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Conociendo a nuestros científicos

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Coordinación general

Secretaría de Ciencia y Técnica, ULP

Hernán Martens

Contenidos

Paula Bombara

Diseño

Secretaría de Comunicación, ULP

Rocío Juárez

Edición

Secretaría de Comunicación, ULP

Colaboradores

Secretaría de Ciencia y Técnica, ULP

Federico Abrile, Marta Passucci

1ª edición

ISBN: en trámite

© Universidad de La Punta, 2011

Queda hecho el depósito que establece la Ley 11.723

Libro de edición argentina

No se permite la reproducción parcial o total, el

almacenamiento, el alquiler, la transmisión o la

transformación de este libro, en cualquier forma o por

cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante

fotocopias, digitalización u otros métodos sin el permiso

previo y escrito del editor. Su infracción está penada por las

leyes 11.723 y 25.446

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Agradecemos la colaboración y el material fotográfico suministrado por la Lic. Claudia Mazzeo, directora del Programa de Divulgación Científica y Técnica de la Fundación Instituto Leloir, al personal de la Biblioteca de la Academia Nacional de Medicina y al Dr. Carlos Borches, historiador científico del programa de historia de la FCEN-UBA, por sus valiosos comentarios.

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Introducción

Capítulo 1: Investigar es un placer ¡y también un trabajo!

Capítulo 2:Nace una mente inquieta Capítulo 3: ¿Sólo eso podemos hacer?

Capítulo 4: ¿Qué es la Bioquímica?

Capítulo 5: De laberintos, peces y experimentos

Capítulo 6: Una carrera cruzada por viajes y mudanzas

Capítulo 7: El camino de Leloir

EpílogoNotasCronología Referencias

Conociendo a nuestros científicos

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Introducción Capítulo 1: Investigar es un placer ¡y también un trabajo!¿Cómo comenzar

a hablar sobre una persona? La vida de cualquiera comienza el día que nace, pero ¿necesariamente debemos conocer ese dato primero? Imaginemos que se trata de nuestra propia vida. ¿Qué nos gustaría leer en la primera frase?En este caso, creo que a Luis Federico Leloir -el apellido se pronuncia “leluar”-, Lucho para su familia, le gustaría que comenzara por la importancia de la tarea de los investigadores de ciencia básica, los que hacen progresar el conocimiento científico.

Y por ahí empiezo, citando sus propias palabras:

Cuando la acción de la medicina salva a un ser querido, muchas veces olvidamos que detrás de la acción del médico está el trabajo silencioso y anónimo de los investigadores, generalmente ignorados por el gran público. El investigador ha creado las armas, cada vez más específicas, con que el médico combate las enfermedades: sus medicinas, sus aparatos y también su propio conocimiento (Nachón, 1994, p.77)

El trabajo del investigador científico se parece al de un detective de película: ante un problema, intenta descubrir su origen, busca señales que lo orienten hacia la solución, inventa experiencias para probar su punto de vista, estudia el entorno y

recorre todos los caminos posibles que puedan llevarlo a la respuesta.

A veces la encuentra y otras no; en el medio, siempre aparecen nuevos desafíos.

Las diferencias son tantas como las similitudes. La más obvia es que los investigadores científicos no usan ni largos abrigos, ni sombreros que los ocultan, ni persiguen a sus sospechosos por las cuadras oscuras de una ciudad; tampoco portan armas, a no ser que consideremos que la paciencia y el conocimiento lo son, claro.

Muchas series de televisión tienen personajes que son investigadores científicos: en algunas colaboran en investigaciones policiales, en otras, en resolver casos médicos. Los experimentos parecen realizarse en cinco minutos, con equipos electrónicos complejos que nunca fallan. Y los investigadores siempre lucen impecables.

No es tan así en la vida real: cuando todo

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sale bien, los experimentos pueden durar días, los equipos

son compartidos entre varios investigadores y los guardapolvos, ¡ay, los guardapolvos!, suelen estar manchados y, en ocasiones, agujereados por las sustancias químicas que

utilizan.

Dedicarse a la investigación científica a mediados del siglo XX era extremadamente difícil. No se lo consideraba un trabajo y, por lo tanto, prácticamente no existían puestos de investigación ni becas rentadas, no era algo que se hiciera a cambio de dinero. Por eso, sólo investigaban aquellos que podían mantenerse económicamente con otros medios.

