libro no 1892 la leyenda del rey bermejo de los rios, d rodrigo amador colección e o julio 18 de...

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¡Por una Cultura Nacional, Científica y Popular! 1 Colección Emancipación Obrera IBAGUÉ-TOLIMA 2015 GMM

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La Leyenda Del Rey Bermejo. De Los Rios, D. Rodrigo Amador. Biblioteca Emancipación Obrera. Guillermo Molina Miranda.

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  • Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!

    1

    Coleccin Emancipacin Obrera IBAGU-TOLIMA 2015

    GMM

  • Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!

    2

    Libro No. 1892. La Leyenda Del Rey Bermejo. De Los Rios, D. Rodrigo Amador.

    Coleccin E.O. Julio 18 de 2015.

    Ttulo original: La Leyenda Del Rey Bermejo. D. Rodrigo Amador De Los Rios

    Versin Original: La Leyenda Del Rey Bermejo. D. Rodrigo Amador De Los Rios

    Circulacin conocimiento libre, Diseo y edicin digital de Versin original de

    textos: Libros Tauro http://www.LibrosTauro.com.ar

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    Portada E.O. de Imagen original:

    http://www.LibrosTauro.com.ar

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    La Leyenda Del Rey

    Bermejo D. Rodrigo Amador De Los Rios

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    A mi querido y buen amigo el elegante poeta sevillano Jos de Velilla y

    Rodrguez

    Te acuerdas, mi querido Pepe? ... Hace ya muchos aos de esto, y ramos entonces

    ambos muy jvenes: todo nos sonrea en el mundo, y al pisar juntos, con los libros

    debajo del brazo, los claustros de la Universidad sevillana -que hoy al lado de los de

    Lista guarda los restos de mi padre-, tenamos la inocente pretensin de creer que si el

    sol brillaba en el firmamento, si las flores exhalaban perfumes, era slo y

    exclusivamente para nosotros ... Reunidos en el fresco y reducido patio de tu casa,

    estbamos tu buena madre, tu hermana Mercedes, tan sentida como regocijada gloria

    de las musas, tu hermana Reyes, a la sazn pequea, t y yo: era una tarde calurosa del

    esto, y charlbamos alegres y decidores, preparando una expedicin, que al fin con

    Mercedes realizamos, a Alcal de Guadaira. No se cmo ni quien, en la conversacin,

    descosida, bulliciosa. y sazonada por las felices ocurrencias tuyas, pronunci al acaso

    el nombre de Ab-Sad, ni cmo fue el hablaros yo de aquel desventurado; pero es lo

    cierto que, al exponer mi pensamiento ingenuamente, surgi entonces en m el deseo

    de tratar este asunto de nuestra historia en forma distinta de la hasta aqu tan conocida

    y manoseada. Y cuando, aos adelante, en mis ocios todava juveniles, acometa la

    empresa, pens naturalmente en que, como cifra de aquella familia tuya para m tan

    cariosa, y cual amigo del corazn que eres, apareciese unido tu nombre a la Leyenda

    a que pretenda dar forma.

    Aqu la tienes. No repares en lo humilde de su atavo, ni te extrae por manera alguna

    ste: es una pobre fugitiva del naufragio en que pereci la era romntica contempor-

    nea, cuyos cantos armoniosos arrullaban nuestra cuna, y que an alienta en la persona

    de nuestro queridsimo Zorrilla, el dolo de nuestra juventud, como revolotea en los

    dramas de Echegaray, como vive en los tuyos, que tantos aplausos y tanta y tan

  • Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!

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    merecida gloria te han conquistado. Es mi Leyenda -aunque nada tenga del "sano

    manjar nacional, servido en fina loza", y s mucho de "comida indigesta", cual

    mascarada de moros y cristianos, segn la enrgica frase de Emilia Pardo Bazn1-,

    como un suspiro de tregua y de descanso, lanzado en medio de otras tareas para m

    peculiares, pero ridas y desabridas tanto como trabajosas...

    Recibe pues esta hija ma, a pesar de todos sus errores y de todos sus defectos, que son

    sin duda grandes y muchos, con el amor verdadero que me profesas, y no veas en ella

    sino el recuerdo carioso de tu siempre afectsimo y apasionado

    RODRIGO.

    1 Los Pazos de Ulloa. pg. 87 de los Apuntes autobiogrficos con que la autora encabeza su regional novela.

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    I

    Como sacude al sol alegre el pajarillo con trinos y gorjeos las alas humedecidas por

    persistente lluvia, as Granada sacuda tambin con regocijo el letargo enojoso del mes

    austero de Ramadn, al amanecer del da primero de la siguiente luna de Xaul, el ao

    759 de la Hgira2. No empaaba el celaje nube alguna; el sol resplandeca majestuoso

    en su trono de fuego, y mientras las tibias y otoales brisas, cargadas de perfumes,

    saturaban de aromas el ambiente, brindaban fresca y apacible sombra, en los ribazos y

    en la vega, entrecortados bosquecillos de naranjales y limoneros y pobladas arboledas.

    La cuaresma del Ramadn, con el forzoso ayuno que el Corn impone a los muslimes

    en accin de gracias y en memoria de haber de los cielos aquel mes descendido el Libro

    Santo; con su squito obligado de penitencias continuadas y oraciones fervorosas, el

    recogimiento diurno y las prcticas piadosas prescriptas en la Sunna -todo haba

    terminado, dejando slo en pos el recuerdo de enfadosa pesadilla en larga noche de

    pertinaz insomnio. No ms das pasados en oracin bajo las sombras naves del templo,

    iluminadas por el mortecino resplandor de los cirios y de las lmparas; entre la multitud

    abigarrada e informe de devotos, en exttica actitud contemplativa, o en continuo y

    trastornador movimiento; entre el desconcertado rumor confuso de las oraciones de los

    fieles; en aquella atmsfera pesada y sofocante... No ms abstinencia, ni ms

    privaciones: la luna nueva, al desgarrar serena los cendales oscuros de la noche,

    2 Corresponde al 5 de septiembre del ao 1358 de nuestra Era.

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    arrojando aquella exaltacin religiosa en la sima profunda del pasado que fue, traa

    consigo deslumbrador cortejo de risueos deleites, como recompensa merecida,

    despus de la cuaresma, por los fieles.

    Y mientras cada uno, con mano liberal, se dispona a repartir segn su riqueza la

    limosna de precepto entre sus hermanos los necesitados y los menesterosos, apercibase

    tambin con no disimulada satisfaccin a gozar del id-us-saguir o pascua menor en la

    fiesta de alfitra, ora, vido de gozar a plena luz del placer de la libertad buscando solaz

    y esparcimiento en el campo; ora dndose cita en los floridos crmenes cercanos, en

    los huertos y en las alqueras de las inmediaciones de Granada, cual si se tratase de

    celebrar algn acontecimiento prspero en cada familia.

    Desde bien temprano, haba sido invadido el Zoco por cargadores y mujeres que se

    reconocan y saludaban bulliciosos en voz alta y a gritos, como si al cabo de largos

    tiempos se encontrasen; y el ir y venir desasosegado de aquella muchedumbre que

    discurra en torno de los puestos de hortalizas y frutas, de carnes y viandas; el vocero

    incesante y ponderativo de los vendedores; los grupos de hortelanos y de campesinos

    que acudan desde la vega llevando sobre los lomos de las caballeras o en carretas

    chillonas los naturales frutos de la tierra; el reverberar del sol en incansable cabrilleo

    sobre las ropas de la multitud abigarrada y heterognea, ora simulando arder en los

    rojizos trajes, amortiguarse en los amarillentos, oscurecerse en los azules y en los

    negros, o adquiriendo intensidad deslumbradora en los blancos alquiceles y en los

    toldos de los puestos... todo formaba sorprendente y singular conjunto de animacin y

    de vida.

    Comenzaban a circular los vendedores ambulantes de confituras y refrescos,

    recorriendo las estrechas y an soolientas calles de la poblacin, y animndolas con

    sus gritos cadenciosos y guturales: abranse las puertas de las casas, y como sombras

    fugitivas unas veces, a lo largo de los enjalbegados muros, cubierto discretamente el

    rostro, se deslizaban algunas mujeres engalanadas, mientras no faltaban otras en los

    grupos de gente apercibida a disfrutar en el campo del da, con los enjaezados rucios

    prevenidos y la comida ya dispuesta, ni era sino muy natural y frecuente el ver

  • Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!

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    cuadrillas de infelices mendigos, recogiendo de puerta en puerta la limosna de

    precepto, y prorrumpiendo en desentonadas oraciones con que invocaban la bendicin

    del cielo sobre las almas caritativas.

    La plaza de Bb-ur-Ranla, espaciosa y llana, era invadida por la multitud,

    contribuyendo a acrecentar la general alegra que se respiraba en el ambiente, las

    tiendas engalanadas, armadas a toda prisa, donde hacan valer sus mercancas los

    vendedores, ponderando entre el humo oleoso de los hornillos de los buoleros, la

    dulzura de los higos chumbos all amontonados, la excelencia de las cajas de dtiles,

    lo almibarado de los mazapanes, de las pastas de alcorza y de las dems confituras que,

    con el agua de naranja helada, las tortas de aceite y las monas polvoreadas de azcar,

    convidaban apetitosas a la muchedumbre.

    Los mercaderes del Zacatn y de la alqasara, ms graves y ms circunspectos, haban

    a primera hora abierto sus tiendas, y en ellas ofrecan a la vista, provocativas e

    incitantes, las ricas sederas de Granada y de Mlaga, de Almera y aun de Murcia, tan

    renombradas como bellas; los paos tunecinos, tan apreciados por su finura y sus

    matices; las telas recamadas de la India; los brocados y tabines de la Siria, celebrados

    por la viveza deslumbradora de sus colores; las sargas tan vistosas de Damasco; los

    tapices bordados de la Persia; los alfamares o alfombras de Chinchilla; los perfumes

    famosos de la Arabia; las abultadas ajorcas de oro, cuajadas de filigrana y enriquecidas

    de brillante pedrera; los sartales de aljfares y de perlas de mil cambiantes irisados:

    los collares y las gargantillas de anchos, vistosos y afiligranados colgantes de oro, las

    arracadas, los zarcillos, las sortijas, de este metal y de labrada plata, y todo, en fin,

    cuanto pudo crear la industria de los hombres para embellecimiento y gala de las

    mujeres.

    En cuadrillas alegres, discurran las gentes del pueblo vestidas de fiesta, arrojndose

    esencias, perfumes y confituras, detenindose a cada paso para obsequiarse

    mutuamente, cantando al comps de los instrumentos, y danzando con frecuencia no

    pocas veces; y Granada, como un suspiro de satisfaccin, lanzaba en continuo

    borboteo, de sus numerosos arrabales al corazn de la ciudad, grupos animados,

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    incesantes y caprichosos, en los cuales aparecan las clases y los sexos por vistoso

    modo confundidos.

