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Le pendu, el Gran Tornillo y los sueños en Rayuela Magali Velasco Vargas* E s el capítulo 32 de la mítica Rayuela, la carta que le escribe la Maga a su bebé Rocamadour, la quintaescencia de esta novela telaraña. Lucía, la chiquilla uruguaya que llega a París con un hijo en un brazo y aspiraciones de cantante en el otro, re- sulta ser el omphalos y a la vez la destrucción del mundo Oliveira y del Gran Tornillo, París, la ciu- dad que devasta a sus habitantes, la que penetra y tritura deliciosamente entre flores y manteles man- chados de vino tinto. Y es precisamente la muerte del bebé Rocamadour, en el capítulo 28 (pasaje ab- surdo, escalofriante, atroz), el evento que desator- nilla a los miembros del Club de la Serpiente, hace que la Maga se pierda y a Horacio Oliveira lo exilia y condena a vagar y a buscar lo que jamás entendió que ya había logrado: su libertad. El sueño es uno de los grandes temas explota- dos por Cortázar en su narrativa. O más que el sue- ño, la incertidumbre entre la vigilia y éste, las ob- sesiones de tipo neurótico manifiestas en lo lúdico, siempre encaminadas a una forma de aprehensión de la libertad, a un conocimiento ontológico. En el capítulo 123 de Rayuela, 1 Horacio sueña con su casa de la infancia yuxtapuesta en un pun- to de confluencia entre la rue du Summerard y el * Narradora y ensayista. Es maestra y doctora en Études Romanes Ibé- riques (Sorbonne París-IV). Recibió en 2003 el Premio Internacional Jó- venes Americanistas (Sanago, Chile) por ensayo y el Premio Nacional de Cuento Juan José Arreola en 2004 (UDG). Es autora de los libros de cuentos Vientos machos (UDG, 2004) y Tordos sobre lilas (UV, 2009) y del ensayo El cuento: la casa de lo fantásco. Cartograa del cuento fantás- co mexicano (Tierra Adentro, 2007). 1 Julio Cortázar, Rayuela, México: Alfaguara, 2000. A parr de aquí única- mente me remiré al número de página y capítulo comentado. Litoral e 18 Es así, Rocamadour: En París somos como hon- gos, crecemos en los pasamanos de las esca- leras, en piezas oscuras donde huele a sebo, donde la gente hace todo el empo el amor y después fríe huevos y pone discos de Vivaldi, enciende los cigarrillos y habla como Horacio y Gregorovius y Wong y yo, Rocamadour, y como Perico y Ronald y Babs, todos hacemos el amor y freímos huevos y fumamos, ah, no puedes sa- ber todo lo que fumamos, todo lo que hacemos el amor […] somos muy sucios, todo el mundo es muy sucio y hermoso en París, Rocamadour, las camas huelen a noche y a sueño pesado, de- bajo hay pelusas y libros... Julio Cortázar, Rayuela, capítulo 32.

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Le pendu, el Gran Tornillo y los sueños en Rayuela

Magali Velasco Vargas*

Es el capítulo 32 de la mítica Rayuela, la carta que le escribe la Maga a su bebé Rocamadour,

la quintaescencia de esta novela telaraña. Lucía, la chiquilla uruguaya que llega a París con un hijo en un brazo y aspiraciones de cantante en el otro, re-sulta ser el omphalos y a la vez la destrucción del mundo Oliveira y del Gran Tornillo, París, la ciu-dad que devasta a sus habitantes, la que penetra y tritura deliciosamente entre flores y manteles man-chados de vino tinto. Y es precisamente la muerte del bebé Rocamadour, en el capítulo 28 (pasaje ab-surdo, escalofriante, atroz), el evento que desator-nilla a los miembros del Club de la Serpiente, hace que la Maga se pierda y a Horacio Oliveira lo exilia y condena a vagar y a buscar lo que jamás entendió que ya había logrado: su libertad.

El sueño es uno de los grandes temas explota-dos por Cortázar en su narrativa. O más que el sue-ño, la incertidumbre entre la vigilia y éste, las ob-sesiones de tipo neurótico manifiestas en lo lúdico, siempre encaminadas a una forma de aprehensión de la libertad, a un conocimiento ontológico.

En el capítulo 123 de Rayuela,1 Horacio sueña con su casa de la infancia yuxtapuesta en un pun-to de confluencia entre la rue du Summerard y el

* Narradora y ensayista. Es maestra y doctora en Études Romanes Ibé-riques (Sorbonne París-IV). Recibió en 2003 el Premio Internacional Jó-venes Americanistas (Santiago, Chile) por ensayo y el Premio Nacional de Cuento Juan José Arreola en 2004 (UDG). Es autora de los libros de cuentos Vientos machos (UDG, 2004) y Tordos sobre lilas (UV, 2009) y del ensayo El cuento: la casa de lo fantástico. Cartografía del cuento fantás-

tico mexicano (Tierra Adentro, 2007).1 Julio Cortázar, Rayuela, México: Alfaguara, 2000. A partir de aquí única-

mente me remitiré al número de página y capítulo comentado.