Uno de los casos más conocidos es el del Dr. Luis Federico Leloir, el hijo más pequeño de una familia muy adinerada. Él, sin embargo, pensaba en la investigación como en un trabajo de tiempo completo y su actitud, junto a la de algunos otros, ayudó a cambiar la visión que por ese entonces se tenía y también a crear becas para aquellos que querían dedicarse a esta tarea pero necesitaban que fuera a cambio de dinero para mantener a su familia.

Luis Leloir trabajó toda su vida como investigador, con un horario fijo de ocho o nueve horas, de lunes a sábado, no sólo haciendo experimentos sino también, en

muchas ocasiones, barriendo el piso de su laboratorio. Y, por supuesto, no lo hacía por motivos económicos, lo hacía por sus ansias de comprender la Naturaleza. Hay quienes cuentan que todos los sueldos que recibió por su tarea, cuando ésta comenzó a ser rentada, los donó a los institutos donde trabajaba.

Junto a otros grandes científicos, fue testigo y protagonista de la construcción y puesta en marcha del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) -que otorga cientos de becas de investigación por año a jóvenes estudiantes y graduados, y miles de cargos rentados a investigadores especialistas de todas las áreas de las ciencias-, y de institutos de investigación privados, como la fundación que hoy lleva su nombre (el Instituto Leloir) -que cobija y asiste a muchos grupos de investigadores.

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Cuando todavía estaba en la panza de su mamá, Hortensia Aguirre Herrera, Luis Federico Leloir hizo su primer viaje a París, Francia. El primero de una larga lista. El viaje se debía a que su papá Federico se encontraba mal de salud y le habían dicho que en París, con una intervención médica de avanzada, tal vez mejorara. Lamentablemente no fue así y, cuando Luis nació, el 6 de septiembre de 1906, su papá ya había fallecido. Hortensia decidió no regresar inmediatamente, se quedó con sus cinco hijos en Francia. Ésa es la razón por la cual Luis recién pisó el suelo de nuestro país a los dos años.

José Leloir, el tatarabuelo de Luis, llegó a la Argentina a comienzos del siglo XIX procedente de Francia. Aquí se casó y tuvo sus tres hijos. Desde entonces, los Leloir vivieron en el país y, con el tiempo, se convirtieron en

2 Capítulo 2: Nace una mente inquieta

Luis Federico Leloir junto a su madre y hermanos.

una importante y adinerada familia de terratenientes. Sus antepasados maternos argentinos se remontan al siglo XVIII, emparentándolo con Juan Martín de Pueyrredón. Tal vez por eso, aunque Luis nació en París, siempre se consideró argentino: al crecer, hizo el cambio de nacionalidad para que, legalmente, también fuera así.

Al llegar a Buenos Aires, Hortensia y sus hijos se alojaron en la casona familiar, un verdadero palacio ubicado en la calle Florida 770, pero pronto comenzaron a viajar a la estancia El Tuyú. En este campo, se sembró el gusto de Luis por la investigación. Él mismo cuenta, en su ensayo Far away and long ago (Allá lejos y hace tiempo), que, como a W. H. Hudson,1 le encantaba observar el comportamiento de los animales de la zona: flamencos, armadillos, vizcachas y caranchos.

Cuando era chico, nuestro investigador era un niño tranquilo y de buen carácter. Le encantaba estar al aire libre, mirando plantas y animales; era bueno haciendo tareas manuales aunque no le interesaba trabajar en el campo como hacían sus hermanos. También, disfrutaba aprendiendo las cosas por sí mismo, sin ayuda.

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En París estudió arquitectura unos meses pero luego decidió volver a Buenos Aires. Aquí dudaba entre las carreras de Medicina, Ingeniería y Química. Finalmente, se decidió por la medicina: comenzó, en 1926, en la Facultad de Medicina de La Plata y se graduó, en 1932, en la de Buenos Aires.

Durante los estudios universitarios, Luis no fue un estudiante destacado, incluso tuvo que rendir una materia más de una vez. Pero aún así, los profesores y también sus amigos, notaban que era muy inteligente, por eso, cuando comenzó a dudar sobre si seguir estudiando ciencias médicas, lo convencieron de que no abandonara. Por suerte, para todos nosotros, continuó estudiando. Al recibirse, obtuvo un puesto como médico interno en el Hospital de Clínicas.

