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Ramon Andreu Anglada Las cartas que los padres nunca recibieron

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Page 1: Las cartas que los padres nunca recibieron - Convivencias · nudos que oprimen la mente a causa de la insana relación con el grupo original en el primer tercio de la vida, siempre

Ramon Andreu Anglada

Las cartas que los padres nunca recibieron

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Colección Con vivencias40. Las cartas que los padres nunca recibieron

Primera edición: junio de 2014

© Ramon Andreu Anglada

© De esta edición:Ediciones OCTAEDRO, S.L.Bailén, 5, pral. - 08010 BarcelonaTel.: 93 246 40 02 - Fax: 93 231 18 68www.octaedro.com - [email protected]

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra

ISBN: 978-84-9921-577-8Depósito legal: B. 12.352-2014

Fotografía autor: el autorDiseño de la cubierta: Tomàs CapdevilaDiseño y producción: Editorial Octaedro

Impresión: Press Line

Impreso en España - Printed in Spain

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A Julio Ezequiel Andreu Lopez,mi padre.

A María Anglada Raurell,mi madre.

Mi carta nunca escrita tiene párrafos de todas las que aparecen aquí. ¡Cuánto siento que nunca, nadie, me enseñara a escribirla!

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Su m a r io

Agradecimientos 9

Prólogo, de Rosa Vergés 11

Parte Primera. Empezando por el principio 17

Parte Segunda. El escenario 25

Parte Tercera. Casos clínicos 53

Epílogo 245

Bibliografía 247

Índice 249

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Pról o g o

Rosa Vergés

Este libro, como una botella lanzada al mar, a merced de la co-rriente, llega a un inesperado destino: el lector. Contiene un mensaje del doctor Ramón Andreu claro, conciso y contunden-te: «La paz con la madre es la madre de todas las paces. La paz con el padre es el padre de todas las paces. Sin esta doble paz, no es posible la paz consigo mismo, ni con nada, ni con nadie.»

La publicación de estas cartas, que los padres nunca reci-bieron, ha sido posible gracias al coraje de los que las escribie-ron, sometiéndose a un tratamiento para mejorar su bienestar mental, y que logra la sabiduría de su terapeuta. Son cartas que, como se menciona en el libro, «pueden ser útiles como li-beración del dolor y sus consecuencias». Una liberación «que no significa olvidar, algo imposible, sino llegar a poder recor-dar sin sufrimiento». Fueron escritas, tal vez demasiado tarde para enderezar errores, puesto que en la mayoría de los casos los padres a quien van dirigidas, aunque no para ser leídas, han muerto. Demuestran, en cambio, haber sido muy oportunas para las personas que han sufrido, a causa de lo que «se vivió mal y no pudo aceptarse mientras ocurría». Representan un extracto del gran aprendizaje sobre la mente humana que ha adquirido el doctor Andreu a lo largo de su dilatada trayectoria profesional. Expresan situaciones, adversas emocionalmente, pero reversibles terapéuticamente: «Hace falta coraje moral para someterse a un tratamiento. Y voluntad autocrítica para poder mejorar como persona» –escribe.

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Tienen un valor que trasciende al propio paciente, pues, mediante ellas, a su vez, el doctor Andreu analiza la sociedad, alertándola de los peligros de la falta de salud mental. El lec-tor puede encontrar la clave de algunos enigmas en su propio comportamiento. Resultan un buen ejercicio de búsqueda en la memoria para que se haga la luz y se ilumine aquel pasado recóndito que marcó las relaciones de cada hijo con su «gru-po original», como denomina el Dr. Andreu, al núcleo familiar. Con un estilo conciso y directo, plantea el libro como si nos permitiera asistir a sus sesiones. Puede ayudarnos a todos a re-visar nuestra propia posición frente a nuestro grupo original. Y original es la estructura del libro, que destila la magnífica y generosa humanidad del experto terapeuta. Mediante imáge-nes, que van desde el ámbito cinematográfico, su pasión, hasta el cancionero popular, ilustra, el difícil e íntimo trayecto hacia atrás para restablecer el contacto emocional, el eslabón perdi-do con el mundo. Una de esas citas expresa magníficamente el contenido del libro: «Hay que nadar a contracorriente, como las truchas en el río, para llegar hasta los orígenes.»

Aunque sean difíciles, los casos que disecciona, con la ines-timable colaboración de los propios pacientes, la lectura del li-bro deja la esperanzadora sensación de que los resuelve. Y lo hace como lo podría hacer Agatha Christie, investigando mi-nuciosamente el camino a la inversa, que ha conducido, a cada uno de sus pacientes, a sus problemas mentales. En ese cami-no, va acumulando pistas para ayudar a pensar, a conocer lo que se busca, para comprender cuál es el origen de los males y superar disfunciones hipnóticas o de sufrimiento. Utiliza me-táforas bien comprensibles: «Tras una sesión de hipnosis uno es capaz de beber agua porque cree tener sed, cuando en rea-lidad cumple con una orden subliminal recibida bajo el efecto del ensueño.»

