lecturas grabadas clase 1 sontag la literatura es la libertad

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La literatura es la libertad Susan Sontag Al mismo tiempo (Mondadori, 2007, Pág 199) [Fragmento del discurso que pronunció Sontag al recibir el Premio de la Paz de los Libreros Alemanes en Francfort]. (…) Una de las funciones de la literatura es la de formular preguntas y cuestionar las ideas ortodoxas reinantes. Y aun cuando el arte no es de oposición, el mundo de las letras tiende a ser contestatario. La literatura es diálogo, sensibilidad. Podría definirse a la literatura como la historia de las diferentes respuestas sensibles del género humano ante lo que está vivo y lo que está moribundo como resultado de la evolución de las culturas y de la interacción de unas culturas con otras. Los escritores pueden hacer algo para combatir estos lugares comunes respecto de nuestra alteridad, nuestra diferencia ya que los escritores son hacedores, y no simplemente transmisores, de mitos. La literatura ofrece no solamente mitos sino también contramitos, del mismo modo que la vida ofrece contraexperiencias (experiencias que nos hacen dudar de aquello que uno suponía que pensaba, sentía o creía). Creo que el escritor es alguien que presta atención al mundo, lo que significa tratar de entender, observar y conectar con los diferentes actos de maldad que los humanos son capaces de realizar; y a la vez no corromperse volviéndose cínico, superficialal lograr esta comprensión de la naturaleza humana. La literatura puede decirnos cómo es el mundo. La literatura puede establecer normas y transmitir un conocimiento profundo, personificado a través del lenguaje, en la narrativa. La literatura puede entrenarnos y ejercitar además nuestra habilidad para llorar por quienes no somos nosotros ni son los nuestros. ¿Quiénes seríamos si no pudiéramos simpatizar con los que no somos nosotros ni son los nuestros? ¿Quiénes seríamos si no pudiéramos olvidarnos de nosotros mismos, al menos durante algún tiempo? ¿Quiénes seríamos si no pudiéramos aprender o perdonar? ¿Nos convertiríamos en algo diferente de lo que somos?

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  • La literatura es la libertad

    Susan Sontag Al mismo tiempo (Mondadori, 2007, Pg 199) [Fragmento del discurso que pronunci Sontag al recibir el Premio de la Paz de los

    Libreros Alemanes en Francfort].

    () Una de las funciones de la literatura es la de formular preguntas

    y cuestionar las ideas ortodoxas reinantes. Y aun cuando el arte no

    es de oposicin, el mundo de las letras tiende a ser contestatario. La

    literatura es dilogo, sensibilidad. Podra definirse a la literatura

    como la historia de las diferentes respuestas sensibles del gnero

    humano ante lo que est vivo y lo que est moribundo como

    resultado de la evolucin de las culturas y de la interaccin de unas

    culturas con otras.

    Los escritores pueden hacer algo para combatir estos lugares

    comunes respecto de nuestra alteridad, nuestra diferencia ya que los

    escritores son hacedores, y no simplemente transmisores, de mitos.

    La literatura ofrece no solamente mitos sino tambin contramitos,

    del mismo modo que la vida ofrece contraexperiencias (experiencias

    que nos hacen dudar de aquello que uno supona que pensaba,

    senta o crea).

    Creo que el escritor es alguien que presta atencin al mundo, lo que

    significa tratar de entender, observar y conectar con los diferentes

    actos de maldad que los humanos son capaces de realizar; y a la vez

    no corromperse volvindose cnico, superficial al lograr esta

    comprensin de la naturaleza humana.

    La literatura puede decirnos cmo es el mundo.

    La literatura puede establecer normas y transmitir un conocimiento

    profundo, personificado a travs del lenguaje, en la narrativa.

    La literatura puede entrenarnos y ejercitar adems nuestra habilidad

    para llorar por quienes no somos nosotros ni son los nuestros.

    Quines seramos si no pudiramos simpatizar con los que no

    somos nosotros ni son los nuestros? Quines seramos si no

    pudiramos olvidarnos de nosotros mismos, al menos durante

    algn tiempo? Quines seramos si no pudiramos aprender o

    perdonar? Nos convertiramos en algo diferente de lo que somos?

  • En esta ocasin en la que recibo este magnfico premio, este

    magnfico premio alemn, permtanme que les cuente algo sobre mi

    trayectoria.