Los médicos, en esa época, no contaban con las herramientas de diagnóstico y de tratamiento que tienen ahora. No se hacían tomografías, detección de virus o bacterias en sangre, cuantificación de hormonas o tantos otros estudios que hoy resultan básicos para diagnosticar correctamente una enfermedad. Tampoco contaban con drogas farmacéuticas que ayudaran a tratar a los enfermos. En la actualidad hablar de antibióticos para curar una infección es algo común. También, vemos en la televisión y en los diarios anuncios publicitarios de jarabes o pastillas para evitar las alergias o los dolores musculares; estas cosas aún no existían en aquellos años. Resultaba complicado establecer con certeza qué era lo que le pasaba a los enfermos.

3Capítulo 3: ¿Sólo eso podemos hacer?

Así fue como aprendió a leer: ¡solo!, mirando el diario. Creció en un hogar con acceso a muchos libros y revistas de temas variados, algo que puede considerarse un privilegio en una época en la cual el acceso a la información no era fácil.

Aprender le resultaba sencillo y siempre le fue bien. Terminó la primaria a los 10 años. El secundario lo hizo en varios colegios pues viajó mucho con su familia durante la adolescencia: comenzó en Buenos Aires, en dos colegios, siguió en Londres y lo terminó como alumno libre al regresar a Buenos Aires. Nunca se destacó como estudiante. Algunas crónicas lo describen como un adolescente común, incluso dicen que era un poco vago. Le gustaba la vida al aire libre y leer novelas policiales. Al recibirse de bachiller, aún no había decidido qué carrera universitaria seguir.

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Capítulo 4: ¿Qué es la Bioquímica?

El hecho de no estar plenamente seguro de cuáles eran las causas de los males de sus pacientes ponía un poco nervioso a Leloir.

Tampoco se sentía cómodo atendiéndolos sin estar 100% seguro de que el tratamiento que les diera resultara efectivo. Se preguntaba por qué se podía hacer tan poco por la gente y eso lo decidió a investigar sobre el funcionamiento del cuerpo humano. Pensaba que, de esa manera, ayudaría a explicar las enfermedades y, quizás, a desarrollar modos de diagnóstico y tratamiento más eficaces. Así fue como se acercó a un médico y profesor de Fisiología muy importante, llamado Bernardo Houssay, y comenzó a hacer experimentos bajo su dirección. La relación entre ambos doctores duró más de cuarenta años; para Luis Leloir, el Dr. Houssay era un verdadero maestro y un guía imparcial inigualable.

En su familia no había ningún científico. Leloir decía que él se dedicó a las ciencias porque era mediocre en los deportes, malo hablando en público -lo que le cerraba las puertas de la política y de la abogacía-, con un oído musical muy pobre y siempre inseguro a la hora de diagnosticar y tratar pacientes, pero era muy curioso de los fenómenos naturales. Tenía una buena disposición para el trabajo, una inteligencia media y una excelente capacidad para la labor en equipo. También reconoció que, probablemente, lo más importante fue que pudo pasar sus días en el laboratorio haciendo muchísimos experimentos sin preocupaciones económicas.

3 4Al comenzar los experimentos propuestos por el Dr. Bernardo Houssay, Leloir comenzó a apartarse de la medicina; tomó un nuevo camino: el de las investigaciones bioquímicas.

La Bioquímica es una disciplina científica que se dedica a estudiar los fenómenos fisicoquímicos que suceden en los seres vivos. El mayor desarrollo de esta ciencia se dio, justamente, mientras el doctor Leloir estaba haciendo sus trabajos.

Miremos la palma de una de nuestras manos. A simple vista vemos la piel, el órgano más extenso de todo el cuerpo. Si pudiéramos ver la piel con mucho aumento, veríamos que está formada por una especie de trama de formas más pequeñas llamadas células.

Todos los seres vivos estamos compuestos por agua, sustancias químicas y células. Mires donde mires, si hay un ser vivo, hay células. Hay seres vivos cuyo cuerpo tiene unas pocas células; en otros casos, miles de millones. En un cuerpo humano adulto hay alrededor de 110.000.000.000 células que continuamente se están renovando.

