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1 VIERNES SANTO

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VIERNES SANTO

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DIOS HABLA

1ª lectura: Is 52, 13 - 53, 12

2ª lectura: Hb 4, 14-16; 5, 7-9 Evangelio: Jn 18, 1 - 19, 42

EXÉGESIS

PRIMERA LECTURA Estamos acostumbrados a contemplar cómo los justos cargan con el peso de los malvados o apáticos que no nos duele el pecado, el desajuste, la injusticia. Cómo los pacientes asumen la irascibilidad de los iracundos; cómo el inteligente y sabio soporta la idiocia del soberbio, y el humilde la inutilidad del fantasioso… Más aún, en cuanto cada uno de nosotros alguna vez participamos de esa maldad, de esa ira o de esa injusticia, nos auto justificamos desacreditando al justo: ¡Es un pobre hombre, un ‘don nadie’!, ¡Esa mujer está loca!, ¡Ese no sabe aprovechar las oportunidades! (vv.53, 3-5). Todos conocemos la realidad de muchas vidas y muchas familias, incluso instituciones, o cuadrillas de amigos o grupos sociales donde desde lo más sencillo a lo más complejo se mantiene en pie porque siempre hay ‘un burro de carga’. Siempre hay quien se ofrece a organizar, llevar adelante, programar… pagar con su tiempo, dedicación y paciencia las adversidades, enfermedades, desajustes de las familias, las discrepancias de los amigos, las carencias de la sociedad (53, 4-5). Encima nos permitimos juicios sin sentido y crueles: ¡No sirve para otra cosa!, ¡No sabe más que trabajar!, ¡No tiene personalidad!, ¡Eso no hay quien lo aguante!… Y además ¿qué mérito tiene si no sabe hacer otra cosa…? ¡Para lo que se lo van a agradecer!.. Se le estremece a uno el corazón cuando ve la reacción ante el ‘fracaso’ de estas personas. En casos de violencia doméstica ¡si ella se lo ha buscado!. “Y quedan sus hijos solos y desamparados y sus padres abandonados” (v.8 en la versión de la B.de J. ‘y de sus contemporáneos, ¿quién se preocupa?’) Y sin embargo gracias a esas personas el mundo puede vivir; las familias permanecen unidas, los enfermos atendidos, son acompañados los ancianos, se vislumbran atisbos de paz en algunos países (v.53, 11). No hay que esperar que nadie se lo agradezca, morirá sin un gracias, o sin ver que su tarea ha servido para algo. Pasado el tiempo, alguien recapacitará, otros justos, que viven los mismos valores. A veces, los mismos que los han perseguido (Mat 5, 11-12). ¿Cómo entender este desorden de la naturaleza humana? ¿Que el justo sea perseguido y el necio triunfe?, ¿Qué el bueno cargue con los pecados del pecador y el pecador se beneficie de los sacrificios del justo?. Apunta el texto una solución enigmática: por una parte son los ‘caminos escondidos de Dios’. Es el Señor quien hace y deshace. El es quien provoca la injusta situación del justo y quien repondrá al mismo en justicia, vida y abundancia. El Señor recompensa con creces la obediencia del Siervo (vv.53, 11-12). A las personas de hoy no nos cuadran estos valores: que tenga que ser el cansancio, la sumisión y la obediencia a la vida, a las cosas como vienen, un ‘camino de salvación’… Pero lo entendemos mejor si recordamos que en Cristo y en los justos no hay ningún refugio ni ceguera, ni fatalismo, sino la aceptación con todas sus consecuencias del camino del amor. Recuerdo en una ocasión la respuesta que una señora dio a quienes le

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reprochaban que aguantara la intemperancia, el mal trato y todo lo que supone convivir con un esposo y un hijo borrachos con frecuencia: “Y si yo nos los quiero ¿quién los va a querer…?” Sin llegar a este punto de amor auténticamente cristiano (‘de locura’, como el de Jesús) no estaría mal repasar como si fuese un espejo y mirarme: ¿Y yo qué soy? ¿’Siervo de Dios’ o el necio impío que lo machaca?