    Pertenezco a una tercera generacin norteamericana de origen

    polaco y judo lituano. Nac dos semanas antes de que Hitler

    asumiera el poder. Crec en el interior de Estados Unidos, en

    Arizona y California, lejos de Alemania, y sin embargo durante toda

    mi niez estuve obsesionada con Alemania, con la monstruosidad

    de Alemania, y con los libros y la msica alemanes que amaba, y

    que a su vez establecieron mi criterio sobre las expresiones artsticas

    elevadas e intensas.

    Aun antes de Bach y Mozart y Beethoven y Schubert y Brahms, ya

    haba algunos libros alemanes importantes para m. Recuerdo a un

    maestro de escuela primaria en una pequea ciudad del sur de

    Arizona, el seor Starkie, que logr la admiracin de sus alumnos al

    contarnos que haba combatido en el ejrcito de Pershing contra

    Pancho Villa, en Mxico: este viejo veterano de una antigua

    aventura imperialista norteamericana haba sido, al parecer,

    afectado en versin traducida por el idealismo de la literatura

    alemana, y percibiendo mi especial inters por los libros, me prest

    sus propias copias del Werther y del Immensee.

    Poco despus, durante mi infantil orga lectora, el azar me condujo

    al encuentro de otros libros alemanes, incluyendo el relato de Kafka

    En la colonia penitenciaria, donde descubr el temor y la injusticia. Y

    pocos aos ms tarde, cuando era una estudiante de secundaria en

    Los Angeles, encontr todo sobre Europa en una novela alemana.

    No ha habido otro libro ms importante en mi vida que La Montaa

    Mgica, que trata precisamente del choque de ideales en el corazn

    de la civilizacin europea. Y as sucesivamente, a travs de una larga

    vida que ha estado impregnada de la alta cultura alemana. De

    hecho, tras los libros y la msica, que supusieron, dado el desierto

    cultural en el que viva, experiencias prcticamente clandestinas,

    llegaron las experiencias reales. Porque tambin soy una beneficiaria

    tarda de la dispora cultural alemana, y he tenido la buensima

    fortuna de llegar a conocer bien a algunos de los

    incomparablemente brillantes refugiados que cre Hitler, aquellos

  • escritores y artistas y msicos y acadmicos que mi pas recibi en la

    dcada de los 30 y que tanto lo enriquecieron, especialmente a sus

    universidades. Permtanme citar a dos de ellos, a los que tuve el

    privilegio de tener como amigos durante los ltimos aos de mi

    adolescencia y los primeros aos de mi tercera dcada, Hans Gerth y

    Herbert Marcuse; aqullos con los que estudi en la Universidad de

    Chicago y en Harvard, Christian Mackauer, Paul Tillich y Peter

    Heinrich von Blanckenhagen, y en seminarios privados, Aron

    Gurwitsch y Nahum Glatzer; y Hannah Arendt, a quien conoc

    despus de mudarme a Nueva York cuando tena aproximadamente

    veinticinco aos: tantos modelos de seriedad, cuyo recuerdo

    quisiera evocar aqu.

    Pero nunca olvidar que mi encuentro con la cultura alemana, con la

    seriedad alemana, comenz con el abstruso y excntrico seor

    Starkie (no creo haber sabido nunca su nombre), que fue mi maestro

    cuando yo tena diez aos, y al que jams volv a ver.

    Y todo esto me lleva a una historia, con la que voy a concluir: creo

    que es lo adecuado, dado que fundamentalmente no soy ni una

    embajadora cultural ni una ferviente crtica de mi propio Gobierno

    (tarea que cumplo como buena ciudadana norteamericana). Soy una

    contadora de historias.

    As, vuelvo al tiempo en que yo tena diez aos, y encontraba algo

    de alivio de las cansadas obligaciones de ser una nia al leer con

    pasin los gastados volmenes de Goethe y Storm que el maestro

    Starkie me haba prestado. Me refiero a 1943, poca en la que tena

    conocimiento de que exista un campo de prisioneros con miles de

    soldados alemanes, soldados nazis, por supuesto, como yo los

    conceba, en la parte norte del estado, y teniendo en cuenta que era

    juda (aunque slo lo fuera nominalmente, ya que mi familia era

    desde haca dos generaciones totalmente laica e integrada, y saba

    que serlo nominalmente era suficiente para los nazis), me acosaba

    una pesadilla recurrente en la que los soldados nazis haban

    escapado de la prisin y haban logrado llegar al sur del estado

    donde estaba el chal en el que viva con mi madre y mi hermana en

    las afueras de la ciudad, y estaban a punto de matarme.

