reino de Tartessos tuvo aquí un asentamiento importante, Ispal, como demuestra el descubrimiento del tesoro de El Carambolo. Poco después, fenicios, griegos y cartagineses la hicieron suya. Estos últimos, sin embargo, la perdieron en la batalla de Ilipa, cerca de la actual Alcalá del Río, allá por el 206 a. C. durante la Segunda Guerra Púnica.

Mucho más próspera sería la presencia romana en la ciudad. No obstante, Hispalis sería convertida en colonia por Julio César en el 45 a. C., llegando a ser durante un tiempo capital de la Bética. Todo ello se vio favorecido, sin duda, por la navegabilidad de un río, el Guadalquivir, que se había convertido ya en una de las principales vías de comunicación de la península.

Desde el punto de vista religioso, el cristianismo cuenta con una presencia importante en la ciudad ya en el siglo III, no sin prohibiciones y persecuciones anteriores, como las sufridas por las santas trianeras Justa y Rufina. Durante las centurias posteriores, y hasta la llegada de los musulmanes, Sevilla sería objeto de deseo por parte de los visigodos y los bizantinos. Durante aquellos años, San Isidoro consigue reunir en la ciudad la más importante biblioteca de la península y escribe sus famosas “Etimologías”. Poco después, su hermano, San Leandro, organizaría en Sevilla todo un sínodo cristiano andaluz, congregando a los obispos de Cabra, Granada, Córdoba, Niebla, Guadix y Martos.

La Isbilia musulmana

Sin llegar al auge experimentado por las vecinas Córdoba y Granada, la Sevilla tomada por los árabes en el verano del año 712, conocida entonces como Isbilia, sería protagonista de numerosos episodios históricos de al-Andalus. De hecho, la ciudad llegó a encabezar uno de los reinos de Taifas, convirtiéndose en uno de los núcleos urbanos más grandes de la península.

Su principal fuente de riqueza y vía de comunicación, el río Guadalquivir, se convirtió pronto en una de sus debilidades. Así, los vikingos utilizarían el cauce hispalense en el siglo IX para saquear la ciudad. La consecuencia inmediata fue la

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construcción de sus recias murallas y diversas torres de vigilancia. Una de ellas, la Torre del Oro, sigue en pie actualmente.

Durante aquellos años de dominio árabe, uno de los principales mecenas de la ciudad fue el rey-poeta al Mutamid, quien levantaría diversas mezquitas y la emblemática Giralda, símbolo del esplendor musulmán de la ciudad, entre los siglos XII y XIII. Una época dorada que llegaría a su fin el 23 de noviembre de 1248, cuando Fernando III el Santo conquista Sevilla, de nuevo a través del río. En total, más de cinco siglos de cultura andalusí que se reflejan en buena parte de los principales monumentos de la ciudad.

De mezquita a catedral

El antiguo minarete de la Giralda es el principal vestigio conservado de la mezquita mayor, como demuestra su decoración de paños de sebka en ladrillo visto. Sus 93 metros de altura ofrecen, además, una de las mejores vistas sobre la ciudad de Sevilla. La torre fue construida en tiempos de los califas almohades Yusuf y al-Mansur. Siglos más tarde, a mediados del XVI, Hernán Ruiz le añadió el cuerpo de campanas renacentista que muestra en la actualidad.

Muralla del Alcázar.

Junto a ella, la primitiva mezquita dio paso a la solemne catedral, entre los siglos XV y XVI, bajo un estilo gótico tardío de impresionantes dimensiones. De hecho, nos encontramos posiblemente ante la catedral gótica más grande de Europa. Consta de

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cinco naves y un gran crucero que da cobijo a la Capilla Mayor, formada por un soberbio enrejado y un gran retablo. Por detrás, ocupando el espacio del ábside, se encuentra la Capilla Real, combinando elementos platerescos y manieristas.

Asimismo, el tesoro de la catedral guarda numerosas joyas y ornamentos, junto a un archivo fundado por Fernando III el Santo, engrosado posteriormente con las aportaciones de Alfonso X el Sabio y la Biblioteca Colombina, el principal legado del hijo de Cristóbal Colón. Sin embargo, para contemplar los documentos más destacados de la época, debemos visitar el cercano Archivo General de Indias.

También conocida como la Casa de la Contratación o Lonja, el Archivo de Indias responde a los planos realizados por Juan de Herrera en el siglo XVI. Sus inmensas salas guardan todo tipo de documentos relacionados con la conquista y colonización española de las Américas, entre los que destacan más de 35.000 legajos, mapas, cartas y curiosidades de la más diversa procedencia.