En su búsqueda para resolver enigmas mentales, ofrece un amplio abanico de experiencias traumáticas. Nos enseña a «aprender a substituir el juzgar por el comprender». Manifies-ta con contundencia «que es imposible entender lo que se en-cuentra sin saber qué se busca».

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p r ó l o g o

Con inteligencia, hace un recorrido vital, a través de cada uno de los casos, algunos de ellos de sufrimiento extremo, de complejidad terapéutica. Titula cada caso con acierto, y nombra con pseudónimos, muy reveladores, a sus distintos pacientes.

A Miriam, la hija maltratada, le cuesta aceptar lo que es «demasiado bonito para mí». El caso de Belinda, que nunca se ve como «tiene que ser», lo titula como El drama del espejo. David, el joven cascarrabias, expresa muy bien cómo le bene-ficia la terapia del deshielo para recuperar el calor del afecto. Armandine, nombre que cita a George Sand, descubre que «lo mío se tiene que solucionar pensando». Con buen sentido del humor, el doctor clarifica que «un clavo no saca otro clavo sino que hace una agujero más grande». Con Ricardo, el caso Sísifo, que alude a la tragedia griega, descubrimos que no hace falta ser el número uno: «Hay que sentirse como todo el mundo, sin estar ni por encima, ni por debajo de nadie.» En su carta, de-fine a su padre como «un libro sin páginas». A Juan, el niño al que nunca vieron, hombre de éxito, pero infeliz, su percepción alterada de la realidad le hizo sentirse invisible. La terapia le ha ayudado a pasar de «la represión a la contención». Sara, la niña que no podía jugar con muñecas, ha comprendido a través de las cartas que fue «víctima de víctimas y no de verdugos» y, aun sin olvidar el dolor, el saber perdonar le ha devuelto la paz. Puede recordar sin sufrir. Ángela, la niña nacida para ser mujer y educada para ser Ángel, se libera con las cartas de la droga-dicción al sufrimiento, causada por la enfermedad de su her-mano; y supera su intolerancia al bienestar. Eduardo, el chico sospechoso, comprendió escribiendo, que su madre, «en lugar de electrificar, dar luz y calor, electrocutaba» y acaba por de-cirle: «Me gustaría no quererte más, sino querernos mejor de lo que nos queremos.» A la protagonista del siguiente caso, la niña que al crecer dejó de hablar y dejó de reír, el doctor la bautiza como Aurora, porque con sus cartas ha vivido un nuevo ama-necer en su vida. Pepe, el hombre tranquilo escribe a su padre: «Te echo de menos, pero no desde que nos dejaste, sino desde siempre.» Eusebio, el caso del defensa central, que nunca jugó en el campo en la posición que quería su padre, en su carta le

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dice: «No eres mi entrenador» y «La vida no es sufrir, sino vivir». Con la terapia ha encontrado la salida del laberinto. Lidia, la mujer que no podía conducir, ha aprendido a manejar su vida.

Todas las cartas tienen en común el saber desvelar las con-secuencias anímicas de los tres demasiados que interesan al doctor Andreu: «Demasiado pronto, demasiado fuerte, dema-siado tiempo». Pero no será tarde, según él, para deshacer los nudos que oprimen la mente a causa de la insana relación con el grupo original en el primer tercio de la vida, siempre que se acometa un «reset».

Este libro demuestra la eficacia de «la familia de acogida» que representa una terapia: «Los padres tienen un plazo fijo para influir en la formación del carácter de los hijos, educarles, infundirles valores, transmitirles un modelo de actuación ante la vida. Este plazo caduca o finaliza en la posadolescencia in-mediata, es decir, antes de los veinte años. Fuera de ese plazo es imposible proporcionarles adquisiciones nuevas. Y también reparar los daños por errores que hayan podido cometer con ellos. Pero sus representantes simbólicos, los terapeutas tene-mos un plazo más amplio, prácticamente indefinido.»

En su anterior obra El GPS secreto de nuestra mente, el Doctor Andreu supo describir la constelación familiar que, mediante satélites, orienta nuestras relaciones con la familia, el dinero, el tiempo y la autoestima.

Y ahora, con Las cartas que los padres nunca recibieron, nos invita a escribir nuestras propias cartas, a reconocer, si es el caso, que necesitamos ayuda. En alguno de los casos que ana-liza descubrimos que la decisión de acometer una terapia viene tras la lectura del primer libro. Y eso, a buen seguro, va a re-petirse tras la profunda, reveladora y al mismo tiempo amena, lectura de este volumen.