    Adelantmonos ahora a muchos aos ms tarde, a la dcada de los

    70, cuando Hanser Verlag comenz a publicar mis libros, y llegu a

  • conocer al distinguido Fritz Arnold (haba comenzado a trabajar en

    la empresa en 1965), que sera mi editor hasta su muerte en febrero

    de 1999.

    Durante uno de nuestros primeros encuentros, Fritz me dijo que

    deseaba contarme supongo que lo consideraba un requisito previo

    a una futura amistad que pudiera surgir entre ambos- lo que haba

    hecho durante la guerra. Le asegur que no me deba explicacin

    alguna; pero, por supuesto, valor mucho el hecho de que l

    mencionara el tema. Quisiera agregar que Fritz Arnold no fue el

    nico alemn de su generacin (haba nacido en 1916) que, despus

    de conocerlo, insisti en contarme qu haba hecho durante el

    periodo nazi. Y no todas las historias que escuch fueron tan

    inocentes como la que me cont Fritz.

    De todas maneras, Fritz me cont que era estudiante universitario

    de literatura e historia del arte, primero en Munich y ms tarde en

    Colonia, cuando, a comienzos de la guerra, fue reclutado con el

    grado de cabo en las fuerzas armadas (Wehrmacht). Su familia no

    era pronazi en absoluto su padre era Karl Arnold, el legendario

    caricaturista poltico de Simplicissimus, pero emigrar no era una

    opcin que su familia hubiera siquiera considerado, y acept con

    temor la obligacin de unirse al servicio militar, con la esperanza de

    no tener que matar a nadie y no terminar l mismo muerto.

    Fritz fue uno de los pocos que tuvo suerte. Fue afortunado al haber

    sido enviado primero a Roma (donde rechaz la invitacin de su

    superior de nombrarlo teniente), luego a Tnez; afortunado tambin

    de haber permanecido detrs de las lneas de combate y no haber

    nunca tenido que utilizar un arma de fuego; y finalmente, fue

    afortunado, si es sta la palabra correcta, por haber cado prisionero

    de los norteamericanos en 1943, haber sido transportado en barco

    junto con otros soldados alemanes capturados, a travs del Atlntico

    hasta Norfolk, Virginia; y ms tarde en tren a travs del continente a

    pasar el resto de la guerra en un campo de prisioneros en el norte

    de Arizona.

    Tuve entonces el placer de poder contarle, mientras suspiraba

    asombrada, y dado que ya haba comenzado a tener mucha simpata

    por l ste fue el comienzo tanto de una gran amistad como

    tambin de una intensa relacin profesional, que mientras l era

  • prisionero de guerra en el norte de Arizona, yo estaba en la parte sur

    del estado, aterrorizada ante la presencia de los soldados nazis que

    estaban por todas partes, y de los que no podra escapar.

    Entonces Fritz me cont que lo que le permiti sobrellevar los casi

    tres aos que pas en el campo de prisioneros en Arizona fue que se

    le permiti acceder a libros: haba pasado esos aos leyendo y

    releyendo los clsicos ingleses y norteamericanos. Y yo le cont que

    como estudiante en la escuela primaria en Arizona, y mientras

    esperaba poder crecer y escapar hacia una realidad ms vasta, me

    salv la lectura de libros, tanto los traducidos como los que haban

    sido escritos originalmente en ingls.

    El acceso a la literatura, a la literatura universal, me permiti

    escapar de la prisin de la vanidad nacional, de la falta de cultura,

    del obligatorio provincialismo, de la educacin formal insustancial,

    de destinos imperfectos y de la mala suerte. La literatura fue el

    pasaporte para ingresar a una vida ms amplia; es decir, la zona de

    la libertad.

    La literatura era la libertad. Especialmente ahora que los valores de

    la lectura y de la introspeccin estn siendo desafiados con tanto

    vigor, la literatura es la libertad.