La luz del Alcázar

La sobriedad del Archivo de Indias contrasta con la explosión de luz y color que desprenden los Reales Alcázares. Este recinto llegó a configurar, en tiempos de Abderramán II, una verdadera ciudad fortificada. Esa parte más primitiva se conserva en las murallas exteriores, en torno a la antigua plaza de armas del Patio de Banderas. Con el paso de los siglos, el Alcázar se convirtió en la residencia real de los sucesivos monarcas que visitaban Sevilla, por lo que abarca un amplio abanico de estilos artísticos, predominando el mudéjar. Una de las mejores muestras se encuentra en el Salón de los Embajadores, culminado por una deslumbrante bóveda. Ya en la planta superior, se conserva el Oratorio de los Reyes Católicos, equipado con un altar de azulejos policromados.

Otras estancias que no debemos pasar por alto son la Sala de Justicia, decorada en estilo mudéjar del siglo XIV, y el Patio del Yeso, flanqueado por las arquerías de un palacio almohade. Por otro lado, el Patio de la Montería tiene como telón de fondo la espectacular fachada del Palacio de Pedro I, una de las más lujosas residencias construidas en estilo mudéjar.

Mención aparte merecen los jardines y patios de inspiración árabe que salpican el recinto. Así, en el Patio de las Doncellas tenían lugar las recepciones oficiales, mientras que el de las Muñecas quedaba reservado a la vida privada de los monarcas. Monarcas que tenían en los rincones ajardinados de la Galera o el Naranjal dos lugares idóneos para reflexionar y tomar decisiones. El recinto del Alcázar se completó en el siglo XX con los llamados Jardines Nuevos, donde se colocó una portada gótico-isabelina procedente del Palacio de los Duques de Arcos, en la vecina localidad de Marchena.

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Desde el Patio de Banderas del Alcázar, un peculiar pasadizo nos conduce hasta el popular barrio de Santa Cruz, inolvidable conjunto de estrechas callejuelas y floreadas plazas que invitan a pasear sin prisa alguna. Aquí podemos encontrar, además, muchas de las tabernas típicas que hacen justicia a la sana costumbre de ir de tapas, sumamente arraigada en la sociedad sevillana.

Es, además, en el número 2 del callejón del Agua, en pleno corazón del barrio de Santa Cruz, donde se encuentra la casa que habitó Washington Irving antes de partir hacia Granada. Se trata de un elegante palacete, articulado en torno a un patio con columnas repleto de plantas. Irving, que responde el prototipo de viajero romántico de principios del XIX, se sintió cautivado por Andalucía y la civilización hispano-musulmana. Prueba de ello fueron sus andanzas entre las ciudades de Sevilla y Granada. Andanzas que dejó plasmadas en muchas de sus obras, como la emblemática “Cuentos de la Alhambra”.

Las tres torres

Además del Alcázar, el sistema defensivo de la ciudad contaba con diversas torres de vigilancia, de las cuales todavía podemos contemplar tres. Así, en la esquina de la Avenida de la Constitución y la calle Santo Tomás se alza la Torre de Abdelazis, casi oculta por construcciones más modernas. Por otro lado, en la calle Santander, la Torre de la Plata se esconde en el interior de un edificio proyectado por Rafael Moneo. Finalmente, a orillas del Guadalquivir, la Torre del Oro sirve como bastión defensivo desde el año 1220. Ya en posesión de los cristianos, esta construcción dodecagonal funcionó como cárcel y depósito del oro que las expediciones traían de América. Actualmente, alberga en su interior la sede del Museo Naval, como prueba de la importancia que la ciudad tuvo en el siglo XVI.

Mas no son éstos los únicos rincones de Sevilla donde se puede palpar el sentir andalusí. Por ejemplo, las monumentales atarazanas, reconstruidas por Alfonso X el Sabio, fueron inicialmente levantadas por los almohades. Sin olvidar, cómo no, la famosa Casa de Pilatos, uno de los mejores ejemplos de la arquitectura palaciega sevillana. A pesar de ser construida entre los siglos XV y XVI, sigue una distribución irregular, propia del estilo mudéjar. Interminables zócalos de azulejos, arcos de herradura y relieves con detallados arabescos ornamentan el que es, sin duda, uno de los rincones más bellos de la capital hispalense.