Es importante la aportación de un gran terapeuta, como es el doctor Ramón Andreu, para concienciar a una sociedad del grado de su salud mental, identificando comportamientos tó-xicos, y señalando a su vez las pautas de un comportamiento sano, para mejorar las relaciones, en la búsqueda del bienestar, de la felicidad, la tranquilidad, la paz y la libertad.

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p r ó l o g o

Quisiera despedir este escrito a modo de carta:

«Querido Ramon Andreu, te agradezco profundamente la con-fianza que has depositado en mí, al permitirme participar en este proyecto tan sumamente saludable, del que tanto he aprendido. Gracias también por concederme, además, el don de tu amistad. Por favor, sigue escribiendo.»

Rosa Verges Coma es directora y realizadora cinematográfica. Licenciada en Historia del Arte por las Universidades de la Sorbona (París) y Barcelona, su pri-mera película, Boom-Boom, obtuvo el Premio Goya a la mejor Opera Prima, el Premio San Jordi y los Fotogramas de Plata. Es profesora asociada de las univer-sidades Ramon Llull, Menéndez Pelayo y Pompeu Fabra. Delegada de la Fun-dació de l’Escola de Cinema i Audiovisulas de Catalunya y vicepresidenta de la Academia de las Ciencias y las Artes Cinematográficas de España de 1994 a 1998, fue miembro del Consell Nacional de la Cultura i de les Arts de la Genera-litat de Catalunya.

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Pa rt e Pr i m e r a

Empezando por el principio

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p a r t e p r i m e r a : e m p e z a n d o p o r e l p r i n c i p i o

C ómo e m Pe z ó t od o

Me refiero, claro está, a cómo empezaron a gestarse estas car-tas únicas y excepcionales, diferentes a todas las demás cartas. Porque todas las cartas, como mensajes que en realidad son, ya sean escritas en papel, electrónicas, o en forma de SMS, se escriben para ser leídas: tienen uno o varios destinatarios.

Pero las que el lector va a poder leer en estas páginas, no. Aunque tienen destinatario, a veces uno, a veces dos, están es-critas precisamente para no ser leídas. Para no llegar nunca a su destinatario. Para no ser nunca enviadas ni cursadas. Unas veces, su destinatario o destinatarios han muerto. Pero la ma-yor parte de las veces, aún viven. Es más: el autor o autora de la carta, aún vive con ellos.

Como el lector habrá advertido por el título del libro, los des-tinatarios son los padres. Unas veces por separado; otras, como en el caso de Lidia, conjuntamente, como pareja parental.

Pero, ¿por qué uno va a necesitar escribir una carta a al-guien con quien está viviendo bajo el mismo techo, o bien convive habitualmente aunque viva en otro domicilio, y con quien habla a diario, o casi a diario (si no viven juntos), y ade-más, con la expresa intención y finalidad de no enviársela y de que no la lea?

Pues porque uno, o una, puede tener la necesidad vital de decirles determinadas cosas a los destinatarios, que ya sabe-mos quiénes son. Y la satisfacción de esta necesidad puede ser irrenunciable, e imprescindible, para conseguir la salud men-

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tal o psicológica que le falta al sujeto en el momento de la con-sulta con el psiquiatra o con el psicólogo.

Ahora bien, también es vitalmente necesario e imprescin-dible que el mensaje no llegue de viva voz ni por escrito a sus destinatarios. ¿Por qué? Porque nunca han estado, ni están, en condiciones de comprender su contenido, encajarlo, asimilar-lo, elaborarlo, ni digerirlo. A veces, comprenderlo, sí. Pero asi-milarlo, nunca. Cuando la carta ha sido escrita, para ellos ya es demasiado tarde. En cambio, para el sujeto es justo el momento oportuno para poder introducir ciertos cambios en su vida, que sin la elaboración de esta carta, nunca podrían realizar.

En las páginas siguientes iremos desgranando todo esto, ex-plicándolo y desarrollándolo con detalle. Lo ilustraremos con casos clínicos reales, historias humanas cuyos protagonistas han autorizado expresamente la publicación del fragmento de su historia referida a este tema.

Haremos especial énfasis en las consecuencias trágicas que puede tener el empecinarse en hacer conocedor del mensaje al destinatario, como le sucedió a Belinda en «el caso de la hija justiciera».

Solo hay una manera de satisfacer al mismo tiempo las dos necesidades vitales e imprescindibles, es decir, la de decirles a ellos ciertas cosas, y la de que no se enteren, y es escribirles la carta, pero hacerla llegar al destinatario adecuado: su repre-sentante simbólico, el terapeuta.

Es imprescindible que el protagonista (el autor de la carta) acepte desde el principio que nunca podrá alcanzar el nivel de comunicación con los padres que desearía, porque no poseen el grado de salud psicológica que ello requiere. También esto lo explicaremos ampliamente.

