laberinto: un espacio para escribirse
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Tierras de nadie: el norte en la narrativa mexicana contemporáneaTRANSCRIPT
8/7/13 11:23 AMLaberinto: Un espacio para escribirse
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Suplemento cultural del periódico MilenioSuplemento cultural del periódico Milenio
Un espacio para escribirse
Por Viviane Mahieux y Oswaldo Zavala
Desde que apareció Tierras de nadie: el norte en la narrativa mexicanacontemporánea nos han hecho insistentemente ciertas preguntas: ¿Enqué consiste la literatura del norte? ¿Qué significa ser un escritor delnorte? ¿Cómo se distingue la literatura del norte de la del resto delpaís? Estas preguntas han provocado conversaciones arduas quemarcaron el modo en que hoy se piensa literariamente al norte, pero noson las que guiaron la conceptualización de nuestro volumen. Alcontrario, nuestro libro se concibió como una manera de señalar laimproductividad de la etiqueta “literatura del norte”, que reúne a ungrupo de escritores de poéticas dispares y que en poco o nada sediferenciaría de lo que implícitamente tendría que ser la “literatura delcentro”. En nuestro proyecto, que cuenta con la colaboración de diezjóvenes críticos, no nos propusimos definir la literatura del nortemexicano, ni trazar sus rasgos, ni enumerar sus cualidades o defectos.Este sería un proyecto inevitablemente reductivo, en parte porque estacompleja zona del país tiene una inmensa producción cultural cuyadiversidad nunca podría resumirse en un solo libro, pero tambiénporque lanzarse a tal empresa implicaría reafirmar la falacia
determinista del origen. Se ha naturalizado que la literatura que trata de la Ciudad de México, en un saltometonímico siempre realizado a priori, habla por la nación, algo que no sucede cuando la literatura se refiere alnorte. Es por ello que nadie se pregunta con insistencia cómo definir la literatura de la Ciudad de México o quées exactamente ser un escritor capitalino.Nos rehusamos a creer que para escribir sobre el norte hay que nacer y vivir allí, que si uno es del norte estáobligado a escribir sobre esta región, o que escribir sobre el norte implica enfocarse en la violencia, elnarcotráfico, la migración, la frontera. Hay infinidad de nortes cuyas realidades y disparidades van más allá deesos temas hoy considerados necesarios para que un texto se gane el atributo de “norteño” y goce de ciertoéxito editorial. Tierras de nadie se propuso pensar el norte como referente literario privilegiado, tomando encuenta su historia, la larga cadena de tensiones con sus otros (el centro capitalino, el norte más allá del norte,los Estados Unidos), las jerarquías entre textos de distribución local y los circuitos de lectura nacionales, asícomo su cambiante visibilidad en el panorama de la literatura nacional. Quisimos evocar el norte mexicanocomo un espacio geopolítico complejo que puede escribirse —y leerse— de múltiples maneras y desdeespacios diversos. Con “espacios” nos referimos no solo a la geografía, sino a lugares simbólicos deenunciación, como la literatura, el periodismo, la academia.Es imprescindible ejercer un cierto nivel de responsabilidad literaria ante la realidad que vive el México de hoy,un país sumergido en la violenta realidad del narcotráfico y de la corrupción sin límites. Pero este dilema no esexclusivo del norte. La violencia del narco surge a nivel nacional como parte de una red de poderes queinvolucra las principales élites políticas del país, así como sus instituciones policiales y militares. La literaturapuede responder a tales encrucijadas de múltiples maneras, pero los ambientes del realismo sucio no sonobligatorios. El ethos de una época y de una comunidad se puede abordar de un modo directo o apenasinsinuado en la generalidad de un tema. A la vez, una obra puede ambientarse en ese norte deprimido quehemos visto ya tantas veces y, sin embargo, tener como núcleo narrativo preguntas universales que no secentren exclusivamente en la realidad política del momento. En cualquier caso, se espera que una obra literariagenere estrategias críticas de representación que no reproduzcan los mismos discursos hegemónicos quetransforman el norte en una zona de mitologías bárbaras y ajenas a la supuesta civilización normativa delcentro. Por eso, resulta incómodo que la llamada “narcoliteratura”, para algunos intercambiable con la nociónde “literatura del norte”, tenga tanto éxito. Es difícil abordar el fenómeno de la violencia sin que surja lasospecha, justificada o no, de que se está respondiendo a conveniencias editoriales. Precisamente por ello,ahora se vuelve más complejo representar críticamente no lo indecible, lo que escapa a las palabras, sino lo yasobredicho, lo repetido hasta el vértigo. Estas discusiones sobre cómo representar las caras de la violencia y de la desigualdad —y cómo leerlas—no son nada nuevas. Su antecedente más reconocible se encuentra en la novela de la revolución y en laspolémicas de principios del siglo XX en las que participaron tanto los intelectuales ateneístas como losmiembros de las diferentes vanguardias. Hace unos noventa años, el pequeño mundo literario mexicano seagitaba discutiendo el supuesto “afeminamiento” de la literatura mexicana. En el fondo, esta polémica de 1924fue impulsada por la necesidad de pensar el lugar de la literatura después de la revolución, de debatir cómo sepodían representar los acontecimientos sucedidos, y cuál sería el rol de los escritores en un cambiante