TOMÁS RAMÍREZ

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SEGUNDA LECTURA El primer párrafo de estos dos es una exhortación a la confianza y seguridad, a la adhesión incondicional a la fe. Para ello se nos ofrece una motivación sin parangón: el que tenemos como mediador a nuestro favor al mismo Jesús Hijo de Dios. Para animar a esta adhesión se apela también a nuestros propios sentimientos: Jesús Sacerdote no es alguien lejano o envuelto en ritos especiales, sagrados o misteriosos, sino alguien que nos comprende desde dentro, porque Él mismo ha experimentado, a pesar de ser Hijo, lo que es ser humano en toda la extensión de la palabra. Se "compadece" de nosotros porque ha "padecido con" nosotros (v.15). Podemos acercarnos a Dios, al "trono de la gracia" con toda confianza porque, sentado en él, hay alguien que nos ha aceptado absolutamente, nos entiende y nos acoge. El autor quiere suscitar en nosotros este afecto y, para ello, mejor que hacer reflexiones o teorías nos pone delante la realidad del Hijo que ha pasado por donde nosotros pasamos. Se ha hecho semejante en todo a nosotros excepto en el pecado personal; y sin embargo... también ha sido afectado por las consecuencias del pecado humano. Su muerte es consecuencia de tal situación de pecado. Y puede, por ello, estar cerca de quienes, de un modo u otro, también se ven metidos en tal situación, aunque con una mayor responsabilidad personal. En la misma línea va el segundo texto (5,7-9). En un tono más expositivo, pero no demasiado diferente, se nos recuerda un episodio de la Pasión, la oración del Huerto, en el cual Jesús aparece como un hombre total, con repugnancia grande ante la muerte inminente, pero también con total aceptación de los planes de Dios, que Él mismo ha asumido. Ora y pide ser liberado de su destino, como haría cualquiera de nosotros en circunstancias parecidas, pero acepta el resultado que Dios ha querido y previsto. "Aprende" aceptación y con ello nos resulta alguien también aquí cercano a nosotros mismos. Jesús no es un superhombre ajeno a las debilidades y sentimientos humanos, Tampoco se olvida el punto final. Pasando por la muerte y la resurrección, Él es la causa de la salvación para todos los que creemos en Él. No ha sido un sufrimiento en vano, sino ha abierto la posibilidad de comunicación con Dios. La muerte de Cristo, pues, es un acontecimiento que nos lo acerca todavía más que otros de su vida, con los que está unido. Es, además, la manifestación absoluta del amor de Dios por los hombres y nos invita a responder de modo semejante y, al hacerlo así, a unirnos a Él y salvarnos.

FEDERICO PASTOR

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EVANGELIO MEDITANDO LA PASIÓN SEGÚN SAN JUAN

1. Jn. 18 1-27

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Huerto en la ladera que, desde el este, mira a Jerusalén. Aquí es arrestado Jesús. Aquí comienza el enaltecimiento de Jesús. YO SOY. Es Jesús quien pone en marcha los acontecimientos. Nadie diría que es él es el arrestado. Retrocedieron y cayeron a tierra. Jesús es teofanía: presencia divina que impone y aterra. Es la hora del enaltecimiento de Jesús. Os he dicho que YO SOY. Jesús dicta el curso de los acontecimientos. A estos dejadlos marchar. Se lo dictan a quienes lo detienen y se lo dicta a Simón Pedro, que malentiende la hora. Envaina tu espada. La autoridad y el señorío de Jesús tienen origen en su Padre. La hora de Jesús es también la hora del Padre: ambos comparten cáliz. Yo y el Padre somos uno (10,30). Del huerto pasa Jesús a presencia de Anás, primero, y de Caifás, después. Jesús es tratado como reo convicto. En realidad, el proceso y la decisión han tenido ya lugar (11,47-53). El autor del evangelio lo recuerda aduciendo el parecer expuesto entonces por Caifás: Conviene que muera un solo hombre por el pueblo. ¡La gran verdad de la muerte de Jesús! Lo que al autor le interesa ahora no es el proceso, sino las reacciones ante el reo, detenido al fin. La primera y más detalladamente descrita es la reacción de Simón Pedro. Reacción anticipada en 13,36-38. Pero no por prevista, menos contundente y significativa. ¡Qué gran esfuerzo es el amor! El amor se acrisola en silencio. Pedro no entiende todavía esto. Alardea demasiado de amor. La segunda reacción es la de uno de los presentes en casa de Anás. Es la reacción de quien es servil con el fuerte y prepotente con el débil. Si la de Pedro es la reacción de quien todavía no sabe amar, la del asistente es la reacción de quien carece de razón.