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Dentro de las células se encuentran estructuras llamadas organellas. Tanto las células como las organellas están formadas por elementos más pequeños llamados moléculas, que se producen por la unión de átomos. Hay muchas clases de átomos e incontables maneras de combinarlos.

¿Partimos del cuerpo humano y llegamos a algo tan pequeño como un átomo? Parece increíble, ¿no? Pero así es: el Universo y todo lo que contiene -incluidos los seres vivos y, entre ellos, los seres humanos- está formado por átomos.

¿Y cómo es que estos átomos forman las moléculas adecuadas dentro de las células? Hoy sabemos que la información necesaria para que nuestro cuerpo funcione adecuadamente está contenida en unas moléculas muy grandes conocidas como ADN (ácido desoxirribonucleico). En estas moléculas, los átomos se ordenan de una manera particular, formando lo que se conoce como nucleótidos -¡recuerda esta palabra, es importante para entender uno de los descubrimientos más importantes de Leloir!-. Una larga cadena de nucleótidos unidos da por resultado una molécula de ADN.

Cada ser vivo tiene una información diferente en su ADN, que pasa de padres a hijos con pequeñas modificaciones. Esos datos químicos son los que determinan que en las células se produzcan unas sustancias y no otras.

En cada célula, en cada organella, hay moléculas llamadas proteínas que se ocupan de traducir

la información del ADN y construir todo lo necesario para que la célula se mantenga en buen estado.

Hay muchísimas clases de proteínas porque cumplen gran cantidad de tareas diferentes.

Las proteínas son intensamente estudiadas por los investigadores bioquímicos. Un grupo muy especial son las enzimas, las proteínas que aceleran las transformaciones químicas que ocurren todo el tiempo en nuestro cuerpo. Las reacciones donde intervienen las enzimas son tan veloces que, a veces, ¡ni un cronómetro alcanza para medirlas!

Otro grupo de sustancias de nombre difícil, e indispensables para comprender las investigaciones bioquímicas que desarrolló el Dr. Leloir, es el de los “hidratos de carbono”.

Los hidratos de carbono nos dan energía. Un caramelo, por ejemplo, está hecho con azúcar de caña, agua, saborizantes y colorantes. A su vez, el azúcar está compuesto por muchas moléculas de un hidrato de carbono llamado sacarosa. En la leche hay otro hidrato de carbono, la lactosa, que Leloir investigó durante años, pero ¡no nos adelantemos! También hay hidratos de carbono en la harina, la papa y muchísimos

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Capítulo 5: De laberintos, peces y experimentos

otros alimentos. De hecho, nuestra dieta tiene que ser

abundante en hidratos de carbono porque necesitamos mucha

energía para mantener nuestro cuerpo en funcionamiento. Otro grupo

de sustancias que nos proveen energía es el de las grasas o lípidos. Una reacción química que ocurre con frecuencia dentro de nuestro cuerpo es la transformación de un hidrato de carbono en otro. El hidrato de carbono más abundante en el interior de los seres vivos se llama glucosa.

¿Y a qué se deberá esta abundancia?Es que la glucosa no es un hidrato de carbono más, es el más importante de todos porque es la sustancia que, transformándose químicamente, otorga la energía que necesitamos de manera más eficiente2. Si fuéramos automóviles, podríamos decir que la glucosa es nuestro combustible por excelencia.Cuando comemos hidratos de carbono, las enzimas de nuestro cuerpo los transforman en glucosa. De esto también se ocupó Leloir, pues una de las maneras de comprender qué es lo que nos sucede es ir estudiando cuáles son las transformaciones químicas que ocurren en cada proceso.

En resumen: los investigadores bioquímicos estudian “cosas” que no se ven. Es que los fenómenos químicos más importantes se dan entre moléculas y de manera híper veloz. Para descubrirlos tienen que inventar métodos y tecnologías. ¡Es un trabajo complicado, aún para los mejores detectives!

El primer tema de investigación del Dr. Luis Leloir estaba relacionado, justamente, con los hidratos de carbono. Tenía que descubrir cómo afectaban las glándulas adrenales3 el nivel de azúcar en la sangre.