    Pintorescamente repartidos por los contornos, los granadinos respiraban con placer

    infinito el aire saturado de los aromas campestres en jiras y en honestos divertimientos,

    celebrando as bulliciosos la pascua, para volver al siguiente da a sus tareas habituales,

    desquitndose por tal manera de los apuros pasados, y abandonndose jubilosos a

    aquellas inocentes recreaciones, a que deban poner trmino los postreros resplandores

    del sol, y las primeras sombras de la noche.

    Mientras los habitantes de Granada se disponan aquella hermosa maana a celebrar la

    pascua venerada de al itra, en la forma tradicional consagrada va por larga y no inte-

    rrumpida costumbre con muestras evidentes de fatiga, detenase lejos todava de la

    ciudad, aunque en la falda an de la Sierra, cerca del lecho donde el Genil agitaba en

    espumas bullidoras sus frescas y cristalinas aguas, y a la sombra de un lamo frondoso,

    cansada y cubierta de polvo una infeliz muchacha, cuyo traje descolorido y descuidado

    proclamaba la miseria de su dueo. Llevaba sobre los hombros a la espalda un fardo

    poco voluminoso y no pesado; apoybase en rstico bastn hecho de la rama seca de

    un rbol, y tena los pies, pequeos y carnosos, polvorientos y ensangrentados. La

    fuerza del sol y lo fatigoso del camino que sin duda traa, le haban forzado a apartar

    del rostro el deslucido velo que deba cubrirle, y gracias a esta circunstancia, advertase

    que la humilde viajera, contando apenas quince aos, era hermosa como una sonrisa

    de los cielos.

    Reclinada sobre la verde alfombra bajo el pabelln flotante que formaban esplndido

    los nudosos y robustos brazos del lamo, y oculta por las espesas ramas de los tallares

    crecidos al acaso, la nia a poco.. y as que hubo sosegado un punto, sac del pequeo

    zurrn que penda de su cintura un pedazo de pan duro y moreno, y varias frutas frescas,

    y con seales de apetito, clav los blancos e iguales dientes en el pan, recreando al

    propio tiempo la mirada en el espacio.

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    Nada turbaba la apacible calma ni el silencio imponente de los campos: la brisa,

    despus de juguetear con las aguas del ro, deshacindolas en hirvientes burbujas,

    llegaba hasta la muchacha fresca y regalada, acariciando su semblante, y agitando al

    pasar las desordenadas guedejas que se escapaban de la toca con que aquella traa

    cubierta la cabeza.

    Contempl despus el firmamento; fij luego los ojos en el suelo; y comprendiendo

    por la sombra que sobre l los objetos proyectaban, la hora que deba ser, llegse al ro,

    bebi primero largamente y con delicia de la cristalina corriente, y lavndose en pos

    en ella las manos y los brazos hasta el codo, el rostro y la cabeza, postrse de rodillas

    hacia el lugar por donde el sol brillaba, y murmuraron sus labios ferviente oracin,

    acompaada de frecuentes rtmicas oscilaciones de su cuerpo.

    Alegre y satisfecha, volvi a colgar de sus hombros el fardo que haba depositado sobre

    la hierba, alzse de un salto, y torn a proseguir su camino, modulando al propio tiempo

    una cancin lnguida y sentida que pareca excitarla.

    As anduvo largo trecho: saltando unas veces, como la cervatilla libre en la pradera,

    gozndose otras en sumergir los pies entre las aguas de los arroyos que cortaban su

    paso, y lentamente las ms, cual si la asaltasen repentinas y singulares preocupaciones,

    que hacan expirar la voz entre sus labios.

    Conforme adelantaba hacia la corte esplendorosa de los Al-Ahmares, las ondas sonoras

    llevaban a sus odos rumores vagos e indecisos que iban poco a poco creciendo y que,

    semejantes a la respiracin agitada de un monstruo, se hacan cada vez ms claros y

    distintos, formados de mil ruidos diferentes, y revelando la existencia de la cercana

    poblacin, a donde la viajera caminaba. Al escucharlos, creca el ardor en sta y forzaba

    el paso apresurada; al cabo, al volver bruscamente de un recodo, all a lo lejos an,

    descubri su mirada el espectculo grandioso y peregrino de la gentil Granada, cuya

    graciosa silueta recortaba el sol sobre el fondo lmpido y sosegado del azul horizonte.

    Detvose de nuevo la muchacha, sorprendida esta vez y bajo la accin de extrao

    sentimiento; y subiendo gil sobre una de las pequeas eminencias inmediatas, vuelta

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    de espaldas al sol, contempl desde all con curiosidad creciente e invencible el

    panorama deslumbrador y bello que delante de ella se desarrollaba sonriente, mientras

    el corazn lata apresurado.

    Qu hermosa estaba Granada en aquel momento!

    En primer trmino, desde la eminencia misma en que la viajera se encontraba, y algn

    tanto apartada del cauce del ro, extendase como alfombra primorosa el valle entero

    del Genil, de trecho en trecho sombreado por altos, aislados, erguidos y frondosos

    lamos blancos, cuyas copas agudas y en pirmide, semejando ramilletes de argentada

    filigrana, parecan perforar con sus ltimas ramas el firmamento; por medio del valle,

    centelleando a la luz del sol ardiente, saltando juguetn entre el aterciopelado esmalte

    de los campos, alegrando bullidor el paisaje, se abra camino el Genil, como una cinta

    de plata reverberante, de la que brotaban deslumbradoras chispas de fuego; en leves

    pero continuas ondulaciones, como oleadas de un mar en calma, la alfombra, de mil

    colores, segua extendindose baada en luz brillante, con grandes manchas oscuras de

    vez en cuando, producidas por las sombras arboledas y el follaje de los olivos y de los

    granados que formaban grupos. A espacios desiguales, cual perlas sueltas desprendidas

    de un collar, en medio del vasto tapiz destacaban por su blancura, con su cpula

    esferoidal, algunas pequeas construcciones, y resplandecan los blancos tapiales de

    las cercas; ms lejos, se accidentaba bruscamente el paisaje, y surga de costado la

    colina roja, como abrasada por los rayos del sol, distinguindose a sus plantas

    confusamente, con sus almenas y sus cubos, sus torres cuadradas y sus tambores, las

    murallas, tambin rojizas, de la poblacin, simulando desde el sitio en que la nia

    miraba estremecida aquel cuadro sorprendente, oscuro cinturn ceido al talle de la

    hermosa sultana del Genil y del Darro. Detrs de las fortificaciones, escalonada y en

    anfiteatro, resplandeciente de blancura, como tallada en yeso, y encaramada sobre las

    murallas, apareca al fin la ciudad, con sus casas angulosas y sin ventanas, con los altos

    alminares de las mezquitas, cuadrados, de rojo ladrillo construdos, de domos dorados

    que al ser heridos por el sol parecan brasas, y manzanas tambin doradas por remate;

    los huertos, los jardines, desbordando las notas verdes de sus rboles sobre la blancura

    de los edificios, y por cima, a la derecha, reclinadas con indolencia en la parte superior

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    de la colina roja, las Torres Bermejas, la lnea de murallas, las informes construcciones

    de la almedina, y por ltimo, como seor y dueo, entre un mar de verdura, el alczar

    fastuoso de la Alhambra, con sus torres cuadradas, rojizas, agradables, entrecortadas a

    modo de florones de una diadema. Al otro extremo, apenas se distingua el cerro de

    Albaicn, bajo el hacinamiento confuso de edificios y de torres, todo ello tomando

    singular relieve y pronunciando salientes y negras sombras desvanecidas por la

    distancia, en el bao de luz caliente que lo inundaba con fantsticas y deslumbradoras

    apariencias.

    Ante aquel espectculo seductor y risueo, ante aquella visin soberana, en la cual

    pareca la corte feliz de los Jzrayes pudorosa doncella envuelta an, como en cendal

    transparente, en los suaves velos de la pasada aurora, y el sol, su amante, que con

    trmula pero atrevida mano aparta el alharme3 sutil que cubre el rostro delicioso de su

    amada-, la nia conmovida se prostern en el suelo, exclamando estremecida de temor

    y de jbilo a un tiempo mismo:

    -Granada! Granada! Cun hermosa eres, y cmo te engrandeci la mano generosa

    de Al, el nico, el Inmutable!... Como sonren a la presencia del sol los rojizos

    murallones que te cercan, y bordan la fimbria de tu tnica esplendorosa!... ;Como

    resplandecen tus encantos, y como te ufanas y te engres al contemplar tu imagen

    seductora en el cristal del Genil y del Darro! La clemencia de Al se extremo para

    contigo, convirtindote en espejo del Edn prometido! Como el Tigris y el ufrates,

    que riegan y fecundan con sus aguas los jardines deleitosos del Paraso, el Darro y el

    Genil fertilizan regocijados y orgullosos tus amenos jardines y tu vega incomparable,

    y cual linda prometida que espera palpitante y risuea a su amante enamorado, as t

    pareces sonrerme, a m, pobre y abandonada criatura, t que eres la sultana orgullosa

    que has sabido dominar a tus mulas, sometindolas a tu yugo con el fulgor irresistible

    3 Velo con que las mujeres encubren el rostro; ms comnmente se dijo por permutacin, alfareme. Es de seda transparente, y

    las mujeres de la clase pobre lo reemplazan con un pedazo de tela que deja slo al descubierto los ojos.

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    de tus miradas!... Que Al te bendiga y exalte, como ha de exaltar la ley divina dictada

    por labios de Gabriel al Profeta Mahoma!

    Largo espacio de tiempo permaneci la muchacha embelesada en aquella actitud

    contemplativa: y al cabo, dirigiendo postrer y melanclica mirada de despedida al lugar

    del horizonte, donde haban a sus ojos desaparecido los picos de la Alpujarra, de donde

    vena, prosigui pensativa y lentamente su marcha, cruzando el bullicioso Genil, cuyas

    corrientes parecan murmurar en sus odos palabras lisonjeras de bienvenida.

    Al encontrarse cerca ya de la poblacin, detvose una vez ms an, preocupada, y se

    dejo caer sobre un ribazo; hasta ella, distinto y perceptible, llegaba el sonido de las

    msicas que recorran en son de fiesta la ciudad, y entonces, vencida por repentina

    melancola, dejo exhalar de sus labios un suspiro, recordando las horas pasadas de su

    infancia, tan tranquilas como el curso sosegado del Genil, que a sus plantas segua

    murmurando; llenas de encanto, como todo lo que fue y no puede volver a ser ya nunca.