Al ser el terapeuta (por definición) su representante sim-bólico, el protagonista tiene que aceptar que este nivel de co-municación con ellos solo podrá establecerlo indirectamente a través de él, lo cual no quiere decir que el nivel de comuni-cación con los padres no pueda cambiar. Lo que ocurre es que, por más que cambie, nunca podrá ser el que nos gustaría que fuera. Ni mucho menos el que tendría que haber sido.

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Al llegar a este punto, el lector se preguntará qué cosas han motivado que se escribiera esa carta. Vamos a tratar de ex-plicarlo. Primero, en general. Luego, en la segunda parte, en particular, a través de los casos que iremos describiendo y que ilustrarán, de modo práctico, estas explicaciones que ahora pa-recerán teóricas al lector.

La necesidad de escribir esta carta ha surgido a lo largo de un tratamiento psicoterápico. Así pues, empecemos por ahí.

¿Por qué consulta uno con el psiquiatra o con el psicólogo?Porque no se siente bien. Esto quiere decir que la persona

no se siente bien consigo misma: puede tener angustia, an-siedad, sentimiento de insatisfacción, complejo de fracaso, desorientación, confusión, falta de proyecto de futuro, o te-ner alterado el estado de ánimo en forma de depresión, ya sea de forma permanente, o alternando con fases de una rara ex-citación eufórica sin motivo aparente. También puede tener miedos que, para diferenciarlos de los miedos normales, los llamamos fobias y se caracterizan por tres cosas: son de causa aparentemente desconocida (en realidad el motivo es incons-ciente para el sujeto), incontrolables por la voluntad, y origi-nan una conducta determinada que suele ser de evitación o huida de aquello que provoca el miedo. O bien puede tener obsesiones, que provocan un grado elevado de sufrimiento y, a veces, comportamientos que reciben el nombre de «ritua-les». Asimismo puede tener síntomas o molestias físicas tales como: palpitaciones, dolores torácicos en el área del corazón, cefalalgias que pueden llegar al grado de jaqueca, dolores ab-dominales y alteraciones del ritmo intestinal (como ocurre en las diarreas del colon irritable), y que no son más que la reper-cusión en el cuerpo de las tensiones psíquicas emocionales internas que padece la persona.

La lista de posibles motivos de consulta podría ser mucho más larga, pero la resumiremos enumerando los más frecuen-tes en la práctica.

Ahora bien, esto no es lo único que lleva a la persona a la consulta. Además, suele haber problemas en la relación con los demás: familia, pareja, amistades, medio laboral, dificultades

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de sociabilización. Unas veces, la persona los expone espontá-neamente. Otras, van surgiendo a lo largo del tratamiento.

Con gran frecuencia, la persona suele tener problemas en su relación con el dinero, y también con el tiempo.

Aunque a veces los síntomas físicos o los anímicos, por su intensidad y por el sufrimiento que producen, requieren me-dicación, esta siempre constituirá un tratamiento sintomático, no causal, de lo que le pasa al sujeto. Es como cuando en una gripe tomamos antigripales.

El tratamiento causal será la psicoterapia. Siempre y cuando esta se enfoque a la averiguación de las causas que provocan la desestabilización del sujeto. Hay dos tipos de psicoterapia cau-sal: la psicoanalítica y la constructivista.

La psicoanalítica o psicodinámica tiene tres variantes técni-cas: la clásica del diván, que suele requerir tres o más sesiones semanales. Cada vez se aplica menos; el vis-a-vis, sentado, que suele realizarse a razón de una sesión semanal, a veces, dos; y el análisis a través del grupo, utilizando el grupo como instru-mento de análisis. Suele realizarse una sesión semanal de dos a dos horas y media de duración.

Últimamente ha surgido una derivación auténticamente innovadora, que podría tildarse de revolucionaria: el abordaje de lo emocional y de los conflictos inconscientes a través del cuerpo: el morfoanálisis. Es revolucionaria dentro del psicoa-nálisis porque, siendo este un método verbal, el morfoanáli-sis, en cambio, no lo es: pretende hacer eclosionar los conte-nidos emocionales conscientes e inconscientes, por estímulo físico directo sobre el cuerpo del paciente. De modo similar a como lo hacen los fisioterapeutas, el morfoanalista estimula por contacto físico directo determinadas zonas del cuerpo del paciente, haciéndole realizar determinados ejercicios físicos, unas veces activamente y otras pasivamente. No es que esta terapia sea muda, el paciente verbaliza con su terapeuta los contenidos emocionales que van emergiendo. Las sesiones se realizan en ropa de gimnasio, o ropa interior, sobre colchone-ta. El morfoanalista es un psicólogo con un grado de forma-ción psicoanalítica.

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Otras psicoterapias, como la cognitivoconductual, gestálti-ca, humanista, etc., no abordan el nivel inconsciente del sujeto.