2. Jn. 18,28 – 19,16a En presencia de Pilato, que tiene poder para dejar libre a Jesús o para condenarlo a muerte. Instancia política suprema en Israel, instancia judicial suprema. ¿Qué acusación presentáis? ¿Qué has hecho? Preguntas lógicas en quien tiene que dictar sentencia. Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha declarado Hijo de Dios. Son el cargo y la petición de pena que hace la acusación. El cargo es la cuestión de fondo en toda la escena; lo que explica, por una parte, la postura inamovible y hasta frenética de la acusación y, por otra, el miedo del juez. Tenemos una ley. ¿De dónde eres? A la acusación le ampara la ley; al juez, el miedo inevitable. Difícilmente podía Jesús quedar impune en estas circunstancias. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran. Cuando esto sucedía, era el día de la preparación de la Pascua, hacia el mediodía. Justamente, cuando muy cerca, en el templo, se iniciaba el sacrificio de los corderos que, a partir de las seis de la tarde, serían comidos en la cena de Pascua, la cena conmemorativa de la liberación de la esclavitud. Retrotrayéndonos al momento en que Jesús entre en escena en el cuarto evangelio, leemos lo siguiente: Ve Juan acercarse a Jesús y dice: ahí está el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo (1,29). Aquí, en efecto, está el cordero iniciando su sacrificio. Se lo entregó para que lo crucificaran. Empieza la liberación. Destruid este templo, había dicho Jesús a los judíos refiriéndose a su cuerpo (2,19). Es lo que ahora se disponen a hacer legalmente los judíos. ¿No veis que es mejor que muera uno solo por el pueblo y que no perezca toda la nación?, había dicho Caifás en 11,50. Ahora comienza el juicio de este mundo y el príncipe de este mundo va a ser expulsado. Cuando yo sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí, había dicho Jesús en 12,31-32.

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Ha llegado LA HORA (17,1). El momento trascendental de la historia. Jesús está atestiguando LA VERDAD.

3. Jn. 19,16b-42 Cargando él mismo con la cruz camino del Gólgota donde lo crucificaron. Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces sabréis que YO SOY (8,28). Es el enaltecimiento de Jesús, la suprema manifestación de su ser. Jesús es teofanía, pero, en el Gólgota, la presencia divina no aterra. Momento de alcance universal: el latín y el griego, las lenguas universales de entonces, lo dan a conocer. El momento de la Verdad. El cordero ha sido sacrificado, la liberación se ha producido, el pecado ha sido contrarrestado, el príncipe de este mundo ha sido expulsado. Está cumplido. Ahora ya hay Espíritu, pues Jesús ha sido glorificado. La gran familia de los hijos de Dios tiene en María a su madre.