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Es así, Rocamadour: En París somos como hon-gos, crecemos en los pasamanos de las esca-leras, en piezas oscuras donde huele a sebo, donde la gente hace todo el tiempo el amor y después fríe huevos y pone discos de Vivaldi, enciende los cigarrillos y habla como Horacio y Gregorovius y Wong y yo, Rocamadour, y como Perico y Ronald y Babs, todos hacemos el amor y freímos huevos y fumamos, ah, no puedes sa-ber todo lo que fumamos, todo lo que hacemos el amor […] somos muy sucios, todo el mundo es muy sucio y hermoso en París, Rocamadour, las camas huelen a noche y a sueño pesado, de-

bajo hay pelusas y libros...

Julio Cortázar, Rayuela, capítulo 32.

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pueblo bonarense Bur-zaco. Oliveira sueña que la sala con dos ventanas que dan a un jardín es al mismo tiempo la pieza de la Maga. El objetivo del pasaje onírico era situar y elegir la zona más tranquila de la casa, que es el salón, que es la habitación de la Maga (cfr. cap. 123, pp. 522-523). Y tiene lógica, se dice Oliveira, por-que en donde vive la Maga en París no se puede to-car el piano o escuchar radio después de las diez de la noche pues en seguida el vecino de arriba, en protesta, golpea techos, pisos y muros.

Horacio despierta porque la Maga entrelaza una pierna con la de él, entonces ingresa en un estado denominado clínicamente como estado hipnagógi-co, es decir, el duermevela que procede o prosigue al sueño profundo o a la vigilia.

El sueño de Oliveira enmarca tres conceptos claves en el personaje-tornillo de Julio Cortázar:

Maga - París - Hoy

El elemento de la casa de la infancia fusionado con la realidad inmediata del personaje, descubre

El sueño es uno de los grandes temas explotados por Cortázar en su narrativa. O más que el sueño, la incertidumbre entre la vigilia y éste, las obsesiones de tipo neurótico manifiestas en lo lúdico, siempre encaminadas a una forma de aprehensión de la libertad, a un conocimiento ontológico.

CORT

AZAR

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en su inconsciente la inevitable nostalgia por el tiempo en el que se tiene la certeza y la verdad de algo: la infancia.

Así es como Oliveira recuerda su sueño:mnbxckCon colores como se los ve a los diez años, rojos tan ro-jos, azules de mamparas de vidrios coloreados, verdes de hojas, verde fragancia, olor y color una sola presencia a la altura de la nariz y los ojos y la boca […] como cuando se es niño y no se duda de que la sala va a durar toda la vida: una pertenencia inalienable […] la razón del sue-ño parecía ser solamente ésa, elegir una parte tranquila

(p. 522).

Oliveira menciona una hermana —especie de fi-gura materna, omnipresente mas no materializa-da— cuya silueta es tan sólo fantasmal, como si se tratara de un ángel guardián. La manera en que se presentan los colores2 en el sueño anuncia la reve-lación de un grand rêve, de acuerdo con Jung, aquel que viene del inconsciente colectivo y que no será un mensaje codificado descendiente de pulsiones específicas, sino más bien una puerta abierta al

La manera en que se presentan los colores en el sueño anuncia la

revelación de un grand rêve, de acuerdo con Jung, aquel que viene del

inconsciente colectivo y que no será un mensaje codificado descendiente

de pulsiones específicas, sino más bien una puerta abierta al mundo

mítico, al inmenso acervo histórico de la humanidad.

2 Rojo: el color de la vitalidad, de la pasión, de la cólera y de la excitación sexual. Azul: un color esencialmente espiritual, sugiere el infinito del cielo y del espacio pero también el manto de la reina del cielo: la virgen María. Verde: el color de la naturaleza, de los elementos de las fuerzas de regene-ración que aportan una nueva vida después de la muerte.

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mundo mítico, al inmenso acervo histórico de la humanidad.3

En el grand rêve de Horacio encontramos el es-pacio de la casa y por la insistente acotación del narrador de “buscar un lugar tranquilo”, el hogar se puede comparar con el útero materno, es decir, la vuelta al origen, al omphalos.

La casa, como el alma, comprende varios nive-les y compartimentos cargados de simbolismo, vinculados entre sí gracias a la presencia de esca-leras y puertas. De acuerdo con David Fontana, el salón representa, generalmente, el consciente y el preconsciente; los sótanos, el inconsciente; y las piezas de un segundo piso corresponden a la espi-ritualidad y a las aspiraciones del que sueña. Para Freud, las ventanas y las puertas son los símbolos sexuales femeninos, mientras que Jung los asocia con la aptitud del soñador para comprender el mundo exterior.4

Las ventanas de la sala soñada por Horacio, el cuarto de la Maga, dan hacia un jardín. Éste, sím-bolo del paraíso terrestre (Adán y Eva) y del paraí-so celeste, constituye un elemento onírico y para-disíaco.