    Interrumpiendo a deshora el hilo de los recuerdos evocados, reson sobre la arena el

    galope acompasado de un caballo, que hizo despertar bruscamente de su letargo a la

    muchacha: incorporse retrocediendo, y junto a ella, rozando sus ropas miserables,

    paso como una exhalacin sobre un fogoso morcillo, un jinete de gallarda apostura y

    gentil continente, ricamente vestido, y levantando en pos de s espesa polvareda.

    -Al proteja al caballero! -grito la viajera extendiendo los brazos en la direccin que

    aquel llevaba, y volviendo hacia el con curiosidad sus miradas.

    El eco argentino y vibrante de su voz llego sin duda a los odos del jinete, acaso

    impresionndole, porque an no haba apartado la nia los ojos del lugar por donde

    aquel haba entre los rboles desaparecido, cuando le vio surgir de nuevo, llevando al

    paso su cabalgadura. De faz correcta, ojos azules y movibles, nariz aguilea y poblada

    barba roja, vena vestido el caballero de muy rico gambx o sobretodo de matizado

    sirgo que le envolva, mientras en torno de su cabeza flotaba el blanco izr con cuyo

    cabo jugueteaba el aura matutina.

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    Jams, ni en sueos, all en el apartado corazn revuelto de las escabrosas Alpujarras,

    donde estaba la humilde alquera en la cual vio la desvalida muchacha discurrir serenos

    los das de su florida infancia, haba contemplado mancebo alguno con tal seoro y

    autoridad en su persona, con tal gracia y tan lujoso porte, ni la anciana que cuido de

    ella le hablo nunca de nada que se pareciese a la riqueza y la ostentacin que, a cada

    movimiento del jinete, bajo los pliegues del gambx descubra el desconocido en sus

    lujosas vestiduras.

    Criada entre los montes, apartada de todo lo que no fuese la naturaleza, conoca solo

    las virtudes de las plantas, saba por tradicin interpretar en las lneas de la mano y con

    el auxilio de las estrellas, el misterioso porvenir; pero para ella todo lo dems era

    desconocido, todo era ignorado. Pendiente llevaba del gracioso cuello el sagrado

    talismn que la anciana le lego a su muerte, como su nica hacienda: sujeto al brazo

    derecho guardaba un amuleto prodigioso y de virtud singular, que para preservarla de

    las traidoras

    asechanzas de los malos genios, su misma madre, por ella nunca conocida y cuyo

    nombre jams oy pronunciar a nadie por acaso, haba tocado en la sagrada piedra

    negra

    de la Cba4.

    -Hija ma -le haba dicho la anciana, pocos momentos antes de que el ngel de la muerte

    sellara para siempre sus labios. -Hija ma: cuando la tierra cubra mis despojos y hayas

    pronunciado al pie de mi tumba las ltimas oraciones, partirs sin excusa para Granada

    ... Contigo ir mi espritu: te acompaar tambin la proteccin de los buenos genios,

    y el talismn que recojas sobre mi cadver, te librar de todo maleficio, atrayendo sobre

    4 Esta piedra milagrosa, incrustada en uno de los ngulos del venerado templo, marca el punto desde el cual deben dar principio

    las vueltas de los peregrinos en torno del celebrado santuario, y segn los musulmanes, la coloc all el mismo ngel Gabriel,

    bajndola de los cielos; goza de gran virtud, y era antes de una blancura sin igual y brillante; pero de tocarla los peregrinos

    ennegreci bien pronto, recibiendo desde entonces nombre de piedra negra. Mide seis pulgadas de alto por ocho de largo y,

    conforme aseguran algunos escritores, no es otra cosa que un trozo de basalto o acaso de un aereolito.

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    ti las bendiciones del cielo. .. Parte a Granada: all, en medio de la abundancia, poderosa

    como el Amir de los muslimes (prolongue Al sus das!), grande entre los grandes,

    alta entre las altas, como el ciprs entre los dems rboles, all encontrars a tu madre...

    Bastar que ella vea el amuleto que llevas sobre el brazo y ella misma coloc en tal

    sitio cuando naciste y me fuiste confiada, para que te reconozca y te eleve a la altura

    donde resplandece y brilla.

    Y la nia, cumplidos los ltimos deberes religiosos para con la que haba sido su madre,

    amparndose del talismn, y confiando en las palabras de la anciana, haba partido para

    la corte de los Alhmares, bajo la proteccin invisible de los buenos genios. Largo era

    el camino; pero su fe en la anciana era mayor an, y a Granada iba, atrada por

    misteriosa fuerza, arrastrada por desconocido impulso, como va la hoja seca

    desprendida del rbol arrastrada en la corriente del arroyo.

    -Quin sabe -se deca, viendo avanzar al jinete- si mi estrella me depara en este

    desconocido mancebo el cumplimiento de mis esperanzas!... Al me oiga! Quin sabe

    si por l podr llegar a los brazos de mi madre!...

    Mientras tanto el caballero haba llegado por su parte hasta ella, y deteniendo su

    cabalgadura, fij la mirada en la muchacha, y dijo con voz agradable y faz risuea:

    -Eres t por ventura, hermosa nia, quien respondiendo a mis ms ntimos

    pensamientos, ha invocado sobre mi la proteccin de Al ensalzado sea? ...

    Llena de emocin, la doncella, mientras con ojos asombrados contemplaba al caballero,

    no acertaba a articular palabra, permaneciendo inmvil en su sitio.

    -No temas, no, que mi presencia te ocasione mal alguno -prosigui el desconocido-.

    Mensajera para m eres providencial de buenas nuevas, y por tus labios, respondiendo

    a mis deseos, han hablado los genios que me protegen ... Cmo te llamas t, que as

    has satisfecho y resuelto con tu salutacin mis dudas? ...

    Alentada por la dulzura de aquel lenguaje, la nia adelant hacia el jinete, exclamando:

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    17

    -ixa oh seor! es mi nombre ...

    -Aixa! -repiti aqul-. Por Al, preciosa criatura, que tu nombre es tambin para m

    promesa de ventura inapreciable!...5. Bendito sea Al, que te ha colocado en mi camino

    -aadi tras corto espacio de silencio, al cabo del cual,

    -Lo humilde de tu aspecto me revela -dijo- que esta es la vez primera sin duda que las

    auras del Genil murmuran en tus odos, y el abandono en que te encuentro me persuade

    de que eres quizs sola en el mundo ... Y ya que Al ha dispuesto las cosas de manera

    que ambos nos conocisemos, llevando yo de ti grato recuerdo, quiero que al

    separarnos quede para ti el mo en tu memoria ...

    Y al pronunciar estas palabras, sac de entre sus ropas una bolsa de seda, por entre

    cuyas mallas brillaba el oro de abundantes addinares, alargndola con ligero ademn a

    la viajera.

    -Gracias! Gracias! -exclam sta enrojeciendo y rechazando con un movimiento la

    mano del jinete...- Al me basta! l es mi protector y amparo! ... Ciertamente que has

    dicho verdad y que me encuentro sola en el mundo, como la palma en el desierto, como

    Al el nico en el alto cielo. Bendito sea! Pero la proteccin del que ni engendr ni

    fue engendrado, de aquel sin cuyo permiso no se mueve la hoja del rbol, ni luce el sol,

    ni nacen las flores, ni viven las criaturas, me acompaa y defiende, como me defienden

    y acompaan los buenos genios, que para m no guardan secretos ni en el firmamento

    ni en las criaturas mismas ... Nada temo v de nada necesito: guarda pues esa bolsa o

    dala a aquel que ms precisin tenga de ella, en memoria del da que hoy celebran los

    fieles.

    -Altiva eres, doncella, y mi intencin no pudo por Al ofenderte. .. -exclam el

    desconocido volviendo a guardar la bolsa y mirando entonces con curiosidad a Aixa-.

    Pero has dicho que para ti no guarda el porvenir secretos -aadi-. Eres, pues, zuhar?

    5 El nombre de ixa, como se pronunci un tiempo, significa con efecto, segn los lxicos, lo mismo que suerte prspera.

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    Oh! Por mi cabeza que, cuando tan manifiesta se me declara la voluntad del cielo,

    cuando encuentro a mi paso y reunidas en tu persona tantas pro

    mesas, no he de desperdiciar, linda servidora de Venus6, ocasin tan propicia como

    esta, para conocer los secretos de mi destino! Dime, hermosa muchacha, as Al te pro

    teja -prosigui presentando no sin visible emocin su mano derecha a Aixa-. dime qu

    suerte me depara el Seor de las criaturas ... Descorre a mi vista el velo tenebroso que

    oculta y encubre lo venidero!

    Tom la nia entre sus manos la del desconocido, y examinndola atentamente, dijo al

    cabo de algunos instantes de silencio:

    -Noble eres como el Amir aydele Al!... Tu prosapia es la suya, y desciendes como

    l en lnea recta oh, seor! de Sad bnu Ubdah.

    -Es cierto -exclam el gallardo caballero-. Prosigue.

    -Grande es tu poder en Granada ... Brillante tu estrella y tu destino -continu Aixa con

    tono sentencioso-. Todo te sonre en la vida; pero el demonio de la ambicin te posee.

    .., la sed que te domina es insaciable e infinita, y a tu pesar te arrastra y te subyuga ...

    En el ciedo, donde resplandece fulgurante y esplndida la tuya, hay sin embargo otra

    estrella de mayor magnitud y ms intenso brillo ... Pero, aguarda: tu estrella aumenta

    de esplendor y se agranda... -exclam la adivina con los ojos fijos en el cielo.

    -No te detengas por Al!... Prosigue!... -grit el desconocido, interesado.

    -Oh! No puedo complacerte! -replic Aixa sonriendo al cabo de unos momentos de

    silencio-. El sol reina como soberano seor en el firmamento, y no acierta m mirada a

    6 El nombre de zuhar, que rectamente segn Ibn Jaldn, significa servidor del planeta Venus, al cual llaman en

    rabe Azzuharah, por extensin ha sido aplicado por los astrlogos a los que practican la geomancia.

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    seguir en el ocano de luz que todo lo envuelve, el rumbo incierto de la estrella de tu

    destino ... Es fuerza, pues, que te resignes por ahora, y cuando las sombras de la noche

    hayan extinguido los ltimos fulgores del da, entonces ...

    -La noche!... Largo es el plazo para el afn que me devora, cuando ambiciono conocer

    mi destino!

    -Oh, seor mo! Slo Al sabe lo que se oculta en las entraas de las criaturas!

    -l gui sin duda mis pasos hacia ti para conocerte, y pues tan manifiesta es su

    voluntad, dime dnde podr encontrarte.

    -Acaso s yo misma el sitio en que hallarn reposo mis fatigados miembros?

    -Sgueme entonces, pues, muchacha; sgueme sin recelo, y yo te juro por el santo

    nombre de Mahoma que te puso en mi camino, que sabr recompensar dignamente el

    servicio que de ti espero, si aciertas a leer en los astros la suerte ma!

