lo que el cielo no perdona

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LO QUE EL CIELO NO PERDONA. Por Wiliam Ospina RevistaCromosPublicado el26 febrero, 2007porpoloaustriaCalificaciones:22LO QUE EL CIELO NO PERDONAQuienes alcanzamos a vivir los horrores de la violencia de los aos cincuenta, cuyos estremecedores testimonios recogi el clebre libro La violencia en Colombia, siempre esperamos que el pas aprendera del ejemplo, y que nunca ms se volvera a vivir una orga de sangre como esa en nuestro territorio.WILLIAM OSPINADuele decir que Colombia acaba de pasar por un infierno semejante, que la violencia protagonizada por las guerrillas y su mula, la violencia igual o peor desatada por las bandas de paramilitares, ha vuelto a producir en los campos y las ciudades del pas escenas de espanto que no se borrarn de la memoria de quienes las vivieron, que otra vez la zozobra y el miedo se apoderaron de millones de personas, y que otra vez la guerra fue la escuela donde perdieron su cuerpo y donde echaron a perder sus almas incontables seres humanos.Qu maldicin es esta que hace a los colombianos incapaces de convivir y que nos lleva cada cierto tiempo a extremos de degradacin, de impiedad, a niveles de crueldad inauditos? En los aos cincuenta se cometan masacres atroces con la intencin de causar terror, de crear un clima de espanto que desalentara a las gentes, pero los criminales que las perpetraron fueron muertos a su vez por la persecucin que desataron las autoridades, desde los tiempos del general Rojas Pinilla hasta los tiempos de la "pacificacin" obrada por los primeros gobiernos del Frente Nacional. Hubo una edad en que fueron abatidos los Desquites y los Sangrenegras, los "chulos" y los "pjaros", como se los llamaba, que alentados por poderosos patrocinadores, a veces los propios directorios polticos, haban llenado de espanto a Colombia.Qu tipo de orden social pudo permitir que Colombia no aprendiera de ese ejemplo, yque veinte aos despus surgiera una nueva generacin de criminales, tanto o ms feroces que los anteriores, dedicados ahora no slo al secuestro y a la extorsin sino a masacres indescriptibles que a veces hacen palidecer a las peores de los viejos tiempos? Creo que en nada se prueba tanto el fracaso de nuestra clase dirigente como en su incapacidad de construir un pas que no tenga que recurrir cada cierto tiempo a desalmados baos de sangre para mantener la estabilidad de sus instituciones y la seguridad de sus propietarios.Los orgenes de la guerrilla se remontan a los ltimos tiempos de la violencia anterior. Esos grupos insurgentes eran expresin de complejos problemas no resueltos de nuestra sociedad, y combatidos con dureza desde el comienzo, muy pronto fueron habitundose al rigor de los combates. Nada tan detestable en ellos como la prctica del secuestro: un delito que deslegitima a cualquier combatiente que pretenda tener una causa social, porque no se construye la justicia para las sociedades pisoteando la dignidad de los individuos. Qu dolor causa ver, como en esta semana, a una anciana de ms de setenta aos que acaba de salir de manos de sus captores! Qu valientes "liberadores" de la sociedad ensandose con seres desvalidos! Qu confianza pueden despertar en una sociedad esos supuestos redentores que se creen con derecho a impugnar a las instituciones cuando mantienen en cautiverio a centenares de seres humanos de toda condicin, la mayor parte de ellos de origen humilde, soldados que pagaban su servicio militar, e incluso a personas que han tenido el valor admirable de criticar nuestro orden social sin recurrir a la violencia, obrando siempre como ciudadanos desarmados, como es el caso de la valiente y solitaria ngrid Betancourt!Pero la historia de Colombia es la historia de unas soluciones que suelen ser peores que los males, y el auge del paramilitarismo revela cun inepto e irresponsable es nuestro mundo poltico. Porque cuando el Estado se muestra incapaz de garantizar la seguridad de los ciudadanos, de garantizar la propiedad, el derecho a moverse por las carreteras, no es adecuado pero es comprensible que grupos de ciudadanos amenazados formen grupos de autodefensa, e intenten proveer por mano propia la seguridad que el Estado les niega.Lo que ninguna sociedad puede permitir es que sean la propia dirigencia y el propio Estado los que apadrinen esas soluciones que se salen del cauce de la ley e invisten de poder a los criminales para hacer justicia por su propia cuenta. Ahora sabemos que miembros del Ejrcito nacional apadrinaron a esos grupos, que polticos que le deben su poder a la ley, a la legitimidad de instituciones como el sufragio universal, al mismo tiempo socavaban la ley alindose con los criminales ms siniestros, y que detrs de todo no estaban simplemente los agricultores amenazados sino el narcotrfico montando su segunda empresa criminal: el robo de tierras.Cada vez que la sociedad recurre al crimen como instrumento para salvarse est poniendo una soga en su propio cuello y est minando la respetabilidad de las bases en las que descansa. Con qu derecho se puede reprochar a los delincuentes el que violen la ley, si los propios encargados de sostenerla y los que le deben a la ley la defensa de sus propiedades y de sus derechos recurren al crimen en la sombra mientras se escudan en la ley a la luz del da.La dirigencia es la dirigencia, y todo lo que hace tiene grandes repercusiones sociales. Esa capacidad de renunciar a la ley cada vez que se juzga necesario y de ampararse en ella cada vez que resulta conveniente es lo que mantiene a nuestra sociedad siempre en los umbrales de la barbarie. Todava no se nos ha revelado cuntos respetables empresarios, cuntos y cules miembros de las Fuerzas Armadas, cuntos influyentes ciudadanos, y cuntos y cules polticos apoyaron y financiaron a las bandas que baaron de sangre al pas. Porque una cosa es argumentar, como lo hizo en una carta un grupo enorme de ganaderos, que les fue forzoso defenderse de los ataques de la guerrilla, y otra cosa es justificar los asesinatos atroces de personas inermes, como un crimen del que o hablar hace unos das en un pueblo del Tolima (una pequea hoja en un bosque de horrores), donde la familia de la vctima rogaba por ella con lgrimas en la plaza del pueblo ante el arbitrario tribunal de asesinos que la juzgaba, y despus debi ver cmo aquella persona era desmembrada viva por los paramilitares con el argumento de que se estaba aleccionando a la poblacin.Los que apoyaron el paramilitarismo, incluidos los muchos firmantes de esa carta, tienen que decir si respaldan tambin los crmenes que se cometieron, si suscriben la "justicia" de las motosierras, que clama al cielo, y si apoyan tambin el hecho de que los paramilitares hayan abandonado tan pronto su labor supuestamente justiciera de combatir a la guerrilla y se hayan dedicado a arrebatarles sus tierras a los campesinos y expulsarlos hacia las ciudades. En qu momento se pasa de indefensos hombres del campo, que se unen para defenderse, a patrocinadores de vastas campaas de aniquilacin y despojo con los mtodos ms escalofriantes.Todo eso es lo que se discute en estos das en Colombia. Y lo que falta por discutir es qu tiene que hacer nuestra sociedad para que sus dirigentes no sigan considerando el crimen un camino adecuado para defender a las instituciones, cuando ya nos gastamos todo el siglo veinte probando que de ese horror slo salen las instituciones mancilladas, los corazones degradados y la sociedad expuesta a la eterna repeticin de la infamia.