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En cualquiera de los casos, un resultado exitoso nos llevaría al estudio del pez deseado, de lo que deseamos descubrir. Pero, si no obtenemos buenos resultados, en el primer caso no llegamos a nada, mientras que en el segundo, tal vez “pesquemos” algún dato que nos sea útil para seguir investigando.

del laboratorio. Estos experimentos permitirán recorrer el camino y verificar si se llega a la respuesta. Pero para ello, deben repetirse muchas veces ya que puede suceder que el error no esté en la hipótesis de trabajo sino en el experimento que se piensa para probarla. Leloir (1976) lo explicaba así:

En la investigación existen diferentes estilos de acuerdo con la personalidad del investigador y también con la forma en que son diseña-dos los experimentos. El trabajo experimental tiene algunas similitudes con la pesca. El des-cubrimiento puede compararse a un pez que puede ser grande o pequeño, único o nume-roso. Podemos usar un anzuelo o una red. Las capturas dependen mucho de nuestra técnica: el anzuelo puede hacerse atractivo con una lombriz, con un trozo de pescado o con imi-taciones artificiales. Y también usar anzuelos de distintos tamaños. Todo esto determinará la clase de peces que vamos a obtener. Los re-sultados de pescar con red son diferentes. La probabilidad de una captura es mucho mayor y el tamaño de los peces obtenido, muy varia-do. (Leloir, Discovery made easy, p. 407)

El primer problema con el que se encontró nuestro científico detective fue su propia ignorancia en química, así que comenzó a ir a la Facultad de Ciencias Exactas a escuchar las clases de química, fisicoquímica y química orgánica. También tuvo que estudiar matemática, cosa que hizo por su cuenta, a medida que fue necesitándolo. Estaba tan entusiasmado con la investigación, que cada vez dedicaba más tiempo a esta actividad y menos, a su trabajo en el hospital. Llegó entonces el momento en el que tuvo que decidir qué hacer y, sin dudar, renunció a la práctica de la medicina.

Ante un problema, el investigador debe pensar en todas las variables que existen y componer con ellas distintas hipótesis. Imaginemos un laberinto: para construirlo se necesitan muchos caminos, algunos engañosos, otros que no lleven a ningún sitio, el o los senderos que terminan conduciendo a la salida, y una entrada.

La entrada, en las investigaciones, es el problema que se plantea; cada camino es una hipótesis; la salida, la solución. Las hipótesis malas se descartan fácilmente, pero a veces sucede que, al pensar una hipótesis, un camino, creemos que nos llevará a la solución, y al hacer experimentos para probarla -es decir, al recorrer el camino-, nos damos cuenta de que no llegamos a ningún lado.

El tiempo que el investigador piensa en cómo probar su hipótesis, es fundamental, porque es entonces cuando se diseñan los experimentos

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6Con su primer trabajo como investigador, Luis Federico Leloir obtuvo su título de Doctor. Fue entonces cuando le aconsejaron perfeccionarse en el exterior, en el Instituto Dunn de Bioquímica del departamento de Bioquímica de la Universidad de Cambridge, Inglaterra. Allí, pasó un año durante el cual trabajó en tres grupos de investigación diferentes y aprendió lo más importante, la disciplina científica propia de la ciencia inglesa: selección cuidadosa de los temas a tratar, pocos instrumentos y gran habilidad manual, rigurosidad lógica en los experimentos, sencillez.

Al volver, se reincorporó al Instituto de Fisiología de la Facultad de Medicina, dirigido por el Dr. Houssay. Junto al Dr. Juan M. Muñoz se abocó al estudio de unos lípidos llamados ácidos grasos. Hicieron importantes descubrimientos sobre estas sustancias pero llegaron a un punto del laberinto en el cual se dieron cuenta de que no existían aún los métodos para lograr resolver el problema que investigaban. Entonces, comenzaron a colaborar con la investigación de un grupo de fisiólogos liderado por el Dr. Eduardo Braun Menéndez, que habían descubierto una proteína -llamada renina- que liberaba una sustancia que aumentaba enormemente la presión arterial, hoy conocida como angiotensina.