ALBERTO BENITO [email protected]

NOTAS PARA LA HOMILIA REACCIONES ANTE LA MALDAD Con demasiada frecuencia los medios de comunicación nos trasladan las noticias e imágenes de aberraciones sádicas con inocentes cometidas por personas, grupos o sociedades enteras que descargan toda ferocidad de que puede ser capaz el ser humano sobre alguien que sirve de blanco al odio de cualquier tipo, que de todos hay. Ante tanta barbarie que deja aturdidos, agobiados y desbordados a quienes mantienen un poquitín de sensibilidad y sienten la impotencia y el horror de ser humanos y no poder hacer nada que, inmediatamente, ponga fin a tanta crueldad, muchos se hacen la pregunta: ¿Dónde está Dios? En la pregunta hay súplica y hay protesta, hay enfado y petición, hay rechazo y oración, hay argumento contra Dios a la vez que necesidad de su existencia y presencia para llevar adelante este mundo tan crudamente insensible y hasta cruel. Hay quienes matan invocando su nombre y oponiéndose a lo que ellos denominan culturas ateas y blasfemas llenas de ansias consumistas e impregnadas de materialismo teórico y práctico. Hay quienes mueren invocándolo, perdonando a sus asesinos, confiando en el misterio de un Dios que no se deja ver pero que se hace notar, por eso, esperando que su vida, truncada de esa forma, realice sus aspiraciones de felicidad y paz en otra realidad y dimensión inexplicable para nosotros pero no irreal. Hay quienes hablan contra Dios por permitir que haya tanto mal físico, tanto dolor moral y tanto sufrimiento humano. La existencia del mal es para muchos la prueba de que Dios no existe o es inoperante, un Dios que no es sino una palabra en la que hemos proyectado todo el cúmulo de insatisfacciones, proyectos inalcanzables y anhelos, es decir, todo lo que caracteriza a una humanidad insatisfecha y voraz. Otros hablan a su favor por distintos motivos. Porque, según ellos, gracias a Dios la humanidad frena sus ambiciones y odios que serían todavía más terribles. A Dios le debemos el respeto a la ley, el sentido ordenado de una convivencia que sin Él sería la ley de la selva. En Él encontramos la fundamentación última de unos principios que, en conjunto, constituyen los criterios que orientan la vida y la humanizan un poco. Él es quien despierta interiormente la sensibilidad de compasión y solidaridad que contrarresta tantas maldades. Él es el principio humanizador que hace al ser humano un poco más humano.

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DIOS ES LA VÍCTIMA De muchas maneras reacciona la gente ante estas situaciones que perturban el ánimo y provocan la pregunta por Dios. Los creyentes cristianos también nos sentimos inquietos y cuestionados. También nos afecta la pregunta sobre la realidad y la función de Dios en la vida de la humanidad. Hoy, en esta fiesta en cuyo centro se sitúa como protagonista el mal y la maldad, el evangelio nos señala al lugar de las víctimas, allí donde se ceba el odio y la destrucción, para indicarnos que en ese lugar, cualquiera que sea la forma de su tortura, está el Dios en quien creemos. Ante quienes piden razones de la ineficacia de Dios y de su impotencia o ausencia, solo podemos hacer lo mismo que nos indica el evangelio. Señalar y no dejar de indicar que Él está siempre con las víctimas. Que Él es la víctima que muere y sufre en todos. Todos mueren víctimas de la ambición, de la envidia, del deseo de poder, de la insaciable sed de dinero, de la política, de la religión, de la indiferencia. Pero, curiosamente, todos se los quieren achacar a Dios. Para muchos Dios es el verdugo mayor de la historia. Para nosotros Dios es la mayor víctima de la historia. Muere en todas, muere en el corazón de muchos. Pero, con la muerte de Dios, es la humanidad la que puede ir muriendo poco a poco al quedarse huérfana de perdón, huérfana de amor, huérfana de esperanza, huérfana del Dios que alimenta el corazón humano y lo hace más humano.