La terapia constructivista es verbal, se realiza con la varian-te técnica del vis-a-vis, y suele realizarse a razón de una sesión semanal, y a veces, dos. En sus orígenes, el constructivismo be-bió en las fuentes del psicoanálisis.

Así pues, la necesidad de escribir las referidas cartas, sur-gió de un proceso psicoterápico en curso. Este, a su vez, surgió como indicación terapéutica a raíz de las primeras consultas con el psiquiatra o el psicólogo. Y la primera consulta se realizó, porque la persona experimentaba un cierto tipo de malestar y de síntomas, que hemos descrito antes.

Ahora bien: ¿cómo ha llegado la persona a esta situación? ¿Cuáles son las causas? ¿Qué es lo que ha ocurrido?

Vamos a tratar de explicarlo.Las cosas han ocurrido, y los acontecimientos se han desa-

rrollado, en un escenario determinado: el grupo original fami-liar. De cómo se desarrollen los acontecimientos, es decir, de cómo se vayan configurando las relaciones entre ellos y noso-tros, va a depender que nuestro crecimiento sea suficiente y el grado de salud psicológica (o mental) el adecuado o que, por el contrario, nuestro crecimiento no comporte un desarrollo en grado suficiente y nuestra salud psicológica no tenga el nivel óptimo necesario. En este último caso surge de forma gradual, lenta, y progresiva el malestar que acabará llevándonos a la pri-mera consulta, y que antes hemos descrito.

Como esto es de la mayor importancia, vamos a describirlo con detalle en la Parte segunda, a continuación.

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Pa rt e t e rC e r a

Casos clínicos

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p a r t e t e r c e r a : c a s o s c l í n i c o s

l a S C a rta S

Cartas de Myriam: el caso de la hija maltratada

La historia de Myriam ha sido contada ya en otro lugar.1 El lec-tor que conozca el texto anterior, ya la habrá leído. Entonces se preguntará, ¿por qué repetirla ahora aquí? La razón es la si-guiente: después de salir publicado el texto anterior, Myriam experimentó la necesidad de un breve reciclaje terapéutico por-que no acababa de liquidar un fleco pendiente: el de la relación con los demás, y en particular con los hombres. Como colofón a este reciclaje, escribió las cartas a sus hermanos. Estas cartas no figuran en el texto anterior a que nos hemos referido, por-que cuando fueron redactadas, hacía ya meses que aquel texto había sido publicado. Su lectura no resultaría comprensible sin conocer la historia de Myriam y las cartas que en su día escribió a sus padres. Por eso repetimos aquí su historia.

Veámosla.Se trata de una mujer adulta, entre la cuarta y la quinta déca-

da de la vida, divorciada desde hacía tiempo en el momento de iniciar su psicoterapia, y que enviudó un tiempo después.

El motivo de la consulta era la desestabilización depresiva en la que vivía permanentemente, con crisis periódicas de exacer-

1. El GPS secreto de nuestra mente, del mismo autor. Octaedro: enero de 2013.

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bación aguda que cursaban con fuertes ataques de ansiedad. Este cuadro clínico se había iniciado años antes, a raíz de un matrimonio desgraciado, en el que los malos tratos físicos y psí-quicos desembocaron en una separación hostil y traumática. Complicaban la situación personal de la mujer sus problemas relacionales con las otras mujeres, y muy en especial con los hombres. Sus elecciones de pareja eran particularmente des-afortunadas, abocando repetidamente a los malos tratos (psi-cológicos) y al abandono, en una especie de aparente fatalidad inevitable.

Hija de una familia numerosa, habitante de un medio rural, su infancia y adolescencia estuvieron marcadas por el sufri-miento que embargaba a toda la familia, determinado por la patología mental de los padres. La infelicidad era el ambiente que siempre vivió desde que tuvo uso de razón: relación sado-masoquista entre los padres, hiperexigencia (desde los nueve años tenía que encargarse de las tareas domésticas de su casa y de las de dos de sus hermanos casados, entre otras cosas), tras-tornos de conducta de la madre, cuya promiscuidad era conoci-da en el pueblo donde vivían, presenciación de alguno de estos episodios a sus cinco años de edad, y abusos sexuales incestuo-sos en la preadolescencia.

Estas eran las señales que desde sus «satélites principales» llegaban a su GPS desde que nació. ¿Qué hoja de ruta podía tra-zar su GPS con ellas? La que describimos a continuación.

La relación con la madre era particularmente penosa, carac-terizada por la fuerte hostilidad materna, expresada con verda-dera crueldad verbal. Durante mucho tiempo, a lo largo de la terapia, la mujer se refería a la madre con verdadero odio.

En un momento crucial de su psicoterapia, cuando esta es-taba ya muy avanzada, pudo desarrollar aquel diálogo interior con los padres al que antes nos referíamos. Por indicación mía, accedió a plasmarlo en una carta, que muy bien podríamos de-nominar Carta a la madre muerta.