En 1943, el Dr. Houssay fue separado de su cargo por el gobierno de facto del general Ramírez, por haber firmado una carta -junto a otros científicos y profesionales de gran prestigio- pidiendo el retorno al sistema democrático. En apoyo al Dr. Houssay, muchos investigadores dejaron sus puestos.

Leloir y su reciente esposa, Amelia Zuberbühler, decidieron ir a New York y, una vez allí, a un laboratorio de la Universidad de Washington -Saint Louis- donde los científicos Carl y Gerty Cori le dieron un puesto de trabajo como investigador. Pasado un tiempo, se contactó con David Green, quien fue su compañero durante el tiempo que estuvo en Cambridge e investigador de la Universidad de Columbia, New York. Allí, también perfeccionó sus conocimientos en bioquímica, incorporando tecnologías y métodos de análisis.

En 1945 el Dr. Houssay volvió a su puesto y Leloir retornó al país meses después. Al regresar al Instituto de Fisiología, casi dos años después, trajo más experiencia, nuevos equipos y entusiasmo renovado para formar su propio equipo de investigadores.

A partir de entonces su lugar de trabajo se consolidó en Argentina, aunque se movió de sede. Del Instituto de Fisiología de la Facultad de

Capítulo 6: Una carrera cruzada por viajes y mudanzas

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Medicina se mudó al Instituto de Biología y Medicina Experimental (IBYME). De allí, como director, al Instituto de Investigaciones Bioquímicas, financiado por el empresario textil Jaime Campomar, fue ampliándose y mudándose hasta instalarse definitivamente frente al Parque Centenario. Actualmente, este Instituto, creado en forma conjunta por el CONICET y la Facultad de Ciencias Exactas de la U.B.A., cuenta con la colaboración de una Fundación llamada ‘Instituto Leloir’.

Luis Leloir y Carlos Eugenio Cardini en el Instituto Campomar en 1960.

Capítulo 7: El camino de Leloir

A lo largo de su carrera, Leloir fue eligiendo diferentes temas de investigación. Algunos los dejó por falta de técnicas o de interés para continuar avanzando. Pero otros, los llevó hasta el mayor grado de profundidad posible, logrando resultados espectaculares y el reconocimiento de todos sus colegas del mundo.

En particular, estaba interesado en descubrir la causa de una enfermedad llamada galactosemia, que provocaba déficit mental, cataratas y, en ocasiones, la muerte en recién nacidos. Lo que se veía en estos pacientes es que en la sangre, en lugar de glucosa había otro hidrato de carbono: la galactosa. La galactosa está en la leche formando parte de un hidrato de carbono de mayor tamaño llamado lactosa y, en los cuerpos sanos, rápidamente se convierte en glucosa. Lo único que diferencia químicamente a la galactosa de la glucosa es la disposición de sus átomos en el espacio. ¿En el espacio? ¡Esto se complica!

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Galactoquinasa: se agrega un grupo fosfato a la molécula de galactosa. tomándolo de una sustancia llamada adenosinatrifosfato (ATP).

Galactosa - 1 - fosfato uridiltransferasa: se intercambia la molécula de galactosa por la de glucosa.

Fosfoglucomutasa: el grupo fosfato muta de la posición 6. Este paso es necesario para que luego el grupo fosfato se separe de la molécula de glucosa.

Glucosa - 6 - fosfatasa: se separa el grupo fosfato de la molécula de glucosa.

7Galactosa

Reacciones químicas del “Camino de Leloir”

Galactosa - 1 - Fosfato

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Glucosa - 1 - Fosfato

Glucosa - 6 - Fosfato

FosfatoATP

ADP

UDP - Galactosa

UDP - Galactosa - 4 - EPIMERASA

La posición de este átomo de oxígeno es el que diferencia a

la galactosa de la glucosa

Glucosa

UDP - Glucosa

La Uridinadifosfogalactosa-4-epimerasa es la enzima que participa en la reacción que transforma la molécula de galactosa en glucosa. Dentro de esta enzima, el átomo de oxígeno señalado arriba gira de una posición espacial a otra.

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7Bueno, no tanto: las moléculas ocupan un lugar en el espacio. Tienen tres dimensiones, igual que todo lo que existe en la naturaleza. La bioquímica fue enseñándonos que alcanza con que cambie un átomo de orientación (pase de unirse arriba de otro a unirse por debajo) para que la sustancia química tenga características totalmente diferentes. Esto es lo que ocurre, precisamente, con la galactosa y la glucosa. Para transformar una en la otra ¡sólo tiene que girar un átomo!