    Pareci reflexionar la doncella breve instante; y al cabo, decidida, recogi del suelo el

    bulto, y colocndoselo sobre la cabeza.

    -Gua -dijo sencillamente al caballero, echando a andar en pos de l sin muestras de

    fatiga.

    De esta suerte, llevando al paso el jinete la fogosa cabalgadura, que braceaba nerviosa

    y con impaciencia, pasaron por delante de la humilde mezquita de los Saffares o de

    los viajeros, colocada cerca de la confluencia del Genil y del Darro, dejando atrs la

    poblacin entregada a las expansiones del regocijo, y as llegaron ante la puerta de

    hermoso palacio cercado de frondosos huertos, por la cual penetr el desconocido,

    seguido siempre de la muchacha, cuyos ojos no cesaban de admirar las bellezas

    reunidas en el jardn por donde cruzaron, detenindose ambos por ltimo al pie de una

    escalinata de mrmol, adornada por dos hileras de macetas cubiertas de flores que

    despedan gratsimos perfumes.

  • Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!

    20

    II

    A la presencia del caballero, acudan solcitos dos servidores, quienes tomando las

    bridas del caballo se inclinaban con el mayor respeto delante del desconocido, a cuya

    orden uno de ellos se apresuraba a aliviar a la nia del ligero bulto, mientras l.

    tomando de la mano a ixa, invitbala sonriendo cariosamente a subir la escalinata y

    penetrar en los aposentos del palacio.

    Componase ste de varios cuerpos de edificios, unidos ingeniosamente por medio de

    patios los unos a los otros; y despus de cruzar por varias salas, todas ellas lujosamente

    bordadas de filigranada labor de yesera vivamente colorida, semejando riqusimos

    tapices, llegaban a una habitacin ms interior, por igual arte enriquecida, y en cada

    uno de cuyos frentes se abra angrelado ajimz, a travs de cuyas celosas de madera

    penetraban jugueteando los rayos del sol que dibujaban sobre el pavimento la trenzada

    red del enrejado.

    De trecho en trecho y simtricamente colocados, haba escaos de damasco de varios

    colores, y en ellos, blandas, ampulosas y llenas de voluptuosidad, diversas almartabas

    bordadas de seda y de oro, mientras que a los pies de los escaos, tejidas de blancos y

    finos juncos, se extendan frescas esterillas: grandes jarrones de porcelana azul con

    reflejos de oro, de aquellos que con arte singular eran fabricados en Mlaga y en Jan,

    dibujaban sobre el zcalo de pintados aliceres las elegantes curvas de su contorno,

    ostentando abundosos ramos de agradable vista, en que las rosas, los jazmines y las

    dalias se mostraban artsticamente agrupadas; espejos de diversos tamaos destacaban

    entre gasas sobre la yesera de los muros, reproduciendo el lujoso aspecto de la sala, y

    al propio tiempo que de la techumbre de alerce, delicadamente entallada y colorida,

  • Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!

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    penda hermosa lmpara de cristal, en el centro de la estancia hallbase una mesilla

    octgona de escasa altura, taraceada, cubierta de blanco mantel de lino y cargada de

    viandas, con anchos almohadones distribudos en torno.

    Maravillada ante aquel espectculo, totalmente nuevo para ella, ixa se detuvo

    vacilante, sin atreverse a trasponer el dintel; pero el desconocido, volvindose a ella,

    -Por qu te detienes? -le pregunt siempre con acento carioso-. Ven -aadi- y

    recobra tus fuerzas, que harto fatigada debes de sentirte.

    Avanz entonces la muchacha, y cediendo a las indicaciones del caballero, tom

    asiento en uno de los almohadones tendidos en torno de la mesa, mientras a una sea

    de aqul aparecan en la estancia doncellas con aljofainas, jarros de agua de olor y

    paos blanqusimos para las manos, y dirigindose a la pobre hurfana, antes de que

    pudiera sta hacer resistencia alguna, lavbanle las manos con el agua de olor, y

    perfumbanla a porfa, como al desconocido, presentndole despus, sobre un azafate

    de latn esmaltado, una copa de dulcsimo refresco, de la cual bebi ixa, an no vuelta

    de su sorpresa.

    Luego apoderbanse de ella con graciosas insinuaciones; y conducindola a una

    habitacin inmediata, no menos primorosamente decorada, despojbanla de sus

    humildes ves-. tiduras, y hacindole tomar suave bao de aromticas aguas, volvan de

    nuevo a vestirla con hermoso traje de sedas, peinaban sus abundosos cabellos, en los

    cuales prendan los pliegues de transparente y blanco izr bordado de oro, y cubriendo

    desde los ojos su bello semblante con perfumado alharime, conducanla otra vez a la

    estancia, donde la aguardaba el caballero.

    No se encontraba ya ste solo como antes; al lado suyo, voluptuosamente reclinada

    sobre los mullidos almohadones y cubierta por holgada tnica de algux, con el

    semblante descubierto, ornada de sartas de brillantes aljfares que cean su ebrneo y

    contorneado cuello, teniendo a la espalda dos esclavas de singular belleza con sendos

    abanicos para hacerle aire, e inmediata a la taraceada mesilla, esperaba tambin una

  • Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!

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    dama de altivo porte y de mediana edad, quien conversaba con el desconocido en el

    momento de aparecer ixa en la estancia.

    Tmida, poco segura de s propia, sintiendo discurrir por sus venas extraa laxitud que

    paralizaba sus movimientos, la hurfana, suavemente empujada por las doncellas, dio

    algunos pasos y se detuvo al contemplar su imagen en uno de los espejos que adornaban

    los muros, no atrevindose, en medio de su deseo, a levantar la vista para contemplarse.

    Se senta tan bella, adivinaba por instinto que bajo los pliegues de aquellas ricas

    vestiduras con que se haba dejado engalanar, resaltaban ms sus encantos, que

    sobrecogida de emocin as por esto como por la inesperada presencia de la dama,

    enmudecieron sus labios, sin osar por otra parte ni avanzar ni retroceder hasta el lugar

    donde visiblemente era aguardada.

    La dama en tanto, tena sobre ella fijos los ojos con singular complacencia, en la que

    no obstante se trasluca algn despecho, y alzndose con indolencia, dirigise a la nia,

    quien toda trmula la senta acercarse.

    -Aproxmate, hija ma -le dijo apoderndose de una de sus manos- y ven a tomar asiento

    a nuestro lado ... Hermoso es tu continente, y tus ojos son hermosos como el cielo ...

    Debe de ser tu rostro tan bello como una sonrisa de Al -aadi hacindola sentar en

    el almohadn ms inmediato al suyo, mientras con ejercitada destreza y antes de que

    ixa pudiera evitarlo, desprenda el alharime que cubra parte del semblante de sta.

    -No te habas engaado -repuso luego dirigindose al desconocido-. Si tus

    predicciones, nia, son como tu ros-

    tro, dichoso aquel cuya suerte penda de tus labios! Porque de ellos no pueden brotar

    sino felicidad y ventura...

    -Oh, seora ma! -murmur al fin ixa llena de rubor y levantando confusa hasta la

    dama sus ojos expresivos.

  • Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!

    23

    Pronunciadas las frmulas de invocacin, comenzaron las doncellas a servir la comida,

    mientras de la habitacin inmediata llegaban hasta el aposento los ecos melodiosos de

    varios lades, hbilmente taidos; y as que hubo terminado el servicio, y hubieron

    levantado el mantel las graciosas muchachas, alzse el caballero de su asiento, y dando

    gracias a Al, despus de saludar a la dama y a ixa, retirse por otra puerta, dejando

    en libertad a aquellas.

    Durante la comida, la joven haba permanecido callada y siempre ruborosa,

    contestando por medio de monoslabos a las preguntas que le dirigieron; pero as que

    el gallardo mancebo hubo desaparecido, exhalaron un suspiro sus labios, y volviendo

    hacia la dama la mirada, exclam:

    -Oh seora ma! Que Al el Excelso premie en el paraso las mercedes que habis

    dispensado a esta pobre hurfana, y en pago de ellas os conceda los placeres inefables

    de la bienaventuranza!

    -Que Al te bendiga, hermosa criatura, por la pureza de tus sentimientos -contest la

    dama-. Ests pues satisfecha -pregunt.

    -Cmo no estarlo de los beneficios que me habis hecho?

    -Las gracias sean dadas a Al! l es el dispensador de todos los beneficios! -replic

    sentenciosamente aqullaS que acabas de llegar a Granada, y que el Seor del trono

    excelso te ha concedido el privilegio de leer el destino de las criaturas en el curso de

    los astros... Nunca tuviste, nia, curiosidad de conocer por aventura el que te reservan?

    -Jams, seora ma ... Cul habr por otra parte de ser mi destino, cuando me ves

    hurfana y desvalida? ...

    -A Al corresponde el conocimiento de las cosas futuras... Ya ves cmo l ha guiado

    tus pasos hoy, y cmo te ha conducido hasta aqu, donde encontrars la proteccin que

    necesitas y que tanto mereces.

    -Gracias otra vez, seora.

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    -S; porque tus desgracias, que me han sido referidas, me interesan vivamente, y deseo

    ayudarte con toda mi alma a buscar esa persona en pos de cuyas huellas has venido a

    Granada ... Ya vers, gentil doncella, como la encontraremos, y si es tal cual t dices,

    tendrs para siempre tu porvenir asegurado.

    Llena de emocin al escuchar tales palabras, sinti ixa arrasados en lgrimas los ojos;

    y tomando una de las manos de la dama, la llev a sus labios reconocida y con respeto,

    murmurando a la par frases de gratitud entrecortadas.

    La conversacin dur an en esta forma largo rato; y como era aquel por aventura da

    en el cual daba el Sultn audiencia pblica en su palacio, qued acordado que ixa,

    acompaada de algunos servidores de la dama, acudira aquella misma maana a la

    presencia del prncipe de los muslimes para demandarle su proteccin, con lo cual am-

    bas mujeres se separaron: la nia para entregarse de nuevo en manos de las doncellas

    que deban hermosearla, aunque no haba menester de ello, y la dama para dar las

    disposiciones oportunas.

    Mientras las sirvientes, cumpliendo las rdenes recibidas, se afanaban complacientes

    en hacer resaltar las bellezas de la desvalida hurfana, sta, deslumbrada y desvanecida

    por cuanto desde aquella maana le haba acontecido, dejbase llevar de singulares

    meditaciones, no de otra suerte que el nadador cansado se deja llevar sobre las aguas

    por el movimiento de las olas.