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CARMONA

HISTORIA

En Carmona se han encontrado restos tartésicos, cartagineses y romanos. Su poblamiento data del año 3000 a. C. Los cartagineses la llamaron Kar-Hammon o ciudad del dios Hammon. Fue un importante núcleo romano con el nombre de Carmo a partir del 206 a. C, y de esta época se conserva la necrópolis, con más de 250 tumbas, el anfiteatro, mausoleos y quemaderos.

Pero fue en tiempos de al-Andalus, con la llegada de los árabes, cuando la ciudad vivió una de sus mayores épocas de esplendor, por entonces se la nombraba por Karmuna. Un auge debido en su mayor parte a la aristocracia judía asentada en la ciudad.

Puerta de Sevilla.

Abderramán I se refugió en Carmona, huyendo del califa abasida y de sus fanáticos yemeníes, que acabaron por retirarse. Durante el siglo IX se sucedieron frecuentes revueltas en torno a la ciudad, a la vez por estos años los crueles vikingos asolaban los pueblos y tierras de alrededor, concretamente en el 844 llegaron gran número de refugiados a la ciudad. Poco tiempo después, Carmona caía bajo la órbita de Sevilla. Pero no acababan aquí sus males, pues en el 1091 los almorávides saqueaban la ciudad.

Rodrigo González Girón la conquistó en 1247 y en 1252, Alfonso X le concedió carta de fuero. Tras el asesinato de Pedro I por su hermano Enrique de Trastamara, Carmona fue escenario de varios progrom contra los judíos, matando en 1391 a buena parte de sus habitantes. Felipe IV le concedió el título de ciudad en 1630. En los siglos XVII y XVIII se llenaría de conventos y palacios, su presente riqueza patromonial.

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Alcazaba. La antigua carretera de Córdoba conduce a un puente romano de cinco ojos, sobre el que se yergue el Alcázar de Arriba, ampliado y reforzado por almorávides y almohades. Don Pedro I lo transformó en un palacio del que nada se conserva.. En él se encuentra la Plaza de Armas y el Parador Nacional, sí como la Alcazaba de la Puerta Romana de Sevilla, obra romana y musulmana con restos tartésicos y cartagineses, convirtiéndose en el Alcázar de Abajo. Es el monumento más representativo y toda una síntesis de la historia de la ciudad. Excelentes vistas.

Murallas y Mezquita. Los árabes rodearon la ciudad de una muralla de piedra y construyeron un arsenal y una Mezquita del Viernes, con arcos soportados por columnas de mármol. Santa María la Mayor fue construida sobre este emplazamiento, del que se conservan el patio de naranjos, los arcos de herradura y hermosas pinturas góticas.

Iglesia de Santiago. Está levantada sobre una antigua mezquita, de la que se conserva la planta y el alminar.

Convento de San José, fundado en el XVII y convertido en cárcel.

Casa de Alonso Bernal Escamilla, con puerta con columnas estriadas, la Cilla primitiva o antigua granero del s. XVI y la Cilla nueva de finales del XVII.

Convento de las Descalzas, de los siglos XVII y XVIII, con un retablo sin policromar, pero muy llamativo, un púlpito de forja y un coro barroco.

Iglesia de Santa María, construida a principios del siglo XV sobre una antigua mezquita por el mismo arquitecto de la catedral de Sevilla. Conserva el patio de las abluciones y el patio de los naranjos.

Torre de la iglesia de Santa María.

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Convento de Santa Clara, fundado en 1640 sobre una iglesia mudéjar.

Iglesia de San Blas, construida sobre una antigua sinagoga.

La Iglesia de San Salvador es un templo barroco con un bello altar mayor.

El convento de la Madre de Dios conserva un importante patrimonio artístico y una iglesia en la que alterna el mudéjar con el barroco.

Convento de la Purísima Concepción, con una maravillosa bóveda estrellada en su iglesia y un artesonado mudéjar.

Desde la cumbre del pueblo, la vista queda presa en sus callejas, calles y edificaciones nobles, entre las que destaca el palacio de los Aguilar y el de los de Rueda, así como el conjunto de la plaza de San Fernando, rodeada de casas mudéjares como el Cabildo Antiguo, San Felipe, con el escudo de los Hurtado Mendoza, el barrio judío con el Postigo y Barbacanas, sus restos romanos, necrópolis incluida, con las tumbas llamadas de Servilia y del Elefante, o su anfiteatro.