JOSÉ ALEGRE ARAGÜES

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LA LITURGIA DE HOY

MONICION DE ENTRADA Hoy comenzamos con el silencio. Desde la actitud propia de quien se siente abrumado por lo que celebra. No olvidemos que celebramos la muerte de Jesús. Y si todas las muertes nos producen estupor, la de hoy nos crea muchas inquietudes y preguntas. En las tres partes de que consta (Liturgia de la Palabra, Adoración de la Cruz, Comunión) la muerte y el instrumento de muerte que era la cruz en el imperio romano, constituyen el centro de atención. Dolor humano, víctimas inocentes, crueldad sádica, sufrimiento, Dios. ¿Cómo se relacionan y qué efecto tienen en nuestra vida? Desde las lecturas hasta la comunión todo invita a celebrar la vida con un Dios que se hace víctima y lo es con todos los sufridores de la historia. LECTURA PROFÉTICA No es mayor el que más tiene ni el que mejor se lo pasa ni el que más aparenta. Lo humano se mide por la capacidad de ser humanos, es decir, de ponerse en el lugar del que sufre, lo pasa mal, es despreciado o marginado y no cuenta. El gran ser humano es el que vive la realidad cruda y cruel del mundo sin dejarse aniquilar por la desesperanza ni atrapar por el odio.

SALMO RESPONSORIAL (Sal 30)

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Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu. A ti, Señor, me acojo: no quede yo nunca defraudado; tú que eres justo, ponme a salvo. Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu. A tus manos encomiendo mi espíritu: tú, el Dios leal, me librarás. Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu. Soy la burla de todos mis enemigos, la irrisión de mis vecinos, el espanto de mis conocidos; me ven por la calle y escapan de mí. Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu. Me han olvidado como a un muerto, me han desechado como a un cacharro inútil. Pero yo confío en ti, Señor, te digo: «Tú eres mi Dios.» En tu mano están mis azares; líbrame de los enemigos que me persiguen. Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu. Haz brillar tu rostro sobre tu siervo, sálvame por tu misericordia. Sed fuertes y valientes de corazón, los que esperáis en el Señor. LECTURA APOSTOLICA El gran sentido religioso es el que acompaña a quien experimenta el mal pero le hace sentir a Dios muy cerca, porque proclama que Dios no es otro más en el lejano olimpo de las divinidades que juegan caprichosamente con la humanidad ni se recluye en el ritualismo de un culto insignificante e insensible. El Dios cristiano es el que se nos hace presente en las víctimas, como lo ha hecho con Jesús, a quien confesamos Señor de nuestra fe e Hijo de Dios.

LECTURA EVANGELICA El premio a la búsqueda de la verdad es la libertad. Y la verdad del ser humano es su condición de necesitado para lograr mantener la esperanza de un futuro. Pero eso se hace posible en la Cruz, en la visión de Dios solidario con las víctimas humanas. Él mismo hecho víctima de tantas cosas nuestras, pero Él mismo Señor de un mundo que no quiere contar con Él y en quien se encuentra nuestra salvación.

ORACION UNIVERSAL Desde un mundo lleno de situaciones problemáticas y muchas necesidades. Con los pies muy en el suelo a la vez que abiertos al mundo entero nos dirigimos a Dios enumerando los grandes problemas de la sociedad actual que nos sirven de recordatorio y de despertar a una realidad que, a veces, tenemos olvidada. ADORACIÓN DE LA CRUZ Este es nuestro signo, ella es nuestra señal, es nuestra identidad, nuestro resumen religioso y el símbolo de lo que creemos. No es en grandezas y signos prepotentes, no es en la superioridad ni en la riqueza ni en el dominio de la explicación conceptual de todo. Es en la unión del cielo con la tierra, es en el árbol bien plantado que hundiendo sus raíces en el suelo se eleva señalando nuestro horizonte y nuestra vocación. Es en la sencillez de la solidaridad humana y divina donde encontramos a Dios, aguantando nuestras decisiones y anunciando nuestro futuro.