Lo que Leloir pensaba, es que algo fallaba en esa transformación química en apariencia tan sencilla y, junto a sus colaboradores, se propuso descubrir la falla.

Lo primero que tuvieron que investigar fue cómo hacía el cuerpo para convertir la galactosa en glucosa. Luego de un tiempo pudieron demostrar una secuencia de transformaciones que hoy se conoce como Leloir’s pathway o camino de Leloir.

Se trataba de cuatro reacciones químicas, aceleradas por cuatro enzimas diferentes. ¡Cuatro pasos para un giro! Y, claro, aparecía en escena un partenaire. Veámoslo en detalle.

La transformación de la galactosa en glucosa era posible gracias a la participación de una sustancia hasta el momento desconocida: una molécula de las que forman el ADN, un nucleótido llamado uridina, se unía a la galactosa formando un nucleótido-azúcar; en este

Dr. Luis Federico Leloir, Dr. René Favaloro y Amelia Zuberbüller, esposa de Leloir.

caso, el uridina-galactosa. Y era ésta la sustancia que se transformaba. Pasaba de ser uridina-galactosa a ser uridina-glucosa por la acción de una enzima que llamaron “uridina difosfogalactosa-4-epimerasa”. Un nombre difícil y complicado, es verdad, pero fácil de entender si leemos la palabra “clave”: las enzimas epimerasas son aquellas que permiten transformaciones -giros- espaciales.

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Dr. Luis Federico y su hija Amelita.

Lo grandioso que descubrieron Leloir y sus colaboradores (Alejandro Paladini, Ranwell Caputto, Carlos Cardini y Raúl Trucco) fue que las sustancias que el cuerpo utiliza para formar el ADN, también están presentes en las transformaciones que sufren los hidratos de carbono. Al publicarse los resultados de los experimentos de Leloir en las revistas científicas especializadas, equipos de investigadores de todo el mundo se pusieron a investigar los nucleótidos-azúcares. En poco tiempo se descubrieron decenas de nucleótidos-azúcares diferentes, todos ellos facilitando la conversión de un azúcar en otro.

Entonces, ¿qué fallaba en los pacientes con galactosemia? En estos pacientes lo que se descubrió era que no producían ninguna o alguna de las enzimas que participaban en el camino de Leloir.Por la relevancia de este descubrimiento para todas las investigaciones sobre los hidratos de carbono y por la importancia que tendría en el desarrollo de tratamientos médicos para enfermedades como la galactosemia y la diabetes, a Leloir le entregaron el Premio Nobel en 1970.

A partir de que recibió ese honor, el más alto reconocimiento para los científicos, se le hizo más difícil realizar experimentos, tenía que viajar, dar conferencias, entrevistas y otras actividades

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públicas que no disfrutaba. Una frase de esos días (1970), que dijo en la puerta del Instituto de Investigaciones Bioquímicas ante decenas de periodistas, y que nos da una buena idea de su personalidad es: “gané algo muy importante, pero también perdí mucho. Perdí la tranquilidad. Hoy, por ejemplo, no pude trabajar”.

En 1970 Leloir recibe el Premio Nobel de Química y lo festeja trabajando con sus colegas.

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¿Cómo terminar de hablar de la vida de alguien como Luis Federico Leloir?

Luis Federico Leloir con su familia

eEpílogo

El dato de su muerte a los 81 años, el 2 de diciembre de 1987, ocurrida durante la noche y luego de un día tranquilo en el laboratorio, no puede considerarse un punto final pues sus descubrimientos, su dedicación al trabajo y su inteligencia lo mantienen vivo.

Su familia también: con su esposa tuvo una hija, llamada Amelia como su mamá, que le dio nueve nietos. Ellos lo acompañaron en sus veraneos, llenaron de risas sus fines de semana y hoy lo recuerdan con orgullo.