OSUNA

HISTORIA

Los orígenes de esta ciudad son antiquísimos, pues hay vestigos de poblamientos turdetanos y fue también tartesa. Los iberos la llamaron Urso. Lo cierto es que cuando llegaron las legiones romanas encontraron una evolucionada civilización autóctona, de la que proceden los conocidos “Toros de Osuna”. Tomó partido por Pompeyo frente a César, pero fue éste quien la convirtió en “Colonia Genétiva Iulia”, con jurisdicción propia, como puede comprobarse en los “Bronces de Osuna”, y el privilegio de acuñar moneda propia. De esta época son el teatro, con su visible graderío, y la necrópolis en el Camino Viejo de Granada.

La Osuna árabe dio prestigiosas figuras a al-Andalus, poetas como Abdalah ben M. Al-Rahman y Garim ben Walid, científicos, gramáticos y jurisconsultos.

A raíz de la conquista de Fernando III, Osuna fue plaza fuerte contra los árabes y Convento Mayor de la Orden de Calatrava; luego pasó a Maestrazgo de los Girones y, posteriormente, al Ducado de Osuna. De la inmensa fortuna de estos duques, que acumulaban más de 40 títulos y media docena de grandezas, nos da idea el hecho de que podían viajar por media España sin abandonar nunca sus propiedades. Don Juan Téllez de Girón, cuarto Conde de Ureña, promovió las artes, construyó la iglesia colegial y la Universidad. A su mecenazgo se debe el emporio de cultura y riqueza, que fue en un tiempo esta ciudad, y también de decadencia.

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Universidad de Osuna.

El duodécimo duque de Osuna, Don Mario Téllez de Girón (1814-1882), fue señorito, romántico y derrochón. Tras los banquetes, que ni grandes ni reyes podían emular, ordenaba romper la vajilla de Sèvres en la que se había comido. Siendo embajador de España en Rusia, acudía a las fiestas de los zares con su corte personal, luciendo toda ella diferentes pieles de marta o visón en cada acontecimiento. A su muerte dejó una deuda de 43 millones de pesetas. Como por castigo, sus restos están fuera del panteón de sus mayores, en la nave derecha del templo de la Colegiata.

La Torre del Agua, torre almohade de siglo XII, formaba parte del sistema defensivo de la ciudad. Hoy alberga el Museo Arqueológico.

La Colegiata de Santa María de la Asunción, de principios del siglo XVI, es un monumento de traza renacentista que sobrecoge por la pureza de su silueta. La llamada Puerta del Sol tiene una magnífica decoración de estilo plateresco y, en el interior, es notable el retablo mayor, de estilo barroco, así como la extraordinaria colección de lienzos de José de Rivera “el Españoleto”, y la grandiosa talla del Cristo Crucificado, obra de Juan de Mesa en 1623. A la izquierda de la fachada se levanta la torre, construida en 1918 tras la destrucción de la primitiva por un rayo.

Al Panteón Ducal, adosado a la Colegiata, igualmente fundado por Don Juan Téllez de Girón en 1545, se le denomina “el pequeño Escorial de los Osuna” y se accede a él a través de un bonito patio plateresco del siglo XVI. Luego se pasa a la Capilla del Santo Sepulcro, de 1540, con un bello retablo escultórico policromado del siglo XVI. Hay que destacar las pinturas de Luis Morales.

La Universidad, fundada en 1548 por don Juan Téllez de Girón con la aprobación de Carlos V, tiene pinturas de Hernando de Esturmio de 1548 y, en la sala de grados, pinturas murales del siglo XVI. La planta es rectangular con torretas circulares en sus esquinas. (Horario de visita: sólo la fachada exterior).

El convento de la Encarnación fue en sus orígenes hospital y más tarde convento, con espléndidos azulejos sevillanos del siglo XVII, orfebrería, escultura y

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cuadros, particularmente los de Francisco Meneses. También hay una copia del Finis Gloriae Mundi que Valdés Leal pintó para el Hospital de la Caridad de Sevilla.

Otros monumentos notables de Osuna son sus bellos palacios, como el de los Condes de Gomara o de los Cepeda, y casas señoriales del siglo XVI al XVIII. A éste último pertenece el conjunto más llamativo, en la antigua calle Sevilla y en la de San Pedro, donde puede admirarse también la Cilla del Cabildo. Entre la lista interminable de iglesias y conventos cabe destacar la Iglesia de Santo Domingo, que se reconoce por su espadaña decorada con azulejos. El altar mayor se debe a Jerónimo Hernández y Diego Velasco.

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