    -Cmo -pensaba- cmo, poderoso Al, cmo he podido yo merecer que derrames de

    este modo sobre mi humilde frente los tesoros inagotables de tu benevolencia? Qu

    he hecho yo, oh Seor de las criaturas, para que cuando ms sola, ms abandonada de

    todos me senta, haya encontrado almas tan generosas y tan nobles como la de este

    gentil caballero y esta gran seora, que me dispensan beneficios tan sealados? Oh,

    genios invisibles, espritus de bondad que vagis incesantes en torno mo, que velis

    por m y que me habis animado complacientes, decidme, as Al os conceda

    eternamente su gracia, si sta que est aqu soy yo misma, aquella muchacha desventu-

    rada y miserable que hace pocas horas se arrastraba penosamente por los caminos

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    abandonada de todos y sin saber siquiera dnde podra dar el apetecido descanso a sus

    miembros tan apesadumbrados por la fatiga! Decidme que no es un sueo todo cuanto

    por m pasa; que no es vana ilusin ni este bello aposento en que me hallo, ni estas

    mujeres que derraman solcitas sobre m aguas perfumadas y olorosas, y se disputan

    mis miradas y mis sonrisas como enamoradas, pareciendo a porfa competir en

    engalanarme de collares, de sartas de aljfares y de alhajas! Decidme que es verdad

    cuanto miro, y que estas hermosas vestiduras, recamadas de oro, que me cubren, estas

    ajorcas resplandecientes que oprimen mis desnudos brazos y mis muecas, estas

    impresiones tan grandes que recibo, no son delirios de mi imaginacin, exaltada por la

    fatiga y el cansancio! No hace an dos horas que mis pies, desnudos, polvorientos y

    ensangrentados, hollaban doloridos el camino pedregoso que traje desde la humilde

    alquera donde he nacido; no hace an dos horas que las mrgenes de ese ro cuyo

    murmullo trae hasta m la brisa, fueron el almidh donde hice la ablucin, y que la dura

    tierra me sirvi de musal'l para elevar al cielo mi corazn y mis oraciones, y ahora

    mis pies huellan alfombras mullidas, y van delicadamente calzados de chapines de

    tafilete, bordados en sedas!

    De tales y de otras parecidas meditaciones, sacaban bruscamente a ixa las solcitas

    doncellas, poniendo ante sus ojos asombrados un espejo, donde, al contemplar con

    infantil deleite su hermosura, vio la nia una por una retratadas las perfecciones de su

    rostro, quedando satisfecha de s propia; y como era precisamente llegada la hora de

    concurrir al Serrallo para asistir a la audiencia pblica del Sultn, segn la dama

    desconocida le haba ofrecido, -despus de cubrir las sirvientes el semblante de ixa

    con las nevadas gasas de perfumado alharime, guibanla hacia una de las puertas del

    edificio, sitio en el cual le aguardaban, lujosamente enjaezada, una jaca nerviosa v de

    fina estampa, dispuesta para ella y dos servidores a caballo, no con menor suntuosidad

    vestidas, quienes, as que la muchacha hubo tomado cmodo asiento sobre su palafrn,

    se colocaron a distancia respetuosa de ella, encaminndose en esta disposicin a

    Granada.

    Bien pronto qued atrs, con su cupulilla de cascos y sus blanqueados muros, la

    humilde mezquita de los Saffares, colocada en el lugar en que juntan bullidoras sus

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    aguas el Genil y el Darro; y torciendo luego por modesto puentecillo de tablas el Genil,

    hacia la izquierda, sigui la comitiva por la margen del Darro, cuyo lecho pedregoso

    sombreaban los copudos lamos all al acaso nacidos, siendo cada vez ms frecuentes

    los animados grupos y las regocijadas cuadrillas que a su paso encontraba, dispuestos

    unos y otras a celebrar placenteramente en el campo la sagrada pascua. As llegaron

    ixa y sus acompaantes a Bb-ut-Taubn, y as, en medio del bullir de la poblacin,

    continuaron su camino, tomando por una de las estrechas calles que van

    insensiblemente trepando en direccin al cerro de la Alhambra, no sin causar

    admiracin en las gentes el aparato de aquella dama, y el lujo de sus vestiduras.

    Despus de dar algunas vueltas por callejas sombras, encontraba la comitiva de nuevo

    el cauce del Darro, encajonado ya en este sitio por las construcciones del Zacatn; y

    revolviendo a la derecha, sala al puente en el cual desembocaba la empinada calle de

    Gomeres, la cual segua, hasta penetrar por Bb-ul-Uxcr en el recinto de la Alhambra,

    cuyo foso, como ancha grieta abierta en el cerro, marcaba por medio de rojiza, estrecha

    y desigual vereda el camino de Bb-id-Gudr, hermosa fbrica de ladrillo que

    destacaba gallarda sobre los almenados muros de la fortaleza los altos tambores entre

    los cuales se abra la puerta, con su arco de herradura, su puente levadizo y su indis-

    pensable guardia, pintorescamente agrupada en las oscuras sombras proyectadas por

    los tambores.

    No sin emocin llegaba la nia a aquel sitio, y no sin sobresalto cruzaba el foso para

    penetrar en la almedina, barrio en el cual la multitud discurra atareada, reflejando en

    sus semblantes la alegra; al cabo, y siguiendo como hasta all las indicaciones de uno

    de los dos servidores que la acompaaban, se detena delante del alczar, cuyas cpulas

    doradas, heridas por los rayos del sol, semejaban bruidos capacetes de oro. All

    descabalgaba; y penetrando en el Palacio de la sultana por la Bb-us-Surr, llegaba al

    postre al Serrallo.

    Hallbase ste colocado en uno de los cuerpos de edificio que caen a la izquierda de la

    famosa Torre de Comrex, puesto con ella sin embargo en comunicacin inmediata, y

    se ofreca precedido de rectangular patio, en cuyo centro murmuraba sonoro alegre

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    surtidor que derramaba en constante movimiento lquidas y transparentes perlas, refres-

    cando el ambiente. Al fondo, sobre ancha escalinata levantados tendanse de largo a

    largo varios angrelados arcos de calada yesera, apoyados por leves, elegantes y

    esbeltas columnas de alabastro, mientras en ltimo trmino se abra al centro en el muro

    otro arco de yesera esmaltada, coronado por celosas de complicada traza peregrina,

    por entre cuyos geomtricos dibujos se cerna la clara luz del sol, que penetraba a

    borbotones, como hirviente cascada de oro, por otra celosa mayor abierta sobre el

    bosque en la inmediata estancia. De la techumbre plana, formada de rombos y de

    estrellas, de lazos y de flores cubiertas de metlico reflejo, que destacaba con ntido

    brillar entre el oscuro matiz de la madera de alerce, pendan varios orbes de cristal, con

    multitud de cordones de oro y sedas y borlones elegantes; y levantando encima de

    preciada alhombra de juncos, en la que sobre fondo amarillento dibujaban dos leones

    afrontados con el lema del Sultn en los fingidos soportes -alzbase el trono, compuesto

    de ancho sitial taraceado, en que el oro, el marfil, la concha, el bano, el sndalo, y

    otras materias preciosas formaban complicados y vistosos exornos del mejor efecto,

    armonizando a la par con la mullida almartaba de pao de seda de damasco, destinada

    en el trono para el Sultn, y que se ostentaba con su matiz rojizo en la dulce penumbra

    de la estancia.

    Llenaban el patio algunos pretendientes en actitud humilde, y silenciosamente

    recogidos, cual si asistieran a alguna ceremonia religiosa, mientras el recinto interior,

    destinado al Sultn, a sus visires y a los dignatarios palatinos, estaba an desierto,

    acreditando que la audiencia pblica extraordinaria no haba an aquel da comenzado.

    Al pentrar ixa en el patio por la cuadrada puerta de la izquierda, y descender las

    gradas de mrmol, detvose como sobrecogida ante el espectculo maravilloso de lujo

    y de esplendor que ofreca aquel recinto, sobre todo, cuando poco despus apareca con

    paso grave y majestuoso el soberano, a quien seguan los visires y el mexur, personaje

    importante y ejecutor de las justicias.

    Era el Amir esbelto, aunque no de grande estatura; conocase que era joven en el

    desembarazado andar y en la soltura de los movimientos; mas no poda juzgarse de su

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    rostro, porque lo traa cubierto con el almaizr que, pendiendo de la toca con que

    adornaba la cabeza, iba a caer no sin gracia sobre el hombro contrario. Vesta rica

    aljuba de algec dorado con orlas en los bordes de las mangas y de las haldas, donde,

    sobre fondo rojo, destacaban las letras de or del tirz; rico ceidor de sedas, con

    hermosos borlones de hilillo de oro, oprima su cintura, y entre los pliegues del ceidor

    se descubra el taraceado puo de marfil de la guma, cual, cruzado el pecho por el

    tahal de terciopelo, penda al centro ancha y recta espada de elegantes arriaces y

    brillante pomo, peregrinamente esmaltado, como toda la empuadura apareca.

    Entre las salutaciones lisonjeras en que prorrumpieron los circunstantes, tom el Sultn

    asiento sobre el trono, imitndole los visires sobre las almartabas o almohadones para

    tal objeto preparados, quedando a espaldas del regio sitial, en pie, y con la ancha y

    deslumbradora espada desenvainada y en el alto, el fornido mexur, que no sino ho-

    rrible visin pareca, segn lo negro y abultado de su de forme semblante.

    A travs del almaizr que ocultaba el del Prncipe, brillaban como centellas los ojos de

    ste; y as que hubo despaciosamente paseado sus miradas. por los pretendientes, que

    humillados en tierra y con la cabeza en el suelo, no osaban alzar la vista, ech hacia

    atrs el velo y esper en silencio, mientras uno de los visires recogi de manos de los

    admitidos a la audiencia los memoriales que humildemente presentaban.

    ixa haba visto aparecer al Sultn, llena de viva emocin; y bien que siguiendo el

    ejemplo de los dems, se haba como ellos prosternado tambin en tierra, tuvo tiempo

    para contemplar no obstante el cuadro que a sus ojos se ofreca, y que era para ella

    nuevo y desconocido en absoluto, irguindose al fin y sentndose sobre las marmreas

    losas del pavimento as que el visir, encargado de tales menesteres, hubo recogido uno

    por uno los memoriales, dando principio la audiencia.

    En tanto que, llegados a los pies del trono los peticionarios, hacan al Prncipe

    exposicin detallada de sus splicas, la nia contemplaba al Amir, poseda del mayor

    respeto. Era Abu Abdil'lh Muhmmad joven de veinte escasos abriles, de rostro franco

    y sonrisa leal; la naciente barba rubia comenzaba a sombrear sus facciones, tiernas y

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    delicadas como las de una doncella; tena azules los ojos, y la expresin de su mirada

    era de tal modo dulce y simptica que atraa todas las voluntades; el metal de su voz,

    sonoro y melodioso, resonaba en los odos de ixa cual agradable msica, y no tena

    sino palabras y frases de esperanza y de consuelo para los que se le acercaban. En

    medio del tinte delicado de sus facciones, advertase en ellas marcada expresin de

    virilidad y de energa, que contribua a embellecer ms aquel semblante bondadoso,

    espejo de un alma cariosa, apasionada, abierta a todas las emociones, pero ms propia

    para el sentimiento.