En el sueño Oliveira evoca la idea de cielo, esta vez relacionándola con la infancia (posiblemente con una etapa anterior: la prenatal) y con dos figu-ras femeninas: la hermana-madre y la Maga-mujer. Una vez más la pareja se posiciona en el umbral del Paraíso, el jardín, pero ninguno de los dos accede a él, pues en el texto sólo encontramos dos ventanas a través de las cuales se visualiza el jardín, pero no hay puertas.

En el capítulo 100, Oliveira le cuenta a Etienne, el pintor, un sueño más, aquél en el que Horacio corta una rebanada de pan y éste comienza a llorar. El pan es el símbolo por excelencia del alimento básico, es un objeto vital y el cuchillo, por su par-te, es un objeto mortal que connota agresividad y violencia, pero también virilidad por su obvia re-lación con el elemento fálico por su capacidad de penetración.

Etienne queda fascinado con este último sueño y en el capítulo 122 cuando Horacio comenta de nuevo ambos sueños (el del pan y el de la casa de la infancia), Etienne, ante la conmoción de su amigo y su clara obsesión onírica, interpreta la visión del pan como un sentimiento de culpa por la muerte de Rocamadour, el hijo de la Maga. Horacio recha-za de inmediato dicha asociación.

Los estados de pasaje, etapas intermedias entre el sueño y el duermevela que el propio Cortázar de-

3 David Fontana, Le langage secret des rêves, París: Club France Loisirs, 1995, p. 30.4 Cfr. David Fontana, op. cit., p. 129.

La pareja se posiciona en el umbral del Paraí-so, el jardín, pero nin-guno de los dos acce-de a él, pues en el tex-to sólo encontramos dos ventanas a través de las cuales se visua-liza el jardín, pero no hay puertas.

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nominó así, dejan suspendi-do a Oliveira entre lo real y lo imaginario, entre el sue-ño y el “verdadero sueño”, el consciente y su inconscien-te. El personaje de Rayuela es Le pendu del Tarot.

Oliveira no puede jugar a la rayuela, envidia a los locos del manicomio de Traveler y Talita, y en especial el del 8, que siempre logra alcanzar el cielo (cfr. cap. 54, p. 342).

Le pendu, décimo segundo arcano mayor del Tarot de Marsella, se encuentra col-gado del pie izquierdo —el lado del corazón— y si gi-ramos la carta observamos que es la misma postura corporal necesaria para ju-gar la rayuela. Esta imagen representa al ser humano dominado por una actitud mental o un prejuicio moral.5 Por su posición Le pendu simboliza una actividad latente. La deno-minación de esta carta manifiesta la transición/transformación de lo concreto a lo abstracto y, por consecuencia, connota un alto en las acciones. En el sentido elemental, este arquetipo represen-ta al hombre en proceso de cambio, pero durante esta mutación el arcano queda suspendido entre

dos campos de gravitación opuesta: el cielo y la tierra.

Le pendu y Piscis llevan implícitos el número doce,6 cifra espacio-temporal pro-ducto de la multiplicación de los cuatro elementos (agua, fuego, tierra y aire) por los tres elementos prin-cipales de la alquimia: azu-fre, sal y mercurio.

El doce es por excelen-cia el número que significa el cumplimiento de un acto determinado. De esta for-ma, en el Tarot, la carta de Le pendu marca el fin de un ciclo al que seguirá la muer-te (Arcano mayor número XIII) que se debe interpre-tar como un signo de rena-cimiento.

Entre la fuerza (Arca-no mayor número XI) y la

muerte, Le pendu, Horacio Oliveira se balancea y va indistintamente del Cielo a la Tierra, entre París y Buenos Aires, entre la Maga y Pola, entre Traveler y Talita, entre Eros y Thanatos, entre el sueño y la realidad. Será en la locura donde alcance la liber-tad de espíritu tan añorada y, probablemente, en la inconciencia encuentre aquella libertad que un día tuvo el nombre de Maga.

5 Darche, Claude, Le Tarot, voie de l´amour, Monaco: Éditions du Rocher, 1991, pp. 95-96. Otras fuentes de consulta fueron: Hans Urs von Bal-thosco, Meditations sur le 22 Arcanes Majeurs du Tarot, París: Aubier, 1984,

El doce es por excelencia el número que significa el cumplimiento de un acto determinado. De esta forma, en el Tarot, la carta de Le pendu marca el fin de un ciclo al que seguirá la muerte (Arcano mayor número XIII) que se debe interpretar

como un signo de renacimiento.

pp. 367-406, y Paul Marteau, Le Tarot de Marseille, Suisse: Arts et Métiers Graphiques, 1984, pp. 53-55.6 Número cabalístico: 12 meses, 12 signos zodiacales, 12 apóstoles, 12 caba-lleros de la mesa redonda del rey Arturo, 12 hijos de Jacob, etcétera.