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escenario nacional. Tales preguntas siguen vigentes, aunque algunas de sus implicaciones hoy resultenabsurdas, como el desliz constante entre el cuerpo literario y el cuerpo del autor. Se especulaba entonces quela literatura mexicana debía ser viril y nacionalista: “ya nos somos gallardos, altivos, toscos”, lamentaba JulioJiménez Rueda. Tomando en cuenta la inmensa distancia que nos separa de esa época —sin blogs, sinTwitter, cuando las novelas no competían con las pantallas— nos es posible advertir varias continuidades.Primero, la más obvia: en 1924 se debatía qué tipo de masculinidad debía asumir la literatura, pero no secuestionaba que ese cuerpo literario fuera implícitamente masculino. Las discusiones de los últimos años entorno a la llamada literatura del norte, o la narcoliteratura, retoman estos tonos patriarcales yfalocráticos.Acaso por ello pocas escritoras han optado por la estética violenta que está en boga, comotampoco han mostrado el mismo afán por protagonizar los debates en torno al norte como campo literario.Nuestro mismo volumen recalca esta ausencia: ningún colaborador cubrió el trabajo de las muchas escritorasque han representado el norte en sus obras. A su vez, las polémicas actuales en torno al norte recaen en eseimpulso de delinear trincheras, de crear clanes imaginarios que solo se materializan al limitar modos deintervención y de creación. Si en 1924 un escritor era viril y nacionalista o afeminado y traidor a la patria, hoyse escribe en pro o en contra del norte, se es norteño o se es centralista, se es regional o se es globalizado, sees nativo o se es académico. Acaso en unos cien años, si es que somos tan relevantes como hoy creemosserlo, alguien estudiará las polémicas en torno al norte con la misma irónica sonrisa que no podemos evitar alrecordar los dardos bochornosos que se lanzaron a principios del siglo pasado.El sencillo gesto de nuestro libro —en vez de pensar la literatura del norte indagamos sobre el norte en laliteratura— busca generar nuevos ímpetus a una conversación que se estaba agotando.En los meses desde suaparición, hemos reflexionado en lo que consideramos sus aciertos, así como sus fallas. Los aciertos, anuestro parecer, radican en la calidad de los ensayos incluidos, así como en sus posturas divergentes y hastacontradictorias: yuxtapuestos, demuestran la heterogeneidad del norte y las múltiples aproximaciones críticasque puede suscitar. Las limitaciones del volumen parten de su insalvable condición incompleta. Ninguno delos ensayos recibidos abordó representaciones del norte desde posturas regionales, una carencia reveladorade un campo cultural fragmentado que en muchos casos desfavorece a sus mejores escritores, como es elcaso de figuras importantes como Jesús Gardea o César López Cuadras.Nuestra convocatoria sugirió temas, mas no los asignó: la selección de autores estudiados así como lametodología fue opción de cada colaborador. El libro es entonces el reflejo de un momento específico en elcual las voces críticas más jóvenes responden a un campo literario marcado por las editoriales transnacionalesy por el prestigio alternativo de las casas independientes. Al mismo tiempo, las selecciones de loscolaboradores se pueden entender tanto por sus trayectos individuales de lectura como por sus formas deciudadanía descentrada. Nuestros autores nacieron en distintos puntos del país e incluso en el extranjero;algunos tienen formación académica en México y otros están cursando estudios de posgrado o están yaintegrados a circuitos profesionales en Estados Unidos, Canadá o Europa. No puede ser casual que lascircunstancias biográficas de los escritores analizados en el libro reflejen también esta condición dislocada.Varios de los escritores estudiados viven en lugares tan dispares como Nueva Orleans (Yuri Herrera), París(Miguel Tapia), Varsovia (David Toscana) o la Ciudad de México (Eduardo Antonio Parra).Sin duda, el coro intencionalmente disonante que compone este libro se habríabeneficiado al incluir otras voces que no se escuchan fácilmente fuera de su localidad yque rompen con el paradigma más aceptado del escritor del norte. Esta ausencia,sintomática de los diferentes circuitos de distribución y de lectura del país, confirma lomucho que queda por hacer para que nuestro fragmentado campo literario no semantenga atrincherado en la defensa innecesaria de territorios inexistentes. Leído así,Tierras de nadie nos parece una intervención colectiva que, por sus logros e incluso porsus faltas, nos indica los inagotables derroteros intelectuales que aún quedan porexplorar.
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