RITO DE LA COMUNION Hoy adquiere especial significado el compartir el pan (consagrado ayer) que simboliza y hace presentes a todos los que en el mundo sufren, necesitan, trabajan, se agobian y buscan. El símbolo del esfuerzo humano y de la necesidad es el mismo que Dios ha

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elegido como símbolo de su presencia. Es el símbolo de la vida, pero su fecundidad procede de la entrega y esfuerzo de muchos que, como Cristo, han dado su vida por los demás.

DESPEDIDA La terminación de esta celebración nos deja en la perplejidad que siempre suscita la muerte. ¿Hay algo más allá de su sombrío rostro? ¿Representaba Jesús un horizonte de esperanza real o solo era la expresión de una ingenua ilusión? ¿Muere Dios arrollado por quienes tienen el poder y la influencia o le queda la última palabra por pronunciar? ¿Qué sería de la humanidad sin Dios y sin esperanza y sin perdón y sin compasión? ¿Morirá el ser humano con Dios o tienen futuro ambos? Es tiempo de pensar y es tiempo de esperar. El sábado nos espera con su liturgia llena de símbolos y de historias que nuestros antepasados vivieron y contaron.

JOSÉ ALEGRE ARAGÜÉS

[email protected]

Cantos para la Celebración Entrada: en total silencio. Salmo: LdS; A tus manos, Señor, mi Dios (disco “Viviremos con Él”). Aclamación antes de la Pasión: Cristo por nosotros (como el día de Ramos). Lectura de la Pasión: Se pueden intercalar aclamaciones, como el día de Ramos. Adoración de la Cruz: Victoria, tu reinarás; Perdona a tu pueblo; Amante Jesús

mío; A la hora de nona (disco “Cristo Libertador”, 1CLN-155). Comunión: Cerca de Ti, Señor; Acerquémonos todos al altar (1CLN-O 24); Delante

de Ti, Señor, mi Dios (disco “Cantos para participar y vivir la Misa”); Oh Señor, delante de Ti (disco “16 Cantos para la Misa”).

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VIA CRUCIS SEGÚN SAN MATEO

Siguiendo el esquema tradicional de las catorce estaciones, con texto bíblico y reflexión, las propongo en este ciclo A

tomadas de la Pasión en el evangelio de Mateo. Se comienza cada estación con “Te adoramos, oh Cristo...” después de su enunciado; sigue la cita bíblica; a continuación la reflexión aquí recogida y puede acabarse con el Padrenuestro. Como otras veces, se puede acceder a una versión más extensa -con las citas bíblicas más una plegaria- en mi web: www.geocities.com/thalithaqumi/.

Primera estación: Los jefes de los sacerdotes y los ancianos deciden dar muerte a Jesús. Mt 26, 3-5.

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Sentenciado. El Justo, el Inocente. Los que tenían como función acercar a los hombres a Dios... deciden

dar muerte al Hijo de Dios. Su pecado les ciega. Su dominio sobre los demás, sobre los pobres; los abusos

del culto y de las ofrendas; el poder que les da dinero y seguridad; la institución por encima de la

persona... sólo puede conducirles a lo que hacen: cometer el mayor pecado, lo que Dios reprueba. Porque

ellos, en realidad, no están con Dios, sino sólo consigo mismos y lo que intentan salvaguardar.

Segunda estación: La unción de Jesús en Betania anuncia su muerte. Mt 26, 6-13.

Una muerte anunciada. Los discípulos no son muy conscientes de lo que se viene encima. Jesús lo había

anunciado, pero ellos son duros para comprender. Esa mujer en Betania, ¿es que lo intuye y se adelanta?

¿o el gesto que realiza es sólo casual? Quizás no lo lleguemos a saber nunca, pero Jesús aprovecha el

gesto para volver a anunciar su muerte que se aproxima. Por otra parte, no hay que plantear la disyuntiva

Jesús-pobres. Él se va como vino: pobre entre los pobres. El ungüento evoca el embalsamamiento.

Tercera estación: Judas decide vender a Jesús por treinta monedas. Mt 26, 14-16.