Su contenido es de un valor incalculable y explicita, mucho mejor que lo que yo pueda escribir sobre esto, cuanto trato de explicar en estas páginas. Es por ello que le rogué su autoriza-

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p a r t e t e r c e r a : c a s o s c l í n i c o s

ción para publicarla en este texto. Obviamente, los nombres propios han sido cambiados, así como algunos detalles de lo-calización, para preservar la intimidad de su persona. Así pues, con su autorización, que le agradecí profundamente, y que re-itero desde estas páginas para que quede constancia pública, transcribo a continuación el texto íntegro.

Madre estimada

No sabía lo mucho que te quería hasta que no comencé mi psicotera-pia. Sí, querida madre, esto es lo que he dicho: terapia. A los cuatro años de un trabajo interior duro, y a veces insoportable, supe que te había amado muchísimo, y no comprendía por qué tú no me querías.

Te voy a contar en qué consiste la terapia: en ahondar, extraer, ex-poner, reconocer, y aceptar, las heridas que provoca la falta de amor, de estímulos, de caricias, del reconocimiento de las pequeñas cosas, del reconocimiento del empeño que cualquier niño pone en hacer las cosas a gusto de los padres para obtener su aprobación y cariño, sobre todo, reconocimiento y aprobación por ti, madre.

Siempre deseé escuchar algo hermoso hacia mí, algún comentario por el inmenso trabajo que tuve que realizar a tan temprana edad.

Nunca pude ser una niña: jugar, disfrutar de mis amigos, ser esti-mada por mis hermanos, compartir contigo la soledad inmensa que sentía en aquel mundo de adultos, donde no había ni una sola mani-festación de amor, y donde yo no existía. Era obviada por todos. Solo tú, madre, me tenías a tu disposición para descargar tu ira y reprocharme todo cuanto había hecho o dejado de hacer, según tu criterio.

Me quedaba sola en casa cuidando de los chavales, con una gran responsabilidad y un miedo aterrador a ser agredida por algún desco-nocido. Me quedaba sola todo el día, de la mañana a la noche, y cuando regresabas, me decías que era una inútil, una irresponsable, incapaz de hacer nada bien, me comparabas con mis amigas y me decías que yo era un cero a la izquierda al lado de ellas. Aquello me causaba un profundo dolor y me hundía en una gran depresión. No entendía tus reproches, no sabía de qué modo agradarte, y cada día pensaba que tal

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vez al día siguiente sería diferente. Me decía a mí misma que aquello no volvería a pasar, que pondría más empeño en hacer las cosas muy bien para poder hacerte feliz, y que no te enfadaras. Creía que yo era responsable de tus enfados, y que por eso no me querías.

Nadie me defendía. Nadie reparaba en el daño que me hacías. Al ir desarrollándome como mujer, fui objeto del abuso de los varones de la casa. Yo me sentía sucia, culpable, incluso llegué a pensar que aquello era normal, que tú sabías lo que sucedía, y lo consentías. Que tal vez era el precio que tenía que pagar por no ser una buena hija.

Cuánto dolor almacenaba en mi corazón, cuánta soledad, cuán-to desprecio por tu parte. Jamás pude compartir con nadie lo que me estaba pasando y cómo me sentía. Todo esto generaba en mí mucha rabia, y crecí pensando que no valía nada como persona, y por ello no sería jamás querida por mis padres y hermanos. Pensaba que tampoco los otros hombres podrían quererme, que solo sería utilizada como ob-jeto de deseo, como había visto que hacían contigo.

¿Te acuerdas de cuando te sorprendí con el médico, haciendo el amor en la cocina? Yo apenas tenía cuatro años, y ha sido un recuerdo que me ha perseguido siempre. Desde aquella edad hasta los diez, no recuerdo absolutamente nada, solo viví siempre con aquella imagen que me atormentaba y nunca pude olvidar. Jamás hablé de ello con na-die, hasta que comencé la terapia, y se lo conté a mi terapeuta, el Dr. Andreu.

Os sentía, a ti y a papá, en peligro de muerte cuando os maltrata-bais. Intuía que padre era una persona enferma, casi siempre me aver-gonzaba de él, no podía entender por qué actuaba como un niño, pero aun así, como no podía razonar como lo hago ahora, tenía miedo de la desproporción a la que podían llegar aquellas peleas. Veía en padre odio y miedo a las agresiones verbales que tú le inferías.

Fue un mal padre, y supongo que peor marido (cobarde, holgazán, incoherente, irreflexivo, y nada interesante para ti y para nosotros). Nos avergonzábamos casi siempre cuando hablaba e intentaba dar su opinión delante de personas ajenas.

A los hijos pequeños no nos maltrató. A mí nunca me reñía ni se di-rigía a mí de malos modos, y yo interpretaba aquello como cariño, con-sideración, o deferencia hacia mí, cuando en realidad, me veía como mujer y me usaba y manoseaba a su antojo.

