las ramas del alcanfor

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Extracto del cuento contenido en el libro "El horror está por aquí".

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Page 1: Las ramas del alcanfor
Page 2: Las ramas del alcanfor

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Las ramas del

alcanfor

Page 3: Las ramas del alcanfor

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Cuando abrí los postigos de mi cuarto no creí que fuera a sentir que había algo

extraño frente a mí, algo inhabitual; o sea algo distinto a cuando uno, ante la repetición cotidiana de los actos, registra en algún lugar no consciente de su percepción que las cosas van estando hoy igual que ayer, y que antes de ayer, y que por lo tanto mañana deberán estar de igual modo. Y cuando mañana se transforma en hoy, no supone, sino que sabe, que eso que fue igual hasta ayer será igual hoy, que esas ramas del alcanfor frente a la ventana, que ayer se cruzaban de tal y cual manera, hoy lo harán igual.

Pero no. Esa mañana las gruesas ramas estaban cruzadas de una manera distinta. Transcurrí la mañana conviviendo bastante bien con esa sensación pero, pasado el

mediodía, se me hizo insoportable. Por esa razón, y porque quizás el cambio fuera a tornarse en lo constante y entonces mañana volvería a encontrar todo distinto (las ramas del alcanfor), tomé una hoja de papel y un lápiz de mi pequeño primo, quien vive con nosotros y está en edad escolar, me senté frente a la ventana y me puse a dibujar la distribución de las ramas del alcanfor que está frente a mi ventana.

Luego del café de la tarde le pregunté a mi madre si no había notado algo distinto. - ¿Algo como qué? - No sé; algo. - ¿Algo dónde? - No sé mamá, algo distinto. - ¡Uh! De eso, ni te imaginás. No sé dónde vamos a ir a parar. Y cuando me dispuse con una sonrisa a escuchar cómo ella seguramente también

había notado un cambio en las gruesas ramas del alcanfor, se descolgó con una extensa queja acerca de los acontecimientos mundiales, en particular los de Oceanía.

Miento si digo que esa noche no dormí, y que si dormí no descansé. Eso sí, no me resultó fácil cerrar los postigos. No menos de tres veces los abrí inmediatamente después de cerrarlos, para ver si todo estaba en orden.

La mañana siguiente fue hermosa. Un sol radiante se filtraba entre las celosías, y las ramas del alcanfor hacían bailar los rayos de luz de un lado a otro. Me senté en la cama, tomé la hoja con el dibujo del día anterior, ese donde había registrado la distribución y el cruce de las gruesas ramas, me levanté, abrí los postigos mirando la hoja y, cuando los hube abierto, miré mi árbol.

Estaba irreconocible. De hecho cualquiera hubiera dicho que el alcanfor que yo había dibujado el día anterior era otro, y no aquel que tenía en ese preciso momento frente a mi ventana.

Llamé con un grito a mi madre. - Mamá –dije-, mirá este dibujo, ¿lo ves? Mirá esta rama, y esta otra. ¡Mirá! Es el

dibujo que hice ayer copiando al detalle las ramas del alcanfor. ¡Y ahora mirá! De ayer a hoy han cambiado las ramas, y eso es imposible. Mamá, algo está pasando aquí. Esto no es natural. No puede ocurrir.

Mi madre miraba la hoja. Por fin, alzó la vista: tenía los ojos arrasados en lágrimas. - ¡Ay, cariño! Heredaste las aptitudes plásticas del abuelo. Si él te viera estaría

orgulloso de vos. - Mamá –repliqué-, mirá por favor por la ventana.

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Tomó mi rostro entre sus manos, me besó en la frente y dijo: - Hoy va a ser un día bellísimo. Y se retiró del cuarto. Decidí actuar... diría “científicamente”. Tomé mi cámara fotográfica, llamé a mi

pequeño primo, de quien había tomado el lápiz el día anterior, lo puse junto a mí frente a la ventana y le dije:

- ¿Ves ese árbol? Ayer, creyendo que sus ramas habían cambiado de posición, vas a decir que estoy loco, ¿no?, decidí dibujarlo. Y hoy, ¡mirá! Las ramas están dispuestas de otra manera que ayer. Entonces, voy a hacer algo, y vos vas a ser testigo. Mejor aún, seremos los dos los investigadores de este fenómeno único, ¿te parece? Vamos a sacar una foto del árbol, desde aquí, revelamos el rollo y mañana vemos cómo están sus ramas. ¿Me oís? ¿Estás oyéndome?

Mi pequeño primo tenía la mirada perdida en la hoja de papel. - Agarraste mi lápiz. - Sí... y te pido disculpas si eso te molestó, pero pensá en lo que te digo. ¿Me oíste?

Estamos ante un hecho único, te diría que mágico. - ¡Ese lápiz me lo había regalado mi mami! Y rompió a llorar. Saqué la fotografía, por supuesto, pero debí descartar toda posibilidad de contar

como cómplice con mi pequeño primo, a quien debí dedicarme a consolar durante buena parte del resto de la tarde. Hice a tiempo, empero, a dejar a revelar las tomas que obtuve y, como las pedí urgente, tuve las copias por la mañana. Hasta tenerlas en mis manos no había vuelto a mirar ni el dibujo ni el árbol, había abierto los postigos con los ojos cerrados.

Cuando estuve de regreso en mi habitación, cotejé los tres, árbol, foto y dibujo, y quedé pasmado…