Uno de los doce. Uno de sus incondicionales se ha extraviado y se desvincula de Jesús. Aún más: lo

traiciona, lo vende. Ya no distingue el bien del mal, ya confunde las cosas y no sabe hacer un

discernimiento. Muy grandes sufrimientos y desprecios puede soportar el ser humano, pero el hecho de

que uno de sus amigos lo venda por dinero está en la cima de ellos. Hasta por eso ha pasado Jesús en su

pasión. Parece que la pasión lo condensa todo, que cualquier sufrimiento humano se ve reflejado en la

pasión de Jesús.

Cuarta estación: Jesús, en la última cena, instituye la Eucaristía. Mt 26, 26-30.

Un rato de solaz en la intimidad. Una cena de despedida. Tono grave y solemne para la ocasión. Todo

tiene atmósfera de testamento, de últimas voluntades, de recopilación de todo lo vivido con los suyos, de

últimas instrucciones. Y ahí... la Eucaristía: Esto es mi cuerpo... Ésta es mi sangre... que se derrama por

todos para el perdón de los pecados. Pan y vino en la mesa anuncian su cuerpo y su sangre en la cruz. En

los acontecimientos que van a suceder, Dios sellará, por la sangre de Jesús, la nueva alianza anunciada.

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Quinta estación: Jesús ora, angustiado, en el huerto de Getsemaní. Mt 26, 36-39.

Son sus últimos momentos en libertad. Momentos a solas con el Padre. Ha querido involucrar a los más

cercanos, pero... no han podido velar; su sueño delata su ausencia. Jesús se ve solo ante la angustia. Jesús

se ve solo ante la muerte. Siente su propia debilidad y quisiera alejarse de lo que le sobreviene. Sólo la

fidelidad a su proyecto, a su misión, al Padre y a la humanidad le hacen aceptar voluntariamente su

destino. Su unión con el Padre puede más que su deseo de escapar de Getsemaní. Será fiel hasta el final.

Sexta estación: Jesús es arrestado en Getsemaní. Mt 26, 47-50.

La traición se ha consumado. Por si acaso los guardias de los sacerdotes no lo conocen, Judas lo besa. Es

penoso, porque ese beso era la contraseña que habían convenido para identificarlo. Hasta un gesto de

amor y de cariño se puede convertir en un elemento de traición y de entrega. No puede uno fiarse ya ni de

quien le besa. A partir de este momento, Jesús queda a merced de los injustos y pecadores, de los que

quieren eliminarlo, de quienes han abandonado a Dios, de quienes han renunciado al amor.

Séptima estación: El Sanedrín condena a muerte a Jesús por declararse “Hijo de Dios”. Mt 26, 63b-

66.

El juicio es una farsa. La decisión de acabar con él había sido tomada ya de antemano. Es una sesión en la

que sólo hay acusadores y no hay defensa. No hace sino ratificar lo que los responsables habían decidido

ya antes. El sumo sacerdote conjura a Jesús a que diga si es el Hijo de Dios. Pero no estaba dispuesto a

escuchar la verdad; sólo aceptaría por válida “su” verdad. La cerrazón hacia Jesús es también la cerrazón

hacia Dios. Si antes se habían alejado de Dios, ahora acaban expulsándolo. La condena de Jesús es su

propia sentencia.

Octava estación: Pilato envía a Jesús a la cruz y suelta a Barrabás. Mt 27, 24-26.

Parece que Pilato puede hacer algo, pero no. Va a condenar a un hombre y a soltar a otro, pero haga lo

que haga, terminará condenando bien al Hijo del Padre, bien a un hijo del Padre. El nombre de Pilato irá

siempre asociado a la sangre, a la condena, a la cruz. Su lavatorio de manos no le exime de su

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responsabilidad. Los acusadores de Jesús habían cambiado ante él el motivo de la condena; ahora es un

argumento político y Pilato suelta a Barrabás. Jesús termina ocupando el lugar de un bandido.