    Cuando hubo llegado su turno, a una sea del oficial encargado de acompaar a los

    solicitantes, alzse ixa del suelo, toda trmula y agitada; y en tal disposicin acercse

    a los pies del trono ruborosa, sin que hubiera logrado tranquilizarse en aquel momento,

    solemne para ella, y hacia el cual los buenos genios la haban sin duda alguna insensi-

    blemente empujado.

    El Sultn conversaba con uno de sus visires, y la nia se dej caer de rodillas y en

    actitud humilde, esperando a que el Prncipe la dirigiese la palabra. Al fin, a sus odos

    lleg la voz cariosa de Abdul'lh, y aunque era grande la agitacin de que se senta

    poseda la doncella, tuvo aliento para prosternarse en el suelo, si bien no para contestar

    al Amir, quien por su parte, y sin dar seales de impaciencia, volvi a preguntar

    bondadoso:

    -Quin eres, joven, y qu es lo que de m deseas?

    -Oh seor y dueo mo! -pudo por fin exclamar ixa - Al te colme de bendiciones

    en la tierra, y te haga gozar de todos los deleites en el paraso! Preguntas quin soy -

    prosigui ante el silencio del Prncipe- y yo misma no s en realidad qu respuesta

    darte, pues ignoro quin sea... Hasta aqu, una desventurada criatura: hoy que me hallo

    en tu presencia, una mujer dichosa.

    Gust a Muhmmand la lisonja; y como la nia permaneciese despus callada, torn a

    interrogarla, no sin que antes hubiese advertido a sta el mismo oficial que hasta all la

  • Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!

    30

    haba conducido, de que deba ante el Prncipe de los muslimes levantar el velo que

    ocultaba su semblante, como as lo verificaba no sin manifiesta vacilacin la doncella.

    Al descubrir los encantos de aquel rostro peregrino. a que daba mayor realce todava

    la ruborosa turbacin de que se mostraba animado, el joven Sultn se sinti posedo de

    sbita simpata hacia aquella desconocida; y como sta continuase muda y con los ojos

    bajos, adivinando el Prncipe su pensamiento, dio orden de que despejasen la sala los

    circunstantes y los visires, quedando solos ambos y frente a frente el uno de la otra.

    Baj luego de su sitial el Amir, y tomando de la mano a ixa, hzola levantar del suelo,

    e invitndola a sentarse en una de las almartabas, sentse l despus al lado suyo.

    -Ya estamos solos -dijo- ya puedes hablar libremente... No es eso lo que deseabas?...

    -Gracias, seor -repiti ixa, turbada, queriendo de nuevo arrojarse a las plantas del

    Sultn, y alzando entonces hasta l la mirada hmeda y llena de agradecimiento.

    Y con acento en que la emocin se trasluca, daba al Prncipe conocimiento de su vida,

    de las esperanzas que le haban animado a ir a Granada, de la confianza que le inspiraba

    el joven Amir, y de los beneficios que esperaba de su mano, para lograr sus legtimos

    deseos, aunque callando por instinto el nombre del caballero a quien aquella maana

    haba encontrado en las mrgenes del Genil, y a cuya generosa proteccion deba el

    lujoso atavo de su persona.

    El encanto de su voz seductora; la belleza incomparable de su rostro; la expresin

    singular de sus miradas; el ingenuo candor de sus palabras, impregnadas de

    sentimiento, y sobre todo, el atractivo poderoso de la nia, quiso Al as sea

    reverenciado su santo nombre, que de tal manera impresionaran el corazn del

    Prncipe, como para que cuando ixa hubo acabado su relacin, Muhmmad sintiese

    arder en su pecho el fuego de la pasin, sin que fuera poderoso a evitarlo, exclamando

    enardecido:

  • Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!

    31

    -Por Al, el nico, el Excelso, te juro, hermosa criatura, que habrs de conseguir lo que

    deseas... Yo te prometo que juntos t y yo, encontraremos a tu madre, y quin sabe

    todava, el destino que desde su trono el Inmutable te tiene reservado!

    -Qu l oiga tus palabras, seor y dueo mo, y colme todos tus deseos! -repuso ixa-

    . Qu otra cosa puede pedirle para ti, que eres el Prncipe de los muslimes, esta pobre

    hurfana, cuyo pensamiento habr de seguirte desde hoy a todas partes, y cuyas

    bendiciones te habrn de acompaar donde quiera que vayas?

    -No creas t, nia, que, como escritas en el agua, habrn de borrarse tus palabras en mi

    memoria... como no se borrar tampoco de ella tu imagen hechicera -dijo no sin alguna

    vacilacin el Sultn con marcado acento de entusiasmo, oprimiendo cariosamente la

    mano de ixa que an tena entre las suyas-. V -aadi- v llena de esperanzas; v

    con el alma llena de felices augurios; y como no quiero que te separes de mi lado sin

    llevar algn recuerdo de esta entrevista, toma -dijo despojndose del rico collar de

    perlas que cea su cuello y colocndolo sobre los que ya traa la nia- y cuando llegue

    en alguna ocasin para ti la hora de la duda, fija tus ojos en este collar, y acurdate de

    que vela por ti el Sultn de Granada, quien no habr tampoco de olvidarte.

    No hallo palabras ixa con qu agradecer a Muhmmad aquella expresiva muestra de

    su bondad cariosa; y antes que el Prncipe hubiera podido impedirlo, llevaba con r-

    pido ademn a sus labios la mano de aqul, cubrindola de besos y de lgrimas al

    mismo tiempo.

    Con esto, tuvo por terminada la audiencia; y levantndose del blando cojn donde haba

    permanecido al lado del Sultn, prosternbase de nuevo ante l, y descendiendo las

    gradas de mrmol encaminbase a las estancias exteriores. volviendo desde la puerta

    los ojos para contemplar an una vez ms a Abdul'lh, quien continuaba como clavado

    en su sitio.

    Cuando la esbelta figura de ixa hubo desaparecido por completo en la sombra de los

    aposentos que daban paso a la Bb-us-Surr, sali el Prncipe del letargo en que pareca

    sumido, y haciendo una sea, apareci uno de los visires a su mandato.

  • Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!

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    -Corre, -le dijo en voz breve-. Han visto tus ojos la gentil doncella que acaba de salir

    de este recinto? Pues es preciso que averiges dnde vive, y que me lo digas...

    Inclinse el visir, y llevando su mano derecha sobre la cabeza en seal de obediencia,

    torn a salir, mientras el Prncipe olvidado de los dems que esperaban ser a su

    presencia introducidos, meditabundo y distrado, sali solo al bosque sobre el Darro, y

    tomando all asiento en el suelo, a la sombra de un grupo de pomposos lamos,

    entregbase por su parte a extraas meditaciones, a las cuales convidaba el constante

    murmullo del ro, lo fresco de la brisa, y el perfumado ambiente que en tal paraje

    regalado se respiraba.

    III

    Al caer la tarde de aquel da tan gozosamente festejado por los muslimes, en cordones

    no interrumpidos de gente, con languidez y pereza regresaban los granadinos a sus

    hogares abandonados todo el da, penetrando en la ciudad, dando todava seales de

    regocijo.

    Los grupos de campesinos danzadores iban foco a poco desapareciendo, y el silencio,

    de vez en cuando interrumpido por algunos retrasados, reemplazaba en muchas partes

    el rumor acordado de los cantares y de las msicas. Recogan sus tiendas porttiles los

    mercaderes que se haban establecido con ellas en las calles y en las plazas, al pie de

    las puertas de la poblacin, y aun en el campo; cerrbanse, como obedeciendo una

    consigna las tiendas lujosas del Zacatn y de la Alcaicera, y slo en el silencio -que

  • Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!

    33

    haca ms imponente el crepsculo de la tarde, solemne, apacible y tranquilo-, a

    intervalos regulares, cual lnguidos lamentos, escuchbanse, como respondiendo las

    unas a las otras, las voces agudas de los almudanos, pregonando a los cuatro vientos,

    desde lo alto de los minaretes de las mezquitas, el adn del assabh de almgrib, cuya

    hora era.

    Cuando cerr la noche, y todo qued envuelto y confundido en las sombras, la

    poblacin haba ya recobrado su ordinario aspecto: miradas de estrellas, centelleando

    resplandecientes en el intenso azul de los cielos como pupilas ardientes de seres

    invisibles, bordaban el manto con que la mano de Al cubre piadosa la naturaleza

    convidndola al descanso, y la brisa, fresca y regalada como una caricia, recorra

    juguetona las solitarias y estrechas calles, murmurando misteriosa en las cerradas

    celosas, agitando al pasar con sus alas sutiles las ramas de los rboles, rozando los

    muros de los edificios, rodando incesante, y arrastrando consigo los postreros

    recuerdos de la pascua. Todo respiraba calma: todo quietud y paz; y Granada, fatigada

    y soolienta, despus de la animacin alegre de aquel da, entregaba lnguida al

    descanso tambin sus miembros agitados y su espritu conmovido.

    Cuatro aos haca que gobernaba el reino de los Alhmares el joven Prncipe Abu

    Abdil'lh Muhmmad, apellidado ms tarde Algan Bil'lh, o el contento con la

    proteccin de Al; y aunque contaba apenas veinte primaveras, haba sabido granjearse

    con su conducta la estimacin y el respeto de los granadinos, en medio de la situacin

    angustiosa, aunque olvidada, en que se hallaban los musulmanes de Alandalus, de todas

    partes oprimidos por la espada de los reyes de Castilla. Octavo monarca de aquella

    dinasta esplendorosa que supo resistir sola por espacio de cerca de tres siglos el empuje

    ya incontrastable de los guerreros de la cruz, prometa con verdad a los muslimes, con

    la prudencia y el acierto de su poltica, paz duradera y reparadora, suficiente a hacer

    que fueran olvidados los descalabros sufridos por los granades durante el reinado de

    Abu-l-Hayyy Isuf I, su padre, muerto alevosamente el da primero de la luna de

  • Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!

    34

    Xaul de 7557 a manos de un loco, segn se aseguraba, en la Mezquita misma que en

    la Alhambra haba aos antes edificado lleno de piedad el prncipe Muhmmad III.