El premio Nobel, el reconocimiento más ‘alto’ que le otorgaron a Leloir, se sumó a numerosos premios anteriores y estimuló su nombramiento como doctor honoris causa en gran cantidad de universidades de Argentina y del mundo. Todo esto no impidió que nuestro investigador

continuara yendo diariamente al laboratorio a proseguir sus estudios sobre los hidratos de carbono. Hasta el último día de su vida estuvo pensando en cómo ahondar en estos conocimientos, trabajando en equipo con sus colaboradores, formándolos, estimulándolos a seguir sus investigaciones. Solía dejarles dibujos y mensajes chistosos en papelitos, como aquel que recuerda Paladini, de un barco naufragando con él aún a bordo y Leloir ahogándose, reflejo de un día de trabajo con malos resultados.

La obra de Luis Federico Leloir continúa viva y, por lo tanto, él sigue colaborando con la comunidad científica a través de las ideas que dejó escritas en sus publicaciones (papers), de su decisión de trabajar en nuestro país, de su modo de investigar, que continua siendo un modelo a seguir y constituye uno de los mejores legados para quienes comienzan a recorrer este camino, y de las anécdotas que lo recuerdan, mostrando a un hombre tranquilo, trabajador y con mucho sentido del humor.

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n1 - W. H. Hudson (1841 – 1922) fue un naturalista, ornitólogo y escritor nacido en Quilmes,

provincia de Bs. As. En 1874 se instaló en Londres y comenzó a publicar sus obras. Pocos años antes de morir escribió su autobiografía, llamada Far away and long ago, título que Leloir tomó para su artículo, pues se sentía muy identificado con las descripciones que Hudson hacía de los alrededores de su rancho natal.

2 - El proceso de degradación de la glucosa se lleva a cabo en tres cadenas de reacciones llamadas glucólisis, ciclo de Krebs y fosforilación oxidativa. El modo de almacenar y suministrar energía química para los procesos que se producen dentro de los organismos, es a través de una sustancia conocida como ATP. Por cada molécula de glucosa, se obtienen 36 moléculas de ATP.

3 - Las glándulas adrenales o suprarrenales están ubicadas sobre los riñones y son muy importantes pues las células que las forman fabrican y liberan sustancias indispensables para la estimulación del sistema nervioso, para un buen funcionamiento del sistema digestivo y para mantener el equilibrio de agua y minerales como potasio y sodio dentro y fuera de cada célula.

Notas

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Referencias

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Leloir, L. F. (1983). Far away and long ago. Annual Review of Biochemistry, 52, 1-16.

Nachón, C. A. (1994). Luis Federico Leloir 1906-1987: Premio Nobel de Química 1970. Ensayo de una biografía. Buenos Aires: Fundación Banco de Boston.

Paladini, A. C. (2007). Leloir, Una mente brillante. Buenos Aires: Eudeba.

Parodi, A. J. (2006). Leloir, su vida y su ciencia. Ciencia Hoy, 16(94), 20-33.

Artículo científico: The Leloir pathway: a mechanistic imperative for three enzymes to change the stereochemical configuration of a single carbon in galactose. Disponible en: http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/8647345

Artículo periodístico sobre Leloir, disponible en: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=837793

Autobiografía de Leloir, disponible en: http://www.estanciaelcarmen.com.ar/Historia/A_Leloir.htm

Barrios Medina, A. Luis Federico Leloir (1906-1987): un esbozo biográfico. Disponible en: http://houssay.org.ar/hh/bio/leloir.htm

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Gráfica sobre el metabolismo de la galactosa, disponible en: http://www.biocarta.com/pathfiles/h_g1pPathway.asp

Historia de San Clemente del Tuyú, disponible en: http://www.portaldesanclemente.com/san_clemente/historia.html

Información biográfica de Leloir, disponible en la página de la biblioteca de la Academia Nacional de Medicina: http://www.biblioteca.anm.edu.ar/leloir

Información genealógica sobre Luis Federico Leloir, disponible en: http://genealogiafamiliar.net/getperson.php?personID=I7439&tree=BVCZ

Información sobre los galardones a Luis Federico Leloir, por la Fundación Konex. Disponible en: http://www.fundacionkonex.org/premios/curriculum.asp?ID=923&ano=1983

Página de la Fundación del Instituto Leloir: http://www.leloir.org.ar

Revista de Química Biológica: http://www.jbc.org

Sitio web oficial de los Premios Nobel: http://nobelprize.org

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