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Debo decirte que ante los abusos del padre yo me paralizaba (como me paralizaba cuando tú me agredías). Tenía pánico a la noche, a la oscuridad, a quedarme dormida, por la indefensión que eso me cau-saba. Me odiaba a mí misma por no poder pararlo y te odiaba a ti por consentirlo, porque pensaba que eso era lo que hacías, para que a ti te dejara tranquila.

Cuando los varones pequeños crecieron, yo ya no era útil para vo-sotros, porque ellos ya podían trabajar y ayudaros, así que un buen día me diste 1000 pesetas, una maleta, y un billete para Barcelona.

Sentí un desgarro tremendo durante meses, pensaba que debías odiarme muchísimo para deshacerte de mí con la misma precisión que se envía un paquete. Me sentía abandonada, indefensa, sola, y el vacío me sumió en una gran depresión, aunque no tuve tiempo para lamentaciones, y a los dos días ya estaba trabajando para pagar la ha-bitación a mi hermana Antonia, con quien vivía.

Comencé a trabajar en un taller de lencería, donde mi otra herma-na, Sabina, era la encargada, y pronto hice un grupo de amigas. Al poco tiempo, me propusieron hacer de modelo para la empresa. Tenía 17 años. Como la mayoría de edad era a los 21, me enviasteis un permiso para poder viajar. Aquello duró 5 años, hasta que conocí a Roberto, el padre de mi hijo.

Fue una época bonita de mi vida. Estudié Protocolo 1 año y me enseñaron a vestirme, pintarme, y arreglarme para cada ocasión. Entonces yo aún era virgen. El jefe y dueño de la empresa, me cui-daba y mimaba, hasta que consiguió meterme en la cama, y esa fue una de las miles. Ganaba mucho dinero y durante estos años no aparecieron los fantasmas, hasta un tiempo después de mi relación con Roberto.

Elegí una persona con muchos problemas, poco querido, vejado y machacado por un padre dictador y desconsiderado. Nos casamos, y al principio fue bien, hasta el nacimiento de nuestro hijo. Entonces em-pezó a sentir celos de él, y nuestra vida se convirtió en un infierno.

Creo que fue más devastador de lo que fuiste tú. Empezó a criti-carme, insultarme, y maltratarme, física y psíquicamente, y a dejarse querer por otras mujeres, y a ridiculizarme cada vez que podía. Yo me sentía morir, desgraciada y muy sola, y aunque pronto le puse cuernos con media Barcelona, solo conseguí agravar la situación, hasta que me

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llené de coraje y busqué ayuda en las páginas amarillas. Así contacté con el doctor.

Cuando le expliqué mi historia, me hizo darme cuenta de que aque-llo tenía que terminar, y me puso en condiciones de poder afrontar y llevar a cabo, mi separación. Pero ya separada, me sentía razonable-mente bien, y dejé la terapia. Comencé a salir de noche, y fue un sin pa-rar de amantes y tristeza a la vez. Jamás había sentido tantos halagos, así que me dejé querer por todos los bribones que conocí, pero cuando llegaba a casa sentía un gran vacío.

Conocí a Rubén, un tipo elegante y una máquina sexual. Amable, atento, excelente cocinero, culto, y mejor persona. Pero demasiado normal, así que pronto me cansé de él y lo envié a freír espárragos. Des-pués, muchas más decepciones y malestar, hasta que decidí dejar todo este mundo superficial y encerrarme en casa.

Estaba muy triste, y mi hijo, preocupado, me forzaba a salir. Em-pecé a dar clases para emigrantes, en la Cruz Roja, y allí conocí a una gran lista de impresentables. El primero fue Saúl, colombiano, negro, mujeriego, egoísta, mentiroso, insensible, pero siempre volvía a mí. Yo, encantada, lo cuidaba como a un rey, porque con la de mujeres que te-nía, me prefería a mí. Entonces murió mi marido, y eso cambió mi vida. La herencia, me permitió pagar las deudas, e iniciar una psicoterapia, retomando el contacto con el doctor. Simultáneamente, mi hijo inició también una terapia, con la terapeuta que él me indicó.

Ahora hace cuatro años que inicié esta terapia, y han cambiado co-sas dentro de mí. Ya no siento rabia cuando pienso en ti, y he dejado de sentir aquel malestar continuo, pero eso sí, me siento muy sola, y a veces este sentimiento me aterra.

A veces me encierro en casa y me estiro en el sofá durante horas, inmóvil, porque la soledad se apodera de mí en cada paso que doy, y en cada habitación que recorro.

Tu nieto, José, tiene ya 24 años y vive con su novia. Para mí ha sido difícil de aceptar, porque le había convertido en el fin de mi existencia, pero con la ayuda de mi terapeuta he podido empezar a hacerme a la idea, y a hacerme cargo de mí misma.