    La sangrienta batalla del Salado, en que fueron totalmente deshechos los africanos Bani

    Marines y los granadinos. haba a tal punto postrado el podero de Islm en Alandalus

    que, incapaz desde aquella fecha memorable de 7418 para resistir las huestes

    vencedoras y cada vez ms osadas del cristiano, las vea con dolor en su impotencia

    avanzar decididamente, y apoderarse sin grave esfuerzo unas en pos de otras de

    Alqalat de Ibn Zid, Priego y Ibn Amiy, llegando amenazadoras hasta las Algeciras,

    las cuales, bien a despecho de Isuf I, caan asimismo en manos del monarca de

    Castilla, como habra cado tambin el propio Yabal Trq, aquel monte revuelto y

    poderoso que se adelanta hacia el frica en las aguas del estrecho, y donde se conserva

    con el nombre la memoria del primer conquistador de Alandalus, si Izrl, el ngel de

    la muerte, enviado sin duda por Al, no hubiese a tiempo separado el 16 de Muharram

    de 7519 el alma y el cuerpo del triunfador Alfonso, llevando su espritu a las regiones

    profundas del infierno!

    Ocho aos eran transcurridos sin que los bravos guerreros granades, terribles en la

    lucha, arrojados en el combate, valientes en la pelea, midiesen formalmente sus bien

    templadas armas damasquinas y sus largas y aceradas lanzas con los cristianos de

    Castilla; ocho aos de tranquilidad y de sosiego, slo momentneamente alterados en

    los puntos fronterizos con livianas expediciones y correras sin consecuencias; ocho

    aos durante los cuales procuraba restaar Granada las antiguas heridas, pero que

    haban dado causa y origen a que, despiertas a sobrehora bastardas ambiciones, bajo

    aquella tranquila superficie se agitase de nuevo amenazadora y terrible la discordia, y

    7 19 de octubre de 1354.

    8 20 de octubre de 1340.

    9 26 de marzo de 1350.

  • Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!

    35

    ardiese devorador el incendio que deba consumir al postre y para siempre el imperio

    de los Alahmares.

    Como fruto sazonado de aquella especie de primavera de que pareca disfrutar

    Granada, las artes y las ciencias, las letras y la industria florecieron con mayor vitalidad

    y fausto, cual si con tamao y deslumbrador renacimiento hubiesen vuelto para el

    Islm, ya abatido, los das de prosperidad y de fortuna, logrados con la ayuda de Al

    por el excelso Abdurrahmn-in-Nsir en la llorada Crdoba de los Califas! Entonces

    fue, cuando poco a poco, sobre la enhiesta cima de la colina roja, vise como a impulso

    de los genios, tomar forma real y palpable al maravilloso alczar de la Alhambra

    soadora, cuyos muros tapizan las sutiles creaciones de las hadas, y cuyos techos

    esplndidos cuajaron los genios, cristalizando en ellos por prodigio la obra delicada de

    diestros alrifes; entonces fue cuando todo pareca prometer ventura dilatada y

    duradera; cuando todo sonrea alegre y regocijado, pero cuando era menos firme y

    perda en solidez el Islm, porque estaba desde el cielo decretada su suerte!

    Refieren las historias, pero Al es slo quien lo sabe, que el Amir de los muslimes,

    Abu Abdil'lh Muhmmad, siguiendo el ejemplo de su padre, haba contrado la

    costumbre de recorrer acompaado de su ktib o secretario y del arras o jefe de sus

    guardias, las calles de la ciudad todas las noches, para convencerse por s propio de que

    eran respetadas las rdenes de la polica en su corte; y cuentan que despus de haber

    largo tiempo permanecido en oracin de lante de la tumba de Abu-l-Hayyy en la

    rudha o cementerio de la Alhambra, donde dorman bajo la proteccin de Al el sueo

    eterno sus predecesores los Sultanes Nsires, aquella noche, aniversario precisamente

    de la muerte de su padre, bajando desde la esbelta Bb-ul-Gudr por el foso hasta la

    ciudad, haba dado el Amir comienzo a su ronda nocturna, animado de vagas y secretas

    esperanzas, y sin encontrar durante ella, cosa que su atencin llamara ni que de su

    intervencin necesitase.

    Reinaba el orden por todas partes en la poblacin, y los pocos transentes que a tales

    horas por ella circulaban, eran ostensiblemente gentes honradas: algn enamorado al

    pie de misteriosa celosa, en calle solitaria; algn devoto, que caminaba en direccin

  • Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!

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    de la mezquita del barrio para prepararse a la salh de altima; algn fsico, llamado a

    toda prisa para auxiliar un enfermo; algunos vagabundos echados en los recodos

    frecuentes de las revueltas calles sobre el duro suelo, o ebrios y vacilantes, buscando

    al salir del docn su morada ... De vez en cuando, en el interior de alguna casa, el

    rasguear alegre de quitaras, el bullicioso rumor de las sonajas o del adufe, el

    acompasado y estridente palmoteo, que denunciaban un baile, juntamente con alguna

    cadenciosa y lnguida cantilena que, en ms de una ocasin, haba forzado al joven

    prncipe a detenerse y escuchar con regocijo y an envidia.

    Pero nada ms que esto: ni una ria, ni una disputa, ni un servicio realmente

    abandonado. Nada, en fin, que acusara de negligencia o de descuido al Shib-ul-madina

    o gobernador de la ciudad por parte alguna.

    Guiado por sentimiento no bien determinado, pero que desde aquella maana

    preocupaba a pesar suyo su espritu, el joven Abdl'lh haba dado comienzo a la

    nocturna ronda por el poblado barrio de la Rambla, procurando salir siempre en aquel

    distrito -y con insistencia que no acertaban a explicarse los dos oficiales que,

    disfrazados como l, le acompaaban aquella noche-, a una de las tortuosas callejas

    que buscan por medio de humildes pentecillos sobre el silencioso Darro,

    comunicacin con la parte opuesta de la ciudad, y donde, al lado de miserables edificios

    de una sola altura, entre jardines alimentados por la humedad bienhechora del cercano

    ro, se levantaban de vez en cuando algunos palacios de bella construccin, y propios

    ya de ricos mercaderes, o ya de poderosos dignatarios de la corte.

    Delante de las tapias de uno de aquellos suntuosos edificios, cuyos contornos

    desaparecan ocultos por las copas de los rboles, que desbordaban pomposos sobre el

    caballete de la cerca, habase el Prncipe detenido varias veces sin pronunciar palabra,

    y como si esperase algo, examinando detenidamente el lugar e inspeccionando la cerca;

    pero luego, ante la quietud de aquella mansin, posedo de extraa melancola, que

    nunca en l tuvieron ocasin de advertir sus acompaantes, haba continuado la ronda,

    dando vuelta a la ciudad, y regresando por la estrecha, larga y sinuosa calle que corre

    desde el mismo Zacatn hasta desembocar por Bb-Elvira en el campo.

  • Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!

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    Caminaba el Sultn silencioso y como distrado, y contra su habitual costumbre, no

    haba cambiado palabra alguna con los oficiales que le seguan -cuando al cruzar por

    delante de uno de los oscuros callejones que, a la izquierda de la calle por donde se

    dirigan a la Alhambra, trepan enroscndose como culebras hasta el cerro populoso y

    desigual del Albaicn-, hiri sus odos, confuso y vago, el rumor repentino de una

    disputa, y sobresaliendo entre l, agudo y penetrante, un grito, un solo grito que, en

    medio del silencio de la noche, reson fatdico, helando la sangre en las venas del

    Prncipe, y obligndole a detenerse un momento como paralizado.

    Sin que se hubieran puesto de acuerdo, y vibrando an en el espacio aquel grito

    desgarrador, -desenvainando ambos al propio tiempo las espadas, los acompaantes

    del joven Sultn habanse ya lanzado en las sombras por el desierto callejn torcido; y

    Mhmmad, recobrado y animoso, imitaba su ejemplo sin vacilacin, incorporndose

    con ellos a los pocos pasos ... Pero como si todo hubiera sido una quimera, turbado un

    solo instante, haba vuelto a recobrar sus dominios glacial el silencio que reinaba; y

    careciendo de gua, no descubriendo en parte alguna indicio que despertara sus

    sospechas, disponanse ya de orden del Amir a llamar en las primeras casas, cuando

    oyeron clara y distintamente el girar de una llave en la cerradura, el abrir rpido de una

    puerta, y a poco, sobre la calle el resonar de unos pasos precipitados en la misma

    direccin que ellos llevaban.

    Impulsados por el propio sentimiento, y animados por el Prncipe, el ktib y el arras o

    capitn de sus guardias, guiados por el ruido de aquellos pasos que resonaban siempre

    delante, apoderbanse al cabo del personaje que los daba, y aunque no sin protestas,

    lograban hacerle retroceder, conducindole a la presencia de Muhmmad.

    -Quin eres? -pregunt ste al desconocido-. Qu causa, dime por Al, te obliga a

    caminar a estas horas y con tal precipitacin, que no parece sino que huyes de ti mismo?

    -Quin eres t -replic aqul altivamente- para dirigirme tal pregunta y detenerme a

    semejantes horas y por tal medio, que no parece sino que pretendes apoderarte de mi

    bolsa?

  • Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!

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    -Calla la torpe lengua, quien quiera que t seas. o sabr yo arrancrtela por mis propias

    manos! ... -exclam el Prncipe procurando contener la clera-. Calla la lengua -repuso-

    y gua, miserable, a la casa de donde acabas de salir huyendo!

    -,Qu tienes t que hacer en ella? Por mi cabeza, que mandas como si fueses el mismo

    Sultn nuestro seor Al le guarde! y cual si yo fuese tu esclavo -contest burlo-

    namente el desconocido.

    -Basta! -grit el Amir, no acostumbrado a tal lenguaje; y deseando terminar pronto,

    sac de entre sus ropas esfrica linterna sorda-. Mira! -le dijo aproximndola a su rostro

    sobre la cual derramaron viva claridad los hilos

    de luz que se escapaban por los agujerillos de la linterna-. Me conoces ahora?

    -Qu Al, oh seor y dueo mo, te bendiga y prolongue tus das en la tierra! -exclam

    el detenido con terror manifiesto, cayendo de rodillas demudado a las plantas del joven.

    -Gua pues! -repiti ste volviendo a ocultar la luz-. Pero ten entendido -aadi

    mientras el secretario y el capitn de guardias que haban ya desarmado a aquel hom-

    bre, volvan a sujetarle por ambos brazos-, que si lanzas un solo grito, o tratas de

    engaarnos, o pretendes huir, te liar dar muerte aqu mismo!

    -;Perdn, seor! -suplic el miserable, a quien obligaron a callar sus dos guardianes,

    ponindole en movimiento.

    No lejos del sitio en que se encontraban, detvose tembloroso y vacilante, a tiempo que

    abrindose la puerta de una casa inmediata, sala tomando sus precauciones otro bulto;

    al distinguirle el detenido, pugn lanzando un grito por desasirse sin lograrlo, mientras

    el embozado desapareca rpido como una sombra entre las de la noche, antes de que

    Muhmmad intentase siquiera perseguirle.