Novena estación: Los soldados de Pilato humillan a Jesús. Mt 27, 27-31.

El proceso ante el Sanedrín termina con la burla hacia Jesús. El proceso ante Pilato acaba también así. La

burla de los soldados está llena de ironía y afecta a la cualidad real de Jesús. Pero ellos se mofan de la

realeza tal como ellos la entienden. En realidad, el sarcasmo se realiza a propósito de los símbolos reales

al modo humano. El reino de Jesús no es ese ni es así; la realeza de Jesús no es como la entienden los

soldados, por eso, a pesar de la humillación, la forma de rey-siervo de Jesús ha quedado intacta.

Décima estación: Jesús es crucificado en el monte Gólgota. Mt 27, 35-37.

La crucifixión de Jesús conlleva su desnudez y el letrero de la acusación, que acaba reconociendo la

identidad de Jesús de manos de los paganos. Expulsado de su pueblo al ser entregado en manos de

paganos, es ahora también expulsado de la ciudad santa. La crucifixión de Jesús tiene lugar en el Gólgota,

al otro lado de las murallas. Todo ser humano se enfrenta a la muerte en soledad, pero la soledad de Jesús

es manifiesta. Mateo sitúa sólo a los soldados al pie de la cruz; las mujeres lo ven sólo de lejos (27, 55).

Undécima estación: En la cruz, Jesús es tentado de un abandono triunfal. Mt 27, 39-44.

Es una de esas veces en las que cuesta mantener el tipo. Uno sabe qué es lo que quiere, cuál es su opción

fundamental, cuál la fidelidad a la que ha sido llamado y que ha decidido seguir. Pero el ambiente, el

entorno, las circunstancias... todo invita a lo contrario. Es necesaria una decisión firme, unos recursos

eficaces, unos apoyos robustos, una fe inquebrantable. Jesús pudo abandonar en ese momento, haber

cedido a la tentación que todos le proponían, pero había decidido ser fiel y Dios le ayudó a serlo.

Duodécima estación: Jesús ora al Padre desde la cruz. Mt 27, 45-46.

Lo que Jesús grita desde la cruz, momentos antes de morir, son las palabras del comienzo del salmo 22.

Proféticamente, sus estrofas contienen varios de los elementos que Mateo nos ha narrado en la pasión y

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en el momento de la crucifixión. Lógicamente, Jesús no continúa en ese momento con el resto del salmo,

pero no se nos escapa que contiene una plegaria confiada (v. 20-22) que pide protección y refiere también

la victoria de Dios al final del padecimiento. En la cruz, Jesús ora y confía.

Decimotercera estación: Jesús muere en la cruz. Mt 27, 50-54.

Se ha consumado el injusto crimen. La condición humana que Jesús había asumido en la Encarnación ha

terminado expulsándolo también de entre ellos. La humanidad no ha sabido cuidar para Dios al Hijo que

había puesto en sus manos y toda la obra creada se resiente del crimen. Pero, por la entrega voluntaria de

Jesús a este momento, el mundo se convierte ahora en el escenario de la salvación y la redención.

Definitivamente, la ofrenda de Jesús en la cruz es su victoria; y esa victoria nos ha traído la vida.

Decimocuarta estación: Jesús es sepultado. Mt 27, 57-60.

Aparece en escena José de Arimatea para reclamar el cuerpo de Jesús y sepultarlo. La presencia de este

hombre indica que también había gente rica entre los discípulos de Jesús. El cuerpo del Crucificado es

enterrado en un sepulcro nuevo. La piedra rodada separa el mundo de los muertos del de los vivos, el

sello que garantiza dos mundos aparte. Pero el cuerpo de Jesús no permanecerá ahí definitivamente. Esa

piedra volverá a ser rodada la mañana de Pascua porque Jesús no estará ya en el mundo de los muertos. El

sepulcro de Jesús es un sepulcro de esperanza, pues apunta hacia la resurrección.

JUAN SEGURA

[email protected]