lecturas grabadas clase 1 sontag la literatura es la libertad
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La literatura es la libertad
Susan Sontag Al mismo tiempo (Mondadori, 2007, Pg 199) [Fragmento del discurso que pronunci Sontag al recibir el Premio de la Paz de los
Libreros Alemanes en Francfort].
() Una de las funciones de la literatura es la de formular preguntas
y cuestionar las ideas ortodoxas reinantes. Y aun cuando el arte no
es de oposicin, el mundo de las letras tiende a ser contestatario. La
literatura es dilogo, sensibilidad. Podra definirse a la literatura
como la historia de las diferentes respuestas sensibles del gnero
humano ante lo que est vivo y lo que est moribundo como
resultado de la evolucin de las culturas y de la interaccin de unas
culturas con otras.
Los escritores pueden hacer algo para combatir estos lugares
comunes respecto de nuestra alteridad, nuestra diferencia ya que los
escritores son hacedores, y no simplemente transmisores, de mitos.
La literatura ofrece no solamente mitos sino tambin contramitos,
del mismo modo que la vida ofrece contraexperiencias (experiencias
que nos hacen dudar de aquello que uno supona que pensaba,
senta o crea).
Creo que el escritor es alguien que presta atencin al mundo, lo que
significa tratar de entender, observar y conectar con los diferentes
actos de maldad que los humanos son capaces de realizar; y a la vez
no corromperse volvindose cnico, superficial al lograr esta
comprensin de la naturaleza humana.
La literatura puede decirnos cmo es el mundo.
La literatura puede establecer normas y transmitir un conocimiento
profundo, personificado a travs del lenguaje, en la narrativa.
La literatura puede entrenarnos y ejercitar adems nuestra habilidad
para llorar por quienes no somos nosotros ni son los nuestros.
Quines seramos si no pudiramos simpatizar con los que no
somos nosotros ni son los nuestros? Quines seramos si no
pudiramos olvidarnos de nosotros mismos, al menos durante
algn tiempo? Quines seramos si no pudiramos aprender o
perdonar? Nos convertiramos en algo diferente de lo que somos?
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En esta ocasin en la que recibo este magnfico premio, este
magnfico premio alemn, permtanme que les cuente algo sobre mi
trayectoria.
Pertenezco a una tercera generacin norteamericana de origen
polaco y judo lituano. Nac dos semanas antes de que Hitler
asumiera el poder. Crec en el interior de Estados Unidos, en
Arizona y California, lejos de Alemania, y sin embargo durante toda
mi niez estuve obsesionada con Alemania, con la monstruosidad
de Alemania, y con los libros y la msica alemanes que amaba, y
que a su vez establecieron mi criterio sobre las expresiones artsticas
elevadas e intensas.
Aun antes de Bach y Mozart y Beethoven y Schubert y Brahms, ya
haba algunos libros alemanes importantes para m. Recuerdo a un
maestro de escuela primaria en una pequea ciudad del sur de
Arizona, el seor Starkie, que logr la admiracin de sus alumnos al
contarnos que haba combatido en el ejrcito de Pershing contra
Pancho Villa, en Mxico: este viejo veterano de una antigua
aventura imperialista norteamericana haba sido, al parecer,
afectado en versin traducida por el idealismo de la literatura
alemana, y percibiendo mi especial inters por los libros, me prest
sus propias copias del Werther y del Immensee.
Poco despus, durante mi infantil orga lectora, el azar me condujo
al encuentro de otros libros alemanes, incluyendo el relato de Kafka
En la colonia penitenciaria, donde descubr el temor y la injusticia. Y
pocos aos ms tarde, cuando era una estudiante de secundaria en
Los Angeles, encontr todo sobre Europa en una novela alemana.
No ha habido otro libro ms importante en mi vida que La Montaa
Mgica, que trata precisamente del choque de ideales en el corazn
de la civilizacin europea. Y as sucesivamente, a travs de una larga
vida que ha estado impregnada de la alta cultura alemana. De
hecho, tras los libros y la msica, que supusieron, dado el desierto
cultural en el que viva, experiencias prcticamente clandestinas,
llegaron las experiencias reales. Porque tambin soy una beneficiaria
tarda de la dispora cultural alemana, y he tenido la buensima
fortuna de llegar a conocer bien a algunos de los
incomparablemente brillantes refugiados que cre Hitler, aquellos
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escritores y artistas y msicos y acadmicos que mi pas recibi en la
dcada de los 30 y que tanto lo enriquecieron, especialmente a sus
universidades. Permtanme citar a dos de ellos, a los que tuve el
privilegio de tener como amigos durante los ltimos aos de mi
adolescencia y los primeros aos de mi tercera dcada, Hans Gerth y
Herbert Marcuse; aqullos con los que estudi en la Universidad de
Chicago y en Harvard, Christian Mackauer, Paul Tillich y Peter
Heinrich von Blanckenhagen, y en seminarios privados, Aron
Gurwitsch y Nahum Glatzer; y Hannah Arendt, a quien conoc
despus de mudarme a Nueva York cuando tena aproximadamente
veinticinco aos: tantos modelos de seriedad, cuyo recuerdo
quisiera evocar aqu.