    -Que Al te maldiga! -exclam el Sultn encarndose con el hombre que sujetaban los

    suyos-. Has ahuyentado a tu cmplice, olvidndote de mis mandatos! Mi justicia te

  • Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!

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    juzgar maana; pero has descubierto a pesar tuyo el lugar donde ambos habis

    cometido vuestro crimen!

    Y sin aguardar respuesta, dirigise a la mezquina puerta del edificio de donde haba

    salido huyendo el segundo desconocido; golpela con el pomo de su espada, y grit al

    propio tiempo:

    -Abrid a la justicia!

    Su voz reson lgubremente en el silencio de la noche; pero slo dio a ella respuesta

    el eco sordo de los golpes que segua dando sobre el portn, sin que nadie pareciera

    oirlos.

    -;Sujetad slidamente a ese hombre! -dijo al fin con acento imperativo y breve; y

    mientras, ejecutada su orden, quedaba el joven, con la espada desnuda al lado del

    desco-

    nocido, el arras haca diestramente saltar la cerradura del portn, abrindola de golpe

    el secretario.

    Por l, franqueado el paso, precipitbanse uno y otro, seguidos del Sultn y del hombre

    a quien haban detenido, cuya ostensible resistencia venca el Prncipe con la punta de

    la espada, encontrndose en la enarenada calle de un jardn o de un huerto, cuya

    disposicin y cuyas dimensiones no permitan reconocer las sombras. Siguiendo, no

    obstante, el muro con que a la derecha tropezaron, no tardaron en advertir una puerta,

    que sin dificultad abrieron, por hallarla entornada solamente, penetrando en una

    habitacin, donde no sin inquietud se vieron forzados a detenerse.

    Descubri uno de los servidores de Muhmmad la linterna de que iba provisto, y

    entonces se ofreci a los ojos de todos singular espectculo, que les llen de espanto y

    de zozobra.

    Sobre el yesoso desigual pavimento, mal cubierto por las ropas desordenadas,

    distinguieron el bulto de una mujer, que yaca inmvil. La tenue claridad que se filtraba

  • Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!

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    sutil a travs de las perforaciones de la esfrica linterna, resbalaba sombra y vacilante

    sobre l, proyectando agudas rgidas sombras.

    Tom el Sultn la luz, y confiando a sus dos oficiales el detenido, que permaneca

    silencioso, se adelant hacia el cuerpo de aquella mujer. Sus vestidos eran ricos; tena

    el velo destrozado, an sujeto a la elegante y descompuesta toquilla, de la cual se

    escapaban ensortijados y negros mechones de cabello, y en el semblante, no del todo

    descubierto, la angustia y el terror aparecan profundamente retratados.

    Inclinado hacia ella, derram Abdul'lh los rayos de la linterna sobre el rostro de la

    infeliz, que pareca vctima de un crimen, y retrocedi vivamente, dejando escapar

    agudo grito, mientras plido y convulso, senta helarse la sangre de sus venas.

    -Oh! ... No es posible, no! -exclam al cabo, pasando su mano helada por la frente-.

    Al no puede consentir semejante burla! ... Sera horrible!

    Procurando vencer, aunque sin lograrlo, la visible agitacin que le posea, y ahuyentar

    de su espritu la punzante sospecha que le embargaba, torn invocando el santo nombre

    de Al a reconocer aquella desventurada: tena una sola herida en la frente, de la cual

    brotaba un hilo de sangre espesa, y pareca cadver! El Prncipe repar arrodillado y

    con mano trmula el desorden de los vestidos; pulsla despus sin pronunciar palabra,

    y pos luego la diestra sobre el corazn de aquella mujer, diciendo al cabo de algunos

    instantes de verdadera angustia:

    -Vive!... Alabado sea Al, que ha consentido que no lleguemos tarde!

    Y mientras uno de sus oficiales volva del huertecillo trayendo un acetre de latn lleno

    de agua fra, el Amir, cada vez ms confuso, desgarraba en tiras el blanco lienzo de su

    pauelo, sosteniendo en su interior tremendo combate. A la primera ojeada haba

    credo, en efecto, reconocer en el semblante de la persona tendida sobre el pavimento

    el de aquella hermosa criatura que, pocas horas antes, invocando su proteccin en el

    Serrallo, despertaba en el corazn del joven Prncipe nuevos y desconocidos

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    41

    sentimientos, y cuya imagen hechicera haban grabado profundamente los buenos

    genios en su memoria...

    Lo singular e inusitado de aquel encuentro; el lugar tan extrao en que se verificaba;

    las circunstancias misteriosas de que se mostraba rodeado, y la sangre que manchaba

    el el rostro de aquella mujer, desfigurndole, todo esto, que atropelladamente se ofreca

    a la clara inteligencia de Abdul'lh, daba ocasin a que la duda se apoderase a ratos de

    su espritu; pero lavada la herida, y restaada la sangre con las compresas hechas del

    fino lienzo y que empapadas en el agua fra uno de los servidores presentaba al

    Prncipe, concluy ste por reconocer, posedo de mortal angustia, en el desfigurado

    de la mujer herida el rostro angelical de

    ixa. no acertando a comprender la realidad que contemplaban sus ojos asombrados ...

    -ixa! -exclam al fin, trmulo y conmovido-. Era as como deba encontrarte! ...

    Quin ha osado poner sus manos en ti, cuando yo haba puesto mi corazn en las

    tuyas? ...

    Despus, encarndose con el detenido, aadi con rencoroso acento, preado de

    amargura:

    -La conoces? ... La conoces?... -repiti sujetando con los restos del destrozado

    alharime las compresas, al propio tiempo que el ktib humedeca las sienes y los labios

    de la pobre nia, herida y sin conocimiento.

    Pero el detenido, sin dar respuesta alguna a las preguntas del Prncipe, encerrse en

    calculado mutismo, cual si fuera ajeno completamente a cuanto all ocurra.

    -Tu silencio te vende -continu el Sultn-; pero yo te juro que sabr hacer el mexuar

    que despegues tus labios ...

    Mientras tanto, el arras, despus de recorrer y hallar la casa totalmente abandonada,

    regresaba en el momento preciso en que la joven haba abierto los ojos, para volverlos

    a cerrar al instante.

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    Traa consigo un candilillo de latn de dos mecheros, ya encendidos, el cual colocaba

    sobre una mesa de pequea altura, que all junto a la puerta de entrada se vea, que-

    dando as iluminado el aposento.

    Lgubre era el silencio que guardaban los circunstantes: el Prncipe, inclinado siempre

    sobre la joven, contemplbala con doloroso afn lleno de angustia, y tratando de sor-

    prender en ella algn movimiento; cl ktib segua arrodillado humedeciendo las sienes

    de la muchacha, y el arras con los brazos cruzados sobre el pecho, miraba impasible,

    como el detenido, semejante cuadro.

    Al fin, lanz la joven profundo y prolongado suspiro: torn de nuevo a abrir los ojos,

    fijndolos con extravo en el Sultn, y movi los brazos, cados antes a lo largo del

    cuerpo.

    -Dnde estoy? -pregunt con voz debilitada, tratando a la vez de incorporarse; pero

    no pudo conseguirlo, y llevando ambas manos a la frente, retirlas casi al propio tiempo

    al sentir el fro de las compresas-. Qu ha pasado por mi? -prosigui contemplando

    con marcadas seales de extraeza a cuantos la rodeaban.

    -Sosiegue Al tu espritu -dijo el Prncipe-; nada tienes ya que temer de nadie en

    adelante.

    -;Ah!... -exclam ixa, como si las palabras del Sultn, a quien no haba reconocido,

    le hubiesen devuelto de

    pronto la memoria-. S... Ya recuerdo!... Cre que para siempre dejaran de contemplar

    mis ojos la hermosa luz del sol, y de pronunciar mis labios el santo nombre del Creador

    de los cielos y de la tierra!... Ensalzado sea!...

    Habase Abdul'lh incorporado, presa de viva agitacin, y acercndose al detenido,

    empujle rudamente hacindole entrar en el radio de luz que el candil proyectaba, y

    presentndolo de improviso ante ixa.

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    Detuvo sta en aquel nuevo personaje la indecisa mirada, y al reconocerle, exhal

    horrible grito y cay de nuevo desvanecida, diciendo con horror:

    -;T! ... Otra vez t! ... Que Al me valga!

    De un salto el joven Amir se haba lanzado sobre el desconocido al escuchar el grito

    de ixa, y asindole colrico por los brazos, oprimale sin piedad, mientras dejaba

    escapar una a una por entre sus apretados dientes amenazadoras palabras.

    -Miserable!!... No negars ahora tu crimen!... -exclam-. De nada te sirve la

    obstinacin de tu silencio, y por Aqul que ni engendr ni fue engendrado te juro que

    habrs de l de arrepentirte en breve!...

    Y haciendo sea al arras para que llevase fuera de all al detenido, volvise hacia la

    nia todo trmulo, arrodillndose a su lado, y humedeciendo sus sienes con el agua fra

    del acetre.

    -;Perdn, oh t el ms piadoso de los descendientes de Jazray! ... Perdn' -implor

    aquel hombre, lleno de espanto y dejndose caer a las plantas del Prncipe ...

    Pero este, al volver la cabeza, fij en el miserable tal mirada, que le hizo enmudecer,

    mientras el arras le obligaba a levantarse y a abandonar la estancia.

    No largo tiempo despus, recobraba la joven el conocimiento; y al contemplar con ojos

    an extraviados y temerosos al Sultn y al ktib, quien permaneca tambin de rodillas,

    una sonrisa apareci en sus labios descoloridos, y sin manifiesta extraeza por la

    presencia del primero exclam con acento carioso:

    - T, seor y dueo mo? ... Eres t? ... Bendita sea la bondad del Eterno! ...

    -S, bendita sea -contest Muhmmad-; bendita una y mil veces, pues por ella he

    logrado salvarte de una muerte segura, cuya idea funesta me extremece! ... Bendita,

    porque los criminales recibirn bien pronto horrible castigo! ... Pero habla, habla, que

    yo escuche tu voz, ms armoniosa para m que el gorjeo de los pintados colorines en el

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    espeso bosque de la Alhambra; ms dulce que la miel que recogen en los panales de la

    vega los labradores ... Dime, hermosa nia, por qu extrao cmulo de sucesos, para

    m desconocidos, te encuentro en este paraje, tan lejos de tu morada, y en esta triste

    disposicin, cuando en balde he rondado los tapiales de tu casa la mayor parte de la

    noche?...

    Lanz ixa leve suspiro al escuchar las apasionadas frases del Sultn, y logrando

    incorporarse con el auxilio de este y del ktib, tom asiento sobre un banco de rstica

    madera que con tal objeto el secretario del Amir haba tomado del huertecillo, a donde

    se retir despus discretamente.

    -;Oh! No evoques, seor, en estos momentos, que son sin disputa los m