Por primera vez en mi vida vivo sola, y solo debo preocuparme de mí, y créeme que eso me cuesta trabajo, es tan sencillo y puedo disfru-tar tanto de mi tiempo, que a veces no sé por dónde empezar, solo te

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diré que cada vez que lo paso bien y disfruto me siento culpable, por-que pienso que debería estar cumpliendo con alguna obligación.

Mi terapeuta me dice que estoy en ese punto de inflexión donde cambiar y mejorar significa perdonar, y yo debo perdonarte, a ti y al papa.

Te amé y te odié con la misma fuerza, desde que tengo uso de razón. Sentía rabia, dolor y desconfianza hacia cualquier persona que se acer-cara a mí, y ahora eso ha empezado a cambiar. Ya no siento odio hacia ti, y la rabia cada vez es menor. Cuando me enfado con alguien, ya no necesito hacer descargas de furia, y puedo reflexionar primero, pero aún sigo desconfiando, temo querer a cualquier amigo/amiga y no ser correspondida.

No te pienso con frecuencia, pero cuando recuerdo la vida tan amarga de pareja que tuviste, y la rabia, indiferencia y desprecio con que me tratabas, puedo imaginar cómo te sentías por dentro, y me pre-gunto qué pasó con los abuelos para que fueras tan desdichada.

DESEO PERDONARTE porque sé que no eras consciente del daño que me causabas, pero me cuesta, no obstante, escribir esta palabra.

Querida madre: dondequiera que estés te PERDONO por tanto do-lor como sentí. Por la culpabilidad, por la soledad, por los desaires, por las broncas, por los miedos, por la confusión, por los errores que he cometido calcando tus comportamientos. Ahora sé que sufrías, que no podías amar, porque no habías sido amada. Pero también sé que yo no era responsable de cómo te sentías.

Recibe un fuerte abrazo.Te quiero, MADRE.

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Í n diC e

Sumario 7

Agradecimientos 9

Prólogo, de Rosa Vergés 11

Parte Primera. Empezando por el principio 17Cómo empezó todo 19

Parte Segunda. El escenario 25El escenario: el grupo original 27

Relación grupal original 27Principio de autoridad 29Autoridad parental 31Las reglas básicas del juego en el grupo original 33El llamado «complejo de Edipo» 35Familia disfuncional y patrones de conducta 39

Grupo original y efecto hipnosis (señal H) 40El caso de los hipnotizados y

el vaso de agua 40El efecto droga del sufrimiento (señal D) 43

El temible efecto droga (señal D): la drogadicción del sufrimiento 45

La oveja blanca 47

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La oveja negra 49La oveja invisible 50

Parte Tercera. Casos clínicos 53Las cartas 55

Cartas de Myriam: el caso de la hija maltratada 55Cartas a los hermanos 76

Cartas de Belinda: el caso del drama del espejo 90Carta a la madre 96Carta al padre 97

Cartas de David: el caso del joven cascarrabias 97Carta a la madre 106Carta al padre 108

Cartas de «Armandine»: el caso de George Sand 109Carta a la madre muerta 120Carta al padre 123

Cartas de Ricardo: el caso Sísifo 127Carta primera a la madre muerta 135Carta segunda 137Carta al padre 138

Cartas de Juan: el caso del niño al que nunca vieron 139Carta a la madre 150

Cartas de Sara: el caso de la niña que no podía jugar con muñecas 152El retorno de lo reprimido 155Tropezar dos veces con la misma piedra 163¿Por qué, siendo víctima y agredida,

tiene sentimiento de culpa? («Me sentía fea y sucia») 163

¿Por qué el tabú del incesto? 165¿Cuál es el problema en mi relación

con los hombres? 167¿Qué es lo que pasa en mi relación

con mi madre? 168Carta al padre 172Carta a la madre 173

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í n d i c e

Segunda carta al padre 173Carta de Ángela: el caso de la niña nacida para

ser mujer, y educada para ser ángel… 175Carta a la madre 181

Cartas de Eduardo: el caso del hijo sospechoso… 183Primera carta a la madre 190Segunda carta a la madre 192Carta al padre 193

Cartas de Aurora: el caso de la niña que al crecer dejó de hablar y dejó de reír 193Carta al padre 203Carta a la madre 205

Cartas de Pepe: el caso del hombre tranquilo 210Carta al padre 216Carta a la madre 218

Cartas de Eusebio: el caso del defensa central 221Carta a la madre 227Carta al padre 229

Cartas de Lidia: el caso de la mujer que no podía conducir… se 234Carta a los padres 241

Epílogo 245

Bibliografía 247Libros citados en el texto 247Bibliografía recomendada 247Filmografía citada en el texto 248Filmografía recomendada 248