Pero nunca olvidar que mi encuentro con la cultura alemana, con la
seriedad alemana, comenz con el abstruso y excntrico seor
Starkie (no creo haber sabido nunca su nombre), que fue mi maestro
cuando yo tena diez aos, y al que jams volv a ver.
Y todo esto me lleva a una historia, con la que voy a concluir: creo
que es lo adecuado, dado que fundamentalmente no soy ni una
embajadora cultural ni una ferviente crtica de mi propio Gobierno
(tarea que cumplo como buena ciudadana norteamericana). Soy una
contadora de historias.
As, vuelvo al tiempo en que yo tena diez aos, y encontraba algo
de alivio de las cansadas obligaciones de ser una nia al leer con
pasin los gastados volmenes de Goethe y Storm que el maestro
Starkie me haba prestado. Me refiero a 1943, poca en la que tena
conocimiento de que exista un campo de prisioneros con miles de
soldados alemanes, soldados nazis, por supuesto, como yo los
conceba, en la parte norte del estado, y teniendo en cuenta que era
juda (aunque slo lo fuera nominalmente, ya que mi familia era
desde haca dos generaciones totalmente laica e integrada, y saba
que serlo nominalmente era suficiente para los nazis), me acosaba
una pesadilla recurrente en la que los soldados nazis haban
escapado de la prisin y haban logrado llegar al sur del estado
donde estaba el chal en el que viva con mi madre y mi hermana en
las afueras de la ciudad, y estaban a punto de matarme.
Adelantmonos ahora a muchos aos ms tarde, a la dcada de los
70, cuando Hanser Verlag comenz a publicar mis libros, y llegu a
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conocer al distinguido Fritz Arnold (haba comenzado a trabajar en
la empresa en 1965), que sera mi editor hasta su muerte en febrero
de 1999.
Durante uno de nuestros primeros encuentros, Fritz me dijo que
deseaba contarme supongo que lo consideraba un requisito previo
a una futura amistad que pudiera surgir entre ambos- lo que haba
hecho durante la guerra. Le asegur que no me deba explicacin
alguna; pero, por supuesto, valor mucho el hecho de que l
mencionara el tema. Quisiera agregar que Fritz Arnold no fue el
nico alemn de su generacin (haba nacido en 1916) que, despus
de conocerlo, insisti en contarme qu haba hecho durante el
periodo nazi. Y no todas las historias que escuch fueron tan
inocentes como la que me cont Fritz.
De todas maneras, Fritz me cont que era estudiante universitario
de literatura e historia del arte, primero en Munich y ms tarde en
Colonia, cuando, a comienzos de la guerra, fue reclutado con el
grado de cabo en las fuerzas armadas (Wehrmacht). Su familia no
era pronazi en absoluto su padre era Karl Arnold, el legendario
caricaturista poltico de Simplicissimus, pero emigrar no era una
opcin que su familia hubiera siquiera considerado, y acept con
temor la obligacin de unirse al servicio militar, con la esperanza de
no tener que matar a nadie y no terminar l mismo muerto.
Fritz fue uno de los pocos que tuvo suerte. Fue afortunado al haber
sido enviado primero a Roma (donde rechaz la invitacin de su
superior de nombrarlo teniente), luego a Tnez; afortunado tambin
de haber permanecido detrs de las lneas de combate y no haber
nunca tenido que utilizar un arma de fuego; y finalmente, fue
afortunado, si es sta la palabra correcta, por haber cado prisionero
de los norteamericanos en 1943, haber sido transportado en barco
junto con otros soldados alemanes capturados, a travs del Atlntico
hasta Norfolk, Virginia; y ms tarde en tren a travs del continente a
pasar el resto de la guerra en un campo de prisioneros en el norte
de Arizona.
Tuve entonces el placer de poder contarle, mientras suspiraba
asombrada, y dado que ya haba comenzado a tener mucha simpata
por l ste fue el comienzo tanto de una gran amistad como
tambin de una intensa relacin profesional, que mientras l era
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prisionero de guerra en el norte de Arizona, yo estaba en la parte sur
del estado, aterrorizada ante la presencia de los soldados nazis que
estaban por todas partes, y de los que no podra escapar.
Entonces Fritz me cont que lo que le permiti sobrellevar los casi
tres aos que pas en el campo de prisioneros en Arizona fue que se
le permiti acceder a libros: haba pasado esos aos leyendo y
releyendo los clsicos ingleses y norteamericanos. Y yo le cont que
como estudiante en la escuela primaria en Arizona, y mientras
esperaba poder crecer y escapar hacia una realidad ms vasta, me
salv la lectura de libros, tanto los traducidos como los que haban
sido escritos originalmente en ingls.
El acceso a la literatura, a la literatura universal, me permiti
escapar de la prisin de la vanidad nacional, de la falta de cultura,
del obligatorio provincialismo, de la educacin formal insustancial,
de destinos imperfectos y de la mala suerte. La literatura fue el
pasaporte para ingresar a una vida ms amplia; es decir, la zona de
la libertad.
La literatura era la libertad. Especialmente ahora que los valores de
la lectura y de la introspeccin estn siendo desafiados con tanto
vigor, la